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PONENCIA

Título: Referente y rasgos constitutivos: dos problemas del análisis dimensional

Autor: Lic. Ernesto Wong García

Institución: Facultad de Lenguas Extranjeras, Universidad de La Habana

Dirección electrónica: ewong@flex.uh.cu

Medios técnicos necesarios: computadora y data-show

La propuesta fundamental y más general de la teoría dimensional del significado


(TDS), desarrollada inicialmente por el Dr. Leandro Caballero Díaz (1989,
1995/2014, 1996, 2002), se refiere a la estructura del significado lingüístico y de los
sentidos del discurso. Éstos se conciben como entidades complejas en las que se
vinculan cuatro tipos de contenido: modales (de posición subjetiva ante lo dicho),
ilocutivos (de intención pragmática del sujeto enunciador), referenciales (de
orientación del lenguaje hacia los referentes) y formales (que intervienen en la
construcción sistémicamente regulada de los enunciados). Estos tipos de contenido
caracterizan las llamadas dimensiones del significado: dimensión modal, ilocutiva,
referencial y constructivo-gramatical, respectivamente, y se discretizan en grupos
de rasgos que reflejan estos contenidos específicos.

Aquí, nos centraremos en dos de estas dimensiones, la modal y la referencial,


conscientes de que esto limita el análisis y de que las dimensiones ilocutiva y
constructivo-gramatical pueden presentar otros problemas que deberán resolverse
en su momento.

La dimensión modal se sustenta en la oposición, defendida por Caballero Díaz


(2002), entre lo que entendemos por modalidad lógica y lo que debe entenderse por
modalidad semántica. La primera se refiere a modos que operan sobre los valores
de verdad de las proposiciones, y permiten saber si éstas son verdaderas o falsas,
necesarias, contingentes, posibles. La segunda no se enmarca en el plano objetivo;
no se trata de valores referenciales de correspondencia con el mundo. La modalidad
semántica se enmarca en el plano de la subjetividad socialmente reconocida, en la

1
actitud psicológica de los hablantes ante lo que dicen, que se refleja en su discurso
y que queda “cristalizada” en unidades lexicales, estructuras gramaticales y
procedimientos suprasegmentales de la lengua que comparten. Así, el valor de
verdad de una proposición no es una actitud (aunque se atribuya a partir de
actitudes proposicionales); por el contrario, un hablante puede asumir una posición
de sinceridad o insinceridad ante él.

La especificidad de los valores modales que exhiben los sujetos enunciadores


permite dividir esta gran categoría semántica de la modalidad en subcategorías,
llamadas macro-categorías semánticas modales (MSM), a las que corresponden
macro-campos semánticos, y que agrupan cada una un mismo tipo de posición
subjetiva. Esta ponencia no lidiará con ninguna MSM en específico, por lo que no
dedicaremos espacio a caracterizarlas individualmente1.

Los valores modales, y esto es un postulado básico, son los correlatos


lingüísticos de las posiciones psicológicas del hablante. Esto tiene una
consecuencia, que a menudo no se explicita, y es que tales posiciones psicológicas,
subjetivas, son evidentemente estados mentales, y los valores modales heredan de
ellas su intencionalidad: son “sobre algo”, tienen un objeto 2. Así, por ejemplo, en la
MSM de interés, el sujeto enunciador se muestra interesado por algo, deseoso de
algo, comprometido con algo, conminado a algo; en la MSM de certidumbre,
aparece como seguro o inseguro de algo, como decidido o indeciso con respecto a
algo; en la MSM de valoración, la intencionalidad de los valores modales recae
sobre el objeto de la valoración; y así con el resto de las MSM.

No hay que confundir esta intencionalidad, que es la cualidad de muchos


estados mentales de ser “sobre algo distinto de sí mismos”, con la intencionalidad
que se refiere a “hacer algo con un propósito”, que es la relevante para la dimensión
ilocutiva.

La dimensión referencial agrupa los rasgos del referente sobre el que recae la
intencionalidad de los valores modales. Por supuesto, no incluye todos los rasgos

1
Para esto, ver Caballero Díaz (2002) y Galbán Pozo (2003).
2
Si bien es cierto que no todos los estados mentales son intencionales.

2
que pueden constituir un referente, sino solamente aquellos que han demostrado,
durante el análisis semántico, ser pertinentes en la modalización del discurso.
Actualmente, esta dimensión se estructura en cuatro grupos de rasgos semánticos:
constitutivos, taxonómicos, relacionales y de dominio.

Los rasgos constitutivos se refieren a las propiedades del referente. Son, al decir
de Caballero Díaz, «el correlato en el signo de la propiedad del objeto» (1995/2014:
32). Se proponen cuatro rasgos constitutivos de máxima generalidad: cualidad
(propiedad invariable inherente del ser), cantidad (propiedad variable no definitoria
del ser), comportamiento (rasgo dinámico) y estado (rasgo estático, o momento de
equilibrio en el comportamiento).

Los rasgos taxonómicos corresponden a las clases ontológicas en las que se


ubican los referentes, y tienen al menos dos funciones: construir y organizar las
categorizaciones mentales de los hablantes, y restringir el poder combinatorio de
las unidades lexicales. Esta última se hace evidente en un análisis del marco
predicativo verbal (dormir, comer, caminar, exigen un sujeto marcado como
[+ANIMADO]; romper, tumbar, arañar, exigen un objeto marcado como [+FÍSICO]). Los
rasgos taxonómicos con los que se trabaja en la TDS son tomados de las ontologías
tradicionales: animado vs inanimado, humano vs no humano, objeto físico vs objeto
no físico, objeto natural vs artefacto, y otros como institución, información,
sensación, eventualidad, etc.

Los rasgos relacionales codifican las relaciones que establece el referente con
los objetos del mundo, incluyendo el sujeto enunciador mismo. El modelo más
difundido contempla un grupo de rasgos de participación operacional (causación,
manipulación, concesión, control, privación y apropiación), un grupo de participación
experimentativa (experimentación de la operación, de lo desconocido y
experimentación propioceptiva), un rasgo de conjunción-disyunción, y un grupo de
rasgos locativos (temporales y espaciales). No obstante, hemos propuesto una
reestructuración que elimina los rasgos de participación operacional y el rasgo de
experimentación de la operación, y los sustituye y expande por un grupo

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considerablemente mayor de rasgos vinculados a la supra-categoría semántico-
nocional (SSN) de causalidad (Wong García, 2015).

Finalmente, los rasgos de dominio son el reflejo, en el significado lingüístico, de


la organización de la actividad humana, y del conocimiento que en ella se produce,
en áreas o dominios estructurados. Así, por ejemplo, distinguimos entre unidades
como bueno (dominio general), lindo (d. estético), inteligente (d. intelectivo), útil (d.
práctico-utilitario), justo o correcto (d. ético), entre otras, que expresan todas la
valoración positiva básica en los dominios correspondientes.

Es en esta dimensión donde surgen los problemas a los que está dedicado esta
ponencia. El primero es, necesariamente, qué entender por referente en el marco
del análisis dimensional, sin tener que apelar al entendimiento que pueda tener el
analista de lo que en semántica constituye un referente. Las definiciones que
aparecen en la bibliografía consultada, sin embargo, presentan problemas.

En la que ofrece Caballero Díaz, «objeto del mundo externo al lenguaje que es
designado por este último» (1995/2014: 31), se considera como relevante
solamente la relación de designación que establece el signo lingüístico con la
realidad. Curbeira Cancela precisa esta relación como mediada por el pensamiento
al definir el referente —y reubicarlo en el dominio mental— como «objeto de la
realidad objetiva aprehendido en el proceso del conocimiento y que, convertido en
noción, es consignado y denominado por el signo» (2007: 158)3.

Estas definiciones funcionan cuando se utilizan en la semántica lexical; sin


embargo, cuando se trata de un análisis de unidades del discurso, no tienen valor
operacional, esto es, no brindan criterios que permitan identificar en un enunciado
el referente que hay que caracterizar. En un enunciado cualquiera encontramos
tantos referentes (según las definiciones anteriores) como signos lingüísticos lo
compongan, y escoger uno para caracterizarlo en la dimensión referencial depende
totalmente de intuiciones no explicitadas por la teoría.

3
No es ésta la única definición de referente que encontramos en Curbeira, pero las otras siguen
la misma línea general.

4
Ayala Rodríguez ofrece una definición de referente que sigue otra línea: «objetos
imaginarios o reales de los cuales se habla [énfasis nuestro]» (2004: 21). Obviando
el plural, para la autora, referente parece ser sinónimo de lo que entendemos
habitualmente por tema, tópico o sujeto psicológico. Si bien esta definición es útil en
el análisis de los contenidos comunicativos en el nivel oracional (relacionados con
la estructura de la información), no parece apropiada para el tipo de análisis
semántico que se propone lograr la TDS, y a continuación explicamos por qué.

A excepción de lenguas como el japonés o el coreano, que cuentan con un


morfema de tópico, o en el caso de otras lenguas como el español, el inglés o el
francés, en las que en ocasiones, y de manera facultativa, los hablantes se sirven
de recursos lexicales y movimientos sintácticos para explicitar el tópico del
enunciado (“En lo que respecta a…”, “Este libro me lo regaló un amigo”, “As for…”,
“Him, I like”, “Quant à…”, “Lui, elle l’a vu”), la decisión de analizar uno u otro
constituyente como tópico o “referente” (en este segundo sentido) sigue siendo en
buena parte intuitiva, y no hay garantía de que esté bien fundada. Piénsese en un
ejemplo como “A mí, él me cae bien”, en el que la posición de tópico la ocupa el
hablante (“yo” en caso dativo preposicional), y sin embargo lo entendemos como
una valoración afectiva positiva de “él”.

La definición que ofrece Galbán Pozo, «objeto de la expresión lingüística» (2003:


27), tal como está redactada, es en realidad una paráfrasis de la anterior. Sin
embargo, nos consta, por comunicaciones personales con la autora y por estudios
de su metodología de trabajo, que la definición con la que trabaja se acerca mucho
más a lo que creemos debería entenderse por referente en el marco de la TDS.

Creemos que, en el marco de la TDS, por la naturaleza del análisis semántico y


por los objetivos que con él se persiguen, deberíamos entender por referente el
objeto de la intencionalidad modal, esto es, el objeto del mundo del discurso (o dicto,
como llamó Caballero a esta recreación lingüística de la realidad objetiva) sobre el
que recaen los valores modales, que al ser, como decíamos arriba, correlatos
lingüísticos de estados mentales, heredan de éstos su intencionalidad. Esto tiene la
ventaja de que permite determinar de manera inequívoca qué caracterizar en la

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dimensión referencial: el referente en sentido tradicional dentro del enunciado que
sea a la vez referente en este sentido más estrecho.

La nueva definición tiene implicaciones lógicas para la concepción de la


modalidad semántica presentada arriba. Desde Caballero Díaz (2002), se entiende
la modalidad semántica como «un tipo reconocido socialmente de posición subjetiva
del emisor ante lo que dice en el discurso [énfasis nuestro]» (p. 10), pero esto no
puede ser correcto. Tal como se entienden en la TDS (que bien puede ser la única
manera productiva de entenderlos), los valores modales —correlatos lingüísticos de
las posiciones psicológicas— son parte de “lo que se dice”, o al menos eso nos lleva
a pensar la marcada distinción que hace el mismo Caballero Díaz (2002) entre la
subjetividad (de naturaleza psicológica e infinitamente diversa) y la modalidad (de
carácter universal, lingüístico y necesariamente discreto y categorizado), y su
ubicación de la modalidad valorativa como categoría subordinada al dicto, al mismo
nivel que las otras MSM (1995/2014: 8). Si concedemos que, como vimos, los
valores modales son intencionales (tienen un objeto distinto de sí mismos), la
concepción anterior es circular: un valor modal tendría como objeto “lo que se dice”,
de lo cual él mismo sería parte. Se tendría como objeto a sí mismo, y la relación
sería infinitamente regresiva.

Esto muestra una diferencia más entre la modalidad lógica y la modalidad


semántica. En la primera, sí puede hablarse de modos que se atribuyen a “lo que
se dice”, ya que el contenido proposicional “estricto” es invariable de un modo lógico
a otro, y lo que cambian son las condiciones bajo las cuales ese contenido es
verdadero. En la segunda, por el contrario, el valor modal se realiza en el discurso
como parte de “lo que se dice” (lo que se ha llamado modus), y tiene como objeto
un fragmento de la realidad lingüísticamente representada (lo que se ha llamado
dictum), que es otra parte de “lo que se dice”.

Antes de cerrar la cuestión del referente, es necesario reflexionar sobre algunas


particularidades de los rasgos constitutivos.

Consideremos los enunciados siguientes:

[1] Rosita tiene una belleza que va y viene.

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[2] Las oscilaciones del péndulo son demasiado irregulares.

E incluso:

[3] Es un fallo que las oscilaciones del péndulo sean irregulares por
momentos; deben ser irregulares siempre.

En [1], tenemos una valoración ambigua, en el dominio estético, del


comportamiento (en el tiempo) de la cualidad de un humano. En [2], una valoración
negativa, en el dominio físico (y quizás práctico-utilitario) de la intensidad de una
cualidad del comportamiento de un objeto físico. Finalmente, [3] nos presenta una
valoración negativa, en el dominio físico (y quizás práctico-utilitario) del
comportamiento (en el tiempo) de una cualidad del comportamiento (en el espacio)
de un objeto físico.

Lo que los ejemplos anteriores nos muestran es que los rasgos constitutivos no
sólo establecen «configuraciones sémicas o conjuntos sémicos» (Caballero Díaz,
1995/2014: 33) al activarse dos o más de manera simultánea, sino que además se
abstraen y se combinan de manera recursiva para formar estructuras jerárquicas.

Llegados a este punto, debemos introducir una precisión terminológica: la


distinción entre objeto de la intencionalidad modal y foco de la modalización. El
objeto de la intencionalidad modal es el referente tal como lo entendemos ahora,
esto es, como aquel objeto del mundo del discurso (dicto) ante el cual el hablante
asume una posición psicológica que se realiza lingüísticamente como valor modal.
Dado que es epistémicamente imposible considerar un objeto haciendo abstracción
de sus propiedades (recordemos las categorías kantianas de noumenon y de cosa
en sí), la modalización siempre va a centrarse en un aspecto del referente, va a
tener un foco.

¿Cómo entonces se abstrae un rasgo constitutivo del referente para hacer de él


el foco de la modalización? Podemos sugerir dos posibilidades, que hacen uso
ambas de la recursividad combinatoria del lenguaje.

Solución primera: En los ejemplos anteriores, se puede argüir que en [1], el


referente no es Rosita, sino la belleza de Rosita; que en [2] el referente no es el

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péndulo, sino sus oscilaciones; o que en [3] el referente tampoco es el péndulo, sino
la irregularidad de sus oscilaciones. Esto equivale a decir que el emisor toma un
referente R1, y focaliza en él una propiedad Const1 haciendo abstracción de las
otras propiedades (pero no de R; aunque “la belleza de Rosita” sea ahora el
referente, sigue siendo “de Rosita”). Const1 es ahora R2, y se aplica la misma regla
para obtener Const2. Lo que queda es una cadena como ésta:

R n+1 ≡ λConst n [BE (R n , Const n )] ∶ n ≥ 1

Utilizamos aquí la operación lógica de extracción-𝜆, tomada del cálculo de


predicados, para extraer la propiedad Const de la función atributiva BE, donde se le
atribuye al referente R (los corchetes [ ] delimitan aquí el ámbito del operador 𝜆).

Esta solución funciona en una dirección que podemos llamar “del referente hacia
afuera”, ya que se extrae de R1 una propiedad que se convierte en R2, se hace lo
mismo con R2 para crear R3, como las muñecas rusas, teóricamente ad infinitum.

Solución segunda: La otra posibilidad funciona en la dirección contraria, “hacia


adentro del referente”, pues éste se mantiene y lo que se hace es “escarbar” en sus
propiedades, y luego en las propiedades de éstas, nuevamente ad infinitum. Nos
quedaría entonces la cadena siguiente:

λConst n+1 [BE (λConst n [BE (R, Const n )], Const n+1)] : n ≥ 1
que intenta formalizar la relación “propiedad de una propiedad de una propiedad […]
de una propiedad de un referente”.

La segunda solución parece ser la correcta. Al mantener el mismo referente, es


la única que permite seleccionar de manera inequívoca un rasgo taxonómico. Así,
en [1] estamos hablando de un humano (Rosita), y en [2] y [3] de un objeto físico
(un péndulo). De lo contrario, si adoptamos la primera solución, en [1] y [2]
estaríamos hablando simplemente de la clase ontológica Propiedad (¿De qué? No
sabemos.), y en [3], sólo parece posible que estemos hablando del aspecto de una
eventualidad. Por supuesto, no del aspecto como propiedad de una eventualidad,
sino del “aspecto-de-la-eventualidad-específica-en-la-que-ese-péndulo-oscila-de-
manera-irregular” como referente atómico, porque esta variante va creando objetos

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cada vez más complejos, pero irreductibles: la relación PROPIEDAD_DE (inversa
de la función atributiva BE) se borra, o mejor, se compacta, cuando “la propiedad
de R1” se convierte en R2.

La segunda solución también va creando objetos cada vez más complejos, pero
descomponibles en sus relaciones, dinámicos, lo cual nos permite mantener una
base referencial (codificada como rasgo taxonómico) y, sin perderla de vista —por
cuanto se refiere al objeto de la intencionalidad modal—, aplicar una abstracción
potencialmente recursiva sobre sus propiedades, que devienen sucesivamente el
foco de la modalización.

Esta solución nos regresa a la cuestión del referente, que habíamos dejado
abierta, pues plantea un problema interesante: ¿Cómo delimitar un referente?
¿Cómo sabemos que en [3] el referente es el mismo que en [2], a saber, un
péndulo? Y ya que estamos, ¿cómo sabemos que en [2] se habla de un péndulo, y
no de unas oscilaciones? En general, ¿qué cuenta como referente? Estas preguntas
van más allá del estrecho marco que permite esta ponencia. Nos limitamos a señalar
la importancia metodológica que revisten.

No obstante, sí hay algo que podemos apuntar. Es evidente que oscilación


denota un comportamiento (rasgo constitutivo), y un comportamiento no tiene
sentido sin un objeto que lo exhiba. Si alguien dice “Me gustan las oscilaciones (en
general)”, no podemos evitar interpretarlo como “Me gusta que las cosas oscilen”,
lo cual constituye una valoración impresiva positiva del comportamiento de los
objetos que pueden exhibir dicho comportamiento. Lo interesante aquí es que tanto
el referente como el rasgo taxonómico son variables, definidas además por
recursión. Creemos que este fenómeno, aunque inusual, merece ser objeto de
investigaciones.

A manera de resumen, podemos decir lo siguiente:

 El ser humano asume posiciones psicológicas, subjetivas, ante la realidad


que experimenta. Tales posiciones psicológicas son estados mentales y,
por tanto, son intencionales: son “sobre algo” distinto de ellas mismas,
tienen un objeto.

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 Los correlatos lingüísticos, expresados en el discurso, de estas
posiciones psicológicas son los valores modales, que heredan de
aquéllas su intencionalidad, y que conforman la dimensión modal del
significado.
 El objeto de esta intencionalidad modal es lo que entenderemos por
referente en la TDS, y se caracteriza en la dimensión referencial.
 Al ser epistémicamente imposible considerar un objeto sin considerar
también al menos alguna de sus propiedades, la modalización recae
siempre sobre un aspecto específico del referente, una propiedad, que
hemos llamado foco de la modalización.
 Este foco puede ser un solo rasgo constitutivo, una «configuración sémica
o conjunto sémico» si se activan dos o más rasgos constitutivos
simultáneamente, pero también puede tratarse de una configuración
jerárquica en la que los rasgos constitutivos se obtienen unos de otros por
abstracción recursiva, manteniendo siempre una base referencial.

Antes de concluir, explicitaremos dos consecuencias teórico-metodológicas de


lo anteriormente expuesto.

La primera consecuencia es que, al ser el rasgo constitutivo correlato de la


propiedad del referente, que se abstrae de éste para hacer de él el foco de la
modalización, el rasgo constitutivo aparece ontológica y epistemológicamente
subordinado al referente. Y puesto que los objetos en el mundo instancian
determinadas propiedades en función de qué tipo de objetos son, el rasgo
constitutivo aparece subordinado al rasgo taxonómico.

Esto significa que, a pesar de lo simple y elegante que pueda ser partir de cuatro
rasgos constitutivos de máxima generalidad (cualidad, cantidad, comportamiento y
estado), esta decisión metodológica invierte la relación de subordinación entre el
rasgo constitutivo y el taxonómico. Defendemos el recorrido contrario: partir de una
ontología semántica (rasgos taxonómicos) y sobre ésta determinar qué propiedades
(rasgos constitutivos) son predicables de cada clase. Esto tendrá como resultado
que ciertos rasgos taxonómicos activen o habiliten ciertos rasgos constitutivos no

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disponibles para otras clases ontológicas. Así, por ejemplo, de los objetos físicos,
animados y humanos serán predicables los rasgos constitutivos de cualidad,
cantidad, comportamiento y estado; sin embargo, un objeto taxonomizado como
[PROPOSICIÓN] activará un constitutivo de [VALOR DE VERDAD], privativo de ésta clase
ontológica, y modalmente focalizado sobre todo en la MSM de lealtad (valores
modales de sinceridad e insinceridad).

Esto nos lleva a la segunda consecuencia, más general. Al definir el referente


como el objeto de la intencionalidad modal, establecemos también una relación de
subordinación de la dimensión referencial a la dimensión modal. Esto quiere decir
que, al igual que el rasgo taxonómico determina los rasgos constitutivos, el valor
modal determinará el rasgo taxonómico, esto es, determinará qué se puede
modalizar, qué puede ser el referente.

En la MSM de valoración, la intencionalidad de las posiciones axiológicas


(valores modales) puede recaer sobre cualquier objeto, o lo que es lo mismo, se
puede valorar cualquier cosa. Sin embargo, al analizar otras MSM, comienzan a
surgir restricciones. Así, los valores de seguridad e inseguridad de la MSM de
certidumbre exigen un objeto taxonomizado como [ PROPOSICIÓN], mientras que los
valores de decisión e indecisión de la misma MSM toman un objeto perteneciente a
la clase ontológica [ACCIÓN] (que tiene también sus constitutivos específicos).

Finalmente, puesto que no todos los estados mentales son intencionales, habrá
casos en los que el valor modal correspondiente no tendrá ningún objeto. Tal es el
caso, por ejemplo, de algunos valores de la MSM de expresividad, relacionada con
los estados emocionales. Las emociones son estados mentales, y emociones como
el miedo, el arrepentimiento o el asombro son claramente intencionales, esto es,
siempre tienen un objeto, que a menudo coincide con su causa. No obstante,
algunas emociones como la alegría o la tristeza, aunque son causadas por un
objeto, no están dirigidas a éste como sí lo están las anteriormente mencionadas,
no son intencionales (Sousa, 2013). Esto tiene una implicación bastante fuerte: para
estos valores modales, que se corresponden con estados mentales cualitativos no
intencionales, no puede hablarse de una dimensión referencial.

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No hemos pretendido decir la última palabra sobre los problemas que hemos
tratado. Solamente hemos querido ofrecer algunas consideraciones, posibles ahora
tras más de veinte años de estudios semántico-discursivos, con la esperanza de
abrir la puerta a una nueva generación de investigaciones sobre la lógica de la
estructura dimensional del significado, y sobre las estructuras formales que la
subyacen.

Referencias bibliográficas

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en cuentos de Alice Walker». Tesis presentada en opción al grado de Doctor
en Ciencias Filológicas, FLEX, Universidad de La Habana.
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Cuba, ENPES, La Habana, pp. 27-88.
--- (1995/2014): Semiótica y diccionario. Publicado como: Semántica y Diccionario,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
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Vervuert-Iberoamericana.
--- (2002): «Modalidades semánticas del lenguaje». En: Estudios lingüísticos
cubanos (II) Homenaje a Leandro Caballero Díaz, Universitat de València,
pp. 137-160.
CURBEIRA CANCELA, A. (2007): Introducción a la teoría del lenguaje, Editorial Félix
Varela, La Habana.
GALBÁN POZO, A. Ma. (2003): «Aproximación al estudio de las macro-categorías
semánticas modales (valoración, lealtad, certidumbre, interés, afectividad y
expresividad) y su expresión a través de verbos de las lenguas española y
alemana». Tesis presentada en opción al grado de Doctor en Ciencias
Filológicas, FLEX, Universidad de La Habana.
SOUSA, R. de (2013): «Emotion», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Edición
de la primavera de 2014), Edward N. Zalta (ed.). Consultado el 6 de julio de
2016, en http://plato.stanford.edu/archives/spr2014/entries/emotion/.
W ONG GARCÍA, E. (2015): «Un modelo para el análisis semántico-discursivo de la
causalidad». En: Estudios de lingüística de la Universidad de Alicante, 29,
pp. 345-58.

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