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Un clérigo ilustrado en la sociedad

cordobesa: cohesión e identidad religiosa


en la familia del deán Gregorio Funes a
fines del período colonial rioplatense

MIRANDA LIDA

A fines del siglo XVIII, en el Río de la Plata, como en otros


lugares, se difundió el tipo ideal del sacerdote ilustrado, formado no
sólo en teología, pastoral y liturgia, sino además en ciencias, artes y
lenguas profanas, de carácter erudito y cosmopolita. Las reformas
borbónicas, entre otros factores, contribuyeron a popularizar aquel
ideal.1 Si bien este modelo alcanzó a verse plasmado en buen número
de sacerdotes de la ciudad de Buenos Aires, una ciudad pujante que en
1776 se convirtió en sede del virreinato del Río de la Plata, en la
Córdoba mediterránea encontró un arraigo mucho menor. Gregorio
Funes, que alcanzó el puesto de deán en la catedral, fue quien mejor
pretendió ajustarse a aquel modelo.
Funes demostró gran interés por saberes mundanos tales como la
historia profana o civil, la geografía, la literatura, las ciencias naturales,
la física y el conocimiento de la lengua francesa. Aunque se puede
siempre dudar de cuán sincero fue este interés, está claro que a través
de él expresaba su deseo de ajustarse cabalmente al modelo del
sacerdote ilustrado. El hecho de que en Córdoba este modelo no haya
tenido importantes referentes a fines del siglo XVIII, lejos de ser una
traba, se convirtió en una oportunidad invalorable; le confirió a Funes
la ocasión de presentarse como el principal exponente del clero
ilustrado cordobés y entrar en diálogo con sus pares de otras latitudes.
Parecía que en Córdoba no había nadie que estuviera a su par. Su
figura sirve de excusa, entonces, para sumergirse en el estudio de la
1      
Sobre el perfil del sacerdote ilustrado que se difunde a fines del siglo XVIII en el
mundo hispánico, véase William Taylor, Ministros de lo sagrado: sacerdotes y
feligreses en el México del siglo XVIII, trad. Óscar Mazín Gómez y Paul Kersey
(México: El Colegio de Michoacán, El Colegio de México, 1999); y David Brading,
"Tridentine Catholicism and Enlightened Despotism in Bourbon Mexico," Journal of
Latin American Studies 15 (1983):1-23.
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religiosidad en una ciudad como Córdoba que, si bien no era


indiferente a los vientos de reforma provenientes de la Ilustración,
conservó supervivencias barrocas y tradicionales que convivieron en
tensión con las novedades del siglo XVIII. Este complejo universo se
reconstruye a través de la trayectoria religiosa de Gregorio Funes y
refleja las tensiones que su carácter ilustrado provocó incluso en el
seno de su propia familia. No obstante, se verá que finalmente la
cohesión familiar no se vio por ello en absoluto menoscabada.
Al trazar, en líneas generales, un cuadro de la ciudad de
Córdoba y su vida religiosa a fines del período colonial, se puede
precisar el lugar que allí ocupaban Gregorio Funes y su familia. En
1778, la ciudad contaba con 7.320 habitantes y con un puñado de
familias distinguidas que gozaban de tradición y reputación. Era una
ciudad pequeña pero tenía una larga historia que era motivo de orgullo.
Su universidad, que había sido fundada por los jesuitas a comienzos
del siglo XVII, constituía su principal centro de referencia. Sólo
ingresaban a ella los vástagos de las familias más importantes de
Córdoba y algunos otros que provenían de diversas ciudades del
virreinato. La universidad ocupaba un lugar central en la vida de la
ciudad; sus celebraciones, exámenes y colaciones de grado, entre otras
ceremonias, eran fiestas públicas a las que incluso podían asistir en
calidad de espectadores los sectores populares. Los doctores y los
alumnos, los profesores y otros miembros del clero, las autoridades
civiles y eclesiásticas, concurrían como si se tratara de todo un
acontecimiento; cada uno de ellos ocupaba el lugar que les
correspondía en la celebración.2 Las familias importantes también
estaban allí, lucían sus mejores galas y se esforzaban por destacarse. 3
De tan pequeña, Córdoba era una ciudad donde casi todos se conocían.
En este escenario, la presencia de una familia como los Funes, de largo
arraigo y de enorme reputación, no resultaría inadvertida.
2      
Acerca de las fiestas y los rituales en este período, véase Juan Carlos Garavaglia,
"El teatro del poder: ceremonias, tensiones y conflictos en el estado colonial," Boletín
del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani 14 (1996):7-30.
Sobre este tema la bibliografía de referencia es Norbert Elias, La sociedad cortesana,
trad. Guillermo Hirata (México: Fondo de Cultura Económica, 1996); y Georges
Balandier, El poder en escena: de la representación del poder al poder de la
representación, trad. Manuel Delgado Ruiz (Barcelona: Paidós, 1994), entre otras
obras.
3      
Existen abundantes estudios sobre la familia en la época colonial en Córdoba y la
Argentina. Entre los más recientes, véase José Luis Moreno, Historia de la familia en
el Río de la Plata (Buenos Aires: Sudamericana, 2004); y Mónica Ghirardi,
Matrimonios y familias en Córdoba, 1700-1850: prácticas y representaciones
(Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2004).
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A fines del siglo XVIII, los Funes eran una familia de


comerciantes que se dedicaba a uno de los negocios más fructíferos de
entonces: el tráfico de mulas, cuyo destino era Potosí, con escalas en
Salta y Jujuy, donde funcionaban las principales ferias comerciales de
la región. Los Funes enviaron a la universidad a Gregorio, el hijo
primogénito, con el propósito de que desempeñara una carrera
sacerdotal. Ingresó a la universidad en 1764, cuando todavía la dirigían
los jesuitas. Según Américo Tonda, la expulsión de la orden en 1767
dejó trunca una carrera que parecía destinada a desarrollarse en el
marco de la Compañía de Jesús. Gregorio debió terminar ordenándose
en el clero secular [Q. #1: En la nota 4 necesitamos las páginas
especificas referentes a esta información, no los números de página
del artículo completo. RESPONDIDO].4 Dado que es imposible
determinar si efectivamente Funes deseaba o no ser un jesuita, no se
puede dejar de pasar por alto que tanto la Compañía como el clero
secular constituían destinos igualmente razonables para el primogénito
de una familia de elite. A diferencia de otras órdenes, la Compañía no
le exigía a sus religiosos el voto de pobreza, por lo cual los jesuitas se
hallaban en condiciones de testar, de preservar los patrimonios
familiares y con ello mantener a salvo el prestigio de la familia. Algo
similar podría decirse con respecto a los clérigos que integraban el
clero secular, dado que se encontraban libres de cualquier tipo de voto
que los atara en lo que respecta a sus obligaciones familiares. No era la
primera vez que esta motivación llevaba a que los hijos primogénitos
de las principales familias fueran destinados a una carrera eclesiástica
y, en especial, en el seno del clero secular. 5
El hijo segundo de la familia, Ambrosio, siguió un derrotero
distinto. Logró asegurar su posición social, apuntalando al mismo
tiempo la de su familia, por otra vía. En 1772, contrajo matrimonio con
María Ignacia de Allende, hija de Tomás de Allende, uno de los más
importantes comerciantes de mulas de Córdoba. Ingresó al "estado
matrimonial," como solía decirse, con una modesta recua de 412
mulas. Si bien la cifra no era desdeñable, su suegro en cambio solía
hacer negocios por sumas tres o cuatro veces mayores, y aún más. 6 El
4      
Américo Tonda, "Itinerario y forja intelectual del deán Funes," Investigaciones y
Ensayos 25 (1978):305-307.
5      
Para el caso de Buenos Aires, véase Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia
de la Iglesia argentina: desde la conquista hasta fines del siglo XX (Buenos Aires:
Grijalbo Mondadori, 2000), 87-89.
6      
Acta de matrimonio de Ma. Ignacia de Allende, hija de Thomas de Allende y
Bernardina de la Rosa y Carranza, con Ambrosio Funes, Córdoba, 16 de diciembre de
1772, Archivo del Instituto de Estudios Americanistas de la Universidad Nacional de
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matrimonio rendiría sus frutos. Poco tiempo después, las cifras de los
negocios que Ambrosio planificaba se habían multiplicado velozmente:
en 1776 le comunicaba a su hermano que proyectaba un negocio de
4.000 mulas.7 Ambrosio terminaría por convertirse en el encargado del
tráfico comercial en los negocios de la familia. Con el correr de los
años, dirigió desde Córdoba las actividades comerciales que distintos
parientes desempeñaban en el vasto espacio que va desde el Alto Perú
hasta Buenos Aires.
No mucho después del matrimonio de Ambrosio, Gregorio se
ordenaba finalmente de presbítero en 1773 en la catedral cordobesa [Q.
#2: RESPONDIDO]; poco tiempo después pedía a las autoridades
eclesiásticas las facultades necesarias para ejercer el ministerio
pastoral.8 Su madre viuda, María Josefa de Bustos, pudo sentirse
satisfecha; había logrado su propósito de asegurar sobre firmes pilares
el futuro de la familia. El éxito fue advertido con agudeza por alguien
como Ramón Rospigliosi, jesuita y ex-profesor en la Universidad de
Córdoba, con quien la familia conservó estrechos lazos, aún después de
su expulsión. De hecho mantuvo correspondencia con la familia, de lo
cual es prueba una carta de 1778 que se transcribirá parcialmente. En
ella Rospigliosi expresaba su satisfacción por las posiciones sociales
alcanzadas por los jóvenes hermanos Funes, diciendo, "Qué mayor
placer para una madre que ver en su viudez tan bien colocados sus dos
amados hijos, el Eclesiástico en una Silla tan respetable, y el Secular
en una familia tan conspicua." 9 Los jesuitas se sentían partícipes de
este doble logro. No sólo le abrieron el paso a Gregorio en su carrera
eclesiástica cuando inició sus estudios en la universidad, sino que
también se encargaron de facilitar los contactos con la familia Allende,
que hicieron posible la boda de Ambrosio. María Josefa de Bustos y
los Allende solían compartir la misma devoción religiosa y
establecieron gracias a ello sólidos vínculos. Participaron de
actividades en torno a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús, por la

Córdoba (en adelante citado como IEA), exp. 5932, fols. 2-8. Sobre el comercio de los
Allende, pueden verse los datos proporcionados por Ana Inés Punta, Córdoba
borbónica: persistencias coloniales en tiempos de reformas, 1750-1800 (Córdoba:
Universidad Nacional de Córdoba, 1997), pp. 55-59.[Por favor proveer los números
específicos para la nota 6: RESPONDIDO.]
7      
Carta de Ambrosio a Gregorio Funes, Salta, 26 de enero de 1776, IEA, exp. 5585,
fols. 1-2.
8      
El pedido se encuentra en Nota de Gregorio Funes al provisor del obispado,
Córdoba, 22 de noviembre de 1774, IEA, exp. 5661, fols. 1-2.
9      
Carta datada en Roma, 3 de diciembre de 1778[?], transcripta en Guillermo Furlong
Cardiff, "El deán Funes juzgado por uno de sus profesores," Criterio 52 (1929):275-76.
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que los jesuitas tenían gran inclinación. Compartieron, además, la


añoranza por la ausencia de la Compañía y se preocuparon por seguir
los rastros de los jesuitas que habían sido expulsados de Córdoba y se
habían refugiado en Europa.10
Así se consolidó el futuro de los Funes. La ordenación
sacerdotal del primogénito y la alianza matrimonial del segundo con
una familia de lo más "decente" de Córdoba fueron decisivas.
Ambrosio se dedicaría, de ahí en más, a incrementar las riquezas a
través de los negocios; Gregorio, en cambio, tendría en sus manos la
preservación del prestigio familiar. El prestigio que obtuviera para sí
redundaría en beneficio de su "casa." Cada promoción que Gregorio
habría de vivir en su carrera eclesiástica sería celebrada por toda la
familia—algo similar podría decirse de sus desazones, que eran
compartidas entre todos. Su familia depositó grandes expectativas en
Gregorio. Ambrosio se lo transmitía a su hermano en estas palabras:
"Darás a tu patria esplendor, honor a tu prosapia, ornamento a vuestro
estado."11
Gregorio se desempeñó en el clero secular. A fines del siglo
XVIII, éste era un espacio propicio para forjar una carrera capaz de
encaramarlo entre lo más granado de la sociedad cordobesa. Por
entonces, tanto en el Río de la Plata como en otras regiones
americanas, el clero secular vivió un período de esplendor, gracias a las
políticas regalistas de Carlos III que tendieron a favorecerlo, en
detrimento de las órdenes religiosas. El monarca ilustrado promovió la
creación de nuevas diócesis y parroquias en el suelo americano y la
construcción o renovación de los seminarios conciliares que servían de
semillero para la formación del clero; al mismo tiempo, recortó
prerrogativas y espacios que tradicionalmente se hallaban bajo el
control de las órdenes religiosas [Q. #3: Por favor provea una fuente
específica para esta información en lugar de hacer una referencia
general a Le jansénisme. CORREGIDO].12

10      
Acerca de la devoción jesuítica en relación con la familia Funes, puede verse el
Elogio fúnebre la Señora María Josefa de Bustos, madre del deán Funes, de Gaspar
Juárez (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 1949); y la correspondencia entre
éste y los Funes en Pedro Grenón, Los Funes y el P. Juárez (Córdoba: Tip. La
Guttenberg, 1920).
11      
Carta de Ambrosio a Gregorio, Córdoba, julio de 1775, IEA, exp. 5584 [Por favor
clarifique si el número 5584 se refiere a un expediente y por favor provea los
números de folios: RESPONDIDO —FOLIO UNICO]; énfasis añadido.
12      
Un ejemplo véase en la Real Cédula del 25 de agosto de 1768, “declarando que los
Arzobispos y Obispos de los Reynos de las Indias cumplen con participar simplemente
á los Vicepatronos las licencias”, AGN, IX-24-7-13, fol. 22-25. Sobre este tema la
6 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

Sin embargo, el fortalecimiento del clero secular presentó en


Córdoba serios obstáculos. Cuando en 1767 los jesuitas fueron
expulsados, la universidad cordobesa debía quedar depositada en las
manos del clero secular cordobés, de acuerdo con las disposiciones del
monarca. Sin embargo, en Córdoba, la voluntad real no fue respetada y
los franciscanos se hicieron cargo de la Universidad. 13 El clero secular
se sintió menoscabado e inició una querella contra los franciscanos que
duraría cerca de cuatro décadas. El clero secular se topaba en Córdoba
con la presencia de un clero regular de larga tradición. 14 En este
contexto se desenvolvieron los primeros años de la carrera eclesiástica
de Gregorio.
Recién ordenado y doctorado en teología, Funes pasó a
integrar el claustro universitario y se vio envuelto en 1774 en una serie
de conflictos que enfrentaban por un lado al clero secular y por el otro
a las autoridades franciscanas que ocupaban el rectorado. Precisamente
por haberse mezclado en tales disputas, el joven Funes fue sancionado
por el prelado; ello le valió como "castigo" que se lo enviara a atender
un curato de la campaña cordobesa. En este contexto Funes tomó la
primera decisión crucial en su carrera eclesiástica; buscó un artilugio a
fin de escapar del curato rural al que lo destinaron dado que, en sus
propios términos, el mandato de alejarse de la ciudad le imponía un
cruel destierro.15 Desesperado, le escribió al Gobernador Vértiz,
diciéndole que "si yo quedo en este obispado antes bien yo mismo me
atravieso la espada."16 En tales términos, a los que el gobernador no
pudo negarse, le solicitó que se le permitiera viajar a España para

bibliografía es muy abundante. Véase Joël Saugnieux, Le jansénisme espagnol du


XVIII siècle: ses composants et ses sources (Oviedo: Cátedra Feijóo, 1975).
13      
La voluntad de Carlos III fue expresada y transmitida al gobernador de Buenos
Aires en "Dictamen del Fiscal del Consejo, acuerdo del mismo, y comunicacion que en
su virtud se dirigió al Gbdor de BA sobre las cartas de este, fechas 19 de agosto, 4, 6, 8,
10, 14, 17 y 23 de septiembre de 1767," transcripto en D. Francisco Javier Brabo,
Colección de expedientes relativos a la expulsión de los jesuitas de la república
argentina y del Paraguay en el reinado de Carlos III, Madrid, Establecimiento
Tipográfico de J. M. Pérez, 1872, págs. 93-94.[Por favor proveer el nombre de la
casa editorial, si existe: RESPONDIDO]
14      
Sobre estas disputas, véase Marc Baldó Lacomba, "La Ilustración Católica en la
Universidad de Córdoba y el Colegio de San Carlos de Buenos Aires, 1767-1810,"
Estudios de Historia Social y Económica de América 7 (1991):31-54.
15      
Américo Tonda, "La fuga del doctor Gregorio Funes a España (1775),"
Investigaciones y Ensayos 18 (1975):231-48.
16      
Carta de Gregorio Funes al Gobernador Vértiz, Valle de la Punilla, 16 de
diciembre de 1774, Archivo General de la Nación, Argentina (en adelante citado como
AGN), Temporalidades de Córdoba, leg. IX-21-10-5, fols. 1-2.
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completar su formación. Este viaje no fue más que una excusa para
eludir la obligación de atender aquella alejada parroquia rural.
El carácter crucial de la decisión que tomó Funes en 1774 no
reside tanto en el afán por continuar sus estudios en España, sino más
bien en el deseo de escapar a toda costa de la cura de almas en el
marco de la parroquia rural a la que se lo había confinado. Es de
notarse cómo se expresaba Funes, tiempo después de aquel incidente,
acerca de la cura de almas: "me dice Ud. que me dé a los ministerios:
ahora lo hago, confieso y predico con alguna frecuencia y no me
entrego más a este gustoso y útil ejercicio porque sin un estudio muy
profundo temería ser como un vaso de vidrio que suena más cuando
está más vacío." [Q. #4: Clarifique si el uso de letra cursiva es para
hacer énfasis. SI: RESPONDIDO] 17 Funes no miraba con
beneplácito la idea de desarrollar una carrera como párroco. Su grado
de doctor y el prestigio de su abolengo lo impulsaban a aspirar a más
altas miras. Emprendió entonces el viaje a España ya que, creía, el Río
de la Plata no estaba en condiciones de ofrecerle ningún beneficio
eclesiástico sine cura, que él considerara digno de sí, ya sea en el coro
de alguna catedral o en la Universidad. Sabía muy bien cuáles eran sus
aspiraciones.
Su paso por la corte de Madrid y la Universidad de Alcalá,
donde obtuvo su doctorado en derecho canónico, le permitió forjar los
contactos para retornar a Córdoba con la nada despreciable canonjía de
merced de la catedral de su ciudad. En 1780, una vez designado Fray
Joseph de San Alberto como nuevo obispo de Córdoba, Funes encontró
la oportunidad de regresar y debió enfrentarse a los conflictos en los
que el clero secular cordobés se hallaba todavía involucrado. Se
convirtió en el paladín de la batalla aún inconclusa contra los
franciscanos, con el propósito de lograr que de una vez y para siempre
la universidad cordobesa fuera entregada al clero secular a quien,
según Funes, legítimamente le correspondía. Fue ésta una batalla
perdida: el clero secular no fue lo suficientemente fuerte, a pesar de
que contaba con el respaldo del propio Carlos III, un monarca cuyas
disposiciones podían ser tranquilamente desoídas por sus subalternos.
El clero secular no estaba preparado para dar batalla; carecía de una
identidad en común que lo amalgamara. No tenía conciencia del lugar
prestigioso que según Funes debía ocupar: un lugar por encima de las

17      
Correspondencia del deán dirigida a D. Domingo Frasqueri, sobre su vida íntima,
Córdoba, febrero de 1789, AGN, Manuscritos de la Biblioteca Nacional, leg. 3684, fol.
1.
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órdenes religiosas, simples "tropas auxiliares del Clero Secular," 18


como diría el flamante canónigo.
El protagonismo que Funes adquirió en esta infructuosa batalla
tuvo, sin embargo, un saldo positivo: lo convirtió en una figura de
importantes proporciones en el clero secular cordobés. Tal es así que a
la hora de las exequias de Carlos III, fallecido en 1789, se sintió
ensalzado cuando fue convocado por el gobierno de la intendencia de
Córdoba para pronunciar la Oración fúnebre del monarca. El clero
secular cordobés se hallaba tan dividido y era tan conflictivo en
Córdoba, que fue ésta la única ciudad rioplatense en la cual se
celebraron dos ceremonias fúnebres, a falta de una, en honor del
monarca difunto.19 Funes, claro está, fue el orador de una de ellas.
Su carrera progresó, a pesar de la difícil relación que tenía ya
por entonces con el gobernador local, el marqués Rafael de
Sobremonte: de canónigo de merced ascendió pronto a arcediano y
poco después sería designado vicario general de la diócesis. Constituía
una figura de peso en la sociedad cordobesa y podía ser incluso temido,
dado que era el único doctor en derecho canónico de todo el obispado;
el conocimiento del derecho le proporcionaba herramientas muy útiles
para disputar posiciones y ganar prestigio en la sociedad colonial. El
obispo no tardó en advertir cuánto lo necesitaría: en 1791, en carta al
virrey declaraba que "es el único letrado que descubro." 20 No era poca
cosa.21
El horizonte se tornaba cada día más promisorio y Funes tomó
aquí la segunda decisión crucial de su carrera eclesiástica: resignó la

18      
"Memorial" redactado por el canónigo de merced Gregorio Funes, que también
lleva las firmas del magistral Videla del Pino y el chantre Ascasubi en 1785, transcripto
en Zenón Bustos, Anales de la Universidad de Córdoba: segundo período (Córdoba: F.
Domenici, 1901), 2:453-492 [Por favor provea los números específicos de página,
como referencia para nuestros lectores. RESPONDIDO]. El memorial proporciona
una compleja reflexión sobre la Iglesia de Antiguo Régimen.
19      
Una reseña acerca del modo en que se desenvolvieron las exequias puede verse en
la descripción que realizó el notario del gobernador Sobremonte, M. de Arrascaeta, en
su oficio "Exequias de Carlos III" de diciembre de 1789, AGN, Intendencia de
Córdoba, 1789-1790, leg. IX-5-9-7. [Por favor proveer números de folios si existen_
NO EXISTEN LOS DATOS: SIN FOLIAR. RESPONDIDO]
20      
Carta del obispo Moscoso al virrey, datada en Salta, 3 de agosto de 1791, IEA,
exp. 5953, fols. 1-4.
21      
Constituía un capital social y simbólico invalorable, en los términos de Pierre
Bourdieu. Entre otras obras, véase Pierre Bourdieu, Poder, derecho y clases sociales,
trad. María José Bernuz Beneitez [Por favor verifique si está bien escrito. SI:
RESPONDIDO](Bilbao: Desclée de Brouwer, 2000). [Por favor provea los números
de página específicos como referencia para nuestros lectores.]
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promoción que el monarca Carlos IV le ofreció para trasladarse a la


catedral de Buenos Aires. A fines del siglo XVIII, el clero secular de
Buenos Aires se hallaba en una posición mucho más sólida que la del
cordobés. Mientras que en Córdoba debió resignar la universidad, en
Buenos Aires en cambio dirigía los Reales Estudios y acababa de
fundar un seminario [Q. #5: Por favor provea la fuente específica
para esta información en lugar de una referencia general.
RESPONDIDO EN NOTA AL PIE].22 En estas condiciones, resignar
una canonjía en Buenos Aires puede, a primera vista, parecer una
decisión descabellada, pero no lo era. Funes sabía que instalarse en
Buenos Aires sólo le traería dificultades. En ésta hubiera tenido, casi,
que empezar de cero, abriéndose camino en un terreno que le era ajeno;
en Córdoba, en cambio, el obispo le estaba abriendo las puertas a una
promisoria carrera. Funes no vaciló en resignar la canonjía porteña.
Poco después, el Obispo Moscoso lo designó su provisor, de
tal modo que se convirtió en la mano derecha del prelado y acaparó
una serie de funciones clave en el gobierno de la diócesis. Y para 1804,
cuando falleció el obispo, Funes se hizo cargo durante cerca de cinco
años de la diócesis en sede vacante 23 [Q. #6: Por favor provea la
fuente específica para esta información en lugar de una referencia
general: RESPONDIDO, SE AGREGÓ NOTA AL PIE] (en las
Américas las vacancias solían ser prolongadas). En la práctica, el
gobierno de la totalidad de la diócesis pasaba por sus manos y Funes
supo sacar provecho de esa situación. 24 Se había convertido en una de
las más altas dignidades eclesiásticas del clero secular cordobés. En
1784, éste componía un conjunto pequeño y abigarrado compuesto por
dieciocho sacerdotes.25 Una vez convertido en gobernador de la
22      
Sobre esta fundación, véase Juan Probst, Juan Baltasar Maziel: el maestro de la
generación de Mayo, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras (UBA), 1946, pp.
146-158. [CORREGIDO.]
23
La designación de Funes como provisor en sede vacante se halla en el acta del
capítulo del cabildo eclesiástico cordobés, 8 de octubre de 1804, IEA, exp. 5624.
24      
Al respecto, véase Luis Roberto Altamira, El deán de Córdoba: actuación del
presbítero Doctor Don Gregorio Funes en la primera silla del cabildo eclesiástico de
su ciudad natal (Córdoba: Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad
Nacional de Córdoba, 1940).
25      
Los datos sobre el clero cordobés han sido extraídos de: "Estado actual de todo el
clero de las siete ciudades de este Obispado del Tucumán, que para Gobierno de esta
Curia Episcopal mando formar el señor don Nicolás Videla, Canónigo Magistral Rector
del Real Colegio de Loreto, examinador Sinodal, Juez mayor de diezmos, Provisor,
Vicario General y Gobernador del Obispado por el Muy Ilustre Venerable Deán y
Cabildo con informe y razón individual que se tomo á todos los vicarios foráneos de las
respectivas ciudades. Córdoba y octubre 16 de 1787," en Bustos, Anales de la
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diócesis, naturalmente su aspiración no podía ser otra que la titularidad


del obispado, pero ésta nunca llegaría finalmente.
Hacia 1800, Gregorio Funes se encontraba ya en el centro de la
escena. Ocupaba posiciones claves en las ceremonias públicas, civiles
y religiosas, que se celebraban en la ciudad. Este cuadro se completaba
con la presencia, también en primera fila, de su hermano Ambrosio; el
comerciante había hecho ya para entonces una rápida carrera en el
cabildo secular de la ciudad, de tal modo que ambos participarían a la
par en enorme cantidad de celebraciones públicas. En la sociedad
colonial, el poder se representaba y se exhibía y las personas que lo
detentaban eran públicamente conocidas en la ciudad. Esto vale tanto
para las más altas dignidades eclesiásticas como para las familias más
prestigiosas de la ciudad. Ocupaban las primeras filas en los templos y
sus nombres encabezaban las distintas cofradías y asociaciones
piadosas. En la Iglesia cordobesa de fines del período colonial
prácticamente todos se conocían entre sí.
En el período colonial, la Iglesia no era una institución
impersonal regulada por una normativa abstracta, sino que estaba
constituida por una red de relaciones sociales donde prevalecían los
lazos cara a cara. 26 La Iglesia era un lugar en el que era posible
reconocerse socialmente. Todos sabían cuando una familia contribuía
con las limosnas para un templo y no había modo de ocultarlo cuando
se dejaba de hacerlo. Se estaba al tanto de quiénes asistían a la misa y
quiénes no, de quiénes escuchaban con atención y quiénes sólo lo
hacían de mala gana. Es cierto que a veces lo que menos importaba era
el discurso que el sacerdote pronunciaba en el púlpito, por más
ilustrado que éste fuera y por más empeño que pusiera en hacerse
entender. Más interesante era observar los vestidos que lucían los
principales vecinos y, en efecto, estos solían ser lujosos, al menos en
las más importantes festividades.
Los Funes no constituían en este contexto ninguna excepción.
A fines del siglo XVIII, se tornaron sumamente cuidadosos en la
selección de las prendas que lucían en las principales fiestas religiosas,
los principales eventos de la sociabilidad cordobesa colonial. A modo

Universidad de Córdoba, 2:755-63.


26      
Existen importantes estudios sobre las relaciones personales en tiempos coloniales.
En particular: Michel Bertrand, "Los modos relacionales de las elites
hispanoamericanas coloniales: enfoques y posturas," Anuario IEHS 15 (2000):61-80;
François-Xavier Guerra, "El análisis de los grupos sociales: balance historiográfico y
debate crítico," Anuario IEHS 15 (2000):117-22; y Zacarías Moutoukias, "Familia
patriarcal o redes sociales: balance de una imagen de la estratificación social," Anuario
IEHS 15 (2000):133-51.
MIRANDA LIDA 11

de ejemplo, puede verse la correspondencia entre Ambrosio y


Francisco Antonio de Letamendi, comerciante porteño que proveía a
los Funes. Les proporcionaba vestidos de importación e incluso le
ofrecía con periodicidad a Ambrosio varias telas apropiadas para la
confección de sotanas, manteos y otras prendas destinadas a los
clérigos de la familia. Ambrosio tenía un hijo llamado José Felipe que
también siguió la carrera sacerdota. En 1801, Ambrosio le pedía a
Letamendi que le enviara desde Buenos Aires "dos cortes de vestido, el
uno para verano y el otro para invierno, si lo hubiese con su bordadito
de seda u oro a la moderna,"27 [Q. #7: Por favor provea la fuente
específica para esta información. RESPONDIDO] confeccionados
en terciopelo o en alguna otra tela de lujo. Letamendi en su respuesta le
sugería que tuviera presente que,

Para solemnizar la función del Rosario [devoción de la


que ambos eran adictos] debe Vmd. estrenar unos
vestidos dignos de ese feliz día, y que cuando habla de
bordaditos habrá hecho intención de distinguirlo de
todos los demás del año.... Yo aseguro a Vmd. que en
Córdoba no hay vestidos tan buenos, ni habrán visto
hasta ahora muchos de sus habitantes.... Yo por mi parte
suplico a Vmd. que los use en los días clásicos como el
Jueves Santo, Corpus, Patrón y otros solemnes, porque
son propios de un hombre formal y dignos de poder
contribuir a la grandeza de las funciones.28

A la selección de las vestimentas para ser lucidas en las


ceremonias, se sumó también la preocupación por adquirir distintos
objetos a fin de embellecer las funciones religiosas que la familia solía
apadrinar: telas, tapices, obras de arte y objetos de culto que servían
para la decoración de los templos de la ciudad. Y también los muebles
más sofisticados se sacaban a relucir en estas ocasiones. Letamendi se
encargó asimismo de proveerlo a Ambrosio de una mesa que se mandó

27
Fragmento trascripto en la carta de F. A. de Letamendi a Ambrosio Funes, Buenos
Aires, 27 de septiembre de 1801, Papeles de Ambrosio Funes, ed. Enrique Martínez
Paz (Córdoba: B. Cubas, 1918), 81.
28      
Carta de F.A. de Letamendi a Ambrosio Funes, Buenos Aires, 27 de septiembre de
1801, en Papeles de Ambrosio Funes, ed. Enrique Martínez Paz (Córdoba: B. Cubas,
1918), 81-82. [NO SE SI CONVIENE UNIFICAR LAS CITAS DADO QUE ES LA
MISMA CARTA LA QUE SE CITA EN NOTAS 27 Y 28]
12 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

dorar y se la decoró con festones para ser exhibida en la fiesta religiosa


que aquel apadrinaba en el templo de los dominicos. 29
En los últimos años coloniales, la ciudad de Córdoba atravesó
una época de prosperidad, gracias al florecimiento del comercio,
prosperidad que permitía multiplicar el consumo de objetos y telas de
lujo. En un momento de bonanza, las limosnas entregadas a los
templos, monasterios y diversas casas de religión se acrecentaron.
Puede verse a continuación la descripción de las que Ambrosio entregó
al monasterio de las carmelitas y a la iglesia de Santa Teresa de Jesús
de la ciudad de Córdoba:

Dio de limosna para la iglesia de dicho Monasterio el


copón grande que sirve para la comunión del Jueves
Santo; la diadema de plata que tiene la imagen grande de
Santa Teresa colocada en el altar mayor; tres diamantes
para el clavo de la misma imagen; un paño de cáliz de
tisú; y que no bastando para la conclusión del retablito
de Nuestra Señora del Carmen el dinero que pudo por
entonces proporcionar la cofradía, lo concluyó a su
costa.... Dio en una ocasión dos doblones de oro y en
otra diez y seis moneditas chicas de lo mismo, fuera de
muchas otras limosnas y socorros.30

A ello se debe sumar una custodia que los Funes encargaron a


Buenos Aires en 1803, de acuerdo con un modelo proporcionado por
artistas europeos. Las obras de arte también despertaban creciente
interés. De allí la inquietud por llevar a Córdoba al pintor Ángel María
Camponeschi, que acababa de darse a conocer en Buenos Aires con
una obra que tuvo extraordinaria repercusión entre los dominicos y sus
cofrades, el "Retrato del lego Zemborain," de 1804. Asimismo, se
desarrolló también entre los Funes una preocupación por embellecer la
casa familiar, que se vio enriquecida con la adquisición de una
cómoda-escribanía de lujo y otros muebles. Las obras de arte, los
muebles y las ropas que se mandaban traer desde Buenos Aires se
convirtieron en parte central de la religiosidad cordobesa. Cada año
Ambrosio Funes discutía con Letamendi las vestimentas y los
preparativos para las funciones religiosas, amén de otros negocios que
29      
Carta de Letamendi a A. Funes, Buenos Aires, 26 de julio de 1799, en Martínez
Paz, Papeles, 4-5.
30      
Testimonio del síndico procurador del monasterio, en Méritos y servicios del
Doctor Don José Felipe Funes y su familia, Córdoba, IEA, exp. 5657, fols. 12-13.
MIRANDA LIDA 13

tenían en común. El templo religioso constituía un espacio de


importancia superlativa para la ostentación del nivel social en la
sociedad colonial. Ello se acentuaba en el caso de una familia como la
de los Funes, que había logrado consolidar su posición económica a
fines de siglo.31
En la sociedad colonial, la familia era casi todo. La
importancia de los lazos de familia explica incluso algunas lógicas de
la institución eclesiástica. Los vínculos primarios resultaban decisivos
para entender el modo en que la Iglesia se desenvolvía. 32 A veces, esos
lazos se construían sobre la base de la palabra empeñada y la confianza
mutua; otras, en cambio, se empapaban de celos y vanidad. La
importancia de los lazos interpersonales, con todas sus consecuencias,
se puede ver en un ejemplo extraído de la historia de la Iglesia colonial
cordobesa. En épocas coloniales, las instituciones eclesiásticas tenían a
su cargo una importante función económica dado que servían como
fuente de crédito; ponían en circulación en la sociedad capitales de
diversa índole, censos y capellanías que las instituciones eclesiásticas
detentaban.33 También las catedrales cumplieron este mismo papel, en
especial en tiempos de prosperidad como los que atravesó Córdoba a
fines del siglo XVIII, cuando las rentas eclesiásticas trepaban. Así
ocurrió en Córdoba a fines del período colonial.
Claro que para solicitar un crédito a una institución eclesiástica
era necesario que el interesado contara con avales y con el suficiente
renombre. En una sociedad en la que las familias así llamadas
"decentes" se conocían entre sí, la principal garantía para el crédito
solicitado se encontraba en la confianza mutua entre las partes.

31      
Las referencias al respecto abundan en la correspondencia entre Ambrosio Funes y
Letamendi ya citada en Martínez Paz, Papeles, 12-65.
32      
Acerca de la relación entre la Iglesia y la sociedad en la época colonial, véase
Roberto Di Stefano, El púlpito y la plaza: clero, sociedad y política de la monarquía
católica a la república rosista (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores Argentina,
2004), primera parte, [Clarifique si "primera parte" se refiere a un volumen, de ser
así, por favor provea el número de éste: NO, es volumen único. RESPONDIDO]
23-90.
33      
Un estudio de caso en Carlos Mayo, Los betlemitas de Buenos Aires: convento,
economía y sociedad, 1784-1822 (Sevilla: Excma. Diputación Provincial de Sevilla,
1991). También puede verse Jaime Peire, El taller de los espejos: iglesia e imaginario,
1767-1815 ([Buenos Aires]: Editorial Claridad, 2000), en especial cap. 3. Abundan los
estudios de este tipo para la Iglesia mexicana; por ejemplo, véase María del Pilar
Martínez López-Cano, ed., Iglesia, estado y economía, siglos XVI al XIX (México:
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Dr. José
María Luis Mora, 1995).
14 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

Y la confianza podía apuntalarse, además, gracias a los lazos


de familia. En 1790, Domingo Funes, hermano de Gregorio, devolvía a
la catedral un caudal de dinero que ésta le había prestado dos años
antes, dando lugar a un debate dentro del cabildo eclesiástico. Los
canónigos no resolvían qué decisión tomar sobre el dinero reintegrado:
discutieron largo y tendido si era legítimo o no que ese mismo capital
fuera prestado a otro cordobés, Juan Bautista Isasi, que lo había
solicitado con insistencia. Gregorio Funes se opuso a conceder este
nuevo crédito porque consideró que el solicitante no merecía la
confianza necesaria como para que se le prestara un capital de
consideración. Agregaba, además, que era un grosero error comparar
ambos préstamos y sus beneficiarios; en sus propias palabras, señaló
que constituía una "inadvertencia poner en paralelo el reconocido
abono y arraigo de Don Domingo Funes con la insolvencia pública de
Isasi."34 Tras una ardua discusión donde se sometió a examen el buen
nombre del nuevo candidato, el cabildo eclesiástico resolvió finalmente
aprobar el crédito a favor de Isasi, que Funes recomendaba no
conceder. En fin, lo que interesa subrayar aquí es que en una sociedad
en la que todos se conocen, los vínculos sociales y familiares son
decisivos para la obtención de un crédito de origen eclesiástico.
Podían también serlo para alcanzar algún puesto de
significación en la jerarquía eclesiástica. En 1805, José Felipe Funes,
hijo de Ambrosio y recientemente ordenado de sacerdote, redactaba un
informe dirigido a las autoridades eclesiásticas en el que daba cuenta
de sus antecedentes. Confiaba en que su buen nombre bastaría para que
se le confiriera un importante cargo eclesiástico. Esperaba ser
designado sacristán de la catedral. A pesar de que este puesto estaba
fuertemente codiciado por otros sacerdotes de mayor trayectoria y
experiencia, José Felipe tenía plena confianza en que lo lograría por su
solo apellido. A fin de dar pruebas de sus méritos para desempeñar ese
cargo, José Felipe presentaba una breve enumeración de los servicios
que sus padres, tíos y abuelos habían prestado a la Iglesia:

Mi finado abuelo Don Tomás Allende dejó la cantidad


de mil pesos para que con sus réditos se hiciese todos los
años la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús como en

34      
Acuerdo celebrado por el Cabildo Eclesiástico sobre la solicitud de Don Juan
Bautista Isasi de que se le diesen a réditos dos mil pesos pertenecientes a esta Santa
Iglesia Catedral, año de 1790, Córdoba, 3 de septiembre de 1790, Archivo Histórico de
la Provincia de Córdoba (en adelante citado como AHPC), Gobierno, 1789-1790, tomo
2, leg. 13, fols. 1-13. [Por favor provea los números de folios. RESPONDIDO]
MIRANDA LIDA 15

efecto se hace hasta el día de hoy con toda solemnidad....


Mi Señor Padre y mi tío el señor Don Antonio de la
Quintana costearon la mayor parte del altar del Sagrado
Corazón de Jesús, contribuyendo a más mi señor padre
con la dirección de la obra.... El mismo en unión de mi
tío el señor Don Domingo ha donado unos cinco cálices
de plata dorados con las patenas y cucharitas
correspondientes que se conservan flamantes y
solamente sirven para el octavario del Corpus.... Es
singular y notoria la piedad y devoción que con
frecuencia sirven mis Señores Padres a la Iglesia, no
habiendo casi función en que algo no contribuyan a la
decoración.35

La enumeración de los servicios prestados por la familia podría


continuar. Lo que importa destacar es que el mérito del candidato se
incrementaba por los "servicios" que todos sus antepasados hubieran
prestado a la Iglesia. Cada uno de ellos cobraba un significado que iba
más allá del estrictamente religioso; a la hora de concursar para un
cargo eclesiástico, engrosaba la foja del candidato y le permitía
cosechar antecedentes para hacer carrera. De hecho, uno de los
examinadores no tardó en admitir que "hallo yo un motivo de
indisputable preferencia [a su favor] y es ser hijo de un particular
bienhechor de esta Iglesia Catedral."36
En un sentido similar, no puede pasarse por alto el hecho de
que también la vida devocional y las formas de religiosidad dependían
en la sociedad colonial de los lazos familiares. Los donativos,
patronazgos o capellanías que cada familia pudiente entregaba no eran
nunca azarosos. Estaban destinados a promover devociones
cuidadosamente escogidas, de acuerdo con los vínculos de familia y los
lazos clientelares que la familia hubiera construido a lo largo del
tiempo. Las devociones favoritas podían, además, variar con el correr
de los años, de acuerdo con múltiples circunstancias: los cambios en
las estructuras familiares, la posición social y económica, o bien la
posición ocupada en la jerarquía eclesiástica por alguno de los
miembros de la familia. En torno a las prácticas devocionales se tejían

35      
Nota firmada por José Felipe Funes, Córdoba, 23 de febrero de 1805, IEA, exp.
5567, fols. 5-12.
36      
Dictamen del examinador sinodal fray Elías del Carmen, en Méritos y servicios del
Doctor Don José Felipe Funes y su familia, Córdoba, 1807, IEA, exp. 5657, fols. 17-
18.
16 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

y destejían relaciones familiares y sociales, que adquirían así toda una


serie de connotaciones. Es preciso detenerse a continuación en señalar
el lugar que ocupaban las devociones en la vida de los Funes, el modo
en que éstas se vinculaban con la vida social cordobesa y, finalmente,
precisar cuál era la actitud de Gregorio ante esta vida devocional a la
que su familia era en general tan adicta. 37 Podrán verse entonces con
claridad las tensiones que provocaba el carácter ilustrado de Gregorio
en la vida social, familiar y religiosa de la que participaba.
María Josefa de Bustos, madre de los Funes, era una entusiasta
devota del Sagrado Corazón de Jesús, y algo similar podría decirse de
los Allende, la familia política de Ambrosio. El Sagrado Corazón
constituía una devoción sumamente tradicional en la familia, que
servía de fuerte vínculo que contribuyó a definir su identidad [Q. #8:
No encontramos esta palabra en el diccionario. Por favor verifique
su uso. REVISADO]. En este sentido, Ambrosio le escribió a su hijo
José Felipe que esa devoción "así como es el fundamento de la
felicidad cristiana, debe ser como el vínculo particular de nuestra
familia."38 Pero las devociones favoritas, en verdad, cambiaban tanto
como las modas y variaban en función de las circunstancias. No es de
extrañar que con el correr del tiempo vieran la luz nuevas devociones
bajo el amparo de los Funes.
Un primer cambio en las prácticas devocionales favoritas de la
familia se puede detectar hacia 1780. Gregorio acababa de ingresar al
cabildo eclesiástico de la ciudad. Fue entonces cuando comenzó a ser
cultivada por la familia una nueva devoción. Ambrosio se convirtió en
el protector de la imagen, altar y culto a Nuestra Señora de Nieva de la
catedral de Córdoba. Ésta era una imagen milagrosa de origen español
que se suponía capaz de prevenir las tormentas eléctricas. Ingresó a
Córdoba a fines del siglo XVIII de la mano del obispo cordobés Ángel
Mariano Moscoso, bajo cuya protección Gregorio Funes lograría
avanzar a grandes pasos en su carrera eclesiástica. 39 En este contexto,
no es descabellado concluir que la generosa contribución de Ambrosio
para con la devoción de N.S. de Nieva expresaba la satisfacción de la
familia por los progresos de Gregorio en su carrera eclesiástica.

37      
Estas ideas se han desarrollado en Miranda Lida, "Las devociones religiosas y la
familia Funes: identidad familiar, escatología y política en Córdoba, 1767-1810,"
Cuadernos de Historia. Serie Economía y Sociedad 6 (2004):191-213.
38      
Carta de Ambrosio Funes a su hijo José Felipe, Córdoba, 28 de marzo de 1810,
IEA, exp. 5622, fols. 1-2.
39      
La carrera eclesiástica de Funes y su actuación fue analizada en detalle por
Altamira, El deán de Córdoba.
MIRANDA LIDA 17

Fue grande el entusiasmo de Ambrosio por promover esta


devoción catedralicia, pero Gregorio en cambio se mostraría siempre
distante y ajeno. El hecho de que aquella imagen pudiera prevenir las
tormentas contenía elementos supersticiosos que aquél no estuvo nunca
dispuesto a aceptar. La devoción a Nuestra Señora de Nieva buscaba
popularizar las explicaciones sobrenaturales para los fenómenos
naturales, pero esto era algo que Gregorio no terminaba de admitir. 40
Por entonces, como se sabe, continuaba involucrado en la lucha por la
cuestión de la universidad y se esforzaba por hacer gala de su espíritu
ilustrado. Esto no podía conciliarse con creencias supersticiosas. Fue
por ello que esta devoción no encontró en Gregorio una recepción
entusiasta. Ambrosio, en cambio, podía sostener con total libertad que
efectivamente aquella imagen había sido capaz de salvar la vida de su
hermano en una noche de tormenta. Con ello se pone de relieve la
existencia de fuertes contrastes entre la religiosidad barroca de
Ambrosio Funes, dispuesta a creer en imágenes, supersticiones y
milagros, y la ilustrada de su hermano Gregorio, contrastes que no
harán más que agravarse con el correr de los años. En las palabras de
Ambrosio:

Uno de los motivos que me asistieron para contribuir


con esa corta limosna en obsequio de esta divina Señora
fue por manifestar en algo mi agradecimiento al singular
beneficio que nos dispensó su misericordia en la persona
de nuestro hermano el doctor don Gregorio
Funes...librándolo de un rayo que cayó en su mismo
dormitorio...en un suceso de mucha providencia o
milagroso. 41

A Nuestra Señora de Nieva le siguió en los años finales del


siglo XVIII una nueva devoción que pasó a acaparar la atención y los
recursos de Ambrosio. Se trata de Nuestra Señora del Rosario, en el
templo de los dominicos. Se podrá, entonces, encontrar a Ambrosio
estrechando sus lazos con la iglesia de Santo Domingo y sus cofradías.
Participó en la refacción del templo y la construcción del nuevo altar
40      
Este episodio aparece retratado en Luis Roberto Altamira, Génesis del culto a
Nuestra Señora de Nieva, o la Soterraña, para la historia de la Catedral de Córdoba
(Córdoba: República Argentina, Imprenta de la Universidad, 1947), 22-46. Es notable
el desinterés de Gregorio Funes por el asunto.
41      
Ambrosio Funes, "Relación de un suceso particular atribuido a Nra Sra de Nieva,"
Córdoba, 1 de diciembre de 1797, IEA, exp. 5762, fol. 1.
18 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

para Nuestra Señora del Rosario con contribuciones económicas de


peso. Quiso también hacer participar en estas obras a toda la familia.
La elección de esta devoción dominica se desarrolló no casualmente en
un momento en el que Ambrosio vio consolidar su posición
económica. Incluso había visto fortalecer su posición en el cabildo
secular [Q. #9: Por favor modifique la frase para evitar repetición.
CORREGIDO], al cual se había integrado desde la década de 1780.
Ambrosio logró afianzarse y terminó por convertirse en el líder de su
propia facción capitular.42 [Q. #10: La nota de pie de pág. no parece
ser la fuente para esta información. Por favor provea la fuente
específica. La fuente SI es correcta: ES UN ANALISIS DEL
CABILDO Y LAS DISPUTAS FACCIOSAS] No se puede pasar por
alto que la inclinación de Ambrosio por los dominicos tuvo mucho que
ver con estos cambios en su posición social; de hecho, su suegro
Tomás de Allende, quien le abriría las puertas del cabildo secular, era
desde 1772 el protector del convento de los dominicos en Córdoba. Y
Ambrosio heredó este mismo puesto con el correr de los años. Se
convirtió en el mayordomo de la cofradía del Rosario que funcionaba
en el templo de Santo Domingo y en el principal benefactor del templo,
según señalaría el prior de los dominicos.43
Las obras emprendidas fueron vividas por Ambrosio con
fervor. Quiso hacer partícipe de ellas a toda la familia. La
reconstrucción del templo que se llevó a cabo en los años finales del
siglo adquirió una vez más una significación familiar. Representaba,
según diría, la obra de los tres hermanos Funes: Gregorio, Ambrosio y
Domingo. Al respecto, Ambrosio escribió unos versos bien elocuentes
diciendo "tres hermanos llenos de emulación/han querido excederse en
este día."44 Había bastante exageración en estos versos, por cierto. Es
difícil afirmar que los tres hermanos compartieran tanto entusiasmo.
Gregorio, que se ubicaba en el clero secular cordobés y nada tenía que
ver con los dominicos, no pareció demostrar mucho interés por la
iniciativa de su hermano. Ambrosio y Domingo se repartieron los
gastos de las obras en partes iguales; no así Gregorio. Continúan los
versos de Ambrosio, recitando "Y no cual valga más, si la oración/o el
42      
La facción de Ambrosio fue rival del clan Allende. Este aspecto fue estudiado por
Eduardo Saguier, "Esplendor y derrumbe de una élite contrarrevolucionaria: el clan de
los Allende y su ajusticiamiento en Cabeza de Tigre," Anuario de Estudios Americanos
48 (1991):349-89.
43      
Méritos y servicios del Doctor Don José Felipe Funes y de su familia, Córdoba,
1807, IEA, exp. 5657, fols. 2-6.
44      
Ambrosio Funes, "Octavas a la Virgen del Rosario en la traslación a su nueva
capilla," Córdoba, sin fecha, IEA, exp. 6686, fol. 1.
MIRANDA LIDA 19

gasto impendido en obra pía.../A. [Ambrosio] y D. [Domingo] han


impendido/para adornar tu templo un dineral/y el otro [Gregorio] desde
el púlpito ha querido/haceros de alabanza un costo sin igual." 45
Mientras que Ambrosio y Domingo habrían contribuido con los fondos
necesarios con generosidad, Gregorio sólo habría aportado a la
ceremonia su presencia y su oratoria.
Lo hizo incluso a desgano. Gregorio no se preocupó siquiera
por difundir la oración sagrada pronunciada en aquella ocasión. Era
frecuente que la oratoria de los sacerdotes más prestigiosos circulara
manuscrita entre las amistades. Ambrosio tenía en Buenos Aires
algunas relaciones entre las que se contaban importantes religiosos
dominicos que ansiaban leer esa oración sagrada. A pesar de que
solicitaron en reiteradas ocasiones que les hicieran llegar una copia
manuscrita, el pedido no fue atendido. Gregorio Funes, lejos de tener
interés en cosechar relación con los dominicos, volcó sus esfuerzos en
cultivar lazos con la opinión ilustrada que por entonces se estaba
desarrollando en Buenos Aires. 46 Entabló correspondencia con Manuel
José de Lavardén e Hipólito Vieytes, entre otros. Vieytes fue el
fundador del [Q. #11: Por favor clarifique si Semanario es el
nombre del periódico. ESTA BIEN ASI. REVISADO] Semanario
de Agricultura, Industria y Comercio, una de las primeras expresiones
de la prensa ilustrada porteña de comienzos del siglo XIX. Lavardén
llegó al punto de comparar a Gregorio Funes con el recuerdo del ilustre
Juan Baltasar Maziel.47 Puede verse que Ambrosio y Gregorio
caminaban por sendas no del todo coincidentes. Mientras que el
primero no ocultaba su intensa vida devocional, el segundo prefería en
cambio aproximarse a lo más granado de la Ilustración rioplatense. Si
bien ésta confesaba su carácter católico, no por ello admitía el culto a
las imágenes y la superstición.48
La devoción fue un aspecto que dividió las aguas entre los
hermanos Funes. No sólo estaban cargadas de componentes
45      
Ambrosio Funes, "Octavas a la Virgen del Rosario en la traslación a su nueva
capilla," Córdoba, sin fecha, IEA, exp. 6686, fol. 1.
46      
Véase la correspondencia de Gregorio Funes, transcripta en [Por favor provea el
nombre del compilador. “Noticia preliminar de Raúl Quintana”. SIN MAS
DATOS] Archivos del doctor Gregorio Funes (Buenos Aires: Biblioteca Nacional,
1944), 1:103-18, y 22:19-21.
47      
Carta de Lavardén a Funes, Buenos Aires, 26 de junio de 1802, transcripta en
Archivos del doctor Gregorio Funes, 1:90.
48      
Sobre la Ilustración católica, véase José Carlos Chiaramonte, Ciudades,
provincias, estados: orígenes de la nación Argentina, 1800-1846 (Buenos Aires: Ariel,
1997), 21-35 y 87-108.
20 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

supersticiosos sospechosos para cualquier mentalidad ilustrada; para


peor, contenían también connotaciones políticas en un momento en el
que estaban vivos los fantasmas de la amenaza jansenista y de la
Revolución Francesa. Todo ello contribuyó a hacer más intensos los
matices que separaban a ambos hermanos.
La década de 1780 había sido testigo del desarrollo del
jansenismo italiano, movimiento que pretendió introducir un aire
renovador en la Iglesia y no tardó en ser rechazado por el papado. Se lo
juzgó heterodoxo y por lo tanto condenable. Celebró en 1786 una
asamblea (el Sínodo de Pistoya) en la que se propusieron diversas
reformas para la Iglesia que fueron rechazadas por la bula Auctorem
fidei. A pesar de la condena—o gracias a ella—el jansenismo se
encontraba en boga. Con el propósito de promover una religiosidad
"interior," más racionalista, desprovista del boato, la imaginería, la
sensibilidad y la superstición barrocas, el jansenismo insistió en
emprender toda una serie de reformas, dentro de la cual se destacaban
lo litúrgico y lo devocional. Arremetió contra las devociones religiosas
más tradicionales, entre ellas, la del Sagrado Corazón, por la cual era
devota la familia Funes.49 Fue por ello que Ambrosio le prestó tanta
atención al desarrollo del jansenismo. Ya desde antes de la Revolución
Francesa, había recibido desde Roma la advertencia del jesuita Gaspar
Juárez quien se lamentaba de que los jansenistas italianos hubieran
pretendido tamañas reformas. Para Juárez era deplorable que los
jansenistas consideraran "abusos muchos santos usos de la Universal
Iglesia, como son la invocación de los santos y de la madre de Dios; la
adoración de las Imágenes...llamando todo esto culto supersticioso." 50
La fuerza que parecía cobrar el jansenismo a fines del siglo
XVIII era un mal síntoma que podía augurar males todavía mayores. A
él se le sumaban la expulsión de la Compañía de Jesús, la supresión de
la orden, el estallido de la Revolución Francesa, la reforma de la
Iglesia que ella implementó con la Constitución Civil del Clero y más
tarde los altercados entre Napoleón y el papado, que componían una
patética comedia de enredos. Bajo el halo de una religiosidad teñida de
un fuerte componente supersticioso, Ambrosio Funes y Gaspar Juárez
no tuvieron ningún inconveniente en interpretar todos estos hechos en
49      
La bibliografía sobre el jansenismo es extensiva. Entre otros, Mario Rosa, "El
movimiento reformador que culmina en el Sínodo de Pistoya," Concilium 17
(1966):375-89. También pueden verse las reflexiones al respecto de Gaspar Juárez, en
su correspondencia con Ambrosio, en especial su carta datada en Roma, 8 de abril de
1789. Grenón, Los Funes y el P. Juárez, 1:136.
50      
Carta de Gaspar Juárez a Ambrosio Funes, Roma, 12 de julio de 1788, en Grenón,
Los Funes y el P. Juárez, 1:90-91.
MIRANDA LIDA 21

clave milenarista, como si constituyeran el producto de una oleada


irrefrenable de impiedad capaz de desatar la ira de Dios. A Córdoba
sólo le quedaría un único recurso para protegerse de estos males:
procurar la protección de Nuestra Señora del Rosario. En unos versos
dirigidos a la Virgen, Ambrosio señalaría, "por tu protección reina y
señora/Se ausenta el mal y todo el bien se encierra/en este pueblo feliz
y afortunado/a quien dais muestra de ser tu Pueblo amado/Si acaso
Dios por culpas enojado/rayos despide de una nube pasada/que llena de
pavor a este poblado.../en tu protección amparo aguarda/la defiendes
de rayos y centellas/bajo tu manto y tus alas bellas." 51
Nuestra Señora del Rosario, por cierto, no estaba sola en la
batalla contra la impiedad del siglo. La construcción de su nuevo altar
coincidió con la inauguración de otro que estuvo dedicado a San
Vicente Ferrer, erigido hacia 1800 en la iglesia dominica de Córdoba
gracias a la generosa financiación de Letamendi. El comerciante
porteño concertó con Ambrosio desde Buenos Aires la puesta en
marcha de esta obra. La preferencia por esta devoción no era nada
casual. San Vicente era un santo dominico de origen español que
anunciaba la redención que sucedería al Apocalipsis. Su devoción se
hizo muy frecuente en algunas regiones de Europa luego de la
Revolución Francesa en las que fue interpretada en clave
contrarrevolucionaria. Este santo habría profetizado las peripecias a las
que se vería sometido el papado, que parecían verse confirmadas en
Francia por Napoleón.52
La devoción mariana a Nuestra Señora del Rosario y la de San
Vicente Ferrer confluyeron en el templo dominico de Córdoba de la
mano de Ambrosio Funes y de su amigo Letamendi. Ellas se
conjugaron para expresar una fuerte expectativa por ver reafirmado el
poder pontificio, socavado desde la Revolución Francesa. Estas
expectativas ultramontanas aparecían formuladas en un lenguaje
profético, tal como puede leerse en las exclamaciones de júbilo con
que Ambrosio Funes recibió en 1800 la noticia de que sería consagrado
Pío VII. Las ideas proféticas y milenaristas estaban en boga en la
época. Ambrosio ya se encontraba para entonces familiarizado con las
ideas del exjesuita Manuel Lacunza, quien había promovido estas ideas
en su ya célebre obra La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, que

51      
Ambrosio Funes, "Elogios y aclamaciones a María Santísima," Córdoba, sin fecha,
IEA, exp. 6684, fol. 3.
52      
Acerca de esta devoción a fines del siglo XVIII en Europa, véase Marina Caffiero,
"La fine del mondo: profezia, apocalisse e millennio nell´Italia rivoluzionaria,"
Cristianesimo nella Storia 10 (1989):418.
22 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

circulaba manuscrita por Europa. De hecho, en la correspondencia de


Ambrosio Funes con Gaspar Juárez son recurrentes las referencias a
Lacunza, de ideas fuertemente milenaristas. 53
Se creía que la consagración del nuevo papa, que coincidió con
el cambio de siglo, la difusión de la devoción mariana, la consagración
del nuevo al altar al santo apocalíptico al cual Letamendi era devoto,
eran todos elementos que parecían en condiciones de anunciar, desde
una perspectiva milenarista, que la tormenta revolucionaria llegaría a
su fin de una vez y para siempre. Al misterio de iniquidad que se
desparramaba sin freno por Europa entre 1767 y 1789 habría de
sobrevenirle finalmente el triunfo—se esperaba—aunque no se sabía
bien ni cuándo ni cómo. En este marco, Ambrosio pudo afirmar
extasiado, en 1801, cuando se celebraba la primera función religiosa en
el reconstruido templo dominico, que:

Esta es la primera función que hacemos en este siglo.


Este es su primer Pontífice que ha coronado con su
dignidad y virtudes el siglo pasado y empezado el
presente, con elección pacífica y aplauso universal, a
pesar de tantas revoluciones suscitadas por las puertas
del Infierno. Con que estrenamos la primera fiesta, el
nuevo siglo, nuevo Pontífice, nueva capilla, nuevo San
Vicente.54

El entusiasmo con el que Ambrosio escribía estas líneas no se


contagiaba, sin embargo, a su hermano Gregorio. Éste no parecía
dispuesto a compartir esta sensibilidad religiosa plagada de
milenarismo, profecía y superstición. La única de sus oraciones
pronunciadas entre los dominicos que se conserva, dado que fue
entregada a la imprenta, es la que Gregorio pronunció en 1807 en
ocasión de las invasiones inglesas. Esta oración ofrece una buena
prueba de la actitud distante y poco entusiasta que el sacerdote tenía
con respecto a la religiosidad de su hermano. 55

53      
Mario Góngora, "Aspectos de la Ilustración católica en el pensamiento y la vida
eclesiástica chilena, 1770-1814," Historia 8 (1969):96-151; y José Emilio Burucúa,
"Ángeles arcabuceros: milenio, anticristo, judíos y utopías en la cultura barroca de la
América del Sur," Temas Medievales 3 (1993):83-120. Las reflexiones de Gaspar
Juárez se hallan en su carta dirigida a Ambrosio Funes del 8 de mayo de 1789, en
Grenón, Los Funes y el P. Juárez, 1:147-48.
54      
Ambrosio Funes, "Prevenciones para proclamar las alabanzas a N. S. del Rosario,"
Córdoba, sin fecha, IEA, exp. 6678, fol. 1; énfasis añadido.
MIRANDA LIDA 23

Gregorio fue invitado a ocupar el púlpito en el templo


dominico en un momento en el que los religiosos cobraron una
centralidad indiscutible, dado que tuvieron a su cargo la mayor parte de
las ceremonias religiosas (bendiciones de banderas, celebraciones de
Te Deum, etc.) asociadas a los festejos por los éxitos obtenidos ante los
ingleses que invadieron Buenos Aires en 1806 y 1807. Las banderas
inglesas fueron llevadas al templo dominico porteño, epicentro de las
celebraciones, según relata Juan Manuel Beruti en sus memorias. No
debe sorprender la centralidad adquirida por esta congregación
religiosa en estos años, dado que el héroe militar de la hora, Santiago
de Liniers, pertenecía a la cofradía dominica. Gracias a Letamendi, que
servía de vínculo entre Córdoba y Buenos Aires, y tenía, además, una
relación estrecha con Liniers, esas mismas banderas fueron luego
remitidas a Córdoba para darle mayor brillo a las celebraciones. Por
supuesto, el escenario de éstas fue el templo dominico de Córdoba y
fue Ambrosio Funes quien se encargó de preparar las funciones
religiosas.56
No es de extrañar que se haya escogido, pues, a Gregorio como
el orador sagrado con motivo de tales celebraciones. Éste debió
trasladarse desde la catedral donde cumplía cotidianamente sus
funciones, hacia el templo dominico, un espacio que no era el suyo.
Fue entonces cuando se le presentó al orador un profundo dilema.
Gregorio bien sabía que los dominicos interpretaban la victoria sobre
los ingleses en clave providencial, como si se tratara de una obra de
María. También Ambrosio Funes compartía esta explicación. 57 Pero
Gregorio no estuvo dispuesto a dejarse llevar por ella. ¿Cómo hace un
clérigo secular que se considera a sí mismo el más claro exponente del
clero ilustrado en su terruño natal para pronunciar una oración en
honor de Nuestra Señora del Rosario, a la que todos consideraban la
artífice del milagro de la victoria?
No casualmente, su discurso, lleno de ambigüedades, se centró
en discutir la legitimidad de la idea del milagro. Si bien comienza por

55      
Gregorio Funes, Oración congratulatoria pronunciada por el señor Doctor Don
Gregorio Funes en la fiesta que hizo el cabildo secular y pueblo de Córdova, en
obsequio de nuestra señora de Rosario el 23 de septiembre de 1807 por la victoria de 5
de julio del mismo año (Lima: Real Casa de Niños Expósitos, 1808).
56      
Juan Manuel Beruti registró en sus memorias el vínculo entre los dominicos y
Liniers en Memorias curiosas (Buenos Aires: Emecé, 2001), 51.
57      
Ambrosio Funes, "Plegarias y acción de gracias a N. S. del Rosario porque nos
librase y porque triunfasen las armas católicas del enemigo bretón," Córdoba, 1807,
IEA, exp. 6171, fol. 1.
24 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

afirmar que puede legítimamente considerarse a María "la autora de


nuestra dicha," inmediatamente introduce salvedades y agrega que,

Cuando afirmo que en las victorias adquiridas por


nuestro ínclito reconquistador se dejó ver el brazo de
María, no pretendo poner estos sucesos en el orden de
aquellos milagrosos en que obediente la naturaleza ve
con respeto quebrantadas todas sus leyes. Lejos de mí
esa falsa piedad, que siempre tímida, indecisa,
escrupulosa y limitada, se forma una virtud de su misma
debilidad y cree honrar a Dios viendo milagros en las
hechuras de su fantasía.58

Ni siquiera Dios, sostiene, puede quebrar las leyes de la


naturaleza para obrar milagros de acuerdo con una voluntad arbitraria y
caprichosa. A través de este argumento de raigambre ilustrada, que
reafirmaba la autonomía del orden natural y racional con respecto a lo
sobrenatural, Gregorio dejaba asentada una velada crítica a la
superstición. El clérigo ilustrado dio cátedra en el templo dominico. Si
bien la idea del milagro era de fácil comprensión y por ello no podía
dejar de ser mencionada, Funes no pudo pasar por alto cuánto de
absurdo había en ella, dado que contradecía los principios de la razón y
las leyes de la naturaleza. El argumento expresaba la clara distancia
que Gregorio se esforzaba por subrayar con respecto a la religiosidad
barroca. Pero era una distancia muy sutil, que sólo podía ser captada
por verdaderos entendidos que estuvieran familiarizados con el
lenguaje de la Ilustración. A quienes no se hallaran en estas
condiciones, en cambio, era probable que aquella sutileza fuera difícil
de percibir [Q. #12: Por favor utilize una expresión más formal.
CORREGIDO].
En el estrecho marco de la sociedad cordobesa, esta oración no
fue leída más que de rigor; circuló entre las manos de los dominicos y
los pocos laicos que en general solían frecuentar sus templos y
cofradías. En efecto, cada templo y cada orden religiosa solía tener su
círculo de laicos que hacían las veces de benefactores del templo, de
los altares y de las funciones religiosas. 59 Estos grupos tendían entre sí
lazos de solidaridad que estaban estrictamente pautados, con

58      
Oración congratulatoria pronunciada por el Doctor Don Gregorio Funes en la
fiesta que hizo el cabildo secular y pueblo de Córdoba en obsequio de Nuestra Señora
del Rosario el 23 de septiembre de 1807, por la victoria del 5 de julio del mismo año
(Lima: Real Casa de Niños Expósitos, 1808), 6; énfasis añadido.
MIRANDA LIDA 25

atribuciones definidas para cada cual. Cada cofradía constituía un


mundo en el cual se conformaban e integraban las clientelas que se
desplegaban en torno a las principales familias. Estaban compuestas
por una serie de allegados que, una vez que se hacían merecedores de
la confianza de la familia más prestigiosa, pasaban a integrar su círculo
e incluso compartían con ella sus negocios, sus trabajos y sus
beneficios.60 En este contexto, participar de una misma devoción y
favorecer su culto en un determinado templo, cuidadosamente
escogido, era un signo de lealtad a la clientela a la que se pertenecía.
En Córdoba existían a fines del siglo XVIII familias rivales
que competían por los cargos, el prestigio, los negocios y el poder; esa
rivalidad no podía permanecer indiferente a la vida devocional. La elite
social cordobesa estaba de hecho profundamente dividida. 61 No es un
dato casual que la "facción" adversa a la de los Funes concentrara sus
esfuerzos en fomentar otras devociones en las que éstos no
participaban. En efecto, los "sobremontista," facción rival por
antonomasia, tenían inclinación por la Virgen de las Mercedes y solían
beneficiar a los mercedarios con sus limosnas. 62 La devoción era, pues,
un signo de identidad nada insignificante en el marco de una sociedad
en la que todos se conocían; de hecho, las familias y sus clientelas
podían ser reconocidas según la devoción que profesaban.
Gregorio Funes, claro está, conocía muy bien estos códigos y
participaba de esta vida religiosa y devocional. Pero lo hacía siempre
con remilgos: se le ha visto abjurando de los mismos milagros en los

59      
Al respecto, debe considerarse la insistencia de Ambrosio por hacer circular la
oración de Gregorio entre diversas amistades. Sin embargo, no recibió mayor respuesta
al respecto. Véase la correspondencia en Archivos del doctor Gregorio Funes, 2:22-28.
Otro ejemplo al respecto se encuentra en Carta de Gaspar Juárez a Ambrosio Funes,
Roma, 12 de noviembre de 1793, en Grenón, Los Funes y el P. Juárez, 2:63.
60      
Para un estudio de caso de la familia de Benito González [Por favor clarifique a
qué familia se está refiriendo. ACLARADO] y sus negocios, véase Beatriz Bragoni,
Los hijos de la revolución: familia, negocios y poder en Mendoza en el siglo XIX
(Buenos Aires: Taurus, 1999). También, Lilians B. de Romero Cabrera, La casa de los
Allende y la clase dirigente, 1750-1810 (Córdoba: Junta de Historia de la Provincia de
Córdoba, 1993); y Eduardo Saguier, "Esplendor y derrumbe de una élite
contrarrevolucionaria: el clan de los Allende y su ajusticiamiento en Cabeza de Tigre,"
Anuario de Estudios Americanos 48 (1991):349-89.
61      
Un análisis sobre las consecuencias políticas de esta rivalidad se encuentra en
Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la
Argentina criolla (Buenos Aires: Siglo XXI, 1979), 254-69.
62      
En 1806, Ambrosio Funes escribía sobre este tema en los siguientes términos: "el
Bribón de Sobremonte...ocurre a Mercedes." Breves notas manuscritas sin título,
Córdoba, sin fecha, IEA, exp. 6170, fol. 1.
26 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

que su hermano Ambrosio, por contraste, depositaba una inmensa fe.


La estrechez de la sociabilidad cordobesa, junto con su religiosidad
tradicional, teñida de supersticiones, contrastaba con el carácter de un
clérigo que había hecho de la cultura ilustrada su identidad. En el clero
secular [Q. #13: Por favor modifique para evitar repetir la misma
frase. CORREGIDO] Funes adoptó una identidad sacerdotal en la
que las Luces se convertían en su nudo central.
No se define las Luces en el sentido habitual en el que es
interpretado este término en la historia de las ideas o de la filosofía. Es
decir, no interesa el tratar de establecer la filiación de Funes con una
tradición intelectual definida en torno a un selecto grupo de autores e
intelectuales del siglo XVIII europeo a la que eventualmente se le
podría vincular. En realidad, más importante que los autores y los
libros que leía, eran, en realidad, sus gestos y actitudes. No importaban
tanto los libros por sí mismos. Lo que valía era el contraste que ellos
producían en una sociedad como la cordobesa, en la que circulaban
bastante poco.
Funes contaba con una licencia de la Corona que lo autorizaba,
sin restricciones, a leer libros prohibidos y era capaz de invertir fuertes
sumas en su compra; por ejemplo, en 1800 encargó un cajón con más
de noventa volúmenes.63 Independientemente de la lectura que pudo
haber hecho de estos libros, este solo gesto lo convertía a Funes en un
hombre ilustrado. Contrastaba con una sociedad donde los libros se
conocían sólo en ámbitos muy exclusivos como el de la universidad y,
aun en ella, no se renovaban con la frecuencia que era de desear. Funes
pretendía, en cambio, que las novedades llegaran a su alcance de
primera mano y demostraba estar al tanto de los temas y autores en
boga en el seno de la cultura ilustrada. De este modo, ofrecía la
irreprochable imagen de un hombre ilustrado.
Esta imagen era mucho más importante que cualquier otra
cosa. En realidad, no había necesidad de que tuviera un conocimiento
preciso [Q. #14: Por favor clarifique el uso de la palabra
"aceitado" en este contexto. CORREGIDO] de cada texto y de cada
autor. Sí, en cambio, era importante conocerlos aunque sólo fuera de
oídas para evitar quedarse en ascuas en caso de que se los oyera
mentar; era necesario estar en condiciones de poder emitir algún

63      
Factura de un cajón de libros...a cuenta del Dr. Don Gregorio Funes, Buenos Aires,
sin fecha, IEA, exp. 5566, fols. 1-2; y Licencia concedida a favor de Gregorio Funes
para que pueda leer libros prohibidos, Madrid, 21 de diciembre de 1779, IEA, exp.
5805, fols. 1-8.
MIRANDA LIDA 27

comentario al respecto.64 De allí la importancia de mantener


correspondencia frecuente con hombres de mundo, con los que se
pudiera discutir sobre las más diversas materias: historia, filosofía,
política e incluso ciencias naturales. El clérigo ilustrado vivía en un
mundo que tenía a la pluma como principal vehículo. Es comprensible
que la sociedad y la Iglesia cordobesas, con sus devociones sostenidas
puntualmente por familias que se conocían, vinculaban o repelían entre
sí, sus imágenes religiosas, su carácter milagrero y sus costumbres le
resultaran un tanto difíciles de aceptar a Gregorio Funes, que se jactaba
de ser el más claro exponente—si no el único—del clero ilustrado
cordobés. Las tensiones y contradicciones que el clérigo ilustrado
encontró en su Córdoba natal llevaron a Funes a orientar su mirada
hacia Buenos Aires.
Antes de 1810 no existía una brecha insalvable entre la
Córdoba mediterránea y la Buenos Aires del litoral. La trayectoria del
marqués de Sobremonte, gobernador de Córdoba y más tarde virrey del
Río de la Plata, constituye un buen indicador de la sintonía en la que se
hallaban ambas ciudades. En ellas se respiraba una atmósfera
semejante. Podían jactarse por igual de los progresos urbanísticos que
experimentarían a fines del siglo XVIII de la mano de gobernadores
ilustrados; parecía que competían entre sí por lucirse. De hecho, un
viajero como Alexander Gillespie quedó gratamente impresionado por
el movimiento comercial de la ciudad cordobesa y el desarrollo que
ella verificaba en sus manufacturas. La Córdoba que describe Gillespie
no se agota en el estereotipo de una ciudad de vocación puramente
religiosa, nutrida de abundantes templos y conventos. 65 Mientras
Córdoba mantuvo la promesa de ser una ciudad pujante, en un
momento en el que el comercio se hallaba en un estado floreciente,
Funes conservó—no casualmente—su residencia en la ciudad
mediterránea. Pero esa brecha entre ambas ciudades se agrandaría
hasta alcanzar límites insuperables luego de la revolución de
independencia.
El viaje de Gregorio a Buenos Aires en 1810, del cual ya no
retornaría, lo separó de su familia. No obstante, ésta no se dividió.
Lejos de ellos, la revolución de independencia contribuyó a hacer más
estrechos los lazos en el corazón [Q. #15: Por favor reemplace la

64      
En la correspondencia de Funes de fines del siglo XVIII puede verse esta actitud.
En su mayor parte se encuentra recopilada en Archivos del doctor Gregorio Funes, vol.
1.
65      
Alexander Gillespie, Buenos Aires y el interior, trad. Carlos Aldao (Buenos Aires:
Hyspamérica, 1986), 183.
28 COLONIAL LATIN AMERICAN HISTORICAL REVIEW SPRING 2005

palabra para evitar repeticiones. CORREGIDO] de una familia


como los Funes, cuyo bienestar económico se vio fuertemente
sacudido por la revolución. En 1810, Gregorio se comprometió con el
gobierno revolucionario y se encargó de obtener beneficios
económicos y financieros a favor de la clientela que la familia protegía
en Córdoba. La correspondencia entre ambos hermanos da muestras de
cómo el deán procuraba conseguirle al grupo familiar y a su completa
clientela ciertos privilegios comerciales, industriales, rentas y
prebendas, bajo la garantía del gobierno. También los sobrinos le
escribían a Gregorio, ya instalado en Buenos Aires, para consultarle si
podía hacer algo a favor de los intereses económicos de la familia,
perjudicados por las transformaciones políticas y el desmoronamiento
del comercio.66 La revolución, las guerras y sus consecuencias
fortalecieron la cohesión entre ambos hermanos, y la familia logró así
sobrevivir a la tormenta revolucionaria. 67 La desventura que supuso la
revolución para la familia contribuyó finalmente a solidificar los lazos
familiares, a pesar de las diferencias que desde antaño existían entre el
clérigo ilustrado y la religiosidad barroca de su hermano.

66      
Obtuvo varias rentas y beneficios gracias al compromiso con el gobierno a favor
de José Felipe Funes, de José Arroyo y otros protegidos de la familia [Por favor
clarifique el significado que se le está dando a la palabra en este contexto.
CORREGIDO] de la familia. Las correspondencias ofrecen abundantes pistas al
respecto tanto en los Archivos del doctor Gregorio Funes, vols. 1 y 2, como las [Por
favor provea el nombre del autor o del editor de la obra "Cartas íntimas."
EDITOR: DAVID PEÑA. RESPONDIDO] "Cartas íntimas del deán D. Gregorio
Funes a su hermano don Ambrosio (1810-1823)," Atlántida 1:2 (1911):176-93; y 1:3
(1911):380-92.
67      
Los trabajos ya citados de Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra, 380-404, y
Beatriz Bragoni, Los hijos de la Revolución, refuerzan esta misma conclusión.

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