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Técnicas efectivas de hipnósis

y terapia sistémica breve


Estudio de casos

ARNOLDO TÉLLEZ LÓPEZ


(Coordinador)

Universidad Autónoma de Nuevo León

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Capítulo V. Terapia breve
de la experiencia traumática:
recuperación y reconstrucción
Felipe E. García6

Dios no dijo: ‘No serás víc-


tima de una tempestad, no
pasarás penurias, no padece-
rás enfermedades’. Dios dijo:
‘No serás vencido’.”
Juliana de Norwich, s.
XIV.
Introducción

Una breve historia personal

S
on las 03:34 a.m. de la madrugada y un fuerte remezón
me saca del sueño mientras siento que la adrenalina se
apodera de mi cuerpo. Sé que está temblando, sucede
con cierta frecuencia en mi país, pero la violencia del
movimiento es inaudita y en segundos llego a la habitación
donde duermen mis dos hijos en una cama nido. Me abalanzo
sobre mi hijo menor, quien duerme en la cama baja y lo retiro
de ahí. Mi señora llega un paso más atrás y se abraza a mi hijo
mayor, quien duerme en la cama superior. La violencia del te-
rremoto es tal que caigo al suelo, sobre mi hijo y ya no me pue-
do mover, mientras todo empieza a caer sobre nosotros: el tele-

6 Escuela de psicología, Universidad Santo Tomás, Chile. Correo electrónico: felipegar-


ciam@yahoo.es, fgarcia@santotomas.cl

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visor sobre la cama en la que hace segundos estaba mi hijo, los
objetos del closet sobre mi espalda, libros, ropa, escucho como
estallan vidrios, lozas y quizás lo más inolvidable, el rugido de la
tierra que enmudece cualquier otro sonido y que parece no
detenerse nunca.
Es un edificio de 13 pisos, vivo en el onceavo, el movimiento
es tan brusco y el ruido tan ensordecedor que tengo la convic-
ción de que el edificio caerá. Pienso inevitablemente que si esto
no se detiene moriremos y siento miedo. Sin embargo, se de-
tiene. Han pasado casi cuatro minutos. Miro alrededor y la ha-
bitación de mis hijos está revuelta, nada parece estar en su posi-
ción, pero el vidrio de la ventana no se ha quebrado y ninguno
de nosotros parece herido. No hay luz, en la calle suenan las
alarmas de los autos y empiezo a percibir un penetrante olor a
gas.
Decido buscar ropa para abrigarnos y salir del edificio. Está
todo en desorden, pero logro encontrar con qué vestirnos. Va-
mos hacia la puerta del departamento, pero está bloqueada por
la biblioteca, que cayó con todos los libros. Levanto la bibliote-
ca, tomo el pomo de la puerta y quedo con ella en la mano,
estamos atrapados. A gritos logramos que un vecino abriera la
puerta a patadas. Salimos corriendo, el edificio sigue vibrando,
el aire es irrespirable y una enorme grieta en medio del pasillo
ha partido el edificio en dos, pero hay espacio suficiente para
salvar el obstáculo con nuestros hijos en brazos y bajar por la
escalera de emergencia, donde también descienden apresura-
damente muchos vecinos mientras sentimos los gritos de otras
personas atrapadas en sus pisos.
Afuera del edificio el espectáculo es dantesco. Vemos casas
en el suelo, incendios en una empresa cercana y en una gasoli-
nera, un edificio en el que habitaban personas conocidas yace
desplomado a unas pocas cuadras desde donde nos encontra-
mos (García, 2013). Caminamos para tratar de encontrarnos

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con familiares que viven cerca. En una esquina, por azar nos
cruzamos con ellos y nos abrazamos. Más tarde voy en solitario
a rescatar a mi madre al puerto, en donde varios tsunamis ha-
bían causado estragos. Los siguientes dos días dormiríamos en
la calle, sin agua potable, sin luz, sin señal telefónica, sin provi-
siones suficientes, observando saqueos a supermercados e in-
dustrias, confiando en los desconocidos que teníamos a nuestro
lado pero temiendo a los desconocidos de otros barrios que
según se rumoreaba se preparaban para atacarnos y quitarnos
lo poco que conservábamos. El miedo al saqueo y al extraño se
sumaba al miedo a las réplicas del terremoto.
Acabábamos de vivir en carne propia uno de los ocho terre-
motos más intensos en la historia humana, desde que estos co-
menzaron a registrarse. Su magnitud de 8.8 mw sólo ha sido
superado posteriormente por el terremoto de Japón en el año
2011 (9.0 mw). Los días posteriores nos esforzamos para sobre-
vivir, sacar fuerzas de flaqueza y salir adelante. Debido a mi
profesión, psicólogo, tuvimos que organizarnos para ayudar a
las personas afectadas o ayudar a quienes iban a ayudar a las
personas afectadas. Nosotros mismos habíamos sido afectados,
como miles y miles de personas en mi país, sin que nadie se
haya escapado del miedo o de los cambios en nuestros estilos de
vida que necesariamente ocurrieron de ahí en adelante. Pero
no era razón para mantenerse inactivo. Un mes después del
evento, un amigo y yo publicamos un artículo con propuestas
desde el enfoque de la terapia sistémica breve para prevenir las
consecuencias psicopatológicas del desastre (García y Mardo-
nes, 2010).
En esos días no sólo vi sufrimiento, también vi como las per-
sonas se organizaban para cuidarse entre ellos, para dirigir el
tránsito ante la ausencia de semáforos o de policías, para levan-
tar de nuevo las casas caídas. De ahí en adelante me interesé en

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estudiar qué hacen las personas para recuperarse y ayudar a los
demás, después de vivir una experiencia extrema.
Dicen que los investigadores se interesan por estudiar proce-
sos que tienen relación consigo mismos. En mi caso eso es par-
cialmente cierto, mi interés por estudiar el afrontamiento a
experiencias potencialmente traumáticas o altamente estresan-
tes se inició dos años antes del terremoto, cuando hice unas
intervenciones desde la terapia sistémica breve con mujeres que
estaban recién diagnosticadas con cáncer de mama. En mi vida
no he tenido a nadie cercano que haya sufrido esa patología,
pero me pareció un buen grupo para estudiar si mis interven-
ciones daban resultado. En este estudio no sólo observamos que
la terapia era efectiva para prevenir el estrés postraumático y la
sintomatología depresiva (García y Rincón, 2011), sino que
también descubrí en los talleres realizados que había mujeres
que no se hundían con nada, que resignificaban lo que les ocu-
rría, que se mantenían optimistas o que incentivaban a las de-
más a luchar para vencer su enfermedad. En ese entonces me
interesé en descubrir cómo le hacían para fortalecerse. El te-
rremoto sólo cambió el grupo al cual iba a dirigir mi atención.
Luego hemos estudiado también a personas afectadas por la
violencia social (García et al., 2013), la ruptura de pareja (Gar-
cía e Ilabaca, 2013), la violencia en la pareja (García, Wlo-
darczyk, Reyes, San Cristóbal y Solar, 2014), actualmente estu-
diamos a las personas afectadas por el burnout, accidentes labo-
rales, cefaleas, entre otras situaciones críticas.

La naturaleza del trauma

Los eventos potencialmente traumáticos son descritos en la lite-


ratura como sucesos de gran intensidad, imprevisibles e infre-
cuentes y que pueden llegar a abrumar los recursos de las per-
sonas (Gaborit, 2006). Constituyen acontecimientos de alto im-

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pacto que quiebran los supuestos individuales básicos acerca del
mundo que guían sus vidas (Janoff-Bulman, 1992) y obligan a
reformular sus estrategias de adaptación a las nuevas condicio-
nes a las cuales se deben enfrentar (Grill, 2010).
Si bien existen diferencias al momento de conceptualizar los
eventos potencialmente traumáticos, Tedeschi y Calhoun
(2008) sostienen que todas las formulaciones comparten los
siguientes elementos: a) pareciera que son siempre circunstan-
cias vividas por el sujeto como amenazas significativas para su
integridad y bienestar físico y que no eran o no son controla-
bles, b) las consecuencias se perciben como irreversibles, o si lo
son, es parte de un elevado esfuerzo y un prolongado paso del
tiempo y c) los desafíos vitales tienen “naturaleza sísmica”, es
decir, sacuden, desafían o a veces destruyen gravemente la for-
ma en que el individuo entiende el mundo, su lugar en él y el
sentido de la vida.
Por lo general, dichos eventos provocan respuestas pertur-
badoras que el sujeto experimenta como desagradables y dura-
deras y que pueden llevar a trastornos psíquicos. Como conse-
cuencia de ello, la persona, incapaz de adaptarse a la nueva
situación, puede sentirse indefensa, perder la esperanza en el
futuro y encontrarse paralizada para emprender nuevas inicia-
tivas y en definitiva, para gobernar con éxito su propia vida
(Echeburúa, Corral & Amor, 2005).
Es común, por lo tanto, que las personas desarrollen una
variedad de manifestaciones psicopatológicas como consecuen-
cia de la exposición a un evento traumático. Entre ellas, se des-
taca el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) y su sintoma-
tología asociada (SPT), que de acuerdo a la American Psychia-
tric Association (APA, 1994) incluyen la reexperimentación del
evento traumático a través de pensamientos e imágenes intrusi-
vas e incontroladas, además de una fuerte activación fisiológica

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por el sólo hecho de rememorar el evento traumático e hipervi-
gilancia frente a potenciales amenazas.
Sin embargo, aunque vivir una experiencia potencialmente
traumática es uno de los problemas más duros a los que se en-
frentan algunas personas, también supone una oportunidad
para tomar conciencia y reestructurar la forma de entender el
mundo (Vera, Carbelo y Vecina, 2004). De esta manera, la lite-
ratura muestra que la mayoría de las personas que han experi-
mentado o presenciado un acontecimiento traumático no in-
forman de trastornos clínicos significativos relacionados (Bo-
nanno, 2004).
Bonanno (2004) describe cuatro rutas posibles ante la adver-
sidad (ver figura 1). En la primera la persona no ve afectada
significativamente su funcionamiento luego del evento y dos
años más tarde sigue con su vida como si nada hubiese pasado.
A esta persona podemos llamarle “resiliente”, una palabra que
viene de la física y que alude a la naturaleza de ciertos metales
que aunque pierdan su forma habitual vuelven rápidamente a
ella, sin verse alterados ni magullados, fuera del susto inicial,
comprensible y necesario. Muchas personas que vivieron el te-
rremoto no mostraron signo de que su vida se hubiera alterado,
pudiendo continuar con sus planes y trabajo, días después del
evento. Ellos son la razón por la cual a estos eventos extremos
se les denomine hoy como “potencialmente” traumáticos. No
todos los afectados manifiestan posteriormente reacciones que
puedan atribuirse al evento.
Una segunda ruta son aquellas personas que no parecen
verse afectadas inicialmente por el evento, pero luego de un
tiempo manifiestan reacciones sintomáticas atribuibles a la ex-
periencia, como pesadillas, evitación de algunas situaciones,
desánimo, crisis de angustia, entre otros. A estas personas se les
clasifica como “demorados”, es decir, que las manifestaciones
de disfunción tardan en llegar.

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Una tercera ruta son quienes se ven fuertemente perturba-
dos desde el principio y luego no recuperan sus niveles habitua-
les de funcionamiento, por lo que se les denomina, por esta
razón, como “crónicos”. Ellos son los que desarrollan las mani-
festaciones postraumáticas más conocidas y estudiadas como el
TEPT, la depresión o el abuso de alcohol y drogas.
La cuarta ruta son quienes tras verse impactados fuertemen-
te por el evento, luego de un tiempo logran sobreponerse y
recuperar su nivel de funcionamiento. Este grupo es el de “re-
cuperación” y ha sido el centro de atención de las investigacio-
nes en psicología positiva, sobre todo de aquellos que estudia-
mos el crecimiento postraumático (Tedeschi y Calhoun, 1996),
es decir, la percepción de cambios positivos que surgen tras
vivir un evento traumático. Mi punto de vista, tal como relaté
anteriormente, también se ha dirigido hacia estas personas,
pues siento que tenemos mucho que aprender de ellos, apren-
dizajes que nos pueden ser útiles para promover comporta-
mientos más adaptativos ante las experiencias extremas y pre-
venir el desarrollo de psicopatologías en población vulnerable.

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Figura 1: Tipos de reacciones ante eventos adversos (basado en Bonanno, 2004).

¿Qué sucede cuando vivimos una experiencia traumática?

Janoff-Bulman (1992) sostiene que más que la sintomatología


descrita tradicionalmente, lo que lleva a que un evento extremo
genere consecuencias traumáticas es la ruptura de las creencias
básicas que guían la vida de las personas y que se relacionan
con su sentido de sí mismo, su relación con los demás y su rela-
ción con el mundo (ver figura 2). Una persona víctima de un
secuestro puede pensar que es incapaz de defenderse a sí mis-
mo, que el ser humano no es digno de confianza y que el mun-
do es incontrolable e inseguro. Lo inundará una sensación de
vulnerabilidad y de falta de control sobre los acontecimientos y
sobre sus reacciones. Ya no es capaz de hacer planes, su vida
parece haberse detenido, sin nada en qué poder apoyarse para
seguir adelante.

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Figura 2: Creencias básicas afectadas por un evento traumático.

Utilizo el término “quiebre narrativo” (García, 2013b) para re-


ferirme a la fractura de estas creencias básicas, haciendo una
analogía con la literatura y el cine, en las que esta expresión se
utiliza para dar cuenta de un evento inesperado que se introdu-
ce en medio del relato modificando su ritmo, intensidad o tono
emocional (ver fig. 3). En Titanic, todo iba bien, canciones, ro-
mance, buena comida, hasta que el barco choca con el iceberg y
comienza a hundirse, ahí comienza simplemente otra historia,
otra película, y ya nada vuelve a ser como antes. En febrero del
2010 nos aprestábamos para disfrutar del verano y de las vaca-
ciones, cuando el terremoto llegó a modificar nuestro hábitat,
nuestros planes y nuestras relaciones. En el caso de las perso-
nas, un quiebre narrativo rompe el sentido de continuidad de
su existencia, luego de lo cual ya no pueden seguir contándose
la misma historia. Habrá que crear una historia distinta en una
persona que ni siquiera desea imaginar un futuro cuando vive

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en un mundo tan precario y donde los proyectos se quiebran de
una manera tan impredecible.

Figura 3: El trauma como quiebre narrativo.

Terapia breve de la experiencia traumática

La terapia buscaría entonces la reconstrucción del mundo de


significados y de creencias que se han visto perturbadas por un
evento extremo. Por otro lado, busca la reducción del malestar
asociado a la experiencia y que se describe generalmente como
sintomatología postraumática.
Esto significa que la persona tiene que recuperar su sentido
de control, volver a confiar en otros seres humanos y volver a
creer que sus acciones sobre el mundo tienen consecuencias y
que por lo tanto puede dirigir su vida hacia donde lo desea. Por
otro lado, tiene que reducir la angustia frente a recuerdos y
situaciones, recuperar la normalidad del sueño y controlar los
pensamientos disruptivos e intrusivos en relación al evento,
entre otros cambios.

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En la intervención que realizamos con mujeres recién diag-
nosticadas con cáncer de mama, consideramos que el evento
potencialmente traumático era la confirmación médica de que
padecían un cáncer. Invitamos a estas mujeres a participar en
un taller sólo días después del diagnóstico y antes del inicio de
la quimioterapia o de la radioterapia. Paralelamente contamos
con un grupo control de mujeres que estaban en las mismas
condiciones pero por horario, tiempo u otras circunstancias no
podían asistir a las primeras sesiones del taller. Posteriormente
a estas mujeres igual se les invitó a participar en talleres, una
vez terminados los primeros, de modo que no quedaran sin
apoyo.
Los resultados que obtuvimos fueron significativos, tanto
desde el punto de vista estadístico, como en sus consecuencias
humanas. Las mujeres que participaron en los talleres mostra-
ron menos sintomatología depresiva, sintomatología postrau-
mática y queja somática (dolores y malestares físicos) que el
grupo control. En el seguimiento (ya sin grupo de compara-
ción, pues quienes estaban en el grupo control ya habían sido
apoyadas psicológicamente), observamos que la queja somática
seguía bajando, incluso en aquellas que ya estaban con quimio-
terapia, un procedimiento médico muy agresivo que genera
reacciones físicas desagradables.
Estos resultados nos animaron a replicar algunas de estas
acciones en el trabajo con personas afectadas por el terremoto,
un año después de la finalización del proyecto con las mujeres.
En este caso, al tratarse de un trabajo eminentemente aplicado,
no hicimos evaluación cuantitativa de resultados, pero sí logra-
mos ir puliendo las estrategias utilizadas, buscando tanto sopor-
te teórico como evidencia empírica de cada una de estas accio-
nes: la importancia de las redes de apoyo, de compartir las
emociones involucradas en la experiencia, tomar el control para
enfrentar el problema, pensar repetidamente sobre el evento y

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sus consecuencias, entre otras. Procedimientos similares hemos
desarrollado posteriormente con personas afectadas por la vio-
lencia doméstica, abusos sexuales en la infancia, violencia delic-
tual, entre otras.
A continuación, expondré una síntesis organizada del traba-
jo que hemos realizado hasta este momento, los que se resumen
en la tabla 1.

Tabla 1: Cuadro resumen de las etapas de intervención breve


en trauma
ETAPA ACTIVIDADES
 Encuadre terapéutico
 Exploración del problema
 Formulación de objetivos terapéuticos
1
 Formación de una alianza
Tarea:
 Ejercicio de escritura emocional
 Revisión de la tarea de escritura emocional
 Análisis y normalización de las reacciones psicoló-
gicas post-terremoto
2
 Reducción del malestar emocional
T Tarea:
 Ejercicio de conexión con red de apoyo social
 Revisión de la tarea de conexión con red de apoyo
social
 Discusión sobre las redes de apoyo.
 Exploración de narrativas alternativas
3
Tarea:
 Buscar acontecimientos de la vida personal en los
cuales hayan vencido un obstáculo o haya mostra-
do sus fortalezas
4  Revisión de la tarea de búsqueda de acontecimien-

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tos
 Discusión sobre las historias de supervivencia y su-
peración en la vida de los consultantes
 Participación en la construcción de una nueva na-
rrativa que incorpora los elementos que han sur-
gido a lo largo de las sesiones.

Etapa 1

Los eventos traumáticos que se viven individualmente, como el


abuso sexual, la violación, el asalto, el secuestro, la tortura o la
enfermedad letal, no son fáciles de compartir con los demás,
por un lado porque los afectados no quieren causar malestar a
sus seres queridos, pero lo más común es porque sienten que
nadie que no haya vivido lo mismo será capaz de comprender
lo que ellos vivieron. En cambio, tras eventos traumáticos que se
viven colectivamente como la represión policial o los desastres
naturales, las personas generalmente comparten su experiencia
de inmediato, contrastando sus propias versiones con los demás
afectados.
Frente a eso, el clínico tiene que estar preparado tanto para
escuchar una larga y detallada descripción, así como relatos
entrecortados, inconexos e incluso enfrentar a personas que se
niegan a contar lo que vieron o vivieron. Lo fundamental es que
no se les puede forzar, la evidencia muestra que cuando la per-
sona opta por estrategias de evitación frente a experiencias que
no pueden dominar, obligarlos a hablar puede causar una re-
traumatización, muy distinta a la supuesta liberación catártica
que algunos teóricos del pasado asumían que ocurría cuando
una persona era forzada a dar hablar de ello.
Por ello, sugiero que el terapeuta acoja al cliente con una
actitud de facilitación de la expresión cognitiva y emocional de
la experiencia, sin forzar el diálogo. El objetivo principal de

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una primera fase del trabajo terapéutico es la generación de
una alianza, para lo cual se requiere un ambiente cálido en el
cual el consultante se sienta confiado. Sólo así se sentirá dis-
puesto voluntariamente a compartir lo que vivió.
Luego de esa relación de confianza, es posible proceder a la
exploración del problema. Esto no significa profundizar sobre
los hechos traumáticos. Eso es innecesario si para el consultante
no es imprescindible hablar de ello. Se sugiere explorar más
bien los efectos que el hecho traumático ha producido en su
vida, las alteraciones que se han suscitado y, como veremos más
adelante, los medios que ha utilizado para enfrentar esas conse-
cuencias y seguir adelante con su vida, a pesar de ello.
Sugiero hablar de los efectos negativos del evento traumático
con un lenguaje externalizante, separando a la persona del
problema e indagando tanto la influencia del problema en la
vida de la persona como la influencia de la persona en la vida
del problema. Por ejemplo, sugiero hablar más bien de ese “es-
tado angustioso que ha afectado a su vida desde el día que fue
secuestrado” y no de su “carácter angustioso”, y luego explorar
deconstructivamente su relación con el problema a través de
preguntas reflexivas, con una postura de auténtica curiosidad e
ingenuidad por conocer detalles de su experiencia. Preguntas
posibles de formular serían:

 ¿Cómo ha sido tu vida después del secuestro?


 ¿Cuáles son las áreas de tu vida que se han visto más altera-
das?
 ¿Cuáles son las áreas de tu vida que se han visto menos alte-
radas?
 ¿Por qué crees tú que el secuestro no ha logrado afectar tan-
to esas áreas?
 ¿Qué has hecho tú para mantener los efectos del secuestro al
margen en esas áreas?

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 ¿Quiénes te han ayudado a mantener bajo control los efectos
del secuestro en esas áreas?

Una tarea factible de realizar en esta etapa, es el ejercicio de


escritura emocional de Pennebaker (2004), consistente en llevar
un diario en el que escribirá durante cuatro días sobre distintos
aspectos de su experiencia. En el primer día se les pide que
escriban un breve relato (un par de páginas como máximo) de
lo que ha pensado, sentido y hecho, en relación a la experiencia
traumática, sin importar ortografía ni redacción. En el segundo
día debe escribir otro relato, con similar extensión, sobre sus
sentimientos y pensamientos más íntimos revisando el efecto
que la experiencia ha tenido en distintas áreas de su vida (pare-
ja, familia, trabajo, estudios, sí mismo, etc.). En el tercer día se
le solicita que analice desde diferentes puntos de vista (el lado
negativo, positivo o como cree que lo ven las personas más cer-
canas) los acontecimientos relacionados con su experiencia. En
el último día se le pide que reflexione sobre lo escrito en los
días anteriores valorando si hay asuntos que aún no han sido
enfrentados y si ha aprendido, perdido y/o ganado algo como
resultado de su experiencia, además se le sugiere escribir sobre
en qué medida esta experiencia marcará su comportamiento
futuro.

Etapa 2

Propongo en una segunda etapa, desarrollar una conversación


destinada a explorar los efectos psicológicos del trauma. Se
sugiere intentar normalizar algunas de esas respuestas recal-
cando que corresponden a reacciones esperadas frente a un
acontecimiento inesperado y no a respuestas psicopatológicas
aunque lo hagan sufrir y entorpezcan su vida. No se espera que
pueda dormir tranquilo si una réplica del terremoto lo puede

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poner en riesgo en cualquier momento. Recalcar también, a fin
de evitar que el consultante sienta que se minimiza su proble-
ma, que si bien su respuesta es normal, su intensidad, duración
o pertinencia es una dificultad que necesita ser superada para
mejorar la calidad de vida.
La metáfora de la “alarma” puede ayudar a entender la res-
puesta de su organismo ante situaciones de peligro, como la
que vivió: un automóvil sin alarma, corre el riesgo de robo; una
alarma calibrada avisa los golpes a través de un sonido estriden-
te, pero a veces se desajustan y entonces se activan al menor
movimiento, sin que exista un verdadero riesgo, agotando la
batería o impidiendo el sueño de su dueño o sus vecinos. No
podemos estar sin alarma, pero tampoco podemos permitir que
se active a cada instante y por cualquier cosa.
Por ello, esta segunda etapa debería estar orientada a aliviar
el malestar de la persona asociado al evento a través de técnicas
como la respiración diafragmática, la relajación muscular, el
debate racional de pensamientos disruptivos, entre otras.
Una técnica especialmente útil en esta etapa es la hipnosis
clínica, que en este caso podría buscar reencuadrar su expe-
riencia negativa pidiéndole, por ejemplo, que en forma diso-
ciada enfrente de nuevo ese momento con las herramientas
aprendidas posteriormente y que se haga acompañar por sí
mismo del presente o por otra persona que le aporte fortaleza.
Previo a esta exposición imaginada, se recomienda la creación
simbólica de una zona u objeto de seguridad, que le permita
hacer este viaje en forma protegida.
Debiese destinarse un tiempo al análisis de la tarea de escri-
tura emocional, la que debería orientarse inicialmente a evaluar
la experiencia de escribir, por ejemplo, preguntando en qué
medida ha expresado sus sentimientos y pensamientos más
íntimos, si ha sentido tristeza, malestar o felicidad y si el ejerci-
cio ha sido valioso y significativo. En la conversación debe bus-

128
carse reconstruir el relato de la experiencia y rastrear significa-
dos.
Al finalizar esta etapa, propongo una tarea destinada a reco-
nocer sus fuentes de apoyo social, a través de una instrucción
como la siguiente: “Pregúntele a alguien cercano, ya sea fami-
liar o amigo, sobre lo que piensa y siente hacia su reacción ante
lo que ocurrió. Sólo debe escuchar, sin cuestionar o corregir lo
que dice. Si lo desea, puede hacer este ejercicio con más de una
persona significativa para usted”.

Etapa 3

Esta etapa debiese iniciarse revisando la tarea, consultando có-


mo se sintió el consultante al escuchar a la persona que eligie-
ron, rescatar elementos de ese relato que le parezcan importan-
tes o que no haya considerado relevantes o se le hayan pasado
por alto. Explorar a continuación la relevancia que han tenido
otras personas para apoyarla, ya sea proveyéndola de ayuda
instrumental (cuidando a sus hijos, trasladándola, llevándole
alimentos), para mantenerla informada acerca de sus inquietu-
des, para brindarle apoyo emocional cuando lo ha requerido o
para darle soporte espiritual o religioso.
La exploración de narrativas alternativas se realiza a partir
de preguntas que busquen conocer otras visiones u opiniones
de seres cercanos o sus fuentes de apoyo sobre los mismos he-
chos (algo ya desarrollado en la tarea de escritura emocional), y
de construir la naturaleza de esos relatos, con preguntas como
las que sugiero a continuación:

 ¿En qué medida crees que la visión de tu padre/madre/ pare-


ja/amigo/etc. acerca de tu experiencia complementa tu pro-
pia versión?

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 ¿En qué antecedentes crees que tu padre/madre/pareja/ ami-
go/etc. se basa para sostener su opinión?
 ¿Y cuál es tu opinión acerca de esos antecedentes?
 ¿Si le preguntáramos a tu padre/madre/pareja/amigo/etc.
sobre tus fortalezas y virtudes tras el evento, qué crees tú que
nos diría?
 ¿Y qué piensas tú acerca de estas fortalezas y virtudes?

La etapa puede concluir con una tarea destinada a que la per-


sona consultante recupere recursos personales y sociales que le
hayan permitido superar otras dificultades en su vida. Como
instrucción sugiero lo siguiente: “Recuerde de aquí a la próxi-
ma sesión algún evento de su vida en el cual usted enfrentó un
problema o dificultad y logró vencerla o salir adelante. Es im-
portante que intente recordar qué hizo, pensó o sintió, y a
quién recurrió, para superar este problema o dificultad”. Cabe
señalar que en mi experiencia con esta pregunta, es frecuente
que las personas recuerden hechos dolorosos en su vida y en
momentos de relatarlo no puedan contener la expresión de
emociones de valencia negativa ligadas a ese recuerdo. Si bien
para mí eso no reviste problema, puede que exista temor que
este ocurra y el clínico prefiera que en sesión se manifiesten
emociones más positivas, en ese caso recomiendo que el re-
cuerdo se centre en hechos en que la persona se haya sentido
especialmente satisfecha consigo misma, orgullosa de sus capa-
cidades demostradas o donde haya podido manifestar sus habi-
lidades o valores preferidos.

Etapa 4

Al iniciar la sesión, invito a la persona a compartir la o las expe-


riencias solicitadas en la tarea anterior, a expresar cómo se sin-

130
tió durante su rememoración y a reconocer ¿De qué se percató
realizando esta tarea?
A continuación, podemos conversar sobre las diversas expe-
riencias en la historia de su vida, en las que haya demostrado su
capacidad para enfrentarse o reponerse frente a la adversidad,
centrando el diálogo en descubrir y ampliar aquellas cualidades
que les permitieron salir adelante o en los aprendizajes que
obtuvieron tras vivir estas experiencias. Se utiliza el mismo len-
guaje deconstructivo para profundizar en las historias y proyec-
tar sus aprendizajes hacia el futuro inmediato, promoviendo
conversaciones que busquen internalizar estos recursos y empo-
derar al consultante.
A partir del recuento de los relatos y experiencias comple-
mentarias a su narrativa original, que surgieron a lo largo de la
terapia, sugiero sostener una conversación destinada a construir
una nueva narrativa que incorpore estos elementos, buscando
conectar este nuevo relato con los desafíos que le esperan en el
futuro.
En sesiones posteriores, si las hubiera, se sugiere utilizar
estos recursos del cliente para que éste afronte otros problemas
que le estén afectando.

Un caso de terapia breve del trauma

C. es una joven profesional que acompañaba a su pareja, quien


realizaba trabajos de verano en una pequeña villa pesquera,
cuando ocurre un terremoto que casi le cuesta la vida, no sólo
por el movimiento de tierra que dejó en el suelo a las precarias
construcciones de los pescadores, sino sobre todo por los tsu-
namis que prácticamente hicieron desaparecer la villa horas
después.
Por fortuna, logró refugiarse en un cerro aledaño sólo minu-
tos después del terremoto, junto a mucha gente, por lo que

131
logró sobrevivir. No corrieron la misma suerte otras personas
que murieron a causa de las olas. Debido a sus labores de volun-
tariado, su novio decidió quedarse en el lugar participando de
las brigadas de ayuda. Ella, considerándose a sí misma una mo-
lestia en tales circunstancias, tuvo que volver a la capital, a más
de 400 km. del epicentro, junto a sus padres.
En su ciudad y con sus seres queridos, se sentía una extranje-
ra. Pasaba horas y horas conectada a internet revisando videos y
noticias de la tragedia o llamando a sus conocidos en la zona
afectada, pero en su hogar nadie parecía entenderla. Le recri-
minaban que no se distrajera con otras cosas y la calificaron de
obsesiva por su excesiva preocupación. Y mientras en la capital
poco a poco la gente se desentendía y el desastre dejaba de ser
noticia, ella se iba sintiendo más y más aislada y poco compren-
dida. Pronto comenzó con malestares aún más intensos, pesadi-
llas, miedo constante y un profundo sentimiento de soledad.
Tres meses después, sintiéndose incapaz de ocuparse de sus
estudios, decide ir a terapia.
En la primera sesión, se le permitió que contara toda su ex-
periencia durante el terremoto y después de él. Si bien los pri-
meros días pudo compartir su experiencia con los demás afec-
tados, en la capital pocos parecían estar interesados en escu-
charla. En otras palabras, tenía mucho que contar y poco audi-
torio para hacerlo. En ese sentido, el contexto psicoterapéutico
le permitió narrar varias veces su historia. Tras la primera se-
sión, se le pidió una tarea consistente en evaluar qué cosas ha-
bían cambiado en su vida tras el terremoto y qué cosas se man-
tenían.
En la segunda y tercera sesión se profundizó más en su ex-
periencia, centrando la conversación principalmente en discri-
minar cómo la había afectado el terremoto y en qué querría ser
apoyada. Se determinó que ella quería dejar de sentirse sola y
lograr dormir tranquila como lo hacía antes del terremoto. Se

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reencuadran estos problemas como consecuencia de haber vivi-
do un hecho extremo que pocas personas son capaces de en-
tender (sentirse sola) o por la necesidad de estar alerta (insom-
nio de conciliación) o de procesar una experiencia que no es
fácil de comprender (pesadillas). Se solicitó una tarea de auto-
registro para evaluar la intensidad de sus dificultades, su signi-
ficado, además de los pensamientos, sensaciones y acciones aso-
ciadas.
En las siguientes tres sesiones se trabajó principalmente en
la reducción de su malestar, a través de ejercicios de relajación
y meditación que le permitieran un sueño más reparador.
Además se realizaron ejercicios hipnóticos destinados por un
lado a extraer recursos de experiencias anteriores y utilizarlos
para enfrentar sus dificultades presentes, y por otro lado a revi-
vir su experiencia de afrontamiento al terremoto, para que fue-
se capaz de describir qué hizo para sobrevivir y qué aprendiza-
jes obtuvo de ello. En este último ejercicio, recordó cómo fue
capaz de ayudar a otras familias, trasladar agua, aplicar prime-
ros auxilios a un herido y jugar con niños para distraerlos, lo
que permitió que su creencia de que había sido un estorbo fue-
ra finalmente reconstruida.
En las últimas dos sesiones, se buscó principalmente que
fuera capaz de contactarse con personas cercanas para expresar
su experiencia. Se le pidió en primer lugar que eligiera a al-
guien de su familia que ella creía que estuviese interesada en
escucharla y eligió a una prima que era una de sus mejores
amigas. También se le pidió que se reuniera con otras personas
que hayan estado expuestas en el terremoto y que ya estaban de
vuelta a la capital, entre ellos, su novio. A través de esta expe-
riencia se fue reduciendo su necesidad de compartir su expe-
riencia, su miedo y sus preocupaciones. Sentía que podía y que-
ría hacerlo, pero ya no le resultaba imperativo. Sentía que ya
podía dormir mejor y dejaba de pensar continuamente en lo

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sucedido, lo que facilitó además que pudiera prestar más aten-
ción a sus estudios y recuperar su rendimiento habitual.
En la sesión de seguimiento, se veía más tranquila, sonriente,
agradecida y con ganas de retomar otros aspectos de su vida. Se
conversó sobre las áreas que no habían sido afectadas por su
experiencia y cómo le había hecho para dejarlas al margen. En
esta sesión fue posible también sostener conversaciones orien-
tadas al futuro.

Conclusión

El clínico debe aceptar y respetar que las personas tienen sus


ritmos a la hora de enfrentar las consecuencias de un trauma,
que no todos necesitan hablar o revivenciar los hechos traumá-
ticos (por el contrario, si la persona es obligada o persuadida a
hablar de los hechos, sin actualizar sus herramientas o fortale-
zas, puede resultar retraumatizante) y que no es siempre posi-
ble comprender empáticamente lo que la persona ha vivido,
por lo inusual y único. Por esta razón, el trabajo terapéutico en
el trauma constituye un desafío importante para el profesional
que se dedica a esta tarea.
Tradicionalmente, la psicoterapia se ha centrado en abordar
la sintomatología, reduciendo el malestar asociado, pero dejan-
do de lado la reconstrucción de una narrativa que se ha que-
brado por efecto del evento y que explica no sólo el malestar,
sino también la desesperanza y la autoconfianza disminuida.
Por lo tanto, el proceso terapéutico no puede orientarse sólo a
que vuelva a dormir o que la sintomatología postraumática
termine. Debe ayudar a la persona a comprender su reacción,
aceptar que esta reacción es esperable, enfrentar sus consecuen-
cias y recuperar su sentido de control, la confianza en sí mismo,
en los demás y en el mundo.

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