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Carta póstuma al Jefe de Área.

De todas las muertes que vemos, aún cuando su


forma es una sola, unas duelen más que otras, es todo un
proceso que dura en la medida que se estima, que se
quiere, en la consideración que se les tiene a nuestros
semejantes. Y tu precipitada muerte, Alcides, nos duele
hondamente, que todo atisbo o indicio de resignación se
retraen, mientras la memoria nos agolpe los recuerdos de
tu personalidad, de tu carácter festivo, de tu risa
socarrona, de tus manos gruesas que estallaban en
aplausos celebrando las ocurrencias espontáneas, de tus
frases en sentido figurado, del relato gracioso de tus
numerosas historias de viajes, de trabajo, de reuniones;
de tu consejo preciso y circunspecto, de la singularidad
de tus jocosas parodias, del cariño por tus estudiantes, de
tu evidente vocación por aprender más para perfeccionar
tu profesión. Como no del innegable esfuerzo en las
labores de docente y en otras que te echabas al hombro
por tu gran sentido de responsabilidad de padre, de hijo,
de hermano, como un tributo a la vida.
Tras tu partida, con mucho dolor debemos aceptar
que el ulular de las sirenas ha incendiado toda resquicio
de esperanza de seguir en este mundo entre nosotros, la
ciencia ha develado contigo sus limitaciones, los escasos
recursos han frustrado la batalla por la vida; y la muerte
inexorablemente se abrió paso, asaltó tú humanidad
endeble, hasta soltar su guadañazo certero, mortífero,
que estremecedoramente nos salpica, nos lacera y nos
siembra de llagas toda el alma. “¡Tanto amor y no poder
nada contra la muerte!”
Con toda seguridad, como enunciaba Jorge
Manrique, nuestras vidas son los ríos que van a dar en la
mar que es el morir; que el llamado de Dios a su lado a
depararte los dulces goces de su reino que bien merecido
lo tienes, y desde allí enviarás conformidad y
resignación a quienes te quieren, a quienes te queremos.
Alcides Becerra, habrás muerto cuando ya no te
recordemos.
Jefe Área, un abrazo a la distancia, descansa en paz.

Gilmer Rubén Huayán Monzón

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