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Franz Flórez
Docente de Cátedra
Departamento de Antropología
Abril 1 de 2020 (Día “x” de la pandemia y la cuarentena)
La lengua, dicho de manera breve, se entiende como un conjunto de reglas que constituyen
un número finito de unidades (fonemas), combinaciones posibles de las mismas (sintaxis),
y significados atribuibles a los enunciados resultantes de esas reglas de combinación
(semántica). La lengua se interesaba, en principio por esas reglas que le permitían a la
lingüística tener una formalidad cercana a la matemática. Es decir, que no depende de
individuos o contextos específicos para exisitir, así como no depende el sistema decimal del
contexto histórico para que se establezca que la suma de 2+2=4.
Al diferenciar la lengua (reglas) del habla (uso de esas reglas por parte de individuos), se
quedaba por fuera la pragmática, o el contexto en el que se validaba el uso de esas reglas.
Es como si asumiéramos que el español es una lengua que existe tal y como lo plantean las
reales academias de la lengua, y que los usos locales, con sus múltiples variaciones
regionales, por oficios, grupos sociales, estratos socioeconómicos, no son un objeto de
estudio de la lingüística dada su variedad y casuística. Lo que se estudiaba eran las reglas o
códigos que estipulaban qué significado podía activarse en presencia (o al tomar
conciencia) de cierto significante. Esa fue la base para la concepción estructuralista de la
cultura de Claude Lévi-Strauss, hacia la década de 1940.
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Ahora bien, el primer enunciado (aquello que se presenta a los sentidos y se asume que es
producto del uso de ciertas reglas y que el uso de las mismas lo hace inteligible) a
considerar, es el de el pendón o lona sobre el que estaban los nombres de Jaime Solano,
Julián Orrego y Sara Fernández, depende en buena medida de su enunciación (la manera
como se trata de que comunique algo).
Tres imágenes pueden ayudar a precisar la importancia del problema de la enunciación (el
campo de la pragmática), que es una manera más formal de hablar de la “comunicación”.
Es importante tomar en cuenta que en el modelo formal de Saussure, el problema era qué se
escucha (lo sonoro) y qué se entiende (lo mental), que formarían una unidad bidimensional:
significante (indicado con las barras paralelas / / ) y significado (indicado con las comillas
latinas « »). Por tanto, no está hecho el modelo para representar el mundo, o en este caso, al
estudiante Orrego o la profesora Fernández. Sino para analizar cómo es que se pasa de esos
enunciados a una serie de interpretaciones o significados posibles. No necesarios, sino
posibles. Se diferenció entre lo que se entendía al entrar en contacto con lo sonoro, o en
este caso, la información visual de los nombres (o la denotación), y la connotación. O
connotaciones, que eran significados asociados indirectamente a lo que se percibe. En
este caso, se podría connotar «estudiante» o «docente», respectivamente; pero también
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«vándalo» o «intento de feminicidio», para cada caso. Hasta la década de 1970 (en el
Tratado de semiótica general, de Umberto Eco) no se había podido crear un modelo que
permitiera establecer, de manera formal, cómo seleccionar qué connotaciones era más
factible que aparecieran. Esto, con el fin de no depender de esperar a hacerle “etnografía” a
los contextos particulares (preguntarle a la gente).
Un par de ejemplos de cómo se puede partir del mismo significante (que es lo percibido, no
el objeto externo a la percepción) y pasar a mútiples connotaciones.
Con todo, términos como significado, denotación, connotación o código, pasaron al sentido
común y hoy en día significado tiene mútiples significados, por lo que es preciso aclarar
desde qué autor se entiende esa noción, para poder realizar un análisis semántico.
Por ejemplo, aunque el sentido común lleva a que la pregunta sea “¿Qué significan esas
portadas?”, el hecho es que el significado no es una actividad externa a las intenciones o
roles de los sujetos (la pragmática). Por lo que no se trata sólo de qué entiende quien
percibe las portadas, sino también de qué código asumía el productor del enunciado (no
necesariamente un individuo, puede ser toda una empresa periodística), que el observador
de la portada emplearía al momento de interpretar el enunciado o atribuirle un significado
específico.
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Es clave tomar en cuenta que en el modelo de Saussure-Hjemslev, el problema no es cómo
se conoce con base en el lenguaje. Qué dicen las palabras (habladas o escritas) sobre el
mundo, sino cómo es posible concebir el mundo (atribuir significados) de una manera y no
de otra (usando unos códigos y no otros).
Es por eso que no entra en consideración el hecho de que la portada de Time es un montaje.
No se ha publicado esa portada a la fecha. Pero el inviduo que la retoma de las redes
sociales y la pone al lado de la portada de la revista Semana, y luego la pone a circular, da
por sentado que el problema no es de la verdad, sino de la validez de las connotaciones.
Connotaciones o significados indirectos del tipo «los médicos son héroes no el político». O
bien, «Semana hace publicidad con la portada, no periodismo».
Como las connotaciones no están ligadas de manera directa, sino indirecta con el
enunciado, es válido plantear la connotación que anticipan los creadores de la portada,
como por ejemplo, «el presidente es el comandante que nos llevará a ganar la guerra contra
el virus ». Desde el diseñador gráfico hasta el dueño de la revista, que se supone autoriza
ese tipo de portadas, cuando no es el que las propone.
Ahora bien, un par de milenios antes de que se asociara el nombre de Saussure con la
lingüística formal, entre los griegos ya se pensaba el problema de las palabras que se
usaban para nombrar una cosa diferente de la usual, que era la noción básica de metáfora en
Aristóteles. Aquí se introduce el problema del lenguaje como representación del mundo. Es
decir, que permitiría conocer el mundo, no sólo pensar de manera articulada sobre el
mismo. Pues no es lo mismo conocer que pensar. El conocer supone que sus
representaciones no son al azar o se relacionan por convención, en función del manejo de
ese mismo mundo. Es decir, no se puede representar una pandemia como una maldición
divina, porque en ese caso no se buscan sus causas bioógicas sino se atiende a la violación
de códigos morales de comportamiento con respecto a una divinidad.
En el caso particular del enunciado en consideración, que la revista diga que hay una
“guerra” contra el virus supone una metáfora, porque regularmente en una guerra se
enfrentan ejércitos organizados de Estados rivales, no médicos, biólogos o químicos contra
un virus invisible a simple vista. De modo que, desde el modelo de significante/significado
(signo diádico), se denota que se habla de una guerra, pero se connota que los médicos
están luchando contra un enemigo que amenaza la vida de las personas.
Dicho muy brevemente, en la lingüística cognitiva, se planteó que había unos modelos en el
cerebro para organizar la información, no sólo la del lenguaje, sino todo tipo de
información: emociones, acciones, rutinas diarias, olores, narraciones, hábitos, etc.
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La noción básica no era la de que hubiera unidades de significado como en el
estructuralismo, sino que había dominios (en la teoría de la metáfora conceptual), o marcos
(en la teoría de la integración conceptual), que se aprendían en el proceso de socialización y
se almacenaban en la memoria a largo plazo. No había unidades de significado o códigos
como en el estructuralismo, sino paquetes de información coherentes para un tipo de
sociedad, individuos o época, que incluye una información y excluye otra.
Y ese es el punto, que en la ciencia cognitiva se asume que el cerebro ha evolucionado para
realizar “economìa cognitiva”, es decir, que tratamos de comprender lo complejo a partir de
lo que es familiar. La diferencia entre lo complejo y lo familiar, es que lo segundo tiene
menos elementos y más claras las relaciones entre sus elementos.
Por ejemplo, una guerra tiene ejércitos (elementos) que se enfrentan (relación). Y alguno
sale vencedor (relación). A partir de eso se mapea o estructura lo que ocurre en la
pandemia. Hay médicos (elementos) que se enfrentan a un virus que se propaga (relación)
fácil y ràpidamente entre humanos (elementos), y puede enfermarlos (elemento) y llevarlos
a la muerte (otro elemento).
Por ejemplo, “cómo ganar esta guerra” es la expresión metafórica, pero la metáfora es LAS
ENFERMEDADES SON ENEMIGOS. La misma metáfora se podría expresar con otra
frase como “vamos a ganarle al virus”.
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Y ahí surge el problema de que el presidente se presente asociado al elemento guerra.
Puesto que por Constitución es el comandante de las fuerzas militares y de policía. Por
tanto, se habría de activar la información de que el presidente es el jefe que coordina y
comanda la guerra contra el virus.
De esa diferencia surgieron los conceptos de marco y espacio mental. Los marcos también
están en la memoria a largo plazo. Allí estaría el marco con la información organizada. Y
los espacios mentales son partes de esos marcos que son usados para pensar u organizar la
información en vivo. Tales espacios mentales no existen en el largo plazo, porque sólo
responden a la necesidad de comprender algo de manera sencilla, aunque sea complejo.
Con este último modelo, lo que se plantea es que existiría el marco de Presidente, y el de
Comandante militar. Y lo que esperaban los creadores del enunciado de la revista Semana,
era que el lector llegara a la conclusión de que el Presidente es el Comandante. Y que asu
vez, gracias a él es que se va a lograr que viva la mayor cantidad de gente al “luchar” con la
pandemia.
Lo que trataba de hacer el twittero que puso juntas la portada real y la ficticia, era
cuestionar esa intención de la gente de la revista Semana. Planteaba al lector o consumidor
de redes sociales otra integración posible. El presidente no es un héroe, ni un comandante.
Quienes se sacrifican en los hospitales son los que le dan la cara a esa “guerra”. Lo que
hace la revista no es informar, sino tratar de vender el producto Presidente como si fuera un
Comandante militar.
Nuevamente, hay que decir que eso no está en lo que se percibe, sino que es una
reorganización posible de informaciones disponibles en los marcos. Y es posible siempre y
cuando se asuma la intención de los creadores del enunciado.
El problema que plantearon ese grupo de estudiosos fue diferente al de la lingüística formal
y la lingüística cognitiva. Propusieron que el lenguaje existía como un conjunto de reglas
en la cabeza de la gente, pero que la gente no seguía simplemente esas instrucciones. Que
es en últimas lo que propone el enfoque formal, y de una manera más vinculada a la
experiencia sensorial y corporal, el enfoque cognitivo.
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desempeña la gente en la vida social, asumieron que el lenguaje era dependiente de las
maneras como los sujetos vivían en su mundo.
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En el caso de la “translingüistica”, se comunicaría no sólo algo sino que además se trataría,
por medio de lo dicho, de convencer al otro de compartir los valores de quien realiza el
enunciado.
La alteridad, desde éste último enfoque, resulta muchísimo más compleja que un problmea
de códigos o marcos. Puesto que supone que se vive el lenguaje desde unos valores que se
dan por supuestos y coherentes. No es sólo cambiar lo que se dice, sino la forma en que se
vive. Y resulta muy difícil asumir valores ajenos, puesto que eso implica un proceso
diferente de socialización y una experiencia en primera persona también diferente.
En conclusión, desde los rusos, hablar es una forma de vivir, no sólo de pensar. Y vivir de
otra manera lleva a otra manera de hablar.