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TEJIDOS CULTURALES.
LAS MUJERES JUDÍAS EN MÉXICO
(GURVICH, HAMUI, HANONO, COORDINADORAS)
22 DE OCTUBRE DE 2017
JOSÉ HAMRA SASSÓN
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implica el devenir sujeto” de las mujeres judías mexicanas en un entorno patriarcal
y machista, como lo siguen siendo amplios sectores de nuestro México y de la
vida institucional judía. Los diez capítulos del libro cumplen, cada uno con sus
matices y diversidad de abordajes, con este cometido. De ahí su valor al hacerse
públicos, ya que permiten complejizar el análisis y estudio de la comunidad judía
de México. Así como lo celebro, me resulta lamentable, como escriben sus
coordinadoras, que este libro sea el primero en la materia con una perspectiva de
género. Resulta extraño y ojalá produzca molestia por “intervenir en la vida
pública”. Esta simple razón es suficiente para leerlo.
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Ver “Nana de tela, de Amy Novesky” de https://www.librosyliteratura.es/nana-de-tela-de-amy-
novesky.html y “Tejer la memoria. Una aproximación a Louise Bourgeois” de Zita Arenillas en
http://www.ahorasemanal.es/tejer-la-memoria-una-aproximacion-a-louise-bourgeois.
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Estas tensiones son producto de una serie de contradicciones y paradojas
interconectadas que se dan en lo que llamaría “una transición perenne de los
ámbitos conservadores de la sociedad mexicana y el judaísmo tradicional a los de
una vida moderna que supondría un orden de ejercicio de libertades”. Esta
transición perenne que habitamos implica algunas veces un rompimiento con el
viejo orden, y en otras, pasos más sutiles que dejan al descubierto ambigüedades
y paradojas que se revelan en la experiencia individual.
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tejido o reforzarlo. Crear diferentes texturas entre rechazar a lo otro o aceptar sus
diferencias y abonar en la pluralidad.
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transitar entre el viejo y nuevo mundo logran la cohesión de sus familias en la
adaptación a la nueva realidad reproduciendo los espacios hogareños y culinarios
de sus lugares de origen.
Una segunda traza se entreteje con dos textos que analizan la literatura
judía mexicana. El capítulo de Tamara Gleason Freidberg, William Gertz Runyan
y Arturo Kerbel-Shein es un análisis de obras escritas en idish por hombres judíos
askenazíes. Lo que encontramos es una mirada moralizante y patronal de
hombres judíos escritores donde “la mujer judía es prácticamente invisible” (p.
113). En el orden binario tradicional que expone esta literatura, la mujer es
desvalorizada al ser objetivizada y calificada como superficial y pasiva, relegada a
labores del hogar. Por supuesto, en estas elaboraciones masculinas aparece el
personaje de la mujer transgresora que se atreve a cuestionar y romper con el
orden social patriarcal. En contrapunto, el capítulo a cargo de Herlinda Dabbah
Mustri es un amplio análisis a la literatura escrita por mujeres judías mexicanas.
“En el mundo de la mujer encontramos visiones que son diferentes de aquellas
soñadas y diseñadas por los hombres” (p. 190). A través de la escritura, quien se
enuncia, quien dice yo, desde una perspectiva lingüística, se autoafirma como
sujeto, como individuo. Desde la obra literaria de las mujeres judías mexicanas se
atisban varias de las tensiones antes referidas y ponen en cuestión a las ataduras
patriarcales. Es una literatura que habla del exilio, la nostalgia, la re-construcción
de la memoria y el pasado (de otros), que habla de lengua, identidad, así como de
la relación con el judaísmo religioso y el machismo mexicano, de la inequidad de
género en las prácticas y la vida comunitaria.
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forma de inclusión. Aun así, lograron transformar las relaciones de poder en el
hogar al generar sus propios ingresos. Paradójicamente, algunos de los casos
expuestos participan en el modelo económico que es uno de los factores que
contribuyen a la inequidad de género: se insertan en la lógica del consumo que
objetiviza a las mujeres y sus cuerpos. A final de cuentas, intervienen en un
sistema económico que tiende a invisibilizar a mujeres (y hombres) y que no
valora el trabajo no remunerado. Por otro lado, en el ámbito comunitario, la
creación de las “secciones femeninas” – en las instancias de liderazgo – apartan
a las mujeres de las estructuras de poder patriarcal. No se integran, sino que son
relegadas a los ámbitos tradicionales del “hogar comunitario” y el servicio social.
A pesar de ello, las mujeres que activaron durante el siglo pasado actuaron contra
la trata de blancas en los años 20 y contribuyeron al apoyo de los aliados durante
la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, un trabajo efectivo que tuvo impacto social
pero que no contó con reconocimiento “político”.2
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Me llama la atención una nota a pie de página en el capítulo de Lau y Rodríguez: “En la fotografía de la
fundación del CCI [Comité Central Israelita] se encuentran cuatro mujeres, sin embargo, no se asientan sus
nombres. Muy probablemente se trata de las esposas de los hombres (21, identificados todos) de la
reunión” (nota 29, p. 251). Es una buena hebra para analizar las fotografías de las instancias comunitarias
actuales, donde la imagen de ese patrón se mantiene prácticamente fija. Salvo algunas excepciones, los
gabinetes de los gobiernos en el mundo reflejan la misma integración heteropatriarcal. Al respecto, habría
que rescatar a Mary Bread, quien señala que “si no se percibe que las mujeres se encuentran dentro de las
estructuras de poder, ¿no es el poder lo que necesitamos redefinir?”
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tradicionales en los hechos, a través de la enunciación del ego, del yo-sujeto, al
hacer, crear y establecer. En el fondo logran incidir en el sistema de privilegios.
Es decir, la visibilización no es suficiente cuando se ocupan espacios tradicionales
en dinámicas patriarcales. La ruptura y el cambio de paradigma requiere de una
acción – de hombres y mujeres – que acepte la necesidad de abrir el sistema para
hacer más accesibles los privilegios a más sectores de la sociedad.