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Para entender lo ocurrido conviene reconstruir algunos hechos claves de esta historia, y,
principalmente, tener muy presente que ella se enmarca en el contexto de la dictadura de
Fujimori y Montesinos (1990-2000), sin cuyos métodos y costumbres nefastos ella
jamás habría tenido lugar. El caso Lucchetti sirve de manera luminosa para mostrar
cómo una dictadura no sólo atropella los derechos humanos e institucionaliza la
corrupción en un país; también, distorsiona profundamente el funcionamiento de la vida
económica imponiendo a las empresas y a los empresarios unas reglas de juego que, en
tanto que a algunos los enriquece de manera arbitraria, a otros los desprestigia y los
arruina, a menudo injustamente. El gran error de Lucchetti no fue tanto erigir una
fábrica en un terreno ecológico protegido al que podía dañar, sino hacerlo convencido
de que las reglas de juego mafiosas y gansteriles del fujimontesinismo, si se ponían de
su lado, le allanarían todos los obstáculos que le presentaba una Municipalidad a la que
la dictadura, por su posición opositora, odiaba y tenía sometida a un acoso implacable.
No tengo la menor duda de que el grupo Luksic opera en Chile, un país donde existe un
sistema legal digno de ese nombre, respetuoso con las leyes vigentes. Y, por esa razón,
creo también improbable que, allá, Lucchetti hubiera emprendido la construcción de la
fábrica con los permisos insuficientes, como lo hizo en Lima: sólo una licencia para
levantar "un muro perimétrico" y una disposición edilicia para habilitar una zona rural
al casco urbano. ¿Alguien le hizo suponer que confiando la construcción de la fábrica a
la empresa J.J. Camet, de la familia del entonces influyente ministro de Economía de la
dictadura, Jorge Camet, se eclipsarían los obstáculos? No ocurrió así. Cuando, luego de
la intervención y denuncia de diversas organizaciones ecologistas, la municipalidad de
Lima ordenó la paralización de las obras, revocando una licencia obtenida por Lucchetti
de la municipalidad del distrito de Chorrillos, la fábrica estaba prácticamente
construida. Entonces, los directivos chilenos llevaron el caso al Poder Judicial.
Hasta aquí, todavía puede considerarse que la controversia oponía a una empresa
privada y al municipio de Lima sin que terciara en ella, por lo menos de manera muy
visible, la política. Pero, a partir de ahora, ya no. Sabedores de que en el régimen de
Fujimori y Montesinos, como ocurre en todas las dictaduras, los tribunales y los jueces
eran meros títeres a los que hacía danzar a su antojo el poder autoritario, los dueños de
la empresa fueron a defender su caso ante el factótum todopoderoso del régimen, el
celebérrimo Vladimiro Montesinos, "asesor" de inteligencia y jefe supremo de la
corrupción. Lo que nunca sospecharon los empresarios chilenos es que Montesinos no
sólo los escucharía y les prometería ayudarlos, sino que, al mismo tiempo, grabaría en
un video las entrevistas que celebró con ellos, y que años después, al producirse la fuga
de Fujimori al Japón, por lo menos dos de aquellas cintas se harían públicas. Ambas
grabaciones son extraordinariamente instructivas sobre la manera cómo se resolvían los
conflictos empresariales y judiciales en el Perú, en esos años de barbarie.
El caso Lucchetti ilustra de manera ejemplar las distorsiones traumáticas que para el
funcionamiento de las empresas acarrea un régimen autoritario, como el que padeció el
Perú en la década de los noventa. Todavía hay ingenuos, entre los empresarios
peruanos, que añoran a Fujimori. Es verdad que algunos de ellos hicieron estupendos
negocios. Pero, a muchos otros, en cambio, como a Lucchetti, ese sistema que vulneraba
todas las leyes y los principios éticos y la más elemental decencia política, los arrastró
en un turbio remolino y los perjudicó tremendamente. El perjuicio no fue sólo
económico, sino de imagen y de crédito moral. Más todavía: las malas costumbres que
introdujo y propagó esa dictadura que algunos osan todavía calificar de "neoliberal"
causaron un gran daño a la empresa privada y al régimen de economía libre en general,
haciendo que en el imaginario colectivo de los peruanos este sistema apareciera
identificado con un régimen que inspira vergüenza y escándalo. Las heridas y traumas
que el fujimonstesinismo ha dejado en el Perú serán de convalecencia todavía más larga
que las de Lucchetti.