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María Camila Arango Baños, Jorge Wilmar Loaiza Silva y Rafael Meza San Martin
Facultad de Ingeniería,
Universidad de Antioquia.
A través de los años el sistema energético mundial ha pasado por dos transiciones energéticas
importantes: la primera de ellas determinó la conversión de recursos energéticos fósiles en
trabajo mecánico, gracias al descubrimiento y uso de la máquina de vapor y la segunda se
caracterizó por el descubrimiento de la electricidad y del perfeccionamiento del motor de
combustión interna. Sin embargo, junto con esto se dio una creciente dependencia del
petróleo como el energético primario que cubriría las necesidades cada vez mayores de
combustibles para la generación de electricidad y para transporte. Hoy en día vivimos en una
época de constantes cambios, de generar y construir un sinfín de herramientas y desarrollos
tecnológicos con el fin de tener una mejor calidad de vida. Por lo tanto, cada vez es mayor la
cantidad de recursos energéticos que necesitamos y por ende existe un uso desmedido de las
materias primas que nos proporcionan energía, como lo es principalmente el petróleo.
(Castro-Martínez, 2012).
De hecho, actualmente tanto las personas del común como las diversas organizaciones
encargadas de examinar a detalle la sustentabilidad del sistema energético a nivel mundial,
reconocen que “hoy en día el sistema energético es insostenible”. El modelo energético está
condicionado y debe estar estructurado por tres factores: 1) la disponibilidad de recursos para
hacer frente a la demanda de energía, 2) el impacto ambiental ocasionado por los medios
utilizados para su suministro y consumo, y 3) la gran falta de equidad en el acceso a este
elemento imprescindible para el desarrollo humano, sin embargo en la mayoría de los casos
estos factores no se cumplen.
Poniendo en consideración una definición dada por la Comisión Mundial para el Medio
Ambiente y el Desarrollo, implementada por las Naciones Unidas, la cual estableció al
desarrollo sustentable como: “el desarrollo que es capaz de satisfacer las necesidades
actuales sin comprometer los recursos y posibilidades de las futuras generaciones, tomando
en cuenta los aspectos sociales, económicos y ecológicos” (www.un.org ,2002). El
significado de esto implica un desarrollo basado en términos cualitativos, en el cual se
establecen fuertes vínculos entre aspectos económicos, sociales y ambientales de manera que
se obtiene un equilibrio en el cual el progreso de un aspecto no perjudica al otro. La
sustentabilidad energética es precisamente la producción y consumo de energía, de tal forma
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que soporte el desarrollo humano en sus tres dimensiones: social, económica y medio
ambiental.
De modo que, los biocombustibles se presentan como una fuente alterna de gran importancia
para la producción de energía, pues hacen frente a ciertas problemáticas generadas por el
agotamiento de los recursos no renovables como lo son el petróleo, el carbón y el gas natural,
así mismo contribuyen de una forma rentable y respetuosa con el medio ambiente.
Los biocombustibles podrían idealmente tener ventajas sobre los combustibles fósiles con
respecto a sus bajos costos y alto contenido energético, así como también podrían tener una
ganancia de energía neta, ya que se obtendrían beneficios ambientales y pueden ser
reproducibles en grandes cantidades sin impactar el suministro de alimentos (Hill et al.,
2006).
El momento actual de los biocarburantes está relacionado con la situación del sector agrario,
afectado por la Política Agraria Común y otras reglamentaciones relativas a la producción y
comercialización de productos agrícolas (GATT, Acuerdos de Blair House). En esencia, estas
reglamentaciones tienden a reducir la producción agroalimentaria, con el fin de limitar la
producción de excedentes de determinados productos y reducir el presupuesto agrario
comunitario. En este contexto, la PAC propone retirar del uso agroalimentario una parte de
las tierras cultivables, en proporciones que pueden variar anualmente. La producción de
materia prima vegetal para biocarburantes surge así como posibilidad de mantener en
producción (con la siguiente generación de ingresos) las tierras retiradas de la producción
agroalimentaria.”(Marcos, S. O. ,2003, July)
Esto significa que el área de plantación de cultivos bioenergéticos tendría que expandirse
significativamente para satisfacer la creciente demanda de bioetanol en las próximas décadas
en ALC(América Latina y el Caribe) ( Mahlknecht et al., 2020). La expansión puede
potencialmente causar graves problemas ambientales de consumo insostenible de agua dulce,
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Para una gran expansión de producción de bioetanol se necesitan dos puntos criticos que son
la disponibilidad del recurso hídrico y el recurso del suelo agrícola, Como el mayor productor
de bioetanol en ALC, el uso de la tierra de Brasil para cultivos de azúcar aumentaría de 10,4
millones de ha en 2014 a 27 millones de ha en 2040, y su uso total de la tierra para la
producción de cultivos de azúcar representaría el 67% del total de ALC. en 2040. De todos
los factores impulsores, la demanda interna sería el mayor contribuyente (60% del aumento
total).(Honglin Zhong, 2021)
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Por eso los futuros planes de expansión del riego en esos países deben diseñarse
cuidadosamente para evitar una posible sobreexplotación del agua. y la degradación
ambiental dada la demanda de agua de otros sectores agrícolas y socioeconómicos que no se
incluyen. Se recomendaría adoptar tecnologías de riego que ahorren agua para explorar el
beneficio potencial de la expansión del riego en esas regiones. Importación de bioetanol de
otros grandes productores con menor escasez de agua también podría ser una opción para
aliviar el estrés hídrico local.(Honglin Zhong ,2021)
Las medidas de adaptación, como la expansión del riego y la intensificación agrícola de los
cultivos de biocombustible y la conversión de pastizales degradados para la plantación de
cultivos de biocombustible, reducirían la demanda de tierra y mitigaría el impacto negativo
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