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Cluny y El Movimiento Monastico de Refor
Cluny y El Movimiento Monastico de Refor
monástico de reforma.
Reforma gregoriana y
lucha de las investiduras.
1. Introducción 3
6. Conclusiones 15
Bibliografía 16
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1. INTRODUCCIÓN
La Iglesia de la Alta Edad Media llegó a niveles bastante oscuros en cuanto a moralidad y rectitud
de vida, que afectaron de forma generalizada a los laicos, los monjes y toda la jerarquía eclesiástica
hasta el Papa. El problema básico era la mundanización. Se hacía necesaria una reforma, que
primeramente fue emprendida desde los monasterios. Desde mediados del siglo XI sus ideas
llegaron al Papado, que se propuso tomar las riendas de la reforma e instaurar la misma en toda la
Iglesia desde arriba, para lo cual paralelamente era necesario reforzar la centralización y la
autoridad papal.
Cluny nació como una orden benedictina, pero impulsó ciertas particularidades. Sobre todo, de los
dos principios de la regla de San Benito, ora et labora, privilegió el primero, hasta el punto de
descuidar el segundo. Las celebraciones litúrgicas y la oración coral ocupaban la mayor parte de la
vida de los monjes. Una nota característica es la importancia que dieron a las oraciones por los
difuntos. De hecho, fue Odilón el que instituyó la fiesta de los fieles difuntos el 2 de noviembre, que
posteriormente será celebrada por toda la Iglesia 3 . Esto les llevó a recibir elevadas donaciones por
parte de las familias que querían que se incluyera a sus parientes fallecidos en los rezos de Cluny.
La orden adquirió así un cuantioso patrimonio que le permitió construir su gran abadía románica,
con lo que podemos hablar de su papel como impulsora de las artes; pero también se distinguió por
su gran generosidad hacia los pobres, siguiendo el espíritu evangélico.
La gran expansión de Cluny comenzó con Odón. La forma de vida de Cluny resultaba atractiva y
numerosos monasterios, bien ya existente o bien fundados ahora, acogieron la reforma. Con el abad
Odilón quedaron fijados los vínculos que estos tendrían con la abadía madre. Existían dos grados de
dependencia: mayor para los prioratos, menor para las abadías afiliadas. El abad de Cluny era la
máxima autoridad de la orden y daba cohesión a todas las abadías, lo que constituyó una de las
claves de su éxito, teniendo en cuenta la fama de santidad de la que gozaron. En el siglo XII había
alrededor de 3000 monasterios unidos a Cluny, distribuidos por toda Europa 4 .
No debemos pensar que Cluny quedó completamente aislada del mundo. Por el contrario, sus
abades fueron personalidades muy estimadas por algunos gobernantes de su tiempo, que los
tomaron como amigos y consejeros. Los emperadores alemanes mantuvieron estrechas relaciones
2 Entre 1109 y 1122 tenemos al abad Poncio, que acabó destituido y excomulgado.
3 HERTLING, L. Historia de la Iglesia. Editorial Herder, Barcelona, 1989. p. 148.
4 FRANZEN, A. Historia de la Iglesia. Editorial Sal Terrae, Santander, 2009. p. 180.
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con ellos: Otón I y Mayolo, Enrique II y Odilón, Enrique III y Hugo, quien después, con Enrique
IV, actuaría como mediador en su conflicto con el Papa, al que nos referiremos más adelante. Cluny
no estuvo directamente en el origen de la reforma gregoriana. Sin embargo, su denuncia de la
mundanización de la Iglesia y la búsqueda de la pureza espiritual, aunque en su caso limitándose al
ámbito monástico, influyeron sin duda en ella.
El nicolaísmo consiste en el incumplimiento del celibato clerical. Este problema no solo tenía
derivaciones morales, sino también económicas, puesto que muchas familias de sacerdotes estaban
actuando como linajes aristocráticos, acaparando los feudos parroquiales y privatizando los bienes
eclesiásticos.
La investidura laica había acabado con la libertas Ecclesiae. Los obispos y abades eran no solo
confirmados, sino incluso nombrados por los poderes políticos. El tema era aún más peliagudo si
tenemos en cuenta que los obispos a su vez desempeñaban en muchas ocasiones cargos políticos,
incluso el de príncipes electores, por lo que jugaban un papel clave en la estabilidad del Imperio 8.
Es más, durante el Siglo de Hierro, y posteriormente con los otónidas, el Papado mismo había
estado en manos primero de las aristocracias italianas y después de los emperadores. En 1001 una
revuelta en Roma desembocó en la muerte del emperador Otón III y el descrédito del papa Silvestre
II. Desde entonces dos familias nobles se dedicaron a poner Papas de su conveniencia durante toda
la primera mitad del siglo XI: los Crescencio y los Condes de Túsculo. El emperador Enrique III
retomó las riendas de la situación con la convocatoria en 1046 del Concilio de Sutri, donde depuso a
los tres Papas que se disputaban el cargo, y nombró en su lugar a otro, Clemente II (1046-1047), y
más tarde designará a Dámaso II (1048). Ya con ellos se registran los antecedentes de la reforma,
pues lucharon contra la simonía, aunque sin resultados satisfactorios, debido principalmente a la
brevedad de sus mandatos.
7 KNOWLES, M. D. Nueva Historia de la Iglesia. Tomo II: La Iglesia en la Edad Media. Ediciones
Cristiandad, Madrid, 1983. p. 179.
8 ORLANDIS, J. Historia breve del cristianismo. Ediciones Rialp, Madrid, 1999. p. 83.
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obispos, siempre que eligiese hombres dignos y no incurriera en simonía 9 . Hay que tener en cuenta
que Enrique III había sacado al Papado de su decadencia y se había manifestado en favor de la
reforma moral. Otros —como Humberto de Silva Candida—, en cambio, consideraban que esto era
inadmisible, y las investiduras debían volver a realizarse como en los primeros tiempos del
cristianismo: el clero elige a los obispos, y los monjes a su abad. Otros colaboradores destacados
fueron sin duda Federico de Lorena y, sobre todo, el monje cluniacense Hildebrando.
León IX viajó incansablemente por Europa celebrando concilios, con el fin de extender la reforma y
castigar la simonía y el nicolaísmo y deponer a los obispos indignos. Allí donde no pudo llegar
envió a sus cardenales y legados con los mismos fines. Se suscitó la ya mencionada duda sobre si
eran válidas las ordenaciones simoníacas y los sacramentos administrados por tales individuos. San
Pedro Damián defendió que sí en su Liber gratissimus, Humberto de Silva Candida lo contrario en
Adverus simoniacos. Finalmente el sínodo romano de 1049 se inclinó por la primera postura,
aunque de todos modos León IX “reordenó” frecuentemente a obispos simoníacos con el fin de
asegurarse 10. También combatió la herejía de Berengario de Tours, que negaba la presencia real de
Cristo en la Eucaristía, lo que fue condenado en el sínodo de Letrán de 1050.
Por otro lado, León IX declaró la guerra a los normandos, que estaban saqueando el sur de Italia.
Reunió y dirigió personalmente sus tropas y se enfrentó a ellos, pero el 16 de junio de 1053 fue
derrotado y hecho prisionero. Fue liberado nueve meses más tarde, pero estaba débil y murió poco
después. Esta guerra fue la chispa que provocó el estallido del Cisma de Oriente, aunque el
problema se venía gestando desde mucho antes. Miguel I Cerulario, patriarca de Constantinopla,
opinaba que la injerencia del Papa en esta campaña suponía imponer su autoridad sobre las Iglesias
del sur de Italia 11 . León IX intentó un acercamiento enviando a Humberto de Silva Candida a
Constantinopla, pero el patriarca movió a las masas de la ciudad a emprender violentas
manifestaciones, y la situación se puso tan tensa que el cardenal tuvo que abandonar las
negociaciones. Se marchó de vuelta a Roma, pero antes, el 16 de julio de 1054, depositó sobre el
altar de la iglesia de Santa Sofía una bula de excomunión contra Miguel I Cerulario. Este reaccionó
Por otra parte, tuvo que volver a promulgar duras sentencias contra el matrimonio de los clérigos, lo
que pone en evidencia la persistencia del problema 13. Mientras tanto, en Milán estaba surgiendo un
movimiento que, aunque en principio seguía los ideales reformistas, tendía a posiciones extremistas:
la pataria. Liderada por el sacerdote Ariando de Varese y el aristócrata Landulfo Cotta, e integrada
por miembros de todos los sectores sociales, protestaba contra la bajeza moral del clero, a veces de
manera violenta.
En el sínodo de Letrán de 1059 promulgó un decreto por el cual reservaba la elección pontificia a
los cardenales obispos de Roma, que debían contar con el apoyo de los otros cardenales y por
último con la aprobación del clero y el pueblo de la ciudad. Esto suponía despojar definitivamente
de toda autoridad a los nobles y al emperador en esta materia, lo que suscitó el rechazo de los
obispos alemanes. Asimismo, se insistió en las sentencias contra la simonía y el concubinato,
incluso instando a los fieles que no asistieran a las misas de aquellos clérigos que no cumplieran el
celibato. Por otro lado, Nicolás II recomendó a los sacerdotes que llevasen una vida en común como
los monjes, lo que a la larga contribuyó al auge del clero regular. Se dieron también pasos decisivos
en la lucha contra las investiduras laicas, prohibiendo a los obispos recibir sus cargos, y a los
sacerdotes sus iglesias, de manos de laicos 14 . No obstante, no se consiguió erradicar el problema,
ya que se trataba de estructuras profundamente ancladas en la sociedad feudal. Para asegurar la paz
con los normandos, el Papa envió a Hildebrando para firmar una alianza con Roberto Guiscardo, el
tratado de Melfi de 1059 15. El normando recibía como feudo la Apulia y la Calabria con el título de
duque, además de derechos de conquista sobre Sicilia, convirtiéndose en vasallo del Papa.
En sus últimos años, sus relaciones con el emperador alcanzaron un punto muy tenso debido a lo
ocurrido en Milán. Hostigado por la Pataria, el arzobispo Guido renunció a su cargo y devolvió las
insignias episcopales a Enrique IV. Este designó como sustituto a Godofredo, pero los reformistas,
liderados por el noble San Erlembaldo, no lo aceptaron y nombraron en su lugar a Aton. El Papa
apoyaba a los segundos, y en un sínodo de 1073 excomulgó a cinco consejeros del emperador bajo
la acusación de simonía 16.
En los sínodos romanos de 1074 y 1075 se reafirmaron las condenas contra la simonía y las
investiduras laicas, insistiendo en la inexistencia de ningún poder por parte de los laicos para
designar o siquiera confirmar cargos eclesiásticos. Quien recibiera este tipo de investiduras sería
depuesto, quien las otorgara, excomulgado. También prosiguió los esfuerzos contra el nicolaísmo,
reforzando la prohibición de que los sacerdotes casados o amancebados celebren misas y de que los
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fieles asistan a las mismas La reiteración de este tipo de medidas vuelve a constatar las
En 1075 Gregorio VII publicó los Dictatus Papae, una recopilación de los veintisiete puntos
fundamentales de su pensamiento. La idea más importante es que el Papa ostentaba el papel de jefe
supremo de la cristiandad, y por consiguiente estaba por encima de cualquier poder político laico,
incluyendo el imperial. Como cristiano, el emperador no era más que un laico como cualquiera, que
debía someterse a Roma. Por eso, el Papa tiene derecho a deponerlo (XII). También le está
permitido exonerar a los súbditos de la fidelidad hacia gobernantes injustos (XXVII), y enseguida
veremos que llevó ambas cosas a la práctica. Está por encima de los príncipes, que deben besarle
los pies solo a él (IX). El Papa creía que una verdadera y universal aplicación de la reforma solo
sería posible a partir de una centralización de la Iglesia en torno a la autoridad papal. Por eso
decreta también, entre otras cosas, que solo él puede deponer o reponer obispos (III), convocar
concilios (XVI), y que sus sentencias no pueden ser rechazadas, pero él puede rechazar las de todos
(XVIII).
En definitiva, el objetivo de Gregorio VII era establecer una monarquía papal universal, para lo cual
debía conseguir dos cosas: independencia total de la Iglesia de los poderes temporales, y
dependencia total de la misma del Papa 19 . Gracias a ello, contaría con los instrumentos necesarios
para establecer el Reino de Dios en la tierra, que era su misión última. Por eso se empeñó con celo
en la lucha contra las investiduras laicas, defendió su superioridad y autoridad como cabeza de la
Iglesia, y por otro lado promovió las exenciones de las órdenes monásticas, es decir, que no
estuvieran sujetas a señores laicos o a obispos sino solo a la Santa Sede, como Cluny. Asimismo,
pidió juramento de vasallaje a diversos reyes y príncipes (en España, el sur de Italia, Hungría, etc.)
y predicó la guerra santa, es decir, el deber de implicarse militarmente en la defensa de la Iglesia.
Quiso también ganar ciertos territorios para los Estados pontificios, basándose en la Donación de
Constantino, que en aquellos momentos se creía verdadera.
Tuvo que hacer frente de nuevo a la cuestión de la herejía de Berengario de Tours, a quien se llamó
de nuevo en los sínodos de 1078 y 1080 hasta conseguir que aceptara la doctrina de la
transubstanciación 21 . En 1080 Enrique IV fue excomulgado por segunda vez, ya que había
continuado otorgando obispados y abadías a voluntad. Pero esta vez no estaba dispuesto a
humillarse. En el sínodo de Brixen designó un antipapa, Clemente III. Tras la muerte de Rodolfo de
Suabia invadió Italia con su ejército y asedió la ciudad de Roma en entre 1082 y 1084. Se hizo
coronar emperador por su antipapa y Gregorio buscó refugio en el Castillo de Sant’Angelo. Fue
liberado por Roberto Guiscardo y sus normandos, que no obstante también arrasaron y saquearon la
ciudad. El Papa tuvo que huir de Roma y exiliarse a Salerno. Murió poco después, aparentemente
habiendo fracasado; pero en realidad su reforma había triunfado.
De este modo, se conseguía salvaguardar la libertas Ecclesiae, al tiempo que el emperador quedaba
satisfecho —ya que se aseguraba la lealtad de los obispos mediante el juramento de vasallaje— así
como los prelados, pues mantenían su estatus. Esto fue lo que se acordó en el concordato de Worms
de 1122. También se levantó la excomunión a Enrique V. Con ello se da por concluida
históricamente la querella de las investiduras. Un año después, el I Concilio de Letrán ratificaría
este compromiso, además de incluir en sus cánones los logros de la reforma gregoriana respecto a la
simonía y el nicolaísmo 26.
Por otro lado, la reforma gregoriana no consiguió aclarar por completo el tema de las relaciones
entre Iglesia y Estado. Recordemos que en un principio solo se buscaba la independencia
eclesiástica respecto del poder temporal, pero Gregorio VII reclamó la supremacía de lo espiritual, y
por tanto del poder del Papado sobre el del emperador y el resto de soberanos. Esta idea estaba
orientada en última instancia hacia el bien, puesto que construyendo el Reino de Dios en el mundo,
este iría indudablemente a mejor. Pero, en malas manos, podía ser muy peligrosa y llevar a abusos.
Se generalizó la interpretación de la teoría de las dos espadas según el cual ambas pertenecen a la
Iglesia, es decir el Papa ostenta tanto el poder espiritual como el temporal. Esta última se la cede a
los gobernantes seculares, pero no para que la utilicen según su voluntad, sino siempre al servicio
de la Iglesia, y si no lo hacen así, el Papa está en su derecho de quitársela.
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