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Sensualidad y Narrativo-Visual en Juan Rulfo

Eduardo Planchart Licea

En la fotografía y la narrativa de Juan Rulfo (1917-1986) no todo es


aridez, muerte, soledad, surcos de tierra reseca;  hay erotismo,
sensualidad, y fusión de eros y tanatos. Cómo se percibe en las
composiciones que cliquea de árboles acompañados de niñas, que
recuerdan los portafolios de Lewis Carroll de niñas entre hiedras y
arbustos; o las bailarinas que danzan al cielo y la tierra, con lenguajes
corporales plenos de  sexualidad ancestral.

Destacan las fotografías tomadas a una joven acostaba sobre listones de


madera, asoleándose, derrochando belleza, recuerdan a Susana San
Juan, buscando el calor solar en la arena.

“Mi cuerpo se sentía a gusto con el calor de la arena. Tenía los ojos
cerrados, los brazos abiertos, desdobladas las piernas a la brisa del mar...”
(Juan Rulfo, Pedro Páramo)

 La dimensión erótica se despliega a la lo largo de la narrativa del tímido


escritor, en el carácter lúbrico de Pedro Páramo, consumido por el ardor
sexual, que lo convierten en un fauno saltarín de balcones. Deseado a
tal extremo por las mujeres, que en la novela algunas se arrepienten de no
haber sido violadas por él,   al no haberle abierto  la puerta y las piernas.
 El Provocador de sueños, Inocencio Osorio es un alter ego del patrón, y
alrededor de él, se despliegan escenas de sexualidad chamánica, a través
de masajes corporales donde la piel, la imaginación y los sueños de la
masajeada sentían una experiencia mágico-erótica las invadía.
Excitación que desmoronaba la realidad, para adentrarse en la dimensión
de sexualidad sagrada.

“Inocente Osorio aunque todos lo conocíamos con el mal nombre de


Saltaperico, por ser muy liviano y ágil en los brincos. …Era provocador de
sueños…, una vez que me sentí enferma lo presentí y me dijo <<te vengo a
pulsear para que te alivies>> Y todo consistía  en que se soltaba sobándola
a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos...,
y acababa metiéndose con las piernas de una, en frío, así que al cabo de
una rato aquello producía calentura. Y, mientras maniobraba te hablaba
de tu futuro. Se ponía en trance, remolineaba con los ojos…” (Juan Rulfo,
Pedro Páramo).

Los episodios eróticos de mayor  poder poético, están narrados alrededor


de la vida onírica de Susana San Juan, la única mujer amada por Pedro 
Páramo.  Están cerca las líneas que relatan la muerte del patrón de
Comala, al desmoronarse en piedras. El erotismo que gira entorno a los
sueños de Susana, al delirar por su amante Florencio, despliegan el
simbolismo de las diosas madres y su relación con lo oceánico y los
rituales sexuales de fertilidad:

<<…Era temprano. El Mar corría y bajaba en las olas. Se desprendía de su


espuma se iba, limpio, con su agua verde, en ondas calladas.

>>En el mar sólo me sé  bañar desnuda –le dije-. Y él me siguió el primer


día, desnudo también, fosforescente al salir del mar…>> volví yo. Volvería
siempre. El mar moja mis rodillas, mis muslos: rodea mi cintura con su
brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi cuello, aprieta mis
hombros. Entonces, me hunde en él entera. Me entregó a él en su fuerte
batir, en su suave poseer...” (Juan Rulfo, Pedro Páramo)

Existen vinculaciones visuales con estos episodios, en fotografías


tomadas y compuestas como si fueran coreografías. Es la serie de
bailarinas danzando al cielo tormentoso entre nubarrones, cual bacantes
que parecieran estar acobijadas o rindiendo tributo a burbujeantes olas.
Las bailarinas cual hierofantes, dirigen sus brazos hacia el cosmos, en lo
que podría ser un gesto de magia imitativa para atraerlo y fertilizar  la
tierra que simbolizan sus vientres. Sostienen su cuerpo con una pierna,
retan la gravedad, cual Dafne al ser transformada en árbol. Diversas series
fotográficas tienen este clima cuando mira la naturaleza, serían
composiciones de troncos y ramas de árboles desojados, orillados,
abrazados y esculpidos por las mareas y el oleaje. Crean poéticas formas
curvas y texturas modeladas por el poder de lo oceánico, metáforas
visuales de abstracta sensualidad, que recuerdan las esculturas orgánicas,
plenas de vacío y mexicanidad de Henry Moore.

Los portafolios fotográficos y su narrativa, se complementan, y


parecerían cortos relatos visuales, en las fotografías cliqueadas a las
indígenas, y los niños a los que se le ve con nitidez los rasgos de sus
rostros, no los evade como en su literatura, sino afronta en ese afirmar
silencioso del posante: el ser de los retratados.

El instante de la muerte se hace evidente en  Pedro Páramo,


fotográficamente en  la serie de caídas de jinetes entre agaves y abismos.
Sincronía con la  muerte a caballo de Miguel Páramo,  al tratar de saltar
sobre un lienzo de piedra, que lo raptara al inframundo, así, de manera
sorpresiva  escapa a la existencia.  
 
“Un caballo pasó al galope donde se cruza la calle real con el camino de
Contla. Nadie lo vio. Sin embargo, una mujer que esperaba en las afueras
del pueblo contó que había visto el caballo corriendo con las piernas
dobladas como si se fuera a ir de bruces. Reconoció el alazán de Miguel
Páramo. Y hasta pensó: `ese animal se va a romper la cabeza`. Luego vio
cuando enderezaba el cuerpo y, sin aflojar la carrera, caminaba con el
pescuezo echado hacia atrás como si viniera asustado por algo…” (Juan
Rulfo, Pedro Páramo).

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