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utilidad patrimonial y cuya naturaleza varía según la función económica y social de la relación
jurídica establecida.
En los "pequeños contratos", como los que habitualmente se celebran para cubrir las
necesidades cotidianas, no suele haber entre las partes tratativas previas; pero, cuando ya la
complejidad del negocio o su incidencia en el patrimonio de las personas lo requieren, los
negociantes diligentes suelen establecer tratativas previas a la celebración, que les permiten
barruntar si el negocio jurídico que consideran realizar puede ser idóneo para satisfacer la
utilidad que persiguen, evaluando su conveniencia con la libertad de decidir, de buena fe,
concretarlo o no hacerlo.
A diferencia de lo que ocurría con sus antecesores, los códigos Civil y de Comercio, que
carecían de regulación específica en este aspecto de la materia, el nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación regula las "tratativas contractuales" en los artículos 990 a 993, ambos
inclusive (Libro Tercero, de los Derechos Personales; Título II, de los Contratos en General;
Capítulo 3, Formación del Consentimiento; Sección 3), normas que analizaremos, tras efectuar
algunas consideraciones de carácter general.
Siguiendo la denominación que les asignó la doctrina francesa, nuestros autores se han
referido a menudo a ellas como pourparlers, señalando que deben considerarse tales todas las
exteriorizaciones inidóneas para concluir un contrato y que, sin embargo, tienen por fin llegar
a concretarlo. Inidóneas, porque si fueran idóneas, se estaría ya frente a la oferta y la
aceptación; cuando lo que por ellas buscan quienes las desarrollan es elaborar un proyecto de
contrato, de modo tal que, recogiéndolo uno de ellos en una oferta, pueda ser aceptado por el
otro (1).
Se discuten en ellas tanto aspectos jurídicos como metajurídicos de la que podría ser una
relación funcional entre las partes, procurando alcanzar una regulación satisfactoria para ellas,
generalmente sobre la base de renuncias recíprocas que permiten alcanzar el equilibrio
deseado (3).
No están sólo reservadas a contratos de gran complejidad o envergadura económica, sino que
se dan en todos los casos en los que el intercambio de información puede incidir tanto en la
celebración del contrato como en la determinación de su contenido y en las que los sujetos se
encuentran en una situación de paridad hipotética en el proceso de formación del
consentimiento (5).
Por ello, pueden darse en cualquier contrato negociado, al tiempo que su virtualidad, su razón
de ser, se verá notoriamente limitada, hasta su práctica supresión hipotética, en el caso de los
contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas (arts. 984 a 989 del
CCCN).
Tal como se afirmó en el punto 3.3. de los Fundamentos del Anteproyecto de Código Civil y
Comercial de la Nación, enviados por los integrantes de la Comisión Redactora al Poder
Ejecutivo Nacional, las normas contenidas en esta Sección del código no resultan de aplicación
primaria a los contratos de consumo, cuyo régimen de formación del consentimiento se
encuentra regulado en el Título III del Libro Tercero del código, que opera sobre una lógica
jurídica distinta de la de una relación que se presume igualitaria, propia de los artículos que
consideramos, como es la de tutela del consumidor (6).
Las tratativas contractuales transcurren desde que las partes entran en contacto con miras al
perfeccionamiento de un contrato, hasta que alcanzan un contrato preliminar (art. 994 CCCN);
concretan un contrato definitivo (arts. 957, 971 y conc. CCCN) o alcanzan un acuerdo parcial
conclusivo (art. 982 CCCN). No hay en la materia límites temporales ni plazos de caducidad
legalmente establecidos, aunque nada obsta a que las partes los establezcan como parte de su
proceso de negociación. Las tratativas pueden desarrollarse por el tiempo que las partes lo
deseen, en tanto lo hagan de buena fe y con fundamento en un interés legítimo.
Las tratativas previas presuponen en el derecho moderno el plano temporal de una etapa en la
que los negociadores exhiben sus intenciones tratando de obtener un beneficio en
consonancia con la pretensión de la otra. La enorme importancia de este lapso radica en que
dichas tratativas pueden llegar a convertirse en un instrumento de coordinación para
satisfacer intereses basados en la buena fe y la lealtad de las partes (7).
Es probable que si se presenta un relevante interés para las partes, se extiendan en el tiempo y
en intensidad. Si no es así, suelen ser innecesarias o de breve duración (8).
Pueden ser llevadas adelante por equipos de negociadores y analistas, aunque es claro que su
efectividad requiere de unidad de dirección; la que hace a una conducción diligente de las
negociaciones por cada una de las partes. La dispersión, la confusión, los retrocesos derivados
de la pluralidad de criterios que por una misma parte pueden darse en la toma de decisiones,
pueden generar la frustración dañosa de las expectativas depositadas de buena fe en el
proceso por otra u otras partes contratantes.
Se establece en el artículo 990 del CCCN: "Libertad de negociación. Las partes son libres para
promover tratativas dirigidas a la formación del contrato, y para abandonarlas en cualquier
momento".
La norma sigue la línea del artículo 2.1. 15 -1) de los Principios de Unidroit —Instituto
Internacional para la Unificación del Derecho Privado, soft law tenido en consideración en la
elaboración del Código—, que establece que "Las partes tienen plena libertad para negociar
los términos de un contrato y no son responsables por el fracaso en alcanzar un acuerdo",
salvo que ello ocurra por mediar mala fe.
El Draft Common Frame of Reference europeo establece, en la Sección 3 del Capítulo 3 del
Libro II, el principio por el que toda persona es libre de entrar en negociaciones y no es
responsable por el fracaso del acuerdo (II.3:301 ap. 19. Se trata de un criterio prevalente en las
regulaciones legales de las economías de mercado.
Pero no son pocas las ocasiones, en especial en el mundo empresarial, en las que las partes
negocian en situación de mayor paridad, mucho más cerca del desiderátum igualitario con el
que fue concebido entre nosotros el contrato y, entonces, el proceso de negociación les
permite arribar a decisiones más robustas, mucho más ajustadas a sus intereses y con mayores
posibilidades de permitirles obtener la finalidad perseguida.
En nuestra tradición jurídica, que el nuevo código continúa ajustándola a los requerimientos
de la época, se ha concebido a la autonomía de la voluntad como un poder jurígeno
reconocido a los particulares, tutelado en el orden constitucional básicamente por el artículo
19 de la Constitución Nacional —norma complementada en la materia por otras, como los
artículos 14, 16 y 17 de la norma máxima, así como por diversas disposiciones de los Tratados
Internacionales de Derechos Humanos, que el código establece como fuente, sin limitación a
los de jerarquía constitucional—, y en el orden infraconstitucional por el artículo 958 del
Código Civil y Comercial de la Nación, que establece que "Las partes son libres para celebrar un
contrato y determinar su contenido, dentro de los límites impuestos por la ley, el orden
público, la moral y las buenas costumbres".
Cualquier sujeto de derecho puede instar a otro u otros a establecer tratativas destinadas a
formar un contrato. Ello puede darse tanto para la compra de un bien, la provisión de un
servicio, la formación de una sociedad o de un club de barrio; siempre que se requiera un
proceso de intercambio de ideas, información y alternativas negociales, necesarios para la
construcción de un consentimiento robusto que permita acuerdos tanto eficientes en su
implementación como eficaces en la obtención de la finalidad considerada por las partes.
Al igual que ocurre en otros ámbitos de la vida, la igualdad real no suele darse en el mercado.
El propósito del derecho, cuando la considera, es el de tratar como iguales a quienes se
encuentran en circunstancias semejantes, en las que la admisión de un trato diferente
respecto de alguno de los sujetos involucrados en una determinada relación, podría ser
considerada un ejercicio discriminatorio.
A menudo habrá de servir, también, para una adecuada evaluación de las calidades requeridas
en una de las partes, posibilitando determinar si se encuentra en condiciones de asumir la
posición contractual que anhela.
Ese proceso suele darse a partir de la iniciativa de alguna de las partes interesadas, y
desarrollarse ya desde lo muy básico, el tanteo de posibilidades o ya desde la propuesta de
consideración de un proyecto negocial mucho más delineado, elaborado por alguna de ellas y
generalmente progresa por vía del intercambio de ofertas y contraofertas que van perfilando
el contenido final de un acuerdo, hasta que los interesados acuerdan con relación al que todos
consideran satisfactorio para sus intereses y expectativas. Es allí cuando se alcanza el
consentimiento, referido a una determinada integración subjetiva del emprendimiento común,
y a unas también determinadas operación jurídica considerada y causa, y es cuando usan las
tratativas para dar paso al contrato.
Una vez que existe una declaración bilateral, ella es obligatoria para las partes, pues como
existe la libertad para obligarse, existe el deber de respetar y cumplir los términos del acuerdo
(11). Un acuerdo alcanzado por medio de negociaciones serias, en las que las partes han
evaluado los distintos aspectos de sus necesidades e intereses, conviniendo entre ellas al
respecto, tiene mayor posibilidad de transitar el período funcional sin conflictos; aún cuando el
procedimiento de negociación no puede dar ninguna seguridad respecto a su inexistencia
futura, pues en contratos de larga duración, son muchas las situaciones que las partes no
podrán prever al tiempo de la celebración. El derecho de los contratos, como cualquier otra
institución social, no es una ciencia exacta.
Desde el Análisis Económico del Derecho se ha dicho que la función fundamental del derecho
de los contratos es disuadir a los individuos de comportarse en forma oportunista con sus
contrapartes, a fin de alentar la coordinación óptima de la actividad y evitar costosas medidas
de autoprotección (12) y una mejor elaboración de los términos del acuerdo de voluntades
puede contribuir notoriamente a que aquélla se satisfaga.
Las tratativas no tienen efecto vinculante, al menos no en los términos del artículo 969 del
CCCN, que se refiere a los contratos ya concluidos; pero sí tienen la ligazón generada por la
buena fe, respaldada por la función coercitiva de las consecuencias derivadas de su
inobservancia (13).
Con relación específica a la etapa contractual, se establece en el artículo 991 del CCCN "Deber
de buena fe. Durante las tratativas preliminares, y aunque no se haya formulado una oferta,
las partes deben obrar de buena fe para no frustrarlas injustificadamente. El incumplimiento
de este deber genera la responsabilidad de resarcir el daño que sufra el afectado por haber
confiado, sin su culpa, en la celebración del contrato".
En el artículo 2.1.15 - 2) de los Principios Unidroit se establece que si bien las partes
negociantes no son responsables por el fracaso en alcanzar un acuerdo, la que "...negocia o
interrumpe las negociaciones de mala fe es responsable por los daños y perjuicios causados a
la otra parte"; aclarándose luego 3) que "...se considera mala fe que una parte entre en o
continúe negociaciones cuando al mismo tiempo tiene la intención de no llegar a un acuerdo".
Es claro, entonces, que nos encontramos ante otro principio general uniforme de las reglas de
contratación propias de los sistemas jurídicos de las economías de mercado. Se trata de un
principio vertebral del derecho privado, en el que la buena fe debe ser presumida, hasta tanto
se no pruebe la existencia de un obrar del sujeto, contrario a ella.
No obstante, el límite a la valoración de la buena fe está dado por la propia conducta de las
partes, por lo que han efectivamente considerado; ella conduce a una interpretación razonable
de los vínculos negociales, lo que excluye que por vía interpretativa pueda imponerse a ellas
una voluntad que no han manifestado (17).
En la buena fe como apariencia, el juez debe considerar la intención del sujeto, su estado
psicológico o íntima convicción en relación a la situación dada; permite considerar válida una
creencia del sujeto que no sería admisible si se apreciara la diligencia común exigible para
garantizar la seguridad en el tráfico; su mayor campo de aplicación se da en las transmisiones
dominiales, en las que el adquirente confía en la apariencia de una situación jurídica
determinada (20).
Se entiende que en el ámbito de las relaciones nacidas de negocios jurídicos rige el concepto
de buena fe objetiva, que impone el deber de actuar con lealtad y rectitud, tanto en las
tratativas anteriores al negocio como en su celebración, interpretación y ejecución. Así
entendida, la buena fe cumple una función correctiva del ejercicio de los derechos. El
comportamiento correcto, definido conforme a un estándar objetivo, señala un "deber ser"
respecto de cómo deberían actuar las partes y, por su origen legal e imperativo, constituye un
control, un límite (22).
La norma del nuevo código opera con un concepto de buena fe objetivo, que se expresa en el
deber del sujeto de abstenerse de desplegar conductas que puedan frustrar injustificadamente
las negociaciones.
Es claro que en un época en la que los grandes números de la economía mundial se han
trasladado al terreno de los intangibles, de la información, de los derechos sobre procesos
industriales y de provisión de bienes y servicios, al conocimiento, al know how industrial o
comercial que posibilita el desarrollo de un determinado negocio, la información confidencial
relativa a un determinado proceso industrial o diseño de negocio constituye un valor
económico relevante, protegido por el sistema jurídico en todas las sociedades de mercado.
En casos como el del know how, es en su secreto donde finca gran parte de su valor
económico, por lo que goza de protección, entre otras normas, en la Ley de Patentes de
Invención y Modelos de Utilidad, 24.481.
Es común que cuando dos partes se encuentran en la negociación de, por ejemplo, un contrato
de franquicia, el franquiciante deba compartir con quien aspira a ser un franquiciado,
información confidencial sobre el modelo de negocio y de producción de los que se vale y,
dada tal circunstancia, constituye una necesidad razonable del proceso de negociación que
quien recibe la información básicamente secreta deba abstenerse de transmitirla a terceros o
de utilizarla en su provecho, en caso de no alcanzarse luego un acuerdo contractual entre las
partes.
Esa información confidencial suele ser el activo principal de muchas empresas y sistemas y es
por ello que quien habrá de proporcionarla suele exigir que quien habrá de recibirla acepte un
pacto o acuerdo de confidencialidad, en el que pueden preverse penalidades para el caso de
incumplimiento.
Por otra parte, dados los valores en juego, los intereses potencialmente afectados y el sentido
de la norma, resulta claro que, en caso de duda acerca del carácter confidencial o no
confidencial de una determinada información, quien la recibió debe considerarla secreta, no
sólo para evitar incurrir en responsabilidad sino también para honrar la confianza en él
depositada.
La norma se refiere a un instrumento particular, entre los que pueden darse en una etapa de
negociación previa a la concreción de un vínculo contractual (24). La carta de intención es una
forma de documentar el avance de las negociaciones; su objeto es la negociación en sí misma y
no necesariamente el contrato futuro (25). Puede ella tener distintas finalidades:
a) Declarativa y probatoria: registrando puntos sobre los que los negociantes arribaron a un
acuerdo y otros, sobre los que se mantiene el disenso; lo que permite mantener orden y
claridad sobre la marcha de las negociaciones, cuestión de especial utilidad cuando ellas con
son de carácter complejo. Carecen de obligatoriedad jurídica y cumplen una función
ordenatoria y probatoria.
c) Determinadora de objetivos: cuando las partes establecen los objetivos que procuran
alcanzar en las negociaciones. En este tipo de cartas de intención es habitual encontrar un
preámbulo en el que se enuncian los motivos que alientan la realización de las negociaciones.
Entre los distintos deberes y obligaciones que suelen pautarse en estos documentos, pueden
mencionarse: el deber de confidencialidad; el de lealtad; el de información, todos subsumidos
en el genérico de obrar con sujeción al principio vertebral de buena fe, aunque algunas
especificaciones suelen ser beneficiosas, por aportar claridad al contenido de las conductas
debidas. También se estipulan habitualmente cláusulas de mediación; de colaboración en la
investigación de algún tema (ej. disponibilidad de inversiones; estudios de suelo o de impacto
ambiental, etc.) y de limitación de responsabilidad entre negociantes.
Se ha decidido que la ruptura de las negociaciones impulsadas por una carta de intención
puede dar lugar a responsabilidad precontractual, y son válidas las cláusulas de
irresponsabilidad pactadas para el caso de que cualquiera de las partes se retire de la
negociación, salvo que se trate de una relación de consumo, hipótesis en la cual cobraría
relevancia lo dispuesto por el art. 37 inc. a de la ley 24.240. (26)
A menudo, en procesos de negociación extensos, las partes establecen acuerdos parciales, que
no constituyen un contrato concluido; pero evitan volver atrás sobre cuestiones ya
conformadas.
Rige en la materia el principio de libertad de formas establecido en el artículo 1015 del CCCN,
aún cuando lo negociado sea un contrato de los mencionados en el artículo 1017 del CCCN,
pues no debe confundirse proceso de negociación con contrato.
El contrato no puede trasgredir ninguno de los límites establecidos por el orden público, la
moral y las buenas costumbres. Las tratativas contractuales son un terreno apto para
evaluarlos, precisamente para que ello no ocurra. Es que a menudo los negociantes procuran
alcanzar un acuerdo por una vía técnicamente inadmisible, lo que puede ser establecido, con
el debido asesoramiento profesional —jurídico, tributario, etc.—, en esa etapa negocial previa.
El código deja en claro que gozan de plena libertad para explorar sus alternativas negociales,
para ponderar su conveniencia; para avanzar en la concreción de un acuerdo o para apartarse
de su búsqueda y seguir cada parte su camino, ello con el único límite de no haber burlado la
buena fe depositada por la otra o las otras partes negociantes.
Durante las tratativas contractuales, las partes gozan de libertad de formas, sin perjuicio de la
que deban observar en caso de encontrarse alguna impuesta para la instrumentación del
contrato al que puedan arribar.
X. 1) Responsabilidad.
Si bien podría considerarse que, dado el principio de libertad para contratar o no hacerlo, la
frustración de la posibilidad de concretar el consentimiento en un caso determinado no podría
dar lugar a responsabilidad, desde la publicación, en 1860, de la primera edición de la obra de
VON IHERING, Rudolf "La culpa 'in contrahendo'..."(28), se ha venido consagrando una
responsabilidad precontractual; labor en la que constituyó un hito la publicación , en 1906, en
Italia, de la Obra de Faggella, "Dei periodi precontratualli e della loro vera ed exata costruzione
scientifica"(29). Tal responsabilidad se verifica, como una consecuencia de la buena fe negocial
que debe orientar las tratativas, cuando la conducta de una de las partes genera expectativas
que luego se ven frustradas por un apartamiento intempestivo, violento, abrupto.
Ihering puso de manifiesto que alguien puede incurrir en culpa en el momento de contratar, y
situó el deber de diligencia a partir del momento de la oferta. El mérito de Fagella es el haber
llamado la atención sobre la necesidad de investigar el período de formación del contrato
anterior a la emisión de la oferta. En su pensamiento, el proceso de formación del contrato
puede dividirse en dos etapas, la primera de ellas constituida por todas las conversaciones,
intercambio de ideas, tratos y discusiones desarrolladas hasta el momento de la oferta; la
segunda, iniciada por la oferta y cerrada con la conclusión del contrato. En la primera etapa
pueden distinguirse dos períodos, el primero, de ideación y de elaboración; el segundo, de
perfeccionamiento o concretización de la propuesta. La segunda etapa constituye el tercero de
los períodos precontractuales, el operativo, en el que la oferta es puesta en movimiento. Este
autor consideró que podía existir responsabilidad aún antes de la emisión de la oferta, la que
podrá darse a partir del momento en que uno de los tratantes, ya en forma expresa, ya tácita,
consiente que el otro realice un trabajo preparatorio, generando confianza en el otro, por lo
que el retiro intempestivo de las tratativas genera la responsabilidad del resarcimiento de los
gastos y del costo efectivo de la obra de la obra parte (30).
Dichos autores operaron sobre la idea de una responsabilidad de base contractual; mientras
que para una parte sustantiva de la doctrina y la jurisprudencia nacionales, al no haberse
alcanzado un contrato, la responsabilidad en esta etapa debe ser evaluado según las reglas
propias de los vínculos extracontractuales, ya con base en la culpa aquiliana, ya por aplicación
de la teoría de la responsabilidad legal, ya por la del abuso en el derecho a no contratar (31).
a) Una conducta antijurídica, consistente en la violación del deber de obrar con buena fe. Es
deber de los precontratantes observar conductas diligentes, que se traduzcan en el deber de,
por ejemplo, conservar y custodiar los bienes que se hubiesen desplazado con motivo de las
tratativas previas; en obrar con la diligencia que impongan las circunstancias; en abstenerse de
realizar actos antifuncionales como los que no son idóneos para avanzar en las negociaciones o
los que pueden causar perjuicios al otro precontratante. Quien sufre tales conductas de su
contraparte en las negociaciones encuentra una justificación para apartarse de ellas (32).
La ruptura de las tratativas contractuales no podrá ser considerada injustificada cuando se
halle sujeta a una causa que legitime el ejercicio de la libertad de no contratar, como lo seria
buscar una mejor ocasión, mejores condiciones respecto del precio o la financiación, mejor
calidad en la cosa o servicios considerados o cuando en el transcurso de las negociaciones
sobrevienen circunstancias ajenas a las partes que alteran sustancialmente la relación de
equilibrio que hasta entonces tenían; situaciones ante las que la parte que decide apartarse de
las tratativas tiene el deber de informárselo a la otra, para evitarle incurrir en gastos inútiles o
la pérdida de otras ocasiones negociales (33).
Genera sí responsabilidad el que una parte avance en las negociaciones ocultando a la otra la
existencia de una causa de invalidez del contrato, que conoce; aún cuando ello ocurra por
negligencia y no por dolo.
El inicio de tratativas sin seriedad, sabiendo por anticipado que no se tiene la intención de
comprometerse; la actitud reticente en proporcionar información relevante; el falseamiento
de la realidad; la disimulación de lo verdadero; la prolongación de las tratativas, cuando se ha
tomado ya la decisión de contratar con un tercero, constituyen supuestos de falta al deber de
buena fe y, por ello, potencialmente generadores de responsabilidad (34).
c) Daño generado por tal conducta, entendido el concepto en sentido amplio, pues la nueva
norma no contiene la limitación al generado en el interés negativo, como ocurría en el
Proyecto de 1998, tenido en consideración por la Comisión elaboradora, lo que lleva
considerar que fue intención de sus integrantes, y del legislador, no establecer "a priori" tal
limitación, aún cuando ella pueda darse naturalmente en la mayoría de los casos. Deberá,
pues, procurarse la reparación plena del afectado, de toda lesión a un derecho o a un interés
no reprobado por el ordenamiento jurídico (art. 1737 CCCN), con un criterio indemnizatorio
amplio (art. 1738 CCCN), comprensivo de las consecuencias no patrimoniales derivadas de la
frustración de la confianza padecida por el afectado. Será la evaluación de la relación de
causalidad la que limitará ese resarcimiento a lo que sea adecuado y razonable.
Es posible que la ruptura de las tratativas vaya acompañada de conductas que generen otros
daños, como la formulación de una falsa denuncia o de afirmaciones agraviantes para su
destinatario, las que habilitarán reclamos resarcitorios que pueden considerarse vinculados
causalmente con lo que fueron las negociaciones pero que guardan autonomía con relación al
objeto de lo considerado en este análisis.
d) Una relación de causalidad adecuada entre la conducta desplegada por el agente que violó
el deber de sujeción a la buena fe y los perjuicios generados a quien padeció los efectos de tal
violación.
De acuerdo a lo establecido en los artículos 1726 y 1727 del CCCN, se resarcirán los daños que
resulten consecuencia inmediata o mediata previsible de la conducta lesiva.
El deber de secreto se encuentra establecido por el código con relación a toda información
confidencial; por lo que ante la duda sobre el carácter de tal, quien la divulga puede incurrir en
responsabilidad. Se trata de una norma de carácter supletorio, por lo que nada obsta a que el
titular de los derechos sobre la información confidencial autorice su difusión total o parcial, ya
al público en general, ya a personas determinadas. Siempre el titular de los derechos sobre la
información confidencial puede exigir una "cadena de confidencialidad" entre quienes habrán
de compartir sucesivamente información secreta, con responsabilidad para todo quienes
integren esa línea de circulación de información y la compartan.
Ese aspecto cautelar, previsto en la norma mencionada, es vital en la materia, pues puede
evitar la profundización y propagación del daño generado por la divulgación de la información
confidencial, en sintonía con lo regulado en el artículo 1710, y disposiciones concordantes, del
CCCN.
Sin perjuicio de ello, cabe señalar que quien incurre en infracción de lo dispuesto en la ley en
materia de confidencialidad, queda sujeto a la responsabilidad penal correspondiente (art. 12
de la ley mencionada).
Uno de los efectos relevantes de las tratativas contractuales es que ellas pueden servir a la
interpretación del contrato que por ellas alcancen las partes negociantes.
Ello surge expresamente de lo establecido en el artículo 1065 del CCCN, referido a las fuentes
de interpretación de los contratos, que dice: "Cuando el significado de las palabras
interpretado contextualmente no es suficiente, se deben tomar en consideración: a. las
circunstancias en que se celebró, incluyendo las negociaciones preliminares; ...".
Claro está, tales circunstancias no siempre habrán de surgir de una carta de intención u otro
documento escrito; ellas pueden probarse por diferentes medios como, por ejemplo, el
intercambio de correspondencia y de comunicaciones habido entre los negociantes en el
transcurso de las tratativas.
Como las tratativas deben basarse en la buena fe de las partes y ella está directamente
asociada con la generación de confianza y de la apariencia de un determinado sentido y
compromiso en las negociaciones, cobran importancia los propios actos de cada uno de los
tratantes, especialmente considerados en el código cuando en su artículo 1067 se establece
que "La interpretación debe proteger la confianza y la lealtad que las partes se deben
recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente
relevante, previa y propia del mismo sujeto". De allí que el código haya incorporado
expresamente en la materia la doctrina de los propios actos, tempranamente incorporada a la
jurisprudencia de nuestra Corte Suprema (41).
X. Conclusión
Las tratativas contractuales son, como lo hemos visto, de gran utilidad, pues permiten mayor
deliberación y elaboración del discernimiento necesario para la celebración de acuerdos
eficaces; permitiendo una mayor economía de esfuerzos y una optimización de los recursos de
las partes. Bien planteadas y llevadas adelante, son una inversión, que puede llevar también a
que los negociantes eviten celebrar un contrato que, al cabo de las deliberaciones, se advierte
como no conveniente para la maximización de los intereses de todas las partes contratantes.
No siempre son necesarias ni tampoco razonable emplear tiempo y esfuerzos en ellas; pero a
menudo resultan de gran provecho; cuando son empleadas negociadores diligentes,
preocupados por el desarrollo de un trabajo serio de construcción de vínculos contractuales
eficientes, cuando la entidad de las cuestiones a considerar lo hace razonable. Dan mayores
posibilidades de previsión y de construcción de diseños jurídicos robustos.
Es claro que al incorporar esta regulación, que carecía de previsiones normativas concretas en
los códigos hasta ahora vigentes, se ha mejorado en calidad y claridad nuestro orden
normativo, como ha ocurrido en general con todo lo que ha sido materia de tratamiento por el
nuevo Código Civil y Comercial de la Nación.