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La tesis central de don Emilio Álvarez sobre el atraso de Nicaragua es simple: los nicaragüenses

poseemos valores atrasados para casi todas las áreas de la vida, especialmente para la política.
Según él, cuatro son los valores fundamentales de la cultura nicaragüense: heteronomía (el
destino del hombre fuera de él), desconfianza, exclusión, y sentido mágico de la vida. Para él
estos valores culturales son negativos y de allí derivan todas las desgracias de Nicaragua.
 
En su libro sobre cultura política describe cómo estos antivalores se han manifestado en la
historia política del país. De ellos derivan los antivalores específicamente políticos:
personalismo, familismo, patrimonialismo (corrupción), cortoplacismo, trascendentalismo, y
finalmente violencia política.
 
Max Weber fue el primer investigador que expuso la disyuntiva entre ciencia (problema,
método y círculo de conocedores) y valores (decisiones humanas). Para él, la ciencia no puede
decir nada sobre la superioridad o inferioridad de sostener un valor u otro. Lo que sí puede
determinar la ciencia son las consecuencias prácticas, de sostener este o aquel valor. No hay
duda, que si aplicamos este razonamiento de don Emilio, él no se cuestionó cuál valor era
mejor o peor. Él decidió que los valores sostenidos por la sociedad nicaragüense son atrasados
y han acarreado consecuencias prácticas que se plasman en nuestra historia. Por tanto, para
cambiar Nicaragua tiene que haber una mutación cultural y no puede ser de otra forma.
 
Él evita la discusión ontológica y metodológica de qué es primero, la cultura o el desarrollo.
Para él esa discusión es irrelevante, y tajantemente dice: “Ya no es acertado decir que la
cultura es un subproducto del desarrollo de un país, sino al revés, que es la cultura la que
condiciona el desenvolvimiento socioeconómico de aquella nación y, por ende, la calidad de su
régimen político”.
 
Don Emilio recurre a una hipótesis descriptiva y superficial para sostener que los valores
atrasados son los que condicionan el desarrollo económico, social, pero fundamentalmente
político de Nicaragua. A mí no me cabe la menor duda que las descripciones hechas por don
Emilio están presentes en toda la historia de Nicaragua. Pero ¿cuál fue su método para
comprobar sus afirmaciones? En un primer momento, describir cómo sus conceptos
explicativos (antivalores) se manifiestan en nuestra historia. Posteriormente, interpretar este
desarrollo histórico a la luz de los antivalores definidos.
 
Este es un gran logro porque se atrevió a mostrarnos cuáles son los errores más visibles y
recurrentes de nuestra atribulada historia. Sin embargo, estas descripciones no son
explicativas. No van a las causas de por qué somos así. No me explican por qué somos
cortoplacistas, por qué somos desconfiados o por qué tenemos un sentido mágico de la vida.
 
Necesitamos datos más sofisticados y más concretos para responder a las interrogantes que
nos abrió don Emilio. Se tienen que hacer comprobaciones empíricas de todas esas
manifestaciones culturales, que él con gran sensibilidad intuitiva percibió en nuestra historia.
Cuáles son las herramientas que normalmente utilizan los politólogos para profundizar en esas
verdades tentativas: encuestas y datos estadísticos. Datos más concretos para penetrar en ese
marasmo de falta de autoestima, resentimiento, deseos de venganza, clasismo y racismo que
derivan en exclusión. Situaciones que no nos permiten superar las fracturas de nuestra historia
y encontrarnos a nosotros mismos.
 
El trabajo pionero de don Emilio mostró el camino. No obstante, hay que ver los problemas del
desarrollo, del poder y de la convivencia desde otras perspectivas. Tenemos que atrevernos a
repensar el país. Recoger datos objetivos que nos muestren la realidad en que vivimos:
pobreza, desempleo, nivel educativo, desarrollo tecnológico, etc. Sin embargo, la solución de
estos problemas no vendrá de los datos, sino de la creatividad de cómo usar e interpretar esos
datos para crear nuevas realidades. Solo así se comprende y se domina un fenómeno, cuando
lo imaginamos desde formas y perspectivas diferentes.
 
Decía Pablo Antonio Cuadra que el nica ante tanta destrucción crea con la palabra. No
obstante, yo siempre me he preguntado si la poesía es un lastre para el desarrollo. De lo que sí
estoy seguro es que si los nicaragüenses pudiésemos trasladar un pequeño porcentaje de esa
creatividad literaria a repensar el país tendríamos muchísimos éxitos.
 
El autor es politólogo.

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