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de fundación del sacrificio.

Para descifrar el texto en todos sus

niveles de significación, para despejar sus múltiples implicacio

nes, es necesario situarlo en un contexto más amplio, integrarlo

en el corpus documental de otras versiones míticas, ensanchar

el campo de la investigación a grupos de instituciones y tomar

en cuenta las prácticas sociales.

Se comprende mejor, entonces, el lugar privilegiado que re

serva el relato a Pandora, cuya duplicidad es como el símbolo

de una existencia humana ambigüa. En el personaje de Pandora

vienen a inscribirse todas las tensiones y todas las ambivalen

cias que caracterizan al estatuto del hombre, entre los animales

y los dioses. Por el encanto de su apariencia exterior, semejante

a las diosas inmortales, Pandora refleja el resplandor de lo

divino. Por la «perrería» de su espíritu y de su temperamento

.interno, raya con la animalidad. Por el matrimonio que repre

senta, por la palabra articulada y la fuerza que Zeus ordena

poner en ella, es propiamente humana (Tr., 61-2: t'v δ'άνθρώπου

θέμεν αύδήν και σθένο?)· Pero ni siquiera esta humanidad de la

que participa como compañera del hombre, reverso inevitable

del estado masculino, está exenta de cierta ambigüedad. Porque

habla el lenguaje del hombre y éste puede dialogar con ella,

pertenece a la especie humana, pero funda un γένος γυναικών,

una raza de mujeres, que no es exactamente la de los varones

sin ser del todo diferente. Y la palabra articulada que Zeus le

ha conferido como a los hombres no le sirve para decir lo que

es, para transm itir a los otros la verdad, sino para ocultar lo
verdadero en lo falso, para dar ser a lo que no lo tiene en

forma de palabras, para m ejor engañar a sus compañeros mascu

linos (Tr., 78).

r A la ambigüedad fundamental de Pandora responde la ambi

güedad de Elpís (la Esperanza), la única que se queda con la

m ujer en la casa (Tr., 96-7), encerrada en el vientre de la jarra

(cf. 97: úto χείλεσιν) cuando todos los males se han extendido

L ya entre los hombres. Si, como en la edad de oro, la vida

humana sólo comportara bienes, si todos los males estuvieran

aún lejos, encerrados en la jarra (Tr., 115-6), no habría motivo

para esperar otra cosa que lo que se tiene. Si la vida toda entera

estuviera sin remedio abocada a la desgracia y al mal (Tr., 200-

201), no habría tampoco lugar para Elpís. Pero al estar los

males desde ese momento inextricablemente mezclados con los

bienes (Teog., 603-610; Tr., 178; cf. Tr., 102) sin que pueda pre

verse con exactitud lo que nos ocurrirá mañana, estamos con

denados a la esperanza. Si los hombres dispusieran de la infa

lible presciencia de Zeus, no necesitarían para nada a Elpís. Si

El mito prometeico en Hesiodo 169

vivieran confinados en el presente, sin saber nada del porvenir

y sin la menor preocupación por el futuro, también ignorariim

a Elpís. Pero acorralados entre la lúcida previsión de Promo.Ico

y la ceguera irreflexiva de Epimeteo, oscilando entre el uno

y el otro sin conseguir separarlos jamás, saben de antemano que

los sufrimientos, las enfermedades y la muerte son su suerte

inevitable y, como ignoran la forma que adoptará para ellos


la desgracia, no la reconocen hasta que es demasiado tarde y

ésta les ha ya golpeado.

Para quien es inmortal como los dioses no hay necesidad de

Elpís. Tampoco necesita de Elpís quien, como los animales, ig

nora que es mortal. Si el hombre, mortal como los animales,

pudiese prever anticipadamente todo el futuro como los dioses,

si estuviese p o r entero del lado de Prometeo, no tendría fuerzas

para vivir, al no poder m irar a su propia muerte cara a cara.

Pero sabiéndose mortal sin saber cuándo ni cómo morirá, sólo

la Esperanza, previsión, pero previsión ciega (Esquilo, Prome

teo, 250; cf. también Platón, Gorgias, 523 d-e), ilusión saludable,

bien y mal a la vez, sólo la Esperanza le permite vivir esta

existencia ambigua, desdoblada, que entraña el fraude prome

teico cuando instituye el prim er banquete sacrificial. Desde ese

momento todo tiene su reverso: no hay ya contacto con los

dioses que no sea también, a través del sacrificio, consagración

de una b arrera infranqueable entre los mortales y los inmorta

les; no hay ya felicidad sin desdicha, nacimiento sin muerte,

abundancia sin trabajo, Prometeo sin Epimeteo; en una palabra,

no hay Hombre sin Pandora.

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