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Foggia, 17 de junio de 1914

¡Sólo Jesús! ¡Espíritu Santísimo, ayúdame!


Reverendo padre Pío:
Te escribo brevemente para no cansarte. Las noticias recibidas ayer sobre tu salud,
me dolieron no poco. Confío tanto en el buen Jesús; espero que la presente te
encuentre bastante mejorado; el aire nativo ciertamente te refrescará. El santo Jesús
te concede la salvación para su gloria y para el bien de las almas atribuladas.
En tu gran humildad me pides cuenta de las tres novenas a María santísima de
Pompeya. Para dejarte contento, y no otra cosa, te respondo que las he terminado
esta mañana – pero porque, como es mi costumbre, no estoy bien segura del día en
he dado inicio, así, con un triduo añadido prefiero terminar el sábado 20.
Pero… has invertido los términos. ¡A quién realmente te diriges por oraciones!!!
Jesús querido perdone mi descaro. He obedecido y nada más. Padre bueno, si
conocieses mis oraciones y mis comuniones… una verdadera náusea. Jesús tenga
siempre misericordia de mí, Jesús me guarde y me proteja en todo.
Partiremos la semana próxima; nos dirigiremos, con la ayuda de Dios, a Liguria,
precisamente a Savona, a una pensión de hermanas. Esperemos encontrarnos bien.
Jesús le devuelva a mi hermana, primero a su alma, y después a su físico, la salud.
Reza mucho, mucho, padre bueno.
A mí, también, espiritualmente, Jesús me haga encontrar lo que me sea útil; tengo
tanta necesidad de ello. Reza mucho, Jesús me preserve de toda tentación, peligro,
emoción, excitación y distracción. Temo y tiemblo siempre por mí misma, me
conozco mucho. Temo cualquier contacto. Temo a los enemigos internos y externos.
Temo a todos y a todo. Deseo la santa libertad, la santa indiferencia, paz del espíritu,
unión continua con Jesús; me abandono con confianza en sus brazos paternales. Él
nos guíe, nos acompañe, nos proteja y bendiga todos nuestros pasos; no tenemos
más que a él en quien confiar.
Te escribiré desde allá, dándote mi nueva dirección; espero hacerlo enseguida, pero,
allá, no estaré tan libre de tiempo. ¡Paciencia! Tú, entre tanto, cuando puedas, oso
pedir, no te olvides de responder a todas las preguntas que te hecho en mi última con
fecha del Corpus Domini (Cuánta paciencia conmigo – ganarás conmigo doblemente
el paraíso). Puedes muy bien escribirme a la acostumbrada dirección, porque dejo,
aquí, en nuestra casa, a mi amiga espiritual que se encargará de hacérmela llegar a
Savona.
Incluyo en la presente 10 liras – dos misas para impetración de gracias: una para el
corazón eucarístico de Jesús; la otra a mi Mamá de los dolores, por la completa
curación de mi pobre hermana y por el éxito del viaje; todo para gloria de Dios y
para provecho de las almas.
Para reserva mía te mando el dinero sin certificar la carta; no temo dispersión, ya
que todas mis cartas te llegan siempre exactamente; lo mismo la presente. De todos
modos, sé gentil en darme enseguida aviso de recibida.
Solicítale a Jesús con todo el corazón las gracias para mi hermana. Confiamos a él
todas nuestras lágrimas, nuestras ansiedades, nuestras esperanzas, nuestra vida, el
presente y porvenir. Cuando veas a Jesús, padre bueno, dale por mí una mirada, una
sonrisa, un saludo, un beso sobre sus adorables llagas; en ellas me escondo con mi
hermana.
Bendícenos.
Una pobre terciaria.
P.D. Tus ardientes oraciones nos acompañen y nos procuren la paz de alma y
cuerpo. Los enemigos familiares no duermen, ¿cómo vencerlos? ¡Sea siempre
bendita la santísima voluntad de Dios! Reza. Reza también por mi buena amiga
espiritual que dejo en la lucha, sola, ante los enemigos domésticos; Jesús la ayude,
es la tercera persona de mi pequeña familia, 25 años de convivencia; no obstante,
como a nosotras dos, le han levantado calumnias e imprecaciones. ¡Santa paciencia!
Jesús ilumine y convierta a todos; me convierta; me preserve de toda conmoción, de
todo mal. Amén.

Pietrelcina, 21 de junio de 1914


Amada hija de Jesucristo:
La gracia del Espíritu divino conforte siempre tu corazón y te haga santa.
No tengo sentimientos adecuados para poder agradecerte dignamente las fervientes y
continuas oraciones que has elevado al Señor por la recuperación de mi salud. Jesús
te recompense el ciento por uno. Te recuerdo, sin embargo, que a mí me preocupa
más la salud espiritual que la corporal. ¡¿No sería el caso quizás de suplicar a la
piedad divina que rompa ya la sutil tela que me separa de él?!
Estoy cansado ya de la vida y mi alma brama ardientemente la muerte, al modo
como el ciervo sediento ansía llegar a las fuentes de agua (Sal 41, 2). No creas, sin
embargo, que deseo la muerte para ser liberado del sufrimiento de la vida presente;
el fin es mucho más elevado.
La vida es para mí insoportable y sólo la soporto para agradar al Esposo de las almas
que así lo quiere, si bien, no obstante, y no te lo oculto, bastante violencia me tengo
que hacer para emitir este acto de resignación. En ciertos momentos es tal la fuerza
que hago a mismo por este acto de resignación que me disloca todos los huesos. El
deseo de ser desatado para unirme a él es una espada que me atraviesa y me traspasa
el corazón desde hace años; es una llama que me va consumiendo lentamente. ¡Cuán
dura y atroz se vuelve la vida, hermana mía, para el alma, a la que Dios
continuamente le va manifestando siempre nuevos secretos de su ilimitada
grandeza!!
Compadéceme y no envidies mi estado que es bastante digno de compasión. Yo
estoy continuamente muriendo sólo porque no muero. Reza al Esposo celestial que
me libere rápido, por su inmensa bondad, de la cárcel de la vida presente. Ya no
puedo casi más.
No te entretengas pensando, queridísima hermana mía, que quizás pierdas a quien
puede, aunque esto sea verdad, ayudarte de algún modo en los caminos del Señor,
porque te aseguro que mucha más ganancia tendría tu alma si el Señor me llamase a
él. Yo te prometo con juramento que no cesaría de asistirte y de vigilar por ti y por
tus personas queridas. ¡Pero se haga siempre sólo la voluntad del Señor!
Espero además, y tengo plena confianza, que el cambio de clima sea de gran
provecho para la salud de tu hermana y también para ti misma. Entretanto no cesaré
con esta viva esperanza en el corazón de rezar siempre, en mi poquedad, y de hacer
dulce violencia al piadoso corazón de Jesús por este fin.
Tú por lo demás quédate tranquila y no temas por este viaje; tu espíritu no lo
desperdiciará; el viaje será para la gloria de Dios y el provecho de tu alma. Aleja
todos los temores contrarios; El Señor está siempre contigo dondequiera que vayas y
él por ti y contigo siempre combatirá. La victoria está asegurada, la confusión del
enemigo será grandísima.
Te recomiendo mantenerte en reserva, por cuanto te sea posible, adonde vayas.
«Bueno es mantener oculto el secreto del Rey» (Cfr. Tob 12, 7). Tú me perdonarás
si soy demasiado pretencioso y bastante indiscreto sobre ciertos puntos.
En tu penúltima carta me habías escrito que te descarriabas, te sentías asustada y
desanimada, porque a las grandes gracias que Jesús te hace tú no correspondes con
una adecuada correspondencia. Ten mucho cuidado y vigila sobre este punto; el
sentimiento en sí, bajo un cierto aspecto, es santo; pero, tú sabes muy bien, el
demonio busca siempre das vuelta a las cosas. Yo deseo que tú no te detengas en
este punto, porque el desánimo que experimentas en ti misma al deplorar tu
correspondencia a las gracias divinas proviene del enemigo, el cual quisiera, si no
hacerte retroceder, al menos detenerte en el camino de la perfección.
Por el momento este atorrante se contentaría con esto, pero no es necesario darle
esta satisfacción. Por lo tanto, lo que yo deseo de ti es que dediques tu espíritu, lo
más posible, a contemplar los infinitos tesoros del Esposo celestial, los que a manos
llenas va volcando también en tu alma y complácete de sus riquezas y en excitar el
deseo por poseerlas.
Quisiera que en esto imitases a las esposas de este mundo terrenal, las que no
admiran otra cosa y se complacen si no en las bellas dotes y de las bellas cualidades
de sus esposos, sin precisamente preocuparse si corresponden o no a las
demostraciones de afecto que ellos les demuestran. Si te esfuerzas en seguir, como
yo espero, mi sugerencia, muy grande será el provecho de tu espíritu.
¡Oh! Ese tribunal de penitencia, me escribías también, cuán necesario sería que se
levantase ahora entre tú y yo. Tú quieres saber si este deseo incluye en sí pecado
alguno. Yo te puedo asegurar que no hay en ello culpa, sólo discierno, sin embargo,
poca docilidad de tu parte en no querer convencerte de mis confirmaciones.
¿Y no te das cuenta que es el demonio que quisiera hacerte perder a toda costa esa
confianza y ese abandono en quien te dirige? Y todo esto, de última, se reduce en el
fondo a una verdadera pérdida de tiempo y en no dejarte caminar con soltura. No
puedo pues esta vez ahorrarte un dulce y fraterno reproche.
Me dices, hablando de tu hermana, que habiendo la pobrecilla renunciado a todo,
bondad, belleza, instrucción, posición a nada le ha servido. Esta expresión saber
completamente a mundana y en tu boca parece una blasfemia.
Quisiera hacerte una pregunta: ¿esta renuncia la ha hecho o no por amor a Jesús? Y
si la ha hecho por amor a Jesús sólo de él debe esperar recompensa. Jesús nada
retiene de lo que se hace por amor suyo y el a manos llenas le remunerará. No
hagamos consistir nuestra felicidad en gozar de una salud floreciente; de lo contrario
estaremos igual que los tontos mundanos, a quienes no les ha sido concedido
conocer los secretos celestiales.
¡Cuán mal suena, mi querida, en tu boca esta amarga expresión: «habiendo
renunciado a todo de nada me le ha servido»! Dios te perdone; esta vez has metido
mucho la pata. Cuídate de ahora en más de no recaer en semejantes extravagancias.
Tranquilízate, por lo tanto, y estate firme en las confirmaciones hechas con relación
a tu alma ya que les es muy agradable a Jesús. Continúa esforzándote siempre más
en amar a Jesús y no te preocupes por saber otra cosa. Solamente él te guiará al
puerto de la salvación. Te envío su paterna bendición, que será extensible también a
tu hermana y que esta sea como anticipo de las bendiciones que un día te dará a la
entrada de la Jerusalén celestial.
Me detengo, no pudiendo continuar más. Jesús y María junto al padre adoptivo te
asistan y te consuelen.
Créeme siempre como
tu humilde siervo,
Fray Pío.
P.D. He recibido las diez liras para las dos aplicaciones y gracias infinitas te doy por
la incomodidad que te has tomado. Encomiéndame a las oraciones de tu buena
amiga espiritual, que lo mismo hago yo por ella. Apenas llegues a tu nuevo destino
no dejes de escribirme informaciones del estado de salud de tu hermana.

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