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oración
13 premisas y 10 condiciones que pueden ayudar
«Yo os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde
estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 19-20).
Los grupos de oración no son nada nuevo en la Iglesia. Estos nacieron después de la
resurrección de Jesucristo cuando estaban reunidos los Apóstoles y 120 discípulos (Hch 1,
15), que «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre
de Jesús, y de sus hermanos» (Hch.1, 14).
Desde ese entonces y hasta nuestros días la Iglesia se ha reunido regularmente no solo para
aprender la doctrina de los apóstoles sino también, y sobre todo, para la fracción del pan y
orar juntos (Hch 2, 42-46; 4, 33; 12, 5-12).
Cuando oramos juntos, en comunidad, los resultados son evidentemente muy positivos: la
oración en grupo nos edifica y unifica porque compartimos una misma fe.
Hay que tener en cuenta que la fe no es solo individual, es, y sobre todo, eclesial. Es una fe
viva que nos lleva a abrirnos al Espíritu Santo, quien ora en la asamblea y en cada una de
las personas (Rm 8, 26-27).
El mismo Espíritu Santo que habita en cada uno de los creyentes provoca en nuestros
corazones regocijo mientras se oyen palabras de alabanza de los hermanos a
nuestro Señor.
Es bueno fomentar los grupos de oración, allá donde sea posible, pues son factores de
cambio, son fuerzas espirituales que mantienen a la Iglesia y a la sociedad por los rumbos
que Dios quiere.
Los grupos de oración son un signo de esperanza que nos ofrece Dios y de gran importancia
tanto para la Iglesia como para el mundo de hoy.
Los grupos de oración son indiscutiblemente una gracia de Dios dirigida a renovar en la
Iglesia el gusto por la oración, a redescubrir el sentido de comunidad, a creer
en la fuerza de la intercesión y de la alegre alabanza; incluso, los grupos de
oración están llamados a convertirse en una nueva fuente de evangelización.
Esta expresión eclesial de la oración en comunidad será posible si se cumplen ciertas
premisas y ciertas condiciones durante la oración.
PREMISAS
4. En los fieles que quieran formar parte de un grupo de oración debe haber una disposición
fundamental: el deseo profundo de ser transformados por el Señor. Nunca asistir
como espectadores o críticos. Quienes se reúnan en oración han de ser personas que
han cultivado la oración a nivel personal; de lo contrario la participación se convierte
en una actividad artificial, postiza, vacía.
7. Se pide la puntualidad; podría perjudicar ver llegar la gente a cuenta gotas una vez
iniciada la oración.
8. Procúrese que no haya entre los miembros de un grupo de oración tensiones
emocionales, porque esto bloquea la serenidad y espontaneidad del grupo. Cualquier
conflicto se debe solucionar antes de un nuevo encuentro.
13. La oración grupal es bueno que se lleve a cabo con una estructura previa, se pide por
tanto un orden en la participación. A fin de mantener el interés de los integrantes del
grupo de oración, lo mejor será planear las oraciones con anticipación. Para esto es
necesario un esquema, de lo contrario la oración en común se convierte en un obstáculo que
bloquea la acción transformadora de Dios (1 Co 14, 33; 1 Co 14, 40). Las personas necesitan
guía, límites y dirección para sentirse cómodas; de esta manera las personas estarán más
abiertas y dispuestas a participar activamente.
1. Hay que tener en cuenta que el Espíritu Santo habita en nosotros, y se expresa a través
nuestro; por esto cuando un integrante del grupo esté orando, tenemos que
asumir sus palabras o sus intenciones como nuestras.
2. Conviene no olvidar que, así como en la oración personal hay un diálogo entre Dios y
cada persona, en la oración comunitaria el interlocutor de Dios es un
‘nosotros’. No basta con orar junto a los otros ni por los otros, sino con los otros al
unísono.
3. Durante la oración en grupo debe haber alegría, ya que el gozo es uno de los frutos del
Espíritu Santo (Gal 5, 22). Es la alegría de alabar a Dios, de experimentar en familia eclesial
el gozo de su presencia cercana y experimentada con la fuerza de su amor que va
transformando nuestras vidas. Pero ojo, no es una alegría externa provocada con medios
humanos, como tampoco es el gozo de una sana amistad o convivencia ni, menos aún,
un «sentimentalismo» de los exaltados que contagia.
6. La participación de los integrantes del grupo, fuera del canto, no ha de ser simultánea
sino ordenada y alternada. A pesar de la libertad en que se debe desenvolver la oración
grupal siempre se debe desarrollar con orden y armonía.
7. Ningún grupo de oración debe excluir momentos de silencio. El silencio servirá para
dejar actuar al Espíritu Santo, en el corazón de los demás.
9. No olvidar que el motivo del encuentro es la oración. Una oración en la que se pueden
armonizar tantos elementos: momentos de silencio, cantos, meditaciones para poner en
común, etc.. Pero ojo, la oración grupal no debe convertirse, por ejemplo, enun
espectáculo de música o canto, en una sesión de terapia, en ciclos de
conferencias de diferente índole, en un momento de discusión, en un
momento de euforia colectiva, en ocasión para protagonismos personales de
ningún tipo (p.e. desahogos, relatos de experiencias personales, momento de críticas, etc.).
10. Después de la oración comunitaria, al salir, convendría recuperar el ágape
fraterno para pasar juntos un tiempo ameno compartiendo un pasabocas, una bebida, etc.
Esto une aún más al grupo y los motiva. El término ágape, inicialmente significaba afecto o
amor gratuito; actualmente éste término se utiliza para nombrar la comida fraternal que
llevaban a cabo los primeros cristianos para reforzar la unidad.
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