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Panel SITA Joven - Exposición Semana Tomista

El mal en la historia: una mirada desde la filosofía

Juan Ignacio Fernández Ruiz

Planteo del problema

Dice Josef Pieper que cada creatura es el “objeto de un sí” por parte de Dios, vale decir, que ha
sido fruto de un acto libre de amor de la voluntad divina 1. Por consiguiente, cada cosa, por el
hecho de ser, es buena, atractiva, valiosa. Como dice Santo Tomás: ens et bonum convertuntur, el
ente y el bien se convierten2. De este modo, porque Dios lo ama es bueno, y porque es bueno me
apetece y puedo amarlo.

Sin embargo, que la raíz última de todo cuanto existe sea buena no parece muy claro en un
mundo en el que cotidianamente experimentamos toda clase de males. Como ya notaba Pascal 3,
la naturaleza es ambigua, susceptible de decir algo y su contrario. Así es que muchos filósofos –y
muchas personas sencillas-, incluyendo Santo Tomás, han visto en ella, en sus riquezas y su
orden, el punto de partida para ascender, por vía de causalidad, a la existencia de un Dios
Todopoderoso y Bueno (argumentos cosmológicos, teleológicos, etc.). Pero otros desde ella han
iniciado el camino contrario, pues el sufrimiento, el dolor, la muerte, la injusticia, las guerras, el
pecado, etc., no parecerían ser fruto de una realidad previamente amada por el Creador.

Ante esto, no podemos más que preguntarnos cómo, frente a la realidad del mal, es posible seguir
confesando la existencia de un Dios Bueno, Sabio y Omnipotente. ¿Cómo se compagina la
existencia de Dios y sus atributos con el mal que a todos los niveles de la vida se hace presente?
¿Cómo un Dios tal puede permitir los horrores que nos acusan constantemente?

Este es uno de los más grandes problemas y obstáculos ante el cual se enfrenta, tarde o temprano,
cualquier persona, y, lejos de consistir solamente en una dificultad teorética o especulativa,

1
Cf. PIEPER J., Creaturidad. Observaciones sobre los elementos de un concepto fundamental. Trad. R. Vergara y J.
Rivera, Ediciones FADES, Col. estudios y discusiones, Bs. As. 1983, p. 21.
2
Cf. S. TOMÁS, Summa Theologiae I, q. 5, a. 1 in c.: “bonum et ens sunt idem secundum rem, sed different
secundum rationem tantum”
3
Pascal hace referencia a la doble infinitud de la naturaleza, en su miseria y su grandeza. Esta idea se expresa
especialmente en su antropología y baste para notarlo su famosa frase: “El hombre es un junco pensante” PASCAL
B. Pensamientos, nº 347, ed. Brunschvicg. Por otra parte, y teniendo en mente la expresión liber naturae presente
en medievales como Santo Tomás o San Buenaventura y hasta en contemporáneos como el Papa emérito
Benedicto XVI, debemos decir con Pascal que “para entender el sentido de un autor, es necesario concordar todos
los pasajes contrarios” Ibidem nº 684.

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constituye también uno de los mayores desafíos a nivel vital y existencial. La respuesta que se dé
a este interrogante será, por lo menos para el creyente, el más indispensable preámbulo de la fe.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo, se afirma que “no hay rasgo del mensaje
cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal” (Nº 309).

Santo Tomás, con gran claridad y profundidad, lo plantea así: “Parecería que Dios no existe.
Porque si uno de los contrarios fuera infinito, destruiría al otro totalmente. Pero esto se entiende
con el nombre “Dios”, a saber, que sea un bien infinito. Por lo tanto, si Dios existiese, ningún mal
se encontraría. Ahora bien, se encuentra el mal en el mundo. Por lo tanto, Dios no existe”
(Summa Theol. I, q. 2, a. 3, arg. 1).

Enfrentemos el tema con paciencia y profundidad sin dar respuestas superficiales y fáciles que
busquen eludir el problema.

La respuesta habitual al problema del mal

Quizás una respuesta rápida, que muchos de nosotros, educados en un ambiente cristiano,
solemos dar, es que Dios no causa el mal sino que lo “permite”. Pero, quien permite un mal que
podría impedir, ¿no sería culpable de él? Insistimos, entonces, y afirmamos que la permisión del
mal es “para respetar la libertad”. Pero, ¿qué libertad se estaría respetando, la del victimario? ¿Y
la de la víctima?

A pesar de las contra-argumentaciones todavía nos queda una respuesta: “Dios permite el mal por
un bien mayor”. ¿Acaso no acostumbramos a consolar a alguien que padece un mal con frases
como “por algo habrá sido”, “Dios así lo quiso”, “no hay mal que por bien no venga”, “Dios te lo
envió por un bien mayor”, “Dios del mal saca bienes”, etc.? En todos los casos alentamos al que
sufre a confiar que lo que le sucede ha sido querido por Dios, por malo que parezca.

De esta manera, el mal se convierte en un medio para el bien. Lo que desde una óptica cercana
parecería ser malo, en realidad, si uno viera el plan de Dios en su conjunto entendería que
contribuye al bien y el orden. Al no tener una visión global y completa del conjunto de la
realidad, somos ignorantes respecto de las razones por las cuales misteriosamente Dios permite
tales cosas. Si conociéramos estas razones veríamos que ocurren para bien. Según este
planteamiento, la Providencia divina, que todo lo conduce, explicaría el mal a costa de

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despreocuparse de lo particular y concreto que acaece a cada individuo. El mal tendría su valor y
sentido desde el punto de vista de la generalidad o globalidad, obviándose así lo particular y
concreto del mal. Los males vistos desde Dios son parte de su plan pedagógico que nos guía y
forma de esa manera.

Esta respuesta al problema del mal se ha identificado culturalmente con la postura filosófica
tradicional o conservadora, con la del mismo Santo Tomás incluso (el llamado tomismo neo-
bañeciano o “duro”), y con la perspectiva religiosa, particularmente del cristianismo. Por el
contrario, no es ni la postura religiosa tradicional ni la auténtica postura tomista.4

Si tuviéramos que identificar a un autor representativo y paradigmático de esta posición


podríamos nombrar al filósofo alemán Gottfried Leibniz, quien escribió la famosa “Teodicea”,
que literalmente significa “justificación de Dios”, a principios del siglo XVIII 5. Luego de él una
gran serie de filósofos la han asumido. Para el idealista Hegel, por ejemplo, el mal sería el precio
del desarrollo, un elemento imprescindible de la evolución en el desenvolvimiento del espíritu
absoluto. El sufrimiento de los individuos no sería tan malo si se considerara el progreso logrado.
Hegel mismo dirá una vez que su filosofía de la historia es una teodicea6.

Más adelante en el tiempo, el siglo XX ha sido testigo de las tristes consecuencias de esta
mentalidad en los totalitarismos de derecha e izquierda, teniendo al mismo tiempo como
presupuesto y medio de acción un desprecio a la dignidad humana en nombre de la Historia: un
fin colectivo justifica todos los medios, y no solo permite, sino que exige que se subordine y
sacrifique al individuo, de todas las maneras a la comunidad. El mal de algunos se transforma así
en factor positivo de desarrollo. Basten como ejemplos las guerras mundiales y los crímenes del
nazismo.

4
El teólogo dominico francés Jean-Hervé Nicolá es uno de los responsables de esta identificación de la postura de
Santo Tomás con la Teodicea Leibniziana. Él mismo dice: “[La buena doctrina exige] que sea el mismo Dios quien
introduzca en su plan la concepción de los pecados que se van a cometer…, y eso en el mismo plano en que está
concibiendo la obra que va a realizar mediante su voluntad omnipotente y con la más absoluta independencia”;
“Todo eso, el fallo moral, la elección pecaminosa, la acción mala…, solo están presentes a los ojos de Dios como
efectos de sus actos de conocimiento y de voluntad”; “[Así es como el mal y] los pecados cometidos de hecho,
entran en el plan divino; de suerte que, al fin de cuentas y haga lo que haga el pecador, Dios hace lo que quiere” en
Revue Thomiste citado por MARITAIN J., … Y Dios permite el mal, ed. Guadarrama, Madrid, 1967, p. 109. La negrita
es del autor y la cursiva de Maritain.
5
Edición en español: LEIBNIZ G. W., Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen
del mal, Introducción, traducción y notas: Tomás Guillén Vera, Granada, Editorial Comares, 2012, 513 pp.
6
Cf. HEGEL G. W. F., Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, TECNOS, Introducción General, c. I, p. 115.

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En fin, una primera batalla que tenemos que dar ante el problema del mal es la de rechazar
cualquier especie de teodicea que le dé al mal una cierta finalidad positiva y lo ponga en última
instancia bajo la voluntad de la causa primera. No identificar esta postura con la de Santo Tomás
ni con la del cristianismo. Evitar cualquier acercamiento superficial al mal.

El mal es privación7

Pero, entonces, ¿cuál sería la postura clásica? Refiramos algunos elementos de esta olvidada
posición. En primer lugar, bien sabemos que el mal es definido como “ausencia de un bien
debido”. No como simple ausencia de bien, es decir, como “negación”, sino como ausencia de un
bien “debido”, que debería estar en una naturaleza determinada, lo que es propiamente
“privación”.8 Así, por ejemplo, no tener alas es un mal para un ave, pero no para el hombre, pues
no está en su naturaleza el poder volar9.

En este sentido, para Santo Tomás solo puede haber mal si hay Dios. ¿Por qué? Porque si hay
mal, entonces debe haber un parámetro según el cual se pueda decir que una perfección es debida
o no a una naturaleza. Si hay mal hay orden natural. Y si hay tal orden entonces hay un
Ordenador. Como dice Santo Tomás: “Si el mal existe, Dios existe. Pues no existiría el mal una
vez quitado el orden del bien, del cual el mal es privación. Pero este orden no existiría, si no
existiera Dios” (Summa Contra Gentiles III 71).

Entonces, el mal es la ausencia de un bien debido. Ahora bien, en general no se entiende bien esta
clásica noción del mal. Se piensa que se lo estaría reduciendo a mera apariencia, que en realidad
no existiría o que sería un menor bien, y así se negaría el poder y el dramatismo con que se
manifiesta en el mundo. En primer lugar, hay que tener en cuenta que esta definición supone la
tesis metafísica clásica de la identidad entre el “ente” y el “bien”, de la que hablábamos al
principio. Por lo tanto, el mal no puede ser más que un cierto no-ser. Repetimos que no un no-ser
7
“Malum autem est privatio” S. TOMÁS, De Malo, q. 1, a. 2, ad 3.
8
“Privatio… est defectus eius quod est natum inesse et non inest”; “Malum neque est… sicut pura negatio, sed sicut
privatio”; “Remotio igitur boni, negative acepta mali rationem non habet… Sed remotio boni, privative acepta,
malum dicitur”; “Malum est defectus boni quod natum est et debet haberi”; “Hoc privari dicimus quod natum est
habere aliquid en non habet” S. TOMÁS, De Malo q. 1, a. 3; Summa Theol. I, q. 48, a. 2, ad1; I, q. 38, a. 3; I, q. 38, a.
5, ad1; De Malo q. 1, a. 2.
9
Insistimos que es un mal la carencia de algo que por naturaleza “debería” poseerse. Un hombre no “puede” volar
y, por ello, carecer de alas no es un mal para él, pero si “pudiera” naturalmente volar tampoco sería un mal carecer
de alas sino en cuanto pudiendo hacerlo también por naturaleza “debiera” hacerlo. Santo Tomás pone este
ejemplo: “si el hombre no tiene pelo amarillo no es un mal, porque aun cuando pueda tenerlos por naturaleza, sin
embargo no debe tenerlos de dicho color” S. TOMÁS, Summa Contra Gentiles L. III, c. VI. La cursiva es del autor.

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cualquiera, como mera carencia de perfección, sino como carencia que priva al sujeto de alguna
perfección que le correspondería tener en virtud de su naturaleza. Por poner otro ejemplo, la
ceguera no es un mal para una piedra, pero sí para un hombre.

En este contexto, que el mal sea privación no significa entonces negar absolutamente su
realidad10, sino afirmar que no tiene una entidad “positiva”, que no es ni un forma ni una
naturaleza, que no es capaz de subsistir por sí mismo, sino solo como mordedura en el ser de los
entes, como una lepra de ausencia. El mal subsiste “en” y actúa “por medio de” aquellos sujetos a
los cuales corrompe y, por tanto, toda su realidad y su eficacia procede de estos bienes11. En tal
sentido, el mal es peor y se manifiesta con más crudeza cuanto mayores son los bienes que
corrompe. Su dramatismo estriba precisamente en el carácter corrosivo y parasitario de su modo
de existencia12. Decir que el mal es privación no es negar su terribilidad sino fundamentarla.

Las clases de mal

Habiendo, de alguna manera, definido al mal, debemos decir que hay distintas clases de mal y,
con ellas, distintas leyes de las cuales dependen. No es lo mismo una enfermedad que un
asesinato, por ejemplo. En el primer caso estamos frente al llamado “mal físico” (lo que no quiere
decir que afecte solo a lo corpóreo), en el segundo frente al “mal moral” (que no afecta solamente
al espíritu). Mientras que el primero es “no-libre” y nos viene como “impuesto” por las
consecuencias de nuestra materialidad y corruptibilidad, por el contrario, el segundo, es “libre” y
es propiamente el mal con mayúscula, el “mal más malo”. El mal moral es el analogante
principal, el mal per se (si es que del mal puede hablarse así), mientras que el mal físico es
comparativamente menos malo aunque no por eso no dramático. De hecho, el principio moral de
que “el fin no justifica los medios” vale únicamente para el mal moral, no para el mal físico.13

10
“Malum quidem est in rebus, sed ut privation non autem ut aliquid reale” S. TOMÁS, De Malo, q. 1, a. 1, ad 20.
11
“Effective… malum non agit aliquid per se, id est secundum quod est privatio quaedam, sed secundum quod ei
bonum adiungitur; nam omnis actio est ab aliqua forma…” S. TOMÁS, Summa Theol. I, q. 48, a. 1, ad 4.
12
En esta línea podemos afirmar que el mal depende del bien para existir, por este motivo, si el mal destruyese
totalmente al bien, entonces se destruiría a sí mismo. Un principio malo absoluto opuesto al bien como planteaban
los maniqueos y dualistas es imposible: “El mal no quita todo el bien, sino un bien particular cuya privación es. La
ceguera quita la vista, no el animal. Desaparecería si desapareciera el animal. El mal integral no puede existir;
destruyendo todo el bien, se destruiría a sí mismo” S. TOMÁS, In IV Ethic. Nic., lect. 13. San Agustín dice también:
“El mal absoluto no tiene, pues, ningún modo de ser, al estar desprovisto de toda bondad. Por tanto, no existe” S.
AGUSTÍN, De div. Quaest. octog. tribus, nº 6.
13
De lo contrario sería inmoral ser dentista, por ejemplo, o entrenador de algún deporte, etc.

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El mal moral, a su vez, puede ser dividido en culpa (aspecto activo) y pena (aspecto pasivo:
resultado de la culpa). En general se confunde al mal físico con el mal moral de pena, pero no son
lo mismo, aunque tengan, efectivamente, “vasos comunicantes”. El mal de pena puede agravar el
mal físico, por ejemplo, y, al revés, el mal físico puede aliviar el mal de pena.14

Nos concentraremos en el mal moral de culpa teniendo en cuenta, por un lado, la división hecha
y, por otro, que, existiendo cosas materiales, de alguna manera el mal físico es necesario y
ontológico, mientras que el mal moral podría no existir y, de hecho, lo mejor hubiera sido que no
existiera. El mundo sería mejor de lo que actualmente es si nunca hubiera habido absolutamente
ningún mal moral. Por esto, para Santo Tomás el mal moral es “contingente” e “histórico”, no
“ontológico”: sucedió por un acto libre de la creatura, pero podría no haber sucedido.

La causa del mal

Si el mal moral es histórico y se introdujo en el mundo por la locura del pecado, pero podría no
haber sucedido ¿cómo pudo ser que efectivamente se haya dado?, ¿cómo puede haber mal moral?
Si el mal es “privación”, en este caso una falta o herida en el acto libre de la creatura, entonces su
causa no es propiamente “eficiente”, sino “deficiente”15. Nos preguntamos no por la presencia de
algo, sino por la causa de que algo no esté, a saber, el debido orden en la operación libre de la
creatura. Como el mal es privación su causa no es estrictamente hablando un “acto”, sino, más
bien, la falta de él, un “no-acto”. Una no-consideración de lo que debería hacer, una no-atención
a lo que la realidad me pedía, una no-aceptación de lo que Dios me movería a realizar.

La libertad creada del hombre encuentra su bien en conformarse a la razón y la ley divina, es
decir, que la norma según la cual una acción es moralmente buena es extrínseca a la acción
misma. Por este motivo, el hombre puede libremente considerar dicha norma en el instante de

14
Una enfermedad que alguien padece, por ejemplo, puede llevarse hasta con cierta alegría si el que la sufre es una
persona moralmente buena. Por el contrario, si además del mal físico padecido esa persona carga en sí la pena de
pecados cometidos, entonces el sufrimiento se vuelve más insoportable. Por otro lado, el mal físico puede servir
para restablecer, redimir o restaurar el mal de pena. Es el caso de la ascética y las mortificaciones que encuentran
acá su fundamento natural y filosófico.
15
“Malum, quod in quadam privatione consistit, habet causam deficientem, vel agentem per accidens ” S. TOMÁS,
Summa Theol. I-II, q. 75, a. 1. No tanto una causa que “hace” cuanto una causa que “deshace”: “…non agendo sed
deagendo” S. TOMÁS, De Malo, q. 1, a. 1, ad 8. “Propter quod dicitur quod malum non habet causam efficientem,
sed deficientem: quia malum non sequitur ex causa agente nisi inquantum est deficientis virtutis, et secundum hoc
non est efficiens” S. TOMÁS, Summa Contra Gentiles L. III, c. X.

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actuar o no hacerlo. Proceder a actuar sin la consideración de la regla o norma de la razón y ley
divina es lo que causa el acto malo.

Ahora bien, puesto que la causa del mal es “deficiente” y es un “no-acto”, entonces el hombre
puede “hacerlo” solo sin Dios. La no-consideración no necesita el concurso de Dios, por no ser
algo positivo, sino que la libertad es suficiente para ser causa primera del mal. En la línea del
bien Dios siempre es causa primera de todo ser y bondad que hay en las creaturas, incluyendo los
actos libres del hombre, pero en la línea del mal el hombre se transforma en una contradictoria
causa primera, pero no eficiente, sino aniquilante, “nihilizante”, en lo que Dios no interviene de
ningún manera, ni directa ni indirectamente. Así el hombre puede hacer el mal sin la ayuda de
Dios. En este sentido el filósofo tomista francés del siglo XX Jacques Maritain parafrasea la
sentencia evangélica: “Sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5), para decir “Sin Mí podéis hacer la
nada”.16 En la línea del bien, repetimos, Dios es causa primera y el hombre causa segunda,
mientras que en la línea del mal el hombre es causa primera.

En casi todas las tradiciones culturales se transmite esta idea. Quien es un gran artista, un
pionero, un fundador, un santo, se siente “inspirado” y cumpliendo una “misión”. Esto es, se
experimenta como causa segunda en el bien. Quien, en cambio, quiere ser “como Dios”,
comienzo absoluto -causa primera-, siempre hace al mal. Un ser humano sólo puede ser causa
primera deficiente. C.S.Lewis, en esta línea, afirma que hay dos clases de hombres: “los que
dicen a Dios <<hágase tu voluntad>>, y aquellos a quienes Dios dirá, al fin, <<hágase tu
voluntad>>.”17

De este modo puede entenderse el “seréis como dioses” del Génesis. En efecto, en la línea del
bien Dios es causa primera absoluta y creó todo cuanto existe ex nihilo, o sea, “de la nada”; en la
línea del mal el hombre es causa primera y hace el mal ex nihilo, a partir de ese “no-acto”, sin
seguir ninguna tendencia puesta por Dios, teniendo pura iniciativa aniquilante.

La permisión divina del mal

Mirar al mal de manera profunda, entendiendo su naturaleza (privatio boni), sus clases (mal
físico y mal moral) y su causa (la libre no-consideración de la regla), en su terribilidad y

16
Cf. MARITAIN J. … Y Dios permite el mal, p. 56.
17
LEWIS C. S., El gran divorcio. Un sueño, Andrés Bello, Chile, 1994, p. 69.

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negatividad, permite entender algo de la permisión del mal por parte de Dios. En esta línea el
Cardenal Journet en su famoso libro sobre el mal nos dice que en esta vida sólo quien desciende a
los abismos del mal puede ascender a las alturas de Dios, así como únicamente quien asciende a
las alturas de Dios está preparado para descender a los abismos del mal18. Por supuesto, sin
pretender agotar absolutamente la cuestión siempre abierta al misterio.

Así es que la negatividad del mal nos permite ver que Dios no está implicado ni directa ni
indirectamente, de ningún modo y bajo ningún aspecto, en la causa del mal ni introduce el mal en
sus planes o designios eternos. Dios mueve al hombre solo hacia el bien y el mal no se condice
con su voluntad creadora. Ahora bien, una vez que ha tenido lugar lo que nunca debería haber
acontecido (el mal en el mundo), Dios –en cuyo acto creador no está incluido el mal- no deja que
este mal tenga la última palabra. Él, supuesto el mal en el mundo, podríamos decir, pone en
marcha un “segundo plan” con su Providencia. “La concepción verdadera es la siguiente: el plan
divino, una vez establecido desde toda la eternidad, es inmutable. Pero Dios lo establece en la
eternidad teniendo en cuenta la libre deficiencia del hombre –sin causarla-, que El ve en su
eterno presente. El hombre entra, por tanto, en el plan eterno; pero no para modificarlo. Esto sería
absurdo. Entra en la composición y fijación del mismo por su poder de decir no. En la línea del
mal, la creatura es causa primera […].”19

Se trata del devenir “dramático” en el que nos encontramos. La historia, cristianamente entendida
al menos, no es estática, ni tampoco un conjunto de hechos azarosos o casuales ni un fatalismo
determinista en el que debamos cumplir un guión escrito de antemano como simples títeres. Sino,
por el contrario, es dinámica, nos invita a luchar contra el mal, a sumarnos como causas segundas
–esto es, real y verdaderamente causas en nuestro orden- a la Providencia de la causalidad
primera. Esto no es otra cosa sino la idea agustiniense de las dos ciudades 20 o la idea evangélica
del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30) que crecen y combaten juntas hasta el final de los tiempos en
el que el término glorioso supra-histórico llegará, aunque con más o menos pérdidas.21
18
JOURNET C., El mal. Estudio teológico, traducción y prólogo de Raúl Gabás, RIALP, Madrid, 1965, pp. 10-11.
19
MARITAIN J., Pour une philosophie de l’historie (París, Seuil 1959), 132 en JOURNET, El Mal, p. 261.
20
S. AGUSTÍN, La ciudad de Dios, 10ª ed., Ed. Porrúa, México, 2008. Los libros XV-XVIII tratan de la historia de las
dos ciudades que progresan la una con la otra y, por así decirlo, la una en la otra. Los libros XIX-XXII sobre los fines
últimos de las dos ciudades.
21
A propósito dice Maritain: “Yo pienso que en cada punto de la historia se cruzan dos movimientos inmanentes,
que afectan a cada uno de sus complejos momentáneos: uno de estos movimientos atrae hacia arriba todo lo que
en el mundo participa de la vida divina de la Iglesia, que está en el mundo, pero no es del mundo, y sigue la
atracción de Cristo, cabeza del género humano. El otro movimiento arrastra hacia abajo todo lo que en el mundo

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De esta manera, Dios lucha contra el mal ordenando absolutamente todas las cosas hacia el bien
con su voluntad originaria, impidiendo de manera sobrenatural algunos males concretos y
velando por el que sufre. A nivel sobrenatural, que supone la fe, el misterio de la Encarnación y
la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo es la respuesta más profunda y plena del mal.

Así, en la Providencia de Dios, Él no deja que el mal triunfe sino que ordena todo mal acaecido a
un bien superior posterior. Sin embargo, no al modo en el que lo pretende la Teodicea. Porque
Dios absolutamente no quiere ese mal ocurrido, ni siquiera como un medio para el bien, y no lo
manda como condición para obtener el bien ulterior, sino que, una vez que ocurrió, Él no permite
que triunfe y sabe obtener un bien superior. Pero bien al cual hubiese sido mejor llegar por otros
medios. Y mal que no deja de ser malo por el bien posterior al cual Dios lo ordena: el mal es
malo para toda la eternidad; Dios lo redime, pero no lo transforma en bueno 22. Por este motivo,
cuando alguien dice “Yo en mi vida de los males que experimenté saqué bienes” y cosas
semejantes, no es por la virtualidad del mal mismo, en la que no hay ninguna potencia hacia el
bien, sino por la lucha contra el mal.

El mal, desde esta perspectiva, siempre conserva su carácter dramático como herida del ser,
contrario a la voluntad de Dios y sus fines, algo realmente contingente, que debería no haber
pasado. No obstante, una vez producido por la voluntad creada deficiente, este mal no impide que
la Providencia obtenga de su lucha bienes mayores. La existencia del mal no se opone entonces al
gobierno providente de Dios, que no se reduce a ejecutar un plan prefijado de antemano, sino que
interactúa realmente con sus creaturas, respetando su obrar libre.23

pertenece al Príncipe de este mundo, cabeza de todos los malos. A base de ambos movimientos internos avanza la
historia en el tiempo. Así, las cosas humanas están sometidas a una distensión cada vez más fuerte hasta que el
tejido llegue a rasgarse. La cizaña echa sus raíces junto a las del trigo; el capital del pecado aumenta a lo largo de
toda la historia, y el capital de la gracia aumenta también y sobreabunda. A medida que la historia se acerca al
Anticristo y experimenta en toda su estructura visible transformaciones que preparan la llegada de éste, se acerca
simultáneamente a Aquel a quien el Anticristo precede, al que esconde, bajo la cadena de acontecimientos del
mundo, la obra santa que El realiza con los suyos.” Le Docteur angélique, París, Paul Hartmann (1929), III; París,
Desclée de Brouwer (1930), 81 en JOURNET, El Mal, pp. 260-261. También habla de una doble consumación de la
historia: “en el absoluto de abajo donde el hombre es dios sin Dios, y en el absoluto de arriba donde el hombre es
Dios en Dios” Humanisme intégral (París, Alsatia 1960), 171-173 en JOURNET, El Mal, p. 264.
22
“La culpa moral jamás será un bien, bajo ningún aspecto, aunque se relacione con cualquier orden superior; sin
embargo permanecerá eternamente un mal; el que pueda ser ordenado a un bien superior es un asunto distinto,
pero en sí misma, es un elemento de la tragedia del mundo y será siempre un mal” MARITAIN J. Neuf lecons sur les
notions premiéres de la philosophie morale (París, Téqui 1951), 72; citado por JOURNET C. El Mal, p. 70.
23
Desde toda esta perspectiva debe aplicarse analógica y traslativamente al mal moral de culpa o pecado la
respuesta suprema a la pregunta de por qué permite Dios el mal de este mundo y que Santo Tomás coloca en la
respuesta a la objeción que planteábamos al principio: “Por lo tanto, al primero debe decirse que, como dice

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Conclusión

Concluyamos, entonces, haciendo énfasis en dos aspectos de la postura clásica tomista respecto
del problema del mal.

En primer lugar, la historicidad del mal. El mal es histórico, depende de la libertad del hombre, es
contingente, no ontológico, no estaba incluido en los planes originarios de Dios, Él no lo ha
enviado como medio para conseguir bienes, sino que fue introducido escandalosamente en la
historia por la iniciativa deficiente de la voluntad libre creada.

En segundo lugar, el carácter histórico de la existencia humana o el optimismo dramático en el


que estamos envueltos. Esto es, supuesto el mal en el mundo, hay en juego un destino final supra-
temporal en el que Dios lucha contra el mal con su Providencia y en el que la creatura se suma
como causa segunda a esa batalla. Estamos en ese devenir en el que nuestra relación personal con
el Creador puede ganarse como, trágicamente, perderse. Digamos entonces como lo haría Santo
Tomás: cum Deo, contra malo, “con Dios contra el mal”.

Agustín en Enchiridio, Dios, puesto que es el sumo bien, de ningún modo permitiría que exista algún mal en sus
obras, a no ser que, por ser omnipotente y bueno, hiciera incluso el bien del mal. Por lo tanto, pertenece a la
infinita bondad de Dios que permita que existan males, y desde ellos saque bienes” S. TOMÁS, Summa Theol. I, q. 2,
a. 3, ad 1.

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