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1.

Un sueño lascivo

En una profunda cueva hay muchas bañeras. Bañeras grandes. Bañeras a las que no les
llega la luz del día sino rancios tonos amarillos de industriales bombillas. Bañeras grandes
echas de barro. Bañeras que parecen tazones artesanales. Bañeras de colores en las que se
bañan uno y muchos. Hileras de bañeras humeantes. Al fondo hay duchas. En el eco se
escucha el chapotear de las gentes en las bañeras y el repicar de las gotas del agua en las
baldosas y en las pieles de quienes se bañan en las duchas. El vapor sube a la inmensidad
de roca que los cubre y se arruncha entre las piedras hasta volverse gotera y estalactita.
Sobre el piso de mármol caen las gotas y salpican hasta volverse pequeños charcos. Nicolás
recuesta su cabeza sobre el borde amarillo de la bañera y se dedica a ver los senos de las
bañistas que hacen su tránsito de la ducha a la bañera. Tras ellas va quedando un camino de
agua echa charquitos que van dejando el caer de las gotas de los cuerpos de las bañistas y
los bañistas que caminan desnudos con su piel cubierta de agua que cae. Nicolás piensa en
el mundo de arriba que no siente. Nicolás piensa en el mundo de arriba que huye. Nicolás
mira a la mujer morena y cachetona que se dedica a bañarse en la bañera de al lado. En la
cueva todos se bañan. En la cueva no hay otro quehacer que bañarse. En la cueva se va a la
ducha, se enjabona, se seca, se camina, se moja, se enjabona, se enjuaga, se seca, se
camina. A veces, para cuidar el pelo, se usa un poco de shampú. A veces, para cuidar la piel
arrugada por la humedad se usan aceites. A veces, para encubrir la caca y la orina se usan
perfumes y extractores portátiles. A veces, para hacer ameno el tacto de quienes se desean,
se usan cortaúñas y limas y esmaltes y fijadores y esponjas y exfoliantes y bandas de cera.
A veces solo se usa la espera para caer dormido y deslizarse bajo el agua para que el
inconsciente respire y no despierte más. Nicolás mira las de cuerpos esbeltos. Nicolás mira
los senos de las obesas. Nicolás mira las cinturas de los atletas. Nicolás mira el ombligo de
las de buen abdomen. Nicolás mira la hendidura bajo la cual se imagina que habrá algún
ombligo en las barrigonas. Nicolás mira as gotas recorrer los muslos y las entrepiernas y las
espaldas y los miembros y los senos y los cuellos y los rostros hasta caer en el piso. Nicolás
mira el vapor que sube y se pierde y sofoca y humecta y reseca y calienta. Nicolás mira con
deseo a todos. Mira con deseo a los altos bañistas morenos. Mira con deseo a las moldeadas
bañistas de ojos blancos. Mira con deseo a las voluptuosas bañistas de piel oscura. Mira con
deseo a las bajitas y buenonas bañistas latinas. Mira con deseo a las tímidas y pulcras
bañistas asiáticas. Mira con deseo a los fornidos y alegres bañistas africanos. Mira con
deseo a la bañista mexicana y gorda de la bañera de al lado que lo mira con picardía.
Nicolás frunce el ceño. Nicolás mira bajo el agua su marcado abdomen. Mira en el reflejo
su agraciad rostro. Busca en su recuerdo la imagen de la gracia. Mira en las demás miradas
la prueba de su gracia. Mira en los espejos que se adaptan a la piedra la belleza de su rostro.
Mira con inquietud los burdos rasgos de su vecina. Nicolás se pregunta. Nicolás se levanta
de la ducha y baja por las escaleras de hierro. Nicolás mira su miembro revotar entre pierna
y pierna a medida que baja. Nicolás toma una toalla y se envuelve en ella. Nicolás camina
sin soltar su ceño fruncido. Nicolás camina ensimismado. Nicolás camina y deja que sus
ojos recorran los cuerpos que pasan al lado suyo. Nicolás se mete en una ducha y la abre.
Nicolás deja que el agua fría recorra cada nervio. Nicolás respira bajo el ejército de gotas
heladas. Nicolás respira bajo el manto de agua helada. Nicolás siente cómo su cuerpo se
esmera en bombear calor. Siente como cada célula se pone tensa. Siente cómo cada
músculo le pide movimiento. Nicolás respira lento. Nicolás piensa que es un monje en
medio de la tormenta. Nicolás abre la llave del agua caliente y deja que su cuerpo descanse.
Deja que todo vuelva a su tamaño original. Deja que los músculos vuelvan a ser blandos.
Deja que su piel vuelva a ser suave. Nicolás cierra la llave y se seca con la blanda toalla
blanca. Piensa en un mundo donde hay noche y hay día que regulan horarios precisos y
formas de vida. Donde hay música y hay poesía. Donde hay imágenes que calcan la
realidad como un espejo con memoria. Donde hay trabajos y dinero y angustias. Sale de la
ducha y camina hasta otra bañera más grande de aguas limpias. Se recuesta sobre el agua y
flota dejando que las diminutas olas y el capricho del agua lo mesan y lo lleven de orilla a
orilla.

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