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Juan

Programa No. 0266

Juan 2:13 – 3:3

Continuamos hoy nuestro estudio en el capítulo 2 del evangelio según San Juan. Y
llegamos ahora, al relato sobre la primera ocasión en que Jesús purifica el templo. Leamos el
versículo 13 de este capítulo 2:

Juan 2:13 “. . . Jesús a Jerusalén.”

Tenemos aquí la mención de otro sitio geográfico. Jesús principió Su ministerio en Caná
de Galilea, fue a Capernaum, y ahora está en Jerusalén. Fíjese usted que Juan llama esta
fiesta, la pascua de los judíos. Ya no era la pascua del Señor, como se la llama en Éxodo 12:27.
Es la pascua de los judíos, meramente una fiesta religiosa, sin sentido, y vacía... simplemente
un rito para ser cumplido. Aquel, del cual habla la pascua, ya había venido. “. . .Porque nuestra
pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros,” dice el apóstol Pablo, escribiendo en su
primera carta a los Corintios, capítulo 5 y versículo 7. Nuestro Señor, pues, subió a Jerusalén.
Ahora, esto no ocurrió durante el principio de Su ministerio público, sino probablemente al fin
del primer año.

A todos los varones les era requerido ir a Jerusalén tres veces al año para la fiesta de
la Pascua, la fiesta de Pentecostés, y la fiesta de los Tabernáculos. Jesús pues, subió a
Jerusalén para la Pascua, una fiesta que se celebraba a mediados del mes de Abril. Allí Jesús
purifica el templo. En realidad lo purificó dos veces. La primera vez fue al principio de Su
ministerio, y la segunda vez al fin de Su ministerio. Continuemos ahora con el versículo 14:

Juan 2:14 “. . . cambistas allí sentados.”

Estaban vendiendo animales y tórtolas y cambiando dinero. Es muy interesante que no


aceptaban ningún tipo de dinero allí, sino sólo el dinero del templo. Ningún otro tipo de dinero
podía ser usado ni ofrecido. Por tanto, tenían puestos para cambiar el dinero, y por supuesto
que estos hombres ganaban dinero al efectuar estas operaciones cambiarias.

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Ahora, ¿Por qué tenían tal sistema? ¿Por qué hicieron esto? Bueno, estaban allí porque
estaban facilitando la vida religiosa. Era más cómodo cambiar el dinero allí mismo en el templo.
Recibían las monedas romanas que tenían grabadas una efigie de César y la marca del
paganismo, y las cambiaban por monedas judías que se podían usar en el templo. Estaban
pues allí, para la comodidad de los que venían para adorar. También, cambiaban las monedas
más grandes por su equivalente en monedas más pequeñas.

Asimismo, vendían animales. Había mucho tráfico de aquellos animales para sacrificios.
Había los que cobraban cierto precio por criar estos animales. Y esto proporcionaba también
una oportunidad para hacer más cómoda la religión. Hoy en día, tenemos el mismo problema
con las muchas maneras de hacer más cómodas las iglesias. Y esto sirve para atraer a la
gente.

Hay tantos hermanos en la Iglesia, que parece que piensan en Cristo como un ser, algo
anémico. Parece que no se dan cuenta de quién es El en realidad. Pero encontramos aquí
que nuestro Señor Jesucristo, subió a Jerusalén en este tiempo, y purificó el templo. Leamos
los versículos 15 al 17, de este capítulo 2 de San Juan:

Juan 2:15-17 “. . . de tu casa me consume.”

Amigo oyente, permítanos decirle que el Señor era fuerte. De eso no hay duda. La cita
de la cual se acordaron Sus discípulos, era un versículo que se encuentra en el Salmo 69. Este
Salmo, o alguna porción de él, es citado 17 veces en el Nuevo testamento y es uno de los seis
Salmos, que son más citados en el Nuevo testamento. Se cita una vez más, en el capítulo 15
de este evangelio de Juan, versículo 25. También en el capítulo 19, versículo 28. Los otros
Salmos que se citan con frecuencia son: el Salmo 2, el 22, el 89, el 110 y el 118. Si desea
anotarlos, vamos a repetirlos una vez más. Los seis Salmos que son más citados en el nuevo
testamento, son el Salmo 69, luego el Salmo 2, el 22, el 89, el 110 y el 118. Bien, continuemos
ahora leyendo los versículos 18 y 19, de este capítulo 2 de San Juan:

Juan 2:18-19 “. . . tres días lo levantaré.”

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La palabra que Jesús usó aquí para destruir es “luo” y significa “desatar” (desunir). En
realidad se refería a Su cuerpo humano. Continuemos con el versículo 20:

Juan 2:20 “. . . tres días lo levantarás?”

El templo, en aquel entonces, era el templo de Herodes. Todavía estaba en el proceso de


construcción y ya había estado en construcción por 46 años. Hay un uso específico de palabras
griegas aquí, que quisiéramos que usted vea. En los versículos 14 y 15 de este capítulo 2,
donde se habla acerca de Jesús purificando el templo, el templo se declara con la palabra griega
“hieron,” la que se refiere al templo en conjunto. Pero específicamente, fue el atrio del templo
lo que Jesús purificó. La palabra que Jesús usa aquí en el versículo 19, y que los judíos repiten
en el versículo 20 es “naos”, y se refiere al santuario interior del templo. Esta palabra también
puede usarse con referencia al cuerpo, como la utiliza el apóstol Pablo en su primera carta a
los Corintios, capítulo 6, versículo 19, cuando dice que: “el Lugar Santo hoy en día, no es un
templo hecho de manos, sino que nuestro cuerpo es el templo, o sea, el “naos” del Espíritu
Santo. Los judíos le preguntaron al Señor, si en realidad quería decir que destruiría este templo.
Pero claro que nuestro Señor quiso decir, el templo de Su cuerpo. El versículo 21 aclara este
concepto. Dice:

Juan 2:21 “. . . de su cuerpo.”

Jesús dijo que si destruían este templo, Él lo levantaría. Ahora, la palabra que usó era
“egeiro”, la cual Juan usa cinco veces en su evangelio. Su verdadero sentido es “despertar,” y
cada vez que se usa, la palabra se refiere a la resurrección. El apóstol Pablo usó la misma
palabra en su sermón en Antioquía de Pisidia, y allí la usó cuatro veces. Se refiere a la
resurrección de Cristo, y también a la resurrección de los creyentes.

Es usada también en el capítulo 13 de los Hechos, versículo 30, donde dice: “Mas Dios le
levantó de los muertos.” Esta palabra encierra en su significado, la acción de despertar, o sea
despertar de la muerte. Cuando Lázaro fue levantado de los muertos, allá en el capítulo 11 de
este evangelio de Juan, versículo 43, Jesús, “. . .clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!” (Juan

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11:43). También es el mismo pensamiento, pero no es la misma palabra que nuestro Señor le
habló a la hijita de Jairo, uno de los principales de la Sinagoga. A ella le dijo: “despiértate
ovejita.” Y esto es lo que encierra esta palabra “egeiro.” Y fue precisamente esto lo que Jesús
quiso decir cuando habló del templo de Su cuerpo. Pero Sus discípulos no entendieron eso, y
no fue sino hasta después de Su resurrección cuando se acordaron de lo que Él había dicho
aquí. Leamos el versículo 22:

Juan 2:22 “. . . Jesús había dicho.”

Estamos llegando ahora a algo que es de mucho interés. En realidad, debemos leer
desde el versículo 23 y seguir leyendo el capítulo 3, donde tenemos la historia de Nicodemo.
Todo esto tuvo lugar en Jerusalén, durante el tiempo de la Pascua. Leamos pues, el versículo
23:

Juan 2:23 “. . . señales que hacía.”

Muchas personas que leen esto, dicen: “¡Cuán maravilloso es que muchos creyeron en
El!” Pero, amigo oyente, no fue nada maravilloso, porque esta no era la fe salvadora, de ninguna
manera. Ellos simplemente hacían una señal afirmativa cuando vieron los milagros que El
hacía. Pues, fíjese usted lo que sigue aquí en los versículos 24 y 25:

Juan 2:24-25 “. . . había en el hombre.”

En verdad, el lenguaje que se usa aquí, revela que Él no se fiaba de ellos. La fe de ellos
no era la fe genuina. No era esa fe salvadora, de ninguna manera.

Amigo oyente, ¿qué quiere usted decir, cuando dice que cree en Jesús? ¿Quiere decir
que cree en las verdades del evangelio? Sería difícil contradecirlas, ¿verdad? Pero, El murió
por sus pecados. La pregunta importante es: ¿Confía usted, amigo oyente, en El como su
Salvador personal, el que murió por sus pecados? ¿Fue resucitado El para su justificación?
¿Es El, el Salvador que vive a la diestra de Dios, hoy día, y que se constituye en la única
esperanza que usted tiene? Eso es lo más importante.

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Esta multitud tenía interés en Jesús, y cuando le vieron hacer los milagros, creyeron.
Tenían que creer. ¡Habían visto los milagros! Pero Jesús no se fiaba de ellos. No creyó que
su “creencia” fuera genuina, porque conocía a todos. Sabía lo que había en el corazón humano.
No necesitaba que nadie le diera testimonio del hombre, porque Él sabía lo que había en el
hombre.

Es sobre la base de esto, amigo oyente, que Nicodemo viene a Él. En otras palabras, el
Señor Jesús no se fiaba de la multitud. La multitud creyó en El, pero era sólo porque habían
visto los milagros. Sería casi imposible ser testigo de un milagro y no creer. Este hombre
Nicodemo vino a Jesús de noche, y nuestro Señor sí se fio de este hombre, de este hombre
Nicodemo, porque la fe de este hombre era sincera.

Y entramos ahora en nuestro estudio del capítulo 3. Y aquí tenemos el encuentro de Jesús
con Nicodemo. Usted recordará que ya dijimos que este es un caso en el cual la división que
se ha hecho entre capítulos, no es lo más deseable. Por eso es que leeremos desde el versículo
24, del capítulo 2, sin pausa hasta el versículo 1 del capítulo 3:

Juan 2:24-3:1 “. . . entre los judíos”

Este hombre se había separado de la multitud. Nuestro Señor no se fiaba de la multitud


porque Él sabía que su fe no era genuina. Pero, este hombre Nicodemo es un hombre sincero.
Y vamos a conocerlo ahora.

Tres cosas se dicen aquí en cuanto a él. Lo primero es que era un hombre de los fariseos.
Eso significa que era miembro del mejor grupo en Israel. Los fariseos creían en la inspiración
del Antiguo Testamento, creían en la venida del Mesías, creían en los milagros y creían en la
resurrección. Era pues, un hombre de los fariseos y su nombre era Nicodemo. Se nos da su
nombre y es identificado como principal entre los judíos. De modo que podríamos decir que
este versículo nos da las tres máscaras que este hombre llevaba puestas.

Esta es una descripción del hombre moderno. Era un hombre de los fariseos cuando se
reunía con ellos. Cuando él estaba con ellos, era uno de ellos. Luego, cuando salía de entre

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los fariseos y caminaba por las calles, el público se apartaba para abrirle paso. Seguramente
Nicodemo tendría puesta su vestimenta especial, sus filacterias, y su manto de oración. Y la
gente quizá diría: “Allí va Nicodemo, principal entre los judíos. ¡Qué hombre más destacado!”
Por tanto, creemos que Nicodemo adoptaría una actitud totalmente diferente con la gente en
la calle. Pero su nombre era Nicodemo, y debajo de estas dos máscaras que llevaba, era
simplemente “Niquito.”

Hoy en día, hay muchos hombres que viven así. Tenemos al señor que es comerciante y
oficial de una gran corporación. Sale a la oficina por la mañana, y aquellos que trabajan con él
en la oficina le hablan y le llaman “señor,” y se someten a él. En verdad, no le conocen. Ellos
creen que le conocen, pero no le conocen de veras. Luego, el “señor” sale de la oficina y ve a
algunos de sus clientes, y cuando le preguntan en cuanto al negocio, él les responde: “Pues,
todo anda bien.” Luego, al mediodía entra en el Club para almorzar. En el mismo momento en
que entra en el Club, es un hombre diferente. No es ya el Señor Fulano de Tal, presidente de
la corporación, sino que ahora es simplemente uno, entre muchos miembros del Club. Los
socios del Club juegan golf con él, y le conocen; se “tutean” con él, y le llaman por su primer
nombre. El por su parte asume una actitud diferente, y una relación diferente con ellos. Le
preguntan en cuanto al negocio, y él les responde: “Pues, todo anda muy bien.”

Luego, por la noche, después de cerrar el negocio, vuelve a su casa. Abre la puerta, entra
y se quita el abrigo, y se sienta en su silla favorita. Aquí, otra vez, es un hombre diferente, un
hombre muy diferente. Su esposa entra en el cuarto y lo mira, sentado allí, desalentado, y sin
las dos máscaras que ha llevado puestas durante el día. Ya no es el comerciante, presidente
de la corporación, tampoco es uno de los muchachos en el Club. Ahora simplemente es “Paco”
o “Pancho”, o lo que fuere su sobrenombre. Su esposa le pregunta: “¿Qué te pasa?” Y él
contesta: “El negocio anda mal.” Pues, bien, aquí tenemos revelado abiertamente y con
sinceridad, la identidad de esta persona. Continuemos ahora leyendo el versículo 2 de este
capítulo 3 de San Juan:

Juan 3:2 “. . . si no está Dios con él.”

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Este hombre Nicodemo vino al Señor Jesús con la máscara puesta. Él dice: “sabemos.”
Ahora, ¿a quién se refiere? Bueno, se refiere a los fariseos. Viene como un hombre de los
fariseos. Está llevando puesta aquella máscara. A propósito, viene haciendo un cumplido
genuino. No es hipócrita. Dice que los fariseos se han reunido y que saben que El, es decir,
el Señor Jesucristo, ha venido de Dios como maestro.

Creemos que vino para hablar acerca del reino de Dios. Los fariseos querían establecerlo
y librarse del yugo romano, pero no disponían de los medios para lograr esto. Ahora, aquí viene
Este que es tan popular con las multitudes que le siguen a dondequiera que vaya, y por lo tanto,
los fariseos quieren unirse a Él. Ellos creen que Jesús ha venido del pueblito de Galilea y que
por tanto, no sabe cómo tratar a los políticos, pero ellos sí lo saben, y por eso los fariseos creen
que no sería malo combinar sus fuerzas. Por esto, Nicodemo viene de una manera algo
condescendiente a Jesús, pero siempre reconociendo que Él ha venido de Dios como maestro.
Ahora, las pruebas que él señala son los milagros. Tenía que reconocer los milagros. Ahora,
fíjese usted que en aquel entonces, nadie dudaba la realidad de los milagros de nuestro Señor.
Los que dudan los milagros hoy en día, son los profesores de teología liberal, que están
separados por unos 2000 años y miles de kilómetros de la tierra donde todo esto ocurrió. Usted
encontrará que ni los amigos ni los enemigos de Jesús jamás dudaron la realidad de Sus
milagros. Continuemos pues, con el versículo 3:

Juan 3:3: “. . . el reino de Dios.”

Esta es la razón por la cual creemos, que Nicodemo vino para hablar acerca del reino de
Dios. No vemos otra razón por la cual nuestro Señor se hubiera referido a ello. Nuestro Señor
le interrumpe repentinamente y le dice: “La cosa es que, ni aún puedes ver el reino de Dios, a
menos que nazcas de nuevo.” Ahora, aquí tenemos a un hombre que es sumamente religioso
y que es fariseo, y sin embargo, nuestro Señor le dice que no puede ver el reino de Dios a
menos que nazca de nuevo. Esto es lo de importancia crucial.

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Y bien, amigo oyente, tenemos que detenernos aquí, porque nuestro tiempo ya se ha
agotado. Continuaremos Dios mediante, en nuestro próximo programa. Hasta encontrarnos
de nuevo en este mismo punto del dial, oramos que el Señor le bendiga abundantemente.

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