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El presente texto es una pequeña exposición del fenómeno al que llamamos ilusión. En una primera
sección se plantea una descripción general del mismo, planteando los elementos que la componen,
su relación con el tiempo, y los objetos a los que se puede dirigir este estado. En una segunda
sección se hace un contraste de la ilusión con otros fenómenos similares, como el deseo, la
esperanza, la expectativa y el soñar. En una tercera y última sección se estudia a la desilusión y a la
angustia, y se plantea la relación de ambos fenómenos con la ilusión.
1.1.1. Elementos
La ilusión se compone de tres tipos distintos de elementos, como la mayoría de los fenómenos
emocionales: pensamientos, sensaciones y expresiones. Cuando decimos pensamientos en general
nos referimos a lo que tradicionalmente se le ha adjudicado al entendimiento. Esto puede incluir
conocimiento, juicios, representaciones, conceptos, ideas o similares. El conocimiento y algunos
juicios sobre el objeto de nuestra ilusión son fundamentales, ya que para poder considerar que algo
es positivo para nuestro proyecto de vida debemos al menos saber que es posible y juzgarlo de
forma favorable. Cosas como representaciones o conceptos pueden, además, ayudarnos a
comprender mejor en qué consiste aquello que nos ilusiona (y así aumentando o disminuyendo la
ilusión), o despertar en nosotros las sensaciones propias de este estado.
Uno de los aspectos fundamentales de la ilusión es que las sensaciones que la componen suelen
ser más sutiles y amainadas que en los casos de otros estados anímicos. Esto hace que la ilusión no
nos lleve a la distracción, ya que no hay una sensación que se imponga a las demás y así nos dirija
hacia su objeto, cosa que se explica por la relación temporal que se plantea (como veremos en la
siguiente subsección). De este modo, las sensaciones propias de la ilusión son la alegría, la lividez,
la de flujo y una cierta tranquilidad o certeza. La alegría que nos causa aquello que nos ilusiona es
una que tiñe los demás objetos de nuestras vivencias, de modo que si, por ejemplo, estamos
ilusionados por ir a ver una película con amigos, aquello que se nos presente previo a este evento
nos parecerá alegre. Además, nos sentimos ligeros, como si el cuerpo nos pesara menos, junto con
las demás dificultades1 que se nos puedan presentar. De modo similar, sentimos que se acentúa el
flujo de nuestras vivencias, las cuales se nos presentan como si se ordenaran y nos llevaran hacia
aquello que nos ilusiona (de nuevo, esto lo trataremos en la próxima subsección). Todas las
sensaciones mencionadas se dan enmarcadas dentro de una sensación de tranquilidad o certeza con
respecto al objeto de la ilusión: aquella relación que se plantea con este, sea de posesión, de vivirlo,
de proyectarse con este, etc., se nos muestra como algo garantizado, como si supiéramos que va a
1 En general, no tienen que ser dificultades con respecto al objeto de la ilusión.
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resultar del modo que nos ilusiona.
Aunque la ilusión puede expresarse de muchos modos distintos, vale la pena mencionar al
menos algunos de los mas típicos. En general, cuando estamos ilusionados nuestro movimiento se
muestra con energía, como si el cuerpo estuviera despierto. Esto suele ir acompañado por una
sonrisa sutil o tímida que expresa el humor en el que estamos. Y, finalmente, al movernos se siente
una cierta ligereza, de nuevo, como si el cuerpo no pesara. (Que esto lleve a caminar dando saltitos
es una posibilidad, aunque el autor del presente texto nunca lo ha experimentado).
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repitiendo lo que dijo.
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• Eventos/situaciones
• También es posible ilusionarse por eventos/situaciones. Esta es una ilusión distinta a la
de los proyectos, este tipo de cosas no tienen esta configuración vectorial con respecto al
presente. De todos modos, podemos hacer de un evento/situación un proyecto al
proyectar nuestro presente hacia este. Cuando me ilusiona ir a un concierto o verme con
alguien, lo que define mi presente es aquello que me lleva a ello: así, no sólo me visto,
sino que me pongo la pinta del evento; no sólo monto en bus, sino que voy hacia el
estadio.
• Personas
• (En esto creo que sí le estoy robando ideas a Marías, aunque las ideas de pueden sacar de
Heidegger). El ser humano en sí es una posibilidad que se va actualizando, que se va
determinando con el pasar del tiempo. Este movimiento implica una proyección, una
existencia vectorial que apunta hacia el futuro. Así, como con los proyectos, la ilusión se
puede dar hacia otras personas: me ilusiona proyectarme con ella, formar parte del
proyecto de aquél, etc.
• Los seres vivos en general parecen tener una unidad mayor que las cosas. Por eso su
temporeidad no es solamente una sucesión de eventos (como sí parece suceder con las
cosas), sino que se da la proyección, el futuro al que se tiende. Por eso los vivos
ilusionan mucho.
• El amor es particularmente receptivo a la ilusión. Amar de forma ilusionada es querer
vincular dos proyectos de vida, querer formar parte de los proyectos del otro y que este
forma parte de los nuestros.
1.2.1. Deseo
• Aunque los deseos también nos remiten a un objeto en el futuro, en ellos nunca se puede dar
la presencia: los deseos son satisfechos cuando sucede lo deseado. Así, si yo deseara
aprender herrería, una vez la esté aprendiendo, dejaría de desearlo.
• Es posible que al aprender ciertas cosas sobre herrería desee saber otras que desconozco.
Pero en este caso hablamos de deseos diferentes, por más concatenados que estén entre
sí. En la ilusión sí parece haber unidad y continuidad, cosa que viene de su estructura de
proyecto.
• Por otro lado, parece que los deseos tienen una extensión mayor que la ilusión. Ya vimos
que en principio sólo nos podemos ilusionar por cosas que consideramos buenas, hacia las
que nos queremos dirigir. Pero es posible que se dé el deseo por lo que queremos evitar: una
persona que está dejando de fumar puede sentir un enorme deseo por cigarrillos, aunque
quiera dejarlos (puede desear no tener ese deseo).
1.2.2. Esperanza
• La esperanza también nos remite al futuro, pero mantiene un carácter completamente pasivo
rente a este. Por un lado, no tiene esta estructura vectorial, sino que nos muestra al futuro y
al presente como cosas desconectadas. Además, parece implicar que no aquello que
esperamos que suceda está fuera de nuestro control, y por lo tanto en cierto sentido es ajeno
o externo. En cambio, en la ilusión nos orientamos hacia lo que nos ilusiona, vemos al
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presente y sus contenidos como algo que tiende hacia ello.
• Además, la esperanza parece albergar cierta inseguridad ajena a la ilusión. La esperanza es
un estado de expectativa, en el que esperamos que suceda algo, pero que tememos pueda no
ocurrir; en otras palabras, parece que la esperanza implica también sentir miedo. En el caso
de la ilusión, aunque ella no implica tener certeza, sí parece tener un nivel de duda mucho
menor que la esperanza: lo que nos ilusiona parece ya presente, ya dado, lo que falta es que
tendamos a ello. De todas formas, fenómenos como la desilusión muestran que tampoco hay
certeza total en aquello que nos ilusiona.
1.2.3. Expectativa
• En general la expectativa se parece mucho a la esperanza, aunque con una extensión mayor.
Uno puede estar a la expectativa de cosas buenas o malas. También tiene mucho en común
con la sorpresa, la cual no forma parte de la ilusión.
1.2.4. Soñar
• Cuando soñamos con algo, parece que nos sumimos en un "cómo sería si…", el cual no
plantea el presente como vector que tiende hacia algo. Además, lo soñado no tiene que estar
en el futuro: puedo soñar sobre algo pasado o presente.
• El sueño también suele idealizar las cosas, y por eso les quita algo de la sobriedad que
todavía tienen en la ilusión. Cuando nos ilusionamos no vemos las cosas como con más
perfecciones de las que podrían tener (aunque no leguen a tenerlas por el motivo que sea).
• Se puede soñar sobre lo fácticamente imposible, mientras que lo que me ilusiona debe
poderme pasar
1.3.1. Desilusión
• Toca recoger aquí todo lo que he dicho sobre la desilusión a lo largo de las notas…
• Pero a grandes rasgos es la perdida de la ilusión. Por eso la presupone.
• Uno se siente iluso porque ahora que perdió algo que parecía garantizado, resulta claro que
no era seguro el obtenerlo, y tales
• ¿La desilusión es cuando uno pierde algo que ilusiona, o cuando uno considera que lo ha
perdido por completo?
1.3.2. Angustia
• Lo que se ha dicho hasta ahora implica que la angustia es el fenómeno opuesto a la ilusión.
Esta la entiendo de una forma más o menos amplia, tomando inspiración de los
plateamientos en general de Kierkegaard y de Heideger. A grandes rasgos, estos dos
filósofos definieron la angustia como el vértigo de la libertad, o el miedo por la nada. Esto
implica una reacción negativa frente a la ausencia de algo, o la ausencia de determinación.
Como vimos antes, la ilusión es un proyecto, o la proyección de alguna cosa que
consideramos positiva. Por esto son opuestas.
• La angustia se plantea como un vacío, como un vértigo. Por esto podemos deducir que la
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ilusión es un estado de satisfacción, de posesión. No hay una sensación de que algo haga
falta, sino de que ya se posee.
• Esto aclara el estatus de la desilusión. Tal estado no es el opuesto de la ilusión, sino la
pérdida de esta; no es posible desilusionarse si uno no se ha ilusionado primero. Por esto es
que la desilusión se siente como una pérdida, pues dejamos de estar teniendo una sensación
de posesión, de que estamos garantizados de que algo se haga realidad.
• Aunque la angustia sea el opuesto de la ilusión, esto no quiere decir que lo que nos ilusione
no pueda llegar a angustiar. Estos son casos distintos a los de la desilusión, pues no sólo se
da la pérdida de un proyecto, sino que sucede como si dos o más proyectos fueran a
colisionar. Así, parece que hay un punto de incógnita en el que ambas cosas que nos
ilusionan se repelen entre sí, y como no queremos dejar de ser ninguno de esos proyectos,
tener que abandonar siquiera a uno de ellos nos es como dejar de existir. De este modo la
ilusión puede dirigirnos hacia la nada, objeto de la angustia.
• Podemos tomar como ejemplo a alguien a quien le ilusiona tener un estilo de vida, al
igual que le ilusiona plantear un proyecto de vida junto con otra persona, pero que, por
los motivos que sea, ambas cosas sean incompatibles entre sí. La ilusión y el apego que
siente por ambas plantearan una tensión enorme, pues la contradicción entre ambos
caminos le exige amputarse una parte de sí, dejar de ser algo en el futuro para poder ser
otra cosa. El horror ante tal posibilidad hará que toda proyección a futuro tienda a la
nada, pues el futuro se le empieza a presentar como algo indefinido, como algo caótico,
como una ausencia de aquello que antes se le había asegurado; en pocas palabras, la
ilusión deviene en angustia.
• Lo más complejo de este tipo de casos es que la ilusión pierde por completo su carácter
terapéutico. La proyectividad de esta no puede catapultarnos hacia el futuro, pues es
justo este el que estamos rechazando porque se le cierra a nuestras ilusiones. Del mismo
modo el presente se tiñe de angustia, ya que, como vimos, la ilusión no es algo que sólo
nos plantea el futuro de una cierta manera, sino que nos plantea un presente que tiende
con certeza hacia ello. ¿Entonces qué termina por ser del presente para una persona en
este estado? No parece ser nada más que una jaula que le lleva preso hacia una inevitable
nada. Al contrario, en vez de ayudarle a apartarse de la angustia, la ilusión llevaría a una
persona en este estado cada vez más profundo en la misma. Presente y futuro perderían
su color y su carácter ilusionador. Los proyectos serían pausados, y el presente no sería
mucho más que una serie de sucesos que se presentan uno tras otro, sin conexión clara ni
con una dirección determinada.
• La vivencia se presenta en parte como el dilema del tranvía. Hay una fuerza
destructora que se mueve impetuosamente hacia aquellos futuros que ilusionan. Al
ilusionado (que ya de por sí se siente iluso) debe es elegir cuál de las dos
proyecciones, cuál de las dos vías será destruida, y calcular las pérdidas. Lo
particular de esta analogía es que resulta que en ambas vías estaría atada la persona
misma, aunque en estados diferentes. Esto, además, le llena de una sensación de
responsabilidad frente al resultado, pues no puede enajenarse del acto de decidir:
incluso no hacer nada es ya haberlo decidido todo.
• Una de las posibles consecuencias de esto es que dicha persona se suma en la
melancolía, y no deje de soñar con tiempos pasados cuyos defectos ya ha olvidado, o
que nunca conoció. Al menos el pasado tenía sus garantías y su futuro, no como el
presente.
• Quizá para salir de un estado tal, la persona que lo padezca deba evitar la soledad y
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la rutina. El aproximarse a la pintura o la música puede resultar altamente
terapéutico, ya que con ello se centra sólo en lo que está presente y en lo que ya está
dado