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TOF 1 San Martín. Causas 2005 y 2044 (caso 145, causa 4012, Jgdo. Fed.

2, SM)
ALEGATO FISCAL (22-6-09)
(fiscales: Marcelo García Berro, Juan Patricio Murray y Javier Augusto De Luca)

1. La imputación.
Dentro del plan sistemático dispuesto por el último gobierno de facto
que asumió el poder con el golpe de estado del 24 de marzo de 1976 se
produjeron los hechos que se imputan a Santiago Omar Riveros, Osvaldo Jorge
García, César Amadeo Fragni, Raúl Horacio Harsich, Fernando E. Verplaetsen
y Alberto Ángel Aneto que, en forma sintética y sin perjuicio del distinto grado
de intervención total o parcial que en ellos haya tenido cada uno, consistieron
en: haber ingresado más de dos personas en forma ilegal en el domicilio de Iris
Pereyra de Avellaneda y de Floreal Edgardo Avellaneda, el 15 de abril de
1976, ubicado en la calle Sargento Cabral 2385 de Munro, entonces Partido de
Vicente López, Provincia de Buenos Aires, en busca de Floreal Avellaneda
padre, militante sindical y del partido comunista, quien se escapó por una
ventana. Una vez allí, haber sustraído diversas cosas muebles mediante el
empleo de armas de fuego aptas y cargadas, ya que fueron disparadas, haber
privado de su libertad ilegítimamente a los dos primeros, conducirlos
detenidos a la Comisaría de Villa Martelli, torturarlos, después trasladarlos a
dependencias de la Guarnición Militar de Campo de Mayo, bajo jurisdicción
del Comando de Institutos Militares, negar datos sobre su paradero cuando
fueron requeridos por parientes y autoridades competentes, así como no
informar ni poner a disposición de estas últimas a los detenidos y, en ese
mismo lugar, continuar las torturas y las detenciones ilegales, las que cesaron
poco tiempo después al dar muerte a Floreal Edgardo, cuyo cuerpo sin vida fue
encontrado el 14 de mayo de 1976, y poner a Iris Pereyra de Avellaneda a
disposición del PEN por Decreto N° 203/76 mediante su traslado a la cárcel de
Olmos, prov. de Buenos Aires, el 23 de abril de 1976, quien recuperó su
libertad el 30 de junio de 1978 por Decreto PEN N° 1436/78.

2. El caso Avellaneda como parte del plan sistemático. Causa 13.


Las características de los hechos imputados obligan a emplear un
método de explicación de la prueba distinto al de las causas comunes que
consistirá en valorar la prueba desde lo general a lo particular.

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En la sentencia pronunciada en la “Causa Nº 13/84 originariamente
instruida por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en cumplimiento del
decreto 158/83 del Poder Ejecutivo Nacional”, dictada por la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal en pleno el día 9 de
diciembre de 1985, publicada en Fallos: 309, se tuvo por acreditada no sólo la
ocurrencia de los sucesos que damnificaron a la Sra. Iris Pereyra de Avellaneda
y a su hijo menor Floreal Edgardo Avellaneda, sino también que estos hechos
fueron parte de un todo, una de las tantas manifestaciones de un plan
sistemático e ilegítimo llevado a cabo por varios de los miembros de la última
dictadura militar.
Ello, fue descripto de la siguiente forma, que compartimos: El 6 de
octubre de 1.975 el Poder Ejecutivo Nacional dictó los Decretos n° 2.770, n°
2.771 y n° 2.772. En el primero se dispuso la creación del Consejo de
Seguridad Interna, con fundamento en “la necesidad de enfrentar la actividad
de elementos subversivos... Dicho consejo estaba integrado por todos los
Ministros del Poder Ejecutivo Nacional y los Comandantes Generales de las
Fuerzas Armadas, y su competencia radicaba principalmente en la “dirección
de los esfuerzos nacionales para la lucha contra la subversión...”. En la
segunda norma citada se disponía que el Consejo de Defensa, a través del
Ministro del Interior, suscriba con los gobiernos de las provincias “convenios
que coloquen bajo su control operacional al personal y los medios policiales y
penitenciarios provinciales que les sean requeridos por el citado Consejo para
su empleo inmediato en la lucha contra la subversión”. Finalmente, el Decreto
n° 2.772 ordenaba que las “Fuerzas Armadas bajo el Comando Superior del
Presidente de la Nación que será ejercido a través del Consejo de Defensa,
procederán a ejecutar las operaciones militares y de seguridad necesarias a
efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el
territorio del país”.
“El 15 de octubre de 1975 se firmó la “Directiva del Consejo de
Defensa N° 1/75 (Lucha contra la subversión)” que reglamentaba los decretos
citados, y que tenía por finalidad instrumentar el empleo de las Fuerzas
Armadas, de Seguridad, Policiales y otros organismos puestos a disposición
del Consejo de Defensa para la lucha contra la subversión, de acuerdo a lo
impuesto por los Decretos n° 2770, n° 2771 y n° 2772. Dicha directiva a su vez
disponía la forma de “Organización” de los elementos a participar en la “lucha
contra la subversión”; se dispuso que el Ejército tuviera la “responsabilidad

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primaria en la dirección de las operaciones contra la subversión en todo el
ámbito nacional”. Finalmente se mantuvo la división del país en un sistema de
Zonas, Subzonas y Áreas de seguridad -que había sido decidido mediante una
directiva militar del año 1972, el Plan de Capacidades para el año 1972 –PFE -
PC MI 72–, en las que se desplegaba un mecanismo de control y mando
preciso para el desarrollo de las operaciones.
Respecto de los decretos 2770, 2771 y 2772, del año 1975, se sostuvo
que habían obedecido fundamentalmente a que las policías habían sido
rebasadas por la guerrilla y que por “aniquilamiento” debía entenderse dar
término definitivo o quebrar la voluntad de combate de los grupos subversivos,
pero nunca la eliminación física de esos delincuentes (Fallos 309:100 y ss).
Que el Ejército dictó, como contribuyente a la directiva
precedentemente analizada, la Directiva del Comandante General del Ejército
n° 404/75, del 28 de octubre de ese año, que fijó las zonas prioritarias de lucha,
dividió la maniobra estratégica en fases y mantuvo la organización territorial -
conformada por zonas de defensa, subzonas, áreas y subáreas.
Allí se estableció que los detenidos debían ser puestos a disposición de
autoridad judicial o del Poder Ejecutivo, y todo lo relacionado con las reglas de
procedimientos para detenciones y allanamientos, se difirió al dictado de una
reglamentación identificada como Procedimiento Operativo Normal, que
finalmente fue sancionada el 16 de diciembre siguiente, el PON 212/75.
Que todas estas normas y directivas resultan el antecedente inmediato
de lo que luego se convirtió institucionalmente en un plan criminal de
represión en el marco del cual sucedieron los hechos objeto de este juicio.
En lugar de usar en plenitud los poderes legales, el gobierno militar
prefirió implementar un modo clandestino de represión.
El 30 de diciembre de 1.986, la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
confirmó lo expuesto y lo probado respecto de la lucha contra la subversión.

3. La estructura militar donde encajó el sistema.


La organización y obligaciones de cada miembro dentro de los llamados
Estados Mayores, se encontraba perfectamente delimitada.
El Reglamento de Organización y Funcionamiento de los Estados
Mayores (RC – 3 – 30), establece que el comandante será asistido por un
segundo comandante y un estado mayor, y el mando se ejercerá a través de una
cadena de comando que hará a cada jefe dependiente responsable de todo lo

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que sus respectivas fuerzas hagan o dejen de hacer. Todas las órdenes se
impartirán siguiendo esta cadena de comando (art. 1001). Asimismo, el
comandante y su estado mayor constituyen una sola entidad militar que tendrá
un único propósito el exitoso cumplimiento de la misión que ha recibido el
comandante. Entre el comandante y su estado mayor deberá existir la
compenetración más profunda. Sus relaciones tendrán como base la confianza
del comandante en su estado mayor y la disciplina y franqueza intelectual del
estado mayor hacia su comandante (…) 3) En el ejercicio de sus funciones el
estado mayor obtendrá información e inteligencia y efectuará las
apreciaciones y el asesoramiento que ordene el comandante; preparará los
detalles de sus planes; transformará sus resoluciones y planes en órdenes; y
hará que tales órdenes sean transmitidas oportunamente a cada integrante de
la fuerza” (art. 1002).
En el Capítulo V se establece el control de las operaciones en los
Comandos de las Grandes Unidades de Batalla y de Combate.
El art. 5.003 explica cómo se descentralizaba la conducción de las
operaciones hacia los jefes dependientes. El art. 4.005 contemplaba el estudio y
aprovechamiento del material humano cuya función era responsabilidad de los
comandos en los niveles superiores. El artículo 2.005 determinaba que: “1 – a)
Los jefes (directores) del estado mayor general serán los principales
auxiliares del comandante en los asuntos de estado mayor… 2) Tanto el
estado mayor coordinador como el director, funcionarán como una sola
entidad destinada a asegurar la coordinación de las acciones (…)”.
El art. 2.006 referido a la Organización básica del estado mayor tipo
coordinador, en su Punto 2), señala: “El Estado Mayor normalmente contará
con cinco miembros principales, que se denominarán jefes y estarán a cargo
de cada uno de los amplios campos de interés (ver art. 2.002) a saber: a) el
jefe de personal (G-1), b) el jefe de inteligencia (G-2), c) el jefe de operaciones
(G-3), d) el jefe de logística (G-4) y e) el jefe de asuntos civiles (G-5)”.
En lo que a esta causa interesa, donde no se encuentran personas
acusadas que respondieran a las jerarquías de G-1, G-3, G-4 y G-5,
corresponde describir las obligaciones y funciones del G-2, jefe de
inteligencia, que era el rol que ocupaba Verplaetsen en el Comando de
Institutos Militares al momento de los hechos.
Art. 3.005. Conceptos Generales. “El Jefe de Inteligencia (G-2) será el
principal miembro del estado mayor que tendrá responsabilidad primaria

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sobre todos los aspectos relacionados con el enemigo, condiciones
meteorológicas y el terreno. Las consideraciones fundamentales que
gobernarán los asuntos de inteligencia en el estado mayor serán las
siguientes: 1) la inteligencia deberá ser adecuada, exacta, oportuna y de
utilidad para el cumplimiento de la misión de la fuerza; 2) todos los elementos
de las armas, tropas técnicas y servicios, realizarán actividades de
inteligencia; 3) la inteligencia estará íntimamente coordinada con todas las
operaciones tácticas.”
Art. 3.006 Funciones. “Las principales funciones del jefe de inteligencia
(G-2) serán las siguientes: …la preparación de planes y órdenes para la
reunión de información, incluyendo la adquisición de blancos y la inteligencia
de combate;… proponer al comandante los elementos esenciales de
información; … la apreciación de las capacidades enemigas y sus
vulnerabilidades, incluyendo la que se aprecia como más probable que adopte
el enemigo; 4) varios: a) los aspectos de inteligencia en: a. las actividades de
guerrillas; b. las operaciones sicológicas, incluyendo la apreciación de la
eficacia de las operaciones sicológicas propias del enemigo y la colaboración
en el planeamiento y supervisión de la instrucción de defensa contra la
propaganda enemiga;…”
Figura 14 – Relaciones del Estado Mayor en determinadas actividades
de personal. En la columna “Actividades”, punto 2. 2) “Prisioneros de Guerra”,
en el sector correspondiente al G-2 (Oficial de inteligencia) se consigna: Este
jefe: “Aprecia la cantidad probable de prisioneros a capturar en las
operaciones futuras. Asegura el interrogatorio de prisioneros de guerra
seleccionados”.
En la misma figura 14, punto 2. 4) “Personal civil”, en la columna
pertinente al G-2 (Oficial de inteligencia) se consigna “Ejecuta la
investigación preventiva sobre civiles y las medidas apropiadas de
contrainteligencia”
Del Reglamento RV-200-10, “Servicio Interno”, ya mencionado, en el
Capítulo I “Personal Superior del Cuerpo de Comando”, Sección I “Jefe de
Unidad o Subunidad Independiente”, se desprende que todas las Unidades o
Subunidades tenían una estructura análoga, con su plana mayor (art. 1050) con
su Oficial de Personal (S1), Oficial de Inteligencia (S2), Oficial de
Operaciones (S3) y Oficial de Logística (S4).
También allí se explican las funciones del Oficial de Inteligencia.

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Por su parte, la intervención de quien era Jefe de Personal en el contexto
de la represión ilegal no se limitaba a un mero tratamiento burocrático de la
información sobre las personas detenidas a disposición de autoridad militar
(DAM), mientras se encontraba en trámite su puesta a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional.
Como Omaecheverría no está imputado en esta causa, sólo referiremos
en forma objetiva cuál era su necesaria intervención. Se trata de la autoridad
que firmó los documentos que están fotocopiados a fs. 106/108 de la causa
28.976 y que dan cuenta de la detención de Iris Pereyra de Avellaneda y de su
pedido de puesta a disposición del PEN. Los coimputados Harsich y Fragni
aparecen firmando esos mismos documentos en cumplimiento otros roles
asignados por otro Reglamento, el PON 212. Serán sus potestades las que
darán verosimilitud a esos documentos y no al revés.
Así, en el RC-3-30 con respecto a las funciones del Departamento I
Personal en un Estado Mayor, el Art. 3.003 dice: “...El jefe de personal (G-1)
será el principal miembro del estado mayor que tendrá responsabilidad
primaria sobre todos los aspectos relacionados con los individuos bajo control
militar directo, tanto amigos como enemigos, militares y civiles ...” art. 3.004
“Las principales funciones del jefe de personal (G-1) serán las siguientes:... 2)
administración de personal... b) prisioneros de guerra: reunión y
procesamiento (clasificación; internación; separación; evacuación; régimen
interno: disciplina, empleo, seguridad y custodia, reeducación, tratamiento,
liberación y repatriación...”

4. La guerra contrarrevolucionaria.
En la causa “Simón”, Fallos CSJN, 328 (2):2056, el juez Fayt, (vid. su
voto, considerando 24), en pág. 2339), aludió a su voto de veinte años atrás en
la causa contra los ex Comandantes (Fallos 309:1689, pág. 1773). Allí había
consignado: “Que la existencia de dichas ordenes secretas, que avalaban la
comisión de delitos por parte de los subordinados, se evidencia en la
metodología empleada y en la reiteración de los delitos por parte de los
autores materiales”.
“Dicha metodología consistía básicamente en: a) capturar a los
sospechosos de tener vínculos con la subversión, de acuerdo con los informes
de inteligencia; b) conducirlos a lugares situados en unidades militares o bajo
su dependencia; c) interrogarlos bajo tormentos, para obtener los mayores

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datos posibles acerca de otras personas involucradas; d) someterlos a
condiciones de vida inhumanas para quebrar su resistencia moral; e) realizar
todas esas acciones con las más absoluta clandestinidad, para lo cual los
secuestradores ocultaban su identidad, obraban preferentemente de noche,
mantenían incomunicadas a las víctimas negando a cualquier autoridad,
familiar o allegado el secuestro y el lugar de alojamiento; y, f) dar amplia
libertad a los cuadros inferiores para determinar la suerte del aprehendido,
que podía ser luego liberado, puesto a disposición del Poder Ejecutivo
nacional, sometido a proceso militar o civil, o eliminado físicamente. Esos
hechos debían ser realizados en el marco de las disposiciones legales
existentes sobre la lucha contra la subversión, pero dejando sin cumplir las
reglas que se opusieran a lo expuesto.
Asimismo, se garantizaba la impunidad de los ejecutores mediante la no
interferencia en sus procedimientos, el ocultamiento de la realidad ante los
pedidos de informes, y la utilización del poder estatal para persuadir a la
opinión pública local y extranjera de que las denuncias realizadas eran falsas
y respondían a una campaña orquestada tendiente a desprestigiar al gobierno.
Para permitir su cumplimiento, los comandantes dispusieron que los
ejecutores directos fueran provistos de los medios necesarios, ropa, vehículos,
combustible, armas, municiones, lugares de alojamiento de cautivos, víveres y
todo otro elemento que se requiriera.
Finalmente, se dio por probado que las órdenes impartidas dieron lugar
a la comisión de un gran número de delitos de privación ilegal de la libertad,
tormentos y homicidios, fuera de otros cometidos por los subordinados, que
pueden considerarse –como los robos producidos- consecuencia del sistema
adoptado desde el momento en que los objetos se depositaban en los centros
militares que utilizaban como base de operaciones los grupos encargados de
capturar a los sospechosos.”
“…En la ejecución de esa táctica, cada Fuerza actuó en su jurisdicción
independientemente de las otras, produciéndose una verdadera feudalización
de las zonas a tal punto que para que una Fuerza extraña pudiera operar en
zona debía solicitar autorización al Comandante que ejercía el control sobre
ella, sin perjuicio de que cuando fuese necesario se solicitase la cooperación
de otras Fuerzas…”
“10) Que ese método no convencional de lucha se utilizó a partir del 5
de enero de 1975 en el Operativo Independencia en acciones contra el E.R.P.

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y fue organizado sin autorización de Isabel Martínez de Perón. Contrariando
las órdenes emanadas desde Buenos Aires, se elaboró un modelo de acción
tomado de las experiencias proporcionada por los oficiales de las O.A.S., y las
luchas de Vietnam y Argelia, de organización celular, con grupos de oficiales
vestidos de civil y en coches de uso particular, con impunidad asegurada y
aptos para dotar de mayor celeridad a las tareas de inteligencia y de
contrainsurgencia que permitieron prescindir de la justicia, clasificar los
prisioneros del ERP según importancia y peligrosidad de modo que sólo
llegaran al juez los inofensivos. Este tipo de acciones, cuando las Fuerzas
Armadas asumieron el Poder del Estado fue adoptado por los respectivos
comandantes y objeto de órdenes verbales”.
Bien, estas apreciaciones de hace más de veinte años son corroboradas
ahora, cuando pudimos aportar el documento entregado en 1987 por el general
Adel Vilas en su declaración indagatoria ante la Cámara Federal de Bahía
Blanca (causa 11/86), llamado Plan del Ejército (Contribuyente al Plan de
Seguridad Nacional – Secreto – Buenos Aires, Febrero 1976), del cual surgen
elementos contundentes que seguidamente se describirán.

5. El contexto ideológico.
Nada de lo ocurrido en los hechos de esta causa ha sido producto del
azar o de la decisión unipersonal de sus ejecutores con fines particulares, sino
que responde a un plan, concebido sobre una ideología.
La doctrina contrarrevolucionaria francesa llegó a la Argentina por
dos conductos: la misión militar oficial instalada en la sede del Ejército y los
oficiales que ingresaron en forma clandestina para huir de las condenas a
muerte por su participación en la OAS, la organización paramilitar que sembró
el terror en París en represalia por el abandono de Argelia dispuesto por el
presidente De Gaulle.
De allí surge la técnica de la división del territorio en zonas y áreas, la
tortura como método de inteligencia de obtención de información, el asesinato
clandestino para no dejar huellas y la re-educación de algunos prisioneros para
utilizarlos como agentes propios. Se sustenta en tres ejes fundamentales. A) El
concepto del terror hacia la población como arma. B) Que el enemigo está
dentro o forma parte de la población civil. C) Que la información es
fundamental para la victoria armada que debe ser lograda a cualquier costo. En

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ese contexto, la separación del enemigo de la parte de la población que no es
considerado tal, se transforma en una obsesión.
Con estas premisas se instaló un método represivo en el cual se
detectaba discrecionalmente a cualquier persona que diera alguna sospecha de
injerencia o relación con personas consideradas enemigas; inmediatamente se
la capturaba, se la trasladaba y alojaba en lugares acondicionados al efecto, a
espaldas de cualquier autoridad y mediante torturas, golpes y vejaciones que
incluían períodos prolongados se intentaba obtener información sobre
actividades propias y ajenas, sobre los cuales se operaba del mismo modo en
consecuencia, es decir, en forma metodológica.
Propagaron esta forma de guerra que llamaron moderna y el ambiguo
concepto de subversión, entendido como todo aquello que se opone al plan de
Dios sobre la tierra (Robin, Marie Monique, “Los Escuadrones de la Muerte:
la escuela francesa”, Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 2005, pág. 7/8).
El teórico francés Jean Ousset, escribió: “el aparato revolucionario es
ideológico antes que político y político antes que militar” (Ousset, Jean,
“Marxismo Leninismo”, Edit. Icton, Buenos Aires, 1963, pág. 205 y ss.), lo
cual explica el amplio espectro de enemigos que cayeron bajo la atención de
quienes predicaban librar una cruzada contra el mal.
Se dictaron cursos a los que asistieron como alumnos oficiales de las
fuerzas armadas de toda América, para preparar sus propias “guerras sucias”.
También confluyeron en la importación del modelo francés, los trabajos
del llamado “integrismo católico” sobre las fuerzas armadas argentinas, a partir
de los fuertes vínculos de una parte de las altas jerarquías de la Iglesia Católica
con los militares participantes de los sucesivos golpes de estado. Se lo llama
integrismo no porque pretenda unir grupos diferentes, sino en el sentido de
incolumnidad, de mantener la integridad e impedir la permeabilidad de una
determinada doctrina.
A través de ese sector penetró la organización francesa “Cité
Catholiqué” y su doctrina contrarrevolucionaria aplicada por el Ejército de la
República de Francia en la guerra colonial de Argelia.
El traductor de la citada obra de Ousset fue el Coronel Juan Francisco
Guevara, que estaba a cargo de la inteligencia del ejército y su prologuista fue
el Cardenal Primado de la Argentina, Arzobispo de la ciudad de Buenos Aires
y Vicario General Castrense, Antonio Caggiano.

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“Cité Catholiqué” desarrolla un concepto nuevo, el de la subversión, un
enemigo proteico, esencial, no definido por sus actos, cuya finalidad es
subvertir el orden cristiano, la ley natural o el plan del Creador (Ousset, ob.
cit., p. 42 y ss.).
Caggiano dice en el prólogo que el libro de Ousset, es un instrumento de
formación para una “lucha a muerte”, que califica de “eminentemente
ideológica”. La misión es “preparar el combate decisivo”, aunque los enemigos
todavía “no han presionado las armas”. Una suerte de doctrina del
aniquilamiento, antes de la realización de cualquier alzamiento armado, un
anuncio de una batalla a muerte cuando todavía el fenómeno subversivo no se
había expresado.
A la par, llegaron los manuales con lenguaje técnico.
Así, otro integrante de “Cité Catholiqué”, el Coronel Roger Trinquier
escribe “La Guerra Moderna” donde se teoriza acerca de la tortura y de otras
prácticas, que después fueron desarrolladas en la Argentina (Ed. Rioplantense,
título original “La guerre moderne”, traducido por el Cap. (RE) L.P. Pérez
Roldan).
En este nuevo tipo de guerra la tortura es el arma escogida para superar
la resistencia del enemigo, moralmente neutra “como una oruga en terreno
escarpado”.
Dice el militar francés que “...el terrorista sabe que, sorprendido y
capturado, no puede esperar que le traten como un criminal ordinario o que se
limiten a tomarle prisionero como hacen los soldados en el campo de batalla.
… lo que se busca en él no es el castigo de su acción, de la que en realidad no
es totalmente responsable, sino la eliminación de su organización o su
rendición. … cuando se le interroga no se le piden detalles de su vida… sino
precisa información sobre su organización. …sobre quiénes son sus superiores
y la dirección de los mismos, a fin de proceder a su inmediato arresto. Ningún
abogado está presente cuando se efectúa este interrogatorio. Si el prisionero
ofrece rápidamente la información que se pide, el examen termina enseguida.
Pero si esta información no se produce de inmediato, sus adversarios se ven
forzados a obtenerla empleando cualquier medio”.
“Por otra parte, la ciencia pone ya a la disposición del ejército los
medios necesarios para lograr su objetivo sin tener que llegar a la lesión.
Pero esto no quiere decir que podamos engañarnos con nuestras

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responsabilidades. Es doloroso permitir que la artillería o la aviación
bombardeen localidades pequeñas, matando mujeres y niños, mientras se
consienta que el verdadero enemigo escape, porque no se ha interrogado
propiamente” (autor y op. citada, Parte Primera: Preparación de la Guerra.
Capítulo 4 – El terrorismo, arma principal de la guerra moderna, pág. 37/38).
Sigue: “...Con un buen servicio de Inteligencia se puede detener la
infiltración de los elementos que son indispensables para el enemigo... La
información,… es algo que resulta papel mojado… si no se explota
rápidamente. En consecuencia, debemos crear un cuerpo de inteligencia de
acción inmediata capaz de sacar provecho a la información que se reciba en el
menor tiempo posible… Pero nuestro mejor agente nos será proporcionado
por el propio enemigo, si sabemos hacer las cosas....” (autor y op. citada,
Parte Primera: Preparación de la Guerra, Capítulo 6, Defensa del Territorio,
Servicio de Inteligencia, págs. 50/53).
Todo este despliegue se inserta en una nueva guerra, la “fría”, y a través
de la escuela “De las Américas” de los Estados Unidos de Norteamérica, que
pasa a conducir uno de los dos bandos de ese enfrentamiento que ahora es
global (vid. Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, edit. Crítica, 10ª edición,
Buenos Aires, 2007, Capítulo VIII, pág. 229 y ss.).
Estas concepciones son tomadas por nuestros militares en distintos
cuerpos normativos. Así, el Comandante en Jefe del Ejército, Tte. Gral.
Alejandro Agustín Lanusse, dicta el 20 de Septiembre de 1968 el RC-8-2
Operaciones contra Fuerzas Irregulares en tres tomos. El tomo III (Reservado),
dedica el capítulo VI al rol de las FF.AA. en la Guerra Contrarrevolucionaria.
En el punto 6.001 2) se consigna que “...las fuerzas armadas podrán aportar
una eficaz contribución a la lucha: a) Por las informaciones que puedan
obtener por intermedio de sus elementos de inteligencia...”
El 8 de Noviembre de 1968, la misma autoridad militar dicta el
Reglamento sobre “Operaciones Sicológicas” (OS), bajo la signatura RC-5-1.
Su capítulo VI se denomina “Inteligencia”.
En el punto 6.004 (Fuentes de Información) dentro de las “Fuentes
Técnicas” se consigna en el sub-punto a) a los “Prisioneros de guerra”, al
decir que el personal de OS coadyuvará en el interrogatorio de los prisioneros
“...de guerra, proporcionando a los elementos de inteligencia una lista de
preguntas que deberá contener la información esencial para OS y que cuando

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sea autorizado el personal de OS podrá participar también en los
interrogatorios....”
Con el documental de la investigadora Marie Monique Robin “Los
Escuadrones de la Muerte: La Escuela Francesa”, se ha podido acreditar la
influencia que varios militares de esa nacionalidad, creadores de la doctrina de
la guerra contrarevolucionaria, tuvieron sobre los militares argentinos que
ejecutaron los delitos de lesa humanidad, una suerte de genocidio político,
durante la década de 1970 en nuestro país, entre los que se encuentran los
hechos de esta causa.
En ese documental se ve al Coronel Charles Lacheroy que relata cómo
durante la campaña en Indochina y con la derrota Francesa en 1954, pudo
advertir mediante el estudio de “El libro Rojo” de Mao Tse Tung, la
importancia que tenía separar a la vanguardia revolucionaria de su retaguardia:
el pueblo. Y que entonces lo importante era operar sobre esa retaguardia.
Conceptos similares son formulados por el Gral. Paul Ausaresses y el
Gral. Marcel Bigerard, quienes acuñan el término de “Guerra Subversiva”,
insisten sobre la importancia de separar al ejército revolucionario de la
retaguardia, es decir el pueblo, y explican que eso se consigue mediante el
imperio del terror, las detenciones indiscriminadas, el interrogatorio y la
tortura.
Admiten que la obra máxima donde se acuñó toda la teoría de la guerra
contrarevolucionaria es el libro “La Guerra Moderna” de Roger Trinquier
citada. Que la base de este tipo de guerra es la información, que la información
se obtiene mediante el interrogatorio, que con esa información obtenida se
realimenta el aparato de inteligencia y que el método para obtener información
en el interrogatorio es la tortura. Que no es necesario dañar mucho físicamente
al enemigo, mutilarlo ni sacarle los ojos. Que para ello existe la picana.
En la parte del documental donde se entrevista al Gral. de División (RE)
Alcides López Aufranc, éste admite este haber sido el primer alumno de los
franceses y que fue destinado a París a fines de la década del 50. Explica cómo
se desarrolló todo esto en la Argentina. Cabe acotar que desde 1969 a 1971
este general, además, fue superior de y como tal calificó a Santiago Omar
Riveros en la Jefatura III de Operaciones del Estado Mayor del Ejército, tal
como surge del legajo personal de este último.

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Se puede apreciar en el documental el relato de los ex marinos Julio
Urien y Aníbal Acosta, que cuentan cómo los instructores en la Escuela Naval
en el año 1968 junto con los capellanes militares, les exhibieron, a modo de
entrenamiento, la película “La Batalla de Argel” que contiene un preciso relato
(según lo manifestado por el General Paul Ausaresses) de los métodos de
inteligencia, información, tortura, asesinato y desaparición utilizados en
Argelia por los Militares Franceses.
Por su parte, el Gral. de División (RE) Albano Harguindeguy refiere en
el mismo lugar que como método de trabajo se utilizó la tortura, concretamente
la picana, aunque ésta era utilizada desde hacía tiempo por las policías locales
en los interrogatorios.
El Gral. de División (RE) Ramón Genaro Díaz Bessone, coincide y
admite que se utilizó la tortura como fuente para obtener información y en las
operaciones de inteligencia, que no se pudo utilizar la ley marcial ni el
fusilamiento por las condiciones internacionales, y que por eso se impuso la
política del desaparecimiento de los cadáveres de los prisioneros asesinados.
Que si a los detenidos los hubieran encarcelado legalmente y luego liberado o
los hubieran dejado salir del país, habrían sido posteriormente liberados por un
gobierno constitucional o reingresado al país y retomado nuevamente las
armas.
Todo esto, está volcado en el libro de la misma autora y título y fue
declarado por la propia Robin ante el Tribunal Oral Federal de Corrientes,
como lo describe la sentencia que se agregó a esta causa.
En esta audiencia los Coroneles (RE) Horacio Ballester y José Luis
García del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA)
corroboraron tanto los aspectos técnicos como fácticos. El segundo, fue
contundente al responder que el sistema y método implementado implicaba
que toda persona que era detenida, necesariamente era torturada. Esto era
llamado técnica para operar en conflictos de baja intensidad. Que el General
Vilas lo había reconocido al señalar que tuvieron que cambiar todos los
métodos de lucha. Que la idea era que aunque uno solo de varias personas
torturadas diera alguna información, ello justificaba el método. Que tiraron a la
basura todas las enseñanzas tradicionales, e inclusive se dedicaron al saqueo y
distribución de las cosas que robaban.

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Debe recordarse que también en ese contexto y formando parte de este
plan, las autoridades de facto dispusieron el secreto de su accionar y otorgaron
impunidad a sus agentes.
Ello se puso en evidencia en autos en el informe obrante a fs. 46 de la
causa 2005 que es copia de las actuaciones producidas oportunamente en el
expediente 28.976 del Juzgado Federal nro. 1 de San Martín fs. 29, mediante el
cual se hizo saber que Iris Pereyra de Avellaneda se encontraba detenida a
disposición del PEN por Decreto 203/76 y alojada en la U 8 (Olmos), y que el
resto de la información no se evacuaba en razón del secreto operacional
militar, con invocación del decreto 2772/75 y el numeral 97 de la
Reglamentación de la Justicia Militar.
La coronación de este sistema se puede ver al final, en el Decreto PEN
N° 2726, del 19/10/83, dictado por el General Bignone, donde se estableció:
“dénse de baja las constancias de antecedentes relativos a la detención de las
personas arrestadas a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en ejercicio de
las facultades exclusivas otorgadas por el art. 23 de la Constitución Nacional
durante la vigencia del estado de sitio, que serán eliminadas por el
procedimiento que en cada caso se considere más conveniente”.
En igual sentido el mensaje militar nro. 561/83 que ordenó a los
encargados de las Zonas en que se dividió el territorio, que hubieran recibido
documentación clasificada relativa a la lucha contra la subversión, proceder a
la devolución inmediata para la incineración por acta.
La consecuencia jurídica de todo esto es la misma que cabe extraer del
dictado de la Ley de facto N° 23.040, que ha sido calificada como una tentativa
de encubrimiento entre integrantes de un mismo régimen de poder (voto del
juez Zaffaroni en Fallos: 328:2056 “Simón”, consid. 20).
Agregamos que muchos de estos actos “oficiales” posteriores en
realidad no deben ser considerados como realizados sin promesa anterior al
hecho (característica clásica del encubrimiento), sino con promesa o acuerdo
anterior porque los ejecutores podían contar con la impunidad posterior, al
momento de su realización. Todos fueron desarrollados mediante la suma del
poder público, y constituyeron verdaderos aportes en el terreno de la co-autoría
o de la participación criminal.
Al respecto, ya se ha detectado que es característico de los delitos de
lesa humanidad el involucrar una acción organizada desde el estado o una
entidad con capacidad similar, lo que comprende la posibilidad del dictado de

14
normas jurídicas que aseguran o pretenden asegurar la impunidad (Voto Juez
Lorenzeti en Fallos 328:2056 “Simon”).
La Argentina durante ese período no implementó meramente un Estado
que podría calificarse de autoritario, sino algo más, porque convivieron en él
dos ordenamientos institucionales, el público y el clandestino. La característica
predominante que insuflaron al Estado sus gobernantes de facto fue la
eliminación del disenso social, en forma masiva y clandestina, basados en la
Doctrina de la Seguridad Nacional. Es por ello que se lo ha dado en llamar
Estado Terrorista.
Esta doctrina encontró campo fértil en una torcida interpretación basada
en la clásica concepción que las Fuerzas Armadas argentinas tenían de sí
mismas, como reserva moral de la Nación, y que inclusive, estaba escrita en
sus reglamentos, como ocurría para el Ejército en el Reglamento RV – 200 –
10. Servicio Interno, donde podía leerse: “El Ejército constituye una de las
reservas morales trascendentes en la vida espiritual del país, por lo que
deberá ser depositario y custodio permanente de sus más caras tradiciones y
velar por la continuidad histórica de la Nación, concretándose exclusivamente
a sus funciones específicas”.
Claro está, se omitía considerar que en el mismo párrafo, ese
Reglamento sostenía que ello podía ser con el único fin de defender la
Constitución y las leyes. Así: “La misión del Ejército es salvaguardar los más
altos intereses de la Nación. Para ello, debe estar siempre pronto a defender
su honor, la integridad de su territorio, la Constitución de la Nación Argentina
y sus leyes, garantizando el mantenimiento de la paz interior y asegurando el
normal desenvolvimiento de las instituciones”.

6. El Plan del Ejército en sí mismo.


El Ejército tenía un Plan que esencialmente consistía en llevar a cabo el
golpe en sí mismo. Es decir, fue concebido a espaldas del poder democrático
por un grupo de funcionarios públicos que habían jurado defenderlo con su
vida.
El Anexo 2 del Plan del Ejército Contribuyente al Plan de Seguridad
Nacional, define como oponente o enemigo, bajo el Título “Resumen de la
situación enemiga”; A. Determinación del Oponente, a: “....todas las
organizaciones o elementos integrados en ellas existentes en el país o que

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pudieran surgir del proceso, que de cualquier forma se opongan a la toma del
poder y/u obstaculicen el normal desenvolvimiento del Gobierno Militar a
establecer...”.
En el punto B “Caracterización del Oponente” (Composición) se los
clasificaba como “Activos” y “Potenciales”. Los primeros resultaban ser los
que a esa fecha se oponían a la toma del poder por parte de las Fuerzas
Armadas y/o los que pudieran obstaculizar el desenvolvimiento del futuro
Gobierno Militar. Los segundos eran los que en el futuro pudieran tener dicha
postura. A su vez los Oponentes Activos, con distintos tipos de prioridades,
eran clasificados en Organizaciones Político Militares, Organizaciones
Políticas y Colaterales, Organizaciones Gremiales, Organizaciones
Estudiantiles, Organizaciones Religiosas. El grado de Prioridad I, lo daba el
carácter de elementos de mayores incidencias negativas en la estabilización y
solución del problema social, destacándose particularmente sus dirigentes que
deberían ser objeto de especial interés de los Equipos Especiales afectados a la
“Detención de Personas”. Las organizaciones de Prioridad II eran las que
“probablemente” se manifestaran parcialmente contra el nuevo gobierno y
como consecuencia lógica del cambio. Los responsables de tal accionar debían
ser encuadrados dentro de las previsiones del Anexo “Detención de Personas”.
Finalmente como “Oponente Potencial” se incluía a “Personas
vinculadas”, a las que se las definía como las relacionadas al quehacer
nacional, provincial, municipal o a alguna de las organizaciones señaladas, con
responsabilidad imputable al caos por el que decían atravesaba la Nación ;
como toda otra que pretendiera entorpecer, o hasta afectar el proceso de
recuperación del país. A tales elementos, decía el anexo del Plan, se los debería
encuadrar conforme las previsiones establecidas en el documento “Detención
de Personas”. Volveremos sobre este instrumento más adelante.

7. El plan sistemático en la causa 13.


También se determinó en aquella sentencia que los hechos que
damnificaron a Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda y al menor Floreal
Avellaneda integraron un sistema operativo jerárquico ordenado desde las
cabezas de las fuerzas armadas.
“1) La junta militar se erigió desde el 24 de marzo de 1976, como el
máximo órgano político del Estado, reservando para sí, según el articulo 2º
del Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional, una vasta gama de

16
facultades de gobierno, que comprendía aquellas que los incisos 15, 17, 18 y
19 del artículo 86 de la Constitución Nacional otorgan al Poder Ejecutivo, y
las que los incisos 21, 22, 23, 24, 25 y 26 del artículo 67, atribuyen al
Congreso.” …
“2)… el golpe de estado del 24 de marzo de 1976 no significó un
cambio sustancial de las disposiciones legales vigentes a esa fecha en punto a
la lucha contra la subversión.”
“Los comandantes militares que asumieron el gobierno, decidieron
mantener el marco normativo en vigor, con las jurisdicciones y competencias
territoriales que éste acordaba a cada fuerza”. También observaron aquellos
jueces que “… sin la declaración de zonas de emergencia que posibilitaran el
dictado de bandos (art. 43 de la ley 16.970 y arts. 131/139 del Código de
Justicia Militar), el sistema imperante sólo autorizaba a detener al
sospechoso, alojarlo ocasional y transitoriamente en una unidad carcelaria o
militar, e inmediatamente disponer su libertad, o su puesta a disposición de la
justicia civil o militar, o bien del Poder Ejecutivo (v. Directiva 404/75, Anexo
6 -Bases Legales-, PON 212/75 y DCGE 217/76; Placintara/75, Anexos "E" y
"F"). Esto sólo sufrió una pequeña modificación con el dictado de la ley
21.640 (de noviembre de 1976) que autorizó a las fuerzas armadas a actuar
como autoridad preventora, más de acuerdo a las reglas del Código de
Procedimientos en Materia Penal.”
“Si bien la estructura operativa siguió funcionando igual, el personal
subordinado a los Comandantes detuvo a gran cantidad de personas, las alojó
clandestinamente en unidades militares o en lugares bajo dependencia de las
fuerzas armadas, las interrogó con torturas, las mantuvo en cautiverio
sufriendo condiciones inhumanas de vida y alojamiento y, finalmente, o se las
legalizó poniéndolas a disposición de la justicia o del Poder Ejecutivo
Nacional, se las puso en libertad, o bien se las eliminó físicamente.”
Agregaron que tal manera de proceder “suponía la secreta derogación
de las normas en vigor”, lo cual respondió a “planes aprobados y ordenados
a sus respectivas fuerzas por los comandantes militares”.
Concluyeron en que “Tal necesidad de lograr información, valorada
por quienes, incluso para alcanzar el poder, menospreciaron la ley como
medio para regular la conducta humana, fue condición suficiente para que el
uso del tormento, el trato inhumano, la imposición de trabajos y el
convencimiento creado a los secuestrados de que nadie podría auxiliarlos,

17
aparecieran como los medios más eficaces y simples para lograr aquel
propósito.”
Y también que “aquel menosprecio por los medios civilizados para
prevenir la repetición de los hechos terroristas, o castigar a sus autores, la
certeza de que la opinión pública nacional e internacional no toleraría una
aplicación masiva de la pena de muerte, y el deseo de no asumir públicamente
la responsabilidad que ello significaba, determinaron como pasos naturales
del sistema, primero el secuestro, y luego la eliminación física clandestina de
quienes fueron señalados discrecionalmente por los ejecutores de las órdenes,
como delincuentes subversivos.”
Esto es explicado del mismo modo por el general Díaz Bessone en el
film de Marie Monique Robin ya citado.
Deliberadamente ocultaron lo que sucedía a los jueces, a los familiares
de las víctimas, a entidades y organizaciones nacionales y extranjeras, a parte
de la Iglesia, a gobiernos de países extranjeros y, en fin, a la sociedad en
general.
Ello pasó a funcionar como una “garantía de impunidad para los
autores materiales de los procedimientos ilegales…, lo cual constituyó “un
presupuesto ineludible del método ordenado…”.
Asimismo, también se tuvo en cuenta que “La posibilidad de que el
personal a quien se mandaba a domicilios particulares a cometer delitos de la
apuntada gravedad, se apoderara sistemáticamente de bienes en su propio
beneficio, fue necesariamente prevista y asentida por quienes dispusieron tal
modo de proceder”.
Y que “La implantación de tal sistema en forma generalizada fue
dispuesta a partir del 24 de marzo de 1976, lo que parece indudable si se tiene
en cuenta que una decisión de esa naturaleza implicaba, por sus
características, el control absoluto de los resortes del gobierno como
condición indispensable para garantizar la impunidad antes referida”. Que
“Así lo demuestra palmariamente la circunstancia de que no se registren
constancias sobre la existencia de los principales centros de detención con
anterioridad a esa fecha”.
Dentro de este marco, la Cámara Federal tuvo por probada la existencia
de órdenes secretas e ilegales a partir de múltiples e inequívocas presunciones
que se señalaron a continuación:

18
“a) Los propios comandantes alegaron haber tenido el control efectivo de sus
fuerzas y negaron la existencia de grupos militares que actuaran con
independencia de la voluntad del comando, circunstancias ambas que no
fueron desvirtuadas en la causa”.
“b) La totalidad de los jefes y oficiales”, entre los que se incluyó a Santiago
Omar Riveros “…afirmaron que la lucha antisubversiva se ajustó
estrictamente a las órdenes de sus comandantes superiores…”
“c) El sistema operativo puesto en práctica -captura, interrogatorios con
tormentos, clandestinidad e ilegitimidad de la privación de libertad y en
muchos casos eliminación de las víctimas -fue sustancialmente idéntico en
todo el territorio de la Nación y prolongado en el tiempo”; y que como los
hechos “fueron cometidos por miembros de las fuerzas armadas y de
seguridad, organizadas vertical y disciplinadamente, resulta descartable la
hipótesis de que pudieron haber ocurrido sin órdenes expresas de los
superiores”.
“d) Tampoco es posible la instalación de centros de detención en dependencias
militares o policiales, ni su control por parte del personal de esas fuerzas, por
las exigencias logísticas que ello supone, sin una decisión expresa de los
comandantes en jefe (conforme la prueba reseñada en el capítulo décimo
segundo)”.
“e) Idéntico razonamiento merece la asignación del personal, arsenal, vehículo
y combustible a las operaciones examinadas en el capítulo décimo primero.”
“f) Sólo así puede explicarse, además, la circunstancia de que el sistema
operativo reseñado fuera puesto en práctica aprovechando la estructura
funcional preexistente de las fuerzas armadas surgida de los planes de
capacidades y directivas escritas…”
“g) Únicamente así se explica también… que las autoridades militares o
policiales locales hayan recibido en la mayoría de los casos avisos del
Comando de Zona para que se abstuvieran de intervenir donde se realizaba un
procedimiento” o que, si ya habían intervenido, “…se retiraran sin obstaculizar
el secuestro en cuanto tomaron conocimiento de la identidad de los captores.”
“h) La pasividad y colaboración del personal militar y policial ajeno a los
procedimientos, en los hechos de secuestro de personas, sólo pudo
obedecer a una instrucción en ese sentido”.

19
“i) Que los hechos relatados respondieron a órdenes de los entonces
comandantes, se demuestra también por la circunstancia de que fueron ellos
mismos quienes se adjudicaron la victoria militar sobre la subversión.”.
Que la magnitud del fenómeno no se condice con el escaso número de
operaciones oficialmente registradas ante la justicia militar o civil.
“j)…que cuando se intentó explicar la forma en que se obtuvo la
victoria, los ex-comandantes debieron recurrir al equívoco concepto de guerra
sucia o atípica y para caracterizarla aludieron, paradójicamente, a una
circunstancia del sistema realmente implantado, consistente en la extrema
discrecionalidad que tuvieron en la lucha las fuerzas subordinadas…”.
“k) De no haber existido las órdenes ilegales, no resulta explicable el
llamado "Documento Final...", en el que se trata de dar una explicación a la
ciudadanía acerca de la suerte de los desaparecidos, y a través de un lenguaje
ambiguo se admite que fue necesario utilizar "procedimientos inéditos", e
imponer el más estricto secreto sobre la información relacionada con las
acciones militares, y que todo lo actuado fue realizado en cumplimiento de
órdenes propias del servicio...”

8. Lugares de detención, caracterizados por las condiciones de detenidos y


prácticas sobre ellos.
8.1. En general.
Los lugares donde las personas detenidas fueron conducidas en el marco
del plan represivos se llamaron “lugares de reunión de detenidos” (L.R.D.),
pero muchos de ellos funcionaron y se hicieron conocidos como “centros
clandestinos de detención” (C.C.D.).
Esos lugares eran secretos para la opinión pública y demás autoridades,
pero no para los mandos militares; y allí concretaron sus prácticas los
miembros de grupos operativos con relación a la despersonalización de que
eran objeto los detenidos que ingresaban al sistema.
Se ha logrado determinar a través de los juicios a los ex Comandantes
en jefe y a los de la causa n° 44, instruida en virtud del Decreto 280/84 del
PEN, comúnmente llamada “Camps”, sentencia del 2/12/86, una metodología
generalizada por la que la “desaparición” comenzaba con el secuestro de una
persona y su ingreso a un centro clandestino de detención mediante la
supresión de todo nexo con el exterior; el secuestrado llegaba al centro
encapuchado o “tabicado” situación en la que generalmente padecía todo el

20
tiempo que estuviera alojado en el centro de que se trate, así la víctima podía
ser agredida en cualquier momento sin posibilidad alguna de defenderse; se
utilizaron números de identificación que eran asignados a cada prisionero al
ingreso al campo. A su vez, se les ordenaba, ni bien ingresaban, que recordasen
esa numeración porque con ella serían llamados de ahí en adelante, sea para
hacer uso del baño, para ser torturados o para trasladarlos; la alimentación que
se les daba era, además de escasa y de mala calidad, provista en forma
irregular, lo que provocaba un creciente desmejoramiento físico en los mismos;
la precariedad e indigencia sanitarias contribuían también a que la salud de los
detenidos se deteriore aún más, lo cual debe ser considerado junto con la falta
de higiene existente en los centros y la imposibilidad de asearse
adecuadamente.
“La tortura merece un análisis por separado, se aplicaba con un doble
objetivo. Los detenidos eran sometidos a tormentos en el primer momento de
su ingreso al centro de detención con el fin primordial de extraerles
información respecto de las personas con las que compartían su actividad
política, domicilios, contactos, citas, etcétera; es decir, como objetivo de
inteligencia. Así, a través de las informaciones que se extraía a cada uno de los
detenidos el sistema de represión se actualizaba y reproducía. El segundo fin
de la tortura era el sometimiento de los detenidos, de quitarles toda voluntad y
quebrarlos en su espíritu para facilitar el tratamiento de los mismos hasta el
momento en que se decidía su liberación o su “traslado”.
“Al referirnos a la tortura debe recordarse, en primer lugar, que la
privación de la libertad ambulatoria implicó, para quienes la sufrían, además,
la completa pérdida de referencias de espacio y tiempo, en medio de
condiciones de extremo maltrato físico y psicológico, ya que la víctima perdía
todos sus derechos. A ello debía agregarse la asignación de un código
alfanumérico, en reemplazo de su nombre, ni bien ingresaban al campo, lo cual
implicaba la supresión de la identidad, de la individualidad, del pasado y de la
pertenencia al núcleo básico familiar y social. A partir de ello éstos eran
llamados ya sea para salir a los baños o para ser torturados o “trasladados” por
esa identificación.
“La vida misma dentro del centro era un padecimiento en sí mismo….
En condiciones inhumanas los secuestrados transcurrían sus días, privados de
los requisitos mínimos para su subsistencia, como ser la higiene personal y
comida apropiada y suficiente...”

21
En ese contexto, para el Ministerio Público Fiscal no solamente
constituyen torturas o tormentos algunas prácticas sobre el físico de los sujetos
detenidos, sino también las que derivan de las condiciones generales de su
detención en sí mismas, como el encapuchamiento, la falta de alimentación, de
atención sanitaria, de asesoramiento jurídico, de incomunicación prolongada,
la incertidumbre sobre su destino y el hacerlos percibir las operaciones
realizadas sobre terceros para influir en su psiquismo.
No existen problemas de congruencia porque desde un inicio se vienen
describiendo y cargando al reproche de los imputados todas estas situaciones
generales de detención como constitutivos de tormentos para nuestra
legislación penal, en sí mismos.
En términos prácticos, dos son las consecuencias jurídicas de esta
observación: una, que aunque no encontremos en el cuerpo de Iris Pereyra la
marca física de alguna lesión, hemos de sostener que igualmente constituyeron
torturas o tormentos todos los demás padecimientos de ella desde el momento
de su detención hasta su traslado a la Unidad Penitenciaria de Olmos, y que lo
mismo pasó con Floreal Edgardo Avellaneda desde su detención hasta su
alojamiento en la Comisaría de Villa Martelli y después en la Plaza de Tiro en
Campo de Mayo. En su caso, además, contribuyen a probar que fue torturado
las lesiones que aparecen en su cuerpo cuando es encontrado flotando en la
costa uruguaya.
La otra, es que como estas condiciones de detención formaron parte
necesaria del plan sistemático implementado desde la superioridad, no existe la
posibilidad de que alguna persona secuestrada en este marco no haya sido
torturada. Cuesta razonar de esta manera, porque somos los acusadores quienes
debemos demostrar las torturas, pero es así. No existen los detenidos no
torturados. La tortura es parte constitutiva del sistema, no una práctica aislada
que algún guardián arbitrario aplicaba a determinados detenidos para lograr
algo en concreto o por algún móvil inconfesable. Y esto está probado por la
ideología empleada, los manuales, las enseñanzas de la “escuela francesa”, las
confesiones de otros militares que las convalidaron como Díaz Bessone y
Hardindeguy, los dichos de Iris Pereyra, Solís, Ibáñez y de tantos otros en
todas las causas que se ventilan en el país, así como los de militares que
estudiaron y repudiaron el fenómeno, como el Coronel RE García del
CEMIDA.

22
Esto se sabe desde la sentencia dictada en la citada causa 13/84 de la
CCCFed, donde en el considerando II, Capítulo XIII (Cuestiones de hecho
Nros. 100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107, 112, 113, y complementarias
aportadas por las defensas, publicada en Fallos 309:198), se tuvo por probado
que “En los centros de cautiverio los secuestrados fueron interrogados en la
casi totalidad de los casos bajo tormentos a través de métodos de tortura
similares”.
“No existe constancia en autos de algún centro de cautiverio donde no
se aplicaran medios de tortura y, en casi todos la uniformidad de sistemas
aparece manifiesta. Sólo pueden señalarse pequeñas variantes de tácticas o de
modos, pero el pasaje de corriente eléctrica, los golpes y la asfixia, se repiten
en casi la totalidad de los casos investigados, cualquiera sea la fuerza de la que
dependía el centro o su ubicación geográfica.”.
También en la citada causa N° 44 “Camps” la CCCFederal dijo “En
cuanto a la tesis de la Fiscalía de considerar genéricamente a las condiciones
de cautiverio como tormento, ella resulta acertada en aquellos casos en que los
padecimientos sufridos lo configuren”.
Esta situación fáctico jurídica se ve corroborada en el exhaustivo
Informe de la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las Causas por
Violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante el Terrorismo de
Estado, del Ministerio Público Fiscal de la Nación, del 12 de noviembre de
2008, titulado “Tratamiento Penal de las Condiciones De Detención En Los
Centros Clandestinos frente al Tipo Penal del Artículo 144 Ter, CP”. Allí, se
concluyó en que “las condiciones de detención que se vivían en los CCD
durante el terrorismo de estado se subsumen en el delito de tormentos previsto
en el art. 144 ter. C.P. (según ley 14.616)... Ello, independientemente de si la
víctima fue sometida a alguna técnica específica de tortura física del tipo de las
comúnmente utilizadas en los CCD argentinos (picana eléctrica, “submarino”,
etc.)”.

8.2. El Centro Clandestino dentro de la Guarnición Campo de Mayo.


Plaza de Tiro, “El Campito” o “Los Tordos”
En la causa 13/84 CCCFed, y a partir de varios testimonios
incorporados al debate como los de Rodríguez, Solis e Ibáñez, se debe tener
por probado que dentro de la Guarnición Campo de Mayo funcionó un Centro
Clandestino de Detención desde antes del 15 de abril de 1976, en un predio

23
compuesto de galpones y otros inmuebles, que en términos militares se llamó
Lugar de Reunión de Detenidos, en el predio denominado Plaza de Tiro, “El
Campito” o “Los Tordos”, el cual no fue otra cosa que un campo de
concentración de detenidos, donde se los torturaba, mantenía en condiciones
infrahumanas y exterminaba.
En aquella sentencia se relevaron decenas de declaraciones a cuyos
términos nos remitimos.
Todos ellos relataron las circunstancias en las que tomaron contacto con
el centro clandestino de detención y lo describieron en forma coincidente.
También hicieron mención a las autoridades militares que dirigían ese predio
y, algunos como Ibáñez, que Riveros se había hecho presente.
Los testigos mencionados describieron las actividades que se llevaban a
cabo en ese predio denominado “El Campito” o “Los Tordos”, las condiciones
de alojamiento de las personas que se encontraban allí privadas de su libertad,
que se les practicaban torturas diversas y se los hacía permanecer “tabicados” -
con sus ojos cubiertos por capuchas o vendas y sus manos atadas- y que allí se
practicaban interrogatorios bajo tortura.
Ibáñez mencionó haber visto en el interior del CCD al que nos estamos
refiriendo al menor Floreal Avellaneda.
Solís, dijo haber tenido contacto con detenidos y dio los nombres de dos
mujeres, Silvia Ingenieros e Iris Avellaneda, y también mencionó una mujer
que trabajaba en la fábrica TENSA.
Cabe destacar que Iris Pereyra de Avellaneda ya en oportunidad de
declarar ante la CCCFed. en el debate de la causa 13/84, dijo que en su lugar
de detención había muchísimos ruidos de perros, de trenes que pasaban por un
puente, no muy lejano, y de aviones que volaban muy bajo.
La existencia de los LRD está además probada por las referencias de
ellos en el Plan Contribuyente, y las propias manifestaciones de Riveros en
cuanto a que bajo su jurisdicción funcionaba uno de ellos.
Finalmente, algunos de estos testigos (Solís e Ibáñez) mencionaron que
el que aparecía como jefe del Campito era un teniente coronel de apellido
Vozo o Boso. Bien, éste no es otro que el teniente coronel Alberto José Voso,
cuyos datos surgen del legajo personal reservado en la causa 4012 del Juzgado
Federal 2 de San Martín, quien el 18 de septiembre de 1980 interpuso un
reclamo al Comandante en Jefe del Ejército para ser ascendido a Coronel
donde indica su dedicación y abnegación en la lucha contra la subversión y en

24
el cumplimiento de órdenes y misiones “aun a costas de las implicaciones de
índole espiritual, ético, moral y religiosas que las mismas le acarrearon, en
especial, ante sí mismo, como persona y como católico”, todo ello bajo las
órdenes de las personas que cita como aval o referencia: Santiago Omar
Riveros, Humberto Fernando Santiago, Fernando Exequiel Verplaetsen, Jorge
Ezequiel Suarez Nelson, Jorge Alberto Muzzio, Luis del Valle Arce, Hugo
Horacio de la Vega y Julio César Bellene, y ubicando su destino entre 1974 y
hasta parte de 1977 en el área del Comando de Institutos Militares, en calidad
de J Ca PM 201 y Jefe de una de las Divisiones del Dpto II – Icia de dicho
Comando.
El nombrado falleció el 22 de enero de 2000, según surge de la partida
de defunción que en copia certificada también obra en el mismo legajo
personal.

9. La Zona IV en el Plan del Ejército (Contribuyente al Plan de Seguridad


Nacional).
9.1. El poder de hecho del Cdo. II MM. El tema de la Zona IV.
El Comando de Institutos Militares operó como una Gran Unidad de
Combate asimilable a las Zonas 1, 2, 3 y 5, a partir del mes de octubre del año
1975.
Si bien la Directiva Nro. 404/75 del Cdo. Gral. del Ejército,
reglamentaria de la Directiva Nro. 1/75 del Consejo de Defensa, no la
designaba como Zona, el Plan del Ejército, Contribuyente al Plan de Seguridad
Nacional, suscripto por el Jefe del Estado Mayor General del Ejército, Gral. de
División Roberto Eduardo Viola antes del golpe de 24 de marzo de 1976, ya
establecía en su anexo 10 (Jurisdicciones, Concepto de la Operación, punto b.
Jurisdicción Capital Federal y Gran Buenos Aires, subpunto 3) del EA: a) Cdo.
II MM: Se le asignará como jurisdicción la determinada por los siguientes
partidos de la provincia de Buenos Aires: San Fernando, San Isidro, Vicente
López, San Martín, Tres de Febrero y General Sarmiento. b) Cdo. Cpo. Ej. I:
Se le mantiene la jurisdicción en: Capital Federal (menos la asignada a FA y
ARA), Partidos de Morón, Matanza, Lomas de Zamora, Lanús, Avellaneda y
Quilmes. Cabe advertir que diversos partidos del Gran Buenos Aires no
figuran allí no obstante el poder de hecho ejercido en dichas jurisdicciones.

25
Posteriormente al transformarse al Cdo. de Institutos Militares con el
nombre de Zona 4 por la Directiva 405/76 del Comandante en Jefe del Ejército
de 21 de Mayo de 1976, se le reconocen formalmente los partidos de Escobar,
Pilar, Tigre, Zárate, Campana y Exaltación de la Cruz que, también
formalmente, se segregan de la Zona 1.
Esto también fue corroborado y explicado por el Coronel (RE) José Luis
García del CEMIDA en su declaración en la audiencia, quien además, nos
enseñó que ello era verificable por la jerarquía del comandante Riveros quien,
al igual que para los cuerpos de ejército, era un General de División.
El partido de Vicente López, al cual pertenecía en 1976 el domicilio de
la calle Sargento Cabral 2385 de Munro, provincia de Buenos Aires, y la
Comisaría de Villa Martelli (Laprida 3735 Villa Martelli) de la policía de la
provincia de Buenos Aires, pertenecía a la llamada Área de Defensa 450.
Por esas razones la Cámara Federal de Apelaciones de San Martín, el 8
de julio de 1987, en la causa nro. 4012 del Juzgado Federal en lo Criminal y
Correccional N° 2 de San Martín, señaló que correspondía excluir a Santiago
Omar Riveros de lo dispuesto en el art. 1 de la ley 23.521 con el argumento de
que estaba probado que el nombrado era el jefe de esa jurisdicción territorial y
que tenía la misma capacidad de decisión que los Jefes de Zona. Así lo
evidenciaba el grado de Riveros y las características de los hechos. La creación
de la Zona de Defensa IV, el día 21 de mayo de 1976, no hizo más que
reconocer formalmente una situación que de hecho existía con anterioridad,
cuanto menos, desde el día 24 de marzo de aquel año.
La Corte, a pedido del Procurador General, aclaró que la exclusión de
Riveros de las previsiones de la ley de obediencia debida (ley 23.521) se debía
a que en su condición de Comandante de Institutos Militares era jefe de zona y
se encontraba asimilado a un comandante de cuerpo de ejército (C.S., causa
R.245 XXII “Riveros, Santiago Omar y otros s/ privación ilegal de la libertad,
tormentos, homicidio, etc.”, resuelta el 9 de febrero de 1989, y aclaratoria del
15 de junio de 1989).
Pero además, su vigencia real surge de una serie de disposiciones que se
mantenían en secreto por ese entonces y que han sido develadas no hace
mucho tiempo a partir del desarrollo de todos estos juicios.
El Plan de Capacidades para el año 1972 (PFE-PC MI72), había
diseñado la división del territorio nacional en cinco Zonas de Defensa, las
cuales a su vez se subdividieron en Áreas y Subáreas asignándose al Comando

26
de Institutos Militares los partidos de San Fernando, San Isidro, Vicente
López, San Martín, Tres de Febrero y General Sarmiento. Luego se dictó la
Directiva 1/75 del Consejo de Defensa, (Lucha Contra la Subversión),
reglamentaria de los Decretos PEN 2770, 2771 y 2772 de 1975. Después la
Directiva 404/75 del Comandante General del Ejército, que mantuvo la
preexistente organización territorial conformada por cuatro zonas de defensa
(1, 2, 3 y 5), y en lo formal dejó la jurisdicción del Comando de Institutos
Militares limitada a la Guarnición Campo de Mayo. En esto se basa uno de los
planteos recurrentes del imputado Riveros para sostener que a la fecha de los
hechos que aquí se juzgan, no tenía jurisdicción o mando sobre los lugares
donde se produjeron.
Pero está probado que en los hechos ello no fue así.
La subdivisión territorial y de comando estaba prevista en los
reglamentos militares específicos que diseñaban las operaciones contra fuerzas
irregulares, como el RC 8-2 del 20 de septiembre de 1968, que continuaba
vigente al momento de los hechos de esta causa.
Se encuentra probado que la rebelión militar del 24 de marzo de 1976 se
planificó al detalle en el citado documento clandestino titulado Plan del
Ejército (Contribuyente al plan de Seguridad Nacional), suscripto por el Jefe
del Estado Mayor General del Ejército, General de División Roberto Eduardo
Viola. Allí se llama día “D”, al del golpe militar.
En este Plan del Ejército la jurisdicción de Campo de Mayo comprendía
los partidos mencionados en 1972. Uno de los pocos destinatarios del Plan,
según su distribuidor, fue el Comandante de Institutos Militares.
En este documento, clandestino, en su anexo 10 (Jurisdicciones), punto
b) apartado 3) a), reasignó al Comando de Institutos Militares su primitiva
jurisdicción sobre los partidos de San Fernando, San Isidro, Vicente López,
San Martín, Tres de Febrero y General Sarmiento.
El documento fue aportado originariamente por el General de Brigada
Adel Edgardo Vilas en forma voluntaria, en su declaración indagatoria
prestada entre los días 11 y 30 de marzo de 1987 en la causa N° 11/86 de la
Cámara Federal de Apelaciones de Bahía Blanca caratulada “Causa art. 10, ley
23049, por hechos acaecidos en Provincias de Buenos Aires, Rio Negro y
Neuquén, bajo el control operacional que habría correspondido al V Cuerpo de
Ejército” (actual 05/07 del Juzgado Federal N° 1 de Bahía Blanca
“Investigación de delitos de lesa humanidad cometidos bajo control

27
operacional del Comando V Cuerpo de Ejército”), de modo que su autenticidad
es indubitable.
Por otra parte la existencia del Plan surge de su cita en otros
documentos.
Así ocurre en la Directiva del Comandante General del Ejército PON N°
217/76 incorporada al debate. Esta norma militar se titula: “Clasificación,
normas y procedimientos relacionados con el personal detenido a partir del 24
de marzo del 1976”, y dentro del punto 2 “BASES LEGALES Y
NORMATIVAS”, apartado “h.”, se especifica justamente “Plan del Ejército
(Contribuyente al Plan de Seguridad Nacional) y se repite la mención de
este plan en el punto 3) apartado b), donde se expresa “Como consecuencia de
la aplicación del Plan del Ejército (Contribuyente al Plan de Seguridad
Nacional)” y en el punto 5 apartado 2) “De los detenidos por aplicación del
Plan del Ejército (Contribuyente al Plan de Seguridad Nacional)”.
Además, el Plan contiene un apéndice con proyectos de leyes a dictarse
una vez tomado el poder por la fuerza y que efectivamente se concretaron en
varias leyes de facto, dictadas a los pocos días del golpe. A manera de ejemplo,
hemos cotejado que el “Proyecto de Ley 1” se corresponde con la ley de facto
21.267; el de “Ley 2”, con la de facto 21.272; el de “Ley 3”, con la de facto
21.264; y el de “Ley 4”, con las de facto 21.322 y 21.325.
Si esto no fuera suficiente, se encuentra indiscutido en autos que el
mismo día de la rebelión la Comisaría de Villa Martelli recibió personal militar
dependiente del Comando de Institutos Militares, de la Escuela de Infantería,
lo cual hubiera sido imposible si a ese Comando sólo le hubiese sido asignado
el poder sobre la guarnición de Campo de Mayo en sí misma.
El informe firmado por el General de Brigada Ricardo Gustavo Pianta,
Jefe del Estado Mayor General del Ejército, de fs. 176 de la causa 28.976 que
corre por cuerda, donde da cuenta que imputado Jorge Osvaldo García durante
el mes de abril de 1976 era el Jefe del Área Vicente López. Si tomamos en
cuenta que Jorge Osvaldo García, además ocupaba el cargo de Director de la
Escuela de Infantería y que como luce en la fotocopia de fs. 107, su
Subdirector Clodoveo Miguel Arévalo aparece firmando (no se cuenta con el
original de este documento) con la aclaración Subárea 750, no caben dudas de
que tal como lo dispone el Plan clandestino la después llamada Zona de
Defensa IV estaba a cargo del Comando de Institutos Militares a la fecha de
los hechos.

28
9.2. El mando en sí mismo. El PON 212/75.
Conforme a esas normas la actividad de los militares aquí imputados
implicaba el control sobre la Jefatura de la Policía de la Provincia y todas sus
seccionales, así como las de otras dependencias, como aquellas donde
funcionaban los llamados Lugares de Reunión de Detenidos (LRD), dentro de
la Guarnición Militar Campo de Mayo.
También debe computarse que ha quedado demostrado en otros casos
que en todo el país ocurrió lo mismo. Ello refuerza la certeza de que las cosas
no podrían haber ocurrido de otro modo porque se respetó el mismo patrón: los
agentes actuaron con gran discrecionalidad, efectuaron secuestros,
interrogatorios bajo tormentos a detenidos y los sometieron a regímenes
inhumanos de vida, los mantuvieron en cautiverio hasta decidir el destino final
de las víctimas, su ingreso al sistema legal (Poder Ejecutivo Nacional o la
Justicia), la libertad o la eliminación física. Lo confirmó en la audiencia el
coronel retirado García del CEMIDA.
El Plan dispone la Orden de Batalla y allí describe que “la JCG ante el
grave deterioro que sufre la Nación ha resuelto adoptar las previsiones para el
caso de tener que destituir al Gobierno Nacional y constituir un Gobierno
Militar”. Más adelante dispone “la destitución del gobierno en todo el ámbito
del país y facilitar la asunción del Gobierno Militar mediante la detención del
PEN y las autoridades nacionales, provinciales y municipales que sean
necesarias; la detención de personas del ámbito político, económico y gremial
que deban ser juzgadas…”. Además ordena que “la Policía Federal Argentina
y Policías Provinciales: a partir del día D a la hora H personal superior de las
FFAA procederán a hacerse cargo de las jefaturas correspondientes” lo mismo
ocurrirá con los Servicios Penitenciarios Nacional y provinciales que deberán
recibir al personal detenido. Prevé que “para la ejecución del plan se
dispondrán de 7 (siete) días como preaviso deseable“. Entre las misiones se
destacan como generales que los Cuerpos de Ejército I, II, III, y V e II.MM
(que es la abreviatura del Comando de Institutos Militares) planearán a partir
de la recepción del presente plan y ejecutarán a partir del día D a la hora H:
…b) las detenciones de personas según lo establecido por el anexo 3…”. Entre
las particulares a Institutos Militares (Pág. 5-11) se le indicó operar “a partir
del día D a la Hora H con efectivos de la FT con elementos blindados para

29
bloquear y eventualmente atacar la Residencia Presidencial de Olivos, con la
finalidad de lograr la detención del PEN y posibilitar su posterior traslado al
lugar que determine el Gobierno Militar… asignará a partir de la hora H2 del
día D el personal superior y subalterno de los Institutos dependientes, al
Cuerpo de Ejército I, en las cantidades que se detallan… (4) mantendrá las
previsiones de organización de la Brigada Mayo. Entre las instrucciones de
coordinación, punto 1, Jurisdicciones, (Pág. 8-11) se dice que se mantienen las
determinadas en el Plan de Capacidades MI con las siguientes modificaciones:
…en el Gran Buenos Aires: se asigna jurisdicción territorial al Cdo. II MM en
los siguientes Partidos de la Provincia de Buenos Aires: San Martín-Tres de
Febrero-Vicente López-San Isidro-San Fernando-Tigre-Gral. Sarmiento, la que
regirá a partir de la hora H2 del día D hasta como mínimo el día D-3 inclusive
(Pág. 9-11).
Como operación “6) encubrimiento: en la medida de lo posible, todas
las tareas de planeamiento y previsiones a adoptar emergentes del presente
plan se encubrirán bajo las previsiones de actividades de la lucha contra la
subversión” (Pág. 10-11).
De ello pareciera que la lucha contra la subversión fue la excusa para la
concreción de fines más amplios.
Del mismo Plan surgen modos de proceder marcados por los objetivos a
alcanzar, que involucran de manera directa al Comandante y al personal de
inteligencia asignado a su jurisdicción territorial y que también, para estos
fines, dependía de él.
Así, por ejemplo luego de describirse puntillosamente cada una de las
organizaciones políticas y gremiales cuyos miembros debían ser perseguidos se
señala que “las organizaciones incluidas en Prioridad 1… serán los elementos
de mayores incidencias negativas en la estabilización y solución del problema
social. Particularmente sus dirigentes deben ser objeto de especial interés de
los Equipos Especiales afectados a la ‘Detención de personas’” y que “las
organizaciones de prioridad 2 probablemente se manifiesten parcialmente
contra el nuevo gobierno y como consecuencia lógica del cambio. Los
responsables de tal accionar serán encuadrados dentro de las previsiones del
Anexo ‘Detención de personas’”.
Todo esto imbuido de la concepción por la cual las “corrientes
ideológicas orientadas hacia el socialismo sirven en lo fundamental a intereses
de la subversión“ o en referencia a algunas organizaciones religiosas, “de

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definida predica socializante (que) sirve a la postre a la lucha de clases que
pregona el marxismo (vid. Anexo 2, Inteligencia, punto 1, Resumen de la
Situación enemiga)”.
En el anexo 3, que se refiere a la detención de personas después de
ordenar a todos a quienes debe detenerse, se señala que ello será ejecutado por
“Equipos Especiales” y que los responsables serán los respectivos
Comandantes como el de II MM que allí se menciona. También a su cargo
estaba la elaboración de las listas de personas a detener, y debía establecer “en
su jurisdicción lugares de alojamiento de detenidos, debiendo hacerlo sobre las
siguientes bases: (1) Las personas de significativo grado de peligrosidad serán
alojadas en unidades penitenciarias de jurisdicción; (2) El resto de las personas
serán alojadas en dependencias militares y agrupadas según el trato que cada
Cte Cpo e II MM estime se le debe dar al detenido…”.
Es decir, el Comandante, evidentemente, con su Estado Mayor y equipo
de directos colaboradores, decidía la suerte de los detenidos. Inclusive, para las
acciones parciales de ejecución se preverán Comisiones de Detención (CD),
cuya magnitud surgirá de una adecuada evaluación de la capacidad del blanco
(seguridad, custodia, etc.)”, para lo cual “podrá resultar conveniente incorporar
a ellas personas de las FF PP (Fuerzas Policiales) en función de experiencia en
procedimientos similares”. También estaba a su cargo decidir cuál sería el
lugar de asiento de cada uno de los equipos especiales. Lo interesante de esto
es que todo el accionar de los equipos especiales será registrado en
documentos a elaborar dentro del más estricto marco de seguridad y secreto
militar” (vid. Anexo 3, punto 2 “Concepto de la operación”, b. Aspectos
particulares, foliado al pie como páginas 1-5, 2-5 y 3-5). Esto robustece aún
más la verosimilitud de las fotocopias aportadas por Arsinoe Avellaneda
glosadas a fs. 106/109 de la causa 28.976.
En el Apéndice 1.6 de ese Anexo 3 se especifica que podrían
establecerse lugares de reunión de detenidos, es decir, la misma denominación
que empleó Riveros y otros imputados.
En lo que a nuestro caso interesa, en el punto 15 de ese apéndice se lee
“En el caso que el causante no se encontrare en el domicilio o lugares
establecidos en la ficha respectiva, se efectuará interrogatorio a otros
integrantes del inmueble y/o vecinos en procura de información que determine
su paradero”. Nada de esto era casual o azaroso por cuanto en el punto 16 ya se
preveía: “Los Jefes de cada CD (que ya sabemos eran las Comisiones de

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Detención compuestas de manera mixta) impartirán instrucciones especiales a
los componentes de las mismas sobre normas de conducta con personas ajenas
al procedimiento y bienes del inculpado (incautados o no)”, y en el punto 18
que “a todo personal integrante del equipo especial se le darán claras y precisas
instrucciones sobre el empleo de las armas para asegurar la detención de las
personas buscadas o anular eficazmente toda resistencia.
También podía disponer la ocupación y clausura de edificios públicos y
sedes sindicales de su jurisdicción (vid. Anexo 4 del Plan), y si fuera necesario
debía emplear el máximo de energía y eliminar todo posible intento de
resistencia.
El reglamento llamado Procedimiento Operativo Normal (PON) 212/75,
es del 16 DE DICIEMBRE DE 1975. Se trata del cuerpo de disposiciones
invocado en el acta que da cuenta de la detención de Iris Pereyra de Avellaneda
(documentos fotocopiados de fs. 107 y 108). Es citado por la CCCFed en la
causa 13/84, y se encuentra agregado a la causa n° 1238 del Tribunal Oral
Federal N° 5, caratulada “Febrés, Héctor Antonio s/ infrac. Art. 144 ter CP”,
según certificado obrante a fs. 12.355 de dicha causa, desde donde se extrajera
la copia que se acompañó a esta causa, ya que no fue hallado en todas las
dependencias donde fue requerido por el Tribunal a nuestro pedido. Así lo
informan a fs. 1658/59, el Juzgado de instrucción 25; a fs. 1709, Consejo
Supremo de las FFAA; a fs. 1732/35 Ministerio de Defensa; a fs. 1737/39,
Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos; fs. 1740/46, Ministerio
del Interior.
Este Reglamento militar firmado por el Jefe de Estado Mayor General
del Ejército, General de Brigada Roberto Viola, tuvo como uno de sus
destinatarios al Comandante del Cdo. De II MM, según reza su “distribuidor” a
fs. 7. Su finalidad: “fijar el régimen para la ejecución de las detenciones y
tratamientos a someter a los delincuentes subversivos tendiendo a: a. Obtener
la mayor información de los detenidos. b. Reunir con la celeridad necesaria las
pruebas que permitan su juzgamiento y puesta a disposición del PEN. c.
Posibilitar la determinación del alojamiento final”, y en sus Anexos 1 y 2
estableció modelos o formularios que el personal militar debía seguir para
documentar los procedimientos de detención de personas y secuestro de
efectos, y para volcar los datos correspondientes a personas detenidas a
disposición del PEN que son idénticos a los que se aprecian en las fotocopias
de fs. 107 y 108 de la causa 28.976 que corre por cuerda.

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Al respecto debe tenerse en cuenta que el PON 212/75 efectivamente
fue norma vigente al tiempo de los hechos. A aquél se remite el PON 217/76,
del mes de abril de 1976, en el punto 4. “INSTRUCCIONES A SEGUIR POR
LOS COMANDOS DE ZONA DE DEFENSA Y ELEMENTOS
DEPENDIENTES PARA CONCRETAR LOS PROCEDIMIENTOS”,
apartado a) “Para colocar personal detenido a disposición del PEN (para todos
menos los clasificados en 3. d). Se procederá de acuerdo a lo establecido en el
PON 212/75”.
En el apartado d) del mismo punto se establece “Para hacer cesar la
situación de detenido a disposición del PEN. 1) Comandos de Zona y/o
Subzona de Defensa. a) Solicitarán por MMC al Cdo Grl Ej (EMGE - Jef III
Op –CENOPE – Informativo cadena de comando) La solicitud de cese a
disposición del PEN, debiendo considerar los siguientes datos: - Nombre y
Apellido. – Datos de Filiación. – Nro. De Decreto por el cual pasó a
disposición del PEN – Causas que motivan la solicitud”

10. Hechos de la causa.


10.1. Declaraciones de damnificados.
Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda en la audiencia relató: que al grupo
de casas de su familia en Sargento Cabral 2385 de Munro, entre las que se
encontraba su domicilio, el 15 de abril de 1976, en horas de la madrugada,
ingresaron un grupo importante de personas, uniformadas, que realizaron
disparos de armas de fuego, que les sustrajeron distintos bienes de su
propiedad. Que le manifestaron que venían a buscar a su marido Floreal
Avellaneda quien, previamente, al oír los ruidos que había generado esta
comisión cuando arribó a la zona, comenzó a intentar ingresar a la vivienda de
su cuñada Arsinoe y al presumir que lo venían a buscar a él por su actividad
gremial y política, se dio a la fuga por una ventana y distintas dependencias de
las casas vecinas. Que uno de los ingresantes era apodado “Rolo” y actuaba a
cara descubierta y tenía una voz muy potente. Fue el que después identificó
como Aneto, de la Comisaría de Villa Martelli. Que los llevaron privados de su
libertad, vendados y encapuchados a ella y a su hijo Floreal, alias “El Negrito”.
Que pese a haber estado con sus ojos vendados, está segura de haber estado en
la Comisaría de Villa Martelli, por las características físicas del lugar que
después pudo comprobar en sendas diligencias judiciales (la primera ilustrada
en el acta de fs. 146, que reconoció en la audiencia) y porque cuando estaba

33
allí esa noche, oyó atender el teléfono con la expresión “Comisaría de Villa
Martelli, buenas noches”.
Que allí la torturaron con picana eléctrica en diversas partes del cuerpo,
debajo de los brazos, pechos, orejas, pies y genitales. Que le ponían una
almohada en la cara y prendían fuerte la radio para que no se oyeran sus gritos.
Constantemente le preguntaban sobre el paradero de su marido. Que quien lo
hacía era “Rolo”, a quien siguió reconociendo por la voz y la forma nerviosa
de proceder y dirigirse a ella, que era muy característica o inconfundible.
También sentía los gritos de su hijo, que evidenciaban estaba siendo torturado.
Que después lo traen a su presencia y le dice: “mami, decí que papi se escapó”.
Que esas fueron las últimas palabras que oyó de él. Que en otro momento,
pusieron a otra persona ante ella, que seguía encapuchada, que le dijo algo así
como “soy Benítez, compañero de TENSA de tu marido, decíles que estuve en
tu casa”, pero que por creer que se trataba de una trampa de los torturadores, lo
desconoció. Después fue sacada de lugar, literalmente “levantada en el aire”, y
subida a un vehículo. La llevaron a un lugar que tiempo después reconoció
como Campo de Mayo porque se trataba de un lugar muy abierto, se oían
ruidos de helicópteros, de aviones, de trenes y especialmente continuo bullicio
de ladridos de perros. Que allí le asignaron un número. Primero el 17 y
después el 527. Fue torturada con picana eléctrica con cables en los dedos. Que
al principio el torturador se enojó porque el aparato no funcionaba con la
potencia que deseaba. Se la alojó en lo que presume era un galpón grande,
porque había muchas personas a su alrededor, que debía ir esquivando cuando
se la llevaba al baño. Que había presencia de perros que los olían
constantemente. Le preguntaban por un pergamino que le habían regalado sus
compañeras del Partido Comunista. La mojaban y torturaban. Que una vez para
ir al baño, un guardia de acento correntino, le exigió que gritara “viva Hitler”.
Que en el baño aprovechó para levantarse la capucha y pudo ver por una
hendija que había un campo, muchos perros, y construcciones de chalecitos
que asoció con Campo de Mayo por las características fisonómicas del lugar y
por el tiempo que deparó el trayecto en automóvil desde Villa Martelli.
Que para torturarla la llevaban a otra dependencia. Los torturadores no
eran las mismas personas que los guardias. Que sufrió un simulacro de
fusilamiento. Que la sacaron y llevaron a un lugar con el piso de tierra
removida y le dijeron que pidiese tres deseos. Que quiso saber de su hijo y la
persona que ella cree era el mismo “Rolo” le contestó “no preguntés más

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porque ya lo reventamos”, le aplicó varios puntapiés, le gatilló el arma
simulando una ejecución y después la llevó a su colchón, diciendo “con los
comunistas no se puede”. Era la misma voz, del que entró a su casa, la torturó
en Villa Martelli, en Campo de Mayo y que estuvo en la diligencia judicial de
la Comisaría de Villa Martelli hace unos días (en alusión a la llevada a cabo
por este Tribunal como instrucción suplementaria). Mencionó los apodos de
varios torturadores: “Padre Francisco”, “Escorpio”, “Cacho” y “Ginebrón”.
Que en otro momento recibió un golpe en la nalga con una fusta. En otra
oportunidad la destaparon como para seleccionarla para una violación, pero la
descartaron, y esa noche finalmente violaron a otra cautiva que estaba
embarazada. Que en todo el tiempo no le dieron de comer, excepto una
manzana pequeña que le alcanzó un guardia para que la comiese por debajo de
la capucha. Sufrió lesiones permanentes en las glándulas mamarias y a raíz de
ello no pudo dar de mamar al hijo que dio a luz tiempo después. Contrajo
conjuntivitis que le fue tratada seguidamente, una vez trasladada al penal de
Olmos, en la provincia de Buenos Aires. Ese traslado se produjo junto a una
mujer llamada Silvia Ingenieros. Allí se encontró con Cristina Arévalo. Solo le
contaron de la muerte de su hijo una vez que recuperó la libertad. Reconoció su
presencia en las declaraciones testimoniales ante el Juzgado Federal de San
Martin de todos los policías de la dotación de la Cria. de Villa Martelli para
abril de 1976 y mencionó aquélla en la que reconoció a Aneto y generó la
presentación del escrito manuscrito de fs. 341 de la causa 28.976. También
explicó sintéticamente que habían realizado averiguaciones para individualizar
a quien apodaban “Rolo” en la Cria. de Villa Martelli, y así fueron dando con
el nombre de Aneto y sus diversos destinos desde aquella época. Explicó el
tatuaje de su hijo Floreal, con forma de corazón y las iniciales F. y A. y la
forma en que su familia tomó conocimiento de ello, a través del diario. No le
entregaron el cuerpo de su hijo. No sabe por qué se lo llevaron. Estimó que
desde su casa a su primer lugar de alojamiento tardaron de diez a quince
minutos. Que lo volvió a ver a Aneto en un corso, que éste la vio y se escabulló
entre la gente. En 1978 fue a la Cria. de Ituzaingó ha hacer una denuncia y fue
maltratada (es la que obra a fs. 23/4 de la causa 30.296 por apremios ilegales).

Floreal Avellaneda coincidió con su mujer en los momentos que


vivieron juntos y las cosas sustraídas. Era afiliado al Partido Comunista y tenía
intensa actividad gremial y/o sindical en la metalúrgica TENSA, así como

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antecedentes en unas cuantas empresas que mencionó. El día del operativo, se
escapó por la ventana. Su hijo no alcanzó a saltar con él. Vio muchas personas,
algunas con ropas de Ejército y con elementos raros en la cara. Le dispararon
pero logró escapar por las casas adyacentes. En uno de esos momentos, una
voz que lo confundió le dijo “¿sos vos Rolo?”, ante lo cual permaneció callado
para que no lo descubrieran. Quedaron signos de disparos en la puerta y en una
enciclopedia que tenían.
El 14 de mayo de 1975, el día del cumpleaños de su hijo Floreal, al leer
el diario Crónica tomó noticia del hallazgo de ocho cuerpos en el Río de la
Plata, lado uruguayo, uno de los cuales tenía un tatuaje similar al de su hijo.
Como la nota decía que tenía más de treinta años y fuerte contextura, no tomó
otra determinación aunque se quedó con dudas. Que por intermedio de su
abogado Viaggio, se cotejaron fichas dactilares y se comprobó la identidad de
su hijo.
Azucena Avellaneda de López también coincidió en que el operativo en
que se llevaron a su cuñada Iris y a su sobrino Floreal, estuvo integrado por
muchas personas, armadas, que hubo disparos de armas de fuego y otras
violencias. Preguntaban por “Avellaneda de TENSA”. Uno de los integrantes
del grupo que asaltó su casa y las de los demás, acompañó a su hija de por
entonces 7 años a ponerse unas zapatillas al cuarto, porque estaba descalza.
Que ello le permitió registrar su rostro y la forma en que estaba vestido. Era
rubio, bajito, de rulos y vestido de jean. Al día siguiente reconoció sin lugar a
dudas a la misma persona en la Comisaría de Villa Martelli, esta persona se dio
cuenta, y desapareció inmediatamente. Ello ocurrió mientras acompañaba a su
hermana Arsione a realizar averiguaciones sobre el paradero de los detenidos y
cuando ésta estaba discutiendo con el Comisario que negaba de mal modo que
allí estuvieran alojados, razón por la cual, Arsinoe no pudo verlo. Cree que
Arsinoe tampoco lo vio durante el procedimiento. Comentó también que
Arsinoe esa noche llamó por teléfono a la Comisaría de Munro y que a la
mañana siguiente la acompañó a su hermana a esa dependencia, después a la
de Villa Martelli (donde reconoció al rubio), a la Municipalidad de Vicente
López, a la Comisaría de Olivos y, más tarde, a Campo de Mayo, donde su
hermana ingresó. Que recién se enteraron que su cuñada estaba en la cárcel de
Olmos por los habeas corpus que presentaron. Que la fueron a visitar y
percibieron que estaba en muy mal estado, a la miseria.

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Arsinoe Avellaneda recordó que era semana santa, a la 1.30 hs.
aproximadamente. Que golpearon la puerta de su casa. Preguntaban por
“Avellaneda de TENSA”. Se asomaron personas con caras cubiertas con
medias y pelucas. Balearon la puerta del frente, y finalmente entraron entre
diez o quince personas. Los amenazaron con armas. Al parecer vieron a su
hermano Floreal y le dispararon. Comentó el episodio de su sobrina descalza,
donde ella vio el rostro de uno de los atacantes que dice “¿qué está pasando?”,
a lo que otro que era el que había ayudado a su sobrina, y al que no ve,
contesta “nada, Rolo”. A este Rolo lo describió como moreno, tez mate, con
entradas en su cabello, nariz grande no desproporcionada, mentón algo
prominente y una voz muy fuerte. Es el que después reconoció en rueda de
personas como Aneto. Respecto del otro, sólo supo del episodio de su hermana
Azucena en la Comisaría de Villa Martelli, pero no lo pudo ver porque estaba
discutiendo con el Comisario. Continuó el relato señalando que se llevaron al
Negrito y a su madre a la calle, los colocaron con sus manos contra un
automóvil y les pusieron capuchas. En un determinado momento, en la calle,
un hombre alto, moreno, con bigotes, con campera oscura, y borceguíes, le
ordenó reingresar a su casa bajo la amenaza de que iba a “haber tiros”.
Al irse la comisión, logró reconectar los cables del teléfono que habían
arrancado los intrusos y llamó a la Comisaría de Munro, donde ante su
pregunta le informaron que su casa había sido objeto de un procedimiento de
Seguridad Personal, lo cual de algún modo la dejó tranquila porque significaba
que había una autoridad interviniendo.
Al rato se apersonaron policías uniformados, al mando de quien dijo ser
el comisario de Munro, que explicó que no sabían lo que había pasado, sino
que habían venido “por los tiros”, acompañado de un señor grande con gorra, y
le preguntó si Floreal se había escapado, lo cual le llamó la atención porque
supuestamente los de Munro no sabían nada. Que con su hermana prepararon
un termo y se fueron a la Comisaría de Munro a las primeras horas. Les dijeron
que allí no había nada y que era un tema del Ejército y que podía ser que
estuvieran en Villa Martelli. Discutió porque ella había llamado a la noche y se
lo negaron. Aceptaron tomarle una denuncia. Fueron a la Comisaría de Villa
Martelli. Las atendió el Comisario Ferreño, con quien discutió y de mal modo
las echó y negó que allí estuviera su cuñada y sobrino. En ese momento,
aunque se lo contó cuando salieron, su hermana Azucena reconoció a una
persona que había estado la noche anterior en el operativo en su casa, pero ella

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no pudo ver. Se dirigieron a Campo de Mayo y cayeron en la Escuela de
Infantería. Era feriado, Semana Santa. Les informaron que no había nadie.
Cuando se estaban retirando vieron bajar de un coche a la misma persona de
bigotes, moreno y alto, que le había ordenado reingresar a su domicilio la
noche anterior. Se fueron a Olivos, a la Intendencia de Vicente López.
Finalmente, el lunes concurrieron al juzgado del juez Gitard. Siguió contando
cómo se reencontró con su cuñada en la cárcel de Olmos, muy deteriorada,
envejecida por la tortura. También que se enteraron del hallazgo del cuerpo en
el Uruguay de quien podría ser Floreal y que después ello se confirmó con el
cotejo de fichas realizado en el expediente de Hábeas Corpus. Le llegó un
expediente militar por correo a su casa dentro de un sobre a su nombre,
remitido desde el I Cuerpo de Ejército. Consultó con el abogado de la familia,
el Dr. Viaggio, quien le sugirió sacar fotocopias y devolver los originales al
remitente. Así lo hicieron con dificultad porque se trataba de un sábado a la
mañana y en esa época era difícil conseguir tal cosa. Retornó el expediente por
correo, con una nota adentro diciendo algo así como que se habían equivocado
de destinatario. Las fotocopias se las dió al abogado Viaggio.
Se le exhibieron las fotocopias de fs. 106/9 del expediente 28.976 y dijo
no recordar si se trataba de las mismas fotocopias que ella extrajo y le entregó
a su abogado. También fue al I Cuerpo de Ejército a realizar gestiones. Le
dijeron que se había mandado todo a Campo de Mayo. Entonces, también fue
al Comando de Institutos Militares preguntando por el destino de un menor de
edad, para que fuera más fácil que le franquearan el paso. Dijo que encontraron
registrados en los libros el caso de Floreal, que tenía que dirigirse a la oficina
de personal. Pero la vinieron a buscar desde la guardia y la expulsaron del
lugar.
Cabe señalar que se ampliaron los dichos de Iris Pereyra de Avellaneda
quien reconoció las fotocopias exhibidas de fs. 106/9 y el escrito de fs. 117
suscripto con su abogado Viaggio mediante el cual las habían presentado
oportunamente.
Ethel Estela Avellaneda, que al momento de los hechos tenía 13 años,
recordó los momentos vividos cuando se produjo el allanamiento en su casa y
la detención violenta de su mamá y hermano. Dijo que tiempo después que no
precisó, al pasar por Campo de Mayo con alguna de sus tías, vio pasar a un
hombre que reconoció había estado en su casa la noche del operativo. Volvió a
ver a su mamá en Olmos, muy desmejorada.

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Los vecinos y demás parientes que declararon en la audiencia o cuyos
testimonios fueron incorporados por lectura, fueron contestes sobre la gran
cantidad de personal policial y militar desplegado para el operativo, en su
violencia, en que hubo disparos de armas de fuego, allanamientos en diversos
domicilios, que buscaban a Floreal Avellaneda padre, en haberse enterado de la
sustracción de cosas, y de la detención de Iris y del menor Floreal. Así, Pedro
Joaquín López, Francisco Illuzi, Mario Vicente Niemal, Alba Margarita López,
Martín Yago Barbera, Susana Beatriz Aguirre.

10.2. Pruebas.
La presencia en el lugar de Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda y su hijo
Floreal Edgardo, su privación de la libertad por parte de un grupo armado
mediante el uso de violencias físicas y psicológicas, y la sustracción de bienes
por parte de los captores, se acredita a través de los relatos descriptos, y cabe
señalar que su coincidencia difícilmente haya podido ser acomodada, en tanto
fueron vertidos ante la autoridad desde el mismo día del hecho (Comisaría de
Munro).
Además, en lo que corresponde, concuerdan los dichos de los vecinos.
Francisco Illuzzi, Mario Vicente Niemal, Martín Yago Barrera y Susana
Beatriz Aguirre, quienes afirmaron haber observado a varias personas armadas,
algunas de ellas uniformadas, que también registraron sus propios domicilios.
Algunos de los nombrados, además escucharon los disparos de armas de
fuego y el testigo Niemal agregó que días después del suceso observó en la
puerta de acceso de la vivienda de los Avellaneda, varias perforaciones de
armas de fuego que formaban un círculo en torno a la cerradura.
Los daños en la puerta fueron comprobados por la autoridad policial
ajena al procedimiento, como se refleja en el acta policial de la Comisaría de
Munro, Vicente López 3ra., del 15 de abril de 1976 agregada a fs. 3 de la causa
N° 28.976 del Juzgado Federal Nº 1 de San Martín, que actuara a partir de la
denuncia realizada por la citada Arsinoe.
También robustece la prueba de estos acontecimientos, el hecho de que
desde un primer momento se presentaron habeas corpus a favor de ambos
donde constan las mismas versiones.
El grupo que produjo estos hechos dependía operacionalmente del
Ejército Argentino. Ello surge de la respuesta al Juez Penal Provincial que
investigaba las privaciones ilegales de la libertad, a quien se informa que Iris

39
E. Pereyra estaba detenida en la Cárcel de Olmos a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional, a donde había sido trasladada por orden o desde el
Comando de Institutos Militares (fs. 38, 46 y cctes. de la causa N° 28.976), y
del hecho negativo de que ninguna otra autoridad informó que lo hubiese
hecho por alguna otra razón, lo cual adquiere carácter de irrefutable en tanto
todas las fuerzas de seguridad dependían operacionalmente del Ejército.
Las consideraciones sobre la situación de Iris deben ser trasladadas a su
hijo Floreal, ya que fue capturado en las mismas circunstancias de tiempo,
modo y lugar, lo cual indica que corrió la misma suerte que su madre al quedar
bajo la esfera de custodia de personal del Ejército.
Según relatos de miembros de la familia, de comentarios oídos al
momento de la detención, así como de circunstancias posteriores, el grupo
armado tenía como misión la detención de Floreal Avellaneda padre, y su
móvil era su pertenencia o vinculación al Partido Comunista y su actividad
gremial en la metalúrgica TENSA donde laboraba.

10.3. Villa Martelli.


Del mismo modo se pudo acreditar en este debate que Iris Pereyra de
Avellaneda y Floreal E. Avellaneda luego de ser apresados en la madrugada
del día 15 de abril de 1976, fueron conducidos con sus rostros cubiertos con
vendas y capuchas, por un pelotón que dependía operacionalmente del Ejército
a la Comisaría 4ta. de Vicente López (Villa Martelli), lugar donde Iris Pereyra
primeramente fue atada y, después, sometida a interrogatorios bajo tormentos
por personal dependiente del Comando de Institutos Militares, y a un
simulacro de careo con otra persona ya mencionado, tras lo cual prosiguieron
los interrogatorios mediante la aplicación de pasajes de corriente eléctrica por
distintas partes del cuerpo que describió, todo ello con el objeto de que
brindara información respecto de su marido y sus actividades político
gremiales.
Por su parte, el menor Floreal Avellaneda, también fue llevado a ese
lugar, interrogado y sometido a los mismos procedimientos.
La materialidad de este acontecer, además de haberse acreditado en la
causa 13/84 de la CCCF, se encuentra probado por todas las declaraciones de
Pereyra de Avellaneda desde el primer momento.
Pero además, Iris y su cuñada Arsinoe reconocieron a uno de los
policías que ingresaron aquella madrugada a su domicilio, y éste, Aneto,

40
pertenecía a la Comisaría de Villa Martelli. Así lo demuestra la prueba de
informes sobre su destino a ese tiempo y las producidas a instancia de la
defensa en tanto demuestran que Aneto era oficial de sumarios de esa
Comisaría por ese entonces. Volveremos sobre este punto al referirnos a la
intervención de Aneto en los hechos que se le imputan.
Coadyuvan a afirmar que esto tuvo que ser así, los testimonios que dan
cuenta sobre la dependencia del Ejército de las fuerzas policiales de la
provincia, lo cual concuerda con lo dispuesto por la Directiva del Consejo de
Seguridad 1/75 y normas como la ley de facto 21.267 que sometía al personal
policial a la jurisdicción militar.
Son contestes en ese aspecto las declaraciones del personal policial que
revistaba entonces en la Comisaría de Villa Martelli, tanto los que declararon
en la audiencia como aquellos cuyos testimonios se incorporaron por lectura:
Antonio Osmar Alvarez, Alcibíades Gómez, José Ismael Debaisi, Eduardo
Fachini, Juan Carlos Miguel, Juan Carlos Traino, Ernesto Lupiz Rodríguez,
Aquilino Constante Martínez, Carlos Guillermo Quirez, Epifanio Ayala,
Héctor Marcelino Luna, el entonces subcomisario Carlos Roberto Echeverría,
Alberto Jorge Guzmán, Alberto Valentín Cabaña, Roberto Mario Echave,
Pánfilo Leiva, David Arnaldo Dorsch, Rubén Coombes, Pablo Lisandro Nieva
y del por entonces Comisario Américo Vicente Ferreño (cfr. fs. 283/84, 285,
287/88, 291, 292, 296, 298/99, 304/05, 306/07, 308/09, 310/11, 337/338, y
347/349). Más allá de sus olvidos, naturales por haber pasado 33 años y por ser
interrogados por hechos que no sabían si podrían involucrarlos, sus dichos
revelaron que personal militar tenía presencia real en el lugar y que los policías
estaban subordinados a él; que el 24 de marzo de 1976 se había apersonado un
teniente coronel “Svencionis”, del arma de Infantería, como una suerte de
interventor de la Comisaría. Que Aneto era un oficial de jerarquía y que
quedaba a cargo de la dependencia en variadas ocasiones; que existía un
sistema para pedir “área libre” con el fin de actuar en la jurisdicción de otras
seccionales y autorizaciones a la autoridad militar; esa autoridad la ubicaron en
Campo de Mayo y en la casa de Perón en la calle Gaspar Campos de Vicente
López, que algunos recordaron estaba a cargo del Teniente Coronel Arévalo.
También mencionaron que en la seccional había teléfono y la forma de
atenderlo, que identificaba la Comisaría de Villa Martelli. Muchos
mencionaron que Aneto salía a la calle a realizar algunos procedimientos
cuando era necesario.

41
En la jornada del 27 de mayo de 2009 declararon los testigos José
Barrionuevo, Oscar Bisignano, Alberto Icarbone, Héctor Landriel, Oscar
Castellanos, Eduardo Rocha, Mario Ferrari y Rodolfo Wanuffelen, que habían
sido ofrecidos por la Defensa del procesado Aneto. Los nombrados también
eran policías de la Comisaría de Villa Martelli al tiempo de los hechos. Sus
variados relatos, seguramente debido al paso del tiempo, sin embargo
coinciden en algo esencial.
Todos ellos, a excepción de Icarbone, refirieron que Aneto se
desempeñó en esa Seccional como Oficial de Servicio y que como tal tenía el
comando interno de la dependencia mientras no se encontraran el Comisario o
el Subcomisario por ser, en esos casos, la máxima autoridad policial. En esta
función, Aneto distribuía el trabajo, disponía que salieran los agentes o el
móvil a hacer distintas diligencias, etc.
Salvo Barrionuevo, todos dijeron que luego del golpe de estado del ‘76,
se hicieron presentes militares, los cuales se hicieron cargo de la dependencia y
ocupaban lugares restringidos en forma permanente durante los primeros
meses.
Algunos de estos policías fueron más allá al afirmar que el lugar que
ocuparon los Militares fue el casino de Oficiales ubicado en el primer piso de
la dependencia. Que estos militares vestían de uniforme o de civil y que en
ocasiones traían detenidos.
Landriel, Jefe de Calle en esos tiempos, mencionó que la misión militar
era pacificar la zona en caso de tumultos o reuniones y que existía una veda.
Que existían áreas en las cuales ellos no debían intervenir cuando allí actuaban
los militares, cuya existencia “no podían negar”, pero que tampoco “podían
meterse”.
Rodolfo Wanuffelen, recordó que los militares traían en sus propios
vehículos detenidos con sus caras cubiertas, encapuchados o con una cinta que
cubría sus ojos, y que en ocasiones debieron llevar a los presos comunes a
otras dependencias para alojar a las personas que traían aquéllos.
La comisaría de Villa Martelli funcionó de manera similar a otras como
la de Munro. Así Walter Polidori, y Jorge Said Hasan, el 29 de mayo
declararon que la Comisaría de Munro también estaba subordinada al poder
militar y reportaban a la autoridad de la zona de Vicente López. Que el
interventor de la dependencia era Coronel Calatayud de Infantería de Campo
de Mayo. La presencia militar era permanente y tenían allí un área restringida

42
en el primer piso de la Comisaría. El ex comisario Polidori agregó que recibían
material gráfico antisubversivo y directivas respecto de dicha materia, que él y
otros comisarios concurrían a Campo de Mayo a recibir directivas y que
acompañó a Calatayud varias veces, y que para los militares todos los que
estuvieran en su contra eran subversivos, aunque él estaba en desacuerdo y
decía que tenían que blanquear sus operaciones.
Ambos policías reconocieron sus firmas en la denuncia de Arsinoe, la
declaración de Azucena y la diligencia de constatación en el domicilio de los
Avellaneda al día siguiente del suceso, lo cual dio inicio a la causa 28.976,
donde, entre otras cosas, se comprobó la presencia de disparos alrededor de la
cerradura de la puerta de calle. Cabe poner de manifiesto aquí que el acta de la
declaración de Arsinoe se reabrió para dejar constancia que después de llevarse
detenidos a su cuñada y sobrino, había concurrido una comisión policial
encabezada por quien dijo ser el comisario de Munro. Ese dato cronológico no
es menor si se tiene en cuenta que ella estaba declarando en la Comisaría de
Munro y que seguidamente con el Comisario Polidori se fueron a su domicilio
a realizar la diligencia de constatación. Si hubiese sido la misma persona que
había estado la noche anterior en su casa, Arsinoe lo habría reconocido,
mientras que si los policías de Munro hubieran querido encubrir una situación,
no habrían dejado esa constancia.
Said Hassan a expresas preguntas recordó que el teléfono se atendía con
la expresión “Comisaría de Munro”, lo cual descarta cualquier duda sobre que
fue la de Villa Martelli el lugar donde se atendió el teléfono cuando los
Avellaneda estaban allí.
Por otra parte, otros testigos contribuyeron a dotar de mayor
credibilidad al reconocimiento de fs. 417 de Arsinoe Avellaneda respecto de
Alberto Ángel Aneto, ya que ellos integraron la rueda. Ambos afirmaron haber
sido policías de distintas dependencias y que conocían a Aneto. Michelone
recordó que el otro integrante de la rueda Carlos Etchezabar también era
policía y que trabajó con él en Villa Adelina.
Uno de los nombrados señaló que había integrado otras ruedas y que esa
no había ofrecido características distintivas y, lo más interesante desde el punto
de vista de la robustez del resultado positivo de ese reconocimiento, es que los
testigos, aún 24 años después de esa diligencia judicial, presentaban
asombrosas coincidencias físicas con Aneto: eran erguidos, de buen porte,
robustos, calvos pero con pelo a los costados, de tez blanca.

43
Completan el cuadro otros testigos, convocados por haber prestado
servicios en Villa Martelli, Raúl Basualdo y Víctor Manuel Pérez, que
resultaron ser además, de la custodia personal del General Riveros y que a
dichos fines tenían su asiento (vivían) en la Guarnición, que lo acompañaban a
desfiles, fiestas, etcétera, dentro y fuera de Campo de Mayo.
En cuanto a las actuaciones labradas en la Comisaría de Ituzaingó
(causa 30.290), Amadeo Mastieri y Miguel Teijeira, explicaron que eran
instructores sumariantes de la Dirección Judicial de Asuntos Judiciales
dependiente de la Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires, y que si
bien tenían su asiento en Ituzaingó, tramitaban sumarios por hechos de otras
jurisdicciones policiales. Teijeira dijo que uno de los motivos de su
intervención era cuando se encontraba sospechado o imputado personal
policial.
También declaró Julio Insaurralde, a quien se le instruyó una causa por
violación a la ley provincial de juegos de azar la noche del 14 al 15 de abril de
1976 en Villa Martelli (es la causa 4512 del Juzgado Penal 6 de San Isidro, que
se le exhibió), quien no ratificó la versión de Aneto, ya que dijo haber estado
con él sólo durante unos 5 a 10 minutos, que no recordaba quien le había
tomado la declaración, en alusión a que había sido uno distinto de Aneto, que
después estuvo en el calabozo permanentemente por dos días y que había sido
su suegro quien le había llevado comida y no su mujer.
Sobre este tramo de los sucesos investigados y probados, debemos
señalar aquí una circunstancia que tiene relevancia a los fines de su subsunción
jurídica, esta es, la negativa a proporcionar información sobre el destino de un
detenido a disposición de la autoridad.
Azucena Avellaneda de López explicó que el día 15 de abril de 1976
concurrió con su hermana Arsinoe a la Comisaría de Villa Martelli para
averiguar sobre el paradero de su otra hermana Iris y de su sobrino Floreal; en
la ocasión, salió de una oficina una persona que se identificó como el
comisario, quien al pedido de información sobre aquéllos, respondió que no
estaban allí. Ante la insistencia de su hermana, esta persona agregó: “palabra
del Comisario Cerreño”.
Debe recordarse que el apellido del entonces Comisario desde el punto
de vista cacofónico es similar: “Ferreño”.
Esto se corresponde con la prueba documental, porque el Comisario
Américo Vicente Ferreño, ya fallecido, el 18 de mayo de 1976 informó al Juez

44
que investigaba la privación de la libertad de Iris Pereyra y su hijo Floreal que
en la Comisaría de Villa Martelli a su cargo, no se encontraban ni habían
estado detenidos Iris Pereyra de Avellaneda y Floreal Edgardo Avellaneda.
El subcomisario Echeverría depuso en la audiencia que en aquel
entonces distintas personas habían concurrido a la Comisaría a averiguar sobre
el paradero de Floreal Avellaneda, lo cual había generado una indagación
interna entre el personal con resultado negativo, y que esa situación de una
sospecha velada sobre el comportamiento del personal policial les había
molestado mucho. Sin embargo, el resultado de esa indagación, de ser cierta,
no prueba nada, porque otro resultado implicaría admisión de la participación
en hechos ilegales, por acción u omisión.
A la luz de la prueba recibida en esta audiencia puede afirmarse que
aquel informe de Ferreño es falso, porque los nombrados sí estuvieron allí
privados de su libertad.
En su declaración indagatoria Aneto mencionó que el 24 de marzo de
1976 se apersonó a la Comisaría un grupo de militares comandados por quien
se identificó como el Coronel “Esvencione” o algo parecido, con el fin de
comunicarles que la dependencia policial quedaba bajo la jurisidicción del
ejército desde ese momento. Ello se corresponde con el hecho de que en la
causa 28.976, a fs. 519, obra un informe del 9 de agosto de 1985, del Director
de la Escuela de Infantería, Coronel Francisco Cervo, con la nómina del
personal superior que revistó en esa Escuela en 1976 y allí aparece el Teniente
Coronel José Faustino Svencionis.
Este dato demuestra varias cosas, tales como la efectiva vigencia del
Plan del Ejército (Contribuyente al Plan de Seguridad Nacional), que el Cdo.
de IIMM ejercía el poder en ese territorio a la fecha de los hechos de este
juicio antes de que se llamara Zona IV y, además, que era la Escuela de
Infantería y no otra dependencia la que tenía asignado el ejercicio de ese poder
sobre todo lo que ocurría en función de la Comisaría de Villa Martelli.
También declaró el que por entonces era el Jefe de Unidad Regional de
San Martín de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Comisario General
(RE) Horacio Celia. Ratificó que toda su jurisdicción, desde el momento del
golpe militar, había quedado bajo el mando del Comando de Institutos
Militares, más allá de no recordar el momento de creación formal de la Zona
IV. Cada Partido pasó a depender de una Escuela del Comando. Creyó
recordar que Vicente López, donde estaba ubicada la Comisaría de Villa

45
Martelli, dependía de la Escuela de Caballería o de la de Infantería, aunque
inclinándose por esta última. Que en cada Comisaría existía un jefe militar y
que éste podía ordenar que los oficiales de servicio de las comisarías salieran a
la calle para la ejecución de operativos, incluso fuera de la jurisdicción de su
comisaría. En aquellas existieron asentamientos estables de militares con sus
áreas restringidas, y ello ocurrió en Munro, Villa Ballester y, en la primera
época, en Villa Martelli. Reconoció haber mantenido una entrevista con el
General Riveros y que éste le dijo que debían comunicar cualquier
procedimiento que se hacía en la zona. Que los militares podían hacer
cualquier tipo de procedimiento sin necesidad de hacerlo saber a la policía y
que aquéllos en la realidad efectuaban allanamientos en búsqueda de personas.

10.4. Campo de Mayo.


También se encuentra acreditado que Iris E. Pereyra de Avellaneda, el
mismo día de su aprehensión y luego de su paso por la Comisaría de Villa
Martelli, fue trasladada a un Centro Clandestino de Detención ubicado en el
interior de Campo de Mayo, lugar donde fue despojada de su reloj y sometida
durante su estadía a tratos denigrantes e inhumanos.
Fue obligada a permanecer encapuchada, sin comer, y sin posibilidades
de bañarse, -lo cual le provocó severas lesiones en sus ojos-. Fue golpeada
mediante puntapiés y látigo y fue sometida a diversos pasajes de corriente
eléctrica, e interrogatorios por parte de personal de inteligencia y a un
simulacro de fusilamiento.
Las personas que administraron los malos tratos y torturas antes
descriptos dependían operacionalmente del Ejército Argentino, muchos de
ellos del Área o Departamento de Inteligencia, pero en todos los casos
respondían al mando del Comando de Institutos Militares.
Además de lo ya dado por probado en la tantas veces citada causa N°
13/84 de la CCCFed (ver casos 102 y 103), en este debate contamos con el
pormenorizado relato de Iris Pereyra, concordante con los que ha venido
brindando durante más de treinta años.
Se suma el dato de Arsinoe, que vio en la Escuela de Infantería, a la
mañana siguiente, a uno de los militares que actuó en el operativo en las casas.
Otra prueba irrefutable de que Iris Pereyra permaneció privada de su
libertad en lugares dependientes del Comando de Institutos Militares, son los
informes y documentos de la Unidad 8 (Olmos) del SPPBA de fs. 145 y 155 de

46
la causa 2005, donde se asienta que la nombrada ingresó procedente de esa
dependencia, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, por Decreto N° 203
del 23/4/76, acusada de pertenecer al “PC” conectada al “OPM Montoneros”,
“responsable financiera de la célula N° 1 de Vicente López”.
Surge del oficio de fs. 148, que el traslado a Olmos de Iris Pereyra
comprendió el de otra detenida, Silvia Amalia Ingenieros Spiking, y que el jefe
de la custodia que las condujo fue el Capitán Rorberto Sánchez Negrete, hoy
fallecido (cfr. fs. 102 de la causa 28.976 ó fs. 158 de la causa 2005), quien en
declaración testimonial incorporada por lectura reconoció que prestaba
funciones en el Comando de Institutos Militares (fs. 270/1).
En ese contexto resulta ilustrativo relevar el desarrollo de la detención
de Ingenieros, que puede leerse en su legajo agregado al caso N° 267, ya que, a
diferencia del de Iris, se encuentra casi completo. Entre sus fojas aparece
numerosa documentación certificada referida a la ficha criminológica N°
15.286 de la Unidad N° 8 del Servicio Penitenciario de la Prov. de Buenos
Aires, “Olmos”.
A fs. 76 del mencionado legajo 267, puede leerse una misiva con
membrete del “COMANDO GENERAL DEL EJÉRCITO. COMANDO DE
INSTITUTOS MILITARES” “SECRETO”, fechada en Campo de Mayo el 28
de abril de 1976, dirigida al Director de la Unidad 8 “Olmos”, con el objeto de
“remitir detenidos”, que reza: “Adjunto remito al Sr. Director las detenidas que
a continuación se mencionan y la documentación correspondiente a cada una
de ellas, puestas a disposición del PEN por MMC Nro. 4479/76 (Esmayorun),
Decreto Nro. 203”, al pie existe una firma aclarada con sello “BENITO
ANGEL RUBÉN OMAECHEVARRÍA. CORONEL JEFE DEPTO. PERS.
CD. II MM”, sello medalla correspondiente al Comando de Institutos Militares
y dos sellos más, uno la División Personal y el otro del CD II MM, con
distintas anotaciones de control. En la misma nota luce constancia de recepción
por parte de la Unidad 8 de mujeres el día 30/4/76 a las 13hs.
Toda esta documentación abona lo que venimos diciendo acerca de la
nula relevancia de que la llamada Zona IV fuera formalmente creada casi un
mes después, porque en la realidad las cosas ya funcionaban del mismo modo.
Corroboran que Iris y su hijo Floreal estuvieron allí los dichos de Ibáñez
y de Solís. Terminantes al respecto.

47
Sus privaciones de la libertad y tormentos fueron dispuestas y
ejecutadas bajo el mando operacional de agentes de la Escuela de Infantería del
Ejército Argentino.
Desde un principio, en un escrito del 14 de febrero de 1984, Iris Pereyra
de Avellaneda con el patrocinio de su abogado Julio José Viaggio, acompañó
fotocopias que habían sido recibidas o adquiridas por Arsinoe Avellaneda, que
lucen a fs. 106/109 de la causa N° 28.976 que corre por cuerda, que fueron
reconocidas en la audiencia.
La fotocopia de fs. 106 de la causa nro. 28.976 y 165 de la causa 2005,
expresa “Comando de Institutos Militares, Campo de Mayo, 22 de abril de
1976, Objeto: Solicitar puesta a disposición del PEN personal detenido”, tras lo
cual se solicita la puesta a disposición del PEN a Iris Etelvina Pereyra de
Avellaneda, aclarándose “CAUSA DE LA DETENCIÓN: Activista del PC…
LUGAR DE DETENCIÓN: Comando de Institutos Militares”, y concluye con
una firma cuyo sello no está bien fotocopiado o fue borroneado, pero que es
llamativamente similar a la del Coronel Benito Ángel Rubén Omaechevarría,
que luce en la nota de fs. 26 del legajo de Silvia Ingenieros, N° 267, por la cual
se las remite a Olmos a Iris Pereyra y a Silvia Ingenieros.
A fs. 107 de la causa N° 28.976 o 166 de la causa N° 2005, obra otra
copia con el membrete “APENDICE I (antecedentes de los detenidos a
disposición del PEN)... (Administración de Personal detenidos por hechos
subversivos)...”, donde constan el nombre Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda
y sus datos casi ilegibles, y culmina con una firma ilegible con la aclaración
que dice “Clodoveo Miguel Ángel Arevalo…”. Cabe adelantar que Arévalo
efectivamente era el Subdirector de la Escuela de Infantería.
A fs. 108 ó 167, según la foliatura de cada causa, luce la fotocopia de la
que parece ser un acta o formulario preimpreso y llenado en la ocasión para
ilustrar el procedimiento pertinente. Está encabezada así: “Apéndice 2 (Modelo
de actuación) AL PON Nro. 212/75 (Administración de personal detenido por
hechos subversivos) AL ANEXO 4 (Personal) A LA DIRECTIVA DEL
COMANDANTE GENERAL DEL EJÉRCITO Nro. 404/75 (Lucha contra la
subversión)”, como subtítulo se lee: “ACTUACIONES DECRETO nro.
1860/75”, y “En VICENTE LOPEZ a los 15 días de abril de mil novecientos
setenta y seis siendo las 01.30 procedí a detener a una persona... que dice ser y
llamarse Iris Etelvina Pereyra estado civil casada... la detención se produjo en
las siguientes circunstancias al ejecutarse el procedimiento en su domicilio

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buscando a su esposo perteneciente al PC y sindicado como combatiente.
Dicha detención fue presenciada por las siguientes personas: Cesar Amadeo
Fragni... Raúl Horacio Harsich... El referido secuestro fue presenciado por las
siguientes personas que firman el acta en prueba de ello...” y concluye con tres
firmas, aclaradas respectivamente como: “Cesar A. Fragni, Capitán”, “Raúl H.
Harsich, Tte. 1ro.” y “FIRMA, jefe militar que produce la detención, Clodoveo
Miguel Ángel... Teniente Coronel”.-
Por último, a fs. 109 ó 168 de las causas 28.976 y 2005 respectivamente,
aparece otra copia que posee membrete “SECRETO”, “APENDICE 1
(ANTECEDENTES DE LOS DETENIDOS A DISPOSICIÓN DEL PEN), AL
PON Nro. 212/75 (Administración de personal detenido por hechos
subversivos Al anexo 4 (Personal) A LA DIRECTIVA DEL COMANDANTE
GENERAL DEL EJÉRCITO Nro. 404/75 (Lucha contra la subversión)” y reza
“... PEREYRA IRIS ETELVINA... FECHA EN QUE FUE DETENIDO... 15
abr.76...” y manuscrito, en letra mayúscula se lee “EL MARIDO SE FUGO
POR UNA VENTANA AL REALIZARSE EL PROCEDIMIENTO...”.
Cabe en este punto aclarar que no resulta relevante dilucidar la
autenticidad de las fotocopias aportadas por Arsinoe Avellaneda en sí mismas,
mediante su observación, porque éste no es un proceso por falsificación
material de documentos. Aquí, en cambio, pretendemos realizar el proceso
inverso, este es, que a partir de los hechos probados, se demuestra que las
fotocopias se extrajeron de documentos que reflejaban la realidad. Esa premisa
les otorgará su autoridad convictiva.
Las fotocopias mencionan personal militar que tenía el comando en el
territorio donde se encontraba el domicilio de los Avellaneda, perteneciente a
la Escuela de Infantería que tenía asignado el partido de Vicente López.
El PON 212/75 constituye una reglamentación del Ejército que
efectivamente existió.
La fecha, lugar, horario y otras circunstancias plasmadas en el acta de
fs. 108, coinciden con lo relatado por los Avellaneda, desde un primer
momento, antes de recibir las copias en su casa y, por ende, de tomar
conocimiento de su contenido.
El pedido de puesta a disposición del PEN que luce a fs. 106 coincide
con la fecha de privación de la libertad y en la misma solicitud se incluyó a
Silvia Amelia Ingenieros, lo cual fue real. Ambas fueron incluidas en el
Decreto 203/76 que ordenó que fueran colocadas a disposición del PEN, e

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ingresadas el mismo día a la Unidad Carcelaria de Olmos, tal como luce en las
copias certificadas del decreto del Poder Ejecutivo Nacional, del día 23 de abril
de 1976, existente a fs. 89/91, y en las mencionadas actuaciones de fs. 155 y
158 de la causa 2005.-
A Sánchez Negrete se le recibió declaración testimonial a fs. 270/1 de la
causa 28.976, incorporada al debate por lectura debido a su fallecimiento. El
Servicio Penitenciario de la provincia de Buenos Aires, acompañó un
documento agregado recién ahora con motivo de este debate, a fs. 1875/9, que
viene a ser el mismo que el de fs. 109, pero donde consta su propia firma, con
aclaración y Libreta de Enrolamiento que coincide con la de él. Es decir, desde
un organismo oficial, se acompaña el original del documento que los
Avellaneda tenían fotocopiado.
Uno de los propios imputados, el por entonces coronel Jorge Osvaldo
García, en lo que aquí interesa, corroboró que para abril de 1976 era Director
de la Escuela de Infantería, que Arévalo era el Subdirector y recordó a los
oficiales Fragni y Harsich.
En sus declaraciones indagatorias de fs. 2779/84, 2785/88 y 2789/92
García no pudo justificar cómo es que desde el Comando de Institutos
Militares, desde la Escuela de Infantería, se remitiera a una persona detenida a
la Cárcel de Olmos, a disposición del PEN antes de la creación formal de la
Zona IV.
Pero además, el Coronel RE José Luis García del CEMIDA, al
exhibírsele las actuaciones de fs. 106/9 de la causa 28.976, dijo que se
corresponden con la documentación que había que labrar en la época de
acuerdo a la directiva 1/75 y a un PON, porque al principio se pensó en hacer
las cosas bien y con estos documentos asegurarse que funcionase la justicia
militar a la orden de quien se colocarían a los detenidos. Pero luego todo quedó
como una fachada pseudo legal con los Centros Clandestinos de Detención,
etcétera.
En esos documentos aparece Omaecheverría, cuyo nombre fue
mencionado por Ibañez en esta audiciencia, como jefe de Personal.
También contribuyen a sostener el valor convictito de las fotocopias
aportadas a fs. 106/109 las constancias del legajo pertinente al caso nro. 267 de
Silvia Ingenieros.
El citado documento de fs. 76 del legajo 267 de Silvia Ingenieros cuya
autenticidad es inobjetable, es similar a la fotocopia agregada a fs. 106 recibida

50
por Arsinoe. Tiene el mismo membrete del Comando de Institutos Militares,
está fechado el 22 de abril de 1976 y dirigido al Comandante General del
Ejército, con el objeto de solicitar la puesta a disposición del PEN de las
nombradas. Las coincidencias comprenden las de las firmas del peticionante
de ambos instrumentos oficiales.
El procedimiento contra Avellaneda se ajustó a las fórmulas previstas en
el PON N° 212/75 agregado a esta causa y a los idénticos ubicados por esta
Fiscalía entre la documentación de causas similares de otros tribunales del
país.
También es similar al PON N° 74/75, emitido por el Comandante de la
Subzona de Defensa 51, General de Brigada Jorge Carlos Olivera Rovere, que
fue aportado por quien durante 1976 fue 2do. Comandante del V Cuerpo de
Ejército, General de Brigada Adel Edgardo Vilas, al prestar declaración
indagatoria ante la Cámara Federal de Bahía Blanca en la causa 11/86, en
marzo de 1987. Lo acompañamos cuando todavía no teníamos el PON 212/75.
De manera que las fotocopias adquiridas originalmente por Arsinoe se
corresponden en un todo con aquellas que fueran labradas por el Comando de
Institutos Militares al entregar a Silvia Ingenieros en el Penal de Olmos, y con
los formularios previstos al efecto por los PON 74/75 y 212/75.
Por otra parte, resulta totalmente ilógico sostener la posibilidad de que
una víctima o sus familiares pretendiesen involucrar a Fragni y Harsich de un
modo fraudulento, en tanto se trataba de personas no públicas y de documentos
cuyos formatos eran absolutamente desconocidos para ellos y el común de la
gente, inclusive ya en democracia. El despliegue que hubiese significado
obtener y falsificar todos los datos personales y formas procedimientales
usuales, tan precisas, sería enorme y complejo en comparación con el
“beneficio” que desde esa lógica perversa habrían querido obtener, máxime
que ello a lo sumo debería haber ocurrido antes de su recepción en 1984,
cuando el acceso a esa información era totalmente restringido a diferencia de lo
que ocurre hoy en día.

11. Torturas en nuestros hechos.


Iris Pereyra señaló que fue desnudada y le aplicaron picana eléctrica en
distintas partes del cuerpo. Que además sentía los padecimientos por causas
similares de su hijo y de un tercero a quien ponen frente a ella, que seguía
vendada para que dijese que era conocido, en una suerte de coacción

51
psicológica de hacerle creer que la vida de aquel dependía de su voluntad. Que
en el último momento que tuvo contacto con su hijo, los captores generaron
que éste le rogase que dijera que su padre se había escapado, con el fin de
hacer cesar la tortura.
Más adelante, mientras se encontraba alojada en Campo de Mayo se le
aplicaron diversos tormentos: pasajes de corriente eléctrica, golpes y
amenazas, se la mantuvo incomunicada, vendada, y en pésimas condiciones de
higiene y comodidad, y además, sufrió un simulacro de fusilamiento.
Al respecto, Arsinoe Avellaneda, Cristina Beatriz Arévalo, Alicia
Ledda, Natalia Rachef y su hija Ethel Estela Avellaneda, fueron contestes al
señalar que percibieron en el penal de Olmos el lamentable de su estado físico
y psíquico. Que tenía los ojos inyectados en sangre, como con una fortísima
conjuntivitis, parecía de más de cincuenta años por ello la apodaron “la Vieja”,
muy delgada, caminaba con dificultad y lloraba todo el tiempo.
Todo ello ocurrió desde el 15 hasta el 23 de abril de 1976 en que fue
colocada a disposición del PEN (Decreto 203/76) y alojada en el penal de
Olmos (ver Decreto a fs. 89/91; a fs. 92 informe de Irma D. Seminara, Alcaide
Mayor del Instituto de Detención nro. 1 de Olmos, que da cuenta del ingreso
de Iris Pereyra el 30 de abril de 1976; ver fs. 101 y en el informe actuarial
obrante a fs. 34 vta.).
Las consideraciones expuestas sobre los tormentos son aplicables a la
situación de la víctima menor de edad Floreal Edgardo Avellaneda, y ello
ocurrió en lugares dependientes del Comando de Institutos Militares desde las
primeras horas del 15 de abril hasta el 14 de mayo de 1976 en que fue hallado
muerto.

12. El homicidio de Floreal.


La muerte de Floreal ocurrió por homicidio. Su cuerpo fue hallado el día
14 de mayo de 1976 en la costa uruguaya del Río de la Plata atado de pies y
manos con lesiones propias de torturas físicas que se le aplicaron durante su
detención. Ante la ausencia de autopsia, resulta difícil saber si fue arrojado al
río con vida o ya muerto. Pero en cualquiera de los dos casos parece claro que
la muerte debe ser imputada al accionar doloso de quienes tenían dominio
sobre su cautiverio, condiciones infrahumanas de detención y destino final, la
decisión sobre su vida o su muerte. Algún desvío de la causalidad en esos

52
casos, sabido es, es irrelevante, porque los autores asumen el resultado muerte
de cualquier manera.
De su aparición se comienza a dar cuenta en el escrito de Arsinoe
Avellaneda de fs. 16 de la causa nro. 28.976, a partir de publicaciones
periodísticas, que anoticiaban de la aparición de varios cuerpos humanos en la
costa uruguaya, que uno de ellos poseía un tatuaje con forma de corazón y con
las letras “F.A”, precisamente, como el que poseía el menor Floreal
Avellaneda.
En las constancias de fs. 35 vta. y 36 se documentó que el cuerpo
hallado en aguas de la República Oriental del Uruguay corresponde a Floreal
Edgardo Avellaneda, lo cual terminó por acreditarse mediante el
correspondiente cotejo de fichas dactiloscópicas que a fs. 128/32 del
expediente N° 28.479 efectuó la División Dactiloscopía de la Policía Federal
Argentina.
Según el parte informativo de fs. 399/400, en el cuerpo de Floreal
Avellaneda se comprobó que: “presentaba hematomas varias en la cara, de
ambos lados, en antebrazo derecho tiene un tatuaje en forma de corazón con
las iniciales F. y A., en la espalda presentaba hematomas a causa de golpes,
látigo o similares, en la cintura presentaba golpes también en la cadera, en la
nuca se observa hematomas, en la región anal una lastimadura, tal vez con
algún objeto punzante, no presenta el cuerpo fracturas visibles, y tiene ataduras
en los pies y manos (con cuerpo o cuero, no se lee bien) de cáñamo fino,
estimándose su estadía en las aguas entre 15 a 20 días”. Firma el Jefe de
Guardia de la Oficina de Puerto, el Teniente Primero Jorge Ceschi.
Asimismo, en el legajo “NN IDENTIFICACION DE CADAVER Sub-
Prefectura de “Trouville” 14 de mayo de 1976, Juzgado Ltdo. de Instrucción
de 3er. Turno” de reconocimiento de cadáver que corre por cuerda a la causa
N° 28.976, surge un oficio del Sub Director Nacional de Policía Técnica
Miguel A. Villalba, mediante el cual se remite el día 11 de mayo de 1977, al
Prefecto Nacional Naval del Uruguay, para su elevación al Juzgado
interviniente en aquél país, fotografías y fichas dactiloscópicas perteneciente al
cadáver NN descubierto el día 14 de mayo de 1976 por la Sub Prefectura de
“Trouville”. En las fotografías agregadas a continuación de dicho oficio luce el
cuerpo sin vida, y los elementos usados para su atadura. Debajo de cada
fotografía existe una descripción. El cuerpo presentaba hematomas en la región
sub-maxilar, signos de posible desnucamiento, signos de violencia externa en

53
las manos y en la zona genital y alteración en la región perianal con manchas
de sangre y las piernas y que dicho cuerpo se encontraba amarrado con cuerdas
al igual que sus manos (ver grafías de fs. 3/12). A fs. 13 el Juez de la
República Oriental, Dr. Juan Carlos Allo, informó la descripción del cuerpo y
sus tatuajes y a fs. 14 se dio cuenta de la inhumación del mismo y su ubicación
Relación entre la tortura y la muerte.
En la ya citada sentencia de la causa 13/84 de la CCCFed., se concluyó
que la muerte de Floreal había sido el resultado de las torturas inferidas (Fallos
309:1526).
Tanto es así que respecto de los hechos que integran esa causa sólo fue
condenado el responsable de la Fuerza Ejército, General Videla, no así el
Almirante Massera, responsable de la Armada, que fue absuelto por esos
mismos hechos (Fallos 309:1611). Ello pone de manifiesto además, que la
Cámara entendió que Floreal nunca pasó del poder de una Fuerza al de la otra,
lo cual compartimos.
Si se tienen en cuenta las lesiones que tenía y las condiciones en que fue
encontrado el cuerpo de Floreal, atado y evidentemente arrojado al agua desde
una embarcación o aeroplano, puede sostenerse que las torturas aplicadas en la
Comisaría de Villa Martelli no cesaron después de haber sido sacado de esa
dependencia.
Es que no pudo haber permanecido allí mucho tiempo ya que las
comisarías eran lugares de tránsito, especialmente en la primera época desde el
golpe militar hasta que se terminaron de conformar todos los centros
clandestinos de detención. En segundo lugar, porque fue visto y oído por
Ibáñez en la Plaza de Tiro.
El cuerpo aparece en el río un mes después de su detención ilegal, pero
en razonable estado de conservación como para poder detectar las marcas de
los castigos recibidos, de modo que aparece evidente que no fue arrojado al
agua mucho tiempo antes, digamos, como sería enseguida de haber sido
trasladado de Villa Martelli.
No existe prueba alguna en ninguna causa del país de que Floreal haya
sido visto en otro centro clandestino no dependiente del Comando de Institutos
Militares.
Se ha aportado en la causa la conocida “Carta Abierta a la Junta Militar”
de Rodolfo Walsh, donde el autor, también víctima del accionar de las Fuerzas
Armadas en el mismo período, menciona que el menor Floreal Avellaneda

54
habría estado alojado en la Escuela de Mecánica de la Armada y, a partir de
ello, que agentes de dicha institución habrían dispuesto de su vida.
Sin embargo, esto aparece más como el producto de una deducción que
el de una conclusión apoyada en pruebas o informaciones fehacientes. Un
comentario de esa naturaleza puede ser perfectamente refutado con otro
comentario de sentido inverso oído por la propia víctima de boca de sus
captores, cuando ya en el interior de la Guarnición Campo de Mayo, donde de
manera excluyente actuaba personal dependiente del Ejército, del Cdo. de II
MM, incluidos no militares, éstos le dicen a Iris que no pregunte más porque a
su hijo, “ya lo reventamos”, en alusión al accionar de ellos mismos.
En cualquier caso, como está probado que sólo había tres destinos
posibles para los detenidos en esas condiciones, la puesta a disposición del
PEN, la libertad o la desaparición y la muerte, como los primeros no ocurrieron
a diferencia de su propia madre, no puede deducirse otra cosa que fue víctima
de un homicidio, en condiciones de indefensión procuradas y aprovechadas por
los victimarios –alevosía– y con el concurso premeditado de todos éstos.
En cambio, lo que consideramos que no está probado es que la muerte
haya sido causada por la tortura. Antes bien, todo indica que se trató de un
homicidio, un hecho independiente. El haberlo arrojado atado al Rio de la Plata
y los signos de desnucamiento, indican que la muerte se produjo fuera del
contexto de los tormentos.

13. Pruebas comunes sobre los hechos y la intervención de los imputados.


El ex Sargento del Ejército Argentino, Víctor Ibáñez, que a la fecha de
los hechos se encontraba destinado en Campo de Mayo, manifestó que siendo
talabartero y Suboficial encargado de las Caballerizas en la Compañía
Comando y Servicios del Comando de Institutos Militares, el Oficial
encargado, lo llamó en la mañana del 26 de Marzo de 1976 y le encomendó
que se presentara ante el Coronel Fernando Verplaetsen, Jefe del Departamento
II de Inteligencia del Comando de Institutos Militares. Que a partir de dicha
fecha comenzó a desempeñarse por orden de dicho Jefe militar en un lugar que
llamaban “Plaza de Tiro”, o destacamento “Los Tordos”, que ya conocía por
haber hecho instrucción militar allí. Verplaetsen firmaba unos pases que decían
“para el destacamento Los Tordos”. Este lugar estaba a cargo de un Teniente
Coronel de nombre Jorge Voso que cumplía la doble función de jefe del lugar
y de la Policía Militar de Campo de Mayo. Este militar vestía con botas de

55
montar, un uniforme con correaje marrón y llevaba un elemento en sus manos
como una fusta o rebenque. Era de muy mal carácter y alcohólico, lo cual
motivaba diferentes apodos, entre ellos, el de “Ginebrón”, o “empresario
deshonesto”, porque invertía todo en Ginebra (sic.).
En ese lugar funcionó un LRD que era un Centro Clandestino de
Detención, que se conoció como “El Campito”, y estaba integrado por una
construcción de mayor tamaño y muchas piezas alrededor, galpones, una pileta
y varios quinchos de paja. En el galpón más grande donde parecía haber
funcionado un aserradero, había detenidos, hombres y mujeres, que estaban
encapuchados, en colchones, atados de manos y custodiados por personal de
Gendarmería. Dijo que en el lugar se desempeñaban los torturadores, los
oficiales y suboficiales del Ejército, soldados rasos y personas desconocidas
que vestían de civil. Que estos se llamaban por seudónimos o nombres de
guerra, tales como “Padre Francisco”, “Escorpio”, “Clarinete”, etcétera, y
estaban organizados por grupos, los GT, que se especializaban en torturar a los
detenidos según a la organización a la que supuestamente pertenecían. Él
observó cómo en distintos horarios los GT traían a personas detenidas y el
oficial de servicio los hacía identificar y distribuía en los galpones. Que él
operaba la radio, lo cual le permitía pasar por diferentes lugares y apreciar lo
que sucedía. En un sector había perros de policía, atados a una maroma o
alambre largo que les permitía correr atados. Por comentarios supo que los
perros mordían a los detenidos y que ello también habría ocurrido con el chico
Avellaneda. Que el lugar era por visitado por Verplaetsen, que se reunía con
los oficiales y torturadores. Entre otros que mencionó, también vio allí a
Riveros que concurría como a supervisar. En una ocasión tuvo que llevar unas
listas de detenidos manuscritas a la jefatura de Personal, a cargo del Coronel
Omaecheverría. En ellas estaba incluido el apellido Avellaneda, que se refería
a un varón. Que asociando ese y otros datos como los gráficos vistos en una
sala de reunión y el haber oído su nombre, llegó a la conclusión de que la
persona a la que le fue a llevar comida un par de veces, era el chico
Avellaneda. Que lo hizo con una mujer que hacía las veces de enfermera y le
curaba heridas que supuestamente tenía, que no pudo ver porque su cuerpo
estaba totalmente vestido. Ese chico estaba encapuchado, aislado en una
habitación y de pie. En un momento en tono de pregunta le dijo “¿mamá?” o
“¿y mamá?”. Que además, era vox populi y causaba indignación que hubiera
un menor detenido.

56
Que a dos kilómetros del lugar funcionaba una pista de aviación donde
maniobraban helicópteros y aviones de Ejército y Gendarmería. En una
oportunidad se le ordenó llevar en el jeep a dos oficiales de la fuerza aérea
junto con un soldado, y pudo ver a un avión que cargaba personas vestidas
normal pero encapuchadas. Supo por comentarios que eran generalizados en
los cuarteles, que estas personas eran trasladadas a localidades del sur o
lanzadas desde los aviones. Que a él lo calificaba Verplaetsen y mencionó los
nombres de otros detenidos que recordaba. Que lejos había una vía y que por
ahí pasaba un tren.
Juan Carlos Solís, en ese momento teniente primero del Ejército, dijo
en la audiencia que días después del golpe de estado fue destinado al
Departamento de Inteligencia del Cdo. de Institutos, primero a cargo de un
oficial superior y después de Verplaetsen. Se le asignó como tarea la de
distribuir pases para la Plaza de Tiro. Consistían en unas tarjetas con letras y se
entregaban a quienes les eran asignados por personal estable del lugar. Eran
personas de civil que no podía identificar. Eran letras de la A a la Z y se
devolvían en el día. Al poco tiempo le ordenaron ir a la Plaza de Tiro y
presentarse al Tte. Cnel. Voso, al cual conocía de la Escuela de Infantería. Que
se encontraba de uniforme, con botas largas, con el uniforme viejo similar al
del ejército alemán y que siempre llevaba algo alargado en la mano que
llamaba la atención pero que no podía recordar. Que por sus antecedentes
militares familiares, relacionados con posiciones políticas de sus antepasados
en la época de Perón, se sintió en “desventaja” y, ante la falta de órdenes
expresas, buscó un lugar donde ubicarse. Estuvo allí desde unos pocos días
antes de Semana Santa de 1976 hasta el veinte y pico de mayo de ese año. Se
percibía que en el lugar no estaba pasando algo bueno. Al pedírsele precisiones
sobre estas sensaciones, dijo que era porque había personas detenidas
encapuchadas y atadas con trapos o vendas, alojados en filas, en colchones.
Que él había jurado ser fiel a la Nación y no a un gobierno determinado. Esos
detenidos eran llamados prisioneros de guerra. Había distintos sectores, con
una cuadra para hombres y separadas las mujeres. Había otro local con
cuartitos, que alojaban a personas de ambos sexos. También mencionó a los
perros atados a una guía de alambre que ladraban a los desconocidos y también
estaba la custodia de Gendarmería. Que su horario era de diurno, de 8 a 17
horas aproximadamente. A unos tres kilómetros aproximadamente estaba la
pista de aviación y se oían ruidos de aeronaves. También, con buen tiempo, se

57
podían oír vehículos desde la ruta 202. Los detenidos eran sacados y llevados
otro lugar por personal de civil, que a veces no eran retornados. Que cuando lo
hacían presentaban dificultades para caminar y se quejaban de dolores. Que no
le hablaban sobre lo que les había sucedido. Que él se concentró en el lugar de
la cuadra donde estaban las mujeres. Mencionó a una pareja de detenidos que
conocía de La Plata. También vio las listas manuscritas de detenidos y en ellas
a Iris Avellaneda. Que a esta mujer la vio personalmente en el sector
mencionado, muy doblada por el dolor. También vio a Silvia Ingenieros. En el
lugar vio a los citados Voso y Verplaetsen, inclusive a éste lo vio hablar con
detenidos. A Riveros no. El lugar estaba deteriorado y húmedo. A preguntas de
la defensa, ratificó que había un departamento o destacamento de Inteligencia
bajo la órbita del Comando de Institutos Militares.
También declaró en la audiencia Claudia Bellingeri, funcionaria de la
Comisión Provincial por la Memoria en el área del Archivo de la ex Dirección
de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Del estudio de
toda la documentación recopilada, relacionada con Campo de Mayo, pudo
concluir que ya en mayo de 1975 había un lugar donde se celebraban reuniones
de inteligencia en el Comando de Institutos Militares, con las fuerzas militares
y policiales, para abordar temas relacionados con los delincuentes subversivos
(DS). Concretamente el segundo jefe del Cdo. de II MM Humberto Santiago,
con los jefes de las Unidades Regionales de San Martín y Tigre. También
explicó los documentos obrantes sobre Iris Pereyra de Avellaneda. Habló de la
acción combinada de las distintas fuerzas, con intervención necesaria de las
comisarías, que tenían instrucciones precisas para cooperar. Era imposible que
una Comisaría actuase en forma autónoma o inconsulta. Que las comisarías no
sólo reportaban, sino que pertenecían al COT, Comando de Operaciones
Tácticas, desde el cual se ordenaban los procedimientos.
Pedro Pablo Carballo declaró el 18 de agosto de 2004 ante el
Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 3 en autos “Suarez
Mason… s/PIL.”, N° 14.216/03 del reg. De la Secretaría N° 6, declaración que
obra agregada a esta causa en el Anexo 145, fs. 320/1, y que fue leída en la
audiencia. Allí había dicho: que en el año 1976 se encontraba trabajando en
Campo de Mayo con el grado de Sargento 1º de Gendarmería y con seis años
de antigüedad.

58
Que su función era la de Jefe de Guardia, es decir, se encontraba
sentado, con una mesa, controlando que se cumplieran los servicios de turno,
que no atacaran ni que se escape nadie.
Que en Campo de Mayo había un lugar llamado LRD o Campo Los
Tordos, que se encontraba detrás de “Gendarmería”, y de Aviación de la
Escuela General Lemos. Que en ese lugar vio a “detenidos clandestinos”, que
estaban alojados en galpones y encapuchados, los cuales eran golpeados con
palos, pateados y torturados con picana eléctrica. Manifestó que quienes
estaban heridos eran torturados hasta su muerte, que no los curaban. Dijo que
también los ahogaban en piletones y los ahorcaban con alambres, y que
recordaba que a algunos los hicieron matar por perros de guerra. Hizo
referencia puntual a algunos detenidos. Mencionó también al Teniente Coronel
Voso al que apodaban “Ginebrón” y que Verplaetsen era el Jefe del Campo de
concentración. Agregó que en el lugar se desempeñaba una persona apodada
“El Aleman” que era una de las personas mas agresivas al realizar torturas.
Mencionó también a otros oficiales de Gendarmería y que sus dichos
estaban vertidos en la publicación del diario Página 12 del 21 de julio de 1995.
Como resultado de la medida de instrucción suplementaria requerida por
esta parte, el Archivo Nacional de la Memoria (CONADEP), informó que la
persona declarante a fs. 5115/5119 de la causa nro. 4012 del Juzgado Federal
en lo Criminal y Correccional nro. 2 de San Martín es Oscar Edgardo
Rodríguez. En la audiencia fue corroborado por la actuaria de Judith Catalina
Martín Allo, que dicha deposición se tomó efectivamente.
De todos modos, en la audiencia Rodríguez no ratificó esos dichos, sino
que se limitó a señalar que había llevado elementos de oficina a Campo de
Mayo, al Comando de Institutos, los cuales eran trasladados al sector llamado
Campo de Tiro.

15. Calificación legal de los hechos.


Los hechos que se vienen imputando deben ser mirados desde el
ordenamiento jurídico penal. Las figuras que se encuentran involucradas son:
El tipo del art. 151 CP, texto original, no reformado desde su sanción,
reprime como allanamiento ilegal con seis meses a dos años de prisión e
inhabilitación especial de seis meses a dos años, al funcionario público o
agente de la autoridad que allanare un domicilio sin las formalidades
prescriptas por la ley o fuera de los casos que ella determina, lo cual se da

59
perfectamente en el caso, pues el grupo de personas compuesto por
funcionarios públicos ingresaron a los domicilios de Sargento Cabral 2385 de
Munro, provincia de Buenos Aires, sin prescripción legal alguna, aun de las
que podrían estipularse en un estado de sitio (art. 23 CN).
Además, en dichos domicilios ingresó un grupo de más de dos personas,
lo cual califica para la agravante de banda del robo que allí perpetraron y lo
hicieron muñidos de armas de fuego que dispararon, es decir, aptas y cargadas,
a los lugares donde sustrajeron diversas cosas muebles ajenas, ya descriptas, de
propiedad de los integrantes de la familia Avellaneda. Esas circunstancias
agravan doblemente el robo por ser en banda y con armas (arts. 167, inc. 2°, y
art. 166, inc. 2°, CP, respectivamente, textos según ley 20.642). Como la
primer calificante queda subsumida en la segunda, rige la escala penal de 5 a
15 años de prisión vigente al momento del hecho, según esa ley, de aplicación
ultraactiva por ser más benigna que el texto según ley 25.882 que la sustituyó.
Cabe recordar que el saqueo y los botines de estos grupos operativos fueron
relevados desde la sentencia en la causa 13/84 como formando parte del plan
sistemático.
El concurso con la primera figura debe ser real, porque la pena de
inhabilitación del primero pone de manifiesto que toda la criminalidad de aquél
no queda subsumida en el segundo, ya que en éste aparece un quiebre de
fidelidad a los deberes de su cargo del funcionario público (art. 55 CP). De otra
manera no habría distinción alguna con la figura del art. 150 CP para los
particulares. A su vez, esta figura desplaza por especialidad a la norma del art.
248 CP (Garibaldi, Gustavo y Pitlevnik, Leonardo, comentario articulo 151 CP
en el Código Penal Comentado de Edit. Hammurabi, T° 5, pág. 694, Buenos
Aires, 2008). Esto determina que se mantenga la pena de inhabilitación
prevista en el art. 151 vigente al momento de los hechos.
Las privaciones ilegítimas de la libertad que se dieron por acreditadas
configuran el delito vigente al momento de los hechos, realizado por
funcionarios públicos con abuso de sus funciones y sin las formalidades
prescriptas por la ley, que privaron de su libertad personal a dos personas (art.
144 bis, inc. 1°), agravado por concurrir una de las circunstancias del art. 142,
inc. 1°, (Texto según ley 20.642), esto es, porque el hecho se cometió con
violencias o amenazas.
Se trataron de detenciones de funcionarios públicos que abusaron de sus
funciones y no guardaron las formalidades prescriptas por las leyes vigentes en

60
ese momento que remitían o al Código de Justicia Militar o al Código de
Procedimientos en Materia Penal; con violencias físicas y psíquicas.
Procedimientos con gran cantidad de personas, armadas, que fueron
disparadas, no identificados formalmente, sin orden alguna de autoridad
competente.
Estas privaciones de la libertad adquieren mayor entidad o gravedad,
aunque ello solo podrá ser valorado en la etapa de determinación judicial de la
pena (arts. 40 y 41 CP) porque se transformaron en desapariciones forzadas
que recién ahora, después de los hechos, fueron tipificadas internacional y
localmente (art. 2 de la Convención Interamericana sobre Desaparición
Forzada de Personas, aprobada por ley 24.556, y elevada a jerarquía
constitucional por ley 24.820; art. 7°, inc. i), del Estatuto de Roma de la Corte
Penal Internacional; art. 9 de la ley 26.200, que reprime la desaparición forzada
con pena de prisión de 3 a 25 años y, si ocurre la muerte de la víctima, con
prisión perpetua). Se trata de detenidos que no fueron puestos a disposición de
autoridad competente y sobre los que no se dio aviso y se negó información a
parientes y autoridades sobre su paradero. Hecho inconcebible y desconocido
en la historia argentina hasta ese momento como producto de una metodología.
Sólo sabíamos de los hechos aislados del artículo 143 del CP. Tanto es así que
Arsinoe y Azucena fueron a la mañana siguiente con el termo y algo de comer
para los “presos” que creerían encontrarían en Munro o en Villa Martelli,
pensando en una clásica detención política.
En consecuencia, si no se tuviesen por probadas las intervenciones de
todos o alguno de los imputados en los tipos activos de las privaciones de la
libertad a las que hicimos referencia, deberá considerarse la aplicación de las
figuras del art. 143 incisos 2° y 6° (texto ley 14.616) que reprimen con
reclusión o prisión de 1 a 3 años e inhabilitación especial por doble tiempo, es
decir, hasta seis años, a los funcionarios que prolongaren indebidamente las
detenciones de las personas sin ponerlas a disposición de juez competente, a
los que los incomunicaren indebidamente y a quienes, teniendo noticias de una
detención ilegal, omitiere, retardare o rehusare hacerla cesar o dar cuenta a la
autoridad que deba resolver, porque se trata de acontecimientos posteriores al
inicio de las privaciones de la libertad de los Avellaneda cometidos por
personas que no fueron los autores de aquéllas (Fontán Balestra, Carlos,
actualizado por Guillermo A.C. Ledesma, “Derecho Penal, Parte Especial”,
16ta. Edición, Lexis Nexis, Buenos Aires, 2002, pág. 318 y ss.; Rafecas,

61
Daniel, Delitos contra la libertad cometidos por funcionarios públicos”, en
AA.VV. “Delitos contra la Libertad”, coordinadores Luis F. Niño y Stella
Maris Martínez, Edit. Ad-Hoc, 2003, pág. 132).
La circunstancia de que las detenciones no se hayan llevado a cabo con
respeto de las prescripciones legales, no cambia su categoría de “presos”
(CCCFed, sentencia causa 13/84, Fallos: 309:1526). Reputamos que las
privaciones ilegales de la libertad, agravadas, subsistieron en el caso de Floreal
hasta la aparición de su cadáver en las costas uruguayas del Rio de la Plata y,
la de su madre Iris Pereyra de Avellaneda, hasta que fue puesta a disposición
del Poder Ejecutivo Nacional y remitida a la unidad penitenciaria de Olmos,
toda vez que es por ese tramo por el que vinieron acusados y es a partir de ese
momento en que los aquí acusados perdieron el dominio de los hechos típicos.
Las privaciones ilegales de la libertad concurren en forma real (art. 55
CP) con el robo agravado y el allanamiento de morada ya descriptos, porque se
prolongaron en el tiempo y a otros espacios que las primeras. De ningún modo
se acotaron a la retención de las víctimas para consumar el robo o el
allanamiento ilegal.
En cuanto a los tormentos, en la causa 13/84 se señaló respecto de los
mismos hechos aquí juzgados que “… constituyen el delito de imposición de
tormentos, previsto en el artículo 144 ter, primer párrafo, del Código Penal,
según texto introducido por la ley 14.616, vigente a la época de comisión de
los hechos, por resultar más benigno que el actual, que obedece a la ley 23.077
(artículo 2 ibídem).” “La exigencia de que los sufrimientos sean causados con
un propósito determinado - obtener información o quebrar la voluntad - (v.
Ricardo C. Núñez, op. cit., T.V, pág. 57; Sebastián Soler, op. cit, ed. 1970,
T.IV, pág. 52; Carlos Fontán Balestra, op. cit., ed. 1980, T.V, pág. 318) se ve
satisfecha, pues ellos fueron llevados a cabo con las finalidades señaladas más
arriba, a sabiendas de lo que se estaba haciendo”. “Las víctimas eran presos en
la terminología legal, toda vez que fueron aprehendidas y encerradas por
funcionarios públicos… La circunstancia de que esas detenciones no hubiesen
sido llevadas a cabo de acuerdo con las prescripciones legales - lo que también
es motivo de reproche- no cambia la categoría de "presos". Para la figura penal
en análisis, resultaba indiferente que hubieran sido o permanecido legal o
ilegalmente detenidos, como lo aclara su actual texto, según ley 23.077”.
La figura del 144 ter vigente al momento de los hechos preveía la pena
de reclusión o prisión de tres a diez años, e inhabilitación absoluta y perpetua.

62
Como ya se dijo, no sólo constituyen tormentos los que físicamente
padecieran en sus cuerpos y los psíquicos dados por las acciones concretas,
sino también las generales a partir de sus inhumanas condiciones de detención
que han sido consideradas constitutivas del delito de tormentos en sí mismas.
Este Ministerio Fiscal sostendrá la idea de que, en el caso de Floreal
Avellaneda, no corresponde su agravamiento por la muerte de la víctima con
motivo u ocasión de la tortura, sino que su muerte constituyó un hecho
independiente que debe ser calificado como homicidio y, además, agravado
por otras circunstancias. Nos apartamos así de lo decidido en la causa 13/84 de
la CCCFed, pero respetamos la congruencia, que viene dada en las
declaraciones indagatorias, procesamientos, requerimientos de elevación a
juicio, ya que la descripción de los hechos imputados que satisface ambas
calificaciones viene a ser el mismo.
Se trata de las torturas físicas y psíquicas aplicadas a Iris y a Floreal,
tanto en la seccional de Villa Martelli como en el centro de detención El
Campito en Campo de Mayo, y consistentes en aplicación de picana eléctrica,
golpes, simulacros de fusilamiento, así como por las condiciones generales de
alojamiento y la necesaria presencia durante la aplicación de tormentos y todo
tipo de coacciones a los co-detenidos.
No corresponde aplicar la agravante por ser la víctima un perseguido
político, porque fue derogada por ley 23.097 que, sin embargo, mantuvo el tipo
básico. A tal conclusión se llega si se considera la relación entre tipos básicos y
calificantes, que pueden ser separados sin caer en la prohibición de creación de
una nueva ley que nunca estuvo vigente. Por otra parte, como al tipo básico la
nueva ley le aumentó la pena, no corresponde su aplicación, en virtud de los
principios generales de aplicación de la ley penal más benigna, de jerarquía
constitucional (art. 9, Conv. Americana DDHH). Desde el momento del hecho
queda vigente el tipo básico de torturas por ley 14.616. Cabe señalar que la
nueva redacción del tipo, no cambia su significado en lo que a los hechos de
esta causa interesan, tal como se pusiera de manifiesto en la exégesis que
realizara la Cámara Federal en la causa 13/84.
La muerte de Floreal puede ser calificada como una consecuencia de los
tormentos o como un homicidio, autónomo. Si bien consideramos que los
hechos por los que fueran intimados los imputados satisfacen ambas
posibilidades y que, en cualquier caso, la lectura en esta audiencia del
requerimiento fiscal de elevación a juicio en el que se imputa el delito un

63
homicidio agravado y la recepción de declaración indagatoria en ella, así como
todas las posibilidades defensistas al respecto, eliminan cualquier supuesta
violación al derecho de defensa, vamos a formular una acusación alternativa y
subsidiaria en este punto a los efectos de evitar cualquier tipo de agravio
basado en alguna inteligencia de ese principio.
La muerte como consecuencia de los tormentos se encontraba tipificada
en el art. 144 ter, último párrafo, según ley 14.616, que lo reprimía con pena de
reclusión o prisión de 10 a 25 años. Para ello, el tribunal debería tener por
probado que Floreal falleció con motivo o por causa de las torturas. Así lo
estableció la Cámara Federal en 1985.
La otra posibilidad es considerar que las lesiones que se han observado
en el cuerpo de Floreal hallado en el Rio, no pudieron haber causado la muerte,
sino que ésta se produjo por otras causas. En el caso de un homicidio
autónomo, éste debe ser agravado por alevosía y por el concurso premeditado
de dos o más personas. Las dos agravantes estuvieron previstas bajo todas las
redacciones del art. 80 y conminadas con la misma pena, reclusión o prisión
perpetua. No existen, en consecuencia, problemas de aplicación temporal de la
ley penal.
En cuanto al ensañamiento, esta agravante del homicidio en realidad y
del modo en que vienen descriptos los hechos, debería quedar subsumida en
los tormentos, porque o Floreal murió a causa de las torturas (hipótesis de la
causa 13/84 y del juzgado federal) o mediante otros procedimientos que no
constituyen tormentos. Si fue por las torturas, habrá que decidirse por la
agravante de aquella figura contra la libertad del art. 144 ter, según ley 14.616,
pero ello impide calificar el homicidio porque el ensañamiento es una forma de
llamar a la tortura y eso está previsto en un tipo contra la libertad. De otro
modo, se le estaría duplicando la incriminación.
Nosotros pensamos que el haberlo arrojado al Rio atado de pies y manos
y el desnucamiento del que habla el informe médico realizado sobre el cuerpo
de Floreal por las autoridades uruguayas, así como la metodología empleada en
otros sucesos similares descriptos por el testigo Ibáñez, no son reveladores de
ser la consecuencia de tormentos sino de un homicidio liso y llano. El texto
legal de los tormentos agravados decía “si resultare la muerte de la persona
torturada”, con lo cual comprendía infinidad de situaciones, desde una muerte
causada por los padecimientos de los tormentos, hasta un homicidio doloso
autónomo. Pero entonces, el homicidio, también vigente en la misma época,

64
carecería de sentido al quedar atrapado por una figura en definitiva más leve.
La relación entre aquel delito calificado por el resultado muerte y el delito
autónomo de dar muerte a otro, solo puede resolverse caso por caso, tratando
de encontrar la dependencia o la autonomía del deceso.
Reiteramos que acusamos alternativa y subsidiariamente por los dos,
para dejar despejado cualquier obstáculo defensista al respecto.
Para el caso del homicidio corresponde la agravante de alevosía,
omitida en las distintas decisiones de esta causa, porque el homicidio ha sido
cometido procurando y aprovechando el estado de indefensión de la víctima.
Más allá de las disquisiciones de los autores sobre los diversos orígenes de la
agravante y, de ahí, del doble aspecto objetivo-subjetivo que contiene,
entendemos que las condiciones generales del cautiverio, de incomunicación y
de disposición total de su persona respecto de sus captores constituyen esa
situación objetiva/subjetiva que es procurada y/o aprovechada por los sujetos
activos. Pero además, el cuerpo fue encontrado en las aguas del Río de la Plata
maniatado, con lo cual, ya sea que fuera muerto antes de ser arrojado o que la
muerte se haya producido por ahogamiento, en los dos casos está presente el
mencionado estado que guía la voluntad de los ejecutores. Como los hechos
están descriptos, entendemos que no existen problemas de congruencia. Es un
tema de iura curia novit.
Se agrega que el homicidio se agrava por el concurso premeditado de
dos o más personas, ya que no se trata de una muerte por impulso sino
pergeñada, y porque los que actuaron fueron más de dos, ejecutores, autores
mediatos, partícipes, etc.
No corresponderá encuadrar los hechos en alguna figura del Código de
Justicia Militar ni considerar la aplicación de sanciones especiales que ese
ordenamiento preveía, ya que fue derogado por ley 26.394.
Por otra parte, a la fecha de los hechos no estaban vigentes las
disposiciones del Código Penal que prevén penas de inhabilitación genéricas
para los funcionarios públicos que comenten delitos en ejercicio de sus
funciones. Los arts. 20 bis y 20 ter fueron agregados por la ley de facto 21.338
después de los hechos de esta causa.

65
15. Autoría.
Los hechos contra Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda y su hijo Floreal
Avellaneda fueron cometidos desde el aparato estatal con un plan sistemático y
generalizado de represión contra la población civil. Ello nos obliga a precisar
qué presupuestos jurídicos emplearemos para decidir sobre la participación de
cada uno de los imputados en ellos.
Para el cumplimiento de sus objetivos las Fuerzas Armadas
instrumentaron un plan clandestino de represión, también acreditado en aquella
sentencia de la causa 13, un modo criminal de lucha contra el terrorismo, que
otorgó a los cuadros inferiores una gran discrecionalidad para privar de libertad
a quienes aparecieran, según la información de inteligencia, como vinculados a
la subversión; se los interrogara bajo tormentos y se los sometiera a regímenes
inhumanos de vida, mientras se los mantenía clandestinamente en cautiverio; a
la vez que por fin, se concedió una gran libertad para apreciar el destino final
de cada víctima, el ingreso al sistema legal (Poder Ejecutivo Nacional o
Justicia), la libertad o, simplemente, la eliminación física.
Es en ese contexto en el que corresponde analizar la participación de los
imputados en los hechos, a quienes, por las razones que habremos de exponer,
consideraremos autores de los hechos que se les imputan.
Hemos de dar por supuesto que está totalmente superada la idea de que
autor es sólo aquel que ejecuta los hechos descriptos por la ley con sus propias
manos, desde un punto de vista naturalístico y simplista, sino que es la ley
desde donde se toma o selecciona de la realidad una determinada conducta. El
juego es de doble sentido: así como no puede haber encuadramiento legal sin
una conducta, para saber cuál conducta interesa al derecho penal debemos
guiarnos por la selección que realiza la ley.
En primer lugar, no aplicaremos el art. 514 del Código de Justicia
Militar que refiere a las situaciones en las cuales un subordinado no esté en
condiciones de analizar la legalidad de la orden. Ello así porque pese a su
derogación por ley 26.394, su aplicación ultraactiva no redundaría en una
situación de mayor benignidad para los imputados. El análisis realizado en la
causa contra los ex Comandantes y, al año, en la causa “Camps”, en las que
mediante su aplicación todos terminaron condenados, nos exime de mayores
comentarios.

66
Pero hay algo más. Entendemos que en este caso no se dieron órdenes
de servicio, que son el presupuesto de aplicación de esa vieja norma. Nos
apartamos de las concepciones que consideran que el subordinado es una
especie de esclavo de su superior y que todas las órdenes que se le dan durante
su trabajo, son de servicio. Como la única esclavitud de la que puede hablarse
es de la que debemos todos a ley, “órdenes de servicio” sólo pueden ser
aquellas prescriptas por y subordinadas a la ley, aun las verbales. Mandar a un
Cabo a la farmacia no es una orden de “servicio”, es un peculado del art. 261
CP, porque se emplea un trabajo público en provecho propio, que no se ha
penado nunca porque se trata de un hecho insignificante. Disponer que torture
a un detenido hasta que proporcione alguna información que se considere
relevante, no es una orden de servicio, sino una orden ilegal dada durante el
servicio, cuya ilegalidad era manifiesta y que, si no se cumplía, no daba lugar a
sanción o represalia jurídica y fáctica alguna. A lo sumo, ocasionaba el
traslado. En este sentido fue claro el testigo de la defensa, General de Brigada
Heriberto Justo Auel, cuando dijo a la audiencia que un subalterno debía
obedecer las órdenes de un superior. Al preguntársele cuál era el límite de esa
obediencia, dijo que era la “razonabilidad”. Y más concreto aun, se le preguntó
si la tortura figuraba en los reglamentos militares o prácticas militares como
método a aplicar, a lo que contestó que no, que era una práctica aberrante que
nadie podía ordenar.
Bien, en aquella sentencia, la Cámara Federal comenzó argumentando
sobre la base de la por entonces tradicional autoría mediata (Fallos: 309:1596),
donde el dominio del hecho se ejerce a través del "dominio de la voluntad" del
ejecutor, en lugar del dominio de su acción. En la autoría mediata el autor no
realiza conducta típica por sí mismo, pero mantiene el dominio del hecho a
través de un tercero cuya voluntad, por alguna razón, se encuentra sometida a
sus designios.
Sin embargo, también se apreció que en casos como los de autos, la
realidad indica que la autoría mediata no se termina allí donde hay otro autor
también plenamente responsable, como sí ocurre en los casos tradicionales de
error y coacción del instrumento, o en los especiales de instrumentos dolosos o
no cualificados.
Claus Roxin es el mentor de ese modelo de autoría mediata con
ejecutores responsables (“Voluntad de Dominio de la Acción Mediante
Aparatos de Poder Organizados”, traducción de Carlos Elbert, Doctrina Penal,

67
Buenos Aires, Depalma, Año 8, 1985, p. 399 y ss; también en “Autoría y
Dominio del Hecho en Derecho Penal”, traduc. De Cuello Contreras y Serrano
González de Murillo, Ed. Marcial Pons, Madrid, 1998, p. 267 y ss; finalmente,
en "La autoría mediata por dominio de la organización", public. en Revista de
Derecho Penal, Autoría y Participación, Rubinzal Culzoni, Buenos Aires,
2005, T° II, p. 9).
Para él se trata de supuestos donde la voluntad se domina a través de un
aparato organizado de poder, cuya característica es la fungibilidad del ejecutor,
quien opera como un engranaje mecánico. Al hombre de atrás le basta con
controlar los resortes del aparato, pues si alguno de los ejecutores elude la tarea
aparecerá otro inmediatamente en su lugar que lo hará, sin que se perjudique la
realización del plan total.
Los conceptos de instigador y cómplice en hechos simples no abarcan
los fenómenos que se dilucidan en causas como la presente. Precisamente, esta
teoría es valiosa porque permite explicar cómo, frente a un mismo hecho,
conviven varios autores que, sin embargo, no son coautores.
En estos casos, no falta ni la libertad ni la responsabilidad del ejecutor
directo, que ha de responder como autor directo. Como veremos, tampoco falta
en los agentes intermedios, situación que se presentó en la causa “Camps”, ya
citada.
Llamamos ejecutor directo al autor inmediato, y consideramos que el
texto del art. 45 CP, al mencionar al “determinador” no comprende solamente
los casos de participación por instigación o de autoría mediata tradicionales.
Sobre algunas confusiones terminológicas versa buena parte de la discusión en
la sentencia de la Corte Suprema en la misma causa 13 (Fallos: 309:1689 y
ss.), donde algunos jueces hacen una cuestión de principio de legalidad penal
(art. 18 CN) con la palabra “ejecutor” del art. 45 CP, cuestión que, en verdad,
no existe.
Aquí, desde el dominio del sujeto de atrás, los ejecutores inmediatos no
se presentan como personas individuales, sino como figuras anónimas y
sustituibles. El ejecutor inmediato, si bien no puede ser desvinculado de su
dominio de la acción, es al mismo tiempo, un engranaje –sustituible en
cualquier momento– de la maquinaria del poder. Esta doble perspectiva es
conocida y es la que impulsa al sujeto de atrás. Aquí, el instrumento es el
sistema mismo que el hombre de atrás maneja discrecionalmente. Hay un
dominio sobre una voluntad indeterminada.

68
No se trata de un invento teórico, idealista o normativista, sino de la
naturaleza objetiva basada en la observación del funcionamiento peculiar del
aparato organizado de poder que se encuentra a disposición del hombre de
atrás.
El autor mediato, pese a no realizar por sí mismo la conducta típica del
modo que lo haría un ejecutor directo, también es autor porque mantiene el
dominio del hecho a través de un tercero, que se transforma en otro autor
mediato o en un autor directo, según su posición en la cadena.
El "hombre de atrás" puede contar con que la orden por él dictada va a
ser cumplida sin necesidad de emplear coacción o de conocer al que ejecuta la
acción. Ellos solamente ocupan una posición subordinada en el aparato de
poder, son fungibles, y no pueden impedir que el hombre de atrás, el "autor de
escritorio", alcance el resultado, ya que es éste quien conserva en todo
momento la decisión acerca de la consumación de los delitos planificados, él es
la figura central dominante del delito ordenado por él, mientras que los
ejecutores fungibles, si bien también son responsables como autores debido a
su dominio de la acción, no pueden disputar al dador de la orden su superior
dominio de la voluntad que resulta de la dirección del aparato. “Cuando Hitler
o Stalin hicieron matar a sus opositores, esto fue su obra, si bien no la obra de
ellos solos. Decir que habrían dejado a sus subordinados la resolución sobre
si los hechos ordenados debían ser ejecutados o no, contradice los principios
razonables de la imputación social, histórica y también jurídica a los autores”
(Roxin, "La autoría mediata por dominio de la organización", ya citada).
La falta de inmediación con los hechos por parte de las esferas de
mando del aparato se ve suplida de modo creciente en dominio organizativo,
de tal manera que cuanto más se asciende en la espiral de la burocracia
criminal, mayor es la capacidad de decisión sobre los hechos emprendidos por
los ejecutores. Lo que significa que con tales órdenes están "tomando parte en
la ejecución del hecho", tanto en sentido literal como jurídico penal.
En la sentencia dictada en la causa Nº 44 “Camps”, ya citada, la Cámara
Federal explicó satisfactoriamente la situación de los escalones intermedios de
esa misma burocracia. Esto responde a los reglamentos vigentes, a los
clandestinos, a la doctrina implementada, a cómo se dieron los hechos y a las
explicaciones del propio imputado Riveros.
Las órdenes de los autores de escritorio fueron impartidas a través de las
respectivas cadenas de mando. Debemos recordar que seguimos la idea de que

69
sólo puede ser autor quien no reconoce una voluntad que domine la suya.
Aquel que es dueño del suceso. Pero eso no descarta que en la ejecución de un
mismo hecho pueden haber distintas responsabilidades, de uno o más autores
mediatos. Son aquellos que cuentan con el poder de emitir órdenes y con el
dominio de esa parte de la organización a ellos subordinada. Ellos ponen la
posibilidad y decisión de que el aparato siga funcionando. Es una
reconfirmación del diseño. El dominio de los escalones intermedios sobre esa
parte de la organización es lo que funda su responsabilidad como autores
mediatos de los hechos ejecutados por sus subordinados en esa cadena.
Se ha argumentado que no podrían ser autores mediatos porque una
negativa de la obediencia de su parte no hubiese tenido relevancia alguna en la
ejecución de las órdenes, pues el aparato habría continuado su accionar de
todos modos.
Pero este planteo ha sido rechazado del mismo modo que se descartan
los razonamientos basados en la “causalidad de reemplazo”, que se da cuando
las acciones recaen sobre un objeto de protección que ya está destinado a
pérdida segura. Esa posición se rechaza porque quien comete un delito no se
libera de responsabilidad porque el hecho igual lo podría haber cometido otra
persona en su lugar. Esa hipótesis no deja sin efecto su imputación. De lo
contrario, ambos deberían ser beneficiados con el mismo razonamiento. El
hecho se le imputa a quien lo realizó.
Otra nota importante que se desprende de la estructura de la
organización de dominio es que ella sólo puede darse allí donde el aparato
organizado funciona como una totalidad fuera del orden jurídico, dado que si
se mantiene el Estado de Derecho con todas sus garantías, la orden de ejecutar
acciones punibles no sirve para fundamentar el dominio ni la voluntad del
poder del inspirador.
La construcción no se aplica a cualquier organización, por ejemplo a la
criminalidad de empresa, porque en esos casos falta la intercambiabilidad del
ejecutante tal como existe en organizaciones que se han apartado del derecho.
Cuando una organización actúa sobre la base del derecho, tiene que esperarse
que no se dé cumplimiento a requerimientos antijurídicos.
En cuanto a la base normativa de la cual deriva la autoría mediata en el
derecho nacional, la doctrina clásica consideraba que todos los autores –
también los mediatos– se encontraban comprendidos en la primera parte del
art. 45 CP (“Los que tomasen parte en la ejecución del hecho”), mientras que

70
la más moderna y la jurisprudencia actual mayoritaria, derivan esta forma de
intervención criminal de la última parte de dicha disposición (“los que
hubiesen determinado directamente a otro a cometerlo”).
Debemos hacernos cargo ahora de los argumentos de la Corte Suprema
en la sentencia dictada el 30 de diciembre de 1986 confirmatoria de la
sentencia de los ex Comandantes (también publicada en Fallos: 309).
Allí, la mayoría no aceptó la punibilidad del autor mediato con un
instrumento como autor inmediato, con el argumento de que dos dominios
sobre el hecho no pueden coexistir y porque el concepto de un autor que no
realiza acciones típicas sería el de un autor por extensión, violatorio del
principio de legalidad formal.
Para la mayoría de la Corte, el dominio mental de los hechos y la
realización de acciones extratípicas encaminadas con abuso de poder hacia la
ejecución colectiva por otros, representa cooperación intelectual y material
para que los subordinados realizaran las características de los tipos de
homicidios, privaciones ilegítimas de la libertad, tormentos, y demás delitos
investigados y, por ende, son partícipes como cooperadores necesarios, y no
autores en los términos del art. 45 del C.P.
Textualmente: “Frente al criterio legal, que define a la autoría o a la
coautoría bajo la exigencia de “tomar parte en la ejecución del hecho”,
cualquier otra intervención, vinculada a la realización del delito importa una
cooperación, un auxilio o una ayuda” y por eso incluir a la autoría mediata en
la última parte del art. 45 del CP, constituye una extensión extratípica del
concepto de instigador. Ello fundado en que si la “determinación directa” del
art. 45 del CP significara admitir la forma de instigación y la de autoría a la
vez, ello representaría aplicar al autor mediato las reglas de la instigación, con
lo cual el que domina el hecho sería a la vez persuasor y ejecutor. Ello es
inadmisible, prosiguió, pues el concepto de instigación enmarca una
participación puramente psíquica, que el instigador dirige derechamente a la
concreta finalidad de hacer que el instigado, voluntaria, libre y
conscientemente, tome la resolución de cometer el delito. Esa actividad
intelectual que despliega el instigador se agota una vez tomada la resolución,
de tal manera que la realización del delito depende del instigado, que se
convierte así en el único autor. Y si a aquel obrar psíquico se le agrega alguna
otra aportación material, la actividad del sujeto se desplaza del concepto de
instigación e ingresa en el de partícipe, que auxilia, ayuda o coopera.

71
Por ello, concluyó en que al emitir los procesados las órdenes verbales
secretas e ilegales para combatir el fenómeno terrorista, como así también al
proporcionar a sus ejecutores directos los medios necesarios para cumplirlas,
asegurándoles que luego de cometidos los delitos no serían perseguidos ni
deberían responder por ellos, garantizando su impunidad, realizaron una
cooperación necesaria consistente en la contribución acordada con otros
partícipes para la comisión del hecho (Voto de José Severo Caballero en Fallos
309:1698; seguido por Belluscio literalmente y, con distinta redacción, por
Fayt).
Esta posición, en síntesis, viene a sostener que se dieron cadenas de
instigación o de cooperación con los ejecutores. Pero, de ese modo, omite
relevar en su totalidad la prueba de la propia realidad, lo efectivamente
sucedido. La posición de estos jueces no logra captar en su verdadera esencia
lo que significó el Plan sistemático que hemos tenido por probado, en la
estructura en que ha funcionado, y se ha limitado a emplear criterios
doctrinarios para casos simples que no explican los de estas causas, porque en
realidad se ajustan a una teoría material objetiva que ha sido superada,
precisamente, porque al apegarse a criterios meramente físico-causales, no
satisface todos los casos de la realidad.
No se trata de aplicarle a un instigador el mote de autor, sino que en el
art. 45 CP la expresión “determinare”, comprende no sólo la inducción, sino
también la autoría mediata en todas sus formas, como ocurre aquí donde
determina quien ordena, aun cuando la existencia de esa orden no cercene la
libertad de decisión del ejecutor.
Véase lo que dice el Reglamento RV-200-10, Introducción, apartado III:
“Debe tenerse presente que mandar no es solamente ordenar, sino asegurarse
la fiel interpretación de la orden, fiscalizando su ejecución correcta e
impulsando su cumplimiento con el propio ejemplo, cuando ello sea necesario.
El mando es exclusivamente personal, no admitiendo corresponsabilidad de
ninguna especie”.
De ello se deriva, en primer lugar, que los jefes no pueden ser
instigadores en los tradicionales términos de esa forma de participación
criminal en el hecho de otro, porque ordenan, no inducen; y, en segundo lugar,
tampoco pueden ser cooperadores en el hecho de otro, porque este hecho no
queda subordinado a la voluntad autónoma del ejecutor.

72
La tesis de los ministros Caballero, Belluscio y Fayt, no explica por qué
estas órdenes no podían dejar de cumplirse, y que ello no era impuesto por
coacción ni determinado por error, sino por comunidad de pensamiento del
ejecutor que, en cualquier caso, si no quisiera o supiera hacerlo, sería
reemplazado. No son ellos quienes tomaron las decisiones sobre la realización
típica de manera autónoma, como ocurre en la instigación o en la cooperación.
Tampoco podrían ser partícipes necesarios porque no se da la
accesoriedad, es decir, cooperación en el hecho de otro. Afirmar que se trató de
una cooperación implica desconocer el funcionamiento real del sistema
montado desde el poder, y conlleva a dejar librados a la decisión de un
Teniente, un Sargento o un Cabo, el torturar, matar y hacer desaparecer
personas frente a la mirada pasiva de oficiales superiores de toda jerarquía.
Cuando se dice que autor es el que domina un hecho o que es el que
tiene las riendas de ese acontecimiento, se hace referencia a un concepto de
significación común, ordinaria, de sentido común, comunicacional, que explica
un fenómeno que todos podemos entender como “su obra” de acuerdo con
nuestras condiciones de producción y de reconocimiento de expresiones de
sentido.
Pero a su vez ese dominio lo fue sobre un aparato, no un supuesto de
coacción, engaño o error, y la responsabilidad de los autores inmediatos no
estaba excluida. No hubo coacción alguna porque sabían lo que hacían y
podían renunciar e irse a su casa. No es cierto lo que dice Riveros acerca del
juicio militar sumarísimo conminado con pena de muerte para el desobediente.
No se registró ningún caso. Y tampoco hubo engaño porque lo que hacían era
evidentemente ilegal al entendimiento común: detener a alguien, romper toda
su casa, apoderarse de bienes personales, torturarlo, matarlo, no informar a los
jueces, etc. etc., todos procedimientos no previstos en ningún reglamento
militar de aquellos a los que tradicionalmente se refiere la doctrina al hablar de
obediencia debida, jerárquica, en el ámbito militar. El propio testigo de la
defensa General de Brigada (RE) Heriberto Justo Auel señaló que la tortura no
estaba prevista en los reglamentos y que era aberrante.
La crítica esencial a la teoría de Roxin parte de una aparente
contradicción que se daría ante la simultánea existencia de un autor mediato y
un ejecutor que actúa de modo libre responsable. Sin embargo, eso es lo que
ocurrió en nuestro caso y puede ser perfectamente teorizado con argumentos
complementarios de las teorías tradicionales, como por ejemplo, Kai Ambos

73
que distingue entre injustos individuales e injustos colectivos. Estos últimos
son los que se presentan en contextos organizados de poder y acción, donde
fracasa el concepto tradicional (“Dominio del hecho por dominio de la
voluntad en virtud de aparatos organizados de poder. Una valoración crítica y
ulteriores aportaciones”. Revista de Derecho Penal y Criminología,
Universidad Nacional de Educación a Distancia, Facultad de Derecho, 2da.
Época, N° 3, Marcial Pons, Madrid, 1999, pág. 133 y ss). Más allá de la
terminología empleada por el autor sobre injustos por competencia funcional
por la organización, lo concreto es que estamos pensando en la misma idea: al
autor de escritorio le son imputables los hechos porque los domina a través del
aparato, no porque domine la voluntad del ejecutor.
Tampoco consideramos aplicables nuevos modelos teóricos como la de
los delitos de infracción al deber (Roxin, “Autoría y dominio del hecho”, cit.,
pág. 385) o la funcionalista que prescinde totalmente del dominio del hecho
(Jakobs, Günther, “El ocaso del dominio del hecho. Una contribución a la
normativización de los conceptos jurídicos”. Publicado junto a otros estudios
por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del
Litoral, Edit. Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2004, pág. 87)..
La razón esencial por la cual no seguimos esta última teoría, es porque
considera que todos los injustos penales son de omisión, incumplimientos de
deberes, que se montan sobre deberes de garantía para los derechos de terceros
que surgen de la mera asunción de un rol. Esta concepción torna sumamente
dificultosa la delimitación segura de quien no puede ser considerado autor de
un acontecimiento, porque consiste en un concepto extensivo y único de autor.
Todo aquel que no cumpla los deberes que surgen del rol, de su posición
institucional, es un candidato a ser autor por haber violado sus deberes de
garante. Tampoco pueden distinguirse con facilidad los autores de los
instigadores y cómplices, etcétera. Como toda teoría normativista extrema, no
termina de explicar cómo selecciona de la realidad determinados
acontecimientos o datos y descarta otros, es decir, por qué selecciona a tal o
cual persona como autora y no a otras. Todo se explica normativa y
tautológicamente.
Otros autores han relativizado la capacidad de rendimiento de la teoría
de Roxin. Donna reseña algunos de estos argumentos (La Autoría y La
Participación Criminal, Edit. Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2002, 2da.
Edición ampliada y profundizada, p. 69 y ss). Trae la opinión de Gimbernat

74
Ordeig para quien son cómplices todos los sujetos intermedios entre el que da
la orden de asesinato desde muy arriba y el ejecutor. Así, quien simplemente
levanta el teléfono, recibe la orden y la retransmite. Pero, debemos adelantar,
que en nuestro caso está acreditado por los dichos de los propios imputados
que los hechos no ocurrieron como en el ejemplo del prestigioso autor español.
Riveros mismo afirma en uno de sus escritos que las llamadas "operaciones de
aniquilamiento" eran las ordenadas por el Comando de Institutos Militares
impartidas por escrito según el tipo de misión a cumplir de acuerdo a las
órdenes que a su vez recibía del Estado Mayor General del Ejército. Tal llegó a
ser su dominio del aparato de poder bajo sí que, según lo dice en una de sus
presentaciones, él mismo preparó "la orden de operaciones por escrito, que fue
elevada al Jefe del Estado Mayor General del Ejército quien la aprobó". Los
hechos ocurridos obedecían a una misma capacidad de decisión que no
quedaba coartada por la mera circunstancia formal de una división territorial.
Si las órdenes del “hombre de atrás” se llevaron a cabo, no fue porque los
imputados Riveros, Verplaetsen, García y otros se comportaran sólo como un
fiel canal de comunicación entre los superiores –a su vez, autores mediatos– y
los ejecutores, sino porque las recibían y concretaban su porción de dominio
para hacerlas realidad en los casos concretos, porque comulgaban con el plan
criminal. Los imputados se encargaron de realizar su parte del plan gracias a su
domino de la organización, en calidad de autores mediatos. Gimbernat Ordeig
dice también que sobre estos sujetos intermedios tampoco es posible tratarlos
como inductores, pues no es admisible un supuesto de inducción en cadena, lo
cual es claro y compartimos.
Según explica detalladamente el propio imputado Riveros, ninguno de
sus subordinados tenía la facultad de revisar una orden en tanto proviniera de
la autoridad con competencia para emitirla. Existió un estricto verticalismo en
la subcultura militar. Pero este verticalismo no llegaba a cancelar la voluntad
de los miembros inferiores de la organización, quienes eligieron libremente
cumplir las directivas en lugar de negarse a ello, cuya única consecuencia
serían la de ser reemplazados conforme a la fungibilidad que los caracteriza,
sin mayores efectos personales para ellos. Por cierto, los ejecutores en los
hechos de autos no revestían ninguna característica o calidad especial que
pudiera tornar inaplicable esta teoría.
Los ejecutores de nuestro caso realizaron hechos que al mismo tiempo
son propios y de los otros. El de atrás domina una organización, un aparato, y

75
el hecho particular del ejecutor es dominado a través de ese aparato, no de la
manera tradicional de la autoría mediata. Basta con leer la carta del 18 de
septiembre de 1980 del fallecido Teniente Coronel de Infantería Alberto Jorge
Voso (surge del caso 282 “Erlich, Margarita” y se trata de una copia de la
obrante en su legajo personal) quien, como ya sabemos, era apodado
“Ginebrón”, inferior jerárquico de Riveros, Verplaestsen y García, que en abril
de 1976 era el jefe de hecho del Campo de Concentración que funcionó en la
Guarnición Militar Campo de Mayo. En esa carta solicita que se lo promueva
al grado de Coronel y su lectura sirve para entender cómo funcionaba esa
organización, mirada desde un escalón intermedio del aparato organizado de
poder. Allí, palabras más, palabras menos, dice que cumplió gustoso las
misiones y órdenes de la lucha contra la subversión, compenetrado de su
espíritu de soldado y convencido de la legitimidad de la posición asumida por
las máximas jerarquías del Ejército, aun a costa de las implicaciones de índole
espiritual, ético, moral y religiosas que aquellas le acarrearon, en especial, ante
sí mismo, como persona y como católico, y que todos los camaradas estaban al
tanto de esas órdenes y misiones.
Algunos autores sostienen que se trata de casos de coautoría (ver la
discusión en Righi, Esteban, “Derecho Penal, Parte General”, Lexis Nexis,
Buenos Aires, 2007, pág. 387). Pero Roxin contesta que no la hay entre los
autores ubicados en distintos peldaños del aparato porque “falta una resolución
común hacia el hecho, la cual, según la teoría absolutamente dominante, es
presupuesto de cualquier “comisión conjunta” en el sentido de coautoría”, dado
que el hombre de atrás y el ejecutante generalmente ni siquiera se conocen. El
ejecutor es un simple destinatario de una indicación. En segundo lugar, señala
que también falta “una ejecución conjunta del hecho”, toda vez que “el “autor
de escritorio” precisamente no ejecuta nada por su propia persona”, sino que
“se sirve de instrumentos de su voluntad que ejecutan el hecho”. Finalmente
rechaza la admisión de una coautoría porque estima que con ello “se allana la
diferencia estructural entre autoría mediata (la comisión “a través de otro”) y la
coautoría (la comisión “conjunta”)”. “La autoría mediata –dice– tiene una
estructura vertical (en el sentido de un curso de arriba hacia abajo, del
motivador hacia el ejecutante); la coautoría, por el contrario, está estructurada
horizontalmente (en el sentido de un estar al lado de otro entre los coautores)”.
En consecuencia, todos los procesados deben ser considerados autores.

76
Sólo en el último tramo de los hechos que vivieron los Avellaneda
algunos de los imputados perdieron el dominio de los hechos, a través de la
porción del aparato que estaba debajo de ellos o por la ejecución con sus
propias manos. Se trata del momento en que los entregaron al poder de otros,
como contribución objetiva y subjetiva a su próximo destino. Para los
imputados García, Fragni y Harsich el momento opera cuando los entregan a
quienes ejercían poder de hecho al centro clandestino de detención dentro de
Campo de Mayo. Allí ya no puede imputárseles autoría, sino participación
necesaria en la continuación de las privaciones ilegales de la libertad, las
torturas y el homicidio de Floreal. La situación de Aneto es similar aunque no
idéntica, porque en una porción él aparece en ese centro de detención como
ejecutor.
Para concluir:
Santiago Omar Riveros se desempeñaba a la fecha de los hechos como
Jefe del Comando de Institutos Militares con asiento en Campo de Mayo del
cual dependía la estructura de poder represiva en cuya jurisdicción operó la
Comisaría de Villa Martelli y el Centro clandestino de detención de Campo de
Mayo.
En una situación similar se encuentra Verplaetsen, corresponsable de la
selección de las personas a detener, de sus interrogatorios bajo tormentos y de
su destino.
También, consideramos autor mediato a Osvaldo Jorge García,
Director de la Escuela de Infantería que en la estructura de poder fue Jefe del
Área 450, correspondiente a la jurisdicción donde se desarrollaron las
detenciones y de la cual dependía la Comisaría de Villa Martelli. Deberá ser
considerado partícipe necesario del tramo final de los sucesos que padecieron
los Avellaneda.
La imputación recae sobre distintas estructuras de la cadena de mando y
en la pirámide constituida por la organización en la represión ilegal, desde la
cima –Riveros-, pasando por las estructuras intermedias de mando –García-, y
hasta los ejecutores materiales Fragni, Harsich y Aneto. Estos últimos, a su
vez, serán partícipes de los últimos tramos de los hechos.

16. Descargos y versiones de los imputados. Su crítica y valoración de su


situación.

77
16.1. Santiago Omar Riveros.
Prestó varias veces declaración (fs. 123/6 de esta causa 2005). En ellas
reconoció que a la fecha de los hechos era el Comandante del Comando de
Institutos Militares y que se acompañaba de un Estado Mayor. Negó los hechos
que se le imputan. Reconoció que el domicilio donde vivía la familia
Avellaneda correspondía a jurisdicción del Comando. Explicó los
procedimientos para la detención de personas y que luego de ello elevaba los
antecedentes al Comando en Jefe del Ejército quien determinaba la puesta a
disposición del PEN o de un Consejo de Guerra, y el dicente recibía la orden
de realizar el traslado del detenido a lugar donde le fuera indicado. Que además
de las acciones concretas, estaba la información dada por la comunidad
informativa de los servicios de inteligencia. Que esas informaciones eran
evaluadas y analizadas, y determinaban el grado de peligrosidad de la persona,
lo cual servía de base para que esa persona fuera puesta a disposición del PEN.
Explicó que comunidad informativa era la suma de organismos del Estado que
en cuanto a la lucha contra la subversión, suministraban información.
A fs. 3053 de la causa principal N° 4012, varió su estrategia defensista y
si bien ratificó lo expuesto en su declaración anterior, agregó que se
consideraba un prisionero en manos del enemigo derrotado hace más de veinte
años en el marco de la lucha contra el terrorismo, que ha reanudado el
enfrentamiento por otros medios. Que por orden del gobierno constitucional,
las Fuerzas Armadas combatieron las acciones de los terroristas tales como
extorsiones, secuestros y muertes de militares y civiles en forma
indiscriminada, que instalaron el terror en la sociedad. Se trató de una guerra
revolucionaria, en la cual se combatió con la doctrina, las leyes y los
reglamentos militares en la mano, no con los códigos procesales y penales, a
los cuales deben ajustar su cometido las Fuerzas de Seguridad en la lucha
contra la delincuencia común. Se trataba de partisanos que usaban uniformes y
graduaciones militares de ejércitos no estatales o representativos de alguna
nacionalidad. Numerosos terroristas de ayer, forman parte de los poderes
constitucionales de hoy, nacional y provinciales. No tenía autoridad para
emprender este tipo de acciones antes del 21 de mayo de 1976 en que se creó
la Zona IV.
También realizó varias presentaciones por escrito. Así, a fs. 2191/2214
de la causa 4012 se refirió que los terroristas tienen deseos de venganzas por
haber perdido y describió los términos de “Operaciones Militares” (acciones

78
realizadas para eliminar la subversión abierta) y “Operaciones de Seguridad”
(acciones para separar la población de los elementos subversivos, asegurando
los recursos y bienes públicos y privados) y “Aniquilamiento” (destrucción o
reducción a la nada quebrando la voluntad de lucha del enemigo con el costo
en sangre que sea necesario).
A fs. 2349/2351, recalcó que los Directores de cada una de las Escuelas
tenían asignadas dos responsabilidades, una como Director y otra como Jefe de
una de las áreas en la que fue dividida la Zona IV.
En el escrito de fs. 3034/36 narró lo ocurrido desde la creación de la
Zona de Defensa IV.
En el de fs. 3554/78 –siempre de la causa 4012– señaló que no hubo
desaparecidos sino terroristas aniquilados; y remarcó que la guerra
revolucionaria había sido irregular por orden del gobierno constitucional.
Ulteriormente, a fs. 3643/3650, desarrolló una reseña de los reglamentos
del Ejército Argentino, donde se establecieron expresamente métodos
legítimos en la guerra contra las llamadas “fuerzas irregulares”. Idem a fs.
3655/3657 y 3885/3887. Más tarde, a fs. 5932/33, acompañó modelos de actas
de detención que constan en los reglamentos.
El 22 de marzo de 2007 se le recibe indagatoria a fs. 6342/6347 de la
causa n° 4012 y/o 771/776 de esta causa 2005). Allí, después de hablar del
LRD dijo que “las personas detenidas que estaban a cargo del dicente eran
puestas a disposición del Poder Ejecutivo y si habían sido aniquiladas se daba
el parte correspondiente”. Describió que las personas detenidas permanecían
sólo 48 horas y eran puestas por el dicente a disposición del PEN lo que
significaba que luego esas personas eran trasladadas a otro LRD dentro de
Campo de Mayo, o al Estado Mayor, o a Unidades Carcelarias, o puestas en
libertad, pero eso no era decisión del compareciente ya que se limitaba a poner
a los detenidos a disposición del PEN y luego el traslado era decidido por
personal de Inteligencia del Batallón 601, o por comisiones del Estado Mayor.
Afirma que “no se ponía a las personas a disposición de los Jueces porque no
querían intervenir en esas causas porque tenían miedo de represalias contra
sus familiares”.
Inmediatamente de lo transcripto, respecto de los detenidos señaló:
“antes de que… sean puestos a disposición del PEN, es decir que una vez que
eran traídos por orden del dicente a Campo de Mayo y alojados
provisoriamente en el LRD eran interrogados por personal a sus órdenes.

79
Afirma que esos interrogatorios se realizaban a cara descubierta y no se
hacían bajo torturas”. Más adelante dijo que se informaba a los familiares de
las personas detenidas en los LRD, pero que la mayoría de las personas
detenidas estaban en la clandestinidad y por ello eran NN y no había a quien
avisarle. Además afirma “muchas personas fueron aniquiladas por orden del
dicente conforme a los reglamentos, en virtud de haber sido encontrados
responsables de algún acto subversivo. Posteriormente eran enterrados en
cementerios de las municipalidades como NN ya que no estaban
identificados… que las personas que el dicente mandó a aniquilar eran los
responsables de poner bombas o realizar actos subversivos. Agrega que del
entierro de los cuerpos se encargaba la policía ya que no era una tarea del
ejército”.
“Que las personas que eran ejecutadas, que no fueron más de 2 o 3
durante el período en que el dicente estuvo a cargo, fueron sometidas a un
juicio sumarísimo o corte marcial por un Tribunal formado por Oficiales y
luego de comprobada la autoría en el acto que se les imputaba como ser la
puesta de una bomba, se los ejecutaba.”. “… el personal a sus ordenes no
hacía tareas de inteligencia (y) los hechos en los que intervenía eran los que el
personal a sus órdenes descubría “in fraganti” en los patrullajes”.
El 28 de febrero de 1980 el Diario La Prensa publicó un discurso
pronunciado el 24 de enero de ese año por el General de División Santiago
Omar Riveros ante la Junta Interamericana de Defensa, en Washington DC,
EE.UU., difundido por el Comando en Jefe del Ejército. Se destacan los
siguientes párrafos:
“… mi país que acaba de salir de una larga guerra contra los enemigos
de la Nación, … de una guerra en la que participé intensamente por la gracia
de Dios….”
“Mi país… comprendió el “Desafío Comunista” y… no es justo criticar
un sistema que se defiende del terrorismo y la subversión.
Desafortunadamente en todas las guerras mueren inocentes y en la guerra
contra los terroristas pueden cometerse injusticias pero no como las que ellos
cometen. Todas estas guerrillas se orquestan internacionalmente”.
“Cientos de mis camaradas murieron asesinados. Cientos de servidores
del orden fueron masacrados. Cientos de civiles inocentes murieron en
emboscadas. Cientos de empresarios y hombres de negocios sufrieron
cautiverios en las cárceles del pueblo y luego fueron asesinados. Algunos de

80
mis camaradas que sirvieron a mis órdenes fueron asesinados y encarcelados
en las cárceles del pueblo, huecos inmundos construidos quizás por la gracia
de los derechos humanos. Gran parte de la población sufrió saqueos,
incendios, explosiones, latrocinios de toda clase. Puebladas enloquecidas en
operativos que asolaban ciudades, dejando la destrucción, la desolación y la
muerte.”
“Comparsas de hordas guerrilleras buscando el poder para brindárselo
a la central del terrorismo, se adueñaban de las calles y de las ciudades
sembrando el miedo y el terror. Comparsas de ex presos terroristas liberados
por el gobierno pseudoconstitucional, en la más triste farsa democrática del
señor Cámpora”.
“Organizaciones terroristas de todo tipo eran auspiciadas desde el
escondite de un ex tirano, luego presidente de la Nación, con el beneplácito y
la bendición de todos los movimientos subversivos.”
“Tristes episodios terroristas durante la presidencia de la ex actriz,
esposa del ex tirano, avergonzando a mi país”.
“Así se formaron ejércitos populares de toda laya… Ejércitos con
nombres propios que como la peste socavan las esencias históricas,
cambiando el sentimiento nacional de los pueblos sembrando el terror, la
muerte, la pobreza, el odio, las divisiones de clases, razas y religiones, la
prepotencia, la mentira del ateísmo, …”.
“… organizaciones del terror, … apoyados desde el exterior con un
aparato logístico propio de cualquier fuerza armada … con escuelas de
cuadros, campos de entrenamientos, fábricas de armas y explosivos, imprentas
y depósitos de suministros y armamentos…”.
“Desplegaron y ejecutaron una propaganda siniestra de
enfrentamiento, aprovechando todas las debilidades humanas. Haciendo creer
que detrás de la cortina, el maná rojo puede transformar rápidamente al pobre
en rico al proletario en patrón, nivelar las inteligencias y los deseos por
decreto…olvidando las Tablas de la Ley, el esfuerzo, el propio sudor, la
propia suerte, la aspiración personal.”
“Todo en desorden, sin Dios, sin familia, sin libertad, sin esperanza,
con escaso pan, sin el concepto del principio y fin de la Creación, con Satán
por cabecera”.
“…en esta situación, donde fuimos cientos de veces amenazados,
desafiados, y agredidos por la prepotencia nos mantuvimos serenos, pacientes,

81
agotamos todos los recursos de la ley y de la Constitución, esperamos y
esperamos. El pueblo nos pedía salir para terminar con esta invasión. El
gobierno constitucional permanecía indeciso y el desafío y el reto a las
Fuerzas Armadas fue aceptado y así fuimos a la guerra al lado del pueblo
argentino quien nos acompañó hasta la victoria”.
“Hicimos la Guerra con la doctrina en la mano, con las ordenes
escritas de los Comandos superiores, nunca necesitamos, como se nos acusa,
de organismos paramilitares, nos sobraba nuestra capacidad y nuestra
organización legal para el combate frente a fuerzas irregulares en una guerra
no convencional. Ganamos y no nos perdonan, se nos dice que hemos
vulnerado los derechos humanos; personalmente no entiendo cómo en una
guerra como ésta hay que combatir. En las guerras convencionales, los
aviones cuando atacan no tiran al enemigo ramos de flores o el Código Civil,
o la cartilla de los derechos humanos..”.
“En esta guerra donde el enemigo no opera con nombre propio… sin
embargo se desata una contraofensiva desde las centrales pro comunistas, y
de los que les hacen el juego, reclamando desaparecidos y culpando a los
gobiernos de no usar métodos ortodoxos para combatir semejantes
delincuentes.”
“… en mi país no existe un dictador ni una dictadura. La Junta Militar
se renueva desde el 24 de marzo de 1976,… a principios de 1981 se renovará
el Presidente; me pregunto: cuál es el dictador?”
“…no nos gustan los dictadores,…. Hemos combatido la tiranía
marxista-leninista.”
“…Pretender defender los derechos de los que ponen bombas sin razón
alguna, de los secuestradores…, es negarle al propio Estado, a sus auténticas
Fuerzas Armadas, el derecho… de defender las instituciones y la libertad de la
Nación…”.
Cabe señalar que según los Coroneles RE del CEMIDA, Ballester y
Garcia, Riveros era el representante de la Argentina ante esa Junta
Interamericana de Defensa, organismo encargado de diseñar y difundir la
doctrina a aplicar por las fuerzas armadas de los países que la integraban.

Crítica y valoración de la situación de Riveros.


Desde un primer momento, aún en el conocimiento de que se le imputan
hechos anteriores al 21 de mayo de 1976, admite que la jurisdicción donde se

82
encontraba el domicilio de la familia Avellaneda estaba bajo de su poder. La
negación de la existencia material de la jurisdicción hasta la creación formal de
la Zona de Defensa IV comienza a partir de la presentación de escritos
suscritos con su abogado. Y es la misma estrategia que en esta causa seguirán
los demás imputados.
Reconoció que los Directores de Escuelas cumplieron la doble función
de Jefe de Áreas.
Cabe recordar, por el contrario, que el Plan del Ejército (contribuyente
al Plan de Seguridad Nacional), asignó al Comandante de Institutos Militares
distintas misiones desde el 24 de marzo de 1976, llamado el Día D, “para
asegurar, conjuntamente con las otras fuerzas armadas, la destitución del
Gobierno en todo el ámbito del país, a fin de facilitar la asunción del Gobierno
Militar y contribuir a la consolidación del mismo” (vid. Plan del Ejército,
incorporado al debate, Capítulo 1, Punto 2 Misión, y Punto 3 Ejecución, N° 2
b).y como mínimo hasta el día D).
Al Comando de Institutos Militares, dirigido por un General de
División, se le asignó la misma categoría que a los Cuerpos de Ejército I, II, III
y V. Esto está corroborado con la prueba ya analizada.
El discurso de Riveros evidentemente fue pronunciado con la serenidad
que otorga la seguridad de sentirse victorioso e impune, sin sospecha de que
sus conductas podrían ser motivo de reproche en el futuro.
El pensamiento de Riveros aparece como monolítico, holístico, sin
matices, totalmente coherente con la lógica de la llamada guerra
revolucionaria, que engloba en una misma situación a personas que practicaron
actos terroristas y a sujetos que simplemente pensaban distinto y se expresaban
de una manera pacífica. Incurre así en contradicciones notables como la de
sostener que los autores de actos delictivos no tienen derechos, que los únicos
derechos atendibles son los que él representa y que el grupo de camaradas que
asumieron la suma del poder público así como los civiles que los acompañaron
no se oponían a lo previsto por la Constitución. En pocas palabras, sustenta la
defensa de las partes de la Constitución que a él le parecen correctas, y no se
basa en datos objetivos porque brinda una visión de la realidad apocalíptica,
cuando está probado que al 24 de marzo de 1976 los grupos subversivos
estaban muy reducidos en su accionar (Fallos 309:106), y que la subversión se
podría haber seguido combatiendo perfectamente con los instrumentos legales
e instituciones vigentes.

83
Ello demuestra la magnitud de su impostura.
En las versiones dadas en sus distintas declaraciones incurre en deslices
notables: da a entender claramente que a los detenidos o se los ponía a
disposición del PEN o se los aniquilaba. El caso de Iris Pereyra demuestra que
no es cierto que a las 48hs. fueran puestos a disposición del PEN. Tampoco
pudo explicar un solo caso en el que a alguna persona detenida se le imputase
algún cargo más o menos concreto ante autoridad competente, de modo que
constituye una falsedad sostener que las personas no eran puestas a disposición
de los jueces porque éstos tenían temor. En la causa N° 13/84 se probó el caso
inverso: cada vez que había un atentado atribuido a grupos subversivos, se
había formado la correspondiente causa judicial (Fallos: 309). A esta altura,
una de las pocas cosas que parecen ser ciertas es que la policía se encargaba de
enterrar los cadáveres, tal como lo explicó el ex comisario de Munro Polidori.
También surge de su declaración el reconocimiento de los
interrogatorios a los detenidos, sin que explique bajo que presupuestos fácticos
y normativos se encontraba autorizado a hacerlos, es decir, sobre qué se los
interrogaba, ya que había señalado no poder justificar algún cargo contra ellos:
los Avellaneda no fueron encontrados “in fraganti” en la comisión de ningún
delito sobre los cuales interrogarlos, pero fueron interrogados por la persona de
un pariente por el hecho de tener una ideología política distinta y realizar
actividades circunscriptas al ámbito meramente sindical o gremial laboral.
Tampoco es coherente al explicar que no conocían la identidad de las
personas pero si sus actividades, lo cual era suficiente para ordenar su
detención, su juzgamiento castrense y su aniquilamiento y sepultura como NN.
En primer lugar, la identidad de cualquier persona, aún en aquella época, podía
ser determinada en pocas horas o días mediante el cotejo de fichas
dactiloscópicas con los archivos de la Policía Federal y provinciales. Pero aun
así, si no conocían su identidad, no se entiende cómo es que conocían sus
actividades subversivas. Es evidente que, o conocían bastante poco de las
personas que detenían o que las conocían perfectamente y que el imputado
miente al respecto, como es el caso de los Avellaneda, detenidos en su propia
casa frente a todos los familiares.
El trato posterior a estos detenidos aparece explicado más en los dichos
del General Díaz Bessone en el video “Escuadrones de la Muerte”, que en la
pretendidamente ingenua explicación de Riveros. El interrogatorio a través del
personal de inteligencia, y la tortura como método ineludible, forman parte de

84
un procedimiento obligatorio destinado a obtener información de cualquier tipo
que conduzca a otro sujeto con el que se procederá de igual manera.
Riveros consideraba a los detenidos “prisioneros de guerra”, lo cual es
coherente con la postura que sostiene que esto fue una guerra pero, entonces,
eso deja afuera todo el andamiaje argumental basado en que los subversivos
eran cuasi partisanos, es decir, que estaban fuera de las categorías jurídicas de
delincuentes comunes y de prisioneros de guerra y por ende desamparados del
derecho común y de las Convenciones de Ginebra.
Su reproche es más grave aún si se tiene en cuenta que el Reglamento
RC 8-2 (Público) establece un orden de prelación en intensidad a operar contra
el enemigo donde la rendición y la captura impedían proseguir para conseguir
la muerte, y porque más adelante dice que “Las operaciones contra fuerzas
irregulares se regirán por las leyes de la Convención de Ginebra (Leyes de
Guerra RC-46-1)”. Es decir, aunque todos estos reglamentos puedan ser
cuestionados, lo concreto es que ni aún otorgándoles validez jurídica,
amparaban el accionar de Riveros y sus subordinados.
Tampoco ha podido Riveros explicar cuáles fueron los casos de
personas que fueron juzgadas y aniquiladas.
Finalmente, sólo podían contar con personal de inteligencia los
Comandantes de grandes unidades de batalla, de modo que al aparecer
calificando a Verplaetsen (ver legajo personal de Verplaetsen), ello demuestra
que su comandancia, antes de la creación formal de la Zona IV, no se dedicaba
solamente al aspecto educativo, como máxima autoridad de diferentes
institutos de enseñanza. No se logra entender cuál sería la función de
Verplaetsen en un organigrama como el relatado por Riveros.
Al haber sido el Jefe del Comando de Institutos Militares con asiento en
Campo de Mayo entre los años 1976 a 1978, es decir, al momento de los
hechos (vid. informe de fs. 499/505 de la causa N° 4012 del Juzgado Federal
en lo Criminal y Correccional N° 2 de San Martín), tenía bajo su jurisdicción
diferentes áreas que se encontraban a las órdenes de los Directores de las
diferentes Escuelas (ver fs. 533/40), como ser la de Infantería que por medio de
varios de sus integrantes propició y llevó a cabo los actos materiales de esta
causa, dentro del sistema que se implementó para combatir la subversión, al
que aportó los medios, recursos humanos y materiales para que sus
subordinados llevaran a cabo los procedimientos bajo sus órdenes y
supervisión directa.

85
En virtud de ello, el encausado Riveros es el responsable de los hechos
de esta naturaleza que aquí se juzgan.

16.2. Fernando Exequiel Verplaetsen.


Verplaetsen se negó a declarar, aunque efectuó algunas aclaraciones
mediante las cuales reconoció haber estado a cargo del área de inteligencia al
momento de los sucesos –confr. fs. 11.762/11.771–.

Crítica y valoración de la situación de Verplaetsen.


A Verplaetsen le son aplicables las mismas consideraciones que a
Riveros, con excepción de las estrictamente referidas a su jerarquía de
Comandante de la represión en esa jurisdicción. Ya se ha visto que él era el
responsable por el área de inteligencia asignado a dicho ámbito territorial e
integraba el Estado Mayor del Cdo. II MM; que el estudio de los antecedentes
y la decisión de las personas a detener se tomaban en una “mesa chica” de la
que era parte imprescindible; que el fin de esas detenciones era el
interrogatorio bajo tormentos el cual estaba a su cargo directo o indirecto.
En su legajo consta que al momento de los hechos se desempeñaba
como Jefe de Inteligencia en Campo de Mayo; que Riveros tenía a su cargo
calificarlo anualmente, como ocurre con los superiores respecto de las personas
a su cargo, con independencia de que formalmente y/o por organigrama
apareciese dependiendo o integrando otro sector de la fuerza.
El coimputado Harsich comentó que todo detenido debía ser entregado a
personal de inteligencia del Comando en virtud de su especialidad.
El propio testigo de la defensa, General de Brigada (RE) Heriberto
Auel, señaló que los superiores efectuaban las calificaciones de los subalternos
que dependían orgánicamente de ellos.
Los testimonios de Solís, Carballo y Rodríguez, Ibáñez lo ponen a
Verplaetsen en Campo de Mayo a cargo de las tareas mencionadas.
Como en toda Gran Unidad de Batalla, dividida en Departamentos
(Personal, Inteligencia, Operaciones, Logística, etc.) el Cdo. de II MM, luego
Zona 4, tuvo su Departamento de Inteligencia (D2).
Conforme surge del legajo de Fernando Exequiel Verplaetsen, se
desempeñaba a la fecha de los hechos con el grado de Coronel como Jefe del
Departamento II de Inteligencia del Cdo. de II MM., y era calificado por su
Comandante, el Gral. de División Santiago Omar Riveros.

86
En su declaración indagatoria, Verplaetsen admitió, que si bien no
resulta ser oficial de Inteligencia, sino de Estado Mayor, dadas las deficiencias,
falta de voluntad e idoneidad del Jefe del Departamento de Inteligencia del
Comando de II MM, fue llamado por su comandante, el General Riveros, para
hacerse cargo del mismo, teniendo bajo sus órdenes a oficiales de inteligencia.
El Teniente Coronel Alberto José Voso, en su nota del 18 de
septiembre de 1980 que obra en su legajo personal, agregado a la causa 4012,
ubica el destino de sus actividades de Inteligencia, en el ámbito del Cdo. de II
MM y a Verplaetsen como uno de sus superiores.
Tenemos entonces que Verplaetsen debe responder por todos los hechos
de los que fueran víctimas Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda y Floreal
Edgardo Avellaneda, por haber conformado el Estado Mayor del Comando en
su calidad de vértice de Inteligencia de esa Gran Unidad de Combate, donde se
disponía el destino de las personas desde la preparación de su secuestro en
adelante, y entre cuyas dependencias se encontraba el Centro de Detención
donde estuvieron Iris y Floreal, así como del resto de la jurisdicción, entre ellos
la Comisaría de Villa Martelli, donde Iris y Floreal fueron privados de su
libertad y torturados.

16.3. Osvaldo Jorge García.


A fs. 258 de la causa 28.976, en mayo de 1984, Osvaldo Jorge García
refirió que en el mes de abril de 1976 se desempeñaba como Director de la
Escuela de Infantería. Además, señaló que el Subdirector era el Coronel
Arévalo, a quien él le había delegado autoridad para intervenir en todas las
operaciones u órdenes que impartiera la superioridad en “la guerra” contra la
subversión.
También reconoció haber sido el jefe del área Vicente López; y que
Raúl Harsich y César Fragni prestaron servicios a sus órdenes en la Escuela de
Infantería. Más adelante dijo que Arévalo debía informarle sobre las
detenciones y toda otra actividad que se relacionara con la guerra contra la
subversión. Que desde su Área no se disponía la detención de personas, sino
que se limitaban a cumplir órdenes emitidas por la superioridad, en este caso,
el C. II MM.
Tiempo después, a fs. 2779/2784 de la causa 4012 ó fs. 822 de la
nuestra 2005, y asistido por el mismo abogado defensor de Riveros, se decidió
por dictar su declaración. Así, volvió a negar las imputaciones, pero argumentó

87
que los hechos habrían ocurrido con anterioridad a la creación de la Zona IV
bajo responsabilidad del Comando de Institutos Militares, del cual dependía la
Escuela de Infantería. Que hasta la creación de la Zona antes mencionada,
dicho Comando no había ejercido responsabilidad alguna en el accionar en la
“guerra” contra el terrorismo.
También cambió su versión y relató que sólo cuando se creó la Zona de
Defensa IV, pasó a ser Jefe del Área de Vicente López.
Que en dichas funciones la Policía de la Provincia de Buenos Aires
colaboraba con el personal militar, ya que se encontraban bajo el control
operacional del Ejército. Esto no significaba un poder ilimitado del Jefe del
Área sobre el personal policial porque no podía controlar sus actividades ni
impartirles órdenes. Que sólo se recurría a las Comisarías para llevar
detenidos, que luego eran trasladados al Comando de Institutos Militares.
En dicho acto se le exhibieron las constancias de fs. 106/109 de la causa
28.976, y refirió desconocer el contenido y las firmas, y afirmó que no fueron
confeccionadas por él.

Crítica y valoración de la situación de García


García era Jefe de la Escuela de Infantería (ver fs. 427/9 y 848/55 de la
causa N° 4012 del Juzgado Federal N° 2 de San Martín). En primer lugar, cabe
destacar que García, en su primera declaración reconoció haber sido Jefe de
Área, es decir, su posición jerárquica dentro de este aparato de poder
organizado para la ocasión, paralelo al de su función de Director de la Escuela
de Infantería. Ello surge del informe de fs. 176 de la causa 28.976, por el cual a
la fecha de los hechos, y no a partir de la creación de la Zona de Defensa IV,
ya era el Jefe de Área. Es recién cuando es indagado tiempo después, que se
acopla a la estrategia de demás los imputados y pasa a sostener que la Zona no
existía.
También se destaca su reconocimiento de que se recurría a las
Comisarías para llevar los detenidos antes de trasladarlos al Comando de
Institutos Militares, como ocurrió en autos.
Su relato del contexto no se compadece con la expresa prohibición
reglamentaria de delegar competencias en inferiores jerárquicos y con el
conocimiento que todo superior debía tener de las actividades de sus inferiores,
especialmente en una temática como ésta, una verdadera “política de Estado”,
en la que estaban todos embarcados, lo cual hace imposible pensar que una

88
detención dispuesta por un grupúsculo de oficiales y/o suboficiales a su cargo,
hubiera sido ejecutada y mantenida a sus espaldas. No se trata aquí, 33 años
después, de un reproche de algo que no conocía pero debía conocer, sino de
algo que conocía y dominaba perfectamente, porque no podía ser dominado
por su Jefe Riveros si no lo era a través suyo, ni por sus subordinados sin su
previa decisión y aval. A su vez, en los hechos que se dieron al final, que él no
podía dominar, su imputación deviene de su participación necesaria en ellos.
Se encuentra probado que durante ese tiempo estaba a cargo del Área
Vicente López y tal situación es determinante para la atribución de la
responsabilidad que aquí se efectúa sobre el allanamiento de morada, las
privaciones de la libertad, el robo agravado y los tormentos en la Comisaría de
Villa Martelli, ya que el causante tenía la autoridad en el momento de los
sucesos investigados sobre el personal militar perteneciente a la Escuela de
Infantería –Arévalo, Fragni y Harsich–, ejecutores directos o inmediatos de
esos acontecimientos. No debemos olvidar que los tormentos en la Comisaría
lo fueron para obtener rápida información sobre el paradero del Floreal padre
que acababa de escapárseles.
Pero después, su responsabilidad pasa a ser la de disponer sus entregas a
quienes estaban a cargo de “El Campito” con los tres posibles destinos ya
conocidos, pero sin un dominio total sobre esa porción del sistema, porque
estaba a cargo de otros camaradas.
Es que, por el momento, con la prueba hasta ahora existente, todo indica
que el Campo de Concentración que funcionaba dentro de la Guarnición no
dependía directamente de algún Area en particular, como sí ocurrió en distintas
jurisdicciones del país. Ello, aparece como lógico, si se tiene en cuenta que de
Campo de Mayo dependían varias Areas. Distinta fue la situación del Centro
Clandestino de detención que funcionó, por lo menos en una primera época,
dentro de la Comisaría de Villa Martelli, que claramente dependía
operacionalmente de dicha Area 450 a su cargo.
En consecuencia, su aporte a los tormentos que siguieron sufriendo en el
Campito y a la muerte de Floreal, haya sido ésta producto de aquellos o
autónoma, solo puede endilgársele a título de participación necesaria (art. 45
CP).

89
16.4. César Amadero Fragni.
En la declaración indagatoria de fs. 828/31 de esta causa 2005 ó fs.
2789/2792 de la 4012, ratificó su declaración testimonial de fs. 264 de la causa
28.976, de junio de 1984.
En la primera versión dijo que se desempeñaba en la Escuela de
Infantería con asiento en Campo de Mayo, como jefe de la Compañía de
Demostración, con el grado de capitán. Conocía a Arévalo, como su superior,
por ser subdirector de la Escuela. Dijo haber intervenido bajo su mando en
algunas de las operaciones de la guerra contra la subversión, pero que no le
constaba que los detenidos hubieran sido alojados en dependencias policiales.
No reconoció el texto ni la firma del documento fotocopiado a fs. 108, pero
aclaró que su nombre, número de documento y grado era correcto. Dijo no
conocer los hechos.
En la mencionada indagatoria, de fs. 828 de la causa 2005, en
noviembre de 2004, donde ratificó estos dichos testimoniales, se limitó a dictar
su declaración. Fue conteste con las manifestaciones vertidas por los otros
imputados asistidos por el mismo letrado, especialmente, en cuanto a que el
hecho fue anterior a la creación de la Zona de Defensa IV.
Más tarde, el 25 de abril de 2007, amplió sus dichos (vid. fs. 6889 y ss.).
Retomó el tema de las fotocopias de fs. 106 a 109 de la causa 28.976, para
decir que la firma de fs. 108 que se le atribuye no era suya, ya que la fotocopia
exhibida presentaba problemas de calidad para ser reconocida. Que el
domicilio tampoco era correcto. Aclaró que los hechos que se le imputaban
iban contra la dignidad de la naturaleza humana, los principios de la religión
católica, apostólica y romana que profesa. Sus tareas en la lucha contra la
subversión consistían en patrullajes, control de rutas, de personas, estaciones
de tren, a modo de disuasión, dentro de lo que tenía establecido el Ejército.
Que no detuvo ni vio detener en dichas oportunidades, a persona alguna. Que
no participó en los hechos que se le imputan. Que él era jefe de la Compañía de
Demostración. También era Jefe de la Sección Medios de Ayuda de
Instrucción, Instructor del curso de Comandos, Oficial de Servicios. Esas eran
sus funciones dentro de la Escuela de Infantería. En cuanto a la lucha contra la
subversión, además de lo dicho, tenía base en la casa de Gaspar Campos, que
era la casa de Perón y el Círculo Militar de Olivos, donde se encontraba
personal, los vehículos y material, y de donde también partían patrullas. Que
actuaban con el uniforme e identificación reglamentarios. Que los patrullajes

90
eran acompañados por vehículos con personal policial y, en caso de
detenciones, los detenidos eran puestos a disposición del personal policial que
los trasladaba a sus dependencias. Que no interrogaba a las personas, que no
tenía capacidad para ello. Que la policía las ponía a disposición de personal
especializado que era el de inteligencia, entrenado en la actividad de
interrogación. Que su especialidad en el Ejército era la de paracaidista y
comando.

16.5. Raúl Horacio Harsich.


Raúl Horacio Harsich declaró en indagatoria (a fs. 2785/2788 de los
autos principales ó fs. 927/30 de la causa 2005), en noviembre de 2004. Allí
ratificó todo lo que había dicho veinte años atrás bajo juramento.
En su primer versión, del 26 de junio de 1984 (fs. 268, de la causa
28.976), dio referencias de los cargos y funciones de todos los imputados.
Señaló que participó en operaciones en la guerra contra la subversión,
consistentes en controles de población, documentación, control de rutas,
identificación de vehículos y patrullajes. Que no recordaba haber participado
en algún procedimiento en el domicilio de los Avellaneda. Que el teniente
coronel Arévalo era el que daba las órdenes para la ejecución de las
operaciones. Que en su caso, nunca intervino en la detención de personas.
Desconoció las actas fotocopiadas a fs. 106/9 de la causa 28.976, y de ellas
explicó algunos signos que se habrían omitido consignar. Que sus datos allí
eran correctos, excepto el domicilio.
Al ser indagado en 2004 (fs. 927) concurrió asistido por el mismo
abogado defensor que los demás imputados militares. En esta oportunidad pasó
a dictar su declaración y recurrió al argumento de la no creación de la Zona IV
al momento de los hechos de la causa. Es un calco de las de Riveros, García y
Fragni.
Más adelante, el 25 de abril de 2007, amplió sus dichos (vid. fs. 6879 y
ss.) porque antes se había limitado a decir lo que su abogado le había indicado.
Dijo que lo imputado no había sido realizado él. En cuanto a la lucha contra la
subversión, considera que en ese momento estuvieron en guerra y que les tocó
muy de cerca, como el caso de un compañero de armas muerto en un
enfrentamiento en Tucumán, al igual que las continuas muertes en combate de
camaradas, asesinados por elementos subversivos, así como los periódicos
ataques que sufría la Escuela y las otras unidades linderas a la Ruta 8. Desde el

91
punto de vista militar los procedimientos se dividían en tres formas. La
confección de un acta de detención a disposición del PEN. El desarrollo del
procedimiento de detención en sí. Y como último, la posterior situación que
vivían los detenidos. Con respecto a esto último, no pudo haber practicado las
torturas y muertes que se le imputan, porque esa era una actividad específica
del área de inteligencia contemplada específicamente en el Reglamento de
Conducción 15-80, Prisioneros de Guerra, en el Capítulo IV: reunión y
evacuación, en su artículo 4008. En dicha audiencia leyó esa norma que
preveía el interrogatorio de inteligencia para la sección de prisioneros. Que
todo detenido por el Ejército debía ser entregado a personal de inteligencia que
dependía del Comando de Institutos Militares, actividad en la que no era
especialista. El era paracaidista y oficial de Estado Mayor, no el procesamiento
de los detenidos. Que el dicente laboraba en la Escuela de Infantería, la
custodia de la casa del General Perón desde donde realizaban todos los
patrullajes y las órdenes que les daban desde el centro de operaciones.
Que la Escuela de Infantería trabajaba en todo lo que era disuasión de
elementos subversivos y en la centralización de la comunidad informativa. Esa
centralización la manejaba el Estado Mayor. El Batallón de Inteligencia 601
estaba en apoyo al Comando de II MM que carecía orgánicamente de
elementos de inteligencia. Que ese Batallón tenía el centro de gravedad de la
lucha contra la subversión para coordinar todos los medios de inteligencia. Que
no recuerda que hubiera personal o una Unidad de Inteligencia en Campo de
Mayo. En caso de detener a alguien era la policía la que lo llevaba a la
comisaría. De allí se avisaba al Comando de Institutos que enviaba a una
persona de inteligencia en apoyo del Comando. El personal de inteligencia no
pertenecía al Comando, sino que estaban en apoyo.

Critica, valoración y situación de Fragni y Harsich


La situación de Amadeo César Fragni y Raúl Horacio Harsich se
tratara en forma conjunta dada su similitud.
Por entonces Fragni era Capitán y Harsich Teniente Primero, ambos de
la Escuela de Infantería bajo las órdenes del Comando de Institutos Militares,
con el Teniente Coronel Clodoveo Miguel Angel Arévalo como subdirector y
Osvaldo Jorge García como director, a su vez, subjefe y jefe del Área Vicente
López, respectivamente.

92
La ajenidad alegada respecto a los hechos imputados se ve desvirtuada a
través de las constancias en fotocopias aportadas por los Avellaneda, ya
detalladas y valoradas como descriptivas del procedimiento llevado a cabo,
donde ellos aparecen en los lugares donde se desarrollan los hechos.
Ellos mismos reconocen haber tenido intervención operativa en la
llamada lucha contra la subversión, de modo que cuando aparecen firmando
esa documentación, ello indica que fueron ellos los que se encargaron de
ejecutar esta parte de la maquinaria o aparato organizado, salvo que alguien
quiera pensar que se trataba de dos personas que pasaban por ahí y fueron
invitadas a oficiar de testigos de un procedimiento.
Como señaló en la audiencia el Coronel RE García, del CEMIDA, en
los primeros tiempos se pensó en hacer ciertas formalidades y, en
consecuencia, había que llenar el papeleo. No podían desconocer que existía un
destacamento de Inteligencia en Campo de Mayo, dirigido por Verplaestsen ni
del centro de detención, en el que estaban destacados varios colegas de armas.
No es cierto que en los procedimientos conjuntos en los que se producían
detenciones, de ellas se ocupase la policía, porque ésta dependía del Ejército,
es decir, de ellos. Está demostrado desde hace 30 años que los tormentos ya
comenzaban en las comisarías por personal policial y militar, y que proseguían
en los centros de detención. Esa supuesta división de tareas, tendiente a
demostrar que de los interrogatorios de los detenidos se ocupaba personal de
inteligencia, demuestra también, en el menor de los casos, que los dos oficiales
formaban parte de la maquinaria desplegada para desarrollar esta forma de
proceder, con total dominio objetivo y subjetivo de la situación de la porción
del sistema de la que ellos eran responsables.
Mas la relevancia de considerarlos parte de un engranaje consiste en que
sus responsabilidades no se agotan cuando entregaban a los detenidos a otras
dependencias, a cargo de otros oficiales, tales como el Campo de
Concentración existente dentro de la Guarnición Campo de Mayo. Todos
estaban al tanto de cómo funcionaba esa maquinaria, el reparto del mando en
las distintas dependencias, así como también de los únicos destinos que tenían
los detenidos: la puesta a disposición del PEN, la libertad o la eliminación
física, con o sin desaparición del cadáver. Es decir, no conmueve la imputación
que pesa sobre ellos desde el inicio de esta causa el hecho de que hayan puesto
la vida de los Avellaneda a disposición de otros compañeros de armas, como
Voso, o que ese lugar dependiese directamente del Comando.

93
Lo único que muta es la significación jurídica de esa imputación que, de
autores, pasan a la de partícipes en los hechos que ocurren desde que son
alojados en el “Campito” y hasta su destino final, perfectamente previsible y
asentido. Ese fue su aporte a los tramos posteriores de los sucesos.

16.6. Alberto Ángel Aneto.


Prestó declaración indagatoria en esta audiencia. Sintéticamente dijo
que en enero de 1976 había ingresado a la Comisaría de Villa Martelli como
oficial de policía. Se trata de la Comisaría Vicente López 4°, de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires, ubicada en la calle Laprida y en la que se realizó
una diligencia preliminar en el marco de este juicio. .
Dijo que a partir del 24 de marzo de 1976 un grupo de militares se
apersona en y se hace cargo de la Comisaría, al mando de quien se identificó
como Coronel “Evensioni” (sic.), quien le manifestó que había habido un golpe
militar y que “hiciera bajar” a su jefe, el comisario Ferreño, ya que era de
noche y no se encontraba en la dependencia. Que nunca tuvo contacto con el
personal militar más allá de esa vez, ni salió de la dependencia policial con
ellos. Que no conocía a los coimputados hasta el desarrollo de esta causa.
Agregó que fue oficial de guardia y de servicio. Que también tenía el
manejo de causas y sumarios. Que desde las 19.30 del 14 de abril de 1976
hasta las 8 hs. del día siguiente, 15 de abril, se desempeñó como oficial de
servicio.
Se le exhibieron varios sumarios de la época, aportados por la defensa, y
reconoció sus firmas en ellos. En ninguno de ellos, salvo en el que se
mencionará seguidamente, existen actuaciones del 14 o 15 de abril de 1976.
En cambio, reconoció su actuación como secretario en el sumario
policial que integra la causa 4512 “Insaurralde”, del Juzgado Penal N° 6 de
San Isidro, y explicó que fue recibida en la dependencia a las 20 hs. juntamente
con el detenido por juegos de azar. Eran actuaciones iniciadas por el oficial de
Calle Landriel y dijo que no recordaba bien, pero le parecía que estaba en la
dependencia el subcomisario Echeverría, pero no el comisario Ferreño. A las
cero horas el cabo de guardia le solicitó sacar al detenido del calabozo porque
estaba siendo hostigado por otros detenidos. Así lo hizo y lo instaló en un
sector que era el paso entre oficinas y podía ser visto. También recordó que lo
fue a visitar su mujer, que cenó con Insaurralde y que el declarante se comió
un sándwich de milanesa. Que estuvo toda la noche trabajando en ese sumario

94
hasta las 8 horas del 15 de abril. Ese sumario fue “elevado” al juzgado a media
mañana del 15. Dijo que él había realizado el informe ambiental que allí
obraba y quizás personalmente porque la casa del imputado estaba a la vuelta.
También reconoció sus firmas en las fotocopias del libro de guardia que se
exhibió y que obran a fs. 240/251 de la causa 28.976 que corre por cuerda.
Entre sus funciones estaba la inspección de los calabozos y el control de
la cantidad de detenidos. Que cada dos horas efectuaba una requisa. También
recibía denuncias, controlaba el personal y los recorridos que se hacían con una
camioneta “Estanciera”. Dijo que por las noches en la seccional no eran más de
cinco personas, incluyendo los que prestaban servicio afuera de ella. Señaló
que había un solo teléfono en la dependencia, que estaba en la guardia y que,
mediante una llave, se pasaba la comunicación a otro aparato ubicado en el
despacho del comisario.
También, refirió Igualmente, que no observó en ese sector que
ingresaran detenidos por los militares apostados en la dependencia policial.
Que no había zonas restringidas asignadas o usadas por el personal
militar. Sin embargo, luego de un receso se le advirtieron las contradicciones
existentes al respecto con sus dichos de la indagatoria de fs. 832/6
(complementada con su testimonial de fs. 266 de la causa 2005 que fuera
ratificada en la citada indagatoria) donde había señalado que dentro de la
seccional policial había una “zona restringida” delimitada por el personal
militar ubicada en el despacho del comisario y el casino de oficiales, en la
planta alta. A ello contestó que cree que cuando se refería a zona restringida lo
hacía respecto del despacho del comisario, especialmente cuando estaba
recibiendo a alguien, en alusión a cuando venían los militares a verlo ya que
era el único que los atendía. Que en el casino de oficiales, “nada que ver
porque era muy chiquito”.
También se le hizo notar que antes, en la indagatoria, había señalado
que los militares ingresaban y egresaban a toda hora acompañados por personal
policial, a lo que contestó que la única vez que los había visto había sido el 24
de marzo.
Se le pidió explicara, entonces, qué significaba y cómo se concretaba en
los hechos la circunstancia de que la Comisaría estuviese a disposición del
personal militar desde el 24 de marzo, en tanto, según sus dichos actuales,
aquéllos no tenían una zona asignada, no habían procedimientos conjuntos, no

95
habrían vuelto por el lugar, etc., a lo que contestó que no lo sabía, que eso lo
manejaba el comisario o que habría que preguntarle al militar que había ido.
También, refirió que a veces el personal policial de calle asistía al
militar en los procedimientos de control de tránsito con la mencionada
camioneta. Sin embargo, a preguntas sobre el punto, se rectificó parcialmente y
dijo que creía recordar que los militares salían solos con la camioneta.

Critica y decisión sobre la posición de Aneto


Se encuentra acreditado que Alberto Ángel Aneto, se encontraba en
funciones en el mes de abril de 1976 en la Comisaría de Villa Martelli. Ello
conforme informes de fs. 327 y 372/373 de la causa n° 28.976 y de las
declaraciones prestadas en autos, actuaciones de la justicia provincial que se le
exhibieron y sus propios dichos. También que revistaba el grado de oficial
inspector y su función específica era la de oficial de servicio.
Dicha dependencia policial, se encontraba operacionalmente
subordinado al Comando de Institutos Militares, al Área 450, y era frecuentada
habitualmente por personal de esa fuerza militar perteneciente a la Escuela de
Infantería. Ello se encuentra acreditado por todo lo dicho hasta aquí y también
por la versión del propio comisario Ferreño, fallecido (fs. 347/348 y del
expediente n° 28.976 fs. 281/282), quien agregó inclusive, que cuando él no
estaba, los militares eran atendidos por el personal que estaba a cargo de la
dependencia, y que en un principio, la presencia militar era permanente. Que se
ubicaban donde podían porque la dependencia era de reducidas dimensiones.
Pero además, los mismísimos coimputados García, Harsich y Fragni
reconocieron que en los primeros momentos se llevaban a los detenidos a las
Comisarías, antes de conducirlos a Campo de Mayo.
Estas circunstancias y las contradicciones que no pudo explicar en la
indagatoria, refutan completamente la versión de Aneto sobre esos asuntos.
Arsinoe Avellaneda señaló en sus declaraciones, que Aneto estuvo
presente en el domicilio allanado ilegalmente, y lo reconoció en la diligencia
obrante a fs. 263.
Además aparece el reconocimiento informal efectuado por la propia
víctima Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda en el momento de llevarse a cabo
la declaración testimonial de Alberto Ángel Aneto –conf. fs. 339/340 y escrito
de fs. 341– y sus dichos que son contestes desde su declaración ante la Cámara
Federal en la causa 13/84, caso 145.

96
Conforme surge de la causa 4512/76 caratulada “Insaurralde, Julio
Celestino s/ infracción ley 4847”, del Juzgado Penal N° 6, Secretaría N° 11 de
San Isidro, a cargo del Juez Julián Boli, que fuera exhibida en la audiencia,
Aneto se encontraba de servicio en la Comisaría de Villa Martelli la misma
noche de los hechos, desde la tarde del 14 de abril hasta la mañana del 15 de
abril de 1976. Esta situación no indica que Aneto hubiera estado dentro de la
dependencia durante todo ese lapso, ya que se trata de actos que no requerían
su presencia y, además, en los que no se indica la hora de su confección.
Inclusive, Aneto reconoció que pudo haber salido a realizar el informe
ambiental de Insaurralde. Pero sí demuestra que él estuvo de servicio ese día,
esto es, que tuvo capacidad física o poder de hecho de realizar las conductas
que se le imputan.
El procedimiento en lo de los Avellaneda fue de grandes proporciones,
en cantidad de gente y vehículos que lo llevaron a cabo, así como por la
cantidad de viviendas que fueron allanadas. El personal de la Comisaría de
Villa Martelli no pudo estar ajeno al respecto, sino que debió prestar algún
apoyo. Aneto era un oficial de jerarquía al momento de los hechos, a cargo de
la Comisaría en sus noches de guardia, porque sus jefes estaban ausentes. El
jefe de la Unidad Regional Celia explicó que si mediaba orden militar los
oficiales debían dejar sus funciones dentro de la dependencia y participar con
ellos en los procedimientos.
No estamos ante un policía que se limitó a acompañar a personal militar
a realizar un procedimiento más o menos especial, sin orden de allanamiento y
detención, y que se desentendió de los detenidos una vez transferidos a su
esfera de custodia. Se trata de un oficial de policía que, además del
allanamiento de morada, participó de un robo doblemente agravado por ser
cometido en banda y con armas que fueron disparadas en un complejo
domiciliario de familia donde nadie opuso resistencia alguna; en el que las dos
personas privadas de su libertad, entre ellos un menor de edad, fueron llevados
a su comisaría de escasas dimensiones, encapuchados, a altas horas de la
madrugada, sin registro en los libros, donde es casi imposible no estar al tanto
de lo que ocurre en todas sus dependencias, máxime cuando se aplica corriente
eléctrica sobre personas y éstas responden con gritos o se sube el volumen de
la radio para tapar los demás sonidos. La situación es grotesca. Su coartada se
vio totalmente desbaratada por el propio testigo Insaurralde, sumariado por

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infracción a la ley de juegos que, lejos de haber estado junto a él toda la noche,
lo vio sólo durante diez minutos.
Está probado en infinidad de causas que en los procedimientos, de
grupos de tareas o “patotas”, intervenía personal militar, policial y hasta civil.
Aneto estaba esa noche de servicio y dice no saber que el personal militar
ingresó dos detenidos, a la madrugada y en un lugar que es un pañuelo, una
casa de familia simple hecha comisaría.
Pero además, Iris Pereyra lo pone en el lugar de destino de detención, en
Campo de Mayo, donde le habría practicado un simulacro de fusilamiento y
comentado estar en conocimiento de que a su hijo ya lo habían “reventado”.
Aneto aparece en todos los tramos del suceso, como un ejecutor, con
dominio de los hechos a su cargo. Debe tenerse en cuenta que el Estado Mayor
y el Comando no podían decidir la suerte de los detenidos sin la información
que los ejecutores de las detenciones y tormentos extrajesen de ellos y sin su
valoración sobre la posición de cada detenido.

17. Individualización de hechos a cada uno de los imputados.


Como aclaración de este ítem, debemos señalar que las características
de los acontecimientos y de la participación de cada uno de los imputados en
ellos, impide realizar una descripción casuística o de tipo física como muchas
veces se pretende de una inteligencia literal de las disposiciones que ordenan
describir los hechos de manera clara, precisa y circunstanciada. Muchas veces
los hechos no pueden describirse de un modo naturalístico, por ausencia de
datos o por falta de conocimiento de los procesos que están detrás de los
elementos mismos. Ni siquiera en la descripción de un acontecimiento
aparentemente simple, se relatan los datos ínfimos, que “no están a la vista” de
un observador común. Mientras el homicida está disparando, ocurren infinita
cantidad de cosas que no se describen y que no se pueden explicar siquiera con
el recurso a las ciencias.
En esta causa, a los autores mediatos, se les imputa un dominio sobre el
aparato de poder, no sobre la voluntad de los sujetos que lo comprendían y que
les estaban subordinados, cual si fueran unos perros que reciben una orden de
su amo. En consecuencia, no corresponde describir los datos puntuales o sus
conductas individuales, el “día y hora” de los diversos tramos de los
acontecimientos que aquí se juzgan. Ellos se regían por líneas directrices y la

98
forma de ejecución de sus órdenes, el cómo lo harían, quedaba sujeto a las
variables propias de la realidad que, y esto es lo importante, no cambia un
ápice la imputación jurídico penal. Por ejemplo, no importa si en el
allanamiento de morada rompieron la puerta a puntapiés o entraron por la
ventana. O, como ha sucedido en el caso de autos, si tenemos acreditado que la
orden de obtener información de un detenido llevaba implícita la tortura, no
será necesario probar que a tal hora y en tales circunstancias el autor intelectual
dispuso, mediante tales o cuales expresiones, que se proceda en consecuencia,
en tanto y en cuento hayamos probado que en algún momento de la detención
el cautivo fue torturado. En cambio, en los ejecutores, el asunto es más sencillo
y, por eso, los relatos de las víctimas son mucho más generosos en cuanto a la
descripción de detalles.
Lo expuesto lleva a prevenirnos de cuestionamientos tales como que no
están debidamente descriptas las conductas de Riveros o de Verplaetsen que
condujeron a la muerte de Floreal, precisamente porque ese tipo de
razonamientos omiten considerar que ellos no lo mataron con sus propias
manos y que la imputación objetiva y subjetiva que sobre ellos pesa, es de otra
naturaleza, aunque decisiva para la producción del resultado.
Conforme las consideraciones que acabamos de realizar, entendemos
que quienes se encontraban en la cúpula de este estadio del aparato organizado
de poder, analizaban y decidían los cursos de acción, con dominio por sobre la
estructura que de ellos dependían fueron Santiago Omar Riveros y Fernando
Exequiel Verplaetsen, quienes deberán responder como autores mediatos de
los delitos de allanamiento ilegal en concurso real con robo agravado por
armas y en banda, en concurso real con privación ilegal de la libertad agravada
por violencias y amenazas, reiterada en dos oportunidades, tormentos
reiterados en dos oportunidades y homicidio calificado por haber sido
cometido con alevosía y en concurso premeditado de dos o más personas, los
que concursan materialmente entre sí, o, en este último supuesto, alternativa y
subsidiariamente, por tormentos seguidos de muerte. Carece de incidencia en
la imputación que Riveros fuera jerárquicamente superior de Verplaetsen,
porque las decisiones eran tomadas en conjunto por el Comandante y su Estado
Mayor del que el segundo era pieza clave.
A Osvaldo Jorge García se le reprochan sus acciones en una posición
inferior a las de los anteriores, ya que con el grado de Coronel, era Jefe del
Area 450 Vicente López, superior del fallecido Clodoveo Arévalo, de Harsich

99
y de Fragni que ejecutaron las órdenes por su intermedio, pero no integraba el
Estado Mayor del Comando de Institutos Militares. Corresponderá imputarle
autoría en los delitos que se desarrollaron bajo su dominio de esa porción del
aparato, estos son allanamiento ilegal en concurso real con robo agravado por
armas y en banda, en concurso real con privación ilegal de la libertad agravada
por violencias y amenazas, reiterada en dos oportunidades, tormentos
reiterados en dos oportunidades y, en grado de partícipe necesario, el
homicidio calificado por haber sido cometido con alevosía y en concurso
premeditado de dos o más personas, los que concursan materialmente entre sí,
o, en este último supuesto, alternativa y subsidiariamente, por tormentos
seguidos de muerte.
Por su parte, Raúl Horacio Harsich y César Amadeo Fragni deberán
responder como autores inmediatos de las órdenes recibidas en sus calidades
de Teniente Primero y Capitán, estos son: los delitos de allanamiento ilegal,
robo agravado, privación ilegal de la libertad, agravada por violencias y
amenazas, reiterada en dos oportunidades, y tormentos reiterados en dos
oportunidades y, en grado de partícipes necesarios, el homicidio calificado por
haber sido cometido con alevosía y en concurso premeditado de dos o más
personas, los que concursan materialmente entre sí, o, en este último supuesto,
alternativa y subsidiariamente, por tormentos seguidos de muerte.
Alberto Angel Aneto, se encuentra en igual situación que los
anteriores, por haber intervenido en rol de ejecutor en el allanamiento ilegal, el
robo agravado, las privaciones de la libertad, agravada por violencias y
amenazas, reiterada en dos oportunidades, tormentos reiterados en dos
oportunidades y, en grado de partícipe necesario, el homicidio calificado por
haber sido cometido con alevosía y en concurso premeditado de dos o más
personas, los que concursan materialmente entre sí, o, en este último supuesto,
alternativa y subsidiariamente, por tormentos seguidos de muerte.

18. Causas de justificación en normas vigentes.


Unas breves palabras sobre la posible invocación de causales de
atipicidad o de justificación que eliminen la antijuridicidad de las conductas
típicas a que hemos hecho referencia. Estas reflexiones lejos están de ser
originales, porque en la causa 13/84 y en la causa 44 “Camps”, tantas veces
citadas, se dio respuesta a todo tipo de argumentos y planteos. Nos remitimos
en general a esas respuestas que compartimos plenamente. No pueden ser

100
atendidos aquellos que se encaminen por el lado del cumplimiento de órdenes
cuyo contenido no era posible examinar; ni los planteos basados en estados de
necesidad justificante, ni en la legítima defensa de terceros.
Se ha traído aquí el asunto del concepto de “aniquilamiento” en los
decretos del gobierno constitucional que dispuso la lucha contra la subversión
y de las leyes por él dictadas. Al respecto nos remitimos también a lo dicho en
la primera de las sentencias mencionadas, registrada en Fallos: 309:103,
Considerando II, Capítulo VIII.
En particular, conviene recordar que al ser interrogados en aquel debate
los integrantes del Gobierno Constitucional que suscribieron los Decretos
2770, 2771 y 2772, del año 1975, doctores Italo Argentino Luder, Antonio
Cafiero, Alberto Luis Rocamora, Alfredo Gómez Morales, Carlos Ruckauf y
Antonio Benítez, sobre la inteligencia asignada a dichas normas, fueron
contestes en afirmar que esa legislación especial había obedecido
fundamentalmente a que las policías habían sido rebasadas en su capacidad de
acción por la guerrilla y que por "aniquilamiento" debía entenderse dar término
definitivo o quebrar la voluntad de combate de los grupos subversivos, pero
nunca la eliminación física de esos delincuentes.
Tanto es así que se recurrió al concepto que de “aniquilamiento”
proporcionaba el Reglamento de Terminología Castrense, de uso en el Ejército
(RV 117/1), que lo define como "el efecto de destrucción física y/o moral que
se busca sobre el enemigo, generalmente por medio de acciones de combate"
(ver informe de fs. 375 del cuaderno de prueba de Viola), de modo que
sostener que este concepto implicaba ordenar la eliminación física de los
delincuentes subversivos, fuera del combate y aún después de haber sido
desarmados y apresados, resultaba inaceptable.
Como se ve, no hemos siquiera intentado aplicar un marco legal actual
de manera retroactiva, sino el vigente al momento de los hechos que se
contraponía de plano con una orden que implique, a priori, la muerte del
contendiente con independencia de si estaba en condición de resistir o no.
Esa fue, además, la interpretación de los vicealmirantes Mendía, Vañek
y Fracasi, los contraalmirantes Santamaría y García, el Almirante Franco, el
Brigadier Hughes, y el Teniente General Nicolaides, y por los propios
procesados Videla, Viola y Massera, al ser indagados.
Como comparación la misma Cámara Federal advirtió que para la
misma época el Poder Ejecutivo en el mensaje de remisión al Congreso del

101
proyecto de la que sería luego la ley 20.771 de estupefacientes, expresó que su
finalidad era la de "lograr el aniquilamiento del tráfico de drogas", sin que a
nadie se haya ocurrido argumentar que ello implicaba la ejecución física de los
traficantes.
No existe necesidad de aplicar retroactivamente ninguna legislación
posterior a los hechos, como ha ocurrido en otras latitudes y, por ende,
tampoco será necesario recurrir al principio de que ante hechos considerados
aberrantes no es posible invocar legítimamente la ultraactividad de un sistema
de causas de justificación posterior a la comisión de las conductas que se
reprochan (entre otros, Hassemer, Winfried, “La Responsabilidad Penal por
Crímenes de Estado y el Cambio de Sistema Político en Alemania bajo la lupa
de las causas de justificación”, en Crimen y Castigo, Año I, N° 1, Edit.
Depalma, Buenos Aires, agosto de 2001, p. 51 y ss.).
En efecto, aunque la propia Convención de Ginebra hubiese omitido
contemplar los supuestos como los de los destinatarios del accionar de los aquí
imputados, el propio reglamento militar vigente al momento de los hechos, el
RC 8-2 (Público) Tomo I, señala: Art. 1.004 Operaciones contra fuerzas
irregulares, apartado 3) c), “Destruir los elementos de las fuerzas irregulares
por medio de la rendición, captura, deserción o muerte individual de sus
miembros”, es decir, existía un orden de prelación, donde el logro de lo
primero impedía seguir avanzando en grados de injerencia. Pero además, y
pese a lo que se sigue suponiendo, el art. 1.005 Principios básicos de las
operaciones contra fuerzas irregulares. Apartado 2), dice: “Las operaciones
contra fuerzas irregulares se regirán por las leyes de la Convención de
Ginebra - Leyes de Guerra RC-46-1”
Es decir, aún creyéndose autorizados a hacer valer una Doctrina por
sobre la ley local e internacional, y aún en el convencimiento de que unos
Reglamentos de dudosa legitimidad democrática tenían prelación, las mismas
normas en la que ellos se apoyaron prevén una norma de habilitación de un
ordenamiento jurídico que debían observar (El decreto–ley 14.442, B.O.
28/8/56, aprueba las convenciones internacionales para la protección de las
víctimas de guerra, suscriptas en Ginebra el 12/8/49).
Tampoco es posible justificar algún tipo de método de tratamiento a los
detenidos en situaciones que en nada se equiparan. Al respecto, cabe
reproducir aquí lo contestado en la sentencia de la causa 13/84: “Algunas
defensas han sostenido que la desobediencia en el campo de la guerra no

102
cabe, pues el inferior carece de toda posibilidad de examinar la orden, dado
que ello comprometería intereses vitales en juego. A parte del fuerte
adoctrinamiento existente en el sentido de que un estado de necesidad
terribilísimo justificaba la destrucción del enemigo por cualquier medio”.
"Conviene puntualizar, en primer lugar, las diferencias existentes entre un
conflicto bélico convencional y la forma legal con que se combatió a la
guerrilla en la Argentina”. “Matar a un enemigo en el campo de batalla y en
el fragor de la lucha, no es situación que guarde identidad alguna con la de
aplicar crueles tormentos a personas inermes en la tranquilidad y seguridad
de cuatro paredes”. “Que el derecho disculpe al autor de tales delitos,
constituye una pretensión extravagante. Aún el pensamiento más extremo
(Briand Crozier) no admite la imposición de torturas como regla,
reservándola tan sólo a aquellos supuestos que en concreto demuestran la
necesidad de obtener una información que permitirá salvar vidas inocentes,
hipótesis ni siquiera planteadas en este proceso”.
Las pretendidas justificaciones del accionar contra la subversión se basó
en una construcción del oponente.
El enemigo, abstracto, ideológico, intelectual que combatió la tiranía
militar fue diseñado a la medida de las necesidades políticas y económicas del
denominado “Partido Militar”, con el único interés real de usurpar el poder
estatal y mantenerse en él a cualquier precio.
Esto se plasmó en los hechos (plan sistemático) y en su antecedente
normativo, el Plan Contribuyente, que no es otra cosa que un proyecto
delictivo a gran escala. Allí se proyectó con toda precisión la rebelión (art. 226
CP, texto según ley 20642, vigente al 24 de marzo de 1976) por parte de
quienes estaban llamados a la Defensa nacional y no a gobernar el país.
De esa situación a su vez, derivaron argumentaciones y líneas
ideológicas sustentadas en supuestos estados de necesidad o de legítima
defensa de esos mismos principios constitucionalmente recogidos y, por ende,
que sus acciones extremas lo fueron en ese ámbito o contexto, para aquella
salvaguarda.
Por supuesto, ello no puede ser aceptado porque la idea central encierra
una contradicción básica: nadie está autorizado a otorgar primacía a una parte
de la C.N. por sobre otra, desconociendo la vigencia de esta última o dejándola
sin ningún valor o efecto.

103
Cuando se distingue entre normas superiores que supuestamente hacen
al espíritu mismo de la CN, y normas inferiores simplemente legales (aunque
estén en la misma CN), se habilita desconocer estas últimas para mantener la
vigencia de las primeras. “Este fue el procedimiento a través del cual se
racionalizó el desbaratamiento de la Constitución de Weimar, sosteniendo sus
detractores que si la Constitución expresa valores fundamentales, no puede
admitirse que su texto otorgue garantías ni espacio político a los enemigos de
estos valores, especialmente en situaciones anormales o caóticas (Carl Schmitt,
Legalidad y Legitimidad, Berlin, 1933). Esta idea es citada por el juez
Zaffaroni en su voto en Fallos 328:2056 “Simón”, consid. 28), donde también
nos recuerda que ningún golpe de Estado argentino negó formalmente los
valores constitucionales, sino que afirmaron todos que violaban la Constitución
para salvarlos. Todas sus acciones se fundaron en la pretendida jerarquización
de sus normas.
Para que no queden dudas del esfuerzo que estamos realizando para no
caer en el facilismo de juzgar hechos cometidos durante una tiranía de hace 33
años con la mirada contemporánea, véase el episodio que un par de los
imputados protagonizó con ellos en aquel tiempo. En la audiencia de la causa
13/84 ante la CCCFed, el Tte. General Alejandro Agustín Lanusse, ex
presidente de facto de una dictadura anterior, sostuvo que en una entrevista con
el Teniente General Videla, le hizo saber su criterio con respecto a los
procedimientos que se realizaban en el Ejército por oficiales encapuchados y
todos o muchos al margen de la ley, contestándole Videla que las órdenes
estaban escritas y concretas. Agregó también que estando detenido en prisión
preventiva, en Campo de Mayo, en la Escuela de Comunicaciones, se apareció
el Jefe de la Guarnición de Campo de Mayo el General de División Riveros
acompañado de su segundo, el General de Brigada Bignone, y allí Riveros
pretendió recriminarle o retarlo por sus manifestaciones públicas de repudio
contra los procedimientos “por izquierda”, a lo que Riveros agregó que gracias
a ellos él, vivía. A esto Lanusse respondió: “hay oportunidades en las que es
preferible no vivir, General Riveros; además usted no tiene jerarquía ni
atribuciones como para pretender indicarme a mí como debo proceder”. Contó
Lanusse que los ánimos se caldearon entre ambos y el General Bignone, propio
de su personalidad e idiosincrasia, pretendió mediar con muy poca felicidad
por cierto y dijo: “mi General, yo hasta el año pasado pensaba como usted,
ahora he cambiado de forma de pensar; a lo que respondí, lo lamento General

104
Bignone, con la misma franqueza le digo que entonces, hasta el año pasado yo
tenía un concepto del General Bignone y que ahora no lo mantengo”. Que
también les recriminó la existencia de procedimientos ordenados en el Colegio
Militar en los cuales algunos de los oficiales ejecutores salían encapuchados y
que eso lo hacían pasando por la guardia donde había cadetes, y les pidió que
reflexionasen acerca de si eso era una forma de educar los oficiales del futuro.
Considerando II Capítulo XI de la sentencia emitida por la CCCFed. (Fallos
309:122 y 123).

19. El reproche.
Hemos podido oír y leer, en esta audiencia, en las distintas
presentaciones de varios de los imputados, en los medios de comunicación, en
los juicios llevados a cabo en otras jurisdicciones por hechos análogos, que los
autores de estos delitos de estado no enfrentan los valores corrientes de la
sociedad, sino que pretenden reforzarlos.
Según Zaffaroni (“El Crimen de Estado como Objeto de la
Criminología”, en Derecho y Barbarie, Revista editada por estudiantes de la
Facultad de Derecho, UBA, Buenos Aires, abril de 2009; publicado también en
“La Balanza de la Justicia”, compilador Joaquín P. Da Rocha, Edit. Ad-Hoc,
Buenos Aires, 2007, p. 241; y en “El Estado y la Emergencia Permanente”,
compilador Jorge Bercholc, Edit. Lajouane, Buenos Aires, 2007, p. 225) se
trata de seres humanos que han violado las leyes en las que ellos mismos creen,
pero que para ellos no tenían el alcance de un imperativo categórico sino
condicionado, flexible o relativo en las circunstancias en que las violaron. Se
trata de justificaciones a la desviación percibidas como válidas por los autores.
No son mecanismos psicológicos de huída como las racionalizaciones
construidas después de los hechos, sino que son mecanismos de ampliación de
la impunidad que operan antes de los hechos, sobre la motivación, que no
rompen frontalmente con los valores dominantes, sino que los neutralizan. El
criminal de Estado se considera un mártir sacrificado por su ingenuidad y
buena fe política o por el oportunismo o falta de escrúpulos de quienes le
quitaron el poder. Solo admiten excesos o consecuencias inevitables no
deseadas. No se trata de psicópatas, diferentes o enfermos, pese a que tal visión
proporcionaría calma y tranquilidad a la sociedad, porque descarta la idea de
que personas análogas a nosotros mismos puedan cometer semejantes
atrocidades. Se presentan como moralistas. Lamentan que los límites al

105
ejercicio del poder punitivo no hayan podido ser respetados en las
circunstancias en que ellos operaron desde el poder, por lo que se ubican en la
posición de restauradores de las circunstancias que permitirían volver a
respetarlos.
Estos crímenes demandan que la propia imagen se exalte, llevando a los
criminales a considerarse héroes o mártires, porque de otro modo se destruiría
su propia integridad psíquica. La naturaleza aberrante de los hechos impide un
arrepentimiento sincero a posteriori, porque ello produciría un
desmoronamiento de toda la estructura de la personalidad.
Así aparecen varias técnicas de neutralización como causas de
impunidad no reconocidas: a) la negación de la responsabilidad, que se dirige
más a la propia conciencia del autor que a quienes lo juzgan, tal como sostener
que los hechos fueron “inevitables”, que en toda guerra hay muertos inocentes
y que los excesos no pueden controlarse, o que se debió actuar en
circunstancias extraordinarias; b) la negación de las lesiones producidas,
minimizándolas y esgrimiendo una especie de legítima defensa; c) la negación
de las víctimas, al considerarlos traidores a la nación, los verdaderos agresores;
d) la condenación de los juzgadores que los condenan, como desautorización
moral, tachándolos de hipócritas porque todos hicieron lo mismo, los
impulsaron y aplaudieron en su momento, y, e) la apelación a lealtades más
altas, a mitos o ídolos, como verdaderos deberes de conciencia, basados en
perversiones de valores positivos como nación, cultura, democracia
republicanismo, religión, los derechos humanos, la seguridad.
Como se ve, no hay nada nuevo en esta causa.

20. Penas.
La no impunidad, la imposición de penas a los enjuiciados por estos
hechos, significa que el Estado no omitirá rendir cuentas respecto de crímenes
que fueron la expresión de la exorbitancia de la arbitrariedad del sistema
punitivo acaecida hace treinta y tres años.
Lejos de la aplicación de un sistema jurídico de “vencedores” a
“vencidos”, todo este proceso ha versado sobre una forma de devolver a los
imputados al estado de derecho existente antes de la usurpación del poder, de
personalizarlos, de no tratarlos como enemigos, de no hacer lo que ellos
hicieron con sus víctimas cuando pasaron a contar con la suma del poder
público y el manejo total del sistema.

106
No existen dos derechos, sino que fueron los miembros de ese gobierno
quienes usaron la fuente productora del derecho, el Estado, para cometer los
hechos. Son ellos quienes rompieron las reglas de reciprocidad preestablecidas,
que dan base al principio de legalidad, y en cuyo cumplimiento todos nos
hallábamos comprometidos, porque ninguna base existirá para exigir al
ciudadano su cumplimiento y sancionarlo por su violación, si quien rompe el
compromiso es el propio Estado. Se trata de individuos que con
aprovechamiento de una estructura estatal, se valieron de prerrogativas del
poder para cometer delitos prohijados por el propio Estado. La coherencia que
es dable exigir de todo orden legal, impide que funcionarios de un gobierno
monten un aparato de represión estatal y luego reclamen del mismo Estado
cuya autoridad subvirtieron, que éste continúe autolimitándose (Carrió,
Alejandro, “Principio de Legalidad y crímenes aberrantes: una justificación
alternativa a su imprescriptibilidad”, en Suplemento de Jurisprudencia Penal y
Procesal Penal, La Ley, Buenos Aires, 30 de julio de 2004, p. 1 y ss., con cita
de Fuller, Lon L. “The Morality of Law”, Yale University Press, 1964, p. 39)
La aplicación del castigo estatal previsto por el legislador antes de la
comisión de todos estos hechos encuentra aquí dos vías de explicación. Una es
la disuasión, la coacción psicológica de Von Feuerbach o prevención general
negativa. Que todo el mundo quede advertido, que más temprano o más tarde,
este tipo de hechos no quedarán impunes. Que el propio Estado rendirá
cuentas. Se evitará así caer en la incitación de Hitler a sus secuaces al proponer
la llamada “solución final” sobre la comprobación de que nadie se acordaba ya
del genocidio armenio. Ya no es solo la persona jurídica “Estado” quien
responderá por estos hechos cometidos desde su seno, sino las personas físicas
que los llevaron a cabo que, desde después de la segunda gran guerra mundial
y con motivo de las aberraciones comprobadas, han pasado a ser sujetos
individuales del derecho internacional.
La segunda explicación versa sobre la redignificación de las víctimas
(Malamud Goti, Jaime. “A propósito de una sentencia bien intencionada”,
Nueva Doctrina Penal, 2000/B, Edit. Del Puerto, Buenos Aires, julio de 2001,
pág. 493). Una forma de decirles a estos ciudadanos que viven bajo el amparo
de un sistema jurídico, que los hechos que los damnificaron no nos resultaron
indiferentes, que a diferencia de los violadores que les negaron su dignidad, el
Estado de derecho los considera personas y que por ello se hace cargo de lo
que les ocurrió.

107
De otro modo se produciría un escándalo jurídico, pues importaría
afirmar que la legalidad fundada por los que cometieron los crímenes y en el
ejercicio de ese mismo poder goza de la misma legitimidad que la producida
por el estado constitucional de derecho.
Está claro desde el punto de vista de la prevención general positiva que
las penas por la intervención de los imputados en los hechos probados deberían
ser las más altas, porque así lo justificaría la necesidad de generar confianza en
la vigencia del sistema jurídico democrático de derecho. Sin embargo, son
conocidas las críticas a estas teorías en cuanto se estaría usando al penado
como un medio para la consecución de otros fines o en forma simbólica.
Asimismo, difícilmente se podría poner un límite a la retribución porque
el mal causado es inconmensurable, en tanto como otros delitos de lesa
humanidad, los hechos de esta causa han sido cometidos desde las mismas
agencias del poder punitivo operando fuera de todo control del derecho (Fallos:
327:3312, “Arancibia Clavel”, consid. 23), voto mayoría). Se hace sumamente
dificultoso articular una limitación racional a la habilitación del castigo.
Para graduar las sanciones a solicitar respecto de Santiago Omar
Riveros, Ezequiel Verplaetsen y Osvaldo Jorge García, tenemos en cuenta la
altísima responsabilidad que detentaban al momento de los hechos, el primero
como Comandante de Institutos Militares y Jefe de una de las 5 zonas de
defensa creadas por el Gobierno de facto para combatir la subversión, el
segundo como Jefe de Inteligencia de Campo de Mayo, y el tercero como
Director de la Escuela de Infantería y Jefe del Área de Defensa 450. Los
gravísimos perjuicios ocasionados a las víctimas y el mecanismo perverso
desplegado a dichos fines por los causantes, quienes dispusieron con brutal
sadismo y cobardía la imposición inhumana de tormentos a un menor de 15
años de edad y a su madre, a quien deliberadamente se colocó de manera tal
que pudiera escuchar los gritos de pánico y dolor del menor a quien luego se
ultimó de manera premeditada y alevosa.
También valoramos negativamente las terribles condiciones en que
fueron mantenidos Iris Pereyra y el menor Floreal Avellaneda en Campo de
Mayo, y el sadismo y perversidad que demostraron sus dependientes en el trato
que les profirieron, aún cuando ya estaba decidida su suerte.
Como contrapartida, para graduar el reproche hemos de tener en cuenta
el contexto belicista y de autoritarismo generalizado en el que se desarrollaron
los hechos 33 años ha. Los autores de nuestros hechos fueron objeto, como

108
todos sus camaradas, de un fuerte adoctrinamiento asentado sobre una base
emotiva, en el sentido de que estaban llevando a cabo una gesta heroica y
patriótica. No obstante el peso de esas circunstancias, en modo alguno
resultaría aceptable que ello tuviera un efecto dirimente sobre la conciencia de
la antijuridicidad y sobre su reprochabilidad (vid. estas argumentaciones en
CCCFed., causa 44 “Camps”, sentencia del 2 de diciembre de 1986,
Considerando 10°)
Respecto de Cesar Amadeo Fragni, Raúl Horacio Harsich y Alberto
Ángel Aneto habremos de contemplar también las circunstancias antes
relatadas, pero teniendo en cuenta que ellos, si bien desplegaron las conductas
delictivas que se les reprocha con sus propias manos, contaban con menor
responsabilidad en la cadena de mando, cuestión ésta que determina una menor
respuesta punitiva.
Santiago Omar Riveros tiene 86 años. Culminó su carrera militar
como General de División. El grupo familiar conviviente es de clase media,
compuesto por su esposa e hija. Su otro hijo no convive con ellos. Reside en el
barrio de Belgrano. Los ingresos provienen del retiro del Ejército, donde
desarrolló toda la carrera. Se sostiene fundamentalmente con el aporte de su
hija y con la jubilación docente de su esposa. El grupo familiar cubre sus
necesidades. Sus facultades mentales encuadran dentro de la normalidad. Sin
antecedentes condenatorios.
Fernando Exequiel Verplaetsen tiene 83 años. Casado, vive con su
esposa, dos hijos. General de Brigada retirado, domiciliado en el barrio de
Belgrano en la Ciudad de Buenos Aires. El departamento es de sus hijos.
Padece artrosis. Cubre sus necesidades básicas con los haberes que percibe
como retirado del ejército. Estudios realizados determinaron que sus funciones
congnitivas se encontraban descendidas, con un deterioro de rango leve hacia
moderado. Es hipoacúsico. Su capacidad judicativa se muestra debilitada. La
afección psíquica reviste la forma clínica de Síndrome Psicorgánico. La
alteración condiciona pero no impide en forma plena su capacidad de defensa,
de estar en juicio, y de comprender los delitos acerca de los cuales se lo acusa.
Es un Síndrome senil con deterioro cognitivo leve.
Jorge Osvaldo García, tiene 82 años. Casado, General de División
retirado, en 1982. Domicilio actual, en el barrio de Recoleta, Ciudad de
Buenos Aires. Esposa y cuatro hijos. Su vivienda cuenta con comodidades para
el grupo familiar, junto a su esposa. Económicamente depende de la pensión

109
como General retirado. No registra antecedentes.
Raúl Horacio Harsich, tiene 62 años, casado, estudios terciarios,
militar retirado, domiciliado en Navarro, Provincia de Buenos Aires. Grupo
familiar conformado por su esposa y tres hijos. Como militar se especializó en
paracaidismo, y es licenciado en Estrategia y Organización. En 1995 se retira
del ejército con el grado de Coronel, a partir de ahí trabaja cuatro años como
Director de Inspección de la Municipalidad de Navarro. Dos años y medio
como subsecretario de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Su última
actividad es la de fabricación de miel. No se ha comprobado patología
psiquiátrica en sus facultades mentales. No registra antecedentes.
César Amadero Fragni, se retiró del Ejército como Coronel, de 63
años, casado, hijo de padre militar, cinco hijos, dos viven en el exterior,
domiciliado en el barrio de Belgrano en Ciudad de Buenos Aires, sin
problemas de salud. Clase social media. Trabajó en una asociación de
veteranos y estuvo destinado en Malvinas a raíz del conflicto bélico. Sin
antecedentes penales.
Alberto Angel Aneto, Comisario Inspector retirado de la Policía
Bonaerense. Casado, con domicilio en Wilde, Avellaneda. Grupo familiar
propio, esposa y dos hijas. Estudios secundarios completos. Clase social media
trabajadora. Se desempeñó desde el año 1966 hasta el 1994 como policía, sin
ningún otro tipo de experiencias laborales. Su esposa lo asiste intramuros. No
tiene antecedentes penales. No presenta alteraciones de sus facultades
mentales. No registra antecedentes.

Petitorio:
Por todo ello, de conformidad con lo dispuesto en los arts. 2°; 12; 19;
45; 55; 80, inc. 2° y 6°; 143, inc. 2° y 6° (según ley 14.616); 144 bis, inc. 1°,
con la agravante del 142, inc. 1° (según ley 20.642); 144 ter (según ley
14.616); 151; 166 inc. 2° y 167 inc. 2° (según ley 20.642), todos del Código
Penal, a VVEE solicitamos que al momento de dictar sentencia condene:
a Santiago Omar Riveros a la pena de prisión perpetua e
inhabilitación absoluta perpetua, accesorias legales y costas. Alternativa y
subsidiariamente, para el caso de que uno de los hechos no sea calificado
como homicidio, sino como tormentos seguidos de muerte, se imponga la de
veinticinco años de prisión y la de inhabilitación absoluta perpetua, accesorias
legales y costas.

110
a Fernando Exequiel Verplaetsen a la pena de prisión perpetua e
inhabilitación absoluta perpetua, accesorias legales y costas. Alternativa y
subsidiariamente, para el caso de que uno de los hechos no sea calificado
como homicidio, sino como tormentos seguidos de muerte, se imponga la de
veinticinco años de prisión y la de inhabilitación absoluta perpetua, accesorias
legales y costas.
a Jorge Osvaldo García a la pena de prisión perpetua e inhabilitación
absoluta perpetua, accesorias legales y costas. Alternativa y subsidiariamente,
para el caso de que uno de los hechos no sea calificado como participación
necesaria en el homicidio, sino como tormentos seguidos de muerte, se
imponga la de dieciocho años de prisión y la de inhabilitación absoluta
perpetua, accesorias legales y costas.
a Raúl Horacio Harsich a la pena de prisión perpetua e inhabilitación
absoluta perpetua, accesorias legales y costas. Alternativa y subsidiariamente,
para el caso de que uno de los hechos no sea calificado como participación
necesaria en el homicidio, sino como tormentos seguidos de muerte, se
imponga la de quince años de prisión y la de inhabilitación absoluta perpetua,
accesorias legales y costas.
a César Amadeo Fragni a la pena de prisión perpetua e inhabilitación
absoluta perpetua, accesorias legales y costas. Alternativa y subsidiariamente,
para el caso de que uno de los hechos no sea calificado como participación
necesaria en el homicidio, sino como tormentos seguidos de muerte, se
imponga la de quince años de prisión y la de inhabilitación absoluta perpetua,
accesorias legales y costas.
Y a Ángel Antonio Aneto a la pena de prisión perpetua e inhabilitación
absoluta perpetua, accesorias legales y costas. Alternativa y subsidiariamente,
para el caso de que uno de los hechos no sea calificado como participación
necesaria en el homicidio, sino como tormentos seguidos de muerte, se
imponga la de diecisiete años de prisión y la de inhabilitación absoluta
perpetua, accesorias legales y costas. Eso es todo,

García Berro – Murray – De Luca

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