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“NATURALEZA Y CULTURA” – Martha Lischetti.

La obra de Darwin: ciencia, poder y visión del mundo (212-215).

La conmoción que supuso la publicación de la obra de Darwin implicó no sólo a la comunidad científica sino también
al público en general. A partir de ese momento, los enunciados de la teoría de la evolución enfrentan a los
enunciados de la teología, y comienzan una lucha entre instituciones por el poder de un determinado conocimiento
acerca de la vida del hombre.
Incluso estos enunciados (los evolucionistas del S.XIX) van a ser tomados como bandera por los partidarios de
posiciones libertarias y socialistas, politizando la polémica, sacándola de los ámbitos científicos.
Desde un primer momento a esta teoría no se la circunscribe al campo estrictamente biológico, sino que se la
relaciona con la teología, la sociedad y la política. Los argumentos que se oponen a la teoría en ese momento son de
dos tipos: 1. los que se refieren a cuestiones puramente teológicas, y 2. los que le cuestionan deficiencias técnico-
metodológicas: noción de especie y variación, insuficiencias demostrativas, la teleología.
En cuanto al primer tipo de argumentos, la obra de Darwin, tiende al materialismo y al ateísmo: el pensamiento
evolucionista es visto como un pensamiento destinado a terminar con una serie de ideas religiosas. El debate se
entabla entre los creacionistas y los evolucionistas. Más allá de su obra, Darwin, no entra en esa polémica y se
muestra respetuoso con los dogmas cristianos, expresando que sus teorías no tenían nada que ver con la explicación
de las últimas causas. Sin embargo, sus seguidores van a confrontar con las ideas religiosas. Haeckel (seguidor de
Darwin) afirma que no existe ninguna diferencia esencial entre el hombre y los animales y niega el dogma de la
resurrección de los cuerpos y la inmortalidad del alma.
La teoría de la evolución se inscribe en esa corriente ideológica, que unida a la revolución industrial y a las
revoluciones políticas, a partir del siglo XVIII, va a hacer cambiar los intereses científicos, dando origen a una serie de
teorías acerca de la evolución social y cultural de la humanidad. De teorías que amenazaban el orden existente, que
van a dejar atrás el pensamiento dualista cartesiano: que distinguía, por un lado, al hombre “res cogitans”, dotado de
alma y razón; y, por el otro lado, veían al hombre como “res extensa”, mensurable y cuantificable en su aspecto
físico-anatómico.
A fines del S.XVIII y principios del XIX, una serie de hechos científicos y sociológicos convergen hacia una
concepción unitaria del hombre, en la que tanto la anatomía y la fisiología como la psicología y la moral son
consideradas partes de un mismo saber; el saber sobre el hombre, saber que va a consistir en pensarlo como
emparentado con los animales, colocándolo dentro del mismo medio natural y dentro de una historicidad con tiempo y
leyes humanas.
La obra de Darwin arranca de estos supuestos. La situación social del comienzo de la era industrial (liberalismo
económico) le ofrece el modelo explicativo para el mundo biológico, incluido el hombre. El utilitarismo biológico de su
teoría está de acuerdo con la ideología reinante.
La obra de Darwin va a reforzar la ruptura epistemológica que supuso esta nueva corriente de ideas.
Además de la polémica iglesia/teoría de la evolución, o materialidad/espiritualidad en el hombre, la teoría de la
evolución va a dar lugar a otra, la que va a enfrentar lo natural con lo histórico o cultural en el hombre. Pero, que trata
de otra situación, en la que no se discute la materialidad del cuerpo del hombre y la existencia o no del alma, sino la
interpretación de sus comportamientos, atribuyéndolos a la biología o a la historia, en forma exclusiva. Dando lugar a
los determinismos biológicos o cultural, entendidos como falacias metodológicas.
Esta controversia se va a caracterizar por el hecho de que las pruebas aportadas por cada una de las posiciones van
a resultar insuficientes. Y que, en muchos casos se van a transformar en reflexiones de tipo metafísico, en el sentido
de que las argumentaciones van a expresar más un sistema de creencias que aseveraciones sostenidas con la
fuerza de los hechos.
Ashley Montagu argumenta que “los hombres y las sociedades se han hecho de acuerdo con la imagen que tenían
de sí mismos, y han cambiado conforme a la nueva imagen desarrollada por ellos”.
En los temas que nos ocupan, vamos a poder construir distintos tipos de sociedades, según pensemos que los
comportamientos de los hombres estan determinados biológicamente, significando con esto su fijismo, o bien que
pensemos que dichos comportamientos se arman a partir de la vida social de los hombres, significa con esto la
posibilidad de transformarlos.
Recorrido histórico del debate biologicismo/historia, que va a partir desde posiciones irreductibles, situadas en la
segunda mitad del S.XIX, hasta llegar a la actualidad con posturas más conciliadoras:
La realidad económica y sociopolítica del S.XIX necesita hallar nuevas fundamentaciones para la acción. La situación
de Inglaterra en la 2da mitad del siglo, conduce a la expansión colonial. El país alcanza en pocas décadas un rápido
aumento de población y un incremento económico que permite a un número considerable de personas, elevar su
nivel de vida. El aumento de población plantea el problema de la relación entre población y medios de subsistencia.
Si, como plantea Malthus, los bienes de subsistencia aumentan aritméticamente y la población geométricamente, es
necesario prevenir las posibles situaciones catastróficas futuras. Cada uno debe esforzarse en obtener su parte,
mediante el trabajo en la sociedad; los pobres, perezosos, inútiles no tienen derecho a vivir a expensas de los demás.
Su desaparición es un efecto beneficioso para la sociedad. No hay que hacer nada para evitar la competencia entre
los hombres en cuanto a los bienes de subsistencia se refiere.
Fue Darwin quien se inspiró en teorías sociales, especialmente las desarrolladas por Malthus, para construir la teoría
de la evolución.
La teoría que postula el proceso de la sociedad a través de la lucha lleva el nombre de “darwinismo social”.
Spencer, en 1852 escribe un ensayo titulado “Una teoría de población”, que es una respuesta a la teoría de Malthus.
Su argumentación la va a desarrollar en términos fisiológicos y no en términos socio-culturales. Sostiene que la
inteligencia y la fertilidad están en relación inversa.
Harris: “las células de la mente y las del sexo compiten por los mismos materiales. El exceso de fertilidad estimula
una mayor actividad mental porque cuanta más gente hay, más ingenio se necesita para mantenerse en vida. Los
individuos y las razas menos inteligentes mueren y el nivel de inteligencia se eleva gradualmente. Pero este aumento
de inteligencia sólo se logra a costa de intensificar la competencia entre las células de la mente y las células del sexo,
y, en consecuencia, se produce una progresiva disminución de la fertilidad”.
Las exigencias de la lucha por la vida hacen desaparecer a los ineptos y preservar a los más aptos.
Según Harris, estos acontecimientos servirían para mostrar, que a fines del XIX, la tendencia hacia la biologización
no tenía ninguna relación con el mayor prestigio de las ciencias biológicas. De acuerdo a como ocurrieron los hechos
se trataría de que ambas disciplinas, la biología y las ciencias sociales respondieron de manera independiente a
necesidades ideológicas similares.
En relación, también, con los contenidos ideológicos del liberalismo económico finisecular, Ashely Montagu, señala
cómo una determinada interpretación del mundo animal modeliza una interpretación de la sociedad humana. La falsa
idea de que el mundo anima se caracteriza por una feroz lucha por la existencia y que la sociedad humana
descendiente directa de ese mundo animal se caracteriza por “la lucha, la hostilidad, la competencia desaforada y la
agresividad”, van a dominar la escena. La selección natural va a ser mal expuesta hasta el extremo de alejarla de su
intención original por la llamada “teoría gladiadora de la existencia”. La responsabilidad de que esto haya sucedido no
recae sobre Darwin sino en uno de los divulgadores de su teoría: Thomas Huxley, quien público el artículo “la lucha
por la existencia: un programa”, en el que planteó “desde el punto de vista del moralista, el mundo animal se
encuentra en un nivel aproximadamente idéntico al espectáculo de los gladiadores. A las criaturas se las dispensa de
un trato bastante bueno, para ponerlas después a luchar. El espectador no necesita indicar con el pulgar hacia abajo,
porque no se conoce cuartel”.
Esta escena no guarda relación con el concepto de selección natural. Según ella, cada individuo, cada tribu, cada
nación debía resolver el problema de su lucha por la vida. Más que científica, esta forma de concebir la evolución era
una pretendida justificación del liberalismo económico. Pero planteado de esa manera quedaba como “más
dramático, más fácil de entender y por lo mismo más popular”.
Se habría producido lo que sintetiza Sahlins cuando dice “la naturaleza, imaginada culturalmente, ha sido usada a su
vez, para explicar el orden social humano, y viceversa, en un intercambio reciproco sin fin entre darwinismo social y
capitalismo natural”.

El siglo XX: la biología y la historia (218-219).


Cuando en 1949 Levi Strauss publica “las estructuras elementales del parentesco”, escribe una introducción, que
contiene su pensamiento sobre el tema que nos ocupa, al que considera el punto de partida para comenzar a pensar
la sociedad humana.
Ante la imposibilidad de precisar la situación histórica que marca la separación entre Naturaleza y Cultura en las
sociedades humanas, pero, reconociendo, sin embargo, el valor lógico de la distinción entre estado de naturaleza y
estado de cultura, se va a disponer a utilizar dicha distinción como instrumento metodológico, en lugar de negarla o
subestimarla.
Para llevar a cabo su análisis va a partir de las siguientes preguntas: ¿dónde termina la naturaleza? ¿dónde
comienza la cultura? Para responder a esas preguntas va a descartar como inviables los recorridos que intentan
encontrar en el hombre comportamientos preculturales. Del mismo modo, va a descartar también aquellos
argumentos que piensan encontrar esas respuestas en el análisis de comportamientos presentes en la continuidad
filogenética.
Al referirse a la presencia de similitudes entre monos antropoides y hombre, Levi Strauss, señala el hecho de la
pobreza, del esbozo elemental de esos comportamientos en los animales y se sorprende ante la situación de que a
pesar de que no haya impedimento de tipo anatómico para articular lenguaje en el mono, éste no logre atribuir
sentido a los sonidos.
De la observación y análisis de la vida animal, Lévi Strauss concluye que “no sólo el comportamiento del individuo es
inconstante, sino que tampoco en el comportamiento colectivo puede encontrarse ninguna regularidad”.
Y aunque reconoce la existencia de constancia y regularidad en los fenómenos tanto de la naturaleza como de la
cultura, en el primer caso, dice, representan el dominio de la herencia biológica y en el otro, el de la tradición externa.
La originalidad de la postura de Lévi Strauss consiste en elegir como criterio valido para reconocer la presencia de la
sociedad-cultura, la existencia de “la regla”. “En todas partes donde se presenta la regla sabemos con certeza que
estamos en el estadio de la cultura”.
Y con este criterio construye un análisis ideal en reemplazo de aquella historia real, que no es posible reconstruir: el
momento preciso de inicio de la humanidad. “Sostenemos que todo lo que es universal en el hombre corresponde al
orden de la naturaleza y se caracteriza por la espontaneidad, mientras que todo lo que esté sujeto a una norma
pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y de lo particular”.
Y encuentra un hecho: la prohibición del incesto, que comparte esas características de universalidad y normatividad.
Se estaría ante la presencia de un hecho que pertenecería a ambos estados, el de la naturaleza y el de la cultura. La
regla del incesto marca, para Lévi Strauss, el pasaje de la naturaleza a la cultura, en la naturaleza humana.
Es una regla, pero universal. Está presente en todas las sociedades, aunque difiera en cada una de ellas por su
contenido. En nuestra sociedad el incesto se extiende a padres y hermanos, pero en otras sociedades es diferente.
Este fenómeno posee una universalidad en las tendencias naturales, la pulsión sexual y el carácter restrictivo de las
leyes y las instituciones.
Esta regla es la regla fundante de la sociedad, en tanto prescribe las relaciones sociales que deben establecerse
entre los miembros del grupo.
Así entiende Lévi Strauss, en la década de los ’40 la relación entre Naturaleza y Cultura.
La prohibición del incesto, constituyó la comunicación en su forma simbólica (dice Walden), la “función simbólica”
implica que ha sido intercambiado, pero implica un algo simbólico más bien que un algo real. El intercambio simbólico
es la elevación de los procesos de información de la naturaleza, a un nivel de organización diferente. Así es que, por
un lado, procede de la naturaleza y, por otro lado, es enteramente “no natural”. De este modo, el intercambio
simbólico en la cultura tiene como función mantener las relaciones en un nivel diferente del mantenimiento de las
relaciones en el ecosistema natural.

Naturaleza y cultura (226-230).


Es necesario entender las capacidades humanas como características de la especie, devenidas en el proceso
evolutivo, pero es aquí donde la naturaleza social del hombre se entreteje con su originaria naturaleza animal.
“En efecto, el hombre es un animal con atributos únicos; pero fundamentalmente, es su cerebro de donde derivan la
mayoría de sus características específicas y exclusivamente humanas. Y es la evolución seguida por el cerebro de
los homínidos lo que nos permitirá descubrir en qué momento de este proceso las leyes biológicas resultarán
insuficientes ya para completar su explicación”.
En el primer estadio de la evolución dominan las leyes de la biología, pero en una segunda etapa, cerebro, mano y
órganos vocales se articularán en el despliegue de una nueva realidad surgida con el hombre: la de la vida social, el
trabajo y la comunicación simbólica. Durante esta segunda etapa los cambios biológicos se producen bajo la
creciente influencia del trabajo y de los intercambios verbales que esta praxis produce. El hombre crea una nueva
dimensión entre él y la naturaleza, para adaptarse a ella transformándola y esta actuación es necesariamente social.
La dimensión social pasa a ser condición de su propia supervivencia biológica, y presiona selectivamente en la
dirección de los cambios más favorables para asegurar su adaptación y reproducción. El hombre se va
independizando de los cambios biológicos para quedar de manera exclusiva bajo las leyes de la sociedad y de la
historia. A partir de un determinado momento, las transformaciones producidas y acumuladas por el hombre en el
curso de la historia, ya no se fijan bajo la acción de la gerencia biológica, sino bajo la forma de fenómenos externos
de la cultura, que se transmiten de generación en generación merced a una capacidad exclusiva del hombre: le
lenguaje simbólico.
Cada sujeto aprende a convertirse en hombre. Para vivir en sociedad no le basta con lo que la naturaleza le dio al
nacer, debe asimilar además lo que la humanidad alcanzó en el curso de su desarrollo histórico. El hombre crea y
produce, despliega, a diferencia del animal, una acción transformadora. Transforma el medio en el que vive, de
acuerdo a sus necesidades; crea objetos capaces de satisfacerlo y crea medios para producir esos objetos. En este
proceso se modifica a sí mismo y a los demás hombres. Crea relaciones sociales y las transforma, produciendo
modos de actividad específicos, conocimientos, valores, normas, etc.
Cada generación comienza a vivir en un mundo de objetos y fenómenos creados por las generaciones precedentes,
las que le transmiten ese mundo de significados y objetos culturales, cuya asimilación le permitirá adquirir aptitudes y
propiedades específicamente humanas. Pero esta asimilación depende a su vez de una premisa biológica: el cerebro
humano.

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