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Agradecimientos

A Virginia, por haber soportado este calvario con dignidad y fortaleza. Eres una mujer de los pies a la
cabeza. Gracias por tu cariño y ayuda. Estoy y siempre estaré, muy, pero que muy orgulloso de ti.
A mi padre por haber luchado hasta la muerte porque se hiciera justicia.
A mi abuela Elisa, a la que nunca volveré a ver.
A mi madre, hermanos, cuñada y dos sobrinitos a los que todavía no conozco, aunque os quiera
muchísimo.
A mis buenos amigos de Valencia: Marisa y Roberto, Lola y Marcos, Begoña y Julio, Mati, Ricardo,
Yolanda y Enrique, Juanjo, Juanma, Paco, Carles, Cholo, Santi, Franjo, Vicente, Domingo, Rafa,
Jorge, José, Toni, Paco, Vicente, Inma, Hermi, Lucía, Marcela, Mª Ángeles y Celia. De Segorbe,
Castellón: Teresa, María, Matilde, Vicen, Nico, Emilio, Juan y Pepe. De Alicante: Paco, Paquito y
Mariano. De Albacete: Mari, Macarena, Sandra, Rocío y Toni. De Ávila: Pilar y Mamen. De Madrid:
Emilio, Fernando y Manolo´s. Muchísimas gracias a todos por haber estado siempre ahí, no lo
olvidaré nunca.
A aquellos funcionarios del centro penitenciario de Picassent que han hecho más fácil mi estancia,
especialmente a Mª Carmen, Maite, Luis Miguel, Ángel, Luis, Vicente, Manolo, Antonio, Enrique y
Chimo. Que sigáis siendo tan profesionales y humanos.
A los guardias civiles que he conocido aquí. Vuestro saber estar hace que cada día me sienta más
orgulloso de contar en España con un cuerpo tan competente cómo la Benemérita.

Sin excepción, a todos los compañeros con los que he compartido gran parte de mi vida en prisión.
Que tengáis siempre mucha suerte y salgáis pronto. ¡Ah! ¡Y portaos bien ahí fuera! ¿Vale?
A los compadres del centro penitenciario de Picassent, que me han dado Autor: Clientesus buenos
consejos en la planificación de este libro: Pablo, Tomás, Pepe, Gerardo, Hugo, Joaquín... y también a
aquellos que no queréis que cite vuestros

nombres. Gracias por aguantarme y deseo de corazón que estéis dentro de poco junto a los vuestros.
A Antonio Salas y Belén López, por brindarme la oportunidad de contar mi historia.
Y a todos y todas los que lucháis dignamente por un ideal.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Prólogo por Antonio Salas

<<El jefe de los skins de Valencia>>. Así le denominaban, injusta e inapropiadamente, algunos de sus
compañeros cuando ingresó en la prisión de Picassent. Hace pocas semanas, fue trasladado de cárcel,
pero continúa cumpliendo condena.
Crespo recuerda más de 20 años de servicio a la extrema derecha española, desde aquel ingenuo
<<bautismo activista>> que le ordenó su jefe local de Fuerza Nueva (arrancar la placa de una
academia de inglés en Valencia), hasta fabricar bombas para utilizarlas contra los que consideraba
<<enemigos naturales de España>>. En ese tiempo ha visto caer a muchos camaradas. Ha presenciado
asesinatos, ha sufrido el suicidio de varios de sus compañeros <<de lucha>> y ha perdido también a
buenos amigos a manos de sus adversarios en atentados antifascistas. En definitiva, se ha
acostumbrado a tener la muerte cerca, presente en su vida. Y le ha terminado perdiendo el miedo.
Quizá por eso ahora se ha decidido a hablar.
Mucho cambiaron las cosas desde que un adolescente Juan Manuel Crespo ingresó en las filas d la
extrema derecha, siendo poco más que un niño. Aún recuerda con añoranza la ilusión que le hacían
los autógrafos que le firmaba Blas Piñar en cada nuevo mitin político al que asistía; y que conservaba
con la misma devoción con la que su hija recogería ahora un autógrafo de David Bisbal.
Autógrafos que Crespo colocaba en el santuario fascista en que se había convertido su habitación de
adolescente. Un altar que construyó sobre su cómoda y que llenó de fetiches ultraderechistas, con la
presencia inevitable de Franco, Primo de Rivera, Muñoz Grandes, Queipo de Llano, etc. En aquellos
días proclamaba la máxima de moda entre los jóvenes ultras españoles con total devoción: <<Franco
fue el Dios, y Blas Piñar, su profeta>>.
Juan era demasiado joven aquel 23-F, que siguió ilusionado en los informativos nacionales:
<<Hubiéramos salido a las calles, arma en mano, a defender un golpe que no era el nuestro>>,
escribe. Y yo le creo. Con el tiempo terminó manteniendo una buena amistad con Tejero, y sé que,
de haberse dado la circunstancia, habría puesto su revólver del calibre 38 reglamentario al servicio
del ex guardia civil.
Pero el fracaso del <<Tejerazo>> lo pilló demasiado joven, así que tuvo que conformarse con
participar en otras acciones violentas. Muchas y muy variadas. Desde la confección de bombas
contra las librerías y sedes de movimientos izquierdistas hasta la represalias contra cines que
proyectaban películas <<antiespañolas>> como <<El crimen de Cuenca>>, y contra los espectadores
que osaban ir a verlas…
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Crespo no es sólo un teórico de la extrema derecha. Fue uno de los ultras que vigilaba, desde un piso
clandestino alquilado para tal fin, las estatuas de Franco para protegerlas contra las hordas
antifascistas, y el primero en encabezar los comandos violentos que apalizaban a rojos, <<guarros>>,
<<antifas>>, etc., que osaban profanar el nombre del Caudillo; preparó artefactos explosivos, a base
de clorato potásico, gasolina y ácido sulfúrico, contra los furgones policiales; participó en atentados
contra líderes carismáticos como Santiago Carrillo; y desde que unos camaradas nazis de Cedade le
proporcionaron su primera pistola (para asaltar la sede comunista en Valencia, y que terminó
disparando para proteger a su compañero nazi en la incursión), se familiarizó con las armas de fuego.
Convivió muy estrechamente con toda la extrema derecha española, y terminó siendo el presidente
de Falange Española- Frente Nacional Sindicalista. Conoció a personajes tan emblemáticos como el
general León Degüelle, Eric Norling, Pedro Varela y toda la cúpula de Cedade. Pasó revista a las
tropas de Patria Libre, en los campamentos paramilitares de El Escorial, al lado de su amigo Eduardo
Arias. Compartió confidencias y proyectos con Ricardo Sáenz de Ynestrillas, y fue uña y carne con
algunos de los principales protagonistas de mis libros Diario de un skin y El año que trafiqué con
mujeres. De hecho, vistió el uniforme de una controvertida empresa de seguridad valenciana,
durante más de 30.000 horas, entre 1988 y 1997, como demuestra su vida laboral.
Asistió a reuniones secretas de la extrema derecha española, donde se prepararon atentados de todo
tipo; como, por ejemplo el de 1985 en Valencia. Él fue quien organizó la logística para el tiroteo
contra la fachada del teatro Princesa, donde Els Joglars ofrecían su satírico espectáculo Teledeum.
Atentado que sustituyó la propuesta inicial de asesinar a Albert Boadella, sugerida por un viejo
conocido mío de la extrema derecha valenciana.
Nunca tuvo ningún reparo en mancharse los nudillos de sangre, a la hora de defender lo que
consideraba sus ideales. Como tantos otros jóvenes ultraderechistas hacen en la actualidad.
Sería difícil enumerar cuántos puñetazos, patadas o golpes ha propinado. Ni siquiera él mismo
recuerda en cuánta <<cacerías>>, palizas o peleas ha participado, en compañía de sus camaradas,
tanto nazis como ultraderechistas, fascistas o falangistas. Pero sí recuerda el punto de inflexión en su
trayectoria violenta. Aquel hombre inocente, a quien persiguió a patadas y puñetazos hasta
destrozarlo, en presencia de su propio hijo.
Ni siquiera los gritos del sacerdote, que vio interrumpida la misa por aquella despiadada paliza,
uniéndose a los del niño, conseguían acallar las voces interiores que dirigían los puños de Crespo.
Como ninguna voz externa puede acallar el odio de un violento cuando se deja llevar por la furia.
Por eso es tan importante que ultras, nazis y fascistas puedan escuchar ahora la voz de uno de los
suyos. A él quizá le escuchen.

Crespo es un personaje muy conocido dentro de la extrema derecha. Todos los veteranos, desde Blas
Piñar a Pedro Varela, conocen su nombre, y lo temen. En estas páginas sabremos por qué. Pero quizá
los más jóvenes, las nuevas generaciones que han llegado en los últimos años, mientras él cumple
condena en la cárcel, ignoren quién es, y qué ha vivido, Juan Manuel Crespo Ortiz.
Algunos de esos jóvenes fascistas que están llegando a la extrema derecha en el siglo XXI se niegan a
creer la visión que yo transmití en mi Diario de un skin y El año que trafiqué con mujeres de cómo
sus líderes los manipulan. Menosprecian las <<mentiras de un periodista sensacionalista que sólo
quiere vender libros>>. Pero ahora no soy yo quien se dirige a la joven extrema derecha. Es uno de
ellos.
El mismo Juanma Crespo que aceptó a jóvenes skins en la delegación provincial de Falange que
dirigía. El mismo que disfrutó del Bernabéu o del Mestalla con los camaradas de Ultrassur o de
Yomuss. El mismo que proclamó la <<España para los españoles>> desde infinidad de
manifestaciones y mítines políticos. El mismo que empuñó las armas, a veces de fuego, en la lucha
que consideraba <<política>>. Y además, el mismo que ha renunciado totalmente a los derechos de
autor de este libro, para que nadie vea en su confesión pública un afán de lucro.

Creo que su voz si la escucharán. Con asombro. Con perplejidad. Al descubrir la trastienda de un
movimiento, tan idealista como obsoleto, del que nunca les han hablado líderes como Ynestrillas,
Blas Piñar, Pedro Varela, León Degrelle, etc.
También se asombrarán los famosos que han conocido a Juan Crespo durante los años que trabajó de
escolta y agente de seguridad en los platós de televisión. Desde Alejandro Sanz hasta Ricardo Bofill o
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Paulina Rubio, descubrirán un lado desconocido de aquel apuesto y simpático agente de seguridad
que les sirvió de cicerone en la noche valenciana.
Y, sobre todo, se asombrarán sus compañeros de módulo, en la prisión donde cumple condena, al
descubrir el insólito pasado de su compañero de celda. Aquel que se escapó de los juzgados, saltando
por la ventana, para permanecer varias semanas prófugo antes de ser nuevamente detenido. Aquel
<<jefe de los skins>> que protagonizó dos peligrosas huelgas de hambre para reivindicar su inocencia
en el delito por el que lo condenaron, aun confesándose culpable de mil delitos anteriores.
Yo no sé si es inocente o no. Además eso tampoco importa. Crespo sabe que la sentencia es firme.
Lleva años en prisión y nada cambiará las cosas. Pero su confesión pública, las memorias de su vida
ultra, son un verdadero tesoro histórico.
No sólo porque ha vivido, desde las mismas entrañas de la extrema derecha, la evolución del
movimiento ultra en España, conviviendo con todos sus protagonistas. No sólo porque ha sido
compañero, camarada, amigo o confidente de todos los personajes relevantes en el fascismo, el
nazismo y la ultraderecha en España. No sólo por su

relación con Tejero, Ynestrillas, José Luis Roberto, Piñar, Varela o hasta los asesinos de la matanza
de Atocha, sino porque su ingreso en prisión ha ampliado de forma colosal su perspectiva sobre la
violencia justificada con fines políticos, desde uno u otro extremo.
Nadie podía haber profetizado que, con los años, <<el jefe de los skins>> terminaría conviviendo y
estrechando amistad con uno de los GRAPO que preparó el atentado bomba contra Juan Crespo y
sus compañeros en la plaza de Oriente de Madrid, a mediados de los años ochenta, abortado a última
hora por la policía.
Nadie podía imaginar que compartiría celda con los negros, moros, sudacas, maricones, traficantes o
violadores, <<enemigos naturales>> de su causa.
Pero sobre todo, nadie habría podido siquiera soñar con que aquel violento activista de la extrema
derecha, que atentó contra sedes de ultraizquierda, que realizó incursiones violentas en Euskadi y
que se manchó la ropa con la sangre de jóvenes abertzales, terminaría celebrando el Aberri Eguna (el
Día de la Patria Vasca) en la celda de algunos de los etarras más sanguinarios de la historia de España.
A cambio, eso sí, de que los etarras celebrasen con Crespo el Día de la Hispanidad en su celda de la
misma prisión.
Ésa es una de las paradojas, de las anomalías políticas que sólo pueden ocurrir entre los muros de la
cárcel. Un universo muy pequeño que obliga a sus habitantes a interrelacionarse entre sí, les guste o
no. Y ante esa imposición del destino, los enemigos acérrimos, como fachas y etarras, pueden hacer
sólo dos cosas: intentar matarse o intentar comprenderse.
Crespo es un hombre muy inteligente. Por eso llegó al liderazgo en la extrema derecha. Y tuvo la
suerte de encontrarse en prisión con otros violentos tan inteligentes como él, miembros de GRAPO
o ETA, que sentían la misma curiosidad por conocer y comprender al enemigo. Fuera podrían
haberse matado entre ellos sin el menor asomo de arrepentimiento. De hecho estuvo a punto de
ocurrir en el atentado de los GRAPO contra los falangistas en Madrid. Pero en prisión las cosas se
ven de otra manera.
En estos años el violento activista ultra, enemigo declarado de ETA, terminó por convivir y
establecer amistad con más de veinte de los etarras más celebres de la historia criminal española;
como Urrusolo Sistiaga o Idota López Riaño, <<La Tigresa>>, que incluso llegó a confiarle algunos de
sus relatos literarios favoritos.
Meses de confinamiento juntos, horas y horas de confidencias compartidas, produjeron un diálogo
imposible entre fascistas y terroristas que, blindado por la increíble experiencia vital de un veterano
de la extrema derecha española, nos ofrece una visión única, insólita, inesperada, de la historia
violenta en España. Las memorias de un ultra.
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Capítulo l

Sonó un ligero chasquido, casi imperceptible, pero dadas las reducidas dimensiones de mi habitáculo,
retumbó como un latigazo. Instantes después, el televisor situado en una repisa a los pies de mi litera
inundó con luz tenue el universo de mi celda. Intenté ganar sin éxito unos minutos más a Morfeo,
quizá tan sólo unos segundos. Cubrí mi cabeza con las sábanas en un afán desesperado por perpetuar
el sueño, pero no lo logré.
Como un taladro, todas y cada una de las palabras que pronunciaba el locutor de turno, me iban
devolviendo, poco a poco, a la realidad. Lentamente me incorporé en el lecho e intenté situar mi
vista en la pantalla parpadeante del monitor. Oía, pero no escuchaba, las noticias de aquel amanecer
de primavera.
Para mí se trataba de un día más, otra monótona y aburrida jornada exactamente idéntica a la que
tuve ayer, y anteayer y antes de antes de... Al menos así lo creía, pero sin saberlo, el jueves 11 de
marzo de 2004 iba a cambiar para siempre mi vida y la de todos los españoles.
El reloj marcaba las siete cincuenta y dos minutos, y en la valenciana cárcel de Picassent, los presos
esperábamos el puntual recuento de las ocho de la mañana.
Seguí visionando el noticiario matinal. De pronto, el locutor habló nerviosamente de una
información de última hora: <<Nos llegan noticias sin confirmar que avisan de una o varias
explosiones en la madrileña estación de Atocha. Intentaremos ampliarles esta información a lo largo
de la mañana. Pero, en principio, se habla de explosiones en la citada estación>>.
Abrí de golpe los ojos, a mi mente vino un flash con el nombre de ETA, y recordé como con
noticias tan lacónicas como aquella amanecieron mañanas que luego quedaron vestidas de luto en la
memoria de todos.
Acudieron a mi cabeza los sucesos de un lejano día. Por aquel entonces trabajaba de vigilante
jurado en una polémica empresa: <<Levantina de Seguridad>>. Sobre las ocho de la mañana vigilaba
en una urbanización cercana a Valencia escuchando, como casi siempre, la poderosa y atrayente voz
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de Luis del Olmo. De improviso, un teletipo radiado de última hora habló de una explosión en
Madrid, en principio, sin víctimas mortales. Conforme transcurrían los minutos, se supo que la
banda terrorista vasca acababa de intentar un magnicidio contra el entonces líder de la oposición
José María Aznar; por fortuna resultó ileso. La detonación acabó con la vida de una mujer y causó
varios heridos.
Probablemente debido a la entereza demostrada por el Sr. Aznar aquel día tan aciago, consiguió
meses después salir elegido presidente del Gobierno español en unas elecciones democráticas. El
atentado, casi seguro, cambió la historia.
Me llegaban recuerdos de otros hechos similares. La amarga experiencia producida por dichos
ataques me hacía conocedor que generalmente, al poco de realizarse, las informaciones de primera
hora suelen hablar de pequeños estampidos sin víctimas para, conforme transcurren los minutos,
imponerse la cruda realidad y aparecer los muertos: uno, dos, tres... ¡Un goteo incesante de
cadáveres!
-Dios mío, ¡cuánta barbaridad! ¡Cada vida destrozada equivale a un mundo que se apaga! ¡Un
genocidio para la humanidad! - pensaba en mi interior. Y rezaba para que no sufriéramos otra
jornada luctuosa.
Continué atento al televisor, sin percatarme del metálico ruido de llaves que cada día precedía al
recuento. Levanté el brazo de forma maquinal, así el funcionario de prisiones me vería en mi lugar...
como siempre.
Busqué a tientas el mando a distancia y empecé a hacer zapping. Todas las cadenas daban la misma
noticia:
-Una o varias explosiones han tenido lugar en la estación de Atocha. Testigos presenciales hablan
de varios heridos.
Llamé a mi compañero de celda:
-Eduardo... ¿Tienes la tele encendida?
Desde abajo respondió su voz, se intuía emocionada:
-Sí. ¡Qué hijos de perra! ¡Qué malditos etarras hijos de perra! ¡¡Habría que fusilarlos a todos!! ¡Coño!
Ahora dicen por la radio no sé qué de más explosiones en otras estaciones, ¡Joder, malditos asesinos!
Ambos dábamos sede central de Madrid, temían que no se atrevieran a acudir muchos de nuestros
simpatizantes vascos por temor a posibles represalias provenientes del entorno abertzale. Ante esta
razón, Piñar dio orden expresa a las delegaciones provinciales de fletar vehículos de transporte e
informar a los militantes de la gran importancia de acudir todos los afiliados posibles. Pretendía
conseguirse un rotundo éxito de asistencia al mitin.
La respuesta de las bases resultó ejemplar y miles de personas se comprometieron a asistir. De
Valencia salieron varios autocares y, junto con los del resto de provincias, sumaron una auténtica
flota. Por aquel entonces, yo tenía catorce o quince años y mi familia ignoraba por completo que
desde pocos meses atrás formaba parte de Fuerza Joven, las juventudes de Fuerza Nueva.
El viaje me costó cien pesetas de entonces, el resto lo puso el partido. Así conseguían movilizar a
muchos jóvenes a los actos que realizaban.
Durante el trayecto entonamos canciones del Frente de Juventudes, pero instintivamente y a pesar
del buen ambiente reinante en el autobús, temíamos lo que podría ocurrir tan pronto como
llegáramos a nuestro destino.
<<Radio macuto>>, representada por varios militantes nuestros, difundió en las jornadas anteriores
al viaje un rumor: Los etarras planeaban un atentado contra los asistentes. El ambiente en nuestras
filas rozaba la crispación.
Algunos compañeros de viaje mostraban pistolas.
-Ésta se la van a comer los putos etarras -dijo uno de ellos, mientras empuñaba un viejo pistolón
que habrían desechado por anticuado en tiempos de la República. Jamás había visto hasta entonces
una pistola tan cerca. Con un hilo de voz pregunté a mi compañero de asiento:
-¿Crees que va a haber jaleo?
-No lo creo. ¡Seguro que hay! - sentenció dándose aires de importancia-. Pero no temas, vamos
preparados.
Sentía pavor, si pasaba algo... ¿Qué explicación daría a mis padres? Dejé de pensar en ello,
probablemente no ocurriría nada. Pero me equivoqué.
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Todos los autobuses provenientes de las diversas delegaciones quedaron en reagruparse antes de
entrar en el País Vasco, parecía lo más seguro. El lugar elegido fue un bar de carretera con una gran
explanada. Así la flota estacionaría tranquilamente y podríamos vigilarla.
En el interior del bar sólo se oían exclamaciones del tipo ¡arriba España! y vivas a Cristo Rey
acompañadas siempre con saludos brazo en alto al estilo fascista. Mientras tanto, cientos de personas
ataviadas con camisas azules y llamativas boinas rojas cantaban de forma enardecida antiguas
melodías de campamento como <<Montañas nevadas>> o <<Isabel y Fernando>>.
La edad de los presentes rondaba los veinte años, aunque abundaban sexagenarios y, sobre todo,
jóvenes como yo, aún lejos de la mayoría de edad.
Cerveza y alcohol corrían a mares, todos sabíamos lo cerca que nos hallábamos de nuestra meta y
temíamos, aunque en el fondo ansiábamos, lo que podía aguardarnos allí.
Una vez llegaron los más rezagados, proseguimos el viaje. Impresionaba ver como más de
doscientos autocares en hilera escoltados por cientos de automóviles con distintivos de las regiones
españolas se adentraban en Vascongadas. La suerte estaba echada.
Los vehículos iban desplegando a su paso multitud de banderas nacionales engalanadas con el águila
de San Juan y estandartes rojos y azules, el distintivo de Fuerza Nueva. Algunos coches, los menos,
portaban enseñas rojinegras falangistas con el yugo y las flechas, y otros, emblemas carlistas. El
ambiente parecía de lo más variopinto.
El acto iba a tener lugar en un frontón de San Sebastián. Un impresionante dispositivo policial
cubría toda la zona. A la entrada de la ciudad, grupos de simpatizantes abertzales lanzaron piedras y
huevos contra algunos autobuses, pero la decidida actuación de nuestros militantes más avezados,
hizo que desistieran de su actitud y el asunto no llegó a mayores... al menos en ese momento. El
plato fuerte lo habían preparado para más tarde.
Los autocares nos dejaron a las puertas del sitio elegido, y sus conductores los estacionaron en un
solar cercano. Hasta donde alcanzaba la vista, únicamente divisábamos furgonetas blancas de la
policía, las famosas <<lecheras>>, como todo el mundo las denominaba.
Mi jefe de línea dispuso que me quedara en el exterior, en uno de las muchos puestos de
propaganda y venta de artículos que instalábamos siempre. En mi mesa nos situamos media docena
de jóvenes acompañados por un militante veterano; la colocamos junto a los muros exteriores del
frontón, a escasos diez metros de la puerta principal del mismo. A nuestra derecha, dos o tres
<<lecheras>> permanecían aparcadas, y multitud de agentes de uniforme nos observaban impasibles.
Al poco de comenzar el mitin ocurrió. Se iniciaba el acto cuando empezaron los disparos
provenientes de fincas aledañas. En un principio, en la calle, pensamos que sonaban petardos, pero
los gritos de pánico del interior del local nos sacaron del error.
Según supe luego, cuando Blas empezó a hablar en ese frontón sin cubierta alguna, comenzaron los
tiros. Varios francotiradores proetarras apostados en las cercanías iniciaron su macabra música
contra los asistentes a la concentración. Todo el mundo se tiró a tierra, pero el líder de Fuerza Nueva
no se inmutó y empezó a cantar, brazo en alto, el Cara al sol. Ante esa actitud, el gentío prorrumpió
en vítores y juntos entonaron el himno.
En el exterior todo parecía distinto. Tan pronto nos percatamos que eran disparos, y no <<tracas>>
como en principio creímos, muchos jóvenes nos escondimos bajo los coches aparcados en un intento
desesperado de eludir las balas que silbaban sobre nosotros.
Me veía muerto y destrozado en el centro de un charco de sangre, y sólo venía a mi cabeza una
idea: ¿cuál sería la actitud de mis padres si supieran que permanezco en medio de un tiroteo en San
Sebastián, en vez de en casa de un amigo como les dije?
No quise ni imaginármelo y rogué a todos los santos que no llegaran a enterarse jamás... si salía de
ésa, claro. Ante situación tan dramática me quedé petrificado.
Ocurrió una anécdota muy curiosa: cerca de nosotros se encontraba un hombre ochentón.
Mostraba un paso lento y fatigado, andaba encorvado a la vez que su tez arrugada denotaba el
sufrimiento de una vejez mal llevada. Llamaba mucho la atención su apariencia externa, vestía un
desproporcionadamente largo y usado gabán gris repleto de insignias y medallas, la prenda casi
rozaba el suelo. El anciano se hallaba comprando pegatinas de Franco en una mesa cercana. De
pronto, cuando comenzó el tiroteo y mientras todos nos echábamos a tierra, abrió bruscamente su
larga gabardina, y como si de un cowboy se tratara, sacó un enorme pistolón y comenzó a disparar a
ciegas contra quienes intentaban acribillarnos. Su acción la secundaron los miembros del servicio de
seguridad de Fuerza Nueva, sacando sus armas y respondiendo también a la agresión.
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Reinaba un auténtico caos. Por una parte los independentistas vascos disparaban sin tregua contra
nosotros; desde nuestros refugios notábamos los impactos en las paredes cercanas aunque no
podíamos ver a los tiradores por ningún sitio. De igual forma, gran cantidad de militantes de Fuerza
Nueva y antiguos Guerrilleros de Cristo Rey repelían a tiros el ataque, y en medio del guirigay, entre
estampidos y gritos entremezclados de unos y otros. El aire traía las estrofas del Cara al sol uniéndose
a las estridentes sirenas de los vehículos policiales.
Para muchos de los nuestros se trató de un día épico, pero tengo que reconocer, aún a mi pesar, que
todo mi heroísmo consistió en intentar parapetarme, lo mejor posible, detrás de un viejo utilitario
estacionado en las inmediaciones. Totalmente paralizado por el miedo, me hallaba acurrucado en el
suelo y rezaba para que todo resultara un mal sueño. Pero lamentablemente vivía la realidad.
Quizá lo más impresionante de todo aquello lo sentí al ver la <<valerosa>> actitud de los chulescos
policías encargados de la seguridad del acto.
Al oírse las primeras detonaciones, casi todos se agazaparon contra sus furgones mostrando el
profundo miedo que sentían. Y así siguieron hasta el final del jaleo, tumbados junto a las
<<lecheras>>, con sus pistolas empuñadas y sin saber cómo actuar.
Vi a uno de sus mandos, con micrófono en mano y la cara desencajada por el pánico, cómo pedía
refuerzos a través de las ondas y decía chillando a su compañero al otro lado del receptor:
-¿Que si hay armas aquí? ¡Hasta los chiquillos de quince años llevan pistolas!
Un joven, oculto tras un pequeño muro cerca de mí, dijo mientras señalaba con gesto despectivo a
los agentes:
-¡Esto es la leche! ¡¡Y pensar que nuestras vidas dependen de ésos!!
Ahí recibí el primer bautismo de fuego y mi contacto casi directo con ETA. Y no sería el último.
Finalizado el mitin, nos subimos a los transportes y enfilamos rumbo a nuestros tranquilos hogares.
La policía nos dejó marchar sin más. No estaba el horno para bollos.
Volviendo a casa hicimos balance y, como si de un milagro se tratara, a pesar del intenso tiroteo, no
resultó nadie muerto y sólo unas pocas personas sufrieron heridas leves, la mayor parte producidas
por caídas.
La Guardia Civil nos paró poco después en la carretera e inspeccionó el autocar en busca de armas.
En el nuestro no encontraron ninguna. ¡Y por lo menos había media docena! Otros autobuses no
tuvieron tanta suerte y la Benemérita realizó diversas detenciones e incautó algunas pistolas, en su
mayor parte vestigios de la guerra civil.
Después de la inolvidable jornada, me prometí que nunca jamás volvería a vivir situaciones tan
peligrosas y comprometidas como aquélla. Decidí, a partir de esa fecha, evitar a toda costa acercarme
a gentes de gatillo fácil.
Me equivoqué de lleno. Ignoraba que el futuro me deparaba momentos más difíciles y peligrosos.
Aún no presentía, ni por asomo, cómo llegaría a conocer e intimar con personas mucho más letales.
Era sólo cuestión de tiempo...
El sonido del televisor me devolvió a la actualidad:

Conectamos en directo con nuestro enviado especial a Atocha. ¡Hola, buenos días! Aunque lo de
buenos sea una paradoja en estas circunstancias… En anteriores informaciones hemos barajado
diversas hipótesis sobre las posibles causas de lo acaecido en esa estación, y la que más fuerza ha ido
cobrando en los últimos minutos ha sido la posible autoría de la banda terrorista ETA. ¿Queda
definitivamente confirmado que podría tratarse de un atentado? Y dejando a un lado esta
posibilidad... ¿Existe ya un balance provisional de víctimas?

Desde su emplazamiento, las palabras del reportero parecían nerviosas:

Hola. En estos momentos la estación de Atocha está siendo desalojada por la Policía Nacional.
Desde mi posición observo multitud de ambulancias y vehículos policiales. Todos los accesos a las
vías están siendo acordonados en este momento. Me comenta un miembro de la Cruz Roja que
parecen corroborarse los peores presagios. ¡Efectivamente! Hay confirmados cinco muertos por la
explosión, y a falta de comunicado oficial, podríamos aventurarnos a afirmar que efectivamente se
trata de un atentado.

¿Has dicho cinco cadáveres? -Interrumpió el periodista.


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-Sí, no son datos oficiales, repito. Desde aquí veo una densa cortina de humo que sale de los
andenes, vienen muchos policías, nos piden que abandonemos la estación, la gente sale corriendo,
salimos nosotros también, podrían producirse más explosiones.
De un salto me incorporé en la cama, ¡cinco muertos! La cifra permaneció en mi cerebro, hacía
mucho tiempo que ETA no mataba con tanta ferocidad. Desde el borde de mi lecho brinqué al suelo,
me vestí apresuradamente mientras me lavaba la cara y peinaba mi cabello. ¡Joder, cinco muertos!
¡Vaya animalada! Lo peor estaba por llegar y aún no lo sabía… Abrí la puerta y, como una
exhalación, salí al pasillo. Detrás, mi compañero comenzó a arreglarse mientras soltaba improperios
contra los asesinos. No era para menos.
Una vez en el corredor me dirigí hacia las escaleras y bajé los peldaños hasta la planta baja, yo
habitaba en la primera. En esta parte de la cárcel, una treintena de personas compartíamos espacio y
vidas, éramos los elegidos; <<presos de confianza>> nos denominaban y, a cada instante, los
funcionarios se encargaban de recordárnoslo: <<¡No os quejéis! -insistían machaconamente-, en los
demás módulos viven hacinados y permanecen encerrados en sus celdas dieciocho horas diarias, se
darían con un canto en los dientes por estar como vosotros. Sois afortunados>>.
Se equivocaban. Yo, al menos, no me sentía para nada feliz ni dichoso. No quería ser el tuerto en el
país de los ciegos. Deseaba con fuerza volver a ver claramente, con los dos ojos. Ansiaba retornar a
casa, estrechar entre mis brazos a mi hija y recuperar de nuevo mi vida, tan injustamente arrebatada.
Pero ésa es otra historia...
En esta galería, todos nosotros desempeñábamos trabajos para la prisión, generalmente de
mantenimiento y jardinería. Mi ocupación oficial era de ordenanza del área sociocultural, algo así
como el responsable de preparar el salón de actos para ocasiones especiales como misas o festivales,
compaginaba aquel <<destino>> con el de redactor en una revista editada para los internos por el
centro penitenciario, y tenía sus ventajas... Por ejemplo, poseíamos un carné para facilitarnos
acceder al resto de módulos, algo impensable para la mayoría de habitantes en esta enorme casa del
<<gran hermano>>. Igualmente, teníamos el <<privilegio>> de salir antes que nadie de las celdas y
entrar los últimos. Disfrutábamos de mayor libertad... pero dentro de la cárcel. ¡Más o menos lo que
todos soñamos de niños cuando hacemos planes de futuro! ¿O no?
Cada mañana, después del recuento, los de confianza nos reuníamos a tomar café junto al
economato del módulo, ahí podíamos adquirir productos de higiene, tabaco y artículos básicos de
comida. ¡Para qué engañarnos! ¡No se trataba del club del gourmet precisamente! Pero en algunas
circunstancias menos es nada. Generalmente, antes de acudir a realizar nuestras funciones,
hablábamos animadamente sobre anécdotas recientes y temas personales o judiciales, sin embargo
aquel día se percibía distinto. Todos los semblantes mostraban preocupación y congoja, quizá en la
calle ante tales contingencias sea la actitud normal, pero aquí sorprendía, máxime teniendo en
cuenta que entre mis compañeros contaba con algún protagonista de los titulares de sucesos más
escabrosos de la última década. Aquella mañana sólo existía un tema de conversación: los
acontecimientos de Madrid:
-Hace tres meses mi mujer cogió un tren en Atocha. Si llega a pasarle algo... -dijo uno.
-¡Pues siempre que voy a la capital paso por esa estación! -añadió otro.
-¡En la Ser hablan ya de quince muertos! -interrumpió nerviosamente un tercero.
-¿Quince? -repetimos al unísono.
-¡Los etarras han perdido por completo la cabeza, están locos! -sentenció el primero.
-Ocurre como cuando acorralas a un jabalí herido. ¡Antes de morir mata! -razonó el filósofo del
grupo.
-¡Oye! ¡A ver si ha sido el Bin Laden ese! -soltó de improviso el tonto del grupo ante la total
indiferencia del resto.
Eran las ocho y diez de la mañana y, ajenos a los comentarios que un grupo de reos realizaban tras
las rejas, el mundo entero comenzaba a ser testigo de la catástrofe. A tan sólo unas decenas de metros
de dónde nos hallábamos, varios presos etarras se preparaban para iniciar otra jornada.
Bebí un café, retorné a mi celda y tomé nuevamente asiento frente al receptor. Una lágrima
comenzó a deslizarse por mi rostro mientras apretaba fuertemente la mandíbula al observar las
primeras escenas en directo de la tragedia. Con la mirada perdida en la pantalla, volví a evocar
antiguos sucesos.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
18
Conocí a Pablo al cumplir los catorce, me llevaba dos años. Y como decía mi abuela, <<era un chico
con encanto>>. Poseía una complexión alta y fuerte. Su pelo, rubio oscuro, lo llevaba peinado hacia
un lado con un poco de fijador, como muchos de nosotros entonces. Si algo llamaba la atención, se
trataba de sus ojos verdes, siempre vivos y abiertos como platos, con ellos miraba directamente a la
cara de sus interlocutores, de frente, con nobleza. Estudiábamos juntos en el mismo colegio y
compartíamos amigos, un conocido nos había presentado tiempo atrás. En seguida congeniamos y
nos hicimos inseparables.
Yo militaba en Fuerza Nueva, él simpatizaba con Falange. Quizá todos aquellos que sean ajenos a la
trayectoria e ideario de ambos grupos no encuentren diferencias y los crean similares… nada más
erróneo. Entre ambas formaciones existía un abismo insalvable. Los de Fuerza nos sentíamos
profundamente franquistas y partidarios de un gobierno de corte militar; los segundos, sin embargo,
abominaban de Franco y su Régimen. Para los falangistas, José Antonio Primo de Rivera
representaba a su gran ídolo y líder indiscutible, y aseguraban que la dictadura adulteró su imagen y
prostituyó sus ideas.
Durante algunos años compartí los recreos con Pablo, y aprovechábamos los mismos para, entre gol
y gol, hablar enfáticamente de política e intentar convencer al contrario de lo equivocadas de sus
ideas y pretender captarlo para su grupo. Con el tiempo, sin saberlo, triunfaría él.
Era una gran persona y mostraba enorme madurez a tan temprana edad. De carácter afable, era
abierto y respetuoso con todos, incluso con quienes no compartían sus mismas creencias. Pero le
diferenciaba de la gran mayoría de nosotros su rechazo radical a la violencia gratuita y su convicción
férrea en el diálogo.
Siempre soñó con ingresar en un futuro en la Guardia Civil, como su padre y abuelo. A mí,
particularmente, me chocaba ver como un joven hijo y nieto de militares sentía tanta animadversión
hacia Franco, no lo veía normal... pero sus razones tendría.
Al margen de las diferencias, surgió una sana amistad. Tan pronto cumplió la edad reglamentaria,
ingresó en la Academia de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada. Como buen estudiante, aprobó el
examen de acceso a la primera.
Una tarde lo vi por la calle, me sorprendí porque lo situaba en Valdemoro, nos saludamos y fuimos
a tomar unas cervezas a un bar, allí coincidimos con un grupo de amigos y charlamos durante un
buen rato. Nos comentó que le faltaba dos meses para salir de la escuela militar y había solicitado
plaza en el País Vasco. Nos escandalizamos:
-¡Jo macho! ¿Estás loco? ¿Qué puñetas se te ha perdido allí? Anda, déjate de chorradas y pide
destino aquí, que es dónde tienes a tu familia, y a nosotros, ¡leches!, que también contamos -le
dijimos.
Pero ya había tomado una decisión inamovible y no pensaba cambiarla por nada ni nadie. Su
vocación le impulsaba a servir donde creía más necesaria su presencia y ayuda.
Pasaron los meses, acabó el curso y, efectivamente, lo destinaron al norte. Ahí pasó medio año
aunque, siempre y cuando su trabajo se lo permitía, volvía a Valencia con los suyos. Cuando venía
nos llamaba por teléfono y quedábamos a tomar unas copas. Se encontraba entusiasmado, aunque
reconoció la dureza de las primeras semanas, sobre todo al sentirse lejos de la familia. Hablaba de las
precauciones que tomaba para evitar atentados, aunque insistía en que la información ofrecida por
televisión exageraba mucho la realidad del País Vasco.
-La situación allí en breve se normalizará, lo sé de buena tinta, ya veréis - solía decir.
Nos visitó por última vez a mediados de 1982, tomamos unas copas juntos y dialogamos como de
costumbre. Al despedirse con un fuerte abrazo y un hasta pronto, lo noté afectado. Me dijo que un
compañero de promoción había sufrido un atentado y, aunque estaba vivo, tenía algunas heridas y
quería pasar por Madrid para visitarlo en el hospital.
Nunca volví a verlo con vida. Escasamente unos días después, unos pistoleros etarras ametrallaron
el vehículo oficial cuando circulaba por una carretera de Guipúzcoa, los criminales acabaron de
golpe con las vidas de Pablo y su compañero. No contentos de <<tan heroica acción>>, los remataron
a ambos de un tiro en la cabeza. Tenía sólo veinte años.
Me enteré de los hechos en la sede al día siguiente. Nada más llegar noté el ambiente muy convulso
y me dieron la fatídica noticia. Los telediarios de la época citaron de pasada el suceso, por entonces
no se apreciaba todavía el sacrificio heroico que cientos de guardias civiles y policías realizaban a
diario acabando, en muchísimas ocasiones, con sus ilusiones y vidas.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
19
A Pablo lo enterramos poco después. Sus padres, hermanos y amigos acudimos al cementerio a
darle nuestro último adiós, nos sentíamos destrozados. Muchos juramos venganza sobre su tumba.
Por desgracia, no fue el único compañero contra el que atentó ETA.
En aquellos tiempos, influidos por el ambiente reinante en nuestras sedes, algunos de nosotros
soñábamos con ser militares o ingresar en la Benemérita y otros, los menos, en la Policía Nacional.
Yo mismo quise ingresar en la Academia General Militar de Zaragoza, aunque por circunstancias de
la vida, aun a mi pesar, cambié de idea.
Varios de mis amigos optaron por esa vía, uno de ellos fue David. Lo conocía por coincidir en
muchos actos y reuniones, para todos resultaba el gracioso del grupo, puesto que solía amenizarnos
las veladas con sus ocurrentes chistes. Un día, ya como guardia civil, acudió a vivir un tiempo a
Madrid, quería realizar un curso de tráfico para acceder a esa modalidad de servicio. Como Pablo, su
padre trabajaba de militar, tenía el cargo de comandante del Ejército.
Ocurrió una mañana de 1986 en la plaza de la República Dominicana de la capital del reino. Unos
explosivos colocados estratégicamente por criminales manos expertas acabaron con la vida de varios
guardias civiles, y en el autobús atacado viajaba Roberto. Según algunos, tuvo mucha suerte y salió
prácticamente ileso del atentado, pero los que lo conocimos antes de tan traumática experiencia
sabemos cuánto resultó afectado. Años después seguía en manos de psicólogos y psiquiatras. Solía
despertarse en medio de los sueños chillando como un poseso, reviviendo constantemente los
trágicos sucesos de aquel aciago día donde perdió a varios de sus compañeros y amigos. Más tarde
solicitó la baja en el cuerpo y él, que siempre había sido una persona sana y deportista, entró de lleno
en el mundo de las drogas. Intentamos ayudarle, pero se resistió. Lo último que me dijeron es que
trabajaba, no hace mucho, de disc-jockey en una discoteca cercana a Valencia.
Una de las activistas etarras que participó directamente en el brutal atentado fue Idoia López Riaño,
la mujer más sanguinaria que ha pasado por las filas de la banda. Nunca supuse, ni por asomo, que
años después llegaría a encontrarme con ella y congeniar con su marido, también de ETA.
Tras regresar del mitin en el frontón de San Sebastián, quedó dentro de mí un profundo
sentimiento de rabia. ¡Pensar que esos cabrones han intentado matarme!
Muchos de mis camaradas cavilaban, como yo, sobre el mismo asunto. Creo que lo más doloroso
para mí resultó la creencia de haberme comportado cobardemente en tal situación. A la vuelta del
viaje, muchos compañeros hablaban con orgullo sobre el mismo y narraban, jactándose, su
comportamiento en dicho episodio. Alardeaban de haber actuado con sangre fría y lamentaban no
haber matado a <<algún puto cerdo etarra>>. Realmente, casi todos los asistentes a aquel mitin
afirmaban haberla emprendido a tiros contra los abertzales. Cuando a mí me preguntaban, me
escudaba diciendo que desde mi posición no me enteré de nada, lo consideraba la postura más digna.
Algo comprensible porque no contaba todavía con quince años.
Al escuchar las <<batallitas>> de mis coetáneos tenía dudas sobre la veracidad de algunas, luego las
analizaba y decía en mi interior: <<¡Hombre, pues tampoco había tantas pistolas! Es más, creo que a
Fulanito, que tanto habla de su valor, lo vi acurrucado no muy lejos de mí, más blanco que el papel.
En fin, no sería él...>> . Pero no me equivocaba.
Cuándo pasó aquella jornada <<épica>>, juré y perjuré que jamás de los jamases volvería a
comportarme de igual forma. Ya llegaría la hora de mi vendetta particular. Y llegó, aunque no tal y
como yo la imaginaba.

Corría el año 1982 y faltaba poco para las elecciones generales que darían el poder a los socialistas,
las terceras después de la muerte de Franco. Toda España vivía de lleno la campaña electoral. Las
calles amanecían alfombradas por miles de pasquines multicolores donde los diversos partidos
políticos explicaban sus programas; a la vez, decenas de coches engalanados con enseñas de las
distintas formaciones circulaban por las vías lanzando proclamas y haciendo escuchar sus himnos
mediante altavoces situados sobre las bacas. Igualmente, las paredes de las casas y los cristales de las
cabinas telefónicas mostraban carteles con los rostros de los respectivos líderes políticos. La mayoría
de ciudadanos estaban a punto de apostar por el cambio, aunque muchos nos resistíamos a creerlo.
En medio de toda aquella vorágine, los militantes de Fuerza Nueva también realizábamos nuestra
propia campaña. La sede de Valencia funcionaba al cien por cien. Un par de coches alquilados para la
ocasión hacían oír constantemente nuestras consignas por las calles, además estaba previsto un mitin
de Piñar en la plaza de toros y, lo más agotador, durante varias noches íbamos a realizar pegadas de
carteles por toda la ciudad.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
20
Los miembros de las juventudes nos pasábamos tardes enteras llamando por teléfono a todos los
militantes jóvenes, apercibiéndolos de la obligación de acudir bajo pena de sanciones disciplinarias,
si no faltaban por motivo justificado. Muchos topaban con la negativa de sus padres por miedo a
posibles enfrentamientos con militantes de extrema izquierda, otros ocultaban en sus casas su
afiliación por temor a castigos, y los más, simplemente, <<pasaban>> de ir. Al final ocurría lo
habitual, de los cientos de afiliados a Fuerza Joven de Valencia, sólo una veintena acudíamos a las
pegadas de carteles. Los de siempre.
Por mi parte, ya había ido en otras ocasiones a realizar dichas actividades, aunque fueran éstas las
primeras elecciones generales dónde iba a colaborar. Y odiaba hacerlo.
En primer lugar, porque tocaba hacer la pasta para fijar los pasquines a las paredes y elaborarla
sacaba de quicio a cualquiera. Solían traernos el pegamento en polvo la misma tarde de la pegada y
debíamos disolverlo a conciencia en cubos con agua. Conocía la proporción al dedillo: <<Cada diez
litros de agua, medio kilo de cola>>. La labor resultaba ardua, un compañero iba echando poco a
poco el polvo, mientras el otro, con un palo de escoba roto, removía sin parar. Había que agitar bien,
si no corríamos el riesgo de que la mezcla se llenara de grumos y no fijara bien. Me convertí en un
verdadero profesional realizando el dichoso engrudo, ¡mal negocio!, puesto que siempre resultaba el
elegido para elaborarlo. Pero lo peor de todo pasaba cuando acabábamos con toda la ropa hecha un
verdadero asco, y tocaba inventar mil excusas para justificar en casa mi aspecto. Por fortuna, con un
buen lavado quedaba perfecta.
Las noches que íbamos a colocar carteles, solíamos hacer una cena de sobaquillo en la sede. Todos
acudíamos con ropas viejas, en gran parte prendas militares. Los responsables del partido alquilaban
algunas furgonetas para llevar los recipientes con la cola. Durante aquellas jornadas el ambiente en
nuestra sede excedía lo normal y venían nuevos afiliados a colaborar, totalmente desconocidos para
los habituales.
-¡Oye! ¿A ése lo conoces? -solíamos preguntarnos en estos casos.
-¡A ver si es un poli o un rojo infiltrado! -comentaban preocupadamente algunos.
Empezaban las averiguaciones:
-¡Perdona! ¿Tú eres de los nuestros? ¡Ah, sí, disculpa!, vienes por Zotanito. Vale, vale, todo claro,
disculpa de nuevo.
Más de uno estuvo a punto de recibir la paliza de su vida por dicho motivo. Corrían malos tiempos
y no nos fiábamos ni de nuestros padres, y en algunos casos, textualmente.
Solían hacerse varios grupos de no menos diez personas, siempre con algún vehículo de apoyo para
reforzar la seguridad. Preferíamos esta última labor a las otras, porque nuestra misión, además de
velar por la vigilancia de quienes colocaban pasquines, consistía en patrullar por las zonas donde
estaban recién colocados y evitar que algún adversario político o simplemente un graciosillo los
despegase. Si casualmente algo así ocurría, poníamos todos los medios a nuestro alcance para disuadir
<<amablemente>> a los <<intrépidos>> rivales que osaban tocarnos las narices, y generalmente lo
lográbamos.
Del mismo modo, dividíamos la ciudad en zonas. Cada cuadrilla acudía a una de ellas a pegar sus
carteles. Se nombraba un jefe de equipo para encargarse de dirigirles, y se quedaba en telefonear
cada cierto tiempo a la sede para comunicar las posibles incidencias. ¡Cuánto hubiéramos agradecido
un móvil!
Antes de que empezaran a crearse los equipos, había insistido a un veterano activista para ir de
seguridad en alguno de los coches preparados al efecto, aunque no creía en tanta suerte. Pero la tuve.
Aquella jornada resultó un éxito de convocatoria, sobraba gente y mi insistencia hizo que me
tomaran en cuenta para ir con ellos. ¡Al fin y al cabo, ya había militado casi cuatro años en el
partido!
Empezamos a repartir cubos, escobas y carteles entre los grupos; una vez finalizado el ritual, subí a
un viejo Renault con otros tres compañeros más mayores. El conductor, Antonio, tenía unos
cuarenta años y se trataba de un hombre decidido y con fama de duro, aunque su mayor
preocupación consistía en tener el estómago bien lleno y acompañado, a ser posible, de alguna
cerveza. Le conocía de otras veces aunque, debido a la diferencia de edad, no formaba parte de mi
camarilla. A los otros dos no los había visto jamás; rondaban los veinte años.
-Bueno camaradas -dijo Antonio al segundo exacto de dar con las llaves el contacto del coche-,
primera parada: ¡El Trocadero! ¿Algo que objetar?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
21
Sonreí, se estaba refiriendo a un típico bar situado en el centro de la ciudad, a escasos doscientos
metros de nuestra sede. Paramos y bebimos una ronda; al poco, otro vehículo encargado también de
la seguridad, se unió a nosotros.
-¡Vaya, ir de protección es más divertido que poner carteles! -dije.
-¡A pegarlos que vayan los nuevos! Nosotros ya hemos ido bastante -añadió Antonio.
-Mientras no lo sepan los rojos... -apostilló irónicamente uno de los veinteañeros.
Hablamos durante casi una hora mientras tapeábamos, miramos los relojes, marcaban las once de la
noche. Desde la cabina del bar llamamos a la sede por si había surgido alguna incidencia: dijeron que
no. Arrancamos los coches y empezamos a circular por las calles donde situábamos a nuestros
compañeros...
-¡A ver, a ver! ¡Más despacio! ¡Ahí se ve gente! ¡Sí, son Miguel y los suyos! Venga, vamos a parar
con ellos unos minutos.
Detuvimos el coche, buscamos al encargado del grupo y conversamos un rato. Aún quedaban
muchos carteles por poner y se suponía que acabaríamos no antes de las tres de la madrugada.
-¡Venga! Llama de nuevo a ver si todo está en orden.
Volvimos a telefonear. En la otra parte de la línea nos dieron malas noticias, debíamos ir
rápidamente hacia el puerto. Habían surgido problemas con unos camaradas y precisaban ayuda.
-Hace diez minutos han llamado y estaban junto al jardín, frente a la entrada del puerto, más o
menos a cien metros de Casa Calabuig.
Todos conocíamos de sobra el típico restaurante.
-¡Vale, vale, entendido! ¡Ahora vamos!
Montamos los cuatro en el coche y nos encaminamos veloces hacia el sitio en cuestión. Nos
encontrábamos en la otra punta de la ciudad pero, a tan intempestivas horas, no encontraríamos
tráfico y confiábamos en no tardar. Cinco minutos después, teníamos a la vista a nuestros
compañeros, se veía mucho revuelo y dos o tres coches de nuestra seguridad habían acudido al lugar.
Estacionamos el vehículo y descendimos raudos.
-¡Arriba España! -saludamos-. ¿Qué pasa? -preguntamos nerviosamente.
-¡Por ahí, se han marchado por ahí! -nos dijeron señalando hacia unas calles cercanas-. Iban unos
cinco o seis. ¡Malditos rojos de mierda!
-¿Pero qué ha ocurrido exactamente? -insistimos-. ¿Le ha pasado algo a alguien?
Nos pusieron al tanto de la situación. Mientras pegaban carteles por esa zona, se percataron que
detrás de ellos un grupo de personas los iban arrancando. ¡Algo sumamente arriesgado! Porque si
alguien tenía dos dedos de frente ni se le ocurriría tocarlos, y mucho menos estando nosotros cerca.
Los del grupo, al darse cuenta de la situación, fueron a por ellos... pero presumiblemente serían
simpatizantes proetarras apostando sus proclamas y plantaron cara a los de Fuerza haciéndoles huir,
a la vez que gritaban: ¡GORA ETA!
-¡Llevaban pistolas! -afirmó un camarada.
-¿Pero las habéis visto? - inquirió Antonio.
-No, pero han hecho ademán de sacarlas. Además portaban cubos, escobas y varios bates.
Nos miramos seriamente, en las cercanías no percibimos ningún pasquín de ellos sobre los muros,
aunque quizá nuestra presencia evitó darles tiempo para ponerlos. Uno de los más veteranos, Javier,
dijo serenamente:
-Vamos a ver... ¿Tanto revuelo por unos sucios batasunos? ¡Estáis gilipollas si pensáis que llevaban
<<cacharras>>! ¡Ni a ellos, por muy locos que estén, se les ocurriría traerlas encima con tanta policía
y tantas leches! Lo que pasa es que, a diferencia nuestra, no afilian a niñatos maricas y, aunque me
jorobe decirlo, ¡los tienen bien puestos! Bueno... yo digo que acabemos la pegada y volvamos a casa.
¿Qué decís?
Volvimos a escrutar nuestros rostros, realmente el cansancio nos podía y había orden expresa de los
mandos de no emplear la violencia salvo como defensa, aunque generalmente las normas así no
solíamos respetarlas. Seguían llegando coches con camaradas alertados desde la sede.
-Veamos... -dijo José Luis, un chico de veinte años con fama de camorrista-. Lo que no podemos
consentir es que unos putos etarras nos vacilen en nuestro terreno. ¡Yo voto ir a por ellos!
-¡Venga votación! -dijimos al unísono.
Éramos unos treintaitantos en ese lugar, sólo media docena optaron por irnos, yo voté por
quedarnos y así lavar nuestro honor.
-Vale, entonces está decidido. Vamos a preparar la estrategia -sentenció José Luis.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
22
Contabilizamos los coches disponibles, en total sumaban media docena más la furgoneta, decidimos
mandar el furgón a la sede con los novatos y el resto iríamos de caza.
-Bueno, seis coches equivalen a dos grupos de tres o tres de dos. ¡Venga, elegid la opción! -apremió
uno.
Optamos por ir tres grupos de dos coches cada uno, así abarcaríamos más zona. En cada vehículo
subiríamos cuatro personas y si podíamos ser cinco, ¡mejor!
Cogimos unos palos gruesos de azada. Los solíamos usar a modo de bates para golpear en las
reyertas, con la salvedad de que, si la policía nos registraba y los encontraba, podíamos justificar su
posesión diciendo que era para ponerlos en unas azadas que teníamos en nuestro chalé o en el
<<campo del tío Perico>>. Con los bates de béisbol reales no cabrían excusas posibles y menos a tan
altas horas colocando carteles de Fuerza Nueva. De todas formas, no temíamos demasiado a la
policía. Solían darnos vidilla...
Entramos en los coches y emprendimos la búsqueda. En el que yo iba montamos cinco.
-¡Oye! ¡Aparta el codo que me lo metes en el ojo!
-¡Joder! ¡Quita la pierna, me la estás clavando en toda la espalda!
Empezamos a patrullar las calles cercanas, pero nada parecía extraño.
-A ver si ya se han ido.
-¡Ésos deben estar en Cuenca!
-¡Venga chavales, no seáis gafes! Veréis como los encontramos.
¡Y vaya si los vimos! La oscuridad imperaba a nuestro alrededor. En aquella zona reinaba la
tranquilidad, sólo de vez en cuando algún gato cruzaba raudo ante las luces del vehículo
haciéndonos dar un frenazo. Por lo demás, la noche se presentaba serena. Muchos pasajes carecían
de alumbrado y nos obligaba a detener el coche en los cruces, mientras escrutábamos
minuciosamente los angostos callejones situados a nuestros costados.
El tañido de la campana marcó las dos, llevábamos cerca de una hora rondando la zona, pero no
observábamos nada anómalo.
-A estas horas es una tontería seguir buscándolos, creo que lo mejor sería irnos a dormir y mañana
ya veremos… -razonó Antonio.
-Tienes razón -añadí-. Además no se ve ni rastro de ellos, deben de haberse ido.
-¡Igual han huido muertos de miedo! -apuntó uno de los nuevos.
-¿Acoquinarse esa gente? -replicó Antonio-. ¡Ni lo sueñes, chaval! Se habrán ido a dormir como es
normal. No hay rastro de los nuestros, ni de los otros, ni de… la madre que los parió. ¡Venga, cinco
minutos más y si no vemos nada nos marchamos! ¿De acuerdo camaradas?
-¡Vale, conforme! -dijimos, mientras percibíamos como se nos iban cerrando los párpados.
De repente, un auto se aproximó velozmente por detrás haciéndonos destellos. Antonio miró el
retrovisor y exclamó a la vez que se arrimaba a la acera.
-¡Es el coche de Raúl! ¿Qué demonios pasará?
Abrió la puerta y descendimos, los del otro automóvil bajaron y se acercaron a nosotros mientras
Raúl decía atropelladamente:
-¡Están en la calle de la Reina, van siete y dos de ellos son chicas!
Se hizo el silencio. Antonio preguntó:
-¿Estáis seguros de que son los mismos?
-¡Hombre, claro! ¡Los ha reconocido uno! Además están poniendo carteles del PCE (ml)
Al pensar en esas siglas nos pusimos en guardia. Sabíamos, a ciencia cierta, que tratábamos con
gente brava y difícil de amilanar. Tenían fama de contar con los miembros más fanáticos de la
extrema izquierda y nos constaba que apoyaban abiertamente a los GRAPO y ETA en su lucha
armada. Nuestras informaciones confirmaban que los simpatizantes abertzales de Valencia solían
reunirse en su local para realizar asambleas. No contaban con muchos militantes, pero su
comportamiento rozaba la intrepidez, y en algunas reyertas, dos o tres de ellos se habían aventurado
a plantar cara a no menos de diez adversarios.
Antonio, como militante más veterano y acostumbrado a estas lídes, tomó las riendas. Planteamos
una estrategia de ataque. En primer lugar contaríamos las armas disponibles o aquellos objetos con
posibilidad de ser empleados como tales, en total enumeramos cuatro contundentes palos, dos puños
americanos y una pistola propiedad de Antonio, una astra del calibre nueve largo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
23
-Bueno, somos nueve y hay siete <<trastos>>, la <<cacharra>> es mía, y como si fuera mi mujer:
personal e intransferible. Ahora a ver cómo nos apañamos. Antes de nada, ¿alguno de vosotros no ha
estado nunca en una movida de este tipo?
Nadie lo reconoció, pero a varios de los presentes no les llegaba la camisa al cuello y saltaba a la
vista. Por mi parte, aquél no era el primer altercado donde me veía involucrado. No mucho antes
participé activamente en los graves disturbios que acontecieron cuando retiraron la estatua ecuestre
de Franco.
Antonio tomó una decisión. Telefoneó a la sede por si, casualmente, quedaba alguien. Tuvimos
suerte y el azar quiso ponernos a prueba. En el bar de la misma, hallamos a varios camaradas
tomando la penúltima, habían ido de pegada y tras finalizar decidieron descargar cubos y escobas en
nuestras oficinas. En total aguantaban siete, todos duchos en el combate callejero. Acordaron venir
en un suspiro.
No nos engañaron, y al poco rato, los tuvimos aquí. Venían con ganas de guerra, el alcohol que
corría por sus venas les llenaba de coraje pendenciero. Traían armamento, nada menos que otra
pistola y diez palos bate. ¡La fiesta estaba servida!
Juntos planteamos la ofensiva. Formamos cuatro escuadras de cuatro personas cada una.
Aprovecharíamos cuando anduvieran por un paseo que, según nuestros observadores, atravesarían
en breve. Suponía la oportunidad perfecta y no podíamos desperdiciarla, en aquella zona elegida
reinaba la opacidad más lúgubre y ni un solo atisbo de luz delataría nuestra presencia.
Llegamos en dos coches y procedimos a ocultarnos. En el centro de su ruta existía un pequeño
jardín; a ambos lados del mismo, unos macizos de plantas medio secas indicaban que antaño hubo
quien quiso crear un vergel, fracasando en su empeño. Los deshojados setos se elevaban a un metro
por encima del suelo, y junto a lo negro del ambiente, servirían a nuestros propósitos de
encubrimiento.
Situamos tres escuadras ocultas en el parque, la otra cubriría la única vía posible de escape. A mí me
pusieron de cuclillas tras un pequeño árbol rodeado de arbustos, y agarré un grueso palo dónde
alguien, hace tiempo, se entretuvo en grabar un lema que rezaba: MATAR ROJOS ES UN DEPORTE
¡CONTAMOS CONTIGO!
Mis compañeros se hallaban cerca, desde mi puesto sentía sus agitadas respiraciones y ásperos
chasquidos de ramas. Antes de colocarnos recibimos órdenes, debiendo cumplirlas a rajatabla.
En primer lugar teníamos totalmente prohibido fumar y cuchichear. Además, tan pronto nuestro
observador, atento a los pasos de nuestras posibles víctimas, las viera entrar en el jardín, tocaría el
claxon de su vehículo. Sería la primera señal.
La segunda y definitiva la marcaría un veterano pitando una vez con un silbato. Al oírlo, primera y
segunda escuadras atacaríamos con los palos a la voz de ¡VIVA CRISTO REY! Con el segundo pitido,
la tercera, actuaría de igual forma. La cuarta serviría de refuerzo y lucharía dónde fuera más débil
nuestra posición. Para asegurarnos de no machacar al compañero, dada la densa negrura del lugar,
una persona oculta en un coche estacionado en las cercanías alumbraría el campo de batalla. Sólo
quedaba esperar.
Desde mi escondite intentaba escuchar ruido de pasos acercándose, agudizaba los oídos, pero sólo
percibía el lejano rumor de automóviles circulando por las vías. Experimentaba un dolor intenso en
las rodillas y un entumecimiento general en mis extremidades.
Alguna vez estuve en contiendas, pero nunca contra gentes tan dispuestas a morir matando. Pensar
en las pistolas que portaban mis dos camaradas no me proporcionaba seguridad, aún más, me causaba
inquietud. ¿Y si alguno de los rojos llevaba otra?
Había vivido tiroteos y, francamente, me aterraban. Recordaba una frase que mi padre, como
cazador, solía decirme: <<Las armas las carga el diablo>>, y pensé en otra complementaria de la
anterior: <<Y las disparan los necios>>.
Me puse a rezar. Rogué porque los proetarras variaran de ruta; oré para que nuestro espía perdiera
sus pasos e invoqué a Dios, pidiéndole alguna señal para evitar la masacre, pero no pasó nada, ni un
solo gesto, ni un solo milagro...
Seguía con mis pensamientos cuando percibí aproximarse un murmullo de voces acompañadas por
pasos presurosos. Venían. Noté tensarse mis músculos y la adrenalina llenándome de un profundo
calor que recorría cada átomo. Todos mis sentidos estaban alerta, sólo esperaba la señal que marcara
el inicio del fin. Agarré firmemente el palo con las dos manos, acechando...
Juanma Crespo Memorias de un ultra
24
De repente, un sonido de claxon rompió el silencio de la noche, como un felino aguardé el pitido
dispuesto a saltar sobre las presas, mientras un sudor helado comenzaba a empapar mi frente.
Los rumores mudaron en palabras claras, los tenía a menos de un metro y entendía con nitidez cada
sílaba que pronunciaban. Empecé a temer que oyeran el desbocado latido de mi corazón y de golpe...
¡sucedió!
Un estridente silbido marcó el principio del caos. Como si un resorte invisible nos impulsara,
arremetimos al unísono mientras lanzábamos nuestros gritos de guerra ante los desorbitados ojos de
los adversarios. Asimismo, el sonido de los garrotes cortando el aire añadía al ambiente una
escalofriante música letal.
Los faros del coche transformaron la noche en día. Entonces pude observar con nitidez la escena, la
cual yo también protagonizaba. Un intenso desorden dominaba en el parque. Ante la brutal
acometida, los contrarios prorrumpieron en gritos de auxilio y tres salieron corriendo como alma que
lleva el diablo abandonando sobre el polvoriento suelo cubos, escobas y un montón de arrugados
carteles. No obstante, cuatro de ellos permanecieron estoicamente plantando cara mientras soltaban
proclamas antifascistas, a la vez que repelían la agresión utilizando escobas como instrumentos de
defensa y ataque. Sus edades rondaban los cuarenta años y mostraban el aplomo y temeridad que los
convertía en peligrosos, pero no tenían mucho que hacer ante tan desigual pelea.
Atrapé con fuerza el bate y acudí presuroso a reforzar a un compañero que forcejeaba con uno,
lancé con fuerza mi arma hacia el enemigo, en un intento de hacerlo ceder en su empeño... pero
erré. Al sentir mi ataque se revolvió agarrando el palo por un extremo y estirándolo con fuerza para
tratar de arrebatármelo de las manos, no podía competir con su fuerza. Mi rival poseía una
complexión corpulenta y un aspecto feroz, remarcado por la poblada barba que cubría su rostro. Sus
oscuros ojos, inyectados de odio, los dirigía incesantemente hacia mí. ¡Y con razón!
Busqué con la mirada a alguien dispuesto a ayudarme, pero mis compañeros tenían bastante con lo
suyo. A mi diestra, tres o cuatro intentaban reducir a base de palazos a uno de los rojos que se
mostraba dispuesto a vender cara su piel. La escena era dantesca, golpes y más golpes daban de lleno
en el cuerpo del infeliz, que, acurrucado en el suelo, trataba desesperadamente de cubrir su cara con
las manos, en un gesto reflejo para intentar evitar la muerte que podía aguardarle.
Al otro lado, los dos restantes, entre los que había una mujer, consiguieron parapetarse tras unos
árboles y a base de escobazos mantenían a raya a sus agresores, al menos de momento. Pero la
enorme diferencia numérica, doce a dos, hacía presagiar el próximo final de tan férrea defensa.
Nadie se percató de mi tremendo apuro y opté por encomendarme a San Judas Tadeo, patrón de las
causas perdidas, e intentar triunfar en el cuerpo a cuerpo que mantenía con mi contrincante.
Seguíamos ambos aferrando el palo por los dos extremos, y mis fuerzas empezaban a flaquear, pero
tuve una idea... Solté de improviso la vara a la vez que lanzaba una fuerte patada, al contrario, en sus
partes pudendas. Dio resultado. Al retirar mi presión del bate, el otro, por inercia, perdió el
equilibrio, cayendo hacia atrás y encontrándose con mi patadón en los testículos. Emitió un gemido
y se contrajo haciendo un gesto de infinito dolor. Desde su posición me dirigió un exabrupto que no
pude entender e intentó incorporarse con gran dificultad. Volví a mandarle un puntapié buscando el
pecho, pero fallé y recibió el impacto directo en medio de la frente. Con los ojos en blanco y
farfullando un gutural sonido, se desplomó, a la vez que dos pequeños hilillos de sangre empezaban a
brotar de sus oídos…
En ese instante llegaron el resto de compañeros mostrándome algunos de sus trofeos: una insignia
del Che y una estrella roja. En un rincón del jardín, totalmente ensangrentados, yacían los cuerpos
inconscientes de nuestras víctimas.
-¡Joder, qué fuerte! ¡Cuándo lo cuente a mis amigos no se lo van a creer! ¡Le has matado! -profirió
uno-. ¡Y lo has hecho solo! ¡Qué bestia!
-Bueno… sólo ha sido una pelea… -manifesté intentando excusarme.
Se organizó un corro a mi alrededor, un camarada se agachó junto al hombre tendido y le tomó el
pulso.
-¡Vive! -musitó lacónicamente.
-¡Lástima! -masculló otro-. ¡Otra vez será…!
Un voluntario registró su cazadora buscando algún botín, encontró la cartera y en la misma su
carné de identidad, había nacido en Pamplona.
-¡Hostias! ¡Es vasco! -soltó José Luis.
-¡Pamplona está en Navarra, no en Vascongadas! ¡Burro! -replicaron.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
25
-¡Vale, vale… un fallo lo tiene cualquiera!
Rebuscando descubrió una postal con una ikurriña grabada, y sobre ella el lema: EUSKADI
ASKATUTA. Se volvió mostrándola en la mano con señal de triunfo diciendo:
-¿Veis cómo es un puto ETARRA? ¡Que se joda!
Algunos vecinos se asomaron a los balcones alarmados ante tanto alboroto:
-¿Qué pasa ahí? ¡Son las tantas! ¡Hemos avisado a la policía!
-¡Venga! ¡Vámonos! -dijo Antonio-. ¡Damos mucho el cante!
Cogimos el material, subimos en los coches y fuimos hacia nuestras casas; nos sentíamos exultantes
y pletóricos. Mi <<hazaña>> la conocían en pocos días gran cantidad de militantes. Muchos vinieron
a felicitarme. La prensa no reflejó el incidente y eso me alivió, significaba que seguían con vida.
Algunos jóvenes camaradas, a raíz de ese día, me pusieron un alias, empezaron a denominarme <<El
mataetarras>>. El término, por comodidad, fue acortándose y acabó derivando en <<Matet>>. Y así
me llamaron durante un tiempo.

Sacudí la cabeza como para quitarme esos malos recuerdos. ¡Dios, cuanto odio llegué a sentir por
ETA! Pero aún así, jamás hubiera sido capaz de soportar una muerte en mi conciencia. Por fortuna
jamás maté a nadie... y tuve oportunidades. ¡Cuántas salvajadas cometí en mi juventud! Ahora
abominaba de la violencia. ¡Había visto tanta! Alguna vez pensé en arrebatarles la vida y quizá lo
intenté, pero sólo hubiera conseguido convertirme en uno de ellos y, por fortuna, soy diferente.
Saqué un pitillo y lo encendí dando una gran calada. Permanecí hipnotizado contemplando las
caprichosas formas que las nubecillas de humo producían. No quería ver la televisión, hastiado de
tanto sinsentido. Pero no podía mantenerme ajeno a una página de la historia que, a mi pesar, se
escribía en aquel instante.
Apreté el botón del volumen e intenté concentrarme de nuevo en la catástrofe de Madrid. Las
manecillas del reloj señalaban las ocho y media pasadas. La voz aturdida del locutor volvió a captar
mi atención:
Recibimos las primeras imágenes en directo desde la estación del Pozo del Tío Raimundo... tenemos
en línea a nuestro enviado especial...
¡Hola! En directo desde la estación de El Pozo: el espectáculo que observo es desolador. El vagón de
un tren de cercanías ha estallado literalmente en mil pedazos. Hay abundantes heridos y decenas de
ambulancias, coches policiales y del Samur. Un portavoz de estos últimos acaba de confirmar que
hay cadáveres sobre las vías, podrían superar las veinte personas. Son datos de última hora.
-Disculpa... ¿La cifra que acabas de darnos es sólo de esa estación? -interrumpió el presentador.
-¡Sí efectivamente, hablamos de veinte muertos aquí en El Pozo, aunque probablemente
aumentarán a lo largo de la mañana.
-Son números escalofriantes en riguroso directo, que sumados a los de Atocha resultarían alrededor
de cuarenta muertos en las explosiones de esta mañana. Repetimos para aquellos que acaben de
incorporarse, que sobre las siete y media, al menos tres artefactos explosivos han detonado en varias
estaciones de trenes de cercanías en Madrid, en el que hasta ahora es el mayor atentado terrorista de
la historia en nuestro país. Las fuentes policiales consultadas señalan que todos los indicios apuntan a
ETA...
Apagué la tele, la información me causaba mucho dolor y una impotencia infinita. ¡Cuarenta
muertos...! Y empezaba a temer que con la rapidez que ocurrían los acontecimientos, lamentaríamos
más.
-¡A estos cabrones se les ha ido de las manos! -pensé-. ¡Menuda barbaridad! Y me acordé de
Hipercor, de la casa cuartel de Vic, de Santa Pola, de Fernando Buesa, de Gregorio Ordoñez, de
Ernest Lluch, del comandante Ynestrillas, de Pablo, de José María Ryan, de todas y cada una de las
personas asesinadas. Y por supuesto, de aquel hombre cuya muerte anunciada logró despertar las
conciencias dormidas, Miguel Ángel Blanco. Su óbito provocó el que significaría, hasta la fecha, mi
último enfrentamiento con simpatizantes etarras.
El frugal almuerzo tocaba a su fin. El sol brillaba en todo lo alto, a la vez que algunas vacas se
acercaban, tímidamente, a mordisquear las sobras de nuestros bocadillos.
Nos hallábamos inmersos en un paisaje perfecto e increíblemente bello, donde bosques y prados
alternaban caprichosamente verdeando lo que nuestra vista abarcaba. De vez en cuando, bloques
titánicos de roca granítica despuntaban dispersos por la montaña imitando gigantescos menhires
Juanma Crespo Memorias de un ultra
26
colocados, en excelente desorden, por algún gigante caprichoso. En aquel paraje de la sierra
madrileña, la naturaleza destilaba paz.
Me encontraba sentado sobre la hierba. A mi alrededor, un centenar de camaradas daban los
últimos bocados a lo que restaba de comida, y otros dormían plácidamente la siesta bajo la sombra de
los pinos.
Todo parecía invitar al recogimiento más puro, a la armonía más placentera… pero no era así.
Como tantas veces, ETA se había encargado de amargarnos el día a todos los españoles y, entre ellos,
a nosotros. Toda España vivía víctima de un chantaje imposible.
Un día antes, la banda secuestró a un joven concejal del Partido Popular llamado Miguel Ángel
Blanco. La condición para liberarlo era el acercamiento, en veinticuatro horas, de todos los presos
etarras a las cárceles vascas. La quimérica demanda significaba el comienzo de una muerte
anunciada.
La noticia del rapto me cogió en carretera desplazándome a El Escorial, lugar elegido por la
organización Patria Libre, liderada por Eduardo Arias, para realizar una acampada estival entre sus
militantes. Yo, como jefe de un partido político radicado en Valencia, acudí invitado con cuatro
compañeros. Llegamos al campamento al atardecer, el tema principal de conversación giraba en
torno a este suceso. Sabíamos que el pobre chico estaba sentenciado y, aunque militara en un partido
distinto, ante tanta crueldad no permanecíamos impasibles.
Al día siguiente del suceso, desde un lugar recóndito del monte, un grupo de ultras arrimados a un
transistor seguíamos con atención los boletines informativos. Cuando faltaban escasas horas para que
el plazo del ultimátum expirara, nuestros semblantes reflejaban el profundo pesar por el final que se
presentía.
No quisimos variar las actividades que teníamos previstas para la jornada y, con el alma en vilo,
proseguimos realizándolas. Aquella tarde acudimos a unos peñascos cercanos a realizar escalada y
rapel. Por riguroso turno nos colocábamos el braguero y después de asegurarnos de la fijeza de los
anclajes, uno a uno descendíamos la vertical pared.
En medio de tanto ajetreo, casi nos habíamos olvidado de la amenaza etarra cuando un militante
madrileño se subió a lo alto de una roca y, a voz en grito, pidió silencio... Sobraban las palabras, su
semblante adusto lo decía todo:
-¡Camaradas! -gritó-. ¡En la radio acaban de decir, que ha aparecido atado a un árbol el cuerpo de
Miguel Ángel Blanco! ¡Vivo, pero muy grave! ¡Le han metido dos balazos en la cabeza, y los muy
hijos de perra, luego de dispararle han apagado una colilla en una de las heridas de bala!

Campamento paramilitar organizado por Patria Libre en El Escorial.

Guardamos silencio, después empezaron las preguntas:


-¿Dónde ha sido?
-¿Pero está grave o muy grave? -preguntaban estúpidamente algunos.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
27
En seguida se iniciaron los descalificativos hacia los etarras: cientos de inflamantes insultos para
aquellos que tan alegremente jugaban a ser Dios. Decidimos suspender el ejercicio y retornar a
nuestra posición. Evidentemente, sólo departíamos sobre el fatídico acontecimiento.
Al anochecer cenamos unos sándwiches acompañados por un par de huevos fritos, que nuestro
intendente, Manolo, había adquirido en una localidad cercana. Pegados a la radio, nos enteramos de
la fantástica e inmediata respuesta que la sociedad mostraba ante tan luctuosa desgracia. Cientos de
manifestaciones espontáneas surgieron en diversas poblaciones de nuestra piel de toro, en ellas
cientos de miles de personas gritaron: ¡BASTA YA! a los asesinos. Parecía que, aunque tarde, muchos
habían reaccionado y que ese crimen significaría un antes y un después.
Después de matar el hambre, organizamos un fuego de campamento. Nos colocamos en círculo y
algunos empezaron a contar historias de miedo aprovechando la tétrica luz que los fogones creaban.
Escuchaba un interesante relato cuando alguien, por detrás, tocó mi hombro. Me giré y vi a Eduardo
Arias haciéndome señas para que lo siguiera. Silenciosamente me levanté y anduve tras él. En plan
misterioso me hizo subir a un todo terreno junto a dos integrantes de su organización, a la vez que
susurraba:
-Miguel Ángel Blanco ha muerto en el hospital, tenemos que charlar largo y tendido sobre esto.
Bajaremos al pueblo y charlaremos tranquilamente.
Asentí y le acompañé. Tras veinte minutos conduciendo por estrechas carreteras, llegamos a una
pequeña población de la sierra. Aparcamos y entramos en un bar.
-¡Hay que hacer algo! Lo de hoy no puede quedar impune, ha sido una auténtica canallada lo que
han hecho con el chico ese... ¿Pero has oído la radio? ¡Los muy hijoputas le han apagado un cigarro
en la herida! ¡Hace falta ser cabrón par a hacer algo así!
-Tienes razón -dije-. Pero no podemos hacer nada. Creo que lo mejor es continuar con la acampada,
con nuestros actos y con la vida normal. Pero además y por mucho que me fastidie este asesinato,
piensa que si nos planteáramos realizar algo, eso nos obligaría a actuar ante cada asesinato de ETA, y
creo que se crearía un precedente peligroso...
-Conozco mucha gente vasca afiliada al Partido Popular y piensan como nosotros -afirmó Arias-. El
chico este que han matado, si en vez de vivir en Vascongadas hubiera vivido en Madrid, estaría hoy
en esta acampada... ¡Voto para que hagamos una acción de represalia!

Juanma Crespo en un campamento paramilitar de El Escorial.

-Vamos a ver Eduardo... -insistí-. Te repito lo que he dicho antes, pero si quieres venganza, ¿Contra
quién piensas dirigirla?
-Mañana es domingo -dijo-. Un camarada ha bajado a El Escorial y a las doce del mediodía hay
prevista una concentración frente al ayuntamiento donde se guardará un minuto de silencio. Iremos
con las camisas azules y haremos acto de presencia, y si alguien dice algo en contra... pues ya sabes lo
que le espera.
Entendí de inmediato su velada amenaza y repliqué:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
28
-¡Vale, quieres venganza! ¿No? Vamos a hacerla... pero de verdad. En vez de ir a El Escorial a que
paguen los platos rotos algunos pobres pelanas, cojamos los coches y vayamos a San Sebastián o a
Bilbao... metámonos los cien en una Herriko Taberna y montemos un follón de campeonato... ¡Con
dos cojones!
Eduardo se rió y rechazó con la cabeza mi opción a la vez que decía:
-¡Estás loco! ¿A estas horas quieres que vayamos allá? Además está muy lejos. ¡No! Entre los cuatro
presentes elegiremos tu opción o la mía.
Realizamos una votación y sólo yo voté en contra. Quedó decidido, volvimos a la montaña y
comunicamos a la gente lo acordado. A las diez en punto bajaríamos a la ciudad y desgraciadamente
temía que... ¡pobre de aquel que se pusiera por medio!
Pasamos tranquilamente la noche. Tan sólo los imaginarias que velaban por nuestro sueño
permanecieron alerta. Cuando los primeros rayos de sol despuntaban en el nuevo día, la quietud se
transformó en bullicio en el improvisado campamento. Todo era ir y venir de personas enfundadas
con camisas azules, muchas con olor a naftalina. Como si fuéramos actores en vísperas del estreno,
nos ocupábamos en dar los últimos retoques para que nuestra uniformidad resultara impecable.
Algunos cosían los yugos y flechas a fin de que quedasen perfectamente visibles sobre los bolsillos de
las prendas.
-Oye... ¿Los yugos van a la derecha o a la izquierda?
-¡Joder tío, menuda pregunta más idiota! ¡Siempre encima del corazón!
Finalizado el ceremonial, las falanges formaron a la espera que Eduardo y yo les pasáramos revista.
Después de comprobar el impecable aspecto externo que mostraban, izamos respetuosamente
nuestras banderas, cantamos el Cara al sol y, tras romper filas, dimos orden de partir a El Escorial.
Subimos a los coches e iniciamos ruta hacia la villa. Durante el viaje sonaron canciones del Frente
de Juventudes y eso trajo a mi memoria los incidentes de un lejano día hace muchos años, cuando
viajaba a San Sebastián a un mitin. La excusa también fue ETA, y un pequeño temblor me estremeció
al recordar esa amarga experiencia. Ojalá hoy no fuera igual que aquel día, por mi parte haría lo
imposible para evitarlo.
Sobre las doce llegamos a la casa consistorial, cientos de personas esperaban la hora exacta para
iniciar el minuto de riguroso silencio previsto. Mientras tanto, con nuestras camisas azules íbamos
provocando los comentarios y las descaradas miradas del gentío. Me encontraba a disgusto con la
situación, la consideraba una provocación sin justificación alguna... Pero mi malentendido sentido de
la disciplina me obligaba a actuar así. Sería la última vez.
Las campanadas dieron la hora y toda la plaza quedó inmóvil en recuerdo del malogrado concejal.
Transcurrido el tiempo formal, la muchedumbre inició un alborotado ruido de voces, mientras
pacíficamente se disgregaban y retornaban a sus actividades diarias.
Entonces, un potente griterío captó mi atención. Dirigí la mirada hacia el lugar de donde partían los
chillidos y contemplé a un nutrido grupo de camaradas persiguiendo a cuatro jóvenes con el
propósito de darles caza. Salí corriendo detrás de ellos intentando evitar la tunda que se barruntaba.
Les di alcance en el centro de una amplia avenida cuando la emprendían a mamporros con los
mozos. Me coloqué entre ambos conjuntos para parar la pelea:
-¡Quietos todos... parad! -grité-. ¡Qué demonios estáis haciendo! ¿Tienen culpa acaso estas personas
de lo de ayer? ¿No veis que son unos críos? ¡Malditos fachas de pacotilla! ¡Cómo se nota que habéis
estado en pocos follones! He vivido miles y ninguno ha servido de nada más que para crearnos mala
fama y problemas. ¡Estáis equivocados si pensáis que este es el camino!
Ante mis contundentes palabras, la lucha concluyó. Uno de Patria Libre se acercó y me dijo que
todo se inició cuando en la plaza se guardaba silencio. Parece ser que estos chavales de estética
<<ocupa>>, ante el respetuoso mutismo prorrumpieron en risas y uno de ellos exclamó ¡Gora ETA!,
entre el jolgorio de sus compañeros. A raíz de aquello comenzó el enfrentamiento.
-Me parece perfecto lo que dices -contesté-, pero no son las personas ni es el lugar, y aún más,
aunque fueran los responsables... ¿Serviría para algo lincharlos? ¿O se trataría, simplemente, de una
salvajada? Ayer se lo dije a Eduardo, no quiero venganzas, pero si no hubiera otra solución, que lo
dudo, demostremos gallardía acudiendo a la zona más abertzale del País Vasco, pero no vayamos a
tocar las narices a las gentes de El Escorial que no tienen culpa de nada y están tan dolidos como
nosotros. ¿Tengo o no razón?
El compañero asintió ante mi razonamiento, acudió otro y nos indicó que estas personas eran de esa
localidad y era públicamente conocido su apoyo a ETA.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
29
-Escucha, esos niñatos no saben ni lo que quieren y si es cierto lo que decís, no os preocupéis que la
Guardia Civil los tendrá fichados. Argumenté tranquilamente.
Un rumor a mi espalda hizo que volviera la cabeza. Por el paseo se acercaba una multitud de
vecinos profiriendo insultos contra nosotros, <<incomprensiblemente>> no entendían que unos
desconocidos fueran a su ciudad a montar jaleo. Ante esa reacción popular, varios camaradas
dispersos acudieron a socorrernos.
Volví a adelantarme para evitar nuevas riñas, uno de ellos me agarró la camisa y arrancó de cuajo
un bolsillo. Aparté su mano e intentó golpearme con la otra, paré su puñetazo en el aire y le cogí de
la solapa. Cerró los ojos temiendo mi impacto, y le dije:
-Tranquilízate y no juegues con fuego, no queremos peleas.
-¡A buenas horas! -respondió.
El ambiente supuraba tensión, parecía imposible que pudiera evitarse la contienda. Por una parte
nosotros, en un rincón los cuatro temblando, y enfrente, cientos de personas gritándonos: ¡fascistas
asesinos! En ese instante, uno de los de Arias, probablemente el único con conocimientos de
psicología humana, se plantó ante todos y gritó mientras señalaba a los aprendices de abertzales:
-¡Son ellos! ¡Apoyan a ETA! ¡Han dado vivas a la banda!
Ante esas palabras, el tumulto que segundos antes iba a embestirnos, volvió la mirada hacia los
otros y empezaron a gritar: ¡ETA no! y ¡etarras fuera de El Escorial!, mientras intentaban agredir a
los chicos que, junto a la puerta de una bodega, miraban a la marea humana con los ojos
desencajados por el miedo.
Oímos sirenas y alguien gritó que venía la Guardia Civil. Al poco, varios vehículos patrulla
irrumpieron en la vía.
-¡Viva la Benemérita! -gritó una anciana. Varios vivas se sumaron a esta aclamación.
Un aluvión de agentes, porra en mano, descendieron de sus autos dirigiéndose al tumulto:
-¿Qué ocurre aquí? ¡Vamos, circulando! ¡Vuelvan todos a sus casas! -exclamó uno de ellos.
Ante la lógica actitud, la gente empezó a dispersarse.
-¡A ver! ¿Qué ha ocurrido? -dijo el guardia a la vez que se encaraba a un grupo de camaradas.
Nadie dijo nada. Todos se giraron e intentaron, disimuladamente, poner tierra por medio. Pero
nuestros uniformes no dejaban lugar a la duda y varios compañeros del anterior acudieron a reforzar
su acción.
Viendo que ninguno de los míos decía nada y que optaron por la política del avestruz, me acerqué
decididamente a un miembro del instituto armado y me responsabilicé de todo lo ocurrido. Me
pidieron la documentación y se la tendí a la vez que intentaba explicar el suceso. Me tomaban la
filiación cuando llegó Arias, que igualmente se hizo cargo de la situación dando sus datos.
Buscamos nuestros automóviles y emprendimos rumbo al refugio. Por mi parte consideraba
totalmente inapropiada la acción y se lo hice saber a Eduardo. En mi fuero interno estaba satisfecho,
había evitado la paliza y no había hecho uso de la fuerza para lograr imponerme frente a los demás.
Quizá en eso resida la clave...
En la soledad del presidio, asentí con la cabeza al recordar la conclusión a la que llegué tras pasar esta
experiencia. Hacía tiempo que había tomado esa resolución,
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Simulaciones de enfrentamientos con la policía en una de las acampadas de Patria Libre.


pero fue en aquel preciso instante cuando supe que había elegido el camino correcto. Más vale tarde
que nunca, pensé.
A partir de ahora dejaría de acatar ciegamente órdenes absurdas y cumpliría sólo aquellas que
dictase mi conciencia. Seguiría fiel a mis ideas, ¡eso sí!, pero sin ataduras a quienes, erigiéndose en
líderes, no demostraban más que un egocentrismo esperpéntico y hacían uso de una violencia
absurda parapetándose detrás de los demás. Leal seguía, aún entre rejas, y eso pesaba mucho.
Aquella triste jornada de marzo noté en falta la suspensión de la campaña electoral, pero era algo
normal dado el cariz que tomaban los acontecimientos. Las últimas informaciones las supe por medio
de un funcionario de prisiones con el que coincidí y contabilizaban más de sesenta víctimas
mortales... y seguían aumentando. Ante tan brutal noticia me quedé con la sangre helada.
Pasaban sólo unos minutos de las nueve y media cuando oí unas voces:
-¡Venid corriendo, Ibarretxe está dando una rueda de prensa en directo! -exclamó un compañero.
Acudimos raudos ante el televisor del módulo, en esos momentos el lehendakari aparecía en la
pantalla con semblante serio y, entre otras cosas, decía:
-ETA está escribiendo sus últimas páginas, terribles, desorientadas, pero las últimas.
Esa declaración implicaba la confirmación oficial de que la banda vasca había sido la autora
material de la matanza. Era algo que todos suponíamos aunque, muy en el fondo, lo veíamos
improbable, dado el cambio de estrategia terrorista que el golpe implicaba. Pero ya no existían dudas,
habían sido lo de siempre. ¡Malditos canallas!
-Tengo que hablar urgentemente con Gorka, él sabrá de que va todo esto -pensé.
Si alguna vez alguien me dijera que en una sola frase resumiera lo que es la cárcel, no tendría
mucho que pensar. La expresión elegida sería: la prisión es el mundo de lo absurdo. Un dicho que
encajaría perfectamente.
Cuando ingresé en <<chirona>> no caí en la cuenta de que podría encontrarme con etarras. Y lo
que jamás supuse es que, a pesar de mi animadversión visceral a estos pistoleros, llegaría a intimar
con algunos históricos de la organización. Durante miles de horas hablé con ellos de todo: sus ideas,
metas, sueños, soluciones políticas, personajes públicos, anécdotas, futuro... Jamás les oculté mis
ideales, ni mi profundo patriotismo español y, mucho menos, las historias que en estas páginas he
contado y otras muy impactantes que más adelante relataré… Así conseguí escuchar de primera
mano lo que sienten y piensan, conocí a gentes con muchísimos años de condena cumplidos, y que
tardarán todavía en ver la calle.
No soy juez ni pretendo jugar a serlo, no dudo que merezcan hallarse tras los muros de las cárceles,
pero he aprendido a conocerlos y, aún pensando como he hecho siempre, gané su confianza y
desarrollamos un gran aprecio mutuo. Quizá sucedió porque les hablé sin tapujos ni miedo, pero
sabiendo escuchar. O puede que fuera porque nunca les oculté nada. Me abrieron sus corazones y
desnudaron sus almas, intimé con muchos, precisamente con Gorka más que con nadie. Llevaba casi
veinte años encerrado por asesinatos, secuestros y bastantes más delitos. Pensaba que si alguien sabía
algo de ese atentado, podía ser él. A pesar de la larga condena cumplida, seguía defendiendo sus
ideales y se mostraba orgulloso de pertenecer a ETA. Cogí mi carné, salí al pasillo y me encaminé a
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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su módulo, consciente que este capítulo de la historia que se estaba redactando, para mí quedaría
incompleto si no sabía la verdad... Buscaba hablar con un amigo imposible, resultado de una relación
antinatural que tan sólo la cárcel puede crear.

Capítulo II

Inicié, con paso presuroso, mi avance por el frío corredor. Extendí la vista hacia los lados y no atisbé
a nadie, tan sólo el sonido de mis pisadas quebraba la siniestra quietud del recinto. Me enfilé
directamente al módulo seis mientras atravesaba lo que podrían ser callejuelas y plazoletas dentro de
la ciudad enjaulada. ¡Cuánto hubiera dado por estar sentado en la terraza de una cafetería en
Valencia! Pero de momento era algo impensable y lejano.
Al poco, llegué a la enorme puerta metálica que daba acceso y miré a través de los barrotes para ver
si conocía a los funcionarios de servicio. Tuve suerte y encontré a don Pascual y don Luis... buena
gente. Pulsé el timbre y esperé pacientemente a que abriesen. Con un quejumbroso chirrido se
deslizó el portón por unas vías metálicas, aproveché la apertura para introducirme por el angosto
pasillo que conducía a la garita de los carceleros a la vez que, a través de las ventanas enrejadas que
franqueaban el pasadizo, buscaba a Gorka. Al principio no lo divisé en el patio, giré la cabeza hacia el
comedor y... ¡bingo! Ahí estaba, sentado frente a una mesa y jugando al ajedrez con Josetxu, un
compañero suyo que llevaba en prisión más de dos años por varias lindezas, como tenencia de armas
y colocación de explosivos. ¡Un buen elemento!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Solicité permiso para acceder, los funcionarios me conocían y no pusieron problemas. Una vez
dentro me planté junto a los vascos con los brazos en jarras a la vez que dirigiéndome a ellos les
recriminaba seriamente:
-¡Estaréis contentos de la barbaridad que vuestros colegas han realizado! ¿O tenéis excusas como
siempre? ¡Ya os vale!
Al escuchar mi voz ambos levantaron su mirada hasta enfrentarla con la mía. Sus ojos fríos,
inmisericordes, me hubieran provocado un escalofrío de no conocerlos.

Acudí aquella mañana al juzgado donde mi abogado me esperaba desde hacía rato. Tuve mucha
suerte, cuando le telefoneé a las tantas de la mañana la noche anterior, pensé que, por tratarse del día
que era, no atendería mis razones y me daría largas. Pero por fortuna entendía la gravedad del asunto
y accedió a ayudarme. Fui afortunado de tratar con un profesional.
Los acontecimientos se desencadenaban con gran celeridad y <<ellos>> no me dejaban vivir
tranquilo. Debía buscar una solución deprisa o sería demasiado tarde.
Llevaban casi medio año acosándome, aunque en las últimas cuarenta y ocho horas habían
intensificado sus actos contra mí e incluso el día anterior intentaron, sin éxito, quitarme del medio.
En varias ocasiones puse todos los hechos en conocimiento de la autoridad, pero no logré nada. La
tarde anterior expliqué en comisaría que varios desconocidos, apostados en el portal de mi casa,
intentaron agredirme y me tocó huir a la carrera. Más tarde, una comunicación misteriosa advirtió
que antes del fin de semana estaría muerto o en la cárcel. Buscaban apartarme de la circulación como
fuera, aunque no creí que lo pudieran lograr.
La pasada noche estuvieron llamando a mi madre amenazándola y luego dieron un sobresalto a mi
ex mujer. Era normal, nadie espera que a las dos de la madrugada telefoneen para amedrentarte,
¿Pero a quien podíamos recurrir si ellos lo controlaban todo?
-¡No debiste denunciarles nunca! ¿No ves que son muy fuertes para ti? -insistían mis allegados. Pero
yo seguía erre que erre dispuesto a llegar hasta el final, confiaba en el triunfo de la verdad.
Sabía que había tocado fibras sensibles, no eran gentes dispuestas a soportar acusaciones sin luchar
para evitarlo. Y encima, aquel día que salí en la radio invitado en una tertulia, acabé por fastidiarlo.
Fui contra ellos, les ataqué públicamente y eso no lo perdonaban. Ojalá hoy se arreglara todo, la
jueza nos esperaba desde hacía rato y mi letrado había asegurado que pondríamos punto final a esta
pesadilla. Pero ignoraba que precisamente hoy iba a comenzar.
Me introduje en el ascensor y pulsé al piso décimo. Las puertas automáticas se cerraron mientras
empezaba a elevarme sobre el suelo, instantes después me hallaba junto a mi defensor:
-La jueza está ocupada, dice que tomemos un café y en media hora nos atenderá -explicó.
Asentí y bajamos las escaleras hasta alcanzar la calle, que ese día estaba desierta. De pronto dos
personas nos abordaron, uno de ellos me agarró mientras su compañero mostraba una placa de
policía:
-¡Queda detenido! -señaló escuetamente-. No intente resistirse o ya sabe... -añadió mientras
enseñaba disimuladamente la culata de la pistola que llevaba al cinto.
-¡Hombre! -exclamé irónicamente-. Pensaba que hoy no trabajarían ustedes... ¿O es qué no tenían
nada mejor que ir a por gente honrada?
No replicaron, a empujones me dirigieron hacia un coche camuflado y me hicieron subir, no sin
antes advertirme que no intentara escapar. Ni se me ocurrió, sabía que había caído en sus manos. Si
realizaba algún gesto brusco no tendrían dudas en apretar el gatillo... sabía demasiado. No dieron
ninguna razón por mi detención, ni leyeron mis derechos. No hacía falta.
<<¡Joder!>> -pensé-. Con la cantidad de policías decentes que existen y he tenido que topar
justamente con éstos>>.
Tuve mala suerte. Casi veinte años trabajando codo con codo junto a ellos me habían
proporcionado una valiosa información sobre algunas de las actividades que desarrollaban. Cuando
pretendí tirar de la manta pusieron todos sus medios para eliminarme. Por el momento no lo habían
conseguido y eso les puso rabiosos.
Las denuncias que interpuse les pararon los pies, si algo me llegara a ocurrir, quedarían como
responsables directos y no interesaba. Lo más sencillo consistía en imputarme unos delitos
inexistentes y encerrarme un tiempo a la sombra. Con sus informes y testigos falsos no tendrían
muchos problemas en hacer que un juez les creyera. A fin de cuentas, me enfrentaba a los ejecutores
Juanma Crespo Memorias de un ultra
33
de la ley y, como ya me habían advertido, podían hacer más daño tecleando una máquina de escribir
que utilizando métodos más radicales... al menos de momento.
A poca distancia, miles de trabajadores se manifestaban contra la política laboral del gobierno de
Aznar. España entera atravesaba una jornada de huelga general. Vivía de lleno el 20 de junio de
2002.
Pasé la noche en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, a la mañana siguiente me
trasladaron a los juzgados, donde la juez decretó mi prisión provisional. Dio comienzo una larga
lucha para demostrar la dramática realidad que conocía e intentar que se supiera la tremenda
injusticia cometida contra mí.
-A ver, acérquese aquí. Cuando pase al interior del módulo pregunte por el Colchonero, él le dará
las sábanas. Si quiere un consejo... no se meta en líos.
Asentí con la cabeza, como único equipaje llevaba la bolsa de plástico con los útiles de aseo personal
que me dieron el día anterior cuando entré en la cárcel. Su contenido: dos rollos de papel higiénico,
un cepillo de dientes con el mango partido, unos endebles cubiertos de plástico y un pequeño bote
de gel de marca desconocida.
-Disculpe... ¿Para llamar a casa por teléfono? -inquirí, mientras señalaba una vieja cabina telefónica
situada dentro de la garita.
-Le corresponden dos llamadas al mes, escriba una instancia al subdirector de seguridad y le
indicará día y hora para efectuarla -matizó el de azul sin ningún atisbo de entusiasmo. Se notaba que
no respondía por primera vez a la misma cuestión. Con un gesto indicó que saliera de su cuarto e
iniciara mi encierro. Pulsó el botón y la cancela se entreabrió lo justo para dejarme pasar. Ante mis
ojos se mostró un nuevo mundo en el que habría de consumir buena parte de mi existencia.
La primera impresión fue totalmente desoladora. Nada más penetrar en el recinto, multitud de
personas de todas las razas y condiciones se aproximaron preguntándome de forma arrolladora para
cuánto tiempo venía, cuál era mi delito, de dónde era...
Algunos mendigaban un cigarro y otros, la mayoría, me observaban de arriba abajo y se giraban
para continuar con sus hábitos una vez satisfecha la curiosidad inicial. Con el tiempo, esa costumbre
de analizar e interrogar a los novatos por los más veteranos acabaría por convertirse en algo rutinario
ante cada nuevo ingreso.
Me acerqué a un grupo y les consulté donde podía tomar café y adquirir tabaco:
-Tienes que ir al economato. Mira... -señaló uno de ellos- esa puerta conduce al patio. Nada más
salir verás una ventanilla pegada a la pared y delante una fila a tope de gente. Ahí es... ¡Vamos, si no
la encuentras, lo tienes chungo, tío! ¡Es lo único que hay! -respondieron entre risas.
Solté un suspiro, la verdad es que tenía ganas de beber algo. El día anterior, la Guardia Civil me
condujo directamente desde los juzgados hasta el llamado módulo de ingresos, un sitio realmente
horrendo. Allí me fotografiaron, cachearon y tomaron las huellas digitales. Después me
acompañaron a una celda sucia y maloliente donde pasé el resto del día encerrado y leyendo, como
único entretenimiento, los pensamientos que un tal Nino de Cullera escribió hace años en las
paredes. Uno rezaba lo siguiente:

De una cerda y un mono mandril,


nació un joputa de la Guardia Civil.

No hacía falta ser muy sabio para deducir que el autor de ese pareado no se había inspirado
precisamente en García Lorca.
Al amanecer, me entrevistaron una asistenta social y un psicólogo. Con el diagnóstico de mi perfil
personal eligieron el lugar donde, en teoría, mejor me adaptaría. Después de comer me trasladaron al
módulo seis, supuestamente, el mejor del <<talego>>. Aunque, para mí, lo verdaderamente
interesante de todo ese trasiego es que ahora, al menos, podría degustar mi primer café en dos días...
¡Por fin!
Atendí las indicaciones que me habían dado y traspasé el portón, en el acto advertí la aglomeración
situada frente al ventanuco por el cual los internos adquirían los productos básicos. Solicité la vez y
me puse al final de la larga cola aguardando, disciplinado, mi turno. Lancé una ojeada al patio del
presidio, mediría unos sesenta metros de longitud por cuarenta de ancho y estaba franqueado por un
alto muro de hormigón rematado con gruesos alambres de espino. En las paredes del mismo, alguien
se distrajo dibujando murales que representaban escenas de campo y playa. Junto a los mismos,
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multitud de individuos tomaban el sol y charlaban sobre sus asuntos mientras otros paseaban sin
tregua por el seco suelo de cemento. Vino a mi cabeza un pensamiento: ¡vaya! ¡Tanto caminar para
no llegar a ninguna parte!
-¿Qué vas a tomar?” -las palabras del economatero me sacaron de la abstracción.
-Eh... sí... ponme un café y un paquete de Camel, por favor -solicité.
-¿Camel? -repitió extrañado-. ¡Vaya, un <<pata negra>>! ¡Vienes rico, chaval!
Noté un seco golpe en la espalda y me giré en guardia dispuesto a todo.
<<¡Maldita sea! -dije para mí-. Llevo cinco minutos aquí y ya empiezan los líos...>>
Me quedé mirando fijamente al autor de la palmada, me resultaba familiar...
-¿No te acuerdas de mí? -preguntó extrañado.
-¡Joder! ¡Si eres el Saltimbanqui! -exclamé.
Claro que lo conocía, aunque no sabía si en estas circunstancias sería para bien o para mal. Hace
años había trabajado de vigilante en una discoteca de una localidad cercana a Valencia y a la misma
acudía frecuentemente este chico con sus amigos. Siempre solía crear problemas, tenía un mal beber
y lo pagaba con los demás clientes. En varias ocasiones le prohibí el acceso y una vez por poco
llegamos a las manos. No pasó nada, aunque se lo llevaron detenido los guardias del cuartelillo del
pueblo. Confiaba en que tuviera un buen perder...
Y tuve suerte, había olvidado rencillas pasadas.
-¡Qué pasa tío! ¿Y tú que haces por estos lugares? -inquirió.
-Pues ya ves, me aburría en casa y me dije... ¡Voy a ver un rato a los amiguetes! -bromeé.
Me alegré de conocer a alguien aunque fuera en esas circunstancias, por lo menos tendría con quien
hablar. Iniciamos una conversación y en seguida me puso al día de la rutina carcelaria:
-Entre semana nos abren a las nueve y hasta las doce danzamos por el patio, luego comemos y nos
chapan hasta las cinco, nos vuelven a abrir hasta las seis y media, luego la cena y al día siguiente
igual. Esto es un coñazo y cada jornada es idéntica a la anterior. Pero te acostumbrarás -indicó.
Tenía mis dudas, me consideraba una persona muy inquieta y tanta monotonía podría conmigo. Me
hice una promesa: lucharía por evitar caer en la depresión y superaría esta amarga experiencia...
Todavía tenía mucho que decir.
-¿Y tú porqué estás aquí? -pregunté.
-Por nada. Me pillaron los picoletos entrando en un chalé y me han caído tres años, aunque en un
par de meses espero salir a la calle... Aquí el tiempo pasa rápido -explicó-. Además en este sitio no te
aburrirás, hay gente para todo. Mira, ¿ves a esos dos ahí al fondo? -asentí con la cabeza-. Pues son los
que mataron a ese abuelo en Cullera. ¿No lo viste en las noticias? Y el de allá está por matar a su
madre y cortarle la cabeza... ¡El muy loco se la llevó a su cama y estuvo durmiendo con ella varios
meses! ¿A ver? Mira, ese de ahí es un atracador de puta madre, el tío se hizo más de cien bancos
antes que lo pillaran y ese otro...
Ante la pormenorizada descripción de quienes iban a ser mis compañeros, no pude evitar que un
escalofrío recorriera mi columna. ¿Qué demonios hacía yo entre toda esa gente? No encontraba
ningún sentido a mi nueva situación.
Saltimbanqui proseguía describiéndome a otros personajes:
-Mira tío, ése es la caña. El tipo de las gafas de culo de vaso trabajaba en la ONCE y un colega lo lió
para realizar un atraco... ¡Fue de película de Berlanga! Verás, se metió en un banco a pegar un palo
mientras su socio le esperaba en el coche para la huida. Cómo el tío este, que le llamamos
Rompetechos, no ve tres en un burro, al entrar con la recortada confundió al cajero con un muñeco
de cartón que anunciaba unos planes de ahorro y encañonó al monigote... ¡Claro!, al hacer eso a todo
el mundo le dio tiempo para escapar, pero aun así cogió algo de dinero. Ahí no acabó la movida, al
tratar de salir se le cayó toda la pasta al suelo e intentó recogerla, pero como no veía... no pudo. Y la
historia acabó cuando, debido a los nervios y a su falta de visión, al salir del lugar se confundió de
coche y se metió en uno que ocupaba una señora que esperaba, en doble fila, a su marido... ¡Qué
fuerte! ¿No? Si eso te lo cuentan en el cine pensarías que es una bobada... ¡Y ya ves! ¡La realidad
supera a la ficción!
La verdad es que mi sorpresa aumentaba por momentos, si en ese instante alguien me hubiera
pinchado con una aguja en el brazo, seguramente no habría sacado ni una sola gota de sangre. Mi
amigote seguía incansable contándome la vida y milagros de los más prestigiosos moradores del
recinto.
-Pero lo más fuerte de todo son los etarras que hay en el módulo -profirió tranquilamente.
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Al sentir esta última afirmación, mi curiosidad se acrecentó. Evoqué un artículo en prensa local que
había leído hace algunos meses y donde se citaban los nombres de los presos de ETA existentes en las
cárceles valencianas. Esa información captó mucho mi atención, hasta entonces desconocía que a tan
solo unos kilómetros de mi casa moraban miembros de la temida banda.
Cientos de veces había pasado con el coche por la autovía trazada al lado del centro penitenciario y
cuando divisaba las altas vallas circundantes, reflexionaba sobre quiénes pasaban ahí sus vidas.
Curiosamente nunca imaginé la existencia de etarras y mucho menos que yo estaría algún día en la
otra parte de los elevados muros.
-¿Quiénes son? -consulté discretamente.
-No están ahora, tienen unos horarios distintos al resto de internos. Sólo salen por las mañanas -
aclaró Saltimbanqui-. En este módulo hay dos, uno creo que está por lo del atentado de Barcelona…
el Hipercor; y el otro es más joven y me parece que mató a policías… ¡Vamos, eso creo! Nunca he
hablado con ellos, realmente no conversan mucho con el resto de presos. ¡Claro! Es que no son
delincuentes comunes. ¿Sabes? Dicen que son presos políticos o algo de eso...
Ante las últimas palabras replique indignado:
-¡No digas sandeces! ¡Qué van a ser presos políticos ni qué leches! ¡Sólo son un hatajo de hijos de
perra asesinos!
-Vale, tío, lo que tú digas. ¡Yo no entiendo nada de política! De todas formas los verás mañana… -
concluyó.
El sonido de la megafonía, anunciando el cierre del patio, interrumpió la conversación. Me uní a la
gente y subí a mi nuevo hogar dispuesto a pasar la noche lo mejor posible. Mañana sería otro día.
Aquella noche dormí mal, puede que extrañara la cama o quizá fue debido a mi situación en
general. A las ocho en punto efectuaron el recuento y abrieron celdas. Bajamos a desayunar y, ¡cómo
no!, al patio.
Mi colega aprovechó para presentarme a varios amigos suyos y empezamos a charlar sobre asuntos
triviales. De pronto, Saltimbanqui señaló a dos personas que paseaban cerca de nosotros, estaban
hablando a voces con alguien del módulo anexo. Desde nuestra posición no se entendían con nitidez
sus palabras.
-¡Mira tío, ésos son los que te dije ayer! Sabes a quiénes me refiero... ¿no?
Asentí en silencio mientras los observaba. Uno de ellos, el mayor, rondaría los sesenta años, debía
medir poco más de metro sesenta y cinco, su cabeza mostraba claros signos de una calvicie que
intentaba ocultar con una gorra de tela, vestía pantalones vaqueros y zapatillas deportivas. Su
compañero tendría unos cuarenta y cinco, alto, fuerte, pelo al uno y en el lóbulo izquierdo ostentaba
a modo de pendiente un pequeño aro plateado, llevaba puesto un pantalón elástico de deporte de
tipo escalador. Me percaté de las camisetas con las que ambos se ataviaban, portaban lemas alusivos a
su causa política. Aquél significó mi primer contacto visual con ellos.
La vida en la cárcel transcurre aburrida y rutinaria como ninguna. Casi no hay actividades de
esparcimiento y, en esas circunstancias, los juegos de mesa sirven como forma de evasión. En muy
poco me aficioné al dominó.
Practicábamos dos modalidades: el español y el colombiano. Depende de quién fuera el compañero
de mesa solíamos optar por uno u otro. Casualmente, el etarra veterano compartía la misma afición
por este entretenimiento y siempre se decantaba por la primera opción, a la que modificó el nombre,
llamándolo <<dominó ibérico>>.
Por mi parte solía evitar cualquier tipo de contacto con esa gente, pero el universo carcelario es
muy reducido y resultaba inevitable acabar coincidiendo. Ocurrió a principios de julio de 2002.
Estaba leyendo el periódico cuando alguien gritó mi nombre, me volví y percibí a mi compañero de
celda jugando con varias personas, entre ellos el vasco.
-¡Oye tío! ¿Quieres jugar?
Respondí que no... pero insistió.
-¡Venga haznos el favor! ¡Es que nos falta uno!
Accedí de mala gana, lo de compartir espacio con uno de ésos… no me hacía ninguna gracia.
Iniciamos la partida, sólo yo permanecía callado, el resto departían sobre la guerra en Irak. El de
ETA intentó entablar conversación conmigo y conocer mi opinión sobre el conflicto, pero mi actitud
cortante le paró los pies. En un momento de la tertulia manifestó ante los otros que los
norteamericanos actuaban como terroristas, pues estaban masacrando y matando
indiscriminadamente a la población civil. Al escuchar esas palabras solté irónicamente:
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-¡Claro! ¡Lo más gracioso es que seas precisamente tú quien les acuse de matar a mujeres y niños!
-¿Porqué dices eso? -apuntó-. ¿Te han dicho que he matado a mujeres y niños? ¡Ahhh! A ti también
te han mencionado que estoy aquí por lo del Hipercor… ¡Pues que sepas que llevo encerrado desde
el ochenta y cinco y ese atentado fue en el ochenta y siete, o sea, que has metido el remo hasta el
fondo... El que tuvo algo que ver con eso fue mi compañero, Patxi.
-Bueno, pero algo habrás hecho para estar aquí tanto tiempo... -insinué.
-Sí, pero eso a ti no te importa y, cómo comprenderás, lo que haya hecho o dejado de hacer es algo
que no te voy a explicar -manifestó.
El resto de compañeros de partida pidieron calma. Ahí finalizó mi primer enfrentamiento dialéctico
con uno de ellos. Pensé que ése habría sido el principal y último debate… pero no. Al día siguiente
estaba en la fila del economato cuando alguien tocó suavemente mi brazo, me volví y advertí al
etarra ofreciéndome un café. Me quedé desconcertado pero lo acepté.
-Me llamo Gorka -manifestó tendiéndome la mano- Ayer no pudimos presentarnos…
Instintivamente le devolví el apretón.
-Tú debes de ser de Fuerza Nueva o algo de eso -afirmó.
-Bueno, estuve en ese partido hace mucho tiempo, pero ahora estoy en Falange.
-¿En Falange? -repitió-. ¿Qué pasa, no te gusta Franco?
Me quedé de una pieza, pocas personas ajenas a estos partidos conocen las grandes diferencias
existentes. Se lo hice saber:
-Vaya, Gorka, por lo que veo, entiendes un poco del tema…
-Pues normal que sepa… ¡Oyes! En mi época estábamos bien enseñados, no como ahora, que la
juventud está aborregada y sólo piensan en Internet y en ver la televisión.
Trabamos conversación sobre cuestiones prosaicas. Sentía curiosidad por conocer sus pensamientos
y experiencias, supongo que a él le debió de ocurrir lo mismo. En ese ambiente resultaba complicado
encontrar a personas con un mínimo de cultura y, sorprendentemente, encontré en Gorka a mi
contertulio perfecto.
Mostramos cierta reticencia al principio, antes de expresarnos con plena confianza y libertad. Pero
no tenía un pelo de tonto y supo enseguida conocerme, sabía que actuaba sinceramente. Según me
confesó un día, lo vio en mis ojos, le gustaba que no apartara la mirada de la suya. A mí me pasaba
algo parecido, a pesar de saber con quién trataba, pensaba que podía confiar en él.
Gorka estaba aprendiendo el euskera y aunque se entendía en ese idioma, no lo dominaba por
completo. Un día me presentó a Patxi; éste, al contrario que su compañero, hablaba casi
exclusivamente en su lengua vasca y chapurreaba un poco el castellano. ¡Y eso que llevaba quince
años en la cárcel! Congenié en seguida con los dos y llegamos a un acuerdo: ni ellos criticarían a
España en mi presencia, ni yo haría lo mismo con sus creencias. Funcionó bien.
Una mañana, ya roto el hielo, hablé con Gorka:
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí, pero que sea facilita... ¡Oyes! No, en serio. ¿Qué quieres saber?
-Tengo mucha curiosidad por conocer qué te impulsó a pertenecer a ETA. ¿Cómo empezaste?
-¡Ufff! -suspiró- ¡Hace ya mucho tiempo de eso! Verás... yo vivía en Donosti, concretamente en el
barrio de Intxaurrondo.
Y dio inicio a su relato:
-Realmente no nací ahí. Toda mi familia había vivido de siempre en un pueblecito de Segovia
donde mi padre tenía tierras y se dedicaba a la agricultura, pero mi madre murió y a él le tocó
hacerse cargo de mis cuatro hermanos y de mí. En esos tiempos de la posguerra costaba mucho sacar
a una familia adelante con lo poco que daba el campo y emigró a Donosti con todos nosotros. Yo
tenía seis años y me críe en esa tierra. Toda mi juventud la pasé trabajando, pero las malas
condiciones de los empleos me obligaron a marchar a Francia, donde pasé varios años sudando la
gota gorda como marino en un mercante. Tuvo su lado bueno, ¿sabes?, porque pude conocer mundo
y viajar a otros países. Pero echaba de menos a la familia y a principios de los setenta regresé y milité
en ETA. Fue una decisión muy meditada, siempre me había interesado la política y había conocido la
lucha de mi pueblo por lograr la libertad… Más de un compañero había muerto a manos de las
fuerzas españolas y muchos otros llevaban en su cuerpo marcas de las torturas .hechas por la policía
franquista y la Guardia Civil Entendí como una obligación moral y un deber luchar por la libertad de
mi pueblo y la lucha armada como el único camino posible.
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-Bueno... -interrumpí- supongamos que tienes razón, que lo dudo... y no teníais otro camino que
combatir al franquismo con las armas. Te recuerdo, por si no has caído en la cuenta, que Franco
murió en el setenta y cinco, con lo cual vuestros argumentos no son muy válidos ahora.
-¿Cómo que no son válidos? ¿Piensas que se ha acabado la represión? ¿Sabes que vuestra
Constitución no salió aprobada en Euskadi y nos la impusisteis por cojones? ¿Sabes que Amnistía
Internacional sigue denunciando en sus informes anuales la práctica de torturas policiales contra el
pueblo vasco?
Al realizar esta afirmación no quise contradecirle, pero creí recordar que el famoso informe anual
de la ONG mencionada por Gorka se refería a la violencia que realiza ETA y su entorno contra sus
<<adversarios políticos>>. Continué la conversación sin pretender entrar en polémica.
-Veamos... No dudo que, de vez en cuando, a la policía se le escape algún tortazo...
-¿De vez en cuando? -gritó exasperado-. ¿Quieres que te cuente la somanta de palos que me dio la
Guardia Civil cuando me detuvieron? ¿Quieres que preguntemos a Patxi o a cualquier otro
compañero la de veces que hemos sido torturados en las comisarías españolas?
-¡Coño, tío, que sois etarras! ¡Tampoco sois unos santos... que digamos! Además me estás hablando
de hace casi veinte años y todo ha cambiado mucho.
-¡Una leche ha cambiado! ¡Luego te enseñaré las fotos de un chaval que salieron publicadas en el
Gara hace unos días y verás la paliza que le dieron en el cuartelillo! ¡¡Si está irreconocible!!
-Bueno, aún siendo cierto lo que dices, no creo que seáis los más indicados para hablar de derechos
humanos...
-¿Y...? Ten en cuenta una cosa, cuando hacemos algo somos conscientes de las repercusiones que
pueden tener nuestras acciones y sabemos que podemos morir o ir toda la puta vida a la cárcel. A
nosotros nos condena la justicia española por no cumplir vuestra legalidad. ¿Dónde dice esa ley que
está permitida la tortura? Lo que más me jode es que nos encarcelen por incumplirla y aquellos que
la hacen y tienen el deber de cumplirla tampoco lo hagan... ¡Si lo tienen muy fácil! No tendrían más
que legalizar la tortura como en Israel y punto. Pero mientras esos jueces y políticos fascistas no
cumplan sus leyes, que no nos pidan a nosotros que lo hagamos y máxime cuando jamás hemos
votado vuestra Constitución ni hemos querido saber nada de todas esas historias. Lo único que
buscamos es que nos dejéis en paz y podamos ser un pueblo libre y soberano de una puta vez.
-El otro día dijiste que llevas casi veinte años entre rejas. ¿Crees que ha valido la pena sacrificar tu
vida por esas ideas?
-Por supuesto. Y si volviera a nacer mil veces, mil veces que militaría en ETA. Ya lo he dicho antes
y te lo repito ahora, cuando ingresamos en ETA sabemos que sólo tenemos dos finales posibles: la
muerte o la cárcel. Asumimos cualquiera de ellos porque sabemos que luchamos para conseguir la
libertad de nuestra patria y porque tenemos fe en que nuestro sacrificio, como el de otros miles de
vascos, conseguirá su fruto. No olvides que tenemos mucho respaldo en Euskadi.
-Salvando distancias, siempre he visto el problema vasco como una especie de continuación de las
guerras carlistas. Y, como éstas, pienso que este conflicto acabará dentro de unas cuantas
generaciones. He visitado varias veces Vascongadas y, aunque supongo que tendréis respaldo, no
quita que una gran mayoría de la población esté harta de tanta violencia e inseguridad.
-¿Quiénes? ¿Los españolistas?
-¡Joder, Gorka! ¡Qué naciste en Segovia!
-¿Y...? Nací en Segovia y toda mi vida me he criado en Euskadi. Cuando mi familia emigró, supo
adaptarse al país que los acogió y no intentaron imponer sus costumbres ni sus normas. Pasa como
con los moros, vienen a España y no se adaptan. ¿Qué pensarías tú si encima quisieran imponerte por
la fuerza su forma de vivir?
-¡Hombre...! No es lo mismo. Digas lo que digas, Vascongadas es España y decir lo contrario es faltar
a la historia y a la realidad.
-¡A vuestra realidad! Fuimos invadidos por las armas españolas y nuestro territorio dividido entre
España y Francia.
-¡Sí, hombre! ¡Díselo a Elcano o Churruca! Mejor no entremos en este tema, porque ni tú me vas a
convencer a mí, ni yo a ti... ¿De acuerdo?
-Totalmente de acuerdo.
Aquella mañana dimos por concluida la conversación, al poco acudimos a comer y a las celdas. Por
la tarde, nada más salir, me hizo señas un funcionario para que entrara en su garita. Atravesé el
umbral de su cuarto y observé que, junto a éste, había tres más.
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-Buenas tardes -saludé-. ¿Me han llamado ustedes?
-Sí, pase aquí un momento -pidió uno de ellos- Querría hacerle una pregunta... ¿Es usted
simpatizante de ETA? -soltó a bocajarro.
-¿De ETA yo? -respondí extrañado-. ¡Pues claro qué no! Es más, soy más facha que la madre que me
parió. ¿Por qué pregunta eso?
-¡Hombre...! Esta mañana le he visto pasear muy tranquilo con el etarra ese...
-Sí -admití-. Pero eso no significa que sea de ETA ni simpatizante ni nada por el estilo. Mire, soy
una persona muy inquieta y me gusta saber. Pienso que aquí tengo la oportunidad de conocer de
primera mano la historia contada desde el otro punto de vista, e independientemente de lo que
pueda opinar, conmigo se portan bien y nos tratamos con respeto.
-¡Que se lo digan a los guardias civiles que mató ese hijoputa! -exclamó otro.
-No pongo en duda que lo que hacen no esté nada bien, es más, he militado toda mi vida en
organizaciones falangistas y en muchísimas ocasiones he tenido enfrentamientos contra esta gente.
Mire, hace años los etarras asesinaron a uno de mis mejores amigos, que era guardia civil. Cuando se
celebró el juicio en la Audiencia Nacional contra la cúpula de Herri Batasuna, un montón de
camaradas fuimos a montar follón e incluso algunos amigos llegaron a celebrar con champán la
muerte de Muguruza. Les cuento todo esto para que tengan claro que no sólo no soy simpatizante de
ETA, sino que soy antietarra militante. Lo cual no quita que me interesen sus puntos de vista, me
apasiona la historia y ellos, nos guste o no, forman parte de ella. Si hubiera vivido hace muchos años,
me hubiera encantado hablar con Hitler, Lenin, Marx, Churchill... ¡Y yo qué sé con quien más!
-Bueno... -cortó el funcionario-, le advierto que existen unas normas muy concretas en la prisión, y
le informo que hacemos una relación diaria de todos los que mantienen conversaciones con los
etarras. Ese informe pasa a seguridad y se refleja en su expediente personal. No creo que le beneficie
mucho hablar con esa gentuza.
-Pues denme otras opciones. ¿Con quiénes quieren que hable? ¿Con los violadores? ¿O acaso
prefieren que tome como amigo al descuartizador del módulo? ¿O quizá a un yonqui?
-Bueno, ése es su problema... yo le he avisado. Esta gente sólo puede traerle complicaciones, además
no cambian nunca, pasan de las leyes. Cuando acuden a un juicio renuncian al tribunal y utilizan a
sus abogados para pasar consignas de la banda. Tener amistad con ellos supone para Instituciones
Penitenciarias ser un enemigo potencial, no olvide que los funcionarios de prisiones somos objetivos
de ETA.
-De acuerdo, pero… ¿Yo qué tengo que ver con eso? -exclamé extrañado.
-¡Hombre, pues claro que tiene que ver! Piense un poco, si mantiene amistad con ellos para
nosotros supone un riesgo y puede resultar perjudicado en sus peticiones de permisos, tercer grado…
Por supuesto existen soluciones que pueden mitigar este problema.
-¿Por ejemplo?
-Que nos informe si se entera de alguna actividad que pretendan realizar.
-¡Oiga! Solamente hablamos de nuestro pasado, desde luego, no me han dicho nada de que se vayan
a hacer o no atentados. Tampoco tengo tanta confianza...
-No nos referimos a eso, está claro que a usted no se lo iban a decir. Pero a veces se coordinan los
etarras de todos los módulos para realizar protestas comunes como encierros, huelgas de hambre…
Dichas actividades suelen coincidir con atentados terroristas en la calle. Si se entera de algo,
háganoslo saber. Quizá así consiga borrar de su expediente los contactos que tiene con esa gente.
Asentí cínicamente, no me hacían ninguna gracia los chantajes. Tampoco pensaba pedir a Gorka
información sobre los planes que podían tener, en primer lugar porque dudaba de que me los dijera,
y en segundo, porque si aprecias la vida, hay cosas que es mejor ignorar. De todas formas, dudaba
que los etarras encarcelados estuvieran al día de las campañas que planeaba la organización.
Amaneció un nuevo día y volví a encontrarme con Gorka y Patxi, estaban paseando por el patio. El
primero me llamó y me invitó a pasear con ellos y así charlar un rato.
-Oye... -dijo-. ¿No tendrás por casualidad una chaqueta de piel usada, verdad?
-Pues la verdad es que no... ¿Y eso? -pregunté extrañado-. ¡Si estamos en julio y hace un calor de
mil demonios! -añadí.
-No es para ponérmela -replicó sonriendo-. Es para hacer bolas para jugar a la pelota vasca.
Me sorprendí, ignoraba que practicaran ese juego entre rejas. Con el tiempo pude contemplar en
multitud de ocasiones que ambos fabricaban con maestría pelotas para practicar su deporte oficial.
Los viernes por la mañana solían hacer campeonatos con los presos comunes y siempre vencían ellos.
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-¡Ganáis porque jugáis en casa! -les decía aludiendo a su larga estancia en prisión.
-Por si no te lo han dicho nunca, que sepas que eres... ¡un cabrón, un verdadero cabronazo! -
respondían jocosamente.
Aquella mañana, después de interesarse por si tenía alguna prenda de cuero, prosiguió la
conversación:
-Ayer tarde te llamaron los carceleros… ¿Preguntaron algo sobre nosotros? -inquirió Patxi.
Me quedé helado. ¿Cómo podían saber eso si estaban encerrados en sus celdas? Decidí contarles más
o menos la verdad:
-Pues sí, me aconsejaron que no hablara con vosotros…
Me miraron fijamente a los ojos, querían comprobar si mentía.
-Tienen razón -subrayó Gorka- Pueden joderte si ven que hablas mucho con nosotros. La cuestión
es intentar aislarnos del resto de presos para que nos derrumbemos psicológicamente y, de paso,
hacer que te comas la cabeza y tengas miedo de estar con el Patxi y conmigo. Piénsatelo bien, pero
ten en cuenta que tienen la sartén por el mango y pueden fastidiarte mucho.
-Mira, soy mayorcito para saber con quien puedo o no relacionarme. Si piensan que por hablar con
vosotros me voy a hacer etarra, tienen un grave problema. Además estoy muy orgulloso de mis ideas
y a estas alturas no pienso cambiarlas por mucho que dialoguemos.
-Pues nada si lo decides así, por nuestra parte perfecto. ¿Dónde dejamos ayer la conversación? - dijo
Gorka.
-Me parece que la dejamos en que si los españoles os invadimos y somos más malos que pegarle a un
cura... -respondí irónicamente.
-¡Joder... es que es así! -recalcó Patxi-. Y si no, pregúntales a los sudamericanos que piensan de
vosotros. Siempre que habéis ido a un sitio habéis masacrado a la población. Hay dos pueblos que
siempre han oprimido al resto: los españoles y los ingleses, y ahora los americanos os han cogido el
relevo.
-¡Vale, vale! ¡No digas chorradas! Quedamos que en mi presencia respetaríais a España. ¿O queréis
que empiece a contar cosas vuestras yo también? ¡Leches! Que encima seáis vosotros los que nos
acuséis de hacer salvajadas es ya el colmo del surrealismo. ¿Hablamos como personas civilizadas o
no? ¡Coño!
-¡Joder! Como los carceleros vean que discutes con nosotros, vas a romperles sus esquemas. ¡Eso si
qué es surrealista de veras! -añadió sonriendo Gorka.
Encendí un cigarro y les ofrecí otro, lo rehusaron. Había olvidado que ninguno fumaba. La verdad
es que si unas pocas semanas antes me hubieran dicho quienes iban a ser mis nuevos compañeros, no
lo hubiera creído. Decidí continuar el diálogo. En mi fuero interno algo decía que podía ser
interesante.
-Oye... ¿Lleváis mucho tiempo aquí en Picassent?
-Yo llevaré unos dos años, Patxi, unos tres meses menos...
-Supongo que acabaréis vuestras condenas aquí... ¿No?
-De estos hijoputas carceleros no te puedes fiar, antes nos cambiaban de cárcel cada seis meses.
Además cuando lo hacen no te avisan con antelación, una tarde vienen a tu chabolo varios de ellos y
te dicen que cojas las cosas que en una hora sales de cunda a otro sitio... Y ahí te ves, preparando
todo tu equipaje deprisa y corriendo... ¡Y a tomar por saco que te mandan! -explicó Patxi.
- ¿Pero no os avisan antes? -pregunté extrañado.
-¿Avisarnos esos cabrones? ¡Ni de coña! La putada no es eso, lo realmente jodido es que no tenemos
posibilidad de avisar a nuestras familias hasta que llegamos a la cárcel de destino, con lo cual a veces
hacen el viaje en balde -dijo Gorka.
-Eso es lo que más jode -interrumpió Patxi-, que sean nuestras familias las que paguen toda esta
mierda de guerra sucia.
-¡Hombre, yo no sé si será guerra sucia o sencillamente la política penitenciaria que practican en
general! -expuse.
-De política penitenciaria ¡leches! -habló Patxi-, lo que hacen está muy estudiado y siempre
coincide con campañas políticas, treguas y... ¡hostias!
-No lo entiendo... -pronuncié.
-¡Oye! Pues es fácil de entender. Cuando nuestros compañeros hacen acciones en zonas turísticas,
por ejemplo, pues se vengan con nosotros cambiándonos de cárcel. Sin embargo, cuando hay
conversaciones con el gobierno español o treguas, pues nos dan cancha, es la <<psicológica>>. Esta
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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mierda es así... Lo peor son nuestras familias, no tienen culpa y esos hijoputas practican con ellos un
auténtico genocidio -explicó Gorka.
-¿Genocidio? ¡No comprendo a qué te refieres!
-Pues es sencillo... Entendemos que nos metan en la cárcel, pero la ley española garantiza el
cumplimiento de las condenas en las prisiones más próximas a tu tierra. ¿Tú crees que la de Valencia
es la más cercana? ¡Y encima piensan que hay que darles las gracias! ¿Sabes cuánto tiempo permanecí
en la cárcel del Puerto de Santa María, en Cádiz? ¡Cuando venía a verme la familia se hacían más de
dos mil kilómetros en coche! ¡Dos mil kilómetros para estar juntos hora y media! ¿Es o no fuerte?
¡Hostias! ¡Vale! Entiendo que he matado y según las leyes debo estar en la cárcel toda la vida. Sin
embargo, no puedo entender que nuestras familias paguen esta dispersión estúpida y vengativa. Cada
año mueren un montón de familiares de compañeros en las carreteras. Lo único que consiguen es
que cada vez les tengamos más odio.
-¡Hombre! Vuestras familias no tienen nada que ver con lo que vosotros hayáis hecho. De todas
formas, las familias de las víctimas de ETA tampoco tienen la culpa de nada.
-¡Joder, por supuesto que no tienen culpa! ¡Son víctimas también! Pero cuentan con ayudas
económicas y no mueren en las carreteras como las nuestras -afirmó Gorka.
-Ya... Ellos también dicen, y con razón, que preferirían ver a sus familiares en la cárcel antes que ir
cada domingo al cementerio... Porque a fin de cuentas vosotros saldréis y los suyos nunca volverán a
casa.
-¿Eso quiénes lo dicen, los de Gesto por la Paz o los de Víctimas del Terrorismo? Porque de entrada
te digo que esa gente no son más que un hatajo de vividores.
-No me refiero a esas ONG, me refiero a las familias en general.
-Mira lo que te voy a decir... -expuso Gorka-, a mí, las familias de las víctimas me merecen todos los
respetos. Los miembros de esas asociaciones que antes dije me dan asco. ¡Viven a la sopa boba de la
muerte de sus familiares! ¡Son parásitos! Una vez me pasó algo, me enteré que el hijo de un guardia
civil que maté quería hablar conmigo. El chico ese tenía los cojones bien puestos, se enteró de la
dirección de uno de nuestros abogados y fue a verlo a Donosti... El abogado me lo dijo y yo pasé de
verlo. Pero siguió insistiendo y al final lo organizamos para que viniera a verme en unas
comunicaciones por ventanilla. El chaval acudió, su padre había muerto hacia tiempo y él lo echaba
mucho de menos. Aunque lo que le impulsó a hablar conmigo era saber por qué lo había matado
precisamente a él, qué tenía en contra de su padre. Yo fui sincero y le dije que su padre no tenía
culpa de nada, sencillamente le tocó como podía haberle tocado a otro guardia civil que ese día
hubiera realizado el mismo recorrido. El chico no se lo creía, me insistió una y otra vez buscando la
verdad, pero ya se la había dicho, era tan simple que parecía absurda, sencillamente, había sido una
víctima más de esta guerra. No tenía nada personal contra él, no le conocía, era sencillamente un
guardia civil que estaba en el sitio equivocado el día elegido. A ese chico le entendí perfectamente y
le dije que también era una víctima inocente del conflicto. Le expliqué que lo sentía, pero que tan
culpable era yo como el gobierno español por no querer solucionar el problema.
-Debió ser muy fuerte estar cara a cara.
-¡Joder! ¡Claro que fue fuerte! Pensáis que somos unas fieras sedientas de sangre, que vemos a un
guardia civil y... ¡zambombazo en la nuca! Pero es difícil, muchos compañeros míos han pasado
depresiones después de eso. He visto a otros llorar cuando han muerto inocentes de un pepinazo.
¡Pero qué se va a hacer si así es la guerra!
-Me estás dejando alucinado con tus planteamientos... ¿Cómo podéis saber quien es o no inocente?
¡Tío, es muy fuerte lo que me cuentas! Si no queréis llorar por nadie, dejad las armas de una vez e
intentar solucionar las cosas hablando.
-ETA siempre ha estado dispuesta a hablar.
- Gorka, es un poco absurdo que un gobierno negocie con terroristas.
-Ya lo han hecho. Y más veces de lo que piensas...
-Bueno, tenéis a Batasuna que os representa.
-¿Y eso quién lo dice? ¿El Garzón?
-¡Hombre! Ha quedado demostrado que Batasuna es parte de ETA.
-¡Eso es mentira! ¡El Garzón dice que Batasuna es ETA, que es muy distinto! En Batasuna hay
personas partidarias de la lucha armada y muchos que no... pero pasa igual con el PNV y Eusko
Alkartasuna.
-Pero Batasuna nunca condena los atentados vuestros.
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-¿Y...? ¿Si los condenara se solucionaría el problema?
-Hombre, pues no sé...
-¿Fuerza Nueva condenaba los atentados de ETA? -preguntó Gorka.
-Creo que no -respondí sinceramente.
-¡Pues Fuerza Nueva apoyaba a ETA! -concluyó Gorka.
-¡Qué dices, tío! ¡Jamás apoyamos a ETA!
-No lo digo yo, lo dice Garzón.
-¿Entonces quieres decirme con eso que ETA y Batasuna son cosas distintas?
-¡Claro que son diferentes! A muchos compañeros míos no les gusta para nada esa coalición... y
muchos militantes de ese partido no apoyan a ETA...
-Bueno, pero el diario Gara es pro-Batasuna y apoya bastante vuestros atentados y el acercamiento
de los presos etarras a Vascongadas...
-¿Quién dice que el Gara es pro-Batasuna? Por si no lo sabías, en el consejo de dirección de ese
diario hay miembros de muchos partidos políticos, es más, posiblemente haya más miembros del
PNV que de Batasuna... Dónde sí que es cierto que había bastante gente de Batasuna era en el Egin...
Y lo del acercamiento de los presos vascos a Euskal Herría, es algo reclamado por la sociedad vasca
independientemente del partido que voten. Ten en cuenta que mi padre era franquista, que tengo
familia e íntimos del Partido Popular, del PSOE, del PNV... y como yo, casi todos mis compañeros.
El problema ahí se vive distinto, aquí a la cárcel vienen a visitarme amigos desde Euskadi y algunos
votan al Aznar...
-¿Sí? ¡Qué fuerte! La verdad, nunca podría haberme imaginado eso…
-Ya te digo que la verdad es bien distinta a la que os quieren hacer llegar por la televisión y a todas
las tonterías que dicen.
-¿Es cierto que vienen a verte gentes que votan al PP?
-¡Joder! La semana pasada, sin ir más lejos, vinieron unas amigas de mi barrio a comunicar conmigo.
Una de ellas es concejala de ese partido en una pequeña población de Euskadi.
-Pero ETA ha matado a concejales del PP y del PSOE ahí en el norte.
-¡Joder! ¡Es que son objetivos militares! Generalmente ETA los elige españolistas, personas de fuera
de Euskadi que han sido colocados adrede desde Madrid.
-¡Hombre, Gorka, eso tampoco es así! Recuerdo que asesinaron a un concejal popular con nombre y
apellidos vascos, un tal Irureta, creo recordar. De hecho, su hermana estaba afiliada a Batasuna y
salió en televisión.
-¡Algo más habría!
-¿Qué quieres decir con eso?
-Pues que igual era un chivato de la policía o quizás largó lo del impuesto... La verdad, no lo sé.
Pero pongo la mano en el fuego que es algo de lo que he dicho -dedujo Gorka.
-Sería un maketo chivato -sentenció Patxi.
-¿Lo de chivato por qué lo decís? ¿Insinuáis que igual denunció a compañeros vuestros o algo de
eso?
-A veces sí y otras veces son personas que suelen visitar demasiado a la Ertzaintza. Les dicen que si
éste paga o no el impuesto y caldean el ambiente. Luego vienen los ertzainas y joden el invento. Y a
esa gente ETA les da caña.
-¡Hombre, Gorka! El impuesto revolucionario es una clara extorsión al más puro estilo mafioso.
-Pues no creas... hay muchos vascos que no pagaban y se pusieron en contacto con la organización
para contribuir al impuesto. Bastantes empresarios vascos lo pagan porque saben que ese dinero es
para la libertad de Euskadi.
-Te referirás a los miles de vascos que están viviendo en el Levante después de haber huido del
norte. ¿No?
-Se van los españolistas. ¡Oyes! Hay muchos que pagan voluntariamente ese dinero. Hace años
detuvieron en Francia a un importante empresario que había pagado millones. Pues el tío lo dijo con
un par de huevos, que pagaba a ETA porque quería. Como ése hay muchos en Euskadi, pero eso no
sale en las noticias.
Patxi apoyó la postura de su compañero:
-Lo del impuesto y la extorsión son bobadas. Yo estuve cobrando el impuesto, ¿sabes?, y pagan
porque quieren. A los que no les gusta pagar es a los maketos. ¡Pues que se vayan de Euskadi! ¡Que
no vengan a tocarnos los cojones!
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Escuchándoles entendí que existen dos mundos, el real y el de ellos. En Valencia he conocido a
muchos vascos de pura cepa que han venido huyendo desde su tierra por miedo a atentados o a que
prendieran fuego a su negocio o casa. En ocasiones, la causa de su escapada ha sido por negarse a
pagar la extorsión. Sabía que añoraban su terruño, pero el pánico a ETA y su entorno les impedía
volver. No quise decírselo a los etarras, aunque estaba convencido que en el fondo lo sabían. Decidí
proseguir el diálogo.
-¿Os habéis conocido en la cárcel o ya os habíais visto antes? -pregunté con la intención de cambiar
de tema.
Fue Patxi quien contestó:
-¡Joder! Nos conocemos de mucho tiempo... Yo soy de cerca de Donosti.
-Sí -afirmó Gorka-. Entramos en ETA casi a la vez. Patxi vivía en un caserío, por eso no habla bien
el español. Lo que pasa es que yo me fui a Francia y él se quedó en Euskadi y perdimos el contacto
hasta que nos volvimos a encontrar en la cárcel. Por suerte ya nos falta poco...
-¿Cuánto os queda de condena?
-De condena mucho. Pero estamos penados por el código antiguo y hay redenciones y eso. Si todo
va bien y me aplican esas redenciones, pues para 2006 estaré en mi casa.
-A mí sólo me quedan unos cinco años -afirmó Patxi.
-¡Cinco años! ¿Dijiste que llevabas quince? ¿No?
-Desde el ochenta y siete -dijo Patxi.
-¡Ah sí... desde lo del Hipercor! Me dijeron que tuviste algo que ver en eso, ¿no?
-Pues sí, algo tuve... -señaló escuetamente.
-Yo estaba haciendo la mili en Jaca, en alta montaña. Me enteré casualmente en un control policial
que nos hicieron en Zaragoza cuando iba de fin de semana a mi casa” -añadí.
Se hizo un pequeño e incómodo silencio. Patxi no estaba por la labor de hablar sobre ese atentado.
Gorka rompió el hielo:
-Se ha hablado mucho de eso, ¿sabes? Pero lo que no dicen es que la culpa fue del gobierno español.
-¡Qué coño dices! -exclamé indignado-. La culpa la tuvieron quienes colocaron los explosivos. ¡Y
punto!
-Avisaron de la bomba y no hicieron caso. En el juicio quedó como responsable civil el Estado
español. Si hubieran desalojado, no habría pasado nada, pero, ¡claro!, les interesaba una masacre para
desprestigiarnos y justificar la política de dispersión -explicó Patxi.
-¡Oye! ¡Ehhh...! La verdad es que me habéis dejado sin palabras. He oído excusas, pero tan absurdas
como esta creo que nunca.
-¡No son excusas! -bramó Gorka- Ya lo ha dicho Patxi, el Estado español fue condenado a pagar las
indemnizaciones a las víctimas por no haber ordenado desalojar ese lugar. Mis compañeros avisaron
con tiempo. Viene en la sentencia.
-¡Mira! ¡Déjalo estar! Mejor no intentéis justificar eso porque no cabe ninguna excusa posible. La
bomba la colocó ETA, no el gobierno, y únicamente vuestra organización fue la responsable.
Supongo que el Estado pagaría los daños y perjuicios, como en todos los atentados, para asegurar que
las víctimas cobraran indemnizaciones.
-Les interesaba una masacre. ¡Oyes! Así justificaban su política de dispersión -volvió a afirmar
Patxi.
-Mira, tío, de verdad déjalo estar. Fue una barbaridad lo que hicisteis...
-ETA avisó por teléfono... no desalojaron porque interesaba...
-¡Escucha! -interrumpí-. Tengo una tía que trabaja de funcionaria en Hacienda de Valencia. Me dijo
una vez que semana sí, semana no, reciben llamadas amenazando de la colocación de explosivos.
Como nunca ha pasado nada, cuando avisan ya ni salen a la calle para no perder el tiempo. ¿Sabéis la
de llamadas falsas que se hacen? -les dije.
-¡Por supuesto que lamentamos lo del Hipercor! -cortó Gorka-. Murió gente inocente.
-¡Tío! ¡Que los matasteis vosotros! ¡Que no murieron de gripe! Por lo que me he dado cuenta, lo
lamentáis todo pero seguís matando... ¡Coño, pues dejar las armas de una vez! ¡Es muy fácil!
-Después de lo del II-S, hay orden de intentar evitar muertes en atentados -interrumpió Gorka-, la
opinión pública está muy afectada por todo lo que ocurrió y podría ser contraproducente.
Estas palabras me sorprendieron. Gorka llevaba casi veinte años en prisión y sabía que la dirección
de ETA había decidido no matar... por el momento. Decidí ahondar en esa cuestión.
-Al menos os parece mal el atentado a las Torres Gemelas... ¡Algo es algo!
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-No es eso, los yankees se merecían ese escarmiento, pero los árabes se pasaron un poco. ¡Oyes! Si
no hubiera habido tantas víctimas, lo veríamos bien, pero se pasaron.
-Además supongo que todo eso habrá afectado a ETA. Ahora todo el mundo está en contra del
terrorismo. ¿No?
-Nosotros no somos terroristas. Somos gudaris, guerrilleros. ¡Patriotas vascos! Luchamos con
nuestras armas contra un ejército poderoso como el español. Más o menos igual que cuando vosotros
peleasteis contra los franceses.
-Vale, todo eso me parece muy bien, pero supongo que lo de las Torres Gemelas habrá afectado
mucho a ETA. Leí que los americanos habían dejado un satélite espía al gobierno español para la
lucha antiterrorista.
-No creo... quizá cojan a gente, pero hay cientos de jóvenes vascos dispuestos a entrar en ETA. Es
más, ETA ha dicho que no puede coger a más porque antes deben preparar a los recién
incorporados... ¿Leíste qué cientos de chavales de la kale borroka han desaparecido de sus casas?
Pues han ido a ingresar en ETA. Lo normal. ¡Oyes! Si ven que por prenderle fuego a un autobús les
pueden meter veinte años, pues cambian el cóctel molotov por la pistola. ¡Total, la pena es la misma!
Caer gente de ETA siempre ha caído... pero si desarticulan la cúpula, en seguida hay otra por si la
primera cae. Siempre ha sido así... Pero que sepan que cuantos más presos políticos vascos estemos
en prisiones, más fuerza tendrá ETA. Muchos jóvenes nos ven como héroes, en Euskal Herría somos
los gudaris... Voy a decirte algo que igual te sorprende... ¿Sabes también quiénes nos reconocen
como soldados vascos? ¿No te lo imaginas?
-La verdad, no -respondí sinceramente.
-¡Pues la Guardia Civil! -respondió Gorka-. Recuerdo una vez que murieron unos compañeros en
Euskadi allá al principio de los ochenta... Cuando pasaba la comitiva con los ataúdes camino al
cementerio... un mando de la Guardia Civil ordenó a sus hombres que presentaran armas al paso de
los féretros. ¡Claro! Es que ese guardia llevaba la hostia de años en Euskadi y conocía la realidad del
pueblo vasco. Creo que lo destituyeron o algo así.
-Sí, a mí la Guardia Civil me gusta muchísimo. Creo qué es el cuerpo policial más profesional que
tenemos en España -añadí orgulloso.
-Pues tienes razón. ¡Oyes! Nosotros no tenemos nada contra ellos, sólo queremos que salgan de
nuestra tierra.
-Tengo entendido que desde que está la policía autonómica ya no hay casi guardias civiles en el País
Vasco -dije.
-No es así... ¡Oyes! Aún quedan muchos. Voy a decirte más, respeto a la Guardia Civil. Si fuera
español apoyaría a Galindo, porque reconozco que supo servir a los intereses españoles. ¡Pero soy
vasco! Y son mis enemigos.
-Sí, creo que es una injusticia que el General Galindo esté en la cárcel -expuse sinceramente.
-Galindo cumplía órdenes del gobierno español. ¡Ésos sí que deberían estar en prisión! A mí los que
realmente me dan miedo son los que se llenan la boca hablando de libertad y de derechos humanos y
a la vez pagan a mercenarios para que asesinen. ¡Ésos si que son terroristas! A nosotros se nos podrá
acusar de mucho, pero nunca de mentir -razonó Gorka.
La megafonía volvió a anunciar el cierre del patio. Nos despedimos y retornamos a nuestras
<<viviendas de protección oficial>>. Quedaban muchos días para que pudiéramos continuar nuestras
conversaciones.
Días más tarde ocurrió otra tragedia. La tarde del cinco de agosto de ese año, una noticia acaparó los
informativos: ETA había atentado en la casa cuartel de la Guardia Civil en Santa Pola, Alicante.
Resultado: una niña de seis años, hija de un miembro de la Benemérita, y un hombre que esperaba el
autobús, perdieron la vida. La información me dejó helado, siempre es lamentable una muerte, pero
mucho más si se trata de un niño. Pensé en mi hija, con aproximadamente la misma edad y se me
llenaron los ojos de lágrimas. Mañana hablaría con los etarras, quería saber que opinaban sobre ese
atentado desde su perspectiva carcelaria.
Nada más abrir cancelas, bajé al patio esperando verles. Me encontraba muy dolido por esa
catástrofe. Los busqué con la mirada y los encontré paseando como siempre y hablando a gritos en
euskera con sus compañeros del bloque de al lado. Me aproximé a Gorka, y esperé a que acabara la
conversación con los otros, suponía que estarían comentando el siniestro. Cuando finalizó la
cháchara, le hablé:
-¿Viste anoche las noticias? -solté de sopetón.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¿El qué...? ¿Lo de Alicante?
-¡Hombre... pues claro! ¡No va a ser el Telecupón!
-Claro que lo vi, no paran de darlo a todas horas. Lo raro hubiera sido no verlo...
Su explicación sonó a un intento de eludir la conversación. Decidí proseguir metiendo el dedo en la
llaga:
-¿Y qué te parece eso? ¡No me irás a decir que una niña de seis años y un anciano son objetivos
militares! ¡No serás capaz!
-Las casas cuarteles son objetivos de ETA, eso todo el mundo lo sabe. Lo que no pueden hacer es
meter a niños como escudos humanos porque saben a lo que se exponen...
Al escuchar su absurda explicación me quedé boquiabierto, no daba crédito a lo que escuchaba.
Repliqué airado:
-¡Hombre, tío! No me vengas con ésas porque dudo mucho que te creas lo que acabas de contarme.
Las casas cuarteles existen desde tiempos del duque de Ahumada y de eso hace más de siglo y
medio... Por aquel entonces no existía ETA, ni ETO, ni lo de más allá. Decir que esa niña era un
escudo humano, pues la verdad, lo veo muy fuerte. O sea, ¿que te parece normal?
-¡Pues claro que no! ¡Oyes! Pero era algo previsible. Lo que me jode es que ahora lo pagaremos los
presos vascos con represalias de los carceleros y cualquier día de éstos nos cambiarán de cárcel o de
módulo. ¡Ya verás!
-¡Joder, tío! ¿Eso es lo único que te preocupa?
-Escucha, llevo casi veinte años encerrado, he pasado por todas las cárceles españolas. Cuando me
cogieron casi estaba empezando la tele en color y el Ford Fiesta era el coche que más se vendía. He
llegado a un punto donde nada me duele más que mi situación, la de mis compañeros y, por
supuesto, la de nuestras familias... El resto me la trae al fresco. Con el tiempo te darás cuenta que lo
único capaz de hacerte vencer a la tortura psicológica es el odio, si no fuera así, esto acabaría con
nosotros. Siento lo de esa niña como siento lo de los dos familiares de un compañero que murieron
en accidente de tráfico hace unas semanas cuando iban a visitarlo a la cárcel de Herrera de la
Mancha. ¿Has escuchado esa noticia una sola vez por televisión? Siento que todo esto pase, pero el
conflicto es así.
Me di la vuelta malhumorado y fui al economato, aquella mañana no estaba para muchas historias...
Ya hablaríamos otro día.
Pasaron los meses y seguimos hablando. Al poco de este atentado, la seguridad de la cárcel cambió a
todos los etarras de módulo. Era la <<psicológica>> como decían ellos. El conflicto continuaba dentro
de los muros de los presidios españoles.
En nuestra galería permaneció Gorka, pero a Patxi lo enviaron a otro cercano. En su lugar trajeron
a un joven etarra llamado Josetxu, tenía veinte años y estaba condenado a otros veinte por
pertenencia a banda armada, depósito de explosivos y tenencia ilícita de armas. Llevaba dos años
entre rejas y se sentía afortunado porque saldría a la calle con sólo cuarenta años. Gorka me lo
presentó, le dijo que yo era de confianza a pesar de ser muy facha.
Josetxu, aunque joven, había pertenecido desde muy niño a la kale borroka y de ahí dio el salto
cualitativo a ETA. No llegó a matar porque la policía le detuvo antes. Había algo que le diferenciaba
de los otros dos, al contrario que éstos, no tenía las ideas claras. Era etarra porque no quería que le
obligaran a ser español, probablemente si le hubieran dicho que por narices tenía que ser vasco...
habría optado por ser patriota hispano. La cuestión era no conformarse y llevar la contraria.
Patxi y Gorka habían sido educados en un marxismo-leninismo de corte radical. Josetxu pasaba de
política: ni la entendía, ni pretendía hacerlo. Venía de las filas de Batasuna porque, para él, era lo
más antisistema. Los otros, cuando hablaban de los etarras de la generación de Josetxu, decían:
-Los queremos y respetamos porque son compañeros... ¡Oyes! Pero... ¡Joder! ... es que estos jóvenes
sólo piensan en soltar petardos. Les da igual la razón... la cuestión: soltar petardos. Y así, mal vamos...
-se quejaban.
Por el contrario, Josetxu tomó a Gorka como ejemplo y éste se volvía loco intentando enseñarle las
tesis históricas de su organización y las razones de la lucha armada. Josetxu atendía a todo, pero
según el otro, le faltaba escuela.
-Así no me extraña que caigan todos estos jóvenes -se quejaba Gorka-. Sólo quieren poner petardos
a lo loco...
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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A finales del 2002 me llevaron de conducción a la cárcel de Valdemoro en Madrid. Estuve sólo un
mes y poco, pero fue intenso. En esa prisión había una gran cantidad de presos etarras, llegaban
desde otros centros para acudir a juicios ante la Audiencia Nacional. En mi módulo había cuatro y en
pocos días congeniamos. Tres tenían la edad de Josetxu y lo conocían; el cuarto venía extraditado
desde Francia, donde había pasado siete años encerrado. Lo reconocí de verlo por televisión unas
semanas antes, cuando descendía esposado de un avión en Barajas. Se llamaba Ibón y entablamos
conversación enseguida. Fue fácil, le enseñé un libro que me había regalado Gorka y que distribuían
gratuitamente las gestoras pro amnistía entre los presos etarras. En dicho libro se daban
explicaciones legales de cómo defenderte y sobrevivir en prisión. Se exponían los pasos necesarios
para denunciar situaciones que podían planteárseles, como denunciar torturas o exigir comunicarse
en euskera. Esta publicación era muy apreciada entre los etarras encerrados y no solían enseñársela
más que a los íntimos. Al verla en mi poder, Ibón confió en mí.
Tenía unos treinta y cinco años, medía uno setenta y era de complexión delgada, moreno, con
barba. Llevaba varias muertes a sus espaldas... Desde el principio me identifiqué como falangista, y
no le preocupó. Un día le pregunté por qué militaba en ETA.
-Mira -dijo-, milito en ETA porque no me gusta que me digan lo que puedo o no ser. No odio a
España y quizá si no me obligaran a ser español, lo sería. Pero no es así.
Conocía a Patxi de la calle y coincidió con él, hace muchos años, en una cárcel gallega. A Gorka
sólo de oídas, decía que era toda una institución en la organización.
A principios del 2003, tuve ocasión de conocer de pasada en Valdemoro a otro histórico de la
banda. Una mañana estaba sentado en unas escaleras del módulo departiendo con Ibón, cuando
alguien hizo irrupción en el patio levantando gran expectación entre el colectivo vasco. Le vi pero
no supe reconocerlo en un principio. Ibón, al divisarlo, se incorporó y fundió en un fraternal abrazo
con el recién llegado. En ese instante caí en la cuenta de quien era. Se trataba del terrorista más
sanguinario de ETA: José Luis Urrusolo Sistiaga.
Había visto su fotografía impresa en innumerables ocasiones. Aparecía con distintas
caracterizaciones: con y sin bigote, rubio, moreno, con gafas y sin ellas. Quizá eso fue lo que me
desorientó.
El hombre que tenía enfrente de mí medía uno setenta y algo, era de complexión normal a fuerte y
no llevaba bigote. Alguien me dijo que se encontraba en este presidio porque tenía un juicio en la
Audiencia Nacional, supongo que algo de eso habría. Ahora se imitaba a pasear de arriba abajo por el
patio hablando con Ibón y con otro etarra de tez y pelo albino, con el que no llegué a tratar.
Desde mi posición los observaba. De repente se pararon y se quedaron conversando mientras me
miraban directamente. Ibón hizo señas para que me acercara. ¿Qué querrían de mí? Anduve hasta
llegar junto a ellos. Ibón me presentó a Urrusolo y al etarra albino, les estreché la mano mientras
miraba directamente a sus ojos, tenía una mirada inquisitiva y penetrante.
Ya había visto otras iguales. Tenía comprobado que, curiosamente, todos aquellos etarras que llevan
muertes a sus espaldas miran de forma similar, totalmente carente de sentimientos y fría como un
témpano de hielo. Sin embargo, otros etarras encarcelados y sin muertos en su haber dirigían la vista
de forma más humana, era distinto. Urrusolo me dirigió la palabra:
-Me ha dicho Ibón que vienes de Valencia y que tienes amistad con compañeros nuestros allí
encarcelados.
-Sí, estoy en un módulo con varios miembros de ETA y nos entendemos bastante bien -confirmé-.
¿Conoces a Gorka y Patxi?
-A Gorka de siempre, es un veterano en la organización. Con Patxi traté bastante hace años. Dales
saludos de mi parte y mucho ánimo.
-Lo haré... -contesté-. ¿Vienes a quedarte aquí en Valdemoro?
-No, estoy de paso... -cambió de tema-. ¿En la cárcel de Valencia que tal se come?
-Mal, aunque mejor que aquí... -respondí.
-Si, algo de eso había oído... Me ha dicho Ibón que eres de los de Ynestrillas...
-¿Yo de los de Ynestrillas? ¡Hombre! Conozco a Ricardo y he estado algunas veces con él, pero yo
militaba en Falange -expliqué.
-Mejor. Pues nada, que te vaya muy bien y si puedo serte útil en algo, dímelo. ¡Acuérdate de
saludar a mis compañeros! ¡Ah! Diles que en breve irá a hablar con ellos un abogado nuestro.
-Tranquilo, que se lo diré.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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No volví a hablar con él, al día siguiente me trajeron a Picassent. De no haber sabido con quién
trataba, jamás hubiera pensado quién era y todas las salvajadas en las que había participado.
Semejaba más bien un comercial cualquiera que un asesino sin escrúpulos.

Días después estaba de vuelta en la prisión de Valencia. Me alegré de ver a la gente y sobre todo a
Gorka y Josetxu, que me recibieron con un abrazo. Vivir para ver.
Les comenté mi pequeña experiencia con Urrusolo y lo de la próxima visita del letrado. La actitud
de éstos ante los recuerdos del otro fue bien distinta. Josetxu me estuvo interrogando sobre el
conocido etarra durante horas: que cómo era... qué tal vestía... si se parecía a las fotos... Se notaba
que lo idolatraba. Por el contrario, Gorka respondió un despreocupado <<vale>>, cuando le di los
saludos de su compañero. Sin embargo, se interesó mucho cuando le comenté que próximamente
vendría un abogado para hablar con ellos. Por su actitud, algo me decía que el letrado no pretendía
hablar sólo de leyes.
Le pregunté por su opinión sobre su sanguinario compañero:
-Oye, Gorka... ¿Conociste a Urrusolo en la calle?
-¡A ése! -señaló despectivamente-. Sí, hace muchos años que no lo veo.
-Parece que no te caiga muy bien...
-No es eso. Para pertenecer a ETA no hace falta solamente saber pegar tiros. Ante todo hay que ser
disciplinado y saber cuándo, dónde y por qué pegarlos. Urrusolo quería ir de estrella y eso no es
bueno para la organización. Creo que él no tenía muy claro porque empuñaba un arma.
Ahí concluyó esta conversación, no volví a sacar el nombre de Urrusolo Sistiaga ante Gorka.
Curiosamente, en el tiempo que traté con este colectivo conocí, en mayor o menor medida, a cerca
de una veintena de presos etarras. Todos los históricos opinaban lo mismo sobre este miembro de la
banda y, sin embargo, los de la generación de Josetxu lo veneraban como si de un ídolo se tratara.
Siendo todos parte de lo mismo, vivían, sin embargo, en dos mundos diferentes.

Pasaron las semanas y continué hablando con ambos. Gorka se había convertido en mi mejor
compañero y me fijaba que evitaba a toda costa decir algo que pudiera molestarme. Por mi parte
actuaba de igual forma.
Independientemente de lo que desde la calle se pueda pensar, el hecho de contar con la amistad de
los etarras en la cárcel es difícil, dada la profunda reticencia que suelen mostrar a intimar con presos
de los denominados comunes. En mi caso no existió ese problema, ya que aunque el supuesto delito
que me trajo a ese lugar no era político, las causas que motivaron mi ingreso en prisión si que lo eran.
Al menos así lo entendían ellos y, por supuesto, yo. Pero una vez conseguida, su amistad era la mejor
para poder sobrellevar esta difícil situación.
En el tiempo que estuve con ellos realicé dos huelgas de hambre, la primera de cuarenta y cinco y la
otra de cuarenta y siete días. De no haber sido por sus consejos, no las habría podido superar.
Casi todos los etarras que he conocido, han sacado alguna carrera universitaria entre rejas. Tanto
Gorka como Patxi habían aprobado Psicología, y Josetxu estaba al tanto de matricularse en Derecho.
Las charlas diarias con ellos me aportaban mucha información sobre sus experiencias y
pensamientos. Pero no era el único que hablaba frecuentemente con la gente de ETA.
Sorprendentemente, otro colectivo tenía frecuentes reuniones con esta gente... aunque supongo que
nunca lo reconocerán.
Algunos responsables de la cárcel de Valencia hablaban con Gorka, al que tomaban como portavoz
del colectivo etarra en la prisión de Picassent. Me consta qué a este último no le gustaba hablar con
los carceleros, como les llamaba, aunque lo hacía. Pero aun así más de una vez acudían al módulo
para tratar con él. Y eso a pesar de que Gorka tenía un carácter difícil y le gustaba mucho ponerlos
sobre las cuerdas...
Independientemente de lo que se diga oficialmente, el trato que estos presos reciben en las cárceles
es diferente al del resto de reclusos, incluyendo a los integrantes de otros grupos terroristas. Por lo
que he visto personalmente y me han corroborado los etarras y funcionarios con los que he hablado,
después de algún atentado grave o anuncios de treguas, los representantes de prisiones mantienen
contactos con los líderes de la banda para conocer de primera mano sus opiniones y hacerles llegar
sus inquietudes. Los miembros de ETA con los que traté confirmaron que se trata de algo habitual en
todas las cárceles españolas. Teóricamente no son presos políticos, pero los tratan como tales.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
47
En septiembre de 2002, se celebraban las fiestas de la Merced en la cárcel de Valencia. Durante el
mes anterior se realizaron campeonatos deportivos en la prisión, en ellos Gorka quedó campeón de
pelota vasca. En el salón de actos realizaron un acto en presencia del director del centro y demás
directivos, en el mismo se entregarían trofeos a los ganadores de las diversas competiciones...
El subdirector de seguridad acudió unos días antes a hablar con Gorka para comunicarle que le
autorizarían a abandonar el módulo para recoger personalmente la medalla conseguida, y el vasco
accedió. En la fecha señalada acudió a recibir la distinción, pero el director, al ir a imponérsela, no
cayó en la cuenta de que llevaba impresos en el cordón los colores de la enseña nacional española.
Cuando Gorka se percató de que se la iban a colgar al cuello, de un manotazo se la arrebató de las
manos y la arrojó al suelo pisoteándola y gritando: ¡GORA ETA! y ¡GORA EUSKADI ASKATUTA!
Ante este episodio, los funcionarios se quedaron boquiabiertos y lo devolvieron al módulo
fuertemente escoltado. Al día siguiente, el de seguridad fue a verlo y recriminó su actitud.
-¡Que se jodan! -me dijo después Gorka-. ¡Ni Dios me coloca a mí esa bandera en el cuello! ¡Ha sido
una provocación!
Me lo contó sin poder aguantar las lágrimas de la risa que le causó ver las caras petrificadas de los
responsables del <<talego>>. Entendí la situación, ya había tenido ocasión de observar situaciones
parecidas y conocía el temor que los funcionarios de Instituciones Penitenciarias sentían por esta
gente. Más de un compañero había sido asesinado por ETA.
Recordé que durante mi estancia en Valdemoro en pleno invierno la calefacción dejó de funcionar.
Todos los internos reclamamos que fuera arreglada, pero estábamos en Navidad y los responsables de
la cárcel no estaban por la labor… Llevábamos casi una semana así, el frío era insoportable y nadie
atendía a nuestros ruegos para solucionar el problema. Una tarde, un joven etarra aterido y harto de
soportar esa situación se plantó ante los dos funcionarios y dijo mientras miraba fijamente sus
rostros:
-¡Escuchad carceleros! ¡O esta misma noche funcionan las estufas en el módulo, o mirar bien los
bajos de vuestros coches a partir de ahora!
Ni qué decir tiene que los de prisiones hablaron con quien tenían que hablar y esa noche dormimos
con calefacción. Sabían hacerse respetar… o temer. Nadie osaba meterse con ellos.
La <<hazaña>> de Gorka en seguida fue conocida en este mundo tan reducido y sus compañeros de
otras galerías le enviaron mensajes de apoyo en forma de hojas de papel con un núcleo de pilas que, a
modo de proyectiles, lanzaban al interior de nuestro módulo desde los bloques cercanos.
Pasados unos días, todo volvió a la calma, no sin que antes los funcionarios cambiaran a varios
etarras de celdas e intensificaran los cacheos contra este colectivo. A Gorka lo dejaron en paz, pero le
advirtieron que ante cualquier nueva provocación lo pagarían sus compañeros con nuevas medidas
disciplinarias. En principio ahí quedó la cosa.
Durante los siguientes meses seguí dialogando diariamente con ellos. En las elecciones municipales
de 2003, Josetxu vino a verme un día, y se le notaba excitado.
-¡Oye! -me dijo-. He estado viendo en la tele los programas electorales de Falange. ¡Joder!
...hablaban de poner cadena perpetua para los terroristas. ¿Piensas eso tú también?
-Vamos a ver, Josetxu, independientemente que me lleve muy bien con vosotros, no olvides que
soy español y patriota. Por descontado, creo que los de ETA deberíais cumplir íntegras vuestras
condenas. Es más, si algún día el País Vasco se intentara declarar independiente de España, me vería
en la obligación de intentar evitarlo aún a costa de mi vida. Y si desgraciadamente vosotros
estuvierais enfrente, lucharíamos...
-¡Joder, Josetxu! -intervino Gorka sorpresivamente -. Juanma defiende sus ideas como nosotros las
nuestras. Hay que respetarlo aunque no pensemos así.
Me asombraron las palabras de apoyo de éste. Me acerqué a Josetxu y le agarré cariñosamente por
los hombros mientras le decía:
-No te preocupes, tío. ¡A ti te indultaremos!
Los tres prorrumpimos en risas.
En otra ocasión, sentí curiosidad por conocer la opinión de éstos sobre algunos destacados políticos.
Se lo planteé directamente a Gorka una mañana mientras caminábamos sobre el cemento.
-¡Oye! En algunas ocasiones he oído que Arzallus ha sido acusado de ser la mano directora de ETA.
¿Qué de cierto tiene esa afirmación?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
48
-Pues qué es mentira. Arzallus es un viejo zorro y más listo que el hambre, no olvides que fue
jesuita. Le gusta darnos una de cal y otra de arena, pero ten en cuenta que es vasco y conoce la
problemática de Euskadi.
-Ya... ¿Pero es cierto que el PNV negocia con ETA?
-¡Joder! ¡Pues claro! Pero no como supones... ¡Es que el hijo o el cuñado o el primo es de ETA! Para
dialogar no hace falta más que hablar en la comida... Vosotros no lo entendéis, pero es así. Mira,
tengo compañeros encarcelados que son hijos de policías, guardias civiles, jueces o políticos. En
Euskadi todos sabemos de qué pie cojea cada uno. Para hablar con ETA, al PNV no le hace falta ir a
Argel, igual van al horno de la esquina, ¿Entiendes?
-Sí, creo que si... ¿Y de Ibarretxe que pensáis?
-¿El Ibarretxe? -repitió Gorka-. Ése es una marioneta del Arzallus, igual que el Zapatero del Felipe.
Dice todo lo que el otro piensa, pero sin dar la cara.
-¿Y el plan Ibarretxe lo apoyáis?
-ETA no lo apoya al cien por cien, pero el plan saldrá adelante. Es un primer paso para la
independencia de Euskal Herría.
-Ya, pero hoy día en la Comunidad Económica Europea no hay espacio para divisiones entre los
países miembros. La independencia de Vascongadas no la aceptaría nadie.
-Te equivocas. ¡Oyes! Ahora es el momento. Nadie pensaba que la Unión Soviética iba a dividirse,
ni Yugoslavia. ¡Y fíjate cuantos países nuevos han aparecido en los últimos tiempos!
-Pero España no es lo mismo... Nunca llegaréis a ser independientes, sería un sinsentido.
-Lo veremos. ¡Oyes! Lo del Ibarretxe está ideado por el Arzallus y éste seguro que tiene un as bajo la
manga y si no... ¡al tiempo!
-El gobierno español no lo permitirá.
-¿Ésos? ¡Igual pretenden hacer con Euskadi lo mismo que con Perejil! Son unos peleles del Bush y si
éste dice que cedan, cederán.
-¡Oye, Gorka! ¿Cuándo acabará ETA? Porque... la verdad, creo que cuando alguien se acostumbra a
vivir matando es difícil salir de esa espiral...
-ETA dejará las armas cuando el gobierno español negocie.
-¿Pero negocie con quién y de qué? ¿De la independencia?
-Es más sencillo de lo que piensas. ¡Oyes! Si el gobierno español diera fin a la política de dispersión
de los presos políticos vascos... se iniciaría una tregua indefinida de ETA que implicaría el fin de la
organización.
-¿Y en que grupo político os integraríais en Batasuna o en Aralar?
-¡Con el Patxi Zabaleta! ¡Estás loco!
-¿Y eso? ¿Ese tío no estaba en Batasuna?
-Al Zabaleta lo financia el PNV. ¿Cómo crees si no que ha conseguido tanto dinero para sedes y
propaganda? De todas formas, no tiene nada que hacer, la gente del entorno lo ve como un traidor y
un vendido. Si ETA desaparece supongo que habrá gente nuestra que se integrará en Batasuna, otros
en el PNV, en Eusko Alkartasuna, aunque la mayoría volveremos a nuestras casas.
-¡O sea, que el fin vuestro sólo depende de que os acerquen a las cárceles vascas! No creo que sea
tan sencillo, mucha gente de tu banda no estaría de acuerdo.
-¡Sí que lo estarían! Ten en cuenta que la política del PNV se está acercando a nuestros postulados...
-Ya, pero no son tan radicales...
-Todos los movimientos radicales cuando han alcanzado el poder han suavizado sus posturas. ¡Oyes!
Quizá lo que ofrece el Ibarretxe no sea lo que más nos gusta, pero nos conformaríamos.
-Si fuera tan fácil, el gobierno igual se planteaba negociar -afirmé.
-Ni al Aznar ni al Zapatero les interesa la paz. ETA significa votos para sus partidos, es un negocio.
Si desapareciéramos, mucha gente no votaría, ¿para qué? Supón que desaparece el paro, la
delincuencia, ETA... ¡Nadie votaría! Las personas votan para que se solucionen problemas, si no hay
problemas, no votan. Es así de simple.
-No creo que sea tan sencillo. Pero de ser así, ¿con quien tendrían que negociar? ¿Con Otegui? Sería
absurdo.
-Otegui es un buen chico, aunque no me guste, prefería al Idígoras, tenía más escuela y era más
inteligente. El Otegui es un tío hábil pero le falta ser un líder... De todas formas, ya tenemos un
lehendakari para que el gobierno español pueda negociar, y alguien que también sería bueno es el
alcalde de Donosti, el Odón Elorza.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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- ¿Pero ese no es socialista?
-Sí, pero es vasco. Conoce la problemática y todos lo respetamos.
-¡Joder, Gorka, todo esto es un lío!
-Es más sencillo de lo que piensas. ¡Oyes! Sólo hay que tener voluntad de solucionar el problema.
Sé qué Gorka fue sincero y sabía de la realidad etarra actual más de lo que muchos piensan.

Los abogados que los visitan se encargan de facilitarles consignas a través de los locutorios... ¡Y no lo
tienen fácil! En primer lugar porque las conversaciones son grabadas por los funcionarios de
prisiones por orden judicial, así como todas las comunicaciones privadas verbales con familiares y
amigos. Igualmente el correo que reciben y mandan es revisado y fotocopiado.
Tampoco se escapan de los controles carcelarios los ejemplares del Gara que diariamente reciben los
presos etarras. La dirección de seguridad de prisiones les entrega los números de forma alterna, es
decir, el jueves les dan los del martes, el viernes los del lunes... Así intentan evitar que la banda pase
contraseñas camufladas en los artículos impresos.
Pero la picardía que emplean para pasar sus consignas es más sencilla: las transmiten los letrados
mientras comunican con ellos. ¿Cómo? Pues sus defensores les muestran un papel donde escriben las
instrucciones. Ellos no saben dónde va o no a actuar ETA, pero conocen cuándo van a dar inicio las
campañas terroristas. Una vez que el responsable etarra de la cárcel recibe las directrices, las
transmite de módulo a módulo empleando sus potentes voces y el euskera como instrumento de
enmascaración. Así una orden dada por la dirección de la banda en Francia en pocos días la conoce
hasta el último preso vasco.
Forman un tercer frente y realizan campañas en el interior de las prisiones que sirven para
demostrar apoyo a los del exterior, levantar la moral a los compañeros encarcelados y mantener una
cohesión en el mensaje que pretenden enviar a la sociedad española. Sus métodos son sencillos:
huelgas de hambre, encierros en las celdas... y pancartas.
Y así lo hacen. Todos y cada uno de los viernes del año, tanto los miembros encerrados en
Picassent, como en otros presidios, realizan su particular lucha política empleando unas pancartas
realizadas con papel y sábanas que despliegan ante los funcionarios de turno. En las mismas,
impresas en gruesas letras negras, rezan dos lemas: LA DISPERSIÓN MATA A NUESTRAS
FAMILIAS y PRESOS VASCOS A CASA. En alguna ocasión me acerqué a ellos y cínicamente les
decía refiriéndome a la primera: <<Sí, la dispersión mata pero... ¿de la gomadós qué me decís?>> Por
fortuna, mi franqueza no se la tomaban a mal.
En los dos años que compartimos, me contaron muchas anécdotas curiosas relativas a sus andanzas.
Por ejemplo, dijeron que la policía, cuando les detenía, sabía que eran activistas etarras porque,
además de requisarles pistolas (de la munición 9 mm Parabellum), solían intervenirles otras más
pequeñas fabricadas en los antiguos países del este, y que ETA compró hace años para sus militantes.
Afirmaban que esas armas, curiosamente, casi nunca aparecían en las típicas fotografías del
Ministerio del Interior que salen por televisión, ya que la policía las veía tan manejables que solían
quedárselas para su disfrute personal.
También explicó que al principio de los ochenta, durante una maniobra que realizaban por los
bosques para aprender los pasos fronterizos, les sucedió una anécdota curiosa. Varios miembros de
ETA entre los que se encontraba Gorka atravesaban el monte acompañados por un pastor buen
conocedor de los pasos, cuando, antes de lo esperado, la noche se les vino encima. Buscaron refugio
en la casa semiderruida de una cercana aldea abandonada, pero quiso la casualidad que una patrulla
del Grupo Antiterrorista Rural de la Guardia Civil ocupara la casa aledaña con el mismo fin. Los
etarras se plantearon atacarles, y al final decidieron no hacerlo porque alteraría sus planes. Los de la
Benemérita ignoraron en todo momento que a escasos metros de donde pernoctaban había un
comando etarra.
En otra ocasión me comentó los problemas que les causó el secuestro de un conocido empresario
vasco. La situación se complicó de tal forma que a partir de entonces ETA, antes de raptar, realizaba
un estudio pormenorizado no sólo de la situación económica de la posible víctima... sino también de
los problemas familiares que pudiera tener. Me lo narró una mañana de 2003, mientras bebíamos un
café.
-Supongo que durante tantos años de activista habrás vivido situaciones curiosas, ¿no? -pregunté a
Gorka.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¡Ufff...! ¡Supones bien! ¡No te las puedes ni imaginar! La más absurda que nos pasó sucedió cuando
secuestramos a un conocido empresario vasco antes que me detuvieran.
-¿Sí? ¿Y qué ocurrió?
-El secuestro salió bien, lo jodido vino después, cuando quisimos cobrar el rescate. Verás, durante
semanas recabamos información sobre esta persona... Los comandos nos informaron de que disponía
de mucho dinero en metálico, quizá de mil millones.
-¿De pesetas?
-¡Sí, claro! ¡De pesetas! Todavía no estaban los dichosos euros de las narices. Bueno, te decía que
sabíamos más de su estado económico que él mismo. Pues le capturamos y llamamos a la familia para
reivindicar la acción y solicitar el pago para su liberación y todo eso... Pero había un obstáculo que
ignorábamos y casi da al traste con la operación.
-¿Qué es lo que pasó? -preguntè curioso.
-Pues que el tío este no se hablaba con su hijo mayor y cuando raptamos al padre, éste se hizo cargo
de los negocios familiares y le empezó a gustar eso de ser rico y tal...
-¿Quieres decir que no quiso pagar el rescate?
-Al principio dijo que sí, pero conforme pasaba el tiempo empezó a darnos largas y nos dimos
cuenta de que no quería pagar. Al final nos hizo llegar un recado: que de soltar la leña, nada de nada.
Que nos quedáramos con su padre, o le diéramos caña, o hiciéramos con él lo que nos diera la gana.
¡Vamos, una putada!
-¿Y qué ocurrió?
-Pues que era un cachondeo, porque encima el hijo era el portavoz de la familia y salía en televisión
rogando por la libertad de su padre, contando películas, y que si esto, y que si aquello, y que si la
abuela fuma... Pero a la hora de la verdad decía que no pagaba, que estaba de puta madre, que su
padre era un tacaño y qué nos apañáramos como pudiésemos.
-¿Y cómo acabó todo? Porque al padre me suena que no lo liberasteis. ¿No?
-Pues acabó en plan película de Woody Allen. ¡Oyes! A la dirección se le empezaron a hinchar los
cojones y optamos por cambiar la estrategia. Llamamos al hijo por teléfono y pusimos al otro
lado del auricular al viejo para que hablara con el chaval y lo convenciera... ¡No te puedes ni
imaginar la cantidad de barbaridades que se decían! Al final hablamos con él y le dijimos: <<Mira,
chaval, a tu padre no vamos a hacerle nada porque es una buena persona, nos cae bien y ya tiene
bastante castigo con tener un hijo como tú. ¡Pero como no pagues el dinero, al que daremos caña será
a ti!>>.
-¿Y pagó?
-¡Coño que si pagó! ¡Al día siguiente!
-¡Qué fuerte! ¿No?
-Claro que fue fuerte. Desde entonces, ETA averiguaba hasta la talla de los calzoncillos que usaba la
persona que planeaba raptar...
-¡Ah! Quería comentarte algo... ¿Sabes qué le pasó a Publio Cordón?
-Eso fueron los GRAPO.
-Sí, ya lo sé, pero igual oíste algo.
-Coincidí en la cárcel de Badajoz con uno de los GRAPO que participaron en el secuestro y me dijo
que lo dejaron en libertad después de pagar el rescate. El tipo les pidió documentación para
abandonar España porque tenía problemas.
-¿Y se la dieron?
-Creo que no, no lo recuerdo. Pero el Cordón está en Sudamérica con otra identidad, al menos eso
les dijo...
-¿Y te crees lo que te dijo el grapo?
-¡Joder! ¡Pues claro que lo creo! ¡Esas personas no mienten! Aunque viven en el siglo pasado.
Políticamente no tienen nada que hacer.
-¿No te caen bien los GRAPO?
-¡Pues claro que no! No apoyan la independencia de Euskadi. Son españolistas... un poco raros, pero
españolistas.
-Tengo entendido que cuando salen de cumplir sus condenas vuelven a militar en los GRAPO.
-Sí, y los vuelven a coger. Son carne de cañón. No se han dado cuenta que no tienen futuro, no
cuentan con ningún apoyo social.
-¿Y tú, cuando salgas, qué piensas hacer?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
51
-¡Ufff...! ¡No quiero ni pensarlo! Tan pronto salga en libertad, vendrán a recibirme a la salida de la
cárcel mis familiares y amigos, todos juntos celebraremos una cena de bienvenida. Luego marcharé a
vivir a un caserío que tengo cerca de Donosti, mi familia me ha dicho que coja un año sabático, ellos
se ocuparán de mí. Luego buscaré empleo y disfrutaré lo que me quede de vida. ¡Que ya toca!
-¿Y de volver a ETA?
-Yo he cumplido con mi deber, ahora toca pasar el relevo a las nuevas generaciones. La dirección
recomienda que nos apartemos. Aunque siempre permaneceré en ETA porque estoy orgulloso de
militar en la organización. Pero en un segundo plano. Es lo justo.

Aquel tiempo qué permanecí junto a ellos, aprendí bastante de sus pensamientos. Estando en la calle,
había escuchado en algunas ocasiones que en algunas cárceles españolas los presos comunes habían
intentado agredir a los miembros etarras. Siempre, aparentemente, se dio esta circunstancia después
de algún atentado de la banda. Quizá sea cierto, pero nunca presencié nada de eso. Por lo general, los
de ETA no mantienen muchos contactos con el resto de internos, aunque siempre están dispuestos a
ayudar a quienes precisen de su experiencia y consejos.
No he conocido a ninguno que se arrepienta de su paso por la organización, aunque supongo que
alguno habrá. Es más, sienten una profunda y discreta alegría ante cada nueva acción que sus
compañeros cometen en la calle. También es cierto que en la actualidad viven con expectación todos
los cambios políticos que puedan producirse en el País Vasco. Abrigan la oculta esperanza de volver
a las cárceles de su tierra y, con un poco de suerte, que el gobierno de España negocie su
excarcelación a cambio de un alto el fuego indefinido.
Por mucho que digan, no pueden ocultar la tristeza y preocupación que les supone ver caer
continuamente a comandos y jefes de su banda. Pero están preparados y saben qué siempre ha sido
así. Reconocen que el único final posible pasa por una solución política que les permita salir por la
puerta grande. Quizá esta sea que el gobierno reconozca su estatus de presos políticos. Muchos
empiezan a vislumbrar por primera vez una luz de esperanza en su tensa situación...

La confianza que desarrollaron conmigo fue excepcional, y quizá la prueba más reveladora sucedió
una tarde estival cuando se repartía la comida en el módulo. Gorka estaba sentado junto a Josetxu en
la mesa que usaban habitualmente, noté que me buscaban con la mirada y acudí. El primero me
susurró al oído unas palabras:
-Mañana es nuestro día nacional, celebramos el Aberri Eguna, el Día de la Patria Vasca... Después
de que pasen el recuento de la tarde haremos una pequeña celebración en mi celda. Queremos
invitarte. Sólo te lo hemos dicho a ti. ¿Te pasarás?
Me sorprendió la invitación, sabía lo mucho que significaba para ellos esa fecha y acepté sin
dudarlo. Sería una nueva experiencia, únicamente me atreví a pedirles una cosa:
-Por descontado que acepto la invitación y os la agradezco de veras porque sé lo importante que es
para vosotros. Pero dentro de unos meses celebraremos los tres en mi chabolo el doce de octubre,
Día de la Hispanidad. Para mí también es una fecha señalada... ¿Estáis conformes?
Asintieron, no sin antes decirme:
-Vale, pero qué no se entere nadie...
Realmente nunca antes había celebrado esa festividad... Quise probar su afecto y funcionó.

Al atardecer siguiente acudí a su celda, la misma estaba presidida por una gran ikurriña pegada con
papel celo sobre la pared y, junto a ella, una tela que llevaba impresas en negro las provincias
vascongadas sobre un fondo blanco con el lema: EUSKAL HERRIA PRESOAK. Sobre la mesa un
pequeño ágape compuesto por unas lonchas de queso, otras de jamón serrano y unas latas de
mejillones en escabeche. El plato fuerte lo formaba un <<licor taleguero>> que, ocultamente, habían
preparado en prisión. Yo llevé unos salazones y una pequeña tabla de ibéricos comprados en el
mercado negro. Hicimos unos brindis y permanecí en silencio mientras cantaban, puño en alto, el
Eusko Gudariak. Sabían que mi postura era radicalmente contraria a la de ellos, pero me consta que
agradecieron mi asistencia al igual que yo valoré la suya cuando, meses después, celebramos el Día
de la Hispanidad en mi celda y permanecieron en posición de firmes mientras entonaba las letras de
la antigua versión del himno nacional de España...
-¡Ni se te ocurra decir que hemos estado firmes cuando cantabas el himno de España! ¡Oyes! Lo
hemos hecho por ti y nada más -dijo Gorka.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-No padezcas, tío, tu secreto está en buenas manos. De todos modos, nadie me iba a creer... -
repliqué mientras sonreía.
Ni me cambiaron a mí, ni yo a ellos. Sencillamente, éramos buenos compañeros, aún a pesar de
saber que militábamos en bandos totalmente opuestos.

A principios del 2004, leí en la prensa que una tristemente conocida miembro de ETA acababa de
ingresar en el establecimiento penitenciario de Picassent, se trataba de la famosa terrorista conocida
como la Tigresa. La más cruel activista que la historia de la banda ha conocido: Idoia López Riaño.
Llegaba acompañada de un amplio y triste historial, empañado con la sangre de sus innumerables
víctimas. Dos rumores la precedían: Su espectacular belleza y el placer que sentía matando. Pensé en
ir a verla e intentar charlar, quizá no contara con otra oportunidad y mi curiosidad innata me podía.
No en vano en algún momento quise estudiar Periodismo. Pero estaba difícil. La habían ingresado en
un módulo de mujeres y, aún a pesar de mi carné, tenía bastante complicado acceder al mismo.
Algunos compañeros que trabajaban de albañiles habían conseguido hablarle. Todos coincidían:
además de ser una mujer preciosa, poseía un carácter abierto y simpático. ¿Cómo demonios podría
conocerla?
La solución la encontré leyendo un artículo en prensa local que citaba la principal afición de Idoia:
escribir relatos en sus ratos de ocio. La conocida asesina vasca se había volcado en la literatura para
sobrellevar su situación. Eso favorecía mis planes.
Opté por planear una estrategia. Amparándome en mi trabajo como redactor de la revista de la
prisión, probaría a entrar en su galería con la excusa de intentar que colaborara en la misma. Sabía
que sería difícil, los presos etarras encarcelados no suelen participar en ninguna actividad de
Instituciones Penitenciarias, pero aun así lo intentaría.
Sabía que la Tigresa había intimado con un marsellés encarcelado por narcotráfico que ejercía de
fontanero en el presidio. Este chico se llamaba Paul, vivía en la celda contigua a la mía y hablaba
perfectamente el español, y me había advertido que entre ellos se comunicaban en francés. Él me la
presentaría.
Dicho y hecho. Al día siguiente me planté con mi vecino ante las funcionarias de guardia en el
módulo de las chicas y solicité pasar al interior. Les expliqué mis intenciones y mentí diciendo que
tenía autorización del responsable de la publicación. Me conocían y aún a falta de una orden escrita
dieron el visto bueno, sabían que no me dedicaba a trapichear con droga.
-La verás sentada por los bancos del patio -dijeron-. Aunque no creo que quiera colaborar, parece
un poco huraña. ¡Pero por probar!
Me introduje en el recinto en compañía del francés, mientras sorteaba a una legión de mujeres que
imploraban un cigarro a cambio de sexo. Así es, desgraciadamente, la vida en estas casas. Oculté el
tabaco y las esquivé hasta alcanzar el patio. No estaba para rollos y menos aquí. Busqué con la mirada
a la conocida etarra, la localizó Paul. Estaba sentada en un banco junto con una compañera de su
organización y una joven miembro de los GRAPO. Al ver a mi colega, se incorporó y le dio dos besos
en las mejillas. Realmente era una mujer hermosa.
Vestía una blusa blanca de manga larga y una minifalda de cuero negra que le quedaba a un palmo
por encima de las rodillas, su calzado lo componían unas largas botas de piel también oscuras con
altos tacones. Su aspecto físico era calcado a las imágenes que había visto por televisión. De elevada
talla, una larga y rizada melena de color azabache le alcanzaba hasta los hombros, tenía una figura
esbelta y unos ojos inmensos y penetrantes que abría de par en par. Chocaba su aspecto pulcro con la
suciedad reinante entre los muros.
Mi amigo la agarró suavemente del brazo y la trajo hacia mí.
-Mira, te voy a presentar a un compañero que trabaja en la revista de aquí, quiere hablar contigo -
indicó.
Se acercó y besó mi mejilla mientras me regalaba una amplia sonrisa.
-Encantada de conocerte -dijo-. Disculpa... al principio te he confundido con un carcelero -
manifestó intentando excusarse.
-Pues ya ves que no -añadí.
-Me ha dicho Paul que también eres un preso político.
-Bueno, en parte... Pero no soy de los tuyos -manifesté.
-Entiendo... -respondió.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
53
Nos invitó a tomar un café, quise pagar pero no me dejó. Tenía una voz cálida y sorprendentemente
atrayente, desde luego, no parecía la asesina despiadada que en realidad había sido. Estuvimos
charlando cerca de media hora. Hablé de mi participación en la revista del centro y propuse que
colaborara, pero no contestó. Le entregué un ejemplar y comenzó a hojear las páginas.
-Idoia, me he enterado de que te gusta mucho escribir.
-Sí, en estos momentos estoy volcada en la literatura y realizo pequeños relatos y poesías. Puede
que escriba un libro. ¡Tiempo tengo, desde luego! -añadió sonriendo.
La miraba y no podía creer que aquella persona que hablaba conmigo y hacía alarde de un gran
derroche de simpatía, pudiera ser quien llenó de luto a decenas de familias españolas en las últimas
décadas.
Me despedí y quedé en pasarme otro día a continuar la conversación. Posteriormente acudí al
módulo de Gorka, le comuniqué que había estado con ella y la extrañeza que me había causado verla
tan agradable y distinta a la imagen habitual que tenía formada. No le hizo ninguna gracia.
-No te fíes ni un pelo –me advirtió-. Esa tía está como una cabra. Disfruta matando y la dirección ya
hace tiempo que tenía que haberla quitado del medio. ¡Oyes!
-¿Y eso...? -pregunté extrañado.
-¡Pues porque está loca! ¡Es una psicópata! Si no le hemos metido dos tiros ha sido por su novio, que
es compañero y un buen tío... ¿Sabes? Ésa no nos ha creado más que problemas. Tiene el dedo
demasiado fácil y muchos de los nuestros han caído por su culpa.
Ignoraba lo que contaba Gorka, pero parece ser que tenía razón. Casi todos los miembros de la
banda con los que hablé decían lo mismo. No la tragaban y más de uno la odiaba... El único que no se
refirió mal respecto a ella era, precisamente, su prometido.
A éste lo conocí de forma casual. Lo habían traído adrede desde otra prisión para que contrajera
matrimonio civil con Idoia, ahora compartía módulo con Patxi. Él nos presentó una mañana y
tomamos café. Se le veía un chico abierto. Durante varias semanas charlamos a diario sobre muchos
temas, entre ellos, su próximo matrimonio.
Acudí en varias ocasiones más a ver a su novia, siempre parecía sugestiva y amable... Hasta un día
en que la doctora Jekyll se transformó en Miss Hyde... Aquella jornada acudí con Paul a hablar con
Idoia, en principio la conversación transcurría con normalidad. La morena nos deleitaba con su
amplia y atractiva sonrisa a cada comentario que hacía. En un momento de la intrascendente
conversación, el francés se dirigió a ella diciendo:
-Vosotros los españoles...
Realmente se le escapó, no lo hizo aposta, pero lo dijo.
Las suaves facciones de la bella se transformaron en milésimas de segundo en las ariscas y fatales
muescas de odio de la bestia. Como una histérica se puso a chillar:
-¡¡Hijo de puta!! ¡¡No me insultes!! ¡¡No me llames española!! ¡¡No soy española!! ¡¡Soy vasca!!
El pobre Paul empezó a pedir perdón nerviosamente. El aspecto de Miss Hyde causaba terror. Su
rostro estaba congestionado y las venas de su cuello amenazaban con reventar, los ojos aparecían
totalmente inyectados en sangre y rezumaban ira, una intensa y profunda ira. En aquel momento la
figuré accionando un explosivo a distancia, sembrando de muerte y horror las tranquilas calles de
nuestras ciudades. Recordé a David, al que mató en vida, y la imaginé con una pistola reventando la
cabeza a un pobre chico que trabajaba honradamente de guardia civil. Me produjo asco y una
inmensa e infinita repugnancia. ¿Cómo una persona tan joven y hermosa podía acumular tantísima
inquina contra los españoles?
Pasado un rato volvió en sí, se disculpó y comenzó a bromear como si tal cosa. Inventando una
excusa optamos por marcharnos, ya volveríamos otra vez.
A la semana siguiente volví a verla. No me apetecía mucho, pero su pareja me pidió como un favor
que le diera un recado. Entré sin problemas en su módulo y la vi sentada en un banco leyendo un
libro. Al verme sonrió y se acercó a darme dos besos. Sentí un poco de repulsión al notar el roce de
sus labios en mis mejillas. Todavía me acordaba del numerito que montó días atrás.
-¿No está tu compañera? -pregunté.
-No, ha ido a comunicar con la familia. Aún tardará.
Le transmití el mensaje que su novio le enviaba. Nada importante, les habían autorizado a
comunicar en el polideportivo del centro ese sábado por la tarde. Me dio las gracias mostrándome
una generosa sonrisa.
-Idoia, tienes un hijo, ¿no? -pregunté para romper el hielo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
54
-Si, está con la familia. Le echo mucho de menos, es lo peor que tiene esto...
-Supongo que sí... ¿Cómo van tus relatos?
-¡Bien! La verdad es que se ha convertido en mi medio de evasión y aprovecho todo el tiempo para
leer y escribir.
-A ver si me dejas alguna vez leer algo tuyo -sugerí.
-De acuerdo. Otro día traeré algo. Te advierto que igual no es lo que esperas... ¡Ah! Estuvo muy
bien la <<Carta a Aznar>> que escribiste en la revista, estaba graciosa.
Se refería a un artículo de humor que publiqué en el magacín del centro penitenciario. Modestia
aparte, me satisfizo que le gustara.
-Me alegro que te divirtiera -indiqué.
Iniciamos conversación sobre diversos asuntos, la afición común por la literatura nos unía.
A mi cabeza acudían pensamientos y cuestiones que quería plantearle, aunque no sabía cómo se los
tomaría. Al final decidí hacérselos sin más, puede que no tuviera otras oportunidades.
-Oye, Idoia... ¿Te molesta si te hago una pregunta? -inquirí tímidamente.
-No... ¡Qué va! ¡Dime! ¿Qué quieres saber?
-No tiene nada que ver con la literatura -advertí-. Es más bien sobre algunas cosas que he oído
sobre ti relacionadas con tu permanencia en ETA.
Sonrió y miró mis ojos a la vez que asentía con la cabeza. Por fortuna sabía que yo tenía muy buena
relación con sus compañeros de la organización terrorista.
-¡Venga! ¡Dime! Aunque supongo que sé por dónde irán los tiros...
- Que me hables tú de tiros es preocupante -solté en plan de chanza para crear confianza.
-¡Tiros en sentido figurado! ¡No te asustes! -dijo socarronamente.
-Más que nada, había oído decir que saliste un tiempo con un guardia civil y me sorprendió.
Esperé su reacción rezando para que no se tomara a mal mi curiosidad. Soltó una amplia risotada
mientras contestaba...
-¡Sí! ¡Es cierto! ¡Joder! Yo entonces era una cría y no sabía a qué se dedicaba.
-Me dijeron que ya estabas en ETA y que le espiabas para saber información y así preparar
atentados.
-De eso nada de nada. Yo también he oído esa historia en sus distintas versiones. Una es la que tú
me has dicho, otra era al revés... Se decía que él trabajaba en el servicio de información de la Guardia
Civil y lo habían colocado para espiarme a mí y así infiltrarse en ETA. La realidad es que ni yo estaba
todavía en ETA, ni sabía a lo que se dedicaba. Es más, fuimos juntos muy poco tiempo. ¡Lo que pasa
es que el tema ese se ha convertido en una leyenda urbana! Se llegó a comentar, incluso, que yo era
una especie de Matahari que me acostaba con todo Dios por mi causa. ¡No hay nada de eso! Créeme
porque es la verdad.
-¿Entonces esa otra leyenda urbana que dice que disfrutabas matando...?
-¡Joder, tío! La verdad es que muy diplomático no eres... ¿Eh? No, en serio, eso tampoco es así. Mira,
yo he participado en muchas acciones y algunas de ellas con muertos. No es algo que me guste o me
deje de gustar, sencillamente hay un conflicto entre dos países y elegí combatir por el mío. En las
luchas muere gente. Es así de cruel y así de simple.
-¿Pero una cosa es matar y otra muy distinta disfrutar haciéndolo?
-¡Nadie disfruta matando! -sentenció tajantemente.
-Disculpa si te he molestado...
-No te preocupes, no lo has hecho. De todos modos, agradezco tu franqueza. ¿No irás a escribir un
libro, no? Por si acaso tengo un título que estaría bien: Confesiones de la más mala de la banda
¡Joder! ¡Igual se convertía en un best seller! ¡Tal y como está el mundo, no me extrañaría!
-Idoia... ¿Puedo hacerte otra pregunta?
-Oye, ¿no serás por casualidad un espía de la policía? -inquirió jocosamente.
-Tranquila, sabes que no.
-Más bien su-pon-go que no. ¡Venga, dime!
-Un amigo mío resultó herido en el bombazo que pusisteis en el autobús de la plaza de la República
Dominicana.
-¿Un civil?
-No. Era Guardia Civil.
-¿Murió?
-No, pero casi.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¿Qué quieres que te diga? El conflicto es así y saben a lo que se exponen. Si quieres te puedo decir
la cantidad de compañeros míos que han muerto asesinados por los tuyos.
-¿Por falangistas?
-No, por vuestro gobierno.
-Idoia... Tú participaste en ese atentado. ¿No?
-Sí. Tuve que ver con esa acción. No fui quien colocó el artefacto, pero en definitiva participé.
¡Joder! ¡De eso hace ya la hostia de años!
-Leí que también tuviste que ver con el asesinato de Broseta, aquí en Valencia.
-No, ahí te equivocas. En esa acción no tuve absolutamente nada que ver.
-Creo que te juzgaron por la misma.
-Sí, eso es cierto. Pero no participé en ella. El juez me encausó porque le salió de los cojones.
-Pero estás condenada por ese atentado…
-Mira, yo nunca miento y si hago algo, lo reconozco. Asumo muchas acciones en las que he tomado
parte, algunas de ellas con muertos. Pero lo cierto es que en lo de Broseta no participé lo diga quien
lo diga. ¿O no sabes acaso lo hijoputas que son los jueces españoles inventando y falseando pruebas?
La presunción de inocencia se la pasan por el forro. ¡Y mucho más con nosotros! Lo que hacen
vuestros jueces, en cualquier país democrático, lo llamarían terrorismo de Estado. ¡¡Esos sí que son
terroristas!! No digo que yo sea un ángel, pero por un perro que maté...
En ese instante apareció Paul. Sabía que yo estaba allí y aprovechó la ocasión. Vino a saludarnos y
se unió a la tertulia.
El francés trajo a conversación la detención de ella en Francia. Idoia nos dijo que cuando la
cogieron se estaba planteando abandonar la banda para dedicarse al cuidado de su hijo, aunque eso
era algo impensable ahora.
Comentó lo difícil que resultaba vivir escondida siendo tan conocida y con todas las fuerzas de
seguridad pisándote los talones. Tenía la esperanza de no ser localizada, aunque presentía su final
tras los altos muros de una cárcel cualquiera...
Escuchándola parecía casi humana. Incluso en un instante nos dio algo de pena, hasta que
recordamos la identidad de nuestra interlocutora.
Paul sacó el tema vasco y la Tigresa habló de su solución al conflicto:
-Tal y como está todo, la única solución es la lucha armada -afirmó.
-Pero, Idota, pienso que lo tenéis difícil y mucho más después de la ilegalización de Batasuna y el
cierre del Egin y del Egunkaria... Os están cerrando las puertas y, a este paso, os vais a quedar sin
soluciones -dije.
-La lucha por Euskadi no es cosa de un día. ¡Costará pero la ganaremos!
-Ten en cuenta que España está en la Unión Europea y no es como antes. La justicia os persigue a
todas partes y más desde lo de las Torres Gemelas. Los jueces tienen ahora un respaldo internacional
contra vosotros del que antes carecían.
Volvió a transmutarse. Me interrumpió:
-¡¡Esos malditos jueces hijos de puta!! -gritó Idoia-. ¡¡Hatajo de vividores!! ¡¡No tenía que quedar ni
uno!! ¿Me oyes? ¡Vivimos en un mundo corrupto y los putos jueces, los putos políticos y la puta
policía son los mismos perros con distintos collares! ¿Y la Guardia Civil? ¿Qué decís de la Guardia
Civil? -preguntó alteradamente.
-¡Son unos cerdos! -añadió Paul-. Son los que me detuvieron a mí...
-¡¡Esos son los peores!! -afirmó la vasca-. ¡¡Los putos picoletos y los putos politicuchos de mierda!!
¡¡Son el cáncer de la sociedad!! ¡¡Habría que tratarlos como plagas!!
Paul y yo nos quedamos con la boca abierta. El resto de presas, que caminaban por el patio, se
giraron ante sus duras palabras. Incluso las funcionarias, desde su garita, volvieron la mirada hacia
nosotros alarmadas por las voces.
Idoia volvía a ser la Tigresa, la que sembró de dolor e impotencia el seno de multitud de hogares...
Jamás he conocido a nadie con una capacidad tan asombrosa de transfigurarse y de variar, en
fracciones de segundo, toda su personalidad. Es distinta a todos los miembros de su banda con
quienes traté.
Antes de intimar con etarras, tenía formado un estereotipo de ellos. Los suponía incultos, unicejos,
con la txapela calada y escupiendo odio a España. La realidad no ha sido así. Casi todos los veteranos
son gente culta, abierta y comprometida. Los de las nuevas generaciones son diferentes, como dice
Gorka: <<Les da igual el porqué y a quién. La cuestión poner petardos>>.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Una misma banda terrorista, pero dos formas opuestas de concebir su conflicto. Sólo les unen las
armas, y algún día quizás ni eso…

Esperaba una voz desafiante, tranquila, capaz de justificar lo indefendible con argumentos
surrealistas. En su lugar, el tono que empleó Gorka aquel triste once de marzo sonó apesadumbrado y
amargo.
-Te juro que ese acto no ha sido realizado por ETA -afirmó categóricamente.
Le creí. Su expresión mostraba que decía la verdad.
-Igual lo han hecho los tuyos y tú no lo sabes -reflexioné.
-¡No! -aseguró Gorka-. Esa masacre no es cosa nuestra. Quien haya sido merece la muerte. ¡Oyes!
¿Qué malditos hijos de puta habrán sido capaces de asesinar a pobres curritos y estudiantes?
¡¡Malditos asesinos de mierda!!
Me impactó observar el estado de Gorka. Su compañero, desde el asiento, asentía con la cabeza a
todas las afirmaciones del otro.
-Ibarretxe ha acusado a ETA por la tele -indiqué.
-Lo he oído en la radio. ¡Qué coño sabrá el subnormal ese!
-Gorka... hace poco planeasteis atentar con bombas en unos trenes. ¿Recuerdas que la Guardia Civil
detuvo a un comando?
-¡Nosotros no hemos sido! ETA siempre reivindica sus acciones y avisa antes de las explosiones.
Quienes hayan realizado esa acción no son de los nuestros. ¡Eso te lo aseguro!
Creí entender entre líneas que Gorka dejaba abierta la posibilidad de la autoría a alguna facción
disidente de ETA que actuara por cuenta propia. Se lo comenté.
-¿Crees que los autores pueden venir de alguna escisión descontrolada de ETA?
-¡Imposible! -afirmó-. Algo así lo sabría.
A pesar de tan contundente aseveración, creí vislumbrar un destello de duda en sus ojos...
-¿Entonces quiénes piensas que han podido ser?
-ETA queda descartada. O han sido los árabes o el Mossad -supuso el vasco.
-¿Y porqué el Mossad precisamente?
-¡Joder! Los judíos están metidos en todas partes y pueden haberlo hecho para culpar a Bin Laden y
que la opinión pública apoye la guerra en Irak. Aunque, personalmente, me inclino a pensar que
habrán sido los de Al Qaeda. ¡Vamos! ¡La verdad no la sé! Pero es lo más fácil.
Josetxu intervino en la conversación:
-¡Eso ha sido el Aznar para culparnos a nosotros!
-¡No seas bestia! -proferí-. Y además... ¿para qué iba a hacer eso? ¡Es absurdo!
-Pues para ganar las elecciones y captar el voto del miedo -insinuó Josetxu.
-¡Qué va, tío! ¡Qué dices! Si no ha sido ETA habrán sido lo árabes...” -musité sin demasiada
convicción.
Aquella jornada los dos etarras tenían previsto, como todas las semanas, colocarse frente a los
funcionarios con una pancarta en contra de la política de dispersión. A raíz de los acontecimientos y
por propia iniciativa, decidieron posponer su protesta para otro día. Después de charlar con ellos
regresé a mi módulo, quedé en pasarme a la hora de comer para proseguir el diálogo.
Al mediodía acudí nuevamente a la galería para hablar con los dos. Los encontré paseando juntos
por el patio, y al verme me hicieron señas para que me acercara.
-¡Hola otra vez! -saludé-. ¿Alguna novedad?
-Buenas noticias -pronunció Gorka-. El Otegui ha dicho que no ha sido ETA. ¿Ves como ya te lo
decía yo?
-¿Pero no decíais qué Batasuna y ETA no es lo mismo? ¿Cómo sabéis qué lo que ha dicho el tipo
este es verdad?
-¡Joder! Que no seamos lo mismo no significa que no haya contactos. Pero igual ocurre con el PNV
y Eusko Alkartasuna.
-Si, Gorka, ya lo sé. ¡Me lo has dicho cien veces!
-¿Lo qué no sabes es quienes han venido a verme al poco de irte? -interrumpió misteriosamente.
-¿Quiénes?
-Pues el subdirector de seguridad y el jefe de servicios de siempre.
-¿Y qué coño querían?
-Información. Si habíamos sido nosotros los de las bombas.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
57
-¿Y qué les has dicho?
-¡La verdad! Que ETA no es la responsable, que siempre reivindicamos y avisamos con antelación y
aquí no ha habido aviso, con lo cual no hemos sido. Y que esta acción sería contraproducente para la
organización.
-¿Y ellos qué te han dicho?
-Que se alegraban mucho de que no fuéramos nosotros. Que de todas formas se lo imaginaban
porque los autores de la masacre no han empleado nuestro modus operandi. También me han
preguntado si suponemos quiénes han podido ser los responsables.
-¿Sospechas de algún grupo en particular?
-¡No! Les he dicho que el Josetxu piensa que ha sido el Aznar.
-¡No me jodas que les has dicho eso!
-Pues lo normal. ¡Oyes! Si quieren información, que se la pidan a los del Cesid. A nosotros que nos
dejen en paz.
-Oye, Gorka... por curiosidad... Si hubiera resultado ETA la responsable de los estallidos... ¿lo
hubieras apoyado? Dime la verdad.
Su rostro se ensombreció...
-La verdad es que si hubiéramos sido nosotros... ¡Sería para matar a todos los responsables! Eso no
ha sido una acción, es una salvajada sin justificación alguna.
-¿Hubieses dejado ETA?
-Aunque es imposible que hayamos sido, si utópicamente resultara la organización responsable,
quizá me hubiera planteado abandonar... Pero por fortuna no va a ser así.
Escuchando sus palabras, parecía imposible que mi interlocutor fuera un histórico etarra con casi
veinte años cumplidos de prisión y sin arrepentimiento alguno por los atentados que él o sus
compañeros habían realizado desde el inicio de la banda. Me entraron ganas de recordarle la
multitud de asesinatos perpetrados por los suyos, que sumaban casi mil muertos... Pero no lo hice.
Por primera vez, en las aproximadamente cuatro mil horas que habíamos pasado hablando, lo veía
sinceramente triste y dolido. Gorka no hubiera perdonado que los suyos tuvieran algo que ver en
dichos acontecimientos.
-¿Sabes lo que me jode?
Sus palabras desvanecieron mis pensamientos.
-¿Qué? -pregunté.
-¡El coñazo que nos están dando toda la mañana los putos moros!
-¿Qué pasa con los moros? -interrogué.
-Pues los muy cabrones llevan toda la mañana felicitándonos por el atentado. Ya estoy harto de
decirles que nosotros no hemos sido. ¡Joder!
-¿Qué te dicen? -interrogué curioso.
-Pues se acercan despacio y me susurran al oído: <<Lo de las bombas muy bien. ¡Enhorabuena!>>.
Al final se me han hinchado tanto las pelotas que he cogido a uno y le he dicho: <<¡Tantos cojones
que tienes, díselo tú mismo a los españoles y déjate de escuchitas de maricona! ¡Enfermos, que sois
unos enfermos...!>>.

Había olvidado decir que en este módulo coexistían un total de ciento cuarenta internos, y cerca de
sesenta provenían de los países del norte de África, generalmente de Marruecos. Casi todos ellos
practicaban su religión y estaban liderados por un Imán que dirigía los rezos, se llamaba Abdeslam y
era un ferviente islamista, aunque estaba preso por tráfico de cocaína y condenado a nueve años.
Desde siempre había observado que los musulmanes encarcelados apoyaban abiertamente la guerra
santa contra los infieles y muchos se posicionaban sin miedo al lado de Osama Bin Laden. A raíz de
los atentados del II-M radicalizaron su postura a la vez que justificaban los muertos de Madrid como
una venganza por la guerra de Irak.
De siempre mi relación con ellos había sido buena, aunque después de aquella jornada y tras
observar el apoyo que mostraba este colectivo hacia los autores de la matanza, me aparté de su lado.
Durante los días siguientes, dentro de los muros de la cárcel se desarrolló una auténtica caza de
brujas por parte de Instituciones Penitenciarias hacia los cómplices morales de la carnicería que
estremeció a España. En principio fue suprimida ETA como responsable y todas las miradas se
volcaron contra los presos musulmanes que estaban pletóricos de euforia hacia lo que entendían
como un triunfo de su fe.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
58
Aunque el colectivo etarra quedó definitivamente descartado en las fechas inmediatamente
posteriores a los sucesos, ello no evitó que existiera cierta tirantez entre estos y determinados
funcionarios que los culpaban ignorantemente de lo ocurrido. Esta tensión explotó un mes y pico
después del II-M, cuando uno de los de prisiones propinó una brutal paliza a un preso vasco por
contestarle en público. El etarra fue aislado a un módulo de castigo y privado de las horas diarias de
patio que le correspondían. Ante esta medida, el colectivo de ETA en la cárcel de Picassent
protagonizó una respuesta contundente: permanecerían encerrados en sus celdas, sin probar bocado,
hasta que no se depuraran responsabilidades.
Esta situación se prolongó un par de semanas, hasta que directivos de la prisión hablaron con Gorka
y le dijeron que si ordenaba dar fin a la protesta, no sancionarían al etarra aislado, lo devolverían a su
antiguo módulo y a su vez trasladarían al funcionario causante de lo ocurrido a otro puesto. Sólo
pedían una cosa: que no hubiese publicidad de ese hecho aislado. Gorka accedió no sin antes decirles
que de ese altercado ya había salido publicada una reseña en el Gara.
Los días siguientes a la masacre, visité a todos los presos de ETA en la prisión. Sin excepción,
repudiaban tajantemente el atentado. La única que lo rechazó, aunque mostraba cierta justificación
porque el mismo hubiera tenido lugar en España, fue Idoia López Riaño. Era de esperar.
Viví de primera mano todas las impresiones que las ruedas de prensa de Acebes, Aznar y otros...
despertaron en la comunidad vasca encarcelada.
Podría resumirse en lo siguiente: no entendían la fijación del gobierno por incriminarles y se
alegraron cuando perdieron las elecciones generales.
Un día me dijo Gorka:
-No nos gusta que hayan ganado los socialistas, porque al fin y al cabo son los mismos perros con
distintos collares. Pero el Aznar ha perdido por incompetente, por insistir en culparnos de algo
donde no hemos tenido nada que ver. ¡Parece mentira que sigan empeñados en acusarnos! No sé si
creen lo que dicen, pero si es así, habéis estado en manos de unos borregos. Por mucho odio que se
nos pueda tener, hasta el más tonto sabe cuando hemos sido nosotros. Que haya civiles que lo
piensen. ¡Pues vale! Pero que todo el gobierno de un país como el vuestro siga empecinado a toda
costa en señalarnos como los autores sólo significa que habéis estado en manos de unos
irresponsables.
No sé si el gobierno de Aznar actuó por ignorancia o creían lo que decían, la verdad es que a estas
alturas tampoco me importa. Creo que al igual que el intento de magnicidio les hizo ganar en el
noventa y seis, los sucesos de marzo de dos mil cuatro hizo que perdieran las generales. Quizá sea
eso, igual por accidente el terrorismo decidió durante dos elecciones a nuestros dirigentes, o puede
que no fuera así. Lo que tengo muy claro es que los de ETA no son los buenos de la historia, pero en
esta situación dicen la verdad.
De todas las vivencias hay que coger la parte positiva, y aunque cuando escribo estas líneas sigo
encerrado en la cárcel, creo que he vivido una oportunidad única, al menos tengo claro quiénes no
han sido. Puede que carezca de importancia, pero para mí este capítulo de la historia ha quedado
cerrado. Algo es algo.

Recuerdo cuando celebré mi primera comunión que entre todos los regalos que me hicieron había
uno que captó mi atención, se trataba de una novela juvenil de la escritora británica Enyd Blyton
titulada El club de los cinco. Cuando la leí quedé prendado de las fantásticas historias que se
narraban. Acudí emocionado a ver a mi madre y le dije: <<Mamá, de mayor quiero tener
aventuras...>> Ella me abrazó tiernamente y dijo que la mayor aventura que podía tener era vivir el
día a día intensamente, que aquello narrado en esos libros no pasaba más que en la imaginación de
los niños...
La creí, pensé que mi mente infantil soñaba con historias que nunca ocurrirían... no fue así. Ahora
tengo treinta y nueve años y mis vivencias, aún inacabadas, dejan cortas muchas de las novelas que
he leído.
Dentro de poco volveré a estar en la calle y no será nada fácil.
Todos los relatos constan de un principio y un final, en mi caso este último está inconcluso. Soy
consciente que mi vida corre un serio peligro y, la verdad, me importa un bledo. He optado por
contar la verdad con nombres y apellidos, aunque ello implique mi final.
¿La verdad de qué?, pensará el lector. Al fin y al cabo, no soy más que una persona que ha pasado
por prisión, un delincuente más. ¿O no?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Sinceramente. ¡No!
No pretendo que nadie crea lo que voy a narrar, aunque sean hechos ciertos y pueda aportar
pruebas de todo. Sólo busco que se haga justicia... No niego que en ocasiones he actuado mal y a estas
alturas lo siento de veras, pero en las páginas del libro que compone mi vida existen injusticias que
durante años he ocultado por temor a represalias, y así no puedo seguir viviendo.
No debo ocultar las trágicas realidades que conozco y atañen a personas que en los últimos tiempos
están acaparando los medios de comunicación. Tampoco pretendo sumarme al carro de éstos,
siempre me ha sido indiferente la popularidad.
La verdad siempre acaba imponiéndose y espero que en esta ocasión también sea así.
Para comprender todo lo que a continuación voy a explicar y, de paso, mi injusta situación actual,
tengo que empezar por el principio de otra historia. Ésta comenzó hace casi treinta años, por aquel
entonces estaba a punto de afiliarme a Fuerza Nueva. Transcurría el año 1979 y mi vida comenzaba a
escribirse...

Capítulo III
Juanma Crespo Memorias de un ultra
60
-¡Tú, idiota! ¡Ya me estás dando la banderita!
Noté sobre mi nuca una fuerte palmada que estuvo a punto de hacerme perder el equilibrio;
mientras, mi agresor seguía increpándome como un poseso:
-¿Eres tonto o qué? ¿No me has oído? ¡Dame inmediatamente la banderita! ¡No tienes ningún
derecho a llevarla!
Con la mano derecha hizo un brusco ademán, tratando de arrebatarme la insignia con la bandera de
España que portaba en mi camisa. Me volví aterrorizado buscando algún lugar donde guarecerme,
pero el patio del colegio no mostraba ningún refugio seguro. Para más desgracia vi por el rabillo del
ojo como varios compañeros de mi atacante venían corriendo a apoyar su acción… Sentí un
tremendo horror y eché a correr hacia un rincón, mientras mis ojos empezaban a empañarse con
lágrimas de impotencia y rabia.
-¡No huyas, cobarde! ¡Sabes que no tienes escapatoria! -clamaba bravuconamente mi hostigador,
mientras intentaba darme caza.
Puse pies en polvorosa mientras notaba los pasos de mis perseguidores golpeando tras de mí sobre el
seco suelo de cemento, cada vez más cerca. Giré la cabeza y los percibí a menos de dos metros a mi
espalda.
-¡Me van a coger! -pensé con espanto.
No entendía cómo podía haber llegado a esa situación tan absurda. El chico que me acosaba se
llamaba Fernando e iba conmigo a clase en 5º de EGB, siempre intenté ser su amigo, pero la simpatía
no era una de sus cualidades más destacadas. Mi atacante prefería la compañía de chicos mayores y
solía juntarse con los de octavo y primero de BUP, éstos a su vez lo tenían como una especie de líder;
no en vano su padre era uno de los jefes de Fuerza Nueva de Valencia y él también estaba afiliado a
las juventudes de ese partido.
En alguna ocasión quise formar parte de ellos, los veía siempre juntos en los recreos con sus
cazadoras negras y el pelo tan pulcramente peinado con fijador. Además sabían hacerse respetar. En
mi colegio había un montón, yo conocía a algunos... pero no lo bastante.
Unos meses antes, mi padre me llevó a un mitin de Blas Piñar en la plaza de toros. Fue algo
inesperado. En principio pensé que iba a ser un rollo, pero durante el transcurso del mismo me sentí
muy a gusto. La verdad es que no entendí mucho de lo que se dijo en ese acto, pero tanta profusión
de banderas y personas uniformadas con camisas azules y boinas rojas. ¡No sé! Pero ese ambiente
irradiaba un algo especial que me atrajo. Días más tarde insinué a mis padres la intención de
afiliarme, pero me lo prohibieron tajantemente:
-¡Ni se te ocurra hacerlo! ¡Pero si todavía eres un chiquillo! ¡Además, no tienes que destacar nunca
en política! Eso no te traerá nada bueno. Cuándo empezó la guerra civil, ¡e incluso antes!, los rojos
sacaban a las gentes de derechas de sus casas para darles el paseíllo, y muchos no volvieron jamás. A
tu abuelo Juan se lo llevaron dos veces y tuvo mucha suerte de conocer a uno de los milicianos, que
si no...
¡Qué rollo! ¡Siempre me tocaba aguantar el mismo discursito! ¿Pero no se daban cuenta que por
mucho que dijeran, acabaría haciendo lo que me diera la gana? Por entonces estudiaba en el colegio
de los hermanos maristas y aquel año de 1979 la política estaba muy presente en toda la sociedad
española y, por supuesto, mi escuela no iba a ser menos. Pocos días antes, tuvieron lugar las segundas
elecciones generales desde la muerte de Franco y volvió a ganar la UCD de Suárez. En mi entorno
había escuchado que eso era algo muy malo para todos los buenos españoles...
Se decía que los comunistas se estaban adueñando de las calles y nos iban a llevar a otra guerra civil.
Debía de ser cierto, porque en las noticias de la tele casi todos los días hablaban de asesinatos y
secuestros por parte de ETA y de los GRAPO y, por lo que tenía entendido, los terroristas eran “ojos,
comunistas o algo así. Además eso lo contaban en casa, en el colegio y muchos de mis amigos se lo
habían oído decir a sus padres... y todos no podían estar equivocados.
A tan temprana edad temía mucho a los rojos, los imaginaba como una especie de temibles
<<hombres del saco>>. Me habían dicho que odiaban a España y querían que nos hiciéramos
soviéticos o algo de eso. ¡Menuda tontería, hacerme a mí ruso con trece años! Me contaron también
que hace bastante tiempo quemaron iglesias y mataron a muchas personas, entre ellas a un tal Calvo
Sotelo y a otro que se llamaba José Antonio, que no sé quienes eran. Pero este último me sonaba de
verlo en una foto que había colgada en clase. Tenía entendido que los rojos eran fieras y vagos que
no querían hacer nada, y por eso realizaban huelgas, que consistían en no ir a trabajar y montar
mucho follón por las calles para que cerrasen las fábricas y hubiese otra guerra… En clase nos
Juanma Crespo Memorias de un ultra
61
dijeron que si ganaban alguna vez derribarían el colegio, fusilarían a los religiosos y repartirían todas
nuestras cosas entre los niños comunistas. ¡Vaya morro!
No me gustaba esa gente, y eso que sólo conocía a uno que encima parecía buena persona, se trataba
de Pepe, el portero de mi casa. Mi padre me dijo una vez en secreto que era de los de Carrillo, pero
me prohibió contárselo a nadie, no fuera que alguien quisiera fastidiarlo y tampoco interesaba que
esas cosas se supiesen. Aún se ignoraba cómo acabaría todo. Mi abuela materna decía que se sentía
comunista, pero a ella no la contaba porque era de la familia; además, de vez en cuando acudía a
misa, con lo cual supongo que no debía ser muy roja que digamos. Odiaba a Franco porque lo
culpaba de la muerte de mi abuelo al final de la guerra.
Hace unas semanas había decidido posicionarme y me coloqué, en un lugar bien visible, una
pequeña insignia con la bandera de España que encontré olvidada en un cajón de casa. Pero lo que
no supuse jamás es que sería precisamente mi compañero de clase de Fuerza Nueva el que exigiría
que me la quitara. Fernando llevaba varios días diciéndome que no tenía derecho a llevarla sin estar
afiliado, y fue aquella mañana cuando la situación se fue de madre y reventó durante el recreo.
Seguía corriendo despavorido escuchando las imprecaciones de mis cazadores a escasos centímetros
de la nuca. De pronto, una pierna salió, no sé de dónde, y tropecé con ella, cayendo de bruces contra
el suelo. El impacto fue brutal y me destrocé la piel de las rodillas, aunque con trece años mi
constitución parecía de goma y no me rompí nada. Inmóvil en el suelo, observaba con los ojos
desorbitados a mis enemigos, que me rodeaban en círculo.
-¡Venga, cobarde, ponte en pie y lucha como los hombres! –me increpó Fernando.
-¡Dejadme en paz! ¡No os he hecho nada! -añadí mientras me incorporaba lentamente.
-¡Eres un cobardica! ¡Levántate y lucha! ¡Mirad cómo llora la nena!
Sentía mucho miedo, jamás me había pegado con nadie y no sabía qué hacer. Si intentaba luchar
contra todos, ¡lo tenía claro! Me incorporé con el rostro descompuesto y me encaré a mi compañero:
-¿Me hablas de cobardes? ¡Tú si que eres un cobarde! ¡Sois diez contra uno! -exclamé temblando.
Una palmada en un lateral de mi cabeza, me hizo dar un brinco.
-¡He dicho que pelees! -volvió a insistir, a la vez que me soltaba un sonoro bofetón en la mejilla.
Un corro de risas respondió a esta nueva agresión, aquella mañana me habían tomado como su
divertimento.
-¡Venga! ¡Pelea, cobarde! -repitió, dándome otro mamporro.
Nuevas risas.
-¡Venga, pelea! ¡Venga, pelea! ¡Gallina, cobardica!
Cada nueva increpación llegaba acompañada de otro fuerte guantazo y de las risas histriónicas de
sus acólitos. Mi agresor empezó a crecerse, me soltó un nuevo tortazo. Pero esa vez no me contuve y
respondí dándole una patada donde más duele. La verdad es que no tenía ni idea de que ese sitio era
tan delicado y doloroso… Agarrándose la entrepierna, cayó lentamente al suelo, mientras se retorcía
de dolor bajo la mirada incrédula de los suyos.
<<¡Ay va! ¡Qué he hecho!” -pensé-. ¡Sus amigos me van a correr a palos!>>
Me agaché junto a él lloriqueando, implorándole perdón. Uno me levantó de forma enérgica y dijo
que me largara, ellos se ocuparían de él. Lo llevaron a la enfermería, y dijeron que había recibido un
balonazo jugando al futbito.
A la salida de clase, y ya restablecido, Fernando se acercó y estrechó mi mano.
-No eres un cobarde -afirmó-. ¿Por qué no te afilias a Fuerza Nueva? -soltó de sopetón.
-Mis padres me lo han prohibido -expliqué, todavía confuso por su reacción.
-¿Y vas a hacerles caso? Este viernes por la tarde, di en casa que vienes a estudiar conmigo e iremos
a la sede a afiliarte -aclaró.
-Vale -respondí no muy seguro, con un hilo de voz.
Ése fue el preciso instante que tuve mi primer contacto real y directo con Fuerza Nueva. Ocurrió a
principios de 1979, unos días después acompañé a mi nuevo amigo a la sede provincial y me afilié a
Fuerza Nacional de Estudiantes, el sindicato estudiantil. A todos los efectos estaba integrado en la
organización. No intuí que de víctima pasaría, en muy poco tiempo, a verdugo.
A partir de esa fecha acudía a la sede cada día de la semana para colaborar en cuanto podía. En mi
casa ignoraban esta circunstancia y les sorprendió que de improviso aumentara mi afán por estudiar
en casa de los amigos. Todavía tardarían varios años en conocer la verdad que les ocultaba.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
62

Juanma Crespo en la época de sus primeros


contactos con la extrema derecha.

Desde mi ingreso, la relación con el resto de militantes fue muy satisfactoria. En seguida me
incorporé, junto a tres chicos más, en una escuadra; tres escuadras formaban una línea y a su vez tres
líneas, una centuria. La distribución de las juventudes se asemejaba a la de un pequeño ejército, pero
a mí todo eso me gustaba y me sentía como pez en el agua con mis nuevos amigos, cada jornada
aprendía cosas nuevas y excitantes.
El mundo que se abría ante mí no era en absoluto homogéneo, dentro del partido existían diversas
concepciones o modos de sentir la política que nunca antes imaginé. Por una parte, casi todos los
mayores de cincuenta se declaraban franquistas y católicos hasta la médula. Para este sector, el
simple hecho de decir <<mola>> o <<tío>>, implicaba un pecado mortal y, por supuesto, una
expresión de lo más vulgar y chabacana. Muchos eran de misa diaria y a Blas Piñar, por encima de
líder, lo tenían como un profeta, un enviado del mismísimo Dios. <<Ese hombre es un santo>>, oí
decir a menudo, y realmente para ellos lo era. Los más veteranos referían su profunda amistad con
Piñar: que si Blas esto, que si Blas aquello... ¡palabra de Blas! Entre ellos, muchos excombatientes del
bando nacional y varios
que formaron parte de la División Azul. La mayoría de los militantes de esa generación habían
vivido las miserias de la guerra y temían con horror que algo similar volviera a repetirse. Quizá la
persona más representativa de este grupo era Ángel Ortuño, apodado el Obispo, al que muchos
tenían como el verdadero ideólogo del partido y persona de absoluta confianza de Piñar.
En segundo lugar estaban los afiliados de entre treinta a cincuenta años. Aunque no llegaron a
padecer el conflicto civil, odiaban con toda su alma a los rojos. Pensaban que para estar así, con esos
sucios comunistas por las calles, más valdría otra nueva cruzada purificadora que restableciera el
orden. Para todos, pero en especial para éstos, en España sólo existían dos bandos: los rojos y los de
Fuerza Nueva.
-Porque ROJOS y traidores eran Fraga y sus simpatizantes, por apoyar la <<nefasta>> democracia.
-ROJOS también eran Felipe González y los <<capullos>> del PSOE. Encima se afirmaba que el
mítico Isidoro había sido jefe de centuria con el Frente de Juventudes en su Sevilla natal.
-ROJO y perjuro, por supuesto el rey Juan Carlos, que juró lealtad a los principios del Movimiento
Nacional y no los cumplió.
-ROJOS eran los de Falange. ¡Los muy cabrones declaraban abiertamente que Franco manipuló el
mensaje joseantoniano y consintió su muerte!
-ROJO y chaquetero, Adolfo Suárez, <<el chuletón de Ávila>>, por legalizar a sus amigos, los
comunistas, y ser el mayor culpable de la caótica situación de España.
-Otro abominable ROJO: Miguel Primo de Rivera, sobrino de José Antonio, que desde su puesto
como procurador en las cortes franquistas, dio luz verde a la Ley de Reforma que abrió el camino a la
legalización de los partidos políticos. ¡Anda que si su tío levantara la cabeza…!
-¡Y cómo no! El súmum de los ROJOS ROJÍSIMOS era Santiago Carrillo, <<el duque de
Paracuellos>> y, evidentemente, todos los comunistas que le apoyaban.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
63
Sí, vivía inmerso en un mundo de rojos y de... ¡masones! Porque todos los grupos y personas
anteriormente citadas, además de demócratas, traidores y rojos, compartían una oculta vinculación
común: formaban parte de la masonería, que era algo así como los aliados terrenales del diablo,
gentes que adoraban el dinero, celebraban misas negras y habían renunciado a sus familias y a su
patria, o al menos eso nos hacían creer.
Y el tercer grupo de militantes, probablemente el más numeroso, lo formábamos los jóvenes. En
este conjunto no había una línea compacta, al contrario, se unían muchas opciones distintas y cada
una radicalmente opuesta a la otra. Es cierto que gran parte de la juventud del partido, en la que yo
me incluía, éramos leales a Blas Piñar y devotos, por tradición familiar, a la memoria del Caudillo.
Pero, a la vez, coexistíamos con falangistas fieles al pensamiento de José Antonio Primo de Rivera,
que pensaban en Franco como un asesino y oportunista traidor. Convivíamos igualmente con nazis
del PENS (Partido Español Nacional Socialista), que vestidos con botas negras, pantalones militares y
camisas pardas, pasaban olímpicamente de los dos líderes anteriores y sólo rendían admiración a su
Ferrer: Adolf Hitler. Este grupúsculo no estaba bien visto por la mayoría de afiliados al partido, pero
tenían merecida fama de luchadores y sus <<hazañas>> en universidades y calles hacían que los
tratáramos con cierto respeto; se reunían en nuestra sede porque carecían de local propio. Aparte de
estos sectores, estaban presentes unas facciones de los temidos Guerrilleros de Cristo Rey, que
formaban parte del sector duro del partido; posteriormente, por orden directa de Blas Piñar
formaron la famosa Sección C de Fuerza Nueva, que en teoría se dedicaba a la seguridad en actos
públicos y en realidad a acciones de represalia e infiltración en otros grupos políticos, en ocasiones,
similares.
Ese variado y extraño batiburrillo de tendencias compartíamos carné, sede y poco más. Lo único
que realmente nos unía era el odio visceral hacia la joven democracia y la certeza, casi absoluta, de
que en breve estallaría una nueva guerra civil en España, en la que tomaríamos parte como soldados
del nuevo ejército nacional.
Aquel año de 1979, empecé a conocer a gentes muy diversas con las que compartiría muchos
momentos de mi vida. En la cantina oí hablar a los más veteranos de las peleas contra los rojos y
narrar, con pelos y señales, las acciones guerrilleras en las que habían tomado parte. A los militantes
de mayor edad no les hacía ninguna gracia que en la sede política se hiciera alarde de la violencia, ni
siquiera querían pensar en ello:
-Blas no lo vería bien -decían.
Pero a la mayoría de los jóvenes nos importaba un bledo sus opiniones y solíamos decir
despectivamente:
-Los viejos, que se vayan a rezar a misa, que ahí están bien.
En el bar de la sede cantábamos canciones del antiguo Frente de Juventudes, y también
entonábamos unas coplillas que, con ritmo de rumbas, decían:
Si ves en tu camino un rojo malherido, ¡no preguntes quién es y remátalo de un tiro!
Rumba, la rumba. la rumba, ¡La rumba del cañón!
Tenemos un cañón llamado Bocanegra, que cuando se dispara, ¡los rojos a la mierda!
Rumba, la rumba, la rumba, ¡La rumba del cañón!
Por el río Nervión bajaba un bulto extraño. ¡Era Fraga Iribarne con su traje de baño!
Rumba, la rumba, la rumba, ¡La rumba del cañón!
Si ves a un tío con pinta de gilipollas, ¡no preguntes quién es, es el puto rey de España!
Rumba, la rumba, la rumba, ¡La rumba del cañón!

Y otra cancioncilla decía en su letra:

Cálzame las alpargatas, dame la boina, dame el fusil,


¡que voy a matar más rojos que flores tiene mayo y abril!

Ése era el ambiente que se respiraba a diario en nuestras filas, lo sorprendente es que no se
hubieran perpetrado más barbaridades. Además de cantar, todos los días había cosas que hacer como
preparar actos, limpiar las instalaciones, poner direcciones en sobres, colocar en las calles mesas de
propaganda, realizar boletines internos... pero sobre todo, lo más importante: acudir a las reuniones
semanales, donde escuchábamos conferencias y nos explicaban preceptos doctrinales. Todas las
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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enseñanzas que recibí durante aquellos años, podrían resumirse en una sola frase: FRANCO FUE EL
DIOS, Y BLAS PIÑAR, SU PROFETA.
De José Antonio, exceptuando una foto que presidía el lugar, no se hablaba mucho. Más o menos la
idea que de él se tenía es que fue un buen chico de derechas, que iba a misa todos los domingos y
fiestas de guardar y fue fusilado por los rojos. Poco más.
El omnipresente lema de Fuerza Nueva era: DIOS, PATRIA Y JUSTICIA, y a cada momento de
nuestra vida debíamos ser fieles a estos principios.
Lo de DIOS estaba claro: el único, el de los cristianos, el del látigo en el templo expulsando a los
mercaderes, el DIOS bíblico del <<ojo por ojo>>.
PATRIA, evidentemente, ESPAÑA: Una, Grande y Libre.
JUSTICIA, la de Franco o quizá también la de los Guerrilleros de Cristo Rey.
Así de elemental y así de simple.
Vivíamos tiempos duros y nos preparábamos para lo peor. En los primeros seis meses de 1979, ETA
y los GRAPO habían asesinado a cerca de medio centenar de personas. A la vez, cientos de huelgas y
manifestaciones tenían lugar a diario llenándonos de negro pesimismo e impotencia.
-Esto no puede acabar bien -decían catastróficamente algunos- . Vamos directos a otra cruzada.
¡Sólo el ejército tiene la solución! ¿A qué coño esperan para actuar?
-Tranquilos -decía el típico enteradillo-. Los militares no están ajenos a los problemas de la patria,
muy pronto habrá sorpresas.
En nuestra sede fluían dos sentimientos opuestos. Por un lado, la tristeza ante la delicada situación
de España. La gota que colmó el vaso, fue la bomba que los GRAPO colocaron a finales de mayo en
la cafetería madrileña California 47, lugar de reunión de los militantes de Fuerza Nueva en la capital
y dónde perdieron la vida ocho personas. Por otra parte, la ilusión en que cada día estaba más
cercano el ansiado golpe militar que devolvería a nuestra patria el orden y los valores morales
perdidos. En eso residía nuestra única esperanza y todo nuestro esfuerzo. Sabíamos que teníamos la
razón, el resto de grupos políticos contaban con líderes, pero nosotros disponíamos del único
enviado del cielo, y eso era una garantía del triunfo que nos aguardaba.
El partido creció en esos meses en número y fuerza, el flujo diario de personas que venían a afiliarse
era enorme y estaba ligado en parte a diversos factores que se juntaron decisivamente. La debacle
electoral que sufrió Alianza Popular en las elecciones de marzo significó un chorro de militantes
hacia nuestra formación; a esa circunstancia se unió el escaño conseguido por Blas Piñar como
candidato en las listas de la efímera Unión Nacional, que sirvió para dar a conocer el mensaje
patriótico de nuestra organización. Igualmente, la frágil consolidación política del momento y la
tensión que se respiraba en el ambiente influyeron en la importante subida de Fuerza Nueva durante
ese año y el siguiente. Entre los nuevos afiliados, contábamos con militares y miembros de las
fuerzas de seguridad que creían en la inminencia de un golpe de Estado, los corrillos que se
organizaban en la sede eran abundantes y precursores de incontables bulos. Durante esos meses,
fueron decenas las veces que oí hablar de lo inmediato de un alzamiento militar, al final todo
quedaba en agua de borrajas, pero la gente seguía viniendo a afiliarse.
Desde dentro, ese crecimiento se sentía con gran entusiasmo. El dinero empezó a llenar las arcas del
partido y comenzaron a inaugurarse sedes a lo largo y ancho de toda la geografía española. Vivíamos
unos momentos que se pensaban eternos y sin final. Se multiplicaron los mítines de Blas Piñar y rara
era la semana que no había algún acto público. En Valencia, la jefatura provincial fletaba autobuses
con simpatizantes para acudir a escuchar sus discursos y por un precio módico viajábamos por toda la
península; las juventudes pagábamos cien simbólicas pesetas y con ese dinero podíamos permitirnos
el lujo de recorrer España, o mejor dicho, conocer los cines y las plazas de toros españolas.
Como militante de Fuerza Joven me convertí en un experto colocando mesas de propaganda y
sabiendo de memoria los precios de todos los artículos disponibles, que eran bastantes. Pero llegó un
momento en que eso empezó a cansarme y prefería soñar en acudir con los mayores a participar en
peleas contra los rojos o en acciones similares.
Los años 1979 y 1980 transcurrieron igual para mí: sede, mesas, mitin, sede, mesas, mitin… ¡Y
vuelta a empezar! Tuve que esperar a finales de 1980 para dejar de ser un crío.
Hasta entonces, siempre había escuchado con interés las narraciones que se contaban de
enfrentamientos directos contra los rojos, yo mismo había presenciado algún tiroteo y más de una
pelea, pero siempre en segundo plano. Mi ansiada primera oportunidad llegó de manos del jefe local.
Una tarde me llamó a su despacho y dijo sin preámbulos:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-Siéntate, tengo entendido que te has quejado de la rutina en que se ha convertido la sede y estás
deseando participar en algo más importante. La verdad es que estamos muy contentos contigo
porque se te ve ilusionado y colaboras en todo pero, sinceramente, no sé si tendrás suficiente valor
para tomar parte en otras actividades, digamos, más arriesgadas.
¡Qué oían mis oídos! Eso era, precisamente, lo que estaba ansiando desde hacía meses. Sin poder
contenerme respondí:
-¡Ponme a prueba!
-En eso estaba pensando precisamente... Vamos a ver, voy a darte una oportunidad, pero ten en
cuenta que lo que aquí se diga no debe saberlo nadie, ¡y mucho menos los <<carcas>>!
-No te preocupes por eso, que no diré nada...
-Por la cuenta que te trae, más te vale. Escucha con atención: cerca de aquí han abierto una
academia de inglés y han colocado en el portal un rótulo de latón con la bandera inglesa. Tienes que
ir una noche, desatornillarlo y tirarlo a algún rincón donde no aparezca jamás. Si te pillara alguien, la
policía o quien sea, ¡di que actúas por tu cuenta y nadie te ha mandado hacer eso! ¿Entendido?
-Sí, confía en mí, ¡no te defraudaré!
-Eso espero -concluyó tajantemente.
Aquella fue la primera <<acción guerrillera>> que me encomendaron. Ahora que la recuerdo, me
viene a la memoria el tremendo miedo que pasé y las mil precauciones que tomé mientras la
realizaba. Después de haber efectuado esa misión crucial y súper arriesgada, me sentí profundamente
satisfecho y orgulloso del deber cumplido. Días más tarde me presenté ufano ante mi jefe y le dije
con aires de importancia, como quien acaba de salvar el mundo:
-Lo que me ordenaste ya está hecho y no surgió ningún problema.
-¿Cómo? ¿Qué me dices? ¡Ah, sí... lo de la plaquita! Vale, vale, ¡Enhorabuena! -y siguió con lo suyo
como si tal cosa.
Supuse que estaría disimulando, probablemente no interesaba que algo tan fuerte se supiera. En mi
fuero interno me sentía muy feliz, había cumplido con mi deber y ahora debería estar muy
pendiente de la policía, lo más probable es que me estuvieran siguiendo. Al poco tiempo, pasé por la
academia y observé que otro rótulo, idéntico al que quité, ocupaba el mismo lugar que el anterior.
Sonreí, puede que esos malditos ingleses lograran engañar a otros, pero a mí no. Seguro que, ocultos
entre el gentío, multitud de <<secretas>> aguardaban, pistola en mano, que volviera a quitar el
letrero, pero ése no era el momento, ya volvería a arrancarlo otro día. ¡Cartelitos a mí!
He comentado que durante esos primeros años de militancia, acudí a cientos de mítines de Blas
Piñar y, la verdad, me apasionaba escucharlo. Creo que esa sensación que sentía ante cada
intervención de nuestro líder la compartíamos casi todos los miembros del partido. Recuerdo la
emoción que me producía verlo en vivo y sé que hubiera bastado una sóla palabra suya para que
todos los militantes de Fuerza Joven nos hubiéramos lanzado a las calles a luchar y morir por él.
Después de los actos hacíamos comidas de hermandad y, tras los postres, una fila inmensa de chicos y
chicas con camisa azul y boina roja acudíamos a que Piñar nos estampara su firma en alguna foto de
Franco o en alguna prenda del uniforme. De este modo conseguí que me rubricara la boina y un
sinfín de retratos que luego guardaba ordenadamente en las estanterías de mi cuarto. Mi habitación
semejaba un pequeño santuario de Fátima, versión fascio. Presidía el conjunto una fotografía firmada
de Blas Piñar, y junto a ésta, multitud de láminas del Caudillo y alguna de José Antonio, Queipo de
Llano, Muñoz Grandes, junto a un sinfín de banderas nacionales con el escudo del águila, emblemas
del ejército, de la Guardia Civil y rojiazules de Fuerza Nueva.
El tono de su voz durante los discursos, me electrizaba y ponía la carne de gallina. Pero el punto
álgido, el clímax de la emoción, llegaba siempre con los gritos que culminaban sus apariciones y que
eran siempre los mismos: ¡VIVA ESPAÑA! ¡ARRIBA ESPAÑA! ¡FRANCISCO FRANCO!
(¡¡PRESENTE!!) ¡JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA! (¡¡PRESENTE!!) ¡CAIDOS POR DIOS Y
POR ESPAÑA! (¡¡PRESENTES!!) ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA ESPAÑA! ¡ARRIBA ESPAÑA!
¡ADELANTE ESPAÑA! Después de diez minutos ininterrumpidos de gritar vivas, entonábamos
nuestros cánticos rituales: el Cara al Sol, el Oriamendi, el Himno Nacional de España, y salíamos
medio afónicos a las calles gritando eufóricamente: ¡ÉSTOS SON, AQUÍ ESTÁN, LOS
MUCHACHOS DE PIÑAR! Y ¡ay del que se pusiera por medio!
Viví esos momentos centenares de veces, con la ilusión añadida de que, a cada nuevo acto, acudía
más gente que en el anterior. ¡La victoria era nuestra!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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En esa época, en Valencia, había varios puntos tradicionales de reunión donde los militantes de
Fuerza Nueva solíamos ir asiduamente a tomar alguna cerveza. Hablar de Xaloc, El Trocadero o
Barrachina, estoy seguro de que traerá más de un grato recuerdo a los afiliados de entonces, y
referirme a las <<cacerías de chapas>> seguramente también.
¿En qué consistían esas cacerías? Lo explico. Muchos sábados o domingos por la mañana, varios
grupos nos reuníamos y acordábamos salir de batida por las calles en busca de personas que portaran
alguna insignia o pin, de las que denominábamos <<rojas>>. Éstas podían representar diversos
símbolos contrarios a nuestros principios: el Che, estrellas rojas, la cuatribarrada catalana,
ikurriñas… Para no complicarnos demasiado, todo lo que no era de los nuestros pertenecía a los
rojos. Dividíamos la ciudad en zonas y a cada una acudíamos dos o tres escuadras, y a todo aquel que
sorprendíamos portando alguna chapita le invitábamos a que nos la entregara o, simplemente, se la
arrebatábamos a guantazos. Posteriormente nos juntábamos y hacíamos recuento de trofeos, la
escuadra que había conseguido menos, pagaba las rondas. No todos los de Fuerza apoyaban esto, ni
siquiera toda la juventud, pero la gente con la que trataba entonces lo veía como algo normal y yo no
era mejor que ellos. La violencia empezó a formar parte, peligrosamente, de nuestras vidas. Sabía que
otros compañeros disolvían manifestaciones al grito de ¡VIVA CRISTO REY!, aunque en esos
momentos todavía no me había atrevido a tanto. Pocos meses después los imitaría también en eso.
Nunca llegué siquiera a imaginar que podía estar actuando mal. La policía hacía la vista gorda a
nuestras acciones e incluso, a veces, planeaban en nuestra sede la forma y manera de reventar tal
acto o manifestación contrario a nosotros. ¡Si la ley nos apoyaba! ¿Qué podía haber de malo en
cuanto hacíamos?
Existían varios grupos similares pertenecientes a otros partidos. Por una parte los de Falange con
sus distintas ramas: la independiente, la auténtica y los de las JONS, con estos últimos nos
llevábamos, en teoría, bien. De hecho su jefe nacional, Raimundo Fernández Cuesta, se presentó
junto con Piñar en las elecciones de 1979; aunque la militancia joven de este grupo odiaba todo lo
que tenía algo que ver con Fuerza Nueva. Luego estaban los de Cedade, aunque casi no teníamos
relación con este reducto de intelectuales nazis, que iban muy a lo suyo y pasaban bastante de
Franco. Otro grupo, que aunque pequeño era muy activo, era el Frente Sindicalista de la Juventud
(FSJ); éstos pertenecían a las juventudes de la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS), sindicato
liderado por un joven maestro de escuela llamado José Luis Roberto, y seguían el ideario del
fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (JONS) y posterior socio de José Antonio,
Ramiro Ledesma Ramos. Y por último estaba el Frente Nacional de la Juventud (FJ), que se trataba
de una escisión de Fuerza Nueva liderada por un joven madrileño llamado José Ignacio González; se
habían desmarcado de Piñar, puesto que lo consideraban un burgués al servicio del capitalismo y
preconizaban el triunfo revolucionario del nacionalsindicalismo, reivindicando la figura de José
Antonio y rechazando la de Franco. Particularmente, sentía gran admiración por esta gente y
lamenté mucho el asesinato, poco después, de su líder a manos de los servicios secretos españoles.
Trabé mucha amistad con la gente del Frente, algunos todavía huidos en Sudamérica, y recuerdo el
gran revuelo que se organizó en sus filas tras el terrible atentado que un grupo terrorista italiano
provocó en 1980 en la estación de ferrocarriles de Bolonia y que causó más de ochenta muertos. Se
comentaba que entre ambos grupos habían existido importantes contactos e incluso que los
explosivos utilizados en la masacre habían salido en gran parte de Valencia. Fue un rumor que se
extendió por nuestro mundillo y que ellos jamás desmintieron, aunque lo justificaban diciendo que
<<nunca supusieron que se emplearía para esa animalada>>.
En aquella época, fue muy renombrado un suceso que ocurrió en Valencia entre un dirigente del
Frente de la Juventud y José Luis Roberto. Parece ser que, a raíz de una discusión entre ambos, el
primero sacó una pistola e hizo correr al otro por medio de una céntrica avenida valenciana; no tuvo
ningún problema en desafiar todas las leyes conocidas de la ciencia, mientras volaba más que corría,
huyendo de Carbonell, que disparaba hacia sus piernas sin demasiada puntería.
Durante ese periodo conocí a muchas clases de personas afines, la mayoría eran estudiantes o gente
normal que tenían unos ideales y no buscaban meterse en líos, pero había otros sumamente
violentos. Entre estos últimos existían los que usaban la fuerza con el convencimiento de que así
defendían sus creencias; a su vez había individuos de gatillo fácil que actuaban movidos por el
fanatismo y el odio hacia el adversario político. Pero en algunos, los menos, sólo las ansias de hacer
mal guiaba sus actos; no tenían escrúpulos ni buscaban metas, se acercaban a nuestras filas como se
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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hubieran arrimado a las de ETA de haber nacido en el norte. Eran los peores, y de todos ellos, el que
llamaban C., el más siniestro.
Una perversa historia acompañaba a este individuo. Decían que hacía años había matado a su padre
y a otra persona y que por estos delitos fue encarcelado poco tiempo, puesto que se benefició de una
amnistía que la naciente democracia otorgó a todos los denominados presos políticos; se indicaba que
militó en Fuerza Nueva y en el FSJ, y que de ambas organizaciones fue expulsado por culpa de su
carácter extremadamente violento. Algunos afirmaban que llevaba cinco muertos a sus espaldas,
aunque la verdad, no sé dónde empezaba la leyenda y acababa la historia.
A C., que era unos años mayor que yo, lo conocía de vista y nunca llegué a hablar con él. Lo
recuerdo alto, callado, corpulento y con una mirada fría y escrutadora. Los veteranos afirmaban que
era un psicópata carente de sentimientos. Nunca creí que sería testigo de excepción de uno de sus
horrendos crímenes.
Valencia, en ese tiempo, contaba con pocos sitios para salir con los amigos a tomar copas. Todavía
no existían lo que hoy llamamos pubs y en su lugar acudíamos a tomar cerveza a tabernas y mesones.
La zona dónde me dirigí ese día la denominábamos <<de Tascas>>, y se encontraba en la calle del
Mar y adyacentes, en pleno centro histórico de la ciudad.
Ocurrió una tarde hace casi un cuarto de siglo. Aquella jornada acudí a regañadientes con varios
amigos del partido, aunque estuve a punto de no hacerlo porque solían producirse frecuentes peleas.
La zona de Tascas era feudo de Falange y del Frente de la Juventud y, por tanto, los de Fuerza Nueva
no solíamos ser bien recibidos. Como era habitual, no teníamos mucho dinero y charlábamos en la
calle, observando las miradas provocadoras que los de Falange lanzaban al ver nuestros llaveros con
los colores de Fuerza. En un momento dado, uno de ellos se acercó y nos dijo despectivamente:
-¡Iros a vuestra zona! ¡No queremos pitufos aquí!
Nos denominaban así debido a los uniformes que portábamos en los actos y que constaban de
camisa azul y boina roja. Nosotros les decíamos <<cucarachas>> por el color negro de sus boinas,
aunque esa tarde preferimos callarnos y convertirnos en pitufos muditos. Viendo que la situación
podía liarse, hice ademán de irme, pero uno de mis acompañantes me cogió del brazo y susurró al
oído:
-No seas gilipollas, no van a atreverse a hacernos nada. Saben que aquí estamos cuatro o cinco, pero
somos cientos, y no quieren problemas con los de Fuerza.
Mi amigo tenía razón, si nos tocaban un solo pelo al día siguiente vendrían un tropel de
compañeros a vengarnos y éstos lo sabían. Seguimos hablando como si tal cosa, pero en un momento
dado escuchamos fuertes voces desde el otro lado de la calle y nos giramos buscando al autor de las
mismas hasta que lo vimos: era C. Estaba enfrente de mí, a no más de diez o quince metros al otro
lado de la calle; chillaba, pero desde mi posición no podía entendía lo que decía. De pronto, observé
con horror que en su mano empuñaba una pistola y apuntaba a un chico que a su vez llevaba algo
alargado en sus manos (un palo, según me dijeron luego). No sé cómo comenzó todo, sólo recuerdo
que vi salir un fogonazo del cañón del arma y fracciones de segundo después, el infortunado chaval
salió bruscamente despedido por los aires hacia arriba y hacia atrás, dos o tres metros, hasta caer al
suelo. No llegué a verlo tendido en el pavimento, unos coches aparcados dificultaban la visión, pero
escuché el enorme ruido que causó su cuerpo al desplomarse sobre el asfalto; ni siquiera recuerdo
haber oído el disparo mortal. Me quedé petrificado, tieso como un palo, sin poder reaccionar. En
toda la calle reinó el silencio más absoluto, parecía que todo sucedía a cámara lenta: el fogonazo, el
chico volando y cayendo, la gente inmóvil… Llegué a pensar si la situación era real o se trataba de
un sueño, pero estaba bien despierto. Nada más estrellarse el muchacho, C. encañonó de nuevo su
cuerpo moribundo y volvió a disparar una y otra vez contra el infeliz. Yo seguía clavado en la acera,
sin creerme lo que mis ojos veían pero mi cerebro se negaba a admitir. Después de vaciar el cargador,
el asesino lanzó una mirada desafiante a toda la calle y dijo algo, creí incluso que fijaba sus ojos en
mí. De improviso noté que alguien tiraba de mi brazo hacia abajo y me agaché junto a mis amigos
que estaban, con el rostro lívido, parapetados junto a un coche. En ese instante, alguien gritó:
-¡Está disparando contra todo lo que se mueve!
Sentimos multitud de estruendos y unos segundos después, de nuevo el silencio…
-¡Corre! -susurró uno-. ¡Se ha quedado sin balas! -y salió pitando.
Lo imité, me levanté de un brinco y sin mirar hacia atrás empecé a correr como una gacela. Corrí y
corrí adelantando a todos, saltando sobre cada uno de los obstáculos que se interponían en mi
camino, hasta alcanzar mi casa… Como una exhalación me introduje en el portal y subí las escaleras
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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de dos en dos, sin atreverme siquiera a esperar el ascensor; me metí en mi domicilio, que estaba
vacío, cerré con pestillo mi habitación y comencé a llorar como el niño asustado que era…
Por la prensa supe más tarde que la víctima estaba haciendo la mili y C., a raíz de aquel crimen, fue
a la cárcel, donde ignoro si seguirá. Pero esa escena del chico, volando literalmente por los aires
mientras realizaba un movimiento grotesco e imposible, aún continúa viniendo a mi memoria de vez
en cuando. Situaciones como ésa me hicieron madurar prematuramente y perder la inocencia
infantil antes de lo normal.
Entre tanto, la vida en la sede seguía como siempre. A finales de 1980 y principios de 1981,
volvieron a resurgir con fuerza los rumores que apuntaban a un golpe de Estado militar, y a este
inquietante ambiente se unieron varios importantes factores: el incremento de los atentados
terroristas y, sobre todo, la dimisión del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.
En el entorno de Fuerza Nueva, refiriéndose a este hecho, se decía que Suárez no había dimitido,
sino que lo habían dimitido. Esta información iba acompañada de una increíble historia que
comenzó a extenderse como la pólvora en las jornadas anteriores a la renuncia del cargo. Los
entendidos referían que, en la última reunión del presidente con la Junta de Jefes de Estado Mayor
del ejército, el malestar de un buen número de generales era patente y, en un momento dado, uno de
ellos instó a Suárez a dimitir; éste, manteniendo la compostura, dijo seriamente que <<no
consideraba conveniente esa solución>>, y añadió: <<Además, ¿qué razones aducen ustedes para que
lo haga?>>, y se contaba que uno de los generales sacó su pistola reglamentaria de la funda y la
colocó sobre la mesa a la vez que exclamaba: <<¿Le parece a usted poco esta razón?>>. No sé si este
suceso ocurrió de veras o se trataba de un rumor más de los cientos que corrían por entonces, lo
cierto es que pocos días después de escuchar en la sede este presunto incidente, Suárez presentó la
dimisión.
El ruido de sables nos ensordecía y, para más inri, a principios de 1981 tres nuevas gotas colmaron
el vaso: los disturbios protagonizados por diputados de Herri Batasuna en la Casa de Juntas de
Guernica con motivo de la visita del rey; el asesinato del ingeniero jefe de la central nuclear de
Lemóniz, José Mª Ryan, y la muerte, después de ser torturado en dependencias policiales, del etarra
Arregui. El agua de la paciencia se estaba desbordando y todo hacía presagiar un inminente
alzamiento; en la sede provincial nos dieron instrucciones precisas para saber cómo actuar cuando
ocurriera lo que a estas alturas nadie dudaba. Únicamente faltaba la fecha exacta y no se hizo
esperar…
Aquel 23 de febrero acababa de llegar a casa desde el colegio, me disponía a dejar los bártulos y
marchar a la sede cuando el teléfono sonó… lo cogí, era mi jefe de línea llamando desde su domicilio
particular, su voz se notaba temblorosa a la vez que emocionada. Me informó atropelladamente que
se había iniciado un alzamiento militar y tenía que permanecer en casa a la espera de órdenes;
siguiendo instrucciones anteriores, comuniqué con dos compañeros del partido y les referí lo mismo.
A la vez, y como si de un esperado ritual se tratase, saqué de su escondite una pequeña pistola del
6,35 que adquirí por cinco mil pesetas unas semanas antes y que, envuelta en grasientos trapos,
mantenía oculta de las miradas indiscretas de mis padres. La desenvolví cuidadosamente y, tras
comprobar que el cargador estaba lleno, la introduje bajo mi jersey. Esa tarde, decenas de jóvenes
patriotas aguardábamos impacientes la llamada que nos permitiría entrar en la historia por la puerta
grande.
Por otra parte, los militantes de más edad, siguiendo igualmente las normas recibidas por la jefatura
del partido, acudieron a la Capitanía General a ponerse a las órdenes de la autoridad militar. Según
supe luego, los oficiales de guardia los despacharon amablemente a sus casas después de agradecerles
su ofrecimiento.
Mi padre telefoneó a un íntimo de la familia, militar de profesión, para que lo pusiera al día de la
situación. Pero el teniente coronel Silla Monforte, uno de los ayudantes de Milans junto con Más
Oliver, se encontraba demasiado entretenido en ese momento ocupando las emisoras de radio, como
para poder atenderlo.
Hasta altas horas de la noche, estuve sentado inmóvil junto al teléfono esperando impaciente una
llamada que nunca llegó. De madrugada, el rey salió en televisión expresando su rechazo al golpe.
Tras escuchar su mensaje, la radio dejó de emitir marchas militares, los tanques regresaron a sus
cuarteles y, al día siguiente, el teniente coronel Tejero se entregaba a las autoridades sin haber
derramado una sola gota de sangre.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
69
Posteriormente supimos que, la misma tarde de la intentona, un destacamento militar se apostó en
las cercanías de la sede con la intención de prevenir cualquier clase de reacción por nuestra parte.
Ese hecho confirmaba lo que algunos ya intuían, y que significaba nuestra nula implicación en el
asunto. Durante semanas no se habló de otra cosa y la conclusión a la que llegamos fue la siguiente:
HUBIÉRAMOS SALIDO A LAS CALLES, ARMA EN MANO, A DEFENDER UN GOLPE QUE NO
ERA EL NUESTRO.
El sector castrense de Fuerza Nueva confirmaba esa teoría y que el 23-F significó una vacuna
chapuza contra nuestro verdadero alzamiento, que estaba previsto para un mes y pico más tarde.
¿Pero quién estaba detrás de esa operación? ¿Quién era el famoso <<caballo blanco>> al que se
refirieron los ocupantes del Congreso? ¿Quizá el rey?
Ésas eran las respuestas que esperábamos ansiosos. Para los militares del partido no había duda y
respondían con seguridad:
-¿Qué sector del ejército se alzó? ¡El monárquico!; ¿Cuándo abandonaron su actitud? ¡Pues cuando
el rey lo ordenó! ¿Actuarían así unos golpistas antisistema? ¡Evidentemente, no! ¿Quiénes fueron las
instituciones beneficiadas por el alzamiento? ¡Sin duda, la monarquía y la democracia! Porque no
olvidéis que, antes del mismo, nadie quería a Juan Carlos; las izquierdas lo veían como una marioneta
impuesta por Franco y las derechas, como un traidor. Ahora bien, ¿fue el rey el artífice del golpe?
Tajantemente, NO.
-¿Entonces quién lo organizó todo? -insistíamos.
-Es sencillo... Pensad en alguien muy cercano al rey, con mando en la Casa Real, militar de alta
graduación, creíble para el Cesid y capaz de vender al sector monárquico del ejército la idea de que
el Borbón lo organizaba todo... y obtendréis parte de la respuesta.
-¿Se refirieren a Sabino Fernández Campo?
-Podría ser... podría ser... Pero en todo caso sería sólo el mensajero, una pieza más del puzzle -
decían misteriosamente.
-¿Y qué tendría que ver el Cesid con todo eso?
-¡Mucho! -afirmaban-. Todos esos sucesos hubieran sido impensables sin la participación de la
Inteligencia Militar. Pero no olvidéis que, en todo caso, se trataba de un simple antídoto.
-¿Y entonces Tejero que pintaba en todo ese guirigay? -preguntábamos.
Y la contestación siempre era la misma:
-¡El pobre Tejero se equivocó de golpe!
Ignoro si todo esto era o no cierto, pero es lo que desde el principio se comentó por parte de
militares afines, algunos estrechamente relacionados con Milans. Posteriormente, comenzó a
hablarse de que si el rey esto o el rey aquello... ¡paparruchas!
Pasado un tiempo volvieron a sonar ruidos de sables, aunque cada vez con menos fuerza. Pasaba
como con los terremotos, después de uno importante vienen las réplicas, pero siempre más débiles.
Fracasada la intentona, algunos jóvenes de Fuerza Joven decidimos solidarizarnos con parte de los
golpistas y llenamos Valencia de pintadas que rezaban: LIBERTAD IMPLICADOS EN EL 23-F y
TEJERO LIBERTAD. Fueron nuestros inútiles deseos de apoyar aquello que ya dábamos por perdido.
Días después, incorporé respetuosamente una foto de ambos militares en el santuario particular de
mi cuarto.
El resto del año 1981 transcurrió movidito. El fracaso del Tejerazo nos llenó de amargura y
radicalizamos nuestras posturas, en pocos meses hicimos estallar cerca de media docena de pequeños
artefactos explosivos en librerías y sedes de izquierdas; por otra parte, el estreno de la película <<El
crimen de Cuenca>>, de Pilar Miró, motivó represalias contra los cines que la proyectaban y los
espectadores asistentes. Seguían sucediéndose los mítines políticos y continué viajando por España
con otros compañeros, siguiendo siempre la estela de Blas Piñar. Por aquel entonces empecé a
colaborar en la seguridad de los actos que se realizaban y que seguían congregando a multitud de
personas. El perfil de los asistentes era de lo más variado; por una parte, el sector más abundante lo
formaban los representantes de la alta clase media, era fácil distinguirlos: los hombres trajeados, las
mujeres emperifolladas con joyas y pieles; también, aunque menos, había obreros y, evidentemente,
bastantes representantes de la clase media tradicional española. Pero el grupo mayoritario en todos
los discursos de Blas era siempre el de los jóvenes que cantábamos enfáticos:
Viva Blas… Viva Blas… ¡VIVA BLAS PIÑAR!
Viva Franco… Muera el rey… ¡VIVA CRISTO REY!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Recuerdo que acudíamos orgullosos con nuestras camisas y boinas, cubiertas siempre por mil clases
de insignias y con adhesivos que mostraban el lema: FUERZA NUEVA AL SERVICIO DE ESPAÑA.
Es curioso, pero al rememorar aquello, es como si ante cada nueva concentración compitiéramos
para ver quien portaba más y mejores chapitas de todos los tipos y formatos posibles.
A mediados de ese año, y para calentar más el tema, un inquietante rumor comenzó a extenderse
como la pólvora por toda nuestra delegación: el ayuntamiento planeaba retirar la estatua ecuestre del
Caudillo de la, entonces, plaza del País Valencia. De ser cierta dicha noticia, debíamos evitar que se
consumara a toda costa. No hacía mucho, arrancaron de su pedestal la de José Antonio, aquella vez
nos pilló desprevenidos, con la de Franco no pasaría igual.
La jefatura provincial tomó medidas al respecto. Se alquiló un piso en una finca cercana, desde
donde se divisaba perfectamente la efigie y en el mismo se organizaron guardias ininterrumpidas
para dar la alarma tan pronto se viera que procedían a desmontarla. Durante meses fuimos multitud
los militantes que vigilamos voluntariamente el emplazamiento, sin que surgiera ninguna incidencia.
A la vez instalamos mesas de propaganda en las calles con la intención de recoger firmas para evitar
que la trasladasen, y con éste método conseguimos que muchos miles de personas estamparan sus
rúbricas para dejar constancia de su oposición a la retirada, pero las autoridades pasaban de todo y la
alarma seguía encendida.
El 20 de noviembre de 1981 acudí a Madrid para participar en los actos que tendrían lugar en la
plaza de Oriente y en el Valle de los Caídos en recuerdo del Generalísimo. De regreso a mi ciudad
me sentía impregnado del profundo patriotismo que había respirado en el ambiente, aunque una
noticia sin confirmar nos llenó a todos de pesar, se decía que en Valencia habían retirado la estatua
de Franco de su ubicación. Se trató de una falsa alarma, aunque al principio la dimos por buena.
Tuvimos que esperar diez meses para que nuestros peores temores llegaran a materializarse.
Aquel septiembre de 1982, la ciudad descansaba confiada y tranquila. Muchos de sus habitantes se
encontraban fuera, disfrutando de los pocos días de vacaciones estivales que todavía quedaban.
Silenciosamente, una potente grúa salió de su escondrijo y circuló silenciosa por las desiertas calles
hasta que, dando un fuerte suspiro, estacionó junto al monumento. Las puertas del vehículo se
abrieron y varios personajes, ocultos tras pasamontañas, descendieron del mismo e iniciaron su
misión. En cuestión de minutos amarraron unos gruesos cables de acero al conjunto de bronce y,
haciendo alarde de un mal gusto increíble, pasaron una soga por el cuello de la indefensa estatua.
A pesar de la fecha, en escasos minutos los teléfonos empezaron a sonar alertando a toda Valencia
del suceso, y al poco tiempo, empezaron a arremolinarse multitud de personas de todas las
tendencias, para ver unos, y evitar otros, el derribo. Comenzaron los insultos entre ambos bandos,
que degeneraron en fuertes disturbios y el desmontaje tuvo que paralizarse. A la vez, cientos de
policías acudían a preservar el orden.
Ese día estaba de vacaciones en la montaña y no me enteré de lo que sucedía hasta el mediodía.
Rápidamente intenté localizar sin éxito a algún amigo que pudiera acercarme al lugar, pero hasta
última hora de la tarde no fue posible. Llegué a Valencia a la hora de cenar y me dirigí al centro de la
urbe, aunque temía que ya era demasiado tarde. Conforme nos acercábamos, contemplamos que las
calles estaban tomadas por la policía y resultaba casi imposible acceder al lugar, por todas partes se
veían cientos de personas con banderas nacionales y el ruido de las sirenas daba un toque
preocupante a toda la situación. Descendí del coche con mi amigo y nos acercamos a la plaza hasta
que nos topamos de morros con un grupo de compañeros que corrían despavoridos hacia nosotros
gritando como locos:
-¡La policía! ¡La policía! ¡Que viene la policía! ¡Huid!
Detrás de ellos, multitud de agentes de marrón se acercaban ligeros blandiendo sus porras.
Iniciamos la escapada dividiéndonos por las calles cercanas, hasta que perdimos a los maderos de
vista y paramos a recobrar el aliento junto a una fuente.
-¡Joder... qué sofoco! ¿Qué coño está pasando? -inquirí.
Uno de mis compañeros respondió:
-Esto no es nada. ¡Llevamos así todo el día!
-¿Pero sigue la estatua en su sitio o la han quitado?
-Sigue, sigue... -contestó uno-. Aunque está medio descolgada.
-¿Hay gente de Fuerza?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¡Hostias! ¡Está a tope de gente, además están viniendo de otras ciudades! Pero de Valencia, aparte
de los de Fuerza, están los de Falange, y mogollón de personas que no conocemos. Para mañana han
avisado de Madrid que vienen los de Cristo Rey.
-¿De verdad? ¡Qué fuerte! ¿Habéis quedado en algún sitio con los demás o cada uno va a lo suyo? -
pregunté.
-Esto es un desmadre, pero hemos visto a Javi y nos ha dicho que ni se nos ocurra pasarnos por la
sede porque está a parir de secretas, también ha dicho que, si nos dividimos, el lugar de encuentro
será la plaza de Cánovas.
-Pues vamos hacia allí. ¿No?
-Vale, de acuerdo.
Todo el grupo, que no éramos más de diez, emprendimos paso hacia el lugar de reunión. Durante el
recorrido se nos fueron adhiriendo corrillos perdidos de compañeros y al llegar sumábamos cerca de
cincuenta. Alcanzamos la placeta pasada la medianoche, el sitio era un hervidero de simpatizantes de
todos los grupos existentes posibles, un chico hizo una señal para que me acercara, lo conocía de
vista, era de Cedade, y me asaltó un pensamiento:
-¿Qué coño pintaban los nazis aquí? ¿No pasaban tanto de Franco?
El chaval se acercó y me saludó, dijo que me recordaba de verme en las mesas. Cuchicheando
añadió:
-Esto está a tope de pasma, pasa la voz de que mañana, a las ocho, todos en la plaza del Caudillo. ¡Y
acudir preparados!
-¿Esta noche hay algo? -interpelé.
-Esta noche a dormir, que hay que coger fuerzas para mañana.
Comuniqué el mensaje al resto y nos fuimos a descansar, mañana sería el gran día.
Me levanté temprano, realmente casi no pude pegar ojo en toda la noche. Me calcé unas zapatillas
deportivas, una cazadora negra y bajo ésta, una porra de madera, que compré en un bar de carretera
una vez que fuimos a un mitin de Blas. Llevaba una palabra impresa: MATASUEGRAS.
Acudí a la plaza, que estaba repleta de gente y policías. La estatua aparecía medio caída y una parte
estaba partida mostrando su hueco interior. Observé muchas caras conocidas, me acerqué a las más
amigas:
-Casi la han arrancado -dijo al verme un conocido, con lágrimas de impotencia en los ojos.
-Vamos a Barrachina a tomar una cerveza -sugerí.
Nos metimos en el abarrotado local, reconocí a uno de Fuerza Nueva, se llamaba Julio y era un
guerrillero:
-¡Arriba España, Julio! ¡Menudos hijos de la gran puta! -dije como saludo.
-¡Qué pasa chaval! -respondió-. Estoy aquí con unos amigos que han venido desde Madrid a ver el
festival. ¡La verdad es que hacía mucho tiempo que no nos juntábamos todos!
Los reconocí, enfrente de mí tenía a una veintena de Guerrilleros de Cristo Rey y verdaderamente
imponían respeto. Vestían unas chupas oscuras y casi todos portaban gafas de sol, sus edades
rondaban entre los veintitantos y cincuenta y pocos. Por sus gestos se notaba que estaban
acostumbrados a estas lides. Julio me los presentó y nos dimos la mano, uno se levantó mientras
decía al resto:
-Vámonos de aquí, damos mucho el cante y lo que había que ver ya está visto, además, esto huele a
madera.
Lentamente fueron incorporándose todos y salieron al exterior, Julio hizo señal para que les
siguiera mientras decía:
-¿No querías conocer en vivo una cacería de rojos como las de antes? ¡Ahora la vivirás!
Nos alejamos por entre las calles hasta un sitio más apartado. El trasiego de gentes que llegaban a
contemplar la retirada de la estatua era impresionante. Unos iban a aplaudir, los otros a abuchear: en
ese momento buscábamos a algunos de los que aplaudían.
De repente los vimos. No irían menos de un centenar, sus largos pelos y formas de vestir servían de
carta de presentación. Solían moverse en grupos numerosos para evitar posibles agresiones, pero hoy
no tendrían suerte.
Nos detuvimos y los observamos, estaban a un par de manzanas de distancia. Uno de los
guerrilleros, el que llevaba la voz cantante, dijo al resto:
-¡Cómo siempre! ¡A la tercera cargamos!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Avanzamos hacia ellos ocupando todo el ancho de la calle, a nuestras espaldas ocultábamos las
porras y cadenas que nos servirían de armas. Cuando estábamos a menos de treinta metros, nos
divisaron.
-¡Que vienen los fascistas! ¡Que vienen los fascistas! -gritaron con terror.
-¡Permanezcamos unidos! -oímos que decían-. ¡Somos muchos y no se atreverán!
El jefe guerrillero se paró en medio de la vía con las piernas abiertas, mirando fijamente a las presas.
Detrás de él, de acera a acera, nos situamos el resto de igual manera.
- ¿QUIÉN ES LA LEY? -gritó el primero.
-¡¡CRISTO REY!! -respondimos el resto.
Los contrarios, al escuchar tan temida frase, empezaron a flaquear mientras avanzábamos
andando…
-¿QUIÉN ES LA LEY?
-¡¡CRISTO REY!! -volvimos a responder.
-¿QUIÉN ES LA LEY?
-¡¡CRISTO REY ES LA LEY, GUERRILLEROS AL PODER!!
-¡¡CRISTO REY ES LA LEY, GUERRILLEROS AL PODER!!
-¡¡CRISTO REY…!!
Mientras la adrenalina nos llenaba por completo, iniciamos la carga contra los otros, que salieron
huyendo despavoridos, abandonando bolsos y zapatos sobre los adoquines de la acera. Varios
furgones de policía pararon a nuestro lado, pero los uniformados ocupantes permanecieron
inmóviles en sus asientos. No querían problemas.
Tranquilamente nos fuimos del lugar y nos despedimos con un fuerte abrazo, y volví a Cánovas
donde tomé un refresco. Poco después me enteré de que acababan de arrancar la estatua de Franco y
la habían trasladado a algún desvencijado almacén. Planeamos la venganza: esa noche medio
centenar de jóvenes fuimos a arrancar el busto de Simón Bolívar de su emplazamiento en la plaza de
América. ¡Se iban a enterar!
Protegidos por la oscuridad de la noche, amarramos una fuerte maroma a la base y estiramos hasta
que cedió con un fuerte estrépito. Los fragmentos de bronce los subimos al coche de un compañero y
se los llevó. Semanas más tarde los fundimos y, de una fotografía tamaño real sacada de una antigua
revista nazi, realizamos un molde con el que fabricamos cientos de puños americanos que vendimos
como roscas a dos mil pesetas la unidad. ¡Triste final para la imagen del líder de la independencia
sudamericana!
Al día siguiente, todos los grupos afines convocamos una reunión de urgencia. Probablemente fue
la primera y última vez que nos unimos, pero la ocasión lo requería. Analizamos la situación con
calma, la retirada del Caudillo nos pilló por sorpresa y actuamos descoordinados, pero faltaba quitar
el pedestal de piedra y esta vez estábamos sobre aviso. Acordamos permanecer las veinticuatro horas
del día junto al mismo para evitar que lo arrancaran.
Desde ese día, decenas de ancianos hicieron guardia junto a los restos. El lugar se convirtió en un
improvisado santuario donde multitud de personas depositaron ramos de flores y banderas españolas.
A los pocos días de quitar la estatua, los funcionarios municipales volvieron a por lo que quedaba,
pero la temeraria actitud de los octogenarios les paró los pies. La policía instó a los viejecillos a
abandonar el lugar, pero éstos respondieron sentándose en el suelo; el mando policial indicó por
megafonía que estaba prohibido obstruir la vía pública, pero los decididos abuelitos se pusieron de
pie como contestación e iniciaron un recorrido sin fin dando vueltas al pedestal. Aquello fue
demasiado para los agentes de la ley, que ordenaron cargar sin piedad.
Cientos de jóvenes permanecíamos alerta y, al observar la actuación policial, iniciamos al grito de
¡viva Cristo Rey! una carga en toda regla contra los agentes, que huyeron despavoridos sin esperar
refuerzos. Los incidentes empezaron en todo el centro de la ciudad y fueron extendiéndose con
rapidez a las zonas aledañas. En horas posteriores, miles de policías acudieron desde distintos puntos
de España y miles de simpatizantes nuestros hicieron lo mismo.
Durante más de una semana los disturbios fueron continuos y los enfrentamientos directos con los
maderos también. Les gritábamos: ¡la policía con Franco no moría! y ¡policías SÍ, mercenarios NO!
En esas fechas pisé por primera vez los calabozos de la Dirección General de Seguridad. Ocurrió
una mañana a los pocos días de iniciarse los choques. Esa jornada venía con varios compañeros de
lanzar un par de artefactos explosivos caseros, a base de clorato potásico, gasolina y ácido sulfúrico,
contra unos furgones policiales que vimos estacionados. En esa acción conseguimos dañar
Juanma Crespo Memorias de un ultra
73
gravemente uno de sus vehículos y huíamos perseguidos por un grupo de antidisturbios que al grito
de <<fascistas, hijos de puta>>, pretendían darnos caza. Era el pan nuestro de cada día y en aquellas
fechas salíamos de un follón para empalmarlo con otro. En la escapada nos acercamos
temerariamente a la plaza del Caudillo, cometiendo un fallo imperdonable, puesto que esa zona
estaba plagada de policías, y al vernos correr, se unieron a nuestra persecución. Empezamos a
corretear por callejuelas estrechas, pero acabamos metidos en nuestra propia trampa y, de repente,
nos encontramos en un callejón sin salida, rodeados por multitud de agentes. Viendo que lo teníamos
todo perdido, decidimos intentar una salida a la desesperada; nos colocamos en posición y, a la voz
de ¡viva Cristo Rey!, iniciamos la carga, pero las últimas sílabas del grito de combate se
entremezclaron con los estampidos de los fusiles policiales que nos acribillaron con bolas de goma.
Sentí un fuerte impacto en el muslo, creí que me lo habían arrancado de cuajo y el dolor me hizo
perder el conocimiento. Al recobrarlo me vi tumbado en la calle rodeado de mis amigos, que no
estaban mejor que yo, y junto a nosotros, decenas de maderos charlando con sus cascos en las manos.
Observé a mi lado una pesada pelota de caucho y, sin pensarlo dos veces, la lancé con fuerza hacia
los de marrón. Hice blanco con tan mala suerte que uno de ellos recibió el impacto en pleno rostro y
se tambaleó, sus compañeros volvieron sus iracundas miradas hacia mí y corrieron, porra en mano, a
darme un sinfín de patadas y porrazos por todas partes. Cuando recobré de nuevo el sentido, me
encontraba dolorido con la cabeza empapada en sangre y rodeado de gente en un pequeño cuartucho
maloliente con rejas. Eran los calabozos.
Permanecí casi un día junto a decenas de detenidos, luego me dejaron en libertar sin tomarme
siquiera los datos ni curar mis heridas. Tal era el descontrol que había.
Ahí finalizó para mí esta historia. Pocos días después se llevaron el zócalo de la estatua y finalizaron
las batallas campales. Hubo cientos de heridos, muchos vehículos incendiados y un antiguo
combatiente de la División Azul resultó muerto a causa de un infarto durante una carga policial.
Escasas semanas más tarde, se celebraron las terceras elecciones democráticas desde la muerte de
Franco, y los socialistas ganaron por mayoría absoluta. Unos días después, Blas Piñar anunciaba por
sorpresa la disolución de Fuerza Nueva.

Capítulo IV
Juanma Crespo Memorias de un ultra
74

La noticia nos llegó de sorpresa y, al principio, no le dimos mucho crédito. Es cierto que, en las
jornadas posteriores a las elecciones, la sede vivió un ambiente de rostros serios y cariacontecidos en
el que se realizaban frecuentes reuniones de urgencia. Pero ese clima lo achacábamos a la pérdida de
nuestro único escaño en el Congreso de los Diputados y a la fulgurante victoria electoral socialista.
Nos equivocamos. En la jefatura provincial de Valencia, nos comunicaron la triste decisión y dejaron
una puerta abierta a la esperanza:
-Aunque es cierto que Blas ha disuelto el partido, seguramente se tratará de una maniobra para
crear otro con más apoyos dentro de un tiempo -dijeron los entendidos.
En los días siguientes, realizamos multitud de asambleas, y las juventudes en pleno tomamos una
firme decisión: continuaríamos acudiendo a la sede y trabajando como si nada hubiera pasado.
En el fondo, y por mucho que lo analizábamos, no acabábamos de entender las razones que expuso
nuestro líder, y su lapidaria frase: <<Nos han dejado sólos>>, la considerábamos una solemne
chorrada. ¿Acaso desconocía que siempre habíamos luchado en solitario contra el resto de partidos
del sistema? ¿Y los jóvenes, qué? ¿Es que el sacrificio de todos aquellos que habían sido encarcelados
o asesinados por sus ideas no valía nada? Pero es más… ¿No éramos tan antidemócratas? ¿Cómo
podía ser posible que la excusa para disolvernos fuera la de no haber conseguido suficientes votos?
¡Pero si nosotros pasábamos de la puta democracia y de las putas urnas! ¡Si siempre nos habían
asegurado que nuestra victoria iba a ser por cojones…! ¡Que las masas sólo eran rebaños de borregos!
¡Joder! ¡Si lo decían cientos de veces en las reuniones doctrinales…! ¿Ya lo habían olvidado? ¿O,
sencillamente, nos habían estado tomando el pelo como tontos sobre la base de nuestro sacrificio, y
todos eran más de lo mismo?
Un cúmulo de dudas nos asaltaron en esas primeras semanas, pero la mayoría decidimos seguir
adelante. ¡Siempre inasequibles al desaliento! Pero no era tarea fácil, todo eran trabas e
inconvenientes por parte de los antiguos dirigentes de la organización. Nuestra postura de lealtad fue
considerada como una traición por parte de algunos compañeros leales a Piñar. Al cabo de unos
meses, nos dimos cuenta de que, a las juventudes, sí que nos habían dejado solas; de nada valían los
sacrificios pasados, los cientos de riesgos innecesarios a los que nos vimos sometidos por aquellos
que, a la menor dificultad, nos dejaban tirados y a la buena de Dios. ¡Cuántos militantes de Fuerza
Nueva fueron abandonados a su suerte después de tener problemas con la justicia por cumplir las
órdenes del mandamás del partido! ¡Cuántas bobadas tuvimos que aguantar a diario, como, por
ejemplo, contemplar la expulsión de compañeros por el simple hecho de haberse casado por lo civil!
¡Cuántos bulos ofensivos propagaron los jerarcas contra aquellos que abandonaron Fuerza por
cansancio… después de sacrificar toda su juventud! Y a pesar de todo y de todos, siempre habíamos
acatado, ciegamente, las órdenes de nuestro líder. ¡Y total, para acabar así!
Esos días fueron muchas las lágrimas de impotencia derramadas al ver lo injustamente que nos
trataban aquellos por quienes nos entregamos en cuerpo y alma. Algunos decidimos seguir
trabajando en solitario, pero en escasos meses, nos juntábamos escuadras donde antes formaban
centurias.
No fuimos la única organización política de nuestro entorno que sufrió importantes
transformaciones durante esos meses. En Falange Española de las JONS, acababa de iniciarse una
revolución interna que, al grito de: <<¡Falange para los jóvenes!>>, logró expulsar a todos los
dirigentes que habían colaborado incondicionalmente con el anterior régimen. Entre los destituidos
se encontraban Pilar Primo de Rivera y Raimundo Fernández Cuesta, antiguo jefe nacional del
partido. Su cargo fue ocupado por Diego Márquez Horrillo, un falangista seguidor de Manuel
Hedilla, histórico jefe de Falange a la muerte de José Antonio y cuya frontal oposición a Franco le
supuso, en los años cuarenta, una condena a muerte conmutada posteriormente por la de prisión.
Por otro lado, el Frente de la Juventud hacía aguas debido a la peligrosa línea política seguida por
sus miembros, que provocó el procesamiento por parte de la Audiencia Nacional, de muchos de sus
militantes acusados de graves delitos terroristas.
De las distintas facciones falangistas… mejor ni hablar. Todas ellas se encontraban sumidas en un
fulgurante proceso de descomposición iniciado tras la muerte de Franco, que menguaba
constantemente sus maltrechas filas.
Las organizaciones nazis no salieron mejor paradas. El PENS desapareció y tan solo Cedade, con su
docena de militantes habituales, permanecía inalterable.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
75
En ese clima de profundas crisis y divisiones internas, únicamente el simbólico sindicato CONS se
mantuvo más o menos igual y pasó de ser cola de elefante a cabeza de ratón. José Luis Roberto
empezó a tener sueños de grandeza.
Mientras tanto, la inmensa mayoría de militantes de Fuerza Nueva, aquellos que meses antes
llenaban plazas de toros e inmensos cines, volvieron a sus casas con el rabo entre las piernas; algunos
de éstos, no más de media docena, ingresaron en Falange, y una veintena de los mejores miembros
de Fuerza, formaron una asociación nueva, Juventud Nacional. Ésta, en sus pocos años de existencia,
buscó defender los ideales en los que siempre creyeron, pero renunciaron por completo a Blas Piñar,
a quién veían como un traidor y un vendido.
Personalmente, durante esos difíciles meses, no me integré en ningún sitio, aunque a raíz de mi
relación con una chica de Falange comencé a acercarme a ese partido que no me acababa de ofrecer
demasiada confianza por su postura tan antifranquista. En mi interior, comenzó a gestarse un cambio
radical, marcado por mi frustración traducida en odio, y empecé a fraguar, con algunos antiguos
compañeros de Fuerza Joven, la posibilidad de crear una organización armada capaz, si no de llevar
la lucha a las calles, al menos de dirigir nuestra ira contra los adversarios políticos. Fuerza Nueva
había muerto, pero algunos de sus militantes decidimos firmar el acta de defunción a nuestra
manera.
Cuatro jóvenes comenzarnos a reunirnos a diario y decidimos formar un comando de acción
directa. ¡Se iban a enterar! Cada uno aportó su peculiar grano de arena: el mío consistía en los
conocimientos que había adquirido con los años para fabricar artefactos explosivos e incendiarios,
todo ello unido a la férrea convicción de que sólo nos quedaba esa drástica solución.
Durante más de seis meses, provocamos varios incendios en sedes políticas, librerías catalanistas y
alguna que otra oficina de organismos públicos, como Correos. Igualmente, prendimos fuego a varios
vehículos de militantes izquierdistas o separatistas, y cuando los franceses iniciaron el destrozo de
camiones españoles, respondimos destrozando coches con matrícula gabacha. Una noche, quemamos
un Peugeot con placas parisinas que resultó pertenecer a un teniente coronel del ejército español,
simpatizante de Fuerza Nueva; el revuelo que se organizó hizo que desistiéramos de arrasar turismos
sin antes cerciorarnos de la identidad del propietario.
A los meses de iniciar estas salvajes acciones, decidimos autodisolvernos debido al acoso policial que
padecíamos y a la detención de algunos compañeros, acusados erróneamente de nuestros actos. Del
cuarteto, únicamente yo seguí en política, aunque sin militar en ningún sitio.
La facción que creamos firmaba los atentados con las siglas NFN. Causamos a la policía más de un
quebradero de cabeza y conseguimos eludirla con éxito. Unos años después, ya prescritos esos
delitos, me encontré casualmente con el inspector Montero de la tercera brigada de información, que
era la que se encargaba de controlar a los grupos de extrema derecha. Mientras recordábamos viejos
tiempos, este policía me preguntó si conocía a los responsables de aquellas acciones, pues siempre
había tenido curiosidad por conocer el significado de esas siglas. No respondí y eludí la conversación,
pero era evidente que en esa época quisimos tener la última palabra y nuestro grupo sólo podía
llamarse como pretendimos: Nueva Fuerza Nueva, la organización con la que quisimos pusiera un
punto final digno en contraste con el patético ocaso político que padecimos.
Hacia finales del 82, mi novia me invitó a una fiesta que se iba a realizar en la sede de Falange y, de
paso, me animó a afiliarme a ese partido. Ya conocía de antes a varios miembros, y no para bien
precisamente. Mi antigua militancia en la organización de Piñar pesaba como una losa ante esta
gente que sentía una repugnancia infinita hacia todos los <<pitufos>> en general y hacia mí, por
haberles birlado a una chica, en particular. No obstante, decidí exponerme y acudir con ella a esa
velada que no olvidaré jamás.
Fue un sábado, ya tarde, cuando atravesé el umbral que me aventuró en su recinto. Entré cogido del
brazo de mi pareja, una preciosa joven de largo pelo azabache; ella supo encontrar rápida ubicación
para los dos en una mesa situada al fondo de la sala de reuniones. El lugar era un piso antiguo,
pobremente decorado y mucho menor que la sede a la que estaba acostumbrado; una enorme figura
que representaba el yugo y las flechas destacaba sobre la desnuda pared. Pero lo que llamó mi
atención fue la profusión de jóvenes, unos doscientos; aun a pesar de contar con menos afiliados que
Fuerza. Podría decirse que las juventudes falangistas estaban más implicadas políticamente que
muchos de mis antiguos compañeros; además, participaban con ilusión en todas las actividades que
desarrollaban, a diferencia de la mayoría de la gente a la que yo estaba acostumbrado. Me sorprendió
que entre ellos se trataran de forma habitual con la palabra <<camarada>>, que sonaba un poco a
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ruso. Ese término lo había escuchado en alguna ocasión durante mi permanencia en Fuerza Joven,
aunque generalmente se empleaba en tono de mofa o de manera esporádica por algunas personas y
en ciertas ocasiones. Cuando tomé contacto con los de Falange, lo escuché usar de forma coloquial y
continua. Con el tiempo acabaría por acostumbrarme.
Mi llegada a su local, que era el término que usaban para referirse a la sede, no pasó desapercibida.
Todos sabían de qué pie cojeaba y, al principio, me tocó recibir sus furiosas miradas. Conforme las
horas fueron transcurriendo y el alcohol empezó a correr por sus cuerpos, se calentó el ambiente y
comenzaron las canciones alusivas. Recuerdo que se juntaron frente a mí y empezaron a entonar a
mala leche una letrilla que decía:

En el nombre de España y su pueblo


Hace años un joven surgió
Le siguió todo aquel que quería
La Justicia y el ser español.
La derecha teniendo aquella fuerza
A José Antonio no quiso salvar.
Nos robaron nuestras flechas y emblemas
Para al pueblo español engañar.
Y qué quede bien clara una cosa
Si atento estuviste a mi canción.
¡No es lo mismo Falange Española
Que el Movimiento franquista traidor!

Comencé a sentirme muy incómodo, sabía que los <<cantaores>> analizaban minuciosamente cada
gesto mío buscando una excusa para arrearme un palizón… ¡Y esta vez estaba sólo! Decidí aguantar
estoicamente. Mientras tanto, mi novia se acercó a su gente y les pidió que, por respeto hacia ella,
me dejaran en paz; un buen número le hizo caso, pero un pequeño grupo encabezados por uno al que
apodaban Martínez el Facha, en alusión al famoso personaje de El Jueves, continuaron
encabronándome con la siguiente rima:

¡Viva Franc…! ¡Viva Franc…! ¡¡Viva Frankenstein!!


¡Muera Franco! ¡Muera Blas! ¡¡Muera el Opus Dei!!

La provocación seguía imparable y, viendo que empezaba a ponerme nervioso, quisieron romper la
cuerda dedicándome otros versos con la siniestra intención de que saltara todo por los aires y se
armara la marimorena. Se trataba de una melodía con una letra que me impresionó, decía así:

Suelo árida de patria corrompida…


¡Surgen los jóvenes que vuelven a luchar…!
Contra el burgués y el patrón capitalista…
¡Contra el marxismo internacional!
Contra traidores y vendidos… ¡Contra ellos!
Contra el que ultraja la camisa azul mahón…
Contra niñatos que se dicen falangistas…
¡Contra <<pitufos>> y fascistas de ocasión!
Si ellos peinan sus cabellos… ¡Yo devuelvo!
Nuestros perfumes son la sangre y el sudor…
Nuestras canciones son los gritos de los muertos…
Y nuestra novia la Falange de las JONS.

Al finalizar esta coplilla, se encararon conmigo y comenzaron abiertamente los insultos: <<¡Pitufo
de mierda… vete de aquí!>>. Me levanté de golpe con los ojos inyectados en sangre dispuesto a
vender caro mi pellejo, pero varios camaradas de los anteriores acudieron a poner orden en ese
tremendo barullo. Mi novia me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta, mi paciencia tenía un
límite, y el mío se había acabado. Mientras bajaba las escaleras me llegó las rimas de otra copla:
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¿Dónde estaba don Blas en el cuarenta y uno…?
¡Que quiso ser notario y no divisionario…!
Rumba… la rumba… la rumba… ¡La rumba del cañón!

Comencé a ganar metros y me alejé del lugar, pensé que esta mala experiencia ya había finalizado…
pero ignoraba que quedaba la segunda parte.
Unos días después, acudí con mi novia a una nueva zona de copas que había en Valencia; estaba
situada en una céntrica plaza llamada Cánovas, donde, en pocos meses, una multitud de locales
habían abierto sus puertas. Decidimos entrar en uno que parecía recogido e íntimo, pero quiso la
mala suerte que, a los pocos minutos de estar allí, entraran varios de los falangistas con quienes tuve
el altercado en su sede. Cuando nos vieron, se acercaron a provocarme, pero no estaba el horno para
bollos y decidí poner fin a esa historia. Me encaré con el cabecilla y le pedí que saliera del local para
solucionar, de una vez por todas, la disputa.
-Tú y yo sólos -le dije-. ¿O no tenéis huevos los de Falange?
El rival accedió y salimos a la acera. Sin previo aviso, me lanzó un puñetazo a la cara que vi venir y
esquivé a la vez que le soltaba un sonoro bofetón con la mano abierta, que alcanzó de plano su oreja
y le hizo perder el equilibrio. Cayó como una tortuga junto a un árbol; no se lo esperaba y, con los
ojos abiertos de par en par, me miró desde el suelo con una expresión idiota, cómo diciendo: <<¿Pero
qué coño ha pasado?>>. Me volví lentamente y dije al resto:
-¡Ha sido una pelea justa! ¡No quiero problemas con vosotros! ¡Quiero ser vuestro amigo! ¡Por mi
parte el asunto está olvidado!
De esa forma tan absurda inicié mi relación en Falange, exactamente igual qué como empecé en
Fuerza Nueva, ¡a guantazos!
Pocos meses más tarde, esta organización celebró un acto público en un conocido cine de la Gran
Vía, y decidí acudir. Jamás había estado en uno de sus discursos y los suponía del estilo a los que
estaba acostumbrado. Me equivoqué de nuevo. De entrada estaba familiarizado con mítines donde
acudían miles y miles de personas. No era el caso de la Falange; como mucho, habría dos mil
personas, y eso, mirándolo con buenos ojos… pero se los notaba distintos. La gente no llevaba
abrigos de piel ni joyas y, eso sí, muchos eran trabajadores y estudiantes. Los jóvenes vestían la
camisa azul, limpia de insignias y de medallitas, tan sólo el yugo y las flechas bordado en rojo sobre
la tela. No cubrían sus cabezas con boinas coloradas, en algunos casos, la usaban negras; las mangas
de sus camisas estaban uniformemente arremangadas por encima de los codos <<como señal del que
trabaja>>, según dijera José Antonio. Durante todo el discurso, ni una sola mención a Franco, pero
muchas a la unidad de España, la justicia social y… ¿el derecho a la huelga? ¡Anda, eso era nuevo!
Los gritos al final, muy escuetos: ¡José Antonio Primo de Rivera!, ¡presente! y ¡arriba España!
Salí de ese acto extrañado y confuso, pero en mi interior sentía una emoción que jamás antes había
conocido… algo muy especial. La semana siguiente, me afilié, aunque no estaba muy seguro del
porqué.
Por esas fechas, a mediados del 83, recibí una carta en mi casa firmada por un antiguo jefe de
Fuerza Nueva donde invitaba a todos los ex-militantes de la organización a acudir a una reunión que
tendría lugar en un piso cercano a la plaza de toros. Sentí curiosidad y pensé acudir, quizá tan sólo
me movían las ganas de volver a ver a antiguos compañeros. La verdad no la sabía, pero allí me
planté el día y la hora indicados en la misiva. Esperaba que fuera un encuentro multitudinario al que
acudirían cientos de ex-afiliados emocionados al sentir la llamada de nuestros antiguos mandos, pero
tan sólo una decena de personas fuimos a la cita. En menos de un año, se había pasado de una
afluencia masiva y apasionada a un pasotismo atroz; los tradicionales seguidores no estaban
dispuestos a perdonar tan fácilmente la espantada política que protagonizó Blas Piñar y que nos dejó
con el culo al aire.
Aún con bastantes reticencias y sin el menor atisbo de emoción, decidí escuchar por mí mismo lo
que pensaban referirnos. Inició la charla un ex miembro de la organización que dijo que Blas se
había dado cuenta del error cometido y estaba dispuesto a volver al panorama político con un nuevo
partido más fuerte que el anterior. En principio, se habían constituido unas asociaciones culturales
por toda España que, con distintas denominaciones, pensaban aglutinar lo que sería el embrión de la
futura formación que contaba con importantes apoyos. Sólo faltaba nuestro firme compromiso de
participar seriamente en este proyecto. Indiqué mi imposibilidad, puesto que acababa de afiliarme a
Falange; pero, aunque les extrañó que estuviera en un partido tan rojo, no pusieron obstáculo alguno
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en que permaneciera en él, ya que lo que proponían era afiliarnos a una asociación independiente sin
vinculación política con ningún grupo. Decidí pensármelo con calma y contestar en unos días. Al
final y después de tratar este asunto con varios compañeros, resolvimos apuntarnos para ver cómo
acababa todo. La asociación se llamaba Unión Hispana, y las juventudes estarían comandadas por dos
conocidos militantes de Fuerza.
En Falange, comenté mi decisión y, aunque no les hizo mucha gracia, no se opusieron a ella.
-Te van a volver a tomar el pelo… quien la hace una, la hace dos… -insistían.
Pensé que el tiempo quitaría o daría la razón a quien la tuviera. Pasaron los meses y la asociación
empezó a funcionar, aunque ni por asomo llegó a arrastrar la gente de antes. Las juventudes, debido
al crecimiento experimentado, decidimos crear una entidad propia y así lo hicimos formando el
Frente de Acción Español (FAE).
A finales del 83, contábamos con más de un centenar de jóvenes, y a mí me hicieron jefe de línea.
Fueron unos meses de doble militancia, porque aunque permanecía en los dos sitios, donde
realmente me sentía mucho mejor era con la gente de Falange, quienes me dejaban ir a la mía
teniéndome como un caso aparte.
Volví a acudir a mítines de Piñar, aunque no sentía sus palabras de igual forma. Un día realizó un
acto en un cine de Valencia por el que cobró entrada. En su discurso dijo: <<A partir de ahora quien
quisiera escucharme… ¡que pague!>>. Estimé que esa actitud no haría más que apartarlo de la gente
y crear un grupo reducido y sin capacidad de renovación; el tiempo demostró que no erré en mis
apreciaciones. Tampoco entendí lógico que en sus palabras culpara del fracaso de estas asociaciones a
los antiguos afiliados, al fin y al cabo fue él quién nos abandonó a la mínima adversidad. Algunos
jóvenes empezamos a distanciarnos, aunque no presentamos la baja, porque en el fondo estábamos a
gusto con los compañeros, incluso con los de mayor edad.
Una tarde, me encontraba en la sede de Unión Hispana cuando sonó el timbre de la puerta; oí que
abrían, y alguien preguntó por mí. Me extrañó, no conocía esa voz, pero salí al recibidor y contemplé
a un viejo conocido con el que casi no había llegado a tratar. Era Carlos, el miembro de Cedade con
el que coincidí cuando retiraron la estatua de Franco un año antes.
Al verme, se acercó y me dio un fraternal abrazo dejándome boquiabierto, ya que, hasta la fecha,
tan sólo habíamos intercambiado un par de palabras y, de eso, hacía mucho tiempo. Dijo que quería
hablar conmigo en privado, y salimos a tomar un refresco a un bar cercano. Una pregunta rondaba
mi cerebro: <<¿Qué demonios querría un conocido nazi de mí?>>. En unos minutos, esperaba
conocer la respuesta.
Si alguna vez me indicaran que describiera un estereotipo físico de nacionalsocialista, me basaría en
Carlos. Tenía unos veinte años, complexión atlética, alto, ojos azules y pelo rubio peinado hacia un
lado, al típico estilo hitleriano. Siempre lo vi vestir similar: camisa clara y pantalón de tela gris. El
chaval parecía simpático y abierto, pronto comprobaría si estaba equivocado en mi intuición.
Tomamos asiento en un rincón y le pregunté por el motivo de su visita.
-Verás… -dijo-. Te recordaba de cuando el asunto de la estatua y pensé en proponerte algo
importante.
-Tú dirás…
-Te anticipo que antes de decidirme a venir a hablar contigo, comenté el asunto que voy a
proponerte con miembros de Cedade… pero no estaban muy por la labor…
-¿De qué se trata? -pregunté extrañado.
-¿Estarías dispuesto en asaltar conmigo una sede comunista para llevarnos documentación y fichas
de filiación? -soltó de golpe.
Me extrañó lo directo de su pregunta, máxime cuando casi no habíamos tratado con anterioridad. Si
algún desconocido me hubiese propuesto algo similar, lo habría despachado sin muchos
miramientos… la policía solía tendernos trampas con jugadas similares, pero aunque ignoraba el
motivo, me fiaba de él.
-¿Y por qué me has buscado precisamente a mí? -inquirí.
-Me fijé en ti cuando lo del follón de la estatua, te vi una persona decidida y activa… luego, cuando
pensé en alguien para este asunto, te recordé y pensé en proponértelo. De todas formas, Andrés me
comentó que eras de fiar…
-¿Y de qué va el asunto exactamente?
-¡Entonces te interesa el tema!
-Pues sí… supongo que sí -dije sin demasiada convicción.
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-Vale, voy a ponerte al día… pero de lo que hablemos ni una palabra a nadie…
-¡Hombre…! ¡Que no estás tratando con un crío!
-Verás… te explico. En una calle cercana al ayuntamiento, está situada la sede del Partido
Comunista Marxista Leninista… sabes quienes son… ¿no?
Asentí con la cabeza, los miembros de ese grupo de ultraizquierda eran viejos conocidos…
-Pues bien… -prosiguió Carlos-, esta gentuza ha preparado, para dentro de unas semanas, una
manifestación en la plaza de la Reina para protestar por no sé qué chorrada. Aprovechando que ellos
estarán reunidos durante un par de horas en la calle, entraremos en su sede y cogeremos toda la
documentación que veamos… ¿Te hace el plan?
-Tengo tres dudas… -indiqué.
-Soy todo oídos…
-La primera es cómo piensas entrar en ese sitio.
-Eso es lo más fácil… -interrumpió-. El mundo es un pañuelo, y da la casualidad de que el piso que
utilizan de sede pertenece a mi abuela, y la buena mujer se lo alquiló hace unos meses y… ¡Voilá!
Al pronunciar esta palabra, sacó de su bolsillo un oxidado manojo de llaves que colocó sobre la
mesa.
-¿Son de donde me imagino? -interrogué.
-Sí, son las llaves de la sede comunista. Cuando supe que mi abuela les había arrendado el piso,
supuse que guardaría unas copias, las busqué y aquí están. La semana pasada, comprobé que abrieran
bien la puerta -explicó.
Asentí con la cabeza y observé, hipnotizado, el manojo de llaves. ¡Joder! ¡Era perfecto!
-Vale, esta parte está clarísima. La segunda duda que tengo es la siguiente: si es todo tan fácil, ¿por
qué no colaboran contigo tus compañeros de Cedade?
-Existen dos motivos: el primero es que en Cedade pasan de movidas… prefieren seguir en plan
pacífico y evitar los líos, y la segunda razón es que nuestra sede está en la misma calle que la de ellos
y, si nos ven, no les costaría mucho trabajo localizarnos, de hecho, ya hemos tenido algún que otro
encontronazo.
-Entendido -exclamé-. La última pega que encuentro es la siguiente. Desde el lugar donde van a
manifestarse a su sede hay menos de trescientos metros, ¿y si se les ocurre volver antes de hora…?
-Es difícil que eso ocurra -dijo Carlos-. Pero hay que estar preparados para esa posible eventualidad,
deberemos llevar <<cacharras>> por si las moscas. Supongo que tú tienes alguna.
-Sí -confirmé-. Tengo una del 6,35.
-Es un calibre pequeño. Te hará falta una del nueve largo, o quizá, del nueve parabellum -explicó
preocupadamente el nazi-. ¡No pasa nada, tengo la solución perfecta! Poseo dos trastos, puedo darte
un <<puro>> del nueve largo. Es una pistola un poco antigua, pero buena y funciona perfectamente.
¡Mañana la traigo y te la quedas! ¿De acuerdo…?
Parecía una buena idea. Además, conocía de vista ese tipo de pistola y, aunque la más moderna era
de tiempos de la guerra civil, en todo caso resultaría mejor que la mía. A esta clase de arma la
denominaban <<puro>> por la forma inconfundible de su cañón cilíndrico semejante a un gran
cigarro, algunos la denominaban <<la sindicalista>>, aunque ignoro el motivo.
-Bueno, el tema parece claro y, por mi parte, estoy conforme. Supongo que tendrás un plan más
detallado. ¿no?
Permanecimos charlando amistosamente durante varias horas. Hasta ese instante, jamás había
conocido de cerca a un nazi. Solía verlos en ocasiones junto a las mesas de propaganda que instalaban
en la calle a escasa distancia de las nuestras, pero no existía relación entre las diferentes
organizaciones, es más, nos caían fatal. Por otra parte, había visto las películas y documentales que
emitían por la tele, y la impresión que esta gente me producía no podía ser peor. Quizá por eso intuí
que sería interesante hablar con él, podía tratarse de la ocasión perfecta para que me despejara ciertas
dudas y me explicara sus motivos de militancia en dicho grupo.
-Una pregunta, Carlos… ¿cómo se te ocurrió meterte en Cedade?
-Verás… -explicó-. Mi abuelo era alemán y se estableció en España después de acabada la segunda
guerra mundial, aquí se casó con una española y nació mi padre. Él me explicó cosas que no aparecen
en los libros de historia. Hace unos años, decidí afiliarme a Cedade; acudí a su sede, donde me dieron
una charla y una relación de libros que tenía que leer antes de formalizar mi ficha. Me dijeron que
cuando leyera ese montón de textos, si me quedaban ganas, volviera a su sede y hablarían conmigo.
Así lo hice y, al cabo de un par de meses, regresé, me metieron en un despacho y comenzaron a
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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interrogarme sobre mis ideas políticas hasta que quedaron satisfechos, entonces me afiliaron. Se
informaron de toda mi vida y comprobaron que era quien decía y mi abuelo también…
-¿Tanto rollo para afiliarte? ¡Joder! ¡Seréis cuatro gatos!
-En Cedade no buscamos cantidad, sino calidad, y cualquier militante nuestro sabe más de política
que cien de los tuyos. Además, tomamos precauciones para evitar filtraciones del Mossad.
-¡Menuda película tenéis montada! ¡Y qué pinta el Mossad en todo esto! Si sois tan poca gente, no
creo que supongáis un riesgo para ellos.
-Ahí te equivocas. Cedade es una de las mayores distribuidoras de libros con temario
nacionalsocialista en el mundo y la más importante en Europa. Por ejemplo, en Alemania, todo lo
que tenga que ver con el mundo nazi está prohibido por ley, nosotros les proporcionamos mucho
material.
-¿Hace falta tener ascendientes nazis para afiliarte?
-¡Qué va! ¡Ni mucho menos! Lo imprescindible es que un par de militantes conocidos den la cara
por ti.
-¿Y quién es vuestro jefe?
-Tenemos varios líderes, como Pedro Varela, Christian Ruiz o Ramón Bau. Son gente que no se deja
influir por los medios y lucha contra este sistema basura en poder de la oligarquía sionista. ¿Has leído
los Protocolos? -preguntó.
-¿Los Protocolos? ¿Qué es eso?
-Ya te los dejaré. Los Protocolos de los Sabios de Sión es un libro que no existe. Si vas a cualquier
librería y lo pides, te dirán que no saben lo que es… pero nosotros lo tenemos. Yo te dejaré una copia
para que lo veas y despiertes.
-¿Y de qué va el libro ese? ¿Es nazi?
-No. ¡Qué va! Se trata de las actas de una logia masónica sionista, donde explican el plan para
dominar política y económicamente el mundo; relata los pasos necesarios para alcanzar el poder
mundial mediante la implantación de gobiernos títere supeditados a los intereses de Israel. Buscan
lavar los cerebros de las masas, mediante el control de los medios de comunicación y el poder
económico a través de la Banca sionista… Es una conspiración que está en marcha desde hace siglos.
Para ellos somos <<los gentiles>>, una especie de subhumanos cuya única finalidad es servirles como
esclavos. Eso no lo digo yo, lo dice el Talmud hebreo.
Me quedé con la boca abierta escuchando las disertaciones de Carlos, y la verdad es que cuanto
decía me sonaba bastante a película <<conspiranóica>>. No di mucho crédito a sus palabras, tenía
claro que el poder judío era muy importante. ¡Pero de eso a tanta confabulación mundial!
-Bueno, Carlos, suponiendo que sea cierto lo que cuentas, ¿reconocerás, al menos, que los nazis se
pasaron muchísimo con el genocidio judío?
-¡Es que esa historia es una mentira! -interrumpió-. ¡Jamás existió el Holocausto! Esa historia se la
inventaron los judíos para convertirse en víctimas… es lo que siempre han hecho, manipular la
historia para aparecer como los buenos.
-Carlos… ¡Que hay fotos… vídeos… testigos y de todo…!
-¿Sabes a quién le encargaron realizar los reportajes de los falsos campos de exterminio nazis? -
interrumpió.
-¿A quién?
-A Alfred Hitchock. Él mismo reconoció que todo se trató de una película encargada y pagada por
los judíos.
Me quedé sin palabras, pero sin terminar de creerme lo que contaba. Está claro que los que ganan
las guerras escriben la historia… pero de ahí a que los nazis fueran angelitos existía un abismo
inmenso. Carlos prosiguió la conversación:
-Vivimos en un mundo totalmente dominado por los sionistas. Las empresas multinacionales, desde
la Philips hasta la Coca-Cola, son de capital judío. Tú mismo en estos momentos vistes un pantalón
Levi´s, antes bebiste una Fanta, en tu muñeca llevas un reloj Casio y fumas Camel… ¡Todas son
marcas de Sión! El 95% del capital mundial está en manos de banqueros judíos, eso es una realidad
incuestionable. En los años treinta, el Führer se percató de esta situación, y nosotros tenemos la
misión de abrir los ojos al mundo… aunque es difícil.
-¿Has dicho que la marca Casio es judía…? ¿Pero no es japonesa?
-Es sionista… -confirmó-. Ya te lo explicaré con detenimiento en otro momento.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¿Y sobre el tema de la raza aria, la supremacía racial y todo eso, qué hay de cierto? -le pregunté
intrigado.
-¿Cómo que qué hay de cierto? ¡Todo es cierto! Existen diversas razas en el mundo: la aria, la
asiática, la negroide… Nosotros, los europeos, somos arios, que es lo mismo que decir blancos, y
tenemos que velar por la pureza de la raza, al igual que los negroides velan por la suya…
-¡Joder, Carlos…! Eso de negroides suena fatal.
-No lo digo como insulto, sencillamente, es una realidad. Tampoco digo que por ser blanco sea más
que un negro. Evidentemente, en Europa sí que soy más… pero lo que en definitiva buscamos es la
pureza racial tanto blanca como negra, huyendo del mestizaje. ¿A ver si sabes de quién es este
dicho?: <<Al blanco y al negro los creó Dios, al mulato lo creó el diablo>>.
-No sé… ¿De Hitler?
-¡Que va…! -dijo Carlos riéndose-. Es un proverbio Zulú… Verás, la historia la escriben los que
ganan las guerras, y la nuestra la han escrito los judíos. Para tu información, no existe un solo texto o
discurso del Führer donde hable de la supremacía aria, eso es un invento sionista…
-¿Y eso de que para ser de las SS había que ser rubio y ojos azules? -inquirí.
-Eso fue una historia de Himmler, lugarteniente del Führer y jefe supremo de las SS. Himmler era
homosexual y elegía a sus tropas conforme a sus gustos personales. ¿Acaso el Führer era rubio y de
ojos azules? -preguntó.
-Pues creo que no -afirmé.
-Son mentiras que os cuentan los que piensan que, a fuerza de repetir, se acabarán convirtiendo en
verdades. Pero una mentira siempre es una mentira.
-Hay quienes dicen que queréis acabar con los tullidos y retrasados. ¿Eso es cierto o es otra mentira?
-solté de pronto.
-Depende… Por ejemplo, si una persona está tullida puede ser útil para algunos trabajos, aunque
eso siempre dependerá en definitiva del grado de su enfermedad. Los retrasados mentales son un
caso aparte, son personas incompletas que sólo sirven para producir gastos y que, si no existieran
estos avances médicos modernos, habrían muerto al poco de nacer. Mantenerlos con vida no es sólo
un gasto inútil, es, además, un acto contra natura. ¿Has oído hablar de la selección natural? -inquirió.
-Sí, claro que sé lo que es eso…
-Pues que esa gente muera es un acto de selección natural; en esta vida únicamente sobreviven los
más aptos… el resto es pura demagogia.
-¡Hombre, es bastante inhumano lo que dices…! -repliqué.
-Desgraciadamente, es la realidad, lo demás son tonterías sionistas que sólo buscan debilitar nuestra
sociedad. No te dejes engañar, no seas tonto… -concluyó Carlos.
Quedé sorprendido por sus aseveraciones y por la dureza de ellas. Luego afirmó que el
nacionalsocialismo alemán junto con el fascismo italiano fueron los creadores de las vacaciones
pagadas, la jornada laboral de cuarenta horas y la seguridad social, que exportaron posteriormente al
resto de países occidentales. Seguramente, ignoraba que el canciller Bismark fue el pionero en crear
en el mundo moderno esa institución allá por el 1883.
Narró con énfasis como los nazis fueron los promotores de los movimientos ecologistas y del
naturismo, a la vez que Hitler practicaba y promovía entre sus fieles la dieta vegetariana y se negaba
a comer cadáveres putrefactos, como denominaba a los sabrosos entrecots de ternera.
Carlos estudiaba en la universidad con buenas notas, aunque únicamente se relacionaba con sus
camaradas nacionalsocialistas; además, seguía al pie de la letra estos consejos y, como él, todos los
miembros de Cedade que conocí en esos años. Eran sumamente exigentes consigo mismos y habían
hecho de su política una forma de vida. No usaban prendas vaqueras ni de marca… eran judías. No
bebían productos provenientes de multinacionales… eran judíos. No tenían su dinero metido en los
bancos… eran judíos. No pensaban adquirir jamás un automóvil, a lo sumo una bicicleta, porque
todas las empresas automovilísticas… eran, cómo no, judías. Tampoco comían carne, sólo leían y
leían todos los textos nacionalsocialistas y revisionistas que caían en sus manos. Así eran los nazis
españoles de principios de los ochenta y finales de los setenta. Unos aburridos intelectuales de tomo
y lomo. Quizá fue por eso por lo que Carlos decidió pasar a la acción…

Mientras tanto, ajenos a estos preceptos éticos, en una lechería situada en el centro de Valencia,
media docena de chavales se reunían todos los días a beber cerveza. Llevaban una vestimenta muy
peculiar: pantalones vaqueros ajustados, tirantes con la bandera española, camisetas con esvásticas,
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botas militares con puntera de acero, el pelo rapado al cero y múltiples tatuajes con símbolos nazis.
Pocos meses antes, dos de sus miembros, el Conejo y Flash, ingresaron en prisión acusados de haber
asesinado a un vagabundo al que posteriormente prendieron fuego. Se denominaban los cabezas
rapadas y, por entonces, todas las organizaciones fascistas los considerábamos gente marginal, sin
ideales, deseosos tan sólo de montar peleas gratuitas. La prensa los ignoraba y los mismos militantes
de Cedade los despreciaban por practicar todo aquello que ellos repudiaban. Ni el adivino más
dotado hubiera podido imaginar que unos pocos años después estos grupúsculos acabarían creciendo
hasta acabar siendo liderados por antiguos militantes de Cedade. Tiempo al tiempo.

En jornadas posteriores, quedé a diario con Carlos matizando el golpe, preparándonos


concienzudamente para la fecha clave. Por entonces, yo estaba curtido en peleas, asaltos y demás
acciones similares, pero ignoraba si mi nuevo amigo estaría igual de capacitado. Discretamente,
conseguí información fiable sobre él, sus conocidos no dudaban en aseverar que se trataba de una
persona de palabra y echado para adelante, pero quise comprobarlo por mí mismo.
Un domingo por la mañana, me acerqué a las mesas de propaganda instaladas en el centro a charlar
con los camaradas. Saludé a los de Falange, a los del FSJ, a los de Unión Hispana y acudí al puesto de
Cedade a dar los buenos días a Carlos, que estaba con un par de compañeros. De repente, un
militante falangista llegó corriendo muy excitado; a su alrededor se organizó un corrillo de gente de
las diversas organizaciones y me arrimé para ver lo que pasaba. El chico contaba que esa mañana se
estaba desarrollando, en un cine cercano, un mitin del Partido Comunista de España y que el orador
era Santiago Carrillo.
¡Anda, era verdad! ¡Si lo había leído en la prensa! ¿Cómo podía ser posible que no hubiéramos caído
en la cuenta? Propuse ir a reventar el acto; los de Falange no estaban por la labor… pero los de la
asociación de Piñar y el FSJ sí. Optamos por ir, hicimos recuento y no éramos más de diez.
¡Suficientes! Avancé hacia Carlos y le propuse que me acompañara; accedió y, para mi sorpresa, otros
dos miembros de su asociación se ofrecieron a ir. Por fin vería a los nazis en acción, ya empezaba a
dudar que, además de intelectuales, supieran pelear; pronto lo averiguaría.
Iniciamos la marcha hacia el lugar donde se realizaba el acto comunista; no portábamos ninguna
clase de armas… ni porras, ni puños americanos, ni una mala pistola… pero los rojos ignoraban esta
circunstancia. Cuando llegamos a las puertas del cine, la noticia de que los fascistas acudían a
disolver el mitin había corrido más que nosotros, y varias lecheras estaban aguardando nuestra
decidida llegada. Entre el gentío, observé los rostros de Montero y el Gitano, dos conocidos policías.
Conforme nos aproximábamos, Montero se encaró conmigo y dijo que no montáramos follón y nos
fuéramos a casa. Respondí, irónicamente, que la calle era de todos y que, por obra y gracia del
Espíritu Santo, habíamos cambiado radicalmente de ideas políticas y queríamos afiliarnos al PCE.
Varias risas contestaron mi ocurrencia, pero a los maderos no les hizo mucha gracia y nos instaron a
irnos mientras se colocaban junto a la puerta de la sala para impedirnos acceder. Detrás de los
cristales de la entrada del cine, varios ancianos nos miraban con caras aterrorizadas: <<Los de Cristo
Rey… en la calle están los de Cristo Rey…>>, escuché que decían. De pronto, Carlos burló el
cinturón de seguridad y, esquivando a un par de agentes, entró en el recinto, el resto lo seguimos
aprovechando un descuido de los uniformados. En la puerta se iniciaron los forcejeos con los policías
y alguno de ellos dio con sus huesos sobre el duro suelo; las caras de los maderos eran todo un
espectáculo, mostraban una perplejidad increíble. Escuché al Gitano dar órdenes: <<No disparéis
bolas de goma, hay mucha gente en el cine… además, los fascistas pueden ir armados>>. Cuatro o
cinco de nosotros accedimos al anfiteatro, en el atril divisé a Carrillo. Chillé un par de veces:
<<¡Muera Carrillo! ¡Asesino, Paracuellos no te olvida! y ¡Viva Cristo Rey!>>. Finalizados estos gritos,
ordené a los míos evacuar el recinto, nuestra acción era contra el histórico líder, no contra unos
pobres idealistas que podían ser nuestros abuelos. En silencio y bajo la perpleja mirada de los
policías, abandonamos el local mientras sentía la voz de Carrillo decir por megafonía: <<Camaradas,
permanezcamos unidos, la policía dice que ahí fuera están los de Cristo Rey… no salgáis al exterior,
evitar las provocaciones fascistas>>.
Marchamos juntos a tomar unos refrescos; me encontraba satisfecho. Nadie había resultado herido,
y habíamos amargado la fiesta al líder comunista; además, mi amigo nazi se había comportado con
valentía. Todo marchaba viento en popa.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Y llegó la fecha del asalto a la sede del PCE (ml). Aquella tarde, a finales de febrero de 1984, nos
encontramos en el patio de Unión Hispana sobre las cinco de la tarde; ambos vestíamos unos
anoracks negros y, ocultas ellas, bien agarradas al cinto, las pistolas. Paseamos tranquilamente por el
centro de la ciudad para hacer tiempo, sobre las ocho de la tarde, acudimos a la plaza de la Reina
para cerciorarnos de que todo marchaba como estaba previsto. Efectivamente, a escasas decenas de
metros, observamos a los miembros del PCE (ml) ultimar los preparativos para la concentración que
estaba prevista y que comenzaría pocos minutos más tarde.
Llegó la hora. Los rojos iniciaron su acto, y nosotros avanzamos directos hacia su piso. La calle
permanecía desierta y oscura, no se percibía un alma. Carlos introdujo la llave en la vieja cerradura
del portal y abrió el portón sin que un solo chirrido delatara nuestra presencia. Sin sacarlas de la
correa, agarramos con fuerza la culata de las pistolas e iniciamos la cautelosa subida por las escaleras
hacia la primera planta. Allí se encontraba la sede comunista. Nos plantamos en silencio junto a la
puerta de acceso y pegamos los oídos a ella. Nada, ni el más leve sonido. Lentamente, metimos el
llavín y lo giramos dos veces en el interior del bombillo, la cerradura hizo un leve clic y cedió
suavemente. Aunque el ruido fue casi imperceptible, nos pareció que en ese reducido espacio
resonaba como un inmenso trueno. Soltamos un respingo y permanecimos quietos, apretando las
<<cacharras>> sobre nuestras cinturas… pero únicamente recibimos el silencio por respuesta.
Empujé el portón, y nos introdujimos en el negro recinto, cerrando tras de nosotros la cancela.
Carlos rebuscó en un bolsillo de su anorak y sacó una enorme linterna con la que alumbró el piso.
Tenía unas dimensiones reducidas, el recibidor era pequeño, y las paredes mostraban antiguos
carteles políticos de campañas pasadas; atravesamos el vestíbulo y llegamos a un pequeño cuarto con
dos mesas y unas pocas sillas. En las paredes, más pasquines; algunos con la bandera republicana; en
esta segunda estancia, observamos tres puertas: dos de ellas a los lados y otra, al frente. La de la
derecha tenía una redecilla en la parte superior y comprobamos que la empleaban como almacén
para guardar pancartas, cubos, escobas y demás utensilios; la de la izquierda, correspondía a un
cuarto de baño, y la frontal daba acceso a lo que debía de ser la sala de reuniones, una gran mesa
rodeada de una docena de sillas parecía confirmarlo. Sobre la pared, dos enormes fotografías
representaban a Marx y a Lenin.
Volvimos a la estancia de las dos mesas, supusimos que de haber documentación y fichas, ése sería
el sitio idóneo. Carlos utilizaba su mano izquierda como pantalla para disimular el potente foco de la
lámpara. Miramos los relojes, pasaban unos minutos de las nueve de la noche y se suponía que
disponíamos de, por lo menos, una hora de trabajo. Comenzamos a abrir cajones y a explorar en su
interior, sólo buscábamos datos personales de militantes de esa organización y alguna clase de
documentos… pero llevábamos cerca de diez minutos y únicamente habíamos encontrado papeles
manuscritos con instrucciones para la concentración de ese día. Continuamos nuestra búsqueda sin
dejar huellas que delataran nuestra presencia hasta que vimos una serie de fichas unidas por una
goma elástica, las observamos y Carlos asintió con la cabeza:
-Quizá sean antiguas, pero vienen nombres y direcciones. Esto es lo que buscábamos -explicó.
-Hay muy pocas -susurré-. Como mucho diez o doce.
-Las tendrán aquí para darlas de alta o de baja. Por hoy es suficiente, otro día volveremos… no
conviene tentar demasiado a la suerte.
-Pero si nos las llevamos, sabrán que hemos estado aquí, podríamos copiar los datos en una hoja -
añadí.
-¡Quita, quita! Pensarán que los de administración las han extraviado, déjalo estar y vámonos
rápido, que estamos andando sobre ascuas -dijo el nazi.
Cuando procedíamos a comprobar que dejábamos todo igual a como lo habíamos encontrado, un
griterío empezó a escucharse en el portal de la casa; las voces empezaron a subir las escaleras hacia
nosotros. Nos miramos a los ojos, petrificados; en un acto reflejo, cogí a Carlos de la solapa, lo
introduje en la alacena y cerré la puerta. ¡Quién coño iba a suponer que esta gente vendría a su sede
a mitad del acto! Noté como abrían el viejo portón, se encendían las luces, y las voces se
aproximaban peligrosamente a nosotros. ¡Ojalá no tuvieran intención de abrir el cuartucho!
Mi compañero me dio un pequeño golpe en la espalda y, con un gesto de la cabeza, señaló hacia las
pancartas enrolladas. ¡Hostias…! ¿Habrían venido a por ellas? Lentamente, saqué la pistola del cinto
y, con las dos manos la amartillé; noté como Carlos hacía lo mismo con la suya. Mi rostro estaba a un
centímetro escaso de la puerta y, por las rejillas, pude observar que los inquilinos entraban en la sala
Juanma Crespo Memorias de un ultra
84
de reuniones y oí el ruido de las sillas cuando se sentaban en ellas. Alguien comenzó a hablar. ¿Una
asamblea a estas horas? El nazi me dijo al oído:
-Eso es porque les ha salido mal el acto. Espero que se vayan pronto.
Con un enérgico gesto, le rogué silencio, sólo faltaba que escucharan nuestros cuchicheos.
Continuaron hablando durante un buen rato sin aparente intención de finalizar la charla y, para
colmo, más afiliados suyos iban entrando intermitentemente en el reducido piso. Nuestros corazones
palpitaban desbocados y aumentaban su ritmo conforme oíamos abrirse y cerrarse la puerta de la sala
donde estaban reunidos.
<<Nos van a pillar>> -pensé-. Esto se parece cada vez más al camarote de los hermanos Marx.
Acabarán abriendo este cuarto para coger algo y nos verán. Tenemos que salir de aquí, estamos en
una ratonera>>.
En la penumbra, miré a los ojos de Carlos y, sin emitir una sóla sílaba, captó mis pensamientos.
Decidí esperar que estuvieran concentrados para poder escapar. A los pocos minutos, oímos cerrarse
la puerta de la sala y, sin pensármelo dos veces, giré suavemente el pomo de la puerta. Salimos del
cuartucho y nos dirigimos de puntillas hacia la salida, empezábamos a abrirla cuando sentimos una
fuerte voz que bramaba a nuestras espaldas:
-¡Fascistas! ¡Hay fascistas aquí!
Así a Carlos del brazo mientras le decía:
-¡Corre como nunca!
Descendimos los escalones de tres en tres hasta alcanzar la solitaria calle. Detrás de nosotros, un
tropel de pasos y voces intentaban darnos caza.
Pusimos pies en polvorosa por la estrecha vía seguidos a menos de veinte metros por una jauría
armada con gruesos palos y manzanas. ¿Manzanas? Efectivamente, por el rabillo del ojo contemplé
como uno de nuestros perseguidores nos lanzaba varias de estas frutas con tan buena puntería que
una de ellas dio en la pierna del nazi haciéndole perder el equilibrio y darse un enorme trastazo
contra el asfalto. En fracciones de segundo, quince o veinte personas lo rodearon y comenzaron a
darle patadas y garrotazos por todo el cuerpo, el infeliz permanecía acurrucado intentando cubrirse
la cara y sus partes más sensibles con los brazos.
Detuve mi carrera, no podía permitir que lo lincharan y quedarme tan pancho. Saqué la pistola y
con paso decidido avancé hacia ellos gritando:
-¡Dejarlo en paz, rojos de mierda, u os suelto un tiro!
Seguí marchando, mientras mostraba la <<cacharra>> con la intención de intimidarlos. Pero
debieron pensar que hablaba en broma. Apunté al cielo y apreté el gatillo. Un enorme estruendo
llenó la vía, les apunté y volví a chillar:
-¡No me habéis entendido, hijoputas! ¡Queréis que os suelte un zumbazo, hatajo de mariconas!
¡Corred, cabrones, corred!
Esta última imprecación fue seguida de un par de tiros que solté a las alturas mientras corría hasta
mi amigo. Los rojos salieron por piernas hasta pararse a unos cien metros de mi posición; sin dejar de
mirarlos me agaché junto a Carlos:
-¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras?
Una quebrada voz respondió a mis preguntas:
-Creo que no tengo nada roto. ¡Ayúdame a incorporarme!
Sostuve a mi compañero mientras se ponía de pie, y proseguimos la marcha; sólo tenía unas leves
magulladuras y un par de chichones. Desde la distancia nos llegaban las amenazas de los otros:
-¡Estáis muertos, fascistas! ¡Sabemos quiénes sois y dónde vivís! ¡Ya os pillaremos!
Asegurándome de que no nos seguían, le acompañé hasta su casa. Quedé en llamarlo al día
siguiente.
-Mejor ya te llamaré yo -dijo-. En mi casa, pueden olerse algo.
Las jornadas posteriores ojeé la prensa por si publicaban lo ocurrido, pero ni una línea narraba lo
acontecido. ¡Mejor!
Pasaron un par de semanas y no recibí ninguna noticia de mi amigo; me extrañó. Ese domingo,
acudí a las mesas a ver si lo localizaba, pero no acudió. Sus camaradas me dijeron que, últimamente,
se dejaba ver poco. Saltándome su consejo, telefoneé a su domicilio; su madre se puso al aparato, dijo
que le daría el recado. Un par de días después, me llamó y, con aires de misterio, explicó que lo
habían descubierto <<los de la otra vez>>, que sabían dónde vivía, y que nuestras vidas corrían serio
peligro.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Me extrañaron sus palabras y decidí tomar precauciones, pero sin excederme en ellas. Continué
haciendo mi vida igual que siempre. A mediados de abril, mes y pico después de aquella noche, me
encontré con Carlos en el puesto de propaganda de Cedade. Me alegré y acudí a saludarle. Noté unas
grandes ojeras que marcaban su rostro, se le veía cansado, quizá depresivo.
-¿Cómo estás, colega? -saludé.
-Mal. ¡Todo es una mierda! No me dejan en paz, me localizaron y van a por nosotros. Tienen
amenazada a mi familia. ¿A ti también te tienen controlado?
-¿Pero a quiénes te refieres? ¿A los rojos de la otra vez? -inquirí intrigado.
-Sí. ¡Los mismos! Averiguaron quién era y me hacen la vida imposible -explicó.
No di mucho crédito a su historia, a mí también podían conocerme y, sin embargo, nadie me había
molestado lo más mínimo. De todos modos, le ofrecí mi ayuda por si hacía falta para lo que fuera; a
Carlos lo tenía como a un joven inteligente y centrado, no acababa bien de entender sus miedos. Fue
la última vez que lo vi con vida; cuatro días después, el Jueves Santo, llegó como siempre a su casa,
sacó una pistola de su dormitorio, se sentó en el comedor junto a su familia, que estaban viendo la
tele y, allí, inició la esmerada limpieza del arma. Una vez que la tuvo impoluta, introdujo lentamente
el cargador, se apuntó a la sien y apretó el gatillo. La bala atravesó el cráneo reventando en su
interior y arrancando de cuajo media cabeza. Cuando me lo contaron, no di crédito a lo que oía, y su
desaparición me partió el alma.
Unos años después, hice casualmente amistad con unos antiguos integrantes del PCE (ml) que
estuvieron esa noche en el lugar; después de los consabidos <<¿No me jodas que eras tú?>> y
<<¡quién hubiera dicho que algún día tomaríamos copas juntos!>>, iniciamos conversación, y les
narré la historia de Carlos. Se extrañaron de lo que me había contado y afirmaron que ni le
molestaron ni sabían nada de esa historia increíble que él había relatado.
Aún hoy me acuerdo de él y, aunque no entiendo por qué se quitó la vida con sólo veintiún años,
tengo mi propia teoría. Creo que a raíz del enfrentamiento con los del PCE (ml), cuando cayó al
suelo y notó que lo pateaban y que fui yo quién le sacó de allí, probablemente comprendió que no
era el mejor soldado y, con una mentalidad donde lo inferior no tiene cabida, decidió apartarse para
dar paso a otros más capacitados. Quizá esta idea sea una tontería, pero creo que no voy muy
desencaminado… de todos modos, a estas alturas quizá nunca lo sepa.
El inesperado suicidio de mi amigo me dejó hundido, pero la vida seguía y, aunque destrozado,
decidí vivirla a tope de la mejor forma que sabía: luchando por mis ideas. El resto del año transcurrió
con normalidad: muchos actos, peleas, disturbios.
En Falange, el ambiente se sentía optimista. Por mi parte seguía con mi novia de siempre y juntos
acudíamos a todas partes: mítines, fiestas.
En Unión Hispana estaban a punto de tocar techo. La militancia alcanzada en los primeros meses se
estacionó y amenazaba con descender. La gente ya no se fiaba de Blas Piñar; además, un fuerte
rumor que trataba de explicar las verdaderas razones de la disolución de Fuerza Nueva empezó a
extenderse en nuestro mundillo. Según éste, el incremento de afiliados al partido de Piñar perjudicó
notablemente a la UCD y, sobre todo, a Alianza Popular; se afirmaba que dirigentes de este último
partido dieron un ultimátum al líder ultra: o disolvía su formación o aparecerían documentos y
grabaciones del CESID donde se demostraría su implicación en un fallido intento de golpe de Estado.
También se aportarían pruebas que demostraban un cierto grado de conocimiento del jefe de Fuerza
Nueva en el asesinato de la joven estudiante Yolanda González, perpetrado en 1980 por dos
conocidos miembros de su partido. Según estas fuentes, Blas no quiso arriesgarse a dar con sus huesos
en la cárcel y cedió al chantaje...
En CONS, José Luis Roberto comenzó a saborear la porción de poder que le tocaba al ser líder de un
movimiento clave en la debilitada ultraderecha valenciana. Cualquier opción patriota que quisiera
hacer algo en Valencia, debería, por lo menos, hablar con él. Sus activos militantes del FSJ poco
tenían que envidiar a los de otras formaciones más conocidas. En una época en la que algunos
todavía creían en la inminente creación de una segunda Fuerza Nueva, Roberto esperaba la
oportunidad de que Piñar se fijara en su organización e, inesperadamente, a finales del 84 llegó su
soñada ocasión.
El escándalo vino de la mano de Els Joglars, con Albert Boadella al frente. La representación de su
obra Teledeum provocó las más airadas reacciones por parte de los supervivientes del Búnker y de
algunas asociaciones ultra-católicas. La sede de Unión Hispana se convirtió en improvisado centro de
Juanma Crespo Memorias de un ultra
86
reunión de restos de facciones a las que dábamos por extintas y que la obra del grupo catalán hizo
salir de sus catacumbas.
A todos los afiliados nos entregaron una hoja mecanografiada donde se detallaban los momentos de
la función donde se blasfemaba contra la religión católica, y yo mismo acudí a la comisaría de
Joaquín Costa a presentar la correspondiente denuncia. Esas semanas, fuimos cientos los que
desfilamos por juzgados y oficinas policiales a plasmar por escrito nuestras quejas con el fin de que
retirasen dicha actuación. A la vez, multitud de ancianos armados con rosarios se reunieron en la
puerta del teatro Princesa: rezaban a Dios y rogaban para que se prohibiera tan pecaminoso evento.
Justo es decir que ninguno había visto la obra, y lo único que conseguimos fue añadir una publicidad
gratuita que benefició al autor y provocó que estuviera en cartel varias semanas más de lo previsto.
La situación se hizo intolerable y, ya que la vía legal no servía para nada, comenzaron a plantearse
otras medidas más extremas. No podía permitirse, de ningún modo, que tan grave afrenta quedara
impune.
Las diversas organizaciones afines no tenían por separado más que una fuerza testimonial, sin
embargo, unidas, aún tenían algún peso. En jornadas previas a la Navidad del 84, se convocó a todas
las fuerzas patrióticas a una reunión conjunta; para algo tan grave, bien valía olvidar viejas rencillas.
El lugar elegido fue la sede de Unión Hispana.
Aquella mañana, el presidente de la citada asociación cultural junto con un par de miembros,
acompañados por dos dirigentes de Juventud Nacional, quedaron en buscar una solución definitiva a
ese problema. Además, consentir que esa representación llegara a buen puerto llevaba implícito
admitir el principio del fin.
El jefe provincial de Falange fue invitado, pero rehusó acudir: la beatería no ocupaba un puesto
importante en sus postulados. Quien asistió por sorpresa fue José Luis Roberto; el jefe consista,
enterado de la trama, no quiso perderse la oportunidad de participar. Podía ser la circunstancia que
andaba buscando para configurarse en líder incuestionable de la extrema derecha valenciana. Al
menos lo intentaría.
La llegada de José Luis cayó como un jarro de agua fría entre el resto de los asistentes. Algunos
sospechaban que era delator y confidente de la policía. Cómo para ser bien recibido… No obstante,
le dejaron participar.
La asamblea contó con tres testigos, aparte de los citados: dos militantes del FAE y yo, que
velábamos por la seguridad de la reunión.
Iniciada la charla, los representantes de Unión Hispana y Juventud Nacional clamaron por una
fuerte acción de castigo contra los integrantes de Els Joglars. Ésta consistiría en realizar algún eficaz
golpe de mano contra el teatro o los camiones utilizados para trasladar el equipo técnico y la utilería.
Se pensó en colocar una pequeña bomba en el lugar de la representación o en incendiar los vehículos
usados por la compañía teatral que, sabíamos de buena tinta, pernoctaban en un polígono industrial
cercano a la capital. Los representantes de Blas Piñar sólo pusieron una única condición: si la opción
finalmente elegida era la explosión de un artefacto, ésta tenía que realizarse a altas horas de la
madrugada para evitar posibles accidentes a peatones inocentes.
En ese instante, alguien tomó la palabra y propuso un golpe mucho más osado, una solución
drástica que acabaría con el Teledeum de una vez y para siempre. Simplemente, se trataba de
asesinar a Albert Boadella… y sabían cómo.
Haciendo alarde de un aplomo increíble, comenzaron a desglosar la información que había
obtenido sobre el controvertido autor catalán. Supimos que Boadella se alojaba en un céntrico hotel
de Valencia y que, aunque debido a la cantidad de amenazas recibidas se vio forzado a tomar ciertas
precauciones, su carácter independiente se imponía a la prudencia y atentar contra él, no suponía, en
principio, un gran problema. Prosiguieron detallando concienzudamente todos los pasos que la
posible víctima realizó durante los últimos días y matizó que, aunque cuidaba su seguridad, no se
extralimitaba en ella. Para ultimar la misión, se contaba con los servicios de un pistolero. Para
finalizar, se comentó que la policía estaba por la labor de hacer desaparecer al Joglar y que, como
cabeza de turco, detendrían a un antiguo militante de Fuerza que había elegido el mal camino y
estaba causando más de un quebradero de cabeza a las fuerzas de seguridad… sólo faltaba que los ahí
presentes dieran el visto bueno a la operación.
Ni una interrupción rebatió los letales planes. El silencio más absoluto acompañó la disertación. De
repente, uno de los veteranos de Unión Hispana se levantó de su asiento:
-¡En esta mesa somos católicos y no buscamos matar a nadie! -dijo alzando la voz.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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El alto cargo de CONS se incorporó y anduvo hacia la puerta de salida a la vez que pedía al resto de
asistentes que pensaran pronto su proposición y le hicieran saber, a la mayor brevedad, la decisión
tomada. No creo que hubiera llegado siquiera al ascensor cuando todos los presentes prorrumpieron
en insultos e improperios contra él:
-¡Pero qué se ha creído el tipo este! ¡Mira que venir aquí sin haber sido siquiera invitado! ¡Y
encima, nos propone matar al Boadella! -clamó uno.
-¡Eso es para tendernos una trampa! ¡Veis como es un confidente de la policía! ¡Lo que yo os digo!
¡A éste lo han enviado a espiarnos los de la brigada de información! -añadió indignado otro.
Alguno se levantó y amenazó con dejar el partido si se volvía a contar con ese sujeto para lo más
mínimo. Pero no hizo falta esa advertencia, ni uno sólo de los presentes decidió hacer caso a la
propuesta y todos a una votaron unánimemente por impedir su asistencia a cualquiera de los actos
políticos que realizaran sus organizaciones. La reunión prosiguió y se optó por la postura menos
radical: había que incendiar, inmediatamente, los camiones del grupo teatral. Seleccionaron a tres
militantes de total confianza para esto, yo era uno de ellos.
La fecha elegida fue la noche siguiente. Aquella tarde quedamos lejos de la sede: todos portábamos
armas y no podíamos arriesgarnos a ser cacheados en las inmediaciones de nuestra delegación.
Hicimos tiempo hasta bien entrada la madrugada. Cuando vimos que la ciudad dormía, subimos a un
viejo Renault y nos encaminamos hacia el polígono. Por la tarde, compramos en una estación de
servicio varios litros de gasolina que introdujimos en unas botellas de plástico; el olor resultaba
insoportable y nos obligaba a circular con las ventanillas abiertas para no marearnos. Llegamos al
sitio indicado y comenzamos a atravesar las desiertas calles de la ciudad industrial mientras
buscábamos los vehículos en cuestión. Entonces, los vimos. Eran dos camiones de pequeño tamaño
con los laterales blancos; ni una sola marca o logotipo indicaba su contenido; únicamente las
matrículas de Barcelona y nuestras informaciones los delataban. Estacionamos el coche en las
cercanías, no sin antes dar un par de vueltas a las calles cercanas por si alguien vigilaba los
transportes. Pero no, todo estaba despejado. Antes que nada, teníamos que romper un cristal para
introducir el líquido inflamable y, para ese menester, portaba un martillo que tomé prestado de mi
casa. Pero uno de mis compañeros, el que estaba a cargo de la operación, me mostró un utensilio que
iba a revolucionar la técnica en lo que a perforar cristales se refiere: un tirachinas de competición.
Quedé impresionado y le rogué que me explicara el funcionamiento en el sitio en cuestión.
-Es fácil -señaló-. Mira. Se coloca la varilla junto a la luneta del coche, se pone un cojinete esférico
de acero al extremo de la goma, se tensa al límite y… ¡se suelta!
Entendí la teoría, pero la práctica no funcionó. Cuando mi compañero soltó la goma, el proyectil
salió despedido hacia delante chocando contra el cristal… pero en vez de romperlo, rebotó contra él,
dando en los morros a mi colega. El chillido de dolor que emitió se atenuó con las carcajadas en que
prorrumpimos los dos restantes.
-¡Menuda chapuza! -decía mi amigo agarrándose las narices-. ¡Vaya mierda! ¡Acompañadme al
hospital, que creo que me he partido el tabique nasal!
Aguantándonos a duras penas las risas, volvimos al coche. Mañana sería otro día.
A primera hora de la tarde siguiente recibí una llamada en mi domicilio: tenía que acudir
urgentemente a la sede de Unión Hispana. Me fastidió porque había quedado en ir a la de Falange,
pero pensé que sería para algo relacionado con la fracasada operación de la noche anterior y decidí
presentarme lo antes posible. Una vez que llegué, encontré a tres personas: el encargado de
juventudes, un alto directivo de la asociación y un jefe de Juventud Nacional; me pidieron que
entrara en la sala de juntas e iniciamos una reunión.
Lo primero que hicieron fue avisarme que se había suspendido el tema del incendio de los
camiones; una reciente orden llegada desde lo más alto abogó por una operación de castigo directa y
contundente contra el teatro donde tenía lugar la representación. El asunto se alargaba demasiado y
la paciencia tenía un límite.
Intenté saber quien había dado las nuevas instrucciones e insinué que quizá había sido Blas. Pero
sonrieron y dijeron que la decisión venía de más arriba. <<¿Más alto que Piñar?>>, pensé. Tal vez,
con esa respuesta, daban a entender que se trataba de <<el Obispo>>.
Iniciamos la charla. El de Unión Hispana refirió que había tres opciones planteadas: instalar un
artefacto explosivo, entrar en medio de una representación al grito de <<¡viva Cristo Rey!>> o
tirotear el lugar. Existía una salvedad: por ningún motivo tenía que derramarse una sóla gota de
sangre.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Empezamos a analizar las diversas situaciones. La del bombazo quedó, rápidamente, descartada,
porque suponía un grave riesgo para cualquier vecino o peatón de la zona; el asalto también se
desechó por varios motivos: hacía falta mucha gente y no se contaba con los mismos activistas que
antes y, sobre todo, implicaba que, en ese momento de tensión, a alguien se le escapara un balazo y
se produjera una desgracia. Únicamente quedaba tirotear el lugar.
Tampoco era una medida sencilla. ¿Contra qué se iba a disparar? ¿El escenario, tal vez? ¡No! Podía
fallar el tiro y herir a alguien; además, la huida con tanta gente no sería sencilla. Al final, se tomó la
decisión de soltar unos zambombazos contra la fachada cuando hubiera poca gente por la vía, ya que
necesitábamos algún testigo.
Se formaron dos comandos, uno de logística y otro de combate. Yo fui nombrado responsable del
primero, y los de Juventud Nacional se encargarían del segundo. La misión que me encomendaron
era sencilla, aunque no exenta de riesgo: tenía que realizar un plano con las vías de escape posibles y
un informe detallando los días y horas cuando menos afluencia de público había.
A la mañana siguiente, armado con un par de bolígrafos y un plano de la ciudad, me dirigí hacia el
histórico barrio del Carmen y comencé a caminar por las estrechas callejuelas de la zona hasta
conocérmelas al dedillo. Posteriormente, tracé, en el mapa, cinco rutas de huida para vehículo y
otras tantas para peatones; unas las marqué en rojo y, otras, en azul.
Por la noche, acudí al lugar con un amigo llamado Joaquín, antiguo militante de Fuerza Nueva y
más conocido que la Charito, como tuve ocasión de comprobar más tarde. Previamente, modificamos
nuestro aspecto para amoldarlo al de los <<progres>> que frecuentaban el lugar, teníamos que pasar
desapercibidos. Sobre las diez, llegamos al teatro, que estaba repleto de gente. La calle mostraba,
también, gran afluencia de personas y observamos a más de uno vigilando discretamente; debido a la
cantidad de amenazas recibidas, habían tomado medidas de seguridad. Rezamos por no ser
reconocidos… pero no tuvimos esa suerte.
Acabábamos de ponernos en la cola para comprar las entradas cuando un grupo de jóvenes se
acercó a mi amigo, abrazándolo mientras le decían:
-¡Joder, Chimo! ¿Pero que haces aquí? ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Pero no estabas en Fuerza Nueva?
¡Como te vean los tuyos, te expulsan! ¿O es que has venido a ponernos una bomba? ¡Cabroncete!
Ambos nos miramos en silencio a la vez que media calle giraba, alarmada, por los saludos que los
colegas de mi amigo le brindaban. ¡Hala! ¡Factor sorpresa a tomar morcillas! Joaquín les devolvió el
saludo:
-¡Qué tal! ¡Cómo estáis! Pues yo he venido con este coleguilla a ver esta obra que dicen que está
muy bien.
-¿Pero sigues en Fuerza Nueva? -le preguntó un conocido.
-¡No, qué va…! Me salí hace mucho tiempo. ¡Ahí no hacían más que comernos la bola y no molaba
nada! ¿Sabes? -dijo levantando la voz para que lo escucharan bien los otros.
-¡Ah…! Pues nos alegramos mucho, tío. ¿Queréis pasar con nosotros?
-¡Venga! ¡Vale! -respondió Joaquín.
Entramos a ver la función seguidos de cerca por tropecientas personas que no nos quitaban el ojo de
encima. ¡Buen comienzo! Al menos, tuve la ocasión de contemplar toda la representación, que,
aunque no me gustó, tampoco me pareció tan dramática como nos la habían pintado. Al día
siguiente, volví acompañado de otro amigo menos conocido para ultimar el informe, pero a pesar de
las precauciones que tomé para evitar ser reconocido, no lo conseguí y tan pronto llegué, cuatro o
cinco machacas se pegaron encima de mí controlando todos mis movimientos hasta que me fui. No
obstante, la misión estaba cumplida y, a la tarde siguiente, relaté todas las incidencias, horarios,
afluencia de público y entregué el plano con las rutas marcadas. Sólo quedaba esperar.
A finales de enero de 1985, un comando formado por dos conocidos miembros de la extrema
derecha valenciana tiroteó la fachada del teatro Princesa donde se representaba la obra Teledeum.
Todos los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia. Lo que ignoraban es que faltó muy
poco para que el titular de las portadas hubiera sido otro bien diferente e, infinitamente más trágico:
el asesinato de Boadella. Por fortuna, no ocurrió.

Pocos meses después de este suceso, y cuando en la antigua plaza del País Valenciano tenía lugar una
manifestación izquierdista contra el ingreso de España en la OTAN, grupos incontrolados de
ultraizquierda dirigidos por miembros del PCE (ml) atacaron las mesas de propaganda que Unión
Hispana tenía instaladas en las inmediaciones y provocaron varios heridos. Semanas más tarde, cerca
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de tres centenares de militantes de la extrema derecha marchamos hacia el barrio del Carmen y,
como represalia al anterior incidente, asaltamos el pub Transfer, conocido lugar de reunión de los
simpatizantes de la izquierda más radical. Aunque ganamos esa batalla, la guerra del dominio de las
calles estaba casi perdida. A partir de entonces, los seguidores de Blas Piñar concluyeron el declive
iniciado casi tres años antes. De estos grupos, solamente a Falange Española de las JONS le quedaban
todavía unos pocos años más de existencia…

Capítulo V

Aquella tarde de 1983, que me afilié a Falange, cambié sin pretenderlo el resto de mi vida.
Unas semanas antes de aquella fecha, acudí a comer a casa de mi abuela materna, sin duda el
miembro de mi familia que más respetaba; y, aunque hacer comparaciones siempre resulta odioso,
probablemente mi admiración hacia ella tan sólo sea equiparable a la que, más adelante, sentiría por
otros ídolos de mi vida como el Che, Gandhi, y, por supuesto, José Antonio Primo de Rivera y
Ramiro Ledesma Ramos.
No fue su vida un camino de rosas, precisamente, la maldita guerra truncó de cuajo sus ilusiones y
proyectos dando vida, a la vez, a la más hermosa historia de amor que he conocido.
Ésta comenzó en pleno conflicto civil, en una pequeña población turolense ignorada por los mapas,
denominada Libros. Este pequeño enclave, encajado entre montañas y bordeado por el Turia, está
situado cerca de los límites de las provincias de Valencia y de Cuenca, junto al agreste paraje
denominado Rincón de Ademuz, a tan sólo 29 km de la ciudad de Teruel.
En aquellos años, compartían sus vidas en aquel recóndito lugar no más de dos centenares de almas;
mi abuela, por entonces una joven y atractiva moza, convivía en el domicilio familiar con sus padres
y diez hermanos. Las perspectivas de futuro que se presentaban entre los pobladores no eran
demasiado halagüeñas, la única salida al campo consistía en emigrar a la capital y probar fortuna, y
eso suponía un riesgo que no todos estaban dispuestos a probar.
La gran casa familiar, construida hacía dos siglos por sus antepasados, se encontraba junto al único
camino de acceso a la población, a tan sólo unos metros del cauce fluvial. Allí mi abuela acudía,
diariamente, a hacer la colada con sus hermanas, puesto que en su hogar, como en la mayoría de las
viviendas rurales de entonces, carecían de agua potable y de luz. La joven Prudencia, pues así era su
nombre, aun a pesar de esas privaciones básicas, se sentía feliz, no en vano su padre era uno de los
agricultores con más tierras de la comarca y no echaba en falta lo que nunca había conocido más que
de oídas. La vida en ese ignorado paraje discurría monótona y placentera.
Las intensas disputas políticas que invadían el resto de España no habían carcomido todavía a los
apacibles moradores de Libros que vivían, al igual que sus antepasados, arañando duramente las
fértiles tierras con la intención de arrancar de su seno las frutas y las verduras que les permitirían
subsistir. Tan sólo los domingos transcurrían distintos; ese día, los vecinos se engalanaban con sus
mejores trajes para acudir a escuchar la misa que un anciano sacerdote impartía en la acogedora
iglesia del lugar. En esos duros años, no existían discotecas ni bares de copas, y las mozas aguardaban
con ilusión la llegada de las fiestas patronales para acudir al baile de la plaza donde, con un poco de
suerte, algún atractivo joven les invitaría a marcarse un pasodoble o una jota. A partir de los quince
años, entraban en edad casadera, y esos discretos y castos encuentros solían servir como ocasión de
oro para encontrar futura pareja, siempre bajo la mirada aquiescente de los padres, claro. Así había
sido y así sería.
Pruden tenía fama de ser la chica más maja del contorno, aunque a ella esas habladurías le
resultaban indiferentes; no tenía novio ni ganas de buscarlo, pero esperaba impaciente la llegada de
los festejos, con suerte, conocería a gentes nuevas que le hablarían sobre sitios distintos y no tan
distantes del limitado mundo campesino donde se desenvolvía. Su carácter alegre y abierto chocaba
con el de sus hermanas, excesivamente chapadas a la antigua y llenas de miedos y complejos; por el
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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contrario, mi abuela soñaba con conocer mundo, abrirse a nuevas experiencias y quizá… ¿emigrar?
¡Sí! Ésa podía ser una buena opción, aunque… ¿irse adónde? Bueno, eso era lo de menos… quizá
podría ir a trabajar a una casa pudiente de la capital, como algunas vecinas suyas, aunque eso de
servir de chacha a otro no acababa de convencerle mucho, no buscaba salir de la esclavitud del
campo para entrar en otra quizá peor. Su carácter orgulloso e independiente empezaba a emerger
con fuerza. No tenía que preocuparse por su futuro, todavía contaba con tiempo. Tenía dieciséis años
cuando las campanadas marcaron el inicio de 1936.
El triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero no supuso para los lugareños una alegría
especial. ¡Total, ganara quien ganara, continuarían deslomándose sobre el terreno tan duramente
como siempre! Puede que esa victoria beneficiara a las gentes de las ciudades… ¿pero en serio
alguien podía pensar que alteraría lo más mínimo la vida en el pueblo? Los políticos no se
preocupaban por esas pequeñeces; en Libros no tenían muchos votos que disputar, y todo seguiría
igual. En ese ambiente de indiferencia, Pruden se mostraba feliz.
Sus padres siempre se preocuparon de darles, a ella y a sus hermanos, una buena educación. Todos
sabían leer y escribir, que ya era bastante en aquellos tiempos, pero mi abuela quería más, sentía
fascinación por aprender, y los libros se presentaban como eficaces instrumentos para ampliar sus
conocimientos. Incluso se había atrevido a escribir poesías; sus amigas decían que todo eso eran
memeces que no le conducirían a nada, pero a mi yaya le permitía crear mundos imaginarios más
felices que el actual. Leyendo, había conocido las palabras libertad e igualdad, que se le antojaban
grandiosas; en algunas revistas, se enteró del programa político que presentaba el Frente Popular y se
sintió atraída por él, ya que, entre los postulados, figuraba la aceleración de la reforma agraria y la
revisión de la legislación social. ¡Cuánto agradecerían estas medidas los suyos, si llegaran a llevarse a
término! Ojalá la victoria izquierdista diera un impulso a todas esas medidas sociales tan necesarias.
Aunque inexperta, no era tonta y creía en la igualdad entre hombres y mujeres, aunque no lo decía
en casa: la mentalidad de su padre no estaba preparada para esos preocupantes planteamientos
revolucionarios y exponerlos en público podía suponerle un duro castigo. ¡Ya llegaría su hora! Por el
momento, soñaba con estudiar un oficio en alguna lejana urbe, de esas que aparecían en las gacetas;
su profesión la tenía decidida, sería algo que tuviese que ver con la medicina… quizá enfermera. En
Libros, no había servicio médico, y las enfermedades hacían estragos entre los pequeños vecinos; dos
de sus hermanitos ya murieron por falta de medicamentos. Posiblemente, en la ciudad se habrían
salvado, pero ahí… tan abandonados a su suerte… ¡Sí! ¡Sería enfermera en un pueblo…! Así podría
ayudar a salvar las vidas de otros niños.
Además, estaba convencida de que, con el triunfo de la coalición, se le facilitarían las cosas. Las
mujeres tendrían las mismas oportunidades de estudiar y trabajar que sus compañeros del sexo
contrario… habría libertad. Los señoritos dejarían de explotar a sus paisanos, y se abriría un nuevo
futuro de oportunidades para su generación. ¡Era perfecto!
Pocos meses después de esa alegría, una dramática noticia sacudió como un mazazo todos los
hogares del pueblo: había estallado la guerra.
El suceso se lo contaron a su padre los guardias civiles del puesto cercano. Todo había ido muy
rápido. El 17 de julio, la guarnición militar de Melilla se alzó contra el gobierno apenas constituido;
al día siguiente, el ejército español de Marruecos, encabezado por el general Franco, secundó el
golpe. El mismo 18, el general Queipo de Llano al grito de <<¡viva la República!>>, sublevó los
cuarteles de la capital hispalense. Otras ciudades, como Valladolid y Zaragoza, se sumaron desde los
primeros momentos. Por parte del gobierno republicano, las informaciones referían que se estaba
armando al pueblo de Madrid y que, a esas horas, se peleaba cuerpo a cuerpo, en las sierras cercanas
a la capital. Todo era confuso y preocupante.
-¿Y nosotros con quién estamos? ¿Con el gobierno o contra él? -preguntó mi bisabuelo a los civiles.
-Lo jodido es que no lo sabemos. La zona donde estamos es tierra de nadie.
Aunque pueda resultar sorprendente, así era. Teruel quedó en manos de los sublevados desde el
primer momento del alzamiento, pero el terreno donde mi familia vivía atravesaba la línea
imaginaria que separaba a ambos contendientes y, al carecer de valor estratégico, no entró en
disputa.
La preocupación de los primeros días se tornó en tranquilidad al ver que, con el paso de las
semanas, todo transcurría igual. Ni un incidente, ni un solitario disparo enturbiaba la paz de la
localidad.
-Esta guerra se luchará en las ciudades -oyó decir mi abuela a un entendido.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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<<Ojalá sea así>>, pensó ella.
De esta forma, transcurrió lo que restaba de 1936 y casi todo el año siguiente. Las pocas referencias
al conflicto las sabían por medio de la Guardia Civil y el médico del pueblo cercano. En Libros, no
existía ni un mal transistor.
Pero cuando ya empezaban a creer que la guerra pasaría de largo, sucedió lo inevitable. Después del
verano del 37, comenzaron a ver, sobrevolando las montañas y cada vez más insistentes, las siluetas
inconfundibles de los aviones de combate; en ocasiones, volaban bajos, y los pilotos desde sus cabinas
saludaban con la mano a los lugareños. Pasadas las semanas y perdido el miedo inicial, la situación se
tornó en motivo de jolgorio entre la chiquillería local y, cuando el viento traía el sonido de los
motores de las aeronaves, los niños salían corriendo de sus casas para saludar a los del cielo mientras
perseguían sus estelas. Nadie sabía de qué bando eran, pero mientras no soltasen su mortífera carga
por las inmediaciones serían bien recibidos.
En diciembre de ese año, comenzó la batalla por la toma de Teruel y, en Libros, conocieron in situ
las tragedias de la guerra.
Todo se inició con unos lejanos sonidos semejantes a las detonaciones de barrenos que, en
ocasiones, habían escuchado en las minas cercanas; pero no era lo mismo. Este estruendo sonaba
mucho más continúo y, por la noche, se observaba en la lejanía múltiples destellos de luz semejantes
a miles de rayos descargando simultáneamente. Mi abuela contemplaba el horizonte y sentía terror y
tristeza.
-Esos ruidos vienen de los cañones que bombardean Teruel. Me ha dicho Benito que los civiles le
han confirmado que el frente está a menos de 20 Km de aquí -le explicó su hermano Manuel,
mientras le cogía cariñosamente del hombro.
-¿Y llegarán hasta aquí?
-¡Quita! ¿Qué se les ha perdido en Libros? Aquí no hay fábricas ni nada de interés; tranquilízate,
hermana, esto es lo más cerca que vamos a estar de la guerra.
Pero no fue así. A la madrugada siguiente, multitud de camiones y vehículos del ejército
republicano ocuparon la localidad. El alto mando había decidido construir un hospital de campaña
en esa ubicación para atender a los múltiples heridos en los combates.
En pocas horas, la intendencia requisó algunas casas deshabitadas e iniciaron, con rapidez, el
montaje de varios quirófanos; al mismo tiempo, decenas de jóvenes soldados ocupaban la villa
instalando ametralladoras antiaéreas aquí y allá. Un bando militar llamó la atención de los vecinos:
<<Se precisa hombres para alistarse a luchar por la república y mujeres jóvenes para aprender a
trabajar como enfermeras. Las interesadas en este último punto, deberán presentarse
inmediatamente en la puerta de la Iglesia. Las elegidas realizarán, durante las próximas semanas, un
curso intensivo impartido por voluntarios de la Cruz Roja>>.
Sin pensárselo dos veces, Pruden y un par de sus hermanas se presentaron en el templo. Quizá
podrían ser útiles en medio de tanta desgracia.
Durante un mes, realizaron a diario un curso donde aprendieron técnicas de primeros auxilios; al
finalizarlo, recibieron la certificación que les acreditaba estar en condiciones de desempeñar ese
oficio.
Un capitán informó que se precisaban enfermeras para quirófanos de urgencia, y mi abuela acudió
feliz a ese puesto, sabía que, aunque desagradable, era el que más satisfacciones le aportaría; haría lo
imposible por ayudar a salvar a los pobres muchachos que llegaban destrozados desde el cercano
campo de batalla.
Laboraba sin descanso de sol a sol; nunca salió de sus labios una queja y, en poco tiempo, se
convirtió en toda una profesional. La conmovía profundamente ver morir a diario a chicos tan
jóvenes como ella; a aquellos que sabía que no tenían cura, les ofrecía un último consuelo, quizá un
beso en la frente, para que, al expirar, marcharan con la tranquilidad de saberse queridos y
acompañados en ese trascendental momento.
Su carácter trabajador y humano no pasó desapercibido entre los médicos y la tropa destinada en el
lugar. Ellos se desvivían por agasajarla con sencillos obsequios, generalmente, unos sencillos ramos
de flores silvestres, pero que, en esa situación, semejaban todo un tesoro. Mi abuela, con diecisiete
años, era casi una mujer.
-Pruden -le dijo una tarde un médico militar-, descanse un día, que al final caerá mala.
-La guerra no descansa, y estos pobres chicos precisan de la ayuda de todos. No puedo permitirme
el lujo de parar ni un minuto -respondió.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Cuando por las mañanas, antes de incorporarse a su labor, acudía a la fuente de la plaza con la tinaja
para llenarla de agua, todos los milicianos hacían cola para ayudarla.
-Qué buenos eran -me dijo recordando esos tiempos, ya en su vejez-. Con todo lo que estaban
pasando y qué buenos eran.
La rutina se adueñó del campamento; el trasiego de camiones y de ambulancias que transportaban
heridos transcurría constante; entre tanto, los muertos se agolpaban, cubiertos por mantas, en un
pequeño corral.
En medio de tanto dolor y sufrimiento, los cirujanos se disputaban los servicios de mi abuela, que
seguía realizando su trabajo con ilusión y portaba siempre una sonrisa. Hasta aquel día en que, de
forma casual, sus miradas se encontraron, y un intenso escalofrío les recorrió a ambos.
Prudencia lo conocía de vista, aunque nunca antes habían conversado. Se trataba de un joven
capitán médico incorporado en el hospital hacía muy poco y del que se decía que tenía unas manos
de oro. Eso era bueno, puesto que ejercía como cirujano. En el poco tiempo que llevaba destinado en
ese puesto, se había ganado merecida reputación de excelente galeno y mejor persona. Se llamaba
Orencio y tenía veintisiete años.
Fue un flechazo el que atravesó sus corazones y se instauró en sus almas. En una fracción de
milisegundos, se dieron cuenta de lo mucho que se atraían.
Ella tenía una talla normal, pero era sumamente atractiva y con un tipo precioso; su pelo, negro
azabache y los ojos, del mismo color. Aunque nacida en un pueblo, hacía gala de un gran estilo y
derrochaba simpatía por los cuatro costados. Él había nacido en Valencia y, desde muy pequeño,
soñó con estudiar medicina, hasta que consiguió matricularse en la Facultad; supo aprovechar muy
bien el tiempo y aprobó todas las asignaturas con matrícula de honor, lo que en 1933 le valió
conseguir una beca con el nombre de <<Blasco Ibáñez>>, que la Diputación otorgaba a los mejores
alumnos para estudiar la especialidad de cirugía en la Facultad de Medicina de Munich. En la
Universidad de Valencia, contó con los mejores maestros, médicos que hoy dan nombre a calles y a
avenidas: Dr. Peset Aleixandre, Dr. Gil y Morte… y tantos otros.
Orencio descendía de una familia de larga tradición republicana, y él sentía afinidad por las mismas
ideas, aunque sin fanatismos. Lo que tenía claro es el profundo rechazo que le provocaba el régimen
de Hitler. Durante su estancia en Alemania, no acabó de gustarle ese sistema político que
consideraba inhumano y frío. Al iniciarse la contienda civil, el joven cirujano se alistó voluntario al
ejército republicano y solicitó ser destinado en algún hospital de la primera línea de combate, donde
creía que sería más útil.
Apareció en Libros una mañana, no sabía de la existencia de esa población y tampoco le prestó
mucha atención. Sólo una misión guiaba sus pasos: colaborar con sus colegas para salvar la mayor
cantidad de vidas posibles. No perdió el tiempo y, en seguida, empezó a operar a los heridos; su labor
no se presentaba agradable, en muchos casos le tocaba amputar miembros destrozados, y eso le dolía
en lo más profundo. En otras ocasiones, donaba su propia sangre en transfusiones de emergencia, tal
era la carencia de medios existente. Pero la enorme satisfacción obtenida al ver que lograba salvar
una vida le servía de acicate. Las mozas del pueblo no tardaron en fijarse en ese apuesto doctor que,
con el pelo engominado hacia atrás, tanta ilusión mostraba en su trabajo y tanta gracia mostraba de
continuo. Pero él no fijó sus ojos en ninguna mujer hasta el día en que se cruzó con Prudencia.
Cuando iniciaron la conversación, ambos se mostraron tímidos, y sus primeras palabras versaron
sobre medicina y las tristezas y alegrías que ese oficio les aportaba. Conforme fueron pasando las
semanas, la amistad creció y, aprovechando una tregua en el combate, Orencio propuso a Pruden
salir a merendar al campo. Aquella tarde hablaron mucho y, a su regreso al pueblo, ya se habían
comprometido como novios.
A la mañana siguiente, varios aviones dejaron sentir el ruido de sus motores, pero cuando los niños
salieron a saludarlos como otras veces, de las panzas de los bombarderos salieron despedidas multitud
de bombas que explotaron sobre el pueblo llenándolo de muerte y desolación. Por fortuna, ninguno
de nuestros protagonistas resultó herido, lo que no evitó que en la tragedia perdieran para siempre a
amigos queridos. A pesar del intenso dolor que les embargaba, acudieron urgentes a sus puestos en el
hospital. Les esperaba mucho trabajo.
Los meses pasaron y, con ellos, todo el año 1938. La relación entre ambos jóvenes se consolidó y,
unidos por la ilusión de la profesión y de un futuro en común, decidieron compartir el resto de sus
vidas y casarse al finalizar la guerra. Sus familias vieron con alegría el enlace y apostaron por la feliz
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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pareja. Las jóvenes del pueblo felicitaron a los novios y, sobre todo, a mi abuela, que estaba exultante
de alegría. El lamentable conflicto había servido para unir las vidas de dos almas gemelas.
La relación transcurrió perfecta, Orencio se desvivía en detalles hacia su prometida a la que amaba
con locura, y ella sentía adoración por cuanto él decía o hacía, tenía suerte de haber conseguido
enamorarse de alguien tan humano y detallista.
Pero la guerra seguía, y Libros volvió a ser bombardeado por la aviación facciosa. En este segundo
ataque aéreo se produjo una gran matanza. Junto a la iglesia existían unas peñas de roca y, al pie de
ellas, unas pequeñas cuevas que la gente utilizaba como refugio. Aquella jornada trágica, las
oquedades estaban repletas de lugareños que buscaban eludir la metralla y la desgracia se cebó en
ellos: un obús cayó justo en la entrada de la cubierta, y la onda expansiva hizo el resto. Decenas de
cadáveres se entremezclaban mutilados en el polvoriento suelo: niños, mujeres, ancianos. Algunos
lograron sobrevivir rodeados de fragmentos descarnados de sus seres queridos. Todo el pueblo se
conmocionó por el suceso, y los quirófanos no pararon de trabajar durante muchos días.
En abril de 1939, llegó la desoladora noticia que Madrid había caído en manos de Franco, la guerra
estaba perdida. En las horas posteriores, cientos de vehículos militares de la república abandonaron
la zona camino a la ciudad del Cid. Derrotado el ejército rojo, sólo quedaba el exilio; tal vez, si
lograban llegar al puerto de Valencia, les quedara una oportunidad. En ese ambiente de desánimo
generalizado y huidas caóticas, únicamente dos personas permanecieron en su puesto en el hospital
de campaña de Libros: Orencio y Pruden. No podían dejar a su suerte a los más desfavorecidos.
Horas más tarde, el ejército franquista ocupó la abandonada población. El mando nacional se
percató de que un joven capitán médico seguía operando en condiciones infrahumanas acompañado
por una hermosa enfermera; aunque vestía uniforme republicano, su gesto conmovió al oficial
invasor, que se dirigió a él en estos términos:
-Mi Capitán, en nuestras filas contamos con abundantes heridos. ¿Quiere usted atenderlos?
-¡Por supuesto! -dijo el médico-. La medicina no entiende de rojos y azules. ¡Éntrenlos, y yo les
atenderé!
Y así ocurrió. La actitud de mi abuelo supo ganarse el respeto tanto de vencedores como de
vencidos, al menos, hasta ese momento.
Finalizado el conflicto, la feliz pareja se mudó a Valencia donde contrajeron matrimonio canónico.
La complicidad que existía entre ambos era enorme y se dejó ver en la celebración religiosa. Cuando
el sacerdote fue a pronunciar la típica frase: <<Orencio, ¿quieres a Prudencia como esposa?>>, se
confundió y dijo: <<Orencia, ¿quieres a Prudencio por esposo?>>. Al darse cuenta del error debido a
las risas de los novios, quiso enmendarlo sin éxito diciendo: <<Prudencio, ¿quieres a Orencio…>>.
Las carcajadas contenidas casi dan al traste con la ceremonia, que al final se pudo celebrar. A la
salida, estaban pletóricos, tenían toda la vida por delante, pero la dicha fue breve.
Pasadas unas semanas, la policía detuvo a mi abuelo cuando entraba en su domicilio. Su delito:
haber colaborado con el ejército rojo. El denunciante, un compañero de carrera que, de esta forma
tan vil, quiso quitarse de en medio a quien más sombra podía hacerle para optar a la nueva cátedra
de cirugía que, en breve se instauraría en la Universidad de Medicina de Valencia.
A escondidas, fue trasladado a un campo de concentración de Zaragoza, donde se dedicó a curar a
los enfermos que ahí malvivían. Mi abuela ignoraba su paradero y movió carros y carretas para saber
dónde estaba, si es que todavía no había sido fusilado en alguna solitaria cuneta.
Por mediación de unos amigos falangistas de mi abuelo, supo su destino y allí acudió a verle. Estaba
muy desmejorado y depresivo, pero al ver a su esposa se le abrió un rayo de luz y de esperanza. Sus
colegas hablaron con don Adolfo Rincón de Arellano, alcalde de Valencia y compañero de
promoción de mi abuelo, quien se ofreció a realizar cuantas gestiones estuvieran en su mano para
solucionar el problema. Finalmente y gracias a los informes positivos que dio el oficial nacional que
ocupó Libros, fue puesto en libertad sin cargos. Pero ya era tarde, la semilla de la muerte había
anidado en su interior.
Pocos meses después de su liberación, falleció de tuberculosis con tan sólo treinta años, Pruden
quedó viuda con veinte, y mi madre, huérfana con unos pocos meses de vida.
El futuro feliz que se había presentado ante mi abuela quedó trágicamente destrozado aquel aciago
año de 1940. Fiel a su estilo de mujer luchadora, siguió trabajando de enfermera mañanas y tardes
hasta su jubilación; su única obsesión: darle a mi madre la mejor educación y aquellos estudios que
ella nunca se pudo permitir, y decirle que su padre había sido un hombre bueno que murió,
ayudando a los demás, por culpa de una maldita guerra que jamás debió comenzar. Toda su
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existencia se comportó y pensó como una mujer moderna y quizá se hubiera vuelto a casar; pero no
lo hizo.
-¿Para qué voy a casarme si nunca encontraré a nadie como tu abuelo? - solía decirme.
No lo hizo por falta de pretendientes, que los tuvo y buenos. Para ella, esos dos años que vivió junto
a mi abuelo significaron toda una vida de sentimientos y alegrías que la llenaron para siempre.
Prudencia falleció en el año 2000, ni un solo día dejo de pensar en su marido ni de hablarme de él.
-Era una gran persona. ¡Y tan humano…!
Para mí significó la última víctima de la guerra. Sé que no aparecerá en las cifras, que no será
computada como tal, pero su corazón dejó de latir aquella mañana, hace más de sesenta años, cuando
dio el último beso a su amado Orencio.

Pero aquella jornada de 1983 en que acudí a comer a su casa, todavía rebosaba salud y optimismo por
los cuatro costados, y quise pedirle consejo. Aunque se sentía muy de izquierdas, mostraba respeto
hacia todas las ideas contrarias, siempre y cuando no se presentaran mediante el uso de la fuerza.
Estaba al tanto de mis andanzas políticas y siempre gustaba de sorprenderme con alguna sabia
opinión que yo aceptaba con cariño.
-Abuela -le dije-, ¿qué piensas de Franco?
-Mira, cariño, una persona que va a misa diaria y no perdona a sus enemigos es un hipócrita. Tu
abuelo murió por culpa de una guerra que podía haberse evitado si unos y otros se hubieran dejado
de machadas y, en vez de solucionar las cosas a tiros, se hubiesen sentado a hablar. No sé si existe un
cielo o un infierno, pero si los hubiera, Franco estaría en este último.
-¿Y qué opinión tienes sobre José Antonio?
-José Antonio fue un idealista como tu abuelo y, al igual que él, dio la vida por lo que más creía. Eso
se merece todos mis respetos. Franco no quiso salvarlo, porque le podía haber hecho sombra y no le
interesaba; es más, manipuló su mensaje político, que pasó a convertirse en una ideología de
derechas radical en vez de un tipo peculiar de <<socialismo español>>, tal y como lo ideó José
Antonio. Con todos mis respetos hacia él, creo que sus ideas fueron buenas en su tiempo, pero hoy
en día están un poco trasnochadas; no obstante, si yo fuera tú, antes que defender a un régimen que
trajo mucha pena y represión, intentaría aproximarme al pensamiento de Primo de Rivera.
Valoré mucho los consejos de mi abuela, aunque tampoco le hacía caso en todo. Sabía que sus
apreciaciones sobre el Caudillo no podían ser nunca imparciales, pero me agradaba saber la opinión
favorable que sentía hacia el fundador de la Falange, quizá eso me decidió a dar el gran paso.
Posteriormente, me afilié y empecé a intimar con gentes que antes consideraba enemigos y
traidores a la causa nacional y con los que, al principio, encontré muchas discrepancias. De entrada,
únicamente respetaban a Franco como militar, pero lo rechazaban en su aspecto político.
Consideraban que el ejército tenía una sola función: defender la unidad nacional, pero jamás
gobernar un país.
-Nosotros queremos que los militares estén en los cuarteles y que sea el pueblo quien gobierne
mediante un sistema de representación elegido por los ciudadanos -predicaban.
-Entonces, ¿qué os diferencia del resto de partidos políticos? -preguntaba intrigado.
-Pues que la Falange toma la forma de un partido, porque es el único medio que nos permite el
sistema. Nosotros no queremos ser una opción política dentro del sistema, lo que ansiamos y por lo
que luchamos es por ser una opción al sistema. Mira, José Antonio decía que la gente nace en una
familia, crece en un municipio y se relaciona con quienes forman parte de estas entidades y de su
entorno laboral. Pero nadie nace ni crece en un partido político; luego si las unidades naturales que
nos unen y donde nos desenvolvemos son las primeras, ¿para qué crear entidades artificiales que
dividen a las personas de una misma familia, ciudad o trabajo? Lo que hay que hacer, y eso es lo que
pretende el nacionalsindicalismo, es buscar la forma de que toda la sociedad pueda estar representada
por esas colectividades naturales.
-¿Entonces apoyáis la democracia?
-Si entendemos ese concepto en su significado literal de <<gobierno del pueblo>>, sí. No creemos es
en los partidos políticos que, a fin de cuentas, dividen a la sociedad, pero apoyamos la creación de
unas cámaras de representación popular donde estén constituidas las unidades naturales de las que
hemos hablado antes, donde por supuesto quienes más peso tengan sean quienes más trabajen por la
grandeza de España y de los españoles.
-¿Pero entonces sois de derechas, izquierdas, extrema derecha o extrema izquierda?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-No somos nada de eso -añadían llenándome de más dudas-. José Antonio decía que las izquierdas,
en el fondo, aspiran a cambiarlo todo, incluso lo bueno, y que las derechas, en el fondo, aspiran a
conservarlo todo, incluso lo malo. Lo que buscamos es coger la parte buena de las izquierdas, que es
la defensa de la justicia social y del trabajador, y la parte buena de las derechas, que es la defensa del
sentimiento nacional, y unirlo todo en un gran movimiento capaz de aunar voluntades comunes. A
José Antonio, en su época, las derechas lo tachaban de <<bolchevique>> y las izquierdas de
<<fascista>>, aunque no era ninguna de las dos cosas. Su ideología se llamaba nacionalsindicalismo y
se trataba de una forma de gobierno exclusiva por y para los españoles, basada en nuestra forma de
ser y de sentir; por tanto, no exportable al resto de las naciones. Ten en cuenta que él preconizaba
que la tierra debía ser para el que la trabajaba y que la Banca debería ser pública y al servicio del
pueblo. Esos planteamientos estaban más en consonancia con las izquierdas que con las derechas,
que lo tildaban de traidor. Debes considerar, también, que José Antonio poseía el título nobiliario de
marqués de Estella y provenía de una familia de larga tradición monárquica. No obstante, renunció a
todos esos privilegios por sus ideas, lo que le supuso enfrentarse a la aristocracia de su época. José
Antonio fue un revolucionario proveniente de las clases altas, y eso es lo más curioso de su
personalidad. Es sencillo querer renunciar a unos privilegios cuando no los tienes, pero rechazarlos
cuando los disfrutas es muy difícil.
-¿Entonces la Falange apoya la república o la monarquía? -inquiría con curiosidad.
-Es un asunto que nos resulta indiferente. Si España funciona con una monarquía, ¡bienvenida sea!
Y si lo es con una república… ¡viva la República! Lo importante no es el tipo de sistema, sino que sea
uno que dé libertad y grandeza a la Patria y al pueblo.
-¿Y apoyáis la libertad?
-¡Hombre! ¡Pues claro! Lo que pasa es que creemos que sólo puede existir la libertad en una nación
grande y fuerte que la garantice de veras. Es muy fácil llenarte la boca hablando de ese concepto,
pero difícil llevarlo a cabo. Ser libre implica tener la posibilidad de elegir entre distintas opciones,
por ejemplo, la Constitución actual nos garantiza la libertad de elegir trabajo, pero si careces de
estudios o de preparación, esa presunta libertad se queda en agua de borrajas, porque realmente
tienes que coger el empleo que te ofrezcan, aunque esté mal pagado y no te satisfaga. Para ser
realmente libre, tienes que tener cultura para poder elegir entre diversos caminos, y eso tiene que
solucionarse dando a todos por igual las mismas posibilidades de formación. Los colegios y las
universidades tienen que ser públicos, gratuitos y de calidad. ¡La cultura nos hará libres!
La verdad es que el discurso que escuchaba por parte de los falangistas no tenía nada que ver con lo
que había escuchado con anterioridad. Lo veía demasiado idealista, excesivamente perfecto, incluso
algo anticuado en determinados aspectos, pero me gustaba. Siempre he pensado que la vida vale la
pena sacrificarla por un ideal importante, y mi nueva militancia falangista me daba la oportunidad
de intentarlo.
Aquel 1983, lo inicié compartiendo mis ilusiones en esta organización. Tuve suerte, entré en un
momento de estabilidad en el partido; los dos años anteriores habían sido de serias disputas internas
que modificaron profundamente su línea política. Dichas discrepancias tuvieron su punto álgido en
los tradicionales actos en recuerdo del fusilamiento de José Antonio, que se conmemoraban en
Alicante.

El 20 de noviembre de 1981, marcó el principio del fin de la jefatura nacional falangista encabezada
por Raimundo Fernández Cuesta. Aquella jornada, los sectores antifranquistas de Falange, apoyados
por la mayoría de afiliados a las juventudes, decidieron sabotear la intervención de Cuesta y
provocar su dimisión. Cuando el histórico líder inició su discurso, una multitud de correligionarios
comenzaron a abuchearle y a gritar, megáfono en mano: <<¡Falange para los jóvenes!>>. En un
momento dado y cumpliendo órdenes de Raimundo, el servicio interno de seguridad, compuesto por
veteranos militantes de la Primera Línea de Madrid y de Valencia, disolvió a porrazo limpio la
concentración, que se convirtió en una cruenta batalla campal. No obstante, y a pesar de ganar
sobradamente la pelea, semanas después, Fernández Cuesta perdía la reelección y era expulsado del
partido por la nueva jefatura liderada por Diego Márquez Horrillo. Esto provocó que la relación
entre los militantes falangistas y los de Primera Línea fueran tensas, hasta que estos últimos fueron
expulsados después de protagonizar diversos altercados en el valenciano local de la calle Salamanca.
La esperada y temida gota ocurrió una tarde en que una veintena de militantes de Primera
irrumpieron, bate en mano, en una reunión que tenía lugar en la sede e intentaron agredir a un
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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joven jefe falangista llamado Juan García Sentandreu, al que acusaban de utilizar la política en su
propio beneficio personal y de girar ideológicamente demasiado hacia las derechas. El citado
Sentandreu, al ver lo que se le venía encima, optó por esconderse en el cuarto de baño del local; esta
actitud sólo sirvió para hacer explotar a los de Primera Línea que, a patadas, tiraron la puerta abajo.
La víctima, pálido como la cal, optó por escapar del palizón que le venía encima y saltó a la calle por
una ventana. Tuvo mucha suerte de estar en un primer piso y no se hizo demasiado daño. No le fue
igual al dueño de la frutería de abajo, que observó impotente como, a pesar de que el cielo estaba
despejado, llovían falangistas sobre las cajas de frutas que tenía colocadas sobre la acera. Después de
estos sucesos, la jefatura provincial expulsó a todos los miembros de Primera Línea, que optaron por
alquilarse un piso por su cuenta y seguir participando en política, aunque sometidos tan sólo a su
propia jerarquía y disciplina interna.
Este grupo estaba formado por los miembros más radicales de Falange, gente con las ideas muy
claras y que estaban de vuelta de todo. Estéticamente, se diferenciaban del resto porque portaban un
ángulo blanco en la manga de la camisa azul.
Su origen provenía de la Primera Línea histórica, fundada en los años treinta por un antiguo
comunista llegado a las filas de José Antonio, llamado Agustín Aznar Inicialmente, la misión de este
grupo de élite consistía en vengar, utilizando la máxima bíblica del <<ojo por ojo>>, las muertes que
los rojos infligían en sus filas. Tras la guerra, desaparecieron y volvieron a formarse a finales de los
setenta, sólo alcanzaron algo de notoriedad a principios de los ochenta; en esta nueva etapa, se
dedicaban a realizar labores de seguridad en los actos públicos de Falange y a misiones de represalia
contra grupos contrarios, entre los que se incluía a Fuerza Nueva. A malas, no se andaban con
milongas.
Frente de la Juventud era la formación con la que más se identificaban. En el fondo, se trataba de
una prolongación de ese grupo; muchos antiguos militantes del Frente colaboraban codo con codo,
con los de Primera.

Cuando entré a formar parte de las filas falangistas, existía una gran rivalidad entre la Falange oficial
y los militantes de esta facción disidente. Ese aire de rebeldía me atraía irremediablemente y quise
entrar a formar parte de ellos. No lo tuve sencillo.
Los conocía desde hacía tiempo y, en más de una oportunidad, habíamos discutido sobre política,
pero que yo proviniera de Fuerza no les hacía, en principio, mucha gracia. En alguna ocasión, casi
me corren a guantazo limpio por acudir a tomar alguna cerveza al mesón donde solían reunirse.
¡Gajes del oficio!
Cada organización disponía de su zona de ocio y traspasar la línea del otro podía acarrear serios
contratiempos. En mi caso, siempre he sido bastante cabezón y nunca me he dejado influir por las
normas que otros establecieron en su día y por las que no me pidieron opinión. Así pues,
constantemente, he actuado basándome en mis propios criterios y no en los que han querido
imponerme. Eso me ha costado algún disgusto. En definitiva, mucho antes de afiliarme a Falange, los
de Primera ya se habían acostumbrado a mi presencia, y éramos camaradas, aunque de momento no
querían que me afiliara con ellos.
Al principio, se sorprendieron al saber que estaba en las JONS, aunque sé que les agradó ese cambio.
Para mí, significaba el paso previo antes de ingresar plenamente en su organización.
De esta gente, me llamó la atención algunos detalles que antes consideraba impensables, como que
les gustaran las canciones de Serrat, las obras de Picasso y los poemas de García Lorca. No lo
entendía. ¿No se trataba acaso de autores rojos? Los de Primera me demostraron que el arte no va
reñido con la política y que, independientemente de las ideas contrarias de estos artistas, debía
mostrar respeto por quienes supieron ser unos genios innovadores en sus respectivos campos. Así,
aprendí a valorar al contrario y a no odiar lo que desconocía. Luego, se convirtieron en mis mejores
amigos; por fortuna, muchos de ellos todavía siguen siéndolo.
Mientras tanto, seguía participando activamente y de forma simultánea en Unión Hispana y en FE-
JONS. Con estos últimos, comprendí, entre muchas cosas, que el Cara al Sol no era una canción
fascista cualquiera, sino un himno que había que entonar con respeto en ocasiones señaladas, puesto
que fueron muchos los que murieron cantando sus estrofas. Que, como dijera José Antonio,
<<amábamos a España porque no nos gusta>>, no podíamos querer una patria con desigualdades
sociales, injusticias, paro, terrorismo, por eso no decíamos: <<¡Viva España!>>, pues esa expresión
implicaba amar a nuestra imperfecta patria actual; nuestro grito era: <<¡Arriba España!>>, pero no la
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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de hoy, sino aquella justa con la que soñábamos y por la que estábamos dispuestos a sacrificar
juventud y vida.
En mi interior, se estaba gestando una gran transformación; de pronto, muchas dudas encontraban
respuesta. Sentía que la nueva labor política que tenía como falangista implicaba un sacrificio, estar
en Falange no significaba tan sólo tener una forma de pensar diferente de la mayoría, sino lo más
importante, de ser. En ese detalle radicaba la distinción esencial con las demás organizaciones.
Mi misión primordial sería la de trabajar con ahínco para lograr una España grande y justa, pero
donde la verdadera justicia alcanzara, sin distinción, a todos.
Comencé a acudir a las charlas doctrinales de Primera Línea, en las que, por encima de todo,
primaba que aprendiéramos a razonar. En esos meses, leí, infatigable, decenas de libros sobre todos
los temas políticos conocidos: fascismo, marxismo, liberalismo, nacionalsocialismo,
nacionalsindicalismo, anarquismo. Intenté, incluso, estudiarme El Capital, de Marx, aunque he de
confesar que no pude pasar de la página 26. ¡Qué tostón! A partir de ese instante, supe que alguien
mentía cuando me afirmaba sin rubor que había logrado leerse ese <<ladrillo>>.
Semanalmente, realizábamos coloquios y debates, luego marchábamos todos juntos a picotear
<<patatas bravas>> que mojábamos con alguna caña de cerveza y, a las tantas, después de haber
cantado hasta desgañitarnos canciones falangistas, acudíamos a casa a descansar.
Aunque no militaba formalmente con ellos, era uno más hasta la tarde en que su jefe me ofreció
formalizar mi compromiso e integrarme del todo. Lo estaba deseando y acepté sin pensármelo; a
partir de ese instante me autorizaron a portar públicamente sus emblemas. Lo primero que hice fue
colocarme un llavero con sus lemas; éste disponía de dos caras; en el anverso, sobre base negra, una
totenkof dorada con la divisa: <<Primera Línea, Patria o Muerte>>; en el reverso, con fondo rojo, la
<<garra hispánica>> rodeada de la leyenda: <<Con nosotros quien quiera, contra nosotros quien
pueda>>. En ese instante, comenzó una de las experiencias más apasionantes de mi vida.
Mientras, el santuario de mi cuarto volvía a sufrir transformaciones. Quité sin más miramientos las
fotografías de Blas Piñar; las de Franco las reemplacé por retratos de José Antonio y de Ramiro
Ledesma; los emblemas de Fuerza Nueva, por banderas rojinegras de Falange y, de todos los retratos
de militares, conservé tan sólo los de Tejero y Milans. No entendía los fines reales de su intentona y
tampoco sabía que pretendieron en su día, pero el hecho de que ambos permanecieran en prisión sin
solicitar indulto para eludir su pena me demostraba que, independientemente de lo acertado o
equivocado de sus actos, se trataba de gentes de honor, y eso, para mí, valía mucho.
Contemplé mi nueva capilla particular y sonreí: presentía que esta nueva etapa de mi existencia
superaría a las anteriores. Y no me equivoqué.
Después de ese nuevo compromiso político, comenzamos a quedar a diario. Teníamos alquilado un
pequeño piso que utilizábamos como sede, realmente no éramos muchos -unos cincuenta- pero muy
conscientes y comprometidos. No teníamos líder, ¡ni falta que hacía! Nuestra jerarquía la componía
un jefe y varios responsables de los diversos departamentos existentes: administración, formación
política, acampadas y aire libre, guerrilla urbana con sus apartados de fabricación de explosivos y
manejo de armas.
Nos sentíamos guerrilleros de un sistema que no comprendíamos y no nos gustaba. Pero a pesar de
estos conocimientos seudo bélicos, no solíamos utilizar la violencia como primer recurso. No nos
creíamos en poder absoluto de la razón, pero tampoco íbamos a consentir que vinieran otros a
explicarnos a malas que estábamos equivocados.
En esos años, existían infinidad de grupos urbanos: Mods, Rockers, New Romantics, Heavys y
quizá, sin intuirlo, nos convertimos en uno más. De éstos, nos diferenciaban nuestros principios
políticos y puede que también el tipo de inconformismo. En el fondo, éramos ex militantes de
partidos ultras que, desengañados por nuestros antiguos líderes, componíamos un pequeño ejército
de desertores de esas organizaciones. La única intención que nos guiaba consistía en hacer política
sin ataduras y, pese a la inexperiencia, funcionábamos bien.
No queríamos conseguir poder ni convencer a nadie de lo exactas de nuestras ideas y mucho menos
nos creíamos profetas de nada. En ese sentido, nos sentíamos bastante abiertos y tolerantes.
Deseábamos ser una élite nacionalsindicalista creada por jóvenes libres de prejuicios arcaicos, con las
ideas claras y capaces de poder debatir en cualquier foro. Al mismo tiempo, formarnos
concienzudamente en combates callejeros, por lo que pudiera pasar. ¡Y vaya si logramos ambas cosas!
En aquellos primeros años ochenta, Primera Línea tenía mala fama, sobre todo entre algunos
jóvenes sectores de clase media. Lo curioso es que a pesar del miedo y del respeto que inspirábamos,
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la gente solía seguir nuestros pasos, al menos en lo que a zonas de ocio se refiere. Es decir, bastaba
que frecuentáramos un pub sin clientela, para que, en pocos días rebosara de clientes. Parece
absurdo, pero es la verdad; los adolescentes gustaban de contemplar peleas como si de una opción de
diversión más se tratara. Pero no contaban con que podían convertirse en víctimas de las mismas,
cómo a menudo ocurría.
Al principio, acudíamos por costumbre a divertirnos a la zona de tascas y, en sus bodegas, bebíamos
jarras de cerveza a la vez que cantábamos canciones falangistas ante las miradas perplejas de los
demás clientes. Al independizarnos de Falange, decidimos buscar otro territorio nuevo para nosotros
solos. Tuvimos suerte y, cerca del local de la calle Salamanca, descubrimos un bar llamado Salsa y a
su lado, un mesón. Casi no tenían clientela, y empezamos a acudir a diario: en pocas semanas, no se
podía ni respirar del bullicio existente. Todas las tardes se formaban peleas con la mínima excusa:
<<Que si me has mirado mal>>, <<que si no me has mirado>>, <<que si tu novia es un callo>>, <<que
si tu novia está para mojar pan>>. El motivo era lo de menos; la cuestión, montar follón. Es justo
reconocer que nosotros no iniciábamos la mayoría de las trifulcas, de eso se encargaban los chavales
de las falanges juveniles, que no paraban un rato. Eso sí, cuando el tema se iba de madre, poníamos el
punto y final. Todo esto trajo consigo que, en un par de años, cerraran estos lugares por acumulación
de guantazos por metro cuadrado. La policía no veía con buenos ojos tanto desmadre. ¡Vaya usted a
saber por qué!
Nos tocó volver a buscar sitio de encuentro. La verdad es que éramos un poco tiquismiquis y no
queríamos un bar cualquiera; además, como condición imprescindible, éste debería estar cerca de
algún mesón donde hicieran platos económicos y sabrosos, como <<patatas bravas>> o <<morros de
cerdo>>. Después de mucho andar, encontramos en una calle cercana a la plaza de Cánovas lo que
ansiábamos; el bar se llamaba Merengue, y pinchaban música del momento: Spandau Ballet, Mecano,
Gabinete, Loquillo con su Cadillac Solitario, canción que creo marcó a una generación. El mesón
cercano, ubicado en la paralela calle de Conde Altea llamado Los Pamplonicas, se convirtió en
nuestra segunda casa por muchos años, para algunos en la primera.
Volvió a ocurrir lo de siempre, en pocas semanas, los locales rebosaban de jóvenes en busca de
marcha y de sensaciones fuertes. Las refriegas se convirtieron en algo frecuente y, por tanto,
monótono; valga como ejemplo que, en mi casa, dejaron de comprarme camisas de color claro,
puesto que a las pocas horas de estrenarlas estaban rotas y manchadas de sangre. ¡Y eso que yo casi
nunca me metía en follones en comparación con otros!
Nuestra máxima en esta etapa era: <<Vivir a tope>>. Parecía como si el mundo fuera a acabarse en
diez minutos y teníamos que aprovechar cada instante como si se tratara del último. Con esta
mentalidad, iniciamos una trepidante carrera en solitario para descubrir aquellas cosas y experiencias
que se nos había vedado, queríamos experimentarlo todo, y ese todo, en ocasiones, nos llevó al
desenfreno.
Si bien es cierto que pocas veces iniciábamos <<movidas>>, no menos cierto es que los muchachos
de <<juveniles>> no entendían una tarde de fiesta sin sus correspondientes peleas. Ya he comentado
que los motivos para encender la mecha eran sencillos; si fallaba alguno de los citados, marchaban a
la caza de chavales que fumasen porros para demostrarles in situ que esas sustancias sí que resultaban
perjudiciales para la salud. A veces, las víctimas salían respondonas y se negaban estúpidamente a ser
apaleadas por la cara, entonces se liaba la marimorena y llovían tortazos a diestro y siniestro. Llegado
ese extremo, nos tocaba intervenir para apaciguar los ánimos. Los <<juveniles>> nos tenían como sus
protectores y, cuando las trifulcas se les iban de las manos, corrían a solicitar nuestra ayuda, lo que
nos tenía bastante hastiados. Llegué a presenciar un mínimo de cinco o seis contiendas diarias
durante muchos años; lo más normal era que se empleasen a tortazo limpio, pero no faltaban aquellas
en las que aparecían peligrosamente, puños americanos y navajas, incluso alguna pistola. Aunque
eludíamos las confrontaciones, en un mínimo porcentaje participábamos en ellas y eso, unido a la
cantidad de reyertas, significó que, en nuestra juventud, terciamos en miles de jaleos absurdos y
ajenos a toda intencionalidad política. Bastantes de ellos no tenían nada que envidiar a las
espectaculares riñas de las películas de acción más salvajes. Hoy sé que toda aquella violencia
estúpida, que entonces veía natural, terminó por complicarme la vida y traerme a prisión. Y aquí
espero a muchos jóvenes que, ahora, también consideran la violencia como algo natural y lícito.
Aparte de esas peleas, de vez en cuando acudíamos a provocar a grupos radicales de izquierda.
Recuerdo que en una planta baja de la calle Sueca, estaba la sede de la Unificación Comunista de
España. Esta organización tenía montado un bar en su local, donde servían comidas a precios
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económicos para lograr fondos con la intención de autofinanciarse. Desde 1983 a 1985, cogimos por
costumbre asaltar su sede cuando nos venía en gana, romper las lunas de cristal que daban a la calle
y, en ocasiones, acudir a comer a su cantina sin pagar un duro y haciéndoles cantar como postre el
Cara al Sol. Con diecinueve o veinte años, estábamos totalmente curados de espanto; nada, en lo que
a violencia se refiere, nos llamaba la atención.
Superadas las emociones de las riñas callejeras, algunos buscaron otras experiencias y encontraron
en la droga un nuevo amigo. Porros y cocaína comenzaron a circular entre algunos camaradas lo que
provocó que nos dividiéramos entre los que probaban esas sustancias y los que, como yo, nos
oponíamos radicalmente a su consumo.
Para no romper la organización, de vez en cuando seguíamos realizando actividades políticas,
aunque cada vez más distanciadas en el tiempo. No obstante, había dos citas en noviembre a las que
nunca dejamos de acudir: la marcha que realizábamos desde Valencia a la cruz de los caídos del Saler
y el homenaje que en memoria de José Antonio se celebraba en la antigua cárcel de Alicante. En
estos últimos, pude conocer a Pilar Primo de Rivera, hermana del <<Jefe>> e histórica fundadora de
la Sección Femenina.
Año tras año, Pilar acudía a presidir los actos que se celebraban en honor del fundador de la
Falange, y los militantes de Primera Línea la acompañábamos para velar por su seguridad.
Acostumbrados al carácter autoritario del que solían hacer gala nuestros líderes, estar con Pilar
significaba todo un lujo. Se trataba de una mujer menuda, ya anciana, muy humilde y con un gran
corazón; jamás observé en ella un mal gesto, ni una palabra malsonante, ni siquiera un cierto aire de
autoridad o de soberbia. Nos disputábamos su compañía y agradecíamos poder escuchar de sus
propios labios aquello que conocíamos por los libros.
-Doña Pilar -le dije un día-, ¿qué siente al ver que tantos años después del fusilamiento de su
hermano todavía somos muchos los jóvenes que seguimos sus pasos?”
-No me llames de usted -me dijo-. Vosotros podéis hablarme de tú.
-Muchas gracias. ¿Qué piensas de lo que te he dicho? -insistí.
-¡Ay, cariño! José Antonio estaría muy orgulloso de todos vosotros. Sois muy buenos chicos. La
maldita guerra se llevó demasiado pronto a mis dos hermanos: José Antonio y Miguel. ¡Qué personas
más estupendas eran! ¡Pobrecitos! ¡Pobrecitos! Pero así fue la voluntad de Dios y, mientras vosotros
los recordéis, ellos seguirán vivos.
Escuchábamos ensimismados las anécdotas que nos relataba sobre su hermano mayor y su padre, el
general Primo de Rivera, conscientes que nos encontrábamos delante de un pedazo de la historia
viviente de España. En nuestras filas, había un camarada valenciano al que apodábamos el Sepia, el
cual tenía una especial amistad con Pilar desde hacía muchos años, pues siempre se encargaba de
acompañarla en sus visitas a Alicante. Una tarde, le hizo varias preguntas cuyas respuestas recordaré
siempre:
-Pilar, cuéntales a los camaradas cuando Franco te quiso casar con Hitler.
Nos quedamos con la boca abierta, pues ignorábamos ese detalle de su vida. Pilar respondió
nerviosa:
-¡Calla, calla! ¡Qué horror! ¡Si me llegan a casar con ése!
-¿Entonces es verdad que Franco te quiso casar con el Führer? -exclamamos sorprendidos.
-Algo de eso se habló, pero no fue el Caudillo quien tuvo la idea, fue una ocurrencia de Serrano.
-¿Serrano Suñer? -preguntamos esperando la confirmación.
-Sí. Del mismo. ¡Quita, quita! ¿Os imagináis que horrible casarme con ese monstruo? Ramón tenía
unas ideas un tanto descabelladas. Por fortuna, todo eso pasó, y no me casé con él. Además, no me
gustaba. Nunca me gustó. Y a José Antonio tampoco le agradó cuando lo visitó en persona. El Führer
era un hombre tan frío, tan racional. ¿Y lo que hizo luego con los judíos? ¡Dios mío, tantos niños e
inocentes! Suerte que todo eso pasó y sólo quedó en un desafortunado proyecto de Ramón.
-¿Y te hubieras casado con Hitler sin quererlo?
-Es que vivíamos otra época. No se sabía lo que estaba haciendo con esa pobre gente. Pero no me
hubiese gustado. La verdad que no. Aunque si hubiera sido por el bien de España y lo hubiera
exigido el Caudillo...
-Pilar -continuó el Sepia -, ¡no apoye tanto a Franco, que no hizo nada por salvar a su hermano!
-¡No digas eso, Alfredo, que no es verdad! ¿Qué más podía haber hecho?
-¡Di que sí, Pilar! -jaleó irónicamente uno-, ¡que a José Antonio lo mataron los rojos!
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-No -interrumpió ella-. ¡Eso tampoco es verdad! ¡A José Antonio lo mató la ignorancia! Los que
apretaron el gatillo no tenían culpa. De haberlo conocido un poco, quizá aún viviría. Pero había
tantísimo odio en España. Creo que, en el fondo, lo mataron entre todos.
Nos quedamos impresionados por su grandeza, claridad de pensamiento y ausencia de rencor hacia
quienes ejecutaron al <<jefe>>; mientras transcribo estos recuerdos, siento hacia ella un gran cariño
y sé que ahora estará feliz junto a sus hermanos. Pilar, estés donde estés, mi más sincero respeto;
nunca olvidaré tu profunda humanidad y entereza.
Salvando estos instantes de camaradería, poco más hacíamos en común los de la Primera Línea; no
obstante, en el ochenta y cinco, intentamos reiniciar un nuevo despegue propiciado por la oferta que
nos hicieron los nuevos dirigentes de FE-JONS en Valencia de volver a integrarnos en este partido,
permitiendo que mantuviéramos nuestra semiindependencia y jerarquía interna. A resultas de esta
<<reunificación>>, volvimos a hacernos cargo de la seguridad de los mítines de Falange y a colocar
nuestras mesas de propaganda en la plaza del ayuntamiento.
Aunque de puertas adentro aparentábamos que toda Primera era una piña, la realidad indicaba que
las disputas internas seguían dividiéndonos inexorablemente, y nada parecía poner solución a esa
disgregación que amenazaba nuestra continuidad. La solución de este problema llegó poco después y,
curiosamente, a raíz de unos graves disturbios que protagonizamos y que acapararon los titulares de
todos los medios de información del momento.
Ocurrió un domingo al mediodía. Aquella mañana, unos pocos camaradas acudieron a montar
mesas, como siempre, enfrente del ayuntamiento; la noche anterior, había sido demasiado larga y
nos acostamos a las tantas y ¡en qué estado! Ese fin de semana me tocaba librar y dormía felizmente,
cuando el teléfono interrumpió mis sueños. Al otro lado del auricular estaba el jefe de la Primera
Línea:
-Oye, Juan, ¿estás durmiendo? -preguntó.
Encendí la luz a tientas y miré la manecilla del reloj, marcaba las diez. ¿De la mañana o de la
noche? Un terrible dolor de cabeza me impedía articular palabra. Casi no podía abrir los ojos.
-¿Eres Tano? -interrogué.
-¡Quién voy a ser si no! Oye, vístete y acude a la plaza del Caudillo, que puede haber jaleo en las
mesas -ordenó.
-¿Qué día es hoy? -volví a preguntar aturdido.
-¡Domingo! ¡Hoy es domingo y son las diez de la mañana! ¡Venga! Vístete y acude a mesas, que ya
estamos todos aquí. ¡Ah! Tráete el puño americano, pero no se te ocurra coger la <<cacharra>>, que
esto está a parir de maderos.
-¿Pero no es una broma?
-Que no. ¡Leches! Venga. No tardes.
-En diez minutos, estoy ahí -contesté mientras me ponía en pie.
Tardé justo ese tiempo en vestirme y llegar al lugar. En las mesas se encontraban media docena que
me indicaron que acudiera a una cafetería cercana donde hallaría al resto; entré en Barcas 7 y
observé a varios camaradas que estaban atiborrándose de cafés; al ver sus ojos, comprendí que
tampoco habían dormido demasiado. Todos intentábamos disimular con gafas de sol la enorme
resaca.
-¡Arriba España! ¿Qué es lo que ocurre tan urgente como para no dejarme dormir? -inquirí
dirigiéndome a nuestro jefe luego del saludo.
-¡No despotriques tanto, que estamos todos como tú! -dijo a modo de respuesta y explicó-: Nos han
informado que a las doce está convocada una manifestación de ultraizquierda en la plaza de la
Virgen, es de insumisos o algo así. Lo cierto es que sabemos de buena tinta que tienen la intención de
venir a destrozarnos las mesas de propaganda. Por la zona, hay varias <<lecheras>> para prevenir
incidentes, pero aunque no quiero que se líe, ¡si nos buscan, nos encontrarán! -afirmó rotundo.
Asentí en silencio; estaba conforme con todo. Sólo nos quedaba esperar.
El tiempo fue transcurriendo lentamente, la plaza comenzó a llenarse de familias que paseaban
despreocupadas con sus hijos camino hacia los puestos de venta ambulantes que, como cada festivo,
solían colocarse en las inmediaciones. En el nuestro, nos habíamos juntado cerca de una veintena,
deseando que todo se tratara de una falsa alarma; por si acaso, todos los artículos de propaganda los
reemplazamos por antiguas revistas falangistas, no fuera que acabara por liarse y perdiéramos todo el
material. Los efectos de la resaca empezaban a desvanecerse debido a la cantidad de agua y cafés que
habíamos ingerido, nos encontrábamos dispuestos a lo que hiciera falta.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Disponíamos de informadores en el otro bando, y por ellos supimos que el acto en la plaza de la
Virgen estaba a punto de iniciarse; según éstos, se trataba de una concentración de asociaciones de
ultraizquierda que, bajo el lema <<La mili no mola>>, pretendían manifestarse contra el servicio
militar obligatorio. En teoría, los manifestantes no disponían de autorización gubernativa para
desplazarse del lugar de la convocatoria.
-¡Ojalá no pase nada! - pensaba, mientras oía las campanadas del reloj del ayuntamiento dar las
doce.
De repente, la esperada noticia de que los de la concentración venían hacia nosotros corrió como la
pólvora; instintivamente, metimos las manos en los bolsillos del pantalón y agarramos con fuerza los
puños americanos, mientras sentíamos cómo la adrenalina nos iba llenando.
Nos reagrupamos formando una línea defensiva delante de los puestos a la vez que buscábamos con
la mirada a Tano, esperando sus instrucciones. Lo localizamos apostado junto a un furgón policial,
departiendo con sus integrantes. Acabada la conversación con los maderos, vimos que se aproximaba
corriendo y gritando:
-¡Primera Línea! ¡Primera Línea! ¡Acudid todos! ¡Reunión urgente!
En cuestión de segundos, formamos un corro, nuestro jefe se puso en el centro y explicó:
-Acabo de hablar con la policía. ¡Vienen los rojos! No tardarán más de diez minutos. El
subcomisario que manda las <<lecheras>> es camarada y me ha asegurado que no van a intervenir.
No van a ver nada, pase lo que pase. En teoría, los rojos no tienen autorizada ninguna manifestación,
sino tan sólo una concentración. Con lo cual, cuando vengan, les quitaremos de golpe las ganas de
volver a amedrentarnos. ¿Entendido? ¡Más cosas! Cuando carguemos, lo haremos a toque de silbato y
en la calle San Vicente, qué hay menos mirones. ¡Ah! Les he prometido a los polis que no
emplearemos ninguna <<cacharra>>.
Un griterío interrumpió sus explicaciones, giramos las cabezas y observamos como, a doscientos
metros, se aproximaba una marea humana directa hacia nosotros. Eran los de la concentración. La
cabecera estaba presidida por una enorme pancarta blanca en la que resaltaba, en enormes letras
negras, la frase: <<La mili no mola>>. Detrás de ella, varios manifestantes llevaban en alto un ataúd
de cartón a escala natural con el conocido eslogan: <<OTAN no, bases fuera>>.
Avanzaron hasta situarse a menos de diez metros y comenzaron a gritarnos: <<¡Vosotros, fascistas,
sois los terroristas! ¡Vosotros, fascistas, sois los terroristas!>>. Luego se pusieron a dar saltos mientras
coreaban: <<¡Ali bote! ¡Ali bote! ¡Fascista el que no bote!>>. Por nuestra parte, permanecíamos
inmutables formando una doble fila de seguridad y los mirábamos directamente a los ojos sin
pestañear; vimos que comenzaron a ponerse nerviosos, algo normal, probablemente pensarían que
portábamos armas. No es muy lógico que veinte jóvenes no huyan ante dos mil adversarios. No
contaban con que llevábamos demasiados follones a nuestras espaldas como para asustarnos por
nada. ¡Estábamos curados de espanto!
Después de cinco minutos, sus chillidos empezaron a menguar y decidieron volver por donde
habían venido; pararon sus imprecaciones y dieron media vuelta camino a la plaza de la Virgen.
Iniciaban su retorno, cuando se nos ocurrió una genial idea, y todos a una nos incorporamos a la cola
de su manifestación avanzando con ellos. Esta actitud despertó la alarma de los últimos, que nos
dijeron con la voz entrecortada por el miedo:
-¡Pero, tíos! ¡Que somos pacifistas!
-Sí. Sí. ¡Nosotros también! -explicamos como si tal cosa.
Seguimos caminando a su lado hasta llegar a la altura de la calle San Vicente, el lugar elegido para el
ataque. A esas alturas, nuestra presencia en su retaguardia ya era conocida por todos los
componentes de la manifestación <<pacifista>>, que, alarmados, giraban a contemplarnos con los
ojos desencajados.
Y llegó el momento. Supongo que ahora no podría justificarse, pero en ese momento de mi vida, me
veía como un soldado en guerra, y mi deber era seguir a mis compañeros. En cuestión de segundos,
los de Primera nos hicimos a un lado formando un estrecho pasillo. Por él, surgieron dos camaradas
que, armados con tirachinas de competición, comenzaron a lanzar bolas de acero contra los
manifestantes. Éstos, al sentir los impactos, empezaron a caer como moscas sobre el asfalto, y el resto
inició la huida. Había llegado nuestra hora, desde detrás escuché la potente voz de Tano gritar:
-¡A por ellos! ¡A por ellos! ¡¡Primera Línea, cargad!
Todos a una iniciamos la carga; armados con los puños de metal y con pequeños bates, empezamos a
dar golpes a diestro y siniestro, sin tregua ni perdón. En las filas contrarias, se inició una desbandada
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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total, y la calle quedó cubierta por restos de pancartas y fragmentos del ataúd que portaban. Ninguno
de nosotros recibió el mínimo rasguño, pero por la otra parte fueron numerosos los heridos que
precisaron asistencia médica. Finalizado el <<combate>>, abandonamos la zona rumbo a nuestras
casas, a la vez que respondíamos, con disimulo, los guiños cómplices que nos lanzaban los policías.
Todo había finalizado como era de esperar, igual que siempre.
Pero aquella vez no sucedió como otras, vivíamos el año 1985 y la prensa inició una espectacular y
lógica campaña contra esa agresión. Todos los titulares de los periódicos rezaban del mismo modo:
<<Es totalmente incomprensible que, tres años después de haber ganado las elecciones generales el
PSOE y una década más tarde de la muerte del dictador, las bandas fascistas sigan campando a sus
anchas por las calles de Valencia. Resulta ilógica la actitud permisiva de las fuerzas de seguridad del
Estado, que, en ningún instante, intervienen para evitar los incidentes que amenazan la seguridad de
los pacíficos transeúntes. ¿Hasta cuándo hemos de soportar que miembros de la extrema derecha,
más que de sobra conocidos, sigan atacando impunemente y haciendo de nuestras calles su particular
campo de batalla? Hay que poner fin a estos desmanes>>.
La prensa nos había señalado con el dedo acusador, teníamos que pararles los pies, ¡y rápido!
No hizo falta esperar mucho para que se llevaran su merecido.
Después de la tempestad, llega la calma y, aunque socialmente hablando el ambiente estaba
movidito, esos disturbios sirvieron para que los de Primera dejáramos atrás viejas rencillas y
mirásemos al futuro con optimismo. La unión había hecho la fuerza, y teníamos el deber de trabajar
conjuntamente para lograr consolidar esa unidad.
Reiniciamos, con optimismo, las reuniones y actividades que redundaran en beneficio de nuestro
grupo, nos integramos de nuevo en Falange con unas normas especiales y, como colofón, el jefe
nacional de esta organización, Diego Márquez Horrillo, vino a Valencia, donde celebró una cena de
hermandad con la Primera Línea completa. Todo marchaba viento en popa; de disidentes, pasamos a
convertirnos en militantes de primera. Sólo faltaba realizar una demostración de fuerza para que el
resto de grupos afines y la sociedad en general supieran quién mandaba de nuevo en las calles.
Miramos el calendario y elegimos la fecha idónea para nuestro objetivo.

En octubre, se celebra la fiesta de la Comunidad Valenciana y, con ese motivo, se realizan actos
oficiales en honor de nuestra Señera Coronada y del rey Jaime I, el Conquistador. Por otro lado, esa
fecha es también la elegida por grupos independentistas procatalanistas para manifestarse con la
intención de reivindicar la inclusión de Valencia en los inexistentes Païssos Catalans. Aquel año, iba
a suceder igual, y decidimos dar un escarmiento a los separatistas.
Recuerdo que sucedió un domingo, el día anterior habíamos quedado en la puerta trasera de la
catedral a las ocho en punto de la mañana. Esa noche, no salí de marcha y llegué puntual; esperaba
encontrar a algún conocido, pero como no vi a ninguno, me dispuse a aguardarles; por las cercanías,
observé a varios grupos de chicos y chicas de mi edad que no paraban de escrutarme. Decidí
ignorarlos. De pronto, se juntaron y cuchichearon algo sin quitarme ojo de encima; dos de ellos
avanzaron directos hacia donde me encontraba; yo me puse en guardia. Una chica me dirigió la
palabra:
-Oye, ¿tú eres <<panca>>?
Me sorprendí al escuchar esa palabra que desconocía y supuse que me estaría llamando <<punky>>,
lo cual me extrañó porque no tenía pinta de pertenecer a esa tribu urbana. Entonces, le respondí con
cara de perplejidad:
-Pues no. ¿Tengo acaso los pelos de punta?
La joven rió y me deleitó con su agradable sonrisa:
-¡No te estoy llamando <<punky>>! –explicó-. Te digo si eres <<panca>>. ¡Pancatalanista! ¡Vaya!
Aunque por tu respuesta, supongo que no debes de serlo.
Observé que llevaba en la solapa una señera valenciana con la franja azul; devolví la sonrisa y le
hablé:
-Pues la verdad es que no soy de ésos. Estoy afiliado a Primera Línea de Falange y, precisamente,
hemos quedado aquí para montarla con los catalanistas.
Al escuchar mi explicación, se acercaron y nos saludamos efusivamente. Me dijeron que su
presencia allí tenía la misma finalidad que la nuestra. Se identificaron como miembros de las
juventudes de Unión Valenciana, el partido que años atrás había fundado don Vicente González
Lizondo. Les comenté la profunda amistad que me unía con su líder, puesto que ambos formábamos
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103
parte del Altar de San Vicente Ferrer del barrio de Ruzafa. Aclaradas las cosas, comenzamos a
charlar amigablemente.
Sobre las nueve, comenzaron a acudir el resto de mis camaradas así como compañeros de partido de
los otros. Antes de las diez, entre todos, nos juntábamos más de un centenar. Entonces comenzaron
los incidentes, que no finalizarían hasta bien entrada la noche.
Por las calles adyacentes, empezamos a observar a grupos aislados de jóvenes que llevaban banderas
catalanas con estrellas rojas; aunque su manifestación estaba convocada para la tarde, no perdían la
oportunidad de hacer turismo, máxime cuando muchos de ellos habían venido desde Cataluña en
autocares. En ese instante dio comienzo la cacería.
Nos dividimos por las calles e iniciamos la búsqueda de <<pancas>>; a todo aquel que llevaba un
distintivo catalán, se los arrebatábamos a tortazo limpio. En pocos minutos, todo el centro histórico
hervía de furgones de policía, que, la verdad sea dicha, poco hacían para evitar las palizas, por no
decir nada.
El caos se apoderó del lugar ante la profusión de golpes que soltábamos a todo aquel que resultara
sospechoso de participar en la manifestación de la tarde. Al principio, buscábamos gente con
insignias, luego ese detalle nos resultaba indiferente. Cómo decía un viejo dicho nuestro: <<Si no
quieres que te den, no estés ahí>>.
Porras y puños americanos hicieron su aparición; iniciamos una razia descontrolada ante la
indiferente mirada de los maderos, qué, sencillamente, miraban al cielo silbando.
Nuestras presas iniciaron la desbandada por las calles; algunos entraron a refugiarse en la catedral
pensando que ahí estarían a salvo, pero ni por ésas. Nuestro lema de ese día era: <<Sin perdón>>, no
podía haber piedad contra el invasor.
Pero nuestras acciones contaban con un peligroso testigo que no perdía detalle y con el que no
habíamos caído previamente.
Nos encontrábamos envueltos en la trifulca y vapuleando de lo lindo a unos jóvenes por llevar unas
viseras con la cuatribarrada, cuando lo vimos. Se encontraba de pie a diez o quince metros de
nosotros, junto a una de las puertas de la catedral, rodeado de gentes que aguardaban entrar a
escuchar misa. Él estaba en medio de ellos entretenido en inmortalizar las agresiones que
protagonizábamos con una máquina de fotografiar buena, de profesional. Al divisarlo, alertamos al
resto:
-¡Mirad! ¡Hay un tío haciendo fotos!
Todos a una volvimos los ojos hacia el intruso y avanzamos a cogerle.
-¡Quitadle el carrete! ¡No le dejéis marchar con el carrete! -gritábamos.
Entre varios, le rodeamos y, a trompicones, le exigimos que nos entregara el rollo de película, pero
se negó a la vez que se identificaba como fotógrafo del periódico El Levante y decía no sé qué de la
libertad de expresión. Intenté agarrar la máquina, pero la levantó apartándola de mi radio de acción;
la ingente muchedumbre impedía que pudiera acercarme más. De pronto, una mano surgió de detrás
y cogió la cámara por la correa arrebatándosela al periodista. Observé cómo la máquina de
fotografiar giraba por el aire ganando velocidad sobre nuestras cabezas hasta caer como un mazo
sobre la cabeza de su propietario, que comenzó a sangrar abundantemente a la vez que perdía el
conocimiento.
Acto seguido, se escucharon chillidos de terror y multitud de voces llamando a la policía; en ese
instante, vimos aparecer a media docena de agentes que, protegidos por escudos y porras en mano, se
arrimaban hacia el desvanecido periodista.
Aprovechamos el tumulto para desaparecer de la escena y poner tierra por medio, ya volveríamos
más tarde. Posteriormente, nos enteramos que los maderos habían detenido a un camarada por los
incidentes con el fotógrafo. ¡El pobre Alfredo se comió el marrón de algo en que ni siquiera llegó a
participar!
Fuimos a tomar unos refrescos a un bar próximo, para esperar que amainara la tormenta. Ni por un
instante pensamos abandonar el lugar. Ese día éramos los amos. ¡Todavía quedaba fiesta para rato!
A última hora de la mañana, retornamos a las cercanías; desde hacía rato, nuestra presencia no se
dejaba ver, y la normalidad se adueñó del sitio. Aun así, varias <<lecheras>> permanecían aparcadas
en las inmediaciones, aunque era lo de menos, no temíamos a la policía.
Maquinamos un plan de ataque, nos dividiríamos en cinco o seis cuadrillas y, en diez minutos
iniciaríamos la acción en calles diferentes. ¡El día acababa de empezar! Lo que jamás imaginé es que
en breves instantes me convertiría en el más ruin y cruel personaje de la situación. Lo que ocurrió
Juanma Crespo Memorias de un ultra
104
poco después me provocó tal asco hacia mí mismo que hizo cambiar drásticamente mi concepción de
la vida.
Un cuarto de hora más tarde, todo el centro volvía a convertirse en un improvisado campo de
batalla; la policía no daba abasto y nos divertíamos mareándolos y haciéndoles correr.
Por mi parte, contemplaba desde una esquina de la plaza de la Virgen todo el espectáculo y sonreía.
¡Qué sensación de poder sentía en mi interior! Desde mi atalaya particular, observaba la basílica de la
Virgen de los Desamparados y gran parte de la catedral y, en ese preciso instante, me percaté de algo.
Junto a una de las puertas de este último templo, varios militantes de Unión Valenciana se
empleaban a fondo intentando arrebatar una insignia con la bandera catalana a un hombre de treinta
y tantos que, acompañado por su hijo menor, deambulaba tranquilamente. Contemplé que, a pesar
del miedo que mostraba la víctima, a los valencianistas la situación les venía grande y no atinaban en
su empeño de quitar la dichosa banderita. Me entretenía con el espectáculo hasta que viendo que, al
ver que el tema se complicaba, decidí echar una mano a mis colegas de bulla. Anduve hasta ellos e
intenté poner punto y final a la disputa.
-¡Tú, subnormal! ¡Dame la puta insignia o te reviento! -amenacé, a la vez que intentaba agarrar de
la solapa al hombre.
El muy cabrón no estaba por la labor y me lanzó una patada que, aunque ni siquiera me rozó, me
puso de mala leche; intenté cogerle, pero, agarrando a su hijo, se introdujo como una centella en el
interior de la catedral. Aquello era el colmo de la desfachatez. ¡Estaba huyendo como una rata! No
podía consentir que el asunto quedara así y entré tras él.
Lo vi caminando por entre los bancos, un sacerdote daba misa ante un grupo de fieles y el <<puto
polaco>> se dirigía hacia ellos pensando ingenuamente que ahí radicaba su salvación, suponía que no
me atrevería a agredirle en la Casa de Dios y menos con tantos testigos. Pues se equivocaba. Como
un lobo rabioso, avancé hacia él hasta tenerlo a tiro y la emprendí a golpes y patadas, su hijo lloraba
histéricamente y suplicaba:
-¡A mi papi no! ¡A mi papi no!
Pero ciego de odio, no atendí sus ruegos y continué machacando a aquel semejante que no me había
hecho nada. El cura desde el púlpito comenzó a gritar:
-¡Por el amor de Cristo! ¡Deteneos! ¡Esto es un lugar sagrado! ¡Basta!
Mis oídos no escuchaban las palabras del clérigo ni de mi <<pieza>>, que llorando rogaba que le
pegara aparte, donde su pequeño no pudiera verlo. A mí, eso me daba igual y seguí pataleándole
hasta que varios de mis camaradas me agarraron y separaron del pobre hombre, que permanecía
malherido en el suelo santo.
-¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco? ¡Tío, estás en una iglesia! ¡Venga, vámonos! Por hoy ya está
bien.
Salí del templo escuchando los gritos airados de los feligreses; una vez al aire libre, caminé hacia mi
casa y me despedí de los míos, que decidieron quedarse un rato más. Los incidentes continuaron
hasta entrada la noche, aunque esa parte me la perdí. Una vez en mi domicilio, me encerré en mi
cuarto y me puse a pensar, seriamente, durante muchas, muchas horas.

Faltaba un mes para que cumpliera los veinte. ¿En qué clase de monstruo me había convertido?
¿Cómo podía haber acabado así de salvaje? Estaba en un punto de mi vida donde entendía la
violencia como una opción normal, una diversión sin más. Esa tarde ocurrió algo que me hizo
cavilar. Cuando mis amigos vinieron a sujetarme mientras golpeaba a ese hombre en el santuario,
pude advertir, en las miradas que me dirigían, un cierto aire de repulsión. ¡Mis compañeros de
andanzas habían sentido aversión por lo que hice! Es más. ¡Llegué a profanar la Casa de Dios! ¿Cuál
sería mi siguiente paso? ¿Convertirme en un cualquiera? ¿En un psicópata sin escrúpulos capaz de
toda bajeza? ¿O acaso ya lo era? ¡No, yo no podía ser así! ¿O quizá sí?
Me acordé de un individuo que hace tiempo venía con nosotros; había comenzado sus andanzas
políticas de la mano de José Luis Roberto en el FSJ; este chico, un poco mayor que yo, sentía un
desmesurado placer al ejercer la violencia contra desconocidos y gozaba practicándola con todo
aquel que se ponía por medio; nos relataba lo mucho que disfrutaba masturbándose contemplando
vídeos reales de ejecuciones humanas.
La dirección de CONS lo expulsó de sus filas y quiso afiliarse en Primera Línea, aunque no le
dejamos. Entendíamos que su única solución estaba en el psiquiatra. Pasado un tiempo, ya no se
sentía plenamente satisfecho con el dolor ajeno y dio el salto a la droga buscando nuevas sensaciones,
Juanma Crespo Memorias de un ultra
105
hasta que quedó hastiado de tanta cocaína. Las últimas noticias que teníamos de él, indicaban que
consumía ácidos y que le había dado por hacerse <<tripis>>. Y que cada vez estaba más como un
cencerro. No tenía amigos, sus antiguos camaradas rehuíamos su contacto y nos causaba asco, mucho
asco. ¿Quizá mi destino pasaba por convertirme en un Paco Martínez más? ¡No, eso nunca!
Rememoré mis inicios en política, casi siempre me relacioné con los más malos del grupo. ¿Por qué?
¿Acaso por complejo de inferioridad? Pero si en algún momento fue así, tenía claro que ya estaba
superado. ¿Entonces, por qué seguía anclado en la violencia?
Intenté despejar estas dudas mientras fumaba como un carretero en la soledad de mi cuarto. Pensé
en mi ídolo José Antonio. ¿Aprobaría mis acciones? Y recordé una frase suya: <<La violencia, si no
está regida por la razón, es pura barbarie>>. Y comprendí que mis actos nunca recibirían su
consentimiento; me había transformado en un bárbaro sin ideales que justificaba sus aberraciones
con excusas políticas sacadas de tiempo y contexto. Sentí que la frase de Ortega y Gasset: <<No es
esto, no es esto>>, podría aplicarse perfectamente a mí mismo y entendí que la famosa <<forma de
ser>>, preconizada por Primo de Rivera, estaba apartada de mi conciencia y tan sólo, me dedicaba a
imitar otras formas distintas de comportamiento más semejantes a las de un animal que a las de un
humano.
Caí en un detalle: casi todas las buenas gentes que conocí en las distintas organizaciones en las que
milité pasaban olímpicamente de utilizar la fuerza, y eso debía significar algo.
Estaba a tiempo de evitar transformarme por entero en un monstruo; las horribles acciones que
cometí, a estas alturas ya no podía eludirlas, pero todavía era factible evitar que otras semejantes
tuvieran lugar. Llegué a un compromiso firme conmigo mismo. Nunca más haría empleo de la
violencia, salvo para defender las injusticias y abusos.
Como el Ave Fénix, renací de mis propias cenizas convertido en una nueva persona. Cumpliría con
mi palabra aún a costa de todo y, sinceramente, creo que no he fallado desde entonces a mi
juramento.
Ajenos a mis decisiones, los medios de comunicación volvieron a afilar sus plumas contra nosotros.
Los graves disturbios de la catedral nos pusieron en el punto de mira, y la prensa inició una campaña
para tratar de depurar responsabilidades y, de paso, descubrir a los autores de la salvaje agresión
sufrida por el trabajador de El Levante. En este periódico, supimos que quienes atacaron al periodista
aprovecharon el tumulto para robarle una bolsa con material fotográfico valorada en casi medio
millón de pesetas, y eso era muy fuerte.
Podíamos justificar una agresión a un profesional de la información, pero lo que no cabía en
nuestras cabezas era que contáramos con ladrones en nuestras filas. Evidentemente, no éramos los
únicos que pensaban así, y la policía, acuciada por la prensa, comenzó a interrogarnos para averiguar
la identidad de los autores del delito. En una semana, fuimos muchos los citados a declarar en la
Dirección General de Seguridad; yo fui uno de ellos y, aunque reconocí mi presencia en los
disturbios, negué saber nada sobre la identidad de los autores del robo. Los inspectores de la tercera
brigada de información creyeron mi testimonio, pero me advirtieron que andaba por arenas
movedizas y que, si no cambiaba de actitud, acabaría mal. Sobre el equipo sustraído, me indicaron lo
mismo que al resto de mis camaradas: que apareciera lo antes posible, donde fuera y como fuera.
En Primera Línea, emprendimos otra investigación paralela para descubrir a los implicados; no
podíamos permitirnos tener vulgares chorizos entre nosotros. Si al menos el material se hubiera
sustraído con la finalidad de recaudar fondos para la causa, otro gallo cantaría. En poco tiempo,
nuestras indagaciones dieron resultado, y supimos que uno de los nuestros junto con un ex militante
de Fuerza habían sido quienes golpearon al periodista y, aprovechando la confusión, le arrebataron
el equipo. Les pedimos que lo entregaran y se negaron en redondo; podían sacar un buen pico y no
estaban dispuestos a perder lo que tan poco les costó conseguir. La jefatura de Primera decidió
expulsar al primero, y a su compañero se le prohibió acudir a nuestros locales y a cualquier clase de
acto que realizáramos. Por supuesto, no informamos de todo esto a la policía. ¡No éramos ningunos
chivatos!
Unos días después, caminaba sólo por una céntrica calle de Valencia, cuando vi venir por la misma
acera a José Luis Roberto acompañado por un militante del FSJ al que conocía bastante por haber
coincidido en actos políticos.
Supongo que el encuentro fue casual. La última que lo había visto fue en la sede de Unión Hispana,
cuando la famosa reunión del Teledeum; desde entonces, habíamos coincidido en contadas ocasiones
Juanma Crespo Memorias de un ultra
106
y nunca llegamos a intercambiar palabras; aquella tarde, tuvimos nuestra primera conversación y no
muy grata, por cierto.
Tan pronto aparecí en su campo de visión, Jesús se quedó mirándome y susurró unas palabras a su
líder, que me observó fijamente y me llamó. Me acerqué tan tranquilo. ¿Qué se le habría perdido a
este tipo?
-Me han dicho que estás en Primera Línea -escupió más que dijo.
-¿Y? -solté por respuesta.
-¡Pues que la policía está pegando el coñazo a mi gente, por algo que no han hecho!
José Luis Roberto tenía muy mala prensa en nuestras filas y temían que fuera confidente. Decidí no
alargar mucho la conversación:
-Mira, José Luis, ni sé de lo que me hablas, ni me interesa lo más mínimo, así que, si no tienes nada
mejor que hacer, yo sí -solté retomando el camino.
Mi actitud insolente le enfureció y me dijo gritando:
-¡Estoy harto de los de “Primera”! ¡O aparece pronto ese equipo o...!
-¡O qué! -le interrumpí mirándole desafiante.
Me devolvió la mirada y exclamó:
-¡O iré a la policía a decir que vosotros robasteis ese material!
-¡Sí… ya sé que tienes mucha confianza con los maderos! -solté irónicamente, mientras proseguía
mis pasos.
Esa noche, puse en conocimiento de mis camaradas la conversación que tuve con Roberto. Al
pensar en sus amenazas, me daba un asco intenso. Hubiese mandado a freír espárragos a cualquiera
que se hubiera referido bien a este individuo, pero el destino quiso que pocos años más tarde trabara
una estrecha relación con este hombre hasta el extremo de acabar convirtiéndome en su persona de
confianza. ¡La de vueltas que da la vida!
El 1985 estaba a punto de acabar, pero todavía me aguardaba una ingrata sorpresa. En diciembre, mi
padre denunció un robo en mi domicilio; los ladrones, entre otras cosas, le quitaron una pistola legal
que poseía. La policía, basándose en mis antecedentes políticos, me detuvo y el juez me encarceló un
par de semanas; pasado ese tiempo, se descartó mi autoría en el suceso, y salí en libertad sin cargos.
Así de movido finalizó ese año y comenzó el ochenta y seis, que, por fortuna, no trajo demasiadas
incidencias. ¡Ya tocaba!
Pero los acontecimientos del año anterior dejaron herida de muerte a nuestras organizaciones, ya
de por sí bastante debilitadas. La gran persecución policial y de los medios de comunicación a raíz de
los incidentes del ochenta y cinco significaron la puntilla; a estos motivos, se unieron las importantes
crisis internas surgidas en el seno de los grupos, debido a distintos problemas emergentes, como la
conveniencia o no del empleo de la fuerza y lo acertado o no del discurso político que pretendíamos
transmitir.
Primera Línea aguantó hasta 1990, aunque sumamente debilitada y dividida; los únicos actos
públicos en los que participábamos correspondían a las conmemoraciones que en Madrid se
realizaban los 20-N en memoria de José Antonio Primo de Rivera.
Unión Hispana, aun contando con estupendas personas, se ahogó en los propios vómitos de su líder.
Falange Española de las JONS entró en otra crisis interna, una más de tantas a las que nos tenían
acostumbrados y, prácticamente, desapareció del panorama político; las juventudes de este partido
sufrieron una completa desbandada y, en 1986, surgió una escisión liderada por un activo militante
de las juventudes falangistas, Manolo Canduela. Dicho grupo formado por los jóvenes más activos de
FE - JONS tomó como nombre JNS, o lo que es lo mismo: Juventudes Nacional Sindicalistas.
Cedade sufrió serios abandonos previos a su desaparición; uno de los líderes de esta asociación en
Valencia, Andrés Romaguera, comenzó a instruir a los miembros del JNS, y se convirtió en otros de
sus jefes.
En poco tiempo, los integrantes de esta facción cambiaron radicalmente su aspecto. Sustituyeron
sus cuidadosos peinados a base de fijador por fulgurantes cráneos rapados; las cazadoras negras de
cuero, por bombers verdes de aviador; y sus pulcros zapatos Martinelli, por botas Doc Martens. La
transformación no se detuvo ahí. Dejaron de emplear los términos joseantonianos <<unidad de
destino>> y <<España Imperial>>, y adoptaron <<pureza racial>> y <<Europa blanca>>; nuestro
conocido grito <<¡arriba España!>> fue cambiado por el de Sieg Heil!, a la vez que modificaron el
significado de la última ese de sus siglas, que se transformó en: Juventudes Nacional Socialistas.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
107
Meses después, disolverían el JNS y formarían un grupo neonazi de corte skinhead, cabeza rapada,
denominado Acción Radical.
CONS también sufrió los efectos de esta hecatombe y, prácticamente, desapareció del mapa. No
obstante, sus afiliados crearon una cooperativa capaz de dar respuesta laboral a los suyos y, a su vez,
poder sobrevivir. Se discutieron varias opciones y, al final, optaron por montar una empresa de
vigilancia. Con ella, podían dar empleo a simpatizantes del <<mundillo fascista>> y conseguir una
fuente de ingresos. Pero era un pastel muy apetecible que pronto sería disputado. Muertas las
organizaciones tradicionales de la extrema derecha, se abría una puerta a los nuevos grupos
nacionalsocialistas que empezaban a surgir con inusitada fuerza.

Capítulo VI

A fines de los ochenta, el panorama en las filas de la extrema derecha española rozaba la desolación.
Casi totalmente extintos los partidos tradicionales, se abrían nuevos intentos de aglutinar a los restos
de militantes en nuevas organizaciones.
Las Juntas Españolas, impulsadas desde las páginas del desaparecido diario El Alcázar, nunca
llegaron a levantar cabeza. Poco más tarde, dirigentes de esta plataforma junto con intelectuales de
Cedade idearon constituir un nuevo partido político capaz de actuar en sintonía con lo que se dio en
llamar <<el nuevo orden europeo>>. Para ello, se marcaron un objetivo simple: borrar toda la
simbología franquista y dotar al nuevo grupo naciente de un discurso populista más acorde con los
nuevos tiempos. Acababa de nacer el germen de Democracia Nacional.
Siempre entendí a los nazis como una ideología <<de fuera>> y por eso nunca acabaron de caerme
bien del todo. Es cierto que me encantaba contemplar, en los documentales de la tele, los
impresionantes desfiles que las juventudes hitlerianas realizaban en Nüremberg frente a su Führer, y
que también me gustaba escuchar los discursos del líder alemán aunque, la verdad sea dicha, no
Juanma Crespo Memorias de un ultra
108
entendía ni una palabra de lo que decía. Pero los horribles crímenes que cometieron desvirtuaban el
resto de su proyecto y, por aquella época, jamás intenté saber demasiado sobre ellos.
Hasta esa fecha, mis contactos con los ambientes nacionalsocialistas fueron esporádicos. Ya he
comentado que los primeros conocidos carentes de complejos para identificarse así pertenecían al
PENS, y no llegamos a tratar mucho. Con los de Cedade congenié algo más, aunque tampoco
demasiado, a pesar de que tuve muy buenos amigos en sus filas. Los skinheads casi no existían, y a los
pocos que había nadie les hacía ni puñetero caso; su ideología tenía más de estética y camorrista que
de ideales, al menos por entonces.
Salvando las distancias, a las únicas personas con pensamientos similares que respeté, y con los que
compartí bastantes ratos, fueron los ex-combatientes de la División Azul. Desde muy joven me
acostumbré a acudir al local que esta hermandad tiene en la avenida del Barón de Cárcer en Valencia
y disfrutaba al escuchar sus experiencias. Ciertamente no podría calificárseles de nazis porque no lo
eran, pero conocieron esa <<era>> en primera persona al pelear como soldados en la 250 División de
Infantería del Ejército Alemán. Muchas tardes, pasaba las horas muertas escuchando sus relatos y
mirando las fotografías que me mostraban, donde aparecían vestidos con los uniformes militares
nazis. Resultaba impresionante comprobar que el abuelito que tenía sentado frente a mí había sido,
en sus tiempos, un combatiente español bajo las órdenes de la todopoderosa Wehrmatch. Como
apasionado de la historia, disfrutaba con las suyas y, sobre todo, con las que me contaba un alto cargo
de esta asociación, el camarada Ferrara.
Aquel otoño del treinta y nueve, la inmensa maquinaria bélica alemana se puso en marcha. La
innovadora <<guerra relámpago>>, utilizada inicialmente contra Polonia, supuso un duro golpe para
las adormecidas conciencias occidentales que contemplaban desesperadas como, en apenas un cuarto
de siglo, el viejo continente se enfrentaba a otro segundo conflicto de consecuencias impredecibles.
El mundo entero observaba estupefacto el avance imparable de los ejércitos del Tercer Reich. Los
sueños de grandeza del Führer y de su pueblo comenzaban a materializarse; el <<imperio alemán de
los mil años>> iniciaba su espectacular despegue…
La luz roja se encendió en el resto de potencias cuando el color de la sangre volvió a teñir, de forma
intensa, campos y villas de la antigua Europa. Roncas quedaron las sabias voces que, desde hace
lustros, alertaban sobre esa posibilidad y cuyos consejos cayeron en saco roto.
Sin embargo, en España el conflicto se vivía con fuerza y era difícil para quien se permitía dudar en
público de una fulgurante victoria germana. Las opiniones estaban divididas entre quienes deseaban
la entrada plena de nuestro país en la pugna y quienes buscaban mantenerse al margen, la inmensa
mayoría. Por fortuna para todos, Franco decretó la neutralidad en la contienda; pero esa actitud no
sentó muy bien en Berlín y desde las alturas nazis insistieron al jefe del Estado para que
reconsiderara su decisión. Al fin y al cabo, la ayuda germánica fue un factor importante para
asegurar la victoria franquista y ahora era el turno de devolver el favor.
En junio del cuarenta, forzado por las circunstancias, el Caudillo resolvió modificar la neutralidad
española por la declaración de <<no beligerante>>; de esta forma, se posicionaba junto al Eje, aunque
de momento sólo moralmente.
Alemania seguía victoriosa y la mayoría de analistas militares auguraban un éxito cercano; en ese
ambiente de euforia contenida se celebró, en octubre, la entrevista entre Franco y Hitler, en la
localidad de Hendaya.
La finalidad del encuentro era simple: por una parte, el Führer trataría de intentar por todos los
medios la entrada de España en la guerra; en el fondo, sentía desprecio hacia ese general rechoncho
con el que pensaba llegar a un acuerdo, pero la estratégica situación de nuestro país le convenía a
todos los efectos. Si conseguía el apoyo militar del Generalísimo, las tropas de la Wehrmacht
lograrían abastecer y reforzar a sus unidades africanas en poco tiempo y, de paso, tendría un control
completo sobre el estratégico estrecho de Gibraltar.
Pero Franco no estaba dispuesto a ceder fácilmente a las intenciones del líder germano. España
acababa de salir de un largo conflicto que había sembrado de miseria a nuestra piel de toro. Tenía
que oponerse a las ideas del Führer, pero con inteligencia: no podíamos permitirnos el dudoso lujo
de otra guerra y tampoco de enemistarnos con el amo de Europa.
La estrategia del Caudillo español estaba clara: de entrada no rehusaría las pretensiones del Eje,
pero las dificultaría exigiendo compensaciones imposibles de satisfacer. Y así, Franco solicitó como
condición indispensable para nuestra entrada en el conflicto que, entre otras cosas, Alemania nos
cediese todas las colonias francesas del norte de África.
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Hitler se quedó atónito; no podía, ni quería, entregarnos lo que pertenecía a Francia (y eso lo sabía
su interlocutor). Ante las pretensiones del líder español, el dueño del mundo encolerizó y, quizá
pensó en invadirnos, pero sus consejeros le advirtieron contra esa idea: Napoleón había cometido el
mismo fallo y sus tropas fueron aniquiladas por los guerrilleros hispanos.
Del mismo modo, no podía obviarse que España estaba en ruinas y destrozada, pero fuertemente
escudada. Durante los tres años de guerra civil, las potencias occidentales dotaron de armamento
moderno y abundante a los dos bandos, y el pueblo que aguardaba tras los Pirineos disponía de un
ejército de más de un millón de personas perfectamente pertrechadas y acostumbradas a luchar: una
invasión alemana suponía un riesgo impredecible.
Franco volvió de su encuentro en Hendaya con la tranquilidad de saber que había ganado el primer
asalto, pero con la incertidumbre de que aún quedaban más. Hitler aseveró después de la entrevista:
<<Prefiero que me arranquen de cuajo todas las muelas, antes que volver a hablar con ese hombre>>.
A mediados del cuarenta y uno, el Generalísimo ordenó a Serrano Suñer que iniciara la creación de
una división española de voluntarios para marchar a combatir al nuevo frente ruso. Quizá así
conseguiría ganar más tiempo y contentar al Führer.
Como cada mañana, Ferrara se levantó temprano a coger el tren que le llevaría a Valencia, donde se
incorporaría a su trabajo como instructor del Frente de Juventudes; le quedaba más de una hora de
pesado trayecto en el <<borreguero>> y, generalmente, lo solía afrontar con paciencia. Pero esa
mañana los nervios le invadían. La noche pasada no había podido pegar ojo y todo por un
comentario que su padre había realizado durante la cena: el gobierno preparaba el envío de una
fuerza voluntaria para luchar, bajo mando alemán, en el frente soviético.
Ferrara, como hijo de la Benemérita, había sido educado desde muy niño en el amor a España y en
el valor del honor como principal divisa. Cuando comenzó la guerra civil contaba con catorce años y
no participó en ella; eso no fue excusa para que en su hogar viviese las tristezas del conflicto y las
penurias de la posguerra. El sentido de la justicia, unido a un profundo patriotismo, le impulsó a
afiliarse al partido oficial del Régimen. Buscaba servir a su nación y pensó que en las filas del Frente
de Juventudes estaría su puesto. No se equivocó, y allí encontró su segundo hogar.
En el fondo, le remordía la conciencia pensar que pertenecía a una generación sin gloria. Vivía, día
a día, las calamidades que dejó tras de sí la guerra, pero no podía referirse a esa etapa con orgullo: él
no había podido participar en nada. No le quedaba la satisfacción de saber que con su valor había
contribuido a la victoria. Quizá, si hubiera nacido unos años antes todo sería distinto, ahora podría
sentirse protagonista de una historia que, por su edad, no colaboró en construir.
El mundo giraba vertiginosamente. A los pocos meses de concluir la cruzada, estalló la guerra en
Europa. Ferrara creyó que España participaría activamente, pero se equivocó; los rumores que
apuntaban a esa posibilidad fueron disipándose y cada vez quedaba más lejana la idea de combatir
junto al Eje. Por eso, la noticia que le transmitió su padre lo llenó de satisfacción.
El joven Ferrara no quería luchar por odio, de eso estaba seguro. Lo que realmente ansiaba era
contribuir a mejorar su mundo. Buscaba erigir una sociedad mejor y más libre. Exactamente lo
mismo creían sus adversarios.
Sus primeras ilusiones de alistarse se desvanecieron en seguida cuando comprobó que no le
admitían por ser menor. Días después, y por medio de la prensa, supo que los primeros efectivos
españoles ya habían partido al frente entre aclamaciones y vítores de la muchedumbre, quien los
bautizó cariñosamente como <<División Azul>>, por el color de sus camisas falangistas. Las tropas
arrancaron alegres bajo el lema: <<Por una España más justa y una Europa mejor>>.
Ferrara seguía con interés las andanzas de éstos y se enteró de que, al poco de llegar a Alemania,
fueron reagrupados en el campo de entrenamiento de Grafenwör a fin de recibir la instrucción y los
equipamientos que les permitiría convertirse en la División 250 de la Wehrmatch. Leyó que el 31 de
julio de ese año cuarenta y uno la División realizó el juramento de fidelidad ante el Führer y que el
12 de octubre, Día de la Hispanidad, sus compatriotas recibieron el bautismo de fuego junto a las
orillas del Wolchow, ya integrados en el XVI Ejército Alemán. A partir de esa fecha no hubo tregua
para los españoles, que no abandonarían jamás sus puestos en la primera línea, luchando en Possad,
Waldai y en el blindado frente de Leningrado.
Lo que Ferrara todavía desconocía era el profundo desprecio que habían sufrido los divisionarios
por parte de los mandos germanos a su llegada a Alemania. Tampoco sabía que, para calentar
motores, los oficiales nazis habían forzado a nuestros compatriotas a caminar de tirón más de mil
kilómetros por barrizales y hielo atravesando Estonia, Letonia y Lituania hasta los campos de batalla
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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soviéticos; ni sospechaba que el comportamiento irregular y poco predecible de los hispanos no
encajaba en la cuadratura teutona. Y mucho menos suponía que el respeto finalmente alcanzado
hacia los españoles había sido ganado con creces ante el heroísmo y arrojo demostrado por nuestros
paisanos en los más duros combates, hasta el punto de que el mismísimo Hitler dictó la siguiente
orden: <<Soldado alemán: cuando veas a un soldado sin afeitar, con la chaqueta desabrochada, con
una colilla en la boca y sin saludar a un oficial. ¡Salúdale, que es un héroe español!>>.
Ferrara también ignoraba que aquellos integrantes iniciales de la División 250 abarcaban todos los
sectores de la sociedad: falangistas recalcitrantes, personas con sospechoso pasado rojo que buscaban
lavar su imagen, comunistas confiados en pasarse al bando ruso, escaqueados de la guerra civil
buscando ganar puntos para su regreso, aventureros… La primera llamada de voluntarios fue
impresionante, y se dieron multitud de casos de oficiales y suboficiales que marcharon como
soldados, puesto que se habían agotado las plazas de su categoría.
Lo que muy pocos sospechaban es que al invicto Generalísimo Franco le venía de perlas enviar a los
pocos sobrevivientes de la Falange a morir en las frías estepas. Con su decisión de crear una fuerza
expedicionaria de voluntarios, consiguió matar dos pájaros de un tiro: contentar a Hitler y acabar
con los últimos seguidores del pensamiento de José Antonio. Después de esa experiencia bélica, el
Caudillo modeló a su antojo el legado doctrinal de Primo de Rivera, creando una organización
política nueva que sólo mantenía, del ideario original, la simbología. Pero eso es otro cantar…
Desafiando todos los pronósticos, el conflicto se agravó amenazando con extenderse mayor tiempo
del previsto. Muchos soldados españoles tenían experiencia militar anterior y conocían al dedillo el
funcionamiento de muchos tipos de armas. Esa ventaja les permitió utilizar, indistintamente a su
conveniencia, armamento y prendas soviéticas y alemanas. Todo ello, unido a la tendencia hispana
por las emboscadas y la guerrilla, contribuyó a que se ganaran una página de honor en la triste
historia de la segunda gran guerra.
El carácter de estos soldados tenía más en común con el de los rusos que con el de sus socios de
armas. Esto permitió que miles de enemigos prefirieran rendirse a la División antes que entregarse al
ejército nazi, que probablemente los hubiera pasado por las armas.
Desde Carcagente, Ferrara seguía los partes diarios y maquinó un plan para conseguir ser admitido
en la División: buscaría una puerta falsa. En el cuarenta y uno se alistó en el Ejército del Aire y
consiguió ser asignado a la Escuadrilla Azul; por último, fue destinado a Rusia para cubrir bajas en el
frente.
La jugada le salió bien y comenzó a servir en un grupo antitanque de la primera línea; comprobó
que el armamento con el que los equipaban, era de inferior calidad que el utilizado por los alemanes,
pero no le preocupó. Si existe un arte en donde resaltamos los españoles, es en la improvisación y,
mal que nos pese, ese defecto en la guerra es una virtud.
Comenzó a conocer a jóvenes que, como él, soñaron un día con cambiar la humanidad. Algunos
llevaban meses combatiendo y sus facciones de niños habían mudado en semblantes austeros ante el
horror cotidiano que impregnaba sus retinas; pero sus caracteres siempre acababan resaltando ante
las vicisitudes y, a pesar del caos, buscaban cualquier tregua para reagruparse y cantar bulliciosas
canciones de su terruño delante de los ojos pasmados de sus socios de combate. Los primigenios
uniformes de la Wehrmacht, que les habían entregado meses atrás, poco tenían en común con
aquellas prendas que Ferrara y sus compañeros vestían: los pesados cascos de acero teutones fueron
cambiados por gorras de lana rusas o monteras andaluzas; las inútiles botas germanas, por sus
equivalentes soviéticas, que abrigaban mucho más.
Sufrió lo indecible con su peor enemigo: el frío, (muchos amigos perecieron por esta causa). El
<<general invierno>>, como lo denominara el pequeño corso, se convirtió en el mayor adversario de
la División Azul.
Ferrara colaboraba con entusiasmo junto a sus compatriotas, mientras contemplaba el transcurrir de
los meses que llegaban cargados de pesimismo. El conflicto se enquistaba, y el frente ruso parecía
imposible de superar.
Gracias a su forma independiente de ser, él y sus camaradas, supieron destacar de entre el resto de
las tropas, en ese ambiente caótico, y luchaban mejor que cualquier unidad alemana. Nuestro
protagonista guerreaba codo con codo, junto a sus paisanos, pero muy poco tenía que ver este ojeroso
soldado con el joven que había dejado su patria meses antes.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
111
La vida militar era dura, tremendamente dura. El alto mando desplazaba continuamente su sección:
ahora repliegue táctico, mañana avance fantasma, vuelta a retroceder… Pero siempre con la moral
alta, Ferrara y sus compañeros amenizaban las interminables marchas con una canción que decía:

Era Katiuska, una joven rusa


Que habitaba a orillas del Wolchow
Y una triste mañana de mayo
¡Vio pasar la División Azul!

Y sus tropas que van a la gloria


Van cantando y sin descansar,
Van cantando las tristes estrofas
¡De una guerra qué ya terminó!

Primavera lejos de mi patria,


Primavera lejos de mi amor,
Primavera, sin flores y sin risas,
¡Primavera a orillas del Wolchow!

Y sus aguas que bajan al Volga


Van trayendo una triste canción
Canción triste de amor y de guerra,
¡Triste canción de guerra y amor!

Y cuando ebrio avanza el enemigo


Lleno de vodka y falto de valor
¡Rasga el viento más fuerte qué la metralla!
¡Las estrofas de mi Cara al sol!

Cara al Sol, canción antigua y nueva,


Cara al Sol, es el himno mejor,
Cara al Sol, es morir peleando
Si la patria así te lo pidió.

Y si acaso muero en la batalla


Formaría en la legión de Honor
Formaría en la guardia de los luceros
¡Formaría junto al fundador!

Cuando entonaba las estrofas, el joven valenciano sentía un intenso escalofrío de emoción. Le
venían a la mente los recuerdos de su patria chica y de la novia que esperaba su retorno. Esta canción
le agradaba mucho. En la misma no se hablaba de odio, ni concurría una sola sílaba que incitara al
rencor; las melancólicas letras mandaban un mensaje de esperanza y resignación por la muerte que,
quizá les aguardara en cualquier recodo del camino. Eso formaba parte de la forma hispana de
entender la vida, uniendo júbilo y tragedia a la vez.
Nunca supo quién fue el autor de esa canción; si vivía o si, por el contrario, había caído en combate;
pero lo que no dudaba era que, estuviera donde estuviera, con esa cantinela había ayudado a elevar
la moral y el ánimo de sus compatriotas divisionarios. Ese mensaje, que se transmitía en forma de
coplillas, les ayudaba a continuar porque, pese a su ilusión, no podían obviar que llevaban enterrados
a cuatro mil colegas.
A mediados del cuarenta y dos, la División se posicionó en las afueras de Leningrado, en las
sangrientas planicies de Krasny-Bor. En ese lugar, las continúas explosiones transfiguraban los
crepúsculos en amaneceres y raras eran las jornadas que transcurrían sin sobresaltos.
Ferrara estaba en los parapetos de la primera línea, a menos de trescientos metros de las posiciones
rusas. Para sobrevivir, aprendió a invertir el día por la noche: cenaba al amanecer, comía cuando se
Juanma Crespo Memorias de un ultra
112
ponía el sol, pernoctaba vestido con el armamento a punto: todo con tal de estar dispuesto, en cada
minuto, a repeler las acometidas contrarias.
Hasta que llegó el año 1943 y concluyó la guerra para él (o, quizá, emprendió algo peor).
Ocurrió una tarde de febrero. Ferrara pertenecía a la élite de los veteranos. Prácticamente conocía
todos los campos de batalla del temible frente del Este: Ladoga, Ilnea, Wolchf, Pushkin, Nowgorod,
Krasny-Gardeg, Kolpino, Krasny-Bor…
A última hora, su posición llevaba resistidos, a duras penas, tres asaltos consecutivos con cuantiosa
infantería y el infalible apoyo de los carros de combate T-34 soviéticos; casi todos los suyos habían
caído bajo el poder de la metralla enemiga, y sucedió lo inevitable.
En la cuarta irrupción, y después de una dura pelea cuerpo a cuerpo, los escasos supervivientes
fueron apresados por las milicias del ejército rojo. Durante la disputa, él cayó herido como
consecuencia de la detonación de una granada que un español había hecho estallar contra su pecho
al grito de <<¡antes muerto que prisionero! ¡¡Arriba España!!>>.
En el enfrentamiento, nuestro personaje perdió la cartera con su documentación personal. Quiso el
azar que, esa misma noche, dicha posición fuera de nuevo reconquistada por la infantería hispana y
hallados los papeles entre restos humanos. Como resultado de una confusión, fue dado por muerto y
su familia recibió la desoladora misiva que anunciaba su fallecimiento en acto de servicio. Meses
después, el ayuntamiento de su localidad natal dedicó su nombre, como homenaje póstumo, al de
una calle de la población.
El <<difunto>>, ignorante de los funerales que se celebraban por su alma, fue trasladado a un campo
de concentración. Los siguientes once años viviría en ellos, logrando sobrevivir a epidemias de tifus
y disentería, enfermedades que provocaron hasta un ciento por ciento de muertes en algunos
presidios. Resistió el hambre sustentándose de raíces, lagartos, trigo pútrido, brotes de hierba.
Convivió con presos de guerra extranjeros y españoles; entre estos últimos, con republicanos
exiliados en Rusia, condenados por los Tribunales Populares rojos por no apoyar el sistema político
de la URSS.
Desde el cautiverio, dejó de tener referencias de la situación de la guerra. Nadie le informó que en
octubre del 43, debido al inesperado giro que dio el conflicto en favor de los aliados, Franco ordenó
la repatriación inmediata de toda la División. Mucho menos pudo suponer la sorprendente e
ignorada historia de algunos de sus compañeros que desoyeron la llamada del Caudillo y decidieron
quedarse, bajo mando directo alemán, a proseguir la lucha contra el comunismo aun a sabiendas de
que no tenían posibilidad de victoria. Estos dos mil luchadores, proscritos del Régimen, adoptaron el
nombre de Legión Azul y con el lema: <<Sin relevo y a extinguir en el frente>>, permanecieron
combatiendo hasta el final en los campos de la URSS, e incluso en la defensa de Budapest. Su
resistencia fue tan fiera que cuando el ejército ruso, al mando del mariscal Zukov, cercaba esa capital
dio la siguiente orden: <<¡Soldados húngaros, rumanos, croatas y alemanes! ¡¡Rendíos!!
…respetaremos vuestras vidas y seréis repatriados cuando termine la guerra… ¡¡Pero los soldados
españoles, aunque se rindan, serán pasados por las armas!!>>.
Los pocos supervivientes engrosaron las filas de las SS y permanecieron defendiendo el búnker de
Hitler, durante el desplome de Berlín. Para ellos no existieron los homenajes al regresar a España, es
más, el gobierno de Franco los persiguió por desertores. Perdieron la guerra tanto fuera como dentro
de nuestras fronteras, y su historia fue silenciada para siempre.
Ajenos a estos devaneos, los cautivos españoles de la División Azul esperaban con impaciencia su
repatriación al concluir la guerra.
En 1947 tuvieron lugar las Conferencias de Malta y Teherán, donde se aprobó disolver el ejército
alemán; los prisioneros de guerra fueron despojados de su rango militar y tratados como vulgares
delincuentes. En esas mismas fechas, el Tribunal de Nüremberg juzgó a los responsables nazis, y así,
entre una cosa y otra, los españoles fueron condenados por criminales de guerra. Su delito: combatir
voluntariamente contra el ejército rojo.
Recordando este acontecimiento, Ferrara relataba una anécdota protagonizada por un compadre
que, al conocer la acusación, exclamó jocosamente: <<¡Qué gloria para mi pueblo! ¡Su zapatero
condenado por criminal de guerra!>>.
Durante años, sospechó que jamás volvería a pisar su patria y pensó morir en algún remoto lugar de
Liberia, pero el caprichoso destino le quiso marcar otra salida. En 1954 y desaparecido Stalin, el
nuevo gobierno soviético anunció la liberación de todos los prisioneros de guerra españoles y su
repatriación inmediata. Aunque en principio no creyó en la noticia, pronto comprobó que la cosa iba
Juanma Crespo Memorias de un ultra
113
en serio. Junto con el resto de sus paisanos fue despojado del maltrecho uniforme y, vestido de civil,
trasladado al puerto de Odessa, donde embarcó en el buque Semiramis, que lo trasladó directamente
a Barcelona.
Aquel retorno supuso un acontecimiento de inmensa magnitud social para la época. Después de
once años de cautiverio, los últimos supervivientes de la División Azul pisaban suelo español. Para
ellos la segunda guerra mundial acababa de finalizar.
En enero de 1987 me incorporé a las filas. Realicé el servicio militar en la Brigada de Cazadores de
Alta Montaña, en el acuartelamiento de Sabiñánigo, Huesca. Durante los doce meses que permanecí
en el ejército, volví a Valencia en muy pocas ocasiones. Cuando regresé a mi tierra, a principios del
88, muchas cosas habían cambiado…
Mis camaradas de Primera seguían reuniéndose, pero casi no participaban en política. Las culpables
de esta situación fueron las novias, quienes apartaron a más gente de la militancia que todo un
ejército de policías. La única organización que mostraba una constante actividad era Acción Radical.
Me sorprendió lo mucho que había crecido en el último año: más que en cantidad, en calidad de
afiliados.
Conocía a casi todos sus miembros desde hace mucho tiempo y recibí invitaciones para
incorporarme a su grupo. En principio me negué, pero luego intenté conocerlos más a fondo; quizá
tuvieran razón y en sus ideas radicara nuestro futuro…
Rafael Pardo Parrizas, Rafa para los amigos, tenía un par de años menos que yo. Iniciamos amistad
al principio de los ochenta, exactamente la tarde en que acudió a afiliarse a Fuerza Nueva.
Posteriormente, continuó militando en Unión Hispana, participando vivamente en cuantas
actividades realizábamos. Siempre se comportó como un chaval sensato y jamás lo vi participar en
acciones violentas de ningún tipo; estéticamente vestía como un niño pijo de la época y sus hábitos
no se diferenciaban de los de éstos. Durante mucho tiempo formó parte de mi camarilla de amigos y
solíamos salir juntos en grupo a tomar alguna copa. Su carácter tímido hizo que lo apodáramos El
Callado; la última vez que nos vimos fue unos días antes de mi partida a la mili. Como casi todos
nosotros, se encontraba desorientado y confuso sobre el futuro político que le aguardaba. Comentó la
posibilidad de afiliarse a la Falange o a la Juntas Españolas, pero su camino tomó derroteros distintos
e insospechados...
Me lo encontré una noche por la calle o, mejor dicho, él me halló a mí. Caminaba abriéndome paso
en medio del gentío por una franja de pubs, cuando sentí que alguien me llamaba. Me volví
buscando a mi interlocutor, hasta que se acercó y me soltó una fuerte palmada mientras decía:
-¡Tío…! ¡Cuánto tiempo! ¡Por fin estás de nuevo en casa!
Me aparté turbado, en principio sin acabar de conocer a quien me interpelaba, hasta que caí en la
cuenta de quien se trataba.
¡Joder, estaba irreconocible! Había modificado su apariencia totalmente: llevaba el pelo con largas
patillas, rasurado al uno; vestía unos desgastados pantalones vaqueros con botas militares y se
destacaban unos tirantes con la bandera española sobre el color blanco de un polo de manga corta.
Igualmente, reparé que sus brazos aparecían profusamente tatuados con signos desconocidos: runas
celtas, según supe luego, y leyendas alusivas a la supremacía blanca, tipo: white power y <<Europa
aria>>; como colofón, llevaba un llavero donde, en colores muy vivos, resaltaba una esvástica nazi.
Me quedé de piedra y se lo hice saber.
-¡Perooo…! ¿De qué vas disfrazado?
-Estoy en Acción Radical con Manolo Canduela, el Peluca, Andrés Romaguera y muchos otros de
los antiguos… -explicó-. Casi todos los veteranos estamos aquí. ¡Es lo único serio que queda!
-¡Pero, Rafa! ¿Qué coño tiene que ver todo esto con lo que siempre hemos defendido? ¡Si recuerdo
que tú mismo sentías aversión hacia todo lo nazi!
Empezamos a conversar. Me explicó que la idea que siempre sintió hacia España quedaba obsoleta
ante sus nuevas convicciones de una Europa blanca, unida y fuerte; comenzó a informarme que
Hitler fue uno de los precursores ideológicos de lo que hoy en día sería la Unión Europea. A nivel
político, me contó la fuerza que estaban tomando los grupos de su índole en todo el viejo continente:
-Las juventudes nacional revolucionarias europeas estamos en marcha. Hemos reunificado
eslóganes, símbolos, estéticas. Nuestros pensamientos han conseguido extenderse rápidamente
mediante Internet, que se ha convertido en un fabuloso aliado para ayudarnos a expandir ideas. Nos
estamos convirtiendo en un verdadero ejército planetario, que en breve dará mucho que hablar.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
114
Me sorprendió escuchar tantas palabras seguidas de sus labios, aunque seguía encontrándome
reticente ante sus explicaciones. Siempre fui bastante incrédulo y sonreí cuando le oí referirse a sus
camaradas con el término: <<Ejército…>>; pensé: <<¡Pero si juntos no suman más de veinte!>>.
Tampoco me sentía ilusionado con lo de <<unificar ideas>>. Creo que tenemos más cosas en común
con los guineanos o sudamericanos que con los finlandeses, por muy blancos que sean.
Sabía que estaba viviendo una etapa nueva y, en mi fuero interno, no dejaba de preguntarme si
estaría tomando el camino acertado. Decidí probar y participar en sus actividades para comprobar lo
que sus ideas podían aportarme, quizá tuvieran razón. A partir de ese día, comencé a quedar con
ellos en una bodega donde solían congregarse, que estaba ubicada en la céntrica avenida del Reino de
Valencia.
Introducirse en el grupo era muy complicado, pero yo no tuve ese problema porque los conocía a
todos desde hacía muchos años. Toda una vida de firme compromiso político me servía de aval. Al
principio acudí de buena fe con la intención de integrarme, pero conforme transcurría el tiempo, y
cuanto más departíamos, me chocaba comprobar el giro radical que habían sufrido sus ideas políticas,
que nunca llegaron a satisfacerme.
Todas las tardes quedaban en el citado local con el fin de tomar unas litronas de cerveza y, de paso,
tratar sobre sus asuntos. Los fines de semana realizaban el mayor número de actividades, que la
mayoría de las veces consistía en escuchar charlas doctrinales en el domicilio particular de alguno de
ellos; en ocasiones, buscaban captar acólitos para incrementar el grupo, aunque resultaba más
sencillo obtener una plaza como magistrado juez de la Audiencia Nacional que lograr introducirte en
una de estas facciones sin levantar recelos. Pero una de las citas cuya presencia era inexcusable era
en los partidos de fútbol que tenían lugar en el Mestalla. De pronto, a todos les entró una afición
desmedida por este deporte y comenzaron a visitar las gradas acompañados por los miembros de la
peña Yomuss.
Nunca me gustó el fútbol, pero recuerdo que, por entonces, me invitaron a asistir a un encuentro de
máxima rivalidad con el equipo competidor por antonomasia: el Barça. Era la primera acción
guerrillera, como la denominaban ellos, en que los vería en acción con sus nuevos atuendos
paramilitares.
El popular bar Penalti, situado justo enfrente del campo del Valencia, rebosaba de hinchas aquel
domingo por la tarde. Llegué sólo a eso de la media tarde y busqué con la mirada a mis amigos; en
principio no los divisé, pero al poco comenzaron a llegar en grupos, hasta acabar reuniéndose cerca
de medio centenar. Pude contemplar a algunos de los históricos skins de la lechería, precursores de
los otros y fundadores de la peña futbolística valencianista. Todos demostraban una desbordada
euforia, que supuse sería normal en esta clase de concentraciones.
Jamás me he sentido atraído por el deporte <<rey>> y, la verdad, no comprendía tanta excitación.
En teoría, me habían ofrecido la posibilidad de ver el partido con ellos, pero tanta aglomeración hizo
que desistiera. Preferí quedarme en el exterior a tomar unas cervezas en algún bar de la zona; un par
pensaron lo mismo que yo y me siguieron.
Sentí decepción. Previamente, me habían asegurado que, una vez dentro del ambiente que rodea
estos eventos, quedaría hechizado y repetiría, pero ocurrió todo lo contrario: acabé agobiándome y
sintiéndome incómodo entre tanta gente dando <<el cante>>. Los cabezas rapadas invadían la acera
provocando las miradas temerosas de los transeúntes, que variaban su paso al verlos; los saludos nazis
del tipo: Heil Hitler o Sieg Heil, llenaban el espacio ocupado por chavales que, alzando sus brazos
tatuados, vociferaban consignas alusivas al odiado equipo rival:
-¡El Barça no es un club! ¡¡Es un puticlub!!
O
-¡Ali bote, ali bote! ¡¡Boixo el que no bote!! -remachaban persistentemente.
Pertenezco a otra generación y, aunque respeto a todos los que luchan con nobleza por un ideal, me
chocaban aquellos cambios tan radicales en la estética y en los pensamientos. No entendía la inquina
que sentían hacia las peñas contrarias, aun compartiendo en ocasiones las mismas ideas políticas. Me
resultaba inadmisible que alguien acudiera a un estadio de fútbol a buscar pelea en lugar de
diversión.
Uno de los que permanecieron a mi lado fuera del campo fue Manolo Canduela, líder de Acción
Radical. Lo conocía de los tiempos de <<Juveniles>> y lo tenía como una persona sensata y
entregada; a él tampoco le gustaba el balompié, pero entendía que podía ser el lugar idóneo para
Juanma Crespo Memorias de un ultra
115
captar simpatizantes, e incluso, para hacer llegar sus ideas a una sociedad que les negaba expresarse
libremente en los medios de comunicación públicos.
La primera parte del encuentro departimos sobre la estética y la simbología que utilizaban. Me
confirmó lo que me había adelantado Rafa, que la juventud nacional revolucionaria europea había
unificado símbolos y el más usado consistía en una cruz superpuesta en un círculo, a la que
denominaban <<cruz celta>>, y que todos los grupos la utilizaban. Me mostró varios fanzines de
organizaciones análogas en los que se representaban a sí mismos como unas ratas vestidas con
<<chupas>> de cuero y con célticas en los brazos. Me chocó esa comparación y le pregunté el porqué
de dicha semejanza con un bicho tan inmundo; hasta entonces, todos los emblemas animales que
conocía y que representaban a grupos afines reproducían águilas imperiales, en ocasiones bicéfalas,
toros, caballos... en fin, especies nobles.
Su respuesta no se hizo esperar:
-Nuestro distintivo es la céltica. Hemos arrinconado la esvástica porque en muchos países
occidentales está prohibida y significa la cárcel para nuestros camaradas. En las publicaciones nos
personificamos como ratas porque el objetivo que nos hemos marcado es socavar los cimientos del
Estado desde las entrañas del mismo. Fíjate en que estos animales están por todas partes, aunque en
ocasiones ni las podamos ver; se enteran de todos los entresijos, lo ven todo y, sin embargo, son casi
invisibles. Los científicos dicen que, en caso de guerra nuclear, serían de los pocos seres vivos
capaces de sobrevivir a la extinción planetaria: eso implica fuerza. Las ratas son seres inteligentes y
valientes. En el fondo, somos como ellas: mal vistas por el sistema, pero inextinguibles. Hemos sido
apartados a las bravas por una sociedad que no quiere conocer nuestro mensaje y que nos ha llevado
a las cloacas. ¡Ése es ahora nuestro espacio vital! El único que nos han dejado libre, y desde ahí
iniciaremos una nueva revolución nacional para conquistar el poder y restablecer la justicia y la
grandeza de nuestra vieja Europa. Mientras tanto, nos entretenemos con las sobras... ¡Ya llegará el
momento! No tenemos ninguna prisa.
Atendí a Manolo con atención. A diferencia de la mayoría de las personas que militaban con él,
sabía que no era un tonto y que su firme compromiso no significaba algo pasajero. Se sentían
portadores del legado de las antiguas SA nazis y de las juventudes hitlerianas.
Sus puntos de vista sobre determinados asuntos eran, cuanto menos, originales. Negaban la historia
sobre el nazismo y la achacaban a la manipulación sionista; no creían en la existencia del Holocausto,
aunque a muchos no les hubiera afectado demasiado que el exterminio hubiera sido un hecho.
Sabían que sus estéticas paramilitares y sus desnudos cráneos los convertían en objetivo fácil para la
policía, pero en principio estaban dispuestos a asumir todos los riesgos.
Permanecimos un buen rato charlando sobre temas triviales hasta que un clamor proveniente del
estadio nos hizo comprender que el partido había concluido. Miramos los relojes y vimos que era
tarde: charlando se nos pasó el rato en un plis-plas. Abonamos las consumiciones y acudimos a la
puerta del Penalti, donde habíamos quedado con el resto de la tropa.
Los vimos llegar excitados y nerviosos: los gritos que habían entonado durante el encuentro no
lograron acabar con la carga de adrenalina que acumulaban en su interior. Comenzaron a desplegar
banderas nacionales y de la peña Yomuss en las inmediaciones del campo; al momento, retomaron
los cánticos que dejaron interrumpidos en el interior y que buscaban ofender a sus rivales
deportivos:
-¡Puto Boixo, puto Boixo... el que no bote... es... es...! ¡Puto Boixo, puto Boixo... el que no bote... es...
es...! -coreaban otros a la vez que daban saltitos sobre la acera.
Al unísono, los valencianistas entonaron uno de sus lemas de combate:
-¡Ultra... YOMUSS!! ¡¡Oé!! ¡Ultra... YOMUSS!! ¡¡Oé!!
Los ánimos comenzaban a caldearse entre las hinchadas concurrentes. La policía optó por
acompañar a los Boixos Noixos hasta sus autobuses a fin de evitar incidentes. Desde la distancia
observábamos a los catalanes subir a los transportes rumbo a sus casas. Por mi parte, deseaba que
todo acabara bien lo antes posible cuando, de repente, empezó el jaleo.
No participé en el mismo, de hecho no concebía tanta violencia por un motivo tan pueril, pero
aconteció. Varios miembros de los Yomuss, acompañados por algunos jóvenes de Acción Radical,
sortearon el cinturón policial y comenzaron a golpear con cadenas y piedras las lunas de los
autocares. En cuestión de segundos se inició la violencia, y los trozos de cristal comenzaron a tapizar
las calles de las inmediaciones del Mestalla. Los antidisturbios, bien pertrechados, corrieron porra en
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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mano a poner final a los incidentes. Al ver llegar a los maderos, los skins abandonaron el lugar,
desperdigándose por las vías cercanas.
Justo es decir que la mayoría de militantes de Acción Radical, entre ellos casi todos sus jefes,
permanecieron inmutables a mi lado sin participar en los disturbios, a la vez que observaban las
carreras que unos y otros realizaban por las cercanías. De improviso, apareció una dotación de la
policía local compuesta por dos mujeres, una de las cuales comenzó a perseguir a un histórico cabeza
rapada, apodado el Piscinas, a quien consiguió dar caza mientras trataba de ocultarse en un bar. Al
poco y viendo que los sucesos se extendían, decidí marcharme; jamás volví a acudir a otro encuentro
deportivo y desde entonces veo una mamarrachada la actitud de las peñas radicales que,
teóricamente, apoyan a sus equipos. Los acontecimientos se prolongaron durante un rato, y algún
que otro simpatizante del Barça, resultó lesionado. Al día siguiente, los medios de comunicación
hablaron de varios detenidos que fueron puestos en libertad en pocas horas.
Aquel 1988 finalizó normal. A mediados de ese año conseguí un empleo como guarda en Empresa
de Seguridad, y entre eso y mi naciente noviazgo con quien sería mi mujer, no estuve para muchos
jaleos.
A mis amigos de Primera seguía viéndolos asiduamente y a los de Acción Radical de vez en cuando;
el episodio del fútbol me apartó un tiempo de ellos, aunque seguía manteniendo la amistad con
algunos. Fue en el 89 cuando viví, en su compañía, una emocionante historia...
Ocurrió impensadamente. Aquel viernes de abril salí de trabajar y, curiosamente, no tenía servicio
durante todo el fin de semana. No sé como sucedió, pero mientras paseaba por la calle acompañado
por Andrés Santos, un antiguo militante de Fuerza -que más tarde sería el delegado del partido de
Ynestrillas en Valencia-, nos encontramos de frente con Canduela y su gente. Vestían, como
siempre, indumentaria skinhead, y me fijé en que iban cabizbajos y con los semblantes serios. En
seguida entablamos conversación:
-¡Qué tal Manolo! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué te cuentas? -interpelé.
-Buenas tardes -saludó-. Pues aquí estamos todos los camaradas intentando solucionar un problema,
pero sin demasiada esperanza...
-¿Y de qué se trata, si puede saberse? -preguntamos Andrés y yo al unísono.
-Veréis -prosiguió el líder de Acción Radical-, este domingo se conmemora en Madrid el 20 de abril
y Cedade organiza un acto público junto con otras organizaciones afines, nacionales e
internacionales. Queríamos ir y habíamos quedado con los de Bases Autónomas, pero no tenemos
coches ni dinero para acudir y, aunque habíamos pensado coger un tren, el otro problema es que no
tenemos sitio para dormir y mucho nos tememos que nos va a tocar quedarnos aquí.
Escuché boquiabierto sus explicaciones sin entender nada. De entrada no tenía ni idea de qué fecha
representaba el 20 de abril. A mí me sacaban del 20–N, del 18 de Julio o del I de abril y estaba más
perdido que un miembro del Ku kux klan en Harlem. A los de Bases Autónomas no los conocía ni
había oído hablar nunca de ellos, pero de entrada eso de <<Autónomas>> me sonaba a
independentistas catalanes o vascos. Los puse al corriente de mis pensamientos a la vez que
observaba que me miraban con perplejidad. Curiosamente fue Andrés quien me puso al día:
-Verás -explicó-, el 20 de abril es el aniversario del nacimiento de Hitler y es una fecha que
conmemoran anualmente todos los nazis. Bases Autónomas es una organización madrileña del tipo
de Acción Radical en Valencia, sólo que más fuerte. Casi todos sus miembros forman parte de los
Ultrassur y están bastante coordinados.
Observé que Manolo Canduela asentía a todas las afirmaciones que realizaba Andrés. De repente
tuve una idea:
-¡Oye! ¿Y si fuéramos en mi coche? expuse.
Noté que abrían los ojos de par en par, Andrés secundó mis palabras:
-¡Es una buena idea! Yo también tengo auto y este fin de semana no tenía nada pensado. Si nos
juntamos los dos vehículos, podemos irnos entre ocho y diez personas. La putada es el alojamiento.
-¡Eso es lo de menos! -señaló Canduela-. Podemos telefonear a los de Bases y que nos busquen sitio
para dormir. ¿Cuándo podríamos salir?
-Por mi parte, ya mismo -señalé.
-¡De puta madre! -gritó Manolo-. Llamo inmediatamente a los camaradas.
Se acercó a una cabina y observamos como marcaba y conversaba con alguien al otro lado de la
línea. Me sentía satisfecho, nunca había acudido a un acto propiamente nazi y quizá encontraría
nuevas sensaciones desconocidas... ¡Quién sabe! Entré en un bar y telefoneé a mi novia explicándole
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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mi plan. No le hizo mucha gracia porque ella pasaba de la política, pero me conocía y sabía que si no
acudía me arrepentiría siempre. Sonreí. En ocasiones he sido poco reflexivo y esta vez era una de
tantas; una hora antes no tenía ningún plan para ese fin de semana; luego, iba a asistir acompañado
de un grupo de cabezas rapadas a la conmemoración, en un lugar secreto, del centenario del
nacimiento de Adolf Hitler. Una ocasión así era única y no podía perdérmela.
Manolo colgó el auricular y se acercó sonriendo:
-¡Vale! He hablado con los de Bases, hemos quedado a las nueve de la noche en la Gran Vía. Ellos se
encargarán de buscarnos alojamiento.
Sin más preámbulos fuimos a por los automóviles y nos acomodamos en ellos. En mi viejo Ibiza se
sentaron: Manolo, el Peluca, Andrés Romaguera y otro chaval que no conocía; en el de Santos
subieron otros cuatro.
Salimos a media tarde y eso nos permitía ir a velocidad normal, aún quedaba tiempo. El viaje
transcurrió con normalidad y lo pasamos departiendo como buenos amigos; mis compañeros no
estaban al tanto de las actividades que pensaban realizarse, creían, eso sí, que habría alguna charla,
quizá una comida de hermandad, poco en definitiva, pero importante. Al llegar esperábamos que los
de Bases nos pusieran al día; todo el asunto se trataba con el máximo sigilo y no era para menos.
De entrada se esperaba la presencia de varios miembros de conocidas organizaciones
nacionalsocialistas europeas y la ley, en determinados países, no era tan abierta como la nuestra, al
menos por entonces. Nos aseguraron que en Alemania y Austria, el simple hecho de portar una cruz
gamada, saludar brazo en alto o decir Heil Hitler implicaba, como mínimo, un año de prisión; en
otros países occidentales la legislación al respecto no era mucho más permisiva, y bastantes de los
camaradas extranjeros temían ser detenidos, al regreso a sus naciones natales, por haber participado
en actos de esta índole en España. También se prevenían, y así lo hicieron saber, contra el Mossad;
los famosos y temidos servicios secretos israelíes estaban al tanto de estas concentraciones y, según
mis amigos, solían infiltrar a gentes para hacer sus propias indagaciones.
Seguíamos charlando cuando nos dimos cuenta de que estábamos entrando por Vallecas... ¡Joder, el
viaje nos pasó en un suspiro! Miramos los relojes y vimos que eran las ocho y media de la tarde.
¡Íbamos sobrados de tiempo! Con tranquilidad enfilé el coche por Cibeles hacia la Gran Vía. En
pocos minutos tendría ocasión de conocer a los camaradas nazis de la capital.
Estacionamos en la plaza del Callao y seguimos a pie hasta el lugar de encuentro. El centro urbano
estaba muy vivo esa jornada y eran numerosos los peatones que deambulaban presurosos por las
calles y que abrían los ojos de par en par al verse frente a más de media docena de skinheads que
andaban por mitad de la vía como si tal cosa. Noté que la gente nos esquivaba y no me gustó, me
sentía incómodo y se lo hice saber a Manolo:
-¡Al que no le guste, que no mire! -fue su tajante respuesta.
-¡Ya! -solté-. Pero creo que quizá con vuestro aspecto hacéis que vuestro mensaje no sea escuchado
por la sociedad. Les dais miedo y eso no es bueno, pienso que os estáis discriminando vosotros
mismos.
Realmente yo tampoco acababa de entender lo que pretendían transmitir, pero esperaba encontrar
la respuesta aquel fin de semana. Canduela no replicó a mis palabras y asintió con la cabeza. Pocos
años más tarde, el líder de Acción Radical abandonaría la estética skin para continuar trabajando por
sus ideas dentro del entonces inexistente partido Democracia Nacional.
-¡Míralos, ahí están! -gritó el Peluca mientras señalaba el patio de una finca cercana.
Efectivamente, en ese lugar se encontraban cuatro chavales de edades que rondarían los veinte
años; Sólo uno de ellos no vestía la consabida indumentaria skin. Los de Canduela saludaron, brazo
en alto y con unos sonoros Sieg Heil, a quienes nos esperaban; ellos respondieron de igual manera y,
posteriormente, se fundieron en fraternales abrazos; luego nos presentaron a Santos y a mí como
<<camaradas de Valencia, simpatizantes del nacionalsocialismo>>. Finalizadas las presentaciones, nos
pidieron que los acompañáramos a un bar cercano donde habían quedado con el resto de
compañeros de Bases Autónomas.
Instintivamente me arrimé al único de ellos que vestía ropa normal e iniciamos conversación. Se
llamaba Toni y me explicó que estaba afiliado en Bases desde su inicio; antes había militado en una
asociación cultural heredera de Fuerza Nueva, pero se dio de baja porque, según él, <<no eran más
que unos perros burgueses al servicio del sistema capitalista>>. En las filas de este grupo se
encontraba a gusto:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
118
-Todos los camaradas están motivados y hay mucha juventud, no como en el resto de las
organizaciones en las que sólo militan viejos nostálgicos. Además, por primera vez estamos
organizados con los restantes grupos tanto nacionales como internacionales. Con los de Acción
Radical, por ejemplo, existe muy <<buen rollo>>, son luchadores nacionalsocialistas muy
comprometidos. Aquí, en Madrid, somos un montón y cuando más coincidimos es en los partidos del
Bernabéu. ¡Joder, tío, es una pasada! ¡Nos juntamos centenares y comenzamos a enarbolar nuestras
banderas y a gritar consignas! ¡Es muy fuerte, toda la peña del campo se queda con la movida y de
paso hacemos mucha publicidad para la causa nacional revolucionaria! -explicó.
-Estáis con los Ultrassur, ¿no? -pregunté.
-No estamos –aclaró-, ¡somos los Ultrassur! Casi toda la gente de la peña viene de Bases, y no te
puedes ni imaginar lo que hemos crecido en este último año.
Proseguimos andando, apartados un poco del resto. Toni me dijo que le gustaría vestir con estética
de cabeza rapada, pero sus padres se lo habían prohibido expresamente:
-Mis viejos son gente maja, pero están influenciados por los medios de comunicación y por la
propaganda sionista y a estas edades es imposible cambiarlos. De todas formas, me dejan ir a la mía,
siempre y cuando no me meta en follones. Además, en la Facultad no mola ir vestido así, los
profesores en seguida te calan y te suspenden el curso.
-¿Vas a la facultad? -pregunté sorprendido-. ¿Y qué es lo que estudias?
-Psicología -fue la tajante respuesta.
Me quedé con la boca abierta. Probablemente, era el trabajo que menos hubiera imaginado para un
militante nazi. Se lo hice saber y explicó:
-La verdad es que suena un poco raro que estudie esa carrera. En principio quería hacer ciencias
políticas, pero no le vi muchas salidas; sin embargo, la psicología está abierta a muchos campos,
incluso al político. Aprendes a conocer al personal, sus inquietudes, las formas de convencerlos... la
masa es manipulable y creo que estudiar esta carrera será útil para la causa y para mí mismo. Lo que
queremos es que la gente deje de estar aborregada, que piensen por sí sólos. Somos una juventud
obrera antisistema y antiburguesa, pero debemos actuar con la cabeza, como los comunistas cuando
la época de Franco. ¡Fíjate! Los rojos tuvieron <<coco>> y se infiltraron en el ejército, en la policía,
en despachos de abogados, en el mismo <<Movimiento>>, de tal forma que cuando murió Franco les
costó muy poco cambiar el sistema, porque ya lo habían copado con anterioridad. Nosotros buscamos
hacer lo mismo y conseguirlo lleva tiempo y gente formada y dispuesta, pero pienso que vamos por
el buen camino.
Todos los militantes neonazis con los que hasta la fecha había hablado mostraban la misma fe ciega
en su victoria, pero francamente dudaba muchísimo que la misma llegara a producirse.
Entre charla y charla, llegamos a una cervecería del barrio de Salamanca donde habían quedado con
los demás.
Desde la calle se barruntaba el tremendo barullo que había montado en el local. Tan pronto
abrimos las puertas y accedimos, pude observar a no menos de cuarenta o cincuenta jóvenes cabezas
rapadas que bebían jarras de cerveza mientras gritaban simultáneamente lemas de su causa política y
entonaban, de vez en cuando, alguna canción de grupos musicales nacional-revolucionarios.
Con la entrada de los de Acción Radical se incrementó el revuelo y todos empezaron a saludarse
mientras alzaban sus brazos pronunciando los consabidos Sieg Heil! Nunca antes había podido
contemplar a tanto skin junto y, ciertamente, después de aquel fin de semana no volvería a coincidir
con tantos de una vez. Encontrarme en medio de esa dantesca escena no acababa de satisfacerme; por
supuesto, conocía a todos los de Valencia presentes y eso me servía de salvoconducto... ¡Vamos! Al
menos eso esperaba.
La estética era similar en casi todos: muchos tatuajes con leyendas alusivas y runas celtas, cabezas
peladas y profusión de cinturones con célticas y esvásticas.
Instintivamente, permanecí cerca de la puerta del local observando todo lo que se desenvolvía junto
a mí. Comencé a escrutar con interés cada rincón, cada gesto, cada situación. Advertí que Manolo se
acercaba a saludar efusivamente a un par de chicos que, curiosamente, no vestían ropaje skinhead;
aunque debido al ruido no podía atender lo que trataban. Se notaba que entre Canduela y estos
últimos existía una complicidad mucho mayor que con el resto. Evidentemente, saltaba a la legua
que no pertenecían a la tropa de base.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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En ese instante me percaté de que estaba solo; a escasamente un metro y poco vi a Andrés Santos,
que se encontraba en la misma situación: aislado, aturdido y sin acabar de encajar. Me vino un
pensamiento a la cabeza:
-Andrés, ¿qué demonios significa Sieg Heil? -de pronto caí en la cuenta de que llevaba horas
escuchando dicha expresión y no tenía ni idea de su significado. Intuía que sería un saludo nazi del
tipo <<¡arriba España!>> que usábamos los falangistas, pero nada más.
Mi amigo prorrumpió en risas al darse cuenta de que le pasaba lo mismo que a mí y respondió no
muy seguro:
-Creo que significa: <<Hacia la victoria>>.
-Bueno -pensé-. No me acostaré sin saber algo más.
Canduela y sus interlocutores vinieron directos hacia nosotros:
-Os voy a presentar a dos camaradas de Madrid -señaló el jefe de Acción Radical-. Andrés y Juan, os
presento a Nacho y Carlos, dos de los jefes y fundadores de Bases Autónomas.
Nos estrechamos cordialmente las manos mirándonos directamente a los ojos. Por primera vez en
todo el rato que llevaba en ese bar, me sentí bien. Iniciamos una distendida conversación a la que en
seguida se unió Toni, el estudiante de psicología. Este trío se veía distinto que el resto de
componentes del grupo.
De entrada, y como he señalado antes, aunque portaban emblemas nazis no los mostraban tan
ostentosamente; su imagen no pertenecía a la estética skinhead y sus cabellos cortos, pulcramente
peinados, se alejaban bastante del típico cráneo patilludo afeitado al uno.
Nos relataron cómo participaron en crear Bases varios años atrás y refirieron que la militancia
política de ambos provenía de hacía mucho tiempo, desde los tiempos en que, como yo, iniciaron su
andadura por partidos <<nacionales>>. Si mi memoria no falla, acababan de finalizar la carrera de
Derecho y ejercían como abogados; no hacía falta que lo indicaran, a la postre se notaba que tenían
una cultura muy superior a la media de la gente que ahí estaba.
Miramos los relojes y nos dimos cuenta de que faltaban pocos minutos para las once y media de la
noche... ¡Y sin cenar! Carlos y Nacho nos comentaron la posibilidad de ir a tomar unos bocadillos de
jamón serrano a un conocido restaurante de la zona de la Gran Vía que todavía permanecería
abierto. Dicho y hecho, en minutos se vació el local y juntos emprendimos la marcha por el centro
de Madrid.
El espectáculo era impresionante: durante el rato que permanecimos en la cantina fueron
acudiendo más y más miembros de Bases, casi todos cabezas rapadas, hasta llegar a juntarnos no
menos de un centenar. En manada avanzábamos por las vías de la capital hacia nuestro destino.
Sé que ante dicha situación puedes sentirte atrapado por el poder del grupo y acabar siendo uno
más, pero no fue el caso de Andrés ni el mío. Nos sentíamos extraños en un mundo que no era el
nuestro. Observaba las miradas de pánico que los caminantes mostraban, notaba como bajaban los
ojos y cambiaban de acera intentando evitar cruzarse en nuestro camino. Los dos experimentamos
cierta incomodidad.
Durante años yo mismo formé parte de otras manadas, sabía lo que significaba pertenecer a un
grupo intocable, a una jauría de lobos humanos. Aquello se veía diferente, quizá las vestimentas
marginales, ciertamente no lo sé, pero no me gustó. No obstante, quise vivir a tope ese instante y
abrir mi mente: puede que en los dos días que me quedaba compartir con los skins aprendiera a
comprenderlos…
Disimuladamente, fuimos aminorando el paso hasta quedarnos a quince o veinte metros detrás de
ellos. A nuestro lado permanecieron Carlos, Nacho, Toni y Canduela. Supongo que estos se
percatarían de la incómoda situación que atravesábamos, pero nos comprendieron e intentaron hacer
de cicerones lo mejor posible.
Al poco, llegamos al típico establecimiento especializado en jamón ibérico. Ver las caras de los
clientes al notar como el recinto se llenaba en segundos de más de un centenar de cabezas rapadas,
era todo un poema. En ningún momento existió provocación alguna por parte de nadie, ni siquiera el
mínimo conato de altercado, pero eso no fue óbice para que la clientela fuera disimuladamente
abonando las cuentas y saliendo apresuradamente del local. Por nuestra parte pedimos ciento y pico
bocadillos de buen serrano y, tras zampárnoslos, enfilamos hacia la zona antigua, a un pub
denominado El Búnquer.
Dicho lugar era un hervidero de skinheads. Por dentro estaba decorado al modo de las antiguas
fortificaciones blindadas de la segunda guerra mundial; las paredes lucían adornadas con réplicas de
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120
banderas del Ejército Alemán y alguna que otra portada de fanzines de publicaciones nacional
revolucionarias.
Nuestra llegada, sobre todo de los miembros de Acción Radical, supuso un acontecimiento de
primer orden en el centro de ocio. La música que se oía pertenecía a grupos neonazis bien conocidos
por los asistentes, aunque para mí supuso todo un descubrimiento. Los skins comenzaron a bailar de
forma muy peculiar: saltaban alocadamente lanzando sus piernas hacia delante con fuerza, como si
dieran patadas, mientras chocaban bruscamente unos con otros gritando: <<Skines... ¡Oi! ¡Oi! ¡Oi!>>;
más que un baile semejaba una pelea multitudinaria, pero nadie se enfadaba, todo eran risas y, de vez
en cuando, los consabidos Sieg Heil! Me dijeron que a ese bailoteo lo denominaban ska y era el típico
de estos grupos.
La fiesta seguía en el abarrotado local. Permanecí en un rincón junto con Andrés, charlando con
Carlos, Nacho y Toni, quienes se comportaron como verdaderos anfitriones y no nos dejaban ni a sol
ni a sombra, supongo que para evitar que algún joven skinete nos provocara pensando que éramos
policías. De improviso, cesó la música y una potente voz resonó por megafonía:
-¡Camaradas! ¡En el centenario de su nacimiento, realicemos un brindis en honor del genio más
grande que ha dado la humanidad! ¡¡Nuestro Führer: Adolf Hitler!!
Mientras se oían estas palabras, varios chavales comenzaron a repartir vasos de plástico con un licor
que no supe identificar. Prosiguió la voz:
-¡Camaradas! ¡Por nuestro Führer! ¡¡Por Adolf Hitler!!
-¡¡Por Adolf Hitler!! -clamamos todos a la vez.
Por los altavoces continuaron las consignas rituales:
-¡Camaradas! ¡Gritad todos conmigo! Sieg Heil!!
-Sieg Heil!! -refrendamos al unísono.
-Sieg Heil!! -volvió a marcar la voz de siempre.
-Sieg Heil!!! -manifestamos excitadamente al borde del paroxismo.
-Sieg Heil!!!! -tercera y última vez.
Y todos, como uno solo:
-Sieg Heil!!!!
Percibí que se me erizaba el vello; fue una sensación extraña que me envolvió por completo, como
si viviera un nuevo episodio de los que había visto cientos de veces en las películas, como si diera un
salto al pasado...
Miré a Andrés y sonrió; aprecié que había sentido lo mismo, sobraban las palabras. Nos pareció
estar en Nüremberg marchando ante el Führer en medio de miles de miembros de las juventudes
hitlerianas. Por unos segundos abrigamos intensamente esa sensación que impregnaba a los
presentes, y quizá llegué a pensar que me prendería, pero no sucedió así. Sólo fue un instante, luego
volví a comprender que unas exclamaciones protocolares no implicaban lo suficiente como para
disponerme a sacrificar todo por unas ideas que todavía no acababa de conocer. Pensé que cuando
pasara el fin de semana las tendría más claras.
La fiesta prosiguió y sobre las cinco de la madrugada estaba totalmente destrozado y con un sueño
terrible. Nueve horas atrás estaba en Valencia sin suponer que viviría esa experiencia.
Pasé la noche hablando con mis nuevos conocidos. Toni, el psicólogo, no paró todo el rato de
hablarnos de la necesidad de una revolución proletaria, de que había que acabar con los cerdos
burgueses; Carlos y Nacho empleaban otro discurso más idealista, provenían de una escuela distinta
y, aunque creían firmemente en sus ideas, creo que en el fondo sabían que la moda skinhead no
significaba más que algo pasajero y que había que aprovechar al máximo, puesto que muy pocos de
los que ahora bailaban ska, proseguirían con su lucha más adelante.
-Existe mucha presión policial y mediática en nuestra contra -justificó Carlos-. Con estos chavales
pasará lo mismo que con los de Fuerza o Cedade: tan sólo los más capacitados aguantarán y servirán
de base a los que vengan después. La lucha es larga, estamos solos contra todos, pero el ejemplo del
Führer prenderá en las nuevas generaciones y llegará el día en que renazca el Cuarto Reich. Aunque
supongo que eso no llegaremos a verlo, pero siempre quedará el consuelo de saber que pusimos un
grano de arena en la construcción de la revolución nacionalsocialista europea.
-Aún queda mucho por hacer -interrumpió Nacho-. ¡Pero lo conseguiremos! Recuerdo cuando
montamos Bases: éramos cuatro gatos... ¡Y fíjate ahora!
-¿Pensáis que acudirá mucha gente al homenaje del domingo? -inquirí.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
121
-¡Hombre! La verdad es que no lo creemos, pero por nuestra parte hemos avisado a la gente para
que acuda, aunque no hay demasiado <<buen rollo>> con los de Cedade -añadió Nacho.
-¿Y eso...? -pregunté intrigado.
-Pues porque son muy puristas y muy cabezas cuadradas. Tienen camaradas muy preparados, pero
les falta pisar la calle -explicó Carlos-. Son un poco como las monjas de clausura: Nadie duda de que
sean buenas personas, pero viven de espaldas al mundo real, escondiéndose de todo. El acto del
domingo está bien, pero tenían que haber contado con todas las asociaciones NR.
-¿Y no lo han hecho? -interpelé.
-No. Para ellos, todo lo que se salga de su forma de ver las cosas está contaminado por el sistema;
intentan apartarlo, y más en lo que a skins se refiere.
-¿No les gustáis?
-Sinceramente, no -sentenció Carlos.
-No obstante, es positivo que se hayan decidido a realizar actos públicos y dejarse conocer. Hace
falta tenerlos bien puestos para atreverse a reivindicar la figura de Hitler -explicó Nacho.
Toni metió baza en la conversación:
-Mira, Nacho, lo que están haciendo los de Cedade es dar los últimos coletazos antes de morir
políticamente. Se han dado cuenta de que les estamos arrebatando su espacio y la militancia, y están
dando palos de ciego intentando no desaparecer. El homenaje de pasado mañana va a ser un fracaso,
¿quiénes irán? ¿Los pocos de siempre? Muchos de los históricos nazis prefieren celebrar el
nacimiento del Führer como tú ya sabes, en vez de dar la nota.
Esta intervención me llenó de curiosidad:
-Toni, ¿qué significa eso que has dicho: <<Lo que tú ya sabes>>?
-Nada -medió Carlos-. El aprendiz de psicólogo este, que se le va la cabeza de vez en cuando.
-¿Celebráis algo más aparte de lo de Hitler? -volví a interrogar.
Noté que mis interlocutores se ponían nerviosos. Volvió a ser Carlos quien tomó la palabra:
-Mira, Juan, realmente no es nada importante, pero tal y como están las cosas, se podía poner en un
serio aprieto a más de un camarada.
-¿Y eso? -articulé.
-Te lo voy a contar, pero porque los de Acción Radical nos han asegurado que eres de total
confianza -justificó-. Verás, sabes que a España vinieron muchos nazis escapando de la represión
aliada, ¿no?
-Sí -afirmé.
-Pues bien, muchos de esos antiguos combatientes alemanes e incluso miembros fundadores de las
juventudes hitlerianas siguen evocando el 20 de abril con un banquete especial en sus casas. Es algo
muy trascendente que se realiza en señal de respeto y como recuerdo al Führer -concluyó.
-¿Sólo eso? -consulté extrañado.
-¿Te parece poco? ¿Sabes lo que darían los judíos por saber cuando y quienes acuden? -soltó Nacho.
-¡Qué va a ser sólo eso! -pronunció enfáticamente Toni.
-Calla tío que las paredes tienen oídos -aconsejó Nacho.
-¿Pero qué coño hace esa gente que tanto misterio tiene? -exclamé un tanto asqueado de tanto
sigilo.
-Verás -explicó Carlos-. Tienes que ser discreto sobre esto. Piensa que algunos permanecen todavía
buscados por el Mossad.
-Por mi parte no hay problema -exclamé.
Después de intercambiar varias miradas cómplices entre ellos decidieron poner punto y final a su
relato.
-Escucha, todos los años, en esa fecha, muchos de los excombatientes del Reich, entre los que
perdura algún mando destacado del Régimen, se reúnen en la casa de alguno de ellos y celebran, con
el máximo secreto, una comida o cena de hermandad donde renuevan los juramentos de fidelidad al
Reich y al Führer. Lo verdaderamente emocionante es que estos veteranos camaradas visten, para
tan solemne ocasión, los uniformes y emblemas que portaron en su día y que conservan como oro en
paño. Es casi imposible acudir a los mismos a no ser que estés unido estrechamente con alguno de los
asistentes; es decir, generalmente se juntan abuelos, padres y nietos con otros abuelos, otros padres y
otros nietos de excombatientes leales al Régimen. Y, entre todos, rememoran el pasado glorioso de
Alemania mientras cantan himnos de esa época.
-Es muy impresionante -dijo Toni-. No hay palabras para describirlo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¿Has acudido alguna vez? -pregunté.
Asintió con la cabeza. La emoción le impedía articular palabra. Carlos aclaró este punto:
-¿Es que nuestro aprendiz de psicólogo no te ha dicho que es nieto de alemán?
-Mi abuelo paterno luchó como capitán en el frente de Stalingrado ganando la Cruz de Hierro por
el valor demostrado en combate -afirmó orgulloso-. ¡Se la impuso el mismísimo Führer!
Me vino esta escena a la cabeza: todos los años, decenas de viejos nazis desempolvando sus
uniformes y, como en una fantasmal escena, departiendo amigablemente con paisanos y camaradas
con los que guerrearon en su juventud. Los imaginé en un chalé cualquiera de la costa mediterránea,
ocultos, reviviendo su pasado por unas horas para posteriormente volver al disimulo cotidiano y a la
vida normal sin levantar sospechas, realizando sus actividades normales de jubilados.
Fue en esta ocasión donde escuché por primera vez estas historias. Posteriormente, volvería a oírlas
pronunciadas por otros labios y en circunstancias diferentes. Me dijeron que estas celebraciones no
excedían del medio centenar de personas por miedo a llamar la atención.
Nunca acudí a esta clase de eventos, pero me ocurrió alguna anécdota en este sentido. Una de ellas
tuvo como protagonista a un maduro matrimonio belga con el que mi familia mantenía estrecha
relación de amistad. Sabíamos que vivían en España desde siempre y que gozaban de una posición
económica holgada. Conocían mi militancia falangista, pero jamás emitieron una opinión al respecto.
En cierta ocasión, coincidí casualmente con ellos en una conocida población costera. Ignoraba que
veranearan allí y les mostré mi extrañeza. Decidieron invitarme a cenar a su impresionante chalé.
Fue una velada agradable y, tras los postres, surgió el tema político y mi afiliación a la Falange.
Después de cruzarse unas miradas cómplices, abrieron sus corazones y me explicaron que en su
Bélgica natal militaron en el partido Rexista de León Degrelle, al que conocían mucho. Después de
esta aclaración, me condujeron a una amplia estancia de su hogar. Allí, detrás de un espejo de pared,
perfectamente oculta de las miradas indiscretas, existía una vitrina, y en la misma, una gran foto
enmarcada de mis anfitriones junto a Adolf Hitler. A ambos lados de la misma, perfectamente
colocados en unos percheros, dos trajes de gala lucían sus tradicionales encajes.
-Fue con motivo de una recepción que organizó el Führer en Berlín el año 1938 -explicaron-. Los
trajes son los que llevamos ese día. ¡Fíjate en que en el ojal de la chaqueta está la insignia de oro del
partido!
Efectivamente, una esvástica blanca sobre fondo dorado lucía sobre la inmaculada prenda.
-El Führer era todo un caballero -explicó la señora-. ¡Y tan correcto! Pero hay que guardar todo
esto en secreto, la gente dice muchas mentiras.
Me quedé sin palabras: nunca habría relacionado a este matrimonio con el Tercer Reich. Me
hicieron jurar que no revelaría sus identidades y que ocultaría estos detalles incluso a mi familia, y
así lo hice y seguiré haciéndolo.
Ni el más listo de entre los listos hubiera supuesto jamás la adoración secreta que este anciano
matrimonio sigue profesando hacia su Führer más de medio siglo después de su muerte.
-¿Y el tema del fútbol? Los Ultrassur y todo eso, ¿qué tiene que ver con la política? -pregunté a mis
amigos cambiando radicalmente de tema.
-Verás... -dijo Carlos-. Los Ultrassur sirven para captar gente y tenerlos motivados constantemente.
De paso, es una forma de poder publicitarnos y expandir nuestras ideas y simbología.
-¡Hombre! No sé, pero pienso que puede resultar contraproducente mezclar política con fútbol,
¿no? -inquirí.
Esta vez fue Nacho quién respondió:
-Es lógico que te plantees eso. Aquí mismo, en Madrid, existen camaradas que no creen que sea algo
positivo para la causa, pero lo cierto es que desde que se instituyó Ultrassur, Bases Autónomas ha
captado mucha gente, en principio, vinculada sólo al fútbol pero que han acabado aproximándose a
nuestras ideas.
El alumno de psicología intervino en la charla:
-¡Tampoco es exactamente así, Nacho! Sabes perfectamente que la gente de Bases es la misma que la
de Ultrassur. Siempre que organizamos una cena de la peña acuden los mismos que cuando Bases
organiza un acto NR. Es un círculo cerrado y lo sabes.
-Quizá sea así, en parte -medió Carlos-, pero lo cierto es que nuestra experiencia ha sido calcada por
otros grupos afines y, al menos, hemos conseguido que se hable de nosotros. Sin ir más lejos, el
mismo Canduela reconoció que Acción Radical ha incrementado su militancia desde que colaboran
conjuntamente con los Yomuss, y eso significa algo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
123
Tratamos sobre estos temas durante toda la noche, de pronto Carlos me preguntó:
-A propósito, ¿esta noche tenéis alojamiento?
-¡Leches! ¡Con tanto ajetreo se nos había olvidado buscar un sitio para dormir! Aunque a malas,
siempre podíamos recurrir a una pensión o un modesto hotelito.
Fue Toni quién solucionó el problema:
-No os preocupéis, mis padres están fuera y si os arregláis para dormir en sillones, por mi parte os
cedo mi casa.
Le agradecimos sinceramente su amable ofrecimiento y lo aceptamos. Estaba a punto de despuntar
el nuevo día y optamos por marcharnos a pernoctar. Busqué a la gente de Canduela, y salimos a la
calle en busca de los coches. En la puerta me despedí, con un fuerte abrazo, de Nacho y Carlos.
-Que descanséis, y espero que nos volvamos a ver dentro de poco. Sieg Heil! -dijo este último a
modo de despedida.
-Lo mismo os digo y muchas gracias por todo. Sieg Heil! -respondí.
Sería la última vez que hablaba con ellos, y con Carlos no habría posibilidad de hacerlo nunca más.
Carlos Rodrigo Ruiz de Castro se suicidó unos pocos años después. Varios amigos de Acción Radical
me comunicaron el triste suceso, y realmente me conmocionó. Aunque sólo lo traté esa noche, lo
recordaba como un chico inquieto, trabajador por su causa, inteligente y muy, muy idealista, quizá
en exceso. Supe que se disparó un tiro en la cabeza con una escopeta de caza y que dejó escrita una
nota de despedida donde, por lo que tengo entendido, justificaba su drástica decisión al creer que la
causa nacional revolucionaria por la que luchaba carecía de futuro. Me dijeron que últimamente
estaba depresivo y comentaba que consideraba su lucha perdida de antemano a causa de la feroz
represión de los medios de comunicación. Su óbito me dolió, pero no me sorprendió; a mis recuerdos
acudió la figura de otro amigo, esta vez valenciano, que se había matado un poco antes por algo
similar.
A José Manuel lo conocía de los tiempos de Fuerza, y desde el principio intimamos. Se trataba de un
joven simpático, inocentón, sin malicia alguna. Creía en Piñar como si fuera el mismísimo Dios y
hubiera dado la vida por él sin dudarlo. Cuando Fuerza Nueva se disolvió, quedó destrozado,
negándose a admitir el porqué de la decisión de su intocable líder; posteriormente, acudió a la
llamada de Blas y se afilió a Unión Hispana, donde siguió trabajando con ilusión y alegría hasta que
esta asociación cerró las puertas.
José Manuel intentó rehacer sus truncadas ilusiones políticas y se aproximó a las nacientes
organizaciones nazis, pero no le gustó lo que vio y no llegó a integrarse plenamente. Finalmente,
canalizó sus esperanzas en una preciosa chica a la que conoció y con la que empezó a salir. Tenía
unos años menos que yo, pero era un hombre de los pies a la cabeza; desde muy joven trabajaba para
sacar adelante a sus padres y a su hermano, puesto que su progenitor padecía una enfermedad
degenerativa que le impedía realizar labor alguna. Con <<veintipocos>> era un ser maduro e infeliz;
le tocó cargar en sus espaldas el tremendo peso de mantener dignamente a su propia familia.
Su novia le devolvió la ilusión y él se entregó por completo a ella; pero quiso la desdicha que, unas
semanas antes de su boda, un fatal accidente segara de cuajo la vida de la joven. Todos nos volcamos
en nuestro amigo, ofreciéndole nuestro incondicional apoyo, pero fue inútil.
Lo vi por última vez un sábado, tarde; se encontraba sentado en un bar que frecuentábamos. Estaba
sólo y tomé asiento junto a él, se le advertía destrozado.
Pasamos toda la tarde hablando. Me contó sus sueños truncados, la profunda impotencia que le
llenaba por la trágica pérdida de su chica y salió a la conversación (¡cómo no!) el tema político.
Recuerdo que dijo:
-Mira Juan, todo el mundo me abandona. Primero fue Blas con sus mentiras, ahora Dios se lleva a la
persona que más quería. He perdido la fe por culpa de quienes nos dirigieron en su día y he perdido
las ganas de vivir sin ella a mi lado. Mi hermano ya es mayor y puede ayudar a mi familia... Yo... ¡ya
no tengo fuerzas!
Su discurso me impactó, nos conocíamos desde siempre y no me salían las palabras para intentar
consolarlo. Supuse que aguantaría, que sería capaz de soportar tan duro golpe.
-No sé que decirte, pero estoy seguro de que lo superarás. Sé que es difícil y más estando todo tan
reciente, pero llegará el día en que esto no será más que un triste y lejano sueño. Tienes que aguantar
por ella, debes ser feliz y lo serás.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Sonrió lánguidamente mientras asentía con la cabeza; no pronunció vocablo alguno, pero su rostro
denotaba la tremenda lucha que se desarrollaba en su interior. Nos despedimos pasada la
medianoche. Menos de veinte horas después se quitó la vida tomando veneno.
Supongo que, en el fondo, las muertes de Carlos y José Manuel fueron más de lo mismo. Sin ilusión
no se puede vivir y una vez perdida cuesta mucho restablecerla. Desgraciadamente, los cementerios
están sembrados de ideales.
Subimos a los coches rumbo a la casa de Toni, antes lo acerqué a su vehículo. Los de Valencia
partimos hacia su hogar. Toni enfiló hacia las afueras, mientras Andrés y yo le seguíamos pendientes
de no perderlo; al poco, llegamos a su <<chabola obrera>> ¡Un <<chaletazo>> en el centro de La
Moraleja!
Mientras aparcábamos en su amplio garaje, intercambié una mirada con Andrés y Manolo... ¡Joder!
¿Tanto rollo antiburgués y proletario para vivir ahí? En fin, una experiencia más.
Toni se percató de nuestra sorpresa e intentó justificarse:
-Bueno, chavales, ésta es la casa de mis viejos... ¡Es que mi padre es médico! ¿Sabéis?
-Sí... sí... algo así suponíamos... ya... ya... -repetimos irónicamente.
Pasaban las seis de la mañana y nos acomodamos en su mansión. Los de Acción Radical se
acomodaron en sofás; para Andrés y para mí nos reservó una cama en el cuarto de invitados. Antes
de acostarme le pregunté a nuestro anfitrión:
-¿Y mañana que hay previsto?
-¿Mañana? ¡Querrás decir hoy! -señaló sonriendo.
-Bueno, pues hoy... -balbuceé mientras se cerraban mis párpados.
-A las doce del mediodía tenemos que estar en la sede de Cedade. Hay prevista una conferencia de
Pedro Varela y León Degrelle.
Abrí los ojos de par en par al escuchar el nombre del histórico general de las SS:
<<¡Anda…! ¡Va a estar Degrelle!>> -pensé.
Como aficionado a la historia, me atrajo de inmediato la idea de oír a esta persona. El viejo militar
era toda una leyenda dentro de los círculos neonazis europeos. Belga de nacimiento, en los años
anteriores a la segunda gran guerra fundó en su país el Partido Rexista, de ideología fascista. Durante
la contienda, luchó activamente junto al Reich y alcanzó el grado de general de las tropas SS,
convirtiéndose en uno de los mandos más jóvenes del Ejército Alemán. Su arrolladora personalidad y
la capacidad de oratoria que poseía le granjeó de inmediato la amistad del Führer, quien comentó
más de una vez que, de haber tenido un hijo, querría que hubiera sido el joven líder belga. Tal era la
admiración mutua que se profesaban.
Finalizada la contienda y rendida Alemania, las autoridades aliadas intentaron detener al líder
rexista, pero Degrelle consiguió alcanzar la península en un avión tras realizar un aterrizaje de
emergencia en plena playa de la Concha. En España recibió asilo político por parte del régimen de
Franco y aquí vivía desde entonces.
Al contrario que otros líderes nazis, jamás se escondió y participaba activamente en coloquios y
conferencias donde profesaba sus profundas y firmes ideas nacionalsocialistas, así como también su
admiración total hacia Adolf Hitler. Firme defensor del <<revisionismo histórico>>, León Degrelle
negó siempre en público la existencia del Holocausto judío, justificándolo como una invención
sionista para conseguir victimizarse y, de paso, sacar indemnizaciones del Estado Alemán. El Mossad
no fue ajeno a sus movimientos e intentó secuestrarlo en algunas ocasiones para juzgarlo como
<<criminal de guerra>>, pero la brava actitud del líder nazi frustró las operaciones judías y, de paso,
acrecentó su leyenda en los sectores neonazis.
Por mi parte, esperaba con ilusión escuchar en vivo a una reliquia de otros tiempos. Dentro de poco
sería la gran oportunidad; tenía menos de cinco horas para cargar fuerzas.
Con paso presuroso, Andrés y yo, corríamos (más que caminábamos) en busca del local de Cedade.
Pasaban unos minutos del mediodía y acabábamos de estacionar por las inmediaciones siguiendo las
instrucciones que el estudiante de psicología nos había proporcionado antes de decirnos que estaba
<<reventado>> y que lo excusáramos, pero no acudiría a la charla ya que prefería descansar. Los de
Acción Radical se dividieron en dos grupos: uno, capitaneado por Manolo Canduela, venía a unos
pasos detrás de nosotros; los restantes acudieron a un bar dónde habían quedado con los de Bases
Autónomas y se incorporarían más tarde. A estos últimos no volvimos a verlos en toda la jornada.
Esa noche habíamos dormido como lirones hasta que el despertador nos sobresaltó a las 10.30.
Costó litros de agua conseguir que despegáramos los ojos, pues parecían soldados con plomo. Tras
Juanma Crespo Memorias de un ultra
125
darnos una buena ducha y despedirnos de nuestro anfitrión, acudimos a la cita. Sólo sabíamos que la
sede nazi estaba situada en la madrileña calle Princesa y que ésta no se encontraba muy lejos del pub
al que habíamos acudido la pasada madrugada. Con esas referencias y preguntando a los transeúntes,
nos acercábamos cada vez más a nuestra meta.
-Debe de ser en una calle de éstas -dijo Andrés parado frente a varias estrechas callejuelas del
centro urbano.
Como si de una señal se tratara, en ese preciso instante observamos a un chico alto y rubio, con
buena planta, adentrarse por una vía cercana y meterse en un portal. El chaval portaba, a modo de
cubrecabezas, un gorrito tipo cuartelero de color gris; ese detalle hizo que nos fijáramos en él e
instantáneamente lo relacionáramos con el acto nazi que debía tener lugar por las inmediaciones.
Ignorábamos que los de Cedade portaran prendas de uniforme, al menos en Valencia nunca los
habíamos visto usarlas. Manolo nos sacó de la duda:
-Los de Cedade suelen evitar el uso de uniformes e insignias conocidas para no causar mala
impresión cuando difunden sus mensajes. No obstante, en ocasiones visten camisas pardas o gorros
grises como el del chaval ese. Cuando más suelen portarlos es en los solsticios.
Esta afirmación me llenó de curiosidad: <<¿Qué demonios pasaría en los solsticios? ¿Y qué tenían
que ver los nazis con esas fechas?>>. Antes de que finalizara el fin de semana tendría respuesta a
estas cuestiones.
Seguimos los pasos del chaval y observamos, con agrado, que nuestro instinto no había fallado. En
un lateral, un rótulo bien visible señalaba que nos encontrábamos en la calle Princesa. Sin pensarlo
dos veces, entramos en el portal de la antigua casona que permanecía entreabierto. Nos sorprendía el
profundo silencio que emanaba del mismo y que nos hacía dudar de que allí tuviera lugar cualquier
tipo de acto público, pero nos equivocamos.
Al penetrar, nos quedamos sobrecogidos. Una muchedumbre ocupaba todo el rellano interior y se
agolpaba en las escaleras de acceso. Habría más de dos centenares de personas, casi todas jóvenes, y
muchos tocados con el quepis gris. Los aspectos de los asistentes no tenían nada que ver con el de los
skins de la noche anterior, es más, no recuerdo haber visto en ese instante a ningún cabeza rapada y,
de haberlos, su presencia era mínima y no se hacían notar. Probablemente, preferían la fiesta y las
borracheras antes que la asistencia a actos puramente nacionalsocialistas.
Lo sorprendente de la situación era que, a pesar de la impresionante cantidad de gente existente, ni
un solo murmullo brotaba de sus labios: todos permanecían en el más asombroso silencio haciendo
gala de una disciplina espartana asombrosa. Únicamente se percibía una voz suave que parecía salir
de algún oculto altavoz. Canduela me susurró al oído que quien hablaba era Pedro Varela.
Iniciamos el ascenso por las amplias escalinatas, aunque no sin esfuerzo. Lentamente fuimos
ganando metros y alcanzamos las puertas del local, que permanecían abiertas. Abriéndonos paso
discretamente, penetramos hasta acabar situándonos a un par de metros de la mesa presidencial.
Resultaba imposible acceder más: la abundante y precisa seguridad de Cedade impedía dar un solo
paso hacia la tribuna de oradores. Allí, además de Varela, creí conocer a Christian Ruiz y... (¡cómo
no!) al veterano general de las SS.
Nuestra llegada coincidió con el fin de la intervención del líder nazi, quien cedió la palabra al
siempre orgulloso León Degrelle. Éste inició su alocución, en su peculiar castellano, refiriéndose a la
profunda amistad que le unió con el Führer. Cada vez que pronunciaba esta palabra la muchedumbre
rompía su mutismo y prorrumpía en acompasados y atronadores Sieg Heil!
El líder belga defendió la honradez y la grandeza de Adolf Hitler y del Tercer Reich alemán. A cada
frase suya, los asistentes, al borde del síncope, repetían sus gritos rituales. Degrelle se refirió a la
bravura de los mil españoles que formaron parte de las tropas SS, de la farsa del Holocausto judío y
de la inexistencia de cámaras de gas en los campos de concentración nazis. Cada aseveración que
realizaba era aclamada por el público, que lo escuchaban como si les hablara el mismo Dios.
El viejo jerarca nazi finalizó su disertación refiriéndose al próximo advenimiento del todopoderoso
y definitivo Cuarto Reich que devolvería al mundo la ilusión y la gloria perdida. Tras una
ensordecedora ovación, Varela cedió la palabra a un viejo alemán de cabello cano, a quien presentó
como <<soldado del Tercer Reich de servicio en Autswitch>>. El anciano, que no hablaba ni un poco
de español, pronunció unas breves palabras en su idioma natal que posteriormente fueron traducidas
por uno de los organizadores: <<El camarada ha dicho que sirvió durante dos años en el campo de
concentración de Austswitch como soldado de las SS, y que ¡jamás existieron las cámaras de gas!
¡Todo es un invento judío!>>
Juanma Crespo Memorias de un ultra
126
Los Sieg Heil! del público casi revientan el edificio ante esta nueva declaración de un veterano
combatiente de la Whermacht. Desde la tribuna de oradores se cedió la palabra a otro septuagenario
germano, también centinela en el mismo campo y compañero del anterior. Éste se aproximó al
micrófono y en un irreconocible español articuló su nombre y dijo, igual que el otro:
-¡En Autswitch nunca hubo cámaras de gas! Sieg Heil!!
Su breve frase fue coreada de nuevo por todos los presentes.
El acto finalizó y Varela invitó a los congregados a asistir, al día siguiente, a la concentración
prevista para finalizar el homenaje a Adolf Hitler. Los conferenciantes fueron abandonando sus
asientos y bajando hacia la calle por las escaleras. El que más fervor levantaba era el líder rexista:
brazo en alto, descendía los escalones entre los encendidos gritos de apoyo y cientos de respetuosos
Sieg Heil! que marcaban su paso decidido.
Lo vi cuando pasó junto a mí: su mirada altiva mostraba satisfacción, y una leve sonrisa marcaba su
rostro. Quizá, creyó visualizar las multitudinarias manifestaciones que había presenciado, hacía más
de medio siglo, en Nüremberg, Berlín... y en tantos otros lugares que permanecerían en sus
recuerdos. Puede que creyera ver la estampa del Führer alzarse en medio de esas nuevas
generaciones o, tan sólo, pensara lo que pudo llegar a ser y no fue.
Mientras anduvo a mi lado, durante unos segundos, su orgullosa figura engominada semejaba a un
viejo saurio conocedor de su extinción. Hubiera dado lo que fuera por conocer los pensamientos que
ocupaban su mente en esos instantes, aunque eso es algo que él se llevó a la tumba.
Alcancé la calle y agradecí un soplo de aire fresco que me dio de lleno en la cara. Los actos habían
concluido por ese día. Rebusqué en mi cartera e hice cálculos... todavía disponía de 25.000 pesetas.
Decidí alquilar una habitación en algún hotel y echar una cabezadita, luego sería otro día.
Encontré alojamiento en una pensión cercana y dormí plácidamente. Me sentía destrozado. Mi
cerebro tenía que asimilar todo lo vivido para sacar conclusiones.
Me desperté a la hora de cenar y salí un rato con Andrés a la zona del día anterior. El Búnquer
estaba saturado de jóvenes eskinetes danzando ska. Con los de Acción Radical habíamos quedado
para la mañana siguiente. Preferían ir a su marcha...
Tomamos un par de copas sin ver a ningún conocido. Nos impactó la canción que canturreaba un
grupo con visibles síntomas de embriaguez. Ésta seguía exactamente la melodía del popular
villancico navideño El portal de Belén, aunque la letra estaba siniestramente transformada y decía:
Por el camino que lleva a Berlín,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
Baja hasta el búnker que la sangre cubrió,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
Las SS quieren ver al Führer,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
Le traen judíos en un viejo camión,
¡Para que haga jabón! ¡Para que haga jabón!
Y si judíos no pudiesen traer,
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!
¡Que traigan al rey!
¡¡Reich!! ¡¡Reich!!

El mensaje tan radical de la baladita de marras nos puso los pelos de punta. ¿Cómo podían acumular
tanto odio unos chiquillos que no pasarían de los veinte? Los mozalbetes iniciaron otro tema, tan
patético como el anterior, cuya letra era la siguiente:

¡Ni negritos, ni judíos!


¡¡Viva, viva...el Ku-Kux-Klan!!
¡Queremos hogueras grandes y un negrito pa´quemar!

Ya teníamos bastante por ese día, no quisimos escuchar más, y sobre las dos de la mañana volvimos
a la posada. <<¡Anda, que si nuestro futuro dependiese de estos!>>, pensé.
Pocas horas después concluiría el homenaje al Führer con la prevista concentración en una plaza de
la capital, y no queríamos perdernos ese evento.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
127
Y llegó el ansiado domingo. Cuando las primeras luces del amanecer penetraron por la ventana
entreabierta de mi dormitorio, abrí los ojos. Me encontraba a gusto descansando, dentro de poco
todo daría fin y volvería de nuevo a mi casa. Desperté a Andrés y me introduje en la ducha. Al salir
de la misma, inicié un ritual que había realizado cientos de veces, siempre que acudía a cualquier
clase de acto político destacado. Aunque suene trivial, el rito consistía en atusarme pausadamente mi
pelo hacia atrás con gran cantidad de fijador. Creo que, para mí, ese acto simbolizaba lo mismo que
cuando los <<pieles rojas>> se coloreaban los rostros antes de entrar en combate, y... ¿quizá igual que
los skinheads mientras se rasuraban los cráneos? Esta última cuestión me vino a la cabeza en un
instante, sin proponérmelo, y creí intuir que igual no éramos tan desiguales los unos de los otros...
¿O sí?
Me cubrí con unos vaqueros y esperé a que Andrés finalizara. Sabía que los pantalones tejanos no
serían del agrado de los nazis de pura cepa, pero ese detalle me importaba un bledo; en ese instante
me daba igual herir susceptibilidades por algo que consideraba absurdo. Cuando mi compañero
estuvo listo, abonamos la cuenta en recepción y partimos hacia la cita con los herederos del legado
ideológico de Adolf Hitler.
Mientras andábamos por las vacías avenidas, escrutamos las paredes en busca de carteles que
anunciasen la convocatoria, pero salvo algunos folletos que vimos el día anterior en los callejones
aledaños a su sede, nada avisaba de la concentración. Todo había sido programado con un secretismo
impresionante y, seguramente, sin los medios económicos necesarios. Conjeturábamos sobre como
sería ese homenaje… Probablemente no acudiría mucha gente. ¿Llevarían banderas
nacionalsocialistas? ¿Portarían insignias con esvásticas? ¿Vestirían los asistentes camisas pardas? Nos
hacíamos todos estos interrogantes hasta que llegamos a la precipitada conclusión de que
acabaríamos congregándonos cuatro gatos. ¿Y los skins? ¿Asistirían esta vez? En breve, tendríamos
respuesta a estas cuestiones.
Sobre las 11:30 alcanzamos el lugar, y el desánimo más absoluto cayó sobre nosotros, ¿Seríamos los
únicos en acudir? A falta de tan sólo media hora para que se iniciara el esperado mitin nazi,
simplemente vislumbrábamos, en cada rincón, a gran número de policías de la Unidad de
Intervención. Los había para todos los gustos: a caballo, en moto, a pie, con cascos, rondando con
pastores alemanes. Pero nuestra experiencia en ese tipo de eventos nos hizo advertir que el
Ministerio del Interior no esperaba mucha afluencia y, desde luego, pocos o ningún follón. Las
despreocupadas caras de los maderos, junto con la ausencia de escudos y porras, lo decía todo.
Cerca de nuestra perspectiva, prestamos atención a tímidos grupitos de jóvenes con aspecto de
intelectuales, algunos de los cuales nos sonaba del acto en la sede de Cedade. Poco a poco fue
uniéndose más gente a la escena, aunque sin atreverse a penetrar en la pequeña plaza, se situaban por
los alrededores. Se notaba, a la legua, que la falta de actividades públicas de esta organización y su
reciente salida de las catacumbas del sistema los limitaba en estos escenarios donde debían dar la
cara.
A pocos minutos del mediodía, y cuando todo hacía suponer que la invitación había sido un
calamitoso fracaso, un clamor llegó a nuestros oídos provocando que nos girásemos en la dirección
de donde arrancaba el barullo. A un par de manzanas, varios cientos de personas, encabezadas por
Pedro Varela, concurrían hacia la explanada voceando consignas que no acabábamos de entender. La
muchedumbre penetró en la zona prevista y empezaron a ocupar la plazoleta; casi todos tenían el
aspecto pulcro de los afiliados a Cedade, estéticamente más próximos a los mormones que a cualquier
otro clan. Algún pequeño grupo de cabezas rapadas no quitaban ojo desde la distancia. Quedaba
claro que los organizadores preferían prescindir de tan molestos acompañantes.
Calculé la gente que habría y, haciendo un cómputo benévolo, creo que no pasaríamos del millar de
personas... ¡Más de lo que esperaba! No vi casi pancartas, sólo alguna bandera con el anagrama de
Cedade: un águila imperial con las alas extendidas, quieta sobre un yugo.
Tomó la palabra Varela, quien recordó el legado del Führer, la grandeza de una Europa unida y,
¡por enésima vez!, las invenciones sionistas sobre el <<falso Holocausto judío>> y la <<comprobada>>
inexistencia de cámaras de gas en los campos de concentración alemanes. En una estudiada soflama,
el líder nazi animó a los asistentes a perseverar en su lucha y a divulgar la realidad sobre el
nacionalsocialismo; igualmente hizo un llamamiento a los skins, para que renunciaran a su estética y
a las conductas violentas, y acudieran a integrarse en organizaciones que defendieran su
pensamiento sin caer en el error de convertirse en tribus marginales urbanas. Posteriormente,
Juanma Crespo Memorias de un ultra
128
tomaron la palabra otros oradores que fueron en la misma línea argumental que el anterior. Se
clausuró el acto gritando varias veces: Sieg Heil!
Algunos corrillos de manifestantes comenzaron a corear apocadamente las primeras estrofas del
himno nazi, aunque pronto fueron acallados por los organizadores. No obstante, las frases iniciales
permanecieron flotando en el ambiente durante breves segundos, decían más o menos así:

Camisa parda, ¡de esvástica en el brazo!


Llevaba yo, ¡cuando te conocí!
¡Perseguidos por izquierdas y por las derechas!
Camisa parda ¡también llevabas tú!
La juventud, está en nuestras filas.

Poco más pude sentir, pues entre el temor de los que iniciaron la entonación y las excesivas
precauciones del resto pronto se autodisolvieron e iniciaron el retorno a sus vidas monacales de
siempre.
Fue un acto breve y supongo que emotivo para los asistentes, aunque yo me sentí espectador en
algo ajeno que seguía sin llenarme. Observé a algún que otro extranjero, realmente no muchos, quizá
debido a la excesiva presencia policial. Por supuesto, no ocurrió ninguna clase de incidente. Sobre el
aspecto de los presentes, baste decir que en el reportaje que, a la semana siguiente, publicó la revista
Interviú, aparecía en primer plano, con el pelo engominado y el brazo en alto, Andrés Santos, a su
lado permanecía yo, y probablemente costará alguna instantánea en los archivos de dicha
publicación. Sin serlo, dábamos el estereotipo del típico militante nazi. ¡Si es que los pobres chavales
de Cedade se pasaban de discretos!
Ahí finalizaron las jornadas. Posteriormente estaba prevista una comida de hermandad, pero me
notificaron que se había eliminado por causas ajenas a la organización.
Después del homenaje, buscamos a los de Acción Radical para retornar a Valencia. Los localizamos
en un lugar cercano a la concentración, pero decidieron permanecer con los de Bases y partir al día
siguiente por sus propios medios; así pues, iniciamos la vuelta.
Durante el viaje, recapacité prolongadamente sobre lo sucedido y llegué a la conclusión de que
semejaban una secta. Por un lado conocí a gentes de Bases Autónomas consecuentes e
ideológicamente bien formadas; pero la mayoría de la militancia eskineta estaba más preocupada en
armar camorra, bailar ska, agarrar cogorzas y acudir a los encuentros del Real Madrid que en la
política propiamente dicha.
Por parte de Cedade, sólo se limitaban a justificar, una vez tras otra, las supuestas quimeras sobre el
pretendido exterminio judío, pero no revelaron las ideas que tenían para perfeccionar la sociedad.
Todos sus movimientos giraban en demoler las, según ellos, falsedades del sistema sionista sobre la
pretendida realidad de la segunda guerra mundial. Nada más, exclusivamente demostrar lo que, en
todo caso, ellos nunca hicieron.
Quizá, amigo lector, cuando leas estas páginas especules que pretendo inducir a la doctrina nazi, y,
ciertamente, no podría hacerlo aunque quisiera, porque la desconozco en gran parte. No obstante,
creo que es tan injusto atribuir los crímenes de Stalin a los comunistas actuales como culpar a los
nuevos simpatizantes neonazis, de lo que, indiscutiblemente, no perpetraron. En esta aseveración no
incluyo a la mayor parte de cabezas rapadas, que en general son unos ignorantes descerebrados.
Pienso que todas las ideas, incluso las peores, tienen algo positivo que vale la pena descubrir y que
por encima de todos los pensamientos políticos están las personas.
He vivido mucho y con gente muy diversa y diferente, pero en la mayoría he encontrado una parte
de humanidad, en ocasiones insignificante, pero sólo en ocasiones. Hace tiempo que huyo de los
estereotipos y mis lemas principales son: <<Vive y deja vivir>>, <<respeta y te respetarán>>, por
desgracia, no siempre pensé así...
Prosiguiendo con la historia, lo que más llamó mi atención, y en lo que no paraba de pensar
mientras regresaba hacia mi casa, fue un fugaz comentario realizado por los cabecillas de Bases y
que, posteriormente me corroborarían los de Acción Radical. El mismo versaba sobre la tradicional
conmemoración de los solsticios, celebrados por los militantes de élite nacionalsocialistas. Dichas
ancestrales evocaciones tienen lugar en las fechas exactas correspondientes a los dos cambios anuales
de estación y dónde, según la mitología celta, fuerzas ocultas de la naturaleza recobran su poder y
dotan, a quienes sepan demandarlas correctamente, de sabiduría y vigor para lograr sus objetivos. Sé
Juanma Crespo Memorias de un ultra
129
que dichos ritos son guardados en secreto por aquellos nazis contemporáneos que se sienten <<los
elegidos>>. Los espacios donde tienen lugar estas invocaciones suelen ubicarse en lo que denominan,
<<centros de fuerza>>. En ocasiones son parajes supuestamente dotados de energía, como antiguos
menhires, castillos o conventos abandonados.
Por amigos que han acudido, sé que emplean antorchas y efectúan solemnes juramentos y
procesiones mientras declaman frases recónditas de origen celta; también tengo entendido que ser
invitado a estos solsticios supone un verdadero honor para los emplazados, en ocasiones mandos del
ejército y de la Guardia Civil o populares empresarios. Por ejemplo, recuerdo que en un baluarte
cercano a la localidad valenciana de Serra tuvo lugar, en la década de los noventa, una de estas
ceremonias; a la misma acudió como invitado de honor José Luis Roberto, propietario de Levantina
de Seguridad y fundador de Anela. En dicha conmemoración hubo tal profusión de gente portando
teas que los vecinos del lugar, espantados por el impresionante resplandor que surgía tras la fortaleza,
avisaron a la Guardia Civil creyendo que se trataba de un incendio forestal.
Supongo que los nazis del siglo XXI han mistificado sus posturas hasta límites casi religiosos. Quizá
sea lo único que les queda, convertirse en otra opción de fe.
Después de esas jornadas celebrando el nacimiento de Adolf Hitler, decidí seguir a la mía. Lo que
presencié no me convenció, y, desde luego, no se trataba de lo que buscaba. Continué trabajando en
Levantina de Seguridad, sin coincidir con la gente de Canduela hasta varios meses después cuando di
con parte de ellos en una céntrica calle de mi ciudad.
Ocurrió por casualidad y tampoco estaban presentes los habituales, de hecho, ninguno de sus
líderes se encontraba en el lugar. Sólo conocía a uno de los siete u ocho skins presentes, Rafa, con
quien, como comenté con anterioridad, me unía un largo y verdadero afecto desde hacía mucho
tiempo.
Recuerdo que era un sábado por la tarde, aproximadamente sobre las seis y pico. Esa noche tenía
que prestar servicio en una discoteca y pensaba dormir un par de horas, pero todavía quedaba
bastante tiempo para charlar con mi amigo. Le hablé sobre el homenaje de Madrid al cual no había
podido acudir por estar enfermo:
-Me dijo la Peña que los pijos de Cedade <<pincharon>> en el acto y no acudió ni Dios -señaló.
-¡Hombre, Rafa! Tampoco fue exactamente así; dentro de sus posibilidades, estuvo bien. ¿Y a ti
cómo te va? ¿Estás a gusto con esta gente?
-Son los únicos que hacen algo, ya sabes que los de Cedade de Valencia están con nosotros.
-Sí, estaba al tanto.
-Además, Canduela es todo un líder, es un tío que da ejemplo, tú ya me entiendes...
-Sí, es una persona muy inteligente -ratifiqué.
-¡Oye tío! -soltó mi amigo.- ¿Por qué no te vienes con nosotros a tomar unas copas y seguimos
hablando?
-Es que no voy muy bien de tiempo, esta noche trabajo -declaré intentando excusarme.
La verdad es que no tenía ningún problema en ir con mi colega a tomar un piscolabis, pero sus
compañeros no me causaban buena impresión, se les veía muy jovencitos y excesivamente radicales
en sus comportamientos. La experiencia me decía que si a esa mezcla se le sumaba alcohol, solía
derivar con demasiada frecuencia en violencia y, la verdad, desde hacía mucho tiempo no quería
saber nada de peleas. Le hice saber a Rafa mi intranquilidad.
-No te preocupes por éstos, sólo tomaran alguna que otra litrona, pero no montaran ninguna bulla.
¡Vamos! Eso te lo garantizo.
-¿Y adónde pensáis ir?
-Nos dirigimos a un <<bareto>> del Carmen, es de unos colegas y acudimos de vez en cuando. Nos
dejan cantar nuestras canciones sin problemas y los precios están bien. ¡Bueno, ya sabes a lo que me
refiero!
Me convenció, aunque ni me gustaban sus camaradas ni la zona del barrio de Carmen adonde iban.
Nos encaminamos sin prisa hacia dicho lugar; media hora después nos hallábamos en el sitio
indicado. Se trataba de una antigua bodega transformada en bar, donde podían degustarse diversas
variedades de vinos y licores. Pedimos unos refrescos de cola y los camaradas de Rafa iniciaron la
velada bebiendo litros y litros de cerveza como si se fuera a acabar en unos minutos. Estuvimos un
buen rato charlando. La tarde llegaba a su fin y me disponía a marcharme cuando ocurrió lo que
temía.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
130
Un gran alboroto proveniente de la vía pública nos sacó de nuestro diálogo. Como una exhalación,
giramos las miradas indagando el origen del jaleo hasta que lo encontramos: los <<pelados>> estaban
haciendo de las suyas.
Los <<pollitos rapados>> se habían transformado en gallos de pelea y la emprendían a patadas y
golpes contra un chico de aspecto sudamericano; la novia del mismo intentaba evitar la paliza,
rogando e interponiéndose entre atacantes y atacado. Desde la puerta de la taberna oíamos
claramente los chillidos de pánico de unos y las imprecaciones de los otros.
-¡Tú, sudaca de mierda! ¡Vete a tu puto país con la zángana de tu chica! ¡Sólo has venido a robar y a
quitarnos el trabajo! -escupía uno de los skins.
-No he hecho nada. ¡Lo juro! -balbucía el pobre chico.
-¿Me estás llamando mentiroso? ¡Tíos, el puto indio me está llamando mentiroso! -berreó uno de los
eskinetes ante el regocijo de los suyos.
-Perdón... perdón... -imploraba el chaval enroscado en el suelo.
Noté como comenzaba a hervirme la sangre, ¡Ya era demasiado tanto abuso! Decidí poner punto y
final a dicha aberración. Salí decidido, dispuesto a detener tanto desenfreno. Noté que Rafa venía
junto a mí y me tranquilicé, sabía que aun siendo de ellos era mi amigo y podía contar con él.
-¡Qué coño hacéis, hatajo de niñatos! ¡Dejad en paz a esa gente! -increpé mientras me liaba a
empujones.
Al principio se mostraron boquiabiertos por mi actitud, me conocían de vista y me creían uno de
ellos, se equivocaban. La sorpresa inicial cambió en ira cuando sintieron herido su orgullo por los
trompicones que les encajé. Noté que se reagrupaban y que uno de ellos metía con disimulo la mano
en el bolsillo trasero del pantalón. Conocía ese gesto, sabía que pensaba sacar un arma,
probablemente una navaja o un puño americano. Busqué por las inmediaciones algún palo que
pudiera servirme de defensa, mientras percibía como la pareja buscaba abrigo tras de mí.
Cuando la pelea parecía inevitable, sucedió lo impensable: Rafa, mi amigo skinhead de Acción
Radical, desplegó una porra y comenzó a dar trancazos a sus camaradas para defenderme. No eran
golpes de pega, qué sonaban... ¡y bien! Pero con su actitud, sus colegas quedaron perplejos y más
después de oír como vociferaba con furia desatada:
-¡Malditos pijos de mierda! ¡Skins de pacotilla! ¡Juan es mi amigo y cuando todavía mamabais leche
de la teta, ya tenía los huevos pelados de pegarse con los rojos! ¿Alguno de vosotros tiene cojones
para meterse con él? ¡Porque quien lo haga se está metiendo conmigo!
Me emocionó tanta fidelidad por su parte, se estaba enfrentando a sus compañeros por mí.
Sus colegas lo respetaban, él les sacaba más de diez años y mucha más experiencia política que la
que pudieran acumular todos juntos.
-Perdona, Rafa, se nos ha ido la cabeza -dijo uno intentando justificarse.
-¡No me comáis el tarro! ¡Ya hablaremos de esto en la próxima reunión! ¡Ahora volver al
<<bareto>>, y las boquitas calladas! -advirtió.
Volvieron a la taberna como corderitos. Me acerqué a la pareja y me interesé por ellos. Se trataba de
la primera ocasión en que ayudaba a algún extraño y sentía un sentimiento penetrante que me
satisfacía como nunca antes había estado.
-Estamos bien, señor, muchas gracias... ¡Qué Dios lo bendiga! -articularon ambos.
Me ofrecí a acompañarles a algún ambulatorio, pero el chaval no quiso. Sólo mostraba contusiones,
por fortuna, leves.
-Joder, Rafa, ¡Menudos compañeros de viaje te has buscado!
-¡Ya! Son unos mierdas -atajó.
-Se me hace tarde y tengo que irme. Muchas gracias por todo, y espero que pronto volvamos a
vernos.
-Como me des las gracias te arreo un collejón que te desmonto -expresó bromeando-. Venga,
cuídate mucho.
Nos dimos un fuerte abrazo y nos despedimos con un <<¡hasta pronto!>>. Lo que ninguno de los dos
supusimos es que ese saludo se prolongaría por más de diez años a causa de un desgraciado suceso
que protagonizarían parte de sus camaradas y que provocaría la ilegalización de Acción Radical.
Unos pocos meses después de vernos, cuando Rafa tomaba unas copas con los mismos de esa tarde,
se inició una espectacular reyerta contra unos gitanos que paseaban por la calle. La pelea pasó a
mayores e hicieron aparición cuchillos, navajas, puños americanos y barras de acero. La policía fue
avisada. Al llegar, distinguieron sobre el cálido pavimento a un joven calé con la espalda destrozada.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
131
La brigada de información realizó sus pesquisas y señalaron como culpable a mi amigo Rafa. Sé, y
todos los suyos saben, que no fue el autor de la salvajada que acabó con un chico postrado, para
siempre, en una silla de ruedas. Pero sus tatuajes lo delataron y se decretó una orden de busca y
captura.
Ayudado por organizaciones neonazis españolas y extranjeras, se le facilitó documentación falsa y
la posterior huida a Londres. La Interpol descubrió su paradero años después y, alertado por uno de
los policías que le buscaban, regresó a España donde vivió con otra identidad hasta que prescribió el
delito. El auténtico responsable de la paliza no fue condenado nunca, aunque muchos -policía
incluida- sabían de buena tinta su filiación.
Después de esa jornada en el Carmen, permanecí muchísimo tiempo sin relacionarme con esta
gente. Supe que Canduela y algunos camaradas suyos de Acción Radical crearon un grupo de música
ska que, con el nombre de División 250, logró triunfar en sus círculos, a la vez que trató de ser un
homenaje a la División Azul.
Puede que a Ferrara, el antiguo cautivo en Rusia, le hubiera gustado formar parte de esta banda y
tocar el bajo, aunque mucho me temo que no es así. Pertenecen a mundos diferentes, a pesar de que
algunos pretendan equipararse a lo que jamás llegarán a ser.
En la segunda mitad de los noventa legalicé un partido político en el Ministerio del Interior que dio
mucho que hablar. Por entonces, volví a retomar contacto con varias organizaciones
nacionalsocialistas, aunque sobre este punto ya me referiré en el capítulo correspondiente.

Capítulo VII
Juanma Crespo Memorias de un ultra
132

Un viejo dicho español dice: <<Nunca se puede decir que de este agua no beberé>>, y, aún
sabiéndolo, bebí… ¡Vaya si bebí!
-¡La <<blanca>> tío! ¡La <<blanca>>! -repitió Pepe como un poseso enseñándome el papel que
señalaba nuestro licenciamiento definitivo. En apenas dos horas nos lo había mostrado en no menos
de treinta ocasiones.
-Sí, tío, la <<blanca>>, pero deja de dar esos alaridos, que vas a hacer que pegue un volantazo y nos
estampemos todos por ahí. Y sería bastante surrealista que lo que no ha conseguido el ejército lo
logres tú con esas gilipolleces.
Sonreímos escuchando las explicaciones de Javi, el más sensato del grupo y conductor en ese viaje
de retorno a nuestras casas después de un año de servicio a la patria. ¡Y menudo año!
De entrada fuimos destinados desde Valencia a la Brigada de Cazadores de Alta Montaña,
concretamente al Batallón Gravelinas XXV, con acuartelamiento en Sabiñánigo, Huesca.
Para unos jóvenes acostumbrados al suave clima mediterráneo, aquel contacto con la crudeza del
invierno pirenaico supuso un fuerte cambio que, no obstante, supimos afrontar con entereza.
Continuamente, oí comentar por amigos que habían hecho la mili que esa etapa implicaba un
tiempo perdido que no servía para nada. En nuestro caso no fue así.
Quizá, amigo lector, pienses que debido a mi vinculación política me sentiría atraído por la carrera
de armas, y puede que en algún momento así fuera, pero nunca creí que realizaría el servicio militar.
Eso de jurar lealtad al rey y a la Constitución era algo que no entraba en mis planteamientos de
entonces.
Situé mis expectativas en salir como excedente de cupo o, en el peor de los casos, en prestar servicio
en algún campamento cercano a mi domicilio, pero no fue el caso y, por el contrario, fui destinado a
donde Cristo perdió el gorro, lejos de mi familia y de mis amigos.
En principio pensé que no soportaría la dureza del acuartelamiento. Siempre teníamos labores que
desempeñar: quitar nieve a palazos, instrucción en orden cerrado, marchar a paso ligero diariamente
doce kilómetros, guardias, refuerzos, retenes y vuelta a recomenzar. Aquella vida supuso un cambio
radical en casi todos los urbanitas de mi reemplazo. Para más inri, en mi cuartel éramos menos de
medio millar los soldados destinados, con lo cual rara era la jornada que librábamos de imaginaria,
cuartelero o cocina.
Pese a ello y gracias en parte a la profesionalidad de los mandos militares que desempeñaban su
función, en breve comenzamos a adaptarnos y a sentirnos integrados en el mundo que a la fuerza nos
había tocado vivir.
Mi fortín tenía fama de rígido, no en vano: se decía que hasta hace poco había sido un cuartel de
castigo para oficiales y suboficiales del ejército. Cuando llegué al mismo ya no lo era, pero la estricta
disciplina continuaba impregnándolo todo y, evidentemente, nos afectaba en las labores diarias.
Continuamente teníamos tareas que realizar, se esperaba de nosotros que fuéramos los nuevos
<<rambos>> de la brigada, y a fe que casi lo lograron. En pocas semanas estábamos fuertemente
adiestrados y soñando con poner nuestras botas sobre las altas cotas que dominaban nuestro entorno.
Eso tenía una parte positiva: el tiempo transcurría velozmente.
Durante los meses posteriores realizamos maniobras de todos los tipos: fuego real en el campo de
San Gregorio, supervivencia en Sallent de Gállego, controles fronterizos desde el refugio de Rioseta
en Candanchú y las temidas jornadas de <<vida y movimiento>>, que cumplimos tanto en verano
como en invierno y donde consumamos los cursos de esquí y escalada. En tan sólo un año
permanecimos en la montaña más de doscientos días.
Fue precisamente en marzo del 87 cuando practicamos nuestra primera salida de dos semanas al
monte, concretamente al refugio militar de <<la mina>>, cercano a la bellísima población oscense de
Hecho. Allí, durante una doble marcha por la nieve (¡la primera vez que algunos la veíamos!), una
impresionante ventisca seguida por pequeños aludes sepultó la casi totalidad de nuestras tiendas de
campaña e hizo que saliéramos del lugar con lo puesto, y con algún que otro compañero con los
primeros síntomas de congelación. A pesar de los 20º C bajo cero que tuvimos que soportar, nuestro
bautismo en la alta montaña concluyó con éxito. A partir de ese instante todo fue miel sobre hojuelas
Juanma Crespo Memorias de un ultra
133
y, aun a pesar del duro trabajo que desempeñábamos, comenzamos a vivir intensamente esa
experiencia. Creo que el esfuerzo nos hizo disfrutar de ese ciclo, sobre todo, a aquellos que desde
siempre hemos admirado la naturaleza en su estado puro.
Hice muy buenos compañeros; juntos disfrutamos de las satisfacciones y penas que tuvimos que
sobrellevar, entre ellas, algún suicidio y muerte accidental de colegas que, teniendo en cuenta las
reducidas dimensiones de nuestro nuevo hogar, supusieron un mazazo para más de uno.
Por mi parte, ascendí al empleo de cabo primero, que, en un cuerpo especial como ése, representaba
un gran orgullo.
Cuando llegó el momento de nuestro licenciamiento definitivo pensé en reengancharme, pero la
incertidumbre de mi futuro en el ejército de entonces hizo que apartara esa idea y me planteara un
nuevo mañana en mi ciudad natal, y, la verdad, tenía miedo. Sabía que el fantasma del desempleo
sacudía con fuerza a la juventud y temía entrar a formar parte del mismo. Puede que entonces
lamentara no haber estudiado una carrera como mi padre, abogado, o preparado una oposición al
Estado, como mi madre y mis tíos hicieran en su día.
Mientras volvía a casa después de la fase castrense, sentía un pánico agudo a lo que la vida podía
depararme. Aunque tenía confianza en mí mismo y creía… (¡no!, ¡no creía!, ¡¡estaba seguro!!) que
saldría adelante.
Durante toda mi existencia he sido muy independiente y, por eso, no hice caso a los consejos
paternos que me animaban a estudiar Derecho. La idea la tenía clara desde hacía mucho tiempo
atrás, desde los quince, exactamente a partir del día en que mi progenitor me llevó a su despacho y,
mientras me mostraba las amplias estancias ataviadas con muebles de cedro, me expuso
solemnemente: <<Hijo mío, esto algún día será tuyo>>.
Al escuchándole sentí que se me caía el mundo encima. Esa frase la había sentido en multitud de
películas del Oeste y, siempre que la pronunciaban, señalaban profundas extensiones de terreno
donde pacían vacas y búfalos. Por el contrario, lo que a mí me estaban enseñando era unas
dependencias formales con estanterías cuajadas de libros sobre Derecho mercantil y manuales
referentes a Legislación urbana. De pronto, comprendí que aquello que me ofrecía mi padre era justo
lo que no quería. ¡Jamás podría soportar la intensa monotonía de vivir inmerso entre miles de
papeles reflejando disposiciones reglamentarias! En una micromilésima de segundo entendí que no
sabía en lo que me ocuparía el día de mañana, pero, desde luego, tuve clarísimo en dónde no me
metería.
Seguían agolpándose aquellos remotos recuerdos en mi mente cuando un ligero escalofrío me
estremeció. La hora de la verdad se acercaba a cada kilómetro que el coche recorría, y en breve
tendría que conseguir trabajo como fuera. No pretendía depender de mi familia y, con veinte años,
juzgaba que no tenía edad para ello.
Las luces de la gran ciudad me devolvieron a la realidad. Javi estacionó el vehículo en la avenida de
Aragón y, uno a uno, fuimos descendiendo del turismo mientras nos prodigábamos fuertes apretones
y besos en las mejillas.
-Tengo vuestros teléfonos, tíos. Un día de éstos os llamaré e iremos a tomar unas copas y a recordar
viejos tiempos, ¿conformes? -propuso Pepe.
Respondimos que sí, aún sabiendo que resultaba improbable que volviéramos a coincidir. De los
presentes, únicamente seguí manteniendo una amigable relación con el que hizo de chófer, Javier
Sáez, quien con el tiempo pasaría a ser, junto con su hermano Luis, uno de los más conocidos disc-
jockeys de la cadena 40 Principales de nuestra capital.
Con la cartilla militar y un certificado de buen comportamiento como único equipaje, marché hacia
mi morada. Atrás quedaba la mili, las remembranzas de cientos de amigos que siempre recordaré con
cariño. Ahora, a las 22 horas de miércoles 27 de enero de 1988, empezaba el resto de mi existencia.
-Tengo que conseguir un curro como sea. Estoy viviendo en casa de mi abuela, pero a la buena
mujer le viene cuesta arriba mantenerme con su pensión de enfermera y tampoco tengo tanto morro
como para estar ocioso vegetando a sus expensas -expliqué nerviosamente a mi amigo Juan, el Moro.
A éste lo conocía de los tiempos en que, junto con su hermano, militaba en Falange y estaba al
tanto de que era un chico trabajador. Rondaría mi edad y siempre encontraba faenas donde
emplearse para ganar unos duros.
-Tranquilo, que si me entero de algo, serás el primero en saberlo, aunque te advierto que lo que
pueda encontrar será pesado y pagarán cuatro <<chavos>>.
-Bueno… ¿Pero amortizarán o me harán trabajar como una bestia para dejarme luego a dos velas?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-No padezcas que esta gente es pagadora -afirmó para mi tranquilidad-. De todos modos, yo que tú
me plantearía volver con tus padres.
-¡De eso nada! -afirmé rotundo-. Me llevo bien con ellos, pero me prometí que no regresaría a casa
hasta tener un trabajo digno y logrado únicamente mediante mi esfuerzo.
-Tío, eres un cabezón, tu padre conoce a mucha gente y no le costaría mucho esfuerzo conseguirte
un buen puesto en alguna empresa. Yo hablaría con él -aconsejó.
-No, Juan, agradezco tus sugerencias, pero es una decisión firme. ¿Podrás ayudarme?
-Eso por descontado, dame un poco de tiempo. ¡Total, si llegaste anoche del cuartel!
Me despedí quedando en llamarle al día siguiente. Subí al autobús y avancé hacia mi próxima cita
con otro conocido al que igualmente iba a requerirle que me ayudara a buscar empleo.
El fin de semana comencé a recorrer todas las zonas de fiesta de la ciudad. Después de mucho
patear obtuve mis primeros resultados: en un concurrido pub, al que solía acudir de vez en cuando,
el propietario me ofreció un empleo de portero. La jornada laboral comprendía los viernes y sábados
tarde noche y los domingos tarde. Por cada una de las cinco sesiones me abonaría dos mil pesetas.
Hice cálculos… ¡Hombre, cuarenta mil pesetas mensuales para empezar no estaba mal del todo! Con
la alegría asomando en mi rostro marché a dormir; al otro día daría la buena nueva a mi abuela.
El lunes a mediodía me llamó Juan:
-Oye, tío, ¿queda en pie lo que hablamos? -preguntó.
-Sí, claro que sí, ¡por supuesto!
-Entonces, de acuerdo. Mañana, a las cinco y media de madrugada, tienes que estar en mi casa; ven
con ropas usadas y ya te explicaré el resto.
Agradeciéndole sinceramente su ayuda, me despedí de él hasta el día siguiente.
A la hora prevista estaba en su domicilio, un grupo de viviendas militares junto a Capitanía
General; su padre pertenecía el ejército con el empleo de teniente coronel.
Tan pronto me vio me expuso lo que había. Nuestra labor consistía en coger zanahorias en las
huertas de Alborada y pagaban a peseta el kilo. Me dijo que lo positivo es que se nos abonaba
diariamente y podríamos sacar entre cinco y ocho mil pesetas; lo negativo, es que no estaríamos
asegurados y dicha tarea destrozaba físicamente al más pintado.
Con ilusión emprendí esa ocupación, compaginándola con el pub los fines de semana. Y así, a base
de emplearme a fondo los siete días de la semana, subsistí un período. Al finalizar la temporada de la
zanahoria empezó la de la patata… ¡Y más de lo mismo! Habitualmente obtenía entre seis y ocho mil
por jornada… y a peseta el kilogramo, puede el lector hacerse una idea de los cientos de toneladas de
tubérculos que recogí durante ese periodo. ¡Baste decir que, desde entonces, no he vuelto a probar
hervido!
Una buena mañana, Juan me dijo que había encontrado un oficio mejor. Se trataba de descargar
camiones en Mercavalencia a trescientos cincuenta pesetas la hora. La paga era semanal y, aunque
seguíamos sin estar asegurados, nos permitía poder trabajar todo el año sin depender del siempre
inestable campo.
Dicho y hecho, a la mañana siguiente nos presentamos en las puertas de los almacenes y esperamos
comenzar la nueva labor.
Para los que no saben cómo funcionan estas cosas, les advertiré que dudo mucho que haya variado
algo desde la época medieval. Con las primeras luces del sol, nos apelotonábamos decenas de
personas de todas las edades y razas junto a la puerta principal de acceso. Al rato hacía aparición el
capataz y nos iba seleccionando uno a uno. Por fortuna, a mí siempre me elegían, y en ese menester
estuve un tiempo más.
Mi familia, viendo los ímprobos esfuerzos que hacía para sacar mi vida adelante, intentaba
animarme a estudiar una oposición, pero eso precisaba de tiempo y era algo que no tenía. Quería
comerme el mundo y triunfar por mí mismo comenzando desde lo más bajo. Opté por el camino más
difícil, confiando en que fuera el que me reportara las mayores satisfacciones. Mis amigos
recriminaban mi actitud: <<Te estás perdiendo la juventud para nada. ¿Por qué no hablas con José
Luis Roberto y te metes en su empresa? Muchos de los antiguos camaradas están con él y dicen que
es honrado y paga puntual>>.
Pero yo, cabezón entre los cabezones, no les escuchaba. Todavía recordaba la movida del Teledeum,
la del fotógrafo de El Levante cuando me enfrenté con él, y alguna más en la que no caía, pero que
debía de estar en algún sitio de mi mente.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¡No! -afirmaba tajante-. Paso de trabajar con el confidente ese. Además, tuve una discusión y lo
llamé de todo, aunque pretendiera, él no querría.
-Igual te equivocas. José Luis Roberto ha reñido con todo <<el fascio>> pero nunca le ha negado
trabajo a nadie. Pensamos que, al menos, deberías intentarlo.
Me seguí negando en redondo a contemplar siquiera esa posibilidad, pero el caprichoso destino
quiso concederme, ese mismo fin de semana, la posibilidad de incorporarme a Levantina de
Seguridad ¡Y por la puerta grande!
Con Fernando Canós coincidí durante la mili, ambos pertenecíamos al mismo reemplazo y, cada
uno por su lado, nos incorporamos a las filas casi a la vez. En un principio fuimos destinados a la Iª
Compañía de Cazadores como fusileros y, juntos, resistimos el episodio de <<la mina>> donde faltó
poco para que sucumbiéramos a manos del frío. Esa experiencia forjó unos lazos sólidos entre los que
vivimos ese lance. Posteriormente, debido a su enorme complexión muscular y a su altura superior a
los dos metros, fue trasladado a la Unidad de Servicios del Acuartelamiento (USAC), a la Policía
Militar.
Finalizado el servicio militar, perdimos contacto apenas un mes. Comencé a trabajar en el pub y,
cuando volvía a casa la primera noche, tuve la agradable sorpresa de toparme de frente con él. Se
hallaba prestando servicio como vigilante jurado para Levantina de Seguridad en un pub
denominado Escape.
La verdad es que me chocó su atuendo. Entablamos cháchara: explicó que estaba acabando una
carrera que dejó interrumpida por culpa del ejército. Ahora aprovechaba los fines de semana para
servirse de ese oficio y así obtener algo de dinero. Se incorporó en Levantina de Seguridad por medio
de un anuncio en la prensa. Canós pasaba de la política y no gustaba de meterse en camisa de once
varas.
A raíz de aquel encuentro, aprovechaba, siempre que finalizaba mi turno, para pasar a saludarle y
beber en su compañía algún refresco. El local donde mi amigo estaba destinado se hallaba ubicado en
el barrio de Cánovas, una de las zonas más pijas de la ciudad.
Aquella noche finalicé temprano y fui a ver a mi colega. Iniciábamos la charla cuando se originó
una trifulca. Sucedió por un motivo de lo más absurdo. Las persianas metálicas del local, a medio
cerrar, indicaban claramente que faltaban minutos para que el pub diera por concluida aquella
sesión; en ese instante, mientras el disc-jockey apagaba los equipos de música, dos cincuentones
salieron del interior de la sala hacia la calle. Cada uno portaba en sus manos un vaso de cristal con
bebidas alcohólicas. Fernando se dirigió educadamente a ellos:
-Disculpen, caballeros, los vasos no pueden salir al exterior -pronunció mientras señalaba un cartel,
donde en letras bien grandes rezaba la siguiente orden: <<Queda prohibido sacar recipientes de
cristal a la vía pública>>.
La pareja observó un instante ese aviso y, haciendo oídos sordos, continuaron caminando como si
tal cosa. El vigilante se les acercó y prosiguió cortésmente sus explicaciones:
-Perdonen, caballeros, si quieren, podemos proporcionarles vasos de plástico.
-¡No! ¡No queremos! -escupió uno, mientras ambos se abalanzaban contra el de seguridad.
Eso fue todo. No existió provocación, ni malos modos, ni nada de nada por parte de Fernando; se
limitó a repetir una norma, como hacía cada noche a multitud de clientes. Nunca había ocurrido
nada… hasta ese instante.
Nos quedamos boquiabiertos durante un segundo. Acto seguido iniciamos la defensa. Intenté asir a
los dos bárbaros, pero debían <<ir de coca>> y resultaba imposible contenerlos. De pronto, en medio
de todo ese guirigay, reparé en algo metálico que salía despedido del cinto de mi aliado. Distinguí
que se trataba del revólver reglamentario que, en medio de la pelea, se había soltado de su enganche
y rodaba peligrosamente por la adoquinada calle. Los cuatro permanecimos inmóviles una fracción,
luego todo ocurrió a cámara lenta: uno de los agresores salió disparado a trincar el arma; mi amigo,
medio postrado, abrió los ojos con una mezcla de impotencia y pánico; por mi parte, conseguí
desasirme del otro individuo y me lancé en plancha a por la <<cacharra>>, que seguía deslizándose
cada vez más lenta. Modestia aparte, ni el mejor guardameta de la selección nacional hubiera
actuado tan eficaz: rápidamente alcé el frío acero retirándolo de las manos del otro y abrí el tambor
dejando caer las balas sobre el pavimento, que se estrellaron con un siniestro repiqueteo metálico.
Permanecimos estáticos contemplando el rebotar de los, ahora, inofensivos proyectiles; uno de
ellos, el que intentó coger el arma, se quedó lívido. No sé cómo, pero mis reflejos salvaron la
situación.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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El compañero aprovechó la confusión para engrilletar a los dos desgraciados, que no movían ni una
pestaña. Desde dentro avisaron al 091, que tardó escasamente un par de minutos en llegar al lugar.
Fernando se deshizo en agradecimientos, aunque sé que él hubiera actuado igual:
-Muchas gracias, tío. No sé que mosca les ha picado a ésos. Le explicaré a José Luis Roberto todo lo
que ha ocurrido y la ayuda que me has prestado.
-Déjalo estar. ¡Hoy por ti y mañana por mí!
Los dos éramos conscientes de que la diferencia entre los atacantes y nosotros estribaba en que ellos
habían consumido alcohol y drogas.
Esperé a que la policía abandonara el lugar, por si precisaban mi filiación; al poco se fueron
llevándose a los dos gilipollas. Canós quedó en acudir a la comisaría, para interponer la denuncia,
antes tenía que depositar el arma en la caja fuerte de la empresa. Ahí pensé que acabaría todo.
El viernes siguiente, cuando me hallaba controlando la afluencia de público en el pub donde me
ganaba la vida, noté aproximarse a alguien tranqueando ostensiblemente. Me fijé con detenimiento y
percibí a José Luis Roberto acompañado de cuatro o cinco machacas de su guardia pretoriana (a uno
lo conocía por haber militado en el FSJ). Pensé que su presencia sería casual, desatiné de nuevo.
Roberto se arrimó a mí y articuló:
-¿Eres tú el famoso J.M?
En principio, no relacioné su actitud con la pelea de la semana anterior y supuse que vendría a
amenazarme por algo. Segunda metida de pata.
-Sí -expresé secamente-. Aunque lo de famoso sea mucho decir. ¿Qué quieres de mí?
-Venía a darte las gracias por lo del otro día en Escape, Canós me informó de todo… De paso,
querría hablar contigo en mi despacho un día de éstos. ¿Cuándo podrás venir? -
Me desconcentré al escuchar el tono sereno de su voz y que no hacía ninguna referencia a los
embates que habíamos tenido en el pasado. Parecía como si dialogáramos por primera vez…
-Vale, de acuerdo. Pon tú la fecha.
-¿Te parece bien en mi despacho este miércoles a las seis de la tarde?
-Por mi parte, perfecto -afirmé.
-Pues nada, ese día hablaremos tranquilamente. Y te reitero mi agradecimiento.
Nos estrechamos las manos y se fue por donde había venido. En mi interior, agradecí el detalle,
aunque no me fiaba mucho de él. Esa semana cambiaríamos impresiones y atendería lo que pretendía
decirme, quizá… ¿una oferta de empleo? Y si fuera así, ¿la aceptaría? Tenía tiempo para recapacitar
sobre ello, aún quedaban cinco días.
-¿Así que tú eres J. M.? Sí, José Luis te está esperando. Siéntate ahí y tan pronto finalice una
reunión, pasarás a su despacho.
Atendí las indicaciones de la solícita secretaria y tomé asiento en una de las cuatro desvencijadas
sillas del recibidor. No era la primera vez que visitaba la sede de CONS, aunque desde la última había
trascurrido mucho trecho.
Advertí que el local había sufrido pocas transformaciones. Acaso la alteración más ostensible la
proporcionara la presencia de la joven que me recibió: Sonia se llamaba, según supe luego. Por lo
demás, el resto permanecía igual.
A mi memoria llegaron nítidamente los recuerdos de la anterior ocasión en la que había
comparecido en el mismo espacio: acaeció un año y pico antes, en esa fecha acudí invitado por
Aníbal, uno de los cabecillas del FSJ. Pretendía ampliar mi biblioteca con textos de trasfondo político
y él me había indicado que en su local disponían de abundantes obras a las que querían dar salida.
Quedé con él una tarde, después de cerciorarme de que Roberto no haría acto de presencia. El
domicilio estaba emplazado en el número 47 de la Gran Vía Marqués del Túria de Valencia; se
trataba de una finca antigua de estilo modernista, con techos altos y sin ascensor, seguramente
erigida en las primeras décadas del siglo pasado. En la delantera del inmueble, salvo un pequeño
rótulo de latón, no constaban inscripciones ni enseñas visibles que delataran la presencia del centro
político. El interior, asimismo, se descubría pobremente decorado; algún que otro póster del FSJ y
poco más; eso sí, tutelando las estancias siempre asomaban los retratos, en blanco y negro, de Ramiro
Ledesma Ramos, histórico fundador de la Central Obrera Nacional Sindicalista, al igual que José
Antonio y Onésimo, asesinado durante los primeros días de la guerra civil con treinta y pocos años.
Los militantes del FSJ y CONS sentían admiración por este joven extremeño en quien veían
reflejado el carácter y condición que todo buen revolucionario debe poseer. Y no era para menos,
Ramiro fue un hombre hecho a sí mismo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Ramiro Ledesma Ramos era hijo de un maestro de escuela. Había emigrado a Madrid, donde
consiguió matricularse en Filosofía y Letras mientras compaginaba sus estudios con la profesión de
funcionario de correos. Su carácter inquieto y gran inteligencia lo llevaron a formar parte de los
discípulos predilectos del insigne Ortega y Gasset y, a su lado, participó en multitud de tertulias con
la más granada intelectualidad de su época.
Sus primeros pasos en la política los libró en la Facultad, donde editó un folletín titulado La
Conquista del Estado que distribuía entre los estudiantes y en donde enunciaba su ideario: el
nacionalsindicalismo. Firme admirador de Adolf Hitler, constituyó posteriormente las Juntas de
Ofensiva Nacional Sindicalistas (JONS), adoptando como emblema el yugo y las flechas de los reyes
católicos.
En 1934 se fusionó con la naciente Falange, instituyendo la Falange Española de las JONS, donde
formó parte del triunvirato ejecutivo junto con José Antonio Primo de Rivera y el abogado
vallisoletano Onésimo Redondo. Más tarde abandonaría esta formación al no acabar de cuajar con la
forma de entender la revolución de José Antonio y fundaría otro grupo llamado Patria Libre.
En 1936, al poco de iniciarse la guerra civil, fue encarcelado y asesinado en una de las <<sacas>>
que promovió la república durante los primeros meses del conflicto. Su cuerpo yace en una fosa
común del cementerio de Aravaca, junto con otros ejecutados de aquella jornada.
Siempre creyó que la revolución nacional debería ser llevada a cabo por un levantamiento de la
clase obrera y soñaba con ésta como un gran movimiento de masas capaz de devolver al pueblo la
dignidad y los derechos de hombres libres.
Su vida, aunque breve, fue intensa; sin él hubiera resultado impensable la falange joseantoniana.
Incluso su existencia concluyó de forma ejemplar. Cuando le requirieron los milicianos para darle el
<<paseíllo>>, presintiendo su final retó a sus verdugos increpándoles:
-No puedo evitar que me asesinéis, pero no será como y en donde vosotros digáis… ¡No soy ningún
borrego para ir sin luchar al matadero! ¡Si he de morir será a mi manera!
Y dicho y hecho: la emprendió a patadas y tortazos con quienes pretendían liquidarlo, que tuvieron
que mal matarle, disparándole con un fusil a bocajarro en uno de los numerosos camiones que
destinaban a desembarazar las cárceles de presos políticos.
Arrinconado durante décadas por el régimen de Franco, su legado fue rescatado en los setenta,
entre otros, por el sindicato CONS, y en Valencia, por José Luis Roberto y la gente del FSJ.
Aquella tarde, en la sede de la Gran Vía, me franqueó la puerta el Botella, uno de los más activos
integrantes de la organización y apodado así a causa de un botellazo que había recibido, tiempo atrás,
durante una pelea. Con su estampa alta y enjuta, me saludó con el consabido: <<¡Arriba España!>>,
para posteriormente indicarme que pasara al despacho de las juventudes, donde Aníbal esperaba. Me
acompañó hacia un cuarto mediano dispuesto al fondo del pasillo. Al irrumpir, reparé en media
docena de chavales empeñados en sacar brillo a otros tantos revólveres.
-¡Arriba España! -saludé-. ¡Qué! ¿Preparando la revolución?-exclamé bromeando.
-¡Arriba siempre! -respondieron sin dejar de realizar su tarea.
Desde la otra punta de la estancia sentí a alguien proferir:
-¡Dichosos los ojos que te ven! ¿Qué haces por aquí? ¿Te has pasado al enemigo?
Se trataba de Aníbal, quien, repantigado en una silla, disfrutaba con la situación. Sabía
perfectamente que no me agradaba José Luis y que aborrecía permanecer en su local. Se incorporó a
la vez que se aproximaba para darme un fuerte apretón de manos.
-Dichosos los ojos…
-Joder, tío… ¿Habéis asaltado una armería o algo de eso? -insinué mientras aludía con la cabeza a
las armas.
Antonio Salas relata, en su libro El año que trafiqué con mujeres, como pudo ver docenas de armas
de fuego cuando se infiltró en Levantina de Seguridad en relación con el mundo de la prostitución, y
puedo dar fe de que no exageraba al describir al armero de dicha empresa.
-¿Lo dices en serio? ¿No recuerdas que hemos creado una empresa de seguridad?
Me eché las manos a la cabeza… ¡Qué fuerte, lo había olvidado!
-Perdona tío, pero se me había ido el santo al cielo -alegué pretendiendo dispensarme.
Mi amigo tenía razón. Unos meses antes, alguien me comentó que los de CONS acababan de fundar
una empresa cooperativa de vigilancia. La intención era justa: Facilitar una salida laboral a sus
afiliados. Lo que arrancó siendo un rumor, uno más de tantos, ultimó materializándose en un
proyecto en 1985.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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De eso hacía escasamente un año y, salvo pequeños comentarios de calle, de poco más estaba al
corriente. Realmente creía que esa idea sucumbió al poco de nacer… ¡Erré!
-¿Cómo se llama la compañía?
-¿Lo preguntas en serio? -soltó Aníbal-. Encájate este nombre en la cabeza, porque lo haremos
famoso: Levantina de Seguridad.
-¡Pues anda, que menuda denominación más horrible le habéis puesto! ¿No quedaban otros títulos,
digamos, más fachas? No sé, tratándose de vosotros…
Mi colega sonrió y añadió en tono mordaz:
-La verdad es que al principio contemplamos bautizarla: <<Compañía de Vigilancia: Los Pitufos
Coloraos>> o <<Los Fachillas de Pacotilla>>, pero la idea no cristalizó. No deseábamos levantar velas
con un nombre de perdedores…
Reí la ocurrencia mientras nos introducíamos en el almacén con la intención de ojear publicaciones
que pudieran interesarme. Después de elegir varias, Aníbal resucitó el diálogo anterior:
-Aquí no negamos lo que somos: la designación de la empresa es lo de menos, todo el mundo sabe
lo que representamos; además, no hace falta ser muy listo para advertir que el uniforme de Levantina
de Seguridad recurre a prendas como la camisa azul falangista, en invierno, y la negra fascista, en
verano. No nos ocultamos de nadie.
-¡Vale! ¡Vale! No te mosquees, que sabes que lo digo de cachondeo -agregué.
El camarada decidió correr un tupido velo y reinició otro asunto.
-José Luis Roberto es un genio, ¿sabes? -lanzó a bocajarro-. Los que no le conocen dicen que si es un
esto o un aquello, pero todo lo que cuentan son mentiras y chismes de viejas. Es una persona hecha a
sí misma. Salvando distancias, es … ¡un nuevo Ramiro Ledesma!
Mi espontánea mueca de extrañeza lo expresó todo. Mi amigo se percató de la circunstancia y
aclaró:
-Creo que no me he explicado bien. José Luis, al igual que Ramiro en su día, es un autodidacta.
Toda su infancia la pasó en un pequeño pueblo de la provincia; cuando vino a Valencia, se formó en
el Magisterio y, al concluir la carrera, dio clases a los niños en el colegio de una pequeña aldea.
Paralelamente, refundo el sindicato CONS, que estaba abandonado desde la posguerra, y comenzó su
labor política con mítines y publicando cuadernos doctrinales de formación nacionalsindicalista.
Luego realizó un montón de cursos para ampliar sus estudios y, hoy en día, es el único que perdura
de todos los líderes del mundillo. ¡Ojo! ¡Tiene poco más de treinta años y es una persona que hace lo
que haga falta por sus camaradas!
-Todo eso está muy bien, pero no creo que Ramiro Ledesma delatara a los suyos a la policía con tal
de salvar el culo -agregué.
-¿Y te han dicho que eso lo hace José Luis? Pues di de mi parte al que te lo haya comentado que es
mentira.
Opté por cambiar de conversación, no quise explicarle que José Luis, en persona, amenazó con
entregarme a los de la brigada de información cuando el asunto del fotógrafo de El Levante. Intenté
quitar hierro al asunto:
-Quizá tengas razón en que la gente tiende a exagerar un poco.
-Sobre este tema, <<quizá>> no… ¡Seguro! Te digo más, la fórmula del sindicato en cuanto a crear
una empresa en la que todos los trabajadores seamos socios a partes iguales es algo innovador y ha
hecho que cerraran las boquitas todos los que acusaban a Roberto de utilizar la política para
enriquecerse. Él es uno más.
-¿Y cómo funciona el negocio? ¿Tenéis mucho trabajo? -consulté.
-Pues como todo cuando empieza, no tan rápido como quisiéramos, pero bien. Al menos hemos
conseguido dar un empleo digno a los camaradas, aunque casi todos los clientes que tenemos en la
actualidad son pubs y discotecas. Roberto es listo, ha volcado sus ofertas en unos sectores que están
subiendo como la espuma, que precisan de seguridad y, a la vez, nadie quiere cubrir. Además, está
dando una comisión a todos aquellos que le proporcionan servicios.
-¿Qué comisión? -indagué.
-El 10 por ciento el primer mes y luego el 5 por ciento hasta un máximo de doce meses… ¡Y paga
en billetes contantes y sonantes! ¡No está mal!
-¿Y no teméis que si esto funciona bien Roberto os haga la púa? -sondeé.
-¡Qué dices tío! ¡Cómo se nota que no le conoces! Algo así es impensable. ¿Has oído hablar del
Fondo Social?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
139
-Pues… la verdad… no -expresé-. ¿De qué se trata?
-Te lo voy a explicar. Todos los meses Levantina de Seguridad retiene un 12 por ciento de la
totalidad de los salarios brutos; ese dinero va destinado a una reserva que nos permitirá, en el futuro,
crear nuevas empresas, de las cuales seremos propietarios los trabajadores. Esa idea es de Roberto y
supone algo revolucionario, porque nos convierte, a la vez, en empleados y futuros empresarios.
-Vale, muy bien… ¿Y quien controla todo ese capital? -interpelé.
-¡Hombre! Eso lo dirige Vicente… Pero es incapaz de tocar un duro -atajó adivinando mis
intenciones.
-Vale… Vale… Yo sólo digo que tengáis cabeza.
-Esos fondos son intocables si no estamos conformes todos los cooperativistas -contempló Aníbal.
-Otra cuestión… Si por una de esas un vigilante abandona la compañía, ¿recupera el peculio que le
han retenido?
-Joder, tío… ¡No sé! Todavía no se ha dado el caso. Ten en cuenta que somos un negocio tipo
familiar. Lo que tenemos clarísimo es que Roberto jamás nos tomará el pelo.
Me hubiera gustado haber podido grabar esa conversación y las que en su día tuve con la gente del
FSJ, en relación con estos asuntos. Pocos años después, y conforme fue creciendo Levantina de
Seguridad, José Luis Roberto fue expulsando a todos y cada uno de los militantes del sindicato; de
esta forma, iba despachándolos igualmente de sus teóricas participaciones en la empresa y, de paso,
apropiándose del patrimonio retenido e incrementando el suyo. Ni uno solo de los afiliados a las
juventudes de entonces piensa actualmente en Roberto como un patriota revolucionario.
¡Cuántos ex camaradas no han tenido la misma oportunidad que yo para que sus voces fueran oídas?
¿Cuántos ex guardias de Levantina de Seguridad esperan en silencio que alguien les de la
oportunidad de contar sus historias? ¿Cuántos cientos de testigos anónimos de tantos y tan turbios
asuntos están aguardando que alguien dé el pistoletazo de salida para gritar por primera vez todo lo
que han visto y oído cuando aún eran parte de la familia de Levantina de Seguridad? Tal vez, a mí se
me haya dado la oportunidad de tirar la primera pieza del dominó.
Proseguíamos la charla cuando el Botella reapareció y, dirigiéndose hacia mí, pregonó a voz en
grito mientras me exponía un revólver del 38 especial:
-¡Oye tío! ¿Has visto la <<cacharra>> con la que se mató la hermana de José Luis?
Al percibirle recordé un lamentable suceso ocurrido poco antes en esa misma casa. La protagonista
del mismo fue la única hermana del jefe. La joven, hundida por haber roto con su pareja, entró en el
local, agarró el arma de un vigilante y se disparó en la sien en el cuarto de baño. Este acontecimiento
supuso un duro golpe para Roberto. Al poco tiempo, el ex novio recibió una brutal paliza.
-¡Por favor, quita eso de mi vista! Entiende que no es algo agradable de ver. ¡Pobre chica! -exclamé.
-Perdona, tío. ¡No sabía que eras tan delicado! -emitió el Botella guardando el arma en una pequeña
caja fuerte situada en el pasillo.
-Oye, Aníbal, tengo que marcharme. Muchísimas gracias por todo y cuidaos mucho. Espero que nos
veamos pronto.
-¿Ya te vas? -moduló extrañado el fornido jefe del FSJ-. ¿Te ha molestado la ocurrencia del Botella?
-¡Para nada! Qué va… ¡Es un buen tipo! No, sencillamente, tengo cosas que hacer y ya llevo mucho
tiempo aquí. ¡Nos vemos en Pamplonicas el sábado! ¿Conformes?
-Vale, ¡hombre! Si te quedases un poco más, te presentaría a A.M. Debe de estar a punto de llegar…
-¿Y quien es ése? -indagué intrigado.
-Debes conocerlo de vista de los tiempos de Fuerza Nueva, solía ir con los del PENS.
-¿Y qué pasa con él? -volví a sondear.
-Nada… simplemente es la estrella de Levantina de Seguridad. Es un tipo que no cabe por esa
puerta -indicó Aníbal apuntando con el índice hacia un gran portón cercano-. Todos aquellos
servicios que suponen riesgo se los designan a él. ¡Es un especialista en <<limpiar>> discotecas!
¡Deberías verlo!
-¡Sí, tío! ¡Parece <<el increíble Hulk>>! -matizó el Botella.
-¡No será tanto! -insinué.
-No es que no sea tanto… ¡Es más! -arguyó otro de los militantes acercándose a nuestro corrillo.
Ciertamente, aunque entonces no lo conocía, pocas semanas más tarde me presentaron al gran ídolo
de Levantina de Seguridad y, sin duda, uno de los <<grandes fichajes>> de la misma.
A. M. formaba una dualidad perfecta con Roberto. El primero era rudo, fuerte y valiente, o puede
que más que bravo fuera temerario, no lo sé; gozaba de una constitución física envidiable, incluso
Juanma Crespo Memorias de un ultra
140
para un experimentado culturista. Todo ello, unido a su tremenda potencia muscular y al gran coraje
del que hacía gala, generaba una máquina de combate casi perfecta.
La dualidad óptima la conformaba el propio Roberto, quien añadía a esa potencia impresionante su
gran inteligencia. Dicha fusión daba como resultado una fuerza de choque <<bipersonal>>
verdaderamente asombrosa.
A. M. era el <<ojito derecho>> de José Luis y siempre que en algún servicio surgía alguna clase de
contrariedad, su sola presencia servía para apaciguar los ánimos. Pocos osaban provocar a aquel
gigantón que, cubierto con el sobrio uniforme de Levantina de Seguridad, velaba por la tranquilidad
de las tareas que le encomendaban. A lo largo de años, destinó miles de horas a esos menesteres y,
con su aplomo, favoreció a extender la <<fama>> de la empresa e indudablemente al espectacular
ascenso de la misma en un sector bastante saturado. En decenas de ocasiones se jugó la vida
amparando a clientes, con su propio cuerpo, de agresiones con cuchillos, navajas e incluso, en algún
momento, con armas de fuego; se engaña quien piense que obró así por un puñado de pesetas: lo hizo
por aquello que creía simbolizaba su uniforme y por los emblemas que portaba en el mismo.
Aquella tarde el tiempo pasaba en la sede de CONS. Después de despedirme de mis amigos con un
<<¡arriba España!>>, salí a la calle adonde retorné a mis actividades normales. Atrás quedaban las
oficinas de la naciente Levantina de Seguridad, donde estaba convencido de que nunca regresaría…
-¡Juanma! ¡Oye, Juanma!
Las palabras de Sonia me hicieron retornar de mis memorias y volví a verme sentado en una silla
del hall del piso de la Gran Vía.
-Sí… perdona, ¿decías algo? -logré balbucir.
-Roberto ha concluido la reunión. Dice que pases.
Me levanté y accedí a su despacho, donde unos amplios ventanales que daban directamente a la
avenida lo invadían de diáfana luz natural. Las paredes estaban cubiertas con láminas representando
a parejas de la Guardia Civil en diferentes situaciones cotidianas: con capote bajo la lluvia,
socorriendo en un accidente de tráfico, saludando marcialmente a un superior. Varios títulos
académicos colgaban ordenados de los tabiques: título de Magisterio, de jefe de seguridad, de
diversos cursos relacionados con la vigilancia… y, evidentemente, un retrato de Ramiro Ledesma
Ramos en su plenitud juvenil. Sobre el escritorio, multitud de papeles y, posando en unas pequeñas
peanas metálicas, la bandera española con el águila junto a la falangista. Detrás de su mesa, colocada
en un enorme mástil, otra enseña nacional con el escudo preconstitucional, esta vez bordada sobre
raso; junto a la misma, en un rincón, una arcaica caja fuerte reposaba sobre el suelo.
José Luis Roberto se levantó de su sillón y, mirándome fijamente a los ojos, me tendió la mano.
-Buenas tardes, J. M. -saludó-. Es así como te llama la gente, ¿no?
-Sí, así es como me conocen en el mundillo -afirmé mientras le devolvía el apretón.
-Siéntate, por favor, y disculpa la espera, estaba despachando con Chimo, ¿lo conoces? -añadió
señalando a un hombre de unos cuarenta, con barba de algunos días, aspecto fuerte y un poco de
barriga cervecera-. Chimo es el inspector jefe de Levantina de Seguridad y estuvo en Falange antes
de ingresar en CONS… ¿Igual os conocíais?
-Quizá, de vista… -expliqué, mientras me incorporaba para ofrecerle la mano.
-Encantado -dijo Chimo devolviéndome el saludo.
-Bueno… -continuó Roberto-. Te he llamado por dos motivos: el primero para agradecerte tu
actitud con el compañero de Escape, creo que ya os habíais tratado con anterioridad…
-Sí, hicimos la mili juntos.
-¡Ah! ¡Muy bien, muy bien! Ahí suelen hacerse los mejores amigos.
-Sí, eso dicen, que de la mili y de la cárcel surgen las grandes amistades… -solté, repitiendo lo que
había escuchado en múltiples ocasiones.
-Efectivamente, así es -atajó José Luis-. Bueno, en relación con ese punto te reitero nuestro
agradecimiento y mi ofrecimiento por si precisas algo, pero la realidad es que no te he citado
únicamente por eso. Verás, supongo que estarás al tanto de casi todo lo relacionado con Levantina de
Seguridad.
Asentí con la cabeza.
-Pues sabrás que este proyecto surgió en forma de cooperativa para satisfacer la demanda de empleo
de nuestra militancia y, de hecho, ha resultado ser un rotundo éxito. Pero ahora vamos a ir a más y
precisamos gente para cubrir servicios.
-Sí, lo que ocurre es que no tengo el título de vigilante jurado -interrumpí.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
141
-Eso ya lo trataremos luego, en principio no es problema… Bueno, prosigo, te decía que la empresa
está creciendo a un paso mucho más rápido del que nosotros mismos sospechábamos, de hecho,
estamos cogiendo clientes como Lladró, que nos aportan bastante prestigio. Todo esto no es casual, es
más, me atrevería a decir que lo que nos hace ascender es que somos diferentes al resto de las
compañías del sector. Quizá te preguntes en qué radica esa diferencia, voy a tratar de explicártelo: en
Levantina de Seguridad no vemos a los trabajadores como simples peones de un sistema económico
capitalista, para nosotros son la verdadera columna vertebral de la empresa y parte integrante de una
<<familia>>.
>>En las demás compañías, la relación empresario-vigilante es muy simple: el trabajador realiza sus
horas legales, finaliza, se va a casa y punto; aquí es distinto porque los trabajadores forman parte de
un todo y cuando acaban sus servicios siguen estando en ese todo con los derechos y deberes que ello
implica. ¿Qué tipo de derechos, te estarás preguntando? Por ejemplo, a solicitar ayuda a la
<<familia>> siempre que surja un problema. Aquí huimos de la individualidad y buscamos el apoyo
del grupo. Otro derecho indiscutible que garantizamos es el de obtener un salario digno; si tienes
amigos en otras empresas de seguridad sabrás que hacen la jornada estipulada y punto, con lo cual
ganan lo que contempla el convenio nacional, es decir, cuatro duros. Éstos son los derechos, pero
ahora toca referirme a los deberes. Como te he explicado, el principio que rige a todo camarada de
Levantina de Seguridad es la integración en una <<familia>>, y esa <<familia>> exige a sus miembros
varias cosas elementales: honradez, entrega, compromiso y sacrificio personal en beneficio de la
colectividad que conforma esta gran hermandad. El acuerdo entre los componentes de la empresa y
la dirección de la misma radica en que la vinculación de los trabajadores es constante, es decir,
cuando se van a casa siguen ligados a la <<familia>> que puede requerir sus servicios en cualquier
momento y, del mismo modo, los integrantes de Levantina de Seguridad pueden exigir ayuda por
medio de la jefatura de la empresa… ¿Te ha quedado todo claro?
-¡Hombre, José Luis! A grandes rasgos creo que sí… ¿Pero existen ventajas reales en relación con el
salario?
-¡Sin duda! -afirmó-. Ten en cuenta que tenemos un convenio distinto al nacional: aquí se paga a la
gente por horas, y tienen distinto precio las de servicios especiales, como discotecas y pubs, que las
normales. Hemos calculado que un empleado de Levantina de Seguridad, trabajando unas doscientas
horas mensuales y realizando una cuarta parte de ese total en servicios de hostelería, gana un 20 por
ciento más que un vigilante de Prosegur.
-Y eso que has dicho de que en cualquier momento pueden avisarme de la empresa… ¿Significa que
no se respetarían los días que me corresponda librar? -interpelé.
-Sí, aunque en la realidad no suele ocurrir casi nunca. Ten en cuenta que lo mismo le sucede a la
Guardia Civil; cuando finalizan sus turnos continúan siendo agentes de la autoridad y pueden ser
requeridos por sus mandos si la ocasión lo demanda. El espíritu que debe impregnar a todos los
integrantes de la gran <<familia Levantina de seguridad>> debe ser el espíritu legionario. ¿Sabes cual
es el grito de la legión, no?
-Sí, lo conozco -aseguré.
-Pues en Levantina de Seguridad hacemos nuestro ese grito de <<¡a mí la legión!>>, y ya sabes que
al escuchar esta llamada <<todos los legionarios acudirán prestos a socorrer a quien, con razón o sin
ella, invoque el sagrado juramento>>. ¿Te ha quedado el asunto claro? -reiteró.
-Sí, está clarísimo. Una pregunta: he oído que se retiene un tanto por ciento de cada salario…
-El fondo social…
-Si, creo que es eso… ¿De qué se trata exactamente?
-Vamos a ver, te lo voy a explicar. En todos los salarios, incluyendo el mío, se retiene un 12 por
ciento del total bruto. Ese dinero va a formar parte de lo que hemos dado en llamar <<fondo
social>>; te preguntarás… ¿dónde va a parar ese dinero? Pues bien, ese capital no va a ningún sitio,
se ahorra para invertir en la creación de nuevas empresas que pasarán a ser propiedad de todos los
empleados de Levantina de Seguridad. Por el momento no hay mucho reunido, pero anualmente
especificamos a qué se ha destinado y la cantidad que queda. Si todo va como hasta ahora, en breve
comenzaremos a invertirlo y ya se informará dónde. Ese capital lo controla una junta formada por
miembros de Levantina de Seguridad que se reúne mensualmente para contemplar la cuenta de
resultados y valorar posibles inversiones.
-Bien, José Luis, ¿y porqué me explicas todo esto? ¿Qué quieres exactamente que haga? Ya te he
dicho que no tengo título de vigilante.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
142
-He querido hablar contigo para explicarte que uno de los proyectos aprobados por la junta del
fondo social es la creación de una nueva empresa denominada Levantina de Servicios Generales; la
misma se encargará de realizar servicios de control. Evidentemente, no seréis vigilantes y no podréis
portar revólver y placa, pero la ley es un poco ambigua en relación con el uso de la defensa y de los
grilletes, con lo cual, en un principio, se os proporcionarán. Los salarios no son tan altos como el de
los vigilantes, pero no están mal, se puede vivir con ese sueldo.
-¿A cuánto ascienden los honorarios? -me interesé.
-No hay un jornal mensual estipulado, eso depende de las horas que realices, pero calculo que
haciendo unas doscientas horas mensuales…
Observé como cogía una calculadora y se ponía a teclear. Pasados unos segundos me miró y dijo:
-Unas ochenta y cinco mil pesetas, más o menos… ¡Claro, que si realizas servicios de discoteca,
podrías ganar unas veinte o treinta mil pesetas más!
-¿A esa cantidad tengo que descontarle el 12 por ciento?
-No, es el importe neto -aclaró José Luis.
-¿Cuándo firmaría el contrato?
-En principio, no habría. Aquí somos hombres y nos guiamos en el valor de la palabra… y yo te doy
la mía que cumpliré lo acordado al igual que espero la tuya de que harás lo mismo. Antes te he
hablado de sacrificio… Levantina de Seguridad realiza un fuerte esfuerzo al pagar unos sueldos
superiores a los que os corresponden por convenio. Si a eso le añadimos los costes que supone la
seguridad social, tendríamos que cerrar y dedicarnos a pastorear vacas. Estamos comenzando y, por
ahora, resulta imposible mantener esos salarios junto con el gasto de la seguridad social. Más
adelante, ya veremos. No obstante, si te urge podríamos descontar del total de tu paga la parte
correspondiente a las cuotas de la seguridad social, aun así ganarías un buen pico. Tú decides.
-Bueno, en principio, vale. De todas formas, si te parece, ya trataremos este asunto más adelante.
Sólo me interesa cotizar para poder cobrar del paro si me quedase sin empleo.
-Si respondes bien, siempre tendrás trabajo. Nosotros nunca dejamos en la estacada a los camaradas
que se lo merecen. Pero insisto, si más hacia delante quieres que te aseguremos, lo hablas con
Manolo, el jefe de personal, y llegaréis a algún tipo de acuerdo. Creo que en el fondo social existen
un tipo de ayudas para quienes se queden sin empleo, tendré que verlo… ¡Ah! No puedo presentarte
a Manolo porque ha tenido que salir, igual te has cruzado con él cuando entrabas, es un hombre de
mi edad, moreno, con mucho fijador y bigote tipo franquista… ¡Seguro que debes conocerlo!
-Sí, creo que sé quien dices.
Esa misma semana tuve la oportunidad de conocer a Manolo, que trabajaba para Levantina de
Seguridad. Lo recordaba de haberlo visto en algún mitin tiempo atrás, aunque jamás había hablado
con él. Con el tiempo, me sacaría de más de un apuro en los juicios que tuve que soportar como
vigilante de la <<familia>>.
-¿Y cuándo comenzaría a trabajar? -consulté a José Luis.
-Tan pronto Chimo te dé el vale de uniformidad, podrás empezar… ¿Vale? ¿Entonces conforme?
No tenía mucho que pensar. Las jornadas anteriores a mi encuentro estuve haciendo cuentas y
entre lo de Mercavalencia y el pub sacaba unas veinticinco mil pesetas limpias a la semana… y con
eso iba muy ajustado. De hecho, tampoco eran empleos fijos y en el muelle había semanas que no
paraba y, sin embargo, otras en que apenas había un poco de faena.
Levantina de Seguridad no suponía el sueño de mi vida, pero sí una solución estable momentánea.
-Por mi parte también estoy conforme.
-¡Vale, perfecto! Pues… ¡bienvenido a la <<familia>>! Esta noche voy a cenar al bar de un
camarada, ¿te apetece venir? ¡Yo invito! -anunció, mi desde ya, jefe.
-De acuerdo, Pero la próxima vez pago yo.
-Bien y así celebrarás tu primer sueldo.
Salí de su despacho radiante de satisfacción, creía que podía haber estado equivocado con respecto a
él. Pedí permiso a Sonia para usar el teléfono y llamé a mi casa para darle a mi familia la buena
noticia. En ese instante inauguré un nuevo ciclo de mi vida que se alargaría diez años y que, sin
duda, afectó al resto.

-Por favor, fírmame aquí J. M. -dijo Sonia, mientras me entregaba una hoja en blanco con el sello
de la empresa.
Leí por encima el papel que me alargaba, en el cual decía:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
143

Don -----------------------------------------------------------------------, mayor de edad, con DNI.: ----


--------------------- y trabajador de <<Levantina de Servicios Generales>>,
Comunico a la dirección de la empresa mi decisión de causar BAJA VOLUNTARIA por motivos
personales.
Igualmente admito haber percibido íntegramente de la misma la totalidad correspondiente al
finiquito pendiente: salarios e indemnizaciones que pudieran corresponderme. Sin que quede nada
que reclamar por este concepto.
En Valencia, a -------- de -------------------------- de -------------------
Fdo.: -----------------------------------------------------------------------

Una idea sobrevino a mi mente: <<¿Irían a despedirme? ¡Pero si llevaba menos de tres semanas
trabajando!>>, pensé.
-Sonia… ¿Qué significa esto? ¿No están contentos conmigo?
-Ese papel no significa nada, todos los trabajadores lo han firmado; de todos modos, si tienes alguna
duda puedes hablar con Chimo.
-¿Está en su despacho?
-Sí, ¿quieres que le diga que quieres hablar un minuto con él?
-Por favor.
La secretaria pulsó el interfono y comunicó al inspector que deseaba verlo urgentemente. No pude
entender la contestación de la otra parte, que semejaban murmullos indescifrables.
-Dice que pases -anunció Sonia.
-Gracias.
Me dirigí a la estancia que aprovechaba Chimo como oficina y que estaba situada al final del pasillo,
en el otro lado del piso. La puerta estaba entreabierta, toqué suavemente y pedí permiso para entrar.
-Pasa, pasa -indicó.
Detrás de una mesa antigua, infestada de montones de papeles, permanecía sentado el inspector jefe
de Levantina de Seguridad; unas grandes ojeras marcaban su rostro, se le apreciaba agotado.
-¿Qué quieres? -inquirió mientras levantaba la vista del escritorio.
-Verás… es que… cuando he venido para cobrar el primer mes de trabajo… Sonia me ha dado un
papel para firmar donde decía no se qué… de que causaba baja voluntaria en la empresa… -solté
atropelladamente.
-¿Y? -emitió arqueando extrañado las cejas.
-Quería saber si estabais descontentos conmigo por algo.
-¿Y eso? -repitió.
-Pues por lo de la hoja esa que me habéis dado para firmar.
-Vamos a ver… ¿No te dijo José Luis lo del finiquito en blanco?
-¿El qué? -pregunté confuso.
-Te explico -respondió secamente-. Es norma de la empresa que todos los empleados firmen un
documento en blanco, como prueba de que han cobrado todo el finiquito y no existen deudas
pendientes por nuestra parte. Lo hacemos para evitar que algún traidor pretenda denunciarnos… Ya
sabes que hijos de puta hay en todas partes.
-Sí… supongo…
-No te preocupes, que no es nada personal. Además, llevas muy poco tiempo y, por el momento,
estás cumpliendo correctamente. Es sólo una medida para evitar que alguien intente joder a
Levantina de Seguridad; aquí no se engaña a nadie y a cada uno se os ha explicado como está el
tema… ¿Ya te ha dado Sonia el talón?
-No, todavía no.
-Venga, pues firma ese finiquito y que te paguen el mes. Y no te preocupes, José Luis es hombre de
palabra y aseguró que si cumples tu compromiso, él cumplirá el suyo. ¿Deseas algo más?
-No. Sólo era eso.
Salí de la estancia y acudí donde la empleada para firmar el folio en blanco. Posteriormente me
tendió un cheque con el matasellos de CONS, donde venía el importe de mi primer sueldo: cuarenta
y dos mil pesetas. No percibí mucho, realmente tampoco trabajé demasiado. Estaba comenzando y
me advirtieron que los dos primeros meses eran los peores, tenía que esperar a que me designaran un
servicio fijo para ganar más. Sólo consistía en aguantar un tiempo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
144
Transcurrieron las semanas y se cumplieron mis expectativas. En el plazo previsto fui destinado a
un puesto que me permitió obtener lo esperado. A los pocos meses sacaba, limpias de polvo y paja,
una media de ciento cuarenta mil pesetas. Con ese salario suponía que tendría más que suficiente
para disfrutar de una calidad de vida envidiable; a partir de ahora podría permitirme cumplir ciertos
deseos: viajar, volver a salir con los amigos e incluso comprarme buena ropa y algún capricho, pero
nada de todo eso ocurrió.
Creo que he olvidado mencionar que para ganar ese jornal me tocaba trabajar absolutamente todos
los días del año, de lunes a domingo, sin excepción. No pienses, amigo lector, que durante el veraneo
podría disfrutar de lo ahorrado, porque en Levantina de Seguridad… ¡no existían las vacaciones
estivales! ¡Ni las de navidad! ¡Ni las de Semana Santa! ¡Ni…!
Efectivamente, se vivía exclusivamente para trabajar. Y, créeme, al principio no me importaba
demasiado. En la <<familia>> todo estaba milimétricamente calculado para que viéramos lo
inexplicable como algo normal.
Semanalmente nos entregaban una <<tirilla>> de papel donde venían especificados los días y horas
que nos tocaba servicio. Esas notas podían ser modificadas y, de hecho, siempre ocurría.
No podíamos hacer ningún plan, ni quedar con la novia o con los amigos… ni, sencillamente,
acudir al cine. La <<familia>> exigía que acudieses en cualquier momento y hora a donde faltase
algún compañero; si nos negábamos, simplemente nos sancionaban y a la tercera falta… ¡Despedidos!
E indiscutiblemente, sin derecho a ninguna clase de indemnización.
Sé que muchos se preguntarán: ¿cómo puede ser posible que existan personas trabajando en una
empresa de seguridad española, de sol a sol, sin cotizar en la seguridad social, sin derecho a pagas
extraordinarias ni vacaciones, y encima estén satisfechos?
La respuesta es sencilla, la <<familia>> estaba, o quizá siga estándolo, estructurada como una secta.
Y, cómo en las mismas, sus integrantes no éramos conscientes de ello.

José Luis Roberto Navarro


Jefe de Seguridad.
Abogado, psicólogo, pedagogo, profesor titulado de EGB.

Así rezaba la tarjeta que entregaba a sus visitas. Evidentemente, él personificaba al líder supremo de
<<la familia>>. Disponía de todos los ingredientes para resultar un personaje de cómic siniestro;
podría haber sido una ridícula caricatura de Goscinny y Uderzo o un típico protagonista de cualquier
historieta de <<Martínez el facha>> de Kim, pero sus malvados actos lo convirtieron en un sujeto
peligroso que parecía tolerado por las más altas instancias. ¿Exagero? Estate atento y verás…
El omnipresente <<padre>> de la <<familia Levantina de Seguridad>>, como líder de una
hermandad forzosa, distribuía sus mandatos por medio de la circular mensual que acompañaba al
cheque con la paga. En la misma, indicaba las directrices a seguir. Estas normas eran muy simples y
de obligado cumplimiento:
Por lo menos una vez a la semana teníamos que pasar forzosamente por la empresa para recibir
consignas que no podían tratarse por teléfono.
Al finalizar nuestro servicio, nos obligaban a acudir de refuerzo a los de mayor riesgo sin cobrar
nada a cambio… únicamente el agradecimiento de <<la familia>>.
Debíamos estar localizables las 24 horas del día, algo complicado en unos tiempos sin móviles.
Todos los empleados, teníamos, obligatoriamente, que afiliarnos a CONS y pagar las cuotas
correspondientes.
Igualmente, teníamos que asistir, sin excusa alguna, a los actos que el sindicato organizara. Sólo
estaban excusados los trabajadores que cumplieran servicio.
La <<familia>> valoraría positivamente, incluso para posibles ascensos en Levantina de Seguridad, a
los empleados que más público aportaran a los actos políticos.
Quedaba rigurosamente prohibido y considerado como sanción muy grave hablar de las normas
internas de la <<familia>> a personas ajenas a la misma, incluso a nuestros propios familiares.
Incumplirlo suponía el despido inmediato, además de posibles represalias.
Estaba totalmente vedado, bajo riesgo de despido, afiliarse a sindicatos distintos a CONS.
(Posteriormente, y debido a que algunos vigilantes decidieron desafiar a Roberto e inscribirse en
CC.OO., se obligó al personal a afiliarse al Sindicato Independiente de la Comunidad Valenciana, en
el cual yo mismo fui designado como miembro del comité de empresa después de unas elecciones
Juanma Crespo Memorias de un ultra
145
fraudulentas, cosa curiosa porque ni siquiera me había presentado en ninguna candidatura, ni sabía
de su existencia.)
Podría continuar con cientos y cientos de instrucciones semejantes, pero supongo que sería más de
lo mismo. Esto podría haber quedado como un cúmulo de simples anécdotas, pero las trágicas
consecuencias que sufrieron los que osaron retar a la <<familia>> bien merecen interés más
adelante…
La vida en la <<secta-empresa>> era como la pescadilla que se muerde la cola.
Sin asegurar ni cotizar, trabajábamos en Levantina de Seguridad una media de 250-400 horas
mensuales. Al finalizar nuestro destino acudíamos gratuitamente a reforzar los más arriesgados, con
lo cual seguíamos metidos en el entorno. Y si por una de ésas algún día gozábamos de fiesta, tocaba
acudir a los eventos de CONS, muy frecuentes en esas fechas. Cuando llegaba la hora de valorar los
últimos meses, sólo tenías recuerdos de la gente con la que trabajabas y con los que compartías casi
todos los momentos. El resto: familia, amigos, etc., quedaban relegados en el cajón de los olvidos.
No todo fue malo: entre mis colegas encontré a algunos que más tarde serían amigos de verdad,
personas honradas que demandaban sacar adelante dignamente a su familia.
Por otra parte, ganábamos bastante más que los vigilantes de otras empresas y eso enganchaba. No
nos fijábamos en la precariedad laboral, ni en el hecho de que el no cotizar repercutiría en nuestro
futuro. La <<familia>> se encargaba de quitarnos esos pensamientos de la cabeza y de tenernos bien
amarrados para que no pudiéramos levantar el vuelo por nosotros mismos. El procedimiento era
ingenuo, aunque efectivo: consistía en denostar continuamente al resto de empresas del sector… y
picábamos.
En las comunicaciones mensuales insistían en la debilidad de las otras compañías de seguridad y en
la inestabilidad laboral que representaban:

En esas empresas no seréis tratados como aquí; para ellos sólo seréis un número… Es el capitalismo
salvaje donde las personas pasan a ser esclavos de un sistema económico opresor… No os van a
garantizar el futuro, a la mínima de cambio os despedirán y os quedaréis en la calle sin nada…
Ignoran el significado de lo que es una <<familia>>; en esas firmas no escucharan vuestros
problemas, trabajaréis lo que dicte el convenio y ganaréis lo mínimo sin posibilidad de hacer horas
extras para redondear el mes… ¿Recordáis a Menganito? Él se dejó embaucar por los traidores que
no soportan que una entidad independiente como la nuestra les arrebate el mercado… ¡Pues bien!
¡Menganito ha vuelto a la <<familia>>! ¡Preguntadle a él qué piensa de las demás corporaciones de
seguridad! Lo trataron como a uno más y cuando finalizó el contrato lo mandaron derechito a su
casa… ¿Conocéis algún caso similar en Levantina de Seguridad? ¿Sabéis de alguien que haya sido
injustamente apartado de la <<familia>>? No os dejéis embaucar… ¡Mejor que aquí, en ningún sitio!
¡Ningún otro vigilante tiene el apoyo y el salario que lográis con nosotros!

De todas formas, no nos daban la posibilidad de comprobar si lo que señalaban era verdad; al ritmo
de trabajo con que nos desenvolvíamos, resultaba imposible acceder al mundo exterior. Vivíamos en
un ámbito diferente al resto de los mortales.
Pero si todo eso fallaba y buscábamos escapar de ese pequeño universo de traidores y <<familia>>,
aún quedaba otro escollo que salvar: los juicios.
Las interminables jornadas laborales en Levantina de Seguridad y los servicios de apoyo que
realizábamos se cobraban un precio especial en forma de los múltiples procesos legales en los que nos
veíamos involucrados. En la mayoría de los casos, acudíamos como simples testigos o denunciantes,
pero, indudablemente, en muchos momentos éramos nosotros los denunciados… y eso suponía
muchos quebraderos de cabeza.
Al líder le gustaba meternos en líos... ¡Y algunos gordos! A principios de 1989 recibí mi bautismo
guerrillero como miembro de este grupo; el asunto no llegó a mayores, pero las consecuencias podían
haber sido trágicas.
La historia se gestó en una de las innumerables cenas que solíamos realizar en el bar de Mustafá, un
militante del FSJ apodado así por haber pasado su infancia en el Sidi Ifni. Aquella noche, una docena
de camaradas picoteábamos diversas tapas regadas con mucha cerveza; todos formábamos parte de la
plantilla de Levantina de Seguridad y procedíamos de diversas organizaciones fachas. Roberto se
encontraba pletórico e intentaba entonar alguna cancioncilla de las nuestras para caldear el
ambiente. En un momento dado surgió el tema de los <<huevos>>: que si somos los más atrevidos…
Juanma Crespo Memorias de un ultra
146
que si tenemos más cojones que nadie… ¡En fin! ¡Las conversaciones habituales de siempre! Justo es
decir que esos argumentos los tenía muy vistos y me aburrían bastante; sinceramente, no encontraba
el momento de marcharme a dormir, pero siempre me dejaba liar.
Esa velada se complicó y entre el griterío de las coplillas que cantaban unos y el apasionado debate
que mantenían otros… lo cierto es que alguien tuvo la feliz ocurrencia de sugerir colocar carteles
contra la delincuencia en uno de los barrios más marginales de la zona: Las Malvinas, en Burjasot.
La idea contó con el beneplácito de Roberto, que, entusiasmado, mandó al Botella a la sede a por
unos pasquines y un rollo de papel celo.
-¿Llevamos <<cacharras>>? -preguntó uno.
-¡No sería mala idea coger un trasto! -señaló José Luis.
Preguntó a los asistentes si alguno portaba una encima, pero no tuvo suerte.
-¡Joder! ¡Tanto fascista junto y no lleváis una puta pistola! ¡Así nos va! ¡Menuda mierda de fascio!
Dirigió la mirada hacia mí e interpeló:
-Tú vives por aquí cerca, ¿no?
-Sí, a un par de manzanas.
-¿Tienes algún arma sin papeles?
-Sí, un revólver de dos pulgadas.
-¿Un 38?
- Sí, un 38 especial.
-¿Está limpio?
-¡Claro!
-¿Puedes acercarte y cogerlo? No te preocupes, si pasa algo y te deshaces del mismo, te compro uno
mejor.
-Ya, pero es que no me hace mucha gracia ir <<montado>>.
-Tú tráelo y yo me encargo.
Asentí y me acerqué a mi domicilio a buscarla; simultáneamente, mandaron a la empresa a otro a
por unos botes de humo.
Serían las dos de la madrugada cuando llegamos al destino. Las calles permanecían desiertas y
aparcamos en la plaza principal del barrio.
-No se siente un alma -dijo Rafa, un ex primera línea.
-Estos hijoputas están durmiendo -manifestó otro.
-Normal, tío… ¡Son las tantas! -matizó el Botella.
-Permaneced unidos y a la vista… ¡A ver! ¡Empezad a poner los carteles en esas fachadas! -indicó
José Luis, señalando una finca cercana.
En media hora estaba colocada la treintena de carteles de tamaño folio y en blanco y negro que, con
el lacónico texto: <<No a la delincuencia>> y firmados por el FSJ, habíamos gastado.
Permanecimos observando los ventanales cercanos, pero ni una leve sombra aparecía en ellos.
-¡Es muy fuerte que vengamos adrede a Las Malvinas para colocar estos putos panfletos y ni Dios se
haya dado cuenta! -dijo Rafa.
-Tienes razón… ¡Os aseguro que van a percatarse de nuestra presencia! ¡Vaya si la van a notar! -
exteriorizó José Luis-. ¡Venga, acercaos todos que vamos a cantar el Cara al Sol!
La mayoría se arrimó, pero dos o tres permanecimos alejados; para algunos, ese himno simbolizaba
mucho y no era una canción para corear en cualquier espacio, y menos por un grupo de
embriagados. Por fortuna, no había bebido ni una gota de alcohol y sabía lo que me hacía.
Desde la distancia, prestamos atención al grupo de borrachos que, brazo en alto, berreaban las
estrofas del cántico. Cuando cumplieron, José Luis marcó los gritos habituales y concluyó con un
<<¡no a la delincuencia!>>, coreado por los <<papafritas>> de turno.
-¿Es qué tenéis miedo de cantar aquí? -profirió, a la vez que nos miraba.
Mirándolo de reojo, preferimos no responder a cuestión tan absurda.
Alguien exclamó desde un balcón:
-¡Gamberros! ¡Callaos ya o avisaremos a la policía!
-¡Quién ha dicho eso! ¿Quién es el cabrón que osa llamarnos la atención? -soltó empuñando el
revólver y escudriñando como un poseso las fincas cercanas.
-¡Trae! ¡Trae! -dijo Rafa, arrebatándole el arma.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
147
Seis estampidos rompieron la quietud de la noche. Algunas ventanas se cerraron súbitamente.
Nuestro compañero disparaba al cielo, maldiciendo a los pobladores de esas viviendas. Roberto
decretó retirada… ¡No sea que acudieran los maderos!
Los dos botes de humo, en medio de la plaza, marcaron el final de la historia.
Sin pérdida de tiempo salimos zumbando en los coches. A los pocos segundos, observamos a varios
vehículos policiales y un par de camiones de bomberos adentrarse en el barrio y dirigirse al punto de
donde partía la humareda. Pasaron a nuestro lado rugiendo motores, con los <<pirulos>> encendidos
y sin percatarse de nosotros. Alguien los alertó.
Durante años oí relatar este episodio como si de la más osada hazaña se tratara. Probablemente, los
testigos de éste y de otros actos similares, que aún permanezcan vinculados a Levantina de
Seguridad, mantengan el temor a hablar. Pero en estos años son muchos los que dejaron la
<<familia>>, por una u otra razón, y ellos, los libres del temor a represalias, serán mis testigos.
En esa ocasión, tuvimos la suerte de nuestro lado y el tema no trascendió; todo quedó convertido en
una simple anécdota que narraba el absurdo valor de aquellos que osaron aventurarse en lo
indómito.
Por una vez, la sangre no llegó al río y nadie nos rindió cuentas; de haber ocurrido, la maquinaria
legal de José Luis Roberto se habría puesto en marcha.
En teoría, Levantina de Seguridad se responsabilizaba de todos los gastos que pudiera representar
nuestra defensa en aquellos procedimientos originados por motivos de trabajo o en acciones
ordenadas desde la jefatura: proporcionaba abogado, saldaba las posibles responsabilidades civiles o
multas que se fallasen en las sentencias firmes… Pero si alguien abandonaba la <<familia>> con
alguna causa pendiente, los gastos de la misma tocaba abonarlos al empleado disidente. He conocido
a trabajadores con cien, doscientos e incluso bastantes más litigios; yo mismo tuve, en esa etapa, más
de un centenar.
Las razones podían ser de lo más variadas. La mayoría de las denuncias se archivaban o quedaban
reducidas a simples juicios de faltas. Los motivos eran tan dispares como prohibir a alguien la entrada
en alguna sala por no calzar zapatos o expulsar a clientes con síntomas de embriaguez. Aunque de
vez en cuando se liaban… ¡Y vaya si se liaban!
Personalmente, sólo fui condenado una vez, en un juicio de faltas, a tres días de arresto. Lo que me
hastió es que me acusaron de una agresión leve en la que no tuve nada que ver, aunque el abogado ya
me había confirmado de antemano que el pleito lo tenía perdido:
-No hace falta que prepare mucho esta defensa -advirtió Manolo-. Nos ha tocado de juez una hija
de puta de mucho cuidado, sobre todo en lo referente a Levantina de Seguridad.
-Alguna solución tiene que haber… No es justo que me condenen por algo que no he hecho.
-Te aconsejo que te lo tomes con filosofía y pienses que son unas pequeñas vacaciones a cuenta de
la empresa. Además, míralo desde este otro punto de vista… ¿En cuantos juicios te han absuelto aun
siendo culpable? -preguntó el letrado.
-En alguno -reconocí.
-Seguramente en más de cinco y más de diez, ¿No? Pues esas veces la justicia falló y ahora volverá a
errar, sólo que te meterán tres o cuatro días de arresto domiciliario. Esta jueza odia todo lo que tiene
que ver con nosotros desde que un camarada le arreó una somanta de hostias a un amigo suyo
delante de ella... Desde entonces, cuando le llega un vigilante de Levantina de Seguridad acusado de
agresión, lo <<encaloma>>. ¿No harías tú lo mismo?
La verdad es que no sé cómo actuaría en las mismas circunstancias, pero entiendo que si obrara así,
por lo menos sería consciente que estoy mancillando la toga y la ley.
No sería la última vez que trataría con esta jueza; más de diez años después de ese juicio, en junio de
2002, ordenó mi ingreso en prisión basándose en unas pruebas que cualquier otro juez no hubiera
considerado más que indicios, como mucho, constitutivos de falta. Es curioso que con más de un
centenar de pleitos practicados sólo fuera condenado en éste y, curiosamente, por quien más tarde
me enchironaría…
Retomando el asunto principal, José Luis Roberto tenía un lema: <<No hay servicio que Levantina
de Seguridad no pueda realizar>>. Éramos los más osados en un mundo de cobardes y eso implicaba
que nos tocaba servir en lugares que ninguna otra empresa del sector quería aceptar.
En palabras de nuestro jefe, convenía que nos comportáramos como los más chulos, los más malos y
los más valientes… ¡Así marcaríamos un estilo!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
148
A principios de los noventa, la empresa creció impresionantemente; en cuestión de meses pasamos
de una plantilla de cuarenta personas, casi todos a tiempo parcial, a más de un centenar… ¡Y
subiendo!
En 1990 obtuve el título de vigilante jurado después de aprobar los exámenes que se realizaban bajo
supervisión y control de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Me asignaron arma y placa, e
ingresé de pleno en Levantina de Seguridad. Seguí trabajando como de costumbre: de lunes a jueves
en urbanizaciones y polígonos industriales, fines de semana y festivos en discotecas; donde noté el
cambio fue en el salario, de unas ciento cuarenta mil pesetas pasé a ganar unas doscientas mil al
mes… ¡Eso sí! ¡Siempre dejándome los hígados!
Hasta entonces, lo mejor de todo, era el fuerte compañerismo reinante entre los empleados, que la
dirección se encargaba de potenciar; pero cuando la firma prosperó, las normas variaron y se nos
prohibió acudir a visitar a los compañeros en servicios de riesgo. Hasta ese momento nos sentíamos
como una piña. Recuerdo la primera vez que fui requerido para ayudar a la <<familia>>. Era un
domingo por la mañana cuando recibí una llamada telefónica en mi domicilio, se trataba de Chimo:
-J.M. Escucha con atención, esta tarde a las seis en punto tienes que estar en las oficinas… Acude de
paisano, sin documentación de vigilante y no se te ocurra portar <<cacharra>>, ni defensa…
¿Entendido?
-Sí, está claro.
-¡Bueno, así quedamos! -se despidió el inspector.
Comuniqué a mi novia el contratiempo y pospuse mi cita con ella. A la hora prevista, acudí al local
de la Gran Vía; en la calle, junto al portal, se agolpaban una treintena de compañeros. Nadie sabía el
motivo de la llamada, aunque se creía importante. Chimo se excusaba con que José Luis no tardaría y
nos lo explicaría.
En ese instante alguien gritó.
-¡Ahí está el jefe!
El Audi 90 de Roberto estacionó en la acera, a nuestro lado. Por la puerta del conductor bajó el
líder y, dirigiéndose a Chimo, ordenó:
-¡Que suban a la sala de juntas y me esperen en silencio! Acudo en cinco minutos.
Ascendimos las escaleras y fuimos ocupando lugar en la estancia. El ambiente estaba crispado, no
hay que olvidar que estábamos en domingo y muchos deseaban estar con los suyos en vez de jugar a
ser mafiosillos. Por mi parte, tenía un sueño impresionante y más cuando pensaba que esa noche
volvía a arrimar el hombro en un disco pub. Esperábamos que el motivo fuera importante y que todo
acabara cuanto antes. Al poco rato, Roberto, con la cara desencajada, irrumpió en la habitación:
-¡Camaradas! -arengó-. Esta pasada madrugada el honor de la <<familia>> ha sido mancillado.
Varios individuos han atacado gravemente a dos compañeros mientras realizaban servicio en
Coliseum. Esta agresión es la primera que sufrimos y, os garantizo, va a ser la última. ¡Los
responsables van a aprender la lección! ¡La gente debe saber que quien toca a uno de Levantina de
Seguridad toca a todos y cada uno de sus miembros… y esas agresiones jamás quedarán impunes!
Ahora vais a subir a vuestros coches, los estacionaréis lejos de la discoteca, e iremos en grupos de
cuatro o cinco… Un compañero contempló ayer la <<movida>> y podrá identificar a los
responsables. Tan pronto aparezcan, quiero que se lleven tal paliza que no los conozca ni la madre
que los parió… ¿Entendido? ¡Viva Levantina de Seguridad! ¡Viva la <<familia>>! ¡Arriba España!
Un grupito de pelotas redomados respondieron emocionados a los vivas de José Luis, se sentían los
elegidos para una misión trascendente; el resto nos mirábamos sin entender nada. Si sabían quiénes
eran los autores… ¿por qué no los denunciaba y nos dejaba disfrutar el día en paz?
-¿A quién han pegado? -interpelé a un colega.
-Chimo me ha dicho que a Paco Cuesta y Antonio Burgos.
-¿Cómo están?
-Se encuentran en sus casas, tienen algún hematoma y creo que a Burgos le han roto un brazo.
Uniendo retazos desentrañamos lo acaecido. La noche anterior, dos vigilantes prestaban servicio en
una conocida discoteca de la zona del marítimo, Coliseum; en un momento dado se armó una
trifulca en la pista de baile entre dos grupos juveniles rivales y los de seguridad entraron a solucionar
el problema. Cuando ambos profesionales procedían a sacar a uno de los responsables, el resto se
abalanzó sobre ellos y, después de arrebatarles las porras, les acometieron con las mismas. Resultado:
Cuesta llegó a perder el conocimiento y a Burgos le dislocaron un hombro. En este caso se trataba de
Juanma Crespo Memorias de un ultra
149
buenos colegas y, además, muy tranquilos; de hecho, uno de ellos acudía por primera vez destinado a
una discoteca.
Sin excepción, lamentamos el suceso, aunque no estábamos conformes con la vendetta… ya se sabe
que… <<ojo por ojo y acabaremos todos ciegos>>. Pero las órdenes eran incuestionables y
marchamos al lugar; únicamente los jóvenes descerebrados de siempre mostraban júbilo por la
circunstancia. ¿Cuántas veces he visto reflejados en titulares de prensa sobre la violencia de jóvenes
skins o ultraderechistas a mis borregos compañeros de aquel día, dirigidos como marionetas desde la
retaguardia por sus líderes particulares?
No tardamos mucho en estar en las puertas de la disco, que se hallaba abarrotada de chavales con
los dieciocho recién cumplidos. Siguiendo instrucciones, nos apostamos por las cercanías en corrillos;
pero nuestra presencia no resultaba disimulada para las pandillas de adolescentes que, conocedores
de los incidentes pasados, cuchicheaban entre sí: <<Son los de la Levantina de Seguridad. ¡Seguro que
buscan a los de ayer!>>.
La presencia de Roberto, de aquí para allá, dando órdenes a grito partido y recibiendo novedades,
tampoco resultaba invisible. Pasaban las horas y ninguno hacía acto de presencia.
-Aquí no viene ni Dios -sentenció A. M.-. Ojalá digan de irnos… ¡Mira que hacerme perder una
tarde para esto! ¡Si el mayor no tendrá ni veinte! Éste ha perdido la cabeza… ¡Tanta película por
unos chiquillos! ¡Ché! ¡Míralo! ¡Va como una moto! ¿Qué os jugáis a que va hasta las cejas de coca? -
matizó mientras señalaba a nuestro jefe, que, con los ojos desencajados, seguía caminando por la
acera como un poseso.
-¡Chissst! Silencio… viene hacia aquí.
Roberto llegó hasta nosotros y con gesto adusto pidió que nos acercáramos.
-Los hijos de puta de ayer no han venido, supongo que se deben oler la tostada.
-Mira José Luis -dijo A.M.-, esta noche tengo servicio y dispongo del tiempo justo para llegar a casa,
cambiarme e ir al trabajo… Creo que deberíamos marcharnos… ¡No hay color!
-Esperad cinco minutos y nos vamos… Chimo y Javi van a ir a por ese grupito -dijo señalando
discretamente hacia unos chavalotes que tomaban una litrona junto a la puerta de la discoteca.
-¿Pero tienen algo que ver con los de la bulla? -preguntó un veterano compañero apodado el
Sevillano.
-No… ¡Pero visten parecido! Deben ser colegas… -vaticinó Roberto emulando a Rappel.
-Esto no tiene sentido… -insistió el Sevillano-. Mejor que nos vayamos… y ya volveremos en otro
momento.
-¿Y perder dos días en vez de uno? ¡De eso nada! ¡Hoy zanjamos el tema! -concluyó Roberto.
Con paso apresurado se alejó de nosotros y le ordenó a Chimo que iniciara el desquite. A. M.
balbuceó en nuestros oídos:
-Retirémonos de aquí, no quiero tener nada que ver con esta chorrada. ¡Mira que ir a pegar a unos
críos inocentes!
Nuestro grupo, formado por veteranos, se separó del resto mientras escuchábamos a nuestras
espaldas gritos incitando a la venganza. Los sonidos de la calle se mezclaron con el ruido de los
primeros tortazos. El desagravio acababa de iniciarse, la gente iba a saber cómo se las gastaban los de
Levantina de Seguridad.
No acabamos de ver el final del combate, tampoco hacía falta ser un genio para vaticinar al ganador
de tan desigual pelea. Aquella noche de 1990 se abrió una brecha interna que no cerraría nunca.
Dichos sucesos significaron, para algunos vigilantes, la gota que colmaba el vaso de la paciencia. Por
otra parte, los propietarios de la discoteca Coliseum, alarmados por el tumulto originado por quienes
golpeaban indiscriminadamente a sus clientes, aun a pesar de cobrar precisamente para evitar eso,
decidieron prescindir de la vigilancia de Levantina de Seguridad en futuras temporadas.
Sin importarle demasiado las consecuencias, José Luis Roberto se mostraba radiante. Tampoco era
de extrañar: desde sus inicios empresariales la violencia se había convertido en la moneda de cambio
habitual.
Se recurría a la intimidación y a la fuerza cuando algún cliente se negaba a abonar las facturas por
los servicios prestados; o cuando algún local nocturno se empeñaba en no contratarnos porque no
sufrían peleas… hasta que José Luis ordenaba a sus matones que las provocaran, para que esa excusa
no sirviera; o cuando algún propietario sustituía el servicio de esta empresa por los de otra compañía
menos complicada.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
150
Al más burdo estilo mafioso, Roberto dictaminaba administrar su justicia en forma de palos.
Muchos compañeros recuerdan las ocasiones en que entraron a saco en pubs a repartir leña entre
clientes y empleados... y todo porque el dueño no tragaba con las pretensiones de la <<familia>>.
¡Ah! He olvidado mencionar que la vigilancia que implantaba Roberto, en lo que a locales de ocio se
refiere, costaba más del doble que cualquier otra firma del sector.
En 1990, el jefe se sentía fuerte, los negocios le marchaban viento en popa; tenía que aprovechar la
racha y nos sorprendió con una noticia que en pocos días llenó páginas y páginas de periódicos y que
suponía el primer negocio donde, teóricamente, participaba el fondo social: ¡íbamos a fundar el
primer pub nazi de España!
Lili Marleen tenía su emplazamiento en la calle de Salamanca, escasamente a un par de manzanas
de la zona de Cánovas, donde decenas y decenas de pubs atraían cada fin de semana a miles de
jóvenes. Pero esa breve distancia suponía la diferencia entre el éxito y el fracaso; a este lugar no
acudía la gente: un centenar de metros lo separaba de la gloria.
Conocíamos a sus propietarios desde hacía tiempo; de hecho, M., ex militar, ex de Fuerza, impulsor
de Juntas Españolas y actualmente uno de los dirigentes de Democracia Nacional, pertenecía a
nuestro mundillo de siempre. Se comentaba que su relación con José Luis Roberto no pasaba por un
buen momento, quizá por este motivo nos sorprendió el traspaso.
El otro socio de M. también resultaba siniestramente familiar. G. tenía la misma edad que el
anterior, unos cuarenta por entonces y, como el otro, mostraba un fuerte corpachón moldeado con
miles de horas de entrenamiento en el Forma-gym, uno de los gimnasios más elitistas de Valencia;
poco más les unía.
M. pertenecía a buena familia y siempre estaba enfrascado en proyectos de negocios; por el
contrario, su colega era uno de los más conocidos exponentes del hampa pura y dura.
Decían que no existía delito que no hubiera perpetrado: secuestros, robos, atracos, palizas, tráfico
de coca, extorsión, proxenetismo, asesinatos… Para Roberto significaba un firme aliado, alguien que
interesaba tener cerca por lo que pudiera pasar. Lili Marleen le servía a G. de tapadera, una excusa
perfecta para justificar ingresos, por eso no le importaba demasiado que al local no concurriera casi
nadie.
Esta transacción implicaba mucho para Roberto. Por un lado, culminaría sus sueños de líder fascista
con un pub moldeado según sus gustos; por otra, le serviría para reforzar la alianza con los dos
propietarios anteriores. De M. buscaba un apoyo para lograr ser admitido en los sectores cercanos a
Democracia Nacional; de G. le interesaba todo, porque gente dispuesta a lo que sea por unas pesetas
y encima intocable por la policía siempre resulta interesante.
La noche de la inauguración de Lili Marleen, esta vez en manos de la <<familia>>, se tradujo en un
rotundo éxito.
El jefe no dejó un detalle a la improvisación: avisó a los medios, insertó anuncios en prensa y, por
medio de circulares, invitó a todos los empleados de Levantina de Seguridad a acudir con sus familias
y amigos. Las consumiciones corrían a cargo del fondo social.
Un par de cientos de personas llegaron atraídas por las copas gratis y otros (¡para qué negarlo!)
…por la curiosidad.
El interior se hallaba decorado con retratos de León Degrelle, Rudolf Hess, Ramiro Ledesma y
grandes banderas falangistas y nazis. Detrás del mostrador, en lugar preferente, una enorme
fotografía de Adolf Hitler saludaba a los visitantes.
Durante la ceremonia de apertura se cantaron todos los himnos y canciones habidos y por haber. Se
brindó por la restauración de la pena de muerte contra los etarras, por el Führer, por Levantina de
Seguridad y por todos nosotros… ¡los verdaderos propietarios del negocio!
La velada finalizó a las tantas. A la mañana siguiente, los periódicos comentaron el inusual festejo y
la ausencia total de incidentes. Pero éstos acaecieron y, como casi siempre, fueron absurdos…
Las manecillas marcaban las tres de la madrugada. Me sentía cansado y decidí marcharme a dormir.
El intenso ajetreo de aquella jornada me había dejado baldado: acompañé a los periodistas durante su
visita, descargué cajas de bebida y colaboré en los últimos retoques. El cansancio acumulado
comenzaba a pasarme factura.
Hacía rato que casi todos los clientes habían marchado a sus casas; al otro día tocaba trabajar. En el
interior, media docena de empleados de Levantina de Seguridad apuraban sus últimas consumiciones
mientras cantaban, una y otra vez, el viejo tema de Interterror: Adiós, Lili Marleen.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
151
Me disponía a despedirme cuando alguien me agarró del brazo; al volverme advertí a una morena
espectacular que me hacía señas para que la acompañara al servicio. Podría tratarse de uno de mis
sueños secretos convertido en realidad, excepto por una pequeña salvedad… se trataba de la mujer
de un compañero y, por tanto, intocable.
La conocía de coincidir en un par de situaciones, aunque no llegamos a hablar. Su marido se
llamaba Rafa y se hallaba hartándose de cubatas sentado a escasos cinco metros; a él lo conocía de
Falange y me precedió en el ingreso a Levantina de Seguridad. Sus amigos estábamos al tanto de que
cuando bebía representaba un peligro; el alcohol siempre sacaba su yo más violento. Ya lo había
demostrado en el barrio de Las Malvinas al disparar al aire como un paranoico y en otras
circunstancias que no vienen al caso.
Sabía que ella se llamaba Esther y que no aprobaba los modos de su pareja. Me dirigió la palabra con
los ojos empañados en lágrimas:
-¿Te vas? -preguntó.
-Es muy tarde y estoy reventado.
-No puedes irte ahora… ¿Has visto el estado de Rafa? Es capaz de hacer alguna gilipollez, hace un
rato me ha dicho que esta noche iba a ir de cacería de rojos.
-No te preocupes. Verás como se va a dormir.
-¿No podrías quedarte por si acaso? Me he fijado en que no has bebido y que tienes más sensatez
que todos esos juntos -indicó señalando con la cabeza hacia la barra del local.
-¿Te quedarías más tranquila?
-Sí -afirmó tajante.
Accedí a sus pretensiones y me senté, aguardando que los demás acabaran de una vez. En breves
minutos remataron las copas y procedieron a abandonar el lugar. Pero Rafa se encontraba
inusitadamente agresivo. En la calle comenzó a pegar patadas a los coches estacionados y, al proceder
a sujetarlo, se encaró conmigo.
-¡No me agarres, tío! ¡No me agarres! ¡Malditos rojos de mierda!
Intentaba hacerle razonar, pero resultaba imposible. Al final se juntó con tres o cuatro más y,
agarrando una bandera con la esvástica del interior del pub, montó en su coche buscando presas. No
supe que hacer para detenerlo y opté por seguirle en mi vehículo. A mi lado se sentó Esther llorando.
-Lo van a matar… Lo van a matar… Está loco… Esta loco… -gemía desconsolada.
Comencé a perseguirlo, vigilando sus movimientos para evitar que cometiera alguna salvajada. Su
turismo circulaba a toda velocidad por las céntricas calles desiertas con la bandera asomando por una
ventanilla. Desde la distancia, podía escuchar nítidamente los himnos nazis que salían reproducidos
en la casete.
-O se mata de un piñazo o le mete un puro la policía -sentenció Esther más sosegada.
-Esperemos que no pase ni una cosa ni otra y se canse pronto -opiné.
Llevábamos casi media hora observándolos y no variaban un ápice su actitud. De repente,
cambiaron bruscamente de rumbo y se dirigieron al centro histórico de la ciudad, hacia la catedral.
Al llegar a la plaza de la Virgen paró el motor y los ocupantes bajaron como una exhalación dejando
abiertos los portones. En sus manos portaban porras y la enseña nazi.
-¡¿Qué pasa?! -gritó Esther preocupada-. ¿Qué han visto? ¿Adónde van?
Los seguí con la mirada, observé que corrían hacia un par de parejas que permanecían sentadas
sobre la fuente central. Rafa se encaró a ellos mostrándoles la bandera y pidió que la besaran; los
jóvenes resguardaron a sus novias con los cuerpos mientras intentaban zafarse de los camorristas que
les acosaban. De repente, una porra fue a estrellarse sobre la cabeza de uno de los chavales: en
milésimas de segundo se armó el guirigay. Salté rápido de mi auto dispuesto a poner fin a aquella
desvergüenza; cuando llegué, todo era un amasijo de piernas y brazos girando por el suelo. Intenté
desliar la maraña de extremidades y averiguar qué miembro pertenecía a quién. Al poco pude apartar
a ambos grupos. La totalidad aparecían magullados y con chichones. Por suerte se emplearon las
defensas reglamentarias de cuero y eso evitó lesiones mayores. El único que seguía empeñado en
continuar peleando era Rafa, quien, borracho como una cuba, bastante problema tenía en mantener
el equilibrio.
-¿Los conoces? -interrogó uno de los chavales-. ¡Están locos! ¡Nos han atacado por la cara! ¡Son
nazis, los muy cabrones!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
152
No quise explicarles que los atacantes tenían de nazis lo que yo de monja, ni que lo único que unía a
sus agresores era la pertenencia a Levantina de Seguridad. Me comprometí a llevármelos, aunque los
agredidos dijeron que denunciarían esos hechos.
Así finalizó la jornada. Al día siguiente, José Luis se cogió un cabreo de tres pares al enterarse de que
habían utilizado, sin su consentimiento, una enseña del pub. Esther se divorció meses después y Rafa
fue despedido de la <<familia>> cuando sacó su revólver reglamentario en la central del Banco
Zaragozano para demostrar al cajero que era quien decía ser cuando éste le requirió el DNI para
poder pagarle un talón de Levantina de Seguridad.
Por su parte, Lili Marleen siguió abierto unos años más. A los pocos meses de la inauguración, la
gente dejó de acudir y sólo los habituales frecuentábamos el lugar. Entre ellos, considero interesante
mencionar de pasada a alguien muy peculiar: Miguel Ángel Bueri-Bueri Zanga-Edu.
Este chaval, guineano de nacimiento y negro como el carbón, se empleó en Levantina de Seguridad
como vigilante. Su caso se hizo popular porque apareció en un reportaje de Interviú, junto con otros
jóvenes, uniformado con la camisa parda nazi; posteriormente, salió en televisión en un programa de
Pepe Navarro. Lo curioso de Bueri-Bueri no es que fuera nazi, ya de por sí sorprendente, lo
realmente pasmoso es que… ¡odiaba a los negros! …En fin, un dato anecdótico.
El sueño de Lili Marleen fue breve, pero mientras duró, Roberto soñó con crear una cadena
nacional de locales similares y, en principio, estuvo a punto de inaugurar otro en Benidorm. Al final,
el negocio no cuajó debido a la innata desconfianza de José Luis en compartir proyectos junto con
otros socios. Pero la publicidad que le reportó logró que percibiera en este espacio político un hueco
virgen para obtener beneficios a costa de los sentimientos ajenos. A partir de ese instante unió el
concepto de política con dinero y comenzó a interesarse por los proyectos ultras del resto de España.
Aquel entonces, un joven madrileño resultó absuelto del atentado contra los diputados electos de
Herri Batasuna. Ricardo Sáez de Ynestrillas volvía a dar señales de vida plantando cara…
No lo conocíamos personalmente, aunque sus <<hazañas>> y resuelta militancia nos eran de sobra
conocidas. Estábamos al tanto de su abnegada fe en el triunfo de la causa y en el profundo odio que
sentía hacia ETA desde que la banda había teñido de sangre su estirpe.
A pesar de la distancia geográfica, algunos vivimos como nuestras sus desventuras: rezamos por el
alma de su padre, celebramos con champán en Lili Marleen la muerte de Muguruza, seguimos las
jornadas de su juicio y nos alegramos cuando la justicia lo absolvió.
Roberto buscó la forma de contactar con Ricardo y la consiguió por medio de un camarada
madrileño que se comprometió a presentárnoslo. Fernando, fiel a su palabra, vino con él a Valencia,
donde la dirección de la <<familia>> le recibió con los brazos abiertos.
El interés de José Luis Roberto no tenía un fin altruista, sino que buscaba sacar partido de su
convidado y quería proponerle que se hiciera cargo de la delegación que pensaba montar Levantina
de Seguridad en Madrid. Pero Ynestrillas no tenía un pelo de tonto y desconfió de Roberto nada más
verlo; le habían prevenido contra él y sabía que las atenciones recibidas algún día le pasarían factura.
El madrileño también contaba con un plan: maduraba la idea de formar un partido político de
ámbito nacional y pretendía comprobar los apoyos con que contaba en las principales ciudades;
además de reunirse con nosotros, durante su estancia en Valencia mantuvo contactos con militantes
de Democracia Nacional y con antiguos afiliados de Fuerza.
En la visita relámpago, no podía faltar la demostración de poder del jefe hacia su invitado, y ésta se
produjo en Lili Marleen, donde celebró una gran fiesta sorpresa en su honor con la asistencia de los
empleados más fachas.
Cuando Ricardo volvió a su tierra, Roberto quiso proseguir la relación. Durante meses se
produjeron varios encuentros en ambas ciudades, en los cuales fui testigo de excepción. De resultas
de ellos, Ynestrillas desveló su aspiración de fundar un partido que aglutinase a la antigua militancia
patriota. Pretendía liderar una organización de tipo europeo y apartada de la parafernalia tradicional
española; quería erradicar los brazos en alto, la uniformidad y la denostada simbología, y crear algo
más acorde con el estilo del Frente Nacional francés. Con esta finalidad viajó al país vecino, donde se
entrevistó con Le Pen. El galo vio con buenos ojos el nuevo proyecto y lo bendijo aunque, en
principio, no se comprometió a subvencionarlo hasta ver cómo funcionaba.
En otro orden de cosas, José Luis se ilusionó con la idea y le brindó su apoyo económico.
Aunque Ynestrillas seguía sin fiarse de las buenas intenciones del valenciano, optó por ceder. Le
urgía comenzar la actividad política y confiaba en que las ayudas prometidas por personas cercanas a
su familia supusieran un freno a las intenciones de Roberto.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
153
No tardó mucho en darse a conocer la creación del AUN. El acto inaugural corría a cargo de la
<<familia>>, que, en palabras de su capo, <<prometía abonar los gastos iniciales y fletar un autobús
con simpatizantes valencianos>>.
La presentación oficial se realizó en un teatro madrileño y, en el discurso fundacional, se plasmaron
las líneas principales del partido. El aforo se encontraba casi completo, pero a pesar de lo innovador
del evento, el mensaje no cuajó porque semejaba un tanto frío y con un discurso monotemático sobre
ETA. Luego tuvo lugar la típica comida de hermandad, donde el resto de fuerzas representadas
indicaron sus aspiraciones en torno al eje común que conformaba la Alianza para la Unidad
Nacional.
José Luis pensaba que camelar al nuevo cabecilla resultaría sencillo, no sucedió así. De entrada
incumplió su palabra de subvencionar el primer mitin, tan sólo donó doscientas mil pesetas que no
dieron ni para pipas. De este modo, la reticencia inicial de Ricardo encontró justificación, por si
fuera poco, a raíz de ese ridículo aporte, el jefe de Levantina de Seguridad se creyó con la autoridad
moral de exigir a Ynestrillas que modificara el discurso político a su conveniencia. Aquello fue
demasiado para el dirigente del AUN, que decidió prescindir del apoyo de éste, máxime cuando Jean
Marie Le Pen le notificó que contaba con el soporte de su organización para futuros actos.
El <<padre>> de Levantina de Seguridad no se dio por vencido y continuó yendo a las
manifestaciones que el AUN convocaba en Madrid. Pero, poco a poco, la relación comenzó a
enfriarse y Ricardo creyó que cuanto más lejos estuviera del otro, mejor.
Así concluyó el fugaz compromiso entre ambos, pero el de CONS siguió buscando contactos para
conseguir un hueco en el panorama ultra.
Sobre las mismas fechas, los informativos nacionales expresaron su desazón por la puesta en
libertad de un conocido terrorista de la extrema derecha española. Después de más de quince años
preso, acababa de salir de la cárcel uno de los autores materiales de la conocida <<Matanza de
Atocha>>.
En 1977, Carlos García Juliá, en compañía de Fernando Lerdo de Tejada y José Fernández Cerrá,
constituyeron un comando ultra y perpetraron uno de los atentados más desgarradores de la
transición española: el asesinato de cinco abogados laboralistas en su bufete. Esta acción conmovió a
la sociedad y, probablemente, aceleró la legalización del PCE. Desde entonces, permanecía en
prisión.
Su libertad originó un intenso debate en los medios, que se preguntaban cómo alguien condenado a
tropecientos años podía estar en la calle con sólo una parte de su condena cumplida.
En el despacho de la Gran Vía, Roberto estaba al tanto de la noticia y decidió dar un golpe de efecto
cara a la galería. Lo invitaría a Valencia y celebraría una cena homenaje como deferencia a su
<<heroica proeza>>.
Los hilos comenzaron a moverse y se dio con la persona que podría contactar con él: el primer
encuentro tendría lugar en Madrid el sábado siguiente al mediodía… y hacia allí nos trasladamos los
dos.
Quedamos en la conocida cafetería: California 47, de la calle Goya. Al llegar, nos estaba esperando
nuestro camarada Fernando y, a su lado, con traje y corbata, García Juliá.
-¡Arriba España, camaradas! Llamadme Carlos -fueron las primeras palabras que escuché de sus
labios.
Después de estrecharnos las manos y de las consabidas presentaciones, subimos a la planta superior
para comer algo. Resultó fácil entablar una cordial comunicación con él y en seguida nos declaró que
no entendía la hostilidad de los medios hacia su recién conseguida libertad.
-Cuando sueltan a esos cerdos etarras, no montan tanta película -opinó.
-¡Así va España! -dijo José Luis.
Durante la comida hablamos de la cárcel, de sus pensamientos políticos intactos a pesar del tiempo,
de su futuro laboral dudoso…
-Estos cabrones no tienen intención de dejarme levantar cabeza -señaló.
-Si lo precisas, puedo darte trabajo en Levantina de Seguridad, tienes la planta que se requiere para
ser un buen comercial. Además, nosotros jamás dejamos colgado a un camarada.
-Te lo agradezco, José Luis, pero tengo ofertas en Madrid que estoy sopesando. Lo cierto es que me
han hecho bastantes ofrecimientos.
-¡Me alegro! ¡Me alegro! La vocación de nuestra empresa es ayudar a los camaradas que lo precisen,
¡es más!, hemos instaurado el <<Socorro Azul>>, para ayudar económicamente a los que permanecen
Juanma Crespo Memorias de un ultra
154
en prisión. En la actualidad estamos asignando una cantidad mensual para los militantes del Frente
de la Juventud encarcelados.
-¿Todavía están en la cárcel? -se extrañó Carlos.
-Acaban de ingresar después de estar más de diez años en sus casas… ¡Así va la justicia española!
¡Ahora que han rehecho sus vidas, los enchironan por <<movidas>> de cuando eran chiquillos! ¡Esta
sociedad es una mierda! -soltó José Luis.
-¿Cuantos han ingresado? -se interesó el de Atocha.
-De Valencia… una media docena más o menos… Todos buenos amigos, ¿no, J. M.? -inquirió
mirándome.
-Sí -afirmé-. Creo que han sido encarcelados: Varicelo, Churruca, el Gamba y alguno más que ahora
no recuerdo; Jesús el Karateka, se fugó a Sudamérica. ¿Conocías a alguno de ellos, Carlos?
-Alguno me suena de oídas, aunque personalmente no caigo. Tened en cuenta que son unos años
más jóvenes y a esa edad representa mucha diferencia. ¡Ojalá tengan más suerte que yo!
-¿Y tú qué tal lo llevas? Supongo que tanto tiempo encerrado debe marcar para siempre, ¿no? -me
atreví a preguntarle.
-¡Hombre! Se hace pesado, pero por fortuna siempre he contado con el apoyo de muchos camaradas
que no me han abandonado. Sólo por ellos vale la pena continuar en la lucha.
-¿Y de Blas Piñar o de la gente de Falange has tenido noticias? ¿Te han ayudado en algo? Porque
creo recordar que militabas en Fuerza cuando pasó aquello -se interesó José Luis.
-De ese tema prefiero no hablar. Todos los líderes de entonces nos dejaron abandonados a la buena
de Dios, lo único que les preocupaba es que no les salpicara la mierda. Y en relación a lo otro que me
has preguntado, es cierto que estuve en Fuerza, pero cuando pasó <<lo de los abogados>> acababa de
afiliarme a Falange. Aunque es igual el sitio donde militaras, en el 77 no existían casi diferencias. De
hecho, los dos partidos se presentaron juntos en las generales.
Escrutaba a mi interlocutor atendiendo con interés sus explicaciones. Él hablaba serenamente
aunque dejaba entrever cierto grado de timidez. Me llamó la atención una insignia que portaba en el
ojal de la chaqueta: representaba el mapa de España con los colores de la bandera nacional y,
resaltando en negro, la inconfundible silueta de una metralleta.
-Carlos, perdona que te haga una pregunta un tanto indiscreta… ¿Ese distintivo a qué grupo
pertenece? Nunca lo había visto antes.
-Es de mis tiempos, lo solían utilizar los del Batallón Vasco Español. Me lo hizo llegar a la cárcel un
camarada, desde entonces siempre lo llevo puesto.
-¿Y no temes que te jodan por apología del terrorismo? Ten en cuenta que acabas de salir del talego
y que te están buscando las vueltas por todas partes.
-Si me quieren fastidiar ya encontrarán la fórmula. De todos modos, no niego nada de lo que soy ni
me arrepiento de lo que en su día hice. Mi condena la tengo cumplida y ya se acabarán cansando de
mí. Me han robado media vida y quiero que sepan que no me han cambiado ni un ápice. ¡Si no les
gusta, que se fastidien!
-Me sorprende tanta entereza en tus palabras y es admirable tu entrega a la causa. Si yo estuviera
encerrado el tiempo que has estado tú, creo que cuando saliera de la cárcel mandaría las ideas y los
camaradas a freír espárragos -dijo José Luis.
Finalizamos la comida y, charlando, comenzamos a pasear por las calles de la capital. Llegamos a la
Puerta del Sol y seguimos caminando sin ton ni son. El tráfico, aquella tarde, era intenso, y las vías
estaban colapsadas de coches tocando desesperadamente los cláxones; Roberto estaba pendiente por
si nos seguía algún reportero.
Seguimos deambulando cuando José Luis se detuvo y señaló con el dedo una placa metálica clavada
en la fachada del inmueble junto al que nos encontrábamos. Con una pícara sonrisa preguntó a
Carlos:
-¡Qué! ¿Te suena de algo?
La chapa indicaba que estábamos en el número 55 de la calle Atocha y que en ese lugar fueron
asesinadas cinco personas en enero de 1977 por un comando de la extrema derecha. A continuación,
venían los nombres de las víctimas.
-No había estado aquí desde entonces… -dijo Carlos-. Te advierto que si me has traído para
tenderme una encerrona, es de un pésimo gusto.
-¡Qué encerrona ni qué leches! -se defendió el aludido-. ¡Hemos llegado por casualidad! ¡Tú y
Fernando sois los de Madrid! ¡J. M. y yo somos turistas y no nos conocemos esto!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
155
Por mi parte callé, pero conocía de sobra a José Luis como para saber que la casualidad para él no
existía; quiso probar a García Juliá para observar su reacción, pero le salió el tiro por la culata y
consiguió cabrearlo.
-¡Joder, esto no se hace! -protestó el pistolero-. Sólo falta que los de Interviú me hagan una foto con
el titular: <<Al poco de salir de la cárcel, el asesino de los abogados de Atocha acude al lugar de los
hechos para recordar viejos tiempos>>.
Nada más pronunciar estas palabras, Fernando y yo nos giramos escrutando los alrededores por si
cazábamos a alguien observando. ¿Habría sido José Luis capaz de jugársela y estaríamos siendo
vigilados por algún reportero? Nuestros recelos resultaban infundados. ¡Nada! Ni el más mínimo
sospechoso.
Viendo a Carlos un poco más sosegado, me aventuré a preguntarle:
-¡Oye! ¿Qué sientes al estar aquí de nuevo? Supongo que debe de ser muy fuerte, ¿no?
-Pues la verdad es que sí. Esto supuso un cambio muy importante en mi vida.
-¿La historia es tal y como nos la han contado o hay mucho de invención? -indagué.
Y Carlos García Juliá me contó su historia:
-Verás, antes que nada, te digo que no me arrepiento de nada y si se volvieran a dar las mismas
circunstancias, actuaría exactamente igual.
-¡Más vale que procedas mejor! -interrumpió Roberto-. Lo digo, más que nada, porque te pillaron.
-¡Claro! ¡Claro! ¡Lo haría mejor! ¡De los errores se aprende! -explicó Carlos molesto por la
interrupción-. Bueno, Juanma, te decía que vivíamos otros tiempos muy distintos a los actuales. En
esos años creíamos en la inminencia de otra guerra civil y que los comunistas nos estaban
conduciendo a ella. Yo me sentía un militante patriota de los pies a la cabeza y, como tal, no estaba
dispuesto a consentir que todo se fuera al garete por culpa de unos niños de papá convertidos en
rojos. Nunca pretendimos matar a nadie, al menos no en ese momento. Sólo buscábamos darles un
fuerte escarmiento para que se les fuera las ganas de convocar huelgas y de tocar las pelotas a las
gentes de bien. En más de una ocasión realizamos acciones semejantes. Por lo general, nos
limitábamos a encañonarles y a coger toda la documentación que pudiera sernos útil… Ya sabes a lo
que me refiero: fichas personales, cuentas bancarias… ¡Bueno, lo habitual por entonces!
-Sé de lo que hablas -añadí.
-Pues si sabes como estaba el asunto en los ochenta… ¡Imagínate recién muerto el Caudillo!
-Supongo… supongo… -expresé.
-Prosigo -señaló Carlos-. Esa tarde fuimos a buscar al jefe comunista que estaba organizando la
huelga de transportes en Madrid, un tal Navarro… Pero cuando entramos, el muy cabrón no estaba
y Fernández Cerrá me indicó que había un cambio de planes.
-¿El jefe del comando era Fernández Cerrá? -consulté.
-Sí, éramos tres, aunque en las oficinas entramos únicamente él y yo. Cerrá dirigía el cotarro,
Fernando se quedó vigilando en el rellano.
-¿Fernando es el que se fugó? -se interesó José Luis.
-Sí, Fernando Lerdo de Tejada se marchó durante un permiso carcelario que le concedió el juez,
¡Menudo follón se lió por eso! -recordó Carlos.
-Algo recuerdo… se comentó que ese juez conocía a su familia… de hecho, creo que le costó la
carrera -comentó Roberto.
-Efectivamente, efectivamente -corroboró García Juliá-. Fernando tenía buenos padrinos… Bueno,
decía que nos tocó modificar el plan y decidimos esperar a Navarro en las oficinas porque uno de
ellos nos dijo que tenía que volver. Mientras tanto, los sacamos de sus despachos y mi camarada se
dedicó a controlarlos mientras yo buscaba fichas y documentación por las diferentes estancias.
Luego, todo fue muy confuso. No sé cómo… tropecé y, al caer, se me disparó la pistola. En la sala
contigua, Cerrá escuchó el estampido, pensó que me atacaban e inició una ensalada de tiros para
defenderse de la embestida de los rojos. A su vez, yo oí los <<castañazos>> y acudí a socorrerle
creyendo que le agredían a él… En fin, el final de la historia ya lo sabes.
-¿Pero cuando entrasteis en las oficinas, fuisteis con idea de matarlos o no? -indagó José Luis.
- No. La prueba es que cuatro quedaron con vida. Si hubiéramos querido <<cepillárnoslos>>, habría
sido sencillo.
-Pero si llegáis a pillar a Navarro, si que os lo hubierais <<fundido>>, ¿no? A fin de cuentas fuisteis a
por él… -planteé.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
156
-No lo sé y conjeturar sobre esa posibilidad a estas alturas resulta absurdo. Lo que te garantizo es
que de una buena mano de hostias no le habría librado ni la Pasionaria. Quizá se hubiera llevado un
balazo en la pierna… no sé… Pero lo cierto es que se salvó de una buena, Cerrá lo tenía fichado.
-¿Qué tal tipo era Fernández Cerrá? -se interesó Roberto.
-Un tío bravo, con los cojones bien puestos y mucha escuela -explicó Carlos.
-¿Y cómo os detuvieron? -me interesé-. ¿Se debió a un chivatazo?
-Fue una situación un tanto pintoresca… Verás, nosotros ignorábamos que cerca del despacho se
había celebrado un funeral por un camarada de Madrid. Al mismo acudieron muchos militantes y
algunos todavía permanecían por la zona. Cuando salimos a toda leche del portal nos dimos de
bruces con algunos de ellos que se nos quedaron mirando. No eran tontos y sabían que en esa finca
había un piso que empleaban los comunistas para reunirse. Supusieron que les habríamos dado un
susto. Cuando al día siguiente saltó la noticia, ataron cabos y por la tarde Radio Macuto se encargó de
propagar a los cuatro vientos nuestras identidades. Lo raro es que tardasen tanto en detenernos.
-¿Piensas que valió la pena? -articulé.
-Sin duda alguna, estoy convencido de que con nuestra acción evitamos otra guerra civil -concluyó
García Juliá.
Nos quedamos un instante en silencio contemplando el portal de la vieja finca madrileña.
-¡Venga, vámonos! -dijo Fernando-. Estamos tentando demasiado a la suerte.
Emprendimos paso hacia Cibeles bajo una tenue lluvia que empezaba a dejarse notar. Supe que,
aunque con inmensos borrones, la historia es de todos y que conocer de primera mano lo que Carlos
me narró me ayudará más a entenderla. No justifico su acción, sé que ninguna muerte tiene lógica
posible, sólo me limito a transcribir lo que me contó. Que sea o no verdad, es algo que a estas alturas
no creo que importe demasiado.
Al día siguiente nos despedimos de los dos y volvimos a Valencia; semanas después se celebró en
nuestra ciudad la cena con que Roberto homenajeó a nuestro invitado y que contó con varios cientos
de asistentes. Después de aquella segunda vez quedamos en un par de ocasiones, al final le perdimos
el rastro. Nos dijeron que lo habían detenido en un país de Sudamérica portando cocaína, aunque
nadie del mundillo creyó esta versión y supusimos, que de ser así, se trataría de una encerrona para
apartarlo de la circulación. Hay delitos que nunca se perdonan…
En lo que respecta a José Luis Roberto, continuó buscando desesperadamente su espacio en la
ultraderecha española. Entonces, solventó el problema dedicándose a subvencionar a los grupos
valencianos.
En los primeros años de los noventa, muy pocos grupos poseían cierta infraestructura. De ellos,
quizá el más vistoso resultaba la peña valencianista Yomuss, y Roberto inició un acercamiento. Era
consciente de que contaba con la desconfianza natural de estas organizaciones y con el rechazo total
de los veteranos militantes de Acción Radical, pero intuía que quizá estarían dispuestos a recibir
alguna aportación.
Con esta intención, contactó con Luis Miguel Arechavaleta, alias Yogui, presidente de este grupo y
antiguo militante falangista. Pero éste no quería mezclar política con deporte y no quiso saber nada
de él, obligando al dueño de Levantina de Seguridad a emplear otra táctica.
Roberto pensaba que todo el mundo tiene un precio y, en ocasiones, no muy alto. Estaba informado
de que Yogui contaba con fuerte oposición dentro de sus filas y se aprovechó de ello metiendo a
trabajar en su empresa a Teodoro Javaloyes Sánchez, principal candidato a sustituir al anterior.
Por una vez, la suerte estuvo de su lado y en las siguientes elecciones éste salió elegido presidente
de la peña. Influido por Roberto, Teo tuvo la intención de volver a politizar la agrupación y llenar el
Mestalla de skinheads con banderas nazis. Al principio, aceptó la ayuda que Roberto le brindó en
forma de esvásticas para decorar el campo, pero este idilio no duró mucho.
A los pocos meses, se percató del error cometido y procedió a subsanarlo. Abandonó Levantina de
Seguridad y prescindió del apoyo de Roberto para cualquier cosa relacionada con los Yomuss; a éste
no le sentó bien la actitud de Javaloyes, que consideró traidora, y como rabieta, reclamó las enseñas
que había donado… se quedó con las ganas.
Visto lo sucedido y percibiendo que perdía el tiempo con la política, sin recibir más que disgustos a
cambio, Roberto decidió esperar tiempos mejores y apartarse momentáneamente de ella para
dedicarse de pleno a otras ocupaciones.
<<Información es poder>>, esta es la máxima que empleaba para excusarse siempre que alguien le
acusaba abiertamente de ser un confidente de la policía. Y una vez que comenzó a prosperar su
Juanma Crespo Memorias de un ultra
157
negocio, intentó valerse de la misma para tener bien cogidos a empleados y clientes. Comprendió
que, en su acopio, podía radicar su propio poder y decidió potenciar la búsqueda de talones de
Aquiles. ¡Compensaría con ascensos e incluso con dinero todos los testimonios de interés que sus
vigilantes pudieran recabar sobre los clientes que lo contrataban!
Así, de esta forma tan vil, consiguió crear un símil de agencia de inteligencia de andar por casa,
pero que para sus fines cumplía las expectativas.
En un breve lapso, consiguió reunir fotografías, datos y chismes que podrían servirle el día de
mañana como medio de chantaje. Estos movimientos no pasaron desapercibidos para determinadas
personas y organizaciones que precisaron su ayuda en lo que a espionaje se refiere.
Corrían rumores de que uno de los primeros en contactar con él fue Juan Carlos Jimeno, diputado
autonómico del Partido Popular. En una reunión privada, habría propuesto a Roberto que vigilara
los pasos de la entonces Presidenta de la Diputación, Clementina Ródenas, y que tratara de averiguar
algún tejemaneje oculto de los socialistas. Si los informes sacaban a la luz algún trapo sucio del
gobierno valenciano y se propiciaba la caída de éste a favor de los populares, Levantina de Seguridad
podría salir beneficiada en la adjudicación de servicios mediante <<concurso público>>.
Jimeno contrató a esta empresa en la lujosa urbanización El Plantío, de la que era presidente.
A José Luis le pareció perfecta la idea de realizar algún trabajo para el entonces partido de la
oposición. Contaba con la persona idónea para el encargo.
Ángel Mayor Muñoz trabajaba como vigilante jurado en la Diputación de Valencia, concretamente,
ejercía como responsable de seguridad para el resto de compañeros que compartían servicio. A
Roberto lo conocía muy bien, ya que ambos formaban parte de la hermandad secreta Escorpión, en
la cual también se incluía a militares y policías. De esta fraternidad sólo sé que sus miembros
permanecían unidos por unos lazos de camaradería y que su principal misión consistía en compartir
información al margen de cualquier clase de ideas políticas.
Mayor tenía muchas ambiciones y no soñaba con acabar sus días vigilando fábricas o polígonos.
Esperaba que pronto le llegara algún trabajillo acorde con sus aptitudes porque su verdadera
vocación, de la cual era un verdadero profesional, radicaba en sus enormes conocimientos de
electrónica y en el arte natural que desarrollaba fabricando artilugios válidos para el espionaje. Como
si de un <<Mac Giver>> hispano se tratara, se mostraba capaz de elaborar cualquier mecanismo
sofisticado con los mas básicos componentes… y Roberto se aprovechó de esto.
El rumor de que podían estar siendo espiados corrió como la pólvora entre algunos altos cargos. Las
sospechas radicaban en algunas filtraciones que acusaban al gobierno autonómico, con datos
concretos, de cobrar comisiones irregulares. La gota acabó por desbordar el vaso cuando unos
misteriosos hilos aparecieron en la alfombra del despacho de Eugenio Burriel, marido de la
presidenta y alto cargo socialista. En seguida se acusó formalmente al Partido Popular de ordenar
colocar micrófonos y a Ángel Mayor, de ser el autor material de la instalación de los mismos.
La noticia llegó a los medios y fiscalía encontró indicios de delito. Cuando tiempo después se realizó
el juicio, en el banquillo de los acusados sólo se sentó Mayor, quien salió absuelto, y las supuestas
escuchas quedaron arrinconadas. El famoso hilo de la alfombra resultó tratarse de un vulgar resto
que la lavandería había olvidado retirar.
Clementina Ródenas presentó la dimisión al poco de hacerse público este escándalo y, en las
siguientes elecciones autonómicas, triunfó el PP.
Viendo que su traición hacia la Diputación se veía recompensada generosamente por Roberto,
siguió durante años realizando trabajos sucios para éste y viviendo a todo lujo... hasta que el sueño
acabó. En el 2003, la justicia lo encarceló acusado de disparar contra un vigilante de seguridad
mientras prestaba servicio en una comunidad de vecinos. La <<familia>> consideró al guarda
culpable de provocar que dicho cliente rescindiera su contrato con <<ellos>>. El de seguridad resultó
ileso, pero eso no evitó que a Mayor Muñoz lo condenaran a seis años de prisión; una vez en la
cárcel, el departamento de balística confirmó que la pistola utilizada en esa acción era la misma que
tiempo atrás había asesinado a una persona. Ahora un nuevo juicio, esta vez por asesinato, se cierne
sobre quien fue la <<mano derecha>> de Roberto.
A través de ANELA, la Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne, fue abriéndose
al mundo de la prostitución. Cuando leía el libro de Antonio Salas, El año que trafiqué con mujeres,
y me imaginaba al autor de Diario de un skin, a quien casi todos mis ex camaradas querrían ver
muerto, metiéndose solo y con una cámara oculta en Levantina de Seguridad, no pude menos que
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158
admirar su valor. Hay que tenerlos muy bien puestos para atreverse a entrar en el sanctasanctórum
de la <<familia>>, y encima llevando una cámara oculta.
Roberto participa de un imperio que abarca muchos sectores, ha sabido diversificar sus inversiones
y raro es el campo en el que no participa. Su conocida empresa de seguridad es tan sólo la punta del
iceberg de los negocios que ha montado con el dinero proveniente del fondo social, en teoría, de sus
empleados y donde no estaría de más que la justicia hurgase. Pero está claro que no todos somos
iguales ante la ley, por mucho que algunos insistan en ello.
En los noventa, Roberto tuvo otra de sus maquiavélicas ideas: instituir una sociedad gastronómica.
La finalidad de la misma era simple: se invitaría a degustar un espléndido banquete a aquellas
personalidades que le supusieran un interés personal. El elegido para conducir la misma debía ser
alguien de absoluta confianza. Después de mucho cavilar, topó con el hombre clave: Antonio
Ordovás Arce, conocido popularmente como el Coronel.
Su currículum era de sobra conocido por quienes lo tratábamos: antiguo militante de Fuerza Nueva,
ex mercenario en El Congo, ex empresario de seguridad y, desde hacía tiempo, vigilante de
Levantina de Seguridad. Sabíamos que bajo su aspecto bonachón ocultaba un pasado oscuro que tuvo
su punto álgido durante la transición. Ahora, más sosegado, vivía de su empleo y siempre fiel a los
mandatos de su jefe.
Una vez al mes, solían reunirse en algún prestigioso restaurante valenciano. Los platos eran
previamente seleccionados por el Coronel en su papel de maestro de ceremonias, y los invitados
rigurosamente elegidos. A cada uno de ellos se le obsequiaba, a los postres, con un pergamino, donde
se indicaba que formaban parte del selecto club. Por las mesas de la sociedad gastronómica pasaron
jefes superiores de policía, altos mandos militares, prestigiosos empresarios valencianos, políticos
<<democráticos>> y personas de nuestro mundillo, como Ricardo Sáez de Ynestrillas y Carlos García
Juliá.
La finalidad no residía únicamente en un deseo de cordialidad, sino, sobre todo, en la búsqueda de
información beneficiosa para los intereses de la <<familia>>. Nada se hacía altruistamente, cualquier
detalle buscaba compensación. Roberto jamás dejaba ningún pequeño pormenor al azar.
En diciembre de 1992, después de casi cuatro años en Levantina de Seguridad, comencé a cotizar en
la seguridad social. Por mi parte, seguí compaginando política con trabajo, aunque este último no me
dejaba demasiado tiempo libre para el resto de mis actividades. Continué fiel a la promesa que hice
durante los disturbios de la catedral y evité siempre utilizar la fuerza, salvo para defender lo que
consideraba injusticias.
Vida privada casi no tenía, ningún mes dejé de realizar un mínimo de trescientas horas de servicio;
toda esa fase de mi juventud, que comprendió más de diez años, la pasé trabajando.
En época estival nos encargábamos de realizar la seguridad en muchos de los conciertos que los
artistas del momento realizaban por España y eso me permitió tratar de cerca con alguno de éstos.
Con Joaquín Sabina coincidí en varias actuaciones en la plaza de toros. En uno de ellos, su mánager
se fijó en mi manera de trabajar y telefoneó a la empresa para reclamar que me encargara
personalmente de la seguridad en las actuaciones que tenían concertadas en la Comunidad
Valenciana. A Sabina llegué a tratarlo poco, se le veía un tanto distante con los que no formábamos
parte de su equipo habitual, pero la oportunidad de poder escucharlo cantar en tan diversas
ocasiones fue algo que me apasionó.
Con los Dire Straits estuve en el campo del Levante. El espectáculo de luces y sonido que creaban
en sus actuaciones era algo único e impresionante, sólo superable por el inigualable Marc Knofler
cuando hacía brotar de su guitarra eléctrica, unos acordes que llegaban a lo más profundo. Lo
recuerdo en los ensayos, con su gorra de béisbol sobre la cabeza y siempre deseándonos los <<buenos
días>> en su inconfundible castellano.
Con Jerry Lee Lewis, en un concierto que celebró en el auditórium Arena. Aquella noche, todo el
equipo de seguridad nos volvimos locos intentando evitar que el viejo rockero se fuese al hotel con
unas quinceañeras que acudieron a los camerinos para pedirle unos autógrafos. Las pobrecillas no
sabían cómo negarse ante las pretensiones del veterano ídolo de los sesenta.
Mecano, Francisco, Ketama, El Último de la Fila, Prince, Status Quo, Laura Paussini, Gabinete
Caligary, Dun Can Dhu, Loquillo, Alaska, Ella Baila Sola, Héroes del Silencio, Chuck Berry… fueron
algunos de los cientos de artistas que conocí en mi etapa de Levantina de Seguridad; probablemente,
como apasionado de la buena música, esos conciertos y toda la parafernalia que conllevan hayan
Juanma Crespo Memorias de un ultra
159
representado uno de los mejores momentos de mi profesión. Observarlos detrás de los escenarios,
cuando ensayaban o controlaban que todo fuera OK, suponía una gran experiencia.
Todos mostraban una genialidad que los hacía únicos, aunque en bastantes ocasiones resultaban
inaccesibles. A algunos, sin embargo, los recuerdo cuando mostraban la faceta humana que el
público no veía porque tenía lugar tras los tablados.
Me viene a la memoria un concierto de Alejandro Sanz en el campo de fútbol del Levante, en el
verano del 92, cuando comenzaba su carrera y muchos vaticinaban que sería flor de un día. A
diferencia de otros, se trataba de un chaval sumamente educado y aparentemente sensible. Una
anécdota desconocida por los espectadores ocurrió después de los vises que daban fin a su
actuación...
La gran marea humana que acudió a escucharle seguía ovacionándolo, rogando para que cantara
una canción más, tan sólo una… Alejandro marchaba a los camerinos reventado y satisfecho por el
éxito alcanzado, pero al sentir el griterío se detuvo y le dijo a su mánager que quería a volver a
cantar otro tema:
-Ya has salido a hacer los vises… Por hoy ya está bien -dijo su representante.
-Sí, pero la gente me llama… ¡No puedo irme así! -dijo el gran cantante.
-Tienes que acostumbrarte a esto, lo que no puedes es salir una y otra vez. Cuando un concierto se
acaba, acabado está. El público tiene que quedarse con ganas de escucharte.
-Quizá tengas razón… ¡Pero mi público no piensa igual y yo me debo a él! ¡Voy a cantar otro tema!
Y dicho y hecho, Alejandro Sanz volvió al escenario y entonó más canciones dedicadas a los miles
de fans que lo aclamaban y a los que no quiso dejar así. Detalles como éste son los que crean mitos.
Pero no todos los vigilantes nos sentíamos a gusto en la empresa; algunos de los que llevaban más
tiempo, comenzaron a sentirse hartos de tanta explotación y cansados de mentiras.
A A. M. me referí anteriormente. Fue uno de los primeros en vestir el uniforme de Levantina de
Seguridad y un referente para todos los que en dicha empresa trabajamos. Roberto supo explotar
bien su robusta complexión física y, desde sus inicios, le tocó trabajar en los servicios más
conflictivos. En cientos de ocasiones tuvo serios problemas, incluso en algún momento le tocó tirar
mano de <<cacharra>>. Una de estas veces aconteció en la antigua discoteca Flash, situada en la Gran
Vía de Germanías, en Valencia.
Sucedió una noche de verano, aquella sesión la sala estaba abarrotada de personas de etnia gitana
que acudían a escuchar cantar a Currichi, uno de sus ídolos musicales del momento. Casi todos los
asistentes eran buena gente, pero aun así nadie pudo evitar que varios de ellos iniciaran una reyerta
en la calle con un chico que pasaba tranquilamente por allí. El único que se percató de la delicada
situación fue A. M., quien no dudó en interponerse entre el chaval y los más de veinte calés. Al ver
al vigilante, uno de los atacantes sacó una enorme navaja de la cintura y saltó contra éste. Su actitud
fue secundada por el resto de sus compañeros; en cuestión de segundos, decenas de personas armadas
con <<pinchos>> persiguieron al de seguridad con la intención de darle caza. Él se parapetó tras un
coche y, sacando su revólver reglamentario, repelió la agresión. Resultado: dos gitanos acabaron
heridos de bala. La noticia corrió como la pólvora entre nosotros y salió publicada en los medios de
comunicación; en el juicio se apreció la legítima defensa y A. M. salió absuelto, aunque eso no evitó
que fuera amenazado de muerte y autorizado por la policía a portar su revólver incluso estando libre
de servicio.
Esto supuso una anécdota más entre todas las que A. M. protagonizó trabajando para Roberto.
Durante años, lo acompañó en sus viajes y le sirvió fielmente como persona de absoluta confianza...
hasta que pidió lo imposible y todo se volvió contra él.
Un buen día, se enteró de que a los vigilantes que desarrollaban su responsabilidad en el resto de las
empresas del sector les abonaban horas extras, tres pagas extraordinarias y... ¡estaban asegurados! Y
tuvo la <<desfachatez>> de reclamarle a Roberto que igualara sus condiciones laborales con las de
éstos. Aquello fue poco más que un intento de motín para el jefe de Levantina de Seguridad, quien
comenzó a mandar circulares internas a todos los empleados explicando que él pagaba más que nadie
y que aquellos que no lo veían así eran traidores al espíritu de la <<familia>>. A A. M. no le quedó
más solución que afiliarse a Comisiones Obreras y reclamar por vía judicial aquello que le pertenecía
y le negaban; varios vigilantes más, entre ellos José Rodríguez Martínez, alías el Sevillano, siguieron
sus pasos y exigieron, vía CC.OO., sus derechos legales. Roberto no podía consentir esa desfachatez
y optó por quitarlos del mapa.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
160
P. B., Batman para la <<familia>>, estaba como vigilante de Levantina de Seguridad desde hacía
unos años. Se jactaba de haber luchado como mercenario en el Congo belga y en pocos meses se ganó
el dudoso honor de ser el miembro de Levantina de Seguridad contra el que se habían presentado
mayor número de denuncias. A su jefe todo esto le gustaba. Él quería tener a la gente enganchada y
sabía que cuantos más juicios tuvieran pendientes, más fácil sería dominarlos. En muchas ocasiones,
el jefe había solicitado favores especiales a Batman.
P. B. tenía un salón de máquinas recreativas en Alcira y, un buen día, denunció que estos dos
compañeros habían acudido a su negocio armados con recortadas y le habían robado seis millones de
pesetas. No tenía la mínima duda, habían sido ellos. Roberto dio aviso a la policía y, días después, un
grupo de geos los detenían cuando entraban en un hospital. Su antiguo jefe comunicó a los mandos
policiales que se trataba de dos individuos muy peligrosos y que seguramente irían armados.
En lo que no habían caído los denunciantes es que el día en que Batman juraba y perjuraba haber
contemplado como sus dos ex colegas lo atracaban, A. M. se encontraba muy lejos del lugar de los
hechos y con multitud de testigos dignos de toda fiabilidad. El asunto fue archivado y se inició una
investigación judicial para resolver si podía haberse tratado de una falsa denuncia. Batman, asustado,
intentó suicidarse.

Capítulo VIII

Paralelamente al discurrir de Levantina de Seguridad, la vida ultra seguía su ritmo.


En 1995, tenía plena conciencia de que Roberto era un manipulador nato y un individuo sin
escrúpulos. Por mi parte, me limitaba a trabajar en su empresa lo mejor posible y a seguir el curso de
los acontecimientos sociales desde un discreto segundo plano.
Pero habían pasado bastantes años desde el hundimiento de las opciones de extrema derecha
tradicionales y, en el <<mundillo>> se apreciaban tímidos intentos de formar algo nuevo.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
161
La Alianza para la Unidad Nacional de Ynestrillas supuso el pistoletazo de salida de los intentos por
hacer resurgir lo que permanecía dormido desde hace una década. A este esbozo político se unieron
otros, y aunque sabíamos que la labor sería ardua, muchos comenzamos a ilusionarnos, con el
convencimiento de que, al final, alguno acabaría fraguando.
Que las organizaciones de tipo patriótico estaban de capa caída era evidente; que se encontraban
profundamente fragmentadas, también. Pero lo cierto es que, después de un prolongado letargo,
comenzaban a activarse.
Por una parte, las diversas ramas falangistas, inmersas en plenas batallas internas, intentaban
encontrar el ansiado <<mesías azul>> y, de paso, copar las perspectivas de la <<juventud nacional
revolucionaria>>; por otra parte, los últimos residuos del franquismo, personificados en la perdurable
imagen de Blas Piñar, entendían que cualquier nuevo partido que se ideara tendría que pasar
indiscutiblemente por ellos. Y, entre tanta intriga, los únicos que obraban en silencio, ocupando
posiciones, eran los veteranos dirigentes nazis de Cedade: éstos acababan de hacerse con la directiva
de Democracia Nacional y seguían queriendo encuadrar a personas afines en el resto de las
organizaciones <<fachas>>. Después de más de medio siglo de su derrota en los campos de batalla, y
conocedores de que en España algo de lo que se urdía acabaría por solidificar, tenían decidido
participar seriamente en la escena política, aun a sabiendas de que les tocaría dejar el traje de lobo en
el baúl de los recuerdos y mostrar a la sociedad el de apacibles ovejitas.
La segunda mitad de los noventa partía, pues, con nuevas ideas. Todas las formaciones soñaban con
arrancar parte de ese 13 por ciento del electorado que, según el CIS, se encontraría dispuesto a votar
alguna opción de las representadas por los partidos de la ultraderecha hispana. Para no desguarnecer
ningún flanco, las iniciativas abarcaban desde las posiciones más radicales de la derecha arcaica hasta
las allegadas a lo que podría entenderse como afín a la extrema izquierda social, pasando por las
organizaciones católicas y las que hacían un guiño al mundo islámico. La ensalada de gustos estaba
sobre la mesa, sólo faltaba esforzarse en serio para lograr frutos.
Una mañana recibí una llamada desde Madrid. Se trataba de mi amigo Fernando. Él me presentó a
Ynestrillas, a García Juliá y a muchos otros. Desde su puesto en la FE-JONS, conocía a las grandes
figuras ultras. Me alegré al escuchar su voz.
-¡Oye, Juan! -explicó-. Este sábado voy a estar en Valencia; tenemos una comida prevista con la
delegación provincial de la Falange y acudirá el nuevo jefe nacional.
-¿El nuevo jefe nacional? -repetí extrañado-. ¿Y con Diego Márquez qué ha pasado? ¿Ya no ocupa la
jefatura?
-¡Joder, tío! ¡No estás al día! A Diego lo echamos hace tiempo de su puesto, aunque sigue
incordiando.
-¿Y eso?
-No supo reconocer su derrota en las elecciones internas, y se marchó con sus partidarios a otra
sede. Pero con Gustavo vamos a levantar cabeza. ¡Es un tío cojonudo! -afirmó pletórico.
-¿Has dicho que se llama Gustavo?
-Sí, Gustavo Morales. Es periodista y viene de los <<feos>>, pero se trata de una persona inteligente
y con ganas de hacer cosas.
Sentí sorpresa al escuchar que provenía de la Falange Española Auténtica (FEA), los <<feos>>, en
nuestro argot. Los miembros de este sector falangista se enorgullecían de haber sido perseguidos por
el régimen franquista y en su activismo contra éste desde la clandestinidad. Durante los duros años
de la transición, ornamentaron sus locales con retratos del Che, junto al de José Antonio, y se decía
que llegaron a desfilar en Cuba delante de Fidel Castro, e invitados por éste.
La FEA se trataba de una de las múltiples ramificaciones de la histórica Falange. Además, estaban la
Falange Española Independiente (FEI), el Movimiento Falangista (MF), las Falanges Gallegas
(FF.GG.) y una larga lista de grupos similares, alguno de ellos con una militancia mínima.
En ocasiones pensaba que, con tanta profusión de siglas, semejábamos más una aventura de
<<Mortadelo y Filemón>> que una opción política concreta.
-¿Gustavo es de fiar, o no será demasiado <<rojillo>>? -inquirí.
-Tiene sus cosas, pero es una persona íntegra. Bueno, ¿te apuntas a la comida?
-¡Venga! ¡Conforme!
-¡Estupendo! Tómate nota: a las doce del mediodía, en la esquina de la calle Garrigues con la plaza
del Caudillo.
-Vale, lo apunto. ¿Puedo llevar algún amigo?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
162
-¡Claro! ¡Y cuantos más, mejor! De acuerdo, entonces. Hasta el sábado. ¡Arriba España!
-¡Arriba siempre! –respondí, a la vez que colgaba el auricular.
<<¡Bueno! -pensé-. Parece que vuelven los viejos tiempos.>>
El día acordado llegué a la cita acompañado por Julio, un estudiante de Derecho con el que
mantenía una gran amistad. A los pocos minutos, observé que Fernando se aproximaba por la acera.
Venía seguido por otras tres personas. Al llegar a mi altura, se detuvo y nos dimos un abrazo. Luego
se apartó y me presentó a sus acompañantes. A dos los conocía y sabía que militaban en la FE-JONS;
por lógica, supuse que el tercero sería el flamante jefe nacional.
-Juan, te presento a Gustavo Morales -indicó mi amigo.
Mientras nos estrechábamos la mano, contemplé a aquel hombre de espeso mostacho, cuya edad
rondaría los cuarenta y pocos. Me satisfizo: miraba directamente a los ojos.

-¡A tus órdenes, camarada! ¡Arriba España! Es un honor conocerte -articulé.


-¡Arriba Siempre! Por mi parte, también es una satisfacción. Sé de ti por Fernando. Espero que esta
jornada sea fructífera y podamos encontrar, entre todos, una luz de esperanza en el futuro de la
Falange. Sé lo mucho que habéis trabajado los de tu generación, y lo que han jugado con vuestras
ilusiones, pero ha llegado el momento de unirnos y retomar el camino que en su día iniciara José
Antonio -afirmó serenamente.
-¡Dios te oiga, Gustavo! ¡Ojalá que esta oportunidad sea la buena!
-Trabajaremos para que así sea -sentenció-. Hemos quedado con el resto de los camaradas en un
local de la playa. ¿Nos acompañáis?
-¡Por supuesto! ¡Para eso hemos venido!
Subimos en un par de coches y nos dirigimos al paseo de Neptuno, a uno de los espléndidos
restaurantes de la zona. Allí habían quedado con la militancia valenciana de la Falange en pleno.
-¿Conoces a Ramón? -me interrogó Fernando.
-No. ¿Quién es? Entiende que desde hace años estoy apartado del tema. De hecho ignoraba que
quedaran afiliados. ¿Son muchos?
-El número es lo de menos -intervino Gustavo-. Lo importante es que los que seamos, muchos o
pocos, nos comportemos de forma íntegra y seamos capaces de hacer cosas útiles. Respondiendo a tu
pregunta anterior: Ramón es el que realiza provisionalmente las funciones de jefe provincial. En
total, son unos diez camaradas. Todavía no lo conozco personalmente, pero hemos hablado bastante
por teléfono.
Al escuchar esa cifra, se me cayó el alma a los pies. ¡Diez! Recordaba que tan sólo una década atrás,
la delegación de Valencia se enorgullecía de contar con tres mil fichas, y eso sin incluir a las
juventudes, que llegaron a sumar casi un millar. ¿Dónde estaba toda esa gente? Gustavo Morales
percibió el desencanto en mi rostro y, como si hubiera sido capaz de leerme el pensamiento, explicó:
-Piensa que antes los ficheros no estaban al día y en ellos estaban incluidos camaradas muertos o
algunos que habían cursado la baja, pero nunca llegó a tramitarse. Además, unos se han
<<quemado>>, otros están en sus casas, esperando que aparezca un nuevo líder por obra y gracia de
Dios, y otros han sufrido una transformación total de ideas y se han metido en el PP, e incluso en el
PSOE. De hecho, Ramón viene de ese partido. Los malos tiempos tienen algo de positivo: sirven para
filtrar a los buenos militantes de aquellos que vinieron porque era una moda. Eso no quita que en el
camino se haya perdido gente valiosa y una parte de la juventud se desgastara realizando acciones
violentas, más en la línea de la extrema derecha que en la nuestra propia. Es el momento de
quitarnos ese lastre e iniciar la búsqueda de los verdaderos objetivos nacional sindicalistas.
En medio de la charla, llegamos al destino. Estacionamos los vehículos y nos encaminamos al punto
de reunión. Franqueábamos el umbral de una conocida casa de comidas, cuando Fernando señaló
hacia una mesa con vistas al mar.
-¡Ahí están! -anunció.
Dirigí la mirada hacia donde indicaba, y contemplé por primera vez a los nuevos camaradas
valencianos. ¡No conocía a nadie! Me llamó la atención que rompían los estereotipos típicos de años
atrás: ninguno llevaba fijador ni cazadora negra de piel. Por el contrario, se les percibía como gente
de lo más normal. La mitad eran estudiantes; el resto, hombres y mujeres de treinta y algo.
Se pusieron en pie al vernos llegar, y uno de ellos saludó a Morales con un efusivo apretón de
manos.
-Encantado de conocerle. Soy Ramón.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
163
-Mucho gusto, estoy muy orgulloso de la labor que estás desempeñando.
Posteriormente, Gustavo fue saludando al resto de los presentes. Durante la comida se habló sobre
las perspectivas de la delegación y la dificultad que suponía partir de cero. En la conversación
quedaron claras dos opciones diferentes de afrontar el asunto: la de Ramón y la mía.
Él creía que la forma idónea de afrontar con éxito el cargo debía basarse en captar a antiguos
militantes y en seguir, punto por punto, las directrices que marcaran desde Madrid. Por mi parte,
pensaba que la jefatura nacional debería darnos un cierto margen de autonomía, para así volcar todo
nuestro esfuerzo en la labor política y de captación. Gustavo Morales se percató de las diversas
opiniones y optó por una decisión salomónica: se realizaría, lo antes posible, una votación en la cual
debería salir elegido un jefe provincial. Decidí presentarme.
Con esa determinación concluyó la pitanza. Finalizada ésta, nos despedimos de los camaradas de
Madrid y quedé con los de Valencia, que, fuera cual fuera el resultado de los <<minicomicios>>, los
acataría.
Las semanas siguientes supusieron un enorme cantidad de trámites burocráticos: me volví a afiliar a
la Falange, presenté oficialmente la candidatura, basándome en los estatutos, y realicé un sinfín de
papeleos. El día de las elecciones, tras el recuento de apenas una docena de votos, mi opción resultó
vencedora por un escaso margen. Desde ese instante, era oficialmente el jefe provincial de la FE-
JONS. Por fin podría poner en práctica mis proyectos.
Uno de los primeros en felicitarme fue Roberto. Me citó en su despacho y brindó su apoyo y el de
<<la familia>> para colaborar en lo que hiciera falta. Le agradecí el detalle, pero lo rechacé. En
política se predica con el ejemplo, y el suyo no era el mejor.
Pero mi victoria significó una ruptura en la residual organización local. Los partidarios de mi rival
volcaron sus esfuerzos en captar simpatizantes para repetir las votaciones, y en Madrid,
sencillamente, estaban más preocupados por asegurar el riguroso cumplimiento de los estatutos que
por hacer política propiamente dicha. De una expectativa revolucionaria contracapitalista, nos
habíamos transformado en un embrolloso entramado burocrático que perdía el tiempo en papeleos
absurdos, en lugar de buscar estrategias de acción.
Para la jefatura nacional, el problema que se había planteado en Valencia representaba una
<<contrariedad de provincias>>. Pronto comprendí que el centralismo seguía muy arraigado y
constituía una fuerte traba para avanzar en nuestra labor.
En la capital no acabó de sentar bien mi nombramiento. Para los nuevos dirigentes de Falange, mi
pasado en las huestes de Piñar y en Primera Línea era un riesgo.
Varios chavales valencianos se volcaron en cuerpo y alma en la delegación y gracias al esfuerzo de
Julio, Alfredo y Luis, en poco tiempo conseguimos realizar actos públicos e incrementar la militancia
en más de un centenar de personas.
Una tarde Fernando informó que el próximo fin de semana estaba previsto el congreso anual de la
Falange. Tendría lugar en el hotel Convención de Madrid y deberíamos enviar dos compromisarios.
Se decidió que fuéramos, por Valencia, Julio y yo.
En la fecha prevista, acudimos con ilusión. Para ambos constituía una nueva experiencia, y
participar nos llenaba de orgullo.
Durante dos días permanecimos enclaustrados. Cada provincia aportó dos camaradas, de modo que,
junto con los alcaldes y concejales electos, sumábamos casi un centenar de asistentes. Las reuniones
se desarrollaron en una de las salas de que dispone el complejo. La nuestra estaba situada en el
sótano, y las deliberaciones nos ocuparon el sábado completo y el domingo hasta media tarde.
El uniforme oficial, prohibido en zonas comunes del hotel, constaba de la camisa azul mahón con el
yugo y las flechas; aunque ahí fue donde realmente se percibieron las diversas tendencias: algunos la
portaban marcialmente, otros, adornadas con pins del Che, y los del sector ultra progre, con el
cantante de La Mode, Fernando Márquez y el hermano de Pablo Carbonell al frente, simplemente,
<<pasaban>> de esa prenda.
Contábamos con todos los alicientes para proyectar una estrategia de futuro, pero no ocurrió así. A
lo largo de todas las asambleas, se trataron asuntos triviales y se llegaron a una serie de compromisos
absurdos. Se aprobó que el emblema continuase siendo el tradicional del yugo y las flechas, aunque
se modificó el diseño: a partir de ese momento, sería ovalado, en lugar de estilizado. Se aprobó
también que el cargo de jefe nacional no pudiera ocuparse durante más de ocho años, y alguien
propuso que, en este punto, el acta debería recalcar: <<Esa norma se aplicará salvo que aparezca un
nuevo José Antonio>>.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
164
La lista de acuerdos alcanzados no tenía fin, pero ninguno de ellos suponía una modernización real
del mensaje que pretendíamos transmitir; al contrario, cada uno pensaba distinto del otro, no existía
cohesión. Con tremendo pesar, comprendí que la Falange, tal como la concibiera el Jefe y aunque
nos negáramos a reconocerlo, había muerto. Lo lamentable era que, en su patética agonía, nos
arrastraba a todos.
El regreso a casa fue triste, porque siempre lo es cuando vienes de un funeral. Habíamos acabado
convertidos en una caricatura de lo que soñamos ser, en una especie de secta que se reunía en los
sótanos para ocultarse de las miradas ajenas. El loable fin de salvar a España resultaba absurdo en
nuestras manos, cuando carecíamos del poder de preservarnos nosotros mismos.
Días más tarde transmitimos a la delegación de Valencia nuestras impresiones y, tras analizarlas,
optamos unánimemente por formar un nuevo partido político. Puesto que nos cortaban los caminos,
crearíamos los propios.
Durante semanas nos reunimos a diario buscando la fórmula novedosa que nos permitiera
implantar algo capaz de aunar voluntades y esfuerzos. No paramos hasta que presumimos
encontrarlo.
La nueva organización se basaría en los siguientes puntos.
No nacíamos para dividir, sino para intentar unificar todas las personas e ideologías más o menos
afines en dos ideales elementales: salvaguardar la unidad de España y la justicia social.
La base ideológica sería la que considerábamos más humana y perfecta: el nacionalsindicalismo,
aunque éste serviría únicamente de núcleo, no contemplábamos apartar a nadie con otras tendencias
ni competir para ver quién era el grupo más afín al discurso joseantoniano. Descartábamos de plano
la violencia; queríamos entrar en el juego político siguiendo todas las normas del sistema.
Con estos planteamientos, iniciamos el proyecto. Sólo faltaba legalizarlo y comenzar a actuar.
Roberto, siempre al tanto de todo, nos proporcionó una copia de los estatutos de la FE–JONS. Con
eso y las informaciones que nos facilitó el Ministerio del Interior, nos pusimos en marcha.
En primer lugar teníamos que encontrar una denominación. Se nos ocurrió llamarlo <<Falange
Española–Frente Nacional Sindicalista>> (FE-FNS). Lo de <<Falange>>, porque necesitábamos un
título que no condujera a equívocos y que nos permitiera captar en poco tiempo una base social que
sirviera de eje al resto. Entendíamos que con este nombre compuesto podríamos alcanzar la meta
máxima de mil afiliados. Pensábamos autodisolvernos tiempo más tarde, y renacer luego con una
marca distinta. En el intervalo, utilizaríamos el término FNS.
Dicho y hecho, nos pusimos a la acción. Alfredo y Luis se encargaron de buscar jóvenes dispuestos a
afiliarse. No queríamos cabezas rapadas, sino chicos normales que amaran a su patria y sintieran que
los partidos actualmente en el poder no colmaban sus expectativas.
Con este propósito, organizamos varias fiestas en pubs, que atrajeron a centenares de chavales de
todas las clases sociales.
Independientemente de este paso, iniciamos conversaciones con antiguos militantes de Fuerza y
Falange. Ahí encontramos mayores reticencias, aunque conseguimos que algunas docenas de
históricos vinieran a nuestras filas.
Faltaba la legalización y... ¡el símbolo! No resultó difícil encontrarlo. Sería algo de siempre, aunque
poco conocido. Elegimos la <<garra hispánica>>. Su origen era incierto. Se contaba que, a finales de
los años veinte, Ramiro Ledesma paseaba por un pueblo castellano cuando observó una imagen de
piedra grabada sobre un portal medieval: la imagen mostraba la zarpa de un oso pardo, aunque,
según otros, era la garra de un águila. Lo cierto fue que Ledesma quedó impresionado y, cuando, más
tarde creó las JONS, la utilizó como emblema, añadiéndole como fondo el sol naciente. La
simbología estaba clara: la zarpa representaba a España, situada sobre un fuerte amanecer de futuro
imperial. Luego, la <<garra hispánica>>, pues así se la denominó, quedó arrinconada con la
adaptación del yugo y las flechas, distintivo de los Reyes Católicos y de la unidad nacional.
Contábamos con casi todos los requisitos legales a punto; sólo faltaba el domicilio social, y
emprendimos su búsqueda.
De nuevo, el jefe estaba al tanto, y me telefoneó. Quedé en su despacho en pocos minutos.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
165

Inscripción en el Registro de Partidos Políticos del partido Falange Española Frente Nacional-Sindicalista.

-Me han informado que habéis acabado los estatutos del partido. ¿Es correcto? -soltó de sopetón.
-Sí, únicamente falta el local y protocolizar la documentación.
-¿Dónde pensáis establecer la sede?
-Pues la verdad es que estamos indagando pisos modestos. Hemos visto alguno, aunque nada
definitivo.
-Voy a ir al grano. Perteneces a <<la familia>>, y aunque has ido por tu cuenta en este asunto,
supongo que no lo habrás hecho con ninguna mala intención. Verás, las oficinas actuales se han
quedado pequeñas para Levantina de Seguridad, y en breve nos trasladaremos a un enorme local que
he arrendado cerca de aquí, con lo que éste quedará vacío. No pienso dejarlo, porque estoy pagando
renta antigua y es un <<chollo>>. Si quieres, os lo puedo ceder.
Me sorprendió su oferta, máxime sabiendo que nunca hacía algo por nada.
-Mira, José Luis -expuse diplomáticamente-, te lo agradezco, pero sabes que no causas demasiadas
simpatías en el <<mundillo>>, y quizá tu propuesta no sea bien recibida.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
166
-¡Coño, pues para eso estás tú! ¡Convénceles! Además, no quiero saber nada del tema. Bastante lío
tengo. Confío en ti, os presto el local sin pedir nada a cambio, siempre y cuando sigas encargándote
personalmente del asunto.
-Transmitiré al resto de camaradas tu oferta, y ya veremos. Haré lo que pueda.
-Conforme. De aceptarla, el piso estará disponible en un par de meses, hasta entonces podéis
realizar las reuniones en el chaletito que utiliza una de mis empresas. Llamaré a Ángel Mayor y le
diré que prepare la sala de reuniones.
Salí impresionado. ¿Sería capaz de hablar en serio?
Aquella noche quedé a cenar con el resto y les expuse la propuesta.
-¡Ni hablar! -dijo Rafa, ex de Fuerza-. ¡Ese tipo es un oportunista y nos dará la patada! ¡Sólo busca
controlarlo todo!
Pero había opiniones divergentes, y se decidió aprobar el ofrecimiento. Garanticé que, en caso de
peligrar nuestra independencia, abandonaríamos la casa.
-No hay que afiliarlo jamás, ese tipo hunde lo que toca -advirtió uno.
A la mañana siguiente, telefoneé al jefe y le comuniqué lo acordado. Se alegró, y dijo que,
anticipándose al resultado, había llamado a Mayor, a fin de informarle que ese mismo viernes
iríamos a realizar la primera asamblea. Evidentemente, él acudiría de observador.
Tanta prisa me desconcertó. Pensé que querría ponernos a prueba para comprobar si contábamos
con un número suficiente de gente. Faltaba menos de setenta y dos horas para la cita, y nadie estaba
avisado.
Ese mismo día citamos a los simpatizantes. Teníamos que demostrar lo capaces que éramos de
juntar una gran cantidad de personas sin recurrir al chantaje ni a la maldita <<familia>>.
Con el último requisito completado, solicitamos hora ante el notario para formalizar el legajo.
Mientras la documentación viajaba hacia Madrid, llegó el esperado viernes. Las jornadas anteriores,
durante las que realizamos cientos de llamadas, supusieron un intenso ajetreo. Todos estaban
emplazados, sólo faltaba que acudiesen. Y lo hicieron en masa.
Una multitud de muchachos abarrotaron el aula que Roberto puso a nuestra disposición. En ese
primer encuentro, Julio, Luis, Alfredo y yo nos presentamos y expusimos las líneas del nuevo
partido.
Roberto, como espectador de lujo, no perdió ripio. Al finalizar la charla, comentó lo
tremendamente impactado que había quedado por nuestra capacidad de convocatoria.
A partir de ese instante, marcamos la disciplina de una reunión por semana, y un buen día acaeció
lo que jamás imaginamos: un nutrido grupo de cabezas rapadas hizo su aparición en una de las
asambleas. Al cabecilla lo conocía de vista: se llamaba Lucas, aunque lo apodaban el Indio. Venía de
las filas de Acción Radical y desde hacía poco trabajaba en Levantina de Seguridad. Jamás lo traté,
pero al hacerlo me sorprendió: pese a su apariencia externa, se trataba de un chico culto, educado y
bastante formado políticamente. Entablamos diálogo y le pregunté el porqué de su presencia cuando
defendíamos postulados tan diferentes.
- Roberto dijo que os reuníais aquí, y decidimos venir a ver lo que hacíais. La verdad es que estamos
un poco hartos de ser vistos como una <<tribu marginal>>, y contemplamos la posibilidad de hacer
algo serio -explicó.
-Aquí no cerramos las puertas a nadie, pero debes saber que rechazamos la violencia. No obstante,
si queréis trabajar legítimamente, por mi parte no tengo inconveniente.
-Ya contábamos con eso. Tenemos ganas de perseverar en nuestra misión y, aunque vosotros no
seáis nacionalsocialistas, sí que compartimos similar afán nacional revolucionario. Por el tema de la
violencia no te preocupes, a pesar de mi atuendo skin, soy una persona de lo más tranquila y creo
que mediante la palabra se convence a la gente.
Con el tiempo comprendería que Lucas no mintió en lo que me dijo. Jamás conocí a un cabeza
rapada más sensato y honesto. Quizá por eso meses después abandonó su estética, que no sus ideales,
y se apartó de mundo skin, que sólo podía acarrearle problemas. En Diario de un skin, Antonio Salas
elogió los valores de muchos cabezas rapadas, y los lectores poco familiarizados con el mundo de la
extrema derecha le criticaron por ello. Pero yo puedo dar fe de que, entre toda esa maraña de
violentos descerebrados, existen jóvenes muy valiosos y lúcidos.
-Supongo que, como nazis, seréis europeístas. Te lo matizo, porque el resto, en general, somos ante
todo españoles. No quisiera que existieran enfrentamientos –le advertí.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-Efectivamente, somos europeístas y creemos en la grandeza de Europa, pero estamos dispuestos a
trabajar codo con codo por un proyecto de futuro. Además, este partido está germinando, y siempre
supone un orgullo participar en el nacimiento de algo nuevo.
-Entonces, quiero que sepas que estaré encantado de contar con vosotros. ¡Arriba España!
-Sieg Heil! -fue la respuesta.
A partir de aquella ocasión, pude hablar en muchos momentos con los jóvenes neonazis.
Anteriormente los había tratado, pero siempre en locales de ocio, o habían sido antiguos amigos
reconvertidos en nacionalsocialistas. Conocerlos de cerca supuso una experiencia importante.
Comprendí que pude haber sido uno de ellos, si hubiera nacido unos años después de cuando lo
hice. En mis inicios políticos, aquellos que sentíamos inclinaciones patrióticas podíamos optar por
afiliarnos a Fuerza, a la Falange o incluso a Cedade, donde, salvo excepciones, los militantes rehuían
el empleo de la fuerza. Ahora, sin embargo, desaparecidas estas organizaciones, sólo les quedaba la
salida de transformarse en patéticos skins, desarraigados y marginales.
Pasé muchísimos días charlando en compañía de los cabezas rapadas, y charlando con ellos advertí
dos tipos de personalidades totalmente diferentes: Los camorristas y los idealistas. Suscribo las
opiniones de Antonio Salas en Diario de un skin. Violentos, pendencieros e idealistas patriotas
conviven en la tribu urbana de los cabezas rapadas. La mayoría formaba parte de los primeros, y con
ellos no había nada que hacer. Odiaban a los inmigrantes, a los homosexuales, a los rojos, a los
<<fachas>>, ¡a la humanidad al completo! Sus únicos temas de conversación eran la <<Europa
blanca>>, la <<pureza aria>> y el odio a lo judío. Lo curioso es que ninguno de ellos tenía la
apariencia física que se atribuye a un ario puro. Es más, estéticamente eran chaparros y feos.
Al principio intenté explicarles lo absurdo de su odio hacia los musulmanes. Al fin y al cabo, no
fueron pocos los profesantes de ese credo que combatieron voluntariamente, formando parte de las
tropas del III Reich. También les señalé lo injustificado de su inquina contra los homosexuales.
Himmler, el lugarteniente de Hitler y jefe supremo de las SS, lo era, y siempre gustaba de catar a
jóvenes teutones. Pero de dónde no hay, no se puede sacar, así que decidí dejar las obras de caridad
para las monjas carmelitanas, y opté por limitarme a aconsejar a los skinetes idealistas. Con la ayuda
del Indio, logramos convencer a algunos de lo erróneo de su forma de lucha y de lo interesante que
resultaría su integración con nosotros.
He de reconocer que a ninguno logré apartar de sus particulares creencias nazis. Puede incluso que
ni lo intentara. No soy maestro de nada: mis consejos consistieron en destacar lo absurdo del empleo
sistemático de la fuerza y la oportunidad que se les brindaba de luchar por unos ideales desde la más
estricta legalidad, aunque ésta no fuera la que nosotros habíamos elegido.
En el primer mes y pico de reuniones, logramos captar a más de doscientas personas, la mayoría
entre los veinte y los treinta años de edad.
A principios de julio volvió a llamarme Roberto. Tenía una idea genial y quería hacerme partícipe
de ella. Quedamos a comer en un restaurante próximo a Levantina de Seguridad.
-Tengo una buena noticia para ti -anunció nada más verme-. Este mes nos vamos a las nuevas
instalaciones. La mudanza comenzará de inmediato y supongo que dentro de un par de semanas
habrá concluido.
-¡Vaya! ¡Qué bien! Nos hacía mucha falta el local. Es un fastidio reunirnos en un chalecito tan
apartado.
-Sí, pero no te he hecho venir por eso, ¿Crees que para este 18 de julio estará legalizado vuestro
partido?
-Pues... Supongo… Hace un mes que presentamos los papeles... ¿Y eso?
-¡Propongo que realicemos una marcha con antorchas! Tengo el sitio adecuado y la prensa se hará
eco de la noticia.
Pasó a exponerme su ocurrencia.
-He estado informándome en Delegación de Gobierno, y no es imprescindible un partido político
para ejercer el derecho a manifestarse. Realmente puede hacerlo cualquiera presentando un DNI. La
ley únicamente contempla unos plazos para notificar a las autoridades el recorrido y demás. Es
importante que se haga en esa fecha y que sea un éxito de asistencia. Por mi parte, he hablado con
una periodista de El Levante, que cubrirá en exclusiva la noticia, y supongo que nos tratará bien.
-¿Es de fiar? -pregunté.
-¡No! ¡En absoluto! ¡Ningún periodista lo es! Interesa que se hable del asunto; bien o mal, pero que
se hable. Pilar García del Burgo es la más roja de entre las rojas, pero una buena profesional.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-¿Dónde has pensado realizar el acto?
-En Serra. Salva Gamborino veranea allí y conoce a la Guardia Civil. Ese día harán la vista gorda.
-De acuerdo, José Luis, transmitiré tu iniciativa, y ya te digo algo...
-Pero que sea rápida la respuesta, necesitamos avisar a la gente. Si eso, encárgate de llamar a los
tuyos, y yo pasaré una circular a los de Levantina de Seguridad. Tenemos menos de diez días.
Nadie puso reparos a la propuesta. Únicamente advirtieron que Roberto sería considerado como
uno más, y si, por una de ésas, pretendía dirigir el cotarro, cancelaríamos el acto ipso facto.
Nos pusimos en acción e iniciamos los preparativos. Roberto acató de modo sumiso las advertencias,
quizá demasiado mansamente. Mediante memorando interno convocó a sus empleados; nosotros
hicimos lo mismo con los nuestros. En el fondo existía una rivalidad no declarada entre <<la
familia>> y nosotros, para ver quien ostentaba un mayor poder de convocatoria.
La tarde del 18 de julio una fila de coches, seguidos por un autocar, partió desde el centro de
Valencia hacia el pueblo. Más de doscientas personas vestidas con camisa azul marchamos al que
sería nuestro primer acto importante. En la población realizamos una cena de hermandad hasta la
medianoche. Tras los postres, Pilar García del Burgo entrevistó a dos de los dirigentes del nuevo
partido, entre los que estaba yo.
A continuación comenzó el recorrido con antorchas por las calles de la villa. Los vecinos
observaban asombrados aquella multitud que caminaba en silencio por las principales arterias de la
localidad.
-¿Qué santo se celebra hoy? -preguntó alguno.
¡No era para menos! Observar desfilando por la noche a varios centenares de jóvenes uniformados,
en el más riguroso mutismo y portando hachones, llevaba a equívocos.
-¡Son los de la Falange! -musitaban otros-. ¿No ves el color de sus camisas?
-¿Pero todavía existen? -comentó alguien.
Los vecinos observaban el espectáculo entre sorprendidos y confusos. Alguno pidió que nos
fuéramos a nuestras casas; más de dos demandaron afiliarse, y la inmensa mayoría sencillamente nos
contempló con curiosidad.
Consumamos el lance frente a una lápida en memoria de los caídos, adosada en el muro de la
iglesia. Luego de un pequeño discurso en homenaje a las víctimas de ambos bandos, entonamos el
Cara al sol y finalizamos dando vítores a España. Ahí concluyó todo. Al romper filas, salimos por los
bares de la localidad a charlar amistosamente con los vecinos.
La manifestación resultó un éxito, sobre todo para los que dirigíamos el nuevo partido. De la
totalidad de concurrentes, menos de una docena pertenecían a Levantina de Seguridad.
Al día siguiente, el rotativo El Levante sacó un artículo donde, con el título <<Con rancio sabor
fascista>>, García del Burgo explicaba su visión personal sobre el evento.
Aquel reportaje nos dio publicidad y, en las semanas siguientes, me realizaron varias entrevistas en
otros medios de comunicación. Una tarde llamó a la sede una
Juanma Crespo Memorias de un ultra
169

Manifestación celebrada por Falange Española Frente Nacional-Sindicalista por Valencia.


periodista. Necesitaba hablar conmigo con urgencia. La cité para el día siguiente.
A la hora exacta hizo aparición. Se trataba de una chica menuda, de aspecto actual. Me percaté que
se sentía incómoda en el local. Eso de entrar en una sede <<fascista>> debe de resultar difícil para los
profanos en el tema. Nos presentamos y empezamos directamente a tratarnos de tú.
-¡Hola! Me llamo Paula -dijo tendiéndome la mano.
Percibí el temor en sus gestos y decidí que la conversación quedaría más grata en un medio neutro.
-Encantado de conocerte, Paula. ¿Prefieres que charlemos mientras tomamos un café? Aquí cerca
hay una cafetería donde los preparan bastante bien.
-¡Oh! ¡Perfecto! Sí, casi mejor... Estar aquí me resulta un poco violento -indicó señalando las
banderas situadas junto a la puerta.
Nos sentamos en la terraza del bar e iniciamos diálogo.
-Bueno, Paula, tú dirás...
-Verás, pertenezco a una productora de televisión privada llamada Producciones 52. ¿Te suena?
-Pues la verdad que no... Pero, ¡vamos!, tampoco soy un experto en ese mundo -manifesté
intentando excusarme.
La periodista prosiguió con su explicación.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
170
-Supimos de vosotros por la prensa y pensamos que quizá os interesaría llegar a un acuerdo con la
productora. ¿Cuántos sois en el partido?
-Unos mil -disparé tirándome un farol.
-¡Mil! -repitió-. Sois muchos, ¿no? ¿Contáis con skins entre los afiliados?
-Alguno hay... Aunque pocos. La verdad es que preferimos prescindir de ellos, salvo excepciones
justificadas -manifesté.
Comenzamos a hablar sobre el partido; le conté que el 17 de julio habíamos ido por el Ministerio
del Interior y que acabábamos de recibir los documentos que nos acreditaban. Expresé nuestra
intención de hacer política en serio y el apoyo con que contábamos en determinados sectores.
Realmente, de las cuotas de los doscientos y pico de afiliados sacábamos menos de cincuenta mil
pesetas al mes. Para poder comprar material, tuve que pedir un préstamo personal de medio millón
de pesetas, en Bancaja, avalado por mi mujer, que de <<facha>> no tenía nada. Roberto prometió el
oro y el moro, pero sólo aportó el rótulo luminoso que colocamos en la fachada, y cuyo precio no
superaba las doscientas mil pesetas. Luego inició una campaña forzosa de afiliaciones entre el
personal de su empresa, que logró reunir unas veinte mil pesetas mensuales en recibos domiciliados.
En total, sumaban unas setenta mil, que se convirtieron en ciento veinte mil, cuando incrementé mi
cuota mensual en cincuenta mil.
Omití contar estos detalles y vendí la idea de fortaleza que pensábamos transmitir. Paula seguía con
atención todas mis afirmaciones, con la boca abierta. Finalizada mi explicación, tomó la palabra.
-Verás, Juan... La verdad es que estoy un poco sorprendida después de haberte tratado. Tenía otra
idea formada sobre vosotros... Creo que lo que voy a proponerte puede resultar interesante.
-Soy todo oídos.
-Producciones 52 realiza trabajos para diversas televisiones. En Valencia, colaboramos con Canal
Nou, proyectando varios programas. En este momento, estamos preparando uno que se va a llamar
<<Parle vosté, Calle vosté>>, que empezará a emitirse dentro de un par de semanas, en directo los
viernes a la noche. En él mismo se tratarán, en forma de debate, temas de actualidad. Contaremos
con una mesa de invitados que estará compuesta por personajes populares, y entre el público
pensamos colocar a espectadores previamente seleccionados, capaces de animar el panorama
generando polémica. ¿Entiendes por donde voy?
-Capto la idea. ¿Y qué sacamos nosotros de todo eso?
-Existen dos opciones. La primera es dinero. ¡No mucho, no vayas a pensar! Pero si enviáis gente
que suba la audiencia, podría ser renegociado el asunto. Para empezar, pagaríamos entre quince y
veinticinco mil pesetas por persona y por programa. Ten en cuenta que nos estamos refiriendo a
enviar público, no a los conferenciantes.
-¿Y la segunda opción?
-Publicidad gratuita en televisión. Tenemos algo de mano, y de cara a las elecciones os colaríamos
en algún debate.
-¿Y antes de las elecciones?
-Todo es negociable. A vosotros, como partido político, os interesa, y a nosotros, como productora,
también. ¡Ah! Una cosa: si llegamos a un acuerdo, tiene que quedar entre nosotros. No es algo que se
pueda ir contando alegremente. ¡Ah! ¡Nada de enviar a skins!
Accedí a la oferta y, al poco tiempo, me invitaron a las oficinas de Producciones 52, en la avenida
del Cid. Allí hablé con Peña Navarro, la jefa de producción, con la que trabé cierta amistad.
Estuvimos un año enviando semanalmente a una o dos personas para animar los foros. Incluso en
una ocasión y como adelanto de su promesa, permitieron que el responsable de comunicación del
partido, Antonio Flores Balboa, participara en una mesa de debate.
Tiempo después y por medio de la citada productora, mandamos gente a polemizar en programas de
Tele Madrid y ETB. Todos pertenecían al FE-FNS, aunque, por acuerdo entre las partes, jamás
identificaban su procedencia política.
La relación finalizó cuando en el diario El País apareció la noticia de que la televisión pública
valenciana, en manos del PP, animaba sus programas con militantes <<fascistas>>. A raíz de esa
revelación y por deseo expreso de la productora, me tocó redactar una nota de prensa donde negaba
toda veracidad a la reseña aparecida en dicho diario.
Todo tiene algo de positivo. En este caso, durante el año que estuvimos enviando afiliados, Canal
Nou autorizó mi entrada para ver la emisión de algunos programas desde fuera del plató. En esas
circunstancias, conocí a varias personas célebres.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
171
Con Santiago Segura charlé una noche en los entretiempos de la publicidad, cuando salíamos a
fumar un pitillo. Me sorprendió su espontaneidad y que se mostraba igualmente auténtico tanto
delante como detrás de las cámaras. Pocas veces me he reído tanto como en esa oportunidad. ¡Un
tipo genial!
A Jesús Vázquez lo traté en otra ocasión. Nos encontramos tomando un tentempié, después de
participar en una tertulia sobre la homosexualidad. Cuando supo que yo dirigía la Falange, vino a
presentarse y me explicó que, aunque no compartía mis creencias, las respetaba. A lo largo del
coloquio demostró ser un lujo de persona.
Con Ricardo Bofill y Paulina Rubio coincidí en otra emisión de <<Parle vosté, Calle vosté>>. En un
descanso, se acercó él primero y me preguntó si vivía en Valencia. Al contestar yo afirmativamente,
se pasó todo el rato reclamando que, cuando acabara la emisión, los llevara a conocer la noche
valenciana. Fuimos a The face, discoteca de moda por entonces, donde pasamos una velada
entretenida. Antes, Bofill me caía fatal, pero ese día descubrí que, al menos en lo que a fiesta se
refiere, es el mejor acompañante que se puede tener.
Lidia Falcó, Juan Adriansens, Massiel, Sofía Mazagatos... fueron otros con los que traté de pasada.
¡En fin! Una experiencia más.
Pocas semanas después de la marcha en Serra, el partido comenzó a ponerse en marcha. Los
reportajes en prensa, y sobre todo el vistoso rótulo en la fachada, nos hicieron conocidos para el
<<mundillo>>, en particular y entre el resto de ciudadanía, en general. No fueron pocos los que
acudieron a la sede para recabar información, e incluso a cumplimentar la afiliación.
En la jefatura nacional de FE-JONS no nos perdían de vista. Por medio de algunos integrantes,
supimos que las opiniones se dividían entre quienes reclamaban un acercamiento y los que no se
encontraban por la labor.
Por nuestra parte, deseábamos una unidad real entre todas las organizaciones falangistas, y
ansiábamos en secreto que desde la capital nos hicieran un guiño, pero éste no se producía. Sin
embargo, nuestras maniobras no pasaron inadvertidas para quienes menos imaginábamos. Una
mañana me telefoneó Fernando, siempre portador de buenas nuevas. Por el tono de su voz supuse
que tendría algo importante que transmitirme.
-¡Escucha! Tengo una grata noticia, ¿Puedes trasladarte a Madrid mañana mismo?
-¡Mañana! No sé, tendré que encontrar a algún compañero que pueda cambiarme el servicio... Pero
¿de qué se trata? ¿Por qué corre tanta prisa?
-¿Conoces a Eduardo Arias? -preguntó.
-¿A Eduardo? Sí, hemos coincidido en algún mitin... ¿Pero no estaba con Ynestrillas?
-Sí, por ahí va el asunto... Ha roto con él y piensa montarse otro partido político.
-¡Otro! ¡Joder, a este paso vamos a salir a partido por afiliado!
-No es lo que crees -aseguró Fernando-. Va en la misma línea que vosotros. Conoce vuestro caso y
me pidió que concertara una reunión urgente. Sospecho que desea aliarse contigo. Entonces, ¿qué le
digo?
-Llámame en una hora.
-Conforme. Luego te pego un toque.
Apagué el móvil con una profunda satisfacción. ¡Por fin alguien nos demandaba para crear algo
compacto! Sabía que Arias emprendió su camino desde las filas de Fuerza Nueva, y siempre había
estado al pie del cañón. Lo conocía desde que formó Nación Joven, grupo que se hizo popular por
protagonizar diversas campañas en Madrid, sobre todo exigiendo la libertad de Ynestrillas, cuando se
produjo su encarcelamiento por el atentado contra los diputados electos de Herri Batasuna. Al
formalizarse la AUN, contó con Arias, que se convirtió en el alma máter de la Alianza. Su salida me
causó sorpresa. En las ocasiones en que les vi juntos, creí atisbar una profunda amistad, incrementada
por la ilusión del proyecto en común.
Llamé a Levantina de Seguridad, solicitando el cambio de servicio. No les hizo mucha ilusión, pero
me lo concedieron. Minutos más tarde, comuniqué a Fernando que al día siguiente estaría en
Madrid. Quedamos al mediodía en un restaurante cercano a la Puerta de Toledo.
Viajé con Julio, que siempre se encontraba dispuesto a lo que fuera por la causa. Llegamos
puntualmente, y me jorobó tener que esperar alrededor de media hora a que los otros hicieran acto
de presencia. Finalmente, los vimos acercarse por la calle. Junto con Fernando venía Eduardo y un
chaval corpulento con el que no había tratado antes. Después de las consabidas presentaciones, nos
sentamos en el establecimiento, dispuestos a comer y a deliberar. El tercer asistente resultó ser un ex
Juanma Crespo Memorias de un ultra
172
militante de la AUN proveniente de FE-JONS. Tenía unos pocos años más que yo. Su nombre,
Manolo Maqueda.
Iniciamos el parlamento tratando sobre asuntos mundanos: que si el frío en el mediterráneo es más
húmedo que en Madrid... Que si el viaje es muy pesado... Que si tenemos mucha suerte en Valencia
de contar con playa... ¡Vaya, vaya! En definitiva, lo típico que se comenta cuando falta confianza.
-Bueno, Eduardo, ¿qué es exactamente lo que querías tratar con nosotros? –solté, intentando
romper el hielo.
-Sabrás que hemos roto con la AUN.
-Sí, algo sé.
-Realmente ha sido la culminación de un largo proceso, que se inició ante la negativa de Ricardo de
buscar un acuerdo con el resto de los partidos... Bueno, entre otras cosas...
-¿Se pueden saber esas <<otras cosas>>?
-Hay varias. Lo principal fue que estábamos hartos de su prepotencia. No niego que sea un buen
patriota ni que tenga un par de huevos, pero con los cojones no se dirige un partido. Quería
manejarlo todo a su gusto y se creía la reencarnación de Blas Piñar... ¡Qué de Blas Piñar! ¡¡Del mismo
José Antonio!! Y él no es ninguno de ellos. Aparte de eso, existen otros asuntos que no voy a explicar
por el momento, pero que son impropios de un líder patriota.
-¿Por ejemplo? -sondeé.
Sentí que Eduardo miraba a sus paisanos, dudando sobre la conveniencia de decirme lo que tan bien
se guardaba para sí. Fernando le apercibió:
-¡Cuéntaselo! Tiene derecho a saberlo.
-Lo voy a contar, pero que no salga de esta mesa -indicó Arias-. Ricardo tiene un grave problema
con su adicción a la cocaína... Está totalmente enganchado con esa mierda, ¿Te figuras qué fuerte si
se supiera? Imagina la portada de Interviú: <<¡¡La extrema derecha tiene como líder a un
drogadicto!!>> ¿No lo sabíais acaso en Valencia? ¡Porque debéis ser los únicos!
-¿Estás seguro de lo que aseveras? -pregunté.
-Es algo público en Madrid. Ricardo está acabado políticamente -decretó Eduardo.
Me sorprendió esa información, aunque tampoco quise darle demasiado crédito. En los últimos
meses había llegado a coincidir en diversas circunstancias con Ynestrillas y lo veía un buen chaval.
En ocasiones, Roberto había hecho comentarios sobre la posibilidad de ese vicio, pero no le creí. Era
demasiado propenso a denostar a quien no tragara con sus pretensiones.
-¿Entonces qué buscas exactamente?
-Hemos formado un grupo numeroso. Nos estamos reuniendo en casas particulares, pero falta
cobertura legal. Me explico: si fuéramos hippíes o <<guarros>> no pasaría nada, pero somos patriotas,
y eso no está permitido por el sistema. Cada vez que nos juntamos corremos el riesgo de que
aparezcan los maderos y nos detengan por <<asociación ilícita>> o cualquier memez de esas que se
sacan los demócratas de la manga. Queremos que nos deis cobertura legal hasta que legalicemos una
agrupación. ¡Y, por supuesto, buscamos trabajar juntos por España y por la unidad de las fuerzas
nacionalistas españolas!
-O sea, ¿pretendes convertiros en una especie de delegación de la FE-FNS en Madrid?
-Sólo hasta que nos legalicemos, luego proseguiremos juntos con el proyecto. A fin de cuentas, los
dos grupos reclamamos lo mismo, sólo que cada uno está en su ciudad. De esta forma podremos
realizar más actos y llegar a muchísima gente. Tenemos militantes en Madrid, Ávila y algunas
provincias andaluzas. Por lo que tengo entendido, vosotros contáis con infraestructura en Valencia y
en Castellón.
-Por mi parte, estoy conforme con tu planteamiento -señalé-. Aunque habrá que pulir
determinados puntos.
-¡Muy bien! -dijo Arias-. Comentaré a la militancia lo acordado. Si te parece correcto, celebraremos
una asamblea para presentarte al resto de los camaradas.
-Por mi parte, encantado - contesté.
Con un apretón de manos sellamos nuestro acuerdo. A partir de entonces iniciamos una estrecha
relación que se prolongaría varios años.
Desde esa fecha comencé a simultanear la jefatura en Valencia con viajes semanales a Madrid.
Llevaba cerca de un mes tratando con Arias cuando una tarde recibí una llamada al móvil. En la
pantalla aparecía un número con el prefijo de la capital. Apreté el botón y, tras pronunciar el
consabido <<diga>>, esperé que respondiera mi interlocutor. Una potente voz me sobresaltó:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
173
-¡De qué vas! ¿Por qué pretendes joderme pactando con unos disidentes?
Sorprendido por el tono, inquirí:
-¡Oye! ¿Con quién estoy hablando?
-¡Eres J.M.! ¿No?
-Sí, ¿Y tú?
-¡Soy Ricardo!
Permanecí unos segundos en silencio, expectante.
-¿Ricardo...? ¿Qué Ricardo?
-¡Ynestrillas! ¡¡Coño!!
-¡Ricardo! -exclamé con sorpresa-. ¡Joder, tío! ¡No había reconocido tu voz!
-Pues sí, soy yo. Y la verdad, no esperaba esa puñalada trapera por tu parte. Es la primera vez que
un partido de los nuestros pacta una colaboración con los tránsfugas de otro.
-No es precisamente así. La verdad es que nunca contemplé el asunto desde esa perspectiva.
-¡Es muy fuerte lo qué has hecho! ¡Podrías haber hablado conmigo, por lo menos!
-Lo intenté en un par de ocasiones. Llamé a tu empresa y dejé a tu secretaria el recado de que me
llamaras.
-Oye... ¿Estás en Madrid?
-¡No, qué va! Estoy en mi casa de Valencia.
-¿Podemos quedar esta noche a cenar en Narváez?
-¡Esta noche! -miré el reloj, marcaba las siete menos cuarto-. De acuerdo. ¿A las once te parece muy
tarde?
-Está bien. Te espero y hablamos sin prisa.
Colgué el teléfono y me cambié de ropa. Al cuarto de hora marchaba hacia la capital en mi Golf.
Quedaba el tiempo justo para llegar a la cita.
A la hora prevista llegué al restaurante, estacioné el vehículo y entré en el local. El comedor se
encontraba casi vacío. En una mesa situada al fondo divisé a Ricardo, sentado junto a Mercedes, su
secretaria y compañera de partido. Al verme, se incorporaron de sus asientos.
-¡Coño! ¿Has venido en avión?
-Casi. He tenido suerte con el tráfico. ¡Hola Mercedes! ¡Cuánto tiempo sin verte! –dije, mientras le
daba un par de besos en las mejillas.
-Si no nos vemos es por tu culpa, que no te dignas visitar a los amigos cuando vienes a Madrid -dijo
sonriendo.
Tendí la mano a Ricardo, que me la apartó, a la vez que me daba un fuerte abrazo.
-¡Qué cabrón que eres! Venga, siéntate y cenaremos algo. Es tarde y estarás hambriento.
Asentí en silencio, mientras escuchaba como demandaba varios platos de entrantes y un par de
tablas de ibéricos. Tras la sabrosa cena, iniciamos nuestro coloquio.
-Bueno –comenzó diciendo-, ¿por qué te has aliado con el Arias?
Le expliqué el motivo, cuidando de no repetir las graves acusaciones que el otro había formulado
contra él. Ynestrillas atendió a mi relato, pero al concluir fue Mercedes quien emprendió la charla.
-Eduardo no soportaba ser el segundo de la AUN. Hace tiempo que buscaba la ruptura.
-El Arias es un buen tipo -medió Ricardo-. Es cierto que existían fricciones entre ambos, pero
podían haberse solucionado dialogando... Lo que nos hizo mucho daño es la forma tan barriobajera
en que se ha ido. ¿Sabes que envió cartas a todos los afiliados diciendo que la AUN se disolvía?
-No, ignoraba ese detalle.
-¿Lo ves correcto? Y no sólo eso, ha corrido el bulo de que tomo drogas.
-¿Sí? No sabía nada -mentí-. Mira, ninguna de las veces que he hablado con Eduardo le he
escuchado hablar mal de ti. Lo único que comentó es que no querías la unidad de las fuerzas
patriotas.
-¡Eso es mentira! La Alianza para la Unidad Nacional es en sí misma un núcleo de unión: no
cerramos las puertas a nadie que quiera trabajar por España.
Parlamentamos bastante tiempo y acabó comprendiendo mis verdaderos propósitos, que en el
fondo eran los mismos que él buscaba desde su puesto.
-¿Y Roberto qué pinta en tu partido? -indagó intrigado.
-Nada -respondí-. Nos ha cedido un piso y paga su cuota como cualquier afiliado, pero no tiene
ningún peso en la organización... No me fío de él.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
174
-Haces bien. Es una mala persona y un manipulador nato. Para él, la política es un negocio que sólo
sirve para sacar dinero. Cuando me contó lo del <<fondo social>>, me quedé muerto. ¡Mira que robar
a sus propios empleados en la cara! El muy cabrón hizo correr el bulo de que financiaba a la AUN, ¡y
únicamente dio doscientas mil pesetas para el acto inaugural! Además, ese tipejo es un confidente de
la policía. ¿Te conté que durante la primera visita que hice a Valencia me llevó a comer con un
montón de comisarios y altos mandos de la policía?
-No, tampoco lo sabía.
-El muy hijo de… intentó que confesara delante de todos esos maderos que me había cargado al
Muguruza.
-¡No jodas!
-Como te cuento. Al final, tuve que plantarme y decirle que la justicia había proclamado mi
inocencia y no tenía más que decir. Me alegro de que no tenga nada que ver con vuestro partido.
-De todas formas, ¿podemos tratar sobre la posibilidad de realizar actos conjuntos?
-Si no está Roberto de por medio, estaré encantado.
Mientras pronunciaba estas palabras, se incorporó para volver a abrazarme. Con ese gesto
simbolizamos la amistad entre ambas organizaciones. Poco después telefoneó a Andrés Santos,
delegado de la AUN en Valencia, y le pidió que colaborásemos en el futuro activamente. Así lo
hicimos.
Después de cenar, fuimos a una discoteca cercana a la Puerta de Alcalá. El reloj marcaba las tantas
cuando accedimos a la sala. Pedimos unas copas e iniciamos cháchara en un rincón de la barra.
Ricardo se alejó a saludar a unos conocidos y me dejó con Mercedes. En medio de la conversación,
sentimos un barullo y nos giramos buscando el origen. Lo que contemplamos nos dejó boquiabiertos:
¡Ynestrillas estaba liado a tortazos con un camarero!
Rápidamente nos acercamos, intentando mediar en la trifulca. Agarré a mi amigo y lo aparté del
follón. Estaba cegado por la ira.
-¡Tranquilízate, Ricardo, no conviene que te metas en estos rollos!
Varios porteros acudieron junto a nosotros. Lo conocían del gimnasio e intentaron calmarle, pero
Ricardo no escuchaba a nadie: estaba obcecado con su contrincante e intentaba escapar de nuestra
vigilancia para proseguir la pelea.
Pedí a los de seguridad que lo controlaran y entré a por Mercedes. La vi discutiendo con el
empleado, que resultó ser un joven brasileño que no llegaría al metro sesenta y cinco. Intenté
informarme del porqué del asunto. Me arrimé al chaval y le sonsaqué que todo el revuelo se originó
cuando sirvió una copa a Ricardo y éste le tiró el contenido encima.
-No lo conocía de antes... Me han dicho que es el jefe de la extrema derecha y que estuvo en la
cárcel por matar a varios etarras... –expuso, con evidentes síntomas de pánico.
-Tranquilízate, si es tal y como lo cuentas, no tienes nada que temer.
En ese instante, oí abrirse con estruendo la puerta de la sala. Torné la mirada y distinguí al jefe de la
AUN que corría hacia el chico con los ojos rezumando odio. El carioca demostró tenerlos bien
puestos, a pesar del terror que debía de sentir, porque sin retroceder un paso, esperó a tener cerca a
su atacante para estrellarle sobre la cabeza una botella de Jack´s Daniels. El castañazo resonó como
un trueno en el recinto. Al recibir el impacto, Ynestrillas puso los ojos en blanco y cayó desmayado
al suelo.
-¡Ahora sí que me mata! -exclamó el mulato, mirando al otro, que sangraba sobre las baldosas.
En la puerta se hallaban estacionados algunos taxis, elegimos uno y entre varias personas colocamos
a Ricardo en la parte trasera, Mercedes se acopló junto al chofer.
-¿Os acompaño? -pregunté.
-No cabemos todos -contestó ella-. No te preocupes, hay un hospital cerca. Llámame luego y te
cuento.
Chirriando ruedas, el taxi partió rumbo a la clínica.
Las primeras luces del día comenzaban a aparecer cuando alcancé mi coche y partí hacia Valencia.
Me encontraba destrozado. Las últimas veinticuatro horas habían estado repletas de emociones.
A los pocos días, llamé al móvil de Mercedes. Fue Ricardo quien me atendió.
-Estoy bien, gracias. No recuerdo lo que pasó. Debí de haber bebido mucho, o algo me habrá
sentado mal. Ahora voy con mi mujer y mis hijos a pasar un par de días a la playa. El médico ha
observado una pequeña fisura en el hueso del cráneo y me ha recetado medicación. Mi móvil
Juanma Crespo Memorias de un ultra
175
supongo que lo he perdido en medio del jaleo, Merche me ha dejado el suyo. Una pregunta: ¿el
botellazo me lo dieron por la espalda? Alguien comentó que fue a traición.
-¡De traición nada! ¡Te lo metió de frente y en defensa propia!
-¿Me das tu palabra de que fue así?
-Tienes mi palabra, Ricardo. No miento nunca.
-Te creo. Un abrazo, y cuando vuelvas por Madrid, llámame y tomaremos un refresco. ¿De
acuerdo?
-Por supuesto. Cuídate.
Omití contar a la gente los pormenores de aquella jornada. Sólo narré que habíamos quedado a
cenar y que hablamos de la posibilidad de realizar actos conjuntos. Hay cosas qué es mejor ocultar en
determinados momentos.
-¡No me fastidies que quedaste con Ricardito! -exclamó Eduardo Arias-. ¿Y qué te contó el
drogadicto ese?
-Me dijo que eras un buen tipo y me pidió que te diera saludos de su parte.
-¿En serio? ¿No te habló mal de mí?
-Dijo que está dolido porque te aprecia, pero no te guarda rencor, y espera que las aguas vuelvan a
su cauce.
-En el fondo, no es un mal tipo. Tiene sus cosas... Le llamaré a ver qué se cuenta -expuso Arias.
Había transcurrido una semana desde mi inolvidable noche con Ynestrillas y me encontraba en el
flamante despacho que la gente de Arias había alquilado en una céntrica calle de Madrid. Una
docena de ex-militantes de la AUN se agolpaban frente a la mesa donde su líder se afanaba en
clasificar unos papeles.
-Ya hemos legalizado nuestra organización. Se llama <<Patria Libre>>. Esta misma mañana nos han
llegado los documentos del Ministerio del Interior. ¿Qué más hablaste con Ricardito? -indagó
Eduardo.
Le conté los puntos más importantes de la conversación, evitando aquellos detalles que pudieran
enfrentarle a su ex compañero. Recalqué las alabanzas que el líder de la AUN manifestó sobre él.
-En el fondo, no es mal chaval –dijo, intentando ocultar la alegría que sentía.
Me percaté de que, a pesar de las descalificaciones mutuas, ambos se apreciaban.
-¿Ahora que estáis legalizados, se modificará nuestra relación política? -pregunté.
-¡Para nada! Lo hablado sigue en pie. Lo que resultaría interesante sería crear una nueva plataforma
para profundizar la unidad.
Pactamos realizar una reunión semanal para matizar los diversos puntos a tratar. Por Patria Libre
asistirían Manolo Maqueda y Eduardo Arias; por la FE-FNS, Julio Dánvila y yo. Maqueda tendría la
misión de contactar a otros grupos.
Hacía falta nombre y símbolo para ese <<partido de partidos>>. Después de analizarlo mucho,
decidimos bautizarlo como <<Frente Social Español>> (FSE) y utilizar como emblema el águila
bicéfala de los Austrias. Las bases de dicho embrión serían amplias y simples, con el fin de no alejar a
nadie.
Con ese plan de trabajo iniciamos el proyecto. Teníamos ilusión y ganas. Faltaba financiación y
adhesiones. Estas últimas no se hicieron esperar. A la semana siguiente recibimos la grata noticia de
que otra formación se había
Juanma Crespo Memorias de un ultra
176

Juanma Crespo con Ricardo Sáez de Ynestrillas y Salvador Gamborino.

incorporado a nuestra propuesta. El nuevo socio era la Falange Española Nacional Sindicalista
(FENS), agrupación compuesta por veteranos ex militantes de FE-JONS, que contaba en Madrid con
un par de sedes y alrededor de doscientos militantes.
Esta adhesión provocó que se modifican ciertas normas del FSE. Se acordó publicar una revista
mensual explicando nuestro ideario; todas las decisiones deberían tener el consenso unánime de los
jefes de las organizaciones presentes; cada grupo pagaría una cuota mensual de veinticinco mil
pesetas; las reuniones tendrían lugar en Madrid.
Mientras este plan cobraba forma, en Valencia seguíamos maquinando actividades públicas.
Creamos las juventudes del partido, dirigidas por Luis Espert, a las que bautizamos como <<Juventud
Nacional>>. Gracias a los esfuerzos de Luis, en seguida comenzó a incrementarse la militancia, que
llegó a contar con centenares de comprometidos estudiantes.
La Junta Nacional estaba compuesta, además de por el mencionado Espert, por Alfredo Espert y
Julio Dánvila, como secretarios generales; Lucas Más, como secretario de acción política; Rafael
Carrión, como secretario de administración; Antonio Flores, como secretario de prensa y
propaganda; Lucía Clemente, como secretaria de organización; Maria José Vidal, Francisco
Montesinos y Juan Manuel Fonte, como consejeros nacionales, y yo como jefe nacional. He de decir
que se trataba de una composición de lo más heterogénea, pues constaba de antiguos militantes de
Fuerza o de la FE-JONS, de nuevas incorporaciones libres de prejuicios e, incluso, de un nazi.
Concertamos realizar acciones legales impactantes de cara a la opinión pública. Dada la proximidad
del tradicional 20–N, planeamos resucitar una olvidada costumbre de la Falange valenciana:
realizaríamos una marcha con antorchas desde el centro de la capital hasta la cruz de los caídos del
Saler, distante seis kilómetros.
Sin perder tiempo, informamos del itinerario a la Delegación del Gobierno y solicitamos protección
policial ante posibles agresiones de grupos radicales de ultraizquierda.
Roberto se enteró de nuestra idea y ofreció su apoyo: nos cedió una furgoneta provista de
megafonía. Faltaba menos de un mes y pusimos en juego todo nuestro esfuerzo.
Por las mismas fechas recibimos una inesperada invitación de la jefatura nacional de la FE-JONS.
Nos ofrecían participar en la marcha anual que realizarían desde la casa natal de José Antonio, en la
calle Génova, hasta su tumba en el Valle de los Caídos. Aceptamos, pese a existir menos de
veinticuatro horas de diferencia entre cada acto.
De igual manera, Eduardo Arias nos obsequió una cena que tendría lugar el sábado siguiente al 20-
N. A ésta acudirían numerosas delegaciones extranjeras.
Con la agenda completa, pusimos manos a la obra. Faltaba ultimar los preparativos para que
concluyera siendo un éxito.
¡Y llegó el día! Con el corazón en un puño esperábamos en la calle Poeta Querol el arribo de
simpatizantes. Las últimas semanas habíamos trabajado duro, y en breves minutos confirmaríamos si
nuestros desvelos habían sido provechosos.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
177
El llamamiento resultó notorio, y centenares de personas concurrieron ilusionadas. No me gusta
hablar de cifras, pero no creo arriesgado afirmar que en la parte principal del acto reunimos cerca de
dos mil personas.
Al día siguiente, los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y coincidieron en señalar
la ausencia total de incidentes.
Horas después y como si de una prueba a contrarreloj se tratara, partimos hacia Madrid a tomar
parte en la marcha al Valle.
Gustavo Morales estaba por allí sin querer saber nada de nosotros. Supimos que la invitación para
que participáramos surgió de Emilio Mariat, secretario nacional de acción política, y del jefe
provincial de Madrid.
Aquella madrugada de noviembre la recuerdo fría. Vestíamos camisa azul, arremangada por encima
de los codos, y estábamos reventados. Varias escuadras se turnaron toda la noche, escoltando la
corona de laurel que transportábamos al lugar de reposo del Jefe. Un par de vehículos de la
Benemérita abrían paso y cuidaban la solemne columna. En un momento dado, a las tantas de la
mañana, un par de jóvenes guardias civiles solicitaron permiso para acompañar cinco minutos a la
comitiva. Se arremangaron las camisas verdes del uniforme y, aprovechando la ausencia de ojos
delatores, anduvieron junto al cortejo un kilómetro. Más tarde reconocieron que, aunque no eran
falangistas y no conocían nada de José Antonio, abrigaron una gran emoción marchando junto a
nosotros en esa ocasión mágica.
Conforme avanzaba la madrugada y con la impresionante cruz del mausoleo a la vista, nuestros
cuerpos sintieron las bajas temperaturas de la sierra. Hablando en broma, los militantes de la FE-
JONS comentaban que cada año sentían más frío que el anterior y, hartos de esta situación, la
jefatura nacional quería hacer llegar a los medios de comunicación un secreto celosamente guardado
durante décadas: José Antonio fue fusilado el 20 de agosto, pero la prensa franquista ocultó ese
detalle e hizo pública su muerte meses después. ¡Si es que tanto frío no se puede aguantar!
Una vez que alcanzamos el Valle de los Caídos, realizamos una misa frente a la lápida donde
descansan los restos de nuestro venerado líder. Finalizamos cantando solemnemente el Cara al Sol y
volvimos en coche a la capital. En pocas horas acudiríamos a la cena de Patria Libre. ¡Sería un fin de
semana completito!
Reposamos hasta media tarde en casa de Manolo Maqueda, con el que entablamos gran amistad. A
continuación acudimos al restaurante elegido.
Al llegar, vislumbramos un ambiente totalmente diferente al de los actos anteriores. No se veían
camisas azules, sino almidonados trajes de corbata y ropas informales de marca. La diferencia entre la
Falange, compuesta mayoritariamente por universitarios y trabajadores, y lo que se ha dado en
llamar extrema derecha era más que evidente. Como ya he dicho en alguna ocasión, formábamos
parte de dos mundos antagónicos.
Dos centenares de personas nos congregábamos en el amplio comedor. Más de la mitad pertenecía a
delegaciones foráneas. Compartimos el espacio con representantes del Frente Nacional francés, del
homónimo inglés, del NPD alemán, de formaciones belgas, italianas, austriacas y de alguna nación
que no recuerdo. Quedé impresionado por los contactos internacionales de Eduardo, jamás
contemplé algo similar.
A lo largo de la velada, encontré ocasión de conversar con militantes de las diversas organizaciones,
muchas de ellas con diputados en sus parlamentos de origen o en la eurocámara de Bruselas.
Coincidían en un punto: abrigaban la esperanza de que cuajara en España algo de lo que se estaba
conformando.
Me presentaron al líder del NPD, Udo Voight, y pasé gran parte de la noche charlando con él. Su
perfecto dominio del castellano, puesto que veranea en nuestro país, posibilitó la comunicación. El
jefe germano estaba al tanto de la creación de nuestro partido y del distanciamiento de Patria Libre y
la AUN.
-Se veía venir -comentó-. Ynestrillas es un buen chico, pero inestable. Por el contrario, Arias y
Maqueda son más maduros.
-Supongo que en Alemania será difícil organizar reuniones como ésta.
-En España lo tenéis más fácil. Es una pena que os encontréis tan divididos. ¿Sabes lo complicado
que resulta en nuestra patria conseguir una cena similar?
-Supongo... -respondí.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
178
-De entrada, no podemos contratar un comedor para doscientas personas, porque resulta
sospechoso. Tenemos que acudir a una sala de convites y reservar menú con la excusa de que se trata
de una boda o una comida de empresa. Por seguridad, el lugar lo mantenemos en secreto hasta la
fecha exacta. Unos días antes empezamos a correr la voz que la comida será el día tal, por ejemplo,
en Hamburgo, y media hora antes avisamos a nuestra gente del sitio concreto. Cuando el dueño del
comedor se da cuenta de quiénes somos, ya estamos dentro y tiene que aguantar.
-¿Lo hacéis por la policía?
-No, somos un partido político legal y bastante implantado en la región de Baviera. La policía va
contra los grupos neonazis que saludan brazo en alto o portan cruces gamadas; nosotros no hacemos
nada de eso. Lo que intentamos evitar es el enfrentamiento con grupos antifascistas, que allí están
muy organizados. Los dueños de los restaurantes temen las represalias y por eso ponen pretextos para
impedir que acudamos a sus locales. Más de uno ha sido objeto de atentados por ese motivo.
-¡Qué fuerte! ¿Cómo se ve desde fuera el proceso en España?
-Con buenas perspectivas -auguró-. Es lógico que todavía no dispongáis de estructuras definidas,
pero vais por el buen camino. Desde que acabó la segunda guerra mundial, tardamos cuarenta años
hasta ser capaces de crear una base sólida, y otros diez en organizarla. Vosotros comenzasteis hace
veinte años, cuando la muerte de Franco; lleváis dos décadas: se supone que os queda otra, por lo
menos, para formarla, y una más para desarrollarla. De todos modos, debéis estar tranquilos, nuestras
opciones son expectativas de futuro, y aquí en España lograréis transmitir el mensaje que os
permitirá llegar a ser una de las principales fuerzas políticas. Es lo mismo que ha ocurrido en el resto
de los países europeos. Si me permites un consejo, te diré que, en su día, no calquéis fórmulas de
fuera, que aquí no cuajan igual. Debéis ser capaces de llevar a cabo vuestras propias inquietudes y de
lograr que éstas impacten en la opinión pública.
Le agradecí la recomendación y procedí a despedirme de él. Antes de dejarme, me invitó al
congreso anual que su partido pensaba realizar a principios del año siguiente en Baviera.
-Eduardo y Manolo también están convocados. Ellos ya vinieron en una ocasión -manifestó.
La cena de Patria Libre mostraba diferencias con el resto de las que se hacían habitualmente en la
misma fecha. Además de delegaciones extranjeras, reconocí a históricos militantes ultras, entre los
que se destacaba Ladislao Zabala, miembro del Batallón Vasco Español, bajo cuyas siglas fue
condenado a prisión por el asesinato, en diversas acciones, de siete simpatizantes abertzales en los
difíciles años de la transición.
Tanta profusión de fuerzas me hizo comprender que estaba viviendo un momento histórico donde
se estaba conformando el panorama futuro de la ultraderecha española.
Un dato anecdótico: ninguno de los presentes, ni españoles ni extranjeros, quería saber nada de
afiliar skins en sus partidos, al menos abiertamente, aunque algunos casos, como el de Lucas, eran
merecedores de todo respeto.
Antes de dar por concluido el acto, tomó la palabra un representante de cada formación. Por Patria
Libre habló Arias, quien explicó el nacimiento de un nuevo núcleo unificador denominado Frente
Social Español. Seguidamente, por el FE-FNS, hizo su alocución Julio Dánvila, enfatizando los
mismos puntos que Eduardo. Ambos invitaron a los congregados a asistir al acto público de
presentación, que tendría lugar el sábado 29 de noviembre próximo.
Rematamos el evento entonando el Cara al sol. Los asistentes hispánicos se dividieron entre quienes
alzaron el brazo y quienes permanecieron firmes y con los labios sellados. De las representaciones
extranjeras, únicamente levantaron el brazo los italianos. Los alemanes, tiesos como palos, no
dejaron vislumbrar siquiera un atisbo de emoción.
Al concluir el cántico, uno de los de Valencia, Lucas, el skin neonazi, preguntó:
-Pero ¿los del NPD no son nazis?
-No sé... Aquí tienes un montón, pregúntaselo a ellos -respondí.
Concluido el acto, faltaba el remate final, y acordamos marchar al bar de copas de un camarada para
seguir con la fiesta a puertas cerradas. El pobre Indio se pasó toda la noche charlando con los
germanos, intentando averiguar si se sentían o no los herederos del Führer, pero sólo consiguió
arrancarles sonrisas y silencio como respuesta.
Al cabo de un par de horas, se acercó todo feliz y me dijo al oído, emocionado.
-¡Son nazis, tío! ¡Son nazis!
-¿Y eso? -pregunté.
-¿Ves a ése? –me dijo, señalando a uno de los del NPD.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-Sí. ¿Qué pasa con él?
-Hemos coincidido los dos en el servicio, y me ha dicho rápidamente, en voz baja: ¡Heil Hitler!
-Ya te dije que en Alemania les meten un año de cárcel. Aquí van con mucho cuidado.
Con esa anécdota concluimos el largo fin de semana. Al día siguiente se realizarían varias
concentraciones en homenaje a Franco y José Antonio, pero decidí volver a casa. Lo que tenía que
ver ya estaba visto, y lo que había que tratar ya estaba tratado. Seguir un día más para escuchar a los
<<carcas>> de siempre significaba perder el tiempo.
Mientras tanto, en Madrid se afanaban por ultimar los preparativos para la exhibición oficial del
FSE. Los militantes de Patria Libre y de la FENS estaban poniendo toda la carne en el asador con el
propósito de asegurar el brillo del evento. En los últimos días, recibimos la grata noticia de que tres
nuevos grupos habían contactado con Maqueda para incorporarse al Frente Social. Se trataba de
Vascos Navarros por España, Vanguardia Española y Dispar. El acto público fue convocado para la
tarde del 29 de noviembre, en la plaza de Chamberí.
De Valencia marchamos un par de vehículos repletos. Lucas Más, como secretario de acción
política, pronunciaría el discurso de la FE-FNS.
El sábado indicado, con los recuerdos del 20-N todavía en la memoria, comenzó el mitin. El
número de asistentes resultaba difícil de determinar, por tratarse de un lugar abierto, pero dudo que
hubiera más de quinientas personas.
En las distintas intervenciones, se trató sobre la necesaria unidad entre todas las organizaciones
patriotas y sobre nuestro firme compromiso de dar la vida, si fuera necesario, para evitar la
disgregación nacional. La semilla quedó sembrada. Faltaba esperar que el tiempo acompañara y
lograra germinar.
Lo que ocultó Eduardo es que esta puesta en escena tenía la finalidad de ofrecer una imagen de
fuerza a los observadores del Frente Nacional francés, presentes entre el gentío. El objetivo: recibir la
poderosa ayuda económica que acababa de perder la AUN.
De regreso a casa, hicimos balance: menos gente de la esperada, aunque mucha esperanza en el
proyecto.
Independientemente de las actividades del FSE, en Valencia seguíamos buscando la inspiración
para retornar a la palestra pública con nuevas acciones sonadas. Curiosamente, tal oportunidad llegó
por casualidad, a raíz de una reseña aparecida en prensa. La Facultad de Filología había otorgado una
distinción a un alumno por escribir un poema titulado <<Mierda España>>. Sin quererlo, nos
acababan de proporcionar la excusa perfecta para volver a la calle y, de paso, comprobar nuestra
rapidez de organización.
Planeamos concentrarnos frente a la puerta de la Universidad en cuarenta y ocho horas. Roberto
ordenó que acudieran allí varios de sus trabajadores, haciéndose pasar por militantes del partido. Por
nuestra parte, emplazamos a los afiliados a la cita, informamos a la prensa y a Delegación del
Gobierno de nuestras intenciones, y procedimos a realizar la protesta.
Colocamos a dos chavales con camisa azul y portando banderas nacionales, franqueando la puerta
principal, e iniciamos el lanzamiento de proclamas por megafonía. Aunque no rebasábamos el medio
centenar, logramos causar gran expectación, máxime tratándose de una avenida importante y en día
laborable. A los pocos minutos, miles de caras nos contemplaban a través de los cristales de las aulas.
Roberto tuvo una de sus maquiavélicas ideas: puso un chaval a <<grabar>> a la gente con una vieja
cámara de súper 8 sin carrete, y a otro lo mandó hacer <<fotografías>> con un <<buscapersonas>>.
Los alumnos no sabían dónde esconderse para evitar que captáramos sus imágenes. No insultamos a
nadie, pero es comprensible que esa escena de acoso causara pavor en más de uno.
Llevábamos casi una hora apostados, la totalidad de estudiantes y profesores permanecían en el
interior sin atreverse a salir. En un momento dado y haciendo alarde de un valor digno de respeto,
acudió la rectora a pedir que nos fuéramos:
-¡No me asusté con la dictadura y no vais a amilanarme vosotros! -gritó en nuestra cara.
Le dije que nadie les impedía salir y que estábamos ejerciendo nuestro derecho democrático a
protestar, pero no me hizo caso y volvió a entrar en las dependencias. Al cabo de un rato, un agente
de la Unidad de Intervención se dirigió amablemente a mí en estos términos:
-Sin intención de meterme donde no me llaman, creo conveniente decirle que ustedes están en su
derecho de permanecer aquí todo el tiempo que quieran, pero varios alumnos quieren salir y tienen
miedo. Creo que el motivo de su protesta ha sido comedido y correcto, aunque si se prolongara,
Juanma Crespo Memorias de un ultra
180
quizá sonara a chulería y perderían los puntos que han logrado. En fin, hagan lo que consideren
oportuno. Hemos venido a protegerles, porque lo han solicitado. Ustedes deciden.
Comprendí que el policía tenía razón y ordené desmantelar el tinglado, ante las protestas de
Roberto, que se encontraba como pez en el agua. Conseguimos lo que pretendíamos, sin pensar
siquiera en utilizar la fuerza. La cosa marchaba por buen camino.
Los informativos de la jornada contaron lo sucedido. Fiel a sus compromisos, la televisión
autonómica no vertió descalificaciones hacia nosotros.
Varios alumnos de filología se afiliaron esa misma tarde al partido.
Después de realizar el mitin fundacional, las reuniones semanales en Madrid seguían realizándose,
aunque sin lograr objetivos concretos. Eduardo se encontraba más ocupado en tratar de conseguir
subvenciones Lepenistas que en ahondar en la unidad. Por otra parte, Maqueda abandonó el partido
debido a problemas personales, y las charlas no llegaban a ningún fin concreto. Una de las últimas
actividades conjuntas que realizamos fue una concentración donde se produjeron incidentes con la
policía, frente a la Audiencia Nacional, cuando procesaron a los responsables de Herri Batasuna.
Mientras tanto, Roberto comenzaba a meter las narices más de la cuenta. Se encontraba contento
con el despegue del partido, aunque eso de estar relegado a un segundo plano empezaba a molestarlo.
Decidió implementar una estrategia para desplazarme del mando, ya que no podía enfrentarse
directamente, al menos de momento. Sabía que la mayoría de la militancia apoyaba mi gestión y que
a él lo aborrecían, y optó por mantener la calma y desbancarme según los mismos estatutos del
partido. En medio año tocaba ratificarme en el cargo mediante elecciones internas. Si conseguía
afiliar a parte de sus empleados, se llevaría el triunfo en las urnas.
Con esta finalidad prosiguió la campaña forzosa de afiliación en Levantina de Seguridad. Mediante
circulares internas advirtió de la obligación de afiliarse a todos los que quisieran progresar en <<la
familia>>. Medio centenar siguió sus indicaciones y formalizó la relación, aunque la mayoría jamás
llegó a pagar cuotas ni acudió a ninguna de las asambleas semanales. Por nuestra parte, no nos
preocupaba demasiado su actitud. Éramos conscientes de que nunca lograría igualar nuestro
porcentaje de votos. Lo realmente preocupante era qué sucedería cuando él se percatara de lo mismo.
Debíamos prepararnos para ese momento.
Las motivaciones que Roberto tenía para intentar participar de nuevo activamente en política no
respondían, ni mucho menos, a motivos altruistas. Ya contaba con cuantiosa fortuna: el fondo social
de sus empleados y los tejemanejes contribuyeron a crearla; pero le faltaba una autoridad que
ansiaba. Es cierto que contaba con doscientos empleados dispuestos, en gran parte, a acatarle
ciegamente, pero eso no era suficiente cuando estaba en juego ser la <<mano negra>> de la futura
tercera fuerza política. Roberto no tiene un pelo de tonto y es consciente de que jamás podrá ser la
cabeza visible de nada: demasiados trapos sucios empañan su vida. Su obsesión consiste en manejar
los hilos del partido, sueña con el 13 por ciento de esperanza de voto y sabe que la extrema derecha
europea espera ese resurgir en España.
Jean Marie Le Pen, conoce la importancia del dinero para lograr despegar. A principios de los
ochenta, el Frente Nacional francés que dirige era el hermanito pobre de otras organizaciones del
viejo continente, como Fuerza Nueva o el MSI italiano. Pero la recepción de una herencia
millonaria, legada por un afiliado, giró la tortilla. Dinero trae dinero, y el partido galo se alzó y rozó
las estrellas. Ahora su interés consistía en financiar partidos hermanos en el resto de Europa.
Se sabía que los jerarcas del FN nos miraban desde hacía años con optimismo. El primer paso lo
dieron sufragando a Ynestrillas con su Alianza para la Unidad Nacional. Es interesante señalar que
gran parte de los actos que este partido realizó sólo pudieron llevarse a cabo gracias al dinero galo.
Pero la experiencia de la AUN resultó una ruina calamitosa para los gabachos, que no vieron
satisfechas sus esperanzas. Subvencionaron a Ricardo para que transmitiera el mensaje que a ellos les
reportó beneficios: <<No a la inmigración>>, dirigido a los votantes de izquierda. Por el contrario,
Ynestrillas y su gente ahondaron en el problema de la ETA, volcando sus esfuerzos en captar a
víctimas del terrorismo y a antiguos militantes ultras. Además, las cuentas no cuadraban y, hartos de
tanto desenfreno, los inversionistas políticos de Le Pen decidieron prescindir de aportar nuevo
capital a esta organización. La ruptura de Eduardo con la Alianza implicó el definitivo cese de
relaciones entre el FN y la AUN.
Arias conocía estos extremos y quiso vender a los franceses la idea de fuerza y unidad que
demandaban. Su unión con nosotros tuvo la oculta finalidad de conseguir ese soporte económico
vital para dar el paso definitivo en la escena política. Pero no contaba con que los galos estaban tan
Juanma Crespo Memorias de un ultra
181
hastiados de la gestión realizada por los dirigentes de la AUN que renunciaron a soltar un solo franco
más. Seguirían objetivamente cualquier intento serio y, en todo caso, aportarían material
publicitario, pero ni un duro.
Desde otros partidos españoles afines, entendieron claramente la indirecta y volcaron sus mensajes
hacia el tema de la inmigración. Democracia Nacional aspiraba a alcanzar el beneplácito de Le Pen y,
desde Valencia, José Luis Roberto, también.
El 13 de junio de 1997, Juan García Sentandreu, actual líder de Coalición Valenciana, convocó una
multitudinaria manifestación en defensa de la lengua valenciana. Tres semanas después, nosotros
teníamos prevista otra diferente. Para ésta se contrataron los servicios de <<la familia>>, y Roberto
decidió que fuera yo quien organizara la seguridad. Serviría como ensayo para la que la FE-FNS tenía
prevista.
Al inicio de la manifestación coincidimos con G. T., antiguo militante de Fuerza Nueva asesor de
Eduardo Zaplana.
Saludó a Roberto y le comentó que estaba al día de la creación de nuestro partido. Fuimos
presentados y, tras intercambiar nuestros móviles, quedamos en llamarnos. Tenía una oferta
interesante para hacerme.
El barrio de Ruzafa, de origen musulmán, es uno de los más tradicionales de la ciudad del Túria. Sus
orígenes se pierden en el tiempo, pero se sabe que en la Edad Media los árabes lo convirtieron en un
edén plagado de jardines. En sus lindes capituló el rey moro la rendición de Valencia frente a Jaime I
el Conquistador; aunque no se marcharon, y permanecieron varios siglos conviviendo con los
cristianos.
Actualmente, muy poco tiene de vergel. Sus estrechas calles, cuajadas de vetustos edificios, se han
trasformado en focos de delincuencia. Ciertas vías resultan intransitables, incluso a plena luz del día,
y muchos de los vecinos de siempre se han tenido que marchar.
Yo conocía las alegrías y tristezas ruzafinas. Desde pequeño me crié por sus calles, viví sus fallas y
sentí desde dentro las tradicionales fiestas en honor del patrón del reino, san Vicente Ferrer.
Siempre me he sentido parte del barrio, y me dolía que se hubiera convertido en refugio de
especuladores inmobiliarios y otra chusma. Algunas calles estaban tomadas por magrebíes, y aunque
muchos de ellos eran gentes honrada y digna, justo es decir que otros vivían del robo y el trapicheo.
Aquel año, la Policía Nacional realizó varias batidas con la intención de acabar con la creciente
delincuencia que empezaba a adueñarse de todo. Y porque quería a Ruzafa decidí que sería
precisamente allí donde realizaríamos nuestro próximo acto público en defensa del barrio y contra
los mangantes sin distinción.
Así lo propuse en la junta del partido, y con esa finalidad se aprobó una manifestación. Antes de
nada, comenté la idea con varios vecinos, incluso con algún amigo marroquí. Creyeron que se
trataba de una gran idea, aunque partiera de <<nosotros>>; aún así comprometieron su asistencia.
Buscamos un itinerario que recorriera las callejuelas más olvidadas y los puntos con mayor índice
de delitos. Una vez realizado, lo presentamos a la Delegación del Gobierno, indicando que la fecha
prevista sería el 30 de junio.
Al día siguiente, los titulares avisaban: <<La extrema derecha convoca una manifestación racista en
pleno barrio de Ruzafa>>. Lo primero que hice fue emitir un comunicado de prensa desmintiendo la
noticia, pero cayó en saco roto. Interesaba el morbo y éste encontró rápida salida.
Durante semanas estuvo abierto un intenso debate, cientos de artículos y tertulias de radio se
cebaron contra nosotros. Viendo que el motivo principal se estaba desviando, organicé una asamblea
para posponer la marcha. A la misma acudió gran parte de la militancia y Roberto con sus machacas.
Al escuchar mis argumentos, Roberto advirtió que el acto se tenía que hacer por cojones y punto.
-Si no tenéis lo que hay que tener, buscaré otros grupos con más valor para que ocupen este local -
amenazó.
Al concluir la reunión, éramos conscientes de que la apacible alianza con Roberto estaba llegando a
mal término. Aun así, decidimos realizar el acto, aunque informando a la opinión pública de
nuestros verdaderos propósitos. Los camaradas de la FENS abrieron una página web explicando los
motivos que nos movían. Durante semanas recibimos miles de correos, a favor y en contra, de
muchos países del mundo.
En la sede de la Gran Vía seguíamos impresionados ante el cariz que estaban tomando los
acontecimientos. El único que reía feliz en su despacho era Roberto.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
182
Por mi parte, estaba intranquilo. La mayoría de los e-mails recibidos provenían de organizaciones
neonazis y grupos de cabezas rapadas que nos apoyaban en nuestra lucha <<contra los invasores>>.
No quise erigirme en jefe espiritual de los skins, y opté por no volver a convocar ni un solo acto que
condujera a equívocos.
Roberto decidió tomar las riendas en este asunto y, por miedo a perder mi empleo, agaché
cobardemente la cabeza y accedí.
Se anunció una rueda de prensa en la sede, y se programó que la diera un empleado suyo de
nacionalidad marroquí, que, para más inri, era votante del PSOE. El mencionado, Abdeslam
Benlenkadem, leyó un comunicado ante la cantidad de reporteros que abarrotaban la sala de juntas y
se despidió sin contestar a las preguntas que querían formularle. Todo ello obedeció a órdenes
puntuales de Roberto; no podía arriesgarse a que una metedura de pata llevara al Delegado del
Gobierno, Carlos González Cepeda, a prohibir la cita.
Durante los días anteriores, la inmensa mayoría de los militantes y vecinos se desmarcaron del acto,
que amenazaba con convertirse en una confrontación abierta entre neonazis eskinetes y grupos
antifascistas.
La tarde prevista, acudí por compromiso, y me arrepiento de ello. Todo lo que alcanzaba a ver
fueron furgonetas de la policía, que parecían los auténticos manifestantes, rodeados de dos
centenares de radicales de uno y otro signo. Comenté a la prensa mis impresiones, que no tenían
nada que ver con las de Roberto, quien, altavoz en mano, disfrutaba de lo lindo lanzando proclamas
insolentes.
Al finalizar, me apenó contemplar el resultado de lo que contribuí a crear. Habíamos convertido el
barrio en un campo de batalla repleto de personas ajenos a él. Esa situación provocó en la
organización una brecha que no cicatrizaría jamás.
Después de aquella experiencia, se enfrió la relación con el capo y durante semanas no supe nada de
él, hasta que coincidimos nuevamente en Serra, en la celebración anual del 18 de julio. Durante
aquella velada, Roberto me llevó aparte y expuso seriamente:
-Cuando comenzaste con el partido, no tenía intención de participar en él, pero luego de ver el
desarrollo, he cambiado de parecer. Me dolió la debilidad que demostraste en Ruzafa, y aunque
quiero que sigas dirigiéndolo, te aviso de que después del verano crearé una junta provincial que será
la que gobierne realmente el asunto. Para entonces deberás prescindir de todos aquellos que no sean
leales a la <<familia>>.
-¿A quién piensas colocar en ese consejo?
-Sus nombres no están decididos. No quiero idealistas, sino gente a la que tenga agarrada por la
barriga y dispuestos a acatar ciegamente las órdenes que les dé. Es la única forma de hacer algo útil.
Escuché sus planteamientos sin intención de aceptarlos. Desde que comenzamos, supuse que algo
similar acabaría ocurriendo, aunque no esperaba que fuera tan pronto. Intentaría buscar una
solución con la ayuda de los militantes y, de paso, debería ponerme a buscar un nuevo empleo. Jamás
lograría nadie volver a hacerme agachar la cabeza cuando tuviera razón. Lo hice en Ruzafa y me
avergonzaba de ello.
Recién concluido el verano, recibí una llamada de Roberto.
-Acaba de llamarme G. T. y me ha pedido tu número de móvil. Te llamará en unos minutos -
informó.
A los pocos segundos de cortar esta comunicación, el teléfono volvió a entonar la melodía. Alguien
estaba llamando desde un número oculto.
-¿Dígame? -contesté.
-Buenos días. ¿Es usted Juan Manuel Crespo?
-Sí, soy yo.
-Soy G. T. No sé si me recuerda. Nos vimos en la manifestación de defensa del valenciano.
-Por supuesto que lo recuerdo. Dígame.
-Preferiría hablar personalmente con usted. Supongo que sabrá donde se encuentra la puerta
principal del edificio de la Generalidad.
-Sí, claro que lo sé.
-¡Perfecto! Justo enfrente hay una especie de taberna inglesa llamada: Sherlock Holmes. ¿Le parece
bien esta noche a eso de las diez?
-Muy bien, ahí estaré.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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No hacía falta ser un lince para suponer lo que pretendía transmitirme. ¡Desde luego, para afiliarse
no me llamaba! La única razón lógica debía de ser para llegar a algún acuerdo político, económico, o
de ambos tipos. Esa noche saldría de dudas.
Al cabo de un rato, recibí un nuevo toque del Roberto.
-¿Te ha llamado G. T.?
-Sí, hemos quedado esta noche a las diez.
-¿Te ha dicho si acudiría con Zaplana?
-Pues la verdad es que no.
-¡De acuerdo! Pásate a las nueve por la empresa e iremos juntos.
-Muy bien, ahí estaré.
Faltaban dos horas para la medianoche cuando llegamos al lugar escogido. Se trataba de una
cafetería-taberna-bar decorada al estilo británico, donde se apreciaba mucho nivel.
-¿Conoces a Juan Carlos Gimeno? -preguntó Roberto.
-Me suena de oídas.
-¡Sí, hombre! Debes de conocerlo... Es diputado autonómico del PP, estuvo de presidente de la
asociación de vecinos El Plantío y fue la famosa <<voz profunda>> en el tema de las escuchas de la
Diputación.
-¿Qué ocurre con él?
-Nada, es el dueño de esto. Me invitó a la inauguración hace unos meses. ¡Una cosa! Si pregunta, le
dices que tienes afiliadas a mil personas.
-¿Crees que intentará llegar a algún tipo de compromiso económico?
-De eso estoy seguro. Le interesa quedar bien conmigo.
-¿Y eso?
- “Suponte que en la prensa aparecieran unas fotos del asesor de Zaplana con una borrachera de tres
pares y colocando carteles de Fuerza Nueva, ¿crees que le gustaría?
-¿Tienes esas fotografías?
-Te he dicho cien veces que <<información es poder>>. Lo que menos puede interesarle es un
escándalo así. Tú, tranquilo, y déjame hablar a mí como abogado del partido.
Entramos en el local buscando con la mirada a G. T. No estaba, y tomamos asiento en una mesa
situada en un rincón. Al cabo de un cuarto de hora lo vimos penetrar en el local. Vestía de negro
riguroso. Vino directo hacia los dos.
-Perdonad la espera. Salgo de una reunión con Eduardo y se me ha ido el santo al cielo.
-No te preocupes -dijo Roberto-. Acabamos de llegar. Bueno, tú dirás.
-Realmente estoy impresionado con la publicidad que estáis consiguiendo para el partido. Parece
que os va bien.
-¡Y tanto! -repuso José Luis-. Estamos recibiendo algunas ayudas de parte de empresarios y
organizaciones extranjeras.
Seguimos departiendo sobre la expectación que se había creado en el Parlamento valenciano ante
nuestra entrada en escena.
-Habéis elegido una buena época para organizar el partido. Muchas personas empiezan a estar
hartas de ver siempre las mismas caras y escuchar los mismos discursos.
-Contamos con más de un millar de afiliados -soltó Roberto-. Y sabes que eso podría implicar un
mínimo de tres mil votos sólo en la capital. Quizá esa cantidad pueda resultaros ridícula, pero es
suficiente para haceros perder las elecciones en unas autonómicas. Estamos dispuestos a tratar este
asunto con vosotros y a llegar a un acuerdo. Además, ¡a mí me gusta tu jefe! De hecho, en las pasadas
elecciones pedí el voto para él.
-Es interesante lo que dices. Muy bien. Éste ha sido un primer contacto. Mañana mismo hablaré
con Eduardo e intentaré concertar una cita. A partir de ahora, siempre quedaremos aquí. No hay que
dar pistas por teléfono.
-¿Quién va a espiaros si los tengo a todos en nómina? -bromeó el de Levantina de Seguridad.
La reunión duró menos de una hora. La voz cantante la llevó Roberto, que de eso sabía un rato.
Sólo faltaba esperar que contactaran de nuevo.
Esas situaciones de dar dinero a cambio de posibles votos no eran nuevas. Desde la llegada de la
democracia había sido una práctica habitual, por lo menos entre los grandes partidos de la llamada
extrema derecha.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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La cuestión consistía en vender la idea de que se contaban con unos miles de votos, en ocasiones no
más de dos mil, y que eso podía suponer un concejal o un diputado. Cuanto más ajustados estuviesen
los posibles resultados, mayor cantidad de dinero podía sacarse. Las aportaciones se efectuaban con el
compromiso de que el partido retiraría su candidatura o no la presentaría. En ocasiones, la oposición
intentaba financiar precisamente para que acudiéramos con nuestras listas a las urnas, entonces el
asunto se convertía en una puja a ver quién daba más. El efectivo no solía exceder los dos millones de
pesetas, cantidad más que suficiente para abonar los gastos completos de una sede durante dos o tres
años.
Todavía recuerdo las cenas a las que invitaba el jefe provincial de la FE-JONS, José Luis Martínez
Morán, cada vez que el PP aflojaba la cartera.
Días más tarde, Roberto volvió a emplazarme en su despacho. Se le veía contento. Probablemente
estaría comiéndose el conejo antes de cazarlo. Por mi parte, haría lo imposible para que se le
indigestara.
-¿Julio Dánvila estudia Derecho? -escupió José Luis.
Quedé sorprendido por la pregunta. Jamás llegaron a tratarse demasiado.
-Sí, está acabando la carrera.
-Se le ve un chaval despierto y serio -afirmó.
-Sí, lo es. ¿Y tu pregunta a qué se debe?
-Sabes que se comenta que hago trabajitos para el Cesid, ¿no?
-Sí, siempre se ha dicho.
-Y yo siempre lo he negado.
-Cierto.
-Lo que tratemos aquí no saldrá de la puerta, ¿Comprendido?
-Perfectamente.
-Unos amigos del Cesid me han pedido ayuda para infiltrar algún chaval de plena confianza en las
asambleas que los grupos antisistema realizan en las facultades valencianas. Quieren tenerlos
controlados, no sea que se les desmadren, y de paso corroborar posibles contactos con gentuza afín al
entorno etarra. He pensado en Julio. Si le interesa, se contemplará la posibilidad de darle una
compensación económica, e incluso un pequeño empujoncillo en la carrera.
-Se lo diré pero no creo que quiera.
-Vale. Pero hazlo -matizó.
Más tarde quedé con mi amigo y le comenté el tema.
-¡Para José Luis, ni agua! -fue la respuesta de Julio.
Transmití textualmente el mensaje a Roberto. No le hizo mucha gracia.
-¡A ver si estoy pagando el alquiler de la sede para nada! -protestó.
Después de que nos negáramos a trabajar de chivatillos, Roberto organizó una junta provincial
compuesta por los pelotas más redomados de Levantina de Seguridad. En algunos casos, llegó a
utilizar a personas con ideologías totalmente opuestas.
El ambiente en la sede era insoportable, y propició que se crearon dos camarillas: unos lo tenían a él
como líder, y los demás, a mí. Con esa crispación a flor de piel faltaba la gota que colmara el vaso, y
ésta surgió con motivo de la celebración del 20-N.
Un mes antes de aquella jornada, Roberto me citó.
-Faltan pocas semanas para el 20 de noviembre, y este año he decidido organizar personalmente la
marcha al Saler. Hay muchas cosas en juego como para arriesgarnos a que algo salga mal y se eche a
perder. He ideado hacerlo por todo lo alto, y para eso cuento con el asesoramiento de una empresa
de publicidad, propiedad de Juan José Roca, un concejal del PP de una población cercana a Valencia.
Así le haremos un guiño a Zaplana de cara a la reunión que tenemos pendiente. ¡Ah! ¡Una cosa! He
notado el ambiente muy tenso entre los militantes del partido. Te advierto que al menor comentario
que me entere que se hace contra mí o contra Levantina de Seguridad, tomaré cartas en el asunto.
Tenemos la posibilidad de llegar a un acuerdo importante con el PP y no pienso tolerar nada que lo
ponga en peligro. ¿Entendido?
-¡Sí, alto y claro! -solté con sorna.
-Espero que sea verdad. No eres tonto, y sabes que te conviene llevarte bien conmigo. No
pretenderás estar toda la vida trabajando de vigilante.
Al salir de su despacho, me sentí indignado. ¿Qué podía hacer?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
185
Roberto creía que si un año antes nosotros, sin medios y casi sin infraestructura, fuimos capaces de
organizar algo serio, él, que disponía de eso, lo tendría más fácil. Alquiló varias furgonetas provistas
de megafonía, para que no quedara un solo rincón que no conociera la existencia del acto. Del mismo
modo, empapeló las paredes de carteles y lanzó miles de octavillas por las vías. Finalmente, emplazó
a todos sus empleados a asistir a la marcha y organizó el servicio de seguridad empleando a los
machacas habituales. En teoría, debería ser un rotundo éxito.
Faltaba menos de una semana para el evento cuando volvió a llamarme al móvil.
-Esta noche tenemos que quedar a cenar. Me ha vuelto a llamar G. T. Ha organizado una cena con
Zaplana para dentro de diez días. Hay que ultimar detalles. A las ocho pásate por la empresa.
Durante la cena se mostró radiante y comenzó a hacerme partícipe de sus ideas.
-Hemos quedado en el mismo lugar de la otra vez. G. T. ha organizado una cena con Zaplana, a la
que también asistirá Juan Carlos Jimeno. Esa noche el local estará cerrado al público y nosotros
entraremos por una puerta distinta, no sea que haya algún mirón y ate cabos. Yo llevaré la voz
cantante como letrado del partido, y he decidido que no vamos a pedirles dinero. Tengo una idea
mejor.
-¿Sí? ¿Qué idea?
-Vamos a requerirles que nos concedan servicios para Levantina de Seguridad mediante concursos
públicos. Hay mil fórmulas para lograr que hagan las bases ajustadas a nosotros. Como contrapartida,
cogeré a mis nuevos empleados de una bolsa de trabajo que crearemos en el partido y que, de paso,
servirá de aliciente para que la gente se afilie. A ti te daré el empleo de subinspector y seguirás de
cabeza visible en la organización. ¿Qué te parece?
Escuché atónito sus razonamientos. Cuando finalizó su monólogo, le repliqué:
-¿De verdad crees que estamos trabajando altruistamente en la sede, dejándonos ahorros y
sacrificando nuestras vidas para que tú cojas servicios para Levantina de Seguridad? ¡De eso nada! Es
más, creo que ese dinero está podrido y, particularmente, no quiero saber nada de él. Por mi parte,
puedes anular la cena con esa gente.
Las facciones de Roberto comenzaron a mudar, y una intensa ira invadió su rostro.
-¡Se hará lo que yo diga y punto! -escupió.
-No es justo y lo sabes. Por mi parte, no cuentes con apoyo. Además, hasta la fecha sigo siendo el
responsable de la FE-FNS, y todo compromiso precisa de mi autorización -repliqué.
Roberto permaneció en silencio, mirándome. Entendía que tenía razón.
-Piénsatelo mejor y lo hablaremos con más tranquilidad. Aún queda tiempo -dijo.
Los preparativos para el 20-N seguían su curso, pero esta vez los militantes nos sentíamos al
margen.
El día de la marcha acudimos puntualmente, aunque con ganas de finalizar. Tuve mis serias dudas
sobre si debía o no asistir. Finalmente, opté por ir para no hacerles el feo a aquellos que de verdad lo
sentían. Pero muy poco tenía que ver éste con actos pasados. De entrada, había gran cantidad de
cabezas rapadas, y los machacas de Levantina de Seguridad dirigían el cotarro como si de una
exhibición de halterofilia se tratara. Roberto danzaba en el medio de la calle, dando órdenes a diestra
y siniestra. Se le veía excitado y henchido de satisfacción. En un lateral, aprecié aparcada una
enorme limusina blanca con los emblemas del partido. Me acerqué y le pregunté por ella.
-Me he quedado una empresa de alquiler de coches de lujo. He decidido traer la limusina, porque
creo que puede ser un golpe de efecto increíble -explicó.
Me quedé lívido. Fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia.
-Sabes perfectamente que la Falange no apoya al capitalismo, ¿Cómo se te ocurre traer uno de sus
símbolos como imagen del partido? ¿Te has vuelto loco?
-¡Mira, estoy empezando a hartarme de tus chorradas! ¡La limusina está aquí porque me sale de los
cojones! ¡Si no te gusta, te vas!
No hizo falta que me lo dijera dos veces. Busqué a la gente y les expuse el asunto. Todos decidieron
acompañarme.
La marcha siguió sin nosotros. Únicamente un par de camaradas que no fueron avisados alcanzaron
el final. Para ellos, mis más sinceras disculpas por el mal trago que pasaron rodeados de la gente del
Roberto.
Nuestra retirada supuso que participara menos gente en el acto, y éste resultó un fracaso. No se
puede comprar los corazones por mucho dinero que se tenga.
Al día siguiente, el teléfono no paraba de sonar. Finalmente, me decidí a cogerlo. Era José Luis:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
186
-¡Te quiero en cinco minutos en mi despacho! -ordenó.
Comparecí, dispuesto a lo peor.
-¡Eres un impresentable! -fue el modo como me saludó-. ¡Lo de ayer no tiene nombre! ¡Me pusiste
en evidencia delante de todos! Escucha con atención: la semana que viene tenemos la cita famosa.
¡Como pretendas joderme, el mundo será pequeño para ti! ¡Sabes que te tengo pillado por la barriga!
Por la cuenta que te trae, no intentes fastidiarme -amenazó.
El fatídico momento había llegado, tenía que pensar algo, y pronto. En la sede todo eran caras
largas. Para colmo, Roberto nos había puesto a un tío para controlarnos. Quedamos para cenar al día
siguiente.
-Esto es inaguantable -dijo Luis-. Las juventudes nos apoyan y prefieren reunirse bajo un puente
antes que ver todo el día al desgraciado ese.
Todos los demás estaban de acuerdo. La idea primigenia que tuvimos al crear un partido en plan
soñador había fracasado. Éramos militantes de una organización pequeña y estábamos enfrentados
por el maldito poder y el sucio dinero. Con mucho dolor de corazón decidimos hundir el barco que
habíamos creado con tantos desvelos e ilusión. No queríamos que nuestras siglas constituyeran la
referencia de los cabezas rapadas y los <<matones>> de Roberto. Algunos de nosotros trabajábamos
en Levantina de Seguridad desde hacía años y nos tocaba elegir entre vivir con vergüenza o marchar
con la cabeza bien alta. Preferimos la segunda opción. Sabíamos que de esta manera nos
enfrentábamos a un poderoso enemigo, pero el no hacerlo implicaba dejar de ser personas para
convertirnos en peleles. Acordamos abandonar la sede el martes siguiente, justo el día anterior a la
esperada cena con Zaplana. Sería nuestra venganza.
Las horas previas a la fecha fijada resultaron intensas.
El lunes, Roberto llamó a mi mujer y la citó en la empresa con el pretexto de que le había
procurado un trabajo. Una vez allí, le ofreció empleo en las oficinas de Levantina de Seguridad, con
la condición de que le facilitara información sobre cualquier aspecto desconocido mío, para poder
someterme. Ella se quedó con la boca abierta ante aquel despropósito y, muy sutilmente, lo mandó a
freír espárragos.
Por lo que a mí respecta, comencé a buscar trabajo como un desesperado y, gracias a un amigo
<<rojillo>>, conseguí firmar un contrato de vigilante jurado con Protecsa, actualmente absorbida por
Prosegur. Aparte de eso, y para redondear el jornal, las tardes me empleé de portero en un pub, y por
las noches, como seguridad en Suso´s, una conocida sala de fiestas.
El martes comuniqué a Eduardo Arias nuestro problema y, tras aconsejarme que <<por el bien de la
causa me bajara los pantalones>>, optó por quedarse junto a Roberto para dirigir la delegación de
<<la familia>> en Madrid.
Después me llamó G. T. para recordarme la cita. Le dije que, debido a serias discrepancias con
Roberto, se anulaba la cena por los siglos de los siglos. Aprovechando que no se encontraba el jefe en
las oficinas, pasé por Levantina de Seguridad y dejé dos sobres. Uno lo dirigí a la atención del jefe de
personal, manifestando que causaba baja voluntaria; otro lo dirigí a José Luis, con un texto muy
lacónico:
-He anulado la cena con Zaplana. G. T. está al día. Nos vamos con el partido a otra parte. No te
confundas: no todos los hombres tienen un precio. ¡Arriba España, camarada!
En aquel instante dejé atrás el lugar donde trabajé durante más de diez años. Cerca de treinta mil
horas portando el uniforme de <<la familia>>, cientos de juicios, más de cincuenta detenciones
practicadas, alrededor de una docena de intervenciones contra delincuentes armados y, sobre todo,
muchos compañeros con los que compartí grandes momentos. Todo ello empezaba a formar parte
del pasado. Sin mirar hacia detrás, enfilé hacia la sede.
Esa noche, un centenar de personas acudimos por última vez al piso de la Gran Vía. Descolgamos el
gigantesco rótulo y, tras coger lo que era nuestro, marchamos a iniciar una nueva vida en libertad.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
187

Capítulo IX

La noche en que vaciamos la sede me acosté tarde. A las ocho de la mañana, el teléfono de casa y el
móvil comenzaron a sonar a rebato. No los descolgué. Por el número sabía que se trataba de Roberto,
quien de esa forma tan agobiante pretendía pedirme explicaciones.
Me imaginé la escena: él circulando tranquilamente por la avenida rumbo al despacho y
volviéndose a admirar el rótulo, como hacía cada vez que pasaba por ahí, frenando en seco y
alucinando con lo que ya no veía. ¡Debía de llevar un cabreo enorme!
En las jornadas posteriores contactaron conmigo antiguos compañeros de Levantina de Seguridad.
Venían a avisarme de que Roberto había puesto precio a mi cabeza. Lo surrealista del asunto es que
ellos eran precisamente los que tenían el encargo de darme una paliza.
-¡Es que eso de ser siempre el machaca del jefe al final cansa! -dijeron.
El resto de los camaradas de FE-FNS no estaban mejor que yo. Unos cuantos siguieron mis pasos y
abandonaron <<la familia>>, y éstos eran precisamente los que más amenazas seguían recibiendo. Les
aconsejé que anduvieran con cuidado, no fuera que se toparan con algún cabrón que les amargara la
existencia.
El que no tuvo suerte fue Lucas, el skin del partido. Dos de los matones de Roberto le propinaron
una brutal paliza.
Supe que estos mismos matones me buscaban junto con unos cuantos más, pero debían de ser muy
estúpidos o no lo hicieron con suficiente esmero, ya que un par de días después de abandonar <<la
familia>> comencé a trabajar en un local público a escasos doscientos metros de sus oficinas.
De vez en cuando me juntaba con la gente del partido para tratar de encontrar una nueva sede, pero
mis empleos no daban tiempo para nada y, con el tiempo, postergamos la idea. Durante un año
trabajé dieciocho horas diarias sin descanso.
Por otra parte, Arias viajaba constantemente a Valencia para despachar con su nuevo jefe, el capo.
Por terceras personas me enteré de la elección en Falange de un nuevo jefe nacional. Se llamaba
Jesús López y anteriormente había ejercido de jefe provincial en Toledo, su ciudad natal. Yo lo
conocía y creí sinceramente que se trataba de la persona idónea para ese puesto.
Gustavo Morales, su predecesor en el cargo, se encontraba muy liado como para ejercer la jefatura.
En los últimos tiempos había triunfado: fue nombrado director del periódico YA en su última etapa,
y posteriormente contratado por Mario Conde para codirigir su revista MC. La transformación de
Morales resultó ejemplar: de los <<feos>> al guapo sin ponerse colorado.
Mis últimas informaciones referían que Eduardo Arias había sido llamado a ocupar una secretaría
en FE-JONS. Quedé un poco sorprendido por aquel cambio de ideas tan radical, aunque supuse que
López no habría querido prescindir de alguien tan representativo.
No tenía tiempo para nada, salvo para trabajar; sentía cierta añoranza por lo que pudo ser y no fue,
pero en los momentos difíciles toca levantar la cabeza y seguir adelante sin mirar atrás; me
encontraba satisfecho de salir sin ayuda. Mi empleo en Protecsa me permitió conocer lo que se nos
tenía vedado. ¡Por fin una empresa que cumplía rigurosamente con la ley!
Por las noches doblaba en un pub llamado Haddock y en Suso´s. En el primer local me encontraba
precisamente para protegerlos de los cabezas rapadas, que habían ocasionado algún que otro
problema al dueño; por fortuna, los <<pelados>> me conocían y nunca montaron follón mientras yo
prestaba servicio.
Aquella nueva etapa me traía sensaciones diferentes y por primera vez estaba satisfecho. En la sala
de fiestas pronto conseguí la confianza de los responsables y, aunque no libraba nunca, me aplicaba a
gusto.
Trabajaba de paisano y sin ningún tipo de arma; algo anormal, puesto que estaba acostumbrado a
portar defensa y el pesado revólver reglamentario.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
188
Los encargados del local percibieron mi satisfacción de estar de cara al público y me encargaron
otra labor: actuar como relaciones públicas; eso implicó el complemento final de mi carrera como
profesional de la noche valenciana.
La discoteca era una institución en la ciudad y por ella desfilaban figuras habituales de la televisión.
Jimmy Jiménez Arnau era una de esas figuras. Se trataba de una persona muy inteligente y directa;
solía acudir después de participar en tertulias de Canal Nou y, en ocasiones, las proseguíamos los dos
juntos.
El periodista Carlos Dávila venía de vez en cuando. Nunca hablé con él, pues siempre se encontraba
demasiado ocupado en sus cosas. Sin intención de entrar en detalles morbosos, baste decir que lo
admiraba hasta entonces.
Lidia Lozano, también periodista, frecuentaba el local los jueves. Pocos famosos irradiaban tanta
simpatía como ella con los clientes.
José Sancho, María Jiménez, Imanol Arias, Espartaco Santoni, el genial humorista Eugenio, las
espléndidas The Supremes y un largo etcétera, compartieron conmigo, quizá sin saberlo, retazos de
sus vidas. El mundo de la noche te permite esas licencias. Incluso durante un par de meses mantuve
un idilio con una conocida actriz. ¡Lo que son las cosas!
Llevaba algún tiempo en ese puesto y algunas noches veía a Roberto caminando por la cercana
Gran Vía; sabía que él estaba informado de mi presencia y, aunque al principio mantenía la guardia,
conforme transcurrían las semanas, me descuidé.
Sucedió un jueves. En aquella velada la discoteca estaba repleta y me hallaba charlando con el
portero junto al único acceso. De improviso aprecié que alguien entraba como una exhalación sin
dirigirnos la mirada. Lo reconocí sin dudarlo: se trataba de Roberto, acompañado por un par de
espectaculares chicas.
Permanecí alerta. Sabía que por fuerza él tendría que salir por mi lado. Al cabo de media hora se
acercó directamente y profirió en plan cínico:
-¡Hombre! ¡Qué pequeño es el mundo! ¡Si tenemos aquí al jefe de Falange!
Lo conocía de sobra y supuse que esa ironía reflejaba un intenso deseo de hablar.
-Qué tal, José Luis... ¿Todo bien?
Me repasó lentamente con la mirada mientras las comisuras de sus labios dejaban ver una mueca de
asco.
-No sé que hago parado frente a ti. Deberías estar muerto.
No me asustó. La vida me ha enseñado que quien piensa en quitarte del medio no suele avisar.
-¡Venga, José Luis! ¿Vas a matarme tú?
-Yo no, pero hay muchos que pagarían por verte en un ataúd.
-¡No digas chorradas! ¡El único inconsciente que lo haría eres tú y no lo has hecho! ¿Qué has venido
a contarme? ¡Por qué no me digas que tu visita es casual!
Noté que se ponía nervioso: lo había pillado.
-¡Te invito a una copa! –apunté, para calmar el ambiente.
-¡Yo no tomo nada con traidores!
Cogí su ocurrencia en plan de broma e insistí:
-Venga, sólo una copa. ¡Joder, José Luis... no estarás asustado!
-¿Asustarme tú? ¡Bueno, una copa! ¡¡Pero pago yo!!
-Vale... vale... No te preocupes, que no lo impediré.
Pasamos al interior y pedí un par de whiskies; en seguida comenzó a hablar:
-Lo que hiciste no tiene nombre, ¿Sabes cómo quedé ante G. T. y Zaplana? ¡Debieron pensar que
soy idiota!
-Mira... Cometiste un error imperdonable al amenazarme. Conmigo, por buenas lo tienes todo...
pero por las malas me da igual lo que pase. Podría entender que me manipularas en tu empresa, a fin
de cuentas explicaste las condiciones y acepté. Lo que no puedo y jamás consentiré es que pretendas
hacer un negocio de la política y mucho menos si el partido lo he creado yo.
De pronto, me sorprendió con una propuesta inesperada.
-¿Quieres volver a Levantina de Seguridad? Hay una plaza vacante de subinspector y quizá te
interese.
-Te lo agradezco, pero no. Además, el asunto no está resuelto. ¿Crees que voy a olvidar la paliza que
le metieron a Lucas?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
189
-Yo no la autoricé, sólo dije que le avisaran; es más, alguno ha querido venir a reventarte y se lo he
impedido.
-No querrás encima que te dé las gracias. Escucha... estás rodeado de pelotas impresentables que se
ríen de tus gracias, y yo no soy de ésos. Tengo orgullo y, al igual que sé reconocer mis errores,
cuando tengo razón la defiendo hasta el final, ¡caiga quien caiga!
-¿Sabes una cosa?
-Qué.
-Nunca me ha vacilado nadie tanto como lo hiciste tú con el tema del partido. ¡Joder, quedé como
un estúpido! Te juro que de haber sido otro, estarías bajo tierra... lo que ocurre es que te sigo
considerando como parte de <<la familia>>. Hazme un favor, piensa en la oferta y hazme llegar la
respuesta... De todos modos, sabiendo que estás aquí, pasaré a visitarte de vez en cuando.
-Puedes venir cuando quieras.
Le acompañé a la salida y se despidió dándome la mano.

Lo que jamás imaginé que acontecería había sucedido, ¿Qué nuevas sorpresas me aguardarían?
Comenté los pormenores del encuentro a los camaradas; se quedaron confusos.
-No te fíes, seguro que se trata de una trampa -expuso uno.
-Estaré con los ojos bien abiertos. Tranquilos, que el que me la hace una no me la hace dos.
Por esa época, principios de 97, un camarada de Patria Libre, llamado Ernesto Cortina, me ofreció
empleo en la empresa familiar. La compañía pertenecía a la familia del comandante Cortina, famoso
por estar implicado en el 23–F. Mi amigo era su sobrino y yo conocía a su tío de pasada, por haber
coincidido en alguna ocasión.
El tiempo transcurría deprisa y desde mi lugar en Suso´s vivía la que entendía como mi última
etapa en la noche. Seguía compaginando empleos hasta que una tarde recibí una llamada desde
Madrid. Se trataba de mi camarada Ernesto Cortina.
-Muy buenas, ¿qué tal por Valencia?
-¡Hombre! ¡Cuánto tiempo! Pensé que te habías olvidado de mí...
-¡De eso, nada! ¿Puedes venir el jueves de la semana que viene? Mi hermano precisa hablar contigo
urgentemente.
-¿Sabes de qué?
-Asuntos de trabajo. Quiere que te incorpores a la empresa como delegado en Valencia... aunque yo
no te he dicho nada.
-Entendido. ¿A qué hora tengo que estar y dónde?
-Sobre las seis de la tarde en las oficinas de López de Hoyos.
-Ahí estaré.
-¡Perfecto! Venga, un abrazo y nos vemos el jueves.
Me marché contento. Parecía que empezaba a ver una luz al final del túnel.
Unos días después me encontraba en Suso´s, cuando volvió a aparecer Roberto; esta vez vino
directamente a saludarme y me ofreció una copa.
-¿Has sopesado la oferta de empleo que te hice?
-Sí, y aunque la agradezco, me han hecho una mejor.
-¿Puede saberse quién?
-Se trata de una empresa madrileña, pertenece a la familia del comandante Cortina, el del 23-F. Me
han ofrecido un puesto de delegado en Valencia.
-¿Los conocías de algo?
-Traté bastante con un sobrino suyo por el tema político.
-Creo que te equivocas al optar por esa gente; de todos modos, te igualo la oferta económica y las
condiciones.
-Gracias, pero no es cuestión de dinero.
-Siempre lo es.
-En mi caso puedo asegurarte que no, y lo sabes.
-Mira, Juanma, piénsalo y ya me responderás; pero quiero que tengas algo en claro: has estado con
nosotros durante mucho tiempo y sabes cosas que no deberías conocer... Te aprecio y por eso te aviso
de que mientras todo vaya bien entre los dos no habrá problemas, pero si alguna vez pretendes tirar
de la manta o contar a terceras personas algo que me implique en asuntos turbios... Valencia será
demasiado pequeña para que puedas esconderte. No te lo tomes como amenaza...
Juanma Crespo Memorias de un ultra
190
-¿Que no me lo tome como amenaza? ¡Joder, ésa sí que es buena! ¿Entonces debo entenderlo como
un cumplido? ¡Venga, José Luis! ¡Si no sabes hablar sin amenazar!
-Se trata de un aviso. La gente con la que vas a estar se halla muy ligada al Cesid y tendrán interés
en averiguar cosas...
-¿Has venido a intimidarme?
-No, es un aviso. Supongo que es hablar por hablar y nunca te irás de la boca. Te aprecio y respeto;
no falles y tómate en serio la oferta. Sabes dónde localizarme.
Se despidió dejándome un mal sabor de boca, ¿A qué se debía esa actitud? Dispuse no tomármelo en
serio y seguir con la mía. Lo que estaba claro es que jamás trabajaría junto a él.
El jueves siguiente acudí puntualmente a la cita en la capital. Me volví loco buscando la dirección
hasta que logré dar con ella; subí a las oficinas, me esperaban Ernesto y su hermano Rodrigo,
director general de la empresa. A este último no lo conocía de antes; sabía que era abogado y, de
entrada, no me causó buena impresión. Se le veía demasiado estirado.
-Buenas tardes, señor Crespo. Lo he hecho venir con premura porque tanto mi hermano como mi
tío, José Luis, han insistido en ello y creen que usted es la persona que precisamos en Valencia.
Le estreché la mano, sorprendido por lo que consideré un trato demasiado escrupuloso, ¡A fin de
cuentas teníamos la misma edad!
-Es un placer conocerlo.
Nos sentamos en su despacho y acordamos mi incorporación en aproximadamente un par de meses,
para principios de junio. Antes, ellos tenían que solucionar unos temas y buscar instalaciones.
-Mi padre es el Presidente; y mi tío, José Luis, uno de los principales consejeros. Ellos me han dicho
que le transmita su propósito de acudir en breve a visitarlo.
-Me parece perfecto, así intercambiaremos impresiones.
Después de despedirme, fui a cenar con Ernesto. Esa misma noche yo regresaría a mi ciudad.
Proseguí la vida con normalidad aunque con los ojos bien abiertos por si Roberto volvía a cambiar
de idea y pretendía perjudicarme. Pero la suerte me acompañó y a los pocos días recibí una llamada.
-Buenos días, ¿Es usted Juan Manuel Crespo? -preguntó la voz.
-Sí, ¿de parte de quien, por favor?
-Soy Antonio Cortina. Estoy con mi mujer y mi hermano en el hotel Astoria. ¿Podríamos quedar
para comer hoy mismo?
-Por mi parte, encantado.
-¿Le parece bien a las dos en La Marcelina? Me apetece comer una buena paella y ver el mar...
-Estaré puntual.
La comida fue seria, aunque los tres se mostraron afables. La conversación versó sobre la futura
delegación y las esperanzas que ponían en ella. Luego tratamos sobre política y se refirieron a mi
experiencia con la fundación del partido y su final.
-Una de las causas que nos impulsan a emplearlo es precisamente debido a la entrega que demostró
con su proyecto. Tenemos el deber moral de apoyar a quienes sobresalen -dijo Antonio Cortina, el
padre de mi amigo.
Agradecí el detalle y me comprometí a hacer que funcionara la delegación. El comandante fue
conciso y parco en palabras. Nos despedimos tras quedar en Madrid para un par de semanas después:
había que ultimar detalles.
Ese mismo día comuniqué a los propietarios de Suso´s que en breve finalizaría mi compromiso con
ellos, pero que hasta entonces seguiría al pie del cañón. Del mismo modo solicité la baja en Protecsa.
Aunque siempre se comportaron impecablemente, decidí no ir tan agobiado de cara a mi próxima
incorporación.
La segunda cita en la capital fue distinta. Acudí a las instalaciones de López de Hoyos y, desde ahí,
Ernesto me llevó a un restaurante donde me aguardaban su padre y su tío; Rodrigo excusó su
ausencia debido a un juicio donde ejercía de abogado. ¡Qué alivio!
Nos sentamos en un reservado y comenzaron a referirme las ventajas de la empresa: pagaban
salarios según convenio, responsabilidad ante todo, eran los mejores del sector... y toda la serie de
lindezas que suelen decirse cuando de lo que se trata es de vender un producto. Su lista de clientes
también era buena: Construcciones Vallehermoso, Museo militar del aire, Partido Popular...
Antes de los postres seguimos hablando un buen rato y el padre de mi amigo me dio un consejo:
-De la relación con los clientes no quiero que diga ni una palabra a nadie. A partir de este instante
usted es nuestra persona de confianza y se debe a nosotros, lo mismo que a la inversa; por eso le
Juanma Crespo Memorias de un ultra
191
hemos otorgado un puesto de tanta importancia. Y otra cosa: evite que se conozca que mi hermano
José Luis forma parte de la estructura de la empresa; eso podría perjudicarnos...
-Lo haré, pero no entiendo muy bien por qué eso debería afectar. Él resultó absuelto en el proceso
y, aunque no lo hubiera sido, cada cual tiene derecho a pensar lo que quiera.
-No es tan sencillo. Verá, éticamente no resulta claro explicar por qué la empresa de seguridad de la
familia de un golpista realiza la vigilancia en instalaciones militares. Es cierto que la adjudicación se
hace mediante concurso público, pero algunos de los responsables de la adjudicación tienen lazos
demasiado estrechos con mi hermano como para pasar inadvertidos... Por otra parte, somos una de
las pocas empresas de seguridad españolas contratadas para escoltar a los concejales populares en las
provincias vascongadas. ¿Puede suponer qué escándalo se produciría si se supiera que los del PP
contratan los servicios de un militar enjuiciado en el 23-F? ¡Y no es un oficial cualquiera! ¡¡Es el
comandante Cortina, uno de los jefes del Cesid!! ¿Entiende lo que le digo?
-Sí, supongo que sí... Aunque no comprendo cómo, sabiendo eso, los del PP han contratado sus
servicios.
-Precisamente ahí radica el problema... ¡Muchos lo ignoran! Pero tienen mucho que callar...
-¿Por ejemplo?
-No se lo podemos decir.
-¿No decían que soy su hombre de confianza? Podrían demostrarlo...
Cayeron en su propia trampa. Noté que los ojos del padre de mi amigo se movían buscando una
señal. Fue su hermano, el famoso militar, quien respondió a la pregunta.
-En el entorno del PP hay mucha gente noble y buena, pero, como en todas partes, también existen
vividores que buscan hacer de la desgracia ajena un negocio. En este caso, hay algunos que están
llenándose los bolsillos con el tema de las escoltas, se han montado sus propias empresas de seguridad
y cobran comisión por adjudicar servicios.
-¿Esta empresa también paga comisiones?
- No voy a contestar a esa pregunta. Pero todas las compañías lo hacen; esos clientes reportan
mucho capital a la empresa y resultaría impensable acceder a ellos sin pagar un tributo a
determinados personajes... ¡Los negocios son así!
En mi interior comenzó a desarrollarse una pequeña batalla interna. ¿Es que todo radicaba en el
maldito dinero? ¿Y los ideales? ¿Sería cierto que no servían para nada? Pensé en José Antonio,
Ramiro, Onésimo... e incluso en el Ché y en Durruti... Todos ellos murieron defendiendo sus
principios, y caí en la cuenta que prefería mil veces estos ejemplos que el de los otros, cegados por la
ambición y la riqueza. Supongo que seré diferente; puede incluso que sea un gilipollas soñador, pero
así es como pienso.
Mientras se desarrollaba el coloquio sentí curiosidad por hablar con el comandante sobre otros
asuntos más interesantes. Decidí entrar a trapo.
-Durante muchos años he estado carteándome con el teniente coronel Tejero.
-¿Ah, sí? Hace tiempo que quedó libre -afirmó.
-Lo sé. Empecé a escribirle unos meses después del 23-F, cuando él estaba encerrado en el castillo
de San Fernando, y mantuvimos una relación epistolar hasta poco antes de que él saliera del castillo
militar. De hecho, llegó a invitarme a la ordenación sacerdotal de su hijo.
-Sí, tiene un hijo cura y otro militar -confirmó lacónicamente.
Percibí que la conversación no era de su agrado. Yo, por mi parte, ya estaba a punto de tirar la
toalla, cuando Ernesto prosiguió el diálogo:
-Mi tío resultó el único absuelto en el proceso, no pudieron probarle nada.
-Igualmente no tendría nada que ver –expuse, con el propósito de tirarle de la lengua.
-¿Que no? -clamó su sobrino, riéndose-. Tío, cuéntale a Juan lo de los americanos...
El comandante dirigió a Ernesto una mirada seria.
-Si quieres hablar de este asunto baja la voz, las paredes oyen, ¡y sé muy bien lo que digo!
Decidí derivar la tertulia hacia otros derroteros menos comprometidos. El tiempo y el vino dirían el
resto.
-Un íntimo de mi familia participó en los sucesos de Valencia, estaba de ayudante de Milans del
Bosh -comenté.
-¿Mas Oliver? -interrumpió el militar.
-No, era otro teniente coronel. Después de la intentona lo postergaron a un cuartelucho de
Castellón.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
192
-Sí, se tomaban con frecuencia esas medidas.
-El golpe acabó en una chapuza; y eso que estaba muy bien preparado, ¿No, tío? -intervino Ernesto.
-No fue ninguna chapuza, como se ha dado en entender. Al contrario, estaba todo calculado al
milímetro. Lo malo es que la fecha tuvo que adelantarse a la inicialmente prevista debido a las
circunstancias políticas y sociales; de haberse realizado un par de semanas después, habría salido
perfecto.
-Usted estaba como jefe del Cesid, ¿no?
-Más o menos... pero sí, gozaba de cierto poder en <<La Casa>>.
-¿Y si te dijese que mi tío acudió a la embajada de los Estados Unidos para anunciarles lo que iban a
hacer, para no pillarles por sorpresa?
-Entonces, ¿es verdad que se pidió permiso a los norteamericanos?
-El 23-F ni fue ni el golpe ni la vacuna de nada. Luego resultó de todo un poco. En esos momentos
existía un enorme caos en España, ETA asesinaba a diario y la crisis social era crítica. Muchos
pensaban que no quedaba más remedio que preparar algo que pusiera un poco de orden ante tanto
desenfreno y que, de paso, mantuviera en su puesto al rey, quien representaba la única garantía de
unión. A la embajada norteamericana se acudió para plantear nuestros propósitos ante los
responsables de <<La Compañía>>.
-¿<<La Compañía>>? ¿Se refiere acaso a los jesuitas? –inquirí, sorprendido.
El comandante soltó una carcajada.
-¡No, ni mucho menos! <<La Compañía>> es el nombre en clave que utilizamos para referirnos a la
CIA. No podíamos plantearnos nada sin antes ponerlo en su conocimiento... Bueno, retomando la
conversación, te decía que incluso un par de generales viajaron a Washington para entrevistarse con
Reagan. Cada detalle se cuidó al dedillo y no tenía porqué fallar nada.
-¿Y qué es lo que falló?
-Realmente nada y todo. Los americanos nos dejaron hacer, aunque sin demasiada ilusión. Suponte
que los generales que viajaron a ver a Reagan hubieran sido recibidos por un mando militar
norteamericano que hubiese transmitido el beneplácito de su gobierno y poco más. En España se
cometió un error contando con Tejero. Él es un hombre de valor demostrado, pero no tenía que
haberse encargado de ocupar el Congreso, ahí metió la pata Milans.
-¿Se lo encargó él?
-Milans confiaba en Tejero. Lo que sobrevino es que el guardia civil tenía un sentido muy especial
de la disciplina; atendía las órdenes que le interesaban y las que no, las contravenía. Se trataba de un
oficial de acción que hubiera servido como geo, pero no como mando militar. Me jode decirlo,
porque lo considero un patriota y una persona de honor, pero así es.
-¿Usted sigue en el ejército?
-Uno es militar si lo siente; llevar uniforme es lo de menos. Varios miembros de la familia siguen
con la vocación, e incluso algunos trabajan en <<La Casa>>; por mi parte, estoy desarrollando una
empresa que creé y, junto con el proyecto de la empresa de seguridad, la verdad es que no tengo
tiempo para aburrirme.
-¿A qué se dedica su otra empresa?
- A cuestiones informáticas...
-¡Anda ya! -dijo Eduardo-. Nuestra empresa se encarga de conseguir información para nuestros
clientes. ¡En estos tiempos todo el mundo quiere saber cosas sobre la competencia!
<<Un ex agente del Cesid metido a detective de empresas. La verdad es que es el negocio
perfecto>>, pensé.
-¡Hombre! No parece ser muy legal... -expuse.
-¡Ernesto! -clamó su tío-. Ya te he dicho que esas cosas no deben hablarse fuera de casa -dirigió la
mirada hacia mí-. No lo digo por usted, pues merece nuestra absoluta confianza, pero no me fío de
las paredes...
-Supongo que tiene razón -afirmé.
-Siempre hay cosas que deben permanecer ocultas. Poseer información significa tener poder -
explicó el militar.
-Es lo mismo que dice siempre José Luis.
-¿José Luis? -repitió el comandante.
-Sí, tío... el de Levantina de Seguridad; se llama José Luis Roberto. Ya te he hablado de él...
-¡Ah, sí! Lo he oído nombrar.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
193
-Él afirma que es del Cesid -comenté.
-¿Ése de <<La Casa>>? ¡Ya le gustaría! Seguro que no... ¡Vamos, eso se lo garantizo! Puede que sea
un confidente, pero nada más.
Faltaban días para comenzar en la empresa de los Cortina cuando reapareció Roberto en Suso´s. Me
llamó para invitarme a una copa; en esta ocasión se le veía simpático.
-Dentro de poco es el 18 de julio -comentó-. ¿Piensas venir a Serra?
-No sabía que pensabas organizar algo. ¿Puede saberse qué grupo convoca?
-Salva Gamborino ha dado su DNI a la delegación del gobierno para pedir autorización. Será un
éxito, pienso llamar a todos los empleados y servirá de prueba de fuego.
-¿Prueba de qué...?
-Tengo la idea de montar un partido tal y como ideaste el tuyo, sin referencias al pasado y con
discursos nuevos; lo de Serra servirá de carta de presentación. ¿Te interesa participar en el proyecto?
-No te lo tomes a mal, pero contigo no.
-En parte te entiendo, pero esta vez será distinto... Pienso llevarlo como una empresa. De entrada,
todos los cargos deberán trabajar en Levantina de Seguridad, para evitar que se repita lo que hiciste...
Además, he retomado las conversaciones con G. T. y espero poder reunirme pronto con Zaplana. Si
tú vinieras daríamos una sensación de unidad y fuerza que nos beneficiaría a todos.
-¿Cómo? ¿Cogiendo más servicios para Levantina de seguridad?
-Ese asunto es indiscutible. Además, es más seguro que ir recogiendo dinero por aquí y por allá. Si
te interesa, hallaré la forma de que ganes mucho más de lo que has soñado; piénsatelo.
-Lo tengo pensado; de todos modos, te lo agradezco.
-El nuevo partido no se llamará Falange ni nada parecido. Tiene que transmitir ideas nuevas para
que vean que suponemos un riesgo real de cara a unas elecciones.
-¿Pensarás alguna vez en los demás aparte de en tu beneficio?
-Escucha... ¡Soy tan sindicalista como tú! Predico con el ejemplo proporcionando empleo a los
camaradas...
-¡Menudo ejemplo!
-¡Déjate de idealismos baratos, la única forma de que te siga la gente es teniéndolos bien cogidos por
el bolsillo!
-¡Pues tendrás que crear una empresa capaz de emplear a cuarenta millones!
-¡No seas absurdo! La cuestión no es ganar, sino vender la idea de que podemos conseguirlo. Sé que
no me entiendes, pero algún día comprobarás que tengo razón.
-Lo dudo, José Luis.
La madrugada del 18 de julio de 1998 yo seguía en mi puesto de Suso´s; unas semanas atrás había
comenzado en mi nuevo puesto y entre unas cosas y otras andaba bastante liado. A las cuatro entró
Ángel Mayor, el de las escuchas de la diputación, se acercó a mi lado y, sin más preámbulos, dijo
textualmente, en tono amenazante:
-Vengo a advertirte, de parte de Roberto, que no te extrañe si dentro de poco vienen un par de
personas a hacerte una visita.
Me quedé inmóvil. No me esperaba una amenaza... además, ¿a cambio de qué? ¡Y encima en mi
trabajo! La extrañeza abrió paso a la ira. Me acerqué a Ángel hasta situar mi rostro a un centímetro
escaso del suyo y exclamé:
-Pues escucha atentamente el mensaje porque quiero que se lo transmitas literalmente. Le dices a
José Luis que bastante liado estoy, trabajando como un burro, como para tener que aguantar sus
memeces... ¿Lo has cogido?
-Sí.
-Pues sigue tomando nota, que aún no he acabado... Luego le dices que, como venga alguien a
tocarme las narices o note una abolladura en el capó del coche o incluso una cagada de paloma, iré a
su empresa y, por muchos machacas que tenga, le arrearé tal somanta que se va a acordar de mí.
¡¡Entendido!!
-Sí, pero...
-¡Todavía no he acabado, gilipollas! También quiero que le comentes que no le tengo ningún
miedo, y que, como siga en ese plan, acudiré a denunciar sus tejemanejes con la policía a la
Audiencia Nacional o al Tribunal de Estrasburgo, si hace falta... ¡Ya hay bastantes muertos en el
armario como para que quede impune ese puto cabrón! ¡¡Y eso también va por ti!! ¿Comprendido, o
quieres que te lo deletree?
Juanma Crespo Memorias de un ultra
194
Asintió, pálido como la cal: sabía perfectamente que yo conocía datos precisos sobre algunos turbios
asuntos que no me interesaba descubrir.
-Sí, pero creo...
-¡Te equivocas! ¡¡Tú no crees nada!! ¡¡Haz lo que te he dicho y punto!! ¿Entendido?
-Sí.
-Muy bien, ahora vas a salir por donde has entrado y no quiero volver a verte en mi vida. Y no
dudes de que hablo en serio. ¡Estoy harto de soportar a impresentables mafiosos de mierda!
Acabado mi discurso, Ángel salió sin volver la vista atrás. No suelo enfadarme y odio hacerlo, pero
tanto cúmulo de amenazas me tenían más que harto y acabé explotando. Sabía que Mayor, como
siervo fiel, daría el recado. Y yo tendría que estar con los ojos bien abiertos.
En informaciones posteriores me enteré de que el cabreo de Roberto venía motivado porque al acto
de Serra no acudieron ni media docena de personas. Su frustración se la cobró conmigo, aunque lo
peor aún estaba por llegar.
No había transcurrido ni una semana desde que Ángel Mayor vino a amenazarme y desde entonces
no había sabido nada, aunque esperaba respuesta del de Levantina de Seguridad.
Aquel jueves quedé en ir a cenar con un par de amigos al restaurante de VIPS, en la Gran Vía
Marqués del Túria. Las manecillas del reloj marcaban las diez cuando conseguimos mesa justo al lado
de la puerta; me senté de espaldas a la misma, mirando hacia el comedor y frente a mí se
acomodaron mis acompañantes. No llevaríamos ni diez minutos cuando percibí de refilón a alguien
cuyo inconfundible caminar me resultaba familiar. Giré con disimulo y observé a Roberto: iba
acompañado de una chica rubia y de un hombre alto y fornido. A ella la conocía de vista y sabía que
se trataba de su nueva novia, una prostituta del este; al otro no lo había visto jamás, aunque por su
aspecto también semejaba un ciudadano del este... probablemente un matón de Roberto.
No repararon en mí, aunque sería cuestión de tiempo que lo hicieran. La casualidad quiso que les
ofrecieran sitio justo delante de nosotros, a escasos tres metros; y que Roberto se aposentara de
frente a nosotros. Cuando curioseara en mi dirección me vería de lleno.
Proseguí comiendo como si tal cosa, cuando lo inevitable acaeció.
El de Levantina de Seguridad acababa de fijar sus ojos en los míos y noté que se le transformaban las
facciones; musitó algo al oído del otro y, tras escrutarme, se levantaron marchando en mi dirección.
-¡Hombre, Juan! -pronunció cínicamente-. ¡Qué ganas tenía de verte! Precisamente vengo con un
amigo ruso que lleva varios días buscándote...
Sin pensar muy bien por qué, me levanté y anduve hacia el gorila a la vez que le ofrecía la mano. El
pobre chico no entendía nada y me la estrechó con cara de circunstancia, ante la mirada asombrada
de Roberto, quien, enfurecido, se acercó en plan amenazante:
-¿Vas de listo, pringao? ¡Quién coño te crees que eres para amenazar con denunciarme! ¡No tienes
ni idea de con quién te estás metiendo! -soltó.
Noté que el cachas se situaba discretamente a mi izquierda para controlarme, mientras su amo
avanzaba con los ojos desencajados. Me puse en guardia e increpé:
-¡No des un paso más, te lo advierto, José Luis! ¡¡No quiero líos, pero no me busques las cosquillas!!
La presencia del otro proporcionó agallas a Roberto, que anduvo hasta colocar su cara rozando la
mía.
-¡Esta vez no escapas! -amenazó-. ¡Lo que le dijiste a Ángel vas a pagarlo!
Observé que el resto de los clientes contemplaban la escena, atemorizados. En una esquina distinguí
el uniforme verde del vigilante de Prosesa disponiéndose a intervenir y comprendí que no podía
dejar que el macarra que tenía enfrente siguiera chillándome sin más. Decidí plantar cara... ¡Y a por
todas!
Preparé la estrategia de defensa. A escasos centímetros de mi mano tenía un vaso de cristal. Si el
ruso se acercaba un milímetro, se lo estrellaría en la nariz, en donde no hay músculos. El de
Levantina de Seguridad no me preocupaba: patada en la entrepierna seguida de un fuerte cabezazo
en el tabique nasal y caería redondo. Con el plan trazado y la adrenalina a punto de salir por las
orejas, lo reprendí:
-¡¡Escucha gilipollas!! ¡¡O te apartas de mí antes de un segundo o de la leche que te arreo van a
sacarte de la pared con escoplo!! ¡¡Si tienes lo que hay qué tener, sal conmigo a la calle!! ¡¡Tú y yo
solos, sin mirones ni machacas!!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
195
Mi inesperada reacción provocó que José Luis retrocediera un par de pasos. Debió pensar que iba a
atacarlo. Rápidamente metió la mano bajo la chaqueta y empuñó, sin sacarlo del cinto, un pistolón
plateado.
Se sintieron gritos de pánico y el vigilante corrió hacia mi agresor. Viéndolo llegar, Roberto gritó:
-¡Estate quieto, hijo de puta! ¡Si das un paso más, estás acabado!
El de seguridad se quedó indeciso a un par de metros y al instante apareció una segunda persona
vestida con traje y corbata.
-Soy el encargado del local... Por favor, esconda el arma.
-¡Tengo autorización para portarla! ¡Soy jefe de seguridad de Levantina de Seguridad y esta pistola
es legal!
-De acuerdo... de acuerdo... es legal. Sé quien es usted y créame que sólo quiero evitar problemas.
-¡No pienso salir de aquí! ¡Y dile a ése que como se acerque un paso lo frío a tiros! -dijo refiriéndose
al de Prosesa.
-Tranquilo que nadie lo va a echar ni a ponerle la mano encima. Por favor... -indicó al vigilante-.
Márchate a la puerta, el señor es un cliente conocido.
Mientras éste obedecía la orden y volvía a su puesto, Roberto, un poco más tranquilo, sacó la mano
de la <<cacharra>>.
-Voy a sentarme, ¡pero no pienso irme!
-De acuerdo... no se vaya... pero, por favor, siéntese en esta otra mesa que le hemos preparado –dijo,
señalando a una más apartada.
Roberto accedió y, tras lanzarme una mirada amenazante, acudió a instalarse en su nuevo
emplazamiento.
Mis amigos estaban más blancos que la cal. No se esperaban esa película.
-¡Oye! Acabamos de cenar y nos vamos, ¿vale? -dijo uno.
-No. Si os queréis marchar os vais, pero yo me quedo. Si salgo antes que él pensará que le temo.
Roberto debió de cavilar lo mismo y aguantó a largarse hasta las tres, hora del cierre. Salí tras él sin
aparentar nervios. La guerra acababa de comenzar. En lo sucesivo intentaría actuar con cabeza y no
caer en nuevas provocaciones.

Luego comenzaron a llegarme rumores sobre José Luis, en relación al enfrentamiento de VIPS.
-Debes andarte con mucho ojo, ayer convocó a varios de sus hombres de confianza para tratar sobre
ti. Van a quitarte del medio; no estaría de más que te agenciaras una pistola -me avisó un amigo,
trabajador de Levantina de Seguridad.
-Ya veremos lo que hago; de todos modos, gracias por el consejo.
Acentué la guardia para prevenir posibles <<accidentes>> y, tras mucho meditarlo, decidí
prescindir de llevar arma. Emplearla sólo empeoraría las cosas, y la experiencia me decía que, si
alguien va a por ti, por muchas pistolas que lleves acaban pillándote, y el resultado suele ser peor.
En esos días, Suso´s se convirtió en un centro de cotilleos respecto a la disputa que manteníamos
con Roberto. Muchos ex compañeros de <<la familia>> acudieron a prevenirme, desatendiendo las
órdenes de su jefe. A todos vosotros, compañeros, muchísimas gracias, de corazón.

Durante un año y medio permanecí en la nueva empresa de seguridad. Uno de los primeros clientes
que capté poseía una discoteca. Éste, además de contratar la seguridad, pidió que le proporcionara
camareras para las barras. Recurrí a una amiga que trabajaba en una agencia dedicada a proveer
profesionales para estos menesteres y ésta me facilitó un listado de chicas; mi mujer telefoneó a
varias y quedó con dos que se encontraban dispuestas a incorporarse inmediatamente. Una de ellas,
llamada: Iris Aparicio Tomás, preciosa rubia de ojos verdes, me prendó desde el primer momento e
iniciamos una relación. Lo que pretendí que fuera rollo de una noche acabó convirtiéndose en un
noviazgo de más de tres años. Siempre supuse que salía conmigo porque económicamente me iba
bien, pero yo era feliz y no me importó. Al poco de conocerla, y comportándome como un verdadero
canalla con la persona que un día llevé al altar, me separé legalmente de mi mujer y decidí volcarme
en mi nueva pareja.
Paralelamente, me entregué a la empresa buscando servicios y trabajadores para cubrir los puestos.
Hacía de todo: delegado, secretaria, jefe de personal, señora de la limpieza y chico de los recados.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
196
En Madrid ponían mucho interés, pero la delegación les venía grande... y no precisamente por
exceso de clientes, sino porque se ahogaban en un vaso de agua y no estaban preparados para
afrontar el reto de la expansión.
A mí me faltaba experiencia comercial e intentaba suplir esa carencia doblando en el trabajo; cada
día visitaba a no menos de diez posibles interesados. A los seis meses trabajábamos en Castellón,
Valencia y Benidorm.
En la empresa había buenas intenciones, pero poco más. Rodrigo Cortina estructuró la empresa
como un ministerio: muchos formalismos pero poca iniciativa. Para atender cualquier petición de
clientes, como, por ejemplo, una ampliación de horarios, tocaba realizar tal maraña de gestiones que,
cuando la ampliación se autorizaba, el contratante ni se acordaba de que la había solicitado.
Encontré el gran inconveniente de buscar vigilantes en una época en la que prácticamente estaban
todos ocupados y nadie se arriesgaba a dejar su empleo fijo para ir a una empresa a la cual no conocía
ni la madre que la parió. Los trabajadores acudían fiándose de mi palabra.
Al cabo de un año, la situación era insostenible. Los empleados cobraban tarde y mal; la
administración era sencillamente patética y amenazaron con dejar de trabajar hasta que les pagasen
lo acordado.
Para solventar el problema me tocó hacer a la vez de representante de empresa y delegado sindical;
al final, para evitar que la gente se marchara, tuve que adelantarles de mi sueldo lo que la empresa
les adeudaba.
Cuando se cogieron los servicios de Benidorm, el asunto empeoró. Los vigilantes acudían
diariamente desde Valencia para cumplir con doce horas consecutivas de trabajo; para llegar tenían
que realizar 350 kilómetros en coche y gastar mil quinientas pesetas por jornada, en concepto de
peaje de autopista. La empresa quedó en pagar esos gastos y las dietas, pero al cabo de un mes
hicieron las cuentas y no les cerraban, con lo cual optaron por costear solamente mil doscientas
pesetas por hombre y por día; es decir, que, para los de seguridad, acudir a ejercer su función les
suponía poner capital de su propio bolsillo.
Busqué una salida, pero hablar con Rodrigo implicaba discutir con una pared de hormigón armado
y, evidentemente, los muros no entienden razones... Solución: con mi sueldo aboné los estipendios...
pero tampoco alcanzaba. Se me ocurrió otra alternativa: le pedí a Ernesto que me autorizara a
emplear para ese menester directamente el dinero en efectivo con el que algunos clientes satisfacían
sus facturas, y que luego ya haríamos cuentas; él dio el visto bueno y así se hizo. Pero al cabo de
varios meses se volvió atrás, debido al enfado de Rodrigo al enterarse que dicha medida se había
tomado sin su consentimiento.
Los ánimos de los trabajadores ya estaban bastante caldeados y esta nueva situación hizo desbordar
el vaso de su paciencia. Para más inri, en Madrid declararon una quiebra técnica para evitar pagar los
salarios completos... Ante esa medida, los clientes bloquearon el pago de facturas y emplearon ese
dinero en liquidar los jornales de los vigilantes.
El enfado de los responsables de la empresa provocó que fuera yo quien pagara los platos rotos. Al
poco tiempo se enfriaron las relaciones y solicité la baja voluntaria. En cuestión de semanas fueron
rescindidos los contratos con el grupo en toda la Comunidad Valenciana.
Durante el periodo que permanecí en la empresa me tocó aportar más de setecientas mil pesetas de
mi paga para contribuir a liquidar las mensualidades incompletas del personal; esa actitud me granjeó
las simpatías de estos y también de los clientes, quienes me propusieron formar mi propia compañía
de servicios con la garantía de que ellos los contratarían. Así lo hice.
Durante ese periodo, varios ex empleados presentaron diversas denuncias en contra sus anteriores
jefes, y éstos a su vez me reclamaron judicialmente las ochocientas mil pesetas que se emplearon, con
su conocimiento, para satisfacer a sus asalariados.
Sin importarme mucho el asunto legal y con la conciencia bien tranquila, me esforcé en poner en
marcha mi inesperado negocio y, de paso, hacer feliz a la persona que quería y por la que pensaba
darlo todo.
Mis inicios como empresario resultaron difíciles, pero me esforcé en serio y, poco a poco, fui
consiguiendo trabajos. No desaprovechaba ni un minuto en tratar de conseguir que resultara todo
perfecto, me rodeé de un buen equipo e incrementé los jornales en un diez por ciento por sobre lo
contemplado en el convenio; con esta medida pretendía crear fidelidad y buenos profesionales que
sintieran como propia a la empresa. Con relación a los clientes, agilicé todas las gestiones de forma
Juanma Crespo Memorias de un ultra
197
tal que, con sólo levantar el teléfono, tuvieran solución a sus demandas, e inicié una relación
cercana.
De las primeras doscientas mil pesetas brutas que facturé el primer mes, pasé a veinticinco millones
mensuales en menos de un año... ¡Y hacia arriba! Tuve suerte de lograr excelentes trabajadores y un
selecto grupo de clientes, lo que provocó la envidia de más de uno y sobre todo de mis antiguos jefes.
Me denunciaron por competencia desleal y Roberto, sencillamente, comenzó a llamar a quienes me
contrataban con la intención de amedrentarles. Pero estas contingencias no resultaron perjudiciales
para mi imagen; al contrario, la gente conocía de sobra a estos individuos y sabía que no eran trigo
limpio... Que me enfrentara a ellos utilizando sus mismas armas levantó una cierta corriente de
simpatía.
Mi relación sentimental marchaba viento en popa, me desvivía por mi novia colmándola de regalos
e invitándola a viajes por toda España; ella, por su parte, aunque se quejaba de que yo siempre estaba
trabajando y de vez en cuando sentía celillos al recordar que anteriormente estuve casado, también
me satisfacía con obsequios y mucho cariño aparente.
Todo funcionaba perfecto: tenía mi hija, a la que adoraba, una novia perfecta, una empresa que
comenzaba a levantar cabeza, dos negocios más en camino... ¡Nada podía romper tanta dicha! Pero lo
impensable sucedió y precisamente por parte de quienes menos podía imaginar.
A mediados del 2001 ya llevaba más de dos años con el negocio y casi tres con mi pareja, quien me
había presentado a su familia. Entre ellos congenié con un familiar, Enrique Tomás Segarra,
propietario de: Ibérica de Automóviles, dedicado al negocio de venta de coches y con el que en poco
tiempo entablé una buena relación que culminó en la contratación de los servicios de mi empresa.
Muchas mañanas acudía a visitarlo y él siempre me invitaba a desayunar. Lo admiraba porque se
había hecho a sí mismo. Comenzó de mecánico y en unas décadas fundó una serie de empresas que
lo convirtieron en uno de los personajes clave del sector automovilístico de Valencia. Siempre que
tenía ocasión yo le manifestaba mi intención de llegar a ser cómo él en el terreno profesional. Pero
un día me contó su verdad y se desmoronó su imagen...
Nos encontrábamos tomando café en la pequeña cafetería que tenía montada en su nave industrial,
cuando me refirió sus inicios empresariales.
-La solución para lograr alcanzar el éxito radica en el esfuerzo y mucho, muchísimo trabajo. Tú vas
por buen camino y llegarás a triunfar en el negocio que has emprendido; el sector de la seguridad
está en auge y sólo precisas un pequeño empujón -expuso.
Entendí su consejo como una velada proposición para invertir en mi proyecto, máxime cuando
meses atrás me había referido su intención de constituir una compañía de vigilancia de <<alto
standing>>.
-Sí, la verdad es que tengo muchísimo trabajo y en ocasiones se me hace cuesta arriba llevar todo el
peso en solitario... aunque tengo la esperanza de encontrar un socio, al principio ni me lo planteaba...
pero es mucha faena para mí sólo -dejé caer cómo si tal cosa.
-Todo cuesta y nadie se hace rico trabajando... –reveló Enrique Tomás.
-¡Hombre, tampoco es así! -expuse ingenuamente-. Usted mismo es un ejemplo de que mediante el
esfuerzo se puede arrollar en los negocios.
Me contempló sonriendo y añadió:
-Cuando tenía veinte años, todos mis amigos salían los fines de semana con sus novias. Yo, por el
contrario, me tomaba, el <<borreguero>> y marchaba a Portugal; con mi sueldo compraba coches
usados que luego revendía en España y así logré mis primeros beneficios... pero sólo con eso nunca
habría podido llegar a la posición económica actual.
-No entiendo lo que pretende decirme.
-Pues que, en ocasiones, hay que ser avispado para entender en dónde está el dinero. Con motivo
de mis viajes a Portugal conocí a personas que me conseguían los coches a menor precio, con lo cual
obtenía más beneficios... Siempre supuse que quizá habría algo sucio detrás...
-¿Algo sucio?
-Sí, me refiero a que fueran coches robados... Pero, ante esas dudas que se me planteaban, pensaba
siempre en mi familia y decidí que valía la pena arriesgarse por ella, al menos hasta lograr unos
ahorros que pudieran permitirme montar mi propio taller. ¡De todos modos alguien iba a lucrarse
con esas ventas! Pues, para que se forre otro, me forro yo y que lo disfruten mis hijos... El secreto está
en saber parar; si entra dinero fácil y te acostumbras a él... ¡Malo!
Su confesión me dejó atónito. Sencillamente, no me lo esperaba.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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-Te cuento esto porque ya eres como de la familia; por supuesto confío en tu discreción...
-Claro... claro... –repetí, aturdido.
-Si sigues queriendo un empujoncillo podemos encontrar una solución...
-Yo... es que no creo que valga para vender coches robados.
Mi interlocutor rió por mi ocurrencia.
-¿Quién habla de coches robados? Eso sucedió hace mucho tiempo... ahora, el dinero está en otros
sitios más fáciles.
-¿En dónde? -pregunté.
-En el oro blanco, la cocaína.
Ante dicha afirmación sentí un cosquilleo y percibí que se me erizaba el vello, ¿Habría oído bien?
-¿Ha dicho la cocaína?
-En la época del oeste era en el oro donde residía la riqueza. Actualmente es mediante la coca la
forma en que puede hacerse fortuna en poco tiempo. Lo que pasa es que hay que tener cabeza para
saber decir basta; de lo contrario, acaba volviéndose todo en contra. Para ganar dinero y disfrutarlo
hay que tener una poderosa infraestructura. ¿Te interesa el asunto?
-Pues la verdad es que no sé, toda la gente que conozco relacionada con la droga ha acabado mal.
-Eso ha sido porque no pueden justificar ingresos y no han sabido parar. El negocio de la coca es
nefasto si además no dispones de otro medio de vida. Es más, la cocaína en sí no es un negocio, sino
una ayuda para afrontar los momentos malos y superar el bache.
-¡Pero es ilegal! Se trata de sustancias prohibidas y perjudiciales...
-También son perjudiciales el tabaco y el alcohol, la diferencia entre unas y otras radica en que
unas son drogas legales, pagan impuestos y las otras no. Además, no se le obliga a nadie a comprar...
es una decisión libre; pero, si te interesa, el trabajo que podrías realizar es comercial... No tendrías
que vender, ni siquiera verla. Es lo que hago yo, hay una estructura y no me acerco ni a un sólo
gramo.
-¿Y qué tendría que hacer?
-Comprar empresas -expuso escuetamente-. Tú misión sería indagar negocios en quiebra que
comercien desde hace años con cualquier país de Hispanoamérica, luego buscas un testaferro y
comprarlos. No te preocupes de los pormenores, que ya te pondré al día.
-Pero, la policía...
-¡Olvídate de la policía! ¡Ésos son los que menos deben preocuparte! Además... ¿quién piensas que la
distribuye?
-¿La policía?
-Tengo algunos buenos contactos con ellos, se encargan de la distribución y avisan si alguien mete
las narices más de la cuenta. Pero, la verdad, hasta la fecha no he tenido ningún problema en ese
sentido. Aparte de todo, en ocasiones les cedo coches para realizar seguimientos o para alguna
ocasión especial; sin ir más lejos, hace poco le dejé un vehículo de alta gama a un comisario para la
boda de su hija. Tú hazme caso: esta gente, si ve dinero de por medio, no representa el menor
problema.
No me sorprendió su afirmación, aunque desconocía su estrecha relación con este cuerpo. Por mi
trabajo sabía que en todos los negocios ilícitos siempre había un policía metido. Tengo muy buenos
amigos en este gremio y sé que la mayoría de ellos son honrados, pero el dinero fácil atrae... y
algunos no son de piedra.
Al escuchar estas aseveraciones, recordé el consejo que nos dio en cierta ocasión un inspector de la
Policía Nacional a un grupo de vigilantes: <<Para detener a un delincuente tenéis que pensar como
él>>. Y eso es lo malo; si lo haces, corres el riesgo de convertirte en uno.
-¿Tengo que contestarle ya?
-Si tienes cualquier clase de duda consúltalo con la almohada y ya me dirás tu respuesta la semana
que viene. Pero si eres listo dirás que sí. De todos modos, no comentes nada de este asunto ni a mi
sobrina ni a nadie.
-De aceptar, ¿cuánto dinero podría llegar a ganar?
-Tendría que calcularlo, pero organizando una entrada de mil kilos... serían entre ciento cincuenta
y doscientas mil pesetas por kilo.
Hice cálculos mentales y la cuenta me dio una media de... ¡Doscientos millones de pesetas!
-Es mucho dinero -lancé.
-Ya te he dicho que es el oro blanco. Piénsatelo y hablamos en serio.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Abandoné su compañía con un tremendo pesar. Nunca supuse que alguien tan respetable pudiera
dedicarse a una actividad tan sucia. Había trabajado muchísimos años como vigilante en las más
conocidas discotecas de la <<ruta del bacalao>>; cientos de veces me ofrecieron rayas de coca, pero
nunca accedí a probar ni siquiera un porro. Odiaba esas sustancias precisamente porque las conocía...
¡No personalmente! ¡No vayan ustedes a pensar...! Y durante las noches que presté servicio, presencié
peleas, paranoias, accidentes de tráfico e incluso lloré por más de un conocido, muerto por consumir
droga. Sentía inquina hacia ese mundo y siempre dije NO a las propuestas que me realizaron en
algunos locales, ya sea para distribuir esa bazofia o por hacer la vista gorda. Es cierto que nunca me
ofrecieron tanta cantidad de dinero, pero eso era lo de menos. Mis principios vitales eran tres y en
este orden: familia, justicia y patria... y no la riqueza a costa de destrozar familias. Decidido: nunca
traficaría, por mucho dinero que estuviera en juego, y así se lo haría saber a este señor.
Pasados unos días lo telefoneé y le comuniqué que no sólo no accedía a su sugerencia, sino que
había decidido rescindir, unilateralmente, el contrato que me unía con él. Mi osadía no acabó de
sentarle bien y me colgó con un lacónico: <<De acuerdo>>.
No manifesté nada a Iris Aparicio Tomás, mi novia, sobre este sucio asunto, pero supo que mi
empresa ya no trabajaba con su tío y me lo recriminó.
-¿Qué ha ocurrido? Te dije que no me hicieras quedar mal. ¡Cuéntame qué han hecho tus
vigilantes!
Aunque al principio no conté nada, viendo que su enfado iba a más, decidí sincerarme; pensé que la
fobia que ambos compartíamos hacia ese tipo de sustancias nos uniría en este caso... pero no fue así.
Me tachó de mentiroso y acudió a ver a su tío Enrique Tomás Segarra, para averiguar qué había de
cierto en toda esa historia; evidentemente, él lo negó todo y, como era de esperar, ella lo creyó.
A los pocos días me citó en su despacho para liquidar las facturas pendientes. Pero no sólo no pagó
la deuda, sino que me echó una bronca de padre y señor mío.
A partir de ese instante, y para cubrirme las espaldas, comencé a recopilar información sobre este
empresario... por lo que pudiera pasar.
Así supe, por ejemplo, que un año antes, Enrique Tomás Segarra, mandó a su sobrino Miguel Ángel
Aparicio Tomás, hermano de Iris, que simulara un robo en su chalé con el objeto de cobrar el seguro.
Miguel Ángel no puso reparos, máxime cuando su tío le entregó un millón de pesetas por fingir el
asalto. Esta pequeña cantidad, no supuso una fortuna para Miguel Ángel, quien desde hacía años
traficaba con cocaína y éxtasis; el gran beneficiado de la estafa fue Enrique Tomás, quien cobró de la
compañía de seguros, cien millones de pesetas.
También supe, que en el negocio de la cocaína que me ofreció Enrique Tomás, no participaba solo.
Entre sus socios contaba con altos cargos del PP y altos, muy altos, cargos policiales del gobierno de
Aznar.
Con todos los datos que había averiguado y sin saber exactamente cómo actuar, decidí hablar con
mi padre y pedirle consejo profesional. Igualmente le dije que se informara de la forma más idónea
para denunciar una serie de delitos graves contra Roberto, en los cuales estarían involucrados ciertos
policías. Éste escuchó atentamente mi versión y optó por acudir a fiscalía a explicarle los hechos a
algún fiscal amigo suyo; tuvo suerte y habló con el fiscal en jefe, Enrique Beltrán, exponiéndole mis
confidencias. Éste, a su vez, contactó con el fiscal antidroga, Luis Sanz, y trataron sobre el asunto de
la cocaína. Al final se decidió abrir una investigación. Lo malo es que Sanz no se fiaba del Grupo
Fiscal Antidroga de la Guardia Civil (GIFA) y le tocó pedir al homónimo de Madrid que realizara las
indagaciones. Sobre el tema de Roberto le recomendaron a mi padre que no lo hiciera trascender,
porque mi vida podría estar en serio peligro.
-Me ha dicho Beltrán que, sobre el asunto de José Luis Roberto, precisarían más datos sobre los
hechos precisos que quieres evidenciar, así como el nombre de los policías implicados -señaló mi
padre.
-Desconozco el nombre de los agentes, pero conozco los pormenores de cierto asesinato ejecutado
como favor a una serie de policías y debido a un ajuste de cuentas entre mafias policiales de droga y
prostitución. Sólo puedo anticipar que
Juanma Crespo Memorias de un ultra
200

Informe sobre el archivo de la denuncia interpuesta por Juanma Crespo

conozco la identidad del sicario y que la muerte se perpetró intentando imitar el mismo modus
operandi que los GRAPO, para inculpar a éstos y desviar las investigaciones.
Entre tantos formalismos legales, el asunto trascendió y la familia de mi novia me mandó un
recado: <<O te callas la boquita o te hundo la vida>>.
Por parte de Levantina de Seguridad llegó el rumor de que seguían queriendo quitarme del medio.
Por otra parte, la relación con mi pareja pasaba por un delicado momento debido a la filtración del
dato de que yo había denunciado a su tío. Me encontraba a finales del 2001 y estaba inmerso en un
lío espantoso. Para acabar de rematar la faena, mi empresa no daba abasto, acababa de firmar un
contrato con la mejor constructora de Valencia, Construcciones Ballester, para iniciar el 15 de enero
de 2002 el servicio de vigilancia en una docena de urbanizaciones y hoteles de su propiedad.
Asimismo, acababa de quedarme con una franquicia de la prestigiosa empresa de alarmas, ADT, y me
hallaba legalizando una compañía de seguridad... Estaba de trabajo hasta las cejas y mi novia, a la que
empleé cómo directora de recursos humanos, se encontraba más preocupada en solucionar el asunto
con su familia que en emplearse a buscar el personal que precisábamos.
La relación sentimental parecía abocada al fracaso, aunque supuse que eso no sería inconveniente
para que ella cumpliera con sus obligaciones laborales. Volví a equivocarme: el dos de enero, Iris
Juanma Crespo Memorias de un ultra
201
robó documentación y dos millones y medio de pesetas que guardaba en la oficina y desapareció con
todo.
A raíz de esta circunstancia, mi vida dio un giro insospechado que la modificaría por completo.

Capítulo X

¿Por qué me encuentro ahora en la cárcel? ¿Acaso habré matado a alguien o tal vez atizado una
paliza? ¿Seré un psicópata racista condenado por agredir a magrebíes? ¿Un violador maníaco sexual?
¿O puede que mi delito se deba a motivos terroristas? La realidad es más simple y aburrida. Aunque
no puedo negar que, de alguna manera, mi entrada en prisión se debe a las personas que he
conocido, con las que me he relacionado, y las situaciones en las que me he visto envuelto durante
toda mi vida. No intento disculparme ni justificarme. Sé que soy inocente del delito por el que se me
condenó en esta ocasión, pero soy culpable de otros pecados, los que estoy confesando a lo largo de
estas páginas. Tal vez alguien evite cometer los mismos errores que yo.
A lo largo de mi vida había coexistido con las situaciones más radicales. Conocía y llegué a ver
como algo rutinario el apreciar el frío contacto de la pistola en mi cintura; de hecho, esa sensación
llegó a resultar tan habitual que no concebía salir de casa sin antes acoplarme mi <<trasto>> de nueve
milímetros entre camisa y espalda.
En mi ajetreada juventud sentí en innumerables ocasiones la llamada de la manada, manifestada en
las monstruosas palizas que propinábamos a los que no pensaban como nosotros; contribuí a disolver
manifestaciones a golpe de bate y percibí el poder que proyectan las armas de fuego cuando, en
compañía de otros camaradas, obligábamos a cantar el Cara al sol a militantes comunistas, después de
asaltar sus sedes. Es cierto: soy culpable.
También experimenté la adrenalina creciendo en mi interior ante cada bombazo que colocábamos
en librerías y locales políticos y conocía todos los prolegómenos que conllevaban estas acciones:
preparar cuidadosamente en casa la Goma-2 o el explosivo a base de cloruro potásico, hasta acabar
rematando la faena colocándolos en el lugar convenido y esperar, con un pitillo en los labios, que
todo saltara por los aires.
He visto a chavales destrozados por palizas, orejas arrancadas de cuajo a golpes de cadena,
miembros fragmentados, decenas de navajazos y las macabras piruetas que ejecuta un hombre al
recibir los impactos directos de varios proyectiles del nueve largo.
Yo tuve suerte y nunca maté a nadie, doy mi palabra, aunque conocí a no pocas personas con las
manos manchadas de sangre. Pero, quizá, las enseñanzas católicas que recogí de mis padres
provocaron que nunca llegara a traspasar la línea y que, en el ultimísimo instante, optara por no
matar. A estas alturas, sé que no podría vivir con ese peso en mi conciencia y que nunca cruzaré esa
siniestra meta.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
202
Hace ya dos décadas que ocurrieron todos estos acontecimientos. Desde el día de la salvaje paliza
que le propiné a aquel hombre inocente, al que rematé dentro de la mismísima catedral de Valencia,
quedé tan hastiado que prometí no emplear jamás la fuerza sino para defender la justicia; y aun así,
en el último extremo... He de decir que cumplí fielmente mi palabra, aunque eso no me exculpe de
nada de lo anterior.
Durante los años que ejercí de vigilante, equipado con un revólver del treinta y ocho especial, pude
recurrir a éste para solventar conflictos graves, pero no lo hice... Y los hechos hablan por sí mismos.
En las múltiples intervenciones que tuve contra delincuentes armados jamás esgrimí el poder
mortífero que la ley puso en mis manos.
Siempre he sido una persona sensible, incluso a pesar de mi aparente dureza. Jamás probé droga
alguna ni acudí a un burdel. Las drogas y la prostitución no son cosas que cuadren con mis
principios. Sin embargo, he vivido una intensa vida amorosa, llena de relaciones largas... Y fue
precisamente en una de ellas en donde se juntaron mis males.
Había salido más en serio con un par de chicas a las que siguieron varios amoríos, hasta que en 1988
conocí a Mati; una bonita, trabajadora, dulce e inteligente chica quien, año y poco más tarde, pasó a
convertirse en mi esposa. Vivimos tiempos difíciles debido a mi intenso trabajo en Levantina de
Seguridad, pero siempre nos llevamos muy bien; convivimos nueve años hasta que el estrés, unido a
mi infidelidad, condujeron a la ruptura. De ella me queda una amistad verdadera y una hija que lo
vale todo. Su profunda paz interior acabó por apartarme del lado tenebroso de la fuerza.
Mi siguiente novia, Iris Aparicio Tomás, y mi pasaporte a prisión, llegaron en medio de una época de
vacas gordas. Éramos la pareja perfecta: nunca discutíamos, nos queríamos mucho e intentábamos
hacernos felices; por mi parte, no hubo un solo día, en que no la obsequiara con un presente... al
igual que ella también me los hacía siempre que le era posible. Nunca llegamos a convivir: Iris
paraba en casa con su familia y yo en un chalé de mi madre a una hora de la capital.
Nos llevábamos de perlas hasta que, como demuestro en el documento adjunto, denuncié a través
de mi padre la propuesta ilegal que me hizo su tío, Enrique Tomás Segarra, para traficar con drogas.
Yo había sobrevivido a mis enfrentamientos (a veces armados) con los rojos y antifascistas; a las
denuncias motivadas por las peleas y palizas en las que participé; a las amenazas de supuestos
<<camaradas>> de otros partidos ultra derechistas, etc., pero esta vez me enfrenté a un hueso
demasiado duro.
Merecería todo un libro detallar esos acontecimientos, pero baste decir que la misma fortuna que
hizo que en tantas ocasiones saliese absuelto de delitos de los cuales yo era culpable ahora decidió
que pagase, y muy caro, por algo que no había hecho.
Mi denuncia retumbó en la familia como una piedra al caer en la superficie de un lago: las ondas se
expandían por la superficie llegando a miembros muy lejanos, y a otros implicados en el negocio.
Sé que parecerá una justificación absurda, un intento por defender mi inocencia, pero no es así. Sé
que un libro no cambiará la sentencia judicial. Sé que no voy a salir de la cárcel ni a mejorar mi
situación penal por estas líneas, sino más bien todo lo contrario. Despertaré más odios y pagaré un
precio por cada acusación que dirijo a jueces y policías. Y, además, ya he reconocido que he utilizado
la violencia injustamente y que soy culpable de palizas y agresiones violentas injustificadas. Sin
embargo, lo sorprendente es que en la sentencia que me ha traído a la cárcel nadie me acusa de haber
ejercido esa violencia explícita. Así que no hay justificación posible.
Tras mi denuncia, la familia de mi ex hizo un frente común. Primero intentaron convencerme,
luego amenazarme y luego desacreditarme, para que retirase mi denuncia. Después mi novia tuvo
que elegir entre su familia y yo, y la decisión no fue difícil. Aliada contra los nuevos enemigos, Iris
utilizó su situación en mi empresa en mi propia contra, y lo hizo con gran eficiencia: Su acceso a mis
cuentas, archivos, facturas, etc., se lo puso fácil para hacerse con documentación que me era
imprescindible, profesionalmente hablando, y que supuso el primer golpe de su familia contra mi
denuncia
El segundo era evidente. La mejor forma de desacreditarme era utilizar contra mí el pasado falangista
y ultra derechista, que no oculto. Y lo hicieron.
Reconozco que se lo puse bastante fácil al intentar llegar hasta ella por mi cuenta para razonar lo que
había ocurrido. Con mi pasado político era sencillo convertirme en un individuo peligroso a ojos de
la sociedad. Pero todo iba a ir aún peor de lo que imaginaba.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
203
Los acontecimientos se precipitaron. Rompimos y cada uno de mis intentos por comunicarme con
ella para dialogar fue hábilmente convertido por la familia en una denuncia por amenazas, calumnias
o acosos.
A estas denuncias de la familia se unieron la de los policías implicados en el negocio que yo había
denunciado y, para hacer leña del árbol caído, a la cascada de acusaciones se unieron algunos de los
viejos camaradas que me la tenían guardada hace años, como José Luis Roberto.
Al no conseguir comunicarme con mi ex novia para solucionar los trastornos que habían supuesto a
mi empresa los documentos que ella robó al dejarla, me vi obligado a interponerle una denuncia. Ella
respondió poniéndome inmediatamente otra por acoso; eso sí, con todo el apoyo de su familia
mafiosa y sus contactos policiales en una de las comisarías más corruptas de España: la comisaría de
Abastos en Valencia. Y empezó mi cacería. Fui sometido al placaje más brutal. Amenazas a mi
familia, seguimientos y, por fin, la detención a cargo de los funcionarios de dicha comisaría. En ese
momento ignoraba que dichos funcionarios, entre los que estaba el inspector Almagro, estaban
siendo investigados por un sinfín de irregularidades y delitos. Yo no era su primera víctima.
A mis denuncias y las de un detective contra los policías de la comisaría de Abastos, se sumó la
agresividad, cada vez más latente, que los miembros del grupo dirigían contra nosotros. Un día recibí
una llamada.
-¿Es usted Juan Manuel Crespo?
No conocí la voz, aunque supuse que sería otra intimidación de cualquier agente de los habituales.
-Sí, ¿quién es esta vez?
-Verá, soy Joan Cantarelo... un periodista de Interviú. Estuve hablando con Juan de Dios y me
comentó que estabais recibiendo amenazas de algunos miembros de la comisaría de Abastos, ¿es
cierto?
-Sí, es tal y cómo te lo ha contado.
-Verás, estoy realizando un reportaje de investigación sobre esa comisaría, ¿Sabes que es la segunda
de España con mayor número de denuncias contra sus agentes?
-No, ignoraba ese detalle.
-Pues así es. De hecho, un gran número de policías de Abastos están involucrados en detenciones
ilegales e incluso por tráfico de drogas.
Al escuchar esta segunda aseveración abrí los ojos como platos y mi mente comenzó a razonar a mil
por hora, atando cabos que podrían explicar el acoso que estaba padeciendo.
-¿Has dicho tráfico de drogas?
-Sí... Verás, el motivo de mi llamada es el siguiente: había pensado acceder a la comisaría
haciéndome pasar por amigo tuyo para solicitar información sobre tu causa y el motivo de tu
detención; pienso llevar una cámara oculta y grabar sus reacciones y comentarios sobre las denuncias
que has presentado contra ellos... pero, claro, precisaría de tu autorización.
-Por mi parte lo veo perfecto. Oye, ¿no irán a pillarte?
-Espero que no. Bueno, haré eso y te informaré del resultado.
Esa misma tarde recibí una llamada con número oculto. Descolgué pensando que sería el periodista,
pero se trataba del inspector Almagro.
-¿Quieres joderme? ¡Eh, cabrón! ¿Quieres joderme con la prensa? ¡Lo tienes claro, chaval! ¡Cuándo
te pille no te va a reconocer ni la madre que te parió!
No dejé que siguiera amenazándome y colgué el móvil; posteriormente supe que cuando Cantarelo
preguntó por mí, lo cachearon y descubrieron la cámara; pensaron detenerlo, pero al identificarse
como periodista sintieron miedo y lo dejaron ir. Ahora iban a por mí a saco.
Las denuncias seguían lloviendo; las últimas se referían a unas cartas mecanografiadas que mi ex
afirmaba que le llegaban constantemente y donde se vertían amenazas; jamás mandé ni una sola de
las que dijeron recibir; únicamente al principio remití dos o tres manuscritas solicitando a buenas lo
que era mío.
A principios de junio volvió a detenerme la policía cuando circulaba en coche cerca de mi casa. En
esta segunda detención me acusaban de quebrantar la orden de alejamiento que prohibía acercarme a
menos de doscientos metros del domicilio de Iris, pero la misma se produjo a varios kilómetros de su
vivienda y muy próxima a la de mi ex mujer, que es a donde yo acudía para recoger a mi hija.
Entonces se sacaron de la manga una nota mecanografiada y dijeron que atestiguarían que me habían
observado colocarla en su automóvil, con lo cual supuestamente yo habría quebrantado la orden de
no comunicarme. Todo se trataba de una maniobra más falsa que Judas, pero la sorpresa vino cuando
Juanma Crespo Memorias de un ultra
204
el agente de la comisaría de Zapadores que me detuvo resultó ser un viejo conocido mío al que
solamente trataba por teléfono debido a mi trabajo; al identificarme se sorprendió.
-¡Joder, no sabía que eras tú! La putada es que ya he comunicado al juzgado de guardia tu detención
y ahora no puedo hacer nada... de haberlo sabido antes, no te hubiera detenido. ¡Pues no sé que has
hecho…! Pero te advierto que el dispositivo que hemos realizado para detenerte viene desde muy
arriba. Ignoro a quién le has tocado los cojones de esa manera, pero ándate con cuidado que van a
por ti.
Esta afirmación me hizo comprender que mis veladas denuncias ante fiscalía contra colegas suyos
habían topado con alguien importante que quería callarme la boca a toda costa. ¿Cómo podrían
haberse filtrado mis revelaciones?
El agente, del grupo de Zapadores, se comportó como un señor y permitió que mi hija viniera a
verme un buen rato e incluso que saliera a tomar un refresco con ella sin vigilancia policial, un gran
favor máxime tratándose de un detenido bajo su custodia. Aunque, desde otro punto de vista, se
trataba de una postura normal, máxime cuando tenía la certeza de que lo mío era una trampa muy
bien orquestada.
Una vez en el juzgado, <<casualmente>> estaba de guardia el mismo juez que la vez anterior y
amplió la orden de alejamiento de doscientos a mil metros; del mismo modo, ordenó el ingreso en
prisión eludible bajo pago de una fianza de doce mil euros. Como evidentemente, no llevaba ese
dinero encima y se trataba de un sábado, entré en prisión un par de días hasta que mi familia
depositó ese importe. Salí en libertad y me propuse poner punto y final a tan truculenta historia de
horror.
Al salir de la cárcel me encontré con una desagradable sorpresa: el juzgado que desde el principio
llevaba la causa contra mí era el de Instrucción número dieciocho y el juez no encontraba muchos
indicios de delito. A lo sumo, y basándose en las acusaciones policiales, un quebrantamiento de la
orden de alejamiento que llevaría aparejada una multa... Pero el sumario apareció en el juzgado de
mi vieja amiga: Josefina Tarodo Ortí, aquella que años atrás me condenó absurdamente en el único
juicio que he perdido en mi vida; la misma que sentía un odio visceral hacia todo lo que significara
Levantina de Seguridad o ultraderecha y que, para colmo de las casualidades, era vecina e íntima de
unos tíos de la denunciante. Esta jueza consideró como delitos de lesa humanidad lo que su colega
contemplaba como faltas.
Asesorado por mis abogados, decidí desplazarme al nuevo juzgado y permanecer en él durante todo
el tiempo que permaneciera abierto, hasta que la juez descubriera una solución a mi problema. Así lo
hice: por las mañanas madrugaba y me instalaba en los bancos de la entrada hasta que cerraban… del
mismo modo un día tras otro, pero no sirvió de nada.
Las cartas mecanografiadas seguían llegando, aunque menos que antes, e incluso salió mi ex en la
televisión autonómica diciendo textualmente: <<me ha estado acosando y sólo le han puesto dos
millones de pesetas de fianza, lo que para él no es nada. No pienso parar hasta que se pase toda la
vida en la cárcel>>.
Roberto se sumó al carro de la prensa tomándose la revancha que me guardaba desde que mi
partido lo abandonó; la policía de la comisaría de Abastos prosiguió atosigando a mi familia cada vez
más insistentemente y siguieron las llamaditas anónimas coaccionando a mis clientes para que
rescindieran los contratos conmigo. Pero esa absurda e injusta situación provocó que todos los
empleados, amigos míos y de ella, así como los responsables de las empresas con las que trabajaba, se
posicionaran de mi lado.
-Te han cogido como cabeza de turco no sabemos por qué -coincidían en señalar.
¿Pero quién ponía tanto interés en azuzarles? A fin de cuentas, no había pasado nada más que lo
descrito: nunca existió violencia ni conatos de la misma y todo se debía a unas cartas
mecanografiadas que cualquiera podía haber escrito. No tenía sentido.
El 19 de junio seguía sentado en el juzgado, como todos los días, cuando un amigo me informó que
mi ex estaba poniéndome a caer de un burro en la radio autonómica; al finalizar la emisión llamé a
Radio Nou y me invitaron a acudir al día siguiente. Así lo hice y el 20 permanecí durante una hora
en directo, en un programa presentado por el popular periodista Ximo Rovira y que contaba con la
presencia de Jerónimo Boloix, inspector de policía retirado y habitual en esos debates. Solo los tres
cara a cara. Y, por línea telefónica, nos acompañó mi bella denunciante.
Me defendí de las imputaciones y culpé a algunos policías de Abastos de hostigarme, acosarme y
amenazarme. Tras escuchar mi versión, probada con numerosa documentación, Ximo me dio
Juanma Crespo Memorias de un ultra
205
públicamente la razón y aconsejo a mi denunciante que la solución perfecta pasaba por sentarnos los
dos frente a un abogado para solucionar los problemas. ¡Que era justo lo que pedía yo!
Posteriormente me entrevistó la televisión valenciana.
Al salir de la emisión, conecté el móvil y encontré tropecientas llamadas perdidas de la comisaría de
Abastos. Al inspector Almagro no debió de gustarle lo que dije sobre él... o puede que alguien se
hubiera puesto nervioso al ver que empezaba a declarar públicamente contra ciertos agentes… ¿Y si
me atrevía a contar pormenores de otras situaciones más graves?
A lo largo de todo ese día y el siguiente recibí avisos amenazantes del entorno familiar de mi ex
novia y de la policía.
Ahí no quedó el asunto. A casa de Paco, mi amigo guardia civil, acudieron cinco personas armadas
y ocultas con pasamontañas que huyeron cuando la mujer de éste avisó a la policía. Un coche
alquilado a la empresa AVIS, que utilizábamos en mi empresa para visitar clientes y que tenía
estacionado frente a mi despacho, fue destrozado a golpes; y la tarde del 21, un grupo de
enmascarados, probablemente los que amenazaron a Paco, me esperaron en la puerta de casa de mi
hija y me persiguieron por la calle esgrimiendo pistolas automáticas y porras, hasta que pude
refugiarme en el coche y salir a toda pastilla hacia la comisaría de Zapadores. Eso no evitó que
abollaran el vehículo y que me llevara un par de trancazos en piernas y espalda. No lograron hacer
uso de las armas porque la calle estaba llena de personas que acudían a recoger a sus hijos al colegio.
Mientras conducía recibí una nueva llamada: <<Antes de este fin de semana estarás muerto o en la
cárcel>>.
Todos estos hechos, incluida la llamada, los denuncié la tarde de 21 de junio de 2002 en la comisaría
de la policía nacional de Zapadores, en Valencia. Lo que no dije al agente que me tomó declaración
es que entre los atacantes reconocí claramente a uno de los policías de Abastos que participó en mi
primera detención. ¿Cómo iba a denunciarlo ante sus colegas?
Esa misma noche, mi madre estuvo recibiendo amenazas telefónicas, ininterrumpidamente, por
parte del jefe del grupo, hasta las dos de la madrugada... al igual que mi ex mujer. Al final, harto de
esa situación de pesadilla, marqué el número de comisaría y pregunté por el responsable. Me
contestaron que a esas horas no quedaba nadie.
-¡Alguien quedará! ¡Acaban de llamar a mi familia desde este mismo número hace menos de un
minuto! -exclamé airado.
En pocos segundos una voz distinta preguntó quién era yo.
-Soy Juan Manuel Crespo, ¿Es usted el inspector Almagro?
-No, Almagro no lleva ya este caso... soy su sustituto.
-¿Qué coño quiere, que no dejan en paz a mi familia?
-Le queremos a usted. Tiene que venir inmediatamente para que procedamos a su detención.
-¿Y eso por qué?
-Usted ya lo sabe.
-No tengo ni idea. ¿Qué ocurre, no le gustó lo que dije sobre ustedes? -inquirí.
-Si no viene inmediatamente, volveremos a molestar a los suyos -amenazó.
Quedé en pasar antes del viernes y telefoneé a mi nuevo abogado, Juan Carlos Navarro, para
ponerle al día. Viendo el cariz que tomaban los hechos, un par de días antes opté por contratar a este
conocido penalista valenciano.
-Esto es un absurdo y hay que ponerle fin. Mañana hay huelga general pero los juzgados trabajan. A
las diez en punto nos vemos en la entrada -señaló.
A la hora marcada acudí. En seguida reparé en Juan Carlos.
-La jueza está ocupada, pero he hablado con ella y nos atenderá en media hora -indicó.
Marchábamos a tomar un café para matar el tiempo, cuando dos hombres nos interceptaron a la vez
que mostraban placas de policía:
-Queda detenido -señaló escuetamente uno de ellos-. No intente resistirse o ya sabe... -añadió
mientras enseñaba disimuladamente la culata de la pistola que llevaba al cinto.
-¡Hombre...! -exclamé irónicamente-. Pensaba que hoy ustedes no trabajarían... ¿O es qué no tenían
nada mejor que hacer que ir a por gente honrada?
Me condujeron a la comisaría, en donde me negué a prestar declaración. Al día siguiente fui
trasladado al juzgado de guardia para comparecer ante el juez.
Cuando llegó mi turno, dos agentes uniformados me sacaron de los calabozos y, después de
esposarme, me subieron al juzgado. Allí estaba esperándome mi letrado; al verme, se acercó y dijo:
Juanma Crespo Memorias de un ultra
206
-Ha estado hablando conmigo la abogada de la otra parte... quiere hacerte una proposición, yo que
tú la escucharía.
Instantes después se aproximó la letrada. Yo la conocía por coincidir, por la misma causa, en alguna
otra ocasión. Pidió permiso a los policías que me custodiaban para parlamentar conmigo y expuso:
-He estado hablando con la jueza y la fiscal durante un buen rato y hemos decidido llegar al
siguiente acuerdo: como no existen agresiones ni violencia y en todo caso de lo que se le podría
acusar es de amenazas, la fiscal está conforme en que si retiramos las denuncias ella no actuará de
oficio y usted quedará libre. Además, llamaré a la familia de esta chica y su madre le restituirá lo que
su hija cogió sin querer...
-¿La documentación?
-La documentación y el dinero. A cambio, tiene que comprometerse a retirar la querella que
presentó y a no mover más las cosas en relación con su tío. ¡Bueno! ¿Qué hago? ¿Los llamo y se acaba
todo?
Me quedé inmóvil mirando seriamente a sus ojos y le dije, pausadamente:
-Escuche, los papeles que cogió... a estas alturas me importa un bledo que los devuelvan, porque ya
es tarde para solucionar ese lío de Hacienda y de la Seguridad Social; que sus clientes entreguen lo
que me pertenece no es un favor... es lo que deberían haber hecho desde un principio. Pero... ¿quién
va a compensarme por los perjuicios morales y económicos ocasionados? ¿Y por los meses que me
han hecho pasar? Llame a sus clientes y dígales que no hay trato, que de la cárcel saldré y que la
justicia se encargará de poner los puntos sobre las íes.
Mi decisión cayó cómo un jarro de agua fría. En verdad he de decir que no pensé que estaría más de
una semana en la cárcel e incluso que ahí estaría más seguro que en la calle; además, soy
excesivamente orgulloso y cuando tengo razón, voy hasta el final, cueste lo que cueste.
Tras una breve vista oral y viendo que no habíamos alcanzado ningún acuerdo, la jueza decretó mi
ingreso en prisión. Comenzaba el 23 de junio de 2002 y España entera seguía pendiente de los
resultados de la huelga general convocada en la jornada anterior. Para mí comenzaba una larga
pugna en la que trataría de demostrar que se había perpetrado un colosal error y para hacer valer a la
justicia.
-Pase aquí y desvístase -dispuso el joven funcionario de prisiones, al tiempo que abría una puerta de
hierro repintada de un avivado verde oliva.
Atendí la orden y penetré en el cuartucho. Remisamente, ante la mirada inquisidora del <<de
azul>>, fui quitándome, una a una, todas las prendas que me cubrían, hasta quedar en ropa interior.
-¿No piensa quitarse los calzoncillos? -interpeló el carcelero.
Tragué saliva y procedí a quedarme totalmente desnudo ante aquel desconocido que me observaba
con tanta indiferencia y un gran sentimiento de impotencia y rabia comenzó a invadirme.
-Vaya hacia la pared, abra las piernas y flexione el tronco hasta el suelo -ordenó.
Satisfice su mandato, mientras sufría un profundo bochorno ante aquella situación tan
desagradable. ¿Cómo podía ser posible que eso me estuviera pasando a mí? No hacía mucho, menos
de una hora, estaba sentado frente a la jueza en su despacho y ahora me hallaba en pelotas frente a
un extraño que se entretenía en revisar cuidadosamente mi ropa.
Mis sueños se habían esfumado de golpe: el incipiente negocio, los proyectos de expansión... Lo
tenía todo: familia, amigos, una hija estupenda, buen trabajo, excelente coche... ¿Qué me quedaría
después de esto?
-Entre ahí y dúchese -indicó señalando hacia un recinto en donde un par de oxidados grifos
pendían del techo.
-Por favor, ¿podría proporcionarme una toalla y jabón?
-¿Cree que está en su casa? ¡Venga, dúchese y salga en un minuto... no tengo todo el día! Y si quiere
secarse, utilice la camisa.
Seguí las indicaciones y me quité, bajo el frío chorro, el desagradable olor de los calabozos. Tras
vestirme, me encerraron en una celda repugnante, llena de pintadas, cucarachas y manchas de
sangre por las paredes, donde pasaría mi primera noche junto a un sicario colombiano. Un par de
días después transité al módulo dispuesto a convivir con el resto de presos.
La vida en la prisión es, sencillamente, insoportable. Para que el lector pueda hacerse una idea,
supone pasar instantáneamente de la vida habitual con tu trabajo y gente, a una inmensa y tétrica
casa del Gran Hermano, donde convives con los protagonistas de los sucesos de los últimas décadas.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Aquellos personajes que salieron en los titulares informativos comienzan a formar parte de la vida
cotidiana. Los primeros días son los peores, hasta que te acostumbras a los nuevos

Juanma Crespo en la cárcel.

vecinos y eliges amigos; no se tarda mucho en comprender que detrás de esas fachadas existen
personas que sufren y sienten... quizá no todos, pero sí la mayoría.
Porque en las cárceles se junta gente de todo tipo: desde el psicópata que asesinó a
su familia hasta el abogado que provocó un accidente de tráfico y que, por no llamarse Farruquito, se
enfrenta a varios años de condena.
Policías, médicos, empresarios, trabajadores normales que algún día cometieron un error, en
ocasiones insignificante, comparten espacio con delincuentes profesionales, yonkíes robabolsos y
miembros de ETA. Personas que ingresan por quebrantar órdenes de alejamiento o impago de multas
juegan al dominó con sicarios y atracadores. Es el absurdo mundo de la prisión.
Desde el principio tenía esperanza de salir rápidamente y así me lo confirmaba mi abogado cada vez
que venía a visitarme.
-La jueza me ha dado su palabra de que antes de irse de vacaciones te dejará libre. Realmente no has
hecho nada, pero conoce tu pasado y quiere cubrirse las espaldas; así que antes de agosto saldrás a la
calle.
-¡Agosto! ¡Pero si queda un mes y medio!
-El tiempo pasa rápido; además, cinco semanas es muy poco... Ten paciencia y ve pensando en lo
que harás este verano con tu hija.
La visita de Juan Carlos Navarro me dejó hundido... ¡Mes y medio!
La cárcel no ofrecía muchas elecciones, aparte de andar por el patio como animales enjaulados de
un zoo y con idéntico resultado... ¡Todo el día caminando para no llegar a ninguna parte! Mi única
ilusión consistía en hablar con mi hija, pero eso no era sencillo. La dirección autorizaba dos llamadas
al mes de cinco minutos cada una, aunque los carceleros les permitían alguna extra a aquellos que
colaboraran en la limpieza de las instalaciones; así que, cada vez que abrían las celdas, yo corría a
coger escoba y recogedor para barrer el sucio cemento. A la semana me enteré de que el centro
editaba una revista mensual y precisaban colaboradores; rellené una instancia y tuve la suerte de que
me admitieran. Eso implicaba un triunfo: salir diariamente del módulo y conocer nueva gente.
Simultáneamente inicié un nuevo trabajo que consistía en repartir la comida al resto de mis
compañeros. Aunque no pagaban nada, la cuestión consistía en estar ocupado.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Entre pitos y flautas llegué a finales de julio; fecha en la que, en teoría y según la juez, saldría en
breve. En mi casa se preparaban contentos para ese día y planificaban las vacaciones.
Llegó la fecha prevista y estaba impaciente esperando que me llamaran para salir. Al mediodía, y
con el corazón en un puño, solicité permiso al funcionario para telefonear a mi ex mujer para que me
informara del resultado de la vista.
-Mati, soy yo... ¿Te ha llamado Juan Carlos? ¿Sabes algo? -solté atropelladamente.
El doloroso silencio detrás de la línea indicaba que algo no iba bien.
-Hola, Juanma. Acaba de telefonearme tu abogado... La jueza ha denegado la libertad -pronunció
intentando disimular los sollozos.
Al escuchar esa frase sentí una impotencia infinita y un horrible pesar.
-No te preocupes, Juanma, he quedado con Juan Carlos dentro de cinco minutos en el Juzgado.
Hablaré con la jueza para que nos dé una explicación.
Noté un tremendo pesar en el tono de su voz. Tenía suerte de contar con alguien como ella a mi
lado.
Posteriormente supe que acudió al despacho de la jueza y que ésta accedió a verla si la acompañaba
un abogado.
-Entiendo su preocupación –le explicó a Mati-. Realmente no ha hecho nada para estar en prisión,
pero no quiero sufrir riesgos innecesarios y aventurarme a que a esta chica pueda pasarle algo. Mire,
existe una solución: si su ex marido acepta ser tratado durante el verano por un psiquiatra, no tengo
ningún inconveniente en dejarlo en libertad condicional tan pronto yo vuelva de vacaciones...
Evidentemente, siempre que el informe descarte cualquier tipo de peligrosidad.
Así quedó el asunto. Mi familia, destrozada, se movilizó buscando un psiquiatra experto en estos
problemas. En pocos días el juzgado autorizó a don Rafael Muñoz Conde para que me atendiera en
prisión.
El psiquiatra me visitaba varias veces por semana; se trataba de un buen perito que años atrás
estuvo preso por sus ideas políticas contrarias a Franco. En seguida reconoció que no entendía cómo
podían haberme ingresado en prisión basándose únicamente en denuncias sin consistencia.
-Les da miedo tu militancia ultra. La jueza hizo mucho hincapié en ese tema.
Para mitigar un poco ese temor, negué haber participado en acciones violentas durante mi
afiliación política. ¡Total, de eso hacía veinte años y con el tiempo la gente cambia! Sin embargo el
estigma fascista te acompaña para toda la vida.
A principios de septiembre, y después de un concienzudo trabajo por parte del profesional de la
psiquiatría, éste llegó a las siguientes conclusiones: yo no presentaba ninguna patología psiquiátrica y
no se apreciaban síntomas ni signos que pudieran presagiar comportamientos violentos hacia mi ex
compañera, y añadía: <<Debe ser ayudado emocionalmente a superar el fracaso emocional>>.
Igualmente matizó con lo siguiente: <<A este perito le resulta sorprendente que se pudiera mantener
ese “secuestro moral” o “síndrome de Estocolmo” sin convivir juntos en el mismo domicilio y con la
mirada aquiescente de la familia de ella. Por mi parte, no encuentro en Juan Manuel los elementos y
condiciones psicológicas del agresor potencial>>.
Una vez presentado el informe sólo faltaba que la jueza cumpliera su palabra, pero no lo hizo y sus
mentiras cayeron como una pesada losa sobre los míos.
Mi padre continuó concurriendo a la fiscalía para intentar profundizar en las denuncias
presentadas.
-Tu hijo dispara muy alto -señaló Luis Beltrán-. Seguiremos las investigaciones, pero debes saber
que es una indagación ardua y no caerán todos los que son.
Mi progenitor intentó que emitieran un informe favorable para facilitar mi puesta en libertad, pero
Beltrán se opuso.
-No interesa hacerlo, he estado viendo el sumario y no existen motivos para retener a tu hijo
demasiado tiempo. Si realizáramos un informe positivo, la familia de esta chica podría suponer que
habéis puesto una denuncia y fastidiarnos el operativo.
Mi padre comentó la relación de amistad entre la jueza y otro familiar de la denunciante, pero el
fiscal jefe la defendió.
-Conozco a esta jueza desde hace tiempo y no creo que actúe basándose en su amistad con la
familia, en todo caso, lo que está perjudicando a tu hijo es su pasado político.
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Estaba abatido por permanecer injustamente encerrado y opté por cometer una medida drástica:
realizaría una huelga de hambre. Elegí el seis de diciembre, Día de la Constitución, para iniciarla, y
me preparé para cumplir esa dura prueba.
Antes de emprenderla me asesoré con los mejores expertos: los etarras y Grapos. Me dieron varios
consejos: beber diariamente, aunque no tuviera sed, entre seis y nueve litros de agua, y realizar el
menor ejercicio posible; igualmente recomendaron que renunciara inmediatamente si me resfriaba o
cogía la gripe; ignoro los motivos de estas advertencias pero me dispuse a hacerles caso.
En la fecha designada, después de notificar mis intenciones por escrito a los responsables de la
prisión, comencé la huelga. Los primeros días resultaron insoportables: únicamente pensaba en
comer a toda hora, pero después de la primera semana el estómago se me cerró y no sentí más
hambre. Lo más duro fueron las Navidades, pero estaba decidido a llevar a cabo mi protesta y seguí
sin probar bocado a pesar de los intentos por hacerme renunciar. Pedía dos cosas para concluirla: mi
libertad, pues no existía ni un solo motivo para tenerme encarcelado, o fecha para el juicio oral.
Después de un mes sin ingerir alimentos, empecé a encontrarme mal y el juez de vigilancia
penitenciaria ordenó mi alimentación forzosa, la que no pudo realizarse debido a mi negativa.
Lo peor ocurrió cuando no quedaba grasa en mi organismo y éste empezó a asimilar músculo; el
elegido fue el de la pierna derecha y permanecí cojo durante varios meses. Después de cuarenta y
cinco días de huelga de hambre recibí la notificación en donde se anunciaba que mi juicio tendría
lugar del 21 al 25 de julio de 2003; viendo medio cumplido mi objetivo, finalicé la medida de
presión. En total perdí treinta kilos y sufrí lesiones musculares permanentes, hoy en día, éstas
todavía me provocan un entumecimiento en las extremidades y un dolor agudo en invierno que me
impide conciliar el sueño.
Pocos días más tarde acudió a verme Juan Carlos Navarro: tenía en su poder la petición del
ministerio fiscal. ¡Por fin sabría de qué se me acusaba! En total pedían cuatro años de prisión menor
por los siguientes delitos: un año por amenazas, un año por coacciones, un año por lesiones psíquicas
y un año por quebrantar la orden de alejamiento. La acusación particular solicitaba once años.

Con la fecha del juicio a la vista, me preparé para afrontar esos días. Faltando un par de semanas para
sentarme ante el juez, cometí un error imperdonable: prescindí de los servicios de mi abogado y
contraté a otro, José Antonio Prieto Palazón, quien, aunque buen profesional, careció de tiempo
material para preparar la defensa.
Una semana antes del proceso acudieron a verme dos fiscales y me hicieron una propuesta: si me
declaraba culpable, rebajarían su petición a dos años y así podría salir en libertad el mismo día del
juicio, ya que al carecer de antecedentes penales, me aplicarían la suspensión de pena.
-¿Y si la acusación particular se opone? -cuestioné.
-No lo harán, hemos hablado con la abogada y está dispuesta a llegar a este acuerdo.
Se trataba de la segunda vez que pretendían un arreglo para sacarme de la cárcel. No hizo falta
pensar mucho mi respuesta, reafirmé mi inocencia y aseguré que no quería pacto alguno con nadie.
-De no hacerlo, se arriesga a una condena superior -aconsejó una fiscal.
-Me arriesgaré. Si me condenan por lo que no he hecho, significa que la justicia española es una
bazofia.
Me arriesgué, sí, y perdí la apuesta. Podría explicar todas las irregularidades de mi proceso, pero el
lector pensaría que eso es lo que decimos todos los procesados. Podría proclamar mi inocencia, como
la mayoría de los condenados. Pero no haré nada de eso, porque ya no tiene sentido. Sin embargo,
invito al lector a solicitar al Juzgado de lo Penal número 6 de Valencia las copias del acta del juicio
oral: PA 184/03, dimanante del Juzgado de Instrucción número 13 de Valencia, PA 240/02, DP
1747/02, y también el acta del Juzgado de lo Penal número 7 de Valencia, PA 364/04 F, dimanante
del Juzgado de Instrucción número 13 de Valencia PA Nº 36/04, y a juzgar por sí mismo las absurdas
pruebas que se utilizaron para condenarme.
La mañana del 28 de julio de 2003, un par de días después del juicio, mi nuevo letrado recibió un
fax del juzgado en donde se indicaba que en esa fecha yo sería puesto en libertad condicional. Tan
pronto mi padre se enteró de esto, visitó al juez para darle las gracias. Lo encontró en su despacho
trabajando y preparándose para iniciar las vacaciones; ya habían tratado anteriormente debido a mi
situación penal.
-Dejo en libertad a su hijo porque, sinceramente, dudo que exista riesgo para esa chica. No he
finalizado todavía la sentencia, pero en todo caso la pena que podría aplicarle no excedería el tiempo
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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que ya ha pasado en prisión. Sólo quiero que le transmita un mensaje: me estoy mojando por él
porque pienso que este asunto se ha sacado de quicio, pero... ¡que no se pase un pueblo!
Aquella misma tarde salí a la calle después de más de trece meses en cautiverio.
El reencuentro con los míos fue emocionante, varios amigos acudieron a recogerme y
posteriormente me llevaron a casa de mi ex mujer e hija, en donde pasamos una agradable velada. El
día siguiente permanecí con mi pequeña: la llevé a visitar tiendas, a pasear y por la noche al cine;
minutos antes de la medianoche la dejé en casa con su madre. No hacía ni diez minutos que me
había marchado cuando Mati se sobresaltó al oír el timbre de la puerta. ¿Quién llamaría a esas horas?
Se asomó por la mirilla y observó a dos hombres de paisano.
-¿Qué desean? -preguntó.
-¡Somos la policía! ¿Se encuentra su marido en casa? Tiene que acompañarnos...
El mundo se resquebrajó a sus pies; mi hija sintió pánico al escuchar la palabra <<policía>> y mi ex
se pasó más de una hora intentando razonar con los agentes. No sabían los motivos, pero tenían
orden de detenerme y trasladarme a la comisaría de Abastos. Un día escaso había durado nuestra
felicidad.
Puse el hecho en conocimiento de abogados y me aconsejaron solicitar amparo al Tribunal
Constitucional. La pega es que estábamos en agosto y casi todo el mundo permanecía de vacaciones.
A los pocos días me llamaron del juzgado de guardia. Acababa de salir una ley para la protección de
víctimas de la violencia doméstica y mi denunciante la había solicitado. Tenía que comparecer antes
de veinticuatro horas para una vista oral. Intenté defenderme explicando que mi caso no
correspondía a violencia de género alguna, pero el secretario judicial fue claro: <<¡O acude hoy o
decretaremos una orden de detención!>>. Mi ex se comprometió a acompañarme.
Horas más tarde se celebró la vista y la acusación particular solicitó, por si las moscas, el ingreso en
prisión. El interrogatorio practicado por esta letrada y por la jueza versaba sobre mi empleo en
Levantina de Seguridad y mi conocida pertenencia a organizaciones políticas de extrema derecha. La
magistrado acordó que en veinticuatro horas debería presentarme para conocer su decisión.
Puesto que pensaba irme con mi familia a Segorbe, se convino que comparecería a las once del día
siguiente, ante el juzgado de dicha población castellonense.
En las dependencias judiciales observé tan sólo a un funcionario. Al verme, preguntó:
-¿Es usted Juan Manuel Crespo?
-Sí, soy yo.
-Lo estaba esperando.
Aprecié que abandonaba su despacho, entraba en otro anexo y descolgaba el teléfono. Me acerqué a
él y agarré el auricular.
-¿A quién va a llamar? -pregunté.
Permaneció callado y noté que miraba de refilón unas hojas de fax.
-¿Qué pone en esos folios? -apremié.
-Son del juzgado de Valencia, ordenan su ingreso en prisión...
No le di tiempo a acabar la frase. Salí pitando del recinto, salté por una ventana de la planta baja y
marché a esconderme al monte. Permanecí en rebeldía un par de semanas, acrecentando con ello mi
pena. Pero, como era de esperar, finalmente me encontraron. Que nadie crea que puede burlar la
persecución policial por mucho tiempo.
La detención fue pacífica, peo en cuanto me metieron en el furgón recibí la mayor paliza de mi
vida. Quizá como las que propinábamos mis camaradas y yo a los rojos y antifascistas en otros
tiempos. Ahora sé lo que se siente al ser la víctima y no el agresor.
Nada más entrar en la cárcel, inicié una segunda huelga de hambre hasta que alguien diera solución
a mi problema.
Durante cuarenta y siete días permanecí sin probar bocado. Los mismos funcionarios afirmaban que
lo que estaba ocurriendo clamaba al cielo.
-Tanto cabrón que anda suelto... y a ti, por chorradas, te están jodiendo la vida -decían.
Los presos opinaban igual y los etarras se sorprendieron al volver a verme.
-¿Es que no sabes cómo es la policía española? No te van a dejar en paz; cuando vuelvas a salir
aparecerás en cualquier descampado con dos balazos en la cabeza... Ni investigarán. ¡Ajuste de
cuentas... y caso cerrado!
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Finalicé mi protesta debido a los ruegos familiares, sobre todo de mi madre, que bastante pesar
tenía sabiendo que su marido se estaba muriendo por culpa de un cáncer de páncreas que acababan
de diagnosticarle.
Por efecto de la huelga de hambre tuvieron que sacarme cuatro piezas dentales... ¡Esta vez a mi
organismo le dio por el calcio!
A mitad de la huelga, me llegó la sentencia del juicio: me habían condenado a los tres años y diez
meses que solicitaba el fiscal, a la prohibición de volver a Valencia durante cinco años, a dieciocho
mil euros en concepto de daños y perjuicios y a otros tantos de multa. Al enterarse, mi padre visitó al
juez: el fallo no correspondía a lo indicado.
-Mire, lo siento mucho, pero si usted hubiese visto los informes remitidos por la policía, entendería
que no quiera arriesgarme a absolverlo. No obstante, con el tiempo que permaneció en prisión,
probablemente salga en tercer grado en cuestión de semanas...
Sigo en la cárcel, así que obviamente eso no sucedió.
La mañana del 31 de diciembre de 2004 hablé con mi padre por última vez. Su salud había
empeorado, pero nunca dejó de luchar por mí. Creía en mi inocencia y dejó la vida, literalmente, en
defenderme. Pero al final su salud dijo basta. Aquella mañana èl estaba ingresado en la clínica La
Salud y aproveché para felicitarlo por las fiestas. Las últimas semanas fueron un continuo trasiego de
casa al hospital y del hospital a casa... Deseaba que al menos no sufriera.
Por la tarde del día siguiente telefoneé a mi madre. Al escuchar <<diga>>, dije lo típico en esas
fechas:
-Mamá, feliz año nuevo.
-¿Es que no te han dicho nada? -dijo suavemente.
Al sentir esa frase imaginé lo peor y aprecié un tremendo nudo en el estómago que me dejó sin
habla. Casi sin fuerzas acerté a decir:
-¿Ha pasado algo?
Suponía la respuesta, pero me negaba a creerla.
-Papá ha muerto esta mañana.
Mi padre nunca sintió estima hacia los presos. Lo recuerdo en las cenas despotricando cada vez que
acudía a la cárcel a visitara a algún cliente; y de entre los reclusos, a los que odiaba con todas sus
fuerzas, era a los etarras. Estoy convencido de que hubiera soltado una sonrisa irónica desde su
tumba de haber sabido que decenas de compañeros míos, entre ellos miembros de ETA, me dieron el
más sincero pésame cuando falleció. Sabían que era hombre de leyes y padre de un <<facha>>, pero
eso no fue óbice para que alguno de éstos dejara escapar alguna lágrima furtiva cuando vinieron a
darme un abrazo. Así es como funciona el surrealista mundo del <<talego>>, en donde, ante el
sufrimiento, los malhechores se transmutan en hombres.
Después del segundo juicio aguardé a que la junta de tratamiento me concediera permisos de salida,
pero continuamente me los negaban basándose en mi pasado político.
-¡Es qué eres el jefe de los skins! -afirmaban los muy imbéciles.
<<Está bien –pensé-, si quieren considerarme el jefe de los skinheads valencianos, intentaré sacar
partido a ese título tan inmerecido. Al menos me servirá para evitar que otros cometan mis mismos
errores.>>
Por aquellas fechas todo el mundo hablaba de dos libros de éxito: Diario de un skin y El año que
trafiqué con mujeres. Un tal Antonio Salas se había infiltrado entre los cabezas rapadas durante un
año y había radiografiado fielmente ese mundo que yo había conocido tan bien. Me fascinó leer sus
incursiones en locales y lugares que yo mismo había conocido, como los circuitos de Ultrassur en
Madrid. Si hubiéramos coincidido en el tiempo, tal vez yo mismo habría sido grabado por su cámara
oculta.
Y si Diario de un skin me sorprendió, El año que trafiqué con mujeres me hizo quitarme el
sombrero. Por primera vez alguien se atrevía a desenmascarar a Roberto y a mi ex empresa
Levantina de Seguridad. Por primera vez un periodista publicaba la siniestra relación entre el mundo
de la prostitución y la extrema derecha. Y es que parecía claro que Antonio salas, el autor de esos
libros, los tenía bien puestos. El mero hecho de atreverse a entrar solo, y con una cámara oculta, en
el local de Levantina de Seguridad, cuando todos los nazis de España lo estaban buscando,
demostraba la pasta de la que estaba hecho. Pero una cosa es arriesgar la vida y otra, arriesgar la
credibilidad. ¿Se atrevería Antonio Salas a ayudar a contar mi historia? ¿Osaría la editorial Temas de
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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Hoy darle voz al jefe de los skins? ¿Un fascista con un pasado de violencia como el mío, y condenado
por un delito de acoso, podría tener derecho a contar su historia?
A lo largo de mi vida he cometido muchos errores, algunos injustificables, y habría sido justo que
pagara por ellos, pero la justicia se equivocó y eso no ocurrió. Tengo esperanza de que se revise mi
juicio y, si es preciso, vuelva a repetirse; porque es injusto sufrir condena por algo que no he hecho
y, encima, que los culpables se salgan de rositas. Pero, si por una de ésas se demostrara que miento y
soy culpable, exijo que se aplique la ley hasta el final, sin misericordia alguna. Hace años la justicia
erró a mi favor, ahora lo ha hecho en contra.
Soy falangista, sigo creyendo en la belleza del auténtico pensamiento de José Antonio Primo de
Rivera, considero que representa la más perfecta expresión de justicia, aunque haya sido manipulado
por muchos... pero cada cual es libre de pensar lo que quiera.
Hace muchos años llegué al convencimiento de que por encima de las ideas están las personas que,
en definitiva, son las que las hacen grandes. Respeto a quienes saben respetar y a los que no, los
compadezco. Mis experiencias en ambientes violentos han determinado que sienta animadversión
hacia toda forma de violencia y la considere como la expresión de la incultura más burda.
Entre mis ídolos hay uno por el que siento especial admiración. Se trataba de un hombre de talla
menuda, aspecto delicado y miope... ¡Nada similar al típico ídolo ario! Sin embargo, nadie sospechó
que con ese aspecto, y sin medios de comunicación a su servicio, sería quien consiguiera movilizar a
la mayor cantidad de personas, cientos de millones, en el siglo XX.
Gandhi, sin más armas que sus argumentos, venció al imperio británico y obtuvo la independencia
de su patria, la India.
Fue el creador del pacifismo militante, y su lucha, sin una sola pistola, el ejemplo más claro de
heroicidad. ¡Porque hace falta tenerlos bien puestos para enfrentarse con las manos abiertas al mejor
ejército del mundo! ¡Porque no es sencillo ocupar ciudades defendidas por regimientos con el poder
que da la palabra, la razón y la forma de ser!
Anteponer mensajes a fusiles y, encima, conseguir la victoria. ¡Ahí radica el heroísmo!
Puede que yo descubriera eso demasiado tarde. Probablemente me dejé enredar con falsas arengas
que incitaban al odio, y lo triste es que muchos jóvenes siguen haciéndolo.
¡Sí, señor! Me gusta Gandhi, admiro a José Antonio y siento muy dentro las estrofas del Cara al sol,
que no sólo no tiene ni una sílaba que hable de odio ni rencor, sino que transmite un mensaje de
esperanza y paz.
Quizá aquellos que cantan este himno antes de marchar a la <<caza del moro>> o después de un
partido de fútbol ignoran que están profanando la idea que tuvo el Jefe de crear una organización
que avanzara en pos de la Justicia y la igualdad.
Igual desconocen que <<camaradas>> del Magreb y otros, negros como el carbón, entonaron ese
mismo himno con orgullo. Puede que con este razonamiento esté perdiendo el tiempo; tal vez no
saben siquiera quién fue José Antonio y sus ideas abiertas hacia los sudamericanos, como hermanos
de la Hispanidad. Pero si con estas letras he conseguido que tan sólo uno se plantee el uso de la
violencia, habré conseguido mi objetivo.
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Epílogo

Si tienes este libro en tus manos, significa que yo estaba equivocado.


Significa que, a pesar de los controles de los funcionarios y de los responsables de prisiones, he
encontrado la manera de escribirlo dentro de prisión y que he podido sacarlo de estas paredes para
hacérselo llegar a la editorial. Y significa también que tanto Antonio Salas como Temas de Hoy
tienen más valor del que yo pensaba.
Sé que, posiblemente, se vertirán descalificaciones personales hacia mí. Los cobardes siempre
aprovechan las desventajas del contrario para arremeter, pero no me importa... si lo referido pica a
alguien, ¡que se rasque!
Con este escrito aspiro a dos cosas: mostrar la parte negativa de los movimientos radicales, sean del
signo que sean, para que nadie perpetre los errores que yo consumé; y que el artículo 14 de la
Constitución Española, en el cual se afirma que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, sea
una realidad y no papel mojado. Quisiera, ante todo, que mis denuncias y vivencias no cayeran en
saco roto.
Doy mi palabra de honor, ¡y lo tengo!, de que todos y cada uno de los sucesos descritos son
tristemente reales.
Es cierto lo de la conspiración para asesinar a Albert Boadella cuando la representación del
Teledeum; la implicación de sectores ultraderechistas españoles en el atentado a la estación de
ferrocarriles de Bolonia; la sombría historia negra de José Luis Roberto; la oferta de traficar con
cocaína realizada por Enrique Tomás Segarra, así como la implicación del grupo de la comisaría de
Abastos en este asunto. También es verdad el pasotismo que mostraron determinados fiscales en
investigar lo aquí expuesto y la tremenda persecución que, tanto mi familia como yo, hemos pasado
y estamos soportando.
Quizá haya cometido algún error cronológico o de fechas en la exposición de ciertas situaciones
vividas mientras militaba en las diversas organizaciones ultras. Pido al lector que entienda la falta de
medios, así como la imposibilidad de recurrir a hemerotecas. Pero, salvando esos detalles, todo lo
expuesto es rigurosamente verídico, como lo son las conversaciones con etarras, el comandante
Cortina, Pilar Primo de Rivera, García Juliá, Ynestrillas, Eduardo Arias y José Luis Roberto, entre
otros. Evidentemente, no son diálogos literales, pero garantizo que muy poco se va de lo contado por
sus protagonistas y que todas las afirmaciones expuestas fueron realizadas en los mismos términos,
salvaguardando fielmente el contenido original.
Continúo en la cárcel. Con la ley en la mano, hace mucho tiempo que debería estar en régimen
abierto y disfrutando de permisos de salida, pero no es así. A mi condena inicial de tres años y diez
meses por los inexistentes delitos narrados, se sumó un año por no poder satisfacer el importe de la
multa impuesta en el mismo procedimiento y otro año por haber empleado ochocientas mil pesetas
de las facturas de un cliente en abonar parte de los salarios que la empresa Ombuds adeudaba a los
trabajadores. Ésa es la verdad y quien quiera comprobarlo cuenta con mi total apoyo. Ahora llevo
tres años y medio preso. Aun con esta pena debería estar en la calle, pero <<alguien>> impide por
todos los medios mi salida. Sin embargo, no han podido impedir que mi voz se filtre entre los
barrotes y llegue a todos a través de estas páginas.
Sé que algunas de mis afirmaciones son graves e incluso pueden sentirse ofendidos determinados
colectivos, créanme que no es esa mi intención. He vivido muchísimos años inmerso en el mundo de
la seguridad privada y conozco a multitud de policías, también a algunos jueces y fiscales. No dudo
para nada de la importancia del trabajo que desempeñan, ni de la profesionalidad de la mayoría de
los componentes de estos colectivos; pero en todas partes existen manzanas podridas que perjudican
Juanma Crespo Memorias de un ultra
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la imagen de los gremios a los que pertenecen y, por el bien de todos, merecen, por lo menos, ser
apartados de sus puestos.
Por fortuna, la prisión no ha anulado mis sentimientos. Continúo emocionándome cuando observo
por televisión los bellos paisajes naturales ibéricos o al contemplar un gorrión parado sobre el
alféizar de mi enrejada ventana y, evidentemente, sigo lamentando intensamente cada vez que algún
agente de la ley muere asesinado por los disparos de delincuentes o terroristas...
¡Y hablando de terroristas! Supongo que debe haber quedado claro la vida tan intensa que he
llevado. Igualmente, con seguridad algún lector pensará que justifico, aunque sea levemente, a
determinados grupos o comportamientos fanáticos. Se equivocan. Soy español, patriota y falangista,
y precisamente por eso ya jamás volveré a entender que se utilice la violencia contra NINGÚN ser
humano. La muerte de una sola persona debería ser considerada penalmente un crimen contra la
humanidad. Simplemente, me he limitado a exponer, lo más imparcialmente posible, aspectos y
conversaciones que he creído interesantes.
Al finalizar la redacción de estas páginas solicité a una docena de compañeros su opinión personal y
elegí a aquellos con afición a la lectura. El elenco de mi <<consejo editorial carcelario>> lo formaban:
dos etarras, un grapo, un militante del grupo nazi Armagedón y el resto, gente más normalita,
socialistas y peperos a partes iguales. ¡Vamos, nada que ver con una representación tipo! Esto dio
lugar a alguna situación curiosa, como por ejemplo un miembro de ETA que se mosqueó por la
imagen que transmito sobre Idoia López Riaño y afirmó que, para él y otros muchos compañeros, se
trataba de una chica muy simpática, abierta y excelente luchadora. También me dijo que especificara
que el sobrenombre de la Tigresa no les gusta en absoluto a los miembros de la organización
terrorista vasca, porque se trata de un seudónimo puesto por la policía española para identificarla.
Otra curiosidad vino de Joaquín, un histórico militante de los GRAPO. Al leer el capítulo en donde
hago referencia a mi afiliación a Fuerza Nueva y a las conmemoraciones del 20-N, indicó:
-Oye, Juan... ¿Recuerdas un 20-N, allá a principios de los ochenta, en que el Ayuntamiento de
Madrid colocó unas enormes vallas publicitarias en la plaza de Oriente a favor de la Constitución
Española?
Hice memoria y recordé ese detalle.
-¡Anda, pues es cierto! Recuerdo que tiramos las vallas y se montó una buena con la policía...
-¡Cierto, lo tomasteis como una provocación y después de derribarlas os liasteis a palos con los
antidisturbios!
-Es verdad... es verdad, ¿cómo lo sabes? ¿Estabas ahí, Joaquín?
-¡Hostias... claro! Si no llega a ser por las cargas policiales, os hubiéramos <<endiñado>> un
<<pepinazo>> de los que hacen historia...
-¡No me jodas! ¿Y eso?
-Unas semanas antes, un comando de los GRAPO acudimos para estudiar el terreno. Al contemplar
los andamios que sujetaban los carteles, encontramos un sitio perfecto para colocar los veinte kilos
de Goma-2 que teníamos dispuestos. Durante la semana lo preparamos todo; únicamente quedaba
instalar el explosivo. Decidimos hacerlo el mismo día de la concentración para evitar que la policía lo
detectase. Cuando llegó el momento, un compañero ataviado con la camisa azul fascista se preparó
para ponerlo... ¡Y entonces es cuando se lió el follón, cargó la policía y se jodió el invento! ¡Hala,
<<pepinazo>>, a freír espárragos!
El destino es caprichoso. Aquel GRAPO podía haber sido mi asesino si aquella bomba antifascista
hubiese llegado a funcionar, y ahora era mi compañero en prisión. No diré que el terrorista no
mereciese estar entre rejas, ni yo tampoco. Pero quizá si hubiésemos sabido que el destino nos
reservaba este guiño, el de terminar compartiendo coincidencias en la misma celda, el odio que nos
profesábamos en aquellos tiempos, literalmente mortal, no habría existido.
Quién sabe, quizá a los lectores más jóvenes, pertenecientes al extremo izquierdo o derecho de la
violencia, estas líneas les resulten útiles. Me hubiese gustado que mi padre también las hubiera leído.
Pero la muerte se lo llevó antes de tiempo. Ojalá a otros padres les ayude a comprender mejor a sus
hijos y a evitar que lleguen a redactar sus recuerdos desde la celda de una prisión, cuando ya es
demasiado tarde para no cometer los mismos errores.

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