Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ceibo Ediciones
Octubre 2016
© Mauricio Hernández Norambuena
©De esta edición en castellano: Ceibo Producciones S.A.
www.ceiboproducciones.cl
Santiago de Chile, 2016
ISBN: 978-956-359-056-2
Lope de Vega
Siglas empleadas
Presentación 15
Anexos
Glosario 251
Presentación
15
instancia a 16 años de reclusión, condenándolo por “extorsión
mediante secuestro” y reconociendo en la sentencia la motivación
política de la operación; sin embargo, el Tribunal de Justicia del
Estado de São Paulo aumentó la penalidad al máximo permitido
por la legislación de Brasil: 30 años de reclusión penitenciaria.
Durante los 15 años que ha pasado cumpliendo esa condena,
Mauricio Hernández ha sido sometido al régimen carcelario
especial conocido como Régimen Disciplinario Diferenciado
(RDD), siendo el único condenado en la historia penitenciaria del
Brasil en ser sometido a ese trato durante un período tan extenso
de tiempo.
El RDD se puede considerar como una forma de tortura
moderna, pues implica el aislamiento total del preso en una celda
individual de 3 x 2 metros, con baño incluido, y la restricción de
una hora diaria de “baño de sol” en un patio pequeño. El sistema
de visitas contempla únicamente tres horas semanales, sólo para
parientes directos (en el caso de Mauricio las visitas son mucho
más espaciadas en el tiempo –cada dos a tres meses–, debido a
que su familia reside en Chile y le es difícil el traslado). El preso no
tiene derecho a acceder a ningún medio de comunicación (diarios,
TV, radios), está limitado a recibir sólo un libro por semana, y
tiene prohibición absoluta de contactarse con otros reclusos.
Además, el interno recluido bajo este régimen tiene prohibida la
comunicación con los gendarmes, incluso mirarlos a los ojos es
motivo de un castigo extra (Mauricio ya ha sido castigado por este
motivo, perdiendo su derecho a “baño de sol”). Las cartas y libros
que le son permitidos recibir son censurados y seleccionados
previamente por la penitenciaría, reteniéndolos por 40 ó 50 días
antes de ser entregados. Además, cada cierto tiempo, Mauricio ha
sido cambiado de penal y de Estado, lo que conlleva que su caso
quede bajo una jurisdicción diferente, por lo que la evaluación
judicial de posibles “beneficios” carcelarios debe ser reiniciada
cada vez por su abogado en los tribunales del Estado donde haya
sido relocalizado.
Todas las medidas del RDD, debido al tratamiento
inhumano y degradante, apuntan a la aniquilación física y síquica
del reo, configurando una forma de tortura basada en la aplicación
de métodos tendientes a anular su personalidad.(1) Estas medidas
5 No, drama, 118 mns., dirigida por Pablo Larraín, estrenada en 2012, basada
en la obra de Antonio Skármeta, El Plebiscito.
19
a los políticos opositores que pactaron con Pinochet el fuero
senatorial que conservó hasta su muerte en 2006, que negociaron
la impunidad con los militares y los empresarios, y acordaron con
la derecha golpista la continuidad de la Constitución fascista de
1980. Con ocasión de la muerte del ex Presidente Patricio Aylwin,
pudimos volver a escuchar las voces de esos mismos políticos
enarbolando la historia oficial de la transición: “A la dictadura
se le ganó con un lápiz y un papel”. Este enunciado es sin duda
muy cómodo para legitimar la pequeñez, el oportunismo y las
ambiciones de cierta élite política que tempranamente (pensemos
en 1986, “el año decisivo”) empezó a hacer sus cálculos para
volver al poder con la venia del dictador, manteniendo el modelo
económico avalado por los Estados Unidos.
La versión de la historia del período de dictadura que
nos cuenta Mauricio Hernández es diametralmente opuesta, por
eso ha querido ser borrada, obliterada de los libros y los medios
masivos. Tal como reflexiona explícitamente Ramiro en este libro,
a esa élite política, ávida de poder, no le convenía una insurrección
popular apoyada por las “vanguardias armadas” (léase FPMR,
MIR, MAPU-Lautaro, e incluso los Destacamentos del PS). La
fábula masoquista de la dictadura derrotada con un lápiz y un
papel es la continuidad de la fábula de Pinochet en la que “no
se mueve una hoja en Chile sin que yo lo sepa”. Sin embargo,
la dictadura no comenzó su repliegue por las amenazas de los
lápices, sino por una insurrección que estaba en gestación, que se
asomaba indesmentiblemente por el horizonte, y que el imperio
norteamericano quería evitar a toda costa, al ver amenazados sus
intereses estratégicos por el alzamiento popular. Estos elementos
finalmente se conjugan en el pacto de clase que las dirigencias de
los partidos del orden decimonónico firman secretamente con los
militares, pacto que marcará hasta hoy la transición chilena, y que
moldeará la fisonomía que de ahí en adelante adoptaría nuestra
sociedad.
Una condición para esa transición pactada fue que el
Frente Patriótico Manuel Rodríguez y sus miembros debían ser
eliminados, junto a lo que ellos representaban. De eso se encargó
el primer gobierno de la Concertación. Es de lo que pueden
enorgullecerse Aylwin y sus secuaces de la DC y el PS, y como
no podían aniquilar tan obscenamente a quienes habían sido
20
combatientes heroicos en la lucha contra el tirano, optaron por
el extrañamiento(6) y la cárcel (para aquellos que se mantuvieron
firmes en sus posturas y que no pudieron “reciclar”).
En ese proceso, a Mauricio Hernández le tocó pagar por
no haber querido negociar y pactar, por no haber creído en la
democracia tutelada, por no haber comprado un modelo de país
en que todo se vende. Ramiro supo en carne propia de esa traición,
por ese motivo muchos quisieran acallarlo, para no recordarles
los compromisos éticos que se establecieron en la lucha contra la
dictadura, para no tener que referirse a la forma en que algunos
chilenos decidieron oponerse valientemente a la “moral del
esclavo” y haber estado dispuestos a arriesgar su vida en una lucha
a muerte contra la tiranía. Muchos quisieran que esa voz no se
escuche, porque es la prueba fehaciente de su indignidad, de su
obsecuencia, de su entreguismo, de su traición y de su ambición.
La aniquilación de Ramiro en las mazmorras del RDD brasilero
parece ser la mejor opción para esa falsa conciencia. La clase
política no quiere hablar de ética, no desea escuchar esa palabra,
porque pone en cuestión sus prácticas políticas, reñidas con
el discurso que alguna vez sustentaron, porque les recuerda los
valores que traicionaron, y devela que en esa traición se basa su
poder actual.
Los “crímenes” de los que es acusado Ramiro no son
hechos aislados, o de responsabilidad individual, son el resultado
de una praxis que es consecuencia directa de un ethos, de una
lógica política que se desplegó válidamente durante los años de la
dictadura. Esto es patente en su relato, él es parte de un proceso
que lo trasciende y que lo obliga a tomar una determinación
(una determinación que lo hace libre y que lo dignifica): luchar
contra la opresión. Y de ese ethos fue parte un pueblo, porque
un “pueblo” solo existe como comunidad ética. El compromiso
asumido con esa causa, considerada como justa porque no era una
causa individual, ni en función del enriquecimiento, ni de la fama,
ni de cargos de gobierno, iba a significar grandes costos. Tal como
lo relata Mauricio, los combatientes del Frente que participaron
en el atentado a Pinochet, por ejemplo, sabían que de esa acción
6 A través de las llamadas Leyes Cumplido, que mantienen hasta el día de hoy
a compatriotas que lucharon contra la dictadura en un exilio vergonzoso para el
país.
21
era muy probable que no salieran con vida, y sin embargo lo
hicieron. Eso se puede explicar únicamente por la creencia en
valores comunes, superiores a los intereses individuales o de auto
preservación personal. Esos valores parecían ser compartidos
con una vasta comunidad, la que en su conjunto estaba dispuesta
al enfrentamiento y, en muchos casos, al sacrificio. La lucha, en
ese contexto, le daba sentido a la comunidad, y la comunidad le
daba sentido al accionar individual. Algunos de los políticos hoy
en el gobierno profesaron esos valores, fueron parte de ellos e
incluso los alentaron con convicción, para luego traicionarlos;
otros, haciendo gala de un cálculo más perverso, lejanos a esa
ética combativa, utilizaron como moneda de cambio a quienes sí
la profesaban, como avanzada a la que luego se podía desechar.
De ambos tipos de políticos está compuesta la Concertación y la
Nueva Mayoría, los que una vez instalados en el poder renegaron
de su pasado, de aquel ethos y de las promesas de justicia.
Las cuestiones de la justicia y la injusticia rondan como
fantasmas en estas memorias de Ramiro. La falta de debido proceso
que vivió en Chile, con juicios sumarios que lo condenaron a dos
cadenas perpetuas, y el régimen carcelario de aniquilamiento
que vive en Brasil hace 14 años, muestran que ha sido sometido
a una “justicia” que no es ciega, sino que cumple con satisfacer
ciertos intereses políticos, económicos y sociales, solapados tras
la retórica de las instituciones y del “estado de derecho”. Tanto
en este caso como en muchos otros se demuestra que el derecho
es una forma de violencia y una forma de ideología. Sin embargo,
y paradójicamente, Ramiro también quiso hacer “justicia”, y
junto al FPMR propusieron al país una forma de justicia popular
que enfrentara la impunidad que el proceso de “transición a la
democracia” le estaba otorgando a los responsables políticos y
militares de los crímenes de la dictadura. A esa justicia le llamaron
“Campaña por la dignidad nacional: No a la impunidad”, y se
materializó en una serie de “ajusticiamientos”, es decir, atentados
contra la vida de los objetivos definidos como culpables. Se trata
sin duda de un gesto radical, que tensiona y obliga a replantear las
preguntas relativas al derecho y su aplicación, a la legitimidad de
las instituciones, a la relación entre fines y medios, a la definición
ética y jurídica de la justicia, al aspecto procesal y penal de las
condenas, especialmente cuando se declara y aplica la pena de
22
muerte. Se trata de preguntas que requieren de reflexión profunda,
reflexión que el Frente Patriótico no estaba en condiciones de
desarrollar en toda su amplitud en el momento que se planteó
luchar contra la impunidad. Mauricio Hernández reconoce la
falta de esa reflexión, que quizás hubiera llevado a tomar otras
decisiones, u obligado a analizar y argumentar mejor la legitimidad
de las decisiones de “ajusticiamiento”. Porque incluso “la justicia
por mano propia” realizada en nombre de las víctimas del pueblo,
supone una instancia jurídica, decisional, que debe documentar y
dar cuenta de sus condenas.
La paradoja, o quizás la trágica consecuencia de la
decisión de hacer justicia en nombre del pueblo, en el caso de
Mauricio Hernández, es que al haber tomado la justicia “en sus
propias manos”, sin la mediación de los tribunales del “estado
de derecho burgués”, fue condenado a cadena perpetua por los
mismos tribunales a los que el Frente deslegitimó con la campaña
de ajusticiamientos. Es, finalmente, contra ese cuestionamiento
radical de su legitimidad ética que el poder judicial de Estado
ha reaccionado, aplicando toda la fuerza del monopolio de la
legitimidad jurídica, otorgado por su connivencia con los intereses
políticos y económicos de la clase dominante. Aún más irónico
es que efectivamente hubo impunidad para los ideólogos, los
criminales y los torturadores de la dictadura, y si hubo algún
castigo, estos han sido prontamente revisados por “razones
humanitarias”, obteniendo estos condenados los beneficios
carcelarios que nunca se le han dado a Ramiro. Es decir, el sistema
judicial ha confirmado en la práctica los cuestionamientos que le
hiciera el FPMR a comienzos de la “transición”: como poder de
Estado ha sido una garantía de la impunidad, y su justicia ha sido
sólo la justicia de una clase.
Y cuando la justicia humana está supeditada a los intereses
de una clase social, el magnicidio puede convertirse en una acción
ética, aunque casi siempre sea un “error político”, porque tiende
fortalecer a las castas y los discursos que se levantan sobre el cuerpo
de aquel a quien transforman en mártir. Puede que el problema
que plantea el magnicidio de Jaime Guzmán sea precisamente
aquel: el momento en que la ética y la política se divorcian, en el
que la política renuncia a la ética, y la ética pierde todo horizonte
político. Pero la muerte de Guzmán puede ser también vista de otra
23
manera, de una manera bíblica como quizá a él mismo le hubiese
gustado: “El que a hierro mata a hierro muere”. Porque si bien se ha
tratado de presentar a Guzmán como un paladín de los Derechos
Humanos en plena dictadura, eso es solo otra fábula. Se dice que
Guzmán “ayudó” a muchos, “intercedió” por otros, “protegió”
a unos cuantos, que actuó como persona “preocupada” por las
violaciones a los Derechos Humanos (violaciones de las cuales
estaba plenamente enterado). Pero le interesaban los Derechos
Humanos de individuos específicos, provenientes de “buenas
familias”, de militantes católicos o de estudiantes de la Universidad
Católica. Con esta preocupación “personal”, que nunca se vuelve
un cuestionamiento político o ético de la dictadura, fue creando
también una red de lealtades entre las víctimas del régimen, y una
fuerte enemistad con Manuel Contreras, que encarnó el papel más
cruento en el trabajo sucio de la represión. Lo que prueba, por un
lado, que no solo conocía perfectamente la violencia desatada por
los militares, sino que además, como todo católico fundamentalista,
era mucho más perverso que aquellos que jugaron el papel de los
llamados “cómplices pasivos”, que actuaron en el gobierno militar
y hasta hoy dicen no haberse enterado de nada. Guzmán previó
la represión, la alentó, la encubrió, y luego jugó a denunciarla o a
negarla según fuese necesario para su proyecto ideológico. Porque,
como intelectual versado en la historia del nazismo, del fascismo,
del franquismo, y de todas las dictaduras concebidas como estados
de excepción, Jaime Guzmán sabía perfectamente que el modelo
constitucional, político y económico que quería imponer al país
iba a requerir la exterminación física de aquellos ciudadanos que
se oponían a ese modelo, porque aquellos ciudadanos civiles eran
mayoría, más organizados y más decididos. Eran los que tenían la
razón, pero no tenían la fuerza. Al llamar al golpe y a la restauración
neoconservadora, Guzmán sabía que apelaba a la soberanía de la
fuerza y al asesinato de sus opositores para imponer sus ideas.
La cuestión de las responsabilidades ideológicas en los
crímenes contra la humanidad ha sido ampliamente debatida
durante el siglo XX, y la reflexión ética sobre la justicia de la pena
de muerte lo ha sido desde al menos el siglo XVIII. Por ejemplo,
en los juicios de Nuremberg contra los criminales de guerra del
nazismo, el jurista, filósofo y teórico nazi Carl Schmitt es llamado
a declarar ante el Consejo Norteamericano para Crímenes de
24
Guerra dirigido por el juez Kempner (abril de 1947). En su
descargo, el profesor Schmitt plantea que “no existe protección
alguna contra la mala utilización de los resultados de una
investigación científica”, y que “las repercusiones de la palabra
hablada, escrita o impresa son múltiples e imprevisibles [...]
muchos oyentes y lectores no interpretan las tesis y fórmulas que
llegan a sus oídos con este espíritu científico, sino que las ponen
automáticamente, sin reflexionar, en conexión con sus ideas
prácticas habituales y sus fines e intereses del momento”.(7) Se trata
de un argumento conservador basado en la distinción jerárquica
entre seres humanos, donde algunos tienen la “inteligencia”
para pensar, y otros simplemente actúan “sin reflexionar”. Pero,
más adelante, el argumento muestra toda su falacia, al intentar
Schmitt deslindar interesadamente lo que puede ser materia de
análisis judicial y lo que debería ser una discusión “puramente”
científica para pensadores abstraídos del mundo social. Por eso,
ante la pregunta de Kempner sobre su responsabilidad ideológica
en los crímenes del nazismo, Schmitt responde: “No cabe duda
que todo autor tiene una gran responsabilidad, y todos tendremos
que rendir cuentas por cada palabra ociosa salida de nuestras
bocas. La cuestión es hasta qué punto debe tener validez dicha
responsabilidad ideológica en la forma y curso de un proceso
penal, y en qué medida se debe exigir al juez que se sumerja en
mis libros y artículos, así como en las controversias que generaron,
para formarse una imagen de mi personalidad científica, y decidir
sobre la verdad y el error, el provecho y el perjuicio, la corrección
y la falsedad de teorías y opiniones”. (8) Pero el juez Kempner ya
le había manifestado a Schmitt la teoría sobre la que trabajaban
los Tribunales de Nuremberg: “estamos convencidos de que los
organismos ejecutivos de la administración, de la economía y del
ejército no fueron más importantes que los hombres que idearon
la teoría, el plan de toda esta historia”.(9)
En Chile, Jaime Guzmán fue el hombre de “la teoría y el
plan de toda esta historia”, y la conciencia que tenía de su estrategia
de sedición está demostrada por el simple hecho de haber escrito
gran parte de sus textos programáticos previos al golpe de Estado,
7 Carl Schmitt, Respuestas en Núremberg. Edición y comentario de H.
Quaritsch, Escolar y Mayo editores, Madrid, 2016, p. 90.
8 Ibid. p.101.
9 Ibid. p. 66.
25
con seudónimos o en forma anónima, en los órganos de difusión
de los movimientos de extrema derecha, como Fiducia.(10) Guzmán
fue el principal ideólogo del golpe, de la dictadura, de la represión,
de la democracia tutelada, y un impulsor del itinerario de la salida
pactada. Es también responsable ideológico de los crímenes
masivos y sistemáticos cometidos por los aparatos represivos de
la dictadura, ya que promovió el odio anti-comunista y justificó
el gobierno militar como Estado de Excepción necesario para la
instauración del modelo constitucional de Estado Subsidiario.
En Ruanda, luego del genocidio de 1994 contra la
minoritaria etnia tutsi, también se establecieron tribunales para
juzgar los crímenes de lesa humanidad, donde fueron juzgados no
solo los responsables “prácticos” sino también los ideólogos del
odio que llevó a la matanza. Desde entonces, el gobierno ruandés
ha desarrollado una estrategia permanente de vigilancia contra
lo que se ha llamado la “ideología del genocidio”, por medio de
la Comisión Nacional para el Combate Contra el Genocidio. Esta
comisión ha impulsado leyes penales que castigan la ideología del
genocidio, como la Ley del 2013 que incluye en su definición la
“incitación a cometer genocidio”, el “negacionismo del genocidio”,
la “minimización del genocidio” (es decir, minimizar su gravedad
o sus métodos), y la “justificación del genocidio” (glorificarlo,
sostenerlo o legitimarlo).(11) En Chile, muchos colaboradores
civiles de la dictadura, además de los militares, podrían ser juzgados
por su responsabilidad ideológica en la planificación, incitación,
negacionismo, minimización y justificación de la masacre de miles
de chilenos. Pero un pacto de clase parece impedirlo, ya que las
élites de diferentes ideologías han preferido reconciliarse en el
olvido y la impunidad de los crímenes, y seguir así gozando de un
orden de clases que poco ha cambiado desde el siglo XIX.
Ya elegido Senador a principios de los años noventa,
Guzmán estaba preocupado por el “terrorismo” de izquierda;
se oponía a todo tipo de indulto, negociación o desmovilización
pactada con estas organizaciones. Quería usar contra ellos todo el
peso de la ley constitucional que él mismo había creado, amparado
en el terrorismo de Estado. En la sesión de la Comisión de
10 Ver el libro de Renato Cristi, El pensamiento político de Jaime Guzmán. Una
biografía intelectual, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2011.
11 CNLG, Etat de l’idéologie du génocide au Rwanda, 1995-2015, National
Comission for the Figth Against Genocide, Kigali, 2016, p.45-46.
26
Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado de la
República, el 8 de enero de 1991, cuando se discutía el proyecto de
ley sobre indulto, amnistía y libertad provisional, Guzmán señalaba
un argumento que se podría haber aplicado principalmente a él
como ideólogo del terrorismo anti-comunista: “La trágica eficacia
del terrorismo depende y se nutre de una vasta red, en la cual
los autores intelectuales, los ejecutores materiales y los que a
sabiendas los ayudan o les facilitan sus acciones y coartadas, juegan
un papel similarmente repudiable”. Paradójicamente, producto de
su asesinato se impusieron sus ideas contra el indulto y contra
el concepto de “preso político”, y la Concertación endureció la
Ley Antiterrorista de 1984, que pende hasta el día de hoy sobre
nuestras cabezas.
Sin querer justificar ni promover el magnicidio, el asesinato
o la pena de muerte, uno puede legítimamente preguntarse: ¿Qué
hacer ante este tipo de sujetos sádicos y perversos, cobijados
en las instituciones y que pueden tomar la forma de un Manuel
Contreras, un Augusto Pinochet, un Roberto Fuentes Morrison,
un fiscal Fernando Torres o un Jaime Guzmán? La respuesta que
algunos encontraron y llevaron a la práctica fue el ajusticiamiento.
Otros, políticos formados en la escuela de Maquiavelo, pueden
haber planeado manipular a aquellos que estaban dispuestos
al ajusticiamiento, para convertirlos en peones de una política
perversa, favorecida por el magnicidio como error político, para
acrecentar su propio poder y justificar el Estado policíaco. De ahí
surgen las tesis, doblemente conspirativas, sobre la posibilidad de
que la muerte de Jaime Guzmán haya sido monitoreada o incluso
digitada por quienes sacarían un gran provecho de ese atentado:
los militares, con Pinochet a la cabeza, o la Concertación que
podría así deshacerse de su principal adversario, justificando de
paso el aniquilamiento del Frente y de los demás grupos armados.
Jaime Guzmán tuvo el poder de invocar toda esta violencia, y una
vez desatada, no tuvo, nadie tiene, el poder para detenerla. Es la
paradoja del sadismo: la aniquilación del otro, de la que el sádico
extrae su placer, implica su propia aniquilación, porque, llegado a
ese extremo, ya no puede seguir gozando.
¿Quién decidió la muerte de Guzmán? Esta es una pregunta
clave para los debates judiciales, políticos e históricos que están
pendientes. La respuesta de Ramiro es clara y contundente: fue una
27
decisión colectiva del FPMR. Porque su actuar siempre se inscribió
en el marco del quehacer de una organización política; no se trató
ni de un iluminado que actuaba solo, ni de un individualista sin
participación orgánica, sino de un militante que actuaba en función
de una voluntad colectiva. Lo que presenta valores y riesgos,
pues ante la exigencia de determinar culpabilidades, es necesario
tener en cuenta que pudo haber pesado más la manipulación, la
infiltración, la desesperación política, la dificultad del colectivo
para corregir errores o enmendar decisiones, y el contexto político
desconcertante que se estaba viviendo, donde reinaba la traición,
la frustración y la desesperanza. Por lo tanto, la responsabilidad
sigue siendo colectiva y, por lo mismo, no puede recaer el peso de
la justicia en un solo individuo, ni en dos, ni en tres. La evaluación
de estos eventos requiere de respuestas y procesos sociales, ni
siquiera pueden ser correctamente discernidos por tribunales de
justicia, ya que se trata de procesos históricos y políticos. El que
mató al gobernador fue Fuenteovejuna, señor.
A pesar que el ajusticiamiento de Guzmán ocurrió hace
casi veinticinco años, estas reflexiones siguen siendo pertinentes
en la actualidad, ya que Chile sigue viviendo bajo la Constitución
que Jaime Guzmán elaborara, y en el modelo que él ideó para
nuestra sociedad. Hoy, más que nunca, después de todos estos
años de transición y «democracia tutelada», los chilenos exigimos
explicaciones; las nuevas generaciones quieren saber de esta
historia oscura, y todos como ciudadanos queremos ver a la
política asumiendo compromisos éticos y rendiciones de cuentas,
así como conocer la diversidad real de corrientes históricas.
También queremos saber que no todos se rindieron en cómodo
masoquismo ante el sadismo institucional de una justicia “en la
medida de lo posible”, porque lo que es justo no debe ser decidido
por unos pocos. Si hay una lección histórica que nos pudo legar el
Frente Patriótico es que lo posible se construye entre todos, y esos
combatientes también tienen su lugar en la historia, pues su coraje
y valentía debería ser un ejemplo para las generaciones futuras de
ciudadanos que no se esclavizarán más ante ningún tirano.
De todo esto puede hablarnos el comandante Ramiro. Este
libro contiene algunos de sus relatos, reflexiones y conocimientos
históricos, los que pudieron escapar de los muros de una cárcel
28
de alta seguridad, para llegar hasta nosotros gracias al esfuerzo
de algunos periodistas(12). Lo que puede ser una paradoja, ya
que el Régimen Disciplinario al que Ramiro está sometido busca
precisamente que el preso deje de hablar, o que hable solo con
las paredes, para que el futuro le depare solo encierro y locura.
Pero este libro nos recuerda que Mauricio Hernández está vivo y
lúcido, extrañamente lúcido luego de 15 años de encierro solitario,
y por eso es necesario que su voz sea escuchada. Al comandante
tampoco lo dejan escribir, aunque esperamos que más pronto que
tarde, pueda volver a hacerlo, para que este libro pierda el aura
de una voz rescatada de entre los barrotes, y se vuelva solo un
documento más de la barbarie a la que alguna vez estuvo sometido
su autor.
Mientras Mauricio sigue pagando por el “error” colectivo
de no creer en el pacto entre los asesinos, torturadores, militares y
políticos golpistas, que condenaron a decenas de miles de chilenos
a la muerte, la tortura, el exilio y el terror, y los políticos que
negociaron la impunidad y la distribución de la riqueza nacional,
todos ellos siguen gozando de libertad, siguen abusando del poder,
robando los recursos de todos los chilenos, y siguen tratando de
convencernos que aquello que hicieron fue justo y bueno, que los
que de verdad arriesgaron su vida son los que están equivocados.
Este orden de cosas tiene que cambiar, por el bien de una sociedad
que acumula rabia, descontento, malestar, resentimiento y odio.
El Frente Patriótico Manuel Rodríguez desarrolló en los
años ochenta toda una mística de la lucha, que se fundaba en un
proyecto utópico que liberaría a nuestro país dándole una Segunda
Independencia, haciendo posible la justicia en todos los ámbitos
30
Del Frente Cero al Frente Patriótico Manuel Rodríguez
33
esas salidas eran planificadas en detalle. El jefe de propaganda de
la base planificaba, pero participábamos todos, los siete u ocho
militantes que la componíamos, y cada uno cumplía un papel
distinto: había dos loros en una esquina, otros dos en la siguiente;
la señal era un silbido; otro llevaba los materiales para pintar (con
spray era más rápido, pero al principio era con brocha), el que
era mejor para escribir o dibujar quedaba a cargo del trazado.
Podíamos llegar a hacer cuarenta rayados en una noche. Al otro día
aparecían muchas paredes del cerro rayadas con consignas. Otra
base, después, rayaba el cerro del lado, y hacían sesenta rayados,
porque se emulaba la acción que habíamos hecho nosotros.
A partir de esas acciones, que necesitaban un grado
mínimo de preparación operativa, se desarrolló la inquietud por
acceder a una formación en ese aspecto. Era, a nuestro entender,
una necesidad política. Al menos así lo veíamos en nuestra base,
y en esa otra base cercana, en la que militaba Mauricio Arenas, y
también en aquella otra en la que militaba Fernando Larenas. Esa
inquietud había surgido en las conversaciones que se producían
cuando nos juntábamos en las actividades deportivas y culturales.
Jugábamos fútbol, organizábamos peñas folklóricas, jugábamos
ping-pong, hacíamos campeonatos de ajedrez, y aprovechábamos
esos encuentros para intercambiar ideas (13). La Jota estaba detrás
de la organización de esas instancias, donde se juntaban cuarenta o
cincuenta jóvenes. En las conversaciones que ahí se daban siempre
terminábamos haciendo una revisión para atrás, a la historia
reciente de nuestro país, tratando de entender el porqué de la
derrota del proyecto popular, haciendo una crítica y autocrítica
del actuar del Partido(14) en ese proceso, preguntándonos porqué
no se defendió al gobierno de la Unidad Popular. Nos acordábamos
bien de cuando el año setenta y tres el Partido llamaba a no caer en
la guerra civil, y nosotros, como jotosos disciplinados, marchamos
en las calles en contra del enfrentamiento armado. Después nos
daba vergüenza no haber defendido al gobierno de Allende (al
37
que nos ayudaron al aprendizaje de ciertas cuestiones técnicas,
a pesar que ni siquiera teníamos armas. En el Frente Cero se hizo
cargo de nosotros el compañero Claudio Molina, que venía del
Regional de Valparaíso, donde se había concentrado un grupo que
ya tenía cierta experiencia. Comenzamos a trabajar con él, que
era un cuadro político, e incluso andaba armado. Con él tuvimos
un par de reuniones en las que nos enseñó algo de teoría militar,
cuestión que para nosotros, que estábamos en una fase más bien
práctica, poco nos servía.
Las primeras acciones fueron pequeñas: cadenazos
durante las protestas, derribar un poste, sabotear al Metro. Cosas
que resultaron con errores, por la inexperiencia, pero que para
nosotros eran acciones gigantes. Trabajábamos mucho con la
emulación: en Santiago se hablaba de lo que se hacía en Valparaíso,
y viceversa. Una vez quemamos un ómnibus, lo que fue una gran
hazaña, porque estuvo muy bien organizado. Detuvimos la micro,
bajamos a todas las personas, la quemamos y dejamos un lienzo.
Fue una cosa simple, hecha en un cerro de Valparaíso, pero
que llegó a tener cierto impacto. Más tarde, cuando yo ya había
pasado al Frente,(17) estuve en Santiago con unos combatientes
que contaron que cuando estaban en el Frente Cero escucharon
sobre esa acción, y la consideraban como algo importante para ese
tiempo.
En Santiago la experiencia del Frente Cero fue diferente,
porque se incorporó gente más antigua, que tenía conocimientos
técnicos básicos. Sabían, por ejemplo, hacer explosivos caseros, y
el explosivo te da resonancia: botar un poste, colocar una carga en
un local de CEMA Chile(18) (en Santiago sus sedes fueron bastante
atacadas), hacía ruido; nosotros éramos una generación nueva,
que no tenía ese conocimiento. Los militantes antiguos de los
aparatos de autodefensa del PC incluso sabían de armas. Recuerdo
que una vez el Rucio Molina nos prestó su pistola, una 7.65, de tipo
personal, para una operación que iba a hacer nuestro grupo, en la
que necesitábamos un poder de fuego mayor. Al entregárnosla nos
dio dos o tres instrucciones sobre cómo usarla. Algo sabíamos de
revólveres, pero nunca habíamos tenido en nuestras manos una
17 Cuando Mauricio Hernández habla de “el Frente”, se refiere al Frente
Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
18 Asociación de Centros de Madres, presidida por Lucía Hiriart de Pinochet, y
administrada por esposas de militares y marinos.
38
pistola automática, que tiene un mecanismo muy diferente. En
pocos minutos nos enseñó a desarmarla, a armarla y a usarla; fue
un “cursillo” relámpago. Así nos fueron traspasando los primeros
conocimientos técnicos, lo que demuestra que el Frente Cero
siempre tuvo un nivel muy rudimentario. Por suerte no tuvimos
bajas que lamentar, ni muertos, ni heridos, ni presos; eso fue gracias
a que fuimos muy minuciosos, porque nos sentíamos vulnerables,
porque no sabíamos usar bien las armas, y estábamos conscientes
de que si había un enfrentamiento, estábamos totalmente en
desventaja, y que armados sólo con esos viejos revólveres íbamos
a perder inmediatamente.
Gracias a ese extremo cuidado, no tuvimos que enfrentar
situaciones difíciles. A pesar que hicimos al menos unas quince
de esas pequeñas acciones, nunca tuvimos un enfrentamiento.
Nos habría ido mal, porque prácticamente no disponíamos de
armas. Me acuerdo de un revolver 38 con dos tiros que apareció
una vez, y que nunca supimos si disparaba porque no llegamos
a ocupar los dos tiros. ¡No podíamos probarlo! Si lo probábamos
nos quedábamos con un tiro nada más. Después nos entregaron,
por conducto regular, a través del Secretario Regional, que era el
que nos “atendía” (era el Secretario el que atendía directamente al
Frente Cero), un revólver 22 largo, que estaba casi nuevo. Eso fue
el año ochenta y uno.
El Frente Cero no existía en todo Valparaíso; había un
grupo en el Cerro Forestal, además de nosotros, que estábamos
en el sector de Recreo y Esperanza (ahí llegamos a tener dos
grupos). Después, nos fuimos todos para Santiago. En el caso de
Concepción también fue así. Como eran ciudades pequeñas, si te
quemabas te mandaban a buscar, y tenías que irte para Santiago.
Fue el desarrollo natural de la orgánica. Julio Guerra perteneció a
nuestro grupo, también Mauricio Arenas y su hermano, Arnaldo, al
igual que Fernando Larenas y yo. Los cinco nos fuimos a Santiago
y nos seguimos desarrollando allá, pero ya en las filas del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez. El Frente Cero no podía solventar
una iniciativa como esa, no tenía los recursos para mantener una
estructura. Pasar a la clandestinidad supone una actividad de
tiempo completo, lo que exige recursos.
El año ochenta y dos salieron los primeros compañeros
de la Región a cursos en el exterior, como parte de las medidas
39
que implementó el Partido tendientes a fortalecer la Política de
Rebelión Popular.(19) Había dos cupos para nuestro contingente.
Conversó con nosotros el Secretario de Viña, intercambiamos ideas
respecto de quiénes eran los más indicados para viajar, y fueron
seleccionados los compañeros Julio Guerra y Fernando Larenas,
que se fueron por un año. Los que quedamos en Chile tuvimos
tan mala suerte que, a comienzos de ese año, hubo problemas de
seguridad con el Secretario Regional, y quedamos descolgados.
Recién a finales de año tuvimos algún contacto con militantes
del MIR, e hicimos un par de acciones de propaganda callejera
con ellos. No había sectarismos entre partidos, había un espíritu
común de querer luchar contra la dictadura. No se trataba de ser
comunista a ultranza, si a mí se me ofrecía la posibilidad de luchar,
ahí iba a estar. A finales de ese año regresó Fernando Larenas, y
43
la sensación de que las balas estaban pasando cerca, a un metro,
cuando escucho que Joaquín comienza a disparar. La misión que
yo tenía era que, llegado el caso, debía asumir la subametralladora
de otro compañero, porque yo era el único en el grupo que
tenía instrucción. Cuando estaba recibiendo la subametralladora
escuché a Joaquín que gritó: “¡Le di, le di!”. Estaba disparando de
a dos tiros, y tenía buena puntería. Yo hasta ese momento no veía
nada, ni siquiera sabía a qué le estaba disparando él. Sólo sabía que
estaba respondiendo a los balazos que venían del lado contrario.
El compañero que me pasó la subametralladora se quedó con una
pistola y un paquete de miguelitos. Su misión era esparcirlos si nos
perseguían por la calle donde estaba nuestro auto, pero apenas
yo tomé la subametralladora él salió corriendo. Joaquín estaba
parapetado en la esquina, a cinco metros de donde yo estaba, más
allá había un bus, y vi unos fogonazos. En un primer momento
pensé que el disparo de Joaquín había dado en la micro y disparé
en esa dirección, pero no me salió el tiro. ¡El seguro estaba puesto!
Le saqué el seguro y disparé, pero de nuevo no salió el tiro: el arma
no estaba ni siquiera amartillada. En ese momento Joaquín se dio
media vuelta y me dijo: “Ya, vámonos”. Así que ni siquiera disparé
un tiro. Nos fuimos trotando y conversando. No avanzamos ni
veinte metros cuando vemos el paquete entero de miguelitos tirado
en la mitad de calle; tuvimos que comenzar a esparcirlos con los
pies, porque el compañero los dejó ahí, sin desparramarlos, y salió
corriendo… así no servían de nada.
Lo otro que recuerdo de esa acción es que teníamos
una segunda contención una cuadra más arriba, con una
subametralladora. Con Joaquín corrimos esa cuadra, cada uno
con su subametralladora, ya estábamos cansados, y cuando vamos
llegando al auto (en esa acción estaba como chofer operativo
el compañero Figueroa, el de la escuela de Varas Mena(23)),
escuchamos nuevamente tiros, una ráfaga. Nos paramos, nos
escondimos para mirar, y vimos a más de media cuadra al
compañero de la contención, caminando y dando tiros al aire,
vestido con un poncho grande. Fue muy loco verlo, era de noche,
iluminado sólo con los faros de los autos, parecía un personaje
sacado de una historia del tiempo de la independencia.
47
Me fui a Santiago, entonces, en mayo del ochenta y cuatro.
En ese momento Joaquín estaba preso en la cárcel de Valparaíso.
Julio Guerra, que había llegado con Fernando Larenas de su
formación en Cuba, también estaba trabajando en la capital. A
mí me asignaron la responsabilidad sobre tres grupos, algo así
como Jefe de Zona en Cerrillos-Maipú. Unos ayudistas del Frente
me facilitaron una pieza donde podía vivir. Yo no conocía bien
Santiago, no había ido más de diez veces en mi vida, era un salto
bastante grande irme de Valparaíso para allá. Eso tenía su lado
positivo desde el punto de vista de la seguridad, porque no me
conocía nadie.
Por esos días, en junio, había habido un ataque al Batallón
de Inteligencia, en plena Alameda, donde participó Víctor Díaz.
En esa operación hubo heridos. Víctor Díaz fue uno de ellos y
también el jefe de grupo, Luis Belmar. La estructura del Frente
estaba teniendo problemas para conseguir una clínica segura. Eso
lo supe después. Yo recién estaba asumiendo mi cargo, y para ese
entonces ya me había reunido con uno de los Jefes de Grupo, quería
saber cómo eran los combatientes y su nivel de instrucción. En
eso llega el compañero que se me había presentado como Jefe de
Santiago. Él andaba en un Subaru, que era un vehículo pequeño, y
llegó con el auto hasta mi casa, cosa que no era muy recomendable
en términos de seguridad (y en el Frente éramos bastante estrictos
en ese tipo de cosas). Yo era un subordinado, estaba como cinco
escalones más abajo que él, y fue a decirme que tenía que preparar
el secuestro de una ambulancia, que con los grupos de los que yo
disponía, en una semana tenía que hacer un plan para conseguir
una, porque había un “problema”, pero no me contó nada más.
Sólo me pidió que cuando yo tuviese el plan listo me comunicara
para que me dijera cuál iba a ser el día y por donde debía llevar la
ambulancia para recoger a un compañero herido. ¡Quedé loco! ¡Ni
siquiera conocía un hospital en Santiago y tenía que conseguir una
ambulancia, tomándola a la fuerza!
Comencé a darme vueltas por una clínica en Maipú que
tenía ambulancias, viendo los horarios. Pasaron unos cuatro
días, yo estaba en la casa de los compañeros ayudistas viendo las
noticias cuando veo el auto, el Subaru, por la televisión, lo habían
interceptado y acribillado en la Rotonda Departamental, donde
habían muerto dos personas. Yo pensé que el compañero había
48
muerto. Pensé: “Murió mi jefe, quedé solo aquí, botado”. Antes
me había visto con Fernando, y teníamos un encuentro que era
irregular, porque él era de otra estructura, pero más o menos cada
semana hacíamos un contacto. Rodrigo había autorizado ese cruce,
porque yo estaba recién llegado a la capital y consideraba que era
bueno que Fernando estuviese echándome una mano. Cuando vi la
noticia, al día siguiente me fui a un punto de emergencia que tenía
con Fernando, en la estación Rondizzoni del Metro. Fernando
andaba en una moto, se acercó a mí con el casco puesto, yo lo miré
desconfiado (no sabía que era él ni que anduviera en moto), se
levantó el casco y lo pude reconocer, me indicó que me subiera. Nos
fuimos a una fuente de soda a conversar y él estaba visiblemente
impresionado, porque no se convencía que era yo la persona que
tenía enfrente suyo. En ese tiempo me había dejado barba y andaba
con un gamulán, y en la foto que apareció en el diario, en que
estaba Patricio Sobarzo muerto, se veía a un hombre con barba y
vistiendo un gamulán, motivo por el cual, cuando Fernando vio
la noticia, creyó que yo era el muerto. De hecho, cuando se vio
con Rodrigo a las ocho de la mañana, le dijo: “Pepe murió”. Claro,
Rodrigo sabía que ese auto era de la estructura de Santiago, y sabía
que yo estaba en la tarea de conseguir una ambulancia, entonces
con Fernando miraban la foto del diario, y Rodrigo le decía:
“¿Tienes seguridad de que es Pepe?”. Fernando siempre creyó que
yo había muerto, por eso cuando nos encontramos, me abrazaba y
me decía: “¡No estás muerto!”.
Después que cayó la estructura de la jefatura en Santiago,
por el asunto del ataque en la rotonda donde murieron Patricio
Sobarzo y Enzo Muñoz, en junio, conocí personalmente a Rodrigo.
El día que me vi con Fernando, una de las cosas que me dijo fue que
tenía una cita en tres días más con Rodrigo: “Lo vas a conocer”. Nos
encontramos en Los Leones, y nos pusimos a caminar y a conversar.
Me preguntó de dónde venía y otras cosas, la típica conversación
para conocernos un poco, hasta que finalmente me preguntó hasta
qué punto estaba dispuesto a asumir grandes responsabilidades;
yo le contesté que hasta el punto en que confiaran en mí y que yo
me sintiera capaz de asumirlas.
La situación que acababa de vivir el Frente había rebasado
los límites en aspectos de seguridad, por eso Rodrigo quería cambiar
toda la estructura de Santiago, ¡y me propuso a mí que me hiciera
49
cargo! Yo había estado apenas dos semanas intentando hacerme
cargo de tres grupos y me asignan esta tremenda responsabilidad.
Santiago tenía en esa época como cuarenta grupos, Unidades de
Combate, que correspondían básicamente a la anterior estructura
del Frente Cero, que de un día para otro pasó a llamarse Frente
Patriótico Manuel Rodríguez. Lo primero que le dije fue que yo ni
siquiera conocía las calles de Santiago, que esa responsabilidad me
superaba. Rodrigo me explicó entonces que no había otra persona
y que él me iba a ayudar directamente. Así comencé a trabajar con
él, nos reuníamos todas las semanas y me ayudó bastante. A final
de año terminó esa tarea y me entregaron el mando de grupos
especiales. Yo conocía los cuarenta grupos que había en Santiago,
por lo tanto tenía que escoger de ahí a quienes conformarían esos
grupos especiales, a los que yo considerara los mejores. Así que
elegí un grupo de Puente Alto, donde estaba Patricio González,
otro de Conchalí, donde estaba el Negro Oscar, y otro de Santiago
Centro. A esos grupos comencé a darles instrucción y preparación.
El accionar durante el primer año del Frente fue esencialmente
de propaganda armada, para mostrar que este nuevo referente
existía; el objetivo político era darse a conocer hacia fuera.
Internamente se trataba de foguearse, ganar experiencia e ir
perdiendo el miedo. Ese período duró seis meses. Luego, en
agosto, cuando se produjo el asalto a las armerías, las acciones
adquirieron una perspectiva más compleja. En esa ocasión
actuaron tres grupos operativos juntos, por lo que desde el punto
de vista de la coordinación, había una serie de variables que
manejar. En ese tipo de armerías no hay armas de guerra, tienen
más bien escopetas y armas cortas, así que desde un punto de vista
concreto, el tipo de armamento que recuperamos no era un gran
aporte, por lo que primaba más bien el aspecto propagandístico
de la acción. Esa operación la hizo el Destacamento del Frente,
que ya tenía un tramo recorrido, eran compañeros que llevaban
un tiempo realizando acciones. Porque la primera operación
compleja del Frente fue la ocupación de Radio Minería(25), donde
actuó todo el Destacamento. En un sector que era muy peligroso,
por tener mucha densidad enemiga, mucha fuerza represiva. Pero
salió limpia, sin un disparo. Las mejores acciones son aquellas en
que no se da un solo tiro.
52
así, y Rodrigo hacía mucho hincapié en eso, quienes morían tenían
nombre, sabíamos quienes eran, en qué condiciones quedaba su
familia. Había una serie de preocupaciones desde el punto de
vista humano. Esos énfasis construyeron nuestra mística. Son
cuestiones subjetivas, detalles que se van forjando en el trabajo,
pero que hacen una diferencia. La misma promesa que se hacía al
ingresar a la organización, y luego en los acuartelamientos antes de
las operaciones, cuando se ponía el himno del Frente y se cantaba,
todo eso contribuía a las convicciones y a la decisión con la que se
hacían las cosas.
Desde el punto de vista de la preparación técnica, hubo
momentos en que todos los grupos del Frente habíamos pasado
por cursos. En el grupo de cinco personas al que yo pertenecía,
los cinco habíamos tenido preparación en Cuba. Eso nos daba una
calidad operativa bastante superior a la de la policía, es decir, si
ese grupo se enfrentaba a cinco policías, tenía una superioridad
inmediata en la preparación. Sin contar que, además, nuestra
moral combativa era a toda prueba, porque teníamos la convicción
de estar luchando por una causa justa. Eso nos hacía superiores
en el combate. La dificultad de las operaciones urbanas es que no
se pueden prolongar demasiado, porque te cercan rápidamente.
Tienen que ser acciones de irrupción breve, y salir en seguida.
En ocasiones se pudo haber aniquilado algunas fuerzas, aunque
algunos compañeros quedaran heridos, pero yo no recuerdo que
se haya decidido hacer operaciones de aniquilamiento (que es un
tipo de operación urbana), porque por esa vía no íbamos a ganar,
debido a la desigualdad numérica, los enemigos se contaban por
miles. Más que la destrucción material, teníamos que enfocarnos
en otro tipo de acciones, que fueran afectando su moral y ganando
la simpatía popular.
A los que sin duda teníamos la voluntad de aniquilar, era
a los agentes de la CNI(27), pero era difícil encontrarlos. Eran
27 El 12 de agosto de 1977 la Junta Militar deroga el Decreto Ley que en 1974
había dado origen a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y dicta el
decreto que crea la Central Nacional de Informaciones (CNI). La principal
diferencia entre ambos aparatos represivos es que el primero dependía de
la Junta de Gobierno, en cambio la CNI pasa a depender directamente de
Pinochet. También se aprecia un cambio de táctica entre ambas instituciones:
la CNI recurre poco a la desaparición forzada de personas, que sí utilizo la
DINA, pero en cambio opta por los falsos enfrentamientos, los seguimientos,
amedrentamientos, detenciones ilegales y la tortura.
53
más bien encuentros fortuitos, enfrentamientos que se daban en
la calle, pero encontrar un lugar donde hubiese dos o tres CNI
era muy difícil. Ellos se cuidaban, conspiraban, andaban de civil,
y cuando los fuimos a buscar a sus cuarteles, siempre resultaron
tiroteos desde fuera, no fueron asaltos, eran ataques externos, de
dar algunos tiros y retirarse, sin saber si algún CNI había quedado
herido. Esos ataques consistían en pasar en una camioneta,
dar unos tiros a los guardias y seguir. Los demás estaban bien
protegidos.
54
Fernando Larenas
56
La clínica quedaba justo en frente de una plaza, así que la
podíamos chequear desde ahí con facilidad. La mayor dificultad
era entrar, había que hacerlo disimuladamente, porque si los
gendarmes se daban cuenta de la operación, se podían encerrar en
la habitación, y si habían tiros podía ser peligroso para Fernando.
Además, sabíamos que ellos tenían una subametralladora. Había
que entrar con un engaño. Entonces, se nos ocurrió entrar
enmascarados como agentes de la Policía de Investigaciones. Le
mostramos el plan a Mónica y dijo que podía resultar. La reja
del antejardín tenía un candado, así que teníamos que hacer
coincidir nuestra entrada con el momento en que Mónica fuera
saliendo. Ella salía cómo a las siete de la tarde; había que coordinar
cronométricamente con ella para entrar justo en ese momento.
No queríamos tener que dar explicaciones al personal de la clínica
para que nos abrieran. Finalmente salió todo según lo previsto.
Mónica iba saliendo y llegamos tres de nosotros, vestidos con
chaquetas, y para darle más credibilidad a mi papel de inspector
de la policía, lo primero que hice, yendo al frente del grupo, fue
dirigirme a ella: “Buenas noches, señora Mónica”. “Cómo está
inspector”, me dijo ella. “Vengo a interrogar a Fernando, su marido,
necesito conversar con él”. Ella se da media vuelta y la enfermera,
que la había ido a dejar a la puerta y que había escuchado nuestra
conversación, también se da la vuelta y nos deja pasar. Pasé yo,
Humberto, y otro compañero que traía una subametralladora en
la mano. La enfermera cerró la puerta y seguimos a Mónica.
Los gendarmes estaban todo el día sentados haciendo
guardia en una silla en la habitación de Fernando, que era un
cuarto grande que daba hacia un balcón. A veces estaban afuera y
jugaban naipes, pero por lo general estaban todo el día encima de
él, cuidando ese espacio.
Primero subió Mónica, ella tenía que hablar fuerte y saludar
a los gendarmes, para que nosotros supiéramos dónde estaban.
Sabíamos que habían tres dormitorios y que al frente estaba el de
Fernando. Yo estaba más abajo, en la escalera, y detrás mío estaba
el Negro Oscar con una pistola. Otro compañero había entrado en
la sala grande, donde habían dos enfermeras. Se presentó como
miembro de la Policía de Investigaciones, y estaba hablando con
ellas con una subametralladora en la mano: “Estamos haciendo un
operativo especial”, dijo, mientras la gente miraba. Las enfermeras
57
no nos veían a nosotros, yo iba subiendo los primeros escalones,
escuchando lo que pasaba arriba. Mónica saludó inmediatamente:
“Cómo está, señor”, le dijo a un gendarme. Entonces supe que uno
de los gendarmes estaba en la primera habitación. Subí rápido,
pues mi tarea era reducir al primero, el Negro Oscar debía reducir
al segundo. Cuando llegué arriba vi que la habitación estaba
abierta, entré con la pistola y le dije al gendarme: “Ya, quédate
quieto”. Había dos camas, con dos viejitos enfermos, tapados hasta
el cuello, y levantaron las manos ellos también. El gendarme estaba
jugando cartas con los viejitos, y cuando me vio, se tiró al suelo,
puso las manos atrás, le puse un pie encima y lo esposé. Miré hacia
el pasillo y escuché un disparo. Se trataba del otro gendarme, que
se fue encima de Oscar e intentó arrebatarle la pistola, hubo un
forcejeo, y el compañero tuvo que disparar. Yo le quité el revolver
al gendarme que había reducido y lo dejé ahí esposado. Me dirigí
hacia la otra habitación, pasé por encima del cuerpo que estaba
atravesado en el pasillo y llegué donde Fernando. Cuando me vio,
se rió. Mónica ya estaba ahí, y le indicó que se vistiera rápido,
mientras yo buscaba la subametralladora que sabíamos que los
gendarmes tenían. No la encontré, me demoré como 30 segundos
revisando toda la pieza, hasta qué Fernando se me queda mirando,
mientras se vestía, y me indica el lugar donde había una ropa tirada,
justo donde yo no había mirado. Levanté la ropa y ahí estaba el
arma; él ya sabía dónde la guardaban. Cuando pasamos caminando
por el pasillo, le dijimos: “Fernando, camina con cuidado, levanta
el pié”, porque estaba el tipo tirado, con sangre, en el piso, y él se
rió y dijo, burlándose de él: “Ah, ese era el que abusaba de mí”.
Así supimos algo que Mónica nunca nos había contado, porque
no quería que fuéramos con rabia a la operación. Fue Fernando el
primero que lo comentó cuando pudimos conversar estando en la
casa de seguridad. Nos contó que los gendarmes abusaban de él,
que lo golpeaban, que le daban cachetadas (cuando estaba solo, no
cuando estaba Mónica), diciéndole: “Así que tú eres del Frente”,
y lo pellizcaban. Menos mal que no lo sabíamos, sino hubiésemos
llegado disparando nomás. Porque fueron dos o tres meses durante
los que abusaron de nuestro compañero.
Fernando Larenas cumplió un papel importante en los
primeros años, desde que el Frente Patriótico irrumpió. Esos años
fueron los más difíciles. El Frente se dio a conocer a nivel nacional
58
por la toma de la Radio Minería, acción que fue sacada casi a pulso
en gran medida por él. Digo casi a pulso porque en esos momentos
siempre había dificultades, por lo general era más fácil cancelar las
operaciones que llevarlas a cabo. Rodrigo estaba muy impresionado
con Fernando (y Rodrigo era una persona muy rigurosa desde el
punto de vista operativo). Un día le dijo a Salomón (Fernando):
“Sería bueno tomarnos una radio para emitir una proclama, ¿cuál
crees tú que es buena?”. Rodrigo había estado considerando la
Radio Agricultura, que tenía un estudio pequeño. Fernando le
dijo que iba a pensarlo, que se juntaran una semana después. En
ese encuentro, Fernando le dijo a Rodrigo que había encontrado
otra radio mejor, y fueron a verla. Esto lo contó Rodrigo después:
“Fernando me llevó a Tobalaba con Providencia, donde estaba el
edificio de Radio Minería, a una cuadra del Hospital Militar, lo que
lo hacía un lugar complicado”. Pero Fernando le dijo: “Ésta tenemos
que tomarnos”. Rodrigo le contestó que había que pensarlo bien.
Diez días después, Fernando le llevó el plan operativo completo.
Había hecho las exploraciones con su gente, y le dijo: “Dentro
de tres días ya lo podemos hacer”. Así era Fernando. Incluso,
poco tiempo antes de ejecutar la operación, cuando estaban
acuartelados, falló uno de los combatientes, que no llegó, entonces
Fernando se reunió con los tres jefes de grupo (porque participó
todo el destacamento en la operación de la Radio Minería), y les
contó cómo estaba la situación, y Recaredo (Ignacio Valenzuela),
que era otro tipo muy impetuoso de esa misma estructura (era
uno de los jefes de destacamento), planteó postergarla, lo que
era bastante lógico porque no había llegado un chofer, y Salomón
dijo: “No, no, estoy convencido, está todo listo ahora, tiene que
ser ahora”. Hizo un cambio, sacó a un combatiente de una misión,
que quedó con un elemento menos, y lo puso como chofer.
Alguien dijo que no podían estar improvisando, pero él insistió en
que se daban todas las condiciones, y que había que tener cierta
flexibilidad. Tal vez yo hubiera actuado como Recaredo, pues tenía
sentido su reticencia. En ese sentido Fernando era bastante audaz
y hasta temerario, pero muchas veces las cosas resultan porque se
actúa impetuosamente, a veces debe ser así. Porque si la operación
se cancela, y se espera que estén otra vez todas las condiciones,
puede que nunca se llegue a realizar. La acción fue absolutamente
exitosa, sin necesidad de disparar un tiro.
59
Por esos motivos Rodrigo sentía que el Frente le debía a
Fernando una especial consideración, porque fue una persona
fundamental en su construcción, en sus comienzos. Evidentemente
no quería decir que fuese imprescindible, o irremplazable, pero
aportó como pocos en esa coyuntura. De hecho, los grupos
que quedaron constituidos por Salomón continuaron siendo
una estructura especial, que Rodrigo atendía directamente,
paralelamente a los grupos con los que yo trabajaba. Por eso,
cuando me dieron la misión de rescatar a Fernando, pensé que
deberían habérsela dado a ellos, pues se trataba de rescatar a su
jefe, había ahí un factor de orgullo y de mística; ellos, además, ya le
habían propuesto a Rodrigo ir a rescatarlo. Tanto así que, un día en
que yo estaba entrenando (íbamos a un parque en Santiago para
hacer preparación física), llegó Ignacio Valenzuela (Recaredo),
que era jefe de la estructura de Fernando, y me contó que Rodrigo
nos había dado la misión a nosotros, y me pidió que yo hiciera lo
posible por darle una tarea a él. Fue una cosa bastante emotiva,
porque me decía que sentía una gran admiración por Fernando:
“Dame una tarea, para que por lo menos alguien del destacamento
que dirigió Fernando esté ahí”. Vi a Recaredo emocionado hasta
las lágrimas al hacerme esa petición. Le dije que le iba a preguntar
a Rodrigo si acaso lo autorizaba, yo no podía tomar una decisión
de ese tipo. Sabía que Rodrigo iba a decir que no, porque no se
podían cruzar las estructuras. No sé por qué Rodrigo nos entregó
a nosotros la misión, yo creo que sabía el nivel de compromiso y
de hermandad que había entre Fernando y yo, y probablemente
pensó: “Pepe se va a jugar lo que sea por sacarlo de ahí”. Me imagino
que algo así fue. Aunque tengo la certeza de que la otra estructura
también lo habría hecho bien, pues incluso tenían más experiencia
combativa que nosotros. Las principales acciones operativas del
año ochenta y cuatro las habían hecho ellos.
60
Mauricio Arenas
61
en el Frente. Los antecedentes de cómo fue la situación cuando él
cayó se transmitían de boca en boca. Era un compañero nuestro,
un hermano joven, jefe de un grupo operativo del Frente y, en un
momento, se vio directamente enfrentado a la muerte, porque lo
conminaron a entregarse. Pero él, con muy pocas posibilidades de
salir de esa situación con vida, no vaciló en ningún momento e hizo
el gesto de tomar un arma, para no entregarse, para luchar hasta
el final. Así murió, sin un atisbo de vacilación, según el testimonio
de los compañeros que estaban con él, y que consiguieron salir
con vida. Yo tuve la oportunidad de escuchar de primera mano
el relato de esos dos compañeros, y es realmente impactante, te
hace reflexionar si uno en esas circunstancias habría tenido la
firmeza de espíritu que él tuvo para reaccionar así, sabiendo que
moriría. Los policías le dieron el alto a unos treinta metros, en una
esquina, con un foco, de noche. Patricio González iba conduciendo
un auto, le ordenaron que se bajara con las manos en alto, y él
inmediatamente tomó una subametralladora y comenzó el tiroteo.
Hay que tener mucha convicción para hacer algo así. Ejemplos
como ese perduraban en el Frente como unidades de memoria;
de hecho, la primera escuela del Frente, la Escuela Nacional, llevó
el nombre de Patricio González, en homenaje a su consecuencia.
Además, él era un compañero bastante querido en el Frente, por
su modestia, por su humildad, era un compañero valioso.
Lo de Mauricio Arenas Bejas también fue épico, y se
comentó entre las filas del Frente durante mucho tiempo, como
una leyenda. Él iba en un colectivo por Vicuña Mackenna, hacia
el sur; se dirigía al Paradero 19 a encontrarse conmigo. Yo estaba
esperándolo en una casa, junto a otra persona del Frente. Cuando
Mauricio llegó a la altura del Paradero 14, se dio cuenta que lo
estaban siguiendo; era un vehículo sin patente, de esos siniestros
autos que usaba la CNI. Decidió bajarse en la rotonda, para no
llevar la cola adonde estábamos nosotros. Cuando comenzó
a caminar vio que se bajaron dos tipos del auto; dio una vuelta
y retrocedió por Vicuña Mackenna en dirección al centro de
Santiago, aproximadamente una cuadra. Ahí hay una calle que une
las dos vías de Vicuña Mackenna, que en ese tramo están separadas.
Cuando Joaquín (Mauricio Arenas) vio que lo seguía un tipo, unos
veinte metros más atrás, sacó su arma (usaba una pistola 45, que
es bien particular, porque hace mucho ruido cuando se dispara y
62
tiene poca munición, sólo siete tiros). Andaba con tres cargadores,
es decir, con 21 tiros. Cubrió la pistola con un diario que andaba
trayendo y siguió caminando. Un poco más atrás del primer
tipo que lo seguía apareció otro. Joaquín comenzó a estudiar la
forma de salir. Al doblar la esquina se dispuso a esperar, y cuando
apareció la persona que lo seguía, le disparó. El CNI saltó hacia
atrás y Joaquín corrió. A un lado de la calle había un muro de
unos cincuenta metros de largo, intentó subirlo para ver qué había
del otro lado. Cuando estaba en eso, escuchó los disparos, que
comenzaron a dar en la pared. No consiguió trepar y se devolvió.
Lo único que vio para parapetarse, a mitad de cuadra, era un viejo
auto, estacionado al lado de una casa, un antiguo Chevrolet. En la
otra esquina estaba el auto que lo había seguido, del que se bajaron
otros tipos; también vio que habían empezado a llegar refuerzos,
con fusiles y subametralladoras. La situación se estaba poniendo
más pesada. Siguieron los disparos.
Hasta ese momento él no estaba herido y en lo único que
pensaba era en la protección que le podía brindar el viejo auto
estacionado. Así que se refugió detrás de él. No podía moverse más
allá porque tenía fuego en las dos esquinas. El hombre al que él ya
le había disparado le estaba dando tiros con pistola. Se zambulló
debajo del vehículo y comenzó a disparar para uno y otro lado.
Los tipos no avanzaban, pero comenzaron un nutrido tiroteo.
Cuando los neumáticos fueron perforados, el auto bajó sobre
él; apenas podía moverse, sin embargo, seguía disparando para
ambos lados, pero todos los tiros de él eran bajos, no podían ser
más altos. Era una persona sola con una pistola, contra siete u ocho
tipos con armamento pesado, Debe haber sido un enfrentamiento
prolongado, aunque es muy difícil saber con precisión cuanto
tiempo pasó.
Joaquín cuenta que escuchaba hablar a los chanchos que
se preguntaban entre ellos: “¿Con qué arma estará ese huevón?”.
Escuchaban el atronador sonido de su pistola y estaban recelosos de
acercarse. Pero en determinado momento Mauricio ya comienza a
recibir balazos. Se da cuenta que las balas le rajan la piel, percibe
las perforaciones, pero con la adrenalina no siente mayor dolor;
él dice que su mayor dolor era la soledad, que no estaba con
sus hermanos, que estaba solo enfrentándose con ese grupo de
asesinos. En un momento comenzó a quedar inconsciente, le llegó
63
un tiro en la cabeza, que le entró por un ojo. Sentía que estaba
lleno de sangre, que estaba mojado, porque la sangre le caía por
todo el cuerpo, mientras, seguía dosificando los tiros: uno para
una esquina, el otro para la otra, para un lado, para el otro, poco a
poco.
Era tanto el odio que sentía por los agentes de la CNI, que
comenzó a destruir todo lo que andaba trayendo, sabiendo que
se moría, para que no se quedaran con nada de él, con ninguna
pertenencia personal. Rompió su reloj, unas notas escritas que
tenía, cosas pequeñas, un saludo de Tamara, lo destruyó todo,
una foto de su hijo; incluso destruyó el dinero, unas veinte lucas,
para que ni siquiera se quedaran con eso. Es una muestra de la
lucidez que mantuvo hasta el final. Después, cuando ya estaba
quedando totalmente inconsciente, dice que escuchó pasos y que
alguien decía: “Con cuidado, que puede estar aún vivo”, y cuando
ya estaban a unos pocos metros, escuchó una ráfaga, que fue el
remate final que le dieron. Una ráfaga que le dio en las piernas.
De pronto, inesperadamente, llegó una ambulancia. Seguramente,
en vistas de aquel tiroteo infernal, algún vecino debió llamar a
emergencias; por ese motivo pienso que debe haber sido un largo
enfrentamiento, pues dio tiempo a que llegara una ambulancia. Se
bajó un médico y la CNI intentó echarlo del lugar, probablemente
para poder matar a Joaquín sin que hubiese testigos, pero el
médico les plantó cara y les dijo: “Hay una persona herida, tengo
una llamada, me lo tengo que llevar, hice un juramento y es mi
obligación”. Afortunadamente, ese médico peleó con los CNI para
llevárselo. Finalmente, los tipos se subieron a sus autos sin placas
y se fueron. Los enfermeros subieron a Joaquín a la ambulancia y
lo llevaron al Hospital Sótero del Río. Tenía siete o nueve tiros en
el cuerpo.
Cuando recuperó la conciencia, unos días después, pudo
describir todo lo que sucedió, lo que sintió, todo lo que significó
para él esa experiencia, hizo dos o tres escritos de media página
sobre lo que recordaba.(29) Tenía talento para la escritura, y esas
páginas llegaron a nuestras manos y se hicieron correr, se copiaron,
eran bastante impactantes. En una parte dice que, durante el
enfrentamiento, él pensaba: “Mi mayor dolor es no estar hoy con
65
La internación de armas en Carrizal Bajo,
una operación del Partido
68
en manos del Frente, por la desconfianza que nos tenía. Por otro
lado, hay que tomar en cuenta que esa operación era producto
de un acuerdo entre el Partido Comunista Chileno y el Partido
Comunista Cubano, entonces, tal vez, el Partido consideró que
eran ellos los que tenían que hacerse cargo. ¡Pero el Frente era
parte del Partido!, y hubiese sido lógico mandar a su comisión más
especializada, a quienes estaban entrenados para hacer ese tipo de
trabajos. Yo no tengo la información de por qué se procedió así. Lo
cierto es que, si esa tarea la hubiese asumido el Frente, el proyecto
Carrizal no se habría construido de la manera en que se hizo. No
era necesaria toda esa vulnerabilidad a la que quedaron expuestos,
con la bohemia que tenían los compañeros que estaban a cargo, ni
esa serie de situaciones en que van dejando pistas de su accionar,
lo que va demostrando un cierto nivel de relajo. Los compañeros
que participaron podrán hablar de cómo era la dinámica en los
campamentos. Lo claro es que no fue sensata esa decisión del
Partido, el Frente era la estructura más indicada para hacerlo.
Los que tomaron esa decisión tendrán sus razones y tendrán que
hacerse cargo.
69
José Valenzuela Levi
71
de participación en el intento de colocar explosivos que estallaran
al paso de la comitiva de Pinochet. Por eso yo sabía que Pinochet
era un objetivo.
En mayo o junio del ochenta y seis, mientras estaba a
cargo de una estructura independiente que respondía sólo al jefe
del Frente, Rodrigo me comunicó que debía colocar a punto al
personal con el que yo contaba, a todos los compañeros de esa
estructura, para una misión “de envergadura”. Eso es todo lo que
me dijo en un principio. Pasaron unos quince días hasta que me
comunicó de qué se trataba la operación, aunque no me dijo dónde
se realizaría ni nada muy específico. Me explicó someramente
que era una operación para ajusticiar al tirano mediante una
emboscada, y que yo tenía que hacerme cargo de que el personal
estuviese bien dispuesto, que si veía flaqueza en alguno debía
apartarlo. Ya en agosto me informó que la fecha se aproximaba,
que debía concentrar al personal y plantearles a los compañeros de
qué se trataba la misión, sin decirles el objetivo, nada más que se
trataba una operación de envergadura y de disposición voluntaria.
Debía planteárseles que en esa operación había un cinco por
ciento de probabilidades de salir con vida (eso no era tan exacto,
aunque sí se corría un gran riesgo). Cuando les hice la pregunta a
los compañeros rodriguistas que estaban en mi estructura, yo ya
tenía una idea general de la operación, y en un comienzo estaba
efectivamente concebida de modo que había pocas posibilidades
de salir con vida, porque no había una retirada planificada. La
emboscada estaba concebida sin los carros de retirada que se
agregaron después. Una vez ejecutada la emboscada debíamos
replegarnos hacia el cerro, lo que significaba que nos perseguirían
con helicópteros, con perros y con todos sus recursos. Para llegar a
Santiago a través de los cerros, por los faldeos de la pre-cordillera,
nos hubiésemos demorado casi un día.
Cuando Rodrigo me comunicó cual era el objetivo, sentí
una mezcla de alegría y orgullo, porque pensé inmediatamente
en la dimensión del hecho, sentí el peso de la responsabilidad.
Evidentemente, también sentí temor al analizar que, con mucha
probabilidad, eso fuese lo último que hiciera. Pero sabía que valía
la pena, o me auto convencía de ello. Era muy difuso pensar en
los torturados, en los muertos, entonces, durante ese proceso, yo
focalizaba mucho mi voluntad de participar en esa acción, y de su
72
justeza, en la figura del Chicho(31). Como mencioné anteriormente,
para el golpe militar de 1973 yo tenía 14 años, y recuerdo con
claridad a mi papá escuchando las últimas palabras de Allende por
la radio. Mi padre era un socialista de larga trayectoria, amigo de
Allende, y escuchó muy solemnemente ese último discurso. Por
eso para mí quedó una admiración y un respeto muy hondo por
Allende, por esas últimas horas en que se comportó con gallardía,
con coraje, con una fibra increíble. Él era un tipo que tenía más
de sesenta años, médico, que se inclinaba por la vía pacífica, y sin
embargo, mientras otros que eran más cabeza caliente arrancaron
o se asilaron, él murió ahí, defendiendo el proyecto de la Unidad
Popular. Entonces yo, en esos minutos de tensión que me tocaron
vivir, me imaginaba qué pasaría por su mente cuando llegó la hora
de cumplir con lo que había dicho, que de La Moneda lo iban a
sacar muerto: “Yo aquí me muero, esto es lo último”. Para eso
hay que tener coraje, para ser capaz de hablar como lo hizo por
la radio; para dar ese último mensaje hay que tener templanza,
tener la fibra de un hombre con convicciones, con dignidad. Eso
me animaba mucho.
También pensaba en cuántos chilenos querrían estar en el
lugar donde yo iba a estar, muchos chilenos que vivieron en carne
propia la represión y sufrieron los atropellos a sus derechos, o que
perdieron a sus personas queridas, los hijos de los desaparecidos,
o los hijos de los torturados, que cargaban una tremenda rabia, un
gran odio; entonces me decía a mí mismo que era un privilegiado,
porque yo no fui tocado íntimamente desde ese modo, y sin
embargo podía estar ahí, en esa posición. Sentía, entonces, que
debía canalizar y transmitir a través de mi acción toda esa rabia,
todo ese odio que había en muchos compatriotas. Finalmente,
me sentí tranquilo y honrado de poder participar de esa tarea.
Eran por lo general pensamientos muy concretos. Después, para
vanagloriarse, uno puede decir, mentirosamente: “Yo pensé en
la trascendencia histórica del hecho”, o que “íbamos a quedar
inscritos en la historia de este país”. Pero no, no pensamos nada
de eso.
En términos más particulares, pensé también en dos
cuestiones: en primer lugar, en Mauricio Arenas, que no estaba
31 Modo familiar con que las personas cercanas a la Unidad Popular se
referían a Salvador Allende.
73
considerado en un comienzo para participar en la acción, porque
había otro jefe, y él ya me había reprochado por no haber podido
estar en el rescate de Fernando Larenas (porque finalmente no fue
autorizado). Para esta misión, Rodrigo me dio una orientación para
el reclutamiento de los combatientes, me dijo: “Yo no quiero que
vayan todos los mejores jefes, porque hay pocas probabilidades
de salir con vida, y si efectivamente sucede lo peor, vamos a
quedar muy debilitados. Deberían ir sólo algunos jefes y buenos
combatientes”. Finalmente conseguimos que fuera Joaquín y que
también se incorporara Víctor Díaz, aunque por su nombre fue
más difícil que él fuera, el Partido no quería que lo hiciera, pues
su filiación, infelizmente, pesaba para él. (32) Rodrigo sabía que
eso le traería problemas. Que haya decidido incorporar a Víctor
Díaz tiene que ver con el modo en que Rodrigo se las jugaba.
Cualquier otro, para no tener problemas con el Partido, no lo
hubiese sumado. Pero él pensó en el hombre, en el combatiente,
en el militante que tenía méritos de sobra para ir. Su nombre no
podía seguir siendo un estigma para él, además, era uno de los que
estaba desesperado por actuar, especialmente porque su padre era
un desaparecido, razón suficiente para querer estar ahí. De hecho,
cuando yo le comuniqué que participaría de la acción, él no me
creía, llegó hasta a llorar, porque anhelaba participar.
Yo no estuve en la elaboración del plan, me incorporé
cuando el diseño básico ya estaba hecho. Nos tocó ir a reconocer
terreno con Ernesto (José Valenzuela Levi), que era el responsable;
yo lo conocí ahí y me pareció un tipo extraordinario, realmente
capaz, riguroso, y tuve plena confianza en él. También estaba
Miguel, un jefe de grupo que llevaba un buen tiempo en eso. Eran
cuatro los grupos, Tamara (Cecilia Magni) era jefa de uno, Miguel
era jefe de otro, Mauricio Arenas (Joaquín) era jefe de un tercero
y yo del último, mientras que el jefe de la operación era Ernesto.
No trabajamos todos en el plan, ya estaba estructurado.
Lo que nos correspondía hacer a nosotros, llegando allá, era
acuartelarnos. Solamente a partir de una conversación que tuvimos
con Joaquín, en relación con la retirada, hicimos un aporte.
32 Víctor Díaz Caro era hijo de Víctor Díaz López, obrero gráfico, dirigente
nacional de la Central Unitaria de Trabajadores, y Subsecretario General del
Partido Comunista, quien fue detenido y desaparecido en 1976.
74
Comenzó como una broma, porque nadie había puesto atención
de manera rigurosa en ese aspecto del plan. Me imagino que eran
tantas las cosas que tenían que asegurar, que los que estaban desde
un comienzo (Ernesto, Tamara y Miguel), dejaron la retirada un
poco descuidada, simplemente se pensó en salir por el cerro.
Lo realmente importante, lo principal, era el ajusticiamiento de
Pinochet, no salir indemnes de la operación. Pero yo no tuve
ningún reparo o escrúpulo en planteármelo, aunque se pensara
que estaba muy preocupado de cómo salir de ahí.
Empecé a imaginar cómo iba a ser esa retirada por los
cerros, de noche: “Nos vamos a perder –pensé–. Si tenemos bajas,
van a ser en la retirada”. Entonces traté de pensar en una modalidad
que fuese del todo o nada, para que hubiera posibilidades de salir,
porque esa solución a medias era un poco frustrante. Así que con
Joaquín comenzamos a conversar y esbozamos una alternativa
para la retirada final. Hablamos con Ernesto y le pareció fantástico:
“No habíamos tenido tiempo de pensar en eso”, nos dijo. Se
perfeccionó la idea, se arrendaron los autos adecuados para salir
como comitiva, y así quedó estructurada la salida. Lo que es algo
de lo que yo ni siquiera trato de vanagloriarme, porque era un
detalle, nada más.
Nuestra jornada empezaba a las nueve de la mañana, a esa
hora ya estábamos en disposición combativa completa. Teníamos
que esperar una señal que nos mandarían las compañeras que
vigilaban el camino, para informarnos del paso de la caravana del
dictador. Todos debíamos estar preparados, sólo el armamento no
estaba aún en las bolsas. Habíamos hecho prácticas de la salida, y
calculamos que nos demorábamos un poco más de un minuto en
estar arriba de los vehículos, con todo el armamento en los bolsos.
El día que finalmente llegó la señal fue como los otros, cada grupo
estaba en su habitación (había cuatro habitaciones en la casa, y
sólo los jefes de grupo podíamos salir de ellas). En la espera, los
jefes íbamos al living, donde muchas veces estaba Ernesto leyendo,
andaba por ahí Tamara, nos juntábamos con Joaquín y con Miguel.
Pero la mayor parte del tiempo la pasábamos en las habitaciones,
algunos jugando ajedrez, otros haciendo prácticas de puntería
con el fusil. Era una situación bastante tensa por lo demás, por
el encierro, porque afuera andaba un jardinero que no sabía que
había veinte personas adentro de la casa, el creía que había sólo
75
cuatro. Él se dio cuenta de todo cuando vio que salíamos veinte
personas y nos subíamos a los autos. Abrimos los portones y el
tipo quedó preguntándose qué sería eso (en todo caso no vio las
armas, sólo vio los bolsos), debe haber pensado que estábamos
robando, llevándonos las cosas de la casa.
De los veinte compañeros que participaron en la operación,
nuestra estructura, la estructura especial de la cual yo estaba a
cargo, aportó 16 militantes, los otros cuatro eran los jefes de los
grupos, que venían cada uno de distintos lados. En un momento,
cuando Tamara salió de la operación, y faltó un jefe, llegó Julio
Guerra. Una vez que salió Tamara sólo quedó una mujer en la
composición del grupo. Tamara tuvo que salir, muy a su pesar, por
consideraciones estratégicas, era un riesgo que participara porque
tenía mucho conocimiento de la logística del Frente. Era demasiado
riesgoso que pudiese ser capturada, sin embargo, ella defendió
su participación hasta el final, incluso lloró cuando Rodrigo
nos visitó en la casa de acuartelamiento para comunicarnos la
decisión. Todos tratamos de persuadirlo, solidarizamos con ella,
pero Rodrigo se mantuvo firme en su postura.
Fue muy tenso todo ese día domingo. Cuando sonaba el
teléfono todos quedábamos congelados. Había sonado un día
anteriormente, pero fue un falso aviso. El teléfono estaba en el
fondo del pasillo, y ese día, cuando volvió a sonar los cuatro jefes
asomamos la cabeza. Ernesto contestó de espaldas a nosotros, se
dio vuelta y nos hizo una seña. Inmediatamente le comunicamos
a los combatientes que había que preparar las cosas y salir.
Todo empezó a suceder muy rápido, nadie alcanzó siquiera a ir
al baño, armamos los bolsos y salimos. Los choferes ya estaban
esperándonos. Nos encaminamos hasta el lugar y comenzamos
a tomar posiciones. Recuerdo que había unas personas que nos
vieron, yo creo que pensaron que éramos excursionistas, porque
íbamos con bolsos subiendo el cerro. Llegamos al lugar indicado,
desplegamos el armamento, bien pegados a la ladera para que
no nos vieran desde la calle. Era la hora del crepúsculo. En ese
momento llegó el relajo, la tensión se había disipado, estábamos
con las armas en la mano, ya nada podía salir mal.
Una vez que estábamos instalados, se vio, como a doscientos
metros, en una loma que teníamos en frente, a la comitiva.
Venían muy lentamente, con las luces apagadas, hacia nosotros.
76
Tomamos las armas y esperamos. Ya casi estaba oscuro. El grupo
de contención, que era el primer grupo, debía parar a la comitiva
abriendo fuego con un lanza-cohetes que Miguel debía disparar
hacia el primer vehículo de la escolta. Estábamos esperando el
estruendo de la explosión, pero lo que escuchamos fue una ráfaga
de tiros, porque falló el LOW, no salió, y Miguel se tuvo que tirar
dentro de una zanja, porque el primer auto de escolta, cuando
vio a un tipo a quince metros atravesando una casa rodante, con
una mini USI en la mano, dio unos tiros hacia donde él estaba. Un
compañero de su grupo dio una ráfaga en el parabrisas del coche.
Los demás autos se tiraron contra el cerro y quedaron parados,
porque eran autos muy grandes, unos Mercedes Benz que pesaban
varias toneladas y eran difíciles de maniobrar.
Sin la explosión esperada, comenzamos lo que cada uno
debía hacer. Yo lo veía todo como en cámara lenta. Vimos a
muchos de los escoltas aterrorizados, se notaba en sus actitudes, y
no era para menos, porque si uno se pone en el lugar de ellos, debe
haber sido impresionante. Cuando se bajaron de sus vehículos
vieron quince fogonazos de fusiles disparándoles a veinte metros,
la mayoría de ellos se bajaban y se quedaban pálidos, soltaban
las armas, salían corriendo y saltaban al barranco. Varios de los
que sobrevivieron se quebraron las piernas, por saltar desde
veinte o treinta metros de altura, no les importó nada. Los que
más resistieron fueron los carabineros, pero ellos sólo eran un
auto escolta, el primero, que es el que disparó contra Miguel,
pero eso fue todo. También sé que dispararon hacia el terraplén
donde estábamos nosotros parapetados, porque alguien hizo un
comentario: “Nos están disparando”. Hubo un momento en que
habíamos tres que estábamos de pie. De esos carabineros creo que
murieron dos, y otros se escondieron detrás o debajo del auto,
detrás de las ruedas, y no dispararon más, se hicieron los muertos.
El comando de Joaquín pasó con la camioneta despacio mirándolos
a todos. No teníamos orden de aniquilamiento, así que no se les
remató, la única preocupación era ajusticiar a Pinochet. Si el auto
de Pinochet se hubiese quemado, la orden de Ernesto era tocar dos
pitazos (andaba con un pito) para pasar al asalto de ese auto. En
ese caso hubiésemos tenido que bajar los dos grupos a rematarlos
a todos, para asegurarnos de que muriera Pinochet, pero como
vimos que el auto de Pinochet ya se había ido, no fue necesario.
77
No todos nos dimos cuenta inmediatamente de que
Pinochet no había muerto. Yo no lo supe hasta después, sólo
Joaquín se enteró, porque vio pasar los autos en retirada por la
parte de atrás. Me da la impresión que Ernesto también se dio
cuenta, porque en la retirada se le notaba una actitud de derrota.
Yo ni siquiera me di cuenta que los Mercedes se habían ido,
porque ya estaba casi oscuro, y entre el fuego y las explosiones
no había forma de enterarse de todo lo que estaba pasando.
Había muchas explosiones, porque no eran sólo los lanzacohetes,
también teníamos tarros de conserva de dos kilos en los que se
había colocado explosivo TNT con una mecha, que se tiraban
como granadas, teníamos como quince de esos tarros. Uno de
esos tarros cayó debajo de un auto y lo levantó como dos metros
(dos kilos de ese explosivo es bastante potente). Entonces era un
fuerte bombardeo, con mucho ruido, y nuestro ángulo de visión
era estrecho, por eso varios no nos dimos cuenta cuando los autos
se fueron. Yo me imaginé que podía ser que Pinochet se hubiese
arrancado, porque Ernesto tocó sólo un pito, lo que significaba
retirada, es decir, no iba a haber asalto. Pero nadie dijo nada. Y
tampoco era el momento de preguntar, no era algo para hablarlo
ahí.
Finalmente, nos subimos a los autos y emprendimos la
retirada. En el retén de Las Vizcachas tenían la barrera puesta.
Nosotros veíamos que nos íbamos aproximando a la barrera y
que no la levantaban. Había como treinta carabineros alineados
con fusiles, con cascos de guerra, con chalecos antibalas, bien
preparados, pero al final se decidieron a levantar la barrera. Se
creyeron el cuento que éramos los escombros de la comitiva, así que
pasamos y llegamos a Vicuña Mackenna, nos bajamos, dejamos los
autos, el armamento, y cada uno se fue según su plan de retirada.
Yo me dirigí a un lugar donde me encontré con Joaquín, una casa
por el Paradero 14 de Vicuña Mackenna. Llegué después que él, y
vi que estaba herido en una pierna, por la esquirla de una granada,
así que salimos, llamamos por teléfono y activamos el puesto
médico. Fuimos a Carlos Antúnez, en Providencia, ahí nos estaban
esperando Rodrigo y Tamara. Llamaron a Joaquín y le preguntaron
cómo había salido todo. Fue entonces cuando Joaquín contó que
Pinochet logró escapar, de hecho él lo vio y le dio varios tiros en el
vidrio, los que hicieron una figura que después Pinochet decía que
78
era una virgen. Esos tiros los hizo Joaquín. Pudo ver que Pinochet
estaba tirado en el auto, colocando a su nieto casi encima de él para
protegerse. Después que lo curaron, Joaquín se fue y yo me quedé
solo en ese lugar, fui a comprar cigarros y pude ver en la televisión
a Pinochet haciendo declaraciones. En ese momento, cuando lo vi,
vendado, temblando, diciendo que la Virgen del Carmen lo había
salvado, hablando las cosas incoherentes de siempre, me sentí
más solo que nunca. Me quedé sin entender. Todo lo que había
ocurrido en la operación, todo ese poder de fuego, ¡y el tipo estaba
ahí, en la tele, hablando, no le había pasado nada!
Yo había visto fuego, pedazos de piernas, de brazos, volar por los
aires. A un escolta le llegó un cohete en el cuerpo, lo reventó, y
quedaron pedazos por todos lados. Fue un cohete que debería haber
reventado en el auto de Pinochet, pero reventó en una persona.
En cierto modo ese fue un cohete desperdiciado, pero fueron los
azares del momento. Si el vehículo no hubiese tenido cómo salir y
se hubiese quedado en un lugar, enganchado por atrás, hubiésemos
bajado del cerro, aunque no tuviéramos más lanzacohetes, con
nuestras armas de mano y lo hubiésemos rematado a tiros. Lo que
cuenta Joaquín es que ya se estaba rompiendo el vidrio blindado
con tantos disparos que le había dado, pero se le acabaron las balas, y
mientras cambiaba el cargador, el auto consiguió salir. Esas astillas
de vidrio, de las balas de Joaquín, fueron las que hirieron a Pinochet
en la muñeca. Si hubiésemos podido dar unos diez o quince tiros
más en el mismo lugar, podríamos haber metido un cañón para
disparar al interior del auto, es decir, fue prácticamente cosa de
segundos. Si el auto hubiese quedado atrapado, lo habríamos
abierto de una u otra forma. Ya no había nadie para defender a
Pinochet, sólo cuatro o cinco escoltas vivos en la carretera, detrás
de los autos; los otros habían saltado o estaban muertos, así que
perfectamente habríamos podido bajar del cerro y aniquilarlo
ahí mismo, rápidamente. No tenía ninguna chance. Habríamos
tenido una hora antes de que llegaran refuerzos, tiempo suficiente
como para estudiar cómo abrir las puertas, o que él pensara en la
rendición. Hubiésemos estado nosotros con Pinochet a solas. Pero
no fue así.
Nunca nos imaginamos que los lanzacohetes iban a fallar
de la manera en que lo hicieron. El auto de Pinochet tenía un
impacto de un cohete que rajó el chasis, y eso fue por el ángulo
79
de tiro, lo que es algo muy fortuito, porque no estábamos en una
superficie recta para tirar. El ángulo fue un poco inclinado, y
el techo era algo cóncavo, entonces pasó lo que ocurre cuando
uno tira una piedra a ras de una superficie de agua, hace sapitos,
eso fue lo que hizo el cohete, y la fricción quemó el techo, abrió
un surco. El otro cohete golpeó en un costado, pero no reventó,
siendo que otros sí habían reventado, porque los dos autos de los
escoltas explotaron. Entonces uno piensa que si el combatiente
que tiró el lanzacohetes que explotó en el auto de escoltas hubiese
estado en otro lugar de la formación, pudo haber acertado al auto
de Pinochet, destrozándolo.
Ahora, con el tiempo, puedo decir que cometimos errores
en la planificación. No sólo en relación con el armamento que se
utilizó. Después de la acción todos decíamos: “Por qué, tal como
se cerró el frente de la caravana, no se cerró del mismo modo
atrás. Para dejarlos encerrados, así no hubiesen tenido por dónde
salir”. Se confió en que el peso principal de la operación estaba
en el centro, y que la comitiva iba a intentar salir por adelante.
La retaguardia de la operación descansó en un único vehículo, la
camioneta donde venía el grupo de Mauricio Arenas, que cerraba
el paso. Pensamos que eso iba a ser suficiente, porque se apostó
al aniquilamiento inmediato mediante lanzacohetes. Eso estaba
bien concebido, porque los vehículos quedaban a no más de diez
metros de la línea de fuego del grupo de asalto con lanzacohetes
(habíamos seis lanzacoheteros), y el blanco era suficientemente
grande, del tamaño de una mesa, viéndolo desde arriba; eran seis
cohetes para tres autos, es decir, ¡dos lanzacohetes por auto! ¡No
había cómo fallar!
El problema fue de tipo técnico, estaba en los mismos
lanzacohetes, y nosotros lo sabíamos (eso es realmente un
contrasentido nuestro). Sabíamos que de tres lanzacohetes de
tipo LOW, uno falla, es decir, de seis sólo podíamos contar con
cuatro. A eso hay que sumar las fallas que se pueden producir en
la manipulación, algún error del combatiente, que puede reducir
la cantidad a tres, con lo que ya quedamos justos, uno para
cada auto. La solución a ese margen de error era usar los RPG7.
Evidentemente, el problema de ese tipo de cohetes es que es
menos operativo, porque mide como un metro y medio de largo, y
la recarga es complicada, tienes que tener un ayudante. De hecho,
80
había un RPG en la operación, pero quedó ubicado donde estaban
los autos, como a cien metros de la emboscada. Tal vez uno no
hubiese hecho la diferencia, habría que haber tenido uno para
cada auto, porque es casi seguro que ese tipo de armas no falla. Los
LOW tenían más fallas, porque venían de la guerra de Vietnam,
es decir, tenían unos veinte años de antigüedad. Eran armas que
los americanos dejaron abandonadas en Vietnam. Pero nosotros
confiábamos en los criterios de los compañeros que estaban a
cargo de la operación, de Ernesto y Miguel, que tenían un buen
nivel de formación militar. Cuando llegamos, ese armamento ya
estaba, los fusiles M16 y los lanzacohetes LOW, y nos imaginamos
que todo iba a funcionar bien. He escuchado la teoría de que el
Partido decidió usar en el atentado cohetes LOW y no los RPG7
soviéticos, que son de mayor poder, para no involucrar a la
órbita socialista en el atentado ni provocar un conflicto mayor.
Yo creo que la logística que se usó fue condicionada más bien
por el punto de vista táctico, ya que por las dimensiones, por
el enmascaramiento necesario para situarnos en la emboscada,
eran mucho más prácticos los LOW, que son más pequeños. Los
RPG7 eran más difíciles de enmascarar. Claro, son mucho más
eficientes al explotar, y se sabía que los otros tenían fallas, pero
pensamos que eso se podía suplir disponiendo de una mayor
cantidad. Puede que algún asidero tenga la tesis de que era mejor
usar el armamento americano, para no ofrecer a la dictadura la
oportunidad de sostener que la operación había sido orquestada
desde el exterior, con logística soviética.
Lo otro que debimos considerar fue poner atrás de la
caravana un camión tolva, para que no hubiesen tenido posibilidad
de escape de la emboscada. Pero, claro, por cosas operativas, era
mucho más difícil poner un camión atrás que una camioneta. La
camioneta comenzó a perseguir a la comitiva disimuladamente,
porque podía llegar rápido, en cambio un camión se iba a demorar
mucho más, además ¿dónde conseguir un camión tolva? y, ¿dónde
lo escondes? Son complicaciones operativas, aunque pudieron
haber sido resueltas.
81
Raul Pellegrin y Cecilia Magni en conferencia de prensa
83
un gran acuerdo, buscando una salida que terminara con la
polarización y el enfrentamiento.
Fue entonces, más o menos en mayo del ochenta y siete,
cuando empezamos a escuchar acerca de un debate que se estaba
produciendo entre el Frente y el PC, debate que podía tener
consecuencias serias. Aunque eso era previsible. Ya para el año
ochenta y seis, cuando el Partido había llegado a un punto de no
retorno, quería renegar de la Política de Rebelión Popular, aunque
no lo expresaba abiertamente; sin embargo, estaba tomando una
serie de medidas de carácter orgánico mediante las cuales quería
desmantelar al FPMR. Incluso al jefe del Frente, Raúl Pellegrin,
querían removerlo de su responsabilidad y mandarlo a trabajar a
un regional del Partido, como secretario.
En la dirección del Frente había dos miembros del Partido,
lo que era una suerte de intervención directa; esos dos militantes
eran incondicionales al Partido, el famoso comandante Huerta, y
otro personaje. Por eso, cuando nos comunicaron de la ruptura,
no fue una gran sorpresa, aunque nos sentimos mucho más en
soledad y más vulnerables, porque perdimos bases de apoyo, ya
que el Frente descansaba bastante en la estructura del Partido.
Hay que entender que esa división fue una fractura del Partido,
no del Frente, como quisieron presentarlo, pues es la estructura
militar completa, el “brazo armado”, la que se escinde del Partido.
Sólo algunos cuadros, que estaban en el Frente cumpliendo una
misión que el propio Partido les había encomendado, se quedaron
en él.
La división se oficializó a fines de junio de ese año, y la
versión que el Partido le entregó a su militancia, para fortalecer
la cohesión interna, ya que en su mayoría la militancia comunista
le tenía una gran simpatía al Frente, fue que se había tomado una
decisión orgánica y disciplinaria contra la comandancia del Frente,
porque no estaban acatando las decisiones políticas del Partido, y
porque el Frente no estaba respetando el centralismo democrático
y estaba actuando en rebeldía.
Recuerdo que en varias oportunidades José Miguel
(Rodrigo), antes del quiebre, me dijo que nosotros íbamos a
continuar la lucha a pesar del PC. Eso quería decir que estábamos
conscientes, desde un comienzo, que el PC en algún momento iba a
ser un obstáculo. Él lo tenía muy claro, pero no quería una ruptura,
84
porque apostaba a las bases comunistas, sabía que la dirigencia
era el problema, y quería que la mayor cantidad de militantes se
incorporara a la política que nosotros considerábamos justa. Es
importante aclarar que cuando digo que el PC podía constituirse
en un obstáculo para la lucha popular, me refiero específicamente
a su dirigencia, o, más particularmente aún, a la dirigencia en el
exterior, y a algunos de la dirigencia interior. Porque varios otros
sí intentaron impulsar una política confrontacional contra la
dictadura, como en el caso de Gladys Marín, que fue una de las
principales promotoras de la Política de Rebelión Popular.
Pero el Partido en su conjunto no tenía una verdadera
voluntad revolucionaria. Un ejemplo concreto fue la gran protesta
que hubo en julio de 1986, una protesta fuerte, violenta, que
tuvo atisbos de explosión insurreccional. Especialmente en
algunas poblaciones se vio la posibilidad que ese levantamiento
se desbordara, que avanzara hacia el centro, pero faltó poder de
fuego. Esos episodios eran realmente potenciales sublevaciones,
bolsones de vacío de poder, donde se reclamaba a gritos que el
Partido entregara los fusiles. Pero el PC no entregó las armas, a
pesar que había un compromiso político con la lucha popular.
Ya había sido Carrizal, tenían más de mil o dos mil fusiles, sin
embargo, no le habían entregado nada al Frente, no disponíamos
de fusiles. Los que había estaban en las manos del Partido, ellos
los controlaban. Los entregaban de a gotas, porque sabían que esas
sublevaciones se podían desbordar, y el Partido no quería perder el
control. Estaban conscientes que si se entraba en una disputa más
abierta no podrían darle una dirección al proceso. La dirigencia
del Partido iba a quedar de lado. ¿Qué podía hacer ahí un Jorge
Insunza?(33) Si había un levantamiento, naturalmente iba a tomar
más relevancia el Frente en la conducción, y el Partido Comunista
desconfiaba de eso, porque siempre ha querido tener el control.
De hecho, creo que ellos no querían realmente una rebelión,
sino que querían volver al gobierno democrático burgués, en
términos clásicos. Querían volver a la situación anterior al golpe
de 1973. Anhelaban ser diputados, senadores, y tener cargos
políticos. Pero, lamentablemente, el tiempo no retrocede, por
eso es que de parte del Frente había una apuesta por un proceso
33 Jorge Inzunza Becker era diputado del Partido Comunista en 1973, y sale al
exilio luego del golpe militar.
85
insurreccional ininterrumpido, para que hubiera una democracia
más participativa, una democracia avanzada y popular, en la que los
dirigentes sociales pudiesen participar de manera directa, en una
asamblea general, representativa, que dirigiera el país. Estábamos
pensando en otro tipo de situación. El pueblo en sí gobernando.
Esa era la perspectiva que teníamos nosotros, y que el PC no quiso
seguir. Por el contrario, intentaba obstaculizarla.
El Frente se nutría de las Unidades de Combate y de las
Milicias(34) que pasaban desde el PC a formar parte de nuestros
grupos operativos; de hecho, estaba establecido que mensualmente
debía pasar una cantidad determinada de Unidades, pero el
Partido no cumplía con esos acuerdos. Tuvimos que contornar,
saltar el muro, haciendo contactos por canales no regulares para
establecer el vínculo orgánico, cuestión que luego el Partido
reclamaba, alegando que nos estábamos robando a sus militantes.
Pero eran casos puntuales, en que un combatiente se había
pasado al Frente saltándose los conductos regulares, porque en las
poblaciones todos estaban esperando el pase, la mayoría quería
ingresar al Frente, pero el pase no llegaba, porque el Secretario del
Partido, que era el que tenía el poder de dar esa autorización, no
cumplía. Y no lo hacía por negligencia, sino porque no quería que
esos militantes se fueran, porque iban a perder el control sobre
ellos. Insisto en que no eran todos los secretarios del Partido los
que entrababan nuestro funcionamiento, sino algunos que tenían
una fuerte reticencia hacia nosotros, por la influencia que ciertos
miembros de la Dirección del Partido ejercían sobre ellos, en
función de ir frenando, de ir controlando, de ir retrasando un
desarrollo más acelerado del aparato militar.
En instancias intermedias, por ejemplo, un secretario
regional, que estaba en la línea de los que frenaban este desarrollo,
tenía que traspasar cinco Unidades de Combate al Frente, pero
dilataba la entrega del vínculo, después pasaba una, no las cinco,
y así iban obstaculizando nuestro desempeño. Eso lo alimentaban
desde arriba, llegaba un tipo de la Dirección Interior, por ejemplo,
que estaba por el freno y alentaba esas prácticas diciendo: “Los
rodriguistas se están mandando solos, están haciendo su propia
34 Las Milicias eran unidades que constituían el resultado del Trabajo Militar
de Masas del Partido Comunista (TMM).
86
voluntad, quieren dividir al Partido”; les metían ese tipo de cosas
en la cabeza, para ganarlos para su posición. Los partidos grandes
son máquinas, y esa era una conspiración en contra de la política
misma del Partido. Por otro lado, la Política de Rebelión Popular
podía tener múltiples interpretaciones, cabía desde hacer un rayado
hasta ir a dar unos tiros a los pacos. Dentro de eso cada uno estaba
haciendo lo suyo. No hablaban en contra del Frente abiertamente,
pero decían: “Los Manolos son jóvenes, son irresponsables, están
siendo manipulados por esos oficiales cubanos, que vienen de
afuera, que creen que esto es Nicaragua, que quieren calcar lo de
Nicaragua”. Así pretendían invalidar lo que estaba haciendo el
Frente.
Por ese entonces comencé a tomar conciencia que entre
los compañeros del Frente había bastante molestia con la actitud
del Partido, se dieron a conocer una serie de opiniones muy
críticas, mientras la dirección del PC seguía reclamando que le
estábamos robando a los militantes, que pasábamos por encima de
la relación orgánica. Pero el Frente se cuidaba mucho de no avalar
esas prácticas, e incluso se le llamaba la atención a los compañeros
que lo hacían. Si habían llegado unidades de manera irregular, se
les pedía a los encargados que regularizaran el pase. Algunas veces
incluso se las devolvían al Partido, para no crear más conflictos
por pequeñas cosas que significaban un mayor distanciamiento
entre el Frente y el PC.
De todos modos las diferencias ya estaban marcadas, lo
que fue evidente cuando el PC quiso frenar la protesta del 2 y 3
de julio del año ochenta y seis, la que, a pesar de ellos, fue una de
las movilizaciones más intensas y radicales en contra del régimen
militar. Sin embargo, aún era posible multiplicar esa radicalidad e
intensidad, si hubiese existido la voluntad, si se hubiese entregado
una cantidad importante de armamento. No se trataba, en todo
caso, de una cosa exclusivamente técnica, existía un componente
subjetivo indesmentible. Pero en ciertas poblaciones no se pudo
salir porque estaban cercadas por las tanquetas, cerco que, con el
armamento adecuado, se pudo haber contrarrestado y superado
totalmente. No quiero decir que se trataba de armar a las masas,
sino simplemente de entregar veinte fusiles por población, lo
suficiente para pertrechar a los grupos territoriales del Frente y
las milicias, que ya tenían preparación y que podían contribuir a la
87
autodefensa de la movilización que se podía desbordar en el mundo
popular, apropiándose de las calles. Al fin y al cabo, era a eso a lo
que se le llamó Sublevación Nacional. Pero esos procesos son muy
caóticos, nadie los puede controlar. Iba a ser una demostración
feroz de soberanía popular. Podíamos imaginarnos a miles de
personas avanzando desde las poblaciones hacia el centro; pero
no iba a ser una marcha en columnas, disciplinadamente, iba
a ser en desorden, iba a ser saqueando, tomándose Santiago.
Lamentablemente, había quienes tenían otra concepción, más
gradualista, y querían ir haciéndolo todo de manera controlada,
para que no se les fuera de las manos. Sin embargo, la historia no
se desarrolla así, la historia avanza a saltos, con irrupciones, con
explosiones.
Teníamos antecedentes de que en la Dirección Interior del
PC había un sector que creía en el camino de la rebelión, creía
en la perspectiva sublevacional, y que se las estaban jugando
por lograr una democracia lo más avanzada posible. Nadie podía
predecir exactamente lo que eso iba a significar después, qué tipo
de gobierno se crearía, ni qué iba a pasar con las Fuerzas Armadas,
pero nosotros estábamos luchando por esa salida. Evidentemente,
en algún momento, se iba a tener que negociar entre las fuerzas
políticas y los sectores sociales. Y si el resultado era una democracia
más avanzada o menos avanzada, iba a depender, en gran medida,
de cuanto quedaran desmoronadas las FF.AA. y cuan organizado
quedara el pueblo. Esa era la medida.
Ahora, los que no estaban muy convencidos de esa salida,
seguramente temían que pudiera haber un reguero de sangre, y
no confiaban en que se pudiera llegar a una situación en que se
acorralara a las FF.AA, por eso estaban predispuestos a negociar en
la primera oportunidad que se les presentara; con tal que pudiesen
volver a la democracia que existía en el tiempo de la UP estaban
dispuestos a negociarlo todo. Sabiendo que iba a prevalecer la
impunidad, se negoció todo, se negociaron los muertos, se negoció
la memoria, todo. Algunos en el Partido se conformaban con eso,
y no querían que se produjese la Rebelión Popular. Porque, ¿quién
puede acotar una rebelión, en su praxis desatada?
Evidentemente, había poblaciones más radicalizadas, y
otras que iban más lento, pero en el fondo, en esos reventones son
arrastrados todos, y en ese momento el espíritu de la revuelta tenía
88
mucha fuerza. Por eso, y esta es la interpretación que yo hago,
cuando el año ochenta y seis fracasa la Sublevación Nacional, el
sector de la Dirección del PC que nunca estuvo convencido de la
Política de Rebelión Popular, comienza a ganar espacios, cuestiona
la política y acorrala a los otros miembros de la Dirección, que
sí estaban ganados para ser consecuentes con lo que el mismo
Partido se había planteado, y los hacen claudicar. A comienzos del
año ochenta y siete elaboran lo que se llamó “precisiones tácticas”,
donde le bajan el perfil al Frente, e incluso intentan cambiar a su
jefe. Ese año, el Partido Comunista abandona la Política de Rebelión
Popular, a cambio de una salida negociada con la dictadura; lo
hacen conscientemente, aún teniendo la opción de persistir por el
camino de la Rebelión Popular y profundizarla.
El Frente, en cambio, vio la necesidad de desarrollar
una verdadera estrategia de poder, considerando que incluso la
Rebelión Popular tenía un techo táctico. Queda así en evidencia
que la separación que se produce entre el Partido Comunista y
el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que hasta ese momento
era su brazo armado, ocurrió debido a diferencias políticas. Se ha
especulado que las diferencias eran más bien de carácter orgánico,
o por razones de desavenencias personales, pero en términos
estrictos lo que subyace son las diferencias políticas. Un hecho
importante que marca esta situación fue que el Partido Comunista
tomó medidas orgánicas, entregó una orden para hacer cambios
en el Frente, y Raúl Pellegrin (José Miguel) tuvo que salir de su
cargo. Eso, evidentemente, era una maniobra para desarticular al
Frente, para arrastrarlo hacia la salida negociada que el Partido
había elegido. El Frente se resistió a implementar esas medidas
orgánicas, y llamó a realizar un debate con el Partido Comunista.
Sin embargo, el Partido adoptó entonces medidas más punitivas, y
se negó a ese debate, sosteniendo que las decisiones de la directiva
del Partido debían ser acatadas por todas sus estructuras. Estaban
en su derecho, ya que esas son sus normas de funcionamiento y es
la forma en que las instancias pertinentes toman sus decisiones.
El Comité Central del Partido había tomado la decisión de
apostar por la salida negociada, y el Frente, como una estructura
más del partido, debía asumir esa decisión; el argumento para no
discutirlo abiertamente era que las condiciones restrictivas de la
clandestinidad impedían convocar a un debate más participativo.
89
El Frente, a pesar de su corta historia, ya había adquirido
un perfil propio y gozaba de cierta autonomía, y vio la necesidad
de generar las condiciones para abrir un debate con el Partido,
de discutir aquellas decisiones tan importantes que tenían que
ver con el futuro de nuestro país, pero el Partido Comunista se
negó rotundamente a ese debate. Es difícil hacer un juicio de valor,
para entonces quedaba en evidencia que ya habían dos caminos
trazados, y que, en cierto modo, esa ya era una situación sin
retorno.
El Frente había madurado, no se trataba de militantes
comunistas cumpliendo funciones en el Frente, sino que ya éramos
rodriguistas. Se había producido en nosotros una transformación,
y teníamos una diferencia específica respecto a los militantes
comunistas. No se trataba de que nos sintiéramos superiores, ni
nada de eso, simplemente existía una diferencia en nuestra forma
de percibir la política; considerábamos que en el contexto histórico
que nos tocaba vivir era necesario actuar, que había que producir
cambios efectivos y profundos.
Por la autonomía que teníamos, éramos capaces de elaborar
una crítica al Partido y a su historia, críticas que dentro del Partido
siempre fueron muy sesgadas o acalladas, como si fuesen tabús.
Para nosotros, que el Partido tuviese 60 años de existencia no era
necesariamente una cuestión de orgullo, pues a pesar de su historia,
de su experiencia política, nunca había optado por llegar hasta las
últimas consecuencias, nunca había profundizado suficientemente
las contradicciones como para pasar a la ofensiva revolucionaria.
Creíamos, como el Che Guevara, que se triunfaba o se moría, no se
vivía permanentemente en función de reformas moderadas. Esta
visión crítica implicaba un distanciamiento político e ideológico
respecto del partido que había dado origen al Frente.
El proceso de quiebre del Frente con el Partido Comunista
duró dos o tres meses (de abril a junio de 1987). En ese momento yo
tenía responsabilidades como jefe operativo intermedio, trabajaba
directamente con José Miguel, por lo que tuve la oportunidad de
conocer de primera mano la problemática que se estaba viviendo.
A la militancia del Frente se le entregó bastante información acerca
de cómo iban las discusiones con el PC, y es importante destacar
que José Miguel siempre señaló enfáticamente que, a pesar de
haber tenido diferencias, no podíamos desechar la posibilidad
de volver a confluir con el Partido Comunista en el futuro, y de
90
trabajar juntos, especialmente a nivel de la militancia de base. No
había que transformar las diferencias con el Partido en una guerra,
a pesar que hubo ciertas situaciones poco éticas en el momento del
quiebre, pero siempre la actitud de nuestros dirigentes, orientada
hacia la militancia del Frente, fue la de no buscar revanchismos.
La dirección del Frente discutió la actitud que tendría respecto
del Partido, y quien lideró la posición de no generar conflictos fue
José Miguel, y no estaba solo en eso.
El año 1986, definido por el Partido como “el año decisivo”,
el Frente interpretó la Política de Sublevación Nacional como una
política de putch, en la que se trataba de dar un golpe y tomar
el poder, pero entendíamos (probablemente por la experiencia
que varios miembros de la Dirección tuvieron en la revolución
sandinista) que este camino sería mucho más prolongado, por
las características que tienen en Chile la derecha y las Fuerzas
Armadas. Se necesitaba una estrategia de poder bien delineada,
no sólo en relación con la dictadura, sino, de hecho, más allá de
ella, que asegurara una salida avanzada desde un punto de vista
democrático y popular. Comenzamos entonces a hacer esfuerzos
para construir una estrategia en esa dirección, la que fue elaborada
finalmente en el verano de 1988, en gran parte por José Miguel,
que tenía una capacidad productiva extraordinaria, además de gran
capacidad para escuchar. Él se alimentó de la información y de las
opiniones de otros miembros de la Dirección, y el resultado de ese
proceso fue la estrategia de Guerra Patriótica Nacional (GPN).
En el momento del quiebre, un 80 o 90% de los miembros
de la Dirección se mantuvo fiel al Frente, lo que demuestra que
no hubo una verdadera división, como intentaron presentarlo los
adeptos al PC. Lo que realmente ocurrió fue que el Frente, casi
en su totalidad, se fue del Partido Comunista. Los militantes que
se quedaron en el Partido no fueron más del 10%, sin embargo,
en ese proceso, se perdió retaguardia, se perdió influencia y la
posibilidad de llegar a otros sectores. También se dieron casos en
que resultaron afectados lazos familiares; había familias en que el
hijo era del Frente y los padres eran comunistas. Se provocaron
también, producto del quiebre, problemas de seguridad para
nosotros, porque habíamos invertido mucha infraestructura y
logística en función de las bases del PC, cosas que tuvimos que
intentar recuperar rápidamente. Fue, de todos modos, un triste
proceso.
91
La Operación Albania, un golpe a la moral combativa
1989, sin dejar rastro; sin embargo, el 28 de enero de 1992, el diario La Tercera
publica una carta firmada por el “Comandante Aureliano” donde se acusa una
crisis y división interna del FPMR, acusando a la Dirección de “irracionalidad”
y “manipulación” de los militantes. La carta firmada por Aureliano señala
también: “Ha habido ajusticiamientos. Yo soy uno de los sentenciados y trataron
de asesinarme”, y que el “comandante Eduardo (Enrique Villanueva) está
desaparecido por haber sido acusado de traidor”. A diferencia de Aureliano,
Eduardo volverá a aparecer.
94
orfandad que se pudo experimentar en el Frente cuando se
consumó aquella separación, especialmente en nuestra dirigencia,
que tenía en sus hombros toda esa responsabilidad. Nunca nos
repusimos del golpe que significó la Operación Albania.
95
Operación Príncipe: el Frente sigue vivo
98
donde me informarían acerca de cómo había salido todo. En ese
encuentro me dieron el parte de que ya tenían al objetivo, cosa
que inmediatamente le comuniqué a Rodrigo.
Al secuestro se le denominó “Operación Príncipe”, primero
que nada porque todas las operaciones se codificaban, se les
asignaba un nombre, y el jefe operativo de la misión, el compañero
Rigoberto, propuso ese nombre: “Príncipe”, porque conocía muy
bien la historia de Víctor Jara en el Estadio Chile, y sabía que el
militar que lo ejecutó fue un oficial con ese apodo. El nombre no
tiene una asociación específica con Carlos Carreño. Tampoco era
un gran desafío intelectual buscar el código a utilizar, no existía
exquisitez o sofisticación en esa práctica.
En ese momento no sabíamos que Carreño jugaba un
papel importante en la organización militar que vendía bombas
a Irán.(38) Siempre me he preguntado si la dictadura respondió de
esa manera tan contundente por el cargo que tenía Carreño. No
tengo certezas al respecto. Quizás habría sido más contundente
100
en una respuesta lógica del régimen militar, y no porque tuviesen
conciencia de que esa persona, además de ser un uniformado con
un cargo, tenía información que era muy delicada para el propio
Pinochet.(39) Nosotros esperábamos una respuesta similar, no fue
una gran sorpresa el despliegue operativo que hicieron, porque
las peticiones y la negociación que llevó a cabo el Frente los debe
haber llenado de indignación. La dictadura, en muchos momentos,
tomó decisiones apresuradas, poco inteligentes. El Frente estaba
desafiando a la dictadura, ese era nuestro objetivo, nuestro modo
de ver la operación, era la lógica que había detrás, y se estaba
cumpliendo.
En la planificación del secuestro se estimaba que
tendríamos al objetivo durante quince días, máximo un mes,
y en Chile, pero la operación cada vez fue creciendo más, por
las necesidades del momento. Yo no sé si el Ejército dilató las
negociaciones, pero tres meses para nosotros era bueno, era una
buena cobertura, estábamos en las primeras planas, pudimos decir
las cosas que necesitábamos decir. Por otro lado, Carreño, que tuvo
que convivir con nosotros durante esos tres meses, comprendió
que en ningún caso lo íbamos a ejecutar. Lo comprendió porque
hubo una comunicación interesante con él, más allá de eso que
llaman el “síndrome de Estocolmo”. Hubo una buena sintonía, en
la relación humana, durante el tiempo de su cautiverio. Siempre se
respetó su dignidad, y él colaboró en todas las cosas relacionadas
con la seguridad, no generó problemas, y cada vez nos quedaba
más claro que él era más un ingeniero que un militar. Se veía que
era un tipo bastante honesto, padre de familia, bastante ingenuo,
que se mostraba espantado cuando le entregábamos antecedentes
de la dictadura que, supuestamente, él no conocía (tal vez aparentó
ingenuidad para no hacerse cargo de esos hechos).
Nosotros estábamos preocupados por su integridad,
temíamos que lo fueran a matar sus propios compañeros. Por eso,
cuando fue liberado, insistimos bastante en que se comunicara con
sus familiares y, por sobre todo, con la prensa, para resguardar su
40 Carlos Carreño fue liberado a las 16:00 horas del 3 de diciembre de 1987,
en la ciudad brasileña de São Paulo, luego de 92 días de cautiverio. Fue sacado
de Chile por un paso fronterizo clandestino, disfrazado y viajando como
pasajero en el asiento trasero de una camioneta. Ante el riesgo de perder la
vida, Carreño aceptó colaborar en su papel de pasajero durante el maratónico
viaje que incluyó el sur de Chile, Argentina, y finalmente Brasil. Vestido con un
traje de color marrón, que le compraron antes de liberarlo, el Coronel apareció
en la entrada del periódico O Estado, de Sao Paulo. Su liberación se produjo
luego de que la familia del militar pagara 13 camionadas de ropa y comida,
que fueron distribuidas en poblaciones marginales de Santiago, y después que
los frentistas se desistieran de su principal demanda: la liberación de algunos
presos políticos.
102
recursos, armas y vehículos. Eso influyó, probablemente, en que
haya pensado: “No, no tengo ninguna posibilidad de escapar”.
Era una responsabilidad seria la que teníamos, y que tuvo
sus cosas anecdóticas. Jamás se habrían imaginado en Chile que en
ese momento yo estaba sentado con Carreño en una plaza de Buenos
Aires, en la misma banca, rodeados de palomas, y al otro lado el
compañero Rigoberto y una compañera, los tres responsables
de su traslado. Tuvimos que salir de una casa, evacuar, porque
hubo unas situaciones delicadas; salimos a las tres de la tarde, y el
compañero Rigoberto con la compañera fueron a ver la posibilidad
de otra casa, y yo me quedé dos horas solo con Carreño, con una
pistola nada más, para defenderme ante cualquier eventualidad.
Carreño es un hombre de un metro noventa, pero él no sabía que
yo estaba solo, se imaginaba que había un operativo en el entorno;
inventamos que íbamos a tomar aire, para luego pasar por la otra
frontera, y que era bueno que se fuera acostumbrando a estar en
la calle. Le colocamos lentes oscuros y una venda sobre los ojos, y
así andaba por Buenos Aires, con un bastón, haciéndose pasar por
ciego. Él aceptó ese papel. Nosotros pasábamos cerca y ni siquiera
nos veía. Él pudo haber corrido en cualquier momento, yo tenía
permanentemente ese temor. Le hacíamos creer que había un gran
operativo en torno nuestro, que teníamos radios, pero ni siquiera
las ocupábamos, eran radios de juguete, sólo hacíamos como que
hablábamos con alguien: “¿Cómo está todo por allá?, cambio”.
“Muy bien. Cambio”. Y él creía en toda la situación, porque antes
había visto que era cierto, ya que mientras estuvimos en Chile
todo funcionó a la perfección; pero en Argentina quedamos más
desprovistos de recursos, porque no queríamos involucrar por
completo a la estructura, era demasiado riesgoso, sólo se les pidió
una ayuda específica, pero en un momento algo falló y quedamos
botados; tuvimos que tomar un taxi con él. Fue un momento
crítico. Yo pensaba: “En Chile está todo patas para arriba, lo
andan buscando por cielo, mar y tierra, y aquí estoy con este
tipo, disfrazado de ciego, que puede salir corriendo en cualquier
momento”.
En el mismo periodo, el 9 y 10 de septiembre (Carreño
había sido secuestrado ocho días antes) fueron detenidos en
Chile José Peña Maltés, Gonzalo Fuenzalida Navarrete, Manuel
Sepúlveda Sánchez, Julio Muñoz Otarola y Alejandro Pinochet
103
Arenas. Estos cinco compañeros fueron hechos desaparecer.
Todos eran rodriguistas, salvo José Peña, que no pertenecía al
Frente sino que trabajaba en el Partido Comunista.(41)
El secuestro de Carreño fue el primero de septiembre,
por eso se puede hacer el vínculo y establecer que intentaron
utilizar a nuestros compañeros como moneda de cambio. Aunque
también hicimos otra asociación, porque se cumplía un año del
atentado a Pinochet, donde murieron cinco escoltas. También se
cumplían tres meses de la Operación Albania, e imaginábamos
que el Ejército, independientemente de Carreño, iba a desatar una
ofensiva en esas fechas contra nosotros. No hubo, sin embargo,
ninguna alerta especial, porque las medidas de seguridad eran
parte de una actitud permanente en el Frente, tenían que ver con
104
la práctica cotidiana, casi instintiva, en la militancia, eran parte de
nuestra supervivencia diaria.
Finalmente, la comunicación que recibimos desde Chile
fue que se había llegado al término de la operación y que había que
pensar en liberar a Carreño. La pregunta entonces fue: “¿Dónde?”.
Evaluamos, y nos pusimos ambiciosos, pensamos hacerlo en
Europa, en España. Luego pensamos en México. Finalmente
decidimos hacerlo más cerca, porque era más seguro. Así se inició
la aventura de Brasil. Partimos por tierra, con el compañero Simón,
una compañera, Carreño y yo, en dirección a São Paulo. Al llegar
a las proximidades de la ciudad, dimos muchas vueltas en una
rotonda y finalmente nos orientamos, gracias a la ayuda del propio
Carlos Carreño. Fuimos a un punto que estaba preestablecido y el
compañero que nos esperaba me dijo que no tenía un lugar para
recibirnos. Regresé al vehículo e informé a los compañeros; no
teníamos otra opción, así que decidimos ir a un hotel. Me despedí
de Simón y de la compañera, porque ellos debían viajar esa misma
noche para cruzar la frontera. Yo me quedé para cumplir con la
tarea de liberar a Carreño. Le dejé bien claras las instrucciones: que
fuera a un diario y se identificara. Al día siguiente nos despedimos
y el coronel Carreño fue liberado.
105
La GPN: nuestra declaración de guerra
107
Frente elaboró esa estrategia, no sólo estábamos apuntando a la
derrota de la dictadura, porque eso hubiese sido lo mismo que
negociar. Se trataba, más bien, de un plan estratégico. La hipótesis
del Frente era que el terreno del enfrentamiento ya no iba a ser
operativo, como lo había sido hasta ese momento, ya no se trataba
de realizar acciones urbanas. La lucha debía transformarse en un
enfrentamiento militar, por lo tanto se necesitaba desarrollar una
fuerza militar contundente, y para la construcción de esa fuerza se
requería de un espacio físico, un territorio, y eso debía darse en el
ámbito rural.
La construcción estratégica fue orientada, entonces, hacia
la cordillera; se decidió levantar una fuerza en esa ubicación
geográfica. Por esa razón, en el año ochenta y ocho, varios
grupos comenzaron a irse a localidades rurales; fue un momento
de disrupción y proclamación abierta ante el país de la Guerra
Patriótica Nacional. A eso se le denominó Irrupción del Frente,
por los cuatro lados de Chile, dividiendo el territorio nacional en
cuatro zonas: Zona Central (Las Moras, V Región), Zona Centro
Sur (Los Queñes), Zona Sur (Pichipillahuén, Lumaco), y Zona
Norte (Aguas Claras, cerca de Calera).
En esa estrategia, el fraude en el plebiscito era un elemento
fundamental, era el momento en que la gente iba a manifestar
su descontento, y en que se iba a demostrar que no había otra
alternativa, que no quedaba otro camino más que el de la
confrontación, en la que el Frente estaba dispuesto a ejercer un
papel decisivo, un rol importante en ese proceso, y que, de hecho,
ya lo estaba haciendo, no con palabras sino con acciones. El Frente
estaba consciente de que el Partido estaba siendo arrastrado
hacia la salida negociada. El principal argumento que teníamos
para sustentar nuestra postura eran las experiencias históricas; la
historia nos decía que un dictador como Pinochet no iba a perder
en las urnas, y a partir de ese argumento se sustentó la Irrupción.
Fue una apuesta alta que hizo el Frente, porque no dejaba
ninguna otra salida, se sustentaba en la idea de que la dictadura
no abandonaría el poder, que se la jugaría por su continuidad. La
lectura que se hacía del plebiscito era que sería un fraude, que
el dictador no iba a aceptar perder; el escenario de Pinochet
perdiendo su propia consulta era difícil de concebir. Todo indicaba
que iba a ganar el Sí mediante la manipulación del plebiscito, y
108
que Pinochet, que era quien había impuesto las condiciones de la
consulta, era, de antemano, el ganador, porque él tenía el control
de todo, y sabíamos por experiencia cómo son los plebiscitos de los
dictadores. Esa fue nuestra apuesta, y a un nivel más inconsciente,
también era nuestro deseo, que se retroalimentaba con el hecho
de que esa era la lectura política que el Frente hacía, no veíamos
otras señales.
Se contaba con que habría fraude, nadie lo ponía en duda;
el único que lo puso en duda fue Fidel Castro, que tenía una gran
sabiduría política. Se lo dijo a Rodrigo en septiembre del ochenta
y ocho, cuando hizo un viaje relámpago a Cuba. Rodrigo le explico
a Fidel el plan de Irrupción que se estaba preparando, y Fidel le
dijo que apoyaba la política del Frente y todo lo que se estaba
haciendo, pero también preguntó: “¿Han considerado qué va a
pasar si gana el No?”. Rodrigo le contestó: “Comandante, usted sabe
que un dictador no hace un plebiscito para perderlo, menos aún
cuando tiene todas las condiciones para manipular los resultados”.
Fidel, probablemente, debe haber tenido más información de la
injerencia de Estados Unidos sobre el gobierno de Pinochet, y de
cómo lo estaba presionando para que reconociera el resultado del
plebiscito, ya que era la mejor salida para el imperialismo, porque
sabían que la otra salida, la de la perpetuación del régimen, llevaría
a la radicalización, que favorecería a sectores como el nuestro.
Estados Unidos sabía de la internación de armas, sabía que había un
buen volumen de armamento y que eso nos ayudaría a desarrollar
una política armada potente, más aún cuando ya había existido
demostraciones, durante las protestas, que indicaban que había
sectores populares dispuestos a sumarse masivamente a la lucha
armada. Estaban preocupados, querían descomprimir la tensión
social, por eso impulsaron los procesos de negociación; de hecho,
está documentado el papel que cumplió por esos días el embajador
de Estados Unidos en Chile.
Se sabe también por qué el general Matthei habló de
manera tan dura el día del plebiscito, cuando Pinochet quiso
hacer el fraude, diciendo que no lo iba a aceptar. Matthei estaba
en conversaciones con los norteamericanos, tenía fuertes vínculos
con ellos. El otro factor diplomático en juego fue la conexión que
tenían sectores de la Democracia Cristiana con la socialdemocracia
europea, había mucha influencia y presión desde Europa, de los
gobiernos europeos, por una salida negociada.
109
Cometimos también el error de no sopesar con mayor rigor, por
ejemplo, las presiones de la Iglesia Católica, a partir de la visita
del Papa. Eran muchas las influencias fuertes que ya estaban
operando. Había antecedentes respecto de los esfuerzos que
estaban haciendo algunos embajadores, en particular el de los
Estados Unidos en Chile, y de todas las negociaciones políticas
entre los sectores moderados y los militares. Desechamos esos
indicios porque nos interesaba la otra apuesta, que tenía que ver
también con nuestro protagonismo. Pensar en el triunfo del No
era pensar en dejar las armas, y no me refiero a una apologética de
las armas, sino más bien a la experiencia práctica del Frente, a lo
que éramos, a lo que nos caracterizó y cómo llegamos a ser lo que
fuimos, en un contexto de confrontación.
Yo no sé si el Frente hizo un análisis minucioso de todos
esos factores; hubo, más bien, una tendencia a ver sólo lo que
convenía a nuestra política, tendencia que arrastró hasta a los más
capacitados y agudos en el pensamiento político, como es el caso
de Rodrigo. A nosotros nos interesaba que ganara el Sí, estábamos
esperando que eso ocurriera. Se decidió que el fraude iba a servir
de catalizador para la irrupción.
Pero, sorpresivamente, triunfó el No. Sin embargo,
seguimos adelante con la GPN, aún cuando el escenario había
cambiado. Quizás es a eso a lo que habitualmente se le llama
“voluntarismo”. Aunque hay que tener en consideración que
cuando se apuesta todo, cuando se sueña con grandes proyectos,
implementarlos demanda el empeño de mucha energía, lo que
facilita traspasar esa tenue línea que nos separa del voluntarismo.
¿Cuál es el límite? La voluntad puede empezar a confundir lo que
son los deseos de construir una realidad con la realidad misma, a
pesar de la adversidad.
Pero el contexto cambió, y fue muy diferente al que nos
habíamos imaginado. Si bien la democracia que se construyó, según
ha demostrado la experiencia posterior, fue casi nula, el escenario
inmediato era totalmente distinto. En todo caso, la lectura de que
iba a haber fraude no fue sólo nuestra, había mucha gente con
quienes teníamos conversaciones (sin que fueran militantes) que
no creían que pudiera ganar el No. Había un clamor mayoritario
por el No, eso era evidente, pero de ahí a que Pinochet dejara el
poder por su propia voluntad había una gran distancia.
110
Nosotros despertamos de ese error político el día que
el No ganó el plebiscito. Hay que imaginar el contexto, ponerse
en nuestro lugar en aquel momento: todos nuestros compañeros
estaban acuartelados aquel cinco de octubre, esperando la señal.
¡Pero ganó el No! Fue desconcertante. “¿Y ahora qué hacemos?
¿Nos devolvemos?”. Los jefes se encontraron en algún lugar,
debatieron, y se decidió seguir adelante, hacer lo planeado de todas
maneras, aunque el escenario ya era otro. Se acomodaron un poco
los objetivos: ya no se trataba del fraude sino de que no creíamos
en ese tipo de salida negociada, porque iba a haber una serie de
condiciones impuestas por los militares. No podíamos aceptar ese
camino, había que continuar, persistir; sabíamos que iban a haber
sectores populares que acogerían nuestro llamado más radical.
Son cosas que trabajan en la mente de los hombres
sometidos a la obligación de tomar decisiones en situaciones
históricas bastantes cruciales y hacer la apuesta de que es posible
torcer el rumbo de la historia con las herramientas de las que
se dispone. Hay ejemplos históricos en los que, no habiendo
condiciones objetivas, por el puro voluntarismo de un grupo
de personas, se pudo generar un cambio. La historia es muy
compleja, nunca dejamos de aprender de ella, de las leyes que
la gobiernan, del determinismo histórico y sus excepciones. En
algunas experiencias, la confianza de un grupo humano significó
producir situaciones en las que nadie creía; en nuestro caso, primó
esa intelección, creímos que estaba todo el escenario puesto, las
precauciones a punto, los recursos materiales, lo logístico y lo
subjetivo, y la convicción de que el camino ya estaba trazado.
No podíamos dejar a todos los comandos en el campo,
en la montaña. Los jefes de las cuatro zonas se reunieron
rápidamente con los miembros de la Dirección, que estaban en la
ciudad (porque en Santiago también estaban preparadas una serie
de acciones). Yo no participé de eso, pero tuve antecedentes de
cómo fue, y entiendo que fue difícil. Evidentemente, nadie quería
sustentar la postura de “suspendamos el plan”, era difícil. Nadie
quería regresar al lugar donde habían quince compañeros armados
y decirles: “Se suspendió la ofensiva, hay que guardar las armas
porque llegó la democracia”. Era un discurso imposible ante la
lógica operativa formada en una práctica de años, no podíamos
pedirle a los compañeros que estaban comprometidos en esas
111
operaciones que dejaran las armas. Por otro lado, la comprensión
política, la maduración de la nueva realidad, la conciencia de que
no queríamos ser derrotados, no fue una cuestión inmediata, o
automática, vinimos a comprender mucho después que el triunfo
del No significó cabalmente la derrota estratégica del Frente.
112
El asalto a Los Queñes: una pérdida inmensa
113
Después de su muerte, el Frente fue otro. Los que quedamos,
formados en su escuela y su ejemplo, no fuimos capaces de
mantener ese estilo de trabajo y ese rigor.
La Dirección asumió otras formas, porque eran compañeros
que no vivieron la experiencia de la formación del rodriguismo.
A la mayoría de ellos yo no los conocía, a pesar que llevaba
militando en el Frente desde el año 1984, porque muchos habían
ingresado al país en 1987, es decir, no se habían impregnado de
aquella mística, ni habían hecho una praxis rodriguista que los
transformara en militantes con el carácter que se formó en los
años anteriores. Muchos de ellos eran comunistas cumpliendo una
labor, y después, cuando vino la separación, sus lealtades estaban
más bien orientadas hacia ese cuerpo de oficiales militares. Varios
de esos oficiales se quedaron en el Partido.
¿Qué destino habría tenido el Frente si Rodrigo no hubiese
muerto? Es una pregunta que me hago en ocasiones, a propósito
de la capacidad que él tenía, un hombre de pensamiento profundo,
crítico, con una serie de cualidades personales que lo hacían un ser
singular, en cierto modo por encima de todos nosotros en cuanto a
su valor específico, como sujeto pensante y como ser humano.
Yo creo que la reflexión y la reacción política ante las
circunstancias que nos tocó vivir hubiese sido mucho más rápida,
no hubiese tardado hasta el año noventa y dos, y se hubiese dado
con la honestidad que lo caracterizaba. Quizá, su presencia hubiese
posibilitado una rectificación de la lucha, para no seguir errando,
para no continuar en la inercia del camino. El Frente, de hecho,
tenía cierto prestigio y peso político, pudo haber levantado algunas
banderas que nadie levantó, la reivindicación, por ejemplo, de
aquellos temas sensibles en materia de Derechos Humanos, para
evitar la impunidad. Haberse transformado en una fuerza política
necesaria en función de la nueva realidad, sin atravesarse en lo
que la mayoría había decidido, en lo que el pueblo chileno había
decidido, y participar, presionando, para abrir mayores espacios
democráticos, en la línea de lo que hoy plantea el bloque regional
en América Latina, ese bloque que existe entre Bolivia, Ecuador y
Venezuela, que sigue el camino de la lucha revolucionaria desde
las instituciones gubernamentales.
Finalmente, es en la esfera política donde se resuelven las
cuestiones, ganando espacios de autonomía ante la hegemonía
114
neoliberal. Hoy, por primera vez en mucho tiempo se están
ganando esos espacios, y fue por ese camino, por el camino de
la democracia burguesa. Creo que sólo Rodrigo, por la autoridad
moral que tenía, pudo haber planteado esta salida; no así la nueva
Dirección, porque si hubiese señalado algo de esas características,
el Frente se hubiese fragmentado, nadie era capaz de sustentar un
argumento de esa índole, pues se hubiese considerado como una
traición.
El Frente hizo un sumario, una investigación, en torno a la
muerte de José Miguel y de Tamara, y surgieron algunas tesis que
sostenían la posibilidad de una delación, porque hubo compañeros,
que estaban con Rodrigo, que salieron ilesos de ahí. Había tres
compañeros que estaban en el mismo grupo, a unos cinco minutos
de donde estaba Rodrigo, pero pudieron salir. Si Rodrigo y Tamara
hubiesen caminado hacia ese lugar, probablemente no estarían
muertos.
Pero entrar por el camino de la especulación es muy
complejo. Me refiero a algo que tiene que ver con la exigencia de
transparencia ética de José Miguel. Es pensar que él, en los días
que pasó en La Rufina, que fueron dos o tres, escuchando radio
y viendo las repercusiones del asalto, pudo hacer una primera
reflexión acerca del poco sentido que tenía hacer la Irrupción
planificada. Es sólo una elucubración, que sólo pueden hacer
quienes lo conocimos de cerca. Tal vez él pudo darse cuenta que
para el Frente ya no había futuro, que habíamos sido derrotados
estratégicamente.
Rodrigo ya sabía, porque lo había escuchado en la radio,
que había cinco compañeros detenidos y encarcelados. Hay que
considerar también que esa era la primera operación de su autoría,
había luchado por ir a esa operación (mientras hubo otros que
no quisieron exponerse), porque consideraba que en la primera
Irrupción él tenía que estar ahí, dando el ejemplo, mostrando que
efectivamente se creía en ese camino. José Miguel era muy sensible
a la prisión y a la muerte de los militantes rodriguistas, así que,
probablemente, se sentía responsable por esos cinco compañeros
que en ese momento debían estar siendo torturados. Debe haber
pensado en la necesidad de volver a Santiago, porque era a la
vuelta, no allá, donde había que plantear que realmente no habían
condiciones, que no había una preparación suficiente. Tendría que
115
llegar a la capital y dar cuenta a los otros miembros de la Dirección
de aquella evaluación, señalar que estábamos derrotados desde
el punto de vista global, no sólo por la Operación Los Queñes.
Reconocer que en esa operación, en que fue jefe directo, cinco
compañeros fueron detenidos, y no conseguimos políticamente
nada.
Yo pienso que en el desenlace pudo haber un factor
de castigo autoimpuesto, un rigor consigo mismo, con ese
sentimiento de haber errado, de que “no fuimos capaces”, que
“nos equivocamos”, que “estamos insistiendo por un camino que
fracasó”. Haciéndose la pregunta: “¿Para el Frente qué queda?,
¿qué oportunidad tenemos?”. Cualquier otra persona, una persona
común, no se detendría demasiado en eso, pensando quizás de
manera pragmática que el dilema se resuelve en el camino, pero con
él pasaba algo muy singular, ante una crítica en relación a cosas tan
sensibles, hubiese puesto en seguida su cargo a disposición. Porque
era de verdad una persona muy transparente, con una ética a toda
prueba, y rigurosísimo en cosas del trabajo. Por ejemplo, yo tuve
más de cien contactos con él en tiempos de clandestinidad, como
su subordinado, y sólo en dos ocasiones no llegó al encuentro, y
en ambas mandó un mensajero para postergarlo, por respeto al
compañero con el que estaba trabajando. Yo, en cambio, en cuatro
oportunidades dejé de ir a la cita, y no mandé a nadie a dar aviso.
Esto contrasta con experiencias que tuve después, con otros jefes,
que de cinco contactos que teníamos, no llegaban a dos.
José Miguel se preocupaba por todos los compañeros, no
sólo era así conmigo, sino con todos; él era siempre la persona que
más trabajaba, no dormía más de tres o cuatro horas cada noche,
y además de estar en los asuntos prácticos, estaba preocupado de
la reflexión y de la elaboración teórica. No se trata de un culto a la
personalidad, sino que él era así, sencillamente.
El Frente en poco tiempo tuvo un desenvolvimiento
bastante grande, lo que tiene mucho que ver con su aporte, con
su calidad personal, con la posibilidad de haber contado con
un hombre como él en nuestras filas, con la estatura de pocos
hombres en la historia de Chile, al nivel de un Miguel Enríquez.
Hay personas que son muy buenas en las cosas prácticas, y otras
que son muy buenas desde el punto de vista intelectual, en la
116
elaboración. En José Miguel confluían esos dos aspectos, era una
persona muy íntegra.
Cuando planteo que, tal vez, José Miguel comprendió la
derrota, y que, tal vez, hubiese pensado en corregir la estrategia,
estoy, evidentemente, especulando. Pero no lo he hecho yo
solamente, otros compañeros también han opinado algo similar y
coincidimos en ese aspecto, que conociéndolo a él, por lo riguroso
que era, ¿por qué se quedó ahí y no rompió el cerco? ¿Por qué no
evacuó la zona? ¿Por qué esperó dos días? Escuchó por radio las
comunicaciones del GOPE, que estaba a 3 kilómetros de distancia
y que en 15 minutos iban a llegar donde se encontraban. Con
Tamara agarraron unos papeles, unas cosas que tenían, sus armas,
y no salieron en dirección hacia donde estaban los compañeros.
¿Por qué? Puede que el GOPE estuviera emboscado y los vieran
salir. La pregunta es, ¿por qué esa suerte de “relajo” de su parte?
Estando a cargo de la operación, y sabiendo que el enemigo estaba
cerca, creo que él, durante la reflexión en esos instantes, con la
honestidad que lo caracterizaba, y porque era muy autocrítico,
decidió pagar con su vida los errores cometidos, se entregó a la
muerte, pues no iba a ser capaz de soportar esa nueva realidad
en que todo lo que construyó, todo por lo que apostó, se estaba
desmoronando… empezando por la apuesta de que iba a haber un
fraude en el plebiscito.
Después, cuando tuve contactos con algunos de los
compañeros que asumieron la Dirección tras la caída de
Rodrigo, en función de mis responsabilidades y del trabajo que
estaba haciendo, supe que lo primero que hicieron fue elaborar
argumentos para justificar la estrategia del Frente (están en El
Rodriguista, nuestro órgano oficial, de noviembre de ese año ‘88).
Se habla de las columnas rodriguistas que están en la montaña,
que ya se inició la guerra, ese tipo de cosas, con un discurso que
quiere tapar la realidad, tapar la derrota, y levantar la moral. Pero
era un discurso errado, porque no se levanta la moral con cosas
que no son ciertas, insistiendo por el mismo camino que había
demostrado ser el equivocado. De hecho, Los Queñes fue un
martillazo en la cabeza para el Frente, todos podíamos ver que las
cosas habían quedado complicadas. Aquella derrota se convirtió en
una suerte de deriva, nos sentíamos totalmente extraviados. Faltó
la necesaria reflexión, continuamos definiendo políticas a corto
117
plazo, cuestiones de carácter operativo, pero sin que existiera una
visión más estratégica. Cuando teníamos que hacer referencia a
ese plano de la reflexión, esgrimíamos la GPN como respuesta,
pero con una pérdida total de objetivos.
Después de Rodrigo, la Dirección del Frente cambió. El
ochenta y ocho, antes que cayeran Rodrigo y Tamara, la Dirección
del Frente estaba compuesta por cuatro o cinco miembros;
después, producto del propio desarrollo del Frente, la Dirección
se amplió. En la Dirección estaban Salvador (Galvarino Apablaza),
Rodrigo, otro compañero que era oficial (del que nunca conocí su
nombre, estuvo un año nada más y luego se fue), y Bigote. Cuando
cae Rodrigo, el que debía ser su sustituto, por razones históricas,
era Salvador. No fue elegido, simplemente asumió. No sé muy bien
cómo fue ese proceso, porque yo estaba distante de todos esos
hechos. Quien habría estado ahí queriendo asumir era el Huevo
(Roberto Nordenflycht), con certeza, él habría querido. Se sentía
con más propiedad que Salvador, conocía mucho más al Frente
que Salvador.
Después de Los Queñes, se convoca a una reunión para
aclarar los hechos, aunque no había condiciones para una reunión
de esas características; nadie quería ir a una reunión con Bigote,
en medio de las sospechas ya instaladas. Él llevó un montón de
materiales, fotos de toda la operación de Los Queñes, y entregó
una cuenta. Al poco tiempo de la muerte de Rodrigo, Villanueva,
Salvador y el Huevo quedaron como responsables del Frente.
Salvador conoció poco a Bigote, y los otros dos se llevaban
pésimo con él. Bigote les decía las cosas a la cara, sobre todo
al Huevo, por su arrogancia, y a Villanueva le decía que era un
ganapán, un acomodado. Si fue ajusticiado o no, no lo sé, pero
Bigote desapareció, y al que preguntara, el Frente le entregaba una
versión: fue ajusticiado porque era un traidor.(42)
42 Luis Arriagada desaparece en enero de 1989 sin dejar rastro, sin embargo
el 28 de enero de 1992, el diario La Tercera publica una carta firmada por el
“Comandante Aureliano” (chapa externa de Bigote) donde acusa una crisis
y división interna del FPMR, ventilando problemas internos y acusando
a la Dirección Nacional de irracionalidad, manipulación de los militantes,
sectarismo, y militarismo, en términos similares a los que se publicaran
en el Manhattan algunos meses después. Señala también que “ha habido
ajusticiamientos. Yo soy uno de los sentenciados y trataron de asesinarme”,
y que el “Comandante Eduardo” (Enrique Villanueva) está desaparecido por
haber sido “acusado de traidor”. A diferencia de Aureliano, Eduardo volverá a
aparecer.
118
Unos dos meses después, en diciembre, tuve un encuentro
con Salvador. Fue ahí que lo conocí. Me citaron a una reunión con
los jefes más destacados del Frente, con más recorrido y trayectoria,
durante la que se hizo una votación. El grupo estaba separado
en dos lugares; a mí me tocó en la casa donde estaban Salvador,
el Chele (Juan Gutiérrez Fischmann)(43), y otros compañeros
oficiales que yo no conocía. En la otra casa también se estaba
haciendo la votación para elegir a la Dirección. Habíamos unas
veinte personas en ambos lugares, se expusieron veinte nombres,
de los cuales iban a quedar doce o catorce de los que sacaran más
votos. Cada uno votaba de manera secreta, según la lista. Varios
de los que estábamos ahí recibimos un montón de votos, pero
Salvador recibió más, todos votaron por él. Mediante ese proceso,
yo pasé a ser miembro de la Dirección, que quedó ampliada.
Puede que alguien diga que por primera vez se dio en
el Frente un evento democrático, pero eso no es así, sería una
falsedad, porque nos juntamos veinte personas a elegirnos entre
nosotros mismos, ¿cuál era la representatividad que teníamos?
Algunos teníamos trayectoria, pero había otros que habían llegado
cinco meses antes al país y que en el Frente no los conocía nadie.
No digo esto peyorativamente, sino en el sentido de que iban a
asumir responsabilidades dentro de una estructura que no sabían
cómo funcionaba. Los que llegaban del extranjero no contaban
con una experiencia previa, debían adaptarse primero. Hay una
serie de anécdotas de los problemas que ellos tuvieron, incluso
situaciones bastante ridículas. Pero así fue. Era un momento
difícil, estábamos todos muy golpeados por la muerte de Rodrigo,
y es difícil juzgar a la distancia.
Cecilia Magni
120
Campaña de Dignidad Nacional: “No a la impunidad”
122
producir agitación en torno a ese tema, porque no se podía hacer la
vista gorda ante los miles de desaparecidos, los muertos, la tortura,
y pensábamos que nosotros podíamos estimular ese descontento,
demostrando que se podía hacer justicia por la propia mano, en un
contexto en que primaba la impunidad.
Sí bien la política “No a la impunidad” se refrenda el año
noventa (de hecho yo participé en una reunión donde se oficializa
esa política), se había comenzado su implementación el año
ochenta y nueve, cuando se ajusticia a Roberto Fuentes Morrison
y se atenta contra Gustavo Leigh. Por lo tanto, el año noventa ya
había una práctica en esa dirección, pero sin una definición nítida
o formal, porque el año ochenta y nueve, como ya he dicho, es un
año de readecuación del Frente.
Esa era sólo una parte de nuestra política, porque también
estábamos trabajando en levantar referentes públicos, que se
articularan con el quehacer de las masas y de los diferentes sectores
sociales, que en esa agitación iban a estar movilizándose. A través
de nuestros referentes públicos nosotros podíamos nutrirnos.
Nuestras estructuras públicas de esa época eran el MPI, el MDJ,
y la JP, que se podían entender como un filtro, ya que los más
destacados de esas filas podrían llegar a las estructuras operativas
del Frente, al aparato clandestino y a la preparación en función
de la guerra. Esos elementos prepararían las condiciones políticas
para la guerra, mientras hacíamos un gran esfuerzo, un esfuerzo
silencioso, en la construcción de las fuerzas militares.
Esta preparación significó también una reestructuración
del Frente en términos orgánicos. El Frente cambió, por primera
vez generó una Comandancia. Antes nunca tuvo una Comandancia
como estructura de mando. Para dirigir la guerra no podía ser una
Dirección. Se crea un Estado Mayor para dirigir la fuerza militar
(que no es fuerza operativa, pues la fuerza operativa la puede
dirigir un jefe).
El Frente va tomando otra dimensión, de un aparato político
militar que era, se militariza, y eso es así porque la Dirección
estaba compuesta principalmente por militares, por oficiales. No
hubo mucho debate cuando se decidió el Plan de Guerra, que es
lo que rige de ahí en adelante el quehacer del Frente, y se pasó
toda la estructura a nivel nacional, incluyendo las direcciones
político-militares, a una estructura que tenía que confeccionar un
123
plan de guerra; es decir, en sus zonas debían implementar toda
una metodología para ir completando el plan. Tenían que saber
cuál era a nivel local la fuerza del enemigo, las características de
las Fuerzas Armadas, establecer los objetivos, conocer las fuerzas
políticas que existían; debían hacer un levantamiento informativo.
Casi todo el año noventa la estructura se dedicó a eso, y los que
continuaron haciendo algunas operaciones sólo fueron algunas
estructuras especiales.
Contábamos entonces con una Dirección Nacional
ampliada, mientras que la Comandancia pasa a ser lo que antes
era el Secretariado, el Ejecutivo. También, por primera vez, se
designa un segundo jefe, cosa que antes no existía. Previamente, si
caía el jefe, la Dirección se debía reunir para elegir el sucesor. En
este otro formato, se designa un sustituto, que al mismo tiempo
es el jefe del Estado Mayor, que es a su vez el jefe militar. Ese
fue mi cargo, pues Salvador me designó a mí, a dedo, para esa
responsabilidad, y todos los demás estuvieron de acuerdo. Ahí
comienza eso de llamarnos “comandantes”, aunque eso no existía
en el trato cotidiano. Si alguien me decía “comandante”, yo le pedía
que me dijeran Ramiro no más (mi primera chapa en el Frente fue
Pepe, pero el año ochenta y cinco cambié de nombre y empecé a
llamarme Ramiro).
En julio de 1989 fue ejecutado por el Frente Roberto
Fuentes Morrison, “El Wally”,(44) agente vinculado a crímenes
contra militantes de izquierda y violaciones a los Derechos
Humanos. Esa acción marcó el inicio de una nueva fase, y asentó
los fundamentos de lo que sería la Campaña por la Dignidad
Nacional. El ajusticiamiento de Fuentes Morrison y el atentado
contra el General Leigh ocurrieron cuando aún estábamos en
128
los avances en esa misión, entre otras cosas que estaban viendo;
cada uno informaba su parte y después discutíamos otros temas.
La Comandancia estaba reunida cuando se realizó el atentado
a Guzmán. Mauricio Arenas puso la Radio Cooperativa y nos
informó del hecho. Hicimos una pausa para escuchar la radio y
así supimos que había ido a dar al hospital. La ejecución pudo
haber sido realizada antes de esa reunión, fue una coincidencia
que ocurriera el mismo día.
Nos reuníamos todas las semanas. En esa ocasión, no nos
reunimos para eso especialmente, estábamos revisando otras
cosas, estábamos con la radio encendida porque Mauricio sabía que
debía ocurrir a cierta hora (era lo único que él sabía). Al comenzar
la reunión dijo: “Hoy es el día D”, y dejó puesta la Cooperativa.
Continuamos la reunión hasta que comenzaron las informaciones.
Ya era algo consumado, sin retorno, y hubo una aprobación tácita,
incluso mía. Había muy poco espacio para que alguien tuviera la
osadía de cuestionar aquella ejecución, porque era cuestionar la
política que se había definido: la Campaña de Dignidad Nacional.
Sé que hay personas interesadas en sostener la tesis de
que yo fui el ideólogo, la mente siniestra a la que se le ocurrió,
poco menos que por iniciativa propia, matar a Jaime Guzmán,
pero lo hacen para limpiar las responsabilidades colectivas, por
un lado, y también para esconder situaciones impresentables,
de abierta traición. Me refiero al caso de Enrique Villanueva, (49)
132
pero de lo que nadie quería hacerse cargo, así que continuamos
con nuestro trabajo.
El resultado de esas negociaciones de algunos renegados
del Frente con sectores socialistas, fue la estructuración de ese
aorganismo deinteligencia que se conoció como La Oficina(51),
51 El primer gobierno de la Concertación, presidido por Patricio Aylwin,
estaba prácticamente huérfano en materia de inteligencia, ya que la información
que se tenía respecto del operar de grupos insurgentes en Chile estaba en
manos del Ejército. Por ese motivo, La Moneda se plantea la necesidad de
contar con una entidad civil de competencia en esta materia, para lo cual,
siguiendo el modelo de España e Italia, Aylwin da, días después de la muerte de
Jaime Guzmán, las instrucciones para la creación de un organismo de seguridad
e inteligencia. Así surge, a partir del decreto Nº 363 del 23 de Octubre de 1991,
el Consejo de Seguridad Pública (más conocido como “La Oficina”). Cabe
mencionar que en ninguna parte del decreto se estableció que “La Oficina”
tuviera facultades para realizar labores operativas propias de la policía en
materia de búsqueda de antecedentes, ni mucho menos para ofrecerle a “los
extremistas” protección o impunidad, siendo este último punto una de las
acciones al margen de la ley que llevó a cabo esta unidad. El mandato recibido
por este organismo fue desbaratar a los grupos de izquierda armada, y su
principal responsable fue el militante del Partido Socialista, Marcelo Schilling,
quien ya se había destacado en la arena política por ser un hábil negociador y un
implacable hombre de los aparatos partidarios. Para Schilling no era fácil asumir
la misión, no solo por los riesgos personales que significaba el cargo –de hecho
fue amenazado de muerte por el MAPU-Lautaro–, sino demás por los reparos
que generó entre algunos socialistas, que no veían con buenos ojos que uno de
sus hombres asumiera tareas de inteligencia y la responsabilidad de desarticular
a los grupos armados que habían luchado contra la dictadura. Las críticas de
la izquierda del gobierno, representada por el Partido Socialista, apuntaron
también al rol que había cumplido Schilling como miembro del Grupo de
Amigos Personales de Salvador Allende (GAP), donde se había preocupado de
coordinar las actividades del Presidente. El accionar de “La Oficina” también
respondió a la presión mediática, que se hizo constante en revistas como Qué
Pasa y el diario El Mercurio, medios que divulgaron el concepto de “Seguridad
Ciudadana”. El PS puso a disposición del gobierno su amplio conocimiento en
las estrategias y métodos operativos de los grupos armados y, sin duda, debe
haber dado más de una pista clave para la identificación de los autores de los
casos Guzmán y Edwards, y para el desmantelamiento del FPMR y del MAPU-
Lautaro, tarea que al término del gobierno de Aylwin estaba muy avanzada. La
primera tarea que realizo “La Oficina” fue difundir el rumor de que un grueso
contingente de ex presos políticos eran informantes del gobierno. De inmediato,
las organizaciones armadas separaron de sus filas a los “sospechosos”, lo que
significó una merma en la operatividad de esos grupos. En una segunda fase,
se implementó la llamada “Iniciativa para la Paz”, que consistió en reinsertar
socialmente a “extremistas” a través del apoyo económico, becas de estudio o
cursos de capacitación que, en el fondo, encubrían el objetivo de convertirlos
en “informantes recompensados”. La estructura formal del Consejo consideraba
un Comité de Asesoría Directa y uno Consultivo de Inteligencia. Sin embargo,
Schilling fue más allá, pues por intermedio de uno de sus colaboradores (Óscar
Carpenter) creo la llamada “Oficina de Huérfanos”, que, si bien se dedicaba a
133
creado para combatirnos. Estaba claro que iban crear un organismo
de esa naturaleza, no era algo extraordinario, tampoco nos íbamos
a preparar más por eso, habíamos estado toda la vida lidiando
con aparatos de seguridad. La diferencia consistía en que, en esta
oportunidad, los personajes que antes fueron nuestros “aliados” se
pusieron del lado contrario, para combatirnos.
Ya estábamos alertados de esa situación, algunos
compañeros incluso sabían los nombres de las personas que
estaban trabajando directamente con el Gobierno, se sabía que
a poco andar los socialistas iban a asumir responsabilidades en
seguridad. Eso era clave, porque se trataba de nuestros pares, de
oficiales formados por el Partido Socialista, (52) que tuvieron luego
que ver con el trabajo de inteligencia.
procesar información –de hecho, quienes la conocieron, pudieron observar
en sus murallas organigramas del FPMR y del Lautaro–, sirvió también como
pantalla para conformar una red de informantes reclutados entre ex presos
políticos y miembros activos de grupos “subversivos”. En su trabajo en “La
Oficina” acompañaban a Schilling los demócrata cristianos Mario Fernández
y Jorge Burgos, en el cargo de Directores. En el departamento de análisis se
encontraba el militante del Partido Socialista, Antonio Ramos, quien ofició de
“experto en guerra psicológica”, y Lenin Guardia, analista vinculado también
a operaciones especiales en el campo los grupos rebeldes y los círculos donde
éstos se movilizan (se puede ver un esquema de la estructura de “La Oficina” en
un organigrama publicado por la revista Qué Pasa el 21 de diciembre de 1996).
Desde su creación, el Consejo de Seguridad Publica e Informaciones recibió un
cuestionamiento constante en relación con la forma en que operaba. Existían
sospechas fundadas de que en varias operaciones “La Oficina” había actuado
de forma ilegal, lo cual trajo como consecuencia directa el término del Consejo
en 1993, cuando se crea, a través de la ley 19.212 la Dirección de Seguridad e
Informaciones, bajo el mando de Isidro Solís, funcionario de Gendarmería y
hombre de confianza del entonces Subsecretario del Interior, Belisario Velasco.
En el año 1984 el FPMR colabora en la formación operativa del Destacamento
Popular 5 de Abril, creado por la fracción Almeyda del Partido Socialista,
con el fin de realizar acciones de lucha armada, como asaltos a locales
comerciales e interferencia de canales de televisión. El ex diputado y ex
senador concertacionista del PS, Camilo Escalona, habría estado a cargo de la
coordinación de este Destacamento, donde también habría participado el futuro
agente de “La Oficina”, Óscar Carpenter. En el año 1985, Clodomiro Almeyda
asume la política de alianzas para la salida negociada de la dictadura y manda a
desmantelar este “brazo armado” del PS (también se dice que estos militantes
habrían sido expulsados, formando las fracciones PS-Salvador Allende y PS-
Comandantes).
52 En el año 1984 el FPMR colabora en la formación operativa del
Destacamento Popular 5 de Abril, creado por la fracción Almeyda del Partido
Socialista, con el fin de realizar acciones de lucha armada, como asaltos a
locales comerciales e interferencia de canales de televisión. El ex diputado y ex
134
Pero, habiendo estado todos en la clandestinidad, ¿qué
podían decir de nosotros? En mi caso particular, ninguno de ellos
me conocía, porque yo no era de ese ambiente. Incluso puede que
para entonces hayan estado más preocupados de su seguridad
personal, ya que eran oficiales. Pero habían pasado cinco, seis
o siete años, y habían cambiado. Nosotros quedamos bastante
indiferentes frente a ese proceso. Ellos conocían los métodos del
trabajo conspirativo, habían sido formados en esos temas y tenían
experiencia. Conocían a algunas personas, sabían cuál era más
relajada, cuál era más estricta, y cómo podían llegar con mayor
facilidad a ellos, por una prima lejana, un pariente, un amigo.
Iban, hacían vigilancia, y de pronto la persona llegaba y le hacían
seguimiento. Esas eran las brechas en la seguridad que esperaban
abrir.
Nosotros estábamos acosados desde el punto de vista de la
seguridad por todos lados, así que no hubo una dedicación especial
para contrarrestar la labor de La Oficina, que, sin duda, estaba
interesada en tener miembros de nuestras filas en su aparato, gente
que conociera al Frente por dentro. De seguro buscaron tener
informantes como Villanueva, que era miembro de la Dirección.
¿Qué podía ser mejor que eso? Tuvieron de ese modo acceso a
toda nuestra estructura, y cooptaron a militantes, como fue el
caso de Agdalín Valenzuela; de hecho, tenemos antecedentes que
indican que fue el propio Villanueva quien lo cooptó. Agdalín era
un personaje importante en el Frente, un jefe intermedio, que
participó durante un período en la Fuerza Especial, era un buen
jefe operativo, que realizó varias operaciones, y que además tenía
un alto nivel de confianza conmigo y con otros miembros de la
Comandancia.
Lo curioso del hecho, como señalaba antes, es que yo soy el
único que está condenado como autor o inductor del homicidio de
Jaime Guzmán.(53) En el período en que fui condenado, la justicia
senador concertacionista del PS, Camilo Escalona, habría estado a cargo de la
coordinación de este Destacamento, donde también habría participado el futuro
agente de “La Oficina”, Óscar Carpenter. En el año 1985 Clodomiro Almeyda
asume la política de alianzas para la salida negociada de la dictadura y manda a
desmantelar este “brazo armado” del PS (también se dice que estos militantes
habrían sido expulsados, formando las fracciones PS-Salvador Allende y PS-
Comandantes).
53 Al momento de esta declaración, Villanueva no había sido aún condenado y
sentenciado en Chile como coautor intelectual de la muerte de Jaime Guzmán.
135
chilena solía realizar juicios sumarios, que duraban una semana.
En siete días esa justicia me condenó a cadena perpetua. El que
llevó la causa fue el juez Pfeiffer, que ya se había manifestado
públicamente contra nosotros, es decir, el magistrado ya tenía un
prejuicio contra los militantes del Frente. (54) A eso no le podemos
llamar justicia, nadie debería ser sometido a ese tipo de procesos
injustos.
Dentro de nuestros parámetros valóricos y morales, la
acción fue justa, de hecho, a ese tipo de acciones les llamamos
“ajusticiamiento”, porque estábamos haciendo justicia por nuestra
propia mano, de lo contrario habría impunidad. Por el contrario,
yo fui sometido a una justicia totalmente desigual y arbitraria.
Ante esa “justicia”, antepusimos otra forma de justicia, en la que sí
creíamos, la justicia del pueblo, con la conciencia de que íbamos
a ser eximidos penalmente, considerando que el objetivo de
nuestros actos era sancionar la violación a los Derechos Humanos
que se efectuó contra los sectores populares. Considerábamos que
esa forma de hacer justicia interpretaba un sentimiento colectivo y
popular; esa fue siempre nuestra convicción, que se confirmaba de
diferentes maneras, como por las felicitaciones que recibíamos de
sectores populares cuando se realizaban aquellos ajusticiamientos.
En el caso del coronel Fontaine, por ejemplo, sus propias
declaraciones hechas unos días antes de su ajusticiamiento
dejaron muy clara la justeza de la acción. Dijo, con una actitud
desafiante, que andaba armado, que lo podían ir a buscar cuando
quisieran. Fue una provocación que hería a la sensibilidad popular.
Él estaba siendo procesado por la muerte de los profesores Natino,
139
El secuestro se prolongó por cinco meses, y fue una
negociación ardua, debido a la terquedad de la familia.(57) Ahora
queda mucho más claro por qué dejaron cinco meses a su hijo
en esas condiciones tan difíciles. Estar encerrado en un cuarto
pequeño las 24 horas del día durante cinco meses no es fácil,
sabiendo, además, que tu familia tiene dinero de sobra para haber
accedido mucho antes a las demandas: fue por una cuestión de
orgullo. El Mercurio era nuestro enemigo ideológico, y Edwards
no se conformaba con ceder. Suponían que, en la medida que
pasara más tiempo, iríamos dejando más pistas; su finalidad, más
allá de recuperar a su hijo, era que hubiesen más posibilidades de
capturar a los responsables del plagio, y con mayor razón desde
el momento en que Edwards tuvo la confirmación de que éramos
nosotros, el Frente, los que teníamos a su hijo (esa certeza la
tuvo a los diez o veinte días del secuestro). Eso lo dejó tranquilo,
seguramente pensó: “Mi hijo no va a morir”, porque en todos
los secuestros que había hecho el Frente (como el de Cruzat),
siempre hubo mucho respeto por las personas capturadas, que
no sufrieron vejaciones ni malos tratos, entonces, menos aún
iba a perder la vida. Seguramente quedó con esa tranquilidad,
y descansó en esa convicción, quedó aliviado: “Es el Frente,
menos mal”. Esto le daba más tiempo para reunir antecedentes
que permitieran capturar a los secuestradores. Aunque también
debe haber jugado un papel importante la avaricia, a pesar que no
creo que eso sea lo principal; las motivaciones ideológicas muchas
veces son más importantes que los costos monetarios. Hay que
tomar en cuenta que estos Edwards son personajes que han estado
profundamente involucrados en la política chilena; todos sabemos
que en el periodo de Allende tuvieron un vínculo directo con las
fuerzas golpistas y que buscaron personalmente el apoyo de los
57 El Frente había pedido cuatro millones de dólares como rescate,
ante lo cual la familia Edwards se negó. Las negociaciones se
endurecieron y el Frente redujo esa exigencia a un millón y medio de
dólares, para, más tarde, cerrar el monto del rescate en un millón de
dólares, cifra que la familia accedió a cancelar. Un británico asesoró
a los Edwards en la negociación, y hubo problemas internos entre el
gobierno y la familia, porque ésta trabajó con la policía uniformada
(Carabineros) y el gobierno trabajó con la policía civil (Policía de
Investigaciones), generando un alto nivel de dispersión.
140
norteamericanos. Es conocido el papel que jugó la familia Edwards
en la conspiración contra el gobierno popular desde la trinchera
del diario El Mercurio.
Pronto pudimos percibir a la policía en torno nuestro,
incluso en torno a la casa donde estaba Edwards, en Macul. Los
vimos arreglando el teléfono en una esquina. Una vez que fui a
visitar la casa de seguridad, les dije a los compañeros: “Ya están
aquí”. De hecho, evaluamos la posibilidad de evacuar, de salir; los
planes para eso ya estaban elaborados.
Todo eso nos acosaba y nos presionaba para apurar un
desenlace en las negociaciones. Especialmente porque ya había
una buena cantidad de militantes sin dinero para la locomoción,
con arriendos atrasados; toda la estructura tenía una serie
de problemas económicos. Llevábamos dos meses sin nada,
pidiendo préstamos a gente amiga: un millón de pesos por aquí,
dos millones por allá. Cantidades bastante exiguas para solventar
toda la estructura; era una situación realmente precaria. En
esas condiciones, menos aún se podía hacer política, o tener la
tranquilidad para generar algún tipo de reflexión sensata, estando
apremiados por cuestiones cotidianas, prácticas. La escasez de
recursos influyó inmediatamente en las medidas de seguridad,
porque si tú no tienes dinero para tomar dos o tres micros para
ir a un contacto, no puedes haces un contrachequeo eficiente, no
haces ninguna verificación de seguridad, vas directo al punto, lo
que disminuye notablemente los niveles de seguridad. Era una
situación tan compleja que yo me involucré directamente en la
operación, aun cuando era el segundo responsable del Frente,
miembro del Estado Mayor (aunque era un Estado Mayor muy
disminuido).
Finalmente se cumplió el objetivo, la familia hizo el
pago del rescate. El dinero quedó bajo la responsabilidad de la
Comandancia, y alivió la situación, sin ninguna duda. Se ocuparon
los recursos para los gastos urgentes del Frente, y también nos
dio la posibilidad de hacer una pausa, y se generaron ciertas
condiciones materiales para la reflexión que vino después.
La crisis financiera del Frente, que originó la necesidad de
desarrollar una acción como el secuestro de Edwards, se originó
como producto de dineros que se esfumaron. El Frente se había
comenzado a autofinanciar desde que se empezó a implementar la
141
estrategia de GPN. José Miguel mencionó que había ofrecimientos
para continuar con el financiamiento que venía desde el exterior,
el mismo que recibía el Partido Comunista; sin embargo, después
de la separación, y después de generar nuestra propia estrategia,
José Miguel entendía que debíamos independizarnos también en
ese plano. Lo expresó de la siguiente forma: “Nosotros hemos
asumido una vida propia, y tenemos que ser consecuentes con eso,
no podemos postular una estrategia de poder y estar estirando la
mano para recibir un dinero externo, nosotros tenemos que ser
capaces de autofinanciarnos, seamos serios, demostremos que no
sólo somos autosuficientes en nuestra estrategia político-militar,
sino también en lo financiero”. Se comunicó, en consecuencia, que
no necesitábamos ya más financiamiento externo, y comenzamos
nosotros a resolver ese aspecto.
Pero entre los años 1990 y 1991, una buena cantidad de
esos recursos se esfumaron, debido a una situación de la que fue
responsable el encargado de su administración. Pudo haber sido
una mala gestión o puede que haya habido un aprovechamiento
(estamos hablando de la desaparición de una cantidad de dinero
del orden del medio millón de dólares). Esa situación fue debatida
en su momento y fue resuelta, aunque no muy satisfactoriamente;
simplemente se resolvió que esa persona nunca más quedaría a
cargo de los recursos del Frente. Esa irresponsabilidad nos obligó
a implementar la “Operación Edwards”, arriesgando a todo el
equipo que participó, y comprometiendo a otras estructuras del
Frente, con lo que se abrió una brecha de seguridad que derivó
finalmente en la captura de Miguel Martínez y de la compañera
Maritza Jara(58). Y como todo se encadena, si seguimos más allá,
no alcanzó a pasar un año antes de que el compañero Miguel
Martínez muriera al intentar fugarse de la cárcel. (59) Es decir, hasta
una muerte hay de por medio como consecuencia de esa situación.
También la muerte de Alex y Fabián(60), que fueron asesinados
58 Maritza Jara fue la encargada de la vigilancia del entorno de la casa donde
mantuvieron a Cristián Edwards. Fue capturada cuando intentaba escapar a
Argentina y se fugó de la cárcel en diciembre de 1992.
59 El frentista Miguel Martínez Alvarado fue capturado cuando intentaba salir
del país junto a Maritza Jara luego del secuestro de Edwards, durante el que
habría participado como celador. Fue abatido a tiros al intentar fugarse de la
cárcel en octubre de 1992.
60 Alex Muñoz Hoffman y Fabián López Luque, de 23 y 22 años
respectivamente, murieron asesinados en un operativo de 500 efectivos
142
en enero del noventa y dos, tuvo que ver tangencialmente con
esa falta. Esos dos compañeros, después de asaltar a un camión
PROSEGUR, en la sede de la Universidad Católica de Diagonal
Oriente, se tuvieron que refugiar en una casa del sector, en la calle
Chile-España, tomando de rehén a una familia. Carabineros hizo
un operativo, rodeó la casa, estuvieron todo el día ahí, hasta que
nuestros compañeros decidieron liberar a la familia y luego salir.
Ese asesinato lo pasaron en vivo por la televisión. Los dineros de
ese asalto estaban destinados a solventar la parte final de la Fuerza
Especial que iba a apoyar el secuestro de Edwards (ni siquiera
teníamos dinero para autos).
En todo eso derivó la falta de recursos. Es una cadena, en
que esas muertes están vinculadas a la fuga de ese dinero, y hay
todavía una serie de otras consecuencias, que no voy a mencionar
aquí, pero donde hay más muertos aún. Fue, por lo tanto, una
irresponsabilidad grande, que ocurrió en un momento de mucha
debilidad de parte nuestra. Una sanción mayor habría significado
una ruptura en la instancia máxima del Frente. El castigo fue
más que nada moral. Consistió en inhabilitar a una persona para
relacionarse con los recursos de la organización. Lo que, de todos
modos, fue prácticamente decir que ese militante era un ladrón.
Pero no tuvimos la capacidad de aplicar una sanción más drástica,
y quedó una sensación amarga al respecto. Lamentablemente, a
veces hay que tomar algunos tragos amargos.
Después de la operación de Edwards vino una especie de
repliegue, que tiene que ver, más allá de la situación interna que
estábamos atravesando, con el trabajo que estaban realizando
La Oficina y el comisario Barraza, con su equipo de la Policía de
Investigaciones (él ha sostenido que en ese período nos tenía
policiales que rodearon la casa de Ñuñoa donde se refugiaron luego del asalto
a un camión de transporte de valores. Pablo Muñoz, hermano de Alex, había
caído herido en la huida y se negó a ser socorrido. Los jóvenes liberaron
a la familia de la casa donde se refugiaron y al cabo de catorce horas de
cerco policial, se entregaron con las manos en alto, momento en que fueron
acribillados por la policía que, al parecer, cumplía órdenes del Ministerio del
Interior. Los peritajes muestran que los dos jóvenes nunca dispararon sus
armas. El asesinato de los rodriguistas fue cubierto en vivo y en tiempo real por
todos los canales de televisión del país, alcanzando el Canal 7 (TVN) más de 25
puntos de rating, y Canal 13 más de 22 puntos, lo que significa que más de dos
millones de espectadores siguieron en vivo los asesinatos.
143
localizados).(61) Hay unas declaraciones en la investigación del
secuestro de Edwards que se han filtrado, donde se señala que
el secretario ejecutivo de La Oficina, Marcelo Schilling, tenía un
informante denominado F1, y que ese informante tenía algún
grado de acceso a la Dirección Nacional del Frente, y que tuvo
un alto grado de responsabilidad en los seguimientos y en el
acoso. Nosotros descubrimos, en esa época, con el asunto de
Cristián Edwards (y ahora que ha pasado el tiempo queda mucho
más claro), que ellos tenían prácticamente informes quincenales
acerca de lo que estábamos planeando y de cómo caminaba la
operación. A partir del espionaje de ese informante llamado F1, se
enteraban de todas nuestras jugadas, sabían con anticipación todo
lo que íbamos a hacer. La negociación, todo tipo de negociación,
no exclusivamente la de un secuestro, tiene que ver con una
disputa de poder, es como hacer un “gallito”, con mucho bluff en
la apuesta, pero veíamos que no funcionaban los engaños, que no
nos creían, y era porque de alguna manera sabían la verdad.
El informante era Agdalín Valenzuela, él era F1. Por las
características de su trabajo, él se reunía conmigo y con otro
miembro de la Comandancia, y como era un hombre de confianza,
a veces preguntaba: “¿Cómo va caminando la negociación?”, o
“¿Cómo está lo del secuestro?”. Porque a la vez él también estaba
sufriendo las consecuencias de no tener recursos (su tarea era de
tipo estratégico). Eran comentarios generales los que le hacía, sin
embargo, tuvo información concreta durante dos meses. En ese
período estábamos evaluando la posibilidad de que él asumiera
una alta responsabilidad, pero, irónicamente, por circunstancias
del azar, finalmente eso no ocurrió. Pienso, en todo caso, que
eso hubiese sido un gran problema para él, se habría visto en un
grave aprieto. Cuando se estudió esa posibilidad, yo le entregué
145
Yo hice varios viajes en un periodo corto de tiempo, en
distintos vehículos, y me daba cuenta inmediatamente que había
seguimientos; incluso, si yo paraba en algún lugar, notaba cuando
me miraban. Una vez me detuve en Peñuelas, fumé un cigarro, pero
cuando quise volver a la carretera un auto me estaba esperando,
casi me encierran, pero rápidamente rompí el cerco. Era más
que nada una forma de amedrentamiento, para que cundiera la
desesperación entre nosotros. Después, una vez concluido el
secuestro, tuvieron bastantes posibilidades de capturarme con
éxito, limpiamente, cuando no estábamos en grupo, pero no lo
hicieron. En Maitencillo, por ejemplo, pudieron actuar, pero
como estábamos en grupo, tampoco actuaron, yo creo que querían
evitar un enfrentamiento sangriento; pero también tuvieron
posibilidades de hacer capturas de a uno, o de a dos, sin disparar
un tiro, y tampoco lo hicieron. No era un problema operativo,
porque, si está bien preparado, eso se consigue.
Lo mismo pasó en Colliguay. Estábamos en un lugar
apartado, éramos un grupo relativamente numeroso, estaba
la Policía de Investigaciones tras nuestros pasos (de hecho se
hizo público un video donde por primera vez aparezco), y no
nos capturaron. Tuvo que ver, probablemente, con las mismas
razones, que haya habido una orden de los organismos superiores
de la policía de mantener sólo la vigilancia sobre nosotros, sin
realizar capturas, a pesar de contar con esa posibilidad concreta.
Durante varios días, de hecho, vimos y sentimos la presencia de
la policía. Frente a la posibilidad de una detención, teníamos la
determinación de no entregarnos vivos. Era el final de un camino,
y ese final tenía que ser coherente con el destino de nuestros
compañeros que habían caído, no había otra salida. Había mucha
mística en ese grupo, fuerza moral y disposición combativa. A
pesar que ya teníamos conciencia de la derrota del proyecto.
Un día hicimos un partido de fútbol, y los contrincantes
fueron miembros de Investigaciones. ¡Jugaron fútbol contra
nosotros! Ellos vieron cuando dejamos los ocho bananos con las
pistolas antes de ingresar a la cancha, teníamos también un estuche
de guitarra con un fusil, y lo dejamos en nuestro arco. Sólo las
compañeras se quedaron afuera, mirando el partido. Jugamos siete
contra siete. ¡Un partido de futbol contra los ratis! Fue increíble.
Después, uno de ellos hizo un campamento con su familia al lado
146
del camping donde estábamos (él me vino a visitar hace un tiempo
aquí, a la cárcel, y me contó esa historia, me la confirmó).
Se contaba en Investigaciones que él era una persona osada
y que había arriesgado incluso a su familia por cumplir una misión.
Yo le dije que en verdad su familia nunca corrió riesgo, porque
nosotros no actuábamos indiscriminadamente y sabíamos que su
familia no tenía nada qué ver en el conflicto. De todos modos,
cuando jugamos fútbol ese día, ya sabíamos que algunos de ellos
podían ser policías, aunque no sabíamos que todos lo eran, pero
teníamos identificados al menos a dos, que eran de la Policía de
Investigaciones. Siempre esperamos que ellos hicieran el primer
movimiento, teniendo la convicción de que no nos entregaríamos
fácilmente; también sabíamos que mientras estábamos ahí,
jugando, no podían llegar de repente y aparecerse veinte o treinta
hombres armados, porque íbamos a alcanzar a sacar nuestras
armas.
Por ese motivo salimos de Colliguay, porque teníamos
identificados a esos agentes de Investigaciones. En un principio no
sabíamos exactamente quiénes eran los que estaban tras nuestra
pista; todos los días hacíamos un recorrido, por grupos, teníamos
una disciplina bien organizada, salíamos por el cerro a correr,
nunca andaba nadie por esos rumbos, e íbamos acumulando
informes. Entonces vimos a una persona sola, registramos cómo
era, cómo andaba vestida. Parecía sospechosa. Además, desde que
yo tenía doce años iba a Colliguay, y conozco bien el movimiento
de la zona; eso fue clave para darme cuenta de que había algo que
no era normal.
Luego, un día por la tarde, vimos gente camuflada frente al
camping, incluso alguien hizo una broma: “Deben estar colocando
una cámara”. Para nosotros fue nada más que un chiste, porque no
tenía sentido. “¿Para qué van a colocar una cámara si ellos están
aquí?”, pensamos. “No precisan instalar una cámara. Ya tienen
el control de todo, lo único que les falta es hacer una redada”.
La cámara estaba demás, porque era un riesgo, si caminábamos
cinco minutos podíamos encontrarla. Sin embargo, la cámara
efectivamente estaba ahí, pero no pusimos mayor atención.
Lo otro que vimos fue una camioneta blanca, de doble
cabina, que llegó al camping. En ese momento éramos los
únicos habitantes del lugar, que tenía ocho cabañas, de las cuales
147
arrendamos tres o cuatro. Los dos tipos que llegaron preguntaron
un par de cosas e inmediatamente resultaron sospechosos, por la
actitud que tenían. Una compañera se acercó y escuchó a estas
personas conversando con la dueña del camping, preguntaban
por una dirección. Todo mal hecho, casi improvisando. Luego
continuaron hacia arriba, hacia el pueblo y nosotros mandamos
a dos compañeros a tomar un auto y seguirlos. Los tipos andaban
medio perdidos, pidiendo direcciones en un lugar donde no hay
direcciones, porque el pueblo consiste en cinco o seis casas, nada
más. Y que llegue un tipo en una camioneta, con la vestimenta
formal con la que andaba, donde hay sólo casas de madera, de una
habitación, no tenían nada que ver. Si hubiesen dicho que eran
ejecutivos de la mina, les habríamos creído, pero ni siquiera sabían
que había una mina más arriba. Nuestros enviados preguntaron
en el único almacén que hay, y las personas de los pueblos chicos
hablan todo: “Estaban buscando una dirección que no existe”,
dijeron, hasta ellos desconfiaron de esos tipos. Los compañeros
volvieron con esos datos, y con la patente del vehículo. “Ya”,
dijimos, “una vez más, están aquí”. Pero no teníamos para adonde
ir, además, ese era un terreno que conocíamos bien, era mejor
estar ahí a que nos parasen a todos en un auto y nos hicieran una
barrera de fuego. Porque en un auto uno está en desventaja. Por lo
menos en Colliguay estábamos en un espacio abierto.
Después se cumplió nuestro plazo de espera, llegó la
documentación que estábamos esperando y fueron cubiertas
ciertas necesidades para implementar la decisión que ya habíamos
tomado, que consistía en que todo el contingente saliera del
país, menos los miembros de la Dirección, que tendríamos que
quedarnos a resolver los problemas del Frente. Lo más urgente
era sacar del país a la gente de ese grupo, porque la policía estaba
encima. Debíamos resolver la situación de seguridad, y para eso
era necesaria la evacuación. Yo estaba abocado a resolver esa
situación particular, aunque también debía viajar a Santiago, a ver
otros asuntos. Cuando iba a Colliguay me quedaba una semana, no
podía ir y volver en el día, son seis horas de viaje, hay que subir
una cuesta, y andaba solo. En varios momentos pudieron haberme
hecho una encerrona y haberme capturado. Lo de la evacuación
me demandó bastante tiempo, pero finalmente sacamos a esa
gente del país.
148
¿Por qué no nos capturaran en Colliguay? Puede haber sido
por varios factores, como señalé: por la inoperancia de ellos, o por
no querer pagar el costo político, en un contexto en que estaban
hablando de reconciliación. Sabían que en el caso de un intento
de detención lo más probable es que hubiesen habido varios
muertos. Pudo haber pesado también el caso particular del Chele,
por los vínculos que él tenía con la Revolución Cubana. Había
militantes socialistas y de otros sectores en La Oficina que habían
sido formados como oficiales en Cuba, y que habían contribuido
a la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Chile y la
isla. No creo que proteger al Chele haya sido algo desarrollado
explícitamente, probablemente fue algo tácito, no declarado,
porque eso entre revolucionarios no se hace. Si Cuba hubiese
hecho ese esfuerzo, sabían que ponían en aprietos al propio Chele,
pues él podría haber tenido problemas con nosotros si se llegaba a
saber que estaba siendo privilegiado o protegido. Eso no hubiese
sido un gran favor para él, pero sí pudo haber sido iniciativa de la
propia Oficina, no por altruismo o porque les cayera bien el Chele,
sino por un cálculo pragmático, porque ellos estaban apostando
a tener una buena relación con Cuba, reanudar las relaciones
diplomáticas y hacer buenos negocios. Si el Chele caía en un golpe
de la represión gubernamental, podía complicar los vínculos que
estaba estableciendo el Gobierno. A muchos de ellos les interesaba
restablecer relaciones con Cuba, por las posibilidades comerciales
que se abrían. Esos tipos crearon empresas, hicieron buenos
negocios en la isla.
Tras la salida de los compañeros, los miembros de
la Dirección que quedábamos hicimos un encuentro, donde
tomamos la decisión de abrir un debate (primero en la instancia
de Dirección) en relación con “la realidad”. Esa realidad que nos
estaba golpeando la cara: la evidencia de que el Frente ya estaba
prácticamente desarticulado. Teníamos que reflexionar en torno a
eso, y decidimos que en el exterior teníamos mejores condiciones
para realizar ese debate con tranquilidad. En Chile estábamos
siendo perseguidos y estábamos contaminados desde el punto de
vista de la seguridad. Finalmente, en mayo o junio del año 1992,
salimos, y la Dirección del Frente hizo una pausa. Nos detuvimos
hasta tener más clara una nueva orientación, y eso fue lo que se
consolidó a finales del noventa y dos, o principios del noventa
149
y tres. Se trataba de abrir ese proceso de discusión interna que
habíamos hecho en la instancia de Dirección, involucrando a toda
la militancia. Eso duró como seis meses. Hicimos un proceso
autocrítico bastante duro, reconocimos el fracaso de la GPN, la
derrota, y decidimos que el camino a seguir era uno dentro de la
legalidad. Aunque, evidentemente, para aquellos que estábamos
siendo procesados, no había otra alternativa más que contribuir
indirectamente, con lo que pudiéramos. Los que no estaban
siendo procesados, varios de ellos en la clandestinidad, tenían que
buscar trabajo y comenzar a hacer sus vidas, buscando formas de
inserción social, pues ya no había posibilidades de financiarlos.
Yo me sentía con la responsabilidad de venir a dar la cara,
de venir a dar explicaciones. Porque no era fácil, esa autocrítica
era una bomba. En el documento que se elaboró(62) había frases
como: “La realidad iba para un lado y nosotros íbamos por el
otro”. Claro, es fácil decirlo, pero ¿cuál es el contenido de eso?
Íbamos por otro camino, donde realizamos acciones y murieron
compañeros, creyendo en una orientación nuestra. Y ahora
reconocíamos que estábamos equivocados. Bueno, entonces, si
esos muertos pudieran hablar nos dirían: “Ustedes nos mandaron,
y ahora nos dicen que morimos por una razón equivocada”.
Nunca evaluamos la posibilidad de negociar con el
Gobierno, aunque conocíamos la experiencia de otros procesos, en
otros países, en que sí hubo grupos insurgentes que se incorporaron
a la vida civil.(63) Pero nunca hubo tampoco una invitación desde
las autoridades gubernamentales; si la hubiesen hecho, quizá
nos hubieran obligado a planteárnoslo. Entre nosotros nos daba
vergüenza imaginarlo; seguramente más de alguno lo pensó,
pero nadie lo planteó, porque se concebía como una especie de
abdicación, de “rendición”. Pudo haberse apelado al pragmatismo
en la política, pero nosotros éramos más idealistas que pragmáticos.
Por ese motivo, nunca hubo un cambio estratégico, y quedamos
totalmente marginados de la política, hasta el día de hoy, sin
influencia ni peso político. Pero, al menos, nunca hubo una brecha
en nuestras motivaciones, fuimos consecuentes, y creo que el año
noventa y tres el Gobierno ya no estaba mayormente interesado
151
Emboscada en Curanilahue
153
yo iba a hacer en el sur. En ese momento tenía la ingrata tarea de
convencer a mis compañeros de armas de aquello que estábamos
evaluando con la Dirección, lo que era una misión dura, porque
ellos eran mucho más radicales que yo. Tenía que convencerlos de
guardar las armas por un tiempo, pues íbamos a abrir un proceso
de discusión. Yo sabía que iban a decir que no, que me estaba dando
vuelta, que eso era una rendición. Aun así, tenía bastante autoridad
moral frente a esos compañeros como para poder entablar con
ellos un debate franco y fraterno, sin que nadie saliera lastimado,
y hacerlo en términos constructivos. Le expliqué a Agdalín lo qué
significaba esta nueva situación; él entregó su opinión, diciendo
que eso se parecía un poco a la rendición (él era un cabeza dura
que se mantuvo en esa línea). Le expresé que habían cuestiones
que trascendían nuestras decisiones, que estaban más allá de la
ética del Frente, y que no se trataba de una decisión absoluta, que
seguíamos pensando en hacer justicia; mencioné, por ejemplo, el
caso de Pinochet, porque rondaba el argumento de que era una
vergüenza que el dictador estuviera activo todavía, gozando del
cargo que él mismo se atribuyó, y que ese no era un capítulo
cerrado. Quizás eso pudo interpretarse como que yo estaba
planeando un segundo atentado y, por esa razón, preocupados por
esa posibilidad, decidieron capturarme.
Pero antes, la primera voluntad del Gobierno fue dejarnos
salir, para que no quedaran grandes heridas, para evitar posibles
rearticulaciones revanchistas. Probablemente hubo influencia de
sectores de la Concertación, que pudieron haber abogado por
nosotros, o presiones de carácter internacional, pues incluso hubo
miembros de la Dirección que fueron abiertamente protegidos. Yo
nunca tuve muchos lazos con esos sectores que tenían contactos
internacionales. Entonces, apoyados en la imagen generada por
Enrique Villanueva, y necesitando un chivo expiatorio, decidieron
capturarme, para no actuar con todo el peso de la represión contra
el Frente. Esas son algunas de las hipótesis que manejo a la hora de
buscar explicaciones para lo sucedido.
Aquello fue la comprobación, sin un ápice de duda,
que Agdalín Valenzuela trabajaba para La Oficina; que él era
el agente catalogado como F1, y que Pablo Andrés (otro de los
informantes con nombre clave) era Enrique Villanueva. Son cosas
comprobadas, por eso mi captura fue limpia. De hecho, cuando
154
murió Agdalín Valenzuela, escuché a un personero de Gobierno
que dijo: “Alguna vez se va a saber lo que él hizo por la democracia
y se lo va a reivindicar como a un héroe”. Sin embargo, sería
importante realizar ahí una observación, y preguntarse: ¿a qué
democracia se refería?
Yo prácticamente no había estado en Santiago, había
permanecido todo el tiempo fuera de la capital, por lo tanto
consideraba que contaba con bastante seguridad. Por eso no
fue difícil concluir que fue Agdalín el que me entregó. Cosa
que después confirmamos. De hecho, empecé a pensar en esa
posibilidad los primeros días de mi detención, porque habían
varias cosas que no cuadraban, varios indicios. Uno empieza a
hacer un análisis acerca de a quién vio, de cómo se desarrollaron
los hechos, de cómo la policía montó el operativo. Además, ellos
no tuvieron mucho interés en proteger a Agdalín, no tuvieron
cuidado al respecto. Cualquiera habría llegado a la conclusión que
yo llegué: ellos armaron una emboscada con la complicidad de
Agdalín. Yo seguí todas las orientaciones que él me dio, y fui a caer
en las redes del enemigo. Cualquiera con una mínima experiencia
operativa se daría cuenta que mi captura estaba coordinada con
alguien de nuestras fuerzas. El operativo de la policía fue montado
en una bencinera, pero ¿por qué nosotros habríamos de parar en
esa bencinera en particular?
Íbamos a una casa cercana, donde había dos combatientes
nuestros con los que yo me tenía que reunir. La única manera de
detenernos en esa bencinera era que Agdalín, que conducía el
jeep, lo hiciera. De otra manera no hubiese sido posible, la policía
no monta un operativo y luego cruza los dedos para que los sujetos
que anda buscando se detengan en ese lugar. Evidentemente había
complicidad de su parte. Si yo le hubiese dicho que no parara,
que continuara, él tendría que haber continuado, y la policía
hubiese quedado ahí, sin su objetivo. El vehículo tenía que parar
exactamente ahí, y Agdalín lo hizo.
Más tarde me acordé de ciertas cosas, cosas intuitivas,
que quedan dando vueltas en la cabeza, y a las que uno debería
prestar más atención. Cuando salimos de la casa y nos subimos
al jeep, al hacer andar el vehículo miró el marcador del estanque,
le dio un golpe y dijo: “Vamos a necesitar pasar a una bencinera
porque estoy falto de gasolina”. No era necesario que me dijera
155
eso, por ese motivo me acordé más tarde de ese gesto, es decir, él
ya estaba justificando la parada que iba a hacer más adelante en el
camino. Para mí fue algo anti natural en su comportamiento, no
tenía porque explicarme algo así; lo normal era que, si veía que
faltaba gasolina, llegando allá dijera: “Le voy a echar bencina al
auto”, y punto. Además, nosotros íbamos tan cerca de la bencinera
donde me detuvieron, sólo a cinco cuadras estaba la casa de los
compañeros, que pudo haberme dejado allá y de vuelta pasar a
cargar gasolina, eso era lo lógico.
Luego, llegando a la esquina de su casa, tuve otra intuición,
que si la hubiese seguido tendría que haberle dicho: “No paremos,
lleguemos directamente a la casa de los compañeros”. Esa casa
estaba donde comienza el cerro, adentrándose en la cordillera
de Nahuelbuta, y tenía una salida por atrás muy buena. Los
compañeros, además, eran dos experimentados combatientes
del Frente, uno de ellos de mucha confianza mía; tenían fusiles, y
habían estado explorando toda esa región, es decir, si yo hubiese
llegado a esa casa, y si detrás de nosotros llagaba la policía,
podríamos haber salido con toda seguridad por el cerro.
En esa esquina, Agdalín saludó a una persona, que estaba
parada ahí (siendo las ocho de la mañana), tenía un gorro de lana y
parecía un poblador de unos treinta años. Lo saludó de una manera
un poco extraña, medio disimulada, lo que también me pareció
un gesto anti natural, como cuando uno hace algo a escondidas.
Al preguntarle a quién saludaba, me dijo que era un vecino. Me
imagino que ese fue el aviso para los ratis: ese tipo, a través de una
radio, debe haber advertido al equipo que estaba emboscado en la
bencinera que estábamos en camino. Así, Agdalín les debe haber
dado la señal de que estaba todo en orden; eso lo concluí después,
cuando ya era tarde.
Después, sólo fue cosa de sumar varios elementos, porque
la policía no tuvo ninguna preocupación, sólo querían garantizar
que mi captura fuese limpia, sin importarles dejar en evidencia que
Agdalín era su cómplice. De hecho, después de nuestra captura,
me pude dar cuenta que el tratamiento que él estaba recibiendo
era un tratamiento VIP. Una vez detenidos, y aun estando en
el sur, pasamos un día en una dependencia de la Marina, unos
galpones grandes, donde nos tenían prácticamente en calidad
de desaparecidos, e hicieron un simulacro de que nos iban a
156
matar, con total impunidad. Sin embargo, él seguía recibiendo un
tratamiento VIP. Era evidente el papel que estaba jugando.
El Chele, por su parte, también fue grabado por La Oficina
y estuvo todo el tiempo controlado, pero no fue capturado. En la
prensa de ese año se dijo que al Chele lo estaban vigilando desde
hacía cuatro meses. De hecho, La Oficina fue cuestionada porque
tenían unas grabaciones del Chele conversando con Agdalín,
e incluso le tomaron unas impresiones digitales. Ellos estaban
esperando que saliéramos todos del país, pero salieron algunos,
y luego también salió el Chele. Yo creo que la Concertación no
quería complicar las relaciones con Cuba, por la figura del Chele.
Para ellos lo más recomendable era que nosotros desapareciéramos
silenciosamente de escena. La persecución del Frente fue muy a
escondidas de la militancia y de los sectores populares. Ellos sabían
que una ofensiva contra nosotros iba a tener una repercusión
política; probablemente los sectores sociales más politizados
lo habrían considerado totalmente inadmisible, no habrían
encontrado ético que estuvieran persiguiendo a quienes lucharon
contra la dictadura.
En otros países hubo guerra sucia, con el resultado de
miles de muertos. En Chile, si bien se puede decir que también
hubo una guerra sucia contra el Frente y el Movimiento Juvenil
Lautaro, la dimensión fue mucho menor, no fue tan sangrienta ni
tan sucia. Sin embargo, se usaron métodos oscuros, no les importó
aliarse con quien fuera. Los organismos que se supone defienden
la legalidad, que tienen límites en su función, definida por la ley
existente, no dudaron en usar métodos ilegales. La Oficina utilizó
a las personas luego de capturarlas, persiguiendo el objetivo de
aniquilarnos como organización, sin darnos alternativas. Porque
no hubo otras posibilidades ni se abrieron otras puertas. Claro, tal
vez nosotros no las habríamos aceptado, pero no se nos plantearon
otros caminos como para considerarlos. La Concertación optó
conscientemente por la guerra sucia.
Una vez que me tomaron detenido me mandaron a la
cárcel de San Miguel, donde había otros presos políticos. Apenas
llegué allá, antes de ir a la celda incluso, todavía estando con mi
bolso en la mano, se me presentó una mujer a quien no conocía,
una francesa. Fue al patio donde estaban los presos, cosa que me
pareció extraño, porque nunca una mujer anda sola en el patio
157
de una cárcel donde están los internos (aunque eran todos presos
políticos). Yo estaba solo, porque los otros presos recién venían
bajando desde sus celdas para recibirme, y ella me dice: “¿Cómo
está, Comandante Ramiro?, yo soy militante del Frente y estoy a su
disposición”. Me dijo que se llamaba Emanuelle, y en seguida me
dio dos nombres de militantes del Frente que yo conocía. Entonces,
supuse que era cierto, que ella estaba vinculada a personas del
Frente; además, a aquellos que nombró no eran cualquier persona,
estaban siendo buscadas. “Yo lo voy a llamar después, porque
estoy trabajando aquí como psicóloga”, me dijo. Evidentemente
yo quedé extrañadísimo. Al cabo de dos días, me fue a buscar un
gendarme y me llevó a la oficina donde ella trabajaba. Le ordenó al
gendarme que se fuera y me dice: “Cuando supe de tu caída, pedí
venir a trabajar aquí, porque sabía que vendrías a esta cárcel, para
ayudarte a huir”. Me aseguró que esa era su misión, una misión
que ella misma se había impuesto, lo que a mi me pareció una cosa
de película.
Evidentemente, desconfié de ella. Luego, unos tres días más
tarde, llegó un abogado que me traía información de la ex pareja
de ella, que me advertía: “Yo sé que esa mujer está trabajando allá,
y que seguramente hizo contacto contigo, es mi ex mujer y está
metida con la policía, ojo con ella”. Pero la francesa me llamaba
casi todos los días a su oficina, para conversar distintas cosas;
yo trataba de ir dilatando esos encuentros. Incluso un día me
dijo: “Podemos salir ahora, vámonos”. Eran como las ocho de la
noche. Yo sabía que todos los gendarmes le hacían caso, que si un
gendarme abría la puerta mientras estábamos conversando, ella le
decía: “¿Por qué está aquí?, ¿qué está haciendo?, ¿está escuchando?
Váyase”. Los gendarmes le obedecían: “Sí, señora”, respondían y
se iban. Seguramente había una orden del director de la prisión
que indicaba que ella tenía tránsito libre en la cárcel. Entonces
me dijo: “En el portón de salida hay un gendarme, y en la guardia
hay otro. Pero no importa, ellos me conocen, me van a saludar y
les voy a decir que voy contigo, no te van a ver bien porque ya
es de noche, y salimos caminando tranquilos. Es ahora o nunca,
Comandante Ramiro”. En un principio me entusiasmé con la
idea: “En unos minutos estoy en la calle”, pensé. Me aseguraba,
además, que afuera estaban sus amigos en un auto, esperándonos.
Lo que pienso es que querían llevarme para sacarme información,
158
de Salvador y del Chele. Barraza andaba detrás de eso. Después
me liquidarían, con toda seguridad. Así que rápidamente pensé
en una justificación “honrosa” para declinar su invitación, porque
me estaba presionando. Además, estábamos trabajando con los
compañeros en otra fuga, algo totalmente distinto.
La idea de esa otra fuga surgió desde un principio,
especialmente por la necesidad de volver a hacernos cargo de las
responsabilidades que teníamos afuera, con el Frente. A la cárcel
de San Miguel pudimos ingresar varias armas, e hicimos un diseño de
fuga bien interesante, con apoyo externo, donde se incorporó gente del
MAPU-Lautaro y del MIR. La idea era que saliera un grupo grande.
Afuera, el apoyo era como de quince o veinte combatientes. Había
buen armamento. Pero ese plan falló. Se montó todo el operativo,
los que estaban afuera debían tomarse una casa que tenía un muro
detrás de la cárcel, e iban a hacerlo explotar. Nosotros teníamos
que pasar una reja y salir por ahí. Pero pocos días antes de que
se realizara la fuga, nos trasladaron a la CAS (Cárcel de Alta
Seguridad). Entonces, las armas que habíamos reunido para la
fuga las usamos para resistirnos al traslado. En esa refriega fui
herido. Nunca me había llegado un tiro, y fue en la cárcel donde
por primera vez me dieron un balazo. Estuve tres años preso en
Santiago y después participé de la fuga desde la Cárcel de Alta
Seguridad, que hasta el día de hoy es considerada como la fuga
más espectacular que haya habido en una cárcel chilena.
159
Grupo de fuga en helicoptero
161
para que supieran el momento exacto en que íbamos a estar en el
patio, y establecieran cuáles eran los mejores horarios.
Ese canal de comunicación fue mi madre, quien me visitó
todas las semanas durante los tres años que estuve preso. Todos los
martes conversábamos una hora y ella, sin saber específicamente
el detalle, porque no era verbal la información que le entregaba,
sino que eran cosas que yo le pasaba, las guardaba y se las llevaba.
Afuera de la cárcel, nuestros compañeros se contactaban con ella,
de diferentes modos, y recuperaban esa información.
Mi madre a veces me comentaba que para ella, que era una
persona de hogar, que no tenía experiencia conspirativa, era como
una película de espionaje, porque los compañeros la hacían ir de
un lugar a otro, bajarse de una micro, subirse a otra, y tomar todas
las medidas de seguridad necesarias. Eso se prolongó durante
más o menos un año. Mi madre, para entregar la información
que sacaba de la cárcel, se veía con compañeros que ni siquiera
estaban viviendo en Chile; ellos venían especialmente a reunirse
con ella y montaban unos operativos bastante “estrambóticos”
para esos encuentros. “¡Me dieron unas tremendas vueltas!”, me
decía después. Ella sabía que llevaba información, de allá para acá
y de acá para allá. Yo creo que se imaginaba que era algo destinado
a, en algún momento, conseguir mi libertad, pero lo tomaba de
una manera un poco escéptica, me imagino que pensaba que era
imposible que yo saliera de esa cárcel. Incluso a veces, cuando me
veía en la visita, me decía, bromeando: “¿Y todavía estás aquí?”,
como queriendo decir: “Tanto que llevo para allá y para acá, y
ha pasado un año y todavía estás aquí”. Yo le decía que tuviera
confianza. Puso lo máximo de su parte para ayudar a su hijo.
Cuando conversábamos de política, manifestaba que no estaba
conforme con la impunidad que reinaba en Chile. Veía que la
justicia estaba fallando totalmente en la necesidad de procesar a
los que habían violado los Derechos Humanos, mientras que a los
que luchamos contra la dictadura nos estaban dando unas penas
infernales; entonces, más allá de mi caso particular, ella veía un
contrasentido en lo que estaba pasando. Desde su punto de vista
era una aberración que en unos pocos días me hubieran condenado
a cadena perpetua, mediante un juicio sumario. Por esa razón, si
podía transgredir esa injusticia e hipocresía, lo hacía con bastante
determinación.
162
Transcurrió todo un año de preparativos, hasta que un día
nos llegó la información de que se iba a producir el rescate. Unos
tres meses antes de la fuga me informaron que el combatiente que
se estaba entrenando para piloto ya había terminado el curso, que
ya se había recibido. Eso era vital. Desde ese momento no había
marcha atrás, y conociendo al piloto, que además era el jefe de la
operación, yo sabía que no iba a abandonar la misión, que iba a ir
a buscarnos fuese como fuese.
El primer intento se llevó a cabo, creo, el 26 de diciembre
de 1996. Nos quedamos todo el día en el patio esperando, pero no
pasó nada. Estaba previsto que el rescate debía ser de día, con luz,
por las necesidades de manejo del helicóptero, ya que el piloto no
tenía la capacidad ni la experiencia para manejar los instrumentos
de vuelo durante la noche, y por un asunto de visibilidad.
Aproximadamente a las siete de la tarde, al caer la noche,
les comenté a los tres compañeros, a Pablo, al Negro y al Pato:
“Bueno, ya se cerró por hoy. Mañana nos vamos a colocar de nuevo,
por si acaso, y vamos a esperar que venga alguna comunicación”.
Habíamos estado todo el día en el patio, a pesar que podíamos
tener acceso a la celda. Era una situación incluso divertida, un
poco extraña, porque siempre era más cómodo ir a la celda a leer,
o a ver televisión. Después de informar a mis compañeros, me
quedé sentado, pensando qué podía haber pasado. En eso vi que
los tres compañeros comenzaron a caminar, dando vueltas por el
patio. Pasó media hora, no habíamos comido, pero ellos seguían
ahí, entonces recién caí en la cuenta que ninguno quería irse,
pensando que el helicóptero todavía podía aparecer, y que si uno
estaba en la celda no podría salir. Las puertas de las celdas estaban
cerradas, luego había un portón que había que cruzar antes de
subir las escaleras. Si cualquiera de nosotros se retiraba del patio,
y el helicóptero aparecía, perdía el viaje, así que nadie se quería
ir. Así estuvieron hasta las diez de la noche. Yo subí antes, como a
las nueve, aunque también me fui pensando que quizás iba a ser el
único que me quedaría encerrado. Ese día bajamos unos cuántos
kilos durante la espera, de puro nerviosismo.
Tres días después yo tenía visita de mi madre, a través de
la que nos comunicaron que el rescate se haría en otra fecha; no
nos daban mayores explicaciones, simplemente que habían habido
problemas y que se programaba para después.
163
Esa nueva fecha llegó. Una vez más, estuvimos esperando,
desde las diez de la mañana hasta las tres y tanto. Durante todo ese
lapso de tiempo estuvimos ahí sentados, aparentando que era una
reunión de un núcleo rodriguista. Había una sala que daba acceso
al patio, y estaba la puerta abierta, porque ahí se podía almorzar,
aunque todos se llevaban la bandeja para la celda. Tuvimos que
inventar algo para mantenernos ahí sin levantar sospechas, porque
no era común que los presos se quedaran tanto tiempo en el patio.
De diez a once estuvimos caminando, a esa hora había más presos.
Para nosotros lo ideal era que el operativo fuese como a las tres de
la tarde, cuando estaban todos en sus celdas, durmiendo la siesta.
Si había mucha gente, cuando comenzáramos a subirnos al cesto
podían haber otros que quisieran hacerlo, y no se podía, porque
si colgaban cinco, seis o más, el helicóptero ya no subiría, así que
habíamos tomado medidas respecto de qué hacer en ese caso.
Fingimos que estábamos en una reunión, lo que era muy
divertido porque era una actuación para una cámara que había al
frente, que nos estaba monitoreando. Y ahí estábamos nosotros,
sentados, papel en mano, pero de repente estábamos todos
durante varios minutos en silencio, no sabíamos de qué hablar, no
había voluntad de hablar. Después llegó el almuerzo, colocamos
las bandejas en el mismo lugar donde habíamos tenido la reunión.
“Ya –les decía yo–, tenemos que comer”. Pero a nadie le entraba
la comida. Toda esa situación fue bastante engorrosa, y un poco
absurda. Luego nos daban ganas de ir al baño, pero ninguno quería
apartarse demasiado del patio, así que el que salía para el baño
volvía corriendo. En un momento nos quedamos sin cigarros,
alguien tenía que ir a la celda a buscar más, pero nadie quiso ir, así
que nos quedamos sin fumar.
Luego hubo una situación un poco compleja, porque
cuando todos los otros presos comenzaron a subir, nos quedamos
nosotros solos con otro compañero. Un preso que era muy
amigo de Patricio Ortiz y de Pablo Muñoz, con quien siempre
se juntaban. Había sido militante en una orgánica muy cercana
al rodriguismo. Carlos Espínola, a quien le decíamos “el Tío”,
era una persona que merecía nuestro respeto. Pero teníamos el
problema de que la cuota era de cuatro personas máximo para la
fuga, por el peso, y una serie de otras consideraciones. Pero él
estaba ahí, al lado mío, con ese típico olfato que desarrollan los
164
presos; además nos conocía bien, se daba cuenta perfectamente
que nosotros estábamos haciendo un show con eso de la reunión.
Nos veía tensos, sospechaba que había algo raro y, probablemente,
se quedaba para ver si había una posibilidad para él.
Lo mejor era que se fuera, porque si comenzaba la operación
nos íbamos a ver forzados a decirle que no, y no iba a haber tiempo
para hablar y explicarle nada. Iban a haber pistolas en el cesto, y no
podíamos llegar a la situación, si se agarraba del canasto, de tener
que pegarle un tiro al compañero, que era una persona estimada
por nosotros. Era una situación complicada, así que decidimos
conversar con él. Le pedimos a Pato que le dijera que debía irse,
pero éste dijo: “Yo no puedo hacerlo, no puedo decirle a alguien
a quien le tengo estima que nos vamos a ir y que no lo podemos
llevar. Tú, Mauricio, como responsable, tienes que hacerlo”. Así
que salí al patio a conversar con él. Le dije, concretamente, que
estábamos esperando para ser rescatados y que era aconsejable,
porque la situación iba a ser muy caótica en el patio, y porque iban
a haber balazos, que por su seguridad, mejor se fuera. Le expliqué
que, infelizmente, las condiciones del rescate no daban para que
fuésemos cinco personas, que de no haber sido así él hubiese
venido también. Se lo dije así, y no por engañarlo, sino porque
realmente lo pensaba. De hecho, se estudió la posibilidad, cuando
se estaba planificando el rescate, de considerar a una persona más.
Mandé a preguntar qué posibilidad había, pero me dijeron que era
imprescindible que sólo fueran cuatro, de lo contrario sería muy
arriesgado.
E n ese momento se me ocurrió proponerle que, si estaba
dispuesto, nos podía ayudar. Como estaba en una celda del tercer
piso, que era el último y daba al patio, del lado de la cordillera,
precisamente desde donde, supuestamente, iba a venir el
helicóptero, le dije: “Tú puedes verlo antes que nosotros, y nos das
un grito, para que sepamos que está viniendo”. También, le dije:
“Puedes tomar los libros que están en mi celda, porque después
van a llegar a llevarse todo. Llévate la radio, llévate todo para tu
celda”. Me dio mucha lástima porque, con lágrimas en los ojos,
me dijo: “Bueno, si los puedo ayudar, lo haré, que les vaya bien”,
y subió cabizbajo. Me imagino lo triste que se fue, aunque él sabía
que esa no era una conversación sin argumentos, y que nosotros
nunca le mentiríamos. Nos conocía bien y sabía que, resultara
165
o no, iba en serio, así que se fue. Deben haber pasado unas tres
horas hasta que lo escuchamos gritar, cumpliendo con su parte,
aunque se demoró un poco porque el helicóptero llegó por el otro
lado, así que primero se escuchó el motor y los tiros golpeando en
las paredes. Él fue un espectador privilegiado, porque quedó casi a
la altura del helicóptero, viendo al piloto y toda la operación.
Ahora puedo hablar muchas cosas bonitas de lo que
significó para mí ese rescate, y hacer poesía, pero en el momento
sentí miedo y la adrenalina que fluía a mil. Había que hacer lo
que había que hacer, no daba tiempo de sentir nada más. Nuestras
tareas estaban especificadas, se habían ensayado, aunque eran bien
simples. El trabajo principal lo hacían los compañeros que venían
a rescatarnos, los dos fusileros y el piloto. Sabíamos que venían
dos pistolas pegadas con velcro en el canasto. Una la asumía el
Negro y la otra yo, especialmente porque había una pasarela que
quedaba a 30 metros, muy cerca, y por la que a veces transitaba un
guardia con una UZI. Si justo coincidía la llegada del helicóptero
con el momento en que pasaba por ahí el celador, quedaríamos
totalmente expuestos. Las pistolas eran para protegernos en esas
circunstancias.
La otra tarea la debía cumplir Pablo Muñoz, cuando se
escuchara el ruido, cuando ya estuviesen por llegar: tenía que salir
con un balde que estaba al lado de la mesa que teníamos adentro,
y colocarlo en el centro del patio, porque desde el helicóptero, allá
arriba, el piloto iba a ver seis patios iguales, ¿en cuál estábamos
nosotros? Tenían que bajar donde estuviera el balde amarrillo,
uno en el que lavábamos la ropa.
La orden era que el primero que tenía que llegar al cesto
era yo, para que tomara la primera pistola y proteger la situación.
El Negro tomaría la otra pistola, subiría el Pablo al canasto, subiría
luego el Pato, después el Negro y yo lo haría en último lugar. En
el exterior, la Dirección casi no me perdona esa parte del plan,
pero esa era la lógica en que nos habíamos formado, que el jefe
no es el primero, si hay una situación difícil el jefe es el último.
Después, eso fue un tema, porque había un argumento que decía
que el elemento “más valioso”, no por el valor humano, sino por
el hecho de que tuviese más responsabilidades en la organización,
debía ir primero. Pero para nosotros no era así, por una cuestión
ética. Por eso yo fui el último.
166
Habíamos ensayado los movimientos que nos
correspondían, pero la verdad es que no teníamos idea de lo que
iba a ocurrir realmente. El ruido de las turbinas era ensordecedor,
luego comenzó a levantarse viento, y cuando tuvimos al helicóptero
ahí, a 15 metros sobre nuestras cabezas, comenzaron a caer los
casquillos, las cápsulas de los tiros de fusil. Miré hacia arriba y vi
a uno de los fusileros que estaba con un arnés, para poder bajar
al patín del helicóptero, donde había un bulto amarrado, y me di
cuenta de que ya iban a bajar el cesto. Nos protegimos un poco,
porque si te caía encima te mataba, por el peso y por la velocidad.
Cuando lo soltaron, cayó boca abajo. Avancé hacia el canasto.
Fui el primero que llegó, pero era mucho más pesado de lo que
pensaba. Con la violencia de la caída, una de las armas que iban
en su interior salió volando y se arrastró unos diez metros. Di
vuelta el canasto, y partí a buscar el arma. Luego llegó el Negro
a buscar la otra pistola. De reojo me di cuenta que ya estaban
subiendo, primero uno y luego el otro. De repente no vi nada, y
cuando pude volver a mirar, el cesto ya iba a un metro y medio
de altura. También vi que el Pato estaba parado frente a mí, casi
con el pie en el aire para subir al cesto. El Negro era el segundo,
era más rápido y se tiró encima, de cabeza. Yo di dos pasos y
salté, colgándome del borde del cesto. Solté el arma adentro y me
quedé colgado. El helicóptero comenzó rápidamente a elevarse,
moviéndose mucho, el cesto chocó contra una pared y me golpeó
fuerte. Hacía remolinos. En 30 segundos habíamos subido 400
metros más o menos, yo veía las calles, los autos, pequeñitos, y ya
se me estaban acabando las fuerzas. La adrenalina se estaba yendo,
y estaba demasiado cansado. El Pato iba al lado mío, colgando
también, mientras los otros dos se encontraban en el interior de la
estructura, como tortugas con la cabeza dentro del caparazón. El
Negro tenía vértigo, así que estaba claro que nunca se iba a asomar.
El canasto continuaba moviéndose, y el ruido de las turbinas no
dejaba que nos comunicásemos con el helicóptero, que estaba
unos 15 metros más arriba.
El Pato en un momento comenzó a gritar: “¡Paren esta
hueá!”, y yo pensé, “Este ya enloqueció”. Entonces, Pablo reaccionó,
haciendo señas para arriba, y un fusilero le contestaba, pensando
que los estábamos saludando; no escuchaban y tampoco se daban
cuenta que dos de los rescatados íbamos colgando. El piloto dijo
167
después que nunca supo, que si se hubiese dado cuenta a tiempo,
bajaba en cualquier calle, para que nos subiésemos todos arriba del
helicóptero. Pero no lo hicieron, y los pies de nosotros se movían
mucho en el aire, entonces, en un momento, coloqué un pie para
un lado, para que Pato se estabilizara. Le pregunté si estaba mejor,
me respondió que sí. Pato es bien fuerte, pero ambos estábamos
cansadísimos. Mi idea era colocar un pie arriba del canasto y
darme un impulso con las últimas fuerzas. Estaba pensando en eso
cuando el Pato, que estaba al lado mío, en cosa de segundos, colocó
el pie y saltó, lo hizo antes. Ya con eso quedó salvado, mientras
yo continuaba colgando, con los dos brazos. Entonces pensé:
“Tengo que dejar de pensar, ya no tengo condiciones para colocar
el pie”. Estaba en eso cuando una mano se me comenzó a soltar;
había una red amarrada afuera del canasto, y me agarré de ella.
Miré para abajo y supe que me iba a caer. De pronto veo a Pablo
asomando su cabeza, iba sentado y podía verme de muy cerca,
entonces le dije, casi como una despedida: “¡Me voy a soltar, Pablo,
me voy a soltar!”. En ese momento se dio cuenta de mi situación;
él pensaba que yo iba muy fresco. “¡No!”, me grita, se incorporó y
me tomó de la ropa, casi se lleva mi camiseta, pero no consiguió
levantarme casi nada, y además el canasto casi se vuelca. Era una
situación en extremo complicada, y no teníamos idea cuánto iba a
durar el trayecto, ni para dónde íbamos, no sabíamos nada, aunque
tampoco necesitábamos saberlo.
En determinado momento, coloqué el brazo en el borde del
cesto y le pedí a Pablo que me pisara fuerte. Me pisó y me tomó de
la mano. Después estuve dos meses con el brazo morado, con un
derrame, con hematomas, pero ya no importaba, no sentía nada de
eso. Desde ese instante, cuando Pablo me agarró, me fui tranquilo,
hasta que divisamos una área verde, donde el cesto comenzó a
bajar. Nuevamente me preocupé, porque si el helicóptero bajaba
de manera vertical, el cesto me aplastaría contra el suelo, así que
le grité a Pablo que cuando le diera una señal, me soltara. Pero el
helicóptero no bajó de esa forma, sino más bien del modo en que
aterriza un avión. Para dejar el cesto cerca del lugar indicado era
más rápido bajar así. Me solté a unos tres metros del suelo, a unos
60 km por hora de velocidad. Fue increíble, porque se levantó
un montón de polvo, de tierra. Finalmente me fui poniendo de
pie, un poco mareado, tratando de respirar, era como si estuviese
168
renaciendo, pero adolorido y maltrecho. Entre la polvareda vi
bajar a Pablo del canasto, después el Negro salió de adentro. ¡Se
bajó intacto! El Pato también, saltó desde el borde y se tumbó
por ahí. “¡Chuta –dije yo–, qué diferente fue el viaje de unos y de
otros!”.
Con posterioridad, nos dimos cuenta que pudo haber
sido algo mucho más simple. Incluso, después, les reclamé a los
compañeros del exterior, porque no fue buena la comunicación
previa; deberían habernos dado una mejor idea de cómo iba a ser
la operación en concreto, explicarnos que iban a tirar el cesto,
con tales características, y el tiempo del que disponíamos para
subirnos, etc. Nosotros pensábamos que nos íbamos a subir de
a poco, pero no era así, y eso significó que Pato y yo casi nos
quedásemos abajo, o que sencillamente nos cayéramos.
El rescate no duró más de tres minutos, aunque se nos
hizo eterno. Hoy se recuerda ese suceso como algo mítico, pero
en ese momento uno está tan concentrado en lograr el objetivo,
la fuga, la libertad, que esas cuestiones que tienen que ver con
la trascendencia, no nos la planteamos. Esas cosas se escriben
después, son materia para los historiadores, o los periodistas.
En todo caso, todas las operaciones que el Frente realizó
tenían un carácter de propaganda armada, y esa no fue la excepción.
Por ese motivo, lo que hacía el Frente se deslucía si habían víctimas,
a menos que fuese una operación que considerara un ataque, un
asalto a los militares, o una emboscada de aniquilamiento a la CNI
u otras fuerzas represivas. La operación más exitosa era aquella
en que no se daba un solo tiro. En la fuga hubo bastante disparos,
pero fueron más que nada para neutralizar, y resultó, porque en
contra nuestra sólo hubo cuatro tiros, yo los escuché. Cuando el
helicóptero iba a unos 200 metros, ya alejándose de la cárcel, y yo
iba de espaldas, colgando, pensaba: “Lo único que falta es que me
llegue un tiro en la espalda; al menos, si caigo, voy a caer fuera
de la cárcel, no voy a morir estando preso”. Eso me tranquilizaba.
Los disparos que se hicieron desde el helicóptero fueron dirigidos
a ciertos sectores, no fueron dirigidos a objetivos, o sea, no se
hizo puntería desde arriba (se pudo haber hecho, pero no era la
finalidad de la acción), se hizo un barrido para neutralizar a los
gendarmes, no para liquidarlos, la idea era que no hubiese muertos.
169
A pesar de todo, la operación fue un éxito y salió limpia.
Una vez que aterrizamos en el parque Brasil, abordamos unos
vehículos y llegamos a pasar algunas semanas, casi todo enero, en
un lugar determinado de Chile, para luego salir del país.
170
Me fui a la montaña buscando mi unicornio
171
8.000 o 9.000 hombres armados, que requieren equipamiento,
alimentación, munición. Un tiro de un AK-47 vale un dólar, y si
en un combate se gastan 3.000 tiros, se gastan 3.000 dólares en un
solo combate. Vas sacando la cuenta y son millones y millones los
que se gastan, es una necesidad imperiosa de recursos, sobre todo
en organizaciones de esa envergadura; nuestro afán era hacer una
contribución y regresar a Colombia.
Mientras estuvimos allá sentimos la fraternidad de los
compañeros. Nos ofrecieron que nos quedáramos el tiempo que
quisiéramos, vivir allá, participar con ellos. Fue el tiempo en
que más tranquilidad tuvimos, aún estando en guerra, en plena
guerrilla, porque en cualquier ciudad teníamos que someternos
a las reglas de la vida clandestina, lo que es una experiencia muy
solitaria, en la que en cualquier momento te pueden capturar, sin
que siquiera te des cuenta. La diferencia con la guerrilla es que ahí
no te van a capturar nunca, no hay ninguna posibilidad; puedes
morir en los combates, eso sí, pero no hay posibilidades de una
captura sorpresiva. Así, después de años de estar psicológicamente
estresados, fue un gran descanso para nosotros esa temporada.
Además, la naturaleza en esa zona es hermosa, son montañas
con selva virgen. A veces pasábamos por lugares que el hombre
escasamente había pisado, o por comunidades indígenas que ni
siquiera están catastradas. Estábamos en una zona en que no
había llegado aún la llamada civilización. La selva estaba poblada
por fauna nativa, bandadas de pájaros de colores, comunidades
indígenas que no tienen vínculos con la civilización, y que tenían
una buena relación con la guerrilla. Las tribus se preocupaban y
cuidaban el medioambiente, y la guerrilla también; la guerrilla no
ensuciaba el agua, no tiraba plásticos, no cortaba árboles. Había
una gran armonía en esa zona, había salud, había contacto con la
naturaleza, con las noches estrelladas. Esas comunidades cuidan
la naturaleza, tienen una tremenda conciencia ecológica. Fue una
experiencia muy interesante desde el punto de vista humano, más
allá de la cuestión ideológica y política de la guerrilla.
Por otro lado, estar con una familia revolucionaria como el
ELN, que son campesinos, son pueblo pobre luchando por mejorar
su vida, fue una experiencia única. Algo que te llega al alma. Es
como para querer quedarte para siempre en ese lugar, yo pensaba,
172
de hecho, que me iba a quedar ahí, por lo menos hasta que ya no
me soportaran.
A Brasil llegué a participar de una operación tripartita.
Los compañeros que estaban a cargo de ella me pidieron que me
incorporara. El financiamiento de la operación fue realizado por
nosotros y por los compañeros del MIR. Estábamos decididos a
hacer una colaboración a Colombia. Así que lo coordinaríamos
nosotros mismos, fue una relación entre revolucionarios, no
necesitábamos un contrato firmado, son acuerdos de palabra con
una ética común. Los compañeros del MIR también tenían sus
necesidades, igual que nosotros, pero sumadas no iban a ser ni un
10% del monto que íbamos a sacar, lo demás iba a ser íntegramente
una contribución para la guerrilla colombiana. No se trató tampoco
de que Colombia nos pidiera, o que lo preparáramos con ellos.
Ellos simplemente nos dieron todas las facilidades para salir.
La operación estaba bien armada; de hecho, nuestra caída
no obedeció a un problema estructural de la operación, sino que
a problemas puntuales, errores nuestros. Todas las operaciones
tienen su grado de riesgo, en ese aspecto no tengo nada que decir.
Yo hubiese preferido quedarme en Colombia, no para evitar los
riesgos, sino porque la experiencia de estar allá estaba resultando
muy provechosa, en todo sentido, desde el punto de vista reflexivo
y además por la libertad que experimentamos.
Todas las opciones implican costos. Silvio dice en una
canción (yo siempre recurro a Silvio y a sus metáforas): “Vivirle a
la vida su talla tiene que doler. Nuestra vida es tan alta, tan alta, que
para tocarla casi hay que morir”(64); esos son los costos, costos que
implican también renuncias; no haber tenido hijos, por ejemplo,
tiene que ver con mis opciones. Después de la fuga pude haber
dicho: “Bueno, ya hice lo que debía hacer, ahora estoy cansado y
me retiro”, como otros compañeros lo hicieron, pero yo no lo hice,
porque andaba buscando mi unicornio (para seguir con las citas a
Silvio), así que me fui a la montaña a buscar mi unicornio.
175
que son locuras, pero ellos tuvieron el olfato y la capacidad de ser
osados, teniendo además una base objetiva importante.
En el caso de Chile, ya había una base fuerte, y si Pinochet
moría ¿quién no se iba a sumar a ese carnaval, que primero iba a ser
de alegría y que luego iba a continuar con tiros? Probablemente, en
un principio las Fuerzas Armadas iban a reaccionar a la defensiva,
pues imagino que habría asaltos a los cuarteles. La gente iba a salir
con el montón de armas que había. Eran 2.000 o 3.000 fusiles
que estaban a disposición de la revuelta, y eso es voluminoso.
Se iban a producir situaciones álgidas como las que siempre
ocurren cuando el pueblo se organiza. Eso también se puede ver
en la experiencia de Nicaragua, que es la más cercana. El pueblo
insurrecto armado con un montón de armamento casero, que
sirvió hasta para destruir tanques. Ante una insurrección popular
el armamento pesado no sirve. Es un mito infundado militarmente
el que señala que frente a un levantamiento las Fuerzas Armadas
iban a bombardear poblaciones, como La Victoria. Evidentemente,
iba a ser una lucha dura, el pueblo iba a resistir, pero tampoco se
puede especular demasiado, porque no sucedió. Es posible que si
hubiese muerto Pinochet en el atentado, habría comenzado esa
sublevación, y había posibilidades de ganar; pero Pinochet no
murió ahí y no existió la oportunidad de seguir ese camino, así que
vamos a quedar siempre frustrados, con la duda de cómo hubiese
podido ser.
Tuve el privilegio de estar presente en dos momentos que
pudieron haber cambiado la historia de Chile, uno fue el atentado
a Pinochet, que falló; y el otro, el día del plebiscito, que fue el
punto culmine de la GPN, cuando no ocurrió lo que se suponía
tenía que haber ocurrido. Estuve en esos dos momentos claves
de la historia reciente de nuestro país, viviendo y sintiendo esos
minutos cruciales con toda intensidad, pero podría decir que tal vez
hubiese preferido estar en La Moneda con el Chicho, resistiendo
el golpe militar. Ese hubiese sido un sueño para mí.
176
Soy el chivo expiatorio
183
Anexos
185
la disyuntiva de morir de hambre o luchar sin claudicar, hasta la
victoria, por nosotros y nuestros hijos.
El Frente Patriótico Manuel Rodríguez asume
responsablemente la decisión que ya ha tomado el pueblo de
Chile, de luchar en abierta rebeldía contra Pinochet, tal como lo
ha demostrado en las combativas jornadas de protesta nacional,
y en los actuales preparativos del paro nacional.
El Frente Patriótico Manuel Rodríguez no es un partido
político, no pretendemos convertirnos en alternativa ante
ellos, somos hombres, mujeres, jóvenes, de los más variados
pensamientos ideológicos, a quienes nos une el noble anhelo de
alcanzar la libertad para Chile.
Al conmemorar nuestros primeros seis meses de lucha
y de incesante combate, nos enorgullecen y estimulan las
manifestaciones de cariño y respeto que hemos recibido en todo
el país, a pesar de los intentos de la dictadura por engañar al
pueblo, llegando al extremo de realizar criminales acciones que
han pretendido adjudicarnos.
Hoy, reafirmamos una vez más nuestra decisión de seguir
combatiendo sin claudicar jamás. Llamamos a todos los verdaderos
patriotas a luchar más unidos que nunca y con renovada fuerza en
todos los terrenos hasta alcanzar la libertad.
¡Fuera Pinochet!
¡Viva Chile!
¡Aún tenemos patria ciudadanos!
186
Escritos de Mauricio Arenas Bejas,
redactados durante su internación en el hospital
Junio 1986
187
este período donde se incuban los pensamientos que emergen
con fuerza durante mi permanencia en la Universidad. En ésta
me comprometo en la lucha por las legítimas reivindicaciones
y derechos del universitario. Tales acciones me significan dos
sumarios internos y una decidida persecución académica que me
obliga a hacer abandono de mis estudios y no continuarlos durante
el año 1984.
Es justo en el mes de julio de 1984 cuando soy detenido y
sometido a torturas durante 10 días en un lugar de la CNI ubicado
en la calle Agua Santa de Viña del Mar. La Fiscalía del puerto y
el Fiscal de ese entonces, Hernán Montero, me someten a dos
procesos. Luego de dos meses y medio soy puesto en libertad por
falta de méritos. Este suceso define en forma determinante mis
próximos pasos y profundizo mis posiciones frente a la dictadura.
Hoy permanezco hospitalizado a raíz de un enfrentamiento
armado con los esbirros de la CNI el 19 de febrero de 1987 y
procesado por el Fiscal Torres.
Santiago de Chile, Junio de 1987.(74)
Un accidente de trabajo.(75)
189
estaba inmóvil por la herida del cuello, las piernas hechas tiras,
levantadas y traccionadas, dolores como puntadas en todo el
cuerpo; me tenían puesto sondas, sueros y antibióticos muy
fuertes; tenía un dolor intenso en el cuello por la bala...”
“... Un clavo me atraviesa el hueso inferior cercano a la
rótula de ambas piernas. Ese clavo permite la tracción de los huesos
de los fémures con pesas de 8 kilos en cada pierna que arrastran el
hueso y lo tiran hacia atrás para que vuelva a la posición normal...
Los primeros días era muy doloroso, no podía mover los brazos
ni el tronco, los dolores eran muy agudos, punzantes, cualquier
movimiento me hacía quejar, gritaba mucho en la noche. El dolor
era tan intenso que prefería que no me tocara nadie, ni el médico ni
las enfermeras. Sabía que eso traería dolor. Mi estado psicológico
era de indefensión, de angustia, producto de no saber qué estaba
pasando. No sabía qué tenía en las piernas, sólo apreciaba unas
heridas gigantescas que veía cuando me curaban, las tenía abiertas
y se veían los músculos y la grasita. Yo pensaba que eso era la
herida, pero no imaginé que el problema era la fractura...Después
comencé a dimensionar el daño real que tenía en las piernas;
nunca pensé que el daño fuera tan grande, llegué a pensar en la
invalidez...”.
“... Son muchas personas [en el interrogatorio](76), entre
todas rodean la cama, cubren la entrada de la sala, tengo gente a
mis espaldas, no puedo mover el cuello por el balazo que tengo
allí, así es que todo mi campo visual está cubierto por personas
encima de mí...”.
“... El tipo hablaba rápido, muy golpeado, se desplazaba
constantemente alrededor de mi cama, me costaba seguir su
discurso, gesticulaba, daba golpes amenazantes en el velador,
hacía comentarios acerca del estado de invalidez en que yo me
encontraba, me insultaba, me decía cuando no tenía las respuestas
que quería: ‘Me estay metiendo el pico en el ojo, cabro... el pico en
el ojo no te lo acepto.’ Siento repugnancia cuando lo recuerdo”.
“... Sentí una desesperación muy grande por el estado de
indefensión en que me encontraba y que estaba a su disposición.
191
“Vida del Frente:
Entrevista a José Miguel (Raul Pellegrin Friedmann)
El Rodriguista, septiembre 1987, No. 27, pp. 19-28.
193
necesidad de construir una organización político-militar capaz de
dar conducción al pueblo en este terreno (el del enfrentamiento
paramilitar y militar) en el que las organizaciones políticas
históricas no se planteaban hacerlo.
El surgimiento del FPMR no es una cuestión automática.
Es producto de un largo proceso de reflexión, de convergencia
de opiniones de un gran número de compañeros que empiezan a
entender que las organizaciones que existían en ese momento no
interpretaban plenamente las formas concretas de hacer política,
conducentes a alcanzar el fin del régimen y a reconquistar la
libertad.
194
Es así como la actitud de enfrentamiento frontal a la
dictadura, la rebeldía permanente del Frente, van dando paso
a contar con la aceptación entre amplios sectores de opción
rodriguista.
A partir de septiembre del 86 se entra en una etapa superior
que está en íntima relación con el nivel alcanzado desde el punto
de vista operativo y esencialmente por la proyección que tiene el
FPMR en las masas. Se da a conocer al pueblo que ante la serie de
proposiciones de los partidos de oposición, el FPMR le ofrece una
propuesta distinta, y que es particularmente notoria a partir de esa
fecha, del 7 de septiembre de 1986.
195
histórico difícil, duro y peligroso para el país. Reinaba el desaliento.
Aquellos que hasta hacía poco se autoproclamaban defensores de
la Independencia, emprendían la retirada. Todo parecía perdido.
Y allí resonó el grito de “¡¡Aún tenemos Patria, ciudadanos!!”, el
desafío de rebeldía (del que hoy, junto a los sectores más decididos,
nos hacemos cargo) también contra el derrotismo y el fatalismo de
quienes no confiaban en las capacidades ni en la fuerza indetenible
del pueblo, cuando éste ha decidido luchar para vivir en libertad.
Pero Manuel Rodríguez no es sólo un símbolo, un héroe popular,
sino también una forma de enfrentar a un enemigo superior más
poderoso, con más medios, mediante el ingenio, la astucia y el
valor, además de su capacidad de interpretar al pueblo y fundirse
en él.
En nuestro accionar nos inspiramos en Manuel Rodríguez.
Duros golpes le hemos propinado a la dictadura de Pinochet, con
medios menos sofisticados y menos fuerzas, pero aprovechando
la sorpresa, la audacia, el arrojo de nuestros combatientes. El
FPMR emerge como estimulante de la combatividad del pueblo,
para poner en movimiento el inmenso potencial combativo de las
masas y que se ha expresado -y que se expresa- cada vez que tiene
oportunidad. Ha quedado demostrado que a pesar de la rendición
de la oposición el pueblo chileno está por luchar y exige un camino
claro donde pueda expresar su combatividad creciente. El FPMR
contribuye a señalar ese camino.
196
cuanto a pensamiento ideológico se refiere y tiene como elemento
aglutinador central la actitud resuelta y decidida en contra de la
tiranía.
197
las fuerzas del régimen, disminuyendo su capacidad represiva
y creando las condiciones para emprender las jornadas de
enfrentamiento decisivas, la Sublevación Popular.
Es en los momentos culminantes de este proceso
ascendente que se expresan todas las capacidades y fuerzas
político-militares que ha logrado desarrollar el pueblo, y que
inciden en el desmoronamiento político-moral de las fuerzas
principales de sustentación y apoyo del régimen, como son las
FF.AA.
198
comprometidos con el régimen y su sistema represivo. Esto a través
de acciones (como el secuestro del cabo Ovando) an dirigidas a
todo el personal de uniformados.
Constituyen llamados de atención para hacerles ver que
su labor es seguida atentamente por el pueblo, y exigirles que no
abran más la brecha que los separa de la sociedad chilena. De la
misma manera, estamos convencidos que para algunos sectores
de las FF.AA y de Orden, no basta el trabajo de persuasión y
convencimiento dirigido, a los cuales sólo se puede oponer una
fuerza material, de choque.
199
La inconsecuencia política de los partidos de oposición ha
propiciado de hecho un inmovilismo político que ha favorecido
significativamente los planes de perpetuación del régimen.
Respecto de los próximos meses, y en particular para
el PARO DE OCTUBRE, se viene gestando un proceso de
revitalización de la movilización social, a pesar de la actitud
claudicante de los partidos de oposición. En el seno del pueblo es
cada vez más evidente que ni por la vía del plebiscito fraudulento
que se avecina, ni por la vía de los ruegos va a ser posible cambiar
la situación. Durante todo un tiempo estuvieron ilusionando al
pueblo con la venida del Papa, hoy pasa lo mismo con el tema
de las elecciones libres. Pero el pueblo sabe que el único camino
correcto es el de la lucha. Así lo demostró, aún en forma incipiente,
la movilización del 19 de agosto, que se hizo incluso contra la
voluntad de los políticos tradicionales, que están simplemente por
el inmovilismo.
Este inmovilismo tiende a terminar. Este inmovilismo
es absolutamente temporal, porque en la medida que señale
un camino claro, una perspectiva, este pueblo va a poner en
movimiento todos sus potenciales, todas sus reservas políticas y
morales, que están latentes, y que se expresan cada vez que hay
una oportunidad.
200
concesiones. Si los partidos no asumen esta realidad, las bases van
a sobrepasar a las dirigencias de estos partidos.
Llamamos a los partidos de oposición a adoptar una actitud
de confrontación con la dictadura. El FPMR está convencido que
ni con la inserción en el sistema institucional de Pinochet, ni con
la negociación con el régimen, ni con peticiones al imperialismo,
se va a poner término a la profunda crisis política que desgarra a
la sociedad chilena.
201
Manual de Preparación Combativa. Revista El Rodriguista
202
Manual de Preparación Combativa. Revista El Rodriguista
203
“El imperativo histórico de reconocer y revertir
errores y carencias en la implementación del proyecto
rodriguista”(77).
Documento interno conocido con el nombre
El Manhattan.
English Course, octubre de 1992
Hermanos:
Han transcurrido casi nueve años desde que el FPMR
irrumpió como la fuerza llamada a ocupar un papel destacado en la
lucha de nuestro pueblo. De ellos, prácticamente cinco han sido de
vida independiente. El camino no ha sido fácil. Se ha forjado con
la sangre de numerosos cuadros, valiosos y ejemplares. El combate
en la primera trinchera nos obliga a enfrentar directamente a un
poderoso enemigo. Tanto ayer, en la lucha contra la dictadura;
como hoy, contra un sistema que somete a millones a la extrema
miseria.
Al abrir paso a la expresión de la idea revolucionaria,
hemos enfrentado permanentemente problemas en todos los
terrenos. A pesar de los esfuerzos realizados, traducidos en
medidas, precisiones y definiciones de nuestra concepción
política e ideológica, llegamos a estos casi nueve años con una
organización seriamente afectada en todos los planos y limitada
en sus posibilidades de llevar adelante un proyecto estratégico
hacia la toma del poder.
Precisamente, para detectar estos elementos damos inicio al
proceso de discusión actual, partiendo de la base que el actual estado
de cosas tiene su raíz en el surgimiento y definición misma de nuestra
organización.
206
las normas disciplinarias del orden y mando, donde los factores
subjetivos (como la acentuación del mando) juegan un rol
determinante para el éxito de la acción.
Una de sus características de organización y funcionamiento
es que se requiere de un análisis de la realidad en función de la
acción a realizar, es decir, para este tipo de construcción, ésta
se reduce al estudio de la situación operativa. De aquí nacen los
obstáculos que aún tenemos para avanzar y que se expresan en
nuestro trabajo diario.
207
donde estimulamos el formalismo, sobredimensionando nuestra
fuerza, capacidad y éxitos y subestimamos al enemigo.
Nuestras evaluaciones erradas, generalmente inducen
a la realización de acciones sobre nuestras capacidades, en
las que somos superados por los hechos quedándonos sin una
opinión política rápida y oportuna; ha sido una constante nuestra
incapacidad para darle continuidad a las mismas, por lo que nos
quedamos sin explotar el éxito de un quehacer victorioso o bien sin
respuesta frente a los reveses, cayendo en una gran improvisación.
Uno de los problemas centrales es que el desarrollo de
nuestro proyecto político no ha ido acompañado de fórmulas
estructurales que viabilicen la concreción de lo nuevo. De aquí que
nuestros principales planteamientos, definiciones y decisiones no
hayan podido tener una expresión práctica.
Otra expresión de este sistema es que al enfrentar los
problemas internos, casi siempre, tenemos las soluciones antes de
hacer el análisis integral del asunto en cuestión. Así, las medidas
quedan reducidas exclusiva e invariablemente al plano político-
orgánico, lo que permitió tener un control de los problemas, pero
no solucionarlos.
También este sistema nos ha llevado a la formación
unilateral de los cuadros
combatientes, dándoles a determinados conceptos –como audacia,
valentía, voluntad y disposición– significados absolutos, sin tener
en cuenta sus expresiones en una realidad que es variable.
En la práctica hemos obstaculizado el desarrollo y
promoción de los cuadros. Incluso hemos llegado a la incorporación
formal de cuadros a la Dirección, determinando una generación
poco democrática de la misma. En el último tiempo, una de las
manifestaciones más peligrosas de ésta forma de funcionamiento
fue que la expresión de distintos pensamientos al interior de la
organización condujo a una polarización y personalización de la
discusión.
Hermanos:
Enfrentados a esta realidad, nuestra obligación es ir a las
raíces que han determinado la configuración de este sistema, para
no seguir construyendo sobre los errores.
Es por ello que convocamos a desarrollar el proceso de
discusión Colectiva, tanto en la constatación de errores, insuficiencias
208
ideológicas como también en la propuesta concreta para revertir esta
situación.
Sólo así podremos contribuir a la transformación
del Frente y ponerlo a la altura de exigencias de la situación
presente y futura, para llevar adelante el rol histórico que, como
revolucionarios, nos corresponde en la conquista de la plena y
auténtica liberación de la patria. Conscientes que lo haremos en un
momento particularmente adverso, tanto en el contexto político
internacional como nacional, el cual es imposible de soslayar.
El marco internacional.
209
Económica Europea, Japón y EE.UU. y también por la hegemonía
militar del imperialismo norteamericano. Ellos enfrentan al resto
del orbe; y lo hacen como proyectos no viables sólo necesarios
en cuanto aporten a sus déficit, a través del pago de intereses de
deuda externa y como potenciales mercados de consumo (es el
caso de China, América Latina y Medio Oriente).
Este nuevo orden implica la profundización de una crisis
estructural que abarca a todos los países del Tercer Mundo, a los
que ahora se agregan los de Europa del Este e incluso llega a afectar
sectores sociales del llamado Primer Mundo.
Este sistema posee recursos importantes para acentuar
el proceso de dominación, generando al mismo tiempo una
pauperización concreta y niega objetivamente la posibilidad de
desarrollo económico y social para las grandes mayorías.
La expresión principal de este marco político y de guerra
ideológica está dada por la acumulación creciente del poder y
riqueza del imperialismo y por la violencia más aguda que jamás se
haya ejercido sobre la mayoría de los pueblos.
Su expresión va mucho más allá de conflictos o formas
tradicionales de represión, abarcando ahora las condiciones de
vida de los seres humanos y del planeta. Es el sello del tiempo que
vivimos y por tanto, el gran desafío de la humanidad es superar
con un profundo sentido de dignidad y justicia la hora presente.
Como hombres y mujeres dignos, debemos levantar
nuestra acción, voz y pensamiento revolucionario frente a las
injusticias y atropellos que sufren los pueblos de América Latina,
ante la explotación abierta y creciente, en que la hipocresía de sus
gobiernos pretende disfrazarse de democracia.
Hay que redoblar la lucha antimperialista para minar las
bases materiales de su poder, a través de alianzas internacionalistas
con los movimientos revolucionarios de países hermanos,
proyectando el combate a nivel continental; una de las expresiones
más concretas de esta batalla debe ser la solidaridad activa con la
Revolución Cubana, símbolo de dignidad y consecuencia, pues la
defensa de su proceso es la defensa de nuestro propio proyecto.
Hermanos:
El cambio en la correlación internacional ha incidido en
la aplicación de nuevas expresiones de dominación burguesa en
Chile. Con el objetivo de generar el recambio en la expresión del
poder dominante, negociándolo entre las cúpulas partidarias y las
210
FF.AA, en 1986 recrudeció la participación directa de los EE.UU
en el proceso chileno.
El surgimiento de una política de integración a la
institucionalidad (a través de la Constitución del ‘80, de la
concentración del orden político en la cúpula, de los acuerdos
políticos para la transición) lo cual creó una nueva correlación de
fuerzas políticas y sociales ante la adopción de políticas reformistas
por los partidos de izquierda y el afianzamiento de un modelo en
las relaciones de producción que acrecienta los mecanismos de
explotación.
Más allá de las cifras macroeconómicas y de los beneficios
(para sus dueños) de la modernización de las exportaciones y de
otros sectores de la economía más competitivos en un mercado
cerrado para las grandes mayorías, el modelo económico chileno
está marcado por la dependencia. La relación del intercambio
entre su producto y las tecnologías requeridas lo determinan
profundamente, por lo que el destino de los ingresos por sus
recursos no lo será jamás para las grandes mayorías.
Ello configura una crisis tan profunda en su dimensión
como en su solución y que implica, por una parte, la aplicación
de estrategias de explotación y de violencia cada vez más
perfeccionadas y agresivas, y, por otra parte, valida y hace posible
la expresión de un proyecto revolucionario que se le confronte
con igual o superior fuerza.
Esto se ve acompañado por la existencia del poder paralelo
entre el nuevo gobierno y las FF.AA., que aunque tienen objetivos
similares, adquieren expresiones diferentes. A diferencia del
régimen anterior, las nuevas autoridades se basarán en la
“legalidad” para mantener controlada a la población.
La ley burguesa no es un estado de paz, sino una batalla
permanente para consolidar sus estrategias de su dominación. En
lo ideológico y político existe la aplicación de una estrategia que
coloca el centro de gravedad del que hacer social y político donde
a ellos conviene.
Tenemos dos estrategias de dominación, una reformista
burguesa y otra fascista que se suman y enfrentan parcialmente,
pero que en ningún caso permiten que el pueblo, con un proyecto
revolucionario, tenga la iniciativa otra vez.
Las actuales FF.AA. tienen un proyecto propio de poder,
basado en la teoría del Conflicto de Baja Intensidad –sucesora de
211
la Doctrina de Seguridad Nacional– en que se asignan la tarea de
mantener a la población bajo control, incluso a las autoridades
del gobierno civil, y actuar ante cualquier amenaza al sistema
institucional.
Los problemas y conflictos que hoy aquejan a las grandes
mayorías nacionales son usados en función de una u otra
estrategia de dominación. Ya sea para reformar contenidos o
reformar estructuras institucionales, pero jamás para cambiarlas
radicalmente.
Esto tiene que ver con las correlaciones que unos y otros
requieren para que sus proyectos predominen y, a mediano plazo,
apuntan a continuar la institucionalización del país, a través de
nuevas elecciones, las del ‘93 en donde se requiere, de todos
los patriotas, una voz y acción permanente, para denunciar la
hipocresía oportunista y demagógica de unos y otros, y también
para levantar una propuesta popular y patriótica.
En este contexto, un elemento que tiene gran importancia
es la disputa ideológica, frente a la profundización de conceptos
y categorías altamente regresivos para el pueblo y que incluso
gravitan en las conciencias de los propios sectores revolucionarios.
Estos conceptos y categorías tales como “la búsqueda del
consenso’’, “la política de acuerdos”, “la integración a los grandes
objetivos nocionales” (fijados evidentemente por los intereses de
la burguesía) pretenden desarrollar una imagen de un país “en
otra”. Es decir, camino al desarrollo, un modelo para los países
“sudacas”, tropicales.
En este esquema, Chile sería el país serio, “el del
iceberg”; lo que estimula a que muchos sectores sociales se hayan
comprometido a no hacer olitas y a colaborar con el proceso de
dominación. Esto se da, por el carácter hipócrita de la estrategia
de poder vigente, en que los actores políticos y sociales juegan un
rol importante en arrastrar al pueblo tras las banderas ajenas de la
conciliación de clases.
El problema es que las expresiones políticas rupturistas,
revolucionarias, que asumen un rol confrontacional con el
sistema, muestran falencias al expresarse sólo en algunos aspectos
del quehacer político: (los derechos humanos, la lucha anti
represiva, la propaganda armada) y no asumir todavía un proyecto
revolucionario integral, involucrando a la mayoría del pueblo.
212
Nuestro proyecto.
213
largo de nuestro desarrollo. Por tanto, sólo al calor de revisar nuestra
historia podremos ir descubriendo, entendiendo y reconociendo las
verdaderas causas.
El FPMR nació en un contexto histórico concreto.
1983 significó para el pueblo chileno el término de un largo
reflujo producto del trauma y la desarticulación producida en
el movimiento popular, a partir del golpe de estado de 1973 y la
implantación de una de las más brutales dictaduras militares de
América Latina.
Comenzaron a sentirse los primeros efectos del modelo
de dominación neoliberal, como su alto costo social, que llevó
a miles de chilenos a un empobrecimiento y endeudamiento
sistemático y acelerado. Mientras, un grupo minoritario –
íntimamente vinculado a los intereses del gobierno y al capital
foráneo– amasaban fortunas, este modelo só1o se pudo implantar
sometiendo a la mayoría de la población, a través de un estado
represivo y terrorista, sostenido por las FF.AA., los organismos de
seguridad y policiales, en una labor de permanente persecución a
sus principales dirigentes y organizaciones.
Esto agudizó las contradicciones y generó condiciones
favorables al desarrollo de la movilización del pueblo, proceso que
se había iniciado en 1981 con las primeras protestas populares
que señalaron un camino de confrontación con el régimen y
permitieron la unidad en la acción del movimiento popular.
En el plano internacional, se desarrollaba un amplio
movimiento de solidaridad combatiente con la causa del pueblo
chileno, que llevó al propio imperialismo norteamericano a
tomar medidas de presión por los riesgos que le significaba una
tendencia ascendente de la lucha a terminar en el derrocamiento
de la dictadura. En este plano, el régimen se encontraba aislado en
medio de una convulsión social creciente.
Por otro lado, el movimiento revolucionario demostraba
al mundo que era posible una nueva revolución en el continente,
mediante la lucha armada. En Nicaragua, el FSLN –a la cabeza de
un pueblo insurrecto– logró llegar al poder después de décadas de
feroz tiranía.
Este fenómeno repercutió significativamente en las
organizaciones revolucionarias, renovando las esperanzas en
la lucha del movimiento armado, al que en la década del ‘70 las
dictaduras militares de América Latina prácticamente aniquilaron.
214
Estos procesos obligaron a los partidos tradicionales, tanto
de la izquierda como del centro, a contemplar una nueva forma de
hacer política. Modificaron sus estrategias haciendo del rupturismo
el elemento común y en las que la movilización combativa del
pueblo constituyó su base principal, como instrumento de presión
social o bien insurreccional.
Este proceso se venía incubando a partir de la dicada del
‘80 y asumió una expresión concreta cuando el PC irrumpió con
la Política de Rebelión Popular, interpretando el sentir de quienes
pensaban que los espacios de lucha tradicionales se habían agotado.
La izquierda tomó un camino del cual antes había renegado: el
empleo de la violencia y reivindicó el derecho del pueblo a usar
todas las formas de lucha.
Este planteamiento comenzó a expresarse de inmediato al
calor de la lucha. El PC, a través de distintas formas, le dio un
cauce orgánico, con el objetivo de llevar adelante acciones audaces
de un nivel superior a las tradicionales, fundamentalmente en el
terreno de la propaganda y la autodefensa, y apuntando a estimular
la desobediencia civil y posibilitar la incorporación de miles de
chilenos al combate. Surgieron las primeras manifestaciones
masivas contra la tiranía, que permitieron una participación real
de las masas y van encausando el descontento.
El desarrollo creciente de estas nuevas formas de lucha,
planteó la necesidad de elevar tanto el nivel de organización como
el de acción. Para responder a los mayores requerimientos de
una confrontación cada vez más directa con la tiranía y que ya
empezaba a darse en su terreno.
El PC creó el instrumento necesario para implementar su
política. Así nació su brazo armado, el FPMR, que salió a la luz
pública con un accionar espectacular el 14 de diciembre de 1983.
215
La columna vertebral del Frente se formó con cuadros
provenientes del PC, donde convergieron distintas vivencias
personales que tenían como denominador común la formación
partidista y experiencia política. Mientras algunos provenían
de la lucha contra la dictadura, otros venían de misiones
internacionalistas. Pues ya a partir del golpe de estado se comenzó
a forjar un nuevo tipo de militante comunista.
Unos se formaron en la rigurosidad de la lucha anti
fascista, y los otros bajo el alero de la revolución cubana, donde
se prepararon para un futuro hasta ese momento incierto, pero
que luego se puso a prueba en la lucha internacionalista –junto al
pueblo nicaragüense– y más tarde en el interior de la patria.
La cantera fundamental de los cuadros combatientes del
Frente fue el PCCh, que en sus planes contemplaba el paso de
militantes al Frente. Además, hubo casos de incorporación orgánica
de militantes del PC, de otras fuerzas o bien independientes que se
sintieron más atraídos e identificados con la acción directa.
216
los principales centros urbanos, construyendo sus fuerzas
centralizadamente y estructurándolas en grupos operativos. Con
el tiempo se desarrollaron grupos en diferentes lugares del país,
surgiendo orgánicas de carácter zonal dependientes del mando
superior.
La ayuda internacional, en particular la cubana, jugó un
rol de primera línea en el desarrollo del trabajo militar del PC y
el surgimiento del Frente. En lo político, Cuba apoyó irrestricta
y permanentemente la lucha de nuestro pueblo. Sirvió de aval
para establecer un amplio arco de relaciones con el movimiento
revolucionario y puso a disposición toda su infraestructura, lo
que permitió la preparación de miles de cuadros y combatientes
en sus principales centros de enseñanza y en las más diversas
especialidades y niveles, así como el cumplimiento de misiones
internacionalistas. Ofreció recursos materiales en el terreno
logístico, documental y médico, asegurando operaciones de
carácter estratégico.
De igual forma se fueron configurando los diferentes
aseguramientos combativos. La estrategia del PC, al definir el
carácter de la lucha, el enemigo a enfrentar imponía un límite
definido y claro al desarrollo del trabajo militar reduciéndolo a una
expresión exclusivamente operativa, esta concepción a medida que
se profundizó la lucha se fue transformando en una permanente
fuente de contradicción que culminó con la separación.
217
política y militar. Este plan le dio un contenido preciso al
desarrollo de la actividad militar, a partir de la definición del
carácter del futuro enfrentamiento como insurreccional y en la
perspectiva de contribuir al desmoronamiento político, moral y
disciplinario de las FF.AA. Se logró una mayor autonomía en su
implementación, creándose órganos de aseguramiento estratégico,
fundamentalmente en el terreno logístico.
Empezaron los primeros intentos por extender la lucha
a las áreas rurales, sin embargo, esto incidió sólo en cambios
cuantitativos y no cualitativos.
En este período, se planteó la necesidad de una expresión
territorial del Frente, a través de las fuerzas operativas territoriales
y la creación de las Milicias Rodriguistas, para garantizar los
levantamientos poblacionales en la perspectiva de liberar y
controlar los territorios insurrectos. El accionar del Frente en este
terreno era concebido como contribución a la lucha del pueblo,
manteniendo un carácter especial.
En el plano internacional, se inició un trabajo con una
calidad y una amplitud muy superior a la realizada en años
anteriores, de forma independiente a a las estructuras regulares
del Partido. Se organizaron comités de apoyo en los principales
países de Europa y América Latina incorporándose organizaciones
y ciudadanos locales. Se abrieron tribunas internacionales donde
nuestro pensamiento fue conocido y apoyado.
El Frente ocupó espacios a los cuales el Partido no tenía
acceso y asumió responsabilidades que iban más allá de las de un
aparato. Las exigencias cada vez mayores obligaban a una ofensiva
en la preparación combativa y política, organizando un proceso de
instrucción a todos los niveles, en el plano interno y externo.
Se crearon las condiciones para el almacenamiento y
distribución de medios industriales llegados a Carrizal y se
organizó una estructura especial con compañeros sacados del
FPMR y del PC, a cargo de la comisión militar del Partido.
218
quienes las concebían sólo como un medio de presión. Maduraba
aceleradamente una situación revolucionaria y su conducción fue
constantemente sobrepasada por las masas.
El descubrimiento de las armas en Carrizal dimensionó
el carácter que iba adquiriendo el proceso. Constituyó un signo
concreto de la decisión del PCCh y la voluntad de los cuadros del
Frente de llevar la lucha a los niveles planteados en los documentos.
Fue la primera y más evidente muestra de consecuencia con
los discursos que reivindicaban la lucha armada como forma de
enfrentar a la dictadura. Pero el revés final –que nos implicó una
pérdida significativa de medios– estuvo determinado nuevamente
porque una operación de carácter estratégico fue asumida operativa
y tácticamente.
Es importante destacar el contexto represivo en que se dio
una operación de esta envergadura, que no fue detectada pese a la
gran cantidad de medios de inteligencia que ostentaba entonces el
enemigo.
Así también ocurrió en el atentado al tirano, en septiembre
de 1986, operación histórica, que demostró voluntad y legitimidad
moral y que estuvo marcada por el desarrollo del FPMR y la
combatividad ascendente de la movilización popular.
Alertado el imperialismo por estos elementos, se aceleró
la salida de Pinochet del gobierno, lo que desgraciadamente fue
capitalizado por el centro y la derecha. En efecto, en el momento
más álgido de la lucha, las direcciones políticas vacilaron frente al
empuje popular. Temiendo una salida que se les escapara de las
manos, empezaron un rápido proceso de negociación que frenó al
movimiento social.
En el plano internacional, se inició el desmoronamiento
del sistema socialista. Esto también estimuló al PC a reformular su
línea, asumiendo una readecuación táctica e iniciando el abandono
de la política de la rebelión popular y de su expresión práctica,
la Sublevación Nacional. En lo nacional, responsabilizó al trabajo
militar de conducir los acontecimientos más allá de los marcos de
su estrategia, comprometiendo su política de alianzas.
Recurrió a la vía orgánica para desarticular el trabajo
militar y ya en 1986 relevó de sus funciones a los principales
cuadros, reemplazándolos por otros de su más alta confianza.
Las estructuras del trabajo militar defendieron su actividad y
resistieron los cambios.
219
Por primera vez, se confrontaron dos concepciones políticas
que iban en distintas direcciones. Mientras el PC había asimilado la
actividad militar como un elemento táctico, los cuadros del Frente
la asumieron bajo una concepción estratégica. Y la práctica fue
demostrando que la existencia de un aparato era insuficiente en el
nuevo cuadro político en gestación, que requería de una organización
de calidad superior.
Esto significó más tarde –en julio de 1987– el rompimiento
con el PC y la fusión de distintas estructuras y cuadros nucleados
alrededor del Frente.
220
política de Sublevación Nacional, entendiendo que las condiciones
bajo las cuales ésta surgió estaban más vigentes que nunca. A
partir de una conducción operativa intentamos entrar en la lucha
política, pero antes tuvimos que validar al Frente como ente
independiente. En ese contexto, se inscribió la exitosa Operación
Príncipe que, entre otras cosas, permitió elevar la moral
combativa y nuestro prestigio ante distintos sectores de la opinión
pública nacional e internacional. Paralelamente, realizamos una
reestructuración orgánica, incorporando nuevas direcciones de
trabajo que compensaran en parte el papel del Partido. Se trataba
de que el contenido y forma del trabajo de la Dirección Nacional
permitieran ejercer una conducción política integral.
Se constituyó una nueva Dirección, formada por un
secretariado y los jefes principales, quienes desarrollaron un
amplio proceso de discusión, con miras a transformar al Frente
de aparato en organización político-militar, concibiendo ahora a la
Sublevación Nacional como estrategia de poder, proyectándola más
allá del término de la dictadura. De ahí vino el cambio en nuestra
concepción hacia las FF.AA., pues ya no se “desmoronarán
política y moralmente”, sino que habrá que “derrotarlas política y
militarmente”.
Esa nueva apreciación modificó la esencia misma de la
estrategia de la sublevación, transformándola en una “guerra de
todo el pueblo y en todo el territorio”.
Para implementarla, adoptamos cambios orgánicos,
considerando que lo fundamental era hacer del Frente una
fuerza material, ‘’un instrumento orgánico” capaz de expresar
la alternativa patriótica en la senda de la revolución. Es decir,
intentamos realizar un cambio político de fondo, mediante vías
orgánicas.
La primera reunión de la nueva Dirección del Frente se
llevó a cabo en medio de una situación política de declinación
de la movilización. Hablamos de abril de 1988, cuando ya se
configuraba un cuadro caracterizado por acelerar una salida
negociada entre la dictadura, la DC, la derecha y el imperialismo
norteamericano, bloqueando las posibilidades de un proceso
popular y más avanzado. La izquierda, que había encabezado la
lucha contra la dictadura, temía quedar aislada y comenzó un
repliegue desorganizado.
[---]
221
…’88, que pasó a ser el centro del quehacer político. Las
masas también fueron arrastradas hacia la carrera electoral.
El régimen comenzó a hacer concesiones, abrió espacios en el
terreno de la libertad de prensa y de reunión. La represión se hizo
selectiva. Preparando su salida del gobierno Pinochet hizo los
últimos amarres y retoques al sistema con el fin de asegurar su
continuidad preservación.
Ante esta realidad, en esa época nosotros llegábamos a la
siguientes conclusiones: “Se ha generado en nuestro país en estos
últimos años, una situación potencial de lucha, que permite afirmar
que es posible lanzar a las masas a la calle a combatir y “levantarse
en armas”, en el caso de amplios sectores más empobrecidos y
golpeados por el actual sistema. “Las masas exigen de la(s)
vanguardia(s) que muestre(n) una alternativa clara y viable.
Exigen presencia y calidad militar superior para incorporarse a la
lucha”. “La oposición tradicional no es claramente una alternativa
para ello. Incluso se ve en las masas rechazo al “partidismo” que
les ha decepcionado”. “El Frente, a pesar de los esfuerzos enemigos
por destruirlo, y los intentos de sectores de la oposición (incluidos
los partidos de izquierda) de descalificarlo ante el pueblo, ha sido
la única expresión clara de lucha y puede llegar a constituirse en
la alternativa que las masas reclaman”.
222
concebidos como la traba más importante para construir la
organización político-militar de vanguardia y que creíamos
en gran medida correspondían a “herencias” del partido, tales
como: Excesivo centralismo, Ausencia de democracia, Ausencia
de trabajo colectivo, Erosión de valores ideológicos y morales,
Falta de transparencia, Inexistencia de órganos político-militares
a diferentes niveles, Funcionamiento irregular de estructuras de
base, Insuficiente trabajo político-ideológico. Se pensó que estos
problemas se podían enfrentar mediante la sola toma de conciencia
y voluntad de los militantes. Partíamos de la premisa que el
cambio de una mentalidad, traducida en métodos, formas y estilos
de funcionamiento –que por años fueron la base de la formación
de los cuadros–, era posible sólo apelando a factores de carácter
subjetivo. De ahí que una parte importante del Frente asumió y
redujo el rediseño a un mero asunto de conducta individual.
Pero el error central estuvo en pretender transformar
al aparato en una organización político-militar, con la mera
incorporación mecánica de principios y normas de funcionamiento
leninista. Es decir, sin tener en cuenta que para su plena expresión,
dichas normas requieren de una base material, orgánica y humana
específica que la vida interna de aparato no permite desarrollar.
La democracia interna, el centralismo democrático y la
dirección colectiva son incompatibles con el carácter de una
estructura vertical. A la vez, pretendíamos transformar nuestra
estructura orgánica y forma de vida interna manteniendo intacta
la esencia de las bases políticas e ideológicas que las generaron.
Es decir, quisimos pasar a ser una organización de nuevo tipo
manteniendo una estrategia cuyo centro no era el problema del
poder y que por tanto su estructuración militar condiciona la
existencia de un aparato.
Así como esta concepción fue plenamente valida en
los marcos de la política de Rebelión Popular y de Sublevación
Nacional, el plantearnos la necesidad de una nueva forma de
organización nos obligaba en primer lugar a generar un nuevo
proyecto revolucionario y no a seguir bajo la vieja concepción del
Partido.
Por lo tanto, pese a ser el rediseño justo en su contenido,
circunscrito a esta realidad se hizo inaplicable. En ese sentido, su
limitada aplicación sólo contribuyó a fortalecer al aparato.
223
Nuestro análisis de la realidad.
224
La designación de las áreas rurales a operar se hizo bajo el
criterio de ir a aquellas que estuvieran lejos de las zonas en que el
Frente había iniciado un trabajo de basificación.
Pero los resultados del plebiscito fueron desconcertantes
ya que dejaban sin fundamento a las acciones previstas.
En el plano urbano, la toma, control y defensa de territorios
se convirtió en una suerte de marcha miliciana de saludo armado
al triunfo del “No”. El odio, indignación y engaño que pensamos
se produciría en las masas, se transformó en alegría, esperanza y
festejos.
Se postergaron las acciones rurales en una semana,
adecuando los objetivos al nuevo cuadro y apelando ahora sólo
a factores de carácter subjetivos destinados a demostrar que el
Frente no estaba dispuesto a permitir la perpetuación del sistema.
Los resultados de estas acciones hablan por sí solos. Pagamos un
alto costo en lo humano, político y militar.
Sin embargo, nuestra evaluación política posterior a estos
hechos era que “la realidad de hoy nos demuestra cuán acertados
fuimos en nuestras apreciaciones”. Esta conclusión absolutamente
válida respecto a la continuidad y perpetuidad del régimen, no se
puede hacer extensiva mecánicamente a la apreciación que frente
al plebiscito tuvimos y que en definitiva determinó nuestra táctica.
Los hechos hoy nos evidencian que a pesar de partir de
un diagnóstico acertado (continuidad), llegamos a conclusiones
erróneas. En el fondo, hicimos política como si nada hubiera
cambiado, lo que nos llevó a ver una realidad inexistente, a
sobredimensionar y prolongar en el tiempo una “maduración
de condiciones subjetivas” en franca declinación y a punto de
extinguirse.
Partimos del principio que a la continuidad del régimen,
correspondía la continuidad del Frente, con la particularidad que
ahora no tendríamos las manos amarradas por el Partido. No nos
dábamos cuenta, que aun seguíamos transitando bajo la misma
concepción, salvo algunas modificaciones que estaban lejos de
cambiar la esencia.
La mentalidad operativa.
225
levantó, construyó y desarrolló un sistema que hasta hoy rige a
la organización y genera las futuras políticas en todos los pianos,
determinando una mentalidad operativa expresada en formas de
pensamiento, análisis, conductas, apreciaciones y funcionamiento
equivocado.
Esta mentalidad surgió producto de concebir la política
militar en términos tácticos, donde al quehacer militar se le asigna
un rol esencialmente técnico y no político. La mentalidad…
[---]
…desarrollo de los procesos, aplicando mecánicamente ciertos
principios que, si bien es cierto son plenamente válidos y necesarios
en el contexto de una acción armada, no lo son referidos a una
situación política ni militar determinada.
Esta forma de ver las cosas tiene su expresión e incidencia
en todos los planos y por su naturaleza es reduccionista.
Con estos problemas latentes, el Frente realizó su
segunda reunión de Dirección Nacional en marzo del ‘89, donde
participaron jefes y cuadros principales. En este evento, sólo se
logró un reordenamiento orgánico, ratificando y precisando
algunos elementos relativos al carácter de la implementación
y continuidad de la Guerra Patriótica Nacional, que hasta ese
momento sólo era un enunciado general, definido como “un
proceso global e integral de lucha, que combina lo militar, lo
político, la movilización social, toda expresión de lucha y en el
que tienen lugar todos los patriotas que se proponen la derrota del
enemigo, mediante la combinación de golpes en todos los frentes,
siendo el accionar militar el factor principal para ganar la guerra
pues este será decisivo en el desgaste físico y moral del enemigo.
“Hemos definido este proceso no como breve, que ira
transitando por distintas etapas ascendentes, a lo largo de las
cuales iremos construyendo el ejercito del pueblo y las fuerzas
necesarias para derrotar al régimen y a las FF.AA.”.
Junto a estos enunciados afirmábamos que “no obstante ya
hoy nuestras fuerzas guerrilleras, en el campo y la ciudad, así como
las Milicias Rodriguistas y otras fuerzas revolucionarias, expresan
la posibilidad de construir en la lucha (junto a todos quienes estén
dispuestos a combatir frontalmente al régimen) la fuerza armada
y de liberación que se proyecte por sobre la coyuntura y sea capaz
de conducir al pueblo por un camino de victoria”.
226
Esta concepción correspondía al análisis de la “realidad”
y concluía que “el potencial y experiencia combativa acumulada
por el pueblo está intacto y en forma latente, sintiéndose ya los
primeros síntomas de la urgencia por resolver reivindicaciones
inmediatas; existen en este momento en el país un gran número de
huelgas y conflictos de tipo laboral”. “Los amarres y la continuidad
económica del nuevo régimen permiten prever un estallido social
que ya se está incubando y que es señalado objetivamente por
la imposibilidad de resolver el aumento de los salarios y ampliar
los derechos laborales, a la vez que mantener los equilibrios
macroeconómicos que exige la política económica neoliberal, los
dictados del FMI y el Banco Mundial”.
“Prevemos por tanto un rápido deterioro del prestigio
del nuevo régimen y un paulatino y ascendente proceso de
radicalización del pueblo; situación que estamos resueltos a
conducir”.
Este tipo de análisis es el marco que determinó nuestra
elaboración táctica, traducida en orientaciones, tareas, medidas y
acciones que pocas veces llegan a implementarse y, de hacerlo,
no siempre obtenemos los resultados esperados. Generalmente,
esto lo atribuimos a problemas subjetivos, a la falta de voluntad
y disposición de los cuadros que tienen la responsabilidad de
expresarla en la práctica, a situaciones orgánicas, o bien a la falta
de apoyo, control y exigencia por parte de la Dirección u órganos
intermedios. Comúnmente, las medidas no se dejaron esperar.
Se cambian direcciones completas, o simplemente se remueven
y promueven cuadros. Así, llegamos a un Frente cada vez más
reducido y con menos capacidad para llevar adelante el proyecto y
con un saldo de cuadros resentidos y desconcertados.
¿A qué responde que mientras nuestros análisis van por un
lado, la realidad camina por otro?
Sin duda, a que hemos establecido que los requerimientos
que necesita nuestro proyecto para abrirse paso son operativos
y no políticos, de ahí que a partir de ciertos elementos objetivos
generamos artificialmente una realidad favorable a su desarrollo.
Esto responde a la mentalidad voluntarista e idealista, a la que
hacíamos referencia.
227
El desarrollo del proyecto.
228
Asimismo, va logrando, en breves plazos, lo que la dictadura
en 17 años, a sangre y fuego, no obtuvo: neutralizar la movilización
del movimiento popular, el rechazo al partidismo y la apatía. Todo
en medio de un “floreciente crecimiento económico”.
El cambio en la correlación de fuerzas a nivel mundial,
derivado del desmoronamiento del sistema socialista del Este
Europeo, repercutió en nuestra realidad. La crisis empezó a
consumir y afectar a los partidos de la izquierda y al movimiento
revolucionario, incitándolos al camino de la “renovación”, que no
es más que la renuncia a la causa popular.
Los que hasta ayer decían estar en el campo revolucionario,
hoy no sólo lo han abandonado sino que están dispuestos a
combatirlo, en cualquier terreno y de cualquier forma. La crisis
aún no toca fondo y por tanto, nada hace esperar que a corto plazo
pueda existir un proyecto de izquierda alternativo.
Al inicio de la caída del campo socialista, evaluamos que
al FPMR, por sus “características particulares”, no le afectaría y
que mientras otras orgánicas entraban en una crisis de carácter
ideológico, la nuestra era orgánica. Por tanto, a partir de esta
afirmación cualquier medida excluía el demento ideológico.
La consulta (1991).
229
de discusión que involucraba a la mayoría del Frente y que concluyó
en la Consulta Nacional de marzo del ‘91. La consulta tuvo como
principal objetivo analizar aquellos aspectos que impedían la
transformación del Frente en una organización revolucionaria. Si
bien es cierto que este evento nos permitió “detectar” mejor los
problemas existentes, estuvo lejos de superarlos.
Caracterizamos el momento que vivía el Frente como una
“crisis de desarrollo”, por tanto nuestro análisis, sus conclusiones
y medidas correspondieron a dar respuestas a ese carácter. Es
decir, el evento, al igual que en otras oportunidades, no enfrentó
los problemas de fondo, que por más que digamos que tienen una
raíz política ideológica, los asumimos orgánicamente.
Los resultados en lo político nos permitieron dar un salto
significativo en la precisión del proyecto, traducido en definiciones
y criterios en el plano de la construcción de fuerza; estructura
partidaria; trabajo político-ideológico e internacional; trabajo de
masas; política de cuadros, etc.
Sin embargo, la justeza de estos planteamientos chocó con
las conclusiones del análisis de una realidad sacado de un mundo
“imaginario”. Nos referimos a la llamada “crisis de…
[---]
La imposibilidad de implementar las decisiones tomadas
por la Dirección a partir de las resoluciones de la Consulta, no
obedeció a problemas subjetivos, como la calidad de los cuadros,
convencimiento, voluntad, insistencia, control y ayuda, etc. Sino
que respondió a problemas objetivos derivados de su aplicación en
una realidad distinta a aquella en la que se concibieron.
Las expectativas generadas en el conjunto del Frente fueron
destrozadas abruptamente por una práctica que no evidenciaba
ningún cambio. Se generó una reacción que profundizó los
problemas y que llegó a afectar a la propia Dirección, minando
seriamente su unidad y cohesión interna, lo que le significó perder
capacidad para ejercer su rol de control y conducción.
Las distintas ópticas para enfrentar el problema se
contrapusieron. Quienes estaban por recurrir a la conciliación
y consensos cupulares –métodos de gran arraigo en el Frente–
se desprendieron de la organizaci6n. Nuevamente, a través de
medidas orgánicas, la DN pretendió encarar profundos problemas
políticos e ideológicos.
230
Se creó una comisión de análisis y estudio destinada a
investigar las causas que generaron tal situación y, al mismo tiempo,
proponer los mecanismos de su superación. Después de algunos
meses de trabajo, esta comisión entregó su primer informe, que
sólo llegó a profundizar, sintetizar y precisar la expresión de los
problemas al interior del Frente y propuso una salida que no se
apartaba de los cánones tradicionales.
La situación entró en una dinámica insostenible y en medio
de problemas graves de seguridad.
Hermanos:
Hemos tratado de presentar los principales acontecimientos
políticos que han regido la vida de la organización. No es fácil
lograr un orden en ello y abarcar su totalidad. Lo hacemos con un
profundo espíritu autocrítico, pero la rigurosidad de esta autocrítica
no significa el desconocer el gran patrimonio histórico y de dignidad
del FPMR, tampoco significa renegar de nuestros principios Marxistas
Leninistas, ni mucho menos de la Guerra Patriótica y Nacional como
nuestro proyecto revolucionario.
Sin embargo, nos atrevemos a asegurar que nuestro
quehacer diario en el terreno de la actividad multifacética del
Frente, su accionar, construcción de fuerzas, propaganda, trabajo
político e ideológico, preparación y disposición combativa, sus
aseguramientos, su trabajo internacional, sus relaciones políticas,
política de cuadros, su moral, su orgánica y funcionamiento han
respondido a una mentalidad esquemática, rígida, voluntarista,
operativista e idealista, que nos ha llevado a hacer política de los
errores y a ver una realidad distinta a la que es. Reemplazar la
realidad por nuestros legítimos sueños sólo nos conduce a que
éstos se desvanezcan. Así no se construye la historia.
Hermanos:
Es tiempo de tomar conciencia de la gravedad de la
situación de nuestro FPMR, y de buscar un camino de solución
colectiva, de arriba hacia abajo y viceversa.
Ha llegado la hora de reflexionar y descubrir las causas de
nuestros errores y las formas más efectiva de revertirlas.
Nadie tiene derecho a destruir esta obra, construida con la
sangre generosa de nuestros mejores hermanos y que constituye
uno de los principales capitales con que cuenta nuestro pueblo en
su camino de liberación.
231
La validez y continuidad histórica del FPMR está por sobre
los hombres y nuestro más sagrado deber es garantizarla.
232
Portada de El Rodriguista 68
Presentación.
233
Queremos hacer llegar un fraternal saludo a nuestros
antiguos y nuevos lectores, especialmente a nuestros hermanos
simpatizantes. Sin embargo, es necesario considerar que la forma
más respetuosa, óptima y transparente de presentación es con
la verdad de lo que somos, de lo que queremos hacer y ser, con
una nueva práctica que supere los errores y las insuficiencias de
nuestro pasado reciente. Pero al mismo tiempo, orgullosos de
nuestra historia consecuente de lucha.
Hoy nuestras pretensiones quizás sean muy ambiciosas y
abarcadoras, queremos que este espacio contribuya a la formación
de los rodriguistas, también a sectores de nuestro pueblo. Aprender
y avanzar con humildad revolucionaria: Que este espacio sea para
todos aquellos ojos que quieran ver, para todas aquellas manos que
quieran actuar, para todo aquel mundo que queremos cambiar.
No pretendemos ofender más a quienes han ofendido con su
violencia, represión, autoritarismo y cultura de la muerte. Pero a
los jóvenes, pobladores, trabajadores, niños, hombres y mujeres
de nuestra patria, queremos hablarles con nuestra palabra, con
nuestros medios, con nuestros recursos, es decir, con nuestra
revista, con El Rodriguista que el lector nuevamente tiene en sus
manos.
234
sino a la concepción política que los sustentó. Es decir, no se
puede trasladar mecánicamente los errores de ésta a todas y cada
una de las acciones realizadas. En cuanto al caso Guzmán, hemos
reconocido que nuestra mayor equivocación estuvo en no ser
capaces de crear las condiciones que nos permitieran capitalizar
dicha acción, y al final, desde todos los puntos de vista, la misma
nos sobrepasó. Pero ello nada tiene que ver con su validez. El
tiempo no nos puede llevar a olvidar que este siniestro personaje
fue uno de los principales autores intelectuales e ideólogo del golpe
de Estado y del genocidio posterior. Más allá de los esfuerzos que
hagan por presentarlo como un santo, siempre estuvo detrás de
los actos criminales en contra del pueblo.
235
misma correspondía a una vía para enfrentar los problemas. Es
más, la naturaleza de los problemas existentes entonces era la falta
de implementación política de la GPN y no su cuestionamiento.
Las versiones de que supuestos miembros de la Dirección no
estuvieron de acuerdo con la acción nada tiene que ver con la
vedad. Al margen de esto, algunas voces se escucharon, pero en la
periferia de nuestro trabajo.
El rol de Cuba.
236
Cuba ha constituido en este siglo un faro, una luz y un ejemplo
para millones y millones de personas. Ha sido el referente más
claro y nítido de un camino de esperanza que supera la pobreza y
la marginación. El reconocimiento a Cuba es tan grande que más
allá de posiciones políticas, dirigentes y empresarios de todo el
mundo –y del propio EE.UU.- en los últimos años han comenzado
un acercamiento. Desde ese punto de vista, Cuba contribuyó al
nacimiento del Frente y apoyó su lucha, de la misma forma que
lo hizo con otras fuerzas políticas que combatieron la dictadura.
Esta ayuda siempre se realizó sin condicionamientos políticos
de ningún tipo y sin ninguna intromisión en nuestros asuntos
internos. Es más, en la difícil situación actual que enfrenta el
pueblo cubano, independientemente de algunos caminos tomados
para darle solución, los rodriguistas sentimos gran admiración y
respeto por su resistencia tan digna y soberana.
237
prácticamente no existen relaciones por una razón muy simple:
no queremos ser el motivo o pretexto que incorpore un elemento
disociador más a las complejas y sensibles relaciones de Cuba con
otros países.
Estoshechosnohansidodeterminantesenlasituaciónactual
del Frente. Sin embargo, han tenido gran incidencia, pues de una u
otra forma nos han distraído de los esfuerzos principales. Hemos
tenido que estar permanentemente en alerta y a pesar de todo nos
238
han golpeado. Sin ir más lejos, en plena labor de reorganización
y reflexión es detenido el segundo jefe de la organización y más
de una decena de militantes tienen orden de detención. Si bien es
cierto el fenómeno de la infiltración no es nuevo, no sólo afecta o
dificulta una práctica, sino que resiente política e ideológicamente
a una organización, puesto que la labor de infiltrados y
colaboradores se orienta a debilitar el sustento ideológico de los
militantes a través de rumores, descalificaciones y especulaciones,
tendientes a dividir internamente a la organización, y con ello,
hacer saltar las llaves de la compartimentación, exponiéndola a
los golpes de los servicios de seguridad del sistema. En todo caso,
la situación de crisis vivida por la organización nada tiene que
ver con estos hechos, los cuales sólo han contribuido a hacer más
difícil el camino de su superación.
239
un nuevo referente y de pronto aparecieron como funcionarios
de gobierno y casualmente, bajo las órdenes de Schilling. De
igual forma conocemos muy bien a los colaboradores de origen
socialista, pues en algún momento supuestamente compartimos
los mismos ideales y hoy se venden al mejor postor. Siempre su
mediocridad los llevó a usar cualquier recurso para alcanzar cierta
notoriedad y poder. La pobre y periférica participación de ellos
en la guerra nicaragüense son el mejor testimonio. Sin embargo,
estos casos constituyen una excepción pues en la mayoría aún
prevalecen las enseñanzas de Allende y mantenemos con ese
genuino mundo socialista un constante intercambio.
240
Cuba y que junto a su esposo Antonio Ramos trabajaron en el
equipo de información del Comité Chileno de Solidaridad. De la
noche a la mañana aparecieron los dos trabajando en La Moneda,
ella en la Oficina de prensa y él en las oficinas del Ministerio del
Interior como coordinador con la Oficina de seguridad. Todos
estos elementos sumados a la detención de Ramiro nos llevaron
a determinar dónde se encontraba el informante y ésa es nuestra
única relación con su muerte, haber descubierto su traición. En
relación a este tema, sin lugar a dudas quienes tienen que responder
por este tipo de hechos son aquellos que andan reclutando y
comprando “héroes anónimos”.
A diario podemos darnos cuenta de cómo la dictadura logró
incorporar una serie de valores propios de una sociedad hipócrita
y pacata, reflejando la peor crisis moral que conozca nuestro país,
en que los traidores son tratados como héroes, a los asesinos y
torturadores el día de su muerte se les rinde tributo, declarando
duelo nacional, y en que las amenazas del asesino Pinochet de un
nuevo golpe de Estado son celebradas por el mundo empresarial y
asumidas en forma vergonzosa por la clase política. En todo caso
no es casual la opinión del señor Schilling, pues él mismo, de ser
un defensor de Allende, un miembro del Grupo de Amigos del
Presidente, ha traicionado esos ideales para ponerse al servicio
de la oligarquía. Nuestro pueblo conoce muy bien y desprecia
terriblemente a los mercaderes del soplonaje, que construyen
empresas destinadas a la delación y la traición, a los Agdalín,
los Romo, los Fanta, los Guardia. Por más que quieran hacerlos
aparecer como héroes, expertos en asuntos de inteligencia o
grandes analistas al servicio de la democracia, no podrán superar
la berrera de los sapos ni dejar de ser verdaderos mercenarios al
servicio del capital.
241
planos el último tiempo. Desde hace mucho tiempo sabemos
de la existencia de este individuo. Si farsantería lo ha llevado en
más de una oportunidad a vanagloriarse de ser un conocedor de
nuestra historia, con importantes relaciones al interior de nuestra
organización y con una serie de relaciones internacionales que
supuestamente lo avalarían. Lo cierto es que nosotros tenemos
noticias de él inmediatamente después de que asume el gobierno
de Aylwin. Según los antecedentes con que contamos, ahí se
empezaron a hacer los primeros intentos por configurar el trabajo de
seguridad para enfrentar al movimiento popular y revolucionario.
Una de las líneas es asumida directamente por Belisario Velasco,
quien creó un equipo con gente que, de una u otra forma, hubiera
estado vinculada a actividades de Izquierda. Este equipo dio paso
más adelante a la “Oficina de Seguridad”. El primer equipo que
se conformó estuvo integrado por Lenin Guardia, un tal Iván
Carrillo y otro personaje que no mencionaremos, que al parecer
no aceptó participar porque no estaba dispuesto a asumir sus
condiciones. Incluso, en más de un momento supimos lo que tenía
que ver con su funcionamiento. Naturalmente que una vez creada
la Oficina de Seguridad, a lo menos Lenin Guardia no perdió su
calidad de colaborador del gobierno en asuntos de soplonaje, pues
nuevamente apareció en el contexto del caso Edwards haciéndose
pasar un funcionario al servicio de Cuba que quería ayudar al
Frente y descubrir supuestos infiltrados de la DINE a nuestro
interior. Para ello, se valió con la actitud antiética de su esposa.
Consuelo Maquiavelo, que siendo sicóloga del FASIC utilizó
información de una paciente referida a Ricardo Palma tratando de
ganar la confianza de ésta. Así Guardia logró enterarse de una serie
de antecedentes y en particular del papel de Palma dentro de la
organización. Con esos elementos y ese discurso intentaba llegar
a la Dirección. Sin lugar a dudas que debió aportar a un mayor
conocimiento de parte del gobierno hacia el Frente, puesto que
sus análisis los basa en lo que logró conocer en sus relaciones con
la CNI y posteriormente en sus actuales relaciones con la DINE.
242
Una vez más la prensa a través de sus reportajes se equivoca.
En su afán sensacionalista pretende día a día encontrar supuestas
nuevas claves y para ello se apoya en ciertos elementos reales que
más de algún informador vinculado a los servicios de seguridad le
entrega. ¿De dónde aparece este personaje “clave”? En primer lugar,
ella jamás fue militante del Frente y su relación con la organización
es absolutamente tangencial puesto que, ocasionalmente por el
año 86-87 realizó tareas de ayudista y luego reapareció intentando
vincularse con la organización a través de los presos políticos. Lo
que dice el reportaje en cuanto a su relación con Barraza no nos
merece duda, pues este “gran sabueso” llega a ella al conocer que
es la compañera de un tal Juan Gutiérrez, militante del Frente,
con preparación en Cuba. Con estos elementos el jefe de la BIOC
asegura estar en presencia del “Chele”, pues tanta coincidencia
no le cupo en la cabeza. Pero una vez más se equivocó, se trata
de otro. De Juan Gutiérrez Moya, al cual el reportaje en cuestión
intenta desconocer pues, de los antecedentes con los cuales
contamos, dicho individuo al igual que su compañera fueron
protegidos a cambio de información. Sin ir más lejos, conocemos
que Emmanuelle, luego de salir de Chile, por vía terrestre en un
bus a Buenos Aires, fue protegida por Barraza para luego desde
ahí embarcarla en dirección a Francia, concretamente a la calle 31
Avenue de L’Angeunière, apart. 1006, 44800 St. Herblain, donde
se domicilió por un largo periodo. Sabemos que actualmente por
razones “laborales” se habría resguardado momentáneamente en
Palestina. En el primer semestre del año 95 y en marzo de este
año ha intentado relacionarse con organismos de los derechos
humanos y sabemos también que a Juan Gutiérrez Moya le
encargaron averiguar datos sobre nosotros, cuestión muy torpe,
pues él se alejó del Frente por el año 88. Es más, por diversas vías
esta mujer, en octubre/noviembre del 93, hizo llegar mensajes a la
Dirección en la perspectiva de ofrecerse para una eventual fuga de
los presos políticos, de acuerdo a las posibilidades de sus contactos
laborales y por sus relaciones con el director de Gendarmería,
Claudio Martínez, plan que al calor de los antecedentes actuales y
por lo burdo del mismo, sin duda estaba orientado por Barraza, el
cual, según la propia “francesa”, mantenía una relación íntima con
ella.
243
Barraza, un siniestro personaje.
244
contactos con los compañeros que pudieran estar chequeados
y seguidos. Detectamos muchos indicios durante el año 91 y
tenemos la certeza de que en ese entonces se trataba de la DINE,
pues durante los años de dictadura logramos tener un sistema que
nos permitía escuchar a los organismos policiales y en particular
a la CNI. Con el gobierno de Aylwin formalmente se terminó la
CNI, pero casualmente sus radios siguieron funcionando y más
aún, en las mismas frecuencias y con un mismo plan y sistema de
comunicaciones.
A mediados de febrero de 1992, el grupo que estaba en
Maitencillo detectó la presencia de Schilling en una carnicería. A los
pocos días, nuestra amiga Ingrid Flores salió a caminar por la playa
y no regresó en todo el día. Después de una infructuosa búsqueda y
espera, se decidió abandonar esa misma noche el balneario. Como
hoy sabemos, Investigaciones realizaba un riguroso seguimiento
de todos nuestros movimientos y tenemos la certeza de que son
ellos los responsables de su muerte. Esta puede explicar el silencio
oficial y la nula investigación que se ha hecho del caso. De igual
modo no hay que olvidar que Investigaciones tenía los elementos
suficientes como para descartar toda posibilidad de actuar por
sorpresa y por tanto no podrían impedir un enfrentamiento de
grandes proporciones. Percibimos que utilizaron en toda esa etapa
camionetas, autos, motos “todo terreno” y hasta un helicóptero.
De Maitencillo el grupo se trasladó a Colliguay. Allí comenzó
su preparación para romper el seguimiento, pero se realizó una
serie de movimientos que hicieron más evidentes las actividades
policiales en las cercanías, en la ruta a Viña del Mar y en Viña
mismo.
Seguramente, en Colliguay, no nos detuvieron porque
hubo indecisión de los aparatos de seguridad, incluso del DINE, y
porque querían tener a toda la Dirección bajo observación. Tomen
en cuenta, que en ese momento, no tenían claro cuántos éramos,
ni quienes eran sus miembros. También, creemos, que tenían en
mente detenernos sin muertos y sin sangre. Para eso, necesitaban
tenernos disgregados o en grupitos pequeños, cosa que no se dio.
Ese era su nuevo modus operandi. Por otro lado, ellos, no esperaban
que todo el grupo rompiera el cerco sorpresivamente, como lo
hicimos, y pudiéramos perderle su pista. Otro factor determinante
para que no nos apresaran, fue que todos estábamos armados y no
245
nos despegamos jamás de los “bananos”. Además teníamos armas
largas. Por otra parte, habíamos generado un plan de defensa y uno
de evacuación. Esto último no era sólo teoría, teníamos hecho los
ensayos y cada uno contaba con una pequeña mochila o bolso con
comida en conserva para sobrevivir por varios días entremedio
de cerros y montañas. Un dato anecdótico en Colliguay al ver un
grupo de hombres acampando los retamos a un partido de fútbol
para darle normalidad a nuestra estadía en el lugar. Sin saberlo
jugamos entonces con nuestros “chequeadores”, ganamos 2x1.
En este contexto, se produjo el escándalo de los “planes Halcón”
que los obligó a demostrar algún éxito. Así decidieron acelerar
acciones en contra nuestra a fin de demostrar que la dirección
principal de su quehacer era el movimiento revolucionario. Como
resultado de ello detuvieron a algunos compañeros.
246
en una lista negra (la cual adjuntamos). ¿Ésa es la democracia, ésa
es la libertad que protege y defiende el señor Schilling?
El FPMR actual.
247
En todo caso, el carácter de una organización no depende del
grado de legalidad de algunos de sus dirigentes. Más aún cuando
esa situación de clandestinidad no forma parte de una opción y la
misma no es más que la consecuencia de una lucha de años por la
justicia y la libertad. Es decir, que un contingente minoritario de la
organización, por diversas razones, esté obligado a mantener una
situación de clandestinidad, no significa que la organización tenga
que ser clandestina. Cuando hablamos de una expresión política
pública nos estamos refiriendo a la forma de hacer política,
para la cual estamos en nuestro pleno derecho. No le estamos
solicitando a nadie que nos dé esa oportunidad. Nadie nos puede
negar la posibilidad de estar donde está el pueblo organizado o
bien contribuir a su organización. Tener una expresión política
de carácter público no significa encaminar o centrar los esfuerzos
en una perspectiva de carácter electoralista en que los objetivos
se limiten a disputar espacios de poder a las fuerzas políticas
tradicionales.
248
social y no de nuestra propia voluntad. Sin temor a equivocarnos
pensamos que las formas de locha en el actual contexto, y de
acuerdo a los objetivos que nos planteamos, no son armadas. Sin
embargo concebirlos a la lucha armada como una fase superior
de la lucha política y es algo que no inventamos ni deseamos
nosotros, pero estamos convencidos de que históricamente y al
calor de la lucha de clases ella es inevitable. Por tanto, es nuestro
deber tenerla presente en nuestra formación y construcción. Será
el único modo de evitar nuevos genocidios y mayores sufrimientos
al pueblo.
249
Una mujer llamada “Tamara”
- ¿Lo que pasa es que a los hombres se les ha formado con la idea
machista, donde las mujeres son más emocionales que racionales?
Yo estoy de acuerdo contigo. Creo que las mujeres hemos
sido educadas para asumir roles diferentes, pero esas trabas se
superan dentro del combate.
- Parece que tú has estado sólo con hombres, pero ¿has estado con otras
mujeres?
Soy una mujer muy feminista. Siempre prefiero trabajar con
mujeres. Lo que pasa es que las mujeres somos muy pocas. Y
cuando adquiere su compromiso, lo toma igual que un hombre.
El proceso para lograr el compromiso puede ser diferente. Se
demoran más, porque cuesta entender que hay que desapegarse,
dejar algunas cosas. Cuando ingresa una mujer la tiran al trabajo
de aseguramiento, y el proceso se desarrolla más lento. Pero eso
no obedecería a las mujeres en sí, sino a que está establecido que
así sea. Hay compañeros que me hablan tan de igual a igual, que
cuando pasan mujeres las miran y me comentan sobre ellas, igual
como si estuvieran con un hombre.
- Me he dado cuenta de que eres una persona con un carácter muy fuerte.
Cualquier jefe tiene que tener una actitud muy fuerte. Yo me
considero una mujer que tiene más características para el trabajo
militar. Además me gusta mucho.
- ¿Y Tania?
Yo no sé si es tanto como el Che. Claro, murió en una
revolución pero morir no basta.