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“Para ti es mi música,

Señor”
No sabemos si cuando nació Beatriz Margarita
Martínez Castillo, en aquella Caracas de los techos
rojos, el 22 de febrero de 1927, se escuchaba en el
vecindario de entonces mucha música. Lo cierto es
que, según ella misma contaba, los vecinos del
entorno solían colocar constantemente canciones
románticas de la época. Entonces, Beatriz Margarita
se las aprendía y así comenzó a cantar y a hacer
acopio de su extenso repertorio musical.

Aun siendo pequeña, su familia se mudó


a Villa de Cura y posteriormente a La Victoria. En estos pueblos del interior, estudió en las Escuelas
del lugar, hasta cuando, más grandecita, sus papás decidieron enviar a sus dos hijitas mayores a
nuestro Colegio Nuestra Señora de Lourdes, en Valencia.
Allí, en medio de nuestras Hermanas, inició su etapa de enamoramiento del Amor de sus amores: de
Jesús de Nazaret. Y siguiendo los pasos de su hermana mayor, Carmen Amalia, (nuestra Hermana
Lucía Margarita), ingresó al Postulantado a sus dieciocho años. Cuando tomó hábito, el 14 de Agosto
de 1946, le cambiaron el nombre; desde entonces y hasta hace algunos años, se llamó la Hermana
Delfina. Según ella misma contaba, su papá se puso muy triste ese día, porque consideraba que era
un nombre poco atractivo en contraste con su hermoso nombre de pila: Beatriz. Pero, en aquellos
tiempos, no había más nada qué hacer…; ella lo recibió con fe, aunque, cuando tuvo la oportunidad
de cambiarlo de nuevo, asumió su nombre de bautizo. En 1947 pronunció sus primeros Votos y en
1950, su Profesión Perpetua.
Puerto Cabello, El Paraíso, el Externado, La Florida, el Colegio de la Inmaculada, Antímano, fueron
lugares privilegiados por su presencia como maestra de aula. No podemos afirmar que era dulce en
sus clases…; su alto grado de exigencia a las alumnas la llevó a ser, a veces, un tanto fuerte con
ellas. Sin embargo, hoy, ellas mismas reconocen que esa exigencia las condujo, más tarde, a
convertirse en exitosas mujeres y profesionales.
Su espíritu patriótico se hacía sentir en sus clases y en su vida. Vibraba por todo cuanto tenía que
ver con Venezuela; inclusive se aprendía de memoria y entonaba con entusiasmo, los distintos
himnos de los estados donde le correspondía ejercer su magisterio.
Aunque su profesión docente se hizo sentir en muchos de nuestros Centros Educativos, fue en
Puerto Cabello donde pasó gran parte de su vida; tal vez por eso, amaba disfrutar de los paisajes
marinos y de los sabrosos y refrescantes baños en la playa.
Su gran especialidad fue preparar a los niños a la Primera Comunión. Su entrega y servicio a Jesús,
en estas ocasiones de evangelizar y catequizar fueron verdaderamente excepcionales. ¡A cuántos
niños y niñas preparó nuestra Hermana a la Primera Comunión! Esa contabilidad debe estar escrita
en las estadísticas celestiales.
En las numerosas comunidades por donde pasó, su presencia siempre alegraba el ambiente. Sus
risas, sus cantos y sus cuentos permitían que los momentos de encuentro fueran siempre de alegría
y diversión. Los paseos comunitarios eran para ella y para quienes tuvimos la dicha de compartirlos,
días de verdadero descanso y de recreación. Y como se sabía todas las canciones que se
escuchaban durante los viajes, con su hermosa voz las coreaba con todo el entusiasmo posible.
Amaba Francia, la lengua francesa: la quería hablar y comprender. Por eso participó, durante
algunos años de los cursos que brindaba la Alianza Francesa. Pero el Buen Dios le concedió la
fortuna -después de una grave enfermedad- de ir a Francia, allí pasó dos años en París, aprendiendo
francés. ¡Estaba realmente muy feliz con este regalo del Señor!
Pero, hablar de Beatriz Margarita, sin resaltar su amor a Jesús, sería mutilar su esencia misma.
Desde joven, estuvo enamorada del Amor. Un amor que la acompañó hasta el último día de su
existencia aquí en la tierra.
Y, si bien, se conocía las letras de todas las canciones radiales, su mejor voz, sus más hermosa
melodías, se las brindaba al Señor. Sus momentos de oración eran –por lo que nosotras podíamos
vislumbrar- auténticos encuentros de amor. Su devoción palpable en los momentos de la Comunión,
sus miradas de ternura dirigidas al Sagrario, su delicadeza en la oración, nos hablaron siempre de un
alma profundamente contemplativa.
Beatriz Margarita amó profundamente a su familia, a sus hermanos, a sus sobrinos; estaba pendiente
de todos. Y, aun, cuando ya en estos últimos años, le podía fallar algo su memoria, sabía quién era
quién.
Cuando llegó a la Villa Santa Ana y se encontró con su hermana Lucía Margarita, se hicieron
inseparables. Entonces, ambas se manifestaban su amor fraterno, en libertad y con la sencillez de
los niños. Era maravilloso verlas a las dos siempre juntas y pendientes la una de la otra.
El amor es silencioso…; y en medio de esta difícil situación que vivimos como mundo, como país, el
Dios del Amor quiso llevársela consigo en la misteriosa quietud de una corta enfermedad. El Señor
fue grande con ella. No hubo largo sufrimiento…; a pesar del caos que nos ha correspondido transitar
en estos tiempos, el Dios amor, muy calladamente, le robó una nota al pentagrama de la vida, para
que con su voz maravillosa, cantara eternamente Sus misericordias. Ahora, Beatriz Margarita con el
salmista puede decir, en verdad: “Para ti es mi música, Señor, delante de los ángeles cantaré para
Ti”.

Caracas, 18 de Octubre de 2020


Hna. Beatriz Caraballo C., SJT

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