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Proceso y Procedimientos Penales de la

Provincia de Buenos Aires

PEDRO J. BERTOLINO
ALBERTO J. SILVESTRINI
(Coordinadores)

Ares - Bellido - Beraldi - Bertelotti - Bertolino Castro - De la Cruz - d'Empaire - Giuliani -


Gorsd Grassi - Jakim - Mahiques - Martinez Astorino Ozafrain - Petitti - Piombo - Silvestrini -
Villaverde

Segunda edición actualizada, corregida y ampliada

© Pedro J. Bertolino y Alberto J. Silvestrini


© de esta edición, AbeledoPerrot S.A., 2015
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

Todos los derechos reservados


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ISBN 978-950-20-2676-3
SAP 41824078

Argentina

Proceso y procedimientos penales de la provincia de Buenos Aires / José Luis Ares... [et. al.]; coordinado por Pedro J.
Bertolino y Alberto J. Silvestrini. - 2ª ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: AbeledoPerrot, 2015.
1088 ps.; 24 x 17 cm.
ISBN 978-950-20-2676-3
1. Derecho Procesal Penal. I. Ares, José Luis. II. Bertolino, Pedro J., coord. III. Silvestrini, Alberto J., coord.
CDD 347.05
Capítulo IV - Partes y demás intervinientes. Por Eduardo A. d'Empaire, Mariano
Bertelotti y Pedro J. Bertolino

CAPÍTULO IV - PARTES Y DEMÁS INTERVINIENTES. POR EDUARDO A. D'EMPAIRE, MARIANO BERTELOTTI Y


PEDRO J. BERTOLINO

SUMARIO: 1. Introducción. 2. Objetivo. 3. El Ministerio Público Fiscal. 4. El actor civil. 5. El particular damnificado. 6. La víctima.
7. El imputado. 8. El civilmente demandado. 9. El asegurador. 10. Defensores. 11. Mandatarios. 12. El Ministerio Público de la Defensa.

1. INTRODUCCIÓN(1)

1.1. Contenido

El Título IV del Libro Primero (arts. 56 a 98, inclusive) del vigente Código de Procedimiento Penal de la Provincia
de Buenos Aires (ley 11.922 y sus reformas) lleva como rúbrica: Partes y demás intervinientes, presuponiendo con ésta
una metodología legislativa determinada: la separación de dos categorías generales con sus correspondientes figuras
jurídicas individuales.

Bajo aquella rúbrica, el digesto bonaerense contiene en su texto las siguientes figuras jurídicas: el Ministerio
Público Fiscal; el imputado; el actor civil; el civilmente demandado; el asegurador; el particular damnificado; la
víctima; los defensores —oficiales y particulares— y los mandatarios.

1.2. Las figuras codificadas

Cabe entender, en virtud del precitado contenido, que para el CPPBA son "partes": con relación a la "cuestión
penal", el acusador (público; pero también el querellante privado, arts. 381 y ss., CPPBA) y el imputado; y con relación
a la "cuestión civil", el actor civil y el civilmente demandado (también el imputado en cuanto aparece como "demandado
civil").

La categoría de "intervinientes" (semánticamente aquellos que "toman" parte, que no es lo mismo que "ser parte")
se viene a dar, en el sistema del Código, por exclusión: serán tales, como sujetos posibilitados para "tomar parte" en el
proceso (mejor, en la nomenclatura adoptada en esta obra: en el procedimiento), quienes no sean una de aquellas
"partes".

El "defensor", el "particular damnificado" y el "asegurador", aunque si bien en sentido lato según la denominación
del Código serían "intervinientes", resultan de alguna manera "alcanzados" por la categoría de "parte": el primero en
cuanto parte "compleja"; el segundo en tanto parte "sui géneris"; y el tercero como parte "potencial"; generándose con
dicho efecto no pocas cuestiones problemáticas, como más abajo se verá en su respectivo tratamiento.

2. OBJETIVO(2)

2.1. El punto de vista estático


Es preciso señalar desde el principio que en el presente capítulo se abordarán solamente las figuras jurídicas que
se encuentran incluidas en la sobredicha articulación sistemática, adoptando para la exposición la nomenclatura del
CPPBA, aunque no estrictamente en el orden secuencial por éste establecido, antes bien respondiendo libremente a la
lógica estructural acusador-actor y acusado-demandado, centralmente.

Y esto más allá de las controversias doctrinales respecto de las categorías en juego ya que, como lo ha señalado
Juan L. Gómez Colomer, las categorías de "partes", "sujetos", "intervinientes" y "participantes" en el proceso penal
distan mucho de ser conceptualmente inequívocas(3).

Indicamos también desde el inicio que tal desarrollo se centrará, más que nada, desde un punto de vista estático(4),
en la determinación de quién resulta ser parte o interviniente; qué requisitos se exigen para su habilitación; cuáles son
sus principales facultades, derechos, prohibiciones, cargas, obligaciones y deberes básicos; y cómo se conectan las
figuras bajo examen con otros institutos del ordenamiento que las contiene.

2.2. El funcionamiento de las figuras implicadas

En cuanto al funcionamiento de cada figura en particular, es decir, desde el lado dinámico de ellas, lo expuesto en
el presente capítulo deberá ser completado con el tratamiento pertinente efectuado en los restantes que componen esta
obra(5). Dicho de otro modo: lo expuesto en esta parte del libro por cierto no agota el tratamiento de cada figura jurídica
particular contenida en el Código.

Tales figuras, por lo tanto, para ser comprendidas en forma completa, deberán integrarse con sus respectivos
análisis en otras secciones de la presente obra, a las cuales nos remitimos por lo tanto en lo pertinente.

3. EL MINISTERIO PÚBLICO FISCAL(6)

3.1. Ubicación institucional

La Constitución de la Provincia de Buenos Aires incorpora a los miembros del Ministerio Público ("agentes
fiscales, asesores de menores y defensores de pobres y ausentes") como parte integrante del Poder Judicial. En la
reforma constitucional de 1994, la provincia no modificó esta ubicación institucional, ya expresada en el artículo 180
del texto de la Constitución de 1934. Ello a diferencia de los convencionales constituyentes nacionales, que en la última
reforma incluyeron en la normativa de la Carta Magna al Ministerio Público como un órgano independiente de los
poderes públicos, en una sección separada de las previstas para los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial (7).

Así, en el articulado de la Sección Sexta, "Poder Judicial", de la Constitución bonaerense se hace referencia a la
designación de los integrantes del Ministerio Público (artículo 175), y a su estructura —miembros que lo componen—
y superintendencia (artículo 189), mas no existe párrafo o mención a las funciones del Ministerio Público como sí lo
hacen otras Constituciones(8), las que recién aparecieron reguladas en la hoy derogada ley de Ministerio
Público12.061(9), y que se mantuvieron en la actualmente vigente ley 14.442(10).

Es el art. 1º de este último cuerpo normativo el que prescribe que el Ministerio Público es el cuerpo de fiscales,
defensores oficiales y asesores de Incapaces que, encabezado por el procurador general, actúa con legitimación plena
en defensa de los intereses de la sociedad y en resguardo de la vigencia equilibrada de los valores jurídicos
consagrados en las disposiciones constitucionales y legales.

Asimismo, el art. 3 de la ley, siguiendo el lineamiento constitucional, indica que el Ministerio Público forma parte
o

integrante del Poder Judicial, gozando de autonomía e independencia para el debido cumplimiento de su función
requirente, lo que ha llevado a algunos autores a destacar que esta descentralización e independencia funcional
expresarían la posibilidad de definirlo como una institución análoga a los órganos "extrapoderes" (11). Si bien esta
diferenciación sólo podría tener un mero interés doctrinario, lo cierto es que tal como apuntaba el jurista Néstor Pedro
Sagüés con su precisa pluma, si se admite que el Ministerio Público no es un ente servicial del Poder Ejecutivo sino
que le toca ejercer discrecionalmente la acción penal, velar por el principio de legalidad —en particular, de la legalidad
constitucional— y velar por una recta administración de justicia, hay primero que jerarquizarlo, ubicándolo donde debe
estar: una magistratura autónoma, órgano "extrapoder", no sometida al Poder Ejecutivo ni tampoco al Poder Judicial,
puesto que debe actuar con independencia de ambos(12). El procesalista cordobés Jorge Clariá Olmedo ya señalaba en
su tratado de Derecho Procesal Penal que el acusador público debe gozar de independencia funcional, tanto respecto
del Ejecutivo como de los jueces(13).

Así como está legislado, en cuanto a la función requirente, es claro que se instaura a cargo del Ministerio Público
Fiscal la persecución del delito, actividad que conlleva la responsabilidad de buscar las pruebas que permitan formular
fundadamente una acusación contra quien aparezca responsable de su comisión (tal la finalidad de la investigación
penal preparatoria), el sostenimiento y acreditación de ella ante un tribunal de juicio, y la petición de pena si
correspondiera(14). Por cierto, también el sostenimiento de la legalidad en el proceso de ejecución de la pena, también
incluido como etapa judicial en el CPPBA.

3.2. Estructura jerárquica

El Ministerio Público Fiscal de la provincia de Buenos Aires está encabezado por el procurador general de la
Suprema Corte de Justicia, acompañado por el subprocurador general de la Sup. Corte, siendo los miembros
jerárquicamente inferiores el fiscal del Tribunal de Casación, los fiscales de Cámara (fiscales generales
departamentales), los adjuntos del fiscal del Tribunal de Casación, y los agentes fiscales que actúan en primera instancia
(art. 10, ley de Ministerio Público).

Cabe aquí un destacado apartado para mencionar que la actual ley 14.442 creó las figuras del defensor general y
subdefensor general de la provincia de Buenos Aires, estableciendo entre sus deberes y atribuciones el de fijar las
políticas generales del Ministerio Público de la Defensa y controlar su cumplimiento (pudiendo dictar instrucciones
generales a sus efectos, conf. art. 10, inc. 1º). En los fundamentos del proyecto de ley se hizo expresa mención a que
estos cargos se creaban "equiparados a los cargos del Procurador General y Subprocurador General", para "asegurar la
defensa en juicio"; considerándose inconveniente cualquier situación de subordinación de la defensa oficial en el marco
de un proceso acusatorio, y enfatizándose allí que no puede cumplirse con el propósito liminar y de por sí operativo de
afianzar la justicia en territorio bonaerense, si quien recurre al defensor oficial está asesorado legalmente y defendido
por un inferior jerárquico de su contraparte. Se intentó con ello adecuar la estructura del Ministerio Público provincial
a los lineamientos de la Constitución Nacional que se entendían vulnerados.

La provincia de Buenos Aires está dividida en diecinueve Departamentos Judiciales, en cada uno de los cuales el
Ministerio Público Fiscal es dirigido por los fiscales de Cámara o fiscales generales departamentales. Las funciones de
estos fiscales generales son de una importancia excepcional, pues además de ejercer la superintendencia del Ministerio
Público en su jurisdicción departamental, tienen como deber la coordinación y dirección de la labor de los agentes
fiscales, funcionarios letrados y empleados, impartiendo instrucciones generales en las que en definitiva se termina
delineando la política de persecución penal que deben llevar adelante los fiscales de su Departamento Judicial,
decidiendo cómo se va a investigar, qué instrucciones se darán a la policía y qué pruebas se van a seleccionar, todo ello
en función de una estrategia procesal adecuada.

En cuanto a su calidad de magistrados, diremos que conforme al art. 5 de la ley 14.442, todos los miembros del
o

Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires se encuentran equiparados a los jueces en punto a sus derechos e
inmunidades constitucionales y legales.

3.3. Principios que rigen la organización del Ministerio Público

La ley provincial del Ministerio Público establece que su organización es básicamente jerárquica, rigiendo los
principios de unidad, flexibilidad y descentralización.

La subordinación jerárquica es uno de los pilares para lograr una actuación eficiente, rápida y coherente(15). Se ha
señalado que es la "herramienta fundamental" para lograr la unidad institucional, a partir de la cual pueda implementarse
una política de persecución penal definida en un marco de coherencia entre los distintos integrantes del Ministerio
Público. La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha incluso reconocido en sus fallos que la estructura jerárquica del
Ministerio Público es el medio para lograr esta necesaria unidad y coherencia(16).

En un capítulo específico de la ley 14.442, se ha previsto la posibilidad de que los miembros del Ministerio Público
impartan de acuerdo con sus atribuciones las instrucciones necesarias para el cumplimiento adecuado de sus funciones.
Así, el procurador general, los fiscales generales departamentales y hasta los agentes fiscales pueden dictar
instrucciones o directivas generales(17), adecuándolas a las políticas de persecución penal establecidas, con el propósito
de lograr una mayor eficacia, pudiendo orientarse: 1) a la categoría de las cuestiones en litigio; 2) a la aplicación de
diversos institutos de la ley de fondo y ritual, y 3) a las formas de simplificación y abreviación procesal.

Las instrucciones generales y particulares —como vimos, estas últimas sólo las pueden impartir los agentes fiscales
que actúan en primera instancia, y para el ámbito de su dependencia— son de cumplimiento obligatorio (art. 45, ley
14.442). No obstante ello, si el funcionario a quien estuviera dirigida considera que la instrucción es arbitraria o
inconveniente, debe hacérselo saber a quien emitió la opinión mediante informe fundado. Si éste insiste en la
legitimidad o conveniencia se hará conocer la objeción al Superior, que resolverá. Si la actividad es impostergable, se
debe cumplir, sin perjuicio del trámite de la objeción.

Rige también el principio de unidad, que se refiere a la actuación unitaria y no contradictoria de los integrantes del
Ministerio Público Fiscal, y que requiere un orden interno que sea funcionalmente vertical. Es decir, es un principio
que se deriva de la organización jerárquica antes descripta.

Se ha señalado que para que funcione debe contarse con un sistema muy eficiente de información interna (18). Este
aspecto no está descuidado en el Ministerio Público de la provincia, ya que está en implementación en todos los
departamentos judiciales un sistema informático en red entre la totalidad de las dependencias.

El segundo de los principios que habíamos mencionado es el de flexibilidad, que implica una relación fluida entre
los integrantes del Ministerio Público, desligada de toda rigidez, formalidad y burocracia. Resulta necesario terminar
con las relaciones interjudiciales plagadas de complejos rituales formalistas que nadie sabe a qué razón obedecen (19).

El trabajo que puede realizar el Ministerio Fiscal a partir de esta premisa adquiere mayor posibilidad de eficiencia,
en tanto pueden coordinarse esfuerzos con respecto a determinadas investigaciones, pues habilita a que exista
colaboración entre los funcionarios, llevando a cabo una tarea conjunta que permita arribar a mejores resultados. La
realidad no es compartimentada. Y la persecución penal de determinados modos de operación delictual que se repiten
debe ser encarada con una visión distinta, integral. El principio de unidad antes señalado es el que permite entonces
diseñar una estrategia que contemple, por ejemplo, unidades fiscales de investigación específicas, como las que ya
fueron creadas en distintos departamentos judiciales.

La descentralización, como principio de organización y actuación, tiene que ver con la vasta extensión geográfica
del territorio de la provincia de Buenos Aires y la distinta problemática poblacional de las variadas regiones. Cada
departamento de la provincia presenta sus propias características criminológicas, que deben ser enfrentadas desde cada
lugar, proponiéndose entonces desde la ley que la coordinación y dirección esté en manos de los fiscales generales, que
pueden establecer las estrategias de persecución penal de acuerdo con las problemáticas de su jurisdicción.

3.4. Las funciones del Ministerio Público Fiscal en el Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires

El sistema acusatorio instaurado en la provincia de Buenos Aires desde 1998, coloca al rol del Ministerio Público
Fiscal en un lugar de importancia dentro del proceso —otorgándole un papel relevante, nos diría Bertolino—, dedicado
a su función requirente, quedando para el juez su propia función de ejercer su mandato de administración de justicia
como tercero imparcial, ejerciendo el poder jurisdiccional.

El ordenamiento procesal reserva para el fiscal la dirección de la investigación penal preparatoria, que no es una
instrucción formal como lo era la prevista en el derogado Código Jofré, sino una investigación que se pretende
desformalizada, ágil, breve, y al solo efecto que el representante del Ministerio Público se forme la convicción en
cuanto a que los elementos que ha colectado son suficientes "para el ejercicio de la acción" (art. 334) ante un tribunal
de juicio, en donde debe producirse la prueba. La investigación que desarrolla el fiscal es básicamente entonces
preparatoria del juicio.

Debe tenerse en cuenta, no obstante que al Ministerio Público Fiscal le corresponde el ejercicio de la acción pública
"sin perjuicio de la participación que se le concede a la víctima y al particular damnificado" (art. 6 , CPPBA). La ley
o

13.943 suprimió la exclusividad que se confería —en la redacción vigente en el Código hasta 2009— a los fiscales para
dicho ejercicio de la acción pública, supresión que obedeció a las mayores atribuciones que se establecieron a favor de
la víctima y el particular damnificado en este aspecto(20).

Del mismo modo, el CPPBA dispone que el fiscal ejerce la acción ante los órganos de juzgamiento (art. 59, inc.
3º), luego de formular requisitoria de citación a juicio en los términos de los artículos 334 y 335. También en esta etapa,
la acusación fiscal tiene la iniciativa probatoria (art. 367), es decir, le incumbe la prueba de la culpabilidad del acusado.
Asimismo, en caso de condena interviene en el procedimiento de ejecución de la pena (arts. 498 del Código y 90 de la
ley 14.442), pues debe garantizarse en esta etapa la bilateralidad que permita un accionar imparcial del juez actuante.
En todos los casos, el fiscal debe adecuar sus actos a un criterio de objetividad(21)(arts. 56 del Código y 73 de la
ley 14.442), lo que constituye un verdadero deber. Ese deber importa una actividad probatoria tendiente al
descubrimiento de la verdad, requiriendo aun a favor del imputado cuando los elementos recolectados así lo impongan.
La objetividad en la actuación determina la exigencia de no ocultar prueba favorable a la defensa(22), así como —al
decir de Bertolino— el respeto a los derechos individuales en la vigencia de la garantía de igualdad equilibrando el
poder del fiscal en orden a la paridad de armas(23).

El digesto procesal establece también que el Ministerio Público Fiscal debe "racionalizar y otorgar eficacia a sus
intervenciones". En orden a la primera manda, cuenta con mecanismos legislativos de aplicación del principio de
oportunidad, que se verán a lo largo de esta obra, y en relación con la eficacia diremos que no debe atenderse a criterios
estadísticos, sino a la finalidad de justicia que debe perseguirse, dentro de un plazo razonable (24).

Finalmente, en el ejercicio de sus funciones, los fiscales pueden requerir la intervención de la fuerza pública y
disponer de todas las medidas necesarias para el cumplimiento de los actos que ordenen, al igual que los jueces —
normativa que en relación con estos últimos, tiene incluso anclaje constitucional en el art. 163 de la Carta Magna
provincial—. La ley 14.442 prescribe que los poderes públicos de la provincia están obligados a prestar al Ministerio
Público la colaboración que éste requiera en cumplimiento de sus funciones (art. 6º).

4. EL ACTOR CIVIL(25)

4.1. La cuestión civil

En el capítulo segundo de la presente obra se ha expuesto lo referido a la acción civil ejercida dentro del proceso
penal, a cuya explicación nos remitimos, omitiendo por tal razón tratar en esta sección los temas en aquél desarrollados
(v. gr., legitimación, oportunidad y órgano habilitante).

Nos ceñiremos entonces acá a la regulación codificada de los sujetos vinculados con aquella acción, comenzando
por el "actor civil" (arts. 65 a 71 inclusive del CPPBA), para continuar en las secciones pertinentes con el "civilmente
demandado" y con el "asegurador".

Pero antes de adentrarnos en los temas correspondientes conviene señalar desde el ángulo de la sociología judicial
que, en forma notoria, la praxis forense en la provincia de Buenos Aires muestra el escasísimo —si no inexistente—
"uso" del régimen posibilitante del ejercicio de la acción civil en el proceso penal.

4.2. Un subsistema normativo

La regulación a la que nos referimos en el apartado precedente configura, con otros sectores codificados, un
verdadero "subsistema normativo", esto es:

a) Con la normación de la "acción civil" en sí misma considerada (arts. 12 a 14 inclusive, del CPPBA);

b) con las diversas situaciones procesales de las "partes civiles" que se pueden detectar en el ordenamiento
bonaerense, por ejemplo: la calidad de "interesadas" para recusar (art. 48, CPPBA); la nulidad relacionada con su
intervención, asistencia y representación (art. 202, inc. 4º); la posibilidad de alegar —presupuesta la intervención— en
el debate oral (art. 368 y concs.), y la facultad recursiva específica (arts. 425, 426, 427 y 455); y

c) con la exigencia de patrocinio letrado para actuar (art. 95).

4.3. Un "procedimiento civil abreviado"


Párrafo aparte merece, para completar esta consideración sobre un configurado "subsistema normativo", lo
dispuesto en el art. 403 del CPPBA que, en verdad, establece por contracción un procedimiento civil abreviado en el
ámbito del penal también abreviado, este último regulado a partir del art. 395 del mismo cuerpo legal.

Dicho artículo dispone: (texto según ley 12.059,art. 9º) "Acción civil. La acción civil también podrá ser resuelta
en el procedimiento por juicio abreviado, siempre que exista conformidad de todas las partes civiles. Caso contrario,
se deducirá y resolverá en la sede respectiva ante el órgano jurisdiccional competente.

"Asimismo, las partes civiles podrán acordar los términos de la solución de la controversia civil. En tal supuesto,
se podrá fijar audiencia de conciliación. Si la misma fracasare en su realización o no alcanzare resultados positivos, el
órgano jurisdiccional actuante quedará, investido de facultades para dictar sentencia con las constancias obrantes en la
causa y en las condiciones establecidas en el artículo 399".

4.4. Concepto

El actor civil es "el sujeto secundario y eventual de la relación procesal, quien, mediante una acción accesoria a la
penal, deduce la pretensión de resarcimiento basada en el mismo hecho que constituye el objeto de esa relación,
requiriendo una sentencia favorable"(26).

Se trata de una "parte" (específica), como lo señalamos en la introducción del presente capítulo, si bien con el
carácter de "eventual", es decir su presencia en el proceso penal es meramente contingente y no necesaria.

Agreguemos que, como vimos arriba, en todo caso, el actor civil será siempre un "interesado", aunque no se hubiere
constituido en parte (art. 48 del CPPBA).

4.5. Marco de actuación

El art. 67 del CPPBA, una de las normas principales del "subsistema" que ensayamos establece que el actor civil
podrá actuar en el proceso (penal) para acreditar el hecho delictuoso, la existencia y extensión del daño y la
responsabilidad civil del demandado a saber(27):

a) El hecho delictuoso: aquí los derechos del actor civil son amplios respecto de la acreditación de la existencia
del hecho atribuido como causa de la reparación pretendida; en este particular, por cierto, aquél podrá ofrecer prueba y
alegar (ver el art. 368, primer párrafo del CPPBA);

b) la existencia y extensión del daño: la misma amplitud de derechos se corresponde con relación al daño que se
afirma como experimentado; asimismo debemos advertir que el inc. 5º del art. 266 del CPPBA establece, como una de
las finalidades de la investigación penal preparatoria, el "comprobar a los efectos penales, la extensión del daño causado
por el delito", y

c) la responsabilidad civil del demandado: para lograr esta finalidad el actor civil tiene derecho a pedir la
aplicación de la ley que regula los principios relativos al daño material y moral y la reposición de las cosas al estado
anterior al hecho dañoso(28).

4.6. Deberes y facultades

El precepto que examinamos caracteriza como "facultad" la posibilidad —voz "podrá"— de hacer que hemos
reseñado discriminadamente arriba (4.5); aunque, técnicamente se trata antes bien de una "carga", es decir, de un
"imperativo del propio interés", según la caracterización corriente de aquella categoría jurídica.

En esta misma línea de consideración, espigando en el Código bonaerense, en orden a las posibilidades de hacer o
no hacer del "actor civil", por lo pronto podemos constatar: su deber de declarar como testigo en el proceso (art. 67, in
fine, del CPPBA), atento al carácter de carga pública del testimonio, carga que debe prevalecer en este caso; su facultad
de desistir expresamente del ejercicio de la acción civil (art. 70), cuyo desistimiento podrá ser tácito cuando no demande
en término, no comparezca al debate o abandone la audiencia sin formular conclusiones (arts. 69, 70 y 368); y su
facultad de recurrir, pero en forma restrictiva: sólo "cuando en este Código se lo autorice" (arts. 71, 425 y concs.).

4.7. Constitución

El acto procesal básico respecto de esta figura jurídica es el de su "constitución", según lo dispone la primera parte
del art. 65 del CPPBA: "Para ejercer en el proceso penal la acción penal emergente del delito, su titular deberá
constituirse en actor civil", constitución que se efectuará ante el Juzgado de Garantías (art. 23, inc. 1º, CPPBA).

La normación nos remite a la voz "constituir" la cual conduce al supuesto, en nuestro caso, de asumir derechos,
obligaciones y cargas; es decir, el acto implica una "expresa manifestación de voluntad de quien pretende asumir la
calidad de actor civil en un proceso penal concreto"(29).

El de constitución es un acto escrito, que podrá realizarse personalmente o por mandatario y deberá contener las
condiciones personales y el domicilio procesal del accionante, a qué proceso se refiere y en qué se funda la acción, con
indicación del daño reclamado y a qué título(30), y la petición de ser tenido por parte (primera parte del art. 66 del
CPPBA).

4.8. Oportunidad y notificación

La presentación podrá efectuarse —así lo dice la segunda parte del precitado artículo 366— "...en cualquier estado
del proceso hasta antes de la oportunidad prevista en el art. 334"(31); el pedido extemporáneo como el no cumplimiento
de los requisitos establecidos para el escrito de constitución, tienen como sanción la inadmisibilidad.

La constitución deberá ser notificada al imputado y al civilmente demandado, produciendo efectos a partir de la
última notificación (art. 68 del CPPBA), debiéndose tener muy en cuenta que aquello que se hace saber es el acto
constitutivo (cfr. art. 23, inc. 1º) y no el escrito de demanda (cfr. art. 69).

Falcone y Madina dicen que, respecto de la instancia de constitución que la "doctrina es coincidente en adjudicarle
efectos interruptivos de la prescripción liberatoria con base en el art. 3986 del Código Civil aunque la instancia no es
la demanda" (ver arts. 2540 y 2541 del nuevo Código)(32).

4.9. Relaciones con el imputado

Resulta conveniente —si no necesario— señalar las relaciones que el "subsistema" codificado arriba ensayado
establece con el imputado, respecto de lo cual tenemos:

a) Falta de individualización del imputado: en este supuesto, igual procede el acto de constitución (art. 65,
CPPBA); y la notificación se hará cuando se lo individualice (art. 68, ibíd.);

b) existencia de varios imputados y civilmente demandados: en este supuesto, la acción podrá dirigirse a cualquiera
de ellos, pero si se dirigiera a los segundos, necesariamente deberá dirigirse contra los primeros (ibíd.), y

c) falta de mención del imputado cuando haya varios: en ese supuesto se considera que la acción se dirige contra
todos (ibíd.).

4.10. La demanda

Antes hemos aludido a la diferencia —debe repararse en que son actos distintos— entre la "constitución" en actor
civil y la formulación de la "demanda", a la cual pasamos a referirnos.
La "demanda" está contemplada en el art. 69 del CPPBA, según el cual ésta deberá ser formulada dentro de cinco
días de requerida la elevación a juicio (art. 334). El segundo párrafo del artículo —en un claro supuesto de
heterointegración— remite a las normas del Código de Procedimiento Civil y Comercial de la provincia, en cuanto a
la "actuación" del actor se civil se refiere(33).

La remisión en cuanto a las formas de la demanda —que de eso se trata en rigor— se extiende al "civilmente
demandado" y al "asegurador citado en garantía", respecto de ellos con prevalente implicación en el "trámite".

Pero lo que resulta fundamental es que la normativa procesal civil a la que se refiere el artículo bajo examen deberá
adecuarse justamente al objeto, fines y trámites del proceso penal manifestados en el procedimiento correspondiente.

5. EL PARTICULAR DAMNIFICADO(34)

5.1. Condicionamientos: nombre y contenido

La determinación dogmática actual del "particular damnificado", en su repercusión operativa en el procedimiento


penal de la provincia de Buenos Aires, se encuentra fuertemente condicionada por su origen y por su ulterior desarrollo
legislativo.

De allí la necesidad de proporcionar una noticia sobre el referido origen y ulterior desarrollo de este peculiar
instituto, conservado permanentemente en el ordenamiento procesal penal bonaerense, tanto en la legislación vigente
como en distintos proyectos de reforma de ella(35).

Esta noticia nos hará ver, más que nada, que bajo una nomenclatura legal invariada en el tiempo, se han ido
incorporando contenidos cada vez más diferenciados, tanto en su naturaleza como en sus alcances; dicho de otra
manera: se ha usado un único nombre para ir significando diversas sustancias jurídicas.

5.2. Desarrollo legislativo

El "particular damnificado" ya aparece legislado en el Código de Procedimiento Penal de la Provincia de Buenos


Aires de 1915 (ley 3589), obra señera de Tomás Jofré, cuyo pensamiento —tomado como elemento histórico—, a
nuestro juicio, resulta aún hoy fundamental para la interpretación adecuada del instituto(36).

Precisamente en el comienzo del art. 80 de aquel digesto se decía: "El particular damnificado por un delito de los
que dan lugar a la acción pública, podrá intervenir en el juicio penal, pero sólo con las facultades que este código
establece..."(37).

En su Comentario del año 1915, el codificador vernáculo señalaba como concordantes del referido art. 80, las
legislaciones austríaca, uruguaya y belga, y —en lo que aquí más nos interesa destacar— el art. 92 del Código para San
Luis (redactado también por él), al cual agregó el de Buenos Aires: el "pero sólo" del comienzo; la procedencia del
embargo cuando se haya decretado la detención; y la facultad de recusar (segunda parte de la norma) permaneciendo
el resto del texto articulado idéntico en ambos Códigos.

Respecto de la télesis y caráter de la figura, precisaba Jofré que "Por el interés personal o pecuniario que se atribuye
al particular damnificado en el resultado del juicio criminal, la disposición lo autoriza a cooperar en cierta medida al
éxito de las averiguaciones y aun a la ilustración del proceso; pero no le permite asumir el rol de una verdadera parte
litigante"(38).

Posteriormente, la ley 10.358 (BO del 3/3/1986) modificó aquel art. 80 del Código de 1915, aunque no en una
forma sustancial que alterara el sentido caracterizante de la figura, tal como la concibiera Jofré, según lo consignamos
al final del párrafo precedente.

En efecto, la versión modificada (el artículo llevaba el número 88) únicamente agregaba al párrafo inicial la oración
"por sí con patrocinio letrado o por apoderado"; en el inc. 3 precisaba que la facultad para preguntar se refiere
o
"solamente" a los testigos y suprimía el vocablo "tachar", reemplazándolo por "incidente de inhabilidad"; y en el inc.
6 reemplazaba la voz "querellante" por "particular damnificado".
o

5.3. El Código vigente

De su lado, el Código Procesal Penal vigente (ley 11.922; BO 23/1/1997, en adelante CPPBA) mantuvo la
regulación del particular damnificado, por entenderlo como una institución "arraigada en la tradición jurídica de la
Provincia", dado que así lo expresaba la Nota de Elevación del Proyecto, luego convertido en ley codificada (arts. 77 a
82, inclusive).

Ahora bien, las propias normas originarias del CPPBA sufrieron diversas modificaciones, a saber: el artículo 77,
por la ley 13.572 (BO del 15/11/2006), que incorporó la "carta poder" como medio alternativo para formalizar la
constitución en particular damnificado; el art. 79, por la ley 13.183 (BO del 16/4/2004), mediante la cual se reformuló
el inc. 1º; se agregó la referencia al art. 146 en el inc. 2º, y se suprimió "salvo el caso de sentencia condenatoria" del
inc. 7º, y por la ley 13.943 (BO del 10/2/2009), que reformuló el inc. 4º y agregó la última oración del inc. 6º.

5.4. La ley 13.943

Párrafo aparte merece, por su trascendencia específica, la antes mencionada ley 13.943 (BO del 10/2/2009) en
tanto en cuanto ha venido a adjudicar nuevas incumbencias funcionales al particular damnificado, acá sí con el
significado de una fuerte mutación, en definitiva problemática, de la figura jurídica en sí misma considerada.

Corresponde mencionar que el Mensaje de Elevación del PE provincial (2097) de dicha ley sobre estas nuevas
incumbencias ha señalado la "consonancia con lo resuelto por la CSJN in re "Santillán", "Del Olio" y "Quiroga",
tendencia receptada en los Códigos de Procedimiento Penal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (ley 2303; arts.
207, 244 y concs.), Chubut (ley provincial 3155; arts. 37, 38, 298, 329 a 345), y Santa Fe (ley 12.734; arts. 16, 97, inc.
7 , 287, 329 y concs.).
o

En rigor, con tales citas se ha buscado fundamentar el reconocimiento al particular damnificado de "la facultad de
formular acusación y abrir automáticamente el juicio..." (textual en el mensaje).

En relación con las predichas nuevas incumbencias funcionales cabe indicar cómo normas complementarias
vinculadas a la regulación específica (arts. 77 y ss.) las establecidas, como reformadas, en los arts. 6º, 56 bis, 334 bis,
y 368 del CPPBA, las cuales, en su operatividad procedimental serán tratadas en los puntos pertinentes del presente
libro, a los cuales nos remitimos, más allá de algunas referencias generales que respecto de ellas haremos aquí.

5.5. Requerimiento de una construcción dogmática específica

Tanto por sus mutaciones como por las nuevas incumbencias funcionales adjudicadas al "particular damnificado",
viene requerida una construcción dogmática que, en cierto modo, "ponga al día" su concepto en el proceso bonaerense,
siempre pensando en su operatividad procedimental en él, más que nada.

Este requerimiento está dando por sentado el valor per se de toda construcción dogmática, porque ésta, al definir
conceptos, hace posible "...una aplicación segura y calculable del Derecho penal" (lo entendemos acá comprensivo del
procesal) y lo sustrae "a la irracionalidad, a la arbitrariedad y a la improvisación", pues cuanto "menos desarrollada
esté una dogmática más imprevisible será la decisión de los tribunales"(39).

Para este cometido tomaremos como base la versión legislativa actual de la figura del particular damnificado en
su núcleo, conformado por los antes mencionados arts. 77 a 82 del CPPBA con las pertinentes reformas antes
mencionadas de las leyes 13.183, 13.572 y 13.943, aunque sin perder de vista sus normas complementarias, v. gr., las
también citadas supra en 5.4, al final.

Justamente, el precipitado de contenidos en que se ha convertido hoy en día la figura jurídica del "particular
damnificado", aconseja una construcción dogmática específica de naturaleza descriptivo-lingüístico, reiteramos, con
base en la regulación legislativa vigente, cosa que pasamos a hacer.
5.6. Lo "descriptivo-lingüístico"

No sólo nos encontramos frente a un único nombre con contenidos diversos, sino que la descripción terminológica
legal muestra la equivocidad de las voces empleadas, con lo cual aumentan, si cabe, las dificultades para "recortar" la
figura bajo tratamiento en orden a su operatividad práctica, insistimos, que es aquello que sobre todo nos interesa
considerar aquí.

Entonces, con el fin de precisar el campo de operatividad funcional del instituto bajo tratamiento, analizaremos los
términos contenidos en el sintagma "persona particularmente ofendida", que constituye el núcleo normativo del vigente
artículo 77 del CPPBA, análisis que exige, en puridad, una lectura —mejor, una relectura— en "clave jurídica" de las
voces textualizadas en el artículo, a saber:

a) Respecto del sujeto legitimado para actuar como "particular damnificado" la ley procesal se remite a la voz
"persona" (art. 77, CPPBA), la cual, por cierto, puede ser entendida de dos maneras: como "persona física" o bien como
"persona moral o jurídica".

No puede caber duda —la relación de sentido con la voz "ofendida" se impone por sí misma— que primordialmente
el instituto del "particular damnificado" tiene como sujeto base a la persona física.

Si la figura jurídica del particular damnificado constituye en cierto modo una manifestación técnico-procesal de la
"víctima", recurriendo al elemento sistemático, cabe interpretar que las "personas jurídicas" puedan actuar en aquel
carácter, ello en correspondencia con el art. 84 del CPPBA.

Precisamente sobre esta última temática, señalemos que se ha cuestionado la legitimación para actuar como
particulares damnificados a personas de derecho público, como reparticiones del propio ente estatal, v. gr., la Fiscalía
de Estado provincial, aunque cabe advertir que esta postura no es pacífica(40).

b) respecto del término "particularmente" debe repararse que tanto el Código de 1915, como su reforma por la ley
10.358 mencionaban en el artículo correspondiente (el 80 y el 87, respectivamente) al "particular damnificado", es decir
un sustantivo con una calificación, sin otra connotación gramatical.

Es recién en el CPPBA donde aparece la expresión "particularmente ofendido" (art. 77), la cual asimismo contenía
el precepto "fuente", el art. 88 del Anteproyecto de Código Procesal Penal del PE provincial del año 1993; y en esta
nueva redacción, si buscamos el significado gramatical del adverbio "particularmente", la ambigüedad del término salta
a la vista: puede hacer tanto referencia a "especialmente" (1ª acepción) como a "privado" (3ª acepción)(41).

Tratando de solventar la predicha ambigüedad, entendemos que, tal como está redactado el texto, el elemento
gramatical de la interpretación nos lleva a tener el término examinado como equivalente de algo "privativo" del
"ofendido", con lo cual se desplaza el centro de gravedad hermenéutico hacia esta última voz, y

c) paradójicamente, la centralidad —al menos nominativa— para una determinación dogmático-descriptiva de la


figura jurídica bajo examen, no está dada por su adjetivación de "damnificado", sino por la de "ofendido" que, en rigor
de verdad, es la voz empleada en el art. 77 del CPPBA.

Si bien la voz "ofendido" remite vulgarmente a quien "ha recibido una ofensa", jurídicamente debe inteligirse el
vocablo como haciendo referencia al titular del bien jurídico protegido por la norma penal, es decir, el sujeto pasivo
del hecho incriminado; en cuanto al término "damnificado", en puridad debe entenderse, como quien, por causa directa
del hecho sufre un daño o agravio, material o moral(42).

5.7. Referencias complementarias

Para completar este intento de construcción dogmática específica debemos reparar en la referencia a los "delitos
de acción pública", contenida en el art. 77 del CPPBA, a cuyo respecto, inicialmente una precisión se impone: bajo la
categoría de delitos de "acción pública" corresponde incluir las acciones penales "dependientes de instancia privada"
(art. 72 del CPen.) las cuales, por su naturaleza, como resulta recibido, son "públicas".
Luego, como derivación de lo anterior, y sobre todo haciendo jugar sistemáticamente por analogía y "por contrario"
a la vez, el término "ofendido" (cfr. art. 381, primer párrafo del CPPBA), quedan fuera del alcance de la actuación del
particular damnificado, los llamados delitos "de acción privada" (art. 73 del CPen.), reemplazado en ésta por el
"querellante".

5.8. El art. 6º del CPP reformado

Por su importancia relacional, cabe traer particularmente a colación aquí lo dispuesto en el art. 6º del CPPBA
(según ley 13.943), en cuanto dispone que la acción penal pública corresponde al Ministerio Público Fiscal "...sin
perjuicio de la participación que se le concede (omissis) al particular damnificado", con lo cual se da en éste una suerte
de "coejercicio" —permítasenos el neologismo— de la acción pública cuando el Código lo autoriza (ver, en especial,
el art. 368, párrafo final, del CPPBA).

El texto incorporado reza: "Las peticiones del particular damnificado habilitarán al juez o tribunal a abrir o
continuar el juicio, a juzgar y condenar con arreglo a las disposiciones de este Código".

La norma incorporada coincide en sustancia con la última parte del art. 38 del CPP Chubut (ley XV-9, publ. el
5/5/2006) que establece: "Si en las oportunidades procesales que corresponden, el fiscal no formaliza la acusación (art.
291) o no requiere el dictado de una sentencia condenatoria (art. 321), las peticiones del querellante en cualquiera de
estos sentidos habilitarán a los tribunales a abrir el juicio (art. 298), a juzgar y condenar (arts. 329 a 345) con arreglo a
lo que se dispone en este Código, sobre lo dispuesto en el art. 44"(43).

El precitado texto, a nuestro juicio, bien puede servir como "norma análoga" y/o "fuente" a los fines de la
interpretación del artículo del CPPBA bajo examen(44).

5.9. Naturaleza jurídica

Como vimos, según la concepción de Tomás Jofré, el particular damnificado no asumía el "rol de una verdadera
parte litigante", añadiendo que "tal cosa" pondría en peligro la regularidad y brevedad del juicio, y menoscabaría las
atribuciones del Ministerio Fiscal, todo porque "interviene en el juicio de una manera excepcional" (45). La antes
mencionada reforma de la ley 10.358 mantuvo la textualización del artículo originario: (el particular damnificado) "No
reviste el carácter de parte...", cuya textualización fue suprimida por el CPPBA (ley 11.922).

Refiriéndose precisamente al "Código Jofré", Juan A. Solari Brumana en su clásica obra sobre el "particular
damnificado" afirmaba que, pese a lo manifestado por el autor de aquél, el concretamente afectado por el ilícito penal
que toma intervención en el proceso criminal, es parte, aunque limitada y contingente(46).

En la doctrina más reciente —si bien con referencias legislativas no siempre iguales— encontramos, por ejemplo,
que para José Luis Ares, el "particular damnificado" constituye una "parte restringida"(47); para Carlos Alberto Irisarri
"no es parte"(48), y para Roberto A. Falcone "es una verdadera parte en sentido procesal"(49).

5.10. Nuestro parecer

Si nos atenemos a que la noción de "parte" no es pacífica en el derecho procesal penal, poca o ninguna
significación, en una mirada práctica, tendría enfrascarnos en una polémica doctrinaria por lo demás en sí ajena al
formato del presente volumen.

Cobra, por el contrario, significación problemática constatar que, en diversos supuestos, el CPPBA subordina la
realización de ciertos actos al "pedido de parte" (v. gr., arts. 36 y 38 —cuestiones de competencia—; 109 —rectificación
de errores u omisiones—; 121 —acuerdo con el secretario—; 146 —medidas de coerción—; 168 —internación del
imputado—, etc.), o manda notificar "a las partes" (v. gr., arts. 125 —notificaciones—; 277 —actos del art. 276—;
338 —constitución del tribunal—, etc.).

Sin pretender agotar una solución a la antedicha problemática, ensayamos decir que, atento a como está legislado
hoy en día el "particular damnificado" en el CPPBA, el órgano judicial tendría que verificar, caso por caso, no tanto si
aquél es "parte" o no, sino más bien si está "legitimado" según la forma en que está legislada la figura, para peticionar
la realización del acto del que se trate y/o para intervenir en él; de algún modo, lo dispuesto en el art. 82 del CPPBA
(sintagma "...cuando la situación del proceso así lo aconseje"), pensamos puede servir, como analogía intrasistemática,
para apoyar esta respuesta técnico-práctica.

Sin embargo, debemos señalar asimismo, para bien situar esta problemática, que en distintos lugares, el CPPBA
se refiere expresamente a la intervención del particular damnificado (v. gr., arts. 97 —abandono de mandato o
patrocinio—; 168 bis —participación en la audiencia preliminar—; 231 bis —reintegración de inmueble—; 374 —
hecho distinto—, etc.).

5.11. Constitución

El primer párrafo del art. 77 del CPPBA —el cual precisamente lleva el epígrafe "Constitución"— establece la
posibilidad para la persona (ver, supra, 5.6) de "constituirse" en calidad de "particular damnificado".

Se tratará, la "constitución", del acto procesal por el cual el presentante expresa su pretensión de intervenir
("constituirse") en el proceso del que se trate, asumiendo con ello los derechos, facultades, deberes, obligaciones y
cargas correspondientes; y justamente, en tanto acto procesal, estará sometido a las clásicas circunstancias de tiempo,
forma y lugar.

Lo relevante consiste en que aquella posibilidad de constitución se concreta, ante todo, en un cabal "derecho" a
intervenir en el proceso, claro está siempre condicionado a que se cumplimenten los requisitos para la configuración
de tal derecho, es decir, tener justificada la "calidad" (es decir, el carácter) que exige la ley (sustantiva y adjetiva).
Veámoslo seguidamente.

a) En cuanto al tiempo, el art. 78 del CPPBA establece que para constituirse en particular damnificado "... bastará
la presentación espontánea, sin que con ella pueda retrogradarse la tramitación de la causa", acá la voz "espontánea"
hace referencia a una presentación voluntaria y por propia iniciativa; y en cuanto a la no retrogradación de la causa, su
razón de ser estriba en no alterar el buen orden [secuencial] del proceso, ante todo.

También en cuanto a lo temporal, el referido art. 78 del CPPBA en su segunda parte, fija el momento para la
constitución "hasta la oportunidad prevista en el art. 336"; en cuya fijación pensamos se ha deslizado un error material,
pues en concordancia con el art. 66, última parte, la oportunidad tope sería la del art. 334, es decir, el acto de la elevación
a juicio(50).

La consecuencia jurídica de la presentación más allá del término fijado será la caducidad: el rechazo "sin más
trámite" de la presentación, decisión que será inimpugnable, según lo dispone en modo expreso la propia norma que
tratamos.

b) El art. 77, CPPBA, establece como forma, la escritura, para concretar el pedido de constitución, sin disponer
qué requisitos debe contener —salvo el del domicilio procesal— el escrito respectivo; de cualquier manera los
establecidos en el art. 66 para la constitución del actor civil podrán servir de guía por analogía intrasistemática.

La presentación podrá efectuarse personalmente con patrocinio letrado o mediante apoderado con mandato
especial o general, pero en este último caso incluyendo facultades especiales, que es lo fundamental.

La ley 13.512 incorporó como manera posible de la "constitución" la "Carta poder", que es el "documento de
mandato o de apoderamiento, suscrito por el poderdante, con certificación"(51)en nuestro caso por escribano, o por
funcionario judicial letrado habilitado o por secretario de la Fiscalía o Juzgado de Garantías.

c) Respecto del lugar del acto, según se desprende del inc. 1º del art. 23 del CPPBA, será en el Juzgado de Garantías
interviniente donde deberá presentarse el pedido de constitución, a fin de que se resuelva sobre él.

5.12. Habilitación

La resolución del juez de Garantías es la que configura, en puridad, la habilitación de quien pretende intervenir
en el proceso como particular damnificado; incumbencia de dicho magistrado que se extiende a las "cuestiones" que
puedan suscitarse por la presentación en sí misma, según también se desprende del precitado inc. 1º del art. 23 del
CPPBA.

Esta resolución debe formalizarse mediante "auto fundado" (art. 106 del CPPBA), según lo dispone expresamente
el art. 77 del mismo cuerpo legal; es decir, se debe expresar determinantemente que el peticionante reúne los recaudos
exigidos por la ley (adjetiva y sustantiva) para ser tenido por particular damnificado.

En cuanto al régimen impugnativo, la decisión habilitante resulta irrecurrible, pues no hay recurso previsto y —
al menos como regla— aquélla no causa gravamen irreparable (arts. 421 y 439 del CPPBA); por el contrario, la
resolución denegatoria de la habilitación será recurrible mediante apelación para ante la Cámara de Garantías (arts.
439 y concs. y 21, inc. 1º del CPPBA).

5.13. Derechos y facultades

La primera parte del art. 79 del CPPBA, establece que quien haya sido admitido como particular damnificado
"...sólo tendrá los siguientes derechos y facultades".

Esta restricción, a poco que se recorra el CPPBA luego de la reforma de la ley 13.943 —a la que venimos
refiriéndonos aquí— aparece como un resabio no determinante de la versión originaria del particular damnificado según
lo concibiera Tomás Jofré(52); y efectuada esta salvedad, pasamos a referirnos sucintamente a los supuestos —inciso
por inciso— previstos en la norma que estamos examinando.

El inciso 1º dice: "Solicitar las diligencias útiles para comprobar el delito y descubrir a los culpables, siendo de
aplicación lo previsto en los artículos 273 y 334 segundo párrafo. Sin perjuicio de ello, podrá reiterar su solicitud en la
oportunidad determinada en el artículo 338". Esta facultad cabe insertarla, más que nada —y sin perjuicio de las otras
remisiones— en el marco general del art. 273, en cuanto éste se refiere a la posibilidad de que las partes propongan
diligencias "pertinentes" y "útiles". La voz "diligencia" la debemos tomar en el sentido de todo acto procesal practicable
legalmente en la investigación penal preparatoria (arg. art. 334, CPPBA); el término "útil" quiere acá decir que las
diligencias puedan servir al éxito de la investigación dentro de sus límites institucionales.

El inciso 2º preceptúa: "Pedir medidas cautelares para asegurar el pago de la indemnización civil y las costas.
Dichas medidas serán procedentes cuando se reúnan los requisitos del artículo 146 incisos 1, 2 y 3. El Juez de Garantías
determinará la naturaleza y cuantía de la medida y fijará la adecuada contracautela. La resolución deberá ser fundada y
será impugnable por recurso de apelación a pedido del particular damnificado o el imputado ante la Cámara de
Apelación y Garantías en el plazo establecido en el artículo 441". La norma conecta, básicamente, con lo dispuesto en
los arts. 197 a 200, aunque podrían solicitarse otras medidas cautelares civiles además del embargo o la inhibición (arts.
195 y ss. del CPCCBA). Por nuestra parte entendemos que —aún luego de las reformas de la ley 13.943— al particular
damnificado le está vedado pedir medidas de coerción personal, atento a la taxatividad del inciso: "asegurar el pago de
la indemnización civil y las costas y a la interpretación restrictiva de este tipo de medidas", según preceptúa el art. 3º
del CPPBA.

El inciso 3º edicta: "Asistir a las declaraciones de los testigos durante la investigación penal preparatoria, con
facultad para formular preguntas y pedir aclaraciones". Coincidimos con Ares en cuanto a que al particular damnificado
le está impedida la presencia y participación en el acto de la declaración del imputado (arts. 308 y ss. del CPPBA),
compartiendo sus dichos en el sentido que "...ello es un acierto pues deben equilibrarse y armonizarse los derechos de
los protagonistas del conflicto que da origen al proceso penal, y de llegar el mismo a un juicio oral y público, ahí sí
podrá el particular damnificado escuchar al imputado (si decidiese declarar) y efectuarle preguntas"(53). Por cierto, la
constitución en particular damnificado no exime al constituido de declarar como testigo (art. 80 del CPPBA).

Los incisos 4º, 5º y 7º dicen respectivamente: "Formular requerimiento de elevación a juicio con los alcances del
artículo 334 bis e intervenir en la etapa de juicio"; "recusar en los casos permitidos al imputado"; y "recurrir en los
casos, por los medios y en la forma prevista para los representantes del Ministerio Público Fiscal, aun cuando dicho
representante no recurra". Respecto de dichos incisos nos remitimos a las partes pertinentes de esta obra donde son
tratados los supuestos especiales contenidos en las normas correspondientes.

Por último, el inciso 6º preceptúa: "Activar el procedimiento y pedir el pronto despacho de la causa".

Esta prerrogativa del particular damnificado se inscribe, sin duda, dentro del estándar de la "duración razonable"
del proceso (arts. 2 del CPPBA y 15 de la Const. prov.). En el marco del art. 110 del CPPBA el "particular damnificado",
o

en cuanto "interesado", según mención de la norma, podrá encontrar el camino procedimental para obtener el "pronto
despacho", que también menciona aquélla.
5.14. Notificaciones

Asumiendo un tema donde prevalece el aspecto práctico, el CPP BA dispone, en su art. 82, lo siguiente:
"Notificaciones. Al particular damnificado se le deberán notificar únicamente las resoluciones que pueda impugnar.
Sin perjuicio de ello, será facultad del órgano interviniente notificarle otras o conferirle motivadamente vistas o
traslados, cuando la situación del proceso así lo aconseje. Si el órgano no hiciere uso de esta facultad, el particular
damnificado no podrá invocar agravio alguno".

Al igual que el "sólo" del art. 79, la voz "únicamente" implica una restricción relativa si se la considera a la luz de
las reformas de la ley 13.943, cosa que exige una cuidadosa interpretación sistemática, recordando a estos respectos
que aparecen como obligatorias las notificaciones establecidas en el art. 56 bis (disposición del archivo) y 334 bis
(posibilitar el requerimiento de elevación).

La segunda parte del artículo tiene un claro objetivo ordenatorio, que requerirá del órgano encargado de notificar
un prudente "deber de actuar", ponderando las circunstancias de cada caso, "cuando así lo aconseje", según el lenguaje
legal, debiéndose tener en cuenta que el requisito de la "motivación" rige para las vistas y traslados facultativos, según
se desprende del texto legal. La expresión "órgano interviniente" deberá ser interpretada con amplitud: fiscal, juez o
tribunal donde esté participando válidamente el particular damnificado.

5.15. Recapitulación sistemática

Recapitulando todo lo que hemos dicho hasta aquí, procederemos a dar una visión sistemática del particular
damnificado, precisando que el propósito que nos mueve no es otro que el de caracterizar un "particular damnificado"
que de algún modo atenúe las ambigüedades que hoy lo afectan y permita un más seguro funcionamiento del instituto,
en la praxis del proceso y del procedimiento penal bonaerense.

A nuestro juicio, la figura jurídica del "particular damnificado", tal cual se encuentra hoy legislada en la provincia
de Buenos Aires, se integra, por un lado, con la noción de interés y, por el otro, con las categorías de derechos,
facultades, deberes, prohibiciones y cargas que le competen.

Comenzando por lo primero, el "interés" adjudicado por Jofré al "particular damnificado" —resarcimiento
económico e ilustración del proceso— se ve —sino eliminado totalmente— por lo pronto completado —y hasta podrá
decirse superado— con las peticiones que autoriza el art. 6º y con las prerrogativas que establecen los arts. 56 bis, 334
bis y 368, último párrafo, todos del CPPBA.

Pues bien, tales peticiones posibles y prerrogativas ciertas, colocan institucionalmente al "particular damnificado"
—si es que así puede decirse— en el "orden de la acusación", con el consiguiente "interés" [facultad de elegir] de que
ella se realice efectivamente según la marcha del proceso.

En cuanto a lo segundo —productos normativos en cabeza del "particular damnificado"— cabría inicialmente
delimitar los campos a saber:

a) Derechos: básicamente, el de intervenir en el proceso (art. 77 del CPPBA) y el de acusar (arts. 334 bis y 368,
último párrafo ibíd.);

b) Facultades: centralmente las posibilidades de petición del art. 6º y las establecidas en el art. 79 (ibíd.);

c) Deberes: declarar como testigo (art. 80 ibíd.);

d) Prohibiciones: de intervenir en la etapa de ejecución (art. 81 ibíd.) y oponerse a la elección del juicio abreviado
(art. 402 ibíd.), y

e) Cargas: su asimilación al MPF como acusador lleva aneja la carga probatoria que establece el art. 367 del
CPPBA.
Concluyendo: por todo aquello que hemos venido exponiendo hasta aquí, según la inequívoca adjudicación al
particular damnificado de funciones acusatorias autónomas, siquiera por equiparación con el MPF, aquél reviste —a
nuestro juicio— el carácter de "parte". Lo es como parte acusadora en lo penal y eventualmente, como demandante en
lo civil, cuando actúa como actor de esta especie (art. 77, in fine, del CPPBA).

6. LA VÍCTIMA(54)

6.1. La víctima en el proceso y en los procedimientos penales

Cabe señalar que el ordenamiento procesal penal instaurado por el CPPBA vigente (ley 11.922 y sus reformas) se
ha hecho debido cargo del fenómeno jurídico complejo compuesto por lo que se ha denominado la "neutralización", el
"renacimiento", el "protagonismo" y la "asistencia" de la víctima(55).

La ley 13.943 ha venido a acentuar esto, leyéndose a su respecto en el Mensaje de Elevación de esta ley que "la
internalización de los derechos humanos representa los nuevos principios de una víctima protagonista frente al delito";
y antes, en la Nota de Elevación del Proyecto del Código vigente (ley 11.922) se decía "...se otorga a la víctima del
delito facultades y atribuciones que le confieren un desempeño más protagónico en el proceso...".

6.2. Regulación legal autónoma

En definitiva, el sistema procesal penal bonaerense viene a asegurar, al presente, respecto de la víctima el "derecho
a la tutela judicial efectiva", consagrado en el artículo 15 de la Constitución provincial, norma que se compadece e
integra con la establecida en el art. 25 de la Convención Americana en cuanto estatuye la "protección judicial" para
"toda persona".

En lo básico, se ha dedicado a la víctima un lugar autónomo sistemático central en los arts. 83 a 88 inclusive del
CPPBA, normativa que, entonces, debe ser entendida en relación con la precitada regla constitucional local y su
complementaria convencional.

Dicho núcleo normativo básico, además, debe ser completado por otros preceptos del mismo Código, que
expresamente se refieren a la actuación de la víctima.

Sin agotar los supuestos, tomamos como ejemplos de relación de la víctima con el ejercicio de la acción penal
pública (art. 6 ); con su derecho respecto de la acción dependiente de instancia privada (art. 7 , in fine, y 285); con su
o o

interés para recusar (art. 48); con su derecho a la reparación (art. 56, cuarto párrafo); con su derecho a ser oída por el
fiscal (art. 59, inc. 2º), con su régimen especial de declaración testimonial cuando es menor (art. 102 bis y ter); con su
rol para merituar el indicio de fuga del imputado (art. 148, inc. 3º de la primera parte), y con su protección respecto de
su intimidad en el juicio oral (art. 342).

6.3. Noción

En el derecho argentino, tradicionalmente la víctima fue asumida dentro de las figuras clásicas del "querellante",
del "particular damnificado" y del "actor civil"(56).

Ahora bien y sin menoscabo de su identificación en aquellas figuras clásicas, hoy en día, surge una nueva figura
procesal específica regulada legislativamente, que podemos denominar "víctima a secas", la cual resulta ser, en
principio, la persona humana vista como sujeto individual.

Semánticamente la víctima se ha caracterizado, en lo que podríamos llamar su dirección jurídica, como quien
padece un daño por culpa ajena(57)y en el ámbito del derecho procesal penal, con Jorge Vázquez Rossi digamos que la
víctima es el sujeto que se postula o aparece como puntual y como concretamente ofendido por los hechos delictivos (58).
Compulsando distintas normas del CPPBA se desprende que la calidad de víctima siempre tendrá que ser
"acreditada". En efecto, el art. 59, inc. 2º, menciona a quien "afirmara" su condición de víctima; el art. 85 indica a quien
alegare "verosímilmente" su calidad de víctima. Estos términos conducen a la comprobación de que se trata de una
legitimación si se quiere "incompleta", "imperfecta" o "inacabada", aunque siempre en relación con la legitimatio ad
causam, esto es la relacionada con el conflicto social implicado en una infracción penal.

6.4. Carácter

Respecto de la víctima "a secas" —individual o colectiva— tal cual está regulada autónomamente en el CPPBA
—y en esto nos remitimos a la Introducción del presente capítulo— no puede adscribirse sin más a la categoría de
"parte", cualquiera que fuere el punto de vista que de ésta se tenga en el proceso penal.

Antes bien, recurriendo como símil a una categorización corriente de la doctrina italiana, y en tal sentido
problemático, cabría ensayar definir a la "víctima a secas" como el mero "titular de una posición de sujeto procesal
relevante"(59).

En verdad, se trata de un "interviniente" en el lenguaje del Código bonaerense y, desde el punto de vista nominal,
no podría ser alcanzada por las menciones legales a las "partes", por diferencia al "particular damnificado" como
señalamos al tratar a éste.

6.5. La víctima colectiva o difusa

Ciertamente, como lo adelantamos en una primera y fundamental aproximación, la idea de víctima, según la
regulación codificada que examinamos, apunta a la persona física individual, pero esto no excluye la complementación,
sistemática y problemática al mismo tiempo, con la idea de víctima colectiva o difusa.

Precisamente, al respecto el art. 84 del CPPBA establece: "Víctima colectiva o difusa. Cuando la investigación se
refiere a delitos que afectasen a intereses colectivos o difusos, las personas jurídicas cuyo objeto sea la protección del
bien tutelado en la figura penal, o en su defecto, cualquier ciudadano, tendrán la legitimación a la que se hace referencia
en el presente capítulo".

Con mención al precitado artículo, lo "colectivo" apunta a una agrupación de individuos, más allá de las
denominaciones al uso; en cuanto a lo "difuso" significa aquí, más que nada, lo dilatado o superabundante también al
margen de las denominaciones corrientes(60).

Pero aquello que a nuestro juicio reviste un mayor interés práctico es el tema de la legitimación de este tipo de
víctima y aunque la norma pareciera restringida —voz personas jurídicas— la mención a "cualquier ciudadano" a
nuestro entender sitúa la cuestión en el ámbito de una cabal acción popular.

El precitado carácter, por su amplitud, siempre a nuestro entender, deberá prevalecer en el funcionamiento —
interpretación y aplicación— de la norma, sobre todo en cuanto viene a tutelar en sí misma el acceso a la justicia para
todos los afectados por un delito penal (argumento arts. 15, Const. prov., y 25, Conv. Americana, arriba citados).

6.6. Derechos y facultades

El artículo 83 del CPPBA bajo el epígrafe "Derechos y facultades" enumera a éstos, y en cuanto garantizados, en
nueve incisos. Pues bien, con base en esta enumeración y con los complementos normativos que hemos señalado más
arriba, puede intentarse la siguiente reconducción dogmática mínima:

a) Derecho a la actuación: que se puede revelar en la provocación del proceso penal mediante denuncia,
constitución en actor civil, querellante privado, particular damnificado o en víctima a secas y en el cumplimiento de
ciertos actos procesales en determinados lugares (arts. 6º, 7º, 23, inc. 1º, 56 bis, 65, 77, 285 y 318);
b) Derecho a la información: que se puede concretar sobre los resultados del acto procesal en que la víctima ha
participado, sobre las facultades que puede ejercer en el proceso y sobre el estado de la causa y la situación del imputado
(arts. 83, inc. 3º, 294, inc. 10 del CPPBA, y 12, inc. 4º de la Constitución provincial);

c) Derecho a la asistencia: que se puede diversificar en un trato digno y respetuoso, en el sufragio de gastos, en la
protección de la integridad personal y en el acompañamiento por una persona de confianza durante la realización de
ciertos actos (arts. 83, incs. 1º, 4º, 5º, 6º, y 342 CPPBA, art. 12, inc. 3º, Const. prov.); d) Derechos al reintegro de
efectos y al cese de situaciones antijurídicas causadas por el delito: que se pueden ejercer según lo disponen los arts.
522 (reintegro) y 231 bis (situaciones antijurídicas), por ejemplo.

e) Derecho a reclamar por demora en las actuaciones: que se puede hacer valer según lo disponen el inc. 9º del
art. 83 del CPPBA y el art. 15 de la Constitución provincial, y

f) Derecho a que continúe el proceso con la revisión de la desestimación de la denuncia o el archivo: que es dable
hacer prevalecer según lo establecido en el art. 83, inc. 8º, en juego sistemático con los arts. 56 bis (revisión de archivo)
y 290 (revisión de la desestimación de la denuncia).

6.7. Medida cautelar

En su último párrafo el art. 83 del CPPBA establece: "En los procesos por lesiones dolosas, cuando la convivencia
entre víctima y victimario haga presumir la reiteración de hechos del mismo carácter, el juez de Garantías podrá
disponer como medida cautelar, la exclusión o la prohibición del ingreso al hogar. Una vez cesadas las razones que
motivaran fundadamente la adopción de la medida, se podrá requerir su inmediato levantamiento".

Se ha dicho que la prevista por la norma es una medida cautelar que proviene más bien del campo procesal civil
que del estrictamente específico del juzgamiento represivo(61).

El juez de Garantías es el órgano habilitado objetivamente para disponer la medida; podrá ser decretada en los
procesos cuyo objeto sea la hipótesis delictual básica del art. 89 del Código Penal; su finalidad apunta tanto a la
protección de la víctima en sí misma cuanto a la prevención especial procurando impedir la reiteración de hechos de la
misma naturaleza.

La resolución deberá ser fundada —mejor, motivada—; es decir, deberán existir razones suficientes para ser
aconsejable tomar la medida; lo esencial para la operatividad de la norma es que la víctima y el victimario convivan y
por fin le es aplicable el principio según el cual toda medida cautelar es interina y mutable en sí misma.

6.8. Situación

Un precepto más que interesante en la práctica de la regulación bonaerense de la víctima, consiste en aquello que
el artículo 86 denomina "situación" de ella. Dicha norma establece: "Lo atinente a la situación de la víctima, y en
especial la reparación voluntaria del daño, el arrepentimiento activo de quien aparezca como autor, la solución o
morigeración del conflicto originario o la conciliación entre sus protagonistas, será tenido en cuenta en oportunidad de:
1º) ser ejercida la acción penal; 2º) Seleccionar la coerción penal. 3º) Individualizar la pena en la sentencia. 4º)
Modificar, en su medida o en su forma de cumplimiento, la pena en la etapa de ejecución".

A su respecto ha señalado Ares que la "...enumeración de las relaciones entre víctima y presunto autor que tendrían
incidencia en las decisiones mencionadas [las del artículo] no es taxativa sino simplemente enunciativa"(62).

El sentido general de la norma tiende a colocar —dialécticamente— al imputado en situación más ajustada, así
como posibilitar un mayor protagonismo de la víctima, todo en busca de un equilibrio de intereses entre autor y paciente
del delito.

En lo particular se ha señalado que el tema se relaciona, por una parte, con lo dispuesto en el art. 41 del Código
Penal y, por la otra, con la aplicación del principio de oportunidad, tan indispensable para la vigencia del principio
constitucional de legalidad (arts. 18, 33, 75, inc. 22, CN)(63).
De cualquier manera la experiencia forense lleva a constatar el poco uso que los operadores del sistema hacen de
la norma que estamos considerando, que en sí misma y en sus proyecciones resulta axiológicamente idónea para
plasmar equilibradamente un "mejor" enjuiciamiento criminal.

Desde otro lado —pero, en puridad, en orden a la "situación" procesal de la víctima—, el art. 87 del CPPBA
dispone: "Acuerdos patrimoniales. Todos los acuerdos dirigidos al más rápido resarcimiento del perjuicio invocado por
la víctima o damnificado, deberán ser puestos en conocimiento de los órganos intervinientes a los fines que
correspondan". A su respecto, Irisarri ha señalado que la expresión "órgano interviniente" contenida en el artículo se
"extiende al Centro de Asistencia a las Víctimas", al Patronato de Liberados, al Servicio Penitenciario, al Ministerio
Público Fiscal y a los jueces, resultando para todos ellos —en la medida de su conocimiento— una obligación de
comunicación para con los otros"(64).

Debemos reparar que la norma bajo análisis —siempre en orden a la "situación" de la víctima— concuerda con la
primera parte —y sin perjuicio de otros supuestos procesales— del art. 86: "la reparación voluntaria del daño" y con el
inc. 5º del art. 266: "Comprobar (la IPP) a los efectos penales, la extensión del daño causado por el delito".

6.9. Asistencia

El art. 85 del CPPBA dispone: "Asistencia genérica y técnica. Desde los primeros momentos de su intervención,
la Policía y el Ministerio Público Fiscal suministrarán a quien alegue verosímilmente su calidad de víctima, la
información que posibilite su derecho a ser asistida como tal por el Centro de Asistencia a la Víctima, aun sin asumir
el carácter de particular damnificado o actor civil.

"Para el ejercicio de los derechos que se le acuerdan a quien alega su condición de víctima, no será obligado el
patrocinio letrado.

"Si no contara con medios suficientes para contratar un abogado a fin de constituirse en particular damnificado, el
Centro de Asistencia a la Víctima se lo proveerá gratuitamente, a fin de que acceda legítimamente al procedimiento
judicial".

El Código, como vemos, no se ha limitado a reconocerle a la víctima derechos y facultades; ha ido más lejos y
prevé que ellos sean realmente operantes, proveyendo a su asistencia plena. Pero hay más: la no obligatoriedad del
patrocinio letrado y la provisión de un abogado, gratuitamente, para actuar como particular damnificado, muestran una
clara postura tuitiva y facilitadora del Estado provincial en este terreno.

La información que prevé el artículo conecta con lo dispuesto en el art. 88, el cual dice: "Comunicación. Todos los
derechos y facultades reconocidos en este Capítulo, serán comunicados por el órgano interviniente a la víctima, desde
el momento mismo del inicio de la investigación y en la primera diligencia procesal que con ella se efectúe.

"En tal oportunidad se le hará entrega de una copia de los artículos 83 a 88 de este Código.

"Asimismo, se le comunicarán las facultades y derechos que puede ejercer contra los responsables civiles del
hecho, contra el asegurador del imputado si lo hubiere y la facultad que tiene de constituirse en actor civil o particular
damnificado".

En rigor de verdad, esta norma no hace otra cosa que determinar y reconocer prácticamente el derecho a la
información, aplicado a la víctima, que mencionamos más arriba y que tiene, como norma jerárquica fundante, la
consagrada en el art. 12, inc. 4º de la Const. prov.

7. EL IMPUTADO(65)

7.1. Concepto y carácter


Comencemos recordando, sin compromisos de escuela ni con pretensión de agotar el alcance del concepto, que
Alfredo Vélez Mariconde enseñaba que el imputado "es el sujeto esencial de la relación procesal a quien afecta la
pretensión jurídico-procesal deducida en el proceso"(66).

Partiendo de esa noción y teniendo en cuenta la legislación vigente en la provincia de Buenos Aires se advierte
que estamos de cara a una "parte penal esencial" (proceso) con una situación (procedimiento) determinada, cuya
legislación debe examinarse en su proyección respecto de derechos, garantías y facultades, por un lado, y deberes y
obligaciones, por el otro, en su conjunto operativos en cualquier grado o estado del procedimiento, relevantemente,
desde sus inicios.

Las precitadas posibilidades de hacer o no hacer son todos productos normativos(67), los cuales, respecto del impu-
tado, exigen un examen adecuado con su naturaleza, en especial en el campo de los deberes y obligaciones que cabe o
no adjudicarle según su situación procesal.

En puridad, el imputado —y ello resulta tanto inconcuso como recibido en la actualidad— es un "sujeto de
derecho" y no un mero "objeto" de persecución penal, percibida esta última connotación como un verdadero resabio de
sistemas de enjuiciamiento penal superados tanto histórica como axiológicamente.

7.2. Inmunidad de coacción

En cuanto sujeto de derecho y como tal, el imputado goza de inmunidad de coacción, salvo las restricciones que
sean necesarias para salvaguardar los fines del proceso (ver, a estos respectos, el art. 144, 2ª parte del CPPBA, en la
medida en que determina restricciones para "asegurar la averiguación de la verdad, el desarrollo del procedimiento y
la aplicación de la ley").

Dicha "inmunidad de coacción" implica, entre otros supuestos, la imposibilidad de poner al imputado en la
necesidad de confirmar su estado de inocencia; no constreñirlo para actuar en su contra; y no impedir su actividad
defensoria, por sí y/o por actuación de un defensor técnico, oficial o particular.

Justamente, sobre esta temática, situándose en el ámbito normativo-constitucional, ha dicho Julio B. J. Maier que
"la Constitución nacional ha prohibido toda forma de coerción que elimine la voluntad del imputado o restrinja la
libertad de decidir acerca de lo que le conviene o quiere expresar"(68).

7.3. Sistema normativo

Siguiendo la línea de los digestos argentinos actuales de la materia, el CPPBA dedica un capítulo especial al
imputado (arts. 60 a 64 inclusive), en clara dirección de autonomía sistemática, y es así como, al comienzo del art. 60
del CPPBA se establece que "Se considerará imputado a toda persona que en cualquier acto o procedimiento se la
indique o detenga como autor o partícipe de la comisión de un delito".

Se ha dicho que la "condición de imputado definida por el art. 60 del CPP, al margen de toda connotación
estigmatizante, genera importantes efectos jurídicos procesales, vinculados directamente con la vigencia de las
garantías constitucionales"(69).

Debemos hacer notar —para tener una idea suficientemente completa de la parte procesal que tratamos— que el
quinto párrafo del art. 308 del CPPBA se refiere —si bien implícitamente— a la figura del denominado "imputado no
procesado", del cual no nos ocuparemos en este capítulo, remitiéndonos a otro lugar del presente volumen (70).

Pero más que nada conviene poner de relieve que el contenido legal especial del antes mencionado art. 60 del
CPPBA se relaciona, por lo pronto, con otras regulaciones del mismo Código:

a) La textualización de las garantías fundamentales (arts. 1 y 2 del CPPBA), plenamente operativas en cuanto al
o o

imputado se refiere;

b) la afirmación del criterio rector de que el imputado, según principio basilar codificado, como regla permanecerá
en libertad durante el proceso (art. 144, ibíd.);
c) la disciplina del cometido de defensores y mandatarios (arts. 89 a 98, ibíd.), dispuesta ante todo para hacer
efectivo en plenitud el derecho de defensa en juicio del imputado;

d) la regulación de distintas situaciones procesales, en las que pueda encontrarse el imputado como la rebeldía, el
acto de declarar y la libertad por falta de mérito (arts. 303 y ss., 308 y ss, y 329, ibíd., respectivamente), y

e) la determinación de facultades impugnativas del imputado como tal, en lo general y en el recurso de casación,
como en una de sus especies (arts. 424 y 454, ibíd., respectivamente).

7.4. Definición legal

La norma que establece el art. 60 del CPPBA, a la que venimos refiriéndonos, proporciona, en rigor de verdad,
una definición legal del imputado, la cual, en cuanto descriptiva, puede descomponerse semánticamente, aunque en
forma elemental, del siguiente modo:

a) consideración: la expresión "se considerará imputado" lleva a entender que estamos de cara a una "estimación",
es decir, nos hallamos ante una creencia o apreciación inicial respecto del carácter atribuido;

b) persona: el imputado, en sí mismo, es una persona física; se descartan entonces como imputadas, las personas
jurídicas(71);

c) acto o procedimiento: el art. 60 del CPPBA utiliza la voz "cualquier" acto o procedimiento; es decir supuestos
indeterminados, sin distinción alguna; aunque resultan controvertidos los casos de la denuncia o de la querella (72);

d) indicación o detención: el imputado es un "indicado", esto es, un "señalado", y como tal con esta indicación
basta para su configuración y, ante ello, la detención —así podríamos decir— "confirma" la indicación, y

e) autor o partícipe: tanto el "acto o procedimiento" como la "indicación o detención" deben contener una impu-
tación, direccionada a categorías personales propias del derecho penal sustantivo (arts. 45 y 46 del CPen. en sentido
amplio).

7.5. Derechos, garantías y deberes

Debemos tener presente, como base de entendimiento respecto de su situación procesal, que el imputado, hasta
que no exista una condena firme en su contra, reviste la condición de inocente. En su consecuencia, el imputado está
amparado por un conjunto de derechos y garantías, que podemos diferenciar —pero no separar— como constitucionales
(v. gr., arts. 18 y 33, CN, entre otros), constitucionalizadas (art. 75, inc. 22, CN) y legales (arts. 1º y 2º, CPPBA); por
tanto, el imputado está asegurado por un plexo normativo jerarquizado de amplio alcance.

Para la enumeración, explicación e incidencia en el procedimiento de dichos derechos y garantías como asimismo
respecto de los deberes del imputado, cambiándose lo que se debe cambiar, nos remitimos a los capítulos primero y
noveno de la presente obra. De cualquier modo, en vista de su inexcusable operatividad en el procedimiento bonaerense,
ponemos de relieve que

a) El art. 60 del CPPBA manda —se trata de un deber— anoticiar al imputado (por lo pronto en cuanto al "objeto
penal" se refiere), de sus derechos: a ser informado de la imputación (inc. 1º); a comunicarse con su defensor (inc. 2º);
y a no declarar contra sí mismo ni confesar (inc. 3º); lo que cuenta, en verdad, es que detenido o no, el imputado, desde
el comienzo de su involucración en el procedimiento, conozca cuáles son sus derechos fundamentales, y pueda de tal
modo ejercerlos plenamente, y

b) el mismo artículo "faculta" —voz "podrá"— al imputado detenido a formular "instancias" ante el funcionario
que lo custodie, quien está a su vez "obligado" —voz "comunicará"— a transmitirlas al "órgano interviniente"(73); por
lo demás, el concepto de "instancias" es amplio, comprensivo de toda solicitud que pueda efectuar el imputado en
resguardo (garantías) de sus derechos.
7.6. Identidad física

La configuración del imputado como persona física trae consigo la cuestión problemática de la coincidencia entre
el individuo "indicado" y el realmente "investigado", cuestión que por lo pronto emerge implícita de lo dispuesto en el
inc. 3º del art. 266 del CPPBA en cuanto establece, entre los fines de la investigación penal preparatoria, el de
"individualizar a los autores y partícipes del hecho investigado".

Por lo tanto, si no hay certeza sobre dicha coincidencia, se procederá a la "individualización" del imputado que se
efectuará por reconocimiento testimonial (según el trámite previsto en los arts. 257 y ss.) o por "otros medios" (v. gr.,
señas particulares, fotografías, etc.), todo esto según lo prescripto por el art. 61 del CPPBA.

Llegado a la certeza de la identidad física de la persona imputada, los datos (nominales) obtenidos no alterarán el
trámite de la causa, según lo dice con suficiente claridad la misma norma, a la cual nos remitimos.

7.7. Identificación nominal

Pese a que, como vimos en el apartado precedente, el proceso se constituye para juzgar a una persona física, más
allá del nombre que suministre u ostente, lo cierto es que, corrientemente, la coincidencia se produce, tal como lo
certifica la experiencia forense en nuestro caso provincial. Se tratará, entonces, de la denominada "identificación
nominal", por cierto supuesto distinto técnicamente del anterior, el de la "identidad física", coincidiendo la primera con
las llamadas "generales del imputado".

Espigando el CPPBA, aparece como medio técnico para lograr esta "identificación nominal" el llamado
"interrogatorio de identificación", que se da en los siguientes actos centrales del procedimiento:

a) En el acto de la declaración del imputado, en virtud del art. 311 del CPPBA, el cual, precisamente, tiene como
acápite "Interrogatorio de identificación", diciendo: "...se solicitará al imputado proporcionar su nombre, apellido,
sobrenombre o apodo, si lo tuviere, edad, estado, profesión, nacionalidad, lugar de nacimiento, domicilios principales,
lugares de residencia anteriores y condiciones de vida; si sabe leer y escribir; nombre, estado y profesión de los padres;
si ha sido procesado y, en su caso, por qué causa, por qué Tribunal, qué sentencia recayó y si ella fue cumplida", y

b) en la apertura del debate oral, a cuyo respecto, el art. 354 del CPPBA, en su segundo párrafo dispone un
"interrogatorio de identificación" del imputado, el cual, si bien en términos generales, tendrá que ser similar en
contenido al anterior, en vista de la propia lógica del acto.

7.8. Capacidad e incapacidad

Los arts. 62, 63 y 64 del CPPBA hacen referencia a la "incapacidad" del imputado, situación jurídica que,
obviamente, implica su contracara: la "capacidad". Pero aquello que más nos interesa poner de relieve aquí es que,
aunque parezca innecesario decirlo, cada precepto presupone una situación personal del imputado diferente que
conviene tener en cuenta a los fines prácticos, diferenciación que pasamos a señalar.

La primera situación (art. 62 del CPPBA) tiene como supuesto la inimputabilidad prevista en el art. 34, inc. 1º del
CPen. Se trata, en puridad, de una conjetura (el referido artículo 62 dice: "Si se presumiere...") y no de una certeza,
pero aquella conjetura basta para que opere la consecuencia jurídica de la norma: la internación provisional en un
establecimiento especial.

Conviene retener, respecto de la situación prevista en la norma bajo examen que la conjetura es sobre la
enfermedad presumida que hiciera inimputable al imputado; se trata de una situación prevista —posible inimpu-
tabilidad— al momento del hecho, y la internación procede si el estado bajo presunción de inimputabilidad tornase al
imputado peligroso para sí o para terceros. Claro está que el imputado no queda desguarnecido sin más: si se produce
la internación, el ejercicio de sus derechos y facultades estarán asegurados por la intervención del curador, del defensor
oficial y los defensores ya nombrados (última parte del capítulo bajo examen).

La segunda situación (art. 63 del CPPBA), ante todo tiene un alcance temporal distinto del anterior: acá estamos
frente a la incapacidad sobreviniente, es decir, la que aparece durante el proceso, luego de producido el hecho bajo
juzgamiento. Se trata de la incapacidad mental en razón de patologías psiquiátricas(74), cuya presencia da lugar a: la
suspensión del trámite de la causa; la internación del imputado si su estado lo tornase peligroso para sí o para terceros.
La suspensión del procedimiento impedirá la declaración del imputado (arts. 308 y ss.) o el trámite del juicio, la
continuación de la averiguación del hecho, y la prosecución de la causa contra los demás imputados (si los hubiere).
La última parte del artículo que tratamos deja a salvo la prosecución de la causa si "el imputado recobrase la capacidad
mental"; es decir, la suspensión no es definitiva "por sí misma", sino de tipo transitorio.

La tercera situación es la del art. 64 del CPPBA, el cual, luego de su reforma por la ley 13.943 dice: "Examen
mental obligatorio. A los efectos de evaluar su capacidad para estar en juicio, el imputado será sometido a examen
mental si fuere sordomudo o mayor de (70) setenta años, o en caso de que sea probable la aplicación de una medida de
seguridad". Lo verdaderamente relevante de esta norma, en su actual redacción, es la de referirse, más allá de las
hipótesis personales que contiene, a la denominada "capacidad para estar en juicio", ciertamente una novedad
dogmática, para el ordenamiento bonaerense al menos, y a la cual pasamos a referirnos particularmente.

7.9. La capacidad para "estar en juicio"

Justamente, esta especie jurídica ha sido conceptualizada como "aquel estado de salud psicocorporal en el cual el
imputado es: capaz de comprender razonablemente aquello que se le enrostra, y capaz de defenderse de manera
razonable —solo o en conjunto con sus letrados— de aquello que se le enrostra. En otras palabras, estar en el uso y
goce de un estado de salud psicocorporal que permita la comprensión y la comunicación plena durante su estar en
juicio"; y que se constate además que, "de proseguirse con éste, ello no sería altamente perjudicial para la salud física
del inculpado"(75).

Recorriendo el CPPBA encontramos situaciones donde de alguna manera "se pone a prueba" la capacidad para
estar en juicio, a saber: a) art. 308, tercer párrafo (advertencia sobre el significado inculpatorio); b) art. 312
(comprensión de la imputación); c) art. 313, in fine (fatiga o falta de serenidad); d) art. 354 (advertencia preliminar);
e) art. 358 (impedimento de "toda divagación"), y f) art. 368 (última palabra que presupone "comprensión").

7.10. Colofón: bases para interpretar la figura jurídica "imputado"

A modo de colofón recordemos que el "Código Jofré", si bien comenzaba su articulado refiriéndose al "acusado"
(art. 1º), no regulaba en forma autónoma la figura esencial del imputado dentro del enjuiciamiento criminal, sin mengua
de que el pensamiento de su autor siempre estuvo enderezado a asegurar los derechos y garantías del sometido al
proceso penal.

De su lado, el Código vigente (ley 11.922) como hemos visto en esta sección, sí ha otorgado al imputado un lugar
sistemático autónomo, en sintonía con la legislación nacional moderna (v. gr., Códigos de Córdoba, Tucumán,
Mendoza, Chubut, etc.) y con las normas constitucionales (arts. 18, 19 y 33, CN) y constitucionalizadas (art. 75, inc.
22, CN, y sus remisiones), verdaderos "telones de fondo" para la interpretación de la figura jurídica que —
estáticamente, como se dijo— hemos tratado hasta aquí, y cuyo desarrollo dinámico se verá en las pertinentes secciones
del presente libro.

8. EL CIVILMENTE DEMANDADO(76)

8.1. Extensión

Antes de pasar al tratamiento del "civilmente demandado" propiamente dicho, conviene hacer alguna alusión al
"imputado", visto en calidad de sujeto pasivo de la acción resarcitoria.

Al respecto, con cita de Clariá Olmedo se ha dicho que "cuando se ejercita la acción civil para la reintegración del
daño causado por el hecho contenido en la imputación dentro de un mismo proceso penal, ese objeto accesorio estará
también presente, integrando la totalidad de la res iudicanda. El poder de resistencia del imputado ha de extenderse,
asimismo, a la pretensión privada dirigida contra él, no obstante mantener frente a ella la condición de imputado
mientras esté pendiente la cuestión penal"(77).

8.2. Noción

Se ha caracterizado al "civilmente demandado" como el sujeto secundario y eventual de la relación procesal penal
en contra del cual se deduce o se puede deducir la pretensión resarcitoria porque se presume que, según las leyes civiles,
responde por el imputado del daño que causó el delito"(78).

Como lo señalara Francisco J. D'Albora, a "diferencia de la responsabilidad penal, que no puede rebasar la persona
del responsable, desde el punto de vista patrimonial en ciertas situaciones debe afrontarse el hecho ajeno" (79). En
puridad, se trata de un "responsable indirecto"(80).

En este orden de cosas, cabe recordar aquí que la doctrina ha señalado que la regulación de este sujeto procesal
capta las situaciones comprendidas en los artículos 1113 a 1123 del Código Civil (ver arts. 850, 852, 1243, 1286, 1368
a 1375, 1520, inc. b], 1685, 1753 a 1763, 1767 a 1769, 1773 y 1973 del nuevo Código) (81).

8.3. El acto de la citación

El actor civil se encuentra facultado para solicitar la citación del civilmente demandado, según lo dispone el art.
72 del CPPBA, cuyo objeto, forma y resolución pasaremos a precisar:

a) El objeto de la citación es para que el citado "intervenga en el proceso", según lo textualiza aquel precepto;

b) la forma del pedido será la de la escritura, debiendo expresarse el nombre y domicilio del citado y los motivos
en los cuales se funda el pedido, y

c) la resolución por la cual se cita deberá contener el nombre y domicilio del actor civil (el CPPBA dice
"accionante") y del citado; la indicación del proceso y el plazo para comparecer, no inferior a cinco días, y deberá ser
notificada al imputado.

8.4. Sanciones procesales

El ordenamiento legal vigente en la provincia (art. 72, CPPBA) prevé dos sanciones procesales respecto de la
intervención del civilmente demandado: la nulidad y la caducidad, a saber:

a) La primera se configura cuando la citación adolezca de omisiones o errores esenciales (es decir, principales y
notables) que perjudiquen la defensa del civilmente demandado restringiéndole la audiencia o la prueba; la nulidad no
influye en el trámite del proceso, no impide el ejercicio de ulterior de la acción ante la jurisdicción civil y es relativa(82),
y

b) la segunda se produce cuando el actor civil desiste de la acción (art. 70, CPPBA); "su razón de ser consiste en
que si el actor civil desaparece del proceso se anula el presupuesto que es base de la intervención de las otras partes
civiles"(83), y, por tanto, la caducidad alcanza también al imputado y al asegurador citado en garantía.

8.5. La contestación de la demanda

No puede caber duda de que el acto central de la intervención del civilmente demandado es el de la "contestación
de la demanda", regulado en el art. 74 del CPPBA.
Como en el caso de la demanda del actor civil (art. 69), la forma del acto de contestación se rige por las normas
del CPCCBA (arts. 353 y ss.), claro está con adecuaciones al ejercicio de la acción civil en sede penal: se fijan seis (6)
días para contestar y oponer excepciones y defensas civiles; los plazos en la tramitación serán de tres (3) días, y la
resolución de las excepciones podrá ser diferida, mediante auto fundado, para la sentencia.

Tratamiento aparte merece el tema de la posibilidad de reconvenir con respecto a la acción resarcitoria(84)ejercida,
y en tal sentido, por diferencia de lo dispuesto en los artículos 101 y 102 del CPPN, el art. 74 del CPPBA no hace
mención expresa de la "reconvención", generándose con esto una indudable cuestión problemática.

Sobre el particular —en postura que compartimos— Mabel A. de los Santos ha señalado que "El nuevo régimen
no prevé la posibilidad de 'reconvenir', aun cuando tampoco la prohíbe expresamente. No obstante —por el modo como
se ha regulado minuciosamente el instituto— cabe concluir que no se ha considerado adecuada la posibilidad de que el
demandado civil pueda deducir reconvención, criterio que consideramos acertado por la necesaria adaptación que debe
tener la acción resarcitoria al proceso penal"(85).

Este punto de vista se refuerza —si cabe— reparándose en que el art. 84 del Anteproyecto de PE provincial de
1973 —fuente directa del vigente art. 74— contenía la hipótesis de la reconvención, la cual, como vimos arriba, fue
suprimida por el último precepto, proporcionándose con ello un fuerte elemento interpretativo respecto de la postura a
la que adherimos.

9. EL ASEGURADOR(86)

9.1. Citación en garantía

El CPPBA ha zanjado, legislativamente, la cuestión problemática respecto de la intervención del asegurador citado
en garantía(87)en el ámbito del ejercicio de la acción civil en el proceso penal.

La norma central regulatoria de la intervención antes dicha está establecida en el art. 76 del CPPBA, que dispone:
"Citación en garantía. El actor civil, el imputado y el demandado civil podrán pedir la citación en garantía del
asegurador. La intervención del asegurador se regirá por las normas que regulan la del demandado civil en cuanto sean
aplicables, y podrá oponer todas las defensas que le acuerda la ley. La citación se hará en la oportunidad prevista en el
artículo 66".

La citación en garantía del asegurador podrá ser pedida tanto por el imputado como por las partes civiles, según lo
expresa con claridad la norma de habilitación que examinamos.

Su intervención se regirá por las normas que regulan la del demandado civil y se hará en la oportunidad que marca
el art. 66 del CPPBA, es decir, en cualquier estado del proceso hasta antes de la oportunidad prevista en el art. 334
ibídem.

Sin mengua de lo dicho, podemos hallar en el CPPBA algunas normas complementarias. Por ejemplo, las que
originan las facultades: a) de recusar (art. 48); b) de alegar (art. 368), y c) de recurrir (art. 427).

9.2. Carácter

Como lo anticipamos en la Introducción del presente capítulo, resulta al menos no pacífica la atribución del carácter
de "parte" del "asegurador" citado en garantía en el proceso penal. Veámoslo.

Carlos Creus, con remisión a Ricardo Núñez decía que el citado en garantía es "parte civil en el proceso penal,
pero no es parte demandada, porque su obligación de garantía no lo convierte en responsable de los daños producidos
por el delito, sino que lo coloca como simple garante del cumplimiento de la obligación resarcitoria por su
asegurado"(88).
Para Loutayf Ranea y Costas, el asegurador es "parte civil" en el proceso penal" "como garante del cumplimiento
de la obligación resarcitoria debida por el asegurado, dentro de los límites pactados en el contrato de seguro"(89).

De su lado, Maier considera que la intervención del asegurado es cuestionable frente a las leyes procesales
provinciales y también políticamente inconveniente en tanto la responsabilidad del asegurador no surge exclusivamente
de un mandato legal y del hecho, sino de un contrato(90).

Entendemos que cabe afirmar el carácter de parte —en acto cuando interviene— del asegurador, trayendo aquí,
cambiándose lo que deba cambiarse para lo penal, la jurisprudencia de la SCBA —en el ámbito civil— que edicta:
"Dentro de la estructura del régimen legal asiste a la aseguradora todo el conjunto de cargas, deberes y facultades
procesales contempladas para las partes"(91).

10. DEFENSORES(92)

10.1. La defensa técnica y el defensor

El cabal respeto por la garantía constitucional de la inviolabilidad de la defensa en juicio, consagrada en el art. 18
de la Constitución Nacional y en los tratados internacionales sobre derechos humanos con jerarquía constitucional, de
acuerdo con su art. 75, inc. 22 —fundamentalmente, arts. 8.2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
y 14.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos—, exige, en materia penal, la observancia de sus dos
aspectos esenciales: a) por un lado, la defensa material, que es la que corresponde de modo exclusivo al imputado, y
que integran tanto a') el conocimiento por parte de éste de la imputación de la que es objeto —fundamentalmente, los
hechos atribuidos y las pruebas que la respaldan— como la respuesta personal e insustituible del propio acusado a la
imputación que se le dirige, que en el CPP se manifiesta, entre otros, en la amplia libertad para declarar, tanto en cuanto
al tiempo —puede hacerlo cuantas veces quiera, sea en la investigación, sea en el debate—, la forma, el negarse a
hacerlo, ante quién declarar —fiscal o juez, en este último caso, con solicitud motivada—, etc. (cfr. arts. 308 y ss. y
358); a") así como el derecho de designar un defensor particular u oficial, consagrado en el art. 89, CPP; b) por otra
parte, el restante ingrediente es la defensa técnica, que consiste en la actividad en el procedimiento de un asesor jurídico
del imputado, que lo acompaña en la tarea de resistir la acusación, labor también regulada por la ley, y que es a la que
nos referiremos aquí (arts. 89 a 98, CPP).

A excepción de los casos de autodefensa, sobre la que luego hablaremos y en los que el imputado se defiende por
sí mismo, la defensa técnica es ejercida por un asistente letrado que recibe el nombre de defensor, cuya presencia es
imprescindible durante todo el procedimiento. Tanto es así que los actos a los que el defensor tiene el derecho de
intervenir, y, por ende, el Estado la obligación de notificarlo, carecen de validez cuando se viola la regla, al menos para
ser incorporados válidamente al debate y utilizados como fundamento de una decisión desfavorable para el imputado(93).

Esta defensa técnica es absolutamente imprescindible, pues tiende a cumplir con uno de los requisitos esenciales
del derecho de defensa en juicio, que es la igualdad de armas, es decir, el equilibrio entre acusador y acusado. Si el
Estado ha dispuesto que la persecución penal se lleve a cabo por un funcionario con versación jurídica —el fiscal—,
formación con la que también cuentan quienes resuelven el caso —los jueces—, el único modo de emparejar la
contienda es con la obligatoriedad, durante todo el proceso, de la asistencia técnica del imputado por parte de un
abogado, que, en palabras de Maier, viene a completar o complementar la capacidad del imputado para estar en
juicio(94).

10.2. La presencia del defensor

No puede haber tramo alguno del proceso en el que el imputado quede sin defensor. La persona física puede variar,
pero siempre es necesaria la presencia de, al menos, un defensor (cfr. art. 92, CPP). Así, el cese de la intervención del
abogado, sea por su renuncia o por la revocación por parte del imputado o por la declaración jurisdiccional del abandono
de la defensa, requiere su inmediata sustitución por otro, para que la defensa técnica tenga continuidad en el tiempo.
En definitiva, se trata de que el imputado "nunca se encuentre sin la asistencia de un defensor"(95).

El derecho de contar con un abogado de confianza —y, a la par, la obligación estatal de ponerlo en práctica—
comienza con el primer acto procesal que le asigne a una persona la calidad de imputado, respecto de lo cual el CPP ha
sido sumamente amplio a la hora de definir la cuestión, ya que su art. 60 establece que "se considerará imputada a toda
persona que en cualquier acto o procedimiento se lo indique o detenga como autor o partícipe de la comisión de un
delito. Los derechos que este código acuerda al imputado podrá hacerlos valer cualquier persona que sea detenida o
indicada de cualquier forma como partícipe de un hecho delictuoso desde el primer momento de la persecución penal
dirigida en su contra". Se advierte la contundencia del precepto legal: cualquier manifestación que implique una impu-
tación hará operativo todos los derechos que la persona posee en tal calidad, entre ellos, claramente, el derecho de
defensa en juicio, uno de cuyos ingredientes esenciales, repetimos, es el de contar con un letrado que lo asista
técnicamente.

Esta obligatoriedad en la intervención de un defensor durante todo el procedimiento —de hecho, la ley exige
incluso la presencia de un defensor durante la etapa de ejecución (cfr. art. 498, CPP)—, ha llevado a que si el imputado
no elige un abogado —llamado de confianza o particular—, sea porque no quiere o porque no puede hacerlo, el Estado
tenga la obligación de proveerle uno de oficio, denominado defensor oficial o defensor público, cuyo rol analizaremos
luego.

10.3. Carácter

Esta defensa no puede ser solamente formal, es decir, concretada en la mera existencia del defensor en el proceso,
sino que, para garantizar la máxima constitucional, exige una intervención real en defensa de los derechos del imputado
y en procura de hallar la mejor solución posible para él.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha sido contundente al abordar la cuestión, afirmando que se encuentra
en cabeza del Estado garantizar que "... el juicio al que se refiere el art. 18 de la Constitución Nacional se desarrolle en
paridad de condiciones respecto de quien ejerce la acción pública y quien debe soportar la imputación. Y ello es así
porque en materia criminal, en la que se encuentran en juego los derechos esenciales de la libertad y el honor, deben
extremarse los recaudos que garanticen plenamente el ejercicio del derecho de defensa. La tutela de esta garantía ha
sido preocupación del Tribunal desde sus orígenes, en los que señaló que el ejercicio de la defensa debe ser cierto, de
tal manera que quien sufre un proceso penal ha de ser provisto de un adecuado asesoramiento legal que asegure la
realidad sustancial de la defensa en juicio (Fallos 5:459; 192:152; 237:158; 255:91, entre muchos otros). ...si bien no
es obligación de la asistencia técnica del imputado fundar pretensiones de su defendido que no aparezcan, a su entender,
mínimamente viables, ello no releva al defensor de realizar un estudio serio de las cuestiones eventualmente aptas para
ser canalizadas por las vías procesales pertinentes, máxime porque se trata de una obligación que la sociedad puso a su
cargo (Fallos 310:2078), ya que no puede imputarse al procesado la inoperancia —a la que ha sido ajeno— de la
institución prevista para asegurar el ejercicio de su derecho constitucional..." (Fallos 320:854, "Scilingo", consids. 8º y
9º —1997—).

Y más recientemente ha aseverado "...que la garantía de defensa en juicio posee como una de sus manifestaciones
más importantes el aseguramiento de una defensa técnica a todo justiciable, manifestación esta que, para no desvirtuar
el alcance de la garantía y transformarla en un elemento simbólico, no puede quedar resumida a un requisito puramente
formal, pues no es suficiente en este aspecto con que se asegure la posibilidad de que el imputado cuente con
asesoramiento legal, sino que este asesoramiento debe ser efectivo" (S.62.XL., "Schenone", consid. 6º —2006—).

10.4. El rol del defensor

Este asesoramiento efectivo debe traducirse, en los hechos, en una definición clara del rol del defensor en el
proceso penal. Al respecto, resulta insoslayable —para una cabal comprensión del asunto— que pesan sobre nosotros
varios siglos de cultura inquisitiva en los que no se consideró necesaria la defensa, ya que si el acusado era inocente no
requería defensor —pues el buen inquisidor descubriría su inocencia—, y, si era culpable, no merecía defensa.
Indudablemente ello influyó en su concepción como "auxiliar de la justicia", que sostiene la doctrina tradicional(96),
que si bien significaba un avance en comparación con la idea anterior, no terminaba, a nuestro entender, de captar la
esencia de su papel en un proceso penal respetuoso del programa constitucional.

En esa misma línea clásica, Vincenzo Manzini explicaba: "Una máxima absoluta, fundamental, inderogable, debe
tener presente todo honesto defensor penal: el defensor penal no es patrocinador de la delincuencia, sino del derecho y
de la justicia en cuanto pueden estar lesionados en la persona del imputado. El defensor que no profesa esta santa
máxima, es un despreciable y peligroso intrigante. Es un encubridor del delincuente y no un defensor del imputado" . (97)

En igual inteligencia, opinaba Alessandro Stoppato: "De aquí surge la noble figura del defensor, quien debe ser
considerado como un verdadero cooperador de la justicia, una luz de honesta verdad, un sostenedor del derecho.
Desnaturalizaría él su alto oficio si, entendiendo mal el concepto de razonable resistencia a la acusación, realizara una
oposición obstinada a la administración de justicia, y considerara a la suya como una función destinada a anonadar la
obra de los órganos de aquélla, o una especie de energía rebelde que tiende a sustraer a los culpables de la sanción que
merecen"(98).

Más cerca en el tiempo, aparecen criterios que estiman que el art. 120 de la Constitución Nacional —al aludir
como función del Ministerio Público el "promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y de los intereses
generales de la sociedad", en estándar similar al que recoge el art. 1º de la ley provincial 14.442 del Ministerio Público—
"colocó en cabeza de la defensa la custodia de la legalidad en relación a intereses muy concretos. Nuestra concreta
promoción de la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y de los intereses generales de la República, consiste
en defender a una persona de carne y hueso, a cuya voluntad respondemos esencialmente"(99).

Entendemos que una concepción actual, respetuosa de la garantía constitucional de la inviolabilidad de la defensa
en juicio, debe reposar en la idea de que el defensor debe bregar exclusivamente por la defensa de los intereses
individuales de su asistido(100), en procura del logro de la mejor solución posible para él(101), en contraposición, la
mayoría de las veces, al interés persecutorio del Estado. Es decir, su objetivo primigenio debe ser lograr un
temperamento desincriminatorio, a partir de las numerosas herramientas que permite la ley —sobreseimiento o
absolución, nulidades, excepciones, prescripción, mediación, extinción luego de la suspensión del proceso a prueba,
etc.—, y luego, de no ser ello posible, intentar la imposición de la pena más leve que se pueda. No interesa si con ello
defiende el interés social o no. Puede, a partir de su labor, resistir "obstinadamente" la pretensión punitiva y obtener la
absolución de un culpable, o una leve sanción para quien, de acuerdo con el interés persecutorio estatal, "merecía" una
mucho más alta. Ningún reproche ético ni legal puede hacérsele. Ésa es su misión.

10.5. El defensor en el juicio por jurados

Un breve párrafo aparte —que se agrega a la edición anterior de esta obra— merece la intervención del defensor
en el juicio por jurados, incorporado recientemente a la legislación procesal penal bonaerense a partir de la ley
14.543(102). Sólo diremos aquí, en lo que a nuestro tema interesa, que resulta evidente que la capacitación del abogado
para el juicio por jurados deberá ser especial, pues exige de su parte un rol mucho más activo que en los debates con
jueces profesionales.

Repárese en que, en primer lugar, deberá ser sumamente prudente a la hora de informar a su asistido respecto de
la conveniencia o no de renunciar al juicio por jurados, facultad prevista en el nuevo art. 22 bis, CPP, para ser
eventualmente ejercida en el plazo del art. 336 ibídem, ya que no podrá prescindir de hacerle saber las ventajas objetivas
que ofrece el juicio por jurados en comparación con el de los jueces profesionales(103). Este aspecto del asunto debe ser
cabalmente comprendido, pues se advierte, en esta etapa embrionaria del instituto, una clara posición refractaria en la
mayoría de los operadores judiciales —defensores incluidos—, ya que, de lo contrario, si los abogados se dejan guiar
por un instintivo rechazo al jurado, dentro de un tiempo, si los juicios por jurados escasean, muchas voces se alzarán
para achacar tal extremo a los defensores, porque son ellos los que, en conjunto con el imputado, tienen la llave para
abrir el juicio por jurados. Será, en tal caso, el mismo reproche que hoy podemos leer en Vélez Mariconde, cuando
atribuye a los defensores los pocos juicios orales que se realizaban en la provincia bajo el Código Jofré, el que establecía
la posibilidad de opción(104).

Luego, deberá preparar debidamente la audiencia de selección del jurado, pues de una adecuada participación en
ella depende la conformación del jurado y, por ende, muchas veces, la suerte del juicio: quien logre un jurado lo más
proclive posible a sus intereses en el litigio tendrá ganada gran parte de la contienda.

Finalmente, y de manera decisiva, la capacitación del abogado debe incluir la intervención en el debate en sí, tanto
en los interrogatorios a quienes declaren en él, como en los alegatos. Nunca puede perder de vista que le está hablando
a doce legos, por lo que las formas y los términos en los que se exprese no podrán ser los mismos que si se estuviera
dirigiéndose a jueces profesionales.

Estamos convencidos de que una cabal comprensión de todos los aspectos de este nuevo rol requieren una
capacitación especial previa, de la cual todo abogado decidido a participar en los juicios por jurados no podrá prescindir.

10.6. La defensa particular


El defensor particular es la persona que el imputado escoge libremente para que lo asista jurídicamente en el
procedimiento que se le sigue en su contra, quien, de acuerdo con el primer párrafo del art. 89, CPP, debe ser abogado
y estar matriculado, es decir, habilitado para el ejercicio profesional por la autoridad de aplicación de las reglas
vinculadas a la abogacía (en la provincia de Buenos Aires, los colegios de abogados). Para que comience efectivamente
su intervención en el proceso debe aceptar el cargo y constituir domicilio (art. 92, CPP).

Más allá de los honorarios que eventualmente regule el tribunal, el modo y el monto del pago por esta locación de
servicios es acordada entre el imputado —o su familia y/o allegados— y su defensor.

Queda claro que la prioridad de indicar el defensor que lo asistirá técnicamente le corresponde al imputado (cfr.
art. 89, CPP, primer párrafo), propuesta que puede efectuar "aun estando incomunicado y por cualquier medio o
persona" (ídem, in fine). El Estado —a través del tribunal o del fiscal— sólo controla, desde el punto de vista formal,
que el defensor cumpla los requisitos exigidos por la ley antes señalados, y, desde lo material, aunque con suma
prudencia y en casos en que se justifique debidamente, su idoneidad para garantizar la observancia de la regla
constitucional y evitar dejar al imputado en estado de indefensión, procediendo, en tan extremo supuesto, al reemplazo
del defensor, bien por otro particular elegido por el imputado, bien, en caso de así no hacerlo, por el defensor oficial.

Debe señalarse que el abogado defensor no es un apoderado del imputado (cfr. art. 89, CPP, tercer párrafo), es
decir, no ejerce sus derechos ni cumple por él sus obligaciones, sino que únicamente lo asesora y representa del modo
que la ley lo ordena. El principio general es que el imputado tiene el derecho de obrar personalmente en el
procedimiento, sin que ello implique desconocer que, en ocasiones, la ley le confiere poderes autónomos al defensor e,
incluso, en algunos casos, lo representa directamente —p. ej., en el debate, cuando el imputado se aleja de la sala de
audiencias (arts. 345 y 349, CPP)—.

10.7. La defensa oficial

Consideraciones especiales merece la defensa que el CPP denomina oficial, también llamada pública, no sólo por
sus diferentes modalidades de organización, sino por un dato empírico esencial: la gran mayoría de los casos de
criminalidad común en los países de América latina son atendidos por ella —y ni nuestro país ni la provincia de Buenos
Aires son la excepción—.

En sintonía con lo que venimos diciendo hasta aquí, el cabal respeto al principio constitucional de la inviolabilidad
de la defensa en juicio impone que, en caso de que el imputado no pueda o no quiera costearse un abogado de su
confianza, el Estado tenga la obligación de proporcionarle un letrado que lo asista.

Habida cuenta de que en un apartado específico de esta misma obra se aborda la cuestión institucional de la defensa
oficial en materia penal en la provincia de Buenos Aires, pasamos directamente al fondo del asunto, en cuyo marco, la
primera cuestión que se impone tratar es la relativa al carácter de la intervención del defensor oficial.

Si nos atenemos literalmente a la redacción del CPP, éste parece inclinarse por la modalidad que se denomina ope
legis, es decir, aquella que le otorga intervención imperativa al defensor oficial, sin necesidad de nombramiento alguno,
hasta tanto sea sustituido por uno particular (cfr. art. 92, primera oración). La norma viene del art. 1º del Código de
Jofré, quien la justificaba en la necesidad, por un lado, de que el imputado estuviera siempre defendido, y, por otro,
para evitar dilaciones, al señalar que si, en definitiva, se iba a llegar a la designación del defensor oficial, "vale más
ganar tiempo empezando por donde hay que terminar"(105). Empero, se impone destacar que la defensa oficial tiene una
intervención de carácter subsidiario(106), pues lo que impone una interpretación acorde al alcance amplio de la garantía
constitucional en juego es priorizar la elección del imputado: éste puede escoger un defensor de su confianza; si no lo
hace, recién ahí el Estado, en cumplimiento de su deber de velar por la garantía de la defensa en juicio, le designa uno
de oficio. Obvio resulta decir que mientras el imputado no ejerza este derecho (porque está detenido y aún no manifestó
voluntad en tal sentido, porque está en libertad, pero no concurre a las citaciones, etc.), no puede no estar defendido,
por lo que su asistencia técnica debe ser asumida por la defensa oficial. La regla que da primacía a la voluntad del
acusado es reafirmada por el art. 93, CPP, que prevé que la intervención del defensor oficial no impide el ejercicio del
derecho del imputado de elegir, posteriormente, otro particular de su confianza, sustitución que no operará hasta que el
propuesto acepte el cargo y constituya domicilio.

La ley intenta preservar el principio de unidad de defensa, es decir, que sea el mismo defensor oficial el que asista
durante todo el proceso al imputado (cfr. art. 92, segundo párrafo, CPP, y, en igual sentido, art. 32, inc. 7º de la ley
14.442). Si bien parece loable como intención, resulta curiosa como norma —por definición imperativa—, pues queda
sólo en una sugerencia(107)(igual que el art. 58 para el caso de los fiscales), ya que el defensor general departamental
puede decidir lo contrario. La práctica en la provincia de Buenos Aires ha demostrado que, por cuestiones de tiempo y
distancia, eso es materialmente de muy difícil concreción, al menos en los departamentos judiciales que cuentan con
defensorías descentralizadas alejadas de la cabecera departamental, pues la lejanía y el caudal de trabajo torna casi
imposible que el mismo defensor oficial que asistió al imputado en el período investigativo pueda luego trasladarse
varios kilómetros a la cabecera departamental —donde se encuentra el tribunal de juicio— para seguir el caso en la
etapa de debate, motivo por el cual, en tales supuestos, el caso pasa a un defensor oficial que tenga asiento allí, que
trabaja —o debiera trabajar— en sintonía con el de la descentralizada.

Una última mención merece el párrafo final del art. 92, CPP, en cuanto establece que si el expediente pasare de un
departamento del interior al Tribunal de Casación o a la Suprema Corte, el imputado será defendido por el defensor
ante el Tribunal de Casación, mientras el defensor particular no fije domicilio.

Como primera cuestión, entendemos que la norma no alcanza a los defensores oficiales de departamentos del
interior, pues la relación entre éstos y el defensor de casación está regulada por el art. 30, inc. 2º de la ley 14.442, que
prescribe como función de este último "continuar" la defensa oficial ante el Tribunal de Casación y demás Tribunales
Superiores, que estimamos no puede ser interpretada como que el imputado pasa a ser defendido exclusivamente por
el defensor de casación, sino que su defensor oficial sigue siendo el de la instancia anterior, aun cuando sea el de
casación el que continúe con la vía recursiva.

Y a esta interpretación parece contribuir el origen de esa norma: el art. 1º del Código de Jofré (108), ya que en éste,
luego de un párrafo muy similar al último del art. 92, expresamente se extendía la situación al caso del defensor oficial
("Lo mismo se hará con el defensor de pobres(109)respectivo, cuando el expediente pasare de un departamento a otro"),
extensión que no se ha contemplado aquí.

De todos modos, aun cuando restringiéramos su alcance a los defensores particulares, la norma parece criticable,
pues la doctrina ha señalado que parecería más adecuado, antes que directamente suplantarlo por uno oficial, que el
Tribunal de Casación o la Suprema Corte, en su caso, comunicara la carencia de fijación de domicilio en La Plata,
notificando tal situación inmediatamente al domicilio procesal que se hubiera constituido por la defensa en el
departamento judicial correspondiente. Sería un despropósito desplazar al abogado particular que con esfuerzo ha
llegado a los tribunales superiores, tan solo porque no fijó domicilio enseguida (110).

10.8. La autodefensa técnica

A estos dos supuestos de defensa técnica —particular y pública—, el art. 89, CPP, agrega un tercero: la autodefensa
o defensa personal. Ésta se presenta cuando el imputado la lleva a cabo personalmente, y la norma la sujeta a dos
requisitos: a) no perjudicar la eficacia de la defensa (v. gr., dejar de efectuar planteos favorables); y b) no obstaculizar
la normal sustanciación del proceso (p. ej., con peticiones notoriamente infundadas o reiterativas o procesalmente
inoportunas)(111). Si tales exigencias no se cumplen, el órgano interviniente lo invitará a elegir defensor de su confianza,
para, en caso contrario, designarle el oficial.

La norma exhibe un criterio de extrema prudencia a la hora de analizar la autodefensa técnica, que podríamos
catalogar casi hasta de recelo con tal posibilidad, lo que ha llevado a su muy escasa presencia(112). Opinan Granillo
Fernández y Herbel que "ello es debido a la alta inconveniencia de actuar como abogado en causa propia, pues la
pérdida —desde el inicio— de toda objetividad en el caso, casi fatalmente, producirá un profundo perjuicio a la
defensa"(113). De la misma opinión es Vázquez Rossi: "Tanto las complejidades jurídicas del proceso y de la dogmática
como las situaciones de tensión propias de quien se encuentra involucrado en una causa de esta naturaleza, hacen
aconsejable y aún obligan a la intervención del defensor"(114).

10.9. Número de defensores

Particular es la regulación del art. 90, CPP provincial, ya que no limita el número de defensores que pueden asistir
al imputado, como sí lo hacen la mayoría de los códigos argentinos (CPP Nación, Córdoba, Mendoza, Río Negro,
Chubut, etc.; coincide en la tesitura del CPP provincial el CPP CABA), que lo restringen a dos defensores como
máximo.

El criterio escogido por nuestro Código parece tener como ratio legis la opinión doctrinaria de que, en ocasiones,
en causas de cierta complejidad, puede ser aconsejable la presencia de varios profesionales. Por un lado, porque basta
pensar en un caso en que los defendidos son varios y donde se suceden las declaraciones indagatorias, los careos,
reconstrucciones del hecho, audiencias testimoniales, etc., que hacen materialmente imposible que sólo dos abogados
puedan asistir a todos esos actos y, simultáneamente, estudiar el caso y ocuparse de los restantes. Por otro, porque los
abogados que actuaron en la etapa investigativa pueden recurrir al aporte de otros profesionales para el desempeño en
el debate(115).

Sin embargo, de otro lado, se opina que si bien es cierto que la norma tiende así a garantizar más cabalmente el
derecho de defensa en juicio, al no imponer cortapisas al imputado a la hora de designar defensores —aun cuando
Maier indica que nunca esa restricción fue cuestionada constitucionalmente(116)—, no lo es menos que algún límite
debe existir, en razón de la correcta protección de la misma garantía constitucional, pues, por regla general, la actuación
de demasiados abogados en una misma defensa puede conspirar contra la eficacia del ministerio, toda vez que resulta
muy dificultoso coordinar una labor defensista coherente entre varios y consensuar una estrategia común. Deberá ser
la prudencia judicial la que evalúe el asunto y resuelva si, de acuerdo con la complejidad del caso y la situación procesal
del imputado, la cantidad de defensores propuestos, antes que proteger la garantía constitucional en juego, afecta la
eficacia en su ejercicio.

Empero, el debate sobre el asunto ha quedado limitado a ese supuesto excepcional, pues el criterio elegido por el
legislador bonaerense es contundente en liberar sin tope el número de defensores.

De todos modos, varios defensores no implica varias notificaciones, pues el mismo art. 90, CPP —y aquí sí
coincide con la mayoría de los códigos argentinos—, establece que la notificación hecha a alguno de ellos valdrá para
todos. Nuevamente aquí deberá imperar la prudencia. Si coexisten varios defensores, pero el tribunal advierte una
incomunicación entre ellos que deja al imputado en estado de indefensión, podrá disponer la invalidez de las
notificaciones con el fin de proteger cabalmente la garantía de la defensa en juicio y comunicar el caso al Colegio de
Abogados. El letrado particular tiene la facultad de aceptar o no una defensa conjunta y, en el primer caso, no puede
excluir su responsabilidad, ya que acepta plenamente las consecuencias que puedan generarse a partir de una falta de
comunicación adecuada con su/s colega/s.

La inexistencia de límite para el número de defensores ha llevado, en la provincia de Buenos Aires, a la caída en
desuso del defensor sustituto (art. 96, CPP), función prevista en los códigos argentinos para los casos de abogados
designados para intervenir en reemplazo de los "titulares" frente a un impedimento legítimo de estos últimos. Con la
regulación actual del art. 90, CPP, el imputado puede designar cuantos abogados "titulares" desee, con las restricciones
propias de la prudencia judicial señaladas en los párrafos precedentes.

10.10. Obligatoriedad del cargo

El defensor particular —a diferencia del oficial— tiene la facultad de, luego de examinar el caso, decidir si lo toma
o no. Ahora bien, una vez que ha resuelto aceptar la defensa del imputado, el cargo conferido es obligatorio, salvo
excusación atendible (cfr. art. 91, CPP). Ésta resulta otra regla más que la ley establece con el objeto de garantizar la
inviolabilidad de la defensa en juicio.

De todos modos, no podemos dejar de señalar la relatividad de esta obligación, pues el defensor particular puede
renunciar al cargo, aun en contra de la voluntad de su asistido, va de suyo sin que esto implique abandono de la defensa,
extremo por el que deberá velar el tribunal y que abordaremos más adelante. Si bien el Código requiere "excusación
atendible", la práctica diaria nos demuestra que la renuncia al cargo de defensor se fundamenta en "las discrepancias
inconciliables con mi asistido", o que "he perdido contacto con él", o alguna otra fórmula similar —o, en ciertos casos,
incluso sin motivación alguna—, sin que el tribunal, al menos en la generalidad de los casos, evalúe esas razones. La
misma práctica revela que, frente a la renuncia del abogado particular, la decisión casi automática es tener por
renunciado al defensor, invitar al imputado a que elija un nuevo letrado y, a la par, y hasta tanto ello no ocurra, dar
intervención al defensor oficial. Clariá Olmedo ha justificado esta situación en que la renuncia del abogado puede
obedecer a razones cuya atendibilidad sólo él puede valorar, y respecto de las cuales esté inhibido de ponerlas en
conocimiento del tribunal por otros impedimentos, entre ellos el de guardar secreto (117).

La redacción del segundo párrafo del art. 91, CPP, no es clara —"La aceptación será obligatoria para el abogado
de la matrícula cuando se lo nombrare en sustitución del defensor oficial"—, pues pareciera que el letrado tendría la
obligación de aceptar la defensa en todos los casos en que reemplace al defensor oficial, lo cual se daría de bruces con
la libertad de escoger si toma un caso o no, señalada al inicio de este acápite. Parte de la doctrina ha interpretado que
lo que la norma quiere indicar es que para que pueda actuar un defensor particular es imprescindible que acepte el cargo
en un acta en la que constituye domicilio(118), requisito que, valga señalarlo, se exige no sólo para cuando el abogado
reemplaza al defensor oficial, sino también cuando hace lo propio con un particular o cuando asume el cargo al inicio
del proceso.

La ley ha garantizado al defensor propuesto el derecho de examinar los autos antes de aceptar el cargo, tarea para
la cual cuenta con tres días, bajo apercibimiento de tener la propuesta por no efectuada (art. 91, CPP, párrs. 3º y 4º).
Obvio resulta decir que, para que el abogado pueda decidir con seriedad y responsabilidad si asume o no el cargo de
defensor, debe estudiar primero el caso, y, para ello, tanto las fiscalías como los tribunales deben permitir al abogado
propuesto el libre acceso al expediente.

Corresponde examinar brevemente la situación del defensor oficial en cuanto a la obligatoriedad de su función. De
inicio, resulta claro que no podrá apartarse de la defensa de su asistido, salvo, al igual que lo defensores particulares,
que exista una razón de "excusación atendible". Y, en el ámbito de la provincia de Buenos Aires, corresponde a los
defensores generales departamentales, en el marco de las atribuciones conferidas por la ley 14.442 de Ministerio
Público, analizar la presencia o no de tal situación y resolver si ese defensor debe continuar con el caso o si corresponde
darle intervención a otro.

Al respecto, compartimos el criterio de que está permitido exceptuar el deber de asistencia "...cuando el Defensor
Oficial se encuentre en una situación de violencia moral respecto de su representado, debiéndose entender como tal,
todo conflicto insuperable de interés que comprometa la integridad física o psíquica del Defensor y que impida el
ejercicio de una defensa técnica eficaz" . Se colige de ello con toda evidencia un criterio estricto a la hora de evaluar
(119)

la situación, pues se exigen dos requisitos: el conflicto insuperable de interés y, además, que ello impida el ejercicio de
una defensa técnica eficaz.

En complemento de tal pauta, y al definir en concreto los lineamientos a seguir al momento de evaluar los planteos
de excusación de los defensores oficiales, se ha sentado el estándar de que la importancia del derecho de defensa técnica
comprometido en un planteo de excusación, obliga a actuar con rigor y cautela a la hora de evaluar la procedencia de
la causal de violencia moral que lo rige:

a) En primer lugar, la naturaleza del hecho o del delito imputado en el caso asignado no puede definir por sí sola
una situación de violencia moral. Es imprescindible una situación de conflicto con el representado que justifique su
configuración.

b) En segundo término, esta causal debe ir más allá de la sola invocación de un estado anímico que incida
negativamente en detrimento del representado. Este estado anímico deberá ser fundado en circunstancias objetivas
vinculadas al caso, que puedan ser corroboradas por quien debe evaluar la procedencia de la causal.

c) En tercer orden, deberá fundarse acabadamente el carácter insuperable del conflicto y la concreta afectación que
su producción genera al derecho de contar con una defensa técnica eficaz.

El incumplimiento de estos recaudos torna inviable la excepción y contradice la obligación de representación


asumida, al prestar juramento, por todo magistrado del Ministerio Público de la Defensa(120).

10.11. Defensor común

La regla del CPP, como es de práctica en los códigos argentinos, es la posibilidad de que un mismo defensor asista
a varios coimputados; la excepción está dada por la existencia de incompatibilidad, es decir, cuando la intervención de
un defensor común apareje la posibilidad de perjuicio para la defensa de uno o más coimputados, por tener éstos
intereses contrapuestos (art. 94). Cabe aclarar que incompatibilidad no significa divergencia, sino que tiene que
presentarse una situación de inconciliabilidad en la defensa; por ejemplo, cuando uno de los imputados tenga interés
en sostener una tesis perjudicial para el otro(121).

En parte del derecho comparado se ha empleado la regla inversa: se prohíbe la defensa común de varios acusados
en una misma causa, salvo que el tribunal la autorice, ante solicitud del/los interesado/s, previo verificar la inexistencia
de incompatibilidad. Así lo regula, p. ej., la OPP alemana, de la cual extrajo Julio Maier la manda para su Proyecto
CPP Nación 1986.

La protección no es sólo preocupación de los códigos procesales. El Código Penal, en su art. 271, tipifica la defensa
de partes contrarias en el mismo juicio como una de las modalidades del prevaricato. También puede jugar el art. 156
de la ley de fondo, que sanciona la violación de secretos, en la cual podría incurrir el defensor que, en el supuesto que
estudiamos, pusiera en conocimiento de un acusado lo que otro codefendido le ha dicho, en el marco de la relación
profesional, en relación al caso.

También en el caso de la actuación de la defensa oficial pueden presentarse supuestos de intereses contrapuestos.
Se aplican aquí los criterios sentados a la hora de examinar la cuestión de la obligatoriedad del cargo: los conflictos
entre defensores oficiales sobre el particular deben ser resueltos dentro del ámbito interno de la defensa pública, en el
caso de la provincia de Buenos Aires, por el defensor general departamental; y el criterio que debe primar a la hora de
resolver es el de la eficacia de la defensa técnica, pero con la debida prudencia.

10.12. Abandono de la defensa: consecuencias procesales y sanciones

El correlato necesario del principio de la obligatoriedad de la defensa es el de su abandono cuando el abogado la


deja sin invocar la causal de "excusación atendible" del art. 91, CPP, más allá del carácter relativo que, en el acápite
respectivo, le asignamos a aquel principio.

Resulta una preocupación especial de todos los códigos regular el abandono de la defensa por parte de los
abogados, ya que compromete de manera grave la garantía constitucional de la defensa en juicio, máxime cuando el
caso se encuentra en un momento procesal clave, como lo es, p. ej., los momentos previos al debate oral y público, o,
peor, una vez ya comenzado éste, situaciones que, lamentablemente, se producen con una indeseada frecuencia.

El abandono acarrea consecuencias procesales y sanciones.

La consecuencia procesal principal es el reemplazo del abogado por el defensor oficial (art. 97, CPP) o, si existiere,
por el abogado sustituto (art. 96, CPP). Una consecuencia que podemos denominar accesoria radica en la imposibilidad,
para el abogado reemplazado por abandono, de asumir nuevamente la defensa técnica en la misma causa (art. 97, CPP).
Otra consecuencia procesal es que el abogado que abandona la defensa deberá cargar con las costas ocasionadas por la
sustitución. Si bien este extremo está regulado por el art. 98, CPP, cuya rúbrica es "sanciones", indica Maier que no
representa una sanción, sino una regla relativa a los costos económicos del procedimiento y a la definición de la persona
a quien, en definitiva, esos gastos le serán imputados(122).

En cuanto a las sanciones, englobadas genéricamente en el art. 98, CPP, tanto para el caso de abandono, como para
cualquier "incumplimiento injustificado de sus obligaciones", explica Maier que si bien se habla de ellas en plural, lo
cierto es hay una única sanción amenazada: la imposición de una multa(123). Porque, pese a que también está regulada
en este artículo, bajo el epígrafe de "sanciones", la "separación de la causa en caso de falta grave", claramente se trata,
antes que de una sanción, de la consecuencia en el proceso tratada en el párrafo anterior. Lo propio ocurre con las
costas, conforme a lo allí señalado.

Además, frente a ello, el órgano interviniente tiene la obligación de comunicarlo al colegio de abogados
departamental (art. 98, CPP, in fine), órgano competente para llevar a cabo el juzgamiento ético profesional de la
actuación del matriculado.

Habíamos subrayado que la gravedad del abandono se profundizaba si éste se producía poco antes del debate o
durante su transcurso. La ley regula la cuestión, y establece que, ante tal incidencia, el nuevo defensor podrá solicitar
una prórroga máxima de tres días para la fijación o continuación de la audiencia, lapso que entendemos mínimo para
que pueda interiorizarse del caso y garantizar así el cabal respeto por la garantía constitucional involucrada (124).

11. MANDATARIOS(125)

11.1. Presencia del imputado

Cuando el Código Civil regula el contrato de mandato (arts. 1869 y ss. y art. 1319 del nuevo Código), expresamente
establece que sus normas son aplicables, entre otros casos, "a las procuraciones judiciales en todo lo que no se opongan
a las disposiciones del Código de Procedimientos" (art. 1870, inc. 6º). Este carácter supletorio de la ley civil asume un
papel importante en nuestro caso, ya que las reglas de los códigos procesales penales, en general, y el de la provincia
de Buenos Aires, en particular, son escasas.

Al respecto, ya dijimos que el art. 89, CPP, prohíbe la representación del imputado por apoderado, de lo cual se
colige la obligatoriedad, como regla, de la efectiva presencia personal del imputado en el proceso para garantizar así la
defensa en juicio en su aspecto material y, en cuanto a su asistencia técnica, la ineludible designación de un defensor,
lo que ha sido apoyado por la doctrina al señalar la carencia de sentido de que actúen simultáneamente un defensor
penal y un mandatario(126).

11.2. Campo de acción

Por ende, sólo queda campo de acción para los mandatarios en el marco de la acción civil, para el caso de que ésta
se ejerza en el proceso penal. Sobre el particular, el mismo art. 89, CPP, prescribe que la propuesta del defensor hecha
por el imputado importará, salvo manifestación en contrario, conferirle mandato para representarlo en el trámite de la
acción civil, que subsistirá mientras no fuere revocado. Apuntan Granillo Fernández y Herbel que el imputado que, a
la vez, es demandado civil, tiene derecho a que se le explique que una situación es la acción penal y otra, bien diferente,
la que corresponde a la acción civil y que, en consecuencia, resultará conveniente a sus intereses patrimoniales que —
en relación a esta última— nombre otro letrado especializado en la materia(127).

Por otro lado, el art. 95, CPP, prevé que tanto el actor civil como el civilmente demandado actuarán en el proceso
personalmente o por mandatario, pero siempre con patrocinio letrado. Es decir, que más allá de que el demandado civil
haya apoderado a un mandatario para que actúe en su nombre, también deberá intervenir un abogado patrocinante, lo
cual, en la práctica, deja al mandatario con escaso margen de actuación, pues el abogado patrocinante puede cumplir
simultáneamente la doble función.

12. EL MINISTERIO PÚBLICO DE LA DEFENSA(128)

12.1. Introducción

Habíamos señalado en el acápite destinado a los defensores que el cabal respeto al principio constitucional de la
inviolabilidad de la defensa en juicio, consagrado tanto en el art. 18 de la Constitución Nacional como en los tratados
internacionales a los que el art. 75, inc. 22, ibídem, dotó de jerarquía constitucional —en lo esencial, arts. 8.2 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos—,
obliga a que, en caso de que el imputado no pueda o no quiera costearse un abogado de su confianza, el Estado tenga
el deber de proporcionarle un letrado que lo asista.

En la provincia de Buenos Aires, el asunto cobra suma importancia a partir de un dato incontrastable de la realidad:
la inmensa mayoría de los casos de criminalidad común, tal como ocurre no sólo en nuestro país, sino también en
América latina, son atendidos por esta defensa provista por el Estado. Basta para ello decir que de acuerdo con las cifras
oficiales que surgen del Sistema Informático del Ministerio Público, en nuestra provincia, esa cifra supera el 80% de
los casos, con leves variaciones de acuerdo con la índole de los delitos y a los diferentes departamentos judiciales (129).

Si bien esta obra se refiere al procedimiento penal, debemos decir aquí que un panorama similar se presenta en el
ámbito de la defensa pública en materia civil, comercial y de familia, en la que el requerimiento de sus servicios aparece
con suma frecuencia en los expedientes de esas materias, a partir de un importante volumen de personas de escasos
recursos que los solicitan.

No podemos dejar de señalar, entonces, que, a partir de esos datos, adquiere relevancia el rol crucial que debe
desempeñar el Ministerio Público de la Defensa, el cual viene acompañado de su raíz etimológica: la palabra proviene
del latín minister (sirviente), por lo que está claro que, ya desde su origen, estamos en presencia de un servicio público,
que debe tener por principal meta la asistencia jurídica a quienes lo requieran, fundamentalmente a los sectores sociales
más postergados, e, incluso, marginados o directamente excluidos, pues, en muchas ocasiones, es la única ayuda que
les brinda el Estado en situaciones comprometidas.

Como primera aproximación al asunto, se impone advertir que existen tres sistemas de este tipo de defensa,
denominada pública, oficial o, antiguamente, de pobres:

a) El que pone en cabeza de los abogados de la matrícula la obligación de defender, gratuitamente, a las personas
que, por su situación socioeconómica o su voluntad, no pueden o no quieren nombrar un defensor, obligación basada
en el deber de solidaridad ínsito en las normas de ética que regulan el ejercicio de la abogacía.
b) El estatal, en el que la defensa es una rama del Ministerio Público, con una estructura de abogados y empleados
pagados por el Estado. Es el vigente en nuestro país. En la provincia de Buenos Aires lo regula la ley de Ministerio
Público 14.442 (BOP del 26/2/2013), a la cual vamos a dedicar parte esencial de este acápite.

c) El mixto, en el que el servicio lo prestan abogados particulares, con organización y control a cargo de los
colegios de abogados, y el Estado provee los medios económicos para que funcione. Este modelo está previsto también
por la aludida ley 14.442, la que en su art. 4º, in fine, establece que como colaboradores del servicio de defensa pública
pueden incorporarse abogados de la matrícula. De hecho, es lo que ocurre con la defensa de los intereses de las personas
que litigan ante los Juzgados de Paz de la provincia, quienes son asistidas por abogados de la matrícula, los que luego
cobran sus estipendios por intermedio de la Procuración General.

12.2. El modelo de organización de la defensa pública de la provincia de Buenos Aires. Situación actual

Los defensores oficiales en nuestra provincia, de acuerdo con la mencionada ley 14.442 —que reemplazó a la
12.061, que acompañó en su momento al Código Procesal Penal de 1998—, son parte integrante del Poder Judicial (art.
3º) y, junto con los fiscales y los asesores de incapaces, conforman el Ministerio Público, encabezado por el procurador
general (art. 1º), quien ejerce la superintendencia sobre todos sus miembros, si bien se deja establecido que el Ministerio
Público Fiscal y el de la Defensa son áreas funcionalmente autónomas (art. 3º).

Este modelo de organización difiere de los otros dos de mayor relevancia —por el número de sus miembros— en
nuestro país: el Ministerio Público a nivel nacional y el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En ellos, el Ministerio
Público de la Defensa es completamente autónomo e independiente del Ministerio Público Fiscal, como ramas bien
diferenciadas. Así, el art. 120 de la Constitución Nacional (y la ley reglamentaria de Ministerio Público 24.946) instauró
como su titular al defensor general de la Nación —de manera completamente independiente a la cabeza de los fiscales,
el procurador general de la Nación—, mientras lo propio hizo la capital de la República, al poner a los defensores
oficiales bajo el mando del defensor general de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con total independencia del
fiscal general de la ciudad —líder de los fiscales—, agregándose aquí una tercera rama autónoma del Ministerio
Público: la Asesoría General Tutelar de la ciudad, con cabeza y estructura propias (cfr. arts. 124 de la Constitución de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Ley Orgánica del Ministerio Público 1903, dictada en su consecuencia).

En la provincia de Buenos Aires, se ha invocado como reparo a tal modelo el art. 189 de la Constitución local, el
que establece que "el Ministerio Público será desempeñado por el Procurador y Subprocurador General de la Suprema
Corte de Justicia; por los Fiscales de Cámaras [...] por agentes fiscales, asesores de menores y defensores de pobres y
ausentes [...] El Procurador General ejercerá superintendencia sobre los demás miembros del Ministerio Público", de
lo que se ha colegido que fiscales y defensores deben responder a una única cabeza: el procurador general.

Desde otra mirada, Granillo Fernández y Herbel han sostenido la idea de que la defensa pública esté separada de
la Procuración General y, siguiendo el modelo de la ley nacional, dotarla de autonomía y autarquía financiera. Ya aún
durante la vigencia de la ley 12.061 apuntaron que era la propia ley de Ministerio Público la que le otorgaba funciones
claramente diferenciadas del Ministerio Público Fiscal, creaba el Consejo de Defensores —mantenido por la ley 14.442,
aunque liderado por el defensor general de la provincia—, en forma totalmente separada del Consejo de Fiscales,
dándole una integración y funciones, como la de proponer las directrices generales para la actuación de la defensa
oficial (cfr. art. 84, inc. 1º de la ley 12.061, hoy puestas a cargo del defensor general provincial), que indicaban,
claramente —e indican hoy, con más razón a partir de la nueva ley—, un reconocimiento de la independencia necesaria
que debe tener la defensa oficial. De la misma manera, se pone en cabeza de los defensores departamentales la función
de ejecutar la política general del servicio de defensa en su departamento (art. 32, inc. 2º de la ley 14.442, que reitera
la manda del art. 19, inc. 2º, de su predecesora), lo cual, en definitiva, a criterio de dichos autores, reafirma la alta
especialidad que requiere la defensa pública, incompatible con la exigida a su contraparte procesal, la Fiscalía (130).

En un intento de sortear el invocado obstáculo del art. 189 de la Constitución provincial, a fin de dotar de cierta
autonomía a la defensa pública, pero siempre dentro del ámbito de la Procuración General, la ley 14.442 —en clara
diferenciación de su antecesora, la 12.061— creó el cargo de defensor general de la provincia (art. 10, inc. 3º), a quien
le asignó, en lo esencial, la facultad de definir las políticas de defensa pública, y dictar instrucciones generales y
particulares con autonomía funcional, atribuyéndole también la potestad disciplinaria (art. 23). En detalle, el art. 24
enumera todos los deberes y atribuciones del nuevo magistrado, todo lo cual lo convierte en la verdadera cabeza de la
defensa pública provincial —más allá de seguir perteneciendo al ámbito de la Procuración General—, con un segundo
claramente establecido para casos de reemplazo y de funciones asignadas por aquél: el subdefensor general (arts. 10,
inc. 4º y 25).

Con tal diseño, la provincia intentó adecuar el servicio de defensa pública a un modelo que responda mejor a los
actuales requerimientos de su labor(131), habida cuenta de las críticas que ha generado la circunstancia de que las dos
partes encontradas en todo proceso penal —la acusación y la defensa— dependan, en definitiva, y como ocurre en la
actualidad, de un mismo magistrado: el procurador general de la Suprema Corte de Justicia provincial. Y decimos como
ocurre en la actualidad, ya que, hasta el presente, ese tramo de la ley 14.442 no ha entrado efectivamente en vigencia,
toda vez que respecto de los cargos de defensor y subdefensor general de la provincia ni siquiera se ha dado inicio al
procedimiento que prevén los arts. 12 y ss. de la ley 14.442 (terna elevada por el Consejo de la Magistratura luego del
concurso respectivo). Por ende, y en este punto, todo está como cuando regía la ley 12.061: tanto los fiscales, como los
defensores oficiales y asesores de incapaces dependen funcional y administrativamente del procurador general (132).

Sobre el asunto, la Suprema Corte de Justicia provincial fue llamada a resolver respecto de la constitucionalidad
de varios artículos de la ley 14.442, a partir de la demanda originaria de inconstitucionalidad presentada por la
procuradora general, por contrariar el aludido art. 189 de la Constitución local, en la que, previo a otro trámite, y como
medida cautelar, requirió al Máximo Tribunal provincial ordene no innovar y suspenda su entrada en vigencia, hasta
tanto se dicte sentencia definitiva sobre el fondo del planteo. La Suprema Corte resolvió "dejar establecido que, hasta
tanto se resuelva, las competencias y facultades asignadas por la ley cuestionada deben ser ejercidas por el procurador
general en tanto cabeza del Ministerio Público y titular de la superintendencia sobre la totalidad de los demás miembros
que la integran" (resolución del 11/3/2013, en el expte. I-72.447 "Procuradora General de la Suprema Corte de Justicia
de la Provincia de Buenos Aires v. Provincia de Buenos Aires s/inconstitucionalidad de ley 14.442").

12.3. Integración de la defensa pública provincial

Hecha la aclaración respecto del liderazgo actual de la institución, aparece como eslabón inmediatamente inferior,
en el ámbito de la defensa pública a nivel provincial, el defensor del Tribunal de Casación (art. 10, inc. 5º de la ley
14.442), cuya función esencial es continuar la defensa oficial ante el Máximo Tribunal penal de la provincia,
interponiendo los recursos que estime pertinentes (art. 30), quien cuenta con la actuación de defensores adjuntos ante
las diferentes salas de dicho órgano jurisdiccional (arts. 10, inc. 7º, y 31) (133).

Al frente de la defensa pública en cada departamento judicial de la provincia se encuentra el defensor departamental
—que la ley 12.061 denominaba defensor general departamental—, que ejerce allí la dirección técnica y funcional de
la defensa oficial, su superintendencia y la potestad disciplinaria, y organiza su funcionamiento, entre otras atribuciones
y deberes (art. 32 de la ley 14.442).

A su vez, el asesoramiento y asistencia técnica de las personas que requieren el servicio de la defensa pública es
llevado a cabo por los defensores oficiales (cfr. art. 33), cuya labor es dirigida y coordinada por el defensor
departamental. Especiales deberes sobre los defensores en materia penal son los de entrevistar periódicamente a sus
asistidos en los lugares de detención (inc. 7º) y, en una función introducida por la ley 14.442 que no estaba en su
antecesora, la de representar a los imputados como particulares damnificados en los que ellos sean denunciantes de
delitos cometidos en su contra durante el procedimiento penal (cfr. inc. 6º del art. 33).

En cada departamento judicial, la defensa pública, liderada por el defensor departamental, está compuesta por una
Secretaría General, las Unidades Funcionales de Defensa y los letrados auxiliares. La Secretaría General está a cargo
del secretario de la Defensoría General Departamental, quien supervisa la Mesa General de Entradas y la Planta de
Empleados, con funciones netamente administrativas (arts. 95 y 96). Cada una de las Unidades Funcionales de Defensa
está encabezada por un defensor oficial, con el que colaboran los letrados auxiliares y empleados que se le asignen
(arts. 93 y 94). En una previsión normativa singular, la ley 14.442 sigue la línea de su predecesora, otorgando un amplio
margen de actuación a los letrados auxiliares, cuya función excede la clásica de la legislación procesal penal argentina,
la cual, en general, está limitada a su actuación como fedatarios de la intervención del magistrado. En cambio, aquí los
funcionarios del Ministerio Público de la Defensa —así como los de la Fiscalía— pueden actuar procesalmente como
abogados bajo la dirección e instrucciones de sus titulares, por lo que están facultados para intervenir en representación
de éstos en audiencias y actos de trámite en general, suscribiendo por sí actas y escritos en causas judiciales, o en
actuaciones extrajudiciales, con limitaciones expresas, tales como, para el caso de la defensa, la imposibilidad de
desistir de los recursos, o prestar conformidad en un juicio abreviado, entre otras (art. 39).

12.4. Principios que rigen la actuación de la defensa pública provincial

La ley 14.442 ha continuado y profundizado la senda innovadora que, sobre el punto, inició la 12.061, ya que ha
dispuesto toda una organización de la defensa pública basada en criterios de flexibilidad en la actuación, dejando atrás
la vieja concepción de las "defensorías—feudos", como reflejo de la organización de los tribunales, con estructuras en
compartimentos estancos, en el que cada defensoría tenía un titular y un plantel propio, con una actuación la mayoría
de las veces absolutamente aislada y disociada de la de la defensoría de al lado. Por el contrario, aquí rige el principio
de considerar a la defensa pública como un gran estudio de abogados, en el que la cabeza es, en cada departamento
judicial, el defensor departamental, quien, sin perjuicio de la intervención autónoma que puede tener de acuerdo con la
realidad que vive allí a la hora de diseñar las pautas de actuación en su ámbito territorial, debe seguir las líneas trazadas
desde la cúspide de la provincia —hoy el procurador general, el día de mañana, el defensor general provincial—.

Tal criterio permite, al menos desde el plano ideal, una intervención coherente y armónica de la defensa pública,
en la que, más allá de que resulta una verdad irrefutable el hecho de que no existe una estrategia de defensa uniforme
sino que cada caso requiere una, no es menos cierto que políticas comunes al momento de encarar la defensa
contribuyen a un acceso más igualitario al servicio de defensa pública y a una mejor calidad en su prestación.

En tal inteligencia, la integración de las unidades de defensa, o la asignación de tareas a cada una de ellas, puede
variar de acuerdo con las necesidades de cada departamento judicial o del caso en particular de que se trate, de acuerdo
con las directivas que dicte el defensor departamental, quien debe asignar los recursos guiado por el principio de
actuación estratégica, es decir, definiendo los intereses prioritarios a tal fin (art. 37, inc. 4º), con el objeto de lograr el
mejor servicio de defensa pública posible. Incluso, puede designar uno o más integrantes de la defensa pública
departamental para que actúen en un asunto determinado o en varios de ellos, con o sin desafectación de su tarea
habitual, reemplazarlos entre sí, formar equipos que trabajen conjuntamente o abocarlos a un caso específico (art. 32,
inc. 7º). Como vimos en el punto anterior, tanto los letrados auxiliares como los empleados, organizados como un
cuerpo único, pueden ser destinados a colaborar indistintamente con las diferentes unidades de defensa, de conformidad
con el criterio que se estime adecuado según el caso —por especialización temática, por instancia del proceso, por
ámbito geográfico en el caso de las unidades de defensa descentralizadas, que son aquellas que se encuentran distantes
territorialmente de la cabecera departamental, etcétera—.

Ese criterio de flexibilidad también permite un control periódico de gestión en el funcionamiento del servicio de
defensa pública, orientado por objetivos y sujeto a seguimientos y ajustes permanentes (art. 37, inc. 6º), que lleve a
corregir los errores y a reforzar y profundizar los aciertos.

Otro criterio rector de relevancia, ya no exclusivo de la defensa pública, sino comprensivo a toda clase de defensa,
es el del interés predominante de las personas defendidas (arts. 35 y 37, inc. 1º). Ya nos hemos extendido sobre el punto
en el acápite de los defensores, por lo que cabe sólo reiterar aquí que el defensor debe bregar en el caso por el logro de
la solución que mejor beneficie a su asistido, prescindiendo en esa labor de cualquier otro interés individual, social o
colectivo.

En ese camino, los defensores están protegidos por el principio de autonomía funcional, y no pueden recibir
influencias o presiones externas o provenientes de las autoridades, para decidir la estrategia de defensa (art. 37, inc.
2º). La decisión estratégica del caso es suya.

Otro principio que la ley brega por respetar es el de la unidad de defensa, es decir, que sea el mismo defensor
oficial el que asista durante todo el proceso al imputado (cfr. art. 32, inc. 7º de la ley 14.442 y, en igual sentido, art. 92,
2º párr., CPP). Ya nos hemos referido a él al tratar la defensa oficial en el acápite "Defensores y mandatarios", por lo
que allí nos remitimos.

Finalmente, el art. 37 de la ley 14.442 nos trae otros principios de actuación del Ministerio Público de la Defensa,
como los de probidad (inc. 3º), transparencia (inc. 5º), acceso a la justicia (inc. 7º), especialización, capacitación y
trabajo en equipo (inc. 8º), responsabilidad (inc. 9º) y calidad de atención (inc. 10), que tienden, en lo esencial, a
complementar los anteriormente explicados.

Resulta una obviedad que para que estos principios no queden en meras declamaciones y se conviertan en una
realidad palpable, se requiere un compromiso serio y sincero de parte de todos los integrantes de la defensa pública, en
el que, repetimos, sea la idea de servicio la que prime por sobre los intereses personales. A la par, también exige de
parte de los estamentos encargados de la supervisión del trabajo, un control permanente y exhaustivo del cumplimiento
de las metas fijadas, materializado en informes de gestión, seguimiento estadístico, capacitación constante de los
miembros del plantel de magistrados, funcionarios y empleados, reuniones periódicas con ellos y, en general, del
desarrollo de los cursos de acción adecuados al objetivo principal que es el de adaptar la estructura de recursos humanos
y materiales existentes a fin de lograr el mejor servicio de defensa pública posible y facilitar así el acceso a la justicia
(cfr. art. 99, ley 14.442).

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