Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Iglesia es, a la vez, sujeto creyente (CCE 166-169, 181, 185, 688) y objeto creído (CCE 150-152, 238-248, 686, 748-750)
de la fe y del Símbolo de la fe, en el que “hacemos profesión de que existe una Iglesia Santa (“ Credo… Ecclesiam”), y no
de creer en la Iglesia, para no confundir a Dios con sus obras… “ (CCE 750). [ Fundamental 7; Fe 1. 2].
[ Fundamental 7]
Cristo y la Iglesia son las mediaciones objetivas, que Dios pone al hombre para que el hombre le preste la obediencia de
la fe. La fe en la Iglesia supone la gracia del Espíritu Santo. El misterio de la Iglesia es iluminado por el misterio de Cristo.
El Espíritu Santo da la gracia para aceptar las mediaciones objetivas. Cristología, Pneumatología y eclesiología están
intrínsecamente unidas.
[ Fe 1. 2]
Jn 6: la fe es un don de Dios de raigambre trinitaria. La fe, fruto del don de Dios, se sitúa entre los signos de credibilidad
(Cristo y la Iglesia) y la respuesta libre del hombre. Las mediaciones objetivas, llaman a la fe. El doble movimiento del
Don implica el ensamble de la Cabeza con el Cuerpo por obra del Espíritu Santo: la Iglesia.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 3
TESIS 2
“El Concilio Vaticano II es un Concilio de la Iglesia y sobre la Iglesia”. Síntesis de la eclesiología conciliar (LG 1; GS 1-2; 40;
AG 1; PABLO VI RF II; TMA 17-38; NMI 1-3, 29-30, 42-48, 57). [ Teología Pastoral I; Lectura textos del Vaticano II].
LG 1
Por ser Cristo Luz de los Pueblos, este Concilio, reunido bajo el Espíritu, desea iluminar a todos los hombres con su
claridad que resplandece en la faz de la Iglesia. La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Ella se propone declarar con precisión a sus fieles y a
todo el mundo su naturaleza y su misión universal.
GS 1-2
El gozo y la esperanza, las tristezas y las angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres. y de toda clase
de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente
humano que no tenga resonancia en su corazón. La comunidad que ellos forman esta compuesta de hombres, que
reunidos en Cristo, y dirigidos por el Espíritu, peregrinan hacia el Reino del Padre. Esta comunidad se siente verdadera e
íntimamente solidaria con la humanidad y con su historia.
Despúes de haber investigado el misterio de la Iglesia, ya no se dirige solo a sus hijos, y a todos los cristianos, sino sin
vacilar, a la humanidad entera, con el deseo de exponer a todos como entiende la presencia y la actividad de la Iglesia en
el mundo actual. Tiene presente por tanto al mundo de los hombres, el mundo-teatro de la historia del género humano,
marcado por la impronta de su laboriosidad, de sus fracasos y de sus victorias: el mundo que los cristianos cree fundado
y conservado por el amor de un Creador, puesto bajo la esclavitud del pecado pero liberado por Cristo.
AG 1
La Iglesia, enviada por Dios a los pueblos como sacramento universal de salvación, por exigencia de su misma
catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres. Lo
hicieron los Apóstoles siguiendo el ejemplo de Cristo, obligados a ello están sus sucesores. Pero en el presente orden de
cosas, del que surge una nueva condición de la humanidad, la Iglesia, se siente llamada con más urgencia a salvar y
renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo, y todos los hombres constituyan en Él una única familia y un
solo pueblo de Dios.
El “misterio” de la Iglesia se realiza en las distintas etapas del “plan” salvífico de Dios (Ef 1, 3-14. 15-23; 3, 1-21). “Y
estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo,
preparada admirablemente en la historia del Pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos
definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos” (LG
2). Dimensión histórica y escatológica de la Iglesia (LG 2, 9, 48-51; GS 2; CCE 758-769, 954-959 1066). [Dios 4. 1;
Cristo 5. 8; Sacramentos 3; Escatología 12; Esperanza 2. 2].
1. El “misterio” de la Iglesia se realiza en las distintas etapas del “plan” salvífico de Dios.
Ef 1 3-14
«3 Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes
espirituales en el cielo, 4 y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e
irreprochables en su presencia, por el amor. 5 El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad, 6 para alabanza de al gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. 7
En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, 8 que
Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento. 9 El nos hizo conocer el misterio de su
voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció de antemano en Cristo, 10 para que se cumpliera en la
plenitud de los tiempos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo. 11 En él
hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano -según el previo designio del que realiza todas las cosas
conforme a su voluntad- 12 a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. 13 En él,
ustedes, los que escucharon la Palabra de al verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han
sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. 14 Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y prepara la
redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria.»
v. 3: Pablo se eleva desde el principio al plano celeste en el que se mantendrá toda la epístola (1 20; 2 6; 3 10; 6 12). De
ese plano proceden desde la eternidad las bendiciones espirituales. En ese mismo plano conocerán su realización al fin
de los tiempos.
v. 4: Primera bendición: el llamado de los elegidos a la vida bienaventurada, incoada ya de una manera mística por la
unión de los fieles con Cristo glorioso. El amor designa ante todo el amor de Dios para con nosotros que provoca su
elección y su llamamiento a la santidad (Col 3 12; 1Ts 1, 4; 2Ts 2, 13; Rm 11 28).
v. 5: Segunda bendición: el modo elegido para la santidad es el de la filiación divina cuya fuente y modelo es Jesucristo
(Rom 8 29)
v. 6: El término griego jaris designa al favor divino en cuanto gratuito si bien incluye la noción de gracia en cuanto don
santificante e intrínseco al hombre. En el primer sentido su alcance es más amplio, manifiesta la misma gloria de Dios (Ex
24 16).
v. 7: La tercera bendición: la obra histórica de la redención por la cruz de Cristo.
v. 9: La cuarta bendición: la revelación del “misterio” (Rom 16 25)
v. 10: Es el tema central de toda la epístola: Cristo regenera y reagrupa bajo su autoridad, para llevarlo a Dios al mundo
creado, que el pecado había corrompido y disgregado. Es el mundo de los hombres en el que judíos y gentiles se unen
en una misma salvación junto al mundo de los ángeles.
v. 11: Quinta bendición: la elección de Israel. Este pueblo es la herencia, la porción de Dios, testigo en el mundo de la
espera mesiánica. Pablo dice “nosotros” porque forma parte de ese pueblo.
v. 13: Sexta bendición: el llamado de los gentiles a participar de la salvación que en otro tiempo estaba reservada a
Israel. La efusión del Espíritu prometido es la certeza que tienen los gentiles de esta participación. El don del Espíritu
anima la realización del plan divino. El mismo, iniciado ya desde ahora misteriosamente mientras todavía dura el mundo
viejo conseguirá su plena realización cuando se establezca el Reino de Dios en forma gloriosa y definitiva, en la parusía
(Lc 24 49; Jn 1 33; 14 26)
v. 14: El pueblo de la posesión, es el pueblo que Dios se ha adquirido para sí a costa de la sangre de su Hijo, es el pueblo
de los elegidos. Luego de expresiones como “bendición”, “santos”, “elección”, “adopción”, “redención”, “herencia” y
“promesa” Pablo emplea otra idea del A. T. que amplía y perfecciona al aplicarla al nuevo Israel que es la Iglesia.
Ef 1, 15-23
15
Por eso, habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los
hermanos, 16 doy gracias sin cesar por ustedes recordándoles siempre en mis oraciones 17 Que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo
verdaderamente. 18 Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido
llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, 19 y la extraordinaria grandeza del poder con
que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder 20 que Dios manifestó en
Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, 21 elevándolo por encima de todo
Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo
como en el futuro. 22 El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, 23 que
es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas.
v. 17: Este nuevo espíritu, designa lo que hoy llamamos gracia (actual).
v. 18: Las acepciones morales y espirituales de corazón: Gn 8 21 siguen vigentes en el Nuevo testamento. Dios conoce el
corazón: Lc 16 15; Hch 1 24; Rm 8 27. Dios ha depositado en el corazón del hombre el don de su Espíritu: Rm 5 5; 2Co 1
22; Ga 4 6. También Cristo habita en el corazón: Ef 3 17. Los corazones sencillos Hch 2 46; 2Co 11 3; Ef 6 5; Col 3 22,
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 10
rectos, Hch 8 21, puros Mt 5 8, están abiertos sin limitaciones a la presencia y a la acción de Dios. Los creyentes tienen
un solo corazón y una sola alma, Hch 4 32.
v. 21: Principado, Potestad, Virtud, Dominación, son nombres de las potencias cósmicas frecuentes en la literatura
apócrifa judía. Pablo se limita a encuadrarlos bajo el dominio de Cristo. Al asociarlas con los ángeles de la tradición
bíblica y con el don de la Ley, Ga 3 19, las integra en la historia de la salvación, con una calificación moral cada vez mas
peyorativas, Ga 4 3, Col 215. Concluye convirtiéndolas en potencias demoníacas, Ef 2 2; 6 12; 1Co 15 24.
Ef 3, 1-21
«Por eso yo, Pablo, estoy preso por Cristo Jesús, a causa de ustedes, los de origen pagano. 2 Porque seguramente habrán
oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes. 3 Fue por medio de una revelación
como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras. 4 Al leerlas, se darán cuenta
de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, 5 que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que
ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas. 6 Este misterio consiste en que también
los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa
en Cristo Jesús, por medio del Evangelio. 7 De este Evangelio, yo fui constituido ministro por el don de la gracia que recibí
de Dios, en virtud de la eficacia de su poder. 8 Yo, el menor de todos los santos, he recibido la gracia de anunciar a los
paganos la insondable riqueza de Cristo, 9 y poner de manifiesto la dispensación del misterio que estaba oculto desde
siempre en Dios, el creador de todas las cosas, 10 para que los Principados y las Potestades celestiales conozcan la infinita
variedad de la sabiduría de Dios por medio de la Iglesia. 11 Este es el designio que Dios concibió desde toda la eternidad
en Cristo Jesús, nuestro Señor, 12 por quien nos atrevemos a acercarnos a Dios con toda confianza, mediante la fe en él. 13
Les pido, por lo tanto, que no se desanimen a causa de las tribulaciones que padezco por ustedes: ¡ellas son su gloria! 14
Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, 15 de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. 16 Que él se
digne fortificarlos por medio de su Espíritu, con forme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre
interior. 17 Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor. 18 Así podrán
comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, 19 en una palabra, ustedes
podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios. 20 ¡A aquel
que es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros, 21 a él sea
la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y para siempre! Amén.»
v. 2: La gracia del apostolado entre los géntiles (Ef 3 7; Rm 1 5, 15 15s; 1Tm 2 7; Ga 2 9.
v. 3: Cf. 2Co 12 1. 7. Aquí se alude especialmente a la revelación del camino de Damasco. Ga 1 16; Hch 9 15; 22 21; 26
16-18.
v. 5: Los profetas del Nuevo testamento, cf. Ef 2 20. Los del Antiguo testamento solo tuvieron un conocimiento oscuro e
imperfecto del misterio de Cristo.
v. 6: Los géntiles son coherederos junto a los judeo-cristianos.
v. 10: Los mismos espíritus celestes ignoraban el plan de Dios, por eso indujeron a los hombres a crucificar a Cristo, 1Co
2 8; ahora lo comprenden contemplando a la Iglesia, 1P 1 12.
v. 15: El término griego traducido aquí por familia, designa al grupo social que debe su existencia y unidad a un mismo
antepasado. El origen de toda agrupación humana se remonta a Dios.
v. 18: Pablo emplea esta enumeración, que en la filosofía estoica designaba la totalidad del universo, con el fin de evocar
el influjo universal de Cristo en la regeneración del mundo. Las dimensiones enunciadas pueden ser las del Misterio de
salvación, o mejor aún, las del amor de Cristo, que es su fuente (v. 19). Al igual que para la Sabiduría, esas dimensiones
rebasan toda medida humana.
v. 19: El amor que Cristo nos ha mostrado entregándose a si mismo 5 25; Ga 2 20; amor idéntico al del Padre 2 4; 2Co 5
14; Rm 8 35. 37. 39.
Conocer el amor de Cristo: mas que comprender, se trata de conocimiento mediante un conocimiento religioso, místico,
impregnado de amor. 1 17; 3 3ss, el cual llega mas lejos que cualquier conocimiento intelectual. Mas que de conocer se
trata de ser amado y de ser consciente de ello Ga 4 9, aún cuando resulte imposible penetrar la profundidad de ese
amor.
El cristiano, por la plenitud divina que recibe de Cristo, en quien ella habita, Col 2 9, entra a su vez en la plenitud del
Cristo total, que es la Iglesia y ulteriormente el nuevo universo. a cuya edificación contribuye: 1 23; 2 22; 4 12-13; Col 2
10.
CCE 758-760
758. Para penetrar el misterio de la Iglesia, conviene contemplar su origen dentro del designio de la Santísima Trinidad, y
su realización progresiva en la historia.
759. El Padre creó el mundo libre y misteriosamente, de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la
participación de la vida divina, llamando a todos los hombres en su Hijo, convocando a los creyentes en Cristo en su
Santa Iglesia. Esta familia de Dios, se constituye gradual y progresivamente a lo largo de la historia humana. La Iglesia ha
sido prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia del Pueblo de Israel, manifestada en los últimos
tiempos por la efusión del Espíritu, gloriosamente plenificada al final de los tiempos.
760. El mundo fue creado en orden a la Iglesia. Dios creó en mundo en orden a la comunión en su vida divina, la cual se
realiza plenamente mediante la convocación de los hombres en Cristo, la Iglesia. “La Iglesia es la finalidad de todas las
cosas” (San Epifanio), incluso las vicisitudes dolorosas fueron permitidas por Dios en orden a ella. La voluntad de Dios es
un acto y se llama mundo, asi como la intención de Dios es la salvación de los hombres y se llama Iglesia.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 11
CCE 1066
En el Símbolo, la Iglesia confiesa: el misterio de la Ssma. Trinidad, su designio benevolente sobre toda la creació. La
economiía salvífica o del misterio (Ef 3 9), por la cual el Padre realiza el misterio de su voluntad dando a su Hijo amado y
al Espíritu Santo, para la salvación del mundo y la gloria de su nombre.
2. La Iglesia como misterio2
El concepto bíblico de misterio tiene significación eclesiológica, pero no designa exclusivamente a la Iglesia. Está
vinculado al misterio de Cristo (Ef 3 3ss). En el Antiguo testamento, el término no tiene una acepción religiosa (Eclo 22
22: algo secreto u oculto; 2Mac 13 21: lo que se debe ocultar al enemigo; Jdt 2 2: lo oculto que debe ser manifestado
para ser conocido; Sab 14 15-23: ritos paganos ocultos a los no iniciados). Sab 2 24 nos da su sentido específicamente
bíblico: el sentido oculto de la vida.
En Dn 2 1ss., Dios revela el misterio (v. 18), es el único que lo puede revelar (v. 27), su designio es conducir la historia
hacia su Reino (v. 44). El misterio es lo oculto-secreto, incognoscible para el hombre, son acontecimientos salvíficos, la
historia en tanto que depende de Dios y de su plan.
En el Nuevo testamento, los sinópticos hablan del misterio del Reino (Mc 4 11). Para explicarlo, Jesús usa parábolas (Mt
13 11; Lc 8 10). Misterio aquí conserva el sentido de “lo oculto”, con la diferencia de que el Reino ya ha comenzado.
En el Corpus Paulinum: 2Ts 2 7: el misterio de la impiedad; 1Co 2 7: la sabiduría misteriosa de Dios (sabiduría de la Cruz:
1Co 1 17ss). Rm 11 25: Israel en la historia de salvación (cfr. además 16 26; Col 1 26-27; 2 2; 4 3; 1Tm 3 9. 16).
El himno de Ef 1 3-14, presenta una visión global del misterio. Es un himno enmarcado en un cuadro trinitario: El Padre
tiene la iniciativa (creación y elección), el fin de la elección es la santidad, la filiación y el perdon. La dimensión central
del misterio es que el designio del Padre realiza su elección en Cristo a través de su muerte, para que todas las cosas
tengan a Cristo por Cabeza. Tenerlo por cabeza significa tanto tenerlo por jefe (tanto en el sentido jerárquico, como en el
sentido dinñamico de conducir hacia la meta final), como recapitular (reunir, aspecto de unidad, ordenamiento,
armonía, de las cosas creadas). En el designio de Dios todas las cosas quedan vinculadas con Cristo y asi son
reconducidas, reunificadas, reestablecidas al designio original del Padre.
El misterio esta centrado cristológicamente. El origen de la Iglesia es el misterio del designio divino. Dios ha visto siempre
ante si a la Iglesia y la ha querido. En ella se vive la eterna sabiduría de Dios y su voluntad (la recapitulación en Cristo).
Ella debe su ser y existir a la insondable voluntad salvífica de Dios, no al mundo o a la historia. La creación está hecha
con la mirada puesta en el misterio de la Iglesia. Al revelarse el misterio de la Iglesia, se revela también el misterio de la
creación.
Jesucristo es el misterio de Dios (Col 2 2), la cruz es su misterio (Col 4 3). La muerte de Cristo y su resurrección de entre
los muertos le han constituído Señor de vivos y muertos. A partir de esto nadie vive ni muere para sí, Él dispone de
nuestra vida. Al morir nos ha acogido en su perdón; al resucitar se nos ha manifestado la vida que entregó por nosotros,
vida que supera la muerte, el tiempo, y que es siempre actual.
El misterio de Dios es el misterio de Jesucristo, es el misterio de su autodonación amorosa en el cuerpo concreto de
Jesñus por nosotros en la cruz. Dicha autodonación, hace que no dispongamos de nosotros mismos, sino que
pertenezcamos a Aquel que ha resucitado de entre los muertos. El misterio de la salvación, al cual ya tiende la creación,
ha salido con Jesús a la luz del día. El cuerpo de Jesucristo en la cruz es el misterio de Dios, por el cual ha sido hecha toda
la creación. En Él estamos nosotros abiertos a la vida, como un hombre nuevo, reconciliados con Dios mediante su cruz
(Ef 2 15).
Hay cierta identidad entre el cuerpo de Cristo en la cruz y el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La realidad del cuerpo de
Cristo en la cruz (expiando los pecados, dando vida), estructura y plasma la dimensión salvífica de la Iglesia, mediante el
Espíritu Santo, que alumbra y actualiza la dimensión salvífica del cuerpo crucificado de Cristo.
El Espíritu Santo es para Pablo, la fuerza de la automanifestación de Dios. Ya en la cruz y en la resurrección de Cristo (Rm
8 11; 1 3; 2Co 13 4). En el Espíritu Santo se hace presente en Cristo crucificado, resucitado y exaltado. Dios hace que
mediante el Espíritu la persona salvadora de Jesús sea nuestra dimensión dentro de la Iglesia. En el cuerpo crucificado
de Cristo, se les abre a los hombres el nuevo espacio salvífico, actualizado en el cuerpo salvífico de la Iglesia.
3. El misterio del Pueblo de Dios3
a. El misterio de la Iglesia: La Iglesia se autocomprende desde el misterio de Dios que se concentra en Cristo. Ella es un
misterio derivado de Cristo, y por medio de Él, del misterio de Dios.
El misterio trasciende las definiciones, no se deja delimitar según las leyes lógicas, requiere necesidad de nociones,
tenemos que entreverlo a través de analogías, imágenes, símbolos, modelos, paradigmas.
No se ha podido llegar a una definición conceptual completa porque la Iglesia es una realidad demasiado rica para ser
envuelta en un solo concepto.
El discurso eclesiológico debe elaborarse a partir del rico lenguaje que legan la Escritura y la Tradición, aprovechando la
pluralidad de visiones y teniendo en cuenta su interrelación. Ninguna imagen basta (complementación), cada noción
merece ser valorada (irreductibilidad), acentuación y sistematización son los criterios del discurso eclesiológico.
LG no da una definición estricta, pero pueblo de Dios es el eje sistematizador. Esta imagen-noción, tiene la fuerza, la
plasticidad, la belleza, de la representación, y la propiedad, el rigor y la claridad del concepto.
El equilibrio entre misterio (aspecto trascendental, teologal y salvífico) y pueblo (aspecto inmanente, humano e
histórico), es básico para el equilibrio de cualquier eclesiología. Son dos conceptos claves y correlativos, mutuamente
implicados.
2
Resumido de AZCUY VIRGINIA R., oc. cit.
3
Resumido de GALLI CARLOS M., Folias del Curso de Eclesiología, PUCA 2000..
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 12
La Iglesia peregrina es el misterio encarnado enla historia humana. El Pueblo de Dios es el Sacramento del misterio de
salvación en el mundo. Una eclesiología mistérica que quiera ser completa deberá resolverse en una eclesiología
sacramental del Pueblo de Dios como signo que muestra e instrumento que realiza el plan salvífico de Dios.
4. Lumen Gentium I4
La clave de todo este capítulo es el cristocentrismo trinitario. La persperctiva cristocéntrica recorre toda la Constitución.
No es la Iglesia, sino su Divino Fundador la que irradia la luz sobre los pueblos. Es una novedad la exposición histórico-
salvífica del misterio trinitario. La Trinidad es la fuente de la que surge y vive la Iglesia y cada persona humana.
Sacramento-misterio: es un concepto sintetizador.
Signo e instrumento por el cual Dios eleva a la humanidad a su propia intimidad y realiza asi en su seno la total
unificación de la condición humana. Solo Cristo es el sacramento primordial. La Iglesia lo es solo en cuanto asociada a Él.
Ella es sacramento de Cristo en el mundo. Jesucristo es sacramento de Dios para nosotros (en su humanidad).
LG 1: Resume la finalidad de la Consitución: CRISTO está en el centro de los pueblos y de la Iglesia. La Iglesia es en
Cristo, Sacramento visible, es vehículo, servidora de la salvación. La Iglesia se presenta como objeto de fe y medio para
la unidad en Cristo, mas que como argumento de credibilidad.
LG 2: Las acciones atribuídas al Padre: la elección y la convocación de los creyentes en la Iglesia de Cristo. Ecclesia ab
Abel.
LG 3: La misión del Hijo, introduce el concepto de reino, en relación con su fundador. La Iglesia no es el Reino, pero
en Cristo, crece hacia él.
LG 4: El Espíritu santifica a la Iglesia, Templo y Esposa. “Plebs adunata de Trinitate” (San Cipriano), cierra todo el
conjunto.
LG 5: El misterio de la Iglesia como Reino. Éste ha venido en las obras, palabras, milagros y la persona de Jesús en
tanto Salvador. La Iglesia es el principio y germen del reino. La resurrección confirma la eficacia de la salvación. El don del
Espíritu: la Iglesia lo recibe para difundirlo. El Reino crece y existe en la Iglesia, pero no en perfección. La Iglesia
prefigura, es el estado inicial, el primer crecimiento del Reino: lo anticipa y camina hacia él, está a su servicio.
LG 6: La Iglesia reconoce la utilidad de las imágenes, a pesar de su imprecisión.
vida pastoril: La Iglesia-rebaño, cuya fuente y pastor es Cristo (Is 40 11; Ez 34 11).
vida agrícola: La Iglesia-olivo, la Iglesia-viña (Jn 5; Is 5).
la construcción: La Iglesia-edificio (1Co 3 9; 1P 2 5) sobre Cristo-Piedra angular (Sal 117), construída por los apóstoles
(1Co 3 11), morada de Dios en Cristo (Ef 2 19).
la vida de familia: (Ef 5 22; 3 19).
LG 7: el cuerpo de Cristo-Cristo cabeza. La humanidad de Cristo es el punto de partida. Como nueva creación, en su
cuerpo resucitado, recapitula y une a sus fieles en virtud de su Espíritu. No aparece místico. Cristo, cabeza de la Iglesia
por su cualidad de Señor. Con su acción la renueva, anima, ama, y asemeja a si.
LG 8: cierra el capítulo. La doble dimensión de la Iglesia, y su particular exigencia de renovación constante. 8a: la
dimensión visible-humana de la Iglesia, y la espiritual-divina, están analogadas a la Encarnación. No existen dos iglesias.
8b: Las propiedades de la Iglesia y su concreción histórica. La única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica. No se
dice Espíritu santo, porque no descuida el aspecto ecuménico. 8c: La realidad de la Iglesia en su condición de pobreza y
persecución. El párrafo está argumentado cristológicamente. Cristo se hace pobre para ir a los pobres, la Iglesia debe
seguir sus pasos.
5. Y estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo…
LG 2
El Padre eterno creó el universo por un misterioso y libérrimo designio de sabiduría y bondad. Él decretó elevar a los
hombres a la participación de la vida divina. No los dejó solos después del pecado, sino que les dispensó su auxilio en
atención a Cristo, predestinándolos a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8 19). Él determinó convocar a los creyentes
en Cristo en la Santa Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia de Israel, constituída en los
últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo.
Al fin de los tiempos, desde Abel al último elegido se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal.
CCE 761
La reunión del pueblo de Dios comienza en la historia en el instante en que el primer pecado destruye la comunión de
los hombres con Dios y la de los hombres entre si. La reunión de la Iglesia es la reacción de Dios al caos producido por el
pecado. Esta reunión de la Iglesia se realiza secretamente en el seno de todos los pueblos.
GS 2
Despúes de haber investigado el misterio de la Iglesia, ya no se dirige solo a sus hijos, y a todos los cristianos, sino sin
vacilar, a la humanidad entera, con el deseo de exponer a todos como entiende la presencia y la actividad de la Iglesia en
el mundo actual. Tiene presente por tanto al mundo de los hombres, el mundo-teatro de la historia del género humano,
marcado por la impronta de su laboriosidad, de sus fracasos y de sus victorias: el mundo que los cristianos cree fundado
y conservado por el amor de un Creador, puesto bajo la esclavitud del pecado pero liberado por Cristo.
4
Resumido de las folias de AZCUY VIRGINIA R., Folias de Eclesiología-Lectura de Textos.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 13
6. Preparada admirablemente en la historia del Pueblo de Israel y en la Antigua Alianza…
CCE 762
. Preparación lejana es la vocación de abrahám (Gn 12 2; 15 5-6). Preparación inmediata es la elección de israel como
pueblo de Dios (Ex 19 5-6; Dt 7 6), signo de la reunión futura de todas las naciones(Is 2 2-5; Mi 4 1-4). Los profetas
anunciarán una alianza nueva por la infidelidad de Israel (Jr 31 31-34; Is 55 3).
LG 9a
En todo tiempo y en todo pueblo, son aceptos a Dios los que le temen y practican la justicia. Pero, Dios quiso santificar y
salvar a los hombres constituyéndolos en un pueblo que lo conociera en la verdad y que lo sirviera santamente. Por eso
eligió como pueblo suyo a Israel, por la Alianza y la instrucción gradual, manifestándose a si mismo, y a sus designios
divinos. Todo esto lo realizó como preparación futura de la nueva Alianza en Cristo y de la nueva revelación (Jr 31 31-
34), constituyendo un nuevo pueblo de Dios.
7. Israel: el Pueblo de Dios en la Antigua Alianza. 5
An (laosy qoylin (etné: designan al pueblo en el Antiguo testamento en sentido profano. «Laos tou
Theou»expresa la originalidad del pueblo de Israel, está ligado a ecclesia. Se usa solo para designar a Israel. Los otros
pueblos son etné. Mispahal es la asamblea del pueblo que toma decisiones para el bien común, es el equivalente de
polisLXX traduce «an» por «ochlós»designando a la multitud del pueblo. «Etnos» tiene un sentido cultural. El «laos»
es la muchedumbre común. Para LXX indica la originalidad de Israel. «Qahal Yahveh» es la asamblea, la reunión del
pueblo, la asamblea cultual (Dt 4 10; 9 10; 23 2; Neh 13 1). Su equivalente griego es la «Ecclesia tou Theou»
«Laos tou Theou» se usa para indicar la propiedad, la pertenencia, la elección, la convocación de Dios (Lv 26 12). Israel es
el Pueblo de la Alianza, consagrado, separado de otros pueblos, elegido, propiedad exclusiva, para compartir la suerte
de Dios (Dt 7 6). Esta elección es fruto de una iniciativa de amor (Ex 34 11-17). La pertenencia implica exclusividad (Dt 26
17-18) y consagración (Dt 26 19). Israel es el primogénito (Ex 4 22), mi pueblo (3 16), pueblo escogido, sacerdocio y
nación santa (Ex 19 5). En Dt 32: el canto de Moisés expresa la pertenencia. Os 2 1. 3: la idolatría es un pecado que hace
perder la paternidad de Dios. Dios es el Go´el de su pueblo (Is 41 14; Sal 19 5). Israel es la herencia de Dios (Is 19 25), la
viña de Dios (Is 5, 7), su posesión (Sal 114 2), su rebaño (Sal 95 7).
Los profetas escatologizaron la conciencia de Israel. Dios promete su reinado a través del Mesías, haciendo una nueva
Alianza, dando su Espíritu. En esta promesa, Dios reunirá a su pueblo definitivamente. El Reino de Dios es el ejercicio
actual de Dios, de su voluntad. Reinar es salvar. El Reino es el ejercicio da la voluntad salvífica de Dios. Este Reino es una
experiencia, que Israel no solo tiene en potencia, sino en acto. Su efecto es novedad en la historia. Ex 15: es la
experiencia de que Dios reina. 2Sam 7: la monarquía está argumentada con el mesianismo de fondo. A la larga, la
promesa del Reino se une a la promesa del Mesías (Sal 5 2), el texto guarda una forma simétrica a los textos de Alianza.
Sal 2 7: un salmo de proyección mesiánica. Zac 14 9: Dios será Rey de toda la tierra.
La escatologización del reino futuro orienta la conciencia de Israel (Mq 4 1-5; Is 2 2-5): la peregrinación de todos los
pueblos a Sión (Is 60). Dios reina sobre las naciones. El pueblo de Dios ha sido ungido como signo del Reino de Dios. Es
un Pueblo que debe convocar a otros pueblos. En Is 60, los que peregrinan hacia la casa de Dios llevan las riquezas de las
naciones (cfr. LG 13). Zac 8 20-23, muestra a Jerusalén como centro cultual. Zac 9 9-10: el rey futuro, humilde, con un
dominio universal, trayendo paz a los pueblos. Dios es el rey de Israel (Ez 34 23).
Dios anuncia una nueva Alianza (Jr 30 18-22; 31 31-34; 31 7-11; 32 38-40). Esta nueva Alianza se realiza en medio de una
asamblea que vuelve. Dios escribe la Ley en el corazón, regala su Espíritu, e inaugura un nuevo Pueblo (Ex 37 11-20; 36
22-28). La alegría de Sión es que Dios reina (Is 52 1-12). El Reino es reunión del Pueblo. Dn 7: Dios reinará a través del
Mesías. El sujeto colectivo, el pueblo de Dios, recibe el dominio de las naciones. Al Hijo del hombre se le da el imperio, el
honor y el reino, y todos los pueblos le sirven. Dios reina en un pueblo, no hay reino sin pueblo.
8. Constituida en los tiempos definitivos…
LG 9b
Por el Nuevo Testamento en su sangre (1Co 11 25), judíos y géntiles, son llamados a la unidad según el Espíritu. Los que
creen en Cristo, renacidos de germen incorruptible (1P 1 23), por la Palabra del Dios vivo, no de la carne, sino del agua y
del Espíritu (Jn 3 5-6), son hechos linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1P 2 9-10).
Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, entregado por nosotros (Rm 4 25), resucitado por nuestra salvación,
reinante en el cielo. Este pueblo tiene como condición, la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu, por ley, el mandamiento nuevo del amor, por fin, la dilatación del Reino, incoado por Dios hasta que sea
consumado al fin de los tiempos (Rm 8 21). Este pueblo, aunque de momento no contenga a todos los hombres, es el
germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituído por Cristo en orden a
la comunión de vida, de caridad y de verdad, es instrumento suyo de redención universal enviado como luz del mundo y
sal de la tierra.
El pueblo de Israel es llamado Iglesia, como peregrino del desierto (Esd 13 1; Nm 20 4; Dt 23 1ss). El nuevo Israel es
llamado Iglesia de Cristo (Mt 16 18), que avanza hacia la ciudad futura y permanente (Hb 13 14), porque Él la adquirió
con su sangre (Hch 20 23), y la llenó de su Espíritu, y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social.
La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y como principio de la uniad y la
paz, es la Iglesia, comunidad constituída por Dios para que sea sacramento de salvación para todos y cada uno,
rebasando tiempos y lugares… entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. La
fuerza que Dios le prometiera, la conforta para que en la debilidad de su carne no pierda absolutamente su fidelidad y
5
Resumido de los apuntes de clase de GALLI CARLOS M, Curso de Eclesiología, PUCA 2000.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 14
persevere como digna esposa del Señor, y no deje de renovarse por la acción del Espíritu hasta que llegue a la luz sin
ocaso.
CCE 763-766
763. Corresponde al Hijo realizar el plan de salvación del Padre. Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena
Nueva; la llegada del reino. Inaugurado por Jesús en la tierra para cumplir la voluntad del Padre. La Iglesia Espíritu santo
el Reino de Ctristo presente ya en misterio. (LG 3).
764. El Reino que Jesús anuncia, se manifiesta en sus palabras, en sus obras y en su presencia. Acoger la palabra de Jesús
es acoger su Reino. El pequeño rebaño (Lc 12 32), es el comienzo y el germen de este Reino. Jesús es su PASTOR (Mt 10
16). Este rebaño es la verdadera familia de Jesús (Mt 12 49). Él les enseña una oración propia (Mt 5 6).
765. Jesús dota a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la consumación del Reino: los doce con pedro
a la cabeza (Mc 3 14-15), ellos representan a las doce tribus de Israel (Mt 19 28), son los cimientos de la nueva Jerusalén
(Ap 21 12-14). Los doce y los otros discípulos, participan en la misión de Cristo, en su poder, en su muerte (Mt 10 25; Jn
15 20).
766. Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipada en la institución de
la Eucaristía, realizada en la cruz. Del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de toda la
Iglesia (SC 5; LG 3)
9. Pueblo de Dios y Reino de Dios6
Ambos conceptos son correlativos. Pueblo de Dios es la multitud de hombres sobre los que Dios reina. El Reino de Dios
se realiza en un pueblo. En el Antiguo testamento, Dios escoge un pueblo concreto como signo alzado entre las naciones
(Is 2 24). En el Nuevo testamento, el Reino brilla en la persona, el mensaje y las obras de Jesús: en función del Reino
escatológico que viene, Jesús convoca al Pueblo escatológico. El Reino-Pueblo de Dios comienza a darse en la misión de
los discípulos reunidos por Jesús. El Reino atraviesa la historia, Dios se lo ha dado a Israel, Él se lo ha quitado por su
culpa, se lo entrega a un nuevo Pueblo. El portador del Reino siempre es un Pueblo. El Reino pasa de Israel a otro Pueblo.
Dios busca un pueblo como signo de salvación para los demás. El centro de la misión de Jesús es el anuncio del Reino y la
reunión edl Pueblo. Separar Reino de Pueblo de Dios es desconocer el pensamiento mesiánico-escatológico. El pueblo es
un sacramento del Reino para el mundo. El Reino se pone al alcance de la mano cuando se manifiesta mostrando su
capacidad de transformación en un pueblo. Solo cuando el Reino se hace visible en un pueblo concreto puede devenir
universal y alcanzar a todos los pueblos.
El Reino de Dios esborda la Iglesia, ella lo anuncia e instaura entre los pueblos, continuando la misión de Jesús. Es su
germen, signo e instrumento.
10. Manifestada por la efusión del Espíritu Santo
CCE 767-768
767. Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó, fue enviado el Espíritu santo para que santificara
continuamente a la Iglesia. Pentecostés es su manifestación pública y el inicio de la difusión del Evangelio. La Iglesia es
por su misma naturaleza, misionera, enviada por Cristo (Mt 28 19-20; AG 5-6).
768. Para realizar su misión, el Espíritu Santo la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos.
11. Que se consumará gloriosamente al final de los tiempos
LG 48
La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados, y en la que alcanzamos la santidad, no será llevada a su plena perfección
hasta la restauración de todas las cosas (Hch 3 21), del hombre y del universo (Ef 1 10; Col 1 20; 2P 3 10-13). Cristo
levantado en alto atrajo a sí a todos los hombres (Jn 12 32), resucitado de entre los muertos, envió su Espíritu a sus
discípulos y por Él constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Sentado a la diestra del
Padre, actúa en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia, y por ella unirlos a si mas estrechamente,
alimentándolos con su Cuerpo y su Sangre y hacerlos partícipes de su vida gloriosa.
La restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu, y continúa en la
Iglesia, en la cual por la fe somos instruídos sobre el sentido de nuestra vida temporal y con la esperanza de los bienes
futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos confió y labramos nuestra salvación (Flp 2 12).
La plenitud de los tiempos ha llegado hasta nosotros (1Co 10 11), y la renovación del mundo esta irrevocablemente
decretada, y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia en la tierra se reviste de una
verdadera, si bien imperfecta santidad. Hasta ese momento, la Iglesia peregrina, en sus sacramentos e instituciones,
lleva consigo la imagen de este mundo que pasa, en espera de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rm 8 19-
22).
Somos de verdad hijos de Dios (1Jn 3 1), marcados con el sello del Espíritu (Ef 1 14), pero no se ha manifestado en
nosotros aquella gloria con Cristo (Col 3 4), en la que seremos semejantes a Dios porque lo veremos tal cual es (1Jn 3 2).
Mientras vivimos en el destierro de este cuerpo (2Co 5 6), aunque poseemos las arras del Espíritu, gemimos en nuestro
interior (Rm 8 23), y ansiamos estar con Cristo (Flp 1 23). El amor de Cristo nos apremia (2Co 5 15), por eso ponemos
nuestra voluntad en agradar al Señor (2Co 5 9). Como no sabemos ni el día ni la hora debemos vigilar constantemente
(Hb 9 27) si queremos ser contados entre los que entren con Él en las nupcias (Mt 25 31-46). Antes de reinar con Cristo
Glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo (Jn 5 29). Con la certeza de que los padecimientos de la
vida presente no son nada en comparación de la gloria futura, que se revelará en nosotros (Rm 8 18), con fe firme
6
Ibid.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 15
esperamos la llegada de Jesucristo que transfigurará nuestro cuerpo (Flp 3 21) y vendrá para ser glorificado en sus
santos (2Ts 1 10).
LG 49
Asi, hasta que venga el Señor, y destruída la muerte, le sean sometidas todas las cosas, algunos de sus discípulos
peregrinan en la tierra, otros ya difuntos se purifican, otros son glorificados contemplando claramente al mismo Dios
Uno y Trino. Todos aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el mismo himno
de gloria a nuestro Dios. Los que son de Cristo y tienen su espíritu, se unen entre si formando una sola Iglesia.
La unión de los peregrinos con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo no se interrumpe según la fe de la
Iglesia, se fortalece con la comunión de los bienes espirituales. Los que alcanzaron la gloria están mas íntimamente
unidos a Cristo: ellos consolidan mas eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto peregrino de la
Iglesia, contribuyen a su dilatada edificación. Ellos gozan de la presencia del Señor (2Co 5 8), no cesan de interceder por
nosotros ante el Padre, presentando por medio de Cristo los méritos que en la tierra alcanzaron sirviendo al Señor y
completando en su carne lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1 24); su fraterna ayuda sostiene mucho nuestra
debilidad.
LG 50
Desde el inicio del cristianismo, la Iglesia supo dela comunión de todo el cuerpo de Cristo, asi conservó con piedad, el
recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos (2Mac 12 46). Siempre creyó la Iglesia, que los apóstoles y los
mártires de Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de amor con el derramamiento de su sangre, nos están
íntimamente unidos, junto con la Virgen María y los santos ángeles. A estos luego se unieron otros, que habían imitado
mas de cerca a Cristo en la virginidad y en la pobreza, otros con el preclaro ejercicio de virtudes cristianas los hacían
recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles. Al mirar la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo,
nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura, al tiempo que aprendemos cual es el camino seguro (según el
propio estado y condición) que nos conduce a la perfecta unión con Cristo. Dios manifiesta a los hombres en forma viva
su presencia y su rostro en la vida de estos hombres como nosotros que se transforman con mayor perfección en la
imagen de Cristo. En ellos, Él nos habla y nos ofrece su signo de ese Reino hacia el cual somos personalmente atraídos
por tal nube de testigos (Hb 12 1). Por eso veneramos la memoria de los santos en el cielo: no solo por el ejemplo que
nos dan, sino también para que la unidad de la Iglesia en el Espíritu sea corroborada con el ejercicio de la caridad
fraterna. La comunión de los santos nos une con Cristo, de quien todo dimana, como fuente y cabeza, toda gracia y vida
del Pueblo de Dios. Conviene que los amemos a éstos amigos y coherederos y demos gracias a Dios por ellos. Todo
genuino de amor ofrecido por nosotros a los bienaventurados por su misma naturaleza se dirige y termina en Cristo. En
la liturgia se realiza en forma nobilísima nuestra unión con la Iglesia celestial. La fuerza del Espíritu Santo obra sobre
nosotros por los signos sacramentales y nos une a los santos, congregados en una misma Iglesia, entonamos el mismo
canto de alabanza al Dios Uno y Trino. El momento de celebrar el sacrificio eucarístico en en el que más nos unimos al
culto de la Iglesia celestial en una misma comunión.
LG 51
Por su solicitud pastoral, el Concilio exhorta a quienes corresponda apartar y corregir abusos, excesos y defectos que
acaso se hubieran introducido. El auténtico culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de actos exteriores
cuanto en la intensidad de una amor práctico, por el cual buscamos en los santos el ejemplo de su vida, la participación
en su intimidad, la ayuda de su intercesión. Explíquese a los fieles que el culto a los santos no atenua el culto latreútico,
sino que mas bien lo enriquece. Al unirnos en nuestra caridad y alabanza a la Trinidad, correspondemos a la íntima
vocación de la Iglesia y participamos con gusto anticipado de la liturgia celeste. Cuando aparezca Cristo, toda la Iglesia
de los santos en la suma beatitud, adorará a Dios y al Cordero (Ap 5 12).
CCE 769
La Iglesia, solo llegará a su perfección en la gloria del cielo (LG 6), y aspira al advenimiento del Reino, desea con todas
sus fuerszas unirse al Rey en la gloria (LG 5). Ella sabe que esta consumación no sucederá sin grandes pruebas.
CCE 954-959
Repite LG 49-51.
[Dios 4. 1]
Dios quiso libremente, crear un mundo en estado de vía, hacia su perfección divina. La reunión del pueblo de Dios
comienza en la historia en el instante en que el primer pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los
hombres entre si. La reunión de la Iglesia es la reacción de Dios al caos producido por el pecado. Esta reunión de la
Iglesia se realiza secretamente en el seno de todos los pueblos. Del mayor mal moral cometido jamás, el rechazo y la
muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios por la superabundancia de su gracia sacó el
mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra redención. Todo coopera al bien de los que aman a Dios (Rm 8
29). La solicitud de la Divina Providencia es concreta e inmediata: tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas
hasta los grandes aconteciemientos de la Historia. La dispensación del misterio salvífico, dentro del cual se ubica la
realidad de la Iglesia, es la mayor obra de la Divina Providencia, porque es la mayor obra por la cual conduce la creación
hacia su fin último.
[Cristo 5]
El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se hizo a si mismo carne, de modo que siendo hombre perfecto salvara a
todos y fuera el coronamiento y recapitulación de todo. El Señor es el fin de la historia humana, el punto de
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 16
convergencia de todos los deseos de la historia, el centro del género humano, gozo y plenitud de las aspiraciones de
todos los corazones (GS 45). La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1). Corresponde al Hijo realizar el plan de salvación de su Padre en la
plenitud de los timepos: ese es el motivo de su misión. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de
los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo, presente ya en misterio.
[Cristo 8]
Para realizar su misión salvífica, Jesús ha querido reunir a los hombres en orden al Reino y convocarlos en torno a sí. En
orden a este designio Jesús ha realizado actos concretos, cuya única interpretación posible, tomados en su conjunto, es
la preparación de la Iglesia que será definitivamente constituída en los acontecimientos de Pascua y Pentecostés. Es por
tanto necesario decir que Jesús ha querido fundar su Iglesia (CTI 7) La Iglesia es inseparable de Cristo. Esta unidad
irrompible de Cristo con su Iglesia se enraiza en el acto supremo de su vida terrestre: el don de su vida en la cruz. La
Iglesia, cuerpo de Cristo tiene su origen en el cuerpo entregado en la cruz. Jesús ha querido dotar a la comunidad que ha
venido a convocar en torno a si de una estructura que permanecerá hasta la consumación del Reino. La elección de
Pedro y de los Doce mira a esto, es decir, al reestablecimiento escatológico del Pueblo de Dios. Cristo tenñia conciencia
de su misión salvífica. Esta implicaba la fundación de su ecclesia, es decir, la convocación de todos los hombres a la
familia de Dios.
[Sacramentos 3]
En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arrras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque
aguardando la feliz esperanza y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador, Jesucrito. El sacramento es un signo
que rememora olo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo, es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en
virutd de la pasión de Cristo, es decir, la gracia, y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera. (ST
III, q. 60, a. 3, resp.)
La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el
género humano (LG 1).
La Iglesia, sacramento de Cristo, también posee una dimensión rememorativa, una dimensión actual, y una dimensión
pronóstica. Es la dinámica de la dispensatio.
[Escatología 12]
La Iglesia solo llegará a su perfección en la gloria del cielo cuando llegue el tiempo dela restauración universal y cuando
con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través
del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48). Para el hombre esta consumación será la realización final
de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era como el
sacramento.
La restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu, y continúa en
la Iglesia, en la cual por la fe somos instruídos sobre el sentido de nuestra vida temporal y con la esperanza de los bienes
futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos confió y labramos nuestra salvación (Flp 2 12).
La plenitud de los tiempos ha llegado hasta nosotros (1Co 10 11), y la renovación del mundo esta irrevocablemente
decretada, y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia en la tierra se reviste de una
verdadera, si bien imperfecta santidad.
[Esperanza 2. 2]
El Nuevo testamento tiene un cambio en la esperanza: del futuro al presente. Para el Nuevo testamento, el mensaje
central es que el Reino YA está aquí. Jesús anuncia un Reino en evolución, un “ya pero todavía no”. El Reino está ligado a
su Persona, es Él mismo.
Somos de verdad hijos de Dios (1Jn 3 1), marcados con el sello del Espíritu (Ef 1 14), pero no se ha manifestado en
nosotros aquella gloria con Cristo (Col 3 4), en la que seremos semejantes a Dios porque lo veremos tal cual es (1Jn 3 2).
La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la
esperanza de Abrahám. (CCE 1819).
El motivo más sólido de la esperanza es su confianza inquebrantable en el Dios cuyo designio amoroso de creación y
recreación está sostenido y garantizado por su deseo, anhelo, su querer que todos los hombres se salven, la economía
salvífica.
7
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La conciencia que Jesús tenía de si mismo y de su misión. (1985)
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 17
TESIS 4
La Iglesia de Cristo es el Pueblo escatológico de la Nueva Alianza en el Espíritu. Pueblo e Iglesia (Mt 16, 13-20; Mt 21,
33-46; Lc 2, 32-34; Lc 22, 14-30; Rm 9-11; Ga 3, 26-29). Pueblo del Espíritu (Mt 8, 11-12; Hch 2, 1-4; Jn 16, 4-15; LG 4; AG
5; RMi 21-30; CCE 731-741). [ Oríg. Cristianos].
Lc 2 32-34
Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en
Israel; será signo de contradicción,
8
Tomado de las notas de la BIBLIA LATINOAMERICANA.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 18
Lc 22 14-30
v. 15: Las palabras pronunciadas por Jesús en la cena adquieren en Lucas una mayor importancia que en Mt y Mc.
Parece como si Lc hubiera elaborado estos discursos teniendo presente a las asambleas eucarísticas primitivas.
v. 16: Hallará su cumplimiento de una manera inicial con la eucaristía, centro de la vida espiritual del Reino fundado por
Jesús, y de una manera total y sin velos al fin de los tiempos.
v. 17: Lucas ha distinguido la Pascua y la copa de los vv. 15-18 del Pan y la copa de los vv. 19-20, para establecer un
paralelo entre la Pascua judía y el rito nuevo de la Eucaristía cristiana. Por no haber entendido esta elaboración
teológica, extrañados por hallar dos copas, algunos testigos antiguos han omitido el v. 20.
v. 19: Obsérvese la afinidad con 1Co 11 23-25.
v. 20: Puede entenderse que va a ser entregada, que va a ser derramada, o que ha de ser entregada, que ha de ser
derramada.
v. 24: Lucas traslada aquí en forma diferente, las palabras que Mt-Mc ponen después de la petición de los hijos de
Zebedeo (Mt 20 25-28; Mc 10 42-45). En su nuevo contexto, las palabras de Jesús aclaran las cuestiones de precedencia y
de servicio de mesas que sin duda se planteaban en las asambleas litúrgicas (1Co 11 17-19; St 2 2-4).
Mt 8 11-12
v. 11: Desde el judaísmo (Is 25 6; Sal 22 27) se describe con frecuencia las alegrías de la era mesiánica con un banquete
(Mt 22 2-14; Lc 14 15; Ap 3 20)
v. 12a: Los judíos herederos naturales de las promesas. Los que no hayan creído en Cristo serán suplantados por
paganos, mas dignos que ellos.
v. 12b: llanto y rechinar de dientes, imagen bíblica de la ira y del despecho de los impíos para con los justos (Sal 35 16; 37
12; 112 10). En Mateo describe la condenación.
2. La Iglesia como el pueblo escatológico de Dios. Eclesiogénesis. 9
La formación de la Iglesia como Pueblo escatológico de Dios se ha ido haciendo a través de una compleja evolución
histórico-teológica. Su preparación mediata es el Antiguo testamento, y la inmediata, Juan el Bautista. Comienza con la
actividad mesiánica de Jesús. Tiene su centro en la Pascua, Se proyecta en Pentecostés, se afianza con la vida y la
reflexión neotestamentaria.
El Nuevo testamento nos transmite un proceso de constitución de la conciencia de ser Pueblo de Dios.
La misión de Jesús consiste en reunir al pueblo escatológico de Dios. La inauguración del Reino por Jesús y el desarrollo
de su Iglesia son el cumplimiento de la promesa acerca del pueblo de Dios prometido. Jesús se dirige a Israel:
llama a los doce (Mc 3 14), para reunir a las doce tribus de Israel como el Dios-Pastor (Mt 10 6 - Ez 34 23),
proclama la cercanía del Reino (Mc 1 15) pos su palabras y acciones,
enseña el Padrenuestro,
anuncia la peregrinación escatológica de los pueblos a Sión, con el Sermón de la Montaña (Mt 5 14 - Is 2 2-5).
amenaza a Israel por no abrirse al Reino (Mt 12 41-42)
Intuye su muerte como causa de una nueva alianza de salvación (1Co 11 25), para su pueblo (Hb 13 12). La muerte de
Jesús es el acontecimiento central, el sacrificio por excelencia, es el centro de la unión del pueblo de Dios: Jesús
adquiere la Iglesia por el don de su sangre (Hch 20 28).
Los que creen en Jesús como Mesías portador del Reino se congregan en torno a Él, reciben el misterio del Reino (Mc
4 11), forman la comunidad de los discípulos: ellos representan lo que simbólicamente debería suceder en Israel.
Surge en Israel una nueva familia que:
deja todo por Jesús (Mc 10 29-30)
se distingue por cumplir la voluntad de Dios (Mc 3 33-38),
tiene a Dios por Padre y a todos como hermanos (Mt 23 8-12),
vive según el Evangelio,
Forma una familia,
Tiene por vocación recolectar la cosecha en la mies (acontecimiento escatológico-Lc 10 2),
lejos de ser una comunidad especial, prefiguran al entero pueblo de Dios.
tienen por nuevo orden al Sermón del Monte.
Jesús quiere la reunión escatológica del pueblo de Dios para recibir el reino que llega con él. La particularidad de esa
concentración en Israel no excluye la universalidad: la elección de Israel es una señal de salvación para todos los
pueblos. El Reino es para Jesús, una magnitud que desborda a Israel. La autocomprensión de la Iglesia del Nuevo
testamento como Pueblo de Dios se advierte en la etapa posterior a la Pascua. Tres hechos muestran que la comunidad
post-pascual persigue la reunión escatológica de Israel en sus discursos: la reunión en Jerusalén, el reestablecimiento de
los Doce, el llamado a la conversión de todo el pueblo significado con el Bautismo.
En la nueva situación histórico-salvífica de la Pascua de Jesús, los dos polos son el bautismo en nombre de Jesús (Hch 2
38), y la proclamación del Reino mediante el Kerygma (Hch 2 22-36). El Pueblo de Dios se reúne en la fe en el
advenimiento de l Reino por la resurrección de Jesús. Él se autocomprende como verdadero Israel al llamarse
(1Co 15 9; Ga 1 13). Tiene conciencia de formar el grupo de los santos (Hch 9 13; Rm 12 25; Dn 7
27).
9
Resumido de GALLI, CARLOS M., Folias del Curso de Eclesiología, PUCA 2000.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 19
Al formarse una Iglesia de judíos y géntiles se consera la idea de Pueblo de Dios por los temprano de su apropiación: los
géntiles pertenecen al Pueblo de Dios por la fe (Ga 3 8-9).
3. Pueblo e Iglesia
Rm 9-1110
Es un bloque literario de dificil interpretación. La estructura argumentativa demuestra que ningún hombre judío o géntil
es merecedor de la salvación. Al contrario, Dios tendría derecho a negar la salvación. Sin embargo, la infinita
misericordia de Dios se desborda a través de Cristo para salvación de todos. También sobre los que lo rechazaron, a
quienes justamente Dios podría dejar librados a su endurecimiento, Dios derramó su misericordia libre y gratuita, sin
mñerito alguno de parte del hombre. Sobre el contraluz del rechazo del hombre, Dios manifiesta mejor su absoluta
libertad.
En 8 28-30, Pablo se refiere a los predestinados. Nada hace pensar en una predestinación al mal. Habla mas bien de los
que han sido llamados según su designio, pero no dice que en este designio entren algunos y otros no. Este designio
consiste en haber querido que todo llegara a los hombres a través de Cristo, en que en Cristo, somos llamados a
reproducir su imagen (8 29).
En 8 31-38 tenemos un himno al amor de Dios motivado por la insistente pregunta ¿quién? para acentuar que si Dios
entregó a su Hijo por todos, ya nadie puede acusarnos, ni condenarnos, ni separarnos de su amor, el cual Cristo mismo
mereció para nosotros en el don de su vida.
A partir de 9 1, Pablo vuelve a hablar de los judíos para referirse a sus privilegios. Luego aclara que la pertenencia a ese
pueblo, la participación especial en esta elección de Dios no se realiza solo por el descendiente de Abrahám. Si fuese asi,
el hecho físico de descender de Abrahám sería como un título de elección con el que se podría obligar a Dios. Dios eligió
al pueblo judío para una misión especial.
La perícopa de 9 14-14 es la que mas interesa de estos dos capítulos, ya que ha dado lugar a las interpretaciones mas
conflictivas sobre la preestinación. Los vv. 14-15 resumen la verdad que aporta esta perícopa. Aunque la elección divina
puede alcanzar a todos los hombres, tanto judíos como géntiles, tanto fieles como obstinados en el mal, esa elección
divina es absolutamente libre. Nada puede presentar el hombre como un mérito que le otorgue derechos o como una
exigencia que obligue a Dios a ser misericordioso. Se trata de que Dios tenga misericordia (9 16).
En 9 17-18, se menciona el endurecimiento del Faraón. Se trata de un endurecimiento parcial con una función
determinada dentro del plan salvífico de Dios, para mostrar su poder y para que su Nombre sea conocido (9 17).
En 9 19-24, nos encontramos con el conflictivo temas de los vasos de cólera preparados para la perdición. Se trata
simplemente de una parábola, no de una alegoría. Lo que interesa es el mensaje que quiere transmitir a partir de la
imágenes tomadas en su conjunto, pero no en sus detalles. Esta parábola del alfarero considerada en su totalidad, y en
el contexto amplio del bloque de Romanos donde se encuentra, contiene una enseñanza diferente a la de la doble
predestinación. Se refiere a los judíos y a los géntiles, particularmente a los judíos endurecidos. Estos asi, son ocasión
para que los géntiles se integren mas directamente en el plan salvífico de Dios. El hecho del endurecimiento de los judíos
permite mostrar por qué los géntiles pasaron a ser la gran masa de los creyentes en Cristo aunque los elegidos eran los
judíos.
De antemano, los géntiles eran objetos de misericordia, preparados para la gloria. De los judíos endurecidos no dice que
Dios los preparó, sino que los soportó. No se dice en voz activa que Dios los preparó, sino en voz media pasiva, con
sentido reflexivo. Los judíos endurecidos son fruto de una permisión de Dios, no proceden de su voluntad antecedente.
Los versículos que completan el c. 9 confirman esta interpretación, en cuanto que se refieren a la caída de los judíos y a
la aceptación de los géntiles. 10 1 confirma que el de los judíos es un endurecimiento parcial, ya que Pablo desea que los
judíos se salven y ora por este motivo.
En 10 5-17 aparece un tema que no se destaca en el resto de Romanos 9-11. Sin negar su importacnia, hay que decir que
no modifica el eje temático de los grandes bloques de la carta. Se trata del tema de la fe explícita en Cristo y la
necesidad de la predicación. Para quien desea asegurar su salvación, Pablo propone un camino seguro: aceptar a Cristo
como Señor y creer que está vivo. Cualquiera que invoque su nombre se salvará (10 10-12). Para que todos puedan
hacerlo es necesario que oigan hablar de Él, por eso Pablo exhorta a predicar (10 14-17).
En 10 18-21 se dice que los judíos no quisieron escuchar la predicación, por lo cual la predicación se ofreció a los
gentíles. Pero esto no implica una condenación definitiva de esos judíos. Dios quiere ser misericoridioso con todos los
hombres, también con los rebeldes, por pura y libre misericordia (11 31-32)
Luego dirá Pablo que los dones y la vocación de Dios son irrevocables (11 29). La caída de los judíos ha sido fuente de
salvación (11 11), riqueza para el mundo (11 12). Aunque rechacen el plan de Dios, siguen cumpliendo la misión para la
que fueron elegidos. Un resto elegido fue fiel a Dios (11 5), mientras otros se endurecieron (11 7). Pero esto no significa
que los judíos infieles sean definitivamente rechazados por Dios y queden fuera de su designio (11 23). Su
endurecimiento es parcial (11 25), no implica una condenación, sino solo una función temporaria, hasta que entre la
totalidad de los géntiles. Entonces Israel será salvo (11 26).
Dios usa la misma rebeldía de los judíos en orden a hacerles cumplir de otra manera su misión de acercar a los gentiles a
la salvación. Si bien nadie merece la salvación, en Cristo y desde Él todos somos elegidos. Por pura misericordia, todos
los hombres de la historia podrían alcanzar de hecho la salvación. En 11 35 termina la elaboración especulativa de Pablo.
El resto de la carta solo contiene exhortaciones, recomendaciones y saludos.
Ga 3 26-29
Porque todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,
ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo.
10
Resumido de FERNÁNDEZ VÍCTOR MANUEL, Folias de Gracia, PUCA 2001, págs 51ss.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 20
Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que
uno en Cristo Jesús.
Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa.
4. Pueblo e Iglesia11
Solo aparece dos veces en Pablo (Rm 6 25; 2Co 6 16). La Iglesia es el Pueblo de Dios, cumplimiento del Israel vedadero
en un pueblo de Judíos y géntiles. Es el Pueblo de los últimos tiempos. marca una identidad entre el
pueblo veterotestamentario y la Iglesia, pero para él no resulta suficiente. Para distinguirla habla de la «Iglesia de Dios»
en Cristo Jesús (1Ts 2 14; Ga 1 22). «Iglesia de Dios» en Cristo Jesús, significa para Pablo Pueblo de Dios en Cristo, como
cumplimiento de Israel, en continuidad con él (Rm 11 17). La Iglesia es también el nuevo Pueblo que Dios reuniría, el
Pueblo escatológico de Dios, un único Pueblo. Cada comunidad es representación de este único Pueblo de Dios, como
comunidad particular (Rm 16 1; 1Co 4 17), como comunidad doméstica (Rm 16 5; 1Co 16 19), o como Iglesia universal
(1Co 10 32; 11 22; 12 28; 15 9).
Cada Iglesia local es una asamblea sacra festiva, como la comunidad sagrada de Israel, reunida para celebrar el culto.
5. La Iglesia es el Pueblo de la Nueva Alianza en el Espíritu.
Hch 2 1-4
« Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. 2 De repente vino del cielo un ruido como el
1
de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. 3 Se les aparecieron unas lenguas
como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4 quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se
pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.»
v. 1a: Concluído el período de cincuenta días entre la Pascua y Pentecostés. esta fiesta, priemramente de la siega (Ex 23
14) se había convertido en la fiesta de la renovación de la Alianza (2Cro 15 10-13). Este nuevo valor litúrgico pudo
inspirar la escenificación de Lc.
v. 1b: No las asambleas de los ciento veinte de 1 15-26, sino el grupo apostólico presentado en 1 13-14.
v. 2: hay afinidad entre Espíritu y viento. la misma palabra significa Espíritu y soplo (Jn 3 8).
v. 3: La forma de las llamas (Is 5 24; 6 6-7) se relaciona aquí con el don de lenguas.
v. 4: El milagro e Pentecostés es afin al carisma de la glosolalia, frecuente en los comienzos de la Iglesia (Hch 10 46; 11
15; 19 6; 1Co 12-14; Mc 16 17). Sus antecedentes se hallan en el antiguo profetismo israelita (Mn 11 25; 1S 10 5-6. 10-
13; 1R 22 10; Jl 3 1-5).
Jn 16 4-1512
«4Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. "No os dije esto desde el
principio porque estaba yo con vosotros. 5 Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me
pregunta: "¿Dónde vas?" 6 Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. 7 Pero yo os
digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo
enviaré: 8 y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente
al juicio; 9 en lo referente al pecado, porque no creen en mí; 10 en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no
me veréis; 11 en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado. 12 Mucho tengo todavía que deciros,
pero ahora no podéis con ello. 13 Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no
hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. 14 El me dará gloria, porque
recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y
os lo anunciará a vosotros.»
En el v. 7 se subordina la venida del Paráclito a la glorificación de Cristo. A esto ya se refería en Jn. 7, 39 “… porque aún
no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado”. Ésta es la condición previa para que les sea dado el
Espíritu.
En los distintos anuncios se dice que al Paráclito lo enviará el Padre, y en otros el Hijo. Cabe preguntarse quien es el
sujeto que lo enviará. Esto se entiende si lo vemos en la perspectiva de que todo lo que hace el Padre lo hace por medio
del Hijo; Cristo revela al Padre y por lo tanto no hay oposición entre ellos. Jn. 16, 7-11 es un texto particularmente
dificultoso, oscuro, que puede presentar distintas interpretaciones.
En el v. 8 se utiliza el verbo ‘elenjo’ (convencer) que pertenece al vocabulario propio de los tribunales, al ámbito forense.
Con este verbo, en un contexto de un juicio, se indica aquella acción que presenta una prueba que deja sin palabras a los
adversarios, por lo tanto es una prueba evidente 13. Esta es la función que tiene que cumplir el Paráclito: presentar
pruebas irrefutables frente al mundo. Este convencimiento que tendrá que dar el Paráclito se refiere a tres cosas:
1. El pecado: “… porque no creen en mí… “(v. 9). Juan utiliza siempre en singular la palabra pecado El único pecado es
no aceptar a Cristo y su Revelación: éste es el pecado del mundo. El Paráclito, cuando presente las pruebas, tendrá
que mostrar que el mundo - paradójicamente él se presenta a sí mismo triunfante por haber condenado y matado a
Jesús - es el que está en pecado por no aceptar a Cristo, por no creer en El.
2. La justicia: “… porque me voy al Padre… “(v. 10). Este versículo es una presentación, en forma positiva, de la justicia.
La prueba que presenta el Paráclito es que Cristo está glorificado y va al Padre. Aunque el mundo condenó al Hijo, el
Padre hizo justicia glorificandolo y dándole el verdadero lugar que le corresponde.
11
Resumido de AZCUY VIRGINIA R., Folias de Lectura de Textos de Eclesiología, PUCA 2000
12
Tomado de RIVAS LUIS H. Apuntes de Clase de San Juan, PUCA 2000.
13
“Poner de manifiesto; declarar culpable, condenar; reprender; mostrar a alguien su falta o error, convencer a alguien de su falta o
error”.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 21
3. El juicio: El mundo ha dado su veredicto sobre Jesús, y lo encontró culpable y merecedor de la muerte. Sin embargo
Juan nos presenta otro juicio en los sermones de la cena: “… porque el Principe de este mundo está juzgado… “(v.
11). Cual es este juicio?. El Paráclito tiene que mostrar de forma irrefutable, que el verdadero condenado es «el
principe de este mundo», esta fuerza adversa contra la que lucha Jesús: ella ha sido reducida, vencida, condenada de
una vez para siempre. El principe de este mundo no tiene vitalidad propia para vencer a los discípulos; ya no domina
sobre el mundo: la prueba de esto está en que los discípulos no se dejan seducir por el, pueden oponérsele.
Por lo tanto, la acción del Paráclito, transforma la vida de los creyentes. Ellas se convierten en la prueba irrefutablede la
victoria de Cristo, y de la derrota de Satanás. Ellas son el testimonio que convence, que deja sin palabras.
Jn. 16, 12-15
“Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará
hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.
El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he
dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros”.
Jesús no ha enseñado todas las cosas a los discípulos ya que todavía no son capaces de recibir esa enseñanza. Hay una
pedagogía que implica el ver hasta dónde pueden aprender los discípulos.
Los discípulos tienen una “incapacidad” para recibir toda la enseñanza de Jesús. Sin embargo cuando llegue el Paráclito,
él los “…guiará hasta la verdad, en la verdad…”. Queda un camino por recorrer hacia la verdad. El que tiene la función de
guiarnos, de conducirnos hasta ella, es el Paráclito. Él se constituye, se erige, en garantía para la comunidad, a la cual se
le dirige el Evangelio. Ella, por la presencia del Paráclito, tiene la seguridad de que permanece en el camino, que no se
desvía de él. También se dice que “… no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de
venir… “(v. 13). Aquí vemos que el autor es cuidadoso al marcar que no se trata de una “nueva revelación o distinta”,
como tampoco de una “enseñanza propia”, sino de algo que el Paráclito ya oyó.
Sabemos entonces que el Espíritu no tiene contenidos propios y distintos sino que anunciará todo lo que oiga y también
aquellas cosas que están por venir. Ahora bien, ¿cómo entender ésto? Si no va a enseñar cosas nuevas, ¿cómo es que
hablará de las cosas que van a venir? La función didáctica del Paráclito es decir lo mismo pero en situaciones nuevas,
iluminar a la Iglesia en el futuro con una nueva comprensión de lo mismo.
También se nos dice que no hablará por su cuenta sino que “… El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo
anunciará a vosotros…”, mostrando entonces, que el Paráclito recibirá toda la Revelación de Jesús y la volverá a
anunciar. El autor se esfuerza en marcar que no se trata de un magisterio nuevo ni diferente al de Jesús. Cristo es la
Revelación plena, por lo tanto, después de él, no debemos esperar nada más, tampoco hay algo más para recibir. Si el
Paráclito toma lo que es del Padre, toma también lo que es del Hijo.
En la revelación que ha tenido Cristo hace falta un nuevo maestro que continúe su enseñanza. En el v. 15 se pone de
manifiesto que “Todo lo que tiene el Padre es mío… “ y así vemos que no hay en el Padre nada que no sea de Jesús y por
tanto no puede haber algo que no esté revelado en Cristo. Con esto queremos marcar que no hay una tercera
revelación, toda ella está en Cristo. El texto no se cansará de repetirnos “ad satietatem” que todo está dicho en Jesús.
La tarea que tiene que desempeñar el Paráclito es ayudar a comprender más y mejor lo dado en Jesús de una vez y para
siempre. Su magisterio es novedoso en cuanto a la modalidad, no en cuanto al dato objetivo revelado.
LG 4
Consumada la obra que el Padre confió al Hijo fue enviado el Espíritu Santo en Pentecostés. Él es el Espíritu de la vida, la
fuente del agua que salta hasta la vida eterna. El Espíritu fue enviado para que santificara a la Iglesia, de forma que los
que creen en Cristo tuvieran acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2 18). Por el Espíritu, el Padre vivifica a todos los
hombres muertos por el pecado hasta que Cristo resucite en sus cuerpos mortales (Rm 8 10-11).
El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles, como en un Templo (1Co 3 16; 6 19). En ellos ora, de
testimonio de la adopción de hijos (Ga 4 6; Rm 8 15-16. 26). Él enriquece a la Iglesia condiversos dones jerárquicos y
carismáticos, dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (Ef 4 11-12; 1Co 12; Ga 5 22), a la que guía hacia-en toda
la verdad (Jn 16 13) y la unifica en comunión y ministerio.
Por la fuerza del Evangelio, hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente, la conduce a la unión consumada
con su esposo.
AG 5
El Señor Jesús, ya desde el principio, llama a si a los que Él quiso, designó a Doce para que lo acompañaran y para
enviarlos a predicar. Los apóstoles son la semilla del nuevo israel, el origen de la jerarquía sagrada . El Señor una vez que
hubo completado en si los misterios de nuestra salvación, y la restauración de todas las cosas con su muerte y
resurrección, habiendo recibido toda potestad antes de ascender al cielo fundó su Iglesia como sacramento de salvación
y envió a los apóstoles al mundo entero como Él había sido enviado por el Padre (Mt 28 19-20; Mc 16 15). De aquí
proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación de Cristo: el mandamiento expreso a los Apóstoles
transmitido a sus sucesores, y la vida que a sus miembros infunde Cristo.
La misión de la Iglesia, obediente al mandato de Cristo, movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo se hace
presente en acto pleno a todos los hombres y pueblos, para llevarlos con el ejemplo de su vida y predicación, con los
Sacramentos, con los demñas medios de gracia, a la fe, a la libertad y a la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el
camino segura para participar plenamente en el misterio de Cristo.
La Iglesia, a impulso del Espíritu Santo debe caminar por el mismo sendero de Cristo: el sendero de la pobreza, de la
obediencia, del servicio, de la inmolación propia hasta la muerte (de la que surgió victorioso por su resurrección)
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 22
RMi 21-30
21. «En el momento culminante de la misión mesiánica de Jesús, el Espíritu Santo se hace presente en el misterio
pascual con toda su subjetividad divina: como el que debe continuar la obra salvífica, basada en el sacrificio de la cruz.
Sin duda esta obra es encomendada por Jesús a los hombres: a los Apóstoles y a la Iglesia. Sin embargo, en estos
hombres y por medio de ellos, el Espíritu Santo sigue siendo el protagonista trascendente de la realización de esta obra
en el espíritu del hombre y en la historia del mundo». (31)
El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la
misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio (cf. Act 10), por las decisiones sobre los
problemas que surgían (cf. Act 15), por la elección de los territorios y de los pueblos (cf. Act 16, 6 ss). El Espíritu actúa
por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: «Mediante su acción, la Buena Nueva
toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo
que da la vida» (32)
El envío «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8)
22. Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional:
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).
Este envío es envío en el Espíritu, como aparece claramente en el texto de san Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al
igual que el Padre le ha enviado a él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el testimonio
que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato
recibido.
23. Las diversas formas del «mandato misionero» tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos
elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los
Apóstoles: «A todas las gentes» (Mt 28, 19); «por todo el mundo ... a toda la creación» (Mc 16, 15); «a todas las
naciones» (Act 1, 8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que
recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia
de Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos» (Mc 16, 20).
En cuanto a las diferencias de acentuación en el mandato, Marcos presenta la misión como proclamación o Kerigma:
«Proclaman la Buena Nueva» (Mc 16, 15). Objetivo del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesión de Pedro:
«Tú eres el Cristo» (Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión romano delante de Jesús muerto en la cruz:
«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39). En Mateo el acento misional está puesto en la fundación
de la Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él, pues, este mandato pone de relieve que la proclamación
del Evangelio debe ser completada por una específica catequesis de orden eclesial y sacramental. En Lucas, la misión se
presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48; Act 1, 8), cuyo objeto ante todo es la resurrección (cf. Act 1, 22). El misionero es
invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas, a saber, la
conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado.
Juan es el único que habla explícitamente de «mandato» —palabra que equivale a «misión»— relacionando
directamente la misión que Jesús confía a sus discípulos con la que él mismo ha recibido del Padre: «Como el Padre me
envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Jesús dice, dirigiéndose al Padre: «Como tú me has enviado al mundo, yo
también los he enviado al mundo» (Jn 17, 18). Todo el sentido misionero del Evangelio de Juan está expresado en la
«oración sacerdotal»: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tu has enviado
Jesucristo» (Jn 17, 3). Fin último de la misión es hacer participes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los
discípulos deben vivir la unidad entre sí , permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf.
Jn 17, 21-23). Es éste un significativo texto misionero que nos hace entender que se es misionero ante todo por lo que se
es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace.
Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misión, testimonian un cierto pluralismo que
refleja experiencias y situaciones diversas de las primeras comunidades cristianas; este pluralismo es también fruto del
empuje dinámico del mismo Espíritu; invita a estar atentos a los diversos carismas misioneros y a las distintas
condiciones ambientales y humanas. Sin embargo, todos los evangelistas subrayan que la misión de los discípulos es
colaboración con la de Cristo: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20) La
misión, por consiguiente , no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.
El Espíritu guía la misión
24. La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu.
Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma:
Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cf. Act 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una
serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu
les da la capacidad de testimoniar a Jesús con «toda libertad». (33)
Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el Espíritu asume aún más la función de «guía» tanto en la elección de
las personas como de los caminos de la misión. Su acción se manifiesta de modo especial en el impulso dado a la misión
que de hecho, según palabras de Cristo, se extiende desde Jerusalén a toda Judea y Samaria, hasta los últimos confines
de la tierra.
Los Hechos recogen seis síntesis de los «discursos misioneros» dirigidos a los judíos el los comienzos de la Iglesia (cf. Act
2, 22-39; 3, 12-26; 4, 9-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-41). Estos discursos-modelo, pronunciados por Pedro y por Pablo,
anuncian a Jesús e invitan a la «conversión», es decir, a acoger a Jesús por la fe y a dejarse transformar en él por el
Espíritu.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 23
Pablo y Bernabé se sienten empujados por el Espíritu hacia los paganos (cf. Act 13 46-48), lo cual no sucede sin tensiones
y problemas. ¿Cómo deben vivir su fe en Jesús los gentiles convertidos? ¿Están ellos vinculados a las tradiciones judías y
a la ley de la circuncisión? En el primer Concilio, que reúne en Jerusalén a miembros de diversas Iglesias alrededor de los
Apóstoles, se toma una decisión reconocida como proveniente del Espíritu: para hacerse cristiano no es necesario que
un gentil se someta a la ley judía (cf. Act 15, 5-11.28). Desde aquel momento la Iglesia abre sus puertas y se convierte en
la casa donde todos pueden entrar y sentirse a gusto, conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre
que no estén en contraste con el Evangelio.
25. Los misioneros han procedido según esta línea, teniendo muy presentes las expectativas y esperanzas) las angustias
y sufrimientos la cultura de la gente para anunciar la salvación en Cristo. Los discursos de Listra y Atenas (cf. Act 14, 11-
17; 17, 22-31) son considerados como modelos para la evangelización de los paganos. En ellos Pablo «entra en diálogo»
con los valores culturales y religiosos de los diversos pueblos. A los habitantes de Licaonia, que practicaban una religión
de tipo cósmico, les recuerda experiencias religiosas que se refieren al cosmos; con los griegos discute sobre filosofía y
cita a sus poetas (cf. Act 17, 18.26-28). El Dios al que quiere revelar está ya presente en su vida; es él, en efecto, quien
los ha creado y el que dirige misteriosamente los pueblos y la historia. Sin embargo, para reconocer al Dios verdadero,
es necesario que abandonen los falsos dioses que ellos mismos han fabricado y abrirse a aquel a quien Dios ha enviado
para colmar su ignorancia y satisfacer la espera de sus corazones (cf. Act 17, 27-30). Son discursos que ofrecen un
ejemplo de inculturación del Evangelio.
Bajo la acción del Espíritu, la fe cristiana se abre decisivamente a las a gentes» y el testimonio de Cristo se extiende a los
centros más importantes del Mediterráneo oriental para llegar posteriormente a Roma y al extremo occidente. Es el
Espíritu quien impulsa a ir cada vez mas lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras
étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal.
El Espíritu hace misionera a toda la Iglesia
26. El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a «hacer comunidad», a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el
día de Pentecostés, y las conversiones que se dieron a continuación, se forma la primera comunidad (cf. Act 2, 42-47; 4,
32-35).
En efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión
fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir «la comunión fraterna» (koinonía) significa tener «un solo corazón y una sola
alma» (Act 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material. De hecho, la
verdadera comunidad cristiana, se compromete también a distribuir los bienes terrenos para que no haya indigentes y
todos puedan tener acceso a los bienes «según su necesidad» (Act 2, 45; 4, 35). Las primeras comunidades, en las que
reinaba «la alegría y sencillez de corazón» (Act 2, 46) eran dinámicamente abiertas y misioneras y «gozaban de la
simpatía de todo el pueblo» (Act 2, 47). Aun antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación. (34)
27. Los Hechos indican que la misión, dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles. Ante
todo, existe el grupo de los Doce que, como un único cuerpo guiado por Pedro, proclama la Buena Nueva. Está luego la
comunidad de los creyentes que, con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Señor y convierte a los paganos (cf.
Act 2, 46-47). Están también los enviados especiales, destinados a anunciar el Evangelio. Y así, la comunidad cristiana de
Antioquía envía sus miembros a misionar: después de haber ayunado, rezado y celebrado la Eucaristía, esta comunidad
percibe que el Espíritu Santo ha elegido a Pablo y Bernabé para ser enviados (cf. Act 13, 1-4). En sus orígenes, por tanto,
la misión es considerada como un compromiso comunitario y una responsabilidad de la Iglesia local, que tiene necesidad
precisamente de «misioneros» para lanzarse hacia nuevas fronteras. Junto a aquellos enviados había otros que
atestiguaban espontáneamente la novedad que había transformado sus vidas y luego ponían en conexión las
comunidades en formación con la Iglesia apostólica.
La lectura de los Hechos nos hace entender que, al comienzo de la Iglesia, la misión ad gentes, aun contando ya con
misioneros «de por vida», entregados a ella por una vocación especial, de hecho era considerada como un fruto normal
de la vida cristiana, un compromiso para todo creyente mediante el testimonio personal y el anuncio explícito, cuando
era posible.
El Espíritu está presente operante en todo tiempo y lugar
28. El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son
universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo. (35) El Concilio Vaticano II recuerda la acción del Espíritu en el
corazón del hombre, mediante las «semillas de la Palabra», incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la
actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios. (36)
El Espíritu ofrece al hombre «su luz y su fuerza ... a fin de que pueda responder a su máxima vocación»; mediante el
Espíritu «el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino»; más aún, «debemos creer que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que sólo Dios conoce, se asocien a este misterio
pascual». (37) En todo caso, la Iglesia «sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca
jamás será del todo indiferente ante el problema religioso» y «siempre deseará ... saber, al menos confusamente, el
sentido de su vida, de su acción y de su muerte». (38) El Espíritu, pues, está en el origen mismo de la pregunta
existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su
ser. (39)
La presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a
los pueblos, a las culturas y a las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las
iniciativas de bien de la humanidad en camino; «con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz
de la tierra». (40) Cristo resucitado «obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando
el anhelo del siglo futuro, sino también, por eso mismo, alentando, purificando y corroborando los generosos propósitos
con que la familia humana intenta hacer más llevadera su vida y someter la tierra a este fin». (41) Es también el Espíritu
quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo. (42)
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 24
29. Así el Espíritu que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y «obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera
glorificado», (43) que «llena el mundo y todo lo mantiene unido, que sabe todo cuanto se habla» ( Sab 1, 7), nos lleva a
abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo tiempo y lugar. (44) Es una llamada que yo mismo
he hecho repetidamente y que me ha guiado en mis encuentros con los pueblos más diversos. La relación de la Iglesia
con las demás religiones está guiada por un doble respeto: «Respeto por el hombre en su búsqueda de respuesta a las
preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre». (45) El encuentro interreligioso
de Asís, excluida toda interpretación equívoca, ha querido reafirmar mi convicción de que «toda auténtica plegaria está
movida por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de cada persona. (46)
Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que
actúa en la Iglesia. No es, por consiguiente, algo alternativo a Cristo, ni viene a llenar una especie de vacío, como a veces
se da por hipótesis que exista entre Cristo y el Logos. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los
pueblos, así como en las culturas y religiones tiene un papel de preparación evangélica, (47) y no puede menos de
referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, «para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara
todas las cosas». (48)
La acción universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que despliega en el Cuerpo de Cristo
que es la Iglesia. En efecto, es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a
Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos,
promoverlos y recibirlos mediante el diálogo. Toda clase de presencia del Espíritu ha de ser acogida con estima y
gratitud; pero el discernirla compete a la Iglesia, a la cual Cristo ha dado su Espíritu para guiarla hasta la verdad
completa (cf. Jn 16, 13).
La actividad misionera está aún en sus comienzos
30. Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la
Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la
valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu ¡El es el protagonista de la misión!
En la historia de la humanidad son numerosos los cambios periódicos que favorecen el dinamismo misionero. La Iglesia,
guiada por el Espíritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsión. Los frutos no han faltado. Hace poco
se ha celebrado el milenario de la evangelización de la Rus' y de los pueblos eslavos y se está acercando la celebración
del V Centenario de la evangelización de América. Asimismo se han conmemorado recientemente los centenarios de las
primeras misiones en diversos Países de Asia, África y Oceanía. Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos,
proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de
pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la
Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz
del Espíritu.
CCE 731-741
La Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo. Desde su plenitud, Cristo el Señor derrama el Espíritu
Santo que se manifiesta, da y comunica como persona. Pentecostés es la revelación plena de la Santísima Trinidad.
Desde aquí, el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él. Con su venida que no cesa, el Espíritu
Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos: el tiempo de la Iglesia, del Reino ya empezado, pero todavía no
consumado.
Dios es AMOR. El amor es el primer Don, que contiene a todos los demás. Este Amor Dios lo ha derramado en nuestros
corazones por el Espíritu (Rm 5 5).
El primer efecto del don del amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el Espíritu en la Iglesia, vuelve a
dar a los bautizados la semejanza divina, perdida por el pecado, las arras del Espíritu (Rm 8 23; 2Co 1 21), la vida misma
de la Trinidad. El Espíritu es el principio de la vida nueva en Cristo. Gracias a la virtud del Espíritu, los hijos de Dios
pueden dar fruto (Ga 5 22-23). Cuanto mas renunciamos a nosotros mismos (Mt 16 24-26), mas obramos según el
Espíritu (Ga 5 25).
La misión de Cristo y del Espíritu se realiza en la Iglesia, misión conjunta que asocia desde ahora a los fieles en Cristo en
su comunión con el padre en el Espíritu santo. El Espíritu Santo prepara a los hombres para atraerlos hacia Cristo, les
manifiesta al Señor Resucitado, les recuerda su Palabra, les abre su mente para entender su Misterio Pascual, sobre todo
en la Eucaristía. La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu, sino que és su sacramento. Ella, con todo
su ser y todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el misterio de la
comunión de la Santísima Trinidad.
Puesto que el Espíritu Santo es la unción de Cristo, es Él la cabeza del cuerpo. Es él quien lo distribuye entre sus miembros
para alimentarlos, sanarlos, organizarlos, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre, a su
intercesión por el mundo entero.
Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu a los miembros de su Cuerpo: Estas maravillas de
Dios producen sus frutos en la vida nueva en Cristo, según el Espíritu. Él viene en ayuda de nuestra flaqueza, es el
Maestro de la oración (Rm 8 26).
6. El Pueblo de la Nueva Alianza en el Espíritu 14
El Credo liga a la Iglesia con el Espíritu (Ap 22 17. 20). El mismo Vaticano II fue una experiencia dinámica del Espíritu, y lo
resaltó como principio constituyente de la Iglesia. La incorporación del discurso sobre el Espíritu Santo en la eclesiología
implica la ruptura con el cristomonismo. La inhabitación del Espíritu señala tanto la dignidad de la vocación bautismal,
14
Resumido de GALLI CARLOS M. Folias del Curso de Eclesiología, PUCA 2000.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 25
como la plenitud de la incorporación al Pueblo de Dios. El redescubrimiento de la lglesia local, y el de la Iglesia como
unión de Iglesias, tiene fundamento pneumatológico.
La Iglesia es un pueblo nuevo por la novedad del espíritu. Éste está presente cuando se habla de Pueblo de Dios, porque
el mismo está unido por la unidad del Espíritu. Los miembros del Pueblo de Dios tienen su dignidad y libertad en el
Espíritu. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo es el Espíritu del Pueblo de Dios. Lo nuevo y definitivo, a este pueblo, le
viene por el Espíritu.
La autoconciencia de la Iglesia como pueblo de Dios no le viene solo como movimiento de reunión del Resucitado sino
también como manifestación apabullante del Espíritu.
Pentecostés es la donación del espíritu a todo el pueblo de Dios. El don del Espíritu crea el Israel escatológico (Is 32 15;
44 3; Ez 11 19; 36 26; 37 14). La presencia viva del Espíritu en la comunidad es el cumplimiento de la promesa de Jl 3 1-5.
La Iglesia primitiva apenas habla de la presencia del Reino (Rm 14 17; 1Co 4 20), porque su experiencia del YA de la
salvación es la presencia del Espíritu. El fruto del derramamiento del Espíritu es un Pueblo profético (Hch 2 12-21). Lo
propio del Pueblo de Dios del Nuevo testamento es ser la comunidad del Espíritu. Es la promesa de Jesús (Lc 24 49; Hch
1 4-5; 2 33; 26 6; Ga 3 14; Ef 1 13). La comunidad cristiana es una carta de Cristo escrita con el Espíritu (2Co 3 2-3). Solo
Jesús promete y da el Espíritu (Jn 3 5; 7 37-39; 16 7. 20. 22). El impulso y obra del Espíritu hace de la Iglesia un Pueblo de
pueblos (Hch 10 4; 19 44. 47; 11 12. 15; 15 7-9. 14). El Espíritu es el argumento decisivo para el ingreso de los paganos a
la salvación: en el nuevo pueblo, judíos y géntiles tienen acceso a Dios en un mismo espíritu (Ef 2 18).
El Espíritu anima y construye al Pueblo de Dios, conviertiendo al cuerpo de Cristo en Templo del Espíritu (1Co 3 16-17;
2Co 3 6-8). El Espíritu anima y construye al Pueblo de Dios (1P 2 4-10). La presencia del Espíritu en el pueblo lo hace
santo y sacerdotal.
7. El Pueblo del Espíritu15
Orígenes redujo el Logos al Pneuma, Hegel redujo el Pneuma al Logos.
En el neojoaquinismo, Cristo y su evangelio son sucedidos por la economía del Espíritu sin Cristo. Lo que está en juego es
la definitividad escatológica de Cristo, y la continuidad entre la misión del Verbo y la misión del Espíritu. Congar habla de
Cristo y el Espíritu como co-instituyentes de la Iglesia. El Concilio Vaticano II con las categorías Misterio y Pueblo de Dios,
mostró a la Iglesia como una comunidad de gracia en dependencia de la Trinidad por las misiones del Hijo y del Espíritu.
Esta continuidad le confiere una doble dependencia respecto de ambas Personas. Aunque el Espíritu tiene una hipóstasis
original, y una misión propia, su obra no es distinta de la del Hijo.
La economía del paráclito no es autónoma de la economía del verbo encarnado. El Espíritu es el Espíritu de Cristo (Rm 8
9; Ga 4 6; 2Co 3 17), enviado para continuar y actualizar su misión. La confesión trinitaria tiene consecuencias para la
eclesiología. La dependencia de la Iglesia de ambas misiones marca un equilibrio entre institución-carisma, derecho-
amor, escolástica-mística, sacerdocio común-ministerio jerárquico, clero-laicado, primado-colegialidad.
La libertad del Espíritu abre la obra de Cristo a una novedad permanente en la Iglesia y en la historia. Con la kénosis
pascual, la función activa pasa del Verbo al Espíritu, enviado como exégeta del Verbo. El Espíritu trasciende y transfigura
la Palabra revelando el infinito amor entre el Padre y el Hijo. La Iglesia es un sistema abierto a la improvisación del
Espíritu, que la guía hacia lo nuevo. El Espíritu se liga sin atarse a la institución visible, produciendo el escándalo de la
concreción. (Kasper)
[ Oríg. Cristianos]
15
Resumido de GALLI CARLOS M., oc. cit.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 26
TESIS 5
La Iglesia es el Pueblo de Dios, el Cuerpo - Esposa de Cristo y el Templo del Espíritu. Pueblo (Hch 15, 1-30; Ef 2, 11-22; Tt
2, 13-14; 1 P 2, 4-10; Ap 21-22). Cuerpo (Rm 12, 1-8; 1 Co 10, 16-17; 12, 4-30; Ef 4, 1-16; LG 7; CCE 790-795). Esposa (Ef
5, 21-33; LG 6; MDi 23-27; CCE 796, 808). Templo (Ef 2, 11-22; DP 198-208; CCE 688, 797-801) [Dios 5-6, Cristo 5,
Gracia 12. 2].
LG 6
En el Antiguo testamento, la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras. La íntima naturaleza de la
Iglesia se manifiesta bajo diversos signos de la vida pastoril, la agricultura, la construcción, la familia, y de los esponsales.
La Iglesia es un redil, cuya puerta es Cristo (Jn 10 1-10), una grey, cuyo pastor será el mismo Dios (Is 40 11; Ez 34 11),
cuyas ovejas aparentemente conducidas por pastores humanos, son conducidas por Cristo, el rabadán, el Buen Pastor
(1Pe 5 9), que dio su vida por las ovejas (Jn 10 11-16).
La Iglesia es agricultura/labranza de Dios (1Co 3 9), en cuyo campo crece el antiguo olivo, cuya raíz son los patriarcas, en
la que se reconcilian judíos y gentíles (Rm 11 23-26). Es la viña elegida (Mt 21 33-43; Is 5 1ss). La verdadera vid es Cristo,
que comunica savia y fecundidad a los sarmientos, a nosotros, que estamos vinculados a Él por medio de la Iglesia, y sin
el cual nada podemos hacer.
La Iglesia es edificación de Dios, Cristo es su Piedra angular rechazada por los arquitectos (Mt 21 42; Hch 4 11; 1Pe 2 7;
Sal 117 22). Los Apóstoles son su cimiento (1Co 3 11). De Cristo recibe firmeza y cohesión. Se la llama Casa de Dios (1Tm
3 15) en que habita su familia. Ella ha llegado a ser la morada de Dios en el Espíritu (Ef 2 19-22). La tienda de Dios con los
hombres (Ap 21 3). Ella es el Templo, la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén. En ella somos ordenados en la tierra como
piedras vivas (1Pe 2 5). Es la Jerusalén de arriba (Ap 21 1ss).
La Iglesia es la Inmaculada Esposa del Cordero Inmaculado (Ap 19 1; 21 2. 9; 22 17). Cristo la amó y se entregó por ella
para santificarla (Ef 5 26), la unió consigo y la alimenta y abriga (Ef 5 24), enriqueciéndola con dones celestiales (Ef 3 19).
Mientras peregrina en esta tierra se considera desterrada, lejos del Señor (2Co 5 6), su vida está escondida con Cristo en
Dios, hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (Col 3 14).
1. La Iglesia es el Pueblo de Dios…
Hch 15 1-30
Los sucesos de este capítulo plantean varias dificultades:
1. Los vv. 5-7a vuelven sobre lo dicho en vv. 1-2a, como si el autor refiriera dos orígenes distintos de la controversia, sin
establecer conexión entre ellos.
2. En el v. 6 parece que se trata de una reunión por separado de los dirigentes de la comunidad, pero en los vv. 12. 22 los
debates tienen lugar ante la asamblea cristiana completa.
3. La asamblea establece y envía un decreto a Pablo sobre las observancias dela pureza ritual impuestas a los cristianos
venidos de la gentilidad, vv. 22s, pero mas tarde, parece que Santiago notifica este mismo decreto al Apóstol sin suponer
que éste lo conozca (ch 21 25). Pablo mismo calla sobre este decreto en Ga 2 6, al hablar de la asamblea de Jerusalén.
Tampoco lo cita en 1Co 8-10; Rm 14 al tratar problemas análogos.
4. El decreto se dio para las Iglesias de Siria y de Cilicia, pero no dice que Pablo lo haya publicado al pasar por esas
regiones (15 41), y si habla de él a propósito de las ciudades de Licaonia (16 4).
Se explicarían las dificultades admitiendo que Lucas agrupó dos controversias distintas y las diferentes soluciones que se
dieron. Una controversia en la que tomaron parte Pedro y Pablo sobre la obligación de la Ley para los géntiles
convertidos (cf. Ga 2 1-10), otra posterior provocada por el incidente de Antioquía (Ga 2 11-14), en la cual Santiago
desempeñó un papel preponderante en ausencia de Pedro y Pablo.
v. 1: Ga 2 12 designa a los que enseñan a los paganos a circuncidarse como algunos del grupo de Santiago.
v. 2a: Ga 2 1-3 nombra a Tito, originario de la gentilidad.
v. 2b: a donde los apóstoles, de quienes no se trata ni en 11 30, ni en 21 18; se les menciona aquí en conjunto con el
colegio de los presbíteros; concuerda con Ga 2 2-9, en que a Pedro y a Juan se los cita como autoridades de la Iglesia de
Jerusalén.
v. 5b: acerca de la circuncisión; según Ga 2 3-5, tal exigencia apuntaba directamente a Tito, acompañante de Pablo en
Jerusalén.
v. 9: purificó sus corazones con la fe, es una interpretación de la visión del mantel (10 15; 11 9; 10 28) que tuvo Pedro.
v. 11: nosotros creemos mas bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, repite la doctrina de Ga 2 15-21; Rm
11 32; Ef 2 1-10. Bajo esta perspectiva, no hay ventaja alguna para el judío (Ga 5 6; 6 15)
v. 15: El texto de Am 9 11-12, está tomado de LXX, la argumentación descansa en variantes que son propias de la versión
griega. Proviene de los medios helenistas, aún cuando se la ponga en boca del jefe del partido hebreo.
v. 19: Santiago dirime el debate, y la carta apostólica se limitará a repetir los términos de su declaración. Ga 2 9 produce
la misma impresión; el que en la Iglesia de Jerusalén ocupa el primer puesto en esta fecha es Santiago.
v. 20a: lo contaminado por los ídolos es la carne de los animales inmolados en los sacrificios de los paganos.
v. 20b: lo contaminado de la impureza, parece designar a la pornéia, todas las uniones ilegalesenumeradas en Lv 18.
v. 20c: lo contaminado de la sangre, era expresión de la vida, que solo pertenece a Dios (Lv 1 5). El caso de los animales
estrangulados es similar al de la sangre. Las uniones irregulares no figuran en este contexto por su calificación moral,
sino en cuanto principio de mancha legal.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 27
Tt 2 13-14
mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús.
El se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno en
la práctica del bien.
v. 13: el gran Dios y salvador Jesucristo, es una clara afirmación de la divinidad de Cristo (Rm 9 5), al salvador también se
lo llama gran Dios (1Tm 1 1).
1P 2 4-10
v. 4: en estos versículos se parecia el recuerdo de Ex 19. El pueblo santo antiguo se constituyó en torno al Sinaí, pero no
podía acercarse a él. El nuevo pueblo se constituye en torno a otra roca, la Piedra, a la que es posible acercarse.
Igualmente, a los sacrificios que habían sellado la Antigua Alianza (Ex 24 5-8), se sobreponen los sacrificios espirituales
de los cristianos. La imagen del crecimiento sustituye a la de la construcción. Cristo se había comparado a la piedra
rechazad del Sal 118 22 (Mt 21 42), los cristianos, piedras viva, se edifican para morada espiritual como él (1Co 3 16-17;
2Co 6 16, Ef 2 20-22) en el que rinden a Dios por Cristo un culto digno de Él (Jn 2 21; Rm 1 9; Hb 7 27).
v. 8: Los judíos, al rechazar el evangelio, perdieron sus prerrogativas, concedidas ahora a los cristianos (Hch 28 16; Jn 12
40; Rm 11 32).
v. 9: atribuye a la Iglesia los títulos de pueblo elegido, para subrayar su relación con Dios y su responsabilidad en el
mundo (Ap 1 6; 5 10; 20 6).
2. …el Cuerpo - Esposa de Cristo…
1Co 10, 16-17
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo?
Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese
único pan.
En Pablo, cuerpo se refiere a una persona viviente. En la Eucaristía somos (no dice es) el cuerpo de Cristo. El reunirnos y
comer el mismo pan hace que seamos un solo cuerpo. Somos un solo cuerpo porque partimos un mismo pan. La
teología de Pablo mira mas al aspecto comunitario. La Eucaristía constituye el Cuerpo de Cristo; es unión con el cuerpo
de Cristo, que para Pablo, somos todos.
1Co 12 4-30
En 1Co 12, Pablo discute el problema de los carismas y ministerios introduciendo la idea del cuerpo. Este cuerpo, con
todos los bautizados, es un cuerpo donde se muestra la variedad de los miembros, ya que cada uno de ellos tiene
diversas funciones. En el desarrollo del texto esto se ve claramente; ninguno pretende hacer la tarea del otro. Se pone
de relieve la unidad del cuerpo y la variedad de los miembros. Aquí el Espíritu suscita esta variedad; enumera las
diversas tareas, que es lo que Pablo llama dones o carismas (a todo lo llama carisma, no distingue entre carisma y
ministerio). Cuando tiene que jerarquizarlos dirá que el criterio para determinarlo es ver cuál es el carisma que mas
beneficia al cuerpo. A los corintios les importaba mas el don de lenguas; Pablo enfatiza el carisma mas importante en el
capítulo 13 y dirá que es la caridad; ella favorece y da la unidad a todos los miembros.
Ef 4 1-16
Ef 4,1-16: «Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido
llamados, 2 con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, 3 poniendo empeño en
conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. 4 Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a
que habéis sido llamados. 5 Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos, por todos y en todos. 7 A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de
Cristo. 8 Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. 9 ¿Qué quiere decir "subió" sino que
también bajó a las regiones inferiores de la tierra? 10 Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos,
para llenarlo todo. 11 El mismo "dio" a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores
y maestros, 12 para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del
Cuerpo de Cristo, 13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. 14 Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce
engañosamente al error, 15 antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza,
Cristo, 16 de quien todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición
según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el
amor.»
Pablo considera sucesivamente tres peligros que amenazan la unidad de la Iglesia: la discordia entre los cristianos (vv. 1-
3); la necesaria diversidad de los ministerios (vv. 7-11): las doctrinas heréticas (vv. 14-15). A ellos opone los principios y
el programa de la unidad en Cristo (vv. 4-6. 12-13. 16)
Rm 12 1-8
La comunidad cristiana sucede al Templo de Jerusalén y el Espíritu que mora en ella da una nueva intensidad a la
presencia de Dios en medio del pueblo santo (1Co 3 16. 17¸2Co 6 16). También inspira un nuevo culto espiritual porque
los creyentes son miembros de Cristo (1Co 6 15-20), quien en su cuerpo crucificado y resucitado se ha hecho el lugar de
una presencia nueva de Dios y un culto nuevo (Mt 12 6-7; Jn 2 19-22; Hch 6 13-14; Hb 10 4-10).
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 28
v. 3: La fe se considera aquí en la floración de los dones espirituales distribuídos por Dios a los miembros de la
comunidad cristiana para asegurar su vida y su desarrollo.
v. 5: siendo unos los miembros de los otros; mas que la identificación de todos los cristianos con Cristo subraya su mutua
dependencia (1Co 12 27).
LG 7
El Verbo Encarnado, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (Ga 6 15; 2Co 5 17), superando la muerte
con su muerte y resurrección. A sus hermanos convocados de todos los pueblos los constituyó místicamente como un
cuerpo, comunicándoles su Espíritu. La vida de Cristo se comunica a los creyentes, unidos real y místicamente a Cristo,
paciente y glorificado por medio de los sacramentos.
Por el Bautismo nos configuramos a Cristo (1Co 12 13), en él se representa y efectúa la unión con la muerte y
resurrección de Cristo (Rm 6 4-5).
Por la fracción del pan eucarístico, participamos del Cuerpo del Señor, nos elevamos a la comunión con Él y entre
nosotros mismos (1Co 10 17; 12 27).
Este Cuerpo, aunque tiene muchos miembros es uno, con variedad de carismas y misniterios, uno es el Espíritu que
distribuye los dones y riquezas para el bien de la Iglesia (1Co 12 1-11), especialmente con la gracia apostólica, a cuya
autoridad se subordinan aún los dones carismáticos. El Espíritu unifica el Cuerpo, con su fuerza, por la íntima conexión de
los miembros.
La cabeza de este cuerpo es Cristo, imagen de Dios invisible, en quien todo fue creado (Col 1 5-18). Él domina con
excelsa grandeza cielos y tierra, nos llama a la perfección. Espíritu santo necesario que todos los hermanos se asemejen
a él hasta que Cristo quede formado en ellos (Ga 4 19). Por eso somos asumidos en los misterios de su vida (Flp 3 21; Ef 2
6; 2Tm 2 11; Col 2 12; Rm 6).
Peregrinos sobre la tierra, siguiendo sus huellas en sufrimiento y persecución, nos unimos a sus dolores, padeciendo con
Él para con Él ser glorificados (Rm 8 17). Por Cristo, el Cuerpo se alimenta, une y crece (Col 2 19). Él dispone
constantemente en su Cuerpo los dones y servicios por los que nos ayudamos mutuamente en orden a la salvación (Ef 4
11-16). Para que incesantemente nos renovemos en él (Ef 4 23) nos concedió participar en su Espíritu, que vivifica, une y
mueve todo el Cuerpo y la Cabeza. Él es el alma de la Iglesia.
Cristo ama a la Iglesia como a su propia Esposa (Ef 5 25-28). La Iglesia está sujeta a Cristo, su Cabeza (Ef 5 23-24). Él la
colma de bienes divinos (Ef 1 22-23), para qe ella anhele y consiga toda la plenitud de Dios.
CCE 790-795
Los creyentes que responden a la Palabra de Dios, que se hacen miembros del Cuerpo de Cristo quedan estrechamente
unidos a Cristo por medio de los sacramentos se unen a Cristo muerto y glorificado de una manera misteriosa pero real,
especialmente por el bautismo (unión al Misterio Pascual de Cristo) y la eucaristía (unión al cuerpo de Cristo que nos
eleva a la comunión con Él y entre nosotros).
La unidad del cuerpo no abole la diversidad de miembros, el mismo Espíritu distribuye sus dones para el bien de la
Iglesia. La unidad del cuerpo, produce y estimula entre los fieles la caridad, ella sale victoriosa de todas las divisiones
humanas (Ga 3 27-28). Cristo es la Cabeza de este cuerpo: él es el principio de la creación y redención, elevado a la gloria
del Padre es el primero en todo, principalmente en la Iglesia, por cuyo medio extiende su Reino sobre todas las cosas.
Él nos une a su pascua, por eso los miembros deben esforzarse por asemejarse a Él hasta que Cristo quede formado en
ellos (Ga 4 19), y son integrados en los misterios de su vida. Él provee a nuestro crecimiento (Col 2 19), para hacernos
crecer hacia Él (Ef 4 11-16). Cristo distribuye los dones y servicios por los cuales nos ayudamos mutuamente en orden a
la salvación.
Cristo y la Iglesia forman el Christus totus: la Iglesia Espíritu santo una con Cristo. Redemptor noster unam se personam
con sancta ecclesia quam assumpsit, exhibuit (S. Gregorio). De Jesucristo y de la Iglesia me parece que es todo uno, y
que no es necesario hacer una dificultad de ello (Sta. Juana de Arco).
Ef 5 21-33
Los vv. 23-32, establecen un paralelo entre el matrimonio humano y la unión de Cristo con la Iglesia. Los dos términos de
comparación se aclaran mutuamente. A Cristo se le puede llamar Esposo de la Iglesia porque es su Cabeza, y la ama
como a su propio cuerpo, como sucede entre marido y mujer. UNa vez expuesta esta comparación ofrece de rechazo un
modelo ideal del matrimonio humano. EL simbolismo empleado humde sus raíces en el Antiguo testamento, donde
Israel aparece con frecuencia como Esposa de Yahveh (Os 1 2).
v. 27: presentándola resplandeciente a si mismo: Según las costumbres del Antiguo Oriente, la novia, después de bañada
y adornada era presentada a su prometido por los invitados a la boda. Cristo es quien lava a su prometida de toda
mancha con el baño del bautismo (nótese la mención expresa de una fórmula bautismal) para presentársela a si mismo.
v. 32: En el texto de Gn 2 24, Pablo descubre una prefiguración profética de la unión de Cristo y de la Iglesia, misterio
largo tiempo oculto, y ahora manifestado, al igual que el misterio de la salvación de los géntiles.
MDi 23
Las palabras de la Carta a los Efesios tienen una importancia fundamental en relación con este tema: En esta carta el
autor expresa la verdad sobre la Iglesia como esposa de Cristo, indicando además que esta verdad se basa en la realidad
bíblica de la creación del hombre, varón y mujer. Creados a imagen y semejanza de Dios como “unidad de los dos”,
ambos han sido llamados a un amor de carácter esponsal. Esta llamada fundamental aparece juntamente con la creacion
de la mujer y es llevada a cabo por el creador en la institución del matrimonio (Gn 2, 24). El mismo tiene desde el
principio el car cter de unión de las personas. Indirectamente, los relatos del Génesis, (cfr. Gn. 1, 27; 2, 24) indican que
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 29
todo el “ethos” de las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer debe corresponder a la verdad personal de su
ser.
El texto de la Carta a los Efesios compara el carácter esponsal del amor entre el hombre y la mujer con el misterio de
Cristo y de la Iglesia. Cristo es el esposo de la Iglesia, la Iglesia es la esposa de Cristo. Esta analogía traslada al Nuevo
Testamento lo que estaba contenido en el Antiguo, de modo particular en Oseas, Jeremías, Ezequiel e Isaías. Cada uno
de estos textos merecer un análisis por separado. Dios, por medio del profeta, habla asi a su pueblo (Is. 54, 4-8. 10). Por
haber sido creado el ser humano - hombre y mujer - a imagen y semejanza de Dios, Dios puede hablar de sí por boca del
profeta, sirviéndose de un lenguaje que es humano por esencia. En este texto, es “humano” el modo de expresarse el
amor de Dios, pero el amor mismo es divino. Al ser amor de Dios, tiene un car cter esponsal propiamente divino, aunque
sea expresado mediante la analogía del amor del hombre hacia la mujer. Esta mujer-esposa es Israel, pueblo elegido por
Dios. La elección tiene su origen exclusivamente en el amor gratuito de Dios. Mediante este amor se explica la alianza,
presentada con frecuencia como una alianza matrimonial. Por parte de Dios es un “compromiso” duradero; Él
permanece fiel a su amor esponsal, aunque la esposa le haya sido infiel repetidamente.
Esta imagen del amor esponsal junto con la figura del esposo divino encuentra su afirmación y plenitud en la Carta a los
Efesios (5, 23-32). Cristo es saludado como esposo por Juan el Bautista (cfr. Jn. 3, 27-29). Cristo mismo se aplica esta
comparación tomada de los profetas (cfr. Mc. 2, 19-20). Pablo, que es portador del patrimonio del Antiguo testamento,
también recurre a la misma imagen (2 Cor. 11, 2). La plena expresión de la verdad sobre el amor de Cristo redentor,
según la analogía del amor esponsal en el matrimonio, se encuentra en la Carta a los Efesios (5, 25); con esto recibe
plena confirmación el hecho de que la Iglesia es la esposa de Cristo. En el texto paulino la analogía de la relación
esponsal va contemporáneamente en dos direcciones que constituyen la totalidad del “gran misterio” (“sacramentum
magnum”). La alianza propia de los esposos “explica” el carácter esponsal de la unión de Cristo con la Iglesia y, a su vez,
esta unión - como “gran sacramento” - determina la sacramentalidad del matrimonio como alianza santa de los esposos,
hombre y mujer.
MDi 24
El texto se dirige a los esposos, como mujeres y hombres concretos, y les recuerda el “ethos” del amor esponsal que se
remonta a la institución divina del matrimonio desde el “principio”.. En este amor se da una afirmación fundamental de
la mujer como persona, una afirmación gracias a la cual la personalidad femenina puede desarrollarse y enriquecerse
plenamente. Así actúa Cristo como esposo de la Iglesia, deseando que ella sea “resplandeciente, sin mancha ni arruga”
(Ef. 5, 27). Se puede decir que aquí se recoge plenamente todo lo que constituye “el estilo” de Cristo al tratar a la mujer.
Mientras que en la relación Cristo-Iglesia la sumisión es sólo de la Iglesia, en la relación marido-mujer la “sumisión” no es
unilateral, sino recíproca. La medida de un verdadero amor esponsal encuentra su fuente más profunda en Cristo, que
es el esposo de la Iglesia, su esposa.
MDi 25
En el texto de la Carta a los Efesios encontramos una segunda dimensión de la analogía que en su conjunto debe servir
para revelar “el gran misterio”. Se trata de una dimensión simbólica. Si el amor de Dios hacia el hombre, hacia el pueblo
elegido, Israel, es presentado por los profetas como el amor del esposo a la esposa, tal analogía expresa la condición
“esponsal” y el carácter divino y no humano del amor de Dios (Is. 54, 5). Lo mismo podemos decir del amor esponsal de
Cristo redentor (Jn. 3, 16). Se trata, por tanto, del amor de Dios expresado mediante la redención realizada por Cristo.
Este amor es “semejante” al amor esponsal de los esposos pero naturalmente no es “igual”. La analogía, en efecto,
implica una semejanza, pero deja un margen adecuado de no-semejanza.
Lo anterior se pone fácilmente de manifiesto si consideramos la figura de la “esposa”. Según la Carta a los Efesios la
esposa es la Iglesia, lo mismo que para los profetas la esposa era Israel. Se trata de un sujeto colectivo y no de una
persona singular, el pueblo de Dios, es decir, una comunidad compuesta por muchas personas, tanto mujeres como
hombres. “Cristo ha amado a la Iglesia” precisamente como comunidad, como pueblo de Dios; y, al mismo tiempo, en
esta Iglesia. Él ha amado a cada persona singularmente. Cristo ha redimido a todos sin excepción, hombre o mujer. En la
redención se manifiesta precisamente este amor de Dios y llega a su cumplimiento el carácter esponsal de este amor en
la historia del hombre y del mundo.
Cristo entró en esta historia y permanece en ella como el esposo que “se ha dado a sí mismo”. “Darse” quiere decir
“convertirse en un don sincero” del modo más completo y radical (Jn. 15, 13). En esta concepción, por medio de la
Iglesia, todos los seres humanos - hombres y mujeres - están llamados a ser la “esposa” de Cristo redentor del mundo.
De este modo “ser esposa” y, por consiguiente, lo “femenino”, se convierte en símbolo de todo lo “humano.
En el ámbito de lo que es humano, es decir, de lo que es humanamente personal, la “masculinidad” y la “femineidad” se
distinguen y, a la vez, se completan y se explican mutuamente. Esto se constata también en la gran analogía de la
“esposa”, en la Carta a los Efesios. En la Iglesia cada ser humano - hombre y mujer - es la “esposa”, en cuanto recibe el
amor de Cristo redentor como un don y también en cuanto intenta corresponder con el don de la propia persona.
Cristo es el Esposo. De esta manera se expresa la verdad sobre el amor de Dios (cfr. 1 Jn. 4, 19) y que, con el don que
engendra este amor esponsal al hombre, ha superado todas las expectativas humanas (Jn. 13, 1). El esposo - el Hijo
consubstancial al Padre en cuanto Dios - se ha convertido en el hijo de María, , verdadero hombre, varón. El símbolo del
esposo es de género masculino. En este símbolo masculino está representado el carácter humano del amor con el cual
Dios ha expresado su amor divino a Israel, a la Iglesia, a todos los hombres. Meditando todo lo que los evangelios dicen
sobre la actitud de Cristo hacia las mujeres, podemos concluir que como hombre - hijo de Israel - revel¢ la dignidad de
las “hijas de Abraham” (cfr. Lc. 13, 16). Al mismo tiempo, Cristo puso de relieve toda la originalidad que distingue a la
mujer del hombre, toda la riqueza que le fue otorgada a ella en el misterio de la creación. Porque el amor divino de
Cristo es amor de esposo, este amor es paradigma y ejemplo para todo amor humano, en particular para el amor del
varón.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 30
MDi 26
En el vasto trasfondo del “gran misterio”, que se expresa en la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia, es posible
también comprender de modo adecuado el hecho de la llamada de los “doce”. Cristo, llamando como apóstoles suyos s
¢lo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su
comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición
avalada por la legislación de su tiempo. La hipótesis de que haya llamdo como apóstoles a unos hombres, siguiendo la
mentalidad difundida en su tiempo, no refleja completamente el modo de obrar de Cristo (Mt. 22, 16). Los Doce estaban
con Cristo durante la última cena y sólo ellos recibieron el mandato sacramental (Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 24), que está
unido a la institución de la eucaristía. Ellos, la tarde del día de la resurrección, recibieron el Espíritu Santo para perdonar
los pecados (Jn. 20, 23).
Nos encontramos en el centro mismo del misterio pascual, que revela hasta el fondo el amor esponsal de Dios. Cristo es
el esposo, porque “se ha entregado a sí mismo”: su cuerpo ha sido “dado”, su sangre ha sido “derramada” (cfr. Lc. 22,
19-20). El “don sincero”, contenido en el sacrificio de la cruz, hace resaltar de manera definitiva el sentido esponsal del
amor de Dios. Cristo es el esposo de la Iglesia, como redentor del mundo. La eucaristía es el sacramento de nuestra
redención. Es el sacramento del esposo, de la esposa. La eucaristía hace presente y realiza de nuevo, de modo
sacramental, el acto redentor de Cristo, que “crea” la Iglesia, su cuerpo: Cristo está unido a este “cuerpo”, como el
esposo a la esposa. Todo esto está contenido en la Carta a los Efesios. En este “gran misterio” de Cristo y de la Iglesia se
introduce la perenne “unidad de los dos”, constituida desde el “principio” entre el hombre y la mujer.
Si Cristo, al instituir la eucaristía, la ha unido de una manera tan explícita al servicio sacerdotal de los apóstoles, es lícito
pensar que de este modo deseaba expresar la relación entre el hombre y la mujer, entre lo que es “femenino” y lo que
es “masculino”, querida por Dios, tanto en el misterio de la creación como en el de la redención. Ante todo en la
eucaristía se expresa de modo sacramental el acto redentor de Cristo esposo en relación con la Iglesia esposa. Esto se
hace transparente y unívoco cuando el servicio sacramental de la eucaristía - en é que el sacerdote actúa “in persona
Christi” - es realizado por el hombre.
MDi 27
El Concilio Vaticano II ha renovado en la Iglesia la conciencia de la universalidad del sacerdocio. En la nueva alianza hay
un solo sacrificio y un solo sacerdote: Cristo. De este único sacerdocio participan todos los bautizados, ya sean hombres
o mujeres, en cuanto deben “ofrecerse a sí mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios” (cfr. Rom. 12, 1),
dar en todo lugar testimonio de Cristo y dar razón de su esperanza en la vida eterna a quien lo pida (cfr. 1 Ped. 3, 15). La
participación universal en el sacrificio de Cristo, con el que el redentor ha ofrecido al Padre el mundo entero y, en
particular, la humanidad, hace que todos en la Iglesia constituyan “un reino de sacerdotes” (Apoc. 5, 10; cfr. 1 Ped. 2, 9),
esto es, que participen no sólo en la misión sacerdotal, sino también en la misión profética y real de Cristo. Esta
participación determina además, la unión orgánica de la Iglesia, como pueblo de Dios, con Cristo. Con ella se expresa a la
vez el “gran misterio” de la Carta a los Efesios: la esposa unida a su esposo; unida, porque vive su vida; unida, porque
participa de su triple misión; unida de tal manera que responda con un “don sincero” de sí al inefable don del amor del
esposo, redentor del mundo. Esto concierne a todos en la Iglesia, tanto a las mujeres como a los hombres, y concierne
obviamente también a aquellos que participan del “sacerdocio ministerial”, que tiene el car cter de servicio. En el ámbito
del “gran misterio” de Cristo y de la Iglesia todos están llamados a responder - como una esposa - con el don de la vida al
don inefable del amor de Cristo, el cual, como redentor del mundo, es el único esposo de la Iglesia. En el “sacerdocio
real”, que es universal, se expresa a la vez el don de la esposa.
Esto tiene una importancia fundamental para entender la Iglesia misma en su esencia, evitando trasladar a la Iglesia -
incluso en su ser una “instituci¢n” compuesta por hombres y mujeres insertos en la historia - criterios de comprensión y
de juicio que no afecten a su naturaleza. Aunque la Iglesia posee una estructura “jerárquica”, esta estructura está
ordenada totalmente a la santidad de los miembros del cuerpo de Cristo. La santidad, por otra parte, se mide según el
“gran misterio”, en el que la esposa responde con el don del amor al don del esposo, y lo hace “en el Espíritu Santo”
(Rom. 5, 5). El Concilio Vaticano II, confirmando la enseñanza de toda la tradición, ha recordado que en la jerarquía de la
santidad precisamente la “mujer”, María de Nazaret, es “figura” de la Iglesia. Ella “precede” a todos en el camino de la
santidad; en su persona la “Iglesia ha alcanzado ya la perfección con la que existe inmaculada y sin mancha” (cfr. Ef. 5,
27). En este sentido se puede decir que la Iglesia es, a la vez, “mariana” y “apostólica petrina” 16.
En la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos, había junto a los hombres, numerosas mujeres, para quienes la
respuesta de la esposa al amor redentor del esposo adquiría plena fuerza expresiva. En primer lugar, vemos a aquellas
mujeres que personalmente se habían encontrado con Cristo y le habían seguido, y después de su partida “eran asiduas
en la oración” juntamente con los apóstoles en el cénaculo de Jesrusalén hasta el día de Pentecostés. Aquellas mujeres,
y después otras, tuvieron una parte activa e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en la edificación de la primera
comunidad desde los cimientos, mediante los propios carismas y con su servicio multiforme. Los escritos apostólicos
anotan sus nombres, como Febe, “diaconisa de Cencreas” (cfr. Rom. 16, 1), Prisca con su marido Aquila (cfr. 2 Tim. 4,
19), Evodia y S¡ntique (cfr. Flp. 4, 2), María, Trifena, Pérside, Trifosa (cfr. Rom. 16, 6. 12). El Apóstol habla de los
“trabajos” de ellas por Cristo, y estos trabajos indican el servicio apostólico de la Iglesia en varios campos, comenzando
por la “Iglesia doméstica”; es aquí, en efecto, donde la “fe sencilla” pasa de la madre a los hijos y a los nietos, como se
verificó en casa de Timoteo (cfr. 2 Tim. 1, 5).
16
“Este perfil mariano es igualmente - si no lo es mucho más - fundamental y característico para la Iglesia, que el perfil apostólico y petrino, al que
está profundamente unido… La dimensión mariana de la Iglesia antecede a la petrina, aunque está‚ estrechamente unida a ella y sea complementaria.
María, la inmaculada, precede a cualquier otro, y obviamente al mismo Pedro y a los apóstoles, no sólo porque Pedro y los apóstoles, proveniendo de
la masa del género humano que nace bajo el pecado, forman parte de la Iglesia “sancta ex peccatoribus”, sino también porque su triple munus no
tiende más que a formar a la Iglesia en ese ideal de santidad, en que ya está formado y figurado en María. Como bien ha dicho un teólogo
contempor neo, 'María es reina de los apóstoles, sin pretender para ella los poderes apostólicos. Ella tiene otra cosa y más” (Juan Pablo II, citando a
Balthasar).
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 31
Lo mismo se repite en el curso de los siglos, generación tras generación, como lo demuestra la historia de la Iglesia. En
efecto, la Iglesia defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación ha mostrado honor y gratitud para aquellas que -
fieles al evangelio - han participado en todo tiempo en la misión apostólica del pueblo de Dios. Se trata de santas
mártires, de vírgenes, de madres de familia, que valientemente han dado testimonio de su fe, y que educando a los
propios hijos en el espíritu del evangelio han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia.
En cada época y en cada país encontramos numerosas mujeres “perfectas” (cfr. Prov. 31, 10) que, a pesar de las
persecuciones, dificultades o discriminaciones, han participado en la misión de la Iglesia. Mónica, madre de Agustín,
Macrina, Olga de Kiev, Matilde de Toscana, Eduviges de Silesa y Eduviges de Cracovia, Isabel de Turingia, Brígida de
Suecia, Juana de Arco, Rosa de Lima, Elizabeth Seton y Mary Ward.
El testimonio y las obras de mujeres cristianas han incidido significativamente tanto en la vida de la Iglesia como en la
sociedad. También ante graves discriminaciones sociales las mujeres santas han actuado “con libertad”, fortalecidas por
su unión con Cristo. Una unión y libertad radicada así en Dios explica, por ejemplo, la gran obra de santa Catalina de
Siena en la vida de la Iglesia, y de santa Teresa de Jesús en la vida monástica.
También en nuestros días la Iglesia no cesa de enriquecerse con el testimonio de tantas mujeres que realizan su
vocación a la santidad. Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino, pero son también un modelo para
todos los cristianos, un modelo de la “sequela Christi” - seguimiento de Cristo -, un ejemplo de cómo la esposa ha de
responder con amor al amor del esposo.
CCE 796
La unidad de Cristo y de la Iglesia, implica tanbién la distinción de amobos en una relación personal. Juan el Bautista
designa a Jesús como el Esposo (Jn 3 29), Jesús mismo se autodenomina así (Mc 2 19; Mt 22 1-14). Para Pablo, la Iglesia y
cada fiel (miembro del cuerpo) es como la Inmaculada Esposa del Cordero Inmaculado (Ap 19 1; 21 2. 9; 22 17). Cristo la
amó y se entregó por ella para santificarla (Ef 5 26), asociaciada a Él, la cuida como a su propio cuerpo (Ef 5 29). Hay en
efecto dos personas diferentes, y no obstante no forman mas que una en el abrazo conyugal …como Cabaeza, Él se llama
Esposo, y como Cuepo, Esposa (s. Agustín).
CCE 808
La Iglesia es la Esposa de Cristo. Él la ha amado y se ha entregado por ella, la ha purificado por medio de su sangre. Ha
hecho de ella la madre fecunda de todos los hijos de Dios.
3. …y el Templo del Espíritu.
Ef 2 11-22
v. 11: el pasado que Pablo describe, mas que el de sus lectores, es el del mundo pagano.
v. 12a: lejos de Cristo, es decir, sin Mesías.
v. 12b: extraños a las alianzas de la Promesa, o sea, las alianzas sucesivas concertadas por Dios con Abrahám (Gn 12.
15), Isaac, Jacob, Moisés (Ex 19; Lv 26 42-45; Sb 18 22), David, que contenían la promesa de la salvación mesiánica.
v. 12c: sin esperanza, es la esperanza mesiánica, reservada solo a Israel
v. 12d: sin Dios en el mundo, aunque los géntiles tenían muchos dioses, no tenían al verdadero y único (1Co 8 55).
v. 13: el acercamiento lo ha realizado la cruz de Cristo: primero el de los judíos y géntiles entre si, y luego el de todos con
el Padre.
v. 14: el muro de división, era el que en el Templo separaba a géntiles de judíos.
v. 15a: anulando en su carne la Ley, la de Moisés, que hacía de los judíos un pueblo privilegiado, y los separaba de los
géntiles. Jesús suprimió esta ley cumpliéndola definitivamente mediante su cruz (Col 2 14).
v. 15b: el hombre nuevo, es el prototipo de la humanidad recreada por Dios en la persona de Cristo resucitado, como
último Adán (1Co 15 45), luego de haber dado muerte en él sobre la cruz al linaje del primer Adán, corrompido por el
pecado (Rm 5 12). Es uno solo porque desaparecen todas las divisiones entre los hombres (Ga 3 27ss).
v. 16: Este Cuerpo único es ante todo, el cuerpo físico e individual de Cristo sacrificado en la cruz (Col 1 22), pero es
también su cuerpo eclesial, en el que se agrupan todos los miembros ya reconciliados (1Co 12 12).
v. 18: el mismo Espíritu, anima el Cuerpo único, el de Cristo unido a su Iglesia, es el Espíritu Santo que transformó su
cuerpo resucitado y desde él se derrama en sus miembros. La intención trinitaria de este versículo es bien clara.
v. 19: es la nueva situación de los géntiles, contrapuesta a la de los vv. 11-13.
v. 20. los profetas, no son los del Antiguo testamento, sino los del Nuevo testamento (Hch 11 27), que constituyen la
primera generación de los testigos que recibieron la revelación del plan divino y predicaron el Evangelio (Lc 11 49; Mt 23
34; 10 41). Ellos son el cimiento sobre el que se edifica la Iglesia. Esta función de cimiento se aplica tambíen a Cristo (1Co
3 10).
DP 198-208
Cristo resucitado y exaltado, derrama su Espíritu Santo en Pentecostés sobre los Apóstoles, y después sobre todos los
que han sido llamados. La Nueva Alianza se interioriza por el Espíritu Santo que nos da la ley de la gracia y de la libertad
que Él mismo ha escrito en nuestros corazones. La renovación de los hombres y consecuentemente de la sociedad,
dependerá en primer lugar, de la acción del Espíritu. Las leyes y estructuras deberán ser animadas por Él, que vivifica a
los hombres y hará que el Evangelio se encarne en la historia.
América Latina, desde el origen de la evangelización selló esta Alianza con el Señor, tiene que renovarla ahora y vivirla
con la gracia del espíritu, con todas sus exigencias de amor, entrega y justicia.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 32
El Espíritu Santo es llamado por Jesús el Espíritu de la Verdad, el encargado de llevarnos a la verdad plena (Jn 16 13). Él
da en nosotros testimonio de que somos hijos de Dios, y de que Jesús ha resucitado. Por eso, es el principal
evangelizador: anima a los evangelizadores y los asiste para que lleguen a la verdad total (sin errores ni limitaciones).
El Espíritu es el agua viva que fluye de la fuente que es Cristo, resucita a los muertos por el pecado y nos hace odiarlo
especialmente en una momento de tanta confusión y desorientación como el presente.
Es Espíritu de amor y de libertad, derramado por el Padre en nosotros (Rm 5 5), necesariamente vinculado a la filiación y
a la fraternidad. El que es libre según el Evangelio solo se compromete a las acciones dignas de su Padre Dios y de sus
hermanos los hombres.
Jesucristo Salvador de los hombres difunde su Espíritu sobre todos, sin acepción de personas. Quien en su
evangelización excluya a un solo hombre de su amor, no posee el Espíritu de Cristo. La acción apostólica tiene que
abarcar a todos los hombres, llamados a ser hijos de Dios.
La jerarquía y las instituciones, lejos de ser obstáculos para la evangelización son instrumenos del Espíritu y de la gracia.
Los carismas nunca han estado ausentes en la Iglesia. Esta renovación esporitual, en los lugares y medios más diversos
conduce a la oración gozoza, a la íntima unión con Dios, a la fielidad al Señor, a la profunda comunión de las almas.
CCE 688
La Iglesia es la comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite. Es el lugar de nuestro conocimiento del
Espíritu. En:
Las Escrituras (que Él ha inspirado)
La Tradición,
El Magisterio de la Iglesia (que Él asiste),
La liturgia sacramental (en ella Él nos pone en comunión con Cristo),
La oración (en la cual Él intercede por nosotros),
Los Carismas y Ministerios (mediante los que se edifica la Iglesia),
El testimonio delos santos (donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra salvífica).
Los signos de vida apostólica y misionera,
CCE 797-801
El Espíritu es el alma de la Iglesia. Al Espíritu de Crista ha de atribuirse, la cohesión de los miembros entre si con su
excelsa Cabeza. El Espíritu está entero, en la Cabeza, en el Cuerpo y en los mimebros: hace de la Iglesia el Templo de
Dios vivo (2Co 6 16; 1Co 3 16-17; Ef 2 21).
A la Iglesia ha sido confiado el don de Dios. Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo. Dónde está la
Iglesia, está el Espíritu de Dios. Donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda la gracia. El Espíritu Santo es el
principio de acción vital en todas las partes del cuerpo. Actúa de múltiples maneras: por la Palabra de Dios (que tiene el
poder de construir el edificio - Hch 20 32), por el Bautismo (mediante el cual forma el cuerpo de Cristo), por los
Sacramentos (que hacen crecer y curar los miembros de Cristo), por los ministerios y carismas.
Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del esíritu santo que tienen directa o indirecta, mente
utilidad eclesial, ordenados a:
la edificación de la Iglesia,
el bien de los hombres,
las necesidades del mundo.
Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe y por los miembros de la Iglesia. Son una
maravillosa riqueza de gracia, para la vitalidad apostólica, para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo. Los carismas
constituyen tal riqueza siempre que se trate de auténticos dones del Espíritu Santo y se ejerzan de modo plenamente
conformes a Él, o sea según la Caridad, verdadera medida de todos los carismas.
Aparece siempre necesario el discernimiento de los carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia y sumisión a los
Pastores de la Iglesia. A ellos compete no apagar el Espíritu, examinando todo y quedándose con lo bueno, a fin de que
todos los carismas cooperen al bien común (1Co 12, 17).
[Dios 5]
“El Hijo es otro del Padre, la apertura de la relación en Dios. La alteridad en Dios no es separación o contraposición, sino
comunicación y donación, el esplendor y la gloria del dinamismo del amor… El amor en Dios está movido por la lógica de
la diferenciación de cara a la comunicación sin reservas y al diálogo sin secretos. Por eso el Otro que brota del Padre es
Hijo y Logos: Hijo en cuanto autpexpresión regalada y aceptada, Logos en cuanto inteligibilidad desplegada y
compartida.
Este amor no posee la trascendencia del aislamiento o de la distancia. Por su propia constitución personal el Segundo de
la Trinidad es encarnable, posee la libertad yla generosidad para ser el enviado, el contenido de lo que Dios puede
ofrecer y prometer al mundo. Esa apertura de la comunicación al mundo va a ser al ámbito de la Iglesia. La Iglesia deberá
reflejar esta lógica y expresar esta relación al mundo por parte de Dios, de la misión del Hijo.
La proexistencia del Hijo es manifestación de su preexistencia. Su tarea consistirá en ofrecer a los hombres el modo
nuevo de filiación en virtud de la fe en él, la reconciliación de los hombres con Dios y en consecuencia la fraternidad
entre los hombres. De esa misión y de esa lógica surgirá la Iglesia, llamada para prolongarla y servirla. “ 17
17
BUENO DE LA FUENTE ELOY, Eclesiología, Colección Sapientia Fidei, BAC, Madrid, 1998, pág. 48.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 33
[Dios 6 ]
La Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo. Desde su plenitud, Cristo el Señor derrama el Espíritu
Santo que se manifiesta, da y comunica como persona. Pentecostés es la revelación plena de la Santísima Trinidad.
Desde aquí, el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él. Con su venida que no cesa, el Espíritu
Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos: el tiempo de la Iglesia, del Reino ya empezado, pero todavía no
consumado. (CCE 731-732)
La misión de Cristo y del Espíritu se realiza en la Iglesia, misión conjunta que asocia desde ahora a los fieles en Cristo en
su comunión con el padre en el Espíritu santo. El Espíritu Santo prepara a los hombres para atraerlos hacia Cristo, les
manifiesta al Señor Resucitado, les recuerda su Palabra, les abre su mente para entender su Misterio Pascual, sobre todo
en la Eucaristía. La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu, sino que és su sacramento. Ella, con todo
su ser y todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el misterio de la
comunión de la Santísima Trinidad. (CCE 737-738)
[Cristo 5]
LG 7 (resúmen): El Verbo Encarnado, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura, superando la muerte con
su muerte y resurrección. A sus hermanos convocados de todos los pueblos los constotuyó místicamente como su
Cuerpo, comunicándoles su Espíritu. La vida de Cristo se comunica a los creyentes, unidos real y misteriosamente a
Cristo. La cabeza de este cuerpo es Cristo, imagen de Dios invisible, en quien todo fue creado. Él domina los cielos y la
tierra, y llena con su perfección su cuerpo. Es necesario que todos los miembros se asemejen a él hasta que Cristo quede
formado en ellos (Ga 4 19). Peregrinos en la tierra, siguiendo sus huellas en sufrimiento y persecución, nos unimos a sus
dolores, padeciendo con Él para con Él ser glorificados. Por Cristo, el Cuerpo se alimento, une y crece. Él dispone
constantemente en su Cuerpo los dones y servicios por los que nos ayudamos en orden a la salvación. 18
[Gracia 12. 2]
La gracia es una participación en la vida de Dios.
Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de
su cuerpo.
Como hijo adoptivo, puede ahora llamar Padre a su Dios, en unión con el Hijo único.
Recibe la vida del espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.
CCE 1997
La gracia es ante todo don del Espíritu que nos justifica y santifica. La gracia comprende también los dones del Espíritu
Santo, que él nos concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la salvación de los otros y
en el crecimiento del Cuerpo de Cristo: Estas son las gracias sacramentales y las gracias especiales o carismas. (Crf. CCE
2003)
18
Para profundizar mas CCE 790-795.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 34
TESIS 6
“La Iglesia es el pueblo reunido en y por la unidad de la Trinidad”. La Iglesia y Trinidad (LG 2-4; AG 2-4; UR 2; DP 211-
219; CCE 750, 758). Cristo, el Espíritu y la Iglesia (LG 3-4; AG 4-5; CCE 711-716, 787-789, 797-798) [Fundamental 4, 1;
Dios 7; Creación 3; Escatología 12].
LG 2-4
El Padre eterno creó el mundo por libérrimo designio de su sabiduría y bondad. Él decretó elevar a los hombres a la
participación de su vida divina, y no los abandonó después del pecado, sino que les dispensó su auxilio en atención a
Cristo, predestinándolos a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8 19). Para eso, determinó convocar a los creyentes en
Cristo en la Santa Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo, prefigurada en la historia de Israel, constituída en los
últmos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu. Al final de los tiempos desde Abel al último elegido se
congregarán ante el Padre en una Iglesia universal.
Vino el Hijo, enviado por el Padre. Él nos eligío antes de la creación del mundo, y nos predetinó a la adopción filial. En
cumplimiento de la voluntad del padre inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio, y efectuó la
redención con su obediencia. La Iglesia o Reino de Cristo, presente ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el
poder de Dios. La Eucaristía renueva sobre el altar el sacrificio que es Cristo nuestra Pascua (1Co 15 7), y se efectúa la
obra de nuestra salvación. Ella produce y representa la unidad de los fieles, que forman así un solo cuerpo en Cristo (1co
10 17). A esta unión son llamados todos los hombres.
Consumada la obra que el Padre confió al Hijo, fue enviado el Espíritu Santo en Pentecostés, para que SANTIFICARA A LA
IGLESIA, de forma que los que creen en Cristo, tuvieran acceso al Padre (Ef 2 18). Él es el Espíritu de la vida, la fuente de
agua que salta hasta la vida eterna., por Él el Padre vivifica a todos los hombres muertos por el pecado hasta que Cristo
resucite en sus cuerpos mortales. Él habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un Templo (1Co 3 16; 6
19). En ellos ora, y da testimonio de la adopción (Ga 4 6; Rm 8 15-16. 26).
Con diversos dones jerárquicos dirige y enriquece a la Iglesia, a la que guía hacia/en toda la (Jn 16 13) y la unifica en
comunión y ministerio. Por la fuerza del Evangeliohace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente, la conduce a
la unión consumada con su Esposo.
AG 2-4
La Iglesia peregrina es por su naturaleza misionera. Toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu según el plan del
Padre. Creándonos libremente por un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad, llamándonos a participar por
gracia en la Vida y en la Gloria. Él que es el creador de todas las cosas, difundiendo sin cesar su bondad ha venido a
hacerse todo en todas las cosas (1Co 15 28), procurando a la vez su gloria y nuestra felicidad. Él llamó a todos los
hombres a compartir su vida no individualmente, sino formando un pueblo. Este proposito universal de Dios no se
realiza solo de un modo secreto en el alma de los hombres, o por sus esfuerzos de tipo religioso con los que el hombre
busca a Dios. Dichos esfuerzos necesitan ser iluminados y salvados, considerados como pedagogia hacia el verdadero
Dios.
Dios, para establecer la paz y la comunión con Él, y una fraterna sociedad entre los hombres pecadores, dispuso entrar
en la historia de un modo nuevo y definitivo, enviando a su hijo en carne nuestra, para reconciliar consigo al mundo y
arrancar a los hombres del poder de las tinieblas. Asi a su Hijo, por el que también hizo los siglos, lo constituyó heredero
de todas las cosas, a fin de que sean restauradas en Él: lo envió como verdadero mediador entre Dios y los hombres,
marchando por los caminos de la verdadera encarnación para hacer a los hombres partícipes de su naturaleza divina. Él
asumió la entera naturaleza humana, menos en el pecado, para buscar y salvar lo perdido (Lc 19 10). Lo que ha sido
predicado una vez por el Señor en Él se ha cumplido para la salvación del género humano, y debe ser proclamado y
difundido hasta los últimos confines de la tierra: de suerte que lo que se obró para todos en orden a la salvación alcance
su efecto en todos en el curso de los tiempos.
Para que esto se realizara plenamente, Cristo envió de parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a cabo
interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a si misma. Él obraba ya en el mundo antes de que
Cristo fuera glorificado, sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos
para siempre. Asi, la Iglesia se manifestó públicamente a la multitud, por la predicación comenzó la difusión del
Evangelio, y fue por fin prefigurada la unidad de los pueblos en la catolicidad de la fe por medio de la Iglesia de la Nueva
Alianza, que habla todas las lenguas y las abraza en la caridad, superando la división de Babel.
El Espíritu Santo vivifica a manera de ALMA, infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a
Cristo, a veces también, se anticipa a la acción apostólica: asi, sin cesar, acompaña y dirige la misión.
UR 2
El amor de Dios para con nosotros se manifestó en que el Padre envió al mundo a su Hijo, para que hecho hombre,
regenerara a los hombres y los congregara en unidad. Antes de ofrecerse en la cruz, Cristo rogó al Padre por la unidad
(Jn 17 21) e instituyó en su Iglesia el sacramento de la Eucaristía por el cual se significa y realiza la unidad de la Iglesia.
Dió a los suyos el nuevo mandamiento del amor mutuo y les prometió el Espíritu Santo consolador.
Después de levantado en la Crus y Glorificado, el Señor Jesús envió el Espíritu que había prometido, por medio del cual
llamó y congregó al Pueblo de la Nueva Alianza, en unidad de fe, esperanza y amor (Ef 4 4-5; Ga 3 27-28). El Espíritu
Santo que habita en los creyentes, llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza la admirable unión de los fieles. Tan
estrechamente une en todos a Cristo que él es el principio de la unidad en la Iglesia. Distribuyendo gracias y ministerios,
enriquece a la Iglesia con variedad de dones (Ef 4 12).
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 35
Para establecer su Santa Iglesia, Cristo confió al Colegio de los Apósotles el oficio de enseñar, regir y gobernar. Entre ellos
eligió a pedro, sobre el cual, después de la confesión de fe decretó edificar su Iglesia. A Pedro le encomendó la llave del
reino de los cielos, el confirmar a todas las ovejas en la fe, y apacentarlas en perfecta unidad.
Jesucristo quiere que por medio de los Apóstoles y de sus sucesores los Obispos con su cabeza, el sucesor de Pedro, por
la fiel predicación del Evangelio, la administración de los sacramentos, y el gobierno en el amor (operando el Espíritu
Santo) crezca su pueblo.
La Iglesia, único rebaño de Dios, peregrina en esperanza, comunica el Evangelio de la paz a todo el género humano: es
misterio de unidad. Su supremo modelo y principio es la trinidad de personas y la unidad de Dios.
DP 211-219
Luego de la proclamación de Cristo que nos revela al Padre y nos da su Espíritu, llegamos a descubrir las raíces últimas
de nuestra Comunión y participación. Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. De esta comunión
proceden todo amor y toda comunión para grandeza y dignidad de la existencia humana. Por Él, la humanidad participa
de la vida Trinitaria. Con su actividad pascual, hoy nos lleva a la participación del misterio de Dios. Por su solidaridad con
nosotros nos hace capaces de vivificar nuestra actividad con el amor, y capaces de transformar nuestra trabajo y nuestra
historia en gesto litúrgico. Ser protagonistas con él de la construcción de la convivencia y las dinámicas humanas que
reflejan el misterio de Dios y constituyen su gloria viviente.
Por, con y en Cristo, entramos a participar en la comunión de Dios, no hay otro camino que lleve al Padre. Al vivir con
Cristo llegamos a ser su Cuerpo Místico, su Pueblo de hermanos unidos por el amor, que derrama en nuestros corazones
el Espíritu: Esta es la comunión a la que el Padre nos llama en Cristo por el Espíritu, a ella se orienta toda la historia de
salvación, en ella se consuma el designio de amor del Padre.
La comunión abarca el ser, ha de manifestarse en toda la vida (aún en la vida económica, social y política). Producida por
el Padre, por el Hijo y por el Espíritu es la comunicación de su propia vida trinitaria: esta es la comunión que buscan
ansiosamente las muchedumbres de nuestro continente cuando confían en la providencia del Padre, confiesan a Cristo
como Dios salvador, buscan la gracia del Espíritu en los sacramentos, aún cuando se signan “en el nombre del Padre… “
En esta comunión trinitaria del Pueblo y Familia de Dios, juntamente veneramos e invocamos la intercesión de la Virgen
María y de todos los santos. La evangelización es un llamado a la comunión trinitaria. Otras formas de comunión,
aunque no constituyen el destino último del hombre, son animadas por la gracia. La Evangelización nos lleva a participar
en los gemidos del Espíritu que quiere liberar a toda la creación. El mismo Espíritu nos abre camino a la unidad de todos
los hombres entre si y de los hombres con Dios.
CCE 750
Creer que la Iglesia es SANTA y CATÓLICA, y que es apostólica, es inseparable de la fe en Dios uno y Trino.
Credo ecclesiam: El símbolo apostólico hace profesión de creer que existe una Iglesia Santa. Por eso no decimos credo in,
reservado solo a las Personas Divinas. No debe confundirse a Dios con sus obras. Hay que atribuír claramente a Dios
todos los dones que ha puesto en su Iglesia.
CCE 758
Para penetrar en el Misterio de la Iglesia conviene primero contemplar su origen dentro del designio de la santísima
trinidad, y su realización progresiva en la historia.
LG 3-4
Vino el Hijo, enviado por el Padre, el cual nos eligió antes de la creación del mundo y nos predestinó a la adopción filial.
En cumplimiento de la voluntad del Padre inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y efectuó la
redención con su obediencia.
La Iglesia o Reino de Cristo, presnte ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. La Eucaristía
renueva sobre el altar el sacramento que es Cristo nuestra Pascua (1Co 5 7) y se efectúa la obra de nuestra redención. La
Eucaristía produce y representa la unidad de los fieles, un solo cuerpo en Cristo (1Co 10 17). A este unión con Cristo son
llamados todos los hombres.
Consumada la obra que el Padre confió al Hijo fue enviado el Espíritu Santo en Pentecostés. Él es el Espíritu de la vida, la
fuente del agua que salta hasta la vida eterna. El Espíritu fue enviado para que santificara a la Iglesia, de forma que los
que creen en Cristo tuvieran acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2 18). Por el Espíritu, el Padre vivifica a todos los
hombres muertos por el pecado hasta que Cristo resucite en sus cuerpos mortales (Rm 8 10-11).
El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles, como en un Templo (1Co 3 16; 6 19). En ellos ora, de
testimonio de la adopción de hijos (Ga 4 6; Rm 8 15-16. 26). Él enriquece a la Iglesia condiversos dones jerárquicos y
carismáticos, dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (Ef 4 11-12; 1Co 12; Ga 5 22), a la que guía hacia-en toda
la verdad (Jn 16 13) y la unifica en comunión y ministerio.
Por la fuerza del Evangelio, hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente, la conduce a la unión consumada
con su esposo.
AG 4-5
Cristo envió de parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a cabo interiormente su obra salvífica e impulsara a la
Iglesia a extenderse a si misma. Él obraba ya en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado, sin embargo, el día de
Pentecostés descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos para siempre. Asi, la Iglesia se manifestó
públicamente a la multitud, por la predicación comenzó la difusión del Evangelio, y fue por fin prefigurada la unidad de
los pueblos en la catolicidad de la fe por medio de la Iglesia de la Nueva Alianza, que habla todas las lenguas y las abraza
en la caridad, superando la división de Babel.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 36
El Espíritu Santo vivifica a manera de ALMA, infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a
Cristo, a veces también, se anticipa a la acción apostólica: asi, sin cesar, acompaña y dirige la misión.
El Señor Jesús, ya desde el principio, llama a si a los que Él quiso, designó a Doce para que lo acompañaran y para
enviarlos a predicar. Los apóstoles son la semilla del nuevo israel, el origen de la jerarquía sagrada. El Señor una vez que
hubo completado en si los misterios de nuestra salvación, y la restauración de todas las cosas con su muerte y
resurrección, habiendo recibido toda potestad antes de ascender al cielo fundó su Iglesia como sacramento de salvación
y envió a los apóstoles al mundo entero como Él había sido enviado por el Padre (Mt 28 19-20; Mc 16 15). De aquí
proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación de Cristo: el mandamiento expreso a los Apóstoles
transmitido a sus sucesores, y la vida que a sus miembros infunde Cristo.
La misión de la Iglesia, obediente al mandato de Cristo, movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo se hace
presente en acto pleno a todos los hombres y pueblos, para llevarlos con el ejemplo de su vida y predicación, con los
Sacramentos, con los demñas medios de gracia, A la fe, a la libertad y a la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el
camino segura para participar plenamente en el misterio de Cristo.
La Iglesia, a impulso del Espíritu Santo debe caminar por el mismo sendero de Cristo: el sendero de la pobreza, de la
obediencia, del servicio, de la inmolación propia hasta la muerte (de la que surgió victorioso por su resurrección)
CCE 711-716
Dos líneas proféticas se perfilan en el Antiguo testamento: una se refiere a la espera del Mesías, la otra, al anuncio de un
Espíritu nuevo: las dos convergen en el pequeño resto, EL PUEBLO DE LOS POBRES (So 2 3), que aguardan en esperanza
la consolación de Israel y la redención de Jerusalén.
Los rasgos del rostro del Mesías comienzan a aparecer el el Libro del Emmanuel, especialmente Is 11 1-2.
Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (Is 42 1-9; Mt 12 18-21; Jn 1 32-34; Is 49 1-6; Mt 3
17; Lc 2 32; Is 50 4-10; y 52 13-53 12). Estos poemas anuncian el sentido de la pasión de Jesús, e indican como éste
enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra condición (Flp 2 7).
Tomando sobre sí nuestra muerte puede comunicar el Espíritu de Vida.
Cristo inaugura el anuncia de la Buena Nueva haciendo suyo Is 61 1-2 (Lc 4 18-19).
Los textos proféticos que serefieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al
corazón de su Pueblo con el lenguaje de la Promesa (Ez 11 19; 36 25-28; 37 1-14; Jr 31 31-34; Jl 3 1-5) cuyo
cumplimiento proclamará Pedro (Hch 2 17-21). Según la Promesa, el Espíritu renovará el corazón de los hombres
grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera
creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
El Pueblo de los pobres (So 2 3; Sal 22 27; Is 49 13; 61 1, etc), los humildes y los mansos, totalmente entregado a los
designios misteriosos de Dios, el pueblo de los que esperan la justicia no de los hombres sino de Dios, Espíritu santo la
gran obra de la misión escondida del Espíritu santo para preparar la venida de Cristo. En estos pobres, el Espíritu prepara
para el Señor un pueblo bien dispuesto (Lc 1 17).
CCE 787-789
Desde el cominezo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (Mc 1 16-20; 3 13-19), les reveló el misterio de su misión (Mt
13 10-17), y les dió parte en su misión, su alegría y sus padecimientos (Lc 10 17-20; 22 28-30). Jesús habló de una
comunión todavía más íntima con Él, un permanecer en Él (Jn 15), una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo
y el nuestro (Jn 6 56).
Cuando fuimos privados de su presencia visible, Él no los dejó huérfanos, y prometió quedarse con ellos hasta el fin de
los tiempos, (Mt 28 20): les envió su Espíritu, que hizo en cierto modo mas intensa la comunión con Jesús. Por la
comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su
Cuerpo. La metáfora del Cuerpo ilumina la relación íntima entre Cristo y la Iglesia, no sólo reunida en torno a Él, sino
siempre unificada en él, en su cuerpo.
CCE 797-798
El Espíritu es el Alma de la Iglesia. Al Espíritu de Cristo ha de atribuirse la cohesión de los muiembros entre si, con su
Cabeza. Él está entero en la Cabeza, en el Cuerpo, en los miembros. El Espíritu Santo hace de la Iglesia el Templo del Dios
Vivo (2Co 6 16; 1Co 3 16-17; Ef 2 21)
A la Iglesia ha sido confiado el Don de Dios. Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo. Dónde está la
Iglesia está el Espíritu de Dios. Asimismo, dónde está el Espíritu de Dios está la Iglesia.
Él es el principio de toda acción vital en las partes del cuerpo, y actúa de diversas maneras: por la Palabra de Dios (que
tiene el poder de construir el edificio- Hch 20 32), por el Bautismo (mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo), por los
ministerios y carismas, y por los Sacramentos (que hacen crecer y curar los miembros de Cristo).
[Fundamental 4, 1]
[Dios 7]
[ Creación 3]
[Escatología 12]
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 37
TESIS 7
La Iglesia es sacramento de la presencia de Cristo y del Reino de Dios, en y para el mundo. Iglesia-Sacramento (LG 1, 9,
48; GS 45; CCE 774-776, 780, 1118). Iglesia y Reino (Mt 13, 1-52; Mt 28, 16-20; LG 5; DP 221-231; RMi 4-20; CCE 541-560,
763-766). Iglesia y Mundo (LG 2; GS 2, 40-45; Espíritu santo 60-123; CCE 293-294, 760). Las dos dimensiones de la Iglesia
una (LG 8; SC 2; CCE 770-773, 779). [Hombre 7; Cristo 6; Sacramentos 3; Escatología 12].
Esquema
I. Iglesia-Sacramento
II. Iglesia y Reino
III. Iglesia y mundo
IV. Las dos dimensiones de la «Iglesia una»
I. Iglesia-Sacramento
LG 1
Por ser Cristo Luz de los Pueblos, este Concilio, reunido bajo el Espíritu, desea iluminar a todos los hombres con su
claridad que resplandece en la faz de la Iglesia. La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Ella se propone declarar con precisión a sus fieles y a
todo el mundo su naturaleza y su misión universal.
LG 9
En todo tiempo y en todo pueblo, son aceptos a Dios los que le temen y practican la justicia. Pero, Dios quiso santificar y
salvar a los hombres constituyéndolos en un pueblo que lo conociera en la verdad y que lo sirviera santamente. Por eso
eligió como pueblo suyo a Israel, por la Alianza y la instrucción gradual, manifestándose a si mismo, y a sus designios
divinos. Todo esto lo realizó como preparación futura de la nueva Alianza en Cristo y de la nueva revelación (Jr 31 31-34),
constituyendo un nuevo pueblo de Dios.
Por el Nuevo Testamento en su sangre (1Co 11 25), judíos y géntiles, son llamados a la unidad según el Espíritu. Los que
creen en Cristo, renacidos de germen incorruptible (1P 1 23), por la Palabra del Dios vivo, no de la carne, sino del agua y
del Espíritu (Jn 3 5-6), son hechos linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1P 2 9-10).
Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, entregado por nosotros (Rm 4 25), resucitado por nuestra salvación,
reinante en el cielo. Este pueblo tiene como condición, la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu, por ley, el mandamiento nuevo del amor, por FIN, la dilatación del Reino, incoado por Dios hasta que sea
consumado al fin de los tiempos (Rm 8 21). Este pueblo, aunque de momento no contenga a todos los hombres, Espíritu
santo el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituído por Cristo en
orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es instrumento suyo de redención universal enviado como luz del
mundo y sal de la tierra.
El pueblo de Israel es llamado Iglesia, como peregrino del desierto (Esd 13 1; Nm 20 4; Dt 23 1ss). El nuevo Israel es
llamado Iglesia de Cristo (Mt 16 18), que avanza hacia la ciudad futura y permanente (Hb 13 14), porque Él la adquirió
con su sangre (Hch 20 23), y la llenó de su Espíritu, y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social.
La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y como principio de la uniad y la
paz, es la Iglesia, comunidad constituída por Dios para que sea sacramento de salvación para todos y cada uno,
rebasando tiempos y lugares… entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. La
fuerza que Dios le prometió, la conforta para que en la debilidad de su carne no pierda absolutamente su fidelidad y
persevere como digna esposa del Señor, y no deje de renovarse por la acción del Espíritu hasta que llegue a la luz sin
ocaso.
LG 48
La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados, y en la que alcanzamos la santidad, no será llevada a su plena perfección
hasta la restauración de todas las cosas (Hch 3 21), del hombre y del universo (Ef 1 10; Col 1 20; 2P 3 10-13). Cristo
levantado en alto atrajo a sí a todos los hombres (Jn 12 32), resucitado de entre los muertos, envió su Espíritu a sus
discípulos y por Él constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Sentado a la diestra del
Padre, actúa en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia, y por ella unirlos a si mas estrechamente,
alimentándolos con su Cuerpo y su Sangre y hacerlos partícipes de su vida gloriosa.
La restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu, y continúa en la
Iglesia, en la cual por la fe somos instruídos sobre el sentido de nuestra vida temporal y con la esperanza de los bienes
futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos confió y labramos nuestra salvación (Flp 2 12).
La plenitud de los tiempos ha llegado hasta nosotros (1Co 10 11), y la renovación del mundo esta irrevocablemente
decretada, y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia en la tierra se reviste de una
verdadera, si bien IMPERFECTA santidad. Hasta ese momento, la Iglesia peregrina, en sus sacramentos e instituciones,
lleva consigo la imagen de este mundo que pasa, en espera de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rm 8 19-
22).
Somos de verdad hijos de Dios (1Jn 3 1), marcados con el sello del Espíritu (Ef 1 14), pero no se ha manifestado en
nosotros aquella gloria con Cristo (Col 3 4), en la que seremos semejantes a Dios porque lo veremos tal cual es (1Jn 3 2).
Mientras vivimos en el destierro de este cuerpo (2Co 5 6), aunque poseemos las arras del Espíritu, gemimos en nuestro
interior (Rm 8 23), y ansiamos estar con Cristo (Flp 1 23). El amor de Cristo nos apremia (2Co 5 15), por eso ponemos
nuestra voluntad en agradar al Señor (2Co 5 9). Como no sabemos ni el día ni la hora debemos vigilar constantemente
(Hb 9 27) si queremos ser contados entre los que entren con Él en las nupcias (Mt 25 31-46). Antes de reinar con Cristo
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 38
Glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo (Jn 5 29). Con la certeza de que los padecimientos de la
vida presente no son nada en comparación de la gloria futura, que se revelará en nosotros (Rm 8 18), con fe firme
esperamos la llegada de Jesucristo que transfigurará nuestro cuerpo (Flp 3 21) y vendrá para ser glorificado en sus
santos (2Ts 1 10).
GS 45
La Iglesia, al prestar y al recibir ayuda del mundo, solo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la
salvación de toda la humanidad. Todo el bien que el Pueblo de Dios pueda hacer en su peregrinación a la familia
humana, es porque la Iglesia es Sacramento Universal de Salvación, porque manifiesta y realiza el misterio del amor de
Dios a los hombres.
El verbo se encarnó, para que como hombre perfecto salvara a todos y recapitulara todas las cosas.
El Señor es el fin de la historia humana, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud de todas sus
aspiraciones, punto de convergencia al que tienden los deseos de la historia y de la civilización.
Él es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó, y colocó a su derecha, constituyéndolo JUEZ DE VIVOS Y MUERTOS.
Vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la
restauración en Cristo de todo.
CCE 774-776
Mysterion, misterium, sacramentum. Misterium alude a la realidad oculta de la salvación, y Sacramentum a su
dimensión manifiesta. Cristo mismo es el misterio de salvación. La obra salvífica de su humanidad (santa y santificante)
Espíritu santo el sacramento de salvación que se manifiesta en los sacramentos de la Iglesia.
Los siete sacramentos son signos mediante los cuales el Espíritu santo distribuye la gracia de Cristo cabeza en la Iglesia ,
que Espíritu santo su cuerpo. En cuanto la Iglesia contiene y comunica la gracia, es llamada sacramento. La Iglesia es en
Cristo como un sacramento-instrumento-signo, de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano.
Ser signo es el primer fin de la Iglesia. La comunión de los hombres radica en la comunión con Dios, esta unidad ya está
comenzada en la Iglesia y está aún por venir su consumación.
Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo como instrumento de redención
universal. Ella es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad, el misterio del amor de Dios al hombre, que
QUIERE ue todo el género humano, forme un único Pueblo de Dios, se una al único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un
único Templo del Espíritu Santo.
CCE 780
Repite LG 1
CCE 1118
Los sacramentos existen por la Iglesia, porque ella es el sacramento universal de salvación, sacramento de la acción de
Cristo que actúa en ella gracias a la acción del Espíritu. Los sacramentos existen para la Iglesia, porque ellos son los
sacramentos que constituyen la Iglesia manifestando y comunicadndo a los hombres (sobre todo en la Eucaristía) el
misterio de la comunión del Dios Amor Uno y Trino..
II. Iglesia y Reino
Mt 13 1-52
13, 1-9: El centro de interés de la parábola del sembrador está en la magnifica cosecha que produce la semilla que cae
en la tierra buena. Teniendo presente que por entonces que una cosecha del siete por uno era considerada muy buena
en Palestina, este treinta, sesenta o ciento por uno del que habla la parábola resulta
exagerado y llamativo. Es probable que esta parábola fuera pronunciada por Jesús para responder a las objeciones de
los que no veían llegar el reino que él anunciaba. Jesús lo invita a poner la mirada sobre la grandiosa cosecha final
diciéndoles: ¡Animo! ¡No hay que desanimarse! A pesar del fracaso aparente, es imposible frenar la llegada del reino, y
el resultado final será maravilloso e incalculable.
13, 10-17: Mateo ha ampliado y modificado notablemente el texto paralelo de Marcos (Mc. 4, 10-12), tratando de
aclarar cuál es la función de la parábola. Para Mateo son una invitación para aceptar a Jesús y sus mensajes o una
ocasión para rechazarlo. Los discípulos encarnan la postura de los que reciben a Jesús. Ellos comprenden y pueden
profundizar en el significado de las parábolas, porque son la verdadera familia de Jesús, que hace la voluntad del Padre
(Mt. 12, 48-50); son los sencillos, a quienes Dios ha descubierto los misterios del reino (Mt. 13, 11 ; 11, 25). Sin embargo,
los que rechazaron a Jesús no entienden nada, porque sus ojos y sus oídos están serrados, como ya anunció Isaías.
13, 18-23: La explicación de la parábola del sembrador es en realidad una explicación a la situación posterior de la
Iglesia. La semilla es ahora el mensaje, y el acento recae en las diversas actitudes ante dicho mensaje. De este modo, la
explicación se convierte en una exhortación dirigida a los cristianos para que la aceptación del evangelio no sea ahogada
por las dificultades con las que se van encontrando; y en una palabra de ánimo para los misioneros del evangelio, que se
encuentran con todo tipo de respuestas por parte de los receptores.
13, 24-30: El centro de esta parábola es la pregunta que los criados plantean al propietario del campo: ¿Deben proceder
sin más dilación a arrancar sin cizaña? La cosa no es tan sencilla, porque ambas plantas se parasen mucho al principio.
Por eso el dueño del campo les pide que esperen asta el tiempo de la cosecha, expresión que en los profetas se refieren
a la invitación de Dios como juez. Mientras tanto, el reino de Dios se hace presente en el campo de la historia humana,
creciendo como el trigo en medio de la cizaña que le resta fuerza y le disminuye su fruto, pero no obstante logra abrirse
paso para lograr la plenitud al final de los tiempos.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 39
13, 31-33: Las parábolas del grano de mostaza en la levadura son gemelas. En uno se subraya el contraste entre unos
comienzos insignificantes y un final desbordante. La presencia del reino es ahora germinal, es una realidad incipiente
todavía, pero su fuerza transformadora ha prendido ya en la historia de forma irreversible.
13, 34-43: Una breve reflexión sobre el sentido de las parábolas en general, paralela a la de Mt. 13, 10-17, introduce la
explicación de la parábola del trigo y la cizaña. En ésta el acento se ha desplazado claramente hacia el fruto, pues la
cuestión no es ya si el trigo y la cizaña pueden crecer juntos, sino el discernimiento que tendrá lugar en el juicio final, en
el que las obras de amor serán decisivo (véase Mt. 25, 34-40).
13, 44-46: Reúne aquí Mateo dos parábolas gemelas. El acento recae en la reacción de los protagonistas ante un
hallazgo maravilloso. Mateo invita a los cristianos, que ya han descubierto el reino, a que vivan su opción con radicalidad
y con alegría, pues una ves descubierto el reino, todos los demás carecen de valor.
13, 47-50: Esta parábola es semejante a la del trigo de la cizaña que crecen juntos (Mt. 13, 24-30. 36-43). Aquí, sin
embargo, la parábola y la explicación van unidas. Mateo pone de nuevo el acento que tendrá lugar al final (véase Mt. 13,
34-43).
13, 51-52: El discípulo es capaz de entender los misterios del reino de Dios y sabe sacar oportunamente lo viejo y lo
nuevo, porque conoce la relación entre las dos épocas de la historia de la salvación: la de la promesa (lo viejo) y la del
cumplimiento (lo nuevo). Todo el evangelio es un buen ejemplo de esta actitud, al presentar a Jesús y sus mensajes
como cumplimiento de las promesas de la antigua alianza. Los cristianos a los que se dirige Mateo saben también que
sólo con esta actitud es posible hallar un punto de encuentro para las distintas tendencias dentro de una comunidad
compuesta por Judíos y paganos.
Mt 28 16-20
v. 18: Las últimas instrucciones de Jesús, junto a la promesa que les sigue, condensan la misión de la Iglesia. El Cristo
glorioso ejerce tanto en la tierra como en el cielo (6 10; Jn 17 2; Flp 2 10; Ap 12 10) el poder sin límites que ha recibido
de su Padre (Jn 3 5). Sus discípulos ejercerán este poder en nombre de Él por el Bautismo y la formación de los
cristianos. Su misión es universal. Luego de ser anunciada a Israel (10 5s; 15 24) como lo pedía el plan divino, la salvación
debe ser ahora ofrecida a todas las naciones (8 11; 21 41; 22 8-10; 24 14; 25, 32; 26 13; Hch 1 8; Rm 1 16. En esta obra
de conversión, por larga y laboriosa que sea, el Resucitado estará vivo y operante con los suyos.
v. 19: Es sabido que Hechos habla de bautizar en el nombre de Jesús (1 5; 2 38). Mas tarde se hace explícita la
vinculación del Bautizado con las tres Personas de la Trinidad. El Bautismo vincula con la persona de Jesús Salvador, toda
su obra de salvación procede del amor del Padre y culmina con la efusión del Espíritu.
LG 5
El misterio de la Iglesia se manifiesta en su fundación. El Señor Jesús inició su Iglesia predicando la buena nueva de la
llegada del Reino, prometido en las Escrituras. Ahora, este Reino comienza a manifestarse como luz ante de los
hombres, por la palabra, las obras y la presencia de Cristo.
La palabra de Cristo se compara a la semilla sembrada en el campo; los que la reciben y se unen a Él, reciben el Reino.
Ella va creciendo hasta el tiempo de la siega. Los milagros prueban que el Reino de Jesús ya está sobre la tierra (Lc 11 20;
Mt 12 28). Sobre todo el Reino se manifiesta en la Persona del mismo Cristo, Hijo del Hombre, que vino a servir y a dar
su vida por muchos.
Habiendo resucitado después de morir en la cruz por nosotros, apareció constituído para siempre como señor, Cristo y
sumo sacerdote, y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre. La Iglesia enriquecida con los dones de
su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación la misión de anunciar el Reino de
Cristo y de Dios Y constituye en la tierra el germen y el principio de este reino. Ella, mientras va creciendo poco a poco
anhela el reino consumado con todas sus fuerzas, y desea ardientemente unirse con su rey en la gloria.
DP 221-231
2.1. La buena nueva de Jesús y la Iglesia.
Dos presencias inseparables
221. La presencia viva de Jesucristo en la historia, la cultura y toda la realidad de América Latina es manifiesta. Esta
presencia, en el sentir de nuestro pueblo, va inseparablemente unido a la Iglesia porque a través de ella su Evangelio ha
resonado en nuestras tierras. Tal experiencia entraña una profunda intuición de fe acerca de la naturaleza íntima de la
Iglesia.
La Iglesia y Jesús evangelizador
222. La Iglesia es inseparable de Cristo porque El mismo la fundó (Cfr. LG 5b; 8c; GS 40b; UR 1a) por un acto expreso de
su voluntad, sobre los Doce cuya cabeza es Pedro (Cfr. Mt. 16,18), constituyéndola como sacramento universal y
necesario de salvación. La Iglesia no es un “resultado” posterior ni una simple consecuencia “desencadenada” por la
acción evangelizadora de Jesús. Ella nace ciertamente de esta acción, pero de modo directo, pues el mismo Señor quien
convoca a sus discípulos y les participa el poder de su Espíritu, dotando a la naciente comunidad de todos los medios y
elementos esenciales que el pueblo católico profesa como de institución divina.
223. Además, Jesús señala a su Iglesia como camino normativo. No queda, pues, a discreción del hombre el aceptarla o
no sin consecuencias. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza” (Lc.
10,16), dice el Señor a sus Apóstoles. Por lo mismo, aceptar a Cristo exige aceptar su Iglesia (PO 40c). Esta es parte del
Evangelio, del legado de Jesús y objeto de nuestra fe, amor y lealtad. Lo manifestamos cuando rezamos: “Creo en la
Iglesia una, santa, católica, apostólica”.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 40
224. Pero la Iglesia es también depositaria y transmisora del Evangelio. Ella prolonga en la tierra, fiel a la ley de la
encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de Cristo. Como El, la Iglesia vive para evangelizar. Esa es su
dicha y vocación propia (EN 14): proclamar a los hombres la persona y el mensaje de Jesús.
225. Esta Iglesia es una sola: la edificada sobre Pedro, a la cual el mismo Señor llama “mi Iglesia” (Mt. 16,18). Sólo en la
Iglesia católica se da la plenitud de los medios de salvación UR 36), legados por Jesús a los hombres mediante los
apóstoles. Por ello, tenemos el deber de proclamar la excelencia de nuestra vocación a la Iglesia católica (LG 14).
Vocación que es a la vez inmensa gracia y responsabilidad.
La Iglesia y el reino que anuncia Jesús
226. El mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en El mismo se hace presente y viene. Este
Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (LG 8a), trasciende sus límites (Cfr. LG 5). Porque se da en cierto modo
donde quiera que Dios esté reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a
crecer hacia la gran comunión que les ofrece en Cristo. Tal acción de Dios se da también en el corazón de hombres que
viven fuera del ámbito perceptible de la Iglesia (Cfr. LG 16; GS 22e; UR 3). Lo cual no significa, en modo alguno, que la
pertenencia a la Iglesia sea indiferente (Cfr. Juan Pablo II, Discurso inaugural I, 8. AAS LXXI, p. 194).
227. De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino (Cfr. LG 5) en todos los pueblos. Ella es
su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero.
Es el lugar donde se concentra al máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de Amor, busca solícito a los
hombres, para compartir con ellos -en gesto de indecible ternura- su propia vida trinitaria. La Iglesia es también el
instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva.
228. Ella “ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino” (LG 5). Germen que deberá crecer en la historia,
bajo el influjo del Espíritu, hasta el día en que “Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15,28). Hasta entonces, la Iglesia
permanecerá perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de autoevangelización, de mayor
conversión y purificación (Cfr. Idem. 8c).
229. No obstante, el Reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella -aunque
de modo germinal- llena plenamente los anhelos y esperanzas más profundos de nuestros pueblos.
230. En esto consiste el “misterio” de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero
penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva (Cfr. LG 4b; 8a; SC
2).
231. La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una falsa
visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que le falta, pues en ella ya está presente y operando de
modo eficaz en este mundo la fuerza que obrará el Reino definitivo.
RMi 4-20
I. JESUCRISTO ÚNICO SALVADOR
4. El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas y particularmente en la nuestra —como recordaba en mi
primera Encíclica programática— es «dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la
humanidad hacia el misterio de Cristo». (4)
La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo, tal como se expresa en la profesión de fe trinitaria: «Creo en
un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos... Por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajó del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre». (5)
En el hecho de la Redención está la salvación de todos, «porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la
Redención y con cada uno Cristo se ha unido, para siempre, por medio de este misterio». (6) Sólo en la fe se comprende
y se fundamenta la misión.
No obstante, debido también a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se
preguntan: ¿Es válida aún la misión entre los no cristianos? ¿No ha sido sustituida quizás por el diálogo interreligioso?
¿No es un objetivo suficiente la promoción humana? El respeto de la conciencia y de la libertad ¿no excluye toda
propuesta de conversión? ¿No puede uno salvarse en cualquier religión? ¿Para qué, entonces, la misión?
«Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6)
5. Remontándonos a los orígenes de la Iglesia, vemos afirmado claramente que Cristo es el único Salvador de la
humanidad, el único en condiciones de revelar a Dios y de guiar hacia Dios. A las autoridades religiosas judías que
interrogan a los Apóstoles sobre la curación del tullido realizada por Pedro, éste responde: «Por el nombre de Jesucristo,
el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún
otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros... Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por
el que nosotros debamos salvarnos» (Act 4, 10. 12). Esta afirmación, dirigida al Sanedrín, asume un valor universal, ya
que para todos —judíos y gentiles— la salvación no puede venir más que de Jesucristo.
La universalidad de esta salvación en Cristo es afirmada en todo el Nuevo Testamento San Pablo reconoce en Cristo
resucitado al Señor: «Pues —escribe él— aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo, bien en la tierra, de
forma que hay multitud de dioses y señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos
nosotros» (1 Cor 8, 5-6). Se confiesa a un único Dios y a un único Señor en contraste con la multitud de «dioses» y
«señores» que el pueblo admitía. Pablo reacciona contra el politeísmo del ambiente religioso de su tiempo y pone de
relieve la característica de la fe cristiana: fe en un solo Dios y en un solo Señor, enviado por Dios.
En el Evangelio de san Juan esta universalidad salvífica de Cristo abarca los aspectos de su misión de gracia, de verdad y
de revelación: «La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (cf. Jn 1, 9). Y añade: «A Dios nadie lo ha visto
jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» ( Jn 1, 18; cf. Mt 11, 27). La revelación de Dios se
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 41
hace definitiva y completa por medio de su Hijo unigénito: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó
heredero de todo, por quien también hizo los mundos» (Heb 1, 1-2; cf. Jn 14, 6). En esta Palabra definitiva de su
revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorrevelación
definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de
proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo.
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios
y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio
dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio —digo la verdad, no miento— yo he sido constituido heraldo y
apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad» (1 Tim 2, 5-7; cf. Heb 4, 14-16). Los hombres, pues, no pueden
entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y
universal, lejos de ser obstáculo en el camino hacia Dios, es la via establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena
conciencia. Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo cobran
significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias
6. Es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo. San Juan afirma claramente
que el Verbo, que «estaba en el principio con Dios», es el mismo que «se hizo carne» (Jn 1, 2.14). Jesús es el Verbo
encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un «Jesús de la historia»,
que sería distinto del «Cristo de la fe». La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» ( Mt 16,
16). Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos. En Cristo
«reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9) y «de su plenitud hemos recibido todos» (Jn 1, 16). El
«Hijo único, que está en el seno del Padre» (Jn 1, 18), es el «Hijo de su amor, en quien tenemos la redención. Pues Dios
tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la
sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 13-14.19-20). Es precisamente esta singularidad única de
Cristo la que le confiere un significado absoluto y universal, por lo cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin
de la misma: (7) «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22, 13).
Si, pues, es lícito y útil considerar los diversos aspectos del misterio de Cristo, no se debe perder nunca de vista su
unidad. Mientras vamos descubriendo y valorando los dones de todas clases, sobre todo las riquezas espirituales, que
Dios ha concedido a cada pueblo, no podemos disociarlos de Jesucristo, centro del plan divino de salvación. Así como «el
Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre», así también «debemos creer que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en forma sólo de Dios conocida, se asocien a este misterio pascual».
(8) El designio divino es «hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef
1, 10).
La fe en Cristo es una propuesta a la libertad del hombre
7. La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos.
Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación
integral, en conformidad con Cristo. El Nuevo Testamento es un himno a la vida nueva para quien cree en Cristo y vive
en su Iglesia. La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios: «Es el amor,
que no sólo crea el bien, sino que hace participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En efecto, el que
ama desea darse a sí mismo». (9)
Dios ofrece al hombre esta vida nueva: ¿Se puede rechazar a Cristo y todo lo que él ha traído a la historia del hombre?
Ciertamente es posible. El hombre es libre. El hombre puede decir no a Dios. El hombre puede decir no a Cristo. Pero
sigue en pie la pregunta fundamental. ¿Es licito hacer esto? ¿Con qué fundamento es licito?». (10)
8. En el mundo moderno hay tendencia a reducir el hombre a una mera dimensión horizontal. Pero ¿en qué se convierte
el hombre sin apertura al Absoluto? La respuesta se halla no sólo en la experiencia de cada hombre, sino también en la
historia de la humanidad con la sangre derramada en nombre de ideologías y de regímenes políticos que han querido
construir una «nueva humanidad» sin Dios. (11)
Por lo demás, a cuantos están preocupados por salvar la libertad de conciencia, dice el Concilio Vaticano II: «La persona
humana tiene derecho a la libertad religiosa... todos los hombres han de estar inmunes de coacción por parte de
personas particulares, como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que en materia
religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en
público, solo o asociado con otros dentro de los limites debidos». (12)
El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige
la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues «las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del
misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud , todo
lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad. Por eso, la
Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro».
(13) Hay que decir también con palabras del Concilio que: «Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser
personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal,
tienen la obligación moral de buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a
adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad». (14)
La Iglesia, signo e instrumento de salvación
9. La primera beneficiaria de la salvación es la Iglesia. Cristo la ha adquirido con su sangre (cf. Act 20, 28) y la ha hecho su
colaboradora en la obra de la salvación universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento;
por medio de ella cumple su misión.
El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. A la par que reconoce que
Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (cf. 1 Tim 2, 4), (15) la Iglesia profesa que Dios ha
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 42
constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación.
(16) «Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de
diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general
llamados a la salvación por la gracia de Dios». (17) Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la
posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma
salvación. Ambas favorecen la comprensión del único misterio salvífico, de manera que se pueda experimentar la
misericordia de Dios y nuestra responsabilidad. La salvación, que siempre es don del Espíritu, exige la colaboración del
hombre para salvarse tanto a sí mismo como a los demás. Así lo ha querido Dios, y para esto ha establecido y asociado a
la Iglesia a su plan de salvación: «Ese pueblo mesiánico —afirma el Concilio— constituido por Cristo en orden a la
comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y es
enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra». (18)
La salvación es ofrecida a todos los hombres
10. La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y
han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es
evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación
del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos,
han sido educados en otras tradiciones religiosas. Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que,
aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de
manera adecuada en su situación interior y ambiental Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es
comunicada por el Espíritu Santo: ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración.
Por esto mismo, el Concilio, después de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: «Esto vale no
solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia
de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En
consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios
conocida, se asocien a este misterio pascual». (19)
«Nosotros no podemos menos de hablar» (Act 4, 20)
11. ¿Qué decir, pues, de las objeciones ya mencionadas sobre la misión ad gentes? Con pleno respeto de todas las
creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre; fe
recibida como un don que proviene de lo Alto, sin mérito por nuestra parte. Decimos con san Pablo: «No me avergüenzo
del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1, 16). Los mártires cristianos de
todas las épocas —también los de la nuestra— han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta
fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha
reconciliado a los hombres con Dios.
Cristo se ha proclamado Hijo de Dios, íntimamente unido al Padre, y, como tal, ha sido reconocido por los discípulos,
confirmando sus palabras con los milagros y su resurrección. La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento
profético, que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre «Buena Nueva». La Iglesia
no puede dejar de proclamar que Jesús, vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la
salvación para todos los hombres.
A la pregunta ¿Para qué la misión? respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la
verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder
del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente «nuestra paz» (Ef 2, 14), y «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor
5, 14), dando sentido y alegría a nuestra vida. La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo
y en su amor por nosotros.
La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir
bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una «gradual secularización de la salvación», debido a lo cual
se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En
cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los
hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina.
¿Por qué la misión? Porque a nosotros, como a san Pablo, «se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las
inescrutables riquezas de Cristo» (Ef 3, 8). La novedad de vida en él es la «Buena Nueva» para el hombre de todo
tiempo: a ella han sido llamados y destinados todos los hombres. De hecho, todos la buscan, aunque a veces de manera
confusa, y tienen el derecho a conocer el valor de este don y la posibilidad de alcanzarlo. La Iglesia y, en ella, todo
cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser
comunicadas a todos los hombres.
He ahí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida
de Dios en nosotros. Quienes han sido incorporados a la Iglesia han de considerarse privilegiados y, por ello,
mayormente comprometidos en testimoniar la fe y la vida cristiana como servicio a los hermanos y respuesta debida a
Dios, recordando que «su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios sino a una gracia singular de
Cristo, no respondiendo a la cual con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor
severidad». (20)
II. EL REINO DE DIOS
12. «Dios rico en misericordia es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo
ha manifestado y nos lo ha hecho conocer». (21) Escribía esto al comienzo de la Encíclica Dives in Misericordia,
mostrando cómo Cristo es la revelación y la encarnación de la misericordia del Padre. La salvación consiste en creer y
acoger el misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu. Así se cumple el Reino
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 43
de Dios, preparado ya por la Antigua Alianza, llevado a cabo por Cristo y en Cristo, y anunciado a todas las gentes por la
Iglesia, que se esfuerza y ora para que llegue a su plenitud de modo perfecto y definitivo.
El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de
amor. Pero, al mismo tiempo, Dios es Creador y Padre de todos los hombres se cuida de todos, a todos extiende su
bendición (cf. Gén 12, 3) y con todos hace una alianza -Gén 9, 1-17). Israel tiene experiencia de un Dios personal y
salvador (cf. Dt 4, 37; 7, 6-8; Is 43, 1-7), del cual se convierte en testigo y portavoz en medio de las naciones. A lo largo
de la propia historia, Israel adquiere conciencia de que su elección tiene un significado universal (cf. por ejemplo Is 2, 2-
5; 6-8; 60, 1-6; Jer 3, 17; 16, 19.
Cristo hace presente el Reino
13. Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Después de haber recibido el Espíritu Santo en el bautismo,
manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea proclamando «la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el
Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva"» (Mc 1, 14-15; cf. Mt 4, 17; Lc 4, 43). La proclamación y la
instauración del Reino de Dios son el objeto de su misión: «Porque a esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Pero hay algo más:
Jesús en persona es la «Buena Nueva», como él mismo afirma al comienzo de su misión en la sinagoga de Nazaret,
aplicándose las palabras de Isaías relativas al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor (cf. Lc. 4, 14-21). Al ser él la
«Buena Nueva», existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza,
el secreto de la eficacia de su acción consiste en la identificación total con el mensaje que anuncia; proclama la «Buena
Nueva» no sólo con lo que dice o hace, sino también con lo que es.
El ministerio de Jesús se describe en el contexto de los viajes por su tierra. La perspectiva de la misión antes de la Pascua
se centra en Israel; sin embargo, Jesús nos ofrece un elemento nuevo de capital importancia. La realidad escatológica no
se aplaza hasta un fin remoto del mundo, sino que se hace próxima y comienza a cumplirse. «El Reino de Dios está
cerca» (Mc 1, 15); se ora para que venga (cf. Mt 6, 10); la fe lo ve ya presente en los signos, como los milagros (cf. Mt 11,
4-5), los exorcismos (cf. Mt 12, 25-28), la elección de los Doce (cf. Mc 3, 13-19), el anuncio de la Buena Nueva a los
pobres (cf. Lc 4, 18). En los encuentros de Jesús con los paganos se ve con claridad que la entrada en el Reino acaece
mediante la fe y la conversión (cf. Mc 1, 15) Y no por la mera pertenencia étnica.
El Reino que inaugura Jesús es el Reino de Dios; él mismo nos revela quién es este Dios al que llama con el término
familiar «Abba», Padre (Mc 14, 36). El Dios revelado sobre todo en las parábolas (cf. Lc 15, 3-32; Mt 20, 1-16) es sensible
a las necesidades, a los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y lleno de compasión, que perdona y
concede gratuitamente las gracias pedidas.
San Juan nos dice que «Dios es Amor» (1 Jn 4, 8. 16). Todo hombre, por tanto, es invitado a «convertirse» y «creer» en el
amor misericordioso de Dios por él; el Reino crecerá en a medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a
un Padre en la intimidad de la oración (cf. Lc 11, 2; Mt 23, 9), y se esfuerce en cumplir su voluntad (cf. Mt 7, 21).
Características y exigencias del Reino
14. Jesús revela progresivamente las características y exigencias del Reino mediante sus palabras, sus obras y su
persona.
El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este
aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad, dándoles su preferencia,
cuando anuncia la «Buena Nueva». Al comienzo de su ministerio proclama que ha sido «enviado a anunciar a los pobres
la Buena Nueva» (Lc 4, 18). A todas las víctimas del rechazo y del desprecio Jesús les dice: «Bienaventurados los pobres»
(Lc 6, 20). Además, hace vivir ya a estos marginados una experiencia de liberación, estando con ellos y yendo a comer
con ellos (cf. Lc 5, 30; 15, 2), tratándoles como a iguales y amigos (cf. Lc 7, 34), haciéndolos sentirse amados por Dios y
manifestando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores (cf. Lc 15, 1-32).
La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física
como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar. Las numerosas curaciones demuestran su
gran compasión ante la miseria humana, pero significan también que en el Reino ya no habrá enfermedades ni
sufrimientos y que su misión, desde el principio, tiende a liberar de todo ello a las personas. En la perspectiva de Jesús,
las curaciones son también signo de salvación espiritual, de liberación del pecado. Mientras cura, Jesús invita a la fe, a la
conversión, al deseo de perdón (cf. Lc 5, 24). Recibida la fe, la curación anima a ir más lejos: introduce en la salvación (cf.
Lc 18, 42-43). Los gestos liberadores de la posesión del demonio, mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión
contra Dios, son signos de que «ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt 12, 28).
15. El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a medida que los hombres
aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. Jesús se refiere a toda la ley, centrándola en el
mandamiento del amor (cf. Mt 22, 34-40); Lc 10, 25-28). Antes de dejar a los suyos les da un «mandamiento nuevo»:
«Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12; cf. 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado al
mundo halla su expresión suprema en el don de su vida por los hombres (cf. Jn 15, 13), manifestando así el amor que el
Padre tiene por el mundo (cf. Jn 3, 16). Por tanto la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos
entre sí y con Dios.
El Reino interesa a todos: a las personas, a sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y
favorecer el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa
trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización
de su designio de salvación en toda su plenitud.
En el Resucitado, llega a su cumplimiento y es proclamado el Reino de Dios
16. Al resucitar Jesús de entre los muertos Dios ha vencido la muerte y en él ha inaugurado definitivamente su Reino.
Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino y, después de su pasión, resurrección y ascensión al cielo, participa
del poder de Dios y de su dominio sobre el mundo (cf. Mt 28, 18; Act 2, 36; Ef 1, 18-31). La resurrección confiere un
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 44
alcance universal al mensaje de Cristo, a su acción y a toda su misión. Los discípulos se percatan de que el Reino ya está
presente en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo a través de un vínculo
misterioso con él.
En efecto, después de la resurrección ellos predicaban el Reino, anunciando a Jesús muerto y resucitado. Felipe
anunciaba en Samaría «la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo» (Act 8, 12). Pablo predicaba en
Roma el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo (cf. Act 28, 31).
También los primeros cristianos anunciaban «el Reino de Cristo y de Dios» (Ef 5, 5; cf. Ap 11, 15; 12, 10) o bien «el Reino
eterno de nuestro Señor Jesucristo» (2 Pe 1, 11). Es en el anuncio de Jesucristo, con el que el Reino se identifica, donde
se centra la predicación de la Iglesia primitiva. Al igual que entonces, hoy también es necesario unir el anuncio del Reino
de Dios (el contenido del «kerigma» de Jesús) y la proclamación del evento de Jesucristo (que es el «kerigma» de los
Apóstoles). Los dos anuncios se completan y se iluminan mutuamente.
El Reino con relación a Cristo y a la Iglesia
17. Hoy se habla mucho del Reino, pero no siempre en sintonía con el sentir de la Iglesia. En efecto, se dan concepciones
de la salvación y de la misión que podemos llamar «antropocéntricas», en el sentido reductivo del término, al estar
centradas en torno a las necesidades terrenas del hombre. En esta perspectiva el Reino tiende a convertirse en una
realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación
socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente. Aun no negando que
también a ese nivel haya valores por promover, sin embargo tal concepción se reduce a los confines de un reino del
hombre, amputado en sus dimensiones auténticas y profundas, y se traduce fácilmente en una de las ideologías que
miran a un progreso meramente terreno. El Reino de Dios, en cambio, «no es de este mundo, no es de aquí» (Jn 18, 36).
Se dan además determinadas concepciones que, intencionadamente, ponen el acento sobre el Reino y se presentan
como «reinocéntricas», las cuales dan relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en si misma, sino que se dedica a
testimoniar y servir al Reino. Es una «Iglesia para los demás», —se dice— como «Cristo es el hombre para los demás».
Se describe el cometido de la Iglesia, como si debiera proceder en una doble dirección; por un lado, promoviendo los
llamados «valores del Reino», cuales son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el diálogo
entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueciéndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a
caminar cada vez más hacia el Reino.
Junto a unos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos. Ante todo, dejan en silencio
a Cristo: el Reino, del que hablan, se basa en un «teocentrismo», porque Cristo —dicen— no puede ser comprendido
por quien no profesa la fe cristiana, mientras que pueblos, culturas y religiones diversas pueden coincidir en la única
realidad divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo, conceden privilegio al misterio de la creación, que
se refleja en la diversidad de culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la redención. Además el
Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto
«eclesiocentrismo» del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un signo, por lo demás no exento de
ambigüedad.
18. Ahora bien, no es éste el Reino de Dios que conocemos por la Revelación, el cual no puede ser separado ni de Cristo
ni de la Iglesia.
Como ya queda dicho, Cristo no sólo ha anunciado el Reino, sino que en él el Reino mismo se ha hecho presente y ha
llegado a su cumplimiento: «Sobre todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del
hombre, quien vino "a servir y a dar su vida para la redención de muchos" (Mc 10, 45)». (22) El Reino de Dios no es un
concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y
el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. (23) Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el
reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino —que corre el riesgo de
transformarse en un objetivo puramente humano o ideológico— como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el
Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Cor l5,27).
Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada
al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino,
está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de
salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar.
(24) De ahí deriva una relación singular y única que, aunque no excluya la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los
confines visibles de la Iglesia, le confiere un papel específico y necesario. De ahí también el vínculo especial de la Iglesia
con el Reino de Dios y de Cristo, dado que tiene «la misión de anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos». (25)
19. Es en esta visión de conjunto donde se comprende la realidad del Reino. Ciertamente, éste exige la promoción de los
bienes humanos y de los valores que bien pueden llamarse «evangélicos», porque están íntimamente unidos a la Buena
Nueva. Pero esta promoción, que la Iglesia siente también muy dentro de sí, no debe separarse ni contraponerse a los
otros cometidos fundamentales, como son el anuncio de Cristo y de su Evangelio, la fundación y el desarrollo de
comunidades que actúan entre los hombres la imagen viva del Reino. Con esto no hay que tener miedo a caer en una
forma de «eclesiocentrismo». Pablo VI, que afirmó la existencia de «un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la
evangelización», (26) dijo también que la Iglesia «no es fin para sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de
Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres». (27)
La Iglesia al servicio del Reino
20. La Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la
conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana. La
salvación escatológica empieza, ya desde ahora, con la novedad de vida en Cristo: «A todos los que la recibieron les dio
el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1, 12).
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 45
La Iglesia, pues, sirve al Reino, fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, llevándolas a la madurez de la
fe y de la caridad, mediante la apertura a los demás, con el servicio a la persona y a la sociedad, por la comprensión y
estima de las instituciones humanas.
La Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los «valores evangélicos», que son expresión de ese Reino y
ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse
también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los «valores evangélicos» y
esté abierta a la acción del Espíritu que. sopla donde y como quiere (cf. Jn 3, 8); pero además hay que decir que esta
dimensión temporal del Reino es incompleta, si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y
en tensión hacia la plenitud escatológica. (28)
Las múltiples perspectivas del Reino de Dios (29) no debilitan los fundamentos y las finalidades de la actividad misionera,
sino que los refuerzan y propagan. La Iglesia, es sacramento de salvación para toda la humanidad y su acción no se limita
a los que aceptan su mensaje. Es fuerza dinámica en el camino de la humanidad hacia el Reino escatológico; es signo y a
la vez promotora de los valores evangélicos entre los hombres. (30) La Iglesia contribuye a este itinerario de conversión
al proyecto de Dios, con su testimonio y su actividad, como son el diálogo, la promoción humana, el compromiso por la
justicia y la paz, la educación, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres y a los pequeños, salvaguardando
siempre la prioridad de las realidades trascendentes y espirituales, que son premisas de la salvación escatológica.
La Iglesia, finalmente, sirve también al Reino con su intercesión, al ser éste por su naturaleza don y obra de Dios, como
recuerdan las parábolas del Evangelio y la misma oración enseñada por Jesús. Nosotros debemos pedirlo, acogerlo,
hacerlo crecer dentro de nosotros; pero también debemos cooperar para que el Reino sea acogido y crezca entre los
hombres, hasta que Cristo «entregue a Dios Padre el Reino» y «Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 24.28).
CCE 541-560
541. Después que Juan fue preso, Jesús fue a Galilea (Mc 1 15). Para hacer la voluntad del Padre inauguró el Reino de los
cielos en la tierra. La voluntad del Padre es elevar a los hombres a la participación de la vida divina. Lo hace reuniendo a
los hombres en torno a su Hijo Jesucristo: esta reunión es la Iglesia, germen y comienzo del Reino.
542. Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como familia de Dios. Los convoca en torno a Él por su
Palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la
venida de su reino por el gran misterio de su pascua. A esta unión en Cristo están llamados todos los hombres.
543. Todos los hombres están llamados a entrar en el reino de Dios. Anunciado primero a los hijos de Israel, este Reino
mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones. Para entrar en él es necesario acoger la palabra
de jesús.
544. El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús los
declara bienaventurados porque de ellos es el Reino de los cielos. Desde el pesebre hasta la cruz, Jesús comparte la vida
de los pobres, conoce el hambre, la sed y la privación. Se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo
hacia ellos la condición para entrar en su reino.
545. Jesús invita a los pecadores al banquete del reino. Los invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el
Reino. Les muestra de palabra y con hechos la misericordia del Padre. La prueba suprema de este amor será el sacrificio
de su propia vida.
546. Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas. Por medio de ellas invita al Banquete del Reino. Exige una
elección radical para alcanzarlo: darlo todo. Las palabras no bastan, hacen falta las obras. Jesús y la presencia del Reino
en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, hacerse discípulo de
Cristo para conocer los misterios del Reino.
547. Jesús acompaña sus palabras con milagros que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que es
el Mesías anunciado.
548. Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre lo ha enviado. Invitan a creer en Él. Los milagros
fortalecen la fe en aquel que hace las obras de su padre. Éstas testimonian que él es el hijo de Dios . Con ellos no
pretende satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de los milagros, Jesús es rechazado por algunos e incluso
se lo acusa de obrar movido por los demonios.
549. Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, la enfermedad y la muerte. Jesús
realizó unos signos mesiánicos. Pero no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la
esclavitud mas grave, la del pecado.
550. La venida del Reino es la derrota del reino de Satanás. Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de
los demonios: anticipan la gran victoria de Jesús sobre el príncipe de este mundo. Por la cruz de Cristo, será
definitivamente reestablecido el Reino de Dios.
551. Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió a los Doce para estar con Él y participar en su misión. Los hizo
partícipes de su autoridad y los envió a anunciar el Reino de Dios y a curar. Por medio de ellos, Cristo dirige su Iglesia.
552. En el colegio de los Doce, Pedro ocupa el primer lugar. Jesús le confia una misión única. Cristo, “Piedra viva”,
asegura a su Iglesia, edfificada sobre Pedro a victoria sobre los poderes de la muerte (Mt 16) Pedro, a causa e la fe
confesada, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y
de confirmar en ella a sus hermanos.
553. Jesús le confía a Pedro una autoridad específica. El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de
Dios, que es la Iglesia. Jesús confirmó este encargo después de su resurrección (Jn 21). El poder de atar y desatar,
significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la
Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles, particularmente por el de Pedro.
554. A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, Él comenzó a anunciarles su pasión. Pedro rechazó este
anuncio, y los otros discípulos no lo entendieron mejor. En este contexto se ubica el episodio misterioso de la
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 46
transfiguración de Jesús: sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por É, Pedro Santiago y Juan. El rostro y los
vestidos de Jesús fulguraron como la luz, mientras Moisés y Elías hablaban de su partida (Lc 9 31).
555. Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando la confesión de Pedro. Moisés y Elías habín visto la
gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los Profetas habían anunciadoi los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la
voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como Siervo de Dios, la nube indica la presencia del Espíritu.
556. En el umbral de la vida pública, se sitúa el Bautismo, en el de la Pascua, la Transfiguración. La transfiguración es el
sacramento de la segunda regeneración, nuestra propia resurrección. La Transfiguración nos concede una visión
anticipada de la gloriosa venida de Cristo. Ella nos recuerda también que es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.
557. Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir (Lc 9 51). En tres ocasiones había repetido el anuncio de la Pasión y
Resurrección.
558. Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén. Persiste en llamar a Jerusalén en
torno a Él. Cuando está a la vista de la ciudad llora sobre ella.
559. Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerlo rey, pero eligeel momento y prepara los detalles de su
entrada mesiánica en la ciudad de David, su padre. Entra en la ciudad, Él, rey de gloria, montado en un asno. No
conquista a la ciudad por la violencia o por astucia sino por la humildad que da testimonio de la verdad.
560. La entrada de jesús en jerusalén manifiesta la venida del reino que el mesías llevará acabo mediante la pascua de su
muerte y resurrección.
III. Iglesia y mundo
LG 2
El Padre eterno creó el universo por un misterioso y libérrimo designio de sabiduría y bondad. Él decretó elevar a los
hombres a la participación de la vida divina. No los dejó solos después del pecado, sino que les dispensó su auxilio en
atención a Cristo, predestinándolos a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8 19). Él determinó convocar a los creyentes
en Cristo en la Santa Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia de Israel, constituída en los
últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo.
Al fin de los tiempos, desde Abel al último elegido se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal.
GS 2
Despúes de haber investigado el misterio de la Iglesia, ya no se dirige solo a sus hijos, y a todos los cristianos, sino sin
vacilar, a la humanidad entera, con el deseo de exponer a todos como entiende la presencia y la actividad de la Iglesia en
el mundo actual. Tiene presente por tanto al mundo de los hombres, el mundo-teatro de la historia del género humano,
marcado por la impronta de su laboriosidad, de sus fracasos y de sus victorias: el mundo que los cristianos cree fundado
y conservado por el amor de un Creador, puesto bajo la esclavitud del pecado pero liberado por Cristo.
ES 60-12319
CCE 293-294
El mundo ha sido creado para la gloria de Dios, no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla. Dios
no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad.
La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación-comunicación de su bondad: hacer de nosotros hijos
adoptivos por medio de jesucristo. La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios. El fin
último de la creación es Dios, hecho todo en todas las cosas, procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad.
CCE 760
El mundo fue creado en orden a la Iglesia. Dios creó en mundo en orden a la comunión en su vida divina, la cual se
realiza plenamente mediante la convocación de los hombres en Cristo, la Iglesia. “La Iglesia es la finalidad de todas las
cosas” (San Epifanio), incluso las vicisitudes dolorosas fueron permitidas por Dios en orden a ella. La voluntad de Dios es
un acto y se llama mundo, asi como la intención de Dios es la salvación de los hombres y se llama Iglesia.
IV. Las dos dimensiones de la «Iglesia una»
LG 8
Cristo estableció su Iglesia como sociedad dotada de órganos jerárquicos y como Cuerpo Místico de Cristo, como reunión
visible, y como comunidad espiritual, como Iglesia terrestre y como Iglesia dotada de bienes celestiales. No han de
considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituída por un elemento humano y otro divino.
Por esta profunda analogía se asimila al misterio del Verbo Encarnado. Asi como la humanidad sirve al Verbo divino
(instrumentum coniunctum), de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo.
Esta es la única Iglesia de Cristo una, santa, catolica, apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de su
resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn 21; Mt 28 18), erigida como columna y fundamento de la verdad (1Tm 3
15). Esta Iglesia subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro, y por los Obispos en comunión con él,
aunque puedan encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que como dones propios de la
Iglesia de Cristo inducen hacia la unidad.
Cristo efectuó la redención por la pobreza y persecución. Así la Iglesia está llamada a seguir ese mismo camino para
comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo tomó la condición de siervo (Flp 2 19) y se hizo pobre por
19
La encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI termina en el n. 30. está mal citado.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 47
nosotros (2Co 8 9). Fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres (Lc 4 18) y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19
10). De manera semejante, la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana y reconoce en ellos la imagen
de su fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo. Aunque el
cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituída para buscar la gloria de este mundo, sino para
predicar la humildad y la abnegación con su ejemplo.
Cristo, santo, inocente e inmaculado, (Hb 7 26) no conoció el pecado (2Co 5 21). La Iglesia, recibiendo en su seno a los
pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación, busca sin cesar la penitencia y la renovación. Ella va
peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta
que Él vuelva. Ella se vigoriza con la fuerza del Resucitado para vence con paciencia y caridad sus propios sufrimientos y
debilidades, y descubre en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras hasta que al fin del tiempo se le
descubra en todo su esplendor.
SC 2
Es carácterístico de la Iglesia ser humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada
a la contemplación, presente en el mundo y sin embargo, peregrina.
En ella lo humano está orientado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, lo
presente a la ciudad futura que buscamos.
La liturgia robustece a los que están adentro, edificándolos, y presenta a la Iglesia como signum levatur inter nationes (Is
12)
CCE 770-773
La Iglesia está en la historia y la trasciende. Son necesarios los ojos de la fe para ver en esta realidad visible la realidad
espiritual. Repite LG 8 y SC 2. San Bernardo habla de la Iglesia como Tienda de Cadar y Santuario de Dios, Tienda terrena
y Palacio celestial, Casa modestísima y Aula Regia. Ella tiene la tez morena, pero es hermosa, el trabajo y el dolor del
prolongado exilio la han deslucido, pero también la ennoblece su forma celestial.
En la Iglesia, Cristo realiza y revela su propio misterio. La Iglesia, desposada con Cristo se convierte en misterio. La Iglesia
es la comunión de los hombres con Dios. Esta es la finalidad que ordena en ella todo lo que es: medio sacramental
ligado a este mundo que pasa. Su estructura está totalmente ordenada a la santidad delos miembros en Cristo. María
nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia.
CCE 779
El misterio de la Iglesia, que solo la fe lo puede aceptar, es el de su doble dimensión, dimensión sacramental.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 48
TESIS 8
“La Iglesia de Dios es una, santa, católica y apostólica”. Las propiedades esenciales de la Iglesia (LG 10-13, 18, 39-42;
CCE 811-870). Unicidad unidad y ecumenismo (LG 8b; LG 14-15; UR 2-4; CCE 813-822, 836-848; UUS 1-40) Iglesia
universal e iglesias particulares (LG 13, 23; CD 11; AG19-22; EN 59-65; CCE 830-835) [ orígenes cristianos;
fundamental 4, 2; diálogo ecuménico.]
I. Las propiedades esenciales de la Iglesia (LG 10-13, 18, 39-42; CCE 811-870)
CEC 811-812
La Iglesia es una, santa, católica y apostólica.
811 “Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica” (LG 8).
Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí (Cf. DS 2888), indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su
misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa,
católica y apostólica, y El es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades.”
812 Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones
históricas son signos que hablan también con claridad a la razón humana. Recuerda el Concilio Vaticano I: “La Iglesia por
sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su
admirable propagación, de su eximia santidad, de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad
universal y de su invicta estabilidad” (DS 3013).”
CCE 866-870
866: La Iglesia es una: tiene un solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo bautismo, no forma más que un solo
cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientado a una única esperanza (cf. Ef. 4, 3-5) a cuyo término se superarán todas
las divisiones.
867: La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de
santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es “inmaculada aunque compuesta de pecadores”. En los santos
brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.
868: La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es
enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos los tiempos; “es, por su propia naturaleza,
misionera” (AG 2).
869: La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: “los doce apóstoles del Cordero” (Ap 21, 14); es
indestructible (Mt. 16, 18); se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás
apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.
870: “La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica… subsiste en la
Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de se
estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad” (LG 8).
LG10-13: N° 10 El sacerdocio común; N° 11 El ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos; 12 El sentido de
la fe y de los carismas en el pueblo Cristiano; 13 Universalidad y catolicidad del único pueblo de Dios
LG 10: LG 10 caracteriza al Pueblo de Dios como sacerdotal y, para ello, desarrolla el tema del sacerdocio común y
ministerial, anticipándose a los capítulos III y IV de LG acerca del ministerio jerárquico y del laicado. Se trata del primer
documento conciliar que se pronuncia sobre el sacerdocio común de los fieles, aunque existan antecedentes
magisteriales20. En LG 10a se desarrolla la participación de todo el pueblo de Dios en el sacerdocio real de Jesucristo:
Cristo, en tanto cabeza, es el origen de toda función sacerdotal (de sacrificio espiritual y mediación), y cada miembro
puede participar de este único sacerdocio en virtud del bautismo. En 10b se trata acerca de la diferencia entre común
(de todos) y ministerial (de quienes reciben el sacramento del orden) 21. Lo importante es que brotan del mismo
sacerdocio de Cristo y son complementarios, así se expresa también en LG 34.
LG 11-12: lo común a todo el Pueblo de Dios se completa con los n 11 y 12 relativos al ejercicio del sacerdocio común
en los sacramentos (bautismo, confirmación y Eucaristía) y al sentido de fe y carismas. Cabe destacar la originalidad del n
12, que recoge la teología paulina, y su valor en relación con la renovación eclesial.
LG 13: constituye un párrafo de transición dentro del capítulo, que pone el acento sobre la unidad católica de la
Iglesia para tratar luego de los distintos modos de pertenencia (LG 14-16) hasta llegar al tema de la misión (LG 17). El
origen de esta unidad es trinitario (13a). En 13b la diversidad se plantea “ad extra”, en las culturas mediante los
conceptos de universalidad y recapitulación, señalando su fundamento en Cristo y en el Espíritu; mientras que en 13c la
explicación se dirige a la realidad “ad intra”, entre los estados y al interior de la Iglesia particular.
II. Unicidad unidad y ecumenismo (LG 8b; LG 14-15; UR 2-4; CCE 813-822, 836-848; UUS 1-40)
La Iglesia es una: unidad, necesidad y pertenencia a la Iglesia (Galli, La sacramentalidad, catolicidad y misión de la Iglesia,
1-4; 8-9.
La sacramentalidad universal. (Función de la Iglesia como sacramento universal de salvación).
Algunas fórmulas eclesiológicas tradicionales.
Extra Ecclesia nulla salus. Esta expresión impidió la valoración teológica de las religiones durante mucho tiempo. Esto ya
no es defendido por los teólogos católicos. Está fórmula tiene el sentido parenético de exhortar a la fidelidad de los
20
Cf. Catecismo de Trento; Enc. Mediator Dei de Pío XII (1947); alocución Magnificate Dominum del mismo papa (1954).
21
Sobre la historia de la terminología en este punto, cf. Philips, La Iglesia y su misterio, t1 185ss.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 56
miembros de la Iglesia, porque en ella se encuentra la plenitud de la salvación. Teniendo la visión de la Iglesia como
medio más conveniente de salvación (necesidad-conveniencia), la frase puede reformularse en “toda salvación viene de
Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo”(CEC, 846).
La necesidad de la Iglesia. se habla de necesidad en un doble sentido: necesidad de pertenencia para aquellos que creen
en Jesús; y la necesidad para la salvación del ministerio de la Iglesia.
Ecclesia ab Abel y Ecclesia universalis. El misterio de la Iglesia trasciende sus etapas cristianas y veterotestamentarias
abarcando su prefiguración ab origine mundi. El Concilio dice que el la Iglesia universal se congregan ad Abel iusto usque
ad ultimun electum, lo cual indica una preexistencia de la Iglesia a la Encarnación. Todos las fórmulas equivalentes a
estas muestran que la Iglesia abarca a hombres de todos los tiempos justificados por Cristo, porque es coextensiva al
dominio de su gracia (Gracia capital): esto nos recuerda la doctrina tomista de miembros en acto y miembros en
potencia; a la que somos invitados a repensar desde las dialécticas realidad-imagen, vivible-invisible, histórico-
escatológico, cumplimiento-preparación, plenitud-imperfección, en una dinámica de la participación salvífica en el
Espíritu. Aclaramos que la pertenencia secreta no hace de la Iglesia algo puramente espiritual, ya que se trata de una
pertenencia a-su-modo a la Iglesia única y una, visible-espiritual y sacramental.
¿Ecclesia extra ecclesia? La ecclesia universalis incluye a los justos no cristianos, antes y después de Cristo, justificados
por él y espiritualmente cristianos. Y ante la pregunta de si hay alguna forma de eclesialidad antes y fuera de la Iglesia de
Cristo, se puede decir que se descubre ‘una figura de eclesialidad’ en el valor cohesivo de las religiones de los pueblos en
las que se dan mediaciones comunitarias e institucionales que, si bien no se identifican con la comunidad e institución
eclesial, trasmiten cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, en cuya participación juegan los individuos su respuesta
a la gracia. Esta eclesialidad es muy frágil. Conforme a la lógica de la encarnación redentora la Iglesia debe asumir este
movimiento de eclesialización, purificar lo que no condice con el Evangelio, y completar la plena actualidad eclesial
instaurando al PD actualiter en el mundo.
LG 8b: “Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada
por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque puedan encontrarse fuera de ella muchos
elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica.
LG 14-15
LG 14-16: estos números marcan una progresión en la pertenencia hasta llegar a la necesidad y exigencia de la misión
(LG 17). LG 14a trata sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación ¿cómo entenderlo? La Iglesia es necesaria para la
salvación por su origen, el Único Mediador, y porque posee la plenitud de los medios para la salvación (la necesidad es
de medio y no de fin). Esta verdad no puede traducirse sin más por el principio de Cipriano “fuera de la Iglesia no hay
salvación”22. En LG 14b se detallan los aspectos jurídicos y espirituales de una plena incorporación. Las condiciones de
pertenencia (confesión de fe, sacramentos, comunión con la jerarquía) evocan la definición de Belarmino sobre la Iglesia
(cf. Ant. 1). (Virginia)
UR 2-4: (Síntesis)
Cristo antes de ofrecerse a sí mismo como víctima inmaculada en el altar de la cruz, rogó al Padre por los creyentes,
diciendo: Que todos sean uno; en instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por el cual se significa
y se realiza la unidad de la Iglesia. Dio a los suyos el nuevo mandamiento del amor mutuo y les prometió el espíritu
consolador. después de levantado en la cruz y glorificado, el Señor Jesús envió el Esp., por medio del cual llamó y
congregó al pueblo de la nueva alianza, la Ig., en la unidad de la fe, esperanza y caridad. El Espíritu santo que habita en
los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a todo
en Cristo, que es el Principio de la unidad de la Iglesia Cristo confió al colegio de los Doce el oficio de enseñar, gobernar y
santificar y entre ellos eligió como cabeza a Pedro.
Jesucristo quiere que por medio de los apóstoles y de sus sucesores, esto es, los obispos con su cabeza, el sucesor de
Pedro, por la fiel predicación del Evangelio y por la administración de los sacramentos, como por el gobierno en el amor,
operando el Espíritu santo, crezca el pueblo y se perfeccione en la unidad a través de la confesión de una sola fe y la
celebración común del culto. El supremo modelo y supremo principio de este misterio es, en la trinidad de personas, la
unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu santo
Ya desde los comienzos surgieron escisiones en esta una y única Iglesia de Dios, las cuales reprueba gravemente el
Apóstol como condenables; y en siglos posteriores nacieron disensiones más amplias, a veces no sin culpa de los
hombres de uno y otra parte; quienes ahora nacen en esas comunidades no pueden ser acusados de pecado de
separación y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor, estos que creen en Cristo y recibieron
debidamente el bautismo, están en una cierta comunión con la Iglesia católica, aunque no perfecta.
Estos hermanos separados de nosotros, no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo quiso dar a todos aquellos que
regeneró y convivificó para un solo cuerpo y una vida nueva; únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que
es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medio de salvación.
En muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu santo, se hacen muchos esfuerzos con la oración, la palabra y
la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere. Por “movimiento ecuménico” se entienden las
actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se
ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. En la acción ecuménica, deben, sin duda, preocuparse de los hermanos
separados, orando por ellos, tratando con ellos de las cosas de la Iglesia y adelantándose a su encuentro. Pero, antes
que nada, los católicos, son sincero y atento ánimo, deben considerar todo aquello que en la propia familia debe ser
renovado y llevado a cabo para que la vida católica de un más fiel y más claro testimonio de la doctrina y de las normas
entregadas por Cristo a través de los Apóstoles.
22
Éste se orienta a los pecadores endurecidos y no contempla la ignorancia no culpable, cf. Philips, t1 234ss.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 57
No debe olvidarse tampoco que todo lo que la gracia del Espíritu santo obra en los hermanos separados puede
contribuir también a nuestra edificación. Todo lo que es verdaderamente cristiano, jamás se opone a los genuinos
bienes de la fe.
UUS 1-40: 1-4 Introducción: llamado a la unidad de los cristianos
El compromiso ecuménico de la Iglesia católica
5-6 El disignio de Dios y la comunión
7-14 El camino ecuménico: camino de la Iglesia
15-17 Renovación y conversión
18-20 Importancia fundamental de la doctrina
21-27 Primacía de la oración
28-30 Diálogo ecuménico
31-32 Estructuras locales de diálogo
33-35 Diálogo como examen de conciencia
36-39 Diálogo para resolver las divergencias
40 La colaboración práctica
VIII. II. La Iglesia es santa: santidad y conversión (LG V) - Azcuy, LG V, Vocación universal a la santidad, 1-2
La clave es la perspectiva universal de la santidad en la Iglesia, en coherencia con la eclesiología del PD que restablece la
igual dignidad de todos sus miembros por el bautismo, pero a la vez diversificada según los estados. Retoma la
dimensión mistérica y trinitaria de la Iglesia (LG 1-4), a la vez que remarca el cristocentrismo al proponer a Cristo como
modelo de toda perfección.
LG 39: esta vocación es en la Iglesia y no sólo de la Iglesia, con lo cual se quiere subrayar que es un llamado esencial y
propio de su interioridad. Por su origen trinitario la Iglesia no puede dejar de ser santa y santificadora, en el sentido
ontológico: Dios muestra su santidad trinitaria y el Espíritu de Cristo no cesa de entregarla a su Iglesia.
Se puede distinguir una santidad ontológica (Viene de Dios) y una santidad moral (la que obra el cristiano). Habla de los
frutos de la gracia que el Espíritu produce y que se orientan a una perfección de la caridad, así la caridad está en la
esencia de la santidad. Entre los frutos de la gracia se destacan los consejos evangelices, siendo una práctica no
reservada sólo a los religiosos, por lo que se subraya la universalidad de este camino y de su realización según los
diversos estados.
LG 40: por la Encarnación todos están llamados a la unión divina; el llamamiento a la perfección viene de Cristo (Mt 5,
48) y, además, de su Espíritu recibimos el estímulo para seguirlo. La perfección evangélica consiste en hacer la voluntad
de Dios. las ideas patrísticas sobre la santidad llegan al centro en el planteamiento de Santo Tomás en la afirmación de la
perfección de la vida cristiana como caridad, en coherencia con el mandamiento nuevo del Nuevo testamento. Se repite
que la santidad es fruto del llamamiento, de la gracia y de la justificación -el acento está puesto sobre la santidad
ontológica y no sobre la moral-, somos santos y en virtud de ello hemos de obrar como santos. La dimensión pecadora y
de purificación se indica en el Concilio indicando la necesidad de perdón y la reconciliación. Concluye con una nueva
referencia a la universalidad y una breve exposición sobre la dimensión social de la santidad y su sentido de glorificación
a Dios.
LG 41: planteada la vocación a la santidad para todos (unidad), se presenta la santidad según los diversos estados
(multiplicidad). 41. b: se refiere a la santidad de los obispos, designados como pastores. 41. c: se trata allí de la santidad
de los sacerdotes, que ha de entenderse en conexión con la del obispo. 41. d: está dedicado a los ministros de orden
inferior (diáconos y seminaristas). 41. e: se propone la santidad para los laicos, quienes recorren un camino propio fuera
del esto clerical.
LG 42: trata acerca de los consejos evangélicos y trata acerca de los medios de la santidad. El fundamento de los medios
es la caridad, presentada como don. Como exigencia de la caridad se menciona la escucha de la Palabra, la participación
en los sacramentos y el servicio a los hermanos. No deja de introducir que el grado superior del amor es el martirio
(gracia de la caridad total). Luego retoma el tema de los consejos, dando prioridad a la virginidad por el Reino (Mt 19,
11-12):
III. Iglesia universal e iglesias particulares (LG 13, 23; CD 11; AG19-22; EN 59-65; CCE 830-835)
VIII. III. La Iglesia es católica: el “universal católico”.
LG 13: “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo PD. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y
único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para cumplir el designio de la voluntad de Dios… el
único PD está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne a sus ciudadanos… Este carácter de
universalidad que distingue al PD es un don del mismo Señor a la Iglesia… “
Jesús asume la peregrinación de los pueblo y congrega al PD para que los atraiga al Reino (Mt 8, 11-12); y Jesús
perfecciona aquel movimiento con la misión a los pueblos: universalismo (Mt 28, 18-20). El Espíritu actualiza y
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 59
universaliza la obra de Jesús actuando en la Iglesia impulsando su misión para dar a Cristo a todos, y actúa en los
pueblos moviéndolos hacia la fe en Cristo y hacia su Iglesia.
La Iglesia asume, purifica y eleva los dones de los pueblos. Se da así un admirable intercambio de dones divinos, desde el
doble dinamismo universal del Espíritu (invisible y sacramental), que expresa el universalismo salvífico de Dios centrado
en Cristo, la singularidad peculiar de la Iglesia, y de su catolicidad, que rebasa la mera dialéctica lógica universal-
particular, y el intercambio con los pueblos para alcanzar la Plenitud.
La Iglesia peregrina es por su misma naturaleza misionera (AG 2); ella existe para evangelizar (EN 14). Pueblo peregrino
y evangelizador (LG 9-12, 68; DP 232-279; CCE 781-786). La misión (Mt 28, 16-20; Mc 16, 14-20; Lc 24, 36-53; Hch 1, 1-
11; Jn 20, 19-28). La misión hoy (LG 17; GS 40-45; AG 2-9; DH 1-8; EN 5-16, 17-24; RMi 31-40; CCE 849-856; NMI 15, 29-
31) [Teología Pastoral I]
Esquema
I. Iglesia peregrina y misionera
Naturaleza misionera
Razones de la misión evangelizadora
II. Pueblo peregrino y evangelizador
La misión desde los textos bíblicos
El hoy de la misión
I. Iglesia peregrina
1. Naturaleza misionera23
A. Misionalidad
La expresión espontánea de la catolicidad es la misión universal de la Iglesia. Ésta, se vive y se conceptualiza de modos
diversos a través de los siglos. Pero en el núcleo de todas estas manifestaciones late la misma fuerza de una realidad que
se impone: la Iglesia es misionera por su propia naturaleza (AG 2).
La misión tiene un lugar central en la Iglesia porque ella “existe para evangelizar” (EN 14). Por lo tanto la misionalidad es
una dimensión esencial de la eclesialidad. La misión pertenece a la Iglesia peregrina en cuanto efecto y prolongación de
las misiones divinas. El “amor fontal o caridad de Dios Padre” (AG 2b) funda el dinamismo de las misiones trinitarias, del
“Dios-en-misión”, primer punto de referencia de la misión eclesial.
“La Iglesia peregrinanate es, por naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión
del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre” (AG 2ª)
La misión surge de la índole peregrina de la comunión eclesial y arraiga de un modo peculiar en su catolicidad (AG 1).
Este punto es acentuado recientemente por el Magisterio cuando expresa que la misión es una exigencia de la
catolicidad (CCE 848).
B. Catolicidad y misión
Hay una profunda relación entre la catolicidad y la misión (CR 76, CCE 848. 856) ya que un aspecto que se destaca en la
naturaleza católica de la Iglesia es su misión universal
La catolicidad y la misión son correlativas y entre ellas hay una cierta causalidad recíproca: a) La catolicidad es causa de
la misión, ya que ésta es una propiedad de la Iglesia, sujeto agente de la misión, y la misión es una exigencia de la
catolicidad; b) la misión es causa de la catolicidad, porque por aquella la Iglesia realiza efectivamente su catolicidad. La
catolicidad y la misión están unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta el punto que cada una es,
a su modo, fuente y fruto de la otra. La comunión católica es misionera y la misión es universal, para hacer más
plenamente católica la comunión. Por eso se puede hablar de catolicidad o universalidad misionera y de misión católica
o universal.
(1) Un primer movimiento va de la catolicidad a la misión. La Iglesia no deviene universal (o católica) porque ella se
ocupe de la misión, sino que ella se ocupa de la misión porque es esencialmente universal. La Iglesia se extiende
respondiendo al llamado de su naturaleza católica y la catolicidad se va realizando según la misión se despliega en la
historia. Al misionar la Iglesia extiende y a la vez enriquece su catolicidad con los aportes de los pueblos.
(2) Un movimiento complementario va de la misión a la catolicidad. Porque la catolicidad es don y tarea, la misión tiene
que desarrollarla activamente. La historia de la Iglesia es el desarrollo histórico de su catolicidad por la misión. Esto se
puede verificar históricamente, como lo hizo el Papa con respecto a la primera evangelización de América al llamarla “un
despliegue misionero sin precedentes… una nueva configuración al mapa eclesial… el prorrumpir vigoroso de la
catolicidad querida por Cristo”. La Iglesia es hoy más universal que en otros momentos porque el ámbito de su presencia
es el mundo entero, como lo advirtió el Concilio.
2. Razones de la misión evangelizadora24
¿Cuál es el sentido de la misión de anunciar el Evangelio y de implantar la Iglesia en el mundo? Si la pertenencia visible a
la Iglesia peregrina no es intrínsecamente necesaria para lograr la salvación eterna de los individuos, ¿qué razones
justifican su misión evangelizadora? ¿Para qué entonces la misión? ¿Será para realizar más plenamente la salvación no
sólo a nivel individual y eterno sino también comunitario e histórico? La pregunta en sí es ésta: ¿Cuál es la necesidad de
anunciar el Evangelio?
El plan de Dios, centrado en Cristo, sigue la “lógica de la encarnación redentora”, es decir se adapta al modo humano de
ser, conocer y obrar, comunicando la salvación “de hombre a hombre”, y por eso se realiza mediante el hombre Jesús y
su Iglesia. La economía divina posee una “dinámica encarnatoria” que objetiva, intensifica y plenifica la salvación.
“La posición inclusivista ya no considera la misión como tarea para impedir la condenación de los no evangelizados
(posición exclusivista). Incluso reconociendo la acción universal del Espíritu Santo, observa que ésta, en la economía
salvífica querida por Dios, posee una dinámica encarnatoria que la lleva a expresarse y objetivarse. De esta manera la
23
Toda esta sección sigue a Galli, C., Sacramentalidad, Catolicidad y Misión de la Iglesia, apuntes de Eclesiología 2000, 10-11.
24
Galli, C., Sacramentalidad, Catolicidad y Misión de la Iglesia, apuntes de Eclesiología 2000, 11.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 62
proclamación de la palabra conduce esta misma dinámica a su plenitud. No significa sólo una tematización de la
trascendencia, sino la mayor realización de la misma, al colocar al hombre ante la decisión radical. El anuncio y la
aceptación explícita de la fe hace crecer las posibilidades de salvación y también la responsabilidad personal. Además, la
misión se considera hoy como tarea dirigida no solo a los individuos, sino sobre todo a los pueblos y las culturas. “ (CR
24)
En resumen, la misión evangelizadora, que transmite la revelación definitiva y universal de Dios en Cristo por el Espíritu,
tiene como fin llevar a su mayor plenitud comunitaria e histórica la salvación.
De Lubac pensaba de una manera similar cuando, hace medio siglo, acuñó esta sugestiva frase: “Las misiones no son
solamente ‘une affaire’ de vida o de muerte sino de plenitud de vida”. En realidad, ya en el capítulo VII de Catolicismo
titulado La salvación por la Iglesia, al plantearse la necesidad de Iglesia para la salvación de los infieles, tomaba una
fórmula que sostenía que las misiones aportan una plenitud de vida. En Cristo Dios se da como plenitud al hombre ya en
el tiempo, constituyendo la plenitud del hombre y del tiempo, como proclama Juan Pablo II al meditar sobre la
Encarnación (TMA 9-10). La misión de la Iglesia es “necesaria” para que todos los hombres de todos los tiempos y
lugares (RMi 11) puedan participar, ya en esta historia peregrina, de las inescrutables riquezas de Cristo (Ef 3, 8)
mediante la comunión del Espíritu.
II. Pueblo peregrino
1. La misión desde los textos bíblicos25
A. Acerca del término
El Nuevo testamento no emplea el término “misión” en el sentido en que lo entiende la teología contemporánea; sin
embargo el verbo , relacionado con apóstol, tiene un significado bastante amplio y una indudable referencia
a la “misión”. Se explica la ausencia del término “misión” en el Nuevo testamento por el hecho de que en el Nuevo
testamento apenas si existía la dualidad Iglesia-misión. La Iglesia no tenía conciencia de ejercer una doble acción, una
dirigida hacia los de “dentro” y otra hacia los de “fuera”. La Iglesia era misionera e irradiaba naturalmente en su entorno
es espíritu del Evangelio. La conciencia de la Iglesia del Nuevo testamento giraba en torno a la relación entre naturaleza
de la Iglesia y la misión, ésta fue advertida muy pronto (cf. Cartas de cautividad y pastorales), cuando se agudizó el
problema de la misión a los judíos y a los paganos.
B. Mandato misionero
El motivo primordial e inderogable de la misión es y será siempre el mandato misionero que Jesús dio a los apóstoles y a
los discípulos al término de su existencia terrena. Como es sabido, este mandato no aparece al final de la obra de Cristo
como una novedad. Ya durante su actividad en Galilea y Judea, Jesús había designado unos colaboradores a los que
tenía encomendada una parte de su misión. Los “discursos misionales” recogidos por Mc 6, 7-11; Lc 9, 1-5; 10, 1-10 y Mt
10, 5-42, si bien pueden reflejar algunos elementos de la experiencia misionera posterior, no dejan dudas al respecto.
Aunque la misión terrena de Jesús aparece fundamentalmente reservada a los israelitas, es indudable que él persigue un
plan misterioso que comparte con el Padre y se extiende a todos los hombres. Se marcan a través de la palabra “antes”
[] dos etapas en el plan: antes (Mc 7, 27) debe tener lugar el anuncio de los judíos, y luego, antes (Mc 13, 10) de
la consumación universal, será anunciado el evangelio a todas las gentes. El destino universal de su obra es evidente (Mc
10, 45) y la realización es encomendada a los apóstoles tan pronto como la carrera terrena de Jesús está cumplida. Por
eso el final de Mt es la culminación de todo el evangelio. Son conocidos los lugares paralelos de Lc 24, 47 (Hch. 1, 8); Mc
16, 15s; Jn 20, 21s (cf 17, 18).
Contraponer estas palabras de Cristo resucitado al comportamiento de Cristo prepascual significa cerrar los ojos al
universalismo implícito en su actividad terrena y no comprender el progreso registrado en la historia de salvación con la
muerte y al resurrección de Cristo. Considerarlas como no históricas por haber sido pronunciadas por el Cristo glorioso
significa no comprender la conciencia universalista de la Iglesia primitiva, donde la misión entre los paganos fue
considerada inmediatamente como un imperativo fundamental.
Jesús mismo conecta explícitamente el mandato misionero con la misión que él ha recibido del Padre. La tarea, la
autoridad y el poder que se derivan del misterio de la Trinidad son transmitidos por Cristo a los apóstoles (Mt 28, 18); la
misión conferida al Hijo en el medio de sus discípulos (Jn 20, 21): De este modo la misión de la Iglesia se origina y se
apoya, a través de la mediación histórica de Cristo, en la riqueza trascendente del misterio trinitario. Las “misiones” de
que siempre ha hablado la teología trinitaria constituyen el fundamento y la razón última de la misión de la Iglesia.
Síntesis
La vocación misionera de las primeras comunidades cristianas se desarrollaba de modo natural a partir de los datos y
convicciones indicados. El mandato y envío de Jesús resucitado (Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-18) no hacía más que explicitar
lo que nacía de la propia vida y de la propia experiencia: si la fe vive de la alegría pascual ¿puede satisfacerse en sí
misma sin invitar a los demás a participar de ella? ¿puede no ser comunidad abierta y acogedora? Una vez rotos los
marcos judíos, los primeros cristianos encontraron el imperio romano y la cultura helenística. A partir de ese momento
de produce el fascinante proceso de la cristianización de la cultura.
Análisis de los textos en particular
Mt 28, 16-20
16Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17Y al verle le adoraron;
algunos sin embargo dudaron. 18Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. 19Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
25
Seguimos a Rossano, P., Teología de la misión, en: Mysterium Salutis, Tomo IV/1, Madrid, Cristiandad, 1974, 517-523.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 63
Santo, 20y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo.»
En estas últimas instrucciones de Jesús, con la promesa que le sigue, está condensada la misión de la Iglesia apostólica.
Los discípulos de Jesús ejercerán el poder de éste, ya que en nombre de él bautizarán y realizarán la formación de los
primeros cristinaos. Su misión es universal: después de haber sido anunciada primeramente al pueblo de Isarel, la
salvación debe ser en adelante ofrecida a todas als naciones.
Acerca del bautismo. El pasaje de Mt 28, 16-20 no tiene paralelos sinópticos: la tradición sinóptica no recoge ninguna
disposición del Jesús histórico respecto al bautismo; sorprende el silencio de Pablo y de otros testigos al respecto; no
cabe, pues, pensar en una fuente textual anterior al pasaje de Mt. La atribución del mandato a Jesús resulta tardía y
limitada.
Mc 16, 14-20
«14 Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de
corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. 15 Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación. 16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. 17 Estas son las
señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, 18
agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y
se pondrán bien.» 19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que
la acompañaban.»
Es posible observar como el mandato de Jesús está íntimamente unido al bautismo de los cristianos y a los signos que
éstos producirán para atestiguar que su poder es de Cristo. Como ya sabemos esta parte del evangelio es canónica lo
que no significa que necesariamente haya sido escrita por el mismo evangelista. Suponemos que este fragmento ha sio
un apéndice que tiene como fin mostrar a las comunidades lectoras de este evagelio las apariciones del resucitado.
Acerca del bautismo. Desde el punto de vista crítico, el mandato bautismal se encuentra en el apéndice del Evangelio,
que no es de Marcos, sino que remonta a la primera mitad del siglo II. Mt y Mc establecen una interesante conexión
entre kerigma, fe y bautismo.
Lc 24, 36-53
36Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con
vosotros.»37Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. 38Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se
suscitan dudas en vuestro corazón? 39Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no
tiene carne y huesos como véis que yo tengo.» 40Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. 41Como ellos no
acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» 42Ellos le
ofrecieron parte de un pez asado. 43Lo tomó y comió delante de ellos. 44Después les dijo: «Estas son aquellas palabras
mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de
Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. “» 45Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran
las Escrituras, 46y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día 47y se
predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
48Vosotros sois testigos de estas cosas. 49«Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra
parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.» 50Los sacó hasta cerca de Betania y,
alzando sus manos, los bendijo. 51Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. 52Ellos,
después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, 53 y estaban siempre en el Templo bendiciendo a
Dios.
El relato de Lucas parece estar enmarcado el mismo día de la resurrección de Jesús. Se repite la promesa de enviar sobre
ellos la”promesas del Padre” para cumplir la misión encomendada. Notar que este relato se sucede inmediatamente
después del pasaje de los discípulos de Emaús, donde un tema sobresaliente es el de la fracción del pan.
Hch 1, 1-11
1El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio 2hasta el día en que, después
de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. 3A estos
mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante
cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. 4Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que
no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, «que oísteis de mí: 5Que Juan bautizó con
agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días». 6Los que estaban reunidos le
preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»7El les contestó: «A vosotros no
os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, 8 sino que recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los
confines de la tierra.» 9Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. 10Estando ellos
mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco 11que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis
visto subir al cielo.»
Se subraya la participación del Espíritu en los comienzos de la misión apostólica, al igual que había acontecido en el
inicio del ministeriode Jesús. El gran tema de predicación de los Apóstoles será la predicación del Reino de Dios.
Estratégicamente Jerusalén se ha planteado como el centro geográfico en el cual culmina la misión del Jesús terreno y se
da inicio a la misión universal de la Iglesia.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 64
Jn 20, 19-28
19Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar
donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»20Dicho esto,
les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21Jesús les dijo otra vez: «La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo. 23A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
24Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor.» 25Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el
agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» 26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos
dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.»
27Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo
sino creyente.» 28Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.»
El soplo de Jesús simboliza al Espíritu donado [en hebreo: soplo] que él envía, como principio de la nueva creación.
2. El hoy de la misión
Se mencionará a continuación cuatro factores que han producido en los último años una inflexión en la concepción
clásica de la misión hasta dar origen a un paradigma distinto.
A. La primacía de la misión sobre las misiones
En el mundo ecuménico se había producido en torno a los años 60 un giro relevante con respecto a la concepción de la
misión26. Se recordaba que la misión de Dios es previa a la misión de la Iglesia; por ello la misión ha de ocupar el centro,
no la Iglesia, no se da la misión para ampliar a la Iglesia, sino que ésta existe para servir a aquélla. Se pasa así de una
visión eclesiocéntrica a una visión misiocéntrica de la Iglesia.
El Vaticano II asumió la nueva convicción: la Iglesia, situada en el interior del misterio de Dios, sirve a las misiones del
Hijo y del Espíritu. Tal es la impostación de AG. Desde este presupuesto las misiones adquieren una mayor densidad
teológica: son las acciones por las cuales, según las circunstancias, la Iglesia va cumpliendo lo que ya se ha iniciado en la
Trinidad misma; las determinaciones jurídicas o geográficas son secundarias, lo decisivo es su inserción en el dinamismo
de la Iglesia.
B. Ampliación de los responsables de la misión
Si la misión, así concebida, ocupa tan central papel en la vida de la Iglesia, debe recaer en todos los miembros de la
Iglesia. Cada uno de ellos deberá descubrir la modalidad propia de su contribución al compromiso misionero. De este
modo todos son sujetos y protagonistas de la misión universal.
Se debe superar por ello el dualismo entre iglesias que envían e iglesias que reciben, y simultáneamente se debe
comprender la misión en clave bi-direccional, pues unas y otras deben enriquecerse con los carismas de las demás.
C. Los desplazamientos soteriológicos
La acción misionera de la Iglesia se basa desde siempre en la convicción de que la salvación de Dios en Jesucristo debía
llegar a todos los hombres por mediación de la Iglesia. Esta convicción había dado tanto relieve a la salvación del alma
tras la muerte que había marginado las repercuciones históricas y mundanas de la salvación. Ahora se habría una nueva
perspectiva: la salvación debía afectar a todas las dimensiones de la existencia humana, y a ello debía comprometerse
también la Iglesia en el ejercicio de su misión.
En el ámbito ecuménico el esquema Dios-Iglesia-mundo fue reemplazado por el esquema Dios-mundo-Iglesia. Es
prioritaria la relación de Dios al mundo, pues es ahí donde Dios encuentra a los hombres y donde éstos alcanzan la
experiencia de salvación. ¿Deben por ello los hombres abandonar el mundo para encontrar la salvación en la Iglesia, o es
más bien la Iglesia la que debe acercarse al mundo para contribuir a la salvación de los hombres y poder celebrarla con
ello?
Progresivamente la misión se fue viendo como: un servicio de la Iglesia a favor de los hombres, el mundo se presentó
como el horizonte de la misión y se vinculó más estrechamente la salvación cristiana con la liberación humana.
Pío XII fue quien reconoció la importancia de defender la justicia social y la doctrina social de la Iglesia en la acción
misionera. La teología y la pastoral asumieron el valor de las realidades terrestres y de la lógica de la encarnación. Así lo
hizo -tímidamente- AG y de modo decisivo GS. La praxis misionera y la reflexión misionológica se situaron en el primer
plano de este proceso e recepción y de desarrollo de las nuevas perspectivas que iban siendo asumidas por el magisterio
oficial de la Iglesia Católica.
D. La apertura neumatológica
Frente a la fundamentación cristológica del encargo misionero recibido por la Iglesia se irán explicitando y
profundizando las dimensiones neumatológicas de la misión en su raíz y en su ejercicio. Esta apertura se manifiesta
especialmente en los siguiente aspectos:
el Espíritu es protagonista de la misión, como lo manifiesta mediante la distribución de los carismas y la flexibilización de
las estructuras eclesiales;
obliga a una visión más global e integral de la realidad, haciendo ver que es la creación entera la que está gimiendo y
clamando a la espera de su liberación plena;
llama a la Iglesia desde fuera y desde los otros, mostrando las huellas de su presencia no sólo en las realidades profanas
sino también en otras tradiciones religiosas, empujando al encuentro y al diálogo.
26
Como ejemplo mencionamos la reunión de 1961 en Nueva Delhi en donde se acordó la integración del International Missionary Council (que
coordinaba la acción misionera) en el Consejo Mundial de Iglesias.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 65
La convergencia de estos factores, la evolución de las circunstancias históricas, la profundización de la renovada
autoconciencia eclesial, la dinámica misma de la lógica descubierta han ido creando un nuevo paradigma para la misión
que sustituye al anterior y que determinará el futuro de la Iglesia.
[Teología Pastoral I]
La pregunta fundamental aquí es ¿cómo llevar a cabo una misión evangelizadora en los tiempos actuales? Creemos que
esto se responde a la luz de EN 31 quien conecta el concepto de Evangelización con el de promoción humana. A
continuación lo transcribimos.
“Entre evangelización y promoción humana -desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de
orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los
problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan
de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay
que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el
mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Nos
mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar “que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las
cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz
en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o
padece necesidad”.
Pues bien, las mismas voces que con celo, inteligencia y valentía abordaron durante el Sínodo este tema acuciante,
adelantaron, con gran complacencia por nuestra parte, los principios iluminadores para comprender mejor la
importancia y el sentido profundo de la liberación tal y como la ha anunciado y realizado Jesús de Nazaret y la predica la
Iglesia. “
Antología de Textos Magisteriales
LG 9-12, 68
El pueblo de Dios
Nueva Alianza y nuevo Pueblo
9. En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cf. Act., 10, 35). Quiso, sin
embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo
que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció
una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y
santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de
efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. “He aquí que
llega el tiempo -dice el Señor-, y haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus
entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al
mayor, me conocerán”, afirma el Señor (Jr., 31, 31-34). Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo
Testamento en su sangre (cf. 1Cor., 11, 25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara
en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen en Cristo,
renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1Pe., 1, 23), no de la carne, sino
del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn., 3, 5-6), son hechos por fin “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de
adquisición... que en un tiempo no era pueblo, y ahora pueblo de Dios” (Pe., 2, 9-10).
Ese pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo, “que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra
salvación” (Rom., 4, 25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina ahora gloriosamente en
los cielos. Tienen por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo
como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar, como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn., 13, 34). Tienen
últimamente como fin la dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado
por El mismo al fin de los tiempos cuanto se manifieste Cristo, nuestra vida (cf. Col., 3, 4) , y “la misma criatura será
libertad de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios” ( Rom., 8, 21). Aquel pueblo
mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una
pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.
Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como
instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5, 13-
16).
Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia (cf. 2Esdr., 13, 1;
Núm., 20, 4; Deut., 23, 1ss), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente (cf.
Hebr., 13, 14) se llama también Iglesia de Cristo (cf. Mt., 16, 18), porque El la adquirió con su sangre (cf. Act., 20, 28), la
llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes
que miran a Jesús como autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida
por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera, para todos y cada uno. Rebosando todos los límites
de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. Caminando,
pues, la Iglesia a través de peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por al fuerza de la gracia de Dios que
el Señor le prometió, que en la debilidad de la carne no pierde su fidelidad absoluta, sino que persevera siendo digna
esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la
luz sin ocaso.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 66
El sacerdocio común
10. Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hebr., 5, 1-5), a su nuevo pueblo “lo hizo Reino de
sacerdotes para Dios, su Padre” (cf. Ap., 1, 6; 5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio
santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano
ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf. 1Pe., 2,
4-10). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (cf. Act., 2, 42.47), han de
ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom., 12, 1), han de dar testimonio de Cristo en todo
lugar, y a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf. 1Pe., 3, 15).
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual
participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial no solo gradual. Porque el sacerdocio
ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio
eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real,
participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la
abnegación y caridad operante.
Ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos
11. La condición sagrada y orgánicamente constituida de la comunidad sacerdotal se actualiza tanto por los sacramentos
como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de
la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que
recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la
Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a
difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Participando del sacrificio
eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así,
tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente,
sino cada uno según su condición. Pero una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan
concretamente la unidad del pueblo de Dios aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo
sacramento.
Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios por la misericordia de
Este, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando, ofendieron, la cual, con caridad, con ejemplos y
con oraciones, les ayuda en su conversión. La Iglesia entera encomienda al Señor, paciente y glorificado, a los que
sufren, con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salva (cf. Sant.,
5, 14-16); más aún, los exhorta a que uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo ( Rom., 8, 17; Col., 1 24;
2Tim., 2, 11-12; 1Pe., 4, 13), contribuyan al bien del Pueblo de Dios. Además, aquellos que entre los fieles se distinguen
por el orden sagrado, quedan destinados en el nombre de Cristo para apacentar la Iglesia con la palabra y con la gracia
de Dios. Por fin, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan y participan
del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia ( Ef., 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse en
la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y, por tanto, tienen en su condición y estado de vida su
propia gracia en el Pueblo de Dios (cf. 1Cor., 7, 7). Pues de esta unión conyugal procede la familia, en que nacen los
nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan constituidos por el bautismo en
hijos de Dios para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los tiempos. En esta como Iglesia doméstica, los padres
han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de
fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada. Los fieles todos, de cualquier
condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios cada uno por su
camino a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto.
Sentido de la fe y de los carismas en el Pueblo de Dios
12. El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio, sobre todo por
la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los labios que bendicen su nombre (cf.
Hebr., 13, 15). La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1Jn., 2, 20-17) no puede fallar en su
creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando
“desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares” manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de
costumbres. Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del
magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf.
1Tes., 2, 13), se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (cf. Jds., 3), penetra
profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.
Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y
lo enriquece con las virtudes, sino que “distribuye sus dones a cada uno según quiere” (1Cor., 12, 11), reparte entre los
fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y
de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: “A cada
uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad” (1Cor., 12, 7). Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de
la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos
temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio
sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no
apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1Tes., 5, 19-21).
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 67
V. María, signo de esperanza cierta y consuelo para el pueblo de Dios peregrinante
68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf.
2 Pe., 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.
69. Ofrece gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados
quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a una con
nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios. Ofrezcan todos los
fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que estuvo presente a las primeras
oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de
todos los santos, interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con
el nombre cristiano, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo
Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.
DP 232-279
CCE 781-786
La Iglesia, pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, templo del Espiritu santo
I. la Iglesia, pueblo de Dios
781 “En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y
salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le
conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo
fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo
esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo…, es
decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran,
no según la carne, sino en el Espíritu” (LG 9).
Las características del Pueblo de Dios
782 El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos
o culturales de la historia:
Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de
aquellos que antes no eran un pueblo: “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa” (1 P 2, 9).
Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el “nacimiento de arriba”, “del agua y del
Espíritu” (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
Este pueblo tiene por jefe [cabeza] a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye
desde la Cabeza al Cuerpo, es “el Pueblo mesiánico”.
“La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu
Santo como en un templo”.
“Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (LG 9; Cf. Jn 13, 34)”. Esta es la ley “nueva”
del Espíritu Santo (Cf. Rm 8, 2; Ga 5, 25).
Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13-16). “Es un germen muy seguro de unidad, de
esperanza y de salvación para todo el género humano”. (LG 9)
“Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo
lo lleve también a su perfección” (LG 9).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido “Sacerdote, Profeta y Rey”.
Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio
que se derivan de ellas (Cf. RH 18-21).
784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su
vocación sacerdotal: “Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo 'un reino de
sacerdotes para Dios, su Padre'. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo,
quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo” (LG 10).
785 “El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo”. Lo es sobre todo por el sentido
sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando “se adhiere indefectiblemente a la fe
transmitida a los santos de una vez para siempre” (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en
medio de este mundo.
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos
los hombres por su muerte y su resurrección (Cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos,
no habiendo “venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Para el cristiano,
“servir es reinar” (LG 36), particularmente “en los pobres y en los que sufren” donde descubre “la imagen de su
Fundador pobre y sufriente” (LG 8). El pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de
servir con Cristo.
La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y
así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que
son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 68
propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra
piedad en el altar del corazón? (San León Magno, serm. 4, 1).
LG 17
17. Carácter misionero de la Iglesia
Como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los Apóstoles (cf. Jn., 20, 21), diciendo: “Id y enseñad a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt., 28, 18-20). Este solemne mandato de
Cristo, de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo heredó de los Apóstoles con la misión de llevarla hasta los confines
de la tierra (cf. Hech., 1, 8). De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: “[exclamdown]Ay de mí si no evangelizara!”
(1 Cor., 9, 10), y por eso se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente
establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. Porque se ve impulsada por el Espíritu Santo a
cooperar para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el
mundo. Predicando el Evangelio mueve a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los
arranca de la servidumbre del error y los incorpora a Cristo, para que amándolo, crezcan hasta quedar llenos de El. Con
su obra consigue que todo lo bueno que halla depositado en la mente y en el corazón de los hombres, en los ritos y en
las culturas de los pueblos, no solamente no desaparezca, sino que se purifique y se eleve y se perfeccione para la gloria
de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre. Sobre todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de
propagar la fe según su propia posibilidad. Pero, aunque cualquiera puede bautizar a los creyentes, es, no obstante,
propio del sacerdote el consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras
de Dios, dichas por el profeta: “Desde donde sale el sol hasta el poniente se extiende mi nombre grande entre las
gentes, y en todas partes se le ofrece una oblación pura” (Mal., 1, 11). Así, pues, ora y trabaja a un tiempo la Iglesia, para
que la totalidad del mundo se incorpore al pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo,
Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal.
GS 40-45
Relación mutua entre la Iglesia y el mundo
40. Todo lo que llevamos dicho sobre la dignidad de la persona, sobre la comunidad humana, sobre el sentido profundo
de la actividad del hombre, constituye el fundamento de la relación entre la Iglesia y el mundo, y también la base para el
mutuo diálogo. Por tanto, en este capítulo, presupuesto todo lo que ya ha dicho el Concilio sobre el misterio de la
Iglesia, va a ser objeto de consideración la misma Iglesia en cuanto que existe en este mundo y vive y actúa con él.
Nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, la Iglesia tiene
una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Está presente ya aquí
en la tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la
propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del
Señor. Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, esta familia ha sido “constituida y
organizada por Cristo como sociedad en este mundo” y está dotada de “los medios adecuados propios de una unión
visible y social”. De esta forma, la Iglesia, “entidad social visible y comunidad espiritual”, avanza juntamente con toda la
humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la
sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.
Esta compenetración de la ciudad terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse por la fe; más aún, es un misterio
permanente de la historia humana que se ve perturbado por el pecado hasta la plena revelación de la claridad de los
hijos de Dios. Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además
difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la
persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una
significación mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera
comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre a su historia.
La Iglesia católica de buen grado estima mucho todo lo que en este orden han hecho y hacen las demás Iglesias
cristianas o comunidades eclesiásticas con su obra de colaboración. Tiene asimismo la firme persuasión de que el
mundo, a través de las personas individuales y de toda la sociedad humana, con sus cualidades y actividades, puede
ayudarla mucho y de múltiples maneras en la preparación del Evangelio. Expónense a continuación algunos principios
generales para promover acertadamente este mutuo intercambio y esta mutua ayuda en todo aquello que en cierta
manera es común a la Iglesia y al mundo.
Ayuda que la Iglesia procura prestar a cada hombre
41. El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia el descubrimiento y
afirmación crecientes de sus derechos. Como a la Iglesia se ha confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el
fin último del hombre, la Iglesia descubre con ello al hombre el sentido de la propia existencia, es decir, la verdad más
profunda acerca del ser humano. Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más
profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos terrenos. Sabe también que el
hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso, como
los prueban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino también múltiples testimonios de nuestra época. Siempre
deseará el hombre saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte. La presencia
misma de la Iglesia le recuerda al hombre talesproblemas; pero es sólo Dios, quien creó al hombre a su imagen y lo
redimió del pecado, el que puede dar respuesta cabal a estas preguntas, y ello por medio de la Revelación en su Hijo,
que se hizo hombre. El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de
hombre.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 69
Apoyada en esta fe, la Iglesia puede rescatar la dignidad humana del incesante cambio de opiniones que, por ejemplo,
deprimen excesivamente o exaltan sin moderación alguna el cuerpo humano. No hay ley humana que pueda garantizar
la dignidad personal y la libertad del hombre con la seguridad que comunica el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia.
El Evangelio enuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en última
instancia, del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que todo
talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la
caridad de todos. Esto corresponde a la ley fundamental de la economía cristiana. Porque, aunque el mismo Dios es
Salvador y Creador, e igualmente, también Señor de la historia humana y de la historia de la salvación, sin embargo, en
esta misma ordenación divina, la justa autonomía de lo creado, y sobre todo del hombre, no se suprime, sino que más
bien se restituye a su propia dignidad y se ve en ella consolidada.
La Iglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en
mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos. Debe, sin embargo,
lograrse que este movimiento quede imbuido del espíritu evangélico y garantizado frente a cualquier apariencia de falsa
autonomía. Acecha, en efecto, la tentación de juzgar que nuestros derechos personales solamente son salvados en su
plenitud cuando nos vemos libres de toda norma divina. Por ese camino, la dignidad humano no se salva; por el
contrario, perece.
Ayuda que la Iglesia procura dar a la sociedad humana
42. La unión de la familia humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en Cristo, de la familia
constituida por los hijos de Dios.
La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de
orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir
para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más aún, donde sea necesario, según las
circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la Iglesia puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de
todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes.
La Iglesia reconoce, además, cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la
unidad, el proceso de una sana socialización civil y económica. La promoción de la unidad concuerda con la misión
íntima de la Iglesia, ya que ella es “en Cristo como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad de todo el género humano”. Enseña así al mundo que la genuina unión social exterior procede de la unión
de los espíritus y de los corazones, esto es, de la fe y de la caridad, que constituyen el fundamento indisoluble de su
unidad en el Espíritu Santo. Las energías que la Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y
en esa caridad aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero dominio exterior ejercido con medios puramente
humanos.
Como, por otra parte, en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de civilización
humana ni a sistema alguno político, económico y social, la Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vínculo
estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal que éstas tengan confianza en ella y
reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir tal misión. Por esto, la Iglesia advierte a sus hijos, y
también a todos los hombres, a que con este familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las desavenencias entre
naciones y razas y den firmeza interna a las justas asociaciones humanas.
El Concilio aprecia con el mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de justo se encuentra en las variadísimas
instituciones fundadas ya o que incesantemente se fundan en la humanidad. Declara, además, que la Iglesia quiere
ayudar y fomentar tales instituciones en lo que de ella dependa y puede conciliarse con su misión propia. Nada desea
tanto como desarrollarse libremente, en servicio de todos, bajo cualquier régimen político que reconozca los derechos
fundamentales de la persona y de la familia y los imperativos del bien común.
Ayuda que la Iglesia, a través de sus hijos,
procura prestar al dinamismo humano
43. El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad
sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no
tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin
darse cuanta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación
personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse
totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al
cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser
considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían
con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba
graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y
sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus
deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación.
Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus
actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con
los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios.
Competen a los laicos propiamente, aunque no exclusivamente, las tareas y el dinamismo seculares. Cuando actúan,
individual o colectivamente, como ciudadanos del mundo, no solamente deben cumplir las leyes propias de cada
disciplina, sino que deben esforzarse por adquirir verdadera competencia en todos los campos. Gustosos colaboren con
quienes buscan idénticos fines. Conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías, acometan sin
vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen término. A la conciencia bien formada del seglar toca
lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 70
impulso espiritual,. Pero no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente
solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplen más bien los laicos su
propiafunción con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio.
Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una
determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados
por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes
aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienen fácilmente a vincular su solución con el mensaje
evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la
autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y
la solicitud primordial pro el bien común.
Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el
mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad
humana.
Los Obispos, que han recibido la misión de gobernar a la Iglesia de Dios, prediquen, juntamente con sus sacerdotes, el
mensaje de Cristo, de tal manera que toda la actividad temporal de los fieles quede como inundada por la luz del
Evangelio. Recuerden todos los pastores, además, que son ellos los que con su trato y su trabajo pastoral diario exponen
al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano.
Con su vida y con sus palabras, ayudados por los religiosos y por sus fieles, demuestren que la Iglesia, aun por su sola
presencia, portadora de todos sus dones, es fuente inagotable de las virtudes de que tan necesitado anda el mundo de
hoy. Capacítense con insistente afán para participar en el diálogo que hay que entablar con el mundo y con los hombres
de cualquier opinión. Tengan sobre todo muy en el corazón las palabras del Concilio: “Como el mundo entero tiende
cada día más a la unidad civil, económica y social, conviene tanto más que los sacerdotes, uniendo sus esfuerzos y
cuidados bajo la guía de los Obispos y del Sumo Pontífice, eviten toda causa de dispersión, para que todo el género
humano venga a la unidad de la familia de Dios”.
Aunque la Iglesia, pro la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel de su Señor y nunca ha cesado de
ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia,
fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al espíritu de Dios. Sabe también la Iglesia que aún hoy día es mucha
la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está
confiado el Evangelio. Dejando a un lado el juicio de la historia sobre estas deficiencias, debemos, sin embargo, tener
conciencia de ellas y combatirlas con máxima energía para que no dañen a la difusión del Evangelio. De igual manera
comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que debe mantener
con el mundo. Dirigida por el Espíritu Santo, la Iglesia, como madre, no cesa de “exhortar a sus hijos a la purificación y a
la renovación para que brille con mayor claridad la señal de Cristo en el rostro de la Iglesia”.
Ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno
44. Interesa al mundo reconocer a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De igual manera, la Iglesia
reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano.
La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a
fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Esta, desde el
comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y
procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a
las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe
mantenerse como ley de toda la evangelización. Porque así en todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje
cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos y al mismo tiempo se fomenta un vivo intercambio entre la Iglesia y las
diversas culturas. Para aumentar este trato sobre todo en tiempos como los nuestros, en que las cosas cambian tan
rápidamente y tanto varían los modos de pensar, la Iglesia necesita de modo muy peculiar la ayuda de quienes por vivir
en el mundo, sean o no sean creyentes, conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden con
claridad la razón íntima de todas ellas. Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los
teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y
valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y
expresada en forma más adecuada.
La Iglesia, por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se
enriquece también, con la evolución de la vida social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento
alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta misma constitución, para expresarla de forma más perfecta y
para adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos. La Iglesia reconoce agradecida que tanto en el conjunto de su
comunidad como en cada uno de sus hijos recibe ayuda variada de parte de los hombres de toda clase o condición.
Porque todo el que promueve la comunidad humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida económico-social,
de la vida política, así nacional como internacional, proporciona no pequeña ayuda, según el plan divino, también a la
comunidad eclesial, ya que ésta depende asimismo de las realidades externas. Más aún, la Iglesia confiesa que le han
sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios.
Cristo, alfa y omega
45. La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento
del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad. Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana
al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es “sacramento universal de salvación”, que
manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre.
El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a todos y recapitulara todas
las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 71
de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. El es aquel a
quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos. Vivificados y reunidos
en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente
con su amoroso designio: “Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra” (Eph 1, 10).
He aquí que dice el Señor: “Vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obra. Yo soy el alfa y
la omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Apoc 22, 12-13).
AG 2-9
I. Principios doctrinales
Designio del Padre
2. La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu
Santo, según el designio de Dios Padre. pero este designio dimana del “amor fontal” o de la caridad de Dios Padre, que,
siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y
misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la
vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del
universo, se haga por fin “todo en todas las cosas” (1 Cor, 15, 28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad.
Pero plugo a Dios llamar a los hombres a la participación de su vida no sólo en particular, excluido cualquier género de
conexión mutua, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (Cf. Jn,
11, 52).
Misión del Hijo
3. Este designio universal de Dios en pro de la salvación del género humano no se realiza solamente de un modo secreto
en la mente de los hombres, o por los esfuerzos, incluso de tipo religioso, con los que los hombres buscan de muchas
maneras a Dios, para ver si a tientas le pueden encontrar; aunque no está lejos de cada uno de nosotros (Cf. Act., 17,
27), porque estos esfuerzos necesitan ser iluminados y sanados, aunque, por benigna determinación del Dios
providente, pueden tenerse alguna vez como pedagogía hacia el Dios verdadero o como preparación evangélica. Dios,
para establecer la paz o comunión con El y armonizar la sociedad fraterna entre los hombres, pecadores, decretó entrar
en la historia de la humanidad de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo en nuestra carne para arrancar por su
medio a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás (Cf. Col., 1, 13; Act., 10, 38), y en El reconciliar consigo al
mundo (Cf. 2 Cor., 5, 19). A El, por quien hizo el mundo, lo constituyó heredero de todo a fin de instaurarlo todo en El
(Cf. Ef., 1, 10).
Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Por ser Dios habita en El
corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Cf. Col., 2, 9); según la naturaleza humana, nuevo Adán, lleno de gracia y
de verdad (Cf. Jn., 1, 14), es constituido cabeza de la humanidad renovada. Así, pues, el Hijo de Dios siguió los caminos
de la Encarnación verdadera: para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina; se hizo pobre por nosotros,
siendo rico, para que nosotros fuésemos ricos por su pobreza (2 Cor., 8, 9).
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida para redención de muchos, es decir, de todos (Cf.
Mc., 10, 45). Los Santos Padres proclaman constantemente que no está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo.
Pero tomó la naturaleza humana íntegra, cual se encuentra en nosotros miserables y pobres, a excepción del pecado (Cf.
Heb., 4, 15); 9, 28). De sí mismo afirmó Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Cf. Jn., 10, 36): “El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ungió, y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a
predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista” (Lc., 4, 18), y de nuevo: “El Hijo del Hombre
ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc., 19, 10).
Mas lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en El se ha obrado para la salvación del género humano hay que
proclamarlo y difundirlo hasta los confines de la tierra (Cf. Act., 1, 8), comenzando por Jerusalén (Cf. Lc., 24, 47), de
suerte que lo que ha efectuado una vez para la salvación de todos consiga su efecto en la sucesión de los tiempos.
Misión del Espíritu Santo
4. Y para conseguir esto envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre, para que realizara interiormente su obra
salvífica e impulsara a la Iglesia hacia su propia dilatación. Sin duda, el Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la
glorificación de Cristo. Sin embargo, descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos
eternamente (Cf. Jn., 14, 16), la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud, empezó la difusión del
Evangelio entre las gentes por la predicación, y por fin quedó prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la
fe por la Iglesia de la Nueva Alianza, que en todas las lenguas se expresa, las entiende y abraza en la caridad y supera de
esta forma la dispersión de Babel. Fue en Pentecostés cuando empezaron “los hechos de los Apóstoles”, como había
sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su
ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre Él mientras oraba.
Mas el mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente suvida por el mundo, ordenó de tal suerte el ministerio
apostólico y prometió el Espíritu Santo que había de enviar, que ambos quedaron asociados en la realización de la obra
de la salud en todas partes y para siempre. El Espíritu Santo “unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos
dones jerárquicos y carismáticos”, a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las instituciones eclesiásticas
como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión del que había sido llevado el
mismo Cristo. Alguna vez también se anticipa visiblemente a la acción apostólica, lo mismo que la acompaña y dirige
incesantemente de varios modos.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 72
La Iglesia, enviada por Cristo
5. El Señor Jesús, ya desde el principio “llamó a sí a los que El quiso, y designó a doce para que lo acompañaran y para
enviarlos a predicar” (Mc., 3, 13; Cf. Mt., 10, 1-42). De esta forma los Apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y al
mismo tiempo origen de la sagrada Jerarquía. Después el Señor, una vez que hubo completado en sí mismo con su
muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y de la renovación de todas las cosas, recibió todo poder en el
cielo y en la tierra (Cf. Mt., 28, 18), antes de subir al cielo (Cf. Act., 1, 4-8), fundó su Iglesia como sacramento de
salvación, y envió a los Apóstoles a todo el mundo, como El había sido enviado por el Padre (Cf. Jn., 20, 21),
ordenándoles: “Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo: enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt., 28, 19s).
“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no
creyere se condenará” (Mc., 16, 15-16). Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo,
tanto en virtud del mandato expreso, que de los Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de los
presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infundió
en sus miembros “de quien todo el cuerpo, coordinado y unido por los ligamentos en virtud del apoyo, según la
actividad propia de cada miembro y obra el crecimiento del cuerpo en orden a su edificación en el amor” (Ef., 4, 16). La
misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la
caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe,
la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la
gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo.
Siendo así que esta misión continúa y desarrolla a lolargo de la historia la misión del mismo Cristo, que fue enviado a
evangelizar a los pobres, la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió,
es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la
que salió victorioso por su resurrección. pues así caminaron en la esperanza todos los Apóstoles, que con muchas
tribulaciones y sufrimientos completaron lo que falta a la pasión de Cristo en provecho de su Cuerpo, que es la Iglesia.
Semilla fue también, muchas veces, la sangre de los cristianos.
Actividad misionera
6. Este deber que tiene que cumplir el Orden de los Obispos, presidio por el sucesor de Pedro, con la oración y
cooperación de toda la Iglesia, es único e idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del
mismo modo según las circunstancias. Por consiguiente, las diferencias que hay que reconocer en esta actividad de la
Iglesia no proceden de la naturaleza misma de la misión, sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce.
Estas condiciones dependen, a veces, de la Iglesia, y a veces también, de los pueblos, de los grupos o de los hombres a
los que la misión se dirige. Pues, aunque la Iglesia contenga en sí la totalidad o la plenitud de los medios de salvación, ni
siempre ni en un momento obra ni puede obrar con todos sus recursos, sino que, partiendo de modestos comienzos,
avanza gradualmente en su esforzada actividad por realizar el designio de Dios; más aún, en ocasiones, después de
haber incoado felizmente el avance, se ve obligada a deplorar de nuevo un regreso, o a lo menos se detiene en un
estado de semiplenitud y de insuficiencia. pero en cuanto se refiere a los hombres, a los grupos y a los pueblos, tan sólo
gradualmente, establece contacto y se adentra en ellos, y de esta forma los trae a la plenitud católica.
Pero a cualquier condición o situación deben corresponder acciones propias y medios adecuados. Las empresas
peculiares con que los heraldos del Evangelio, enviados por la Iglesia, yendo a todo el mundo, realizan el encargo de
predicar el Evangelio y de implantar la Iglesia misma entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo,
comúnmente se llaman “misiones”, que se llevan a cabo por la actividad misional, y se desarrollan, de ordinario, en
ciertos territorios reconocidos por la Santa Sede.
El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que
todavía no ha arraigado. De suerte que de lasemilla de la palabra de Dios crezcan las Iglesias autóctonas particulares en
todo el mundo suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas
convenientemente de su propia Jerarquía unida al pueblo fiel y de medios connaturales al plano desarrollo de la vida
cristiana, aportes su cooperación al bien de toda la Iglesia.
El medio principal de esta implantación es la predicación del Evangelio de Jesucristo, para cuyo anuncio envió el Señor a
sus discípulos a todo el mundo, para que los hombres regenerados se agreguen por el Bautismo a la Iglesia que como
Cuerpo del Verbo Encarnado se nutre y vive de la palabra de Dios y del pan eucarístico.
Es esta actividad misional de la Iglesia se entrecruzan, a veces, diversas condiciones: en primer lugar de comienzo y de
plantación, y luego de novedad o de juventud. La acción misional de la Iglesia no cesa después de llenar esas etapas, sino
que, constituidas ya las Iglesias particulares, pesa sobre ellas el deber de continuar y de predicar el Evangelio a cuantos
permanecen fuera.
Además, los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por varias causas, de forma que
pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen
de nuevo su actividad misional. Además en ocasiones, se dan tales circunstancias que no permiten, por algún tiempo,
proponer directa e inmediatamente el mensaje del Evangelio; entonces las misiones pueden y deben dar testimonio al
menos de la caridad y bondad de Cristo con paciencia, prudencia y mucha confianza, preparando así los caminos del
Señor y hacerlo presente de algún modo.
Así es manifiesto que la actividad misional fluye íntimamente de la naturaleza misma de la Iglesia, cuya fe salvífica
propaga, cuya unidad católica realiza dilatándola, sobre cuya apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial de Jerarquía
ejercita, cuya santidad testifica, difunde y promueve.
Por ello la actividad misional entre las gentes se diferencia tanto de la actividad pastoral que hay que desarrollar con los
fieles, cuanto de los medios que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos. Ambas actividades, sin
embargo, están muy estrechamente relacionadas con la acción misional de la Iglesia. Pero la división de los cristianos
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 73
perjudica a la santa causa de la predicación del Evangelio a toda criatura, y cierra a muchos la puerta de la fe. Por lo cual
la causa de la actividad misional y la del restablecimiento de la unidad de los cristianos están estrechamente unidas: la
necesidad de la misión exige a todos los bautizados reunirse en una sola grey, para poder dar, de esta forma, testimonio
unánime de Cristo, su Señor, delante de todas las gentes. pero si todavía no pudieron dar plenamente testimonio de una
sola fe, es necesario, por lo menos, que se vean animados de mutuo aprecio y caridad.
Causas y necesidad de la actividad misionera
7. La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que “quiere que todos los hombres sean salvos y
vengas al conocimiento de la verdad. porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre
Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos”, “y en ningún otro hay salvación”. Es, pues, necesario
que todos se conviertan a El, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a El y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se
incorporen por el bautismo.
Porque Cristo mismo, “inculcando expresamente por su palabra la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó, al mismo
tiempo, la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del bautismo. Por lo cual no podrían
salvarse aquellos que, no ignorando que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con
todo no hayan querido entrar o perseverar en ella”.
Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente,
a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por
tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad.
Por ella el Cuerpo místico de Cristo reúne y ordena indefectiblemente sus energías para su propio crecimiento. Los
miembros de la Iglesia son impulsados para su consecución por la caridad con que aman a Dios, y con la que desean
comunicar con todos los hombres en los bienes espirituales propios, tanto de la vida presente como de la venidera.
Y por fin, por esta actividad misional se glorifica a Dios plenamente, al recibir los hombres, deliberada y cumplidamente,
su obra de salvación, que completó en Cristo. Así se realiza por ella el designio de Dios, al que sirvió Cristo con
obediencia y amor para gloria del Padre que lo envió, para que todo el género humano forme un solo Pueblo de Dios, se
constituya en Cuerpo de Cristo, se estructure en un templo del Espíritu Santo; lo cual, como expresión de la concordia
fraterna, responde, ciertamente, al anhelo íntimo de todos los hombres.
Y así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando
todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes
la gloria de Dios, puedan decir: “Padre nuestro”.
Actividad misionera en la vida y en la historia humana
8. La actividad misional tiene también una conexión íntima con la misma naturaleza humana y sus aspiraciones. Porque
manifestando a Cristo, la Iglesia descubre a los hombres la verdad genuina de su condición y de su vocación total,
porque Cristo es el principio y el modelo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de
espíritu pacífico, a la que todos aspiran. Cristo y la Iglesia, que da testimonio de El por la predicación evangélica,
trascienden toda particularidad de raza y de nación, y por tanto nadie y en ninguna parte puede ser tenido como
extraño.
El mismo Cristo es la verdad y el camino manifiesto a todos por la predicción evangélica, cuando hace resonar en todos
los oídos estas palabras del mismo Cristo: “Haced penitencia y creed en el Evangelio”. Y como el que no cree ya está
juzgado, las palabras de Cristo son, a un tiempo, palabras de condenación y de gracia, de muerte y de vida. Pues sólo
podemos acercarnos a la novedad de la vida exterminando todo lo antiguo: cosa que en primer lugar se aplica a las
personas, pero también puede decirse de los diversos bienes de este mundo, marcados a un tiempo con el pecado del
hombre y con la bendición de Dios: “Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios”.
Nadie por sí y sus propias fuerzas se libra del pecado, ni se eleva sobre sí mismo; nadie se ve enteramente libre de su
debilidad, de su soledad y de su servidumbre, sino que todos tienen necesidad de Cristo modelo, maestro, liberador,
salvador y vivificador. En realidad, el Evangelio fue el fermento de la libertad y del progreso en la historia humana,
incluso temporal, y se presenta constantemente como germen de fraternidad, de unidad y de paz. No carece, pues, de
motivo el que los fieles celebren a Cristo como esperanza de las gentes y salvador de ellas”.
Carácter escatológico de la actividad misionera
9. El tiempo de la actividad misional discurre entre la primer ay la segunda venida del Señor, en que la Iglesia, como la
mies, será recogida de los cuatro vientos en el Reino de Dios. Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes
antes que venga el Señor (Cf. Mc., 13, 10).
La actividad misional es nada más y nada menos que la manifestación o epifanía del designio de Dios y su cumplimiento
en el mundo y en su historia, en la que Diosrealiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud. Por la palabra de
la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cumbre es la Sagrada Eucaristía, la actividad
misionera hace presente a Cristo autor de la salvación.
Libera de contactos malignos todo cuanto de verdad y de gracia se hallaba entre las gentes como presencia velada de
Dios y lo restituye a su Autor, Cristo, que derroca el imperio del diablo y aparta la multiforme malicia de los pecadores.
Así, pues, todo lo bueno que se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres, en los propios ritos y en las
culturas de los pueblos, no solamente no perece, sino que es purificado, elevado y consumado para gloria de Dios,
confusión del demonio y felicidad del hombre. Así la actividad misional tiende a la plenitud escatológica: pues por ella se
dilata el Pueblo de Dios, hasta la medida y el tiempo que el Padre ha fijado en virtud de su poder, pueblo al que se ha
dicho proféticamente: “Amplía el lugar de tu tiempo y extiende las pieles que te cubren. ¡No temas!”, se aumenta el
Cuerpo místico hasta la medida de la plenitud de Cristo, y el tiempo espiritual en que se adora a Dios en espíritu y en
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 74
verdad, se amplía y se edifica sobre el fundamento de los Apóstoles y de los profetas siendo piedra angular el mismo
Cristo Jesús (Cf. Ef., 2, 20).
DH 1-8
EN 5-16, 17-24
Invitación a la reflexión y exhortación
5. Todos vemos la necesidad urgente de dar a tal pregunta una respuesta, leal, humilde, valiente, y de obrar en
consecuencia.
En nuestra “preocupación por todas las Iglesias” (8), Nos quisiéramos ayudar a nuestros hermanos e hijos a responder a
estas preguntas. Ojalá que nuestras palabras, que quisieran ser, partiendo de las riquezas del Sínodo, una reflexión
acerca de la evangelización, puedan invitar a la misma reflexión a todo el pueblo de Dios congregado en la Iglesia, y
servir de renovado aliento a todos, especialmente a quienes “trabajan en la predicación y en la enseñanza” (9), para que
cada uno de ellos sepa distribuir “rectamente la palabra de la verdad” (10), se dedique a la predicación del Evangelio y
desempeñe su ministerio con toda perfección.
Una exhortación en este sentido nos ha parecido de importancia capital, ya que la presentación del mensaje evangélico
no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo: está de por medio el deber que le incumbre, por mandato del
Señor, con vista a que los hombres crean y se salven. Sí, este mensaje es necesario. Es único. De ningún modo podría ser
reemplazado. No admite indiferencia, ni sincretismo, ni acomodos. Representa la belleza de la Revelación. Lleva consigo
una sabiduría que no es de este mundo. Es capaz de suscitar por sí mismo la fe, una fe que tiene su fundamento en la
potencia de Dios (11). Es la Verdad. Merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es
necesario, le consagre su propia vida.
RMi 31-40
LOS INMENSOS HORIZONTES DE LA MISIÓN AD GENTES
31. El Señor Jesús envió a sus Apóstoles a todas las personas y pueblos, y a todos los lugares de la tierra. Por medio de
los Apóstoles la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce confines y concierne a la salvación en toda su
integridad, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Jn 10, 10); ha sido enviada «para
manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos». (49)
Esta misión es única, al tener el mismo origen y finalidad; pero en el interior de la Iglesia hay tareas y actividades
diversas. Ante todo, se da la actividad misionera que vamos a llamar misión ad gentes, con referencia al Decreto
conciliar: se trata de una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida. En efecto, la Iglesia «no puede
sustraerse a la perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos -y son millones de hombres y mujeres- no conocen
todavía a Cristo Redentor del hombre. Esta es la responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado y
diariamente vuelve a confiar a su Iglesia». (50)
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 78
Un marco religioso, complejo y en movimiento
32. Hoy nos encontramos ante una situación religiosa bastante diversificada y cambiante; los pueblos están en
movimiento; realidades sociales y religiosas, que tiempo atrás eran claras y definidas, hoy día se transforman en
situaciones complejas. Baste pensar en algunos fenómenos, como el urbanismo, las migraciones masivas, el movimiento
de prófugos, la descristianización de países de antigua cristiandad, el influjo pujante del Evangelio y de sus valores en
naciones de grandísima mayoría no cristiana, el pulular de mesianismos y sectas religiosas. Es un trastocamiento tal de
situaciones religiosas y sociales, que resulta difícil aplicar concretamente determinadas distinciones y categorías
eclesiales a las que ya estábamos acostumbrados. Antes del Concilio ya se decía de algunas metrópolis o tierras
cristianas que se habían convertido en «países de misión»; ciertamente la situación no ha mejorado en los años
sucesivos.
Por otra parte, la actividad misionera ha dado ya abundantes frutos en todas las partes del mundo, debido a lo cual hay
ya Iglesias establecidas, a veces tan sólidas y maduras que proveen adecuadamente a las necesidades de las propias
comunidades y envían también personal para la evangelización a otras Iglesias y territorios. Surge de aquí el contraste
con áreas de antigua cristiandad, que es necesario reevangelizar. Tanto es así que algunos se preguntan si aún se puede
hablar de actividad misionera específica o de ámbitos precisos de la misma, o más bien se debe admitir que existe una
situación misionera única, no habiendo en consecuencia más que una sola misión, igual por todas partes. La dificultad de
interpretar esta realidad compleja y mudable respecto al mandato de evangelización, se manifiesta ya en el mismo
«vocabulario misionero»; por ejemplo, existe una cierta duda en usar los términos «misiones» y «misioneros», por
considerarlos superados y cargados de resonancias históricas negativas. Se prefiere emplear el substantivo «misión» en
singular y el adjetivo «misionero», para calificar toda actividad de la Iglesia.
Tal entorpecimiento esta indicando un cambio real que tiene aspectos positivos. La llamada vuelta o «repatriación» de
las misiones a la misión de la Iglesia, la confluencia de la misionología en la eclesiología y la inserción de ambas en el
designio trinitario de salvación, han dado un nuevo respiro a la misma actividad misionera, concebida no ya como una
tarea al margen de la Iglesia, sino inserta en el centro de su vida, como compromiso básico de todo el Pueblo de Dios.
Hay que precaverse, sin embargo, contra el riesgo de igualar situaciones muy distintas y de reducir, si no hacer
desaparecer, la misión y los misioneros ad gentes. Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una
específica misión ad gentes; al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya
«misioneros ad gentes y de por vida», por vocación específica.
La misión «ad gentes» conserva su valor
33. Las diferencias en cuanto a la actividad dentro de esta misión de la Iglesia, nacen no de razones intrínsecas a la
misión misma, sino de las diversas circunstancias en las que ésta se desarrolla. (51) Mirando al mundo actual, desde el
punto de vista de la evangelización, se pueden distinguir tres situaciones.
En primer lugar, aquella a la cual se dirige la actividad misionera de la Iglesia: pueblos, grupos humanos, contextos
socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente
maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos. Esta es propiamente la
misión ad gentes. (52)
Hay también comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas; tienen un gran fervor de fe y de
vida; irradian el testimonio del Evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misión universal. En ellas se
desarrolla la actividad o atención pastoral de la Iglesia.
Se da, por último, una situación intermedia, especialmente en los países de antigua cristiandad, pero a veces también en
las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se
reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio. En este caso es
necesaria una «nueva evangelización» o «reevangelización».
34. La actividad misionera específica, o misión ad gentes, tiene como destinatarios «a los pueblos o grupos humanos que
todavía no creen en Cristo», «a los que están alejados de Cristo», entre los cuales la Iglesia «no ha arraigado todavía»,
(53) y cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio. (54) Esta actividad se distingue de las demás actividades
eclesiales, porque se dirige a grupos y ambientes no cristianos, debido a la ausencia o insuficiencia del anuncio
evangélico y de la presencia eclesial. Por tanto, se caracteriza como tarea de anunciar a Cristo y a su Evangelio, de
edificación de la Iglesia local, de promoción de los valores del Reino. La peculiaridad de esta misión ad gentes está en el
hecho de que se dirige a los «no cristianos». Por tanto, hay que evitar que esta «responsabilidad más específicamente
misionera que Jesús ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia», (55) se vuelva una flaca realidad dentro de
la misión global del Pueblo de Dios y, consiguientemente, descuidada u olvidada.
Por lo demás, no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad
misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados. No obstante, es necesario
mantener viva la solicitud por el anuncio y por la fundación de nuevas Iglesias en los pueblos y grupos humanos donde
no existen, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a todos los pueblos, hasta los confines
dela tierra. Sin la misión ad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado
fundamental y de su actuación ejemplar.
Hay que subrayar, además, una real y creciente interdependencia entre las diversas actividades salvíficas de la Iglesia:
cada una influye en la otra, la estimula y la ayuda. El dinamismo misionero crea intercambio entre las Iglesias y las
orienta hacia el mundo exterior, influyendo positivamente en todos los sentidos. Las Iglesias de antigua cristiandad, por
ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto
a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia
casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 79
A todos los pueblos, no obstante las dificultades
35. La misión ad gentes tiene ante sí una tarea inmensa que de ningún modo está en vías de extinción. Al contrario, bien
sea bajo el punto de vista numérico por el aumento demográfico, o bien bajo el punto de vista sociocultural por el surgir
de nuevas relaciones, comunicaciones y cambios de situaciones, parece destinada hacia horizontes todavía más amplios.
La tarea de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos se presenta inmensa y desproporcionada respecto a las fuerzas
humanas de la Iglesia.
Las dificultades parecen insuperables y podrían desanimar, si se tratara de una obra meramente humana. En algunos
países está prohibida la entrada de misioneros; en otros, está prohibida no sólo la evangelización, sino también la
conversión e incluso el culto cristiano. En otros lugares los obstáculos son de tipo cultural: la transmisión del mensaje
evangélico resulta insignificante o incomprensible, y la conversión está considerada como un abandono del propio
pueblo y cultura.
36. No faltan tampoco dificultades internas al Pueblo de Dios, las cuales son ciertamente las más dolorosas. Mi
predecesor Pablo VI señalaba, en primer lugar, «la falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro. Dicha
falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en
la falta de alegría y de esperanza». (56) Grandes obstáculos para la actividad misionera de la Iglesia son también las
divisiones pasadas y presentes entre los cristianos, (57) la descristianización de países cristianos, la disminución de las
vocaciones al apostolado, los antitestimonios de fieles que en su vida no siguen el ejemplo de Cristo. Pero una de las
razones más graves del escaso interés por el compromiso misionero es la mentalidad indiferentista, ampliamente
difundida, por desgracia, incluso entre los cristianos, enraizada a menudo en concepciones teológicas no correctas y
marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que «una religión vale la otra». Podemos añadir -como
decía el mismo Pontífice- que no faltan tampoco «pretextos que parecen oponerse a la evangelización. Los más
insidiosos son ciertamente aquellos para cuya justificación se quieren emplear ciertas enseñanzas del Concilio». (58)
A este respecto, recomiendo vivamente a los teólogos y a los profesionales de la prensa cristiana que intensifiquen su
propio servicio a la misión, para encontrar el sentido profundo de su importante labor, siguiendo la recta vía del sentire
cum Ecclesia.
Las dificultades internas y externas no deben hacernos pesimistas o inactivos. Lo que cuenta -aquí como en todo sector
de la vida cristiana- es la confianza que brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de
la misión , sino Jesucristo y su Espíritu. Nosotros únicamente somos colaboradores y, cuando hayamos hecho todo lo
que hemos podido, debemos decir: «Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17, 10).
Ámbitos de la misión «ad gentes»
37. La misión ad gentes en virtud del mandato universal de Cristo no conoce confines. Sin embargo, se pueden delinear
varios ámbitos en los que se realiza, de modo que se pueda tener una visión real de la situación.
a) Ámbitos territoriales. La actividad misionera ha sido definida normalmente en relación con territorios concretos. El
Concilio Vaticano II ha reconocido la dimensión territorial de la misión ad gentes, (59) que también hoy es importante,
en orden a determinar responsabilidades, competencias y límites geográficos de acción. Es verdad que a una misión
universal debe corresponder una perspectiva universal. En efecto, la Iglesia no puede aceptar que límites geográficos o
dificultades de índole política sean obstáculo para su presencia misionera. Pero también es verdad que la actividad
misionera ad gentes, al ser diferente de la atención pastoral a los fieles y de la nueva evangelización de los no
practicantes, se ejerce en territorios y entre grupos humanos bien definidos.
El multiplicarse de las jóvenes Iglesias en tiempos recientes no debe crear ilusiones. En los territorios confiados a estas
Iglesias, especialmente en Asia, pero también en África, América Latina y Oceanía, hay vastas zonas sin evangelizar; a
pueblos enteros y áreas culturales de gran importancia en no pocas naciones no ha llegado aún el anuncio evangélico y
la presencia de la Iglesia local. (60) Incluso en países tradicionalmente cristianos hay regiones confiadas al régimen
especial de la misión ad gentes grupos y áreas no evangelizadas. Se impone pues, incluso en estos países, no sólo una
nueva evangelización sino también, en algunos casos, una primera evangelización. (61)
Las situaciones, con todo, no son homogéneas. Aun reconociendo que las afirmaciones sobre la responsabilidad
misionera de la Iglesia no son creíbles, si no están respaldadas por un serio esfuerzo de nueva evangelización en los
países de antigua cristiandad, no parece justo equiparar la situación de un pueblo que no ha conocido nunca a Jesucristo
con la de otro que lo ha conocido, lo ha aceptado y después lo ha rechazado, aunque haya seguido viviendo en una
cultura que ha asimilado en gran parte los principios y valores evangélicos. Con respecto a la fe, son dos situaciones
sustancialmente distintas. De ahí que, el criterio geográfico, aunque no muy preciso y siempre provisional, sigue siendo
válido todavía para indicar las fronteras hacia las que debe dirigirse la actividad misionera. Hay países, áreas geográficas
y culturales en que faltan comunidades cristianas autóctonas; en otros lugares éstas son tan pequeñas, que no son un
signo claro de la presencia cristiana; o bien estas comunidades carecen de dinamismo para evangelizar su sociedad o
pertenecen a poblaciones minoritarias, no insertadas en la cultura nacional dominante. En el Continente asiático, en
particular, hacia el que debería orientarse principalmente la misión ad gentes, los cristianos son una pequeña minoría,
por más que a veces se den movimientos significativos de conversión y modos ejemplares de presencia cristiana.
b) Mundos y fenómenos sociales nuevos. Las rápidas y profundas transformaciones que caracterizan el mundo actual, en
particular el Sur, influyen grandemente en el campo misionero: donde antes existían situaciones humanas y sociales
estables, hoy día todo está cambiado. Piénsese, por ejemplo, en la urbanización y en el incremento masivo de las
ciudades, sobre todo donde es más fuerte la presión demográfica. Ahora mismo, en no pocos países, más de la mitad de
la población vive en algunas megalópolis, donde los problemas humanos a menudo se agravan incluso por el anonimato
en que se ven sumergidas las masas humanas.
En los tiempos modernos la actividad misionera se ha desarrollado sobre todo en regiones aisladas, distantes de los
centros civilizados e inaccesibles por la dificultades de comunicación, de lengua y de clima. Hoy la imagen de la misión
ad gentes quizá está cambiando: lugares privilegiados deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 80
costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen sobre la población. Es verdad que la
«opción por los últimos» debe llevar a no olvidar los grupos humanos más marginados y aislados, pero también es
verdad que no se pueden evangelizar las personas o los pequeños grupos descuidando, por así decir, los centros donde
nace una humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo. El futuro de las jóvenes naciones se está formando en las
ciudades.
Hablando del futuro no se puede olvidar a los jóvenes, que en numerosos países representan ya más de la mitad de la
población. ¿Cómo hacer llegar el mensaje de Cristo a los jóvenes no cristianos, que son el futuro de Continentes
enteros? Evidentemente ya no bastan los medios ordinarios de la pastoral; hacen falta asociaciones e instituciones,
grupos y centros apropiados, iniciativas culturales y sociales para los jóvenes. He ahí un campo en el que los
movimientos eclesiales modernos tienen amplio espacio para trabajar con empeño.
Entre los grandes cambios del mundo contemporáneo, las migraciones han producido un fenómeno nuevo: los no
cristianos llegan en gran número a los países de antigua cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicación e
intercambios culturales, lo cual exige a la Iglesia la acogida, el diálogo, la ayuda y, en una palabra, la fraternidad. Entre
los emigrantes, los refugiados ocupan un lugar destacado y merecen la máxima atención. Estos son ya muchos millones
en el mundo y no cesan de aumentar; han huido de condiciones de opresión política y de miseria inhumana, de carestías
y sequías de dimensiones catastróficas. La Iglesia debe acogerlos en el ámbito de su solicitud apostólica.
Finalmente, se deben recordar las situaciones de pobreza, a menudo intolerable, que se dan en no pocos países y que,
con frecuencia, son el origen de las migraciones de masa. La comunidad de los creyentes en Cristo se ve interpelada por
estas situaciones inhumanas: el anuncio de Cristo y del Reino de Dios debe llegar a ser instrumento de rescate humano
para estas poblaciones.
c) Áreas culturales o areópagos modernos. Pablo, después de haber predicado en numerosos lugares, una vez llegado a
Atenas se dirige al areópago donde anuncia el Evangelio usando un lenguaje adecuado y comprensible en aquel
ambiente (cf. Act 17, 22-31). El areópago representaba entonces el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, y
hoy puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio.
El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y
transformándola -como suele decirse- en una «aldea global». Los medios de comunicación social han alcanzado tal
importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los
comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo
condicionado por estos medios. Quizás se ha descuidado un poco este areópago: generalmente se privilegian otros
instrumentos para el anuncio evangélico y para la formación cristiana, mientras los medios de comunicación social se
dejan a la iniciativa de individuos o de pequeños grupos, y entran en la programación pastoral sólo a nivel secundario. El
trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho
más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta,
pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje
mismo en esta «nueva cultura» creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura
nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos
lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos sicológicos. Mi predecesor Pablo VI decía que: «la ruptura entre
Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo»; (62) y el campo de la comunicación actual confirma
plenamente este juicio.
Existen otros muchos areópagos del mundo moderno hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la
Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de
los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros
tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio.
Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones
internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida. Conviene estar atentos y
comprometidos con estas instancias modernas. Los hombres se sienten como navegantes en el mar tempestuoso de la
vida, llamados siempre a una mayor unidad y solidaridad: las soluciones a los problemas existenciales deben ser
estudiadas, discutidas y experimentadas con la colaboración de todos. Por esto los organismos y encuentros
internacionales se demuestran cada vez más importantes en muchos sectores de la vida humana, desde la cultura a la
política, desde la economía a la investigación. Los cristianos, que viven y trabajan en esta dimensión internacional,
deben recordar siempre su deber de dar testimonio del Evangelio.
38. Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir
detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan
la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad , el deseo de aprender nuevas formas y modos de
concentración y de oración. No sólo en las culturas impregnadas de religiosidad, sino también en las sociedades
secularizadas, se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así
llamado del «retorno religioso» no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un
inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama «el Camino, la Verdad y la Vida»
(Jn 14, 6).Es la vía cristiana para el encuentro con Dios, para la oración, la ascesis, el descubrimiento del sentido de la
vida. También éste es un areópago que hay que evangelizar.
Fidelidad a Cristo y promoción de la libertad del hombre
39. Todas las formas de la actividad misionera están marcadas por la conciencia de promover la libertad del hombre,
anunciándole a Jesucristo. La Iglesia debe ser fiel a Cristo, del cual es el Cuerpo y continuadora de su misión. Es
necesario que ella camine «por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el
servicio y la inmolación propia hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección». (63) La Iglesia, pues,
tiene el deber de hacer todo lo posible para desarrollar su misión en el mundo y llegar a todos los pueblos; tiene
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 81
también el derecho que le ha dado Dios para realizar su plan. La libertad religiosa, a veces todavía limitada o coartada,
es la premisa y la garantía de todas las libertades que aseguran el bien común de las personas y de los pueblos. Es de
desear que la auténtica libertad religiosa sea concedida a todos en todo lugar; ya con este fin la Iglesia despliega su labor
en los diferentes países, especialmente en los de mayoría católica, donde tiene un mayor peso. No se trata de un
problema de religión de mayoría o de minoría, sino más bien de un derecho inalienable de toda persona humana.
Por otra parte, la Iglesia se dirige al hombre en el pleno respeto de su libertad. (64) La misión no coarta la libertad, sino
más bien la favorece. La Iglesia propone, no impone nada: respeta las personas y las culturas, y se detiene ante el
sagrario de la conciencia. A quienes se oponen con los pretextos más variados a la actividad misionera de la Iglesia; ella
va repitiendo: ¡Abrid las puertas a Cristo!
Me dirijo a todas las Iglesias particulares, jóvenes y antiguas. El mundo va unificándose cada vez más, el espíritu
evangélico debe llevar a la superación de las barreras culturales y nacionalísticas, evitando toda cerrazón. Benedicto XV
ya amonestaba a los misioneros de su tiempo a que, si acaso «se olvidaban de la propia dignidad, pensasen en su patria
terrestre más que en la del cielo». (65) La misma amonestación vale hoy para las Iglesias particulares: ¡Abrid las puertas
a los misioneros!, ya que «una Iglesia particular que se desgajara voluntariamente de la Iglesia universal perdería su
referencia al designio de Dios y se empobrecería en su dimensión eclesial». (66)
Dirigir la atención hacia el Sur y hacia el Oriente
40. La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia. Mientras se aproxima el final del
segundo milenio de la Redención, es cada vez más evidente que las gentes que todavía no han recibido el primer
anuncio de Cristo son la mayoría de la humanidad. EL balance de la actividad misionera en los tiempos modernos es
ciertamente positivo: la Iglesia ha sido fundada en todos los Continentes; es más, hoy la mayoría de los fieles y de las
Iglesias particulares ya no están en la vieja Europa sino en los Continentes que los misioneros han abierto a la fe.
Sin embargo, se da el caso de que «los confines de la tierra», a los que debe llegar el Evangelio, se alejan cada vez más, y
la sentencia de Tertuliano, según la cual «el Evangelio ha sido anunciado en toda la tierra y a todos los pueblos» (67)
está muy lejos de su realización concreta: la misión ad gentes está todavía en los comienzos. Nuevos pueblos
comparecen en la escena mundial y también ellos tienen el derecho a recibir el anuncio de la salvación. El crecimiento
demográfico del Sur y de Oriente, en países no cristianos, hace aumentar continuamente el número de personas que
ignoran la redención de Cristo.
Hay que dirigir, pues, la atención misionera hacia aquellas áreas geográficas y aquellos ambientes culturales que han
quedado fuera del influjo evangélico. Todos los creyentes en Cristo deben sentir como parte integrante de su fe la
solicitud apostólica de transmitir a otros su alegría y su luz. Esta solicitud debe convertirse, por así decirlo, en hambre y
sed de dar a conocer al Señor, cuando se mira abiertamente hacia los inmensos horizontes del mundo no cristiano.
CCE 849-856
La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia
849 El mandato misionero. “La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', por
exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el
Evangelio a todos los hombres” (AG 1): “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).
850 El origen y la finalidad de la misión. El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la
Santísima Trinidad: “La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la
misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre” (AG 2). El fin último de la misión no es otro que
hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (Cf. Juan Pablo
II, RM 23).
851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la
fuerza de su impulso misionero: “porque el amor de Cristo nos apremia… “ (2 Co 5, 14; Cf. AA 6; RM 11). En efecto, “Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 4). Dios quiere la
salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la
moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada,
debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia
debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión. “El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial” (RM 21). El es
quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella “continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del
propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres… impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo
camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo
hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección” (AG 5). Es así como la “sangre de los mártires es semilla
de cristianos” (Tertuliano, apol. 50, 13; CCL 1, 171 (PL 1, 603)).
853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también “hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella
proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio” (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino
“de la conversión y la renovación” (LG 8; Cf. 15) y “por el estrecho sendero de Dios” (AG 1) es como el Pueblo de Dios
puede extender el reino de Cristo (Cf. RM 12-20). En efecto, “como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y
en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de
la salvación” (LG 8).
854 Por su propia misión, “la Iglesia… avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del
mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en
familia de Dios” (GS 40, 2). El esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 82
los pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo (Cf. RM 42-47); continúa con el establecimiento de comunidades
cristianas, “signo de la presencia de Dios en el mundo” (AG 15), y en la fundación de Iglesias locales (Cf. RM 48-49); se
implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos (Cf. RM 52-54); en
este proceso no faltarán también los fracasos. “En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos, solamente de
forma gradual los toca y los penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica” (AG 6).
855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos (Cf. RM 50). En efecto, “las divisiones
entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad que le es propia en
aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena
comunión. Incluso se hace más difícil para la propia Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos
en la realidad misma de la vida” (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio (Cf. RM 55). Los
creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor “cuanto de verdad y de
gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de Dios” (AG 9). Si ellos anuncian la
Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido
entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del error y del mal “para gloria de Dios, confusión del diablo y
felicidad del hombre” (AG 9).
NMI 15, 29-31
Un nuevo dinamismo
15. Éstos son algunos de los aspectos más sobresalientes de la experiencia jubilar. Ésta deja en nosotros tantos
recuerdos. Pero si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja, no dudaría en concretarlo
en la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su
múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino.
Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos «remar mar adentro», confiando en la palabra de Cristo: ¡Duc in
altum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevarnos a una actitud
de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, empujándonos a
emplear el entusiasmo experimentado en iniciativas concretas. Jesús mismo nos lo advierte: «Quien pone su mano en el
arado y vuelve su vista atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9, 62). En la causa del Reino no hay tiempo para mirar
para atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una
eficaz programación pastoral postjubilar.
Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en
la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo
fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a
este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es
necesaria» (Lc 10, 41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo
haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra
acción pastoral.
29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Esta certeza, queridos
hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones
por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea,
además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos
planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés:
«¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2, 37).
Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la
ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una
fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!
No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la
Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida
trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no
cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y
una comunicación eficaz.
Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada
comunidad. El Jubileo nos ha ofrecido la oportunidad extraordinaria de dedicarnos, durante algunos años, a un camino
de unidad en toda la Iglesia, un camino de catequesis articulada sobre el tema trinitario y acompañada por objetivos
pastorales orientados hacia una fecunda experiencia jubilar. Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido
acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante
una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las
coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la
historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer
aquellas indicaciones programáticas concretas --objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los
agentes y la búsqueda de los medios necesarios-- que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele
las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la
cultura.
Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los
diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada
Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 83
Dicha sintonía será ciertamente más fácil por el trabajo colegial, que ya se ha hecho habitual, desarrollado por los
Obispos en las Conferencias episcopales y en los Sínodos. ¿No ha sido éste quizás el objetivo de las Asambleas de los
Sínodos, que han precedido la preparación al Jubileo, elaborando orientaciones significativas para el anuncio actual del
Evangelio en los múltiples contextos y las diversas culturas? No se debe perder este rico patrimonio de reflexión, sino
hacerlo concretamente operativo.
Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo
señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del
Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.
La santidad
30. En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad.
¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida
de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente?
Espero que, entre quienes han participado en el Jubileo, hayan sido muchos los beneficiados con esta gracia,
plenamente conscientes de su carácter exigente. Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero
hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral.
Conviene además descubrir en todo su valor programático el capítulo V de la Constitución dogmática Lumen gentium
sobre la Iglesia, dedicado a la «vocación universal a la santidad». Si los Padres conciliares concedieron tanto relieve a
esta temática no fue para dar una especie de toque espiritual a la eclesiología, sino más bien para poner de relieve una
dinámica intrínseca y determinante. Descubrir a la Iglesia como «misterio», es decir, como pueblo «congregado en la
unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», [15] llevaba a descubrir también su «santidad», entendida en su sentido
fundamental de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el «tres veces Santo» (cf. Is 6, 3). Confesar a la Iglesia
como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para santificarla (cf.
Ef 5, 25-26). Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado.
Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: «Ésta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación» (1 Ts 4, 3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: «Todos los cristianos, de
cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». [16]
31. Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atane al inicio
del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programar» la
santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?
En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa
expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción
en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una
ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al
mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?» Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: «Sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48).
Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de
vida extraordinaria, practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y
adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos
años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la
vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria. La
vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que
los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de
adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas
tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los
movimientos reconocidos por la Iglesia.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 84
TESIS 11
La Iglesia es una institución jerárquica de origen apostólico, naturaleza sacramental, índole ministerial y estructura
colegial. “Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio
de los Obispos” (CCE 869). La Iglesia es apostólica (CCE 857-865). Constitución jerárquica (LG 18-29; CCE 874-897, 934-
939). [Fundamental 4 y 6; Orden, Derecho canónico I: principios].
Esquema
I. Iglesia: institución jerárquica
1. Origen apostólico
2. Naturaleza sacramental y ministerial
3. Estructura colegial
II. Iglesia: gobierno
1. Cristo
2. Pedro: Obis-po de Roma
3. Colegio de los obispos
I. Iglesia: institución jerárquica
1. Origen apostólico
El ministerio ordenado que ejerce la presidencia y sirve a la unidad y a la comunión, tiene su raíz y realización
paradigmática en el ministerio apostólico. La exousía propia de Jesús respecto a su Iglesia fue transmitida y comunicada
por él de modo directo y especial a los apóstoles. En ellos se refleja y se conserva la intervención previa y fundante del
Señor Jesús. Ese momento de independencia hace que no pueda ser reducido a delegación de la comunidad: ésta se
expresa y se realiza sacramentalmente mediante la consagración.
Por su radicalidad y fundamentalidad, el ministerio apostólico constituye la figura originario de todo ministerio eclesial.
La conciencia creyente sostiene que todo ministerio jerárquico en la Iglesia está vinculado a la institución de los
apóstoles, y que esta se remonta a la intención de Jesús que puso los fundamentos a partir de la vocación de los Doce.
La identidad de los Doce con los apóstoles no parece ser postura común en el Nuevo testamento (cf. 1Co 15, 5-7; Mt 26,
20; Mc 14, 7; Lc 6, 13; 22, 14). El mismo Lc que tiende a la identificación por motivos teológicos, deja ver lo que ello tiene
de elaboración teórica: las condiciones requeridas en Hch 1, 21-22 para ocupar entre los apóstoles el puesto dejado
vacante por Judas no son cumplidas ni siquiera por algunos de los doce.
Los Doce son un grupo históricamente constatable desde el período pre-pascual del ministerio de Jesús. Dada la traición
de judas resulta inexplicable que hubiera sido una elaboración ulterior. Su carácter simbólico, en cuanto representan las
doce tribus de Israel, encaja admirablemente en el objetivo de Jesús de convocar al pueblo a fin de que asumiera su
función mediadora en medio de los pueblos. Los Doce pronto pasarán a ser una magnitud del pasado. Sin duda, se
puede hablar de una nueva constitución de los Doce después de la pascua. Los Doce quedaron integrados en los
apóstoles.
Los apóstoles en sentido estricto, son institución pascual. El lenguaje neotestamentario no es preciso ni unívoco. Junto a
los “apóstoles de Jesucristo” existen los “apóstoles de las comunidades” (1Tes 2, 7; 1Co 11, 5), enviados por éstas para
misiones diversas. Sin embargo, a partir de este uso polisémico se elaborara, por motivos dogmáticos, un concepto
técnico y preciso27. La relación Doce-apóstoles nos descubre una peculiar dialéctica eclesial. Los Doce garantizan el
entroque con el Jesús histórico, y en consecuencia con el Antiguo Testamento. Los apóstoles representan el envío más
allá de Israel. Los Doce son la memoria del Dios de la Antigua Alianza, los apóstoles son la memoria crítica y exigente, de
la apertura a todos los pueblos. Ef por ello considera a éstos no sólo como fundamento de la Iglesia (2, 20), sino como
elemento constitutivo del misterio que se dirige también a los paganos (3, 1ss).
Los apóstoles en su testimonio y comportamiento son los depositarios del valor genuino y del alcance real del ministerio
y del misterio de Jesús, de su eficacia salvífica y de su actualidad permanente. Como servicio de reconciliación (2Co 5,
18) y diakonía del Espíritu (2Co 3, 8) van edificando al auténtica Iglesia de Jesucristo. Por eso los cristianos eran asiduos a
la enseñanza de los apóstoles (Hch 2, 42), y estos son numerados en primer lugar en la tríada ministerial de 1Co 12, 28 y
Ef 4, 11.
Lo significativo y decisivo no son las órdenes concretas que el apóstol comunica, sino la autoridad con el que el apóstol
habla, juzga y decide. Pero su autoridad y ministerio no carecen de presupuestos. El apóstol está vinculado por el
contenido del Kerigma, por los hechos de los que habla, por la tradición que le precede, por el consenso y la comunión
con el resto de los apóstoles, en definitiva por una objetividad de la que no es dueño y señor. Su ministerio consiste
precisamente en asegurar y garantizar esa objetividad, esa referencia de la que vive la Iglesia y que ésta no puede
desterrar de su memoria y de su celebración porque constituyen el momento fundador sobre el que a través de los
siglos sigue construyéndose.
2. Naturaleza sacramental y ministerial
La centralidad del obispo en su Iglesia no puede centrarse en el gobierno o la jurisdicción. Si el obispo ejerce el gobierno
en su Iglesia se debe a que es el que preside la eucaristía y a que es el que predica el evangelio como garantía apostólica
(como doctor de la fe).
Tiene gran importancia la presidencia de la eucaristía en la Iglesia local. Es específico de la episkopé presidir la
celebración del memorial eucarístico como icono de Cristo sacerdote. Esta vinculación entre Iglesia, eucaristía y obispo
27
Aunque apóstoles, es término griego profano, ene uso cristiano asume el contenido religioso cristológico y el significado de saliah (cf 1Sam 25,
40; 2Sam 10, 1ss) según el cual el enviado incorpora la autoridad del enviante.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 85
es expresada ya claramente por san Ignacio: “Sólo es válida la eucaristía celebrada por el obispo o por quien ha sido
autorizado por él”.
Junto a ello no es menos importante el anuncio del Evangelio, la predicación como convocación de la comunidad
eclesial, la enseñanza de la doctrina como maestros auténticos, el testimonio de la verdad divina (LG 25).
De tal modo que es central la vinculación del obispo con la eucaristía y la palabra que constituyen a la Iglesia local, se
debe reconocer un dinamismo de inclusión recíproca entre el obispo y su Iglesia. Ya lo expresaba Cipriano en su fórmula:
“Donde está el obispo allí está el pueblo”. Se da por tanto una representación simbólica del obispo respecto a su Iglesia.
En virtud de la consagración el obispo goza de potestad propia, ordinaria e inmediata (LG 27). No son por tanto
delegados del Papa, sino que, en virtud de la sacramentalidad de su ministerio, participan en el triple ministerio de
Cristo. No obstante, la Iglesia es una comunión jerárquica, lo cual implica una relación determinada con el primado.
En virtud del sacramento recibido el obispo es cabeza de la Iglesia por ser centro de la unidad y de la comunión. Es por
eso ministro originario (se evita el término ordinario) de la confirmación o “dispensadores de las ordenes sagradas”
(aunque no se explicite su carácter exclusivo) (LG 26). El sentido eclesiológico de ambos sacramentos justifica esta
esencial referencia episcopal. Esta capitalidad eclesial del obispo se debe traducir existencialmente, en la cercanía al
pueblo, en la identificación con las peculiaridades biográficas de la propia Iglesia, en la conjugación de carismas en la
armonía común, en el ejercicio permanente de la sinodalidad y en la celebración periódica de sínodos en los que la vida
de su Iglesia se exprese, simbolice y celebre de modo solemne.
3. Estructura colegial
A. Nuevo Testamento
La elección de los Doce por parte de Jesús (Mc 3, 14. 16; Lc 6, 3) tuvo lugar “a modo de colegio, es decir de grupo
estable” (LG 19). Jn 20, 24 deja ver que sus miembros no son considerados aisladamente, sino que se les contempla
como “uno de los Doce”. Tras la muerte de Judas se habla de los “once” (Mt 28, 16). Incluso la identidad del grupo
reclama su sustitución para contemplar el número de Doce. Es al grupo en cuanto tal al que se le atribuyen los poderes
de Cristo (Mt 28, 18-20; Lc 22, 28-30; Jn 20, 21). El relato de Hch muestra cómo se ejerce colegialmente el ministerio: 1,
15. 23; 2, 14; 2, 38; 6, 1-6; 9, 27. Pablo, en su relato a los Gálatas, nunca piensa en cuestionar la entidad y la autoridad
del colegio apostólico, sino que se preocupa de mantener la unidad con él. La práctica de la Iglesia antigua refleja la
convicción de que ese colegio de los apóstoles es reemplazado por el colegio de obispos en la dinámica de la misma
tradición.
B. Iglesia antigua
La práctica de la Iglesia antigua refleja la convicción de que ese colegio de los apóstoles es reemplazado por el colegio de
los obispos en la dinámica de la misma tradición. Alguno ejemplos al respecto:
* Cipriano entiende que hay “u solo episcopado extendido y formado por un gran número de obispos en concordia”,
por lo que fuera de esa comunión nadie puede tener la potestad ni el honor de obispo, ya que no quiere conservar ni la
unidad ni a paz del episcopado”.
* La praxis conciliar muestra y realiza de un modo máximo la colegialidad. El “nosotros” de los obispos debe aspirar al
consenso y a la unanimidad no como armonización o síntesis de intereses contrapuestos o como efecto de un trabajo en
equipo, sino como expresión de la común tradición apostólica.
* La celebración de la consagración episcopal es como u pequeño concilio. La presencia de res obispos como
consagrantes indica que ninguna Iglesia se da a sí misma su obispo y que el nuevo obispo es incorporado al nuevo orden
episcopal al mismo tiempo que es dedicado a una Iglesia concreta.
* Collegium es un término de uso normal en los siglos IV-V, como equivalente a ordo y corpus, en la línea de
Tertuliano. Por tanto no ven como obstáculo la definición de Ulpiano: “forman un colegio los que poseen un mismo
poder”.
A partir del siglo IV esta concepción “episcopalista” irá cediendo ante la tendencia centralizadora que tiene el futuro
ante ella, si bien el término no desaparecerá del todo.
II. Iglesia: gobierno
1. Cristo
El Vaticano II presenta el origen del episcopado a partir de la iniciativa de Jesús que, después de llamar a los Doce, “los
instituyó a modo de colegio, es decir, grupo estable” (cf Jn 21, 15-17). La palabra “colegio” no debe entenderse aquí en
sentido jurídico, en referencia a un grupo absolutamente de iguales, sino al grupo estable querido por el Señor: lo que
constituye al colegio apostólico no es una convergencia de intereses humanos, sino el misterio absolutamente libre de la
elección divina. Sobre este “colegio” fundó Jesús al Iglesia universal; lo prueba entre otras cosas el hecho de que quiso
conferirle al mismo memorial pascual en la última Cena, en una “momento decisivo para el provenir de la Iglesia…, en
donde parece constituirse precisamente la estructura fundamental de la Iglesia cristiana… y que tendrá un papel
determinante para la vida de la Iglesia hasta la parusía, ya que lo que entonces aconteció tendrá que repetirse hasta que
él vuelva (1Co 11, 26)”. Se puede afirmar que, al confiar a los apóstoles el mandato de celebrar el memorial de la Pascua,
Jesús le transmitió un poder propiamente sacerdotal; este don se hizo al colegio apostólico, articulado en la unidad en
torno a la Cabeza querida por el Señor, que será ante todo el representante suyo en la “comunión” eucarística
constituida por el colegio, como centro y criterio de referencia y de verificación de la misma.
En este sentido Cristo es quien gobierna la Iglesia por medio del sucesor de Pedro y a través de su presencia permanente
en la eucaristía.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 86
2. Pedro: Obispo de Roma
El ministerio máximo de unidad ha de asumir la paradoja histórica de ser uno de los motivos más importantes de la
división entre las iglesias [Juan Pablo II en UUS 88].
A. Relación
¿Qué relación hay entre el obispo de Roma y el apóstol Pedro? Sentado en la cátedra de la Iglesia consagrada por su
martirio, el obispo de Roma es ante todo su “vicario”: “vicario de Pedro”, en la cátedra de la Iglesia de los santos
apóstoles Pedro y Pablo. Hace las veces de Pedro en el sentido de que hace presente el testimonio de la fe que dio el
apóstol, sobre el que se unifica la unidad de la Iglesia. De esta manera, el obispo de Roma desempeña aquel ministerio
de unidad que sigue exigiendo la “recolección” del Israel final, iniciada por el Señor, hasta que él vuelva en su gloria.
“Vicario de Pedro”, el obispo de la Iglesia de Roma, teñida por la sangre de los dos apóstoles, es igualmente guardián del
carisma de Pablo, es decir, de la apertura permanente al Espíritu, del evangelio de la gracia, de la solicitud por todas las
iglesias y del anuncio apasionado de Cristo. Esta función de “vicario” de Pedro la recibe el obispo de Roma a través de la
sucesión episcopal en la sede apostólica; por eso, quedando en pie el carácter único y singular de todo lo que vivió el
apóstol, se puede hablar del pontífice romano como sucesor de Pedro.
a. La definición del primado en el Concilio Vaticano I
A lo largo de la época moderna la autoridad papal se fue fortaleciendo: su compromiso con la reforma de la Iglesia debió
expresarse a través de medidas centralizadoras, se constituye el tribunal de la Inquisición y Propaganda Fidei con
alcance universal, se establecen nunciaturas permanentes, se fija la liturgia general en sentido romano, la vinculación al
Papa se convierte en signo de identidad confesional… Corrientes centrífugas y desintegradas provocan como reacción la
consolidación del poder papal. De un lado el poder estatal pretendía someter la institución eclesial a su control
aliándose con las tradiciones episcopalistas de sabor galicano. De otro lado el liberalismo y el laicismo intentaban
destruir o debilitar la autoridad o la presencia de la Iglesia, por lo que dirigen sus ataques fundamentalmente a Roma o
al Papa. Es comprensible que brotara una comprensión ultramontana del cristianismo y del papado, cuya relevancia
debe manifestarse en una doble dirección: en el ámbito eclesial, la autoridad debía concentrarse en el centro y
organizarse de modo estrictamente jerárquico, pues en caso contrario se correría el riesgo del extravío y la disolución;
respecto al mundo, el papado debía situarse como la autoridad necesaria para que el universo y la sociedad mantengan
la cohesión frente a tantas fuerzas disolventes y disgregadoras.
Esta larga historia desemboca en el Concilio Vaticano I 28. De un modo más directo el contexto está constituido por los
peligros y amenazas que acabamos de exponer. Frente a esta situación y apoyados en los datos de la tradición, los
Padres conciliares definieron solemnemente el carácter primacial del ministerio petrino que habían ejercido los obispos
de Roma:
Enseñamos y declaramos que, según los testimonios del Evangelio, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de
Dios fue prometido y conferido inmediatamente y directamente al bienaventurado Pedro por Cristo Nuestro Señor.
Porque sólo a Simón… se dirigió el Señor con estas solemnes palabras… Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia… Y sólo a Simón Pedro confirió Jesús después de su resurrección la jurisdicción de pastor y rector supremo sobre
todo su rebaño [DS 3053]
A partir del testimonio evangélico referido a Pedro, se afirma su continuidad en el obispo de Roma:
Lo que Cristo Señor… instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro… es preciso que dure eternamente por obra del
mismo Señor en la Iglesia… Quienquiera suceda a Pedro en esta cátedra, ése, según la institución de Cristo mismo,
obtiene el primado de Pedro sobre al Iglesia universal. [3056-3057]
De la definición del Vaticano I se derivan las siguientes convicciones de fe: a) el Papa es principio y fundamento visible de
la unidad de la Iglesia; b) Cristo otorgó a Pedro de modo directo e inmediato un primado verdadero y propio de
jurisdicción; no es simplemente un primado de honor; c) este primado se prolonga perpetuamente en quien sucede a
Pedro en su cátedra; d) el primado tiene potestad plena para apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal; e) esta
potestad es ordinaria y episcopal; f) el ministerio del Papa no es por tanto un elemento ajeno a las iglesias, sino un
momento interno de su pertenencia a la communio ecclesiarum.
La doctrina del Vaticano I contiene un aspecto de inconsumación. Su clausura imprevista provocó una focalización en el
Papa que puede hacerlo aparecer como figura aislada, autónoma. El Vaticano II aportó el equilibrio previsto ya en 1870.
Recibe íntegramente la doctrina del primado desde la convicción de su carácter definido y por ello irreversible, quitando
así plausibilidad a las propuestas de releer el Vaticano I redimensionando su alcance. Pero al plantear la Iglesia desde la
eclesiología de comunión y desde la communio ecclesiorum, el Papa, su ministerio y su misión, no pueden ser vistos en sí
sino en el seno de una Iglesia-comunión, en el interior de la colegialidad. El hecho mismo de la celebración del Vaticano
II disipó los temores de quienes veían bloqueado el dinamismo conciliar o los desarrollos colegiales. La objetividad del
ministerio petrino debe ser interpretada desde la voluntad de Cristo, desde la memoria histórica de la Iglesia y desde las
circunstancias históricas.
b. Concilio Vaticano II
Los obispos constituyen un colegio, y el primado, según hemos indicado, debe mostrar también una dimensión colegial.
¿Cómo entenderla de modo más concreto?, ¿cómo concebir la relación entre el primado y el colegio tanto a nivel
teórico como en su ejercicio práctico?, ¿cómo se conjuga la “comunión jerárquica” con la colegialidad?
Hay que tener en cuenta que el Papa es obispo con los demás obispos, al igual que Pedro forma parte del grupo de los
Doce29. El Papa por ello no debe ser considerado al margen del colegio o fuera de él. Del mismo modo, el colegio
28
Específicamente se encuentra en la constitución Pastor Aeternus que fue aprobada el 18 de julio de 1870.
29
LG 22 habla de “Pedro y los demás apóstoles” en sustitución del texto originario “Pedro y los otros apóstoles”, para destacar más la pertenencia a
Pedro al grupo apostólico.
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 87
episcopal no puede ser considerado al margen o fuera del ministerio universal de la unidad. LG asume el Vaticano I y lo
sitúa en el contexto de la colegialidad y de la sacramentalidad de la consagración episcopal. Por eso el Vaticano II
destaca el rango eclesiológico del episcopado y el alcance universal del colegio: los obispos son sucesores de los
apóstoles y todos juntos constituyen el fundamento de la Iglesia universal (LG 19), se encuentra en la cumbre del
ministerio (LG 21) y, como jefes de la Iglesia (LG 18), son verdaderos “Vicarii et legati Christi” (LG 27). Estas afirmaciones
no socavan la jurisdicción papal dado que la colegialidad es comunión jerárquica.
3. Colegio de los obispos
A. Teología
En todo ministerio eclesial se da una simbiosis entre el elemento personal y el sinodal/colegial. En el caso de los obispos
se produce de un modo paradigmático: es pastor y fundamento de unidad de su Iglesia, pero a la vez es miembro del
colegio episcopal.
La dimensión colegial del episcopado ha debido abrirse camino recientemente frente a una concepción a-colegial que
era dominante en la teología de años atrás. La postura colegial está caracterizada por los siguientes rasgos:
El Papa es el jefe único y suprema de toda la Iglesia, con potestad magisterial y jurisdicción sobre la Iglesia universal.
Cada obispo residencial es cabeza de su Iglesia residencial, pero está sometido al Papa.
La potestad de jurisdicción que tiene el obispo la recibe inmediatamente del Papa.
Los obispos no se encuentran unidos entre sí por el vínculo social constitucional, y tampoco sus respectivas diócesis; los
obispos se unen en y con el Papa, no entre sí.
Movidos por el principio universal de la caridad es por lo que los obispos deben vivir unidos en un verdadero espíritu de
fraternidad.
El Papa es el único que puede, en virtud de su jurisdicción universal, imponer a los obispos leyes adecuadas para una
pastoral común a nivel interdiocesano o supradiocesano.
B. Concilio Vaticano II
El Vaticano II intentó un reequilibrio de esta doctrina secular revitalizando la idea colegial: junto al carácter sacramental
de la consagración episcopal (y la consiguiente colación en virtud de la consagración episcopal de todo el oficio propio
de los obispos) se incluyó la idea de comunión jerárquica y por ello de la intervención del Papa de cara al ejercicio libre
de dicho oficio. De este modo el carácter genuino del episcopado incluía ele elemento primacial de la constitución de la
Iglesia. Primado y colegio por ello no pueden aparecer como realidades yuxtapuestas o enfrentadas, sino como
complementarias e integradas en comunión.
La importancia que el Vaticano II otorgó a la colegialidad resultó una perspectiva novedosa. En realidad, recoge la más
antigua tradición y la renueva para nuestro tiempo.
Es el Vaticano II quien vuelve a poner en el centro de atención la idea del episcopado “uno e indiviso” (LG18), de que el
colegio apostólico se perpetúa en el orden de los obispos (LG20). Si los obispos son sucesores de los apóstoles y si el
episcopado es sacramento, se obtiene el fundamento ontológico y sacramental para poder afirmar: “Un cristiano se
hace miembro del Colegio episcopal en virtud de la consagración sacramental y mediante la comunión jerárquica con la
cabeza del colegio” (LG22). Con esta última expresión se evita la comprensión del Colegio en el sentido de Ulpiano, es
decir como una entidad jurídica compuesta por miembros plenamente iguales, y al mismo tiempo se conserva y recibe la
intención del Vaticano I. La doctrina del Vaticano II deposita en la conciencia creyente algunas convicciones
fundamentales:
a) el colegio de los obispos no es una creación del Papa, sino que constituye un hecho sacramental.
b) el oficio episcopal está edificado colegialmente, y por ello representa el servicio a la unidad y comunión de las iglesias
c) realiza y expresa la articulación de las iglesias en la Iglesia facilitando relaciones efectivas.
d) impide la regionalización de las iglesias porque cada una de ellas no se basta a sí misma y debe abrirse a la catolicidad.
e) cada obispo debe vivir la solicitud por el resto de las iglesias y sentirse responsable de la evangelización del mundo
f) los datos teológicos concuerdan con la sensibilidad actual, que es más proclive al ejercicio colegial de la autoridad o de
la toma de decisiones
g) los obispos pueden desarrollar más posibilidades y atribuciones jurídicas, por lo que ha disminuido el número de
reservas por parte de la sede romana
h) es única la fuente de las “potestades” del ministerio episcopal; queda superada la doctrina preconciliar que distinguía
entre poder de jurisdicción (que procedía del Papa) y la potestad de orden o de santificar (que tendría origen
sacramental)
i) la consagración, en cuanto sacramento, es lo que constituye miembro del colegio.
[Fundamental 4 y 6]
4. Para transmitir a todos lo revelado para la salvación de todos, Cristo envió a los Apóstoles y éstos nombraron
sucesores a los obispos. Esta transmisión - obra del Espíritu en la Iglesia - se realizó de dos formas: Tradición apostólica y
Sagrada Escritura.
En la necesidad de prolongar y actualizar el ministerio apostólico se esconde una de las cuestiones centrales de la
eclesiología: la sucesión apostólica. El hecho irrepetible del testimonio apostólico, ¿es transmisible o queda reducido de
modo exclusivo a sus protagonistas? ¿No basta la garantía de que la comunidad mantenga su fidelidad a la doctrina de
los apóstoles o a la predicación del evangelio?, ¿se requiere un ministerio específico, desempeñado por una sola
persona y conferido por vía sacramental?
2. 4. El misterio de la Iglesia » Eclesiología » 88
Las respuestas a estas preguntas se encuentra en el número 20 de la LG cuando dice: “Los obispos… recibieron el
ministerio de la comunidad. Presiden en nombre de Dios el rebaño de que son pastores, como maestros que enseñan,
sacerdotes del culto sagrado y ministerio que ejercen el gobierno. Así como permanece el ministerio confiado
personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera
permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido para siempre por el orden
sagrado de los obispos. Por eso enseña este sagrado Sínodo que por institución divina los obispos han sucedido a los
Apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a
Cristo y al que lo envió. “
6. La totalidad de los fieles goza del sentido sobrenatural de la fe, pero sólo el Magisterio de la Iglesia ha recibido el
oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios en nombre de Jesucristo. El Romano Pontífice y el Colegio de los
obispos con él lo ejercen de diversos modos y con diverso carácter, en materia de fe y costumbres.
Los ministerios de la unidad y de la comunión, ordenados como garantía de la sucesión apostólica, forman parte de la
constitución de la Iglesia. A la misma constitución pertenece igualmente la conservación de la verdad salvífica
prolongada en la tradición apostólica. Por ello los ministerios de la unidad deben poseer una responsabilidad peculiar
respecto a la salvaguardia de la verdad que vive la Iglesia. Esa función ha sido expresada durante siglos como
infalibilidad del Magisterio (del papa o del colegio episcopal, del concilio ecuménico o de la acción unánime de los
obispos).
Pero por otro lado los ministos de la unidad no actúan al margen de la comuidad eclesial, sino en su seno. Además el
conjunto de los fieles, responsables también de mentener la fidelidad a la tradición apostólica, deben ejercer su
responsabilidad respecto a la misma verdad salvífica. Tradicionalmente se ha designado como sensus fidelium o
infalibilidad in credendo. Ambos aspectos deben ser tenidos en cuenta y conjugados en su complementariedad para
evitar que el sentido de la infalibilidad sea comprendido de modo simplista.
[Orden]
Dentro de los diversos ministerios que existen en la comunidad eclesial hay uno que posee una característica especial
que denominamos ordenación y que, la Tradición Apostólica, lo diferencia esencialmente de los demás. Este ministerio
se sitúa en el interior de la comunidad en una dialéctica particular: de un lado no pierde su condición bautismal, no deja
de ser discípulo, no puede situarse al margen de la comunidad, pero al mismo tiempo representa una instancia distinta,
un nivel superior, un simbolismo que quiebra las relaciones habituales de la comunidad. Esta dialéctica queda expresada
con claridad en estas palabras de san Agustín: “Lo que soy para vosotros me espanta, lo que soy con vosotros me
consuela. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Obispo es un título de tarea que se acepta; cristiano es
un nombre de gracia. El tírulo es peligroso, el nombre es saludable”.
Desde el punto de vista del sacerdocio de la comunidad cristina también hay que reconocer la existencia de un ministro
sacerdotal peculiar, sin que por ello se pueda separar o desgajar del sacerdocio común. LG 10 expresa la misma
dialéctica: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico están ordenados el uno al otro;
ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial y no sólo de
grado. En efecto, el sacerdocio ministerial, por el poder sagrado que goza, configura y dirige al pueblo sacerdotal, realiza
como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo”.