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En paralelo se han trazado dos patrones en el México neoliberal: la invisibilización de las

juventudes en la escena pública; y el entronamiento de un actor que según cuenta la versión


securitaria importada por el Estado mexicano todo lo ordena. A la primera han reaccionado con la
movilidad social, con la que la forma mediatizada de luchar las juventudes han nombradose a sí
mismos como sujetos históricos. Sin embargo la inmediatez, la condición de movilidad social limita
la experiencia.

“Las violencias y sus múltiples confi guraciones son una realidad muy
compleja
y difícil de comprender por la gran diversidad de factores asociados y de
variables
que intervienen en su construcción o en su producción social. Estamos
también
ante un problema estructural y además muy arraigado en nuestras culturas
latinoamericanas
de larga tradición. En sí , las violencias tienen que ver con los particulares
vínculos y relaciones que se establecen con los otros, desde una relación de
poder, es decir, son vínculos asimétricos y sin lugar a dudas, uno de los
principales
actores o protagonistas de las violencias, son una parte de los jóvenes,
hombres
como mujeres, de nuestras ciudades (…). Estas interrogantes nos llevan a
decir
que ha sido un lugar común asociar directamente ser joven con ser violento y
por
consiguiente hablar de juventud violenta o de delincuencia juvenil. De ahí
que es
importante decir que los jóvenes por el hecho mismo de ser jóvenes no son
violentos,
es decir, la condición juvenil no los hace ser violentos, la violencia no es una
esencia,
es una construcción social y cultural que tiene que ver con el ejercicio del
poder. La
mayoría de los jóvenes latinoamericanos, centroamericanos y mexicanos
viven en
los mundos violentos, no son ellos los causantes de esos mundos de las
violencias,
esos ya les preexisten, lo cual no niega que hay una parte de éstos jóvenes
que son
sujetos de ella (la ejercen), aunque también hay que reconocer que la
mayoría son
objetos (la padecen). (Nateras, 2007: 188-119)”

“No olvidar la violencia ejercida a las juventudes por parte de las instituciones
y del mundo adulto en forma de acoso moral (Feixa), que se suma
a la violencia y tortura física del juvenicidio, que junto a la precariedad y
marginación, “(…) implican de alguna manera la desaparición simbólica
de la juventud como actor social, su invisibilización como protagonista en
la escena pública, y la metamorfosis del periodo juvenil, que pasa de ser
una fase de transición a ser una fase intransitiva, como resultado de trayectorias
fallidas, pendulares o interminables hacia la vida adulta”. (Feixa,
Cabesés, Pardell, 2012: 205)”

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