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¿Por qué alguien que vive en el Perú, como Chibolín, apoyaría a Donald
Trump?
Sí, sí, yo sé, la vacancia presidencial. Pero no puedo ponerme a esperar la votación final
Mejor sigamos mirando las elecciones en los Estados Unidos, donde Donald Trump
hagan, más que por convicción, por dar la contra a lo que ellos llaman “el progresismo
provida y anticiencia; pero que cree en el mercado, una lluvia de felicidad. Es un fin en sí
mismo. Es ver en Estados Unidos lo que no pueden lograr en el Perú: tener a la caviarada
derrotada. Quizá sería bueno que fuera menos racista, o menos misógino, o menos
anticiencia, pero el producto viene así y hay que aceptarlo como es, y defenderlo. Al final,
una parte de la derecha peruana hace lo mismo que la izquierda: ante la ausencia de
Pero para tener una idea más alegre de esto, veamos a algunos de los defensores
locales de Trump. En todos ellos notamos una transformación. No siempre fueron así:
derivaron en esto.
El primer caso es el de Martha Meier Miró Quesada. La exeditora de El Comercio es un
ejemplo para nuestros jóvenes: muestra que, para lograr algo en el Perú, a veces no hace
falta tener talento o ser inteligente, ni siquiera pensar. A veces solo hace falta una
herencia.
mundo, pero todo en inglés. Why? I don’t know. Presumiblemente porque asume que así
ya no le importa que los peruanos la entiendan. O porque asume, quizá, que igual nadie la
entenderá.
El segundo caso es Ricardo Vásquez Kunze, aquel “flaquito de Lince que se cree
provoca risas.
Me animo a expandir mi argumento. Vásquez Kunze alguna vez fue una persona
audaz, graciosa, hasta inteligente. Más allá de que se vista como los pretendientes de
Candy —un día era Archie, otro día Terry—, Vásquez Kunze decía cosas que otros solo
imaginaban. Trataba a los políticos sin respeto. Arriesgaba. Eso en algún momento se
perdió. Quizá cuando abandonó a Lourdes Flores. Quizá cuando empezó a trabajar para
Rafael Roncagliolo. Quizá cuando el fujimorismo le dio el fondo editorial del Congreso.
Quizá hace poco, cuando se puso el gorro rojo de Make America Great Again y, en lugar
Trump ganó el 2016 se tomó una foto con un póster suyo, y le decía que era su “ejemplo a
seguir”. Él también sueña con una torre de 50 pisos en Las Begonias a la que llamará
Chibolín Tower.
Pero yo tengo algo más que decir. Con Chibolín me une un vínculo biográfico.
Chibolín era de mi barrio en el Callao. Qué barrio: Chibolín era de mi cuadra, al costado
del mercado, Sáenz Peña con Cusco. Cuando era niño, mi mamá me señalaba un callejón
que estaba justo al frente del nuestro. No me decía “allí creció un gran intelectual” ni “allí
creció un demócrata probo”. Esas son cojudeces. Se agachaba, estiraba su brazo hacia el
El mensaje era claro: nosotros también podíamos salir del callejón y ser cómicos o
Pero Chibolín nos traicionó. Se volvió Andrés Hurtado. Viajó a Miami cinco veces y
se creyó un american citizen. Compraba ternos Armani solo para mostrar la etiqueta en los
programas de espectáculos. Hizo que su hija Gennesis naciese en Estados Unidos “para
En suma, se aculturó. Dejó atrás esa bolsa babosa llamada Chibolín (la dura
infancia, el callejón en el Callao, dormir con tres hermanos en una misma cama) y empezó
a volar como Andrés Hurtado (un peruano pudiente en Miami, un latino republicano en
Hialeah, un Trump supporter con iluminación en el pelo). Como Bob López en ‘Alienación’,
Chibolín entendió que el verdadero ascenso social en el Perú está negado para un sector
de nosotros: puedes ascender y ascender y ascender, pero siempre habrá una fina capita
que nunca podrás superar por tu origen. Es la capita de los blancos de apellido extranjero
y compuesto, como Meier o Miró Quesada: los que se reproducen entre sí, los que se
chocolatean los puestos de directorio de las mismas empresas, los que van a las mismas
Y Chibolín no iba a llegar allí. Ni por origen, porque venía de un callejón del Callao
que quedaba justo al frente del mío; ni por desempeño, porque aparecía en ‘Risas y Salsa’
Puesto frente a la encrucijada de la historia, Chibolín tuvo que decidir. Solo había
Chibolín decidió unirse. Y como Bob López, Chibolín entendió que la única manera de
acercarse a ese sector era mediante la aculturación global: Estados Unidos. Miami. El
consumo. Los ternos Armani. Llamarse republicano. El último peldaño de esa escalera al
Así fue que, a los 55 años, Chibolín pudo acercarse en algo a Martha Meier Miró
país y que nunca logró motivar a nadie en el Perú. Para Meier, un Presidente racista,
misógino, provida y anticiencia que desearía ver en nuestras tierras. Para Chibolín, el
recuerdo también del niño que era yo, cuando le señalaban ese callejón roído por la
1 Ver León Moya, Carlos. “Monólogo de Hernando de Soto al huir del país
como una muca”, publicado en revista Poder como “Un héroe involuntario”, julio
del 2016.