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COLEGIO PROVINCIAL DE EDUCACION SECUNDARIA Nº 10

“Gdor. Juan Manuel Gregores”

Datos Del estudiante.

Completar nombre, apellido y curso

Datos del Profesor.


Espacio Curricular: Lengua y Literatura
Nombre Y apellido: Alejandra Borquez
Curso: 4to Año “A” y “B”
Trabajo Practico: N° 2
Fecha de Presentación: 11/05/20

Material Teórico

Ahora que conocen algunos conceptos importantes a partir de lo trabajado


en el trabajo práctico Nº1, pueden leer los siguientes textos. Durante su
lectura subrayen conceptos y frases que consideren importantes sobre la
construcción de la otredad. No olviden usar el diccionario para no perder el
sentido del texto ante las dudas con ciertos vocablos.

Edmund Leach. “Un Mundo en explosión” Barcelona. Ed. Anagrama. 1967. Cap.
Nosotros y los demás (fragmento)

Maquiavelo decía “Si tienes un enemigo, mátalo”.


Pero ¿cuál es la razón de que tengamos enemigos? ¿Por
qué deberíamos tratar de matar a nuestros semejantes?
De una cosa podemos estar seguros, y es que esto es
algo que no se relaciona con el instinto. Ninguna especie
podría haber sobrevivido de haber poseído una
tendencia innata que le llevara exterminar a todos los
miembros de su misma especie, pues el apareamiento
hubiera resultado entonces imposible. La pauta general
en el reino animal es que la agresión está dirigida hacia afuera, no hacia adentro.
Sólo en situaciones excepcionales, los animales se comportan como caníbales o
asesinos; las aves de rapiña sólo matan miembros de otras especies, no de la propia.
La lucha entre animales de la misma clase es normalmente un juego, una especie de
ejercicio habitual que permite a un individuo dominar sobre otro sin que ninguno de
los dos resulte seriamente dañado. Pueden encontrase símiles humanos, como la
esgrima, el boxeo, el fútbol, pero, además de todo esto, los hombres se matan unos a
otros. ¿Por qué ocurre esto? Mi opinión es que nuestra propensión al crimen es una
consecuencia paradójica de nuestra dependencia de la comunicación verbal; usamos
las palabras de tal forma que llegamos a pensar que los hombres que se comportan
de modos diferentes son miembros de especies diferentes.

En el mundo no humano, el conjunto de las especies funciona como una unidad.


Los lobos “no” se matan entre sí, porque “todos” los lobos se “comportan” con el
mismo lenguaje. Si un lobo ataca a otro, la víctima responde automáticamente con
un ademán que compele al agresor a detener la lucha. El ademán tiene el mismo
efecto que una expresión lingüística. Es como si yo le atacase a usted y usted gritase:
“¡Eh!, ¡usted no puede hacer eso, soy uno de sus amigos!”, o quizá de una forma más
sumisa: “Soy uno de sus siervos”. Entre los animales estas respuestas tienen el
carácter de acciones que paralizan el mecanismo de agresión. En un momento dado
la parte más débil debe rendirse, y tan pronto como esto sucede, el agresor no tiene
más remedio que desistir. De esta forma la víctima del ataque se encuentra en raras
ocasiones en un peligro serio. Lo complicado de nuestro caso, es que la seguridad de
la víctima no depende de que el atacante y el atacado se “comporten” con el mismo
lenguaje, sino que deben “hablar” el mismo lenguaje y estar familiarizados con el
mismo código de símbolos culturales. Y aun así cada individuo puede tomar su propia
decisión acerca de lo que constituye “el mismo lenguaje”. Yo les hablo a ustedes en
inglés y ustedes escuchan y pueden entender lo que digo. El acto de escuchar y
entender, es un acto de sumisión por su parte. Están admitiendo que somos animales
de la misma clase y me conceden el derecho de hablarles. Pero esto es una elección
libre. Para librarse de esta dominación momentánea no es necesario siquiera apagar
la radio; basta con una reflexión de este estilo: “No puedo soportar el acento ridículo
de este hombre; no habla como yo. No es de mi propia clase”.

Enfoquemos este punto de una forma más general. Debido al modo en que se
organiza nuestro lenguaje y al modo en que estamos educados, cada uno de nosotros
se sitúa constantemente en una actitud de contienda. “Yo” me identifico a mí mismo
con un colectivo “nosotros” que entonces se contrasta con algún “otro”. Lo que
“nosotros” somos, o lo que el “otro” es, dependerá del contexto. Si “nosotros” somos
ingleses, entonces los “otros” son franceses o americanos o alemanes. Si “nosotros”
somos los defensores de la libre empresa capitalista, entonces los “otros” son
comunistas. Si “nosotros” somos los ciudadanos medios normales, entonces el “otro”
es un misterioso “ellos”, la burocracia gubernamental. En cualquier caso “nosotros”
atribuimos cualidades a los “otros”, de acuerdo con su relación para con nosotros
mismos. Si el “otro” aparece como algo muy remoto, se le considera como benigno y
se le dota con los atributos del “Paraíso”. La China imaginada por los aristócratas
europeos del siglo XVII y los nobles salvajes imaginados por Rousseau eran benignos
y remotos “otros” de esta clase. Con la tecnología moderna, el mundo se ha
empequeñecido de tal forma que este tipo de lejanía ha dejado casi de existir.

En el extremo opuesto, el “otro” puede ser algo tan a mano y tan relacionado
conmigo mismo, como mi señor, o mi igual, o mi subordinado. En la vida diaria
podemos reconocer docenas de estas relaciones de dependencia: padres-hijos,
empleados-dueños, doctores-pacientes, profesor-alumno, hombre de negocios-
cliente... y así sucesivamente. En todos estos casos, las reglas del juego están
perfectamente definidas. Ambas partes conocen exactamente como se “espera” que
el “otro” se comporte y, en tanto en cuanto estas expectativas se cumplen, todo
funciona con disciplina y orden.

Pero a mitad de camino entre el “otro” celestialmente remoto y el “otro” próximo


y predecible, hay una tercera categoría que despierta un tipo de emoción totalmente
distinto. Se trata del “otro” que estando próximo es incierto. Todo aquello que está
en mi entorno inmediato y fuera de mi control se convierte inmediatamente en un
germen de temor. Esto vale para personas así como para objetos. Si el señor X es
alguien con el que no puedo comunicarme, está fuera de mi control y lo trato por
tanto como a un animal salvaje en lugar de como a un ser humano. Se convierte en
un bruto. Su presencia genera la ansiedad, pero esta falta de humanidad me
libera de toda restricción moral: las respuestas paralizadoras que podrían impedir
que reaccionase violentamente contra alguien de mi propia especie dejan de tener
efecto.

Se cuentan por centenares los ejemplos que ilustran este principio. En el siglo
XVIII, con la exaltación de la razón, la locura tomó proporciones escalofriantes, y los
dementes eran conducidos en rebaños a las mazmorras y encarcelados como bestias
salvajes. Cuando los primeros colonos británicos llegaron a Tasmania, exterminaron a
los habitantes locales como si se tratase de gusanos, justificándose en la idea de que
aquellos tasmanianos de ningún modo podían ser considerados como seres
humanos. Algo parecido dijo Hitler de los judíos. En la Sudáfrica contemporánea, el
apartheid se basa en la teoría de que los negros son miembros de especies inferiores
y por lo tanto incapaces de entender la ley y el orden civilizados. La mayor parte de
nosotros reaccionamos con repulsión ante tales actitudes y, sin embargo, nos
comportamos de una manera muy similar. Expulsamos de la sociedad a los
criminales, lunáticos y personas de edad avanzada, simplemente porque se los ha
declarado anormales, pero una vez que esta anormalidad se ha establecido, nuestra
violencia puede ejercerse sin límites. Es cierto que hasta ahora no hemos tenido que
recurrir al exterminio, pero las prisiones, las comisarías de policía y muchas otras
clases de instituciones cerradas, pueden llegar a ser consideradas como lugares
horribles donde resulta muy difícil distinguir entre el castigo y el “tratamiento”. Las
represalias contra el débil siempre han proporcionado al fuerte una profunda
satisfacción; momentáneamente por lo menos alivian el miedo. En este punto
asistimos a una horrible confusión general. Queremos persuadirnos de que el castigo
tiene una finalidad disuasoria, cuando en realidad su móvil es la venganza.

Eco, Umberto (2013) Construir al enemigo. Buenos Aires. Ed. Sudamericana


(Adaptación)

“ Tener un enemigo es importante no solo para definir


nuestra identidad, sino también para procurarnos un
obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de
valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor (…) No nos
interesa tanto el fenómeno casi natural de identificar a un
enemigo que nos amenaza como el proceso de producción y
demonización del enemigo.(…)
Los enemigos son distintos de nosotros y siguen
costumbres que no son las nuestras. Uno diferente por
excelencia es el extranjero. (…)
Ahora bien, desde el principio se construyen como enemigos no tanto a los que
son diferentes y que nos amenazan directamente (como sería el caso de los
bárbaros), sino a aquellos que alguien tiene interés en representar como
amenazadores aunque no nos amenacen directamente, de modo que lo que ponga
de relieve su diversidad no sea su carácter de amenaza, sino que sea su diversidad
misma la que se convierta en señal de amenaza. (…)
Una nueva forma de enemigo será, más tarde, con el desarrollo de los contactos
entre los pueblos, no solo el que está fuera y exhibe su extrañeza desde lejos, sino el
que está dentro, entre nosotros. (…)
El enemigo debe ser feo porque se identifica lo bello con los bueno, y una de las
características fundamentales de la belleza siempre ha sido lo que la Edad Media
denominó integritas (es decir, tener todo lo que se requiere para ser un
representante medio de una especie) (…)
Al parecer no podemos pasarnos sin el enemigo. La figura del enemigo no puede
ser abolida por los procesos de civilización. La necesidad es connatural también al
hombre manso y amigo de la paz. Sencillamente, en estos casos, se desplaza de la
imagen del enemigo de un objeto humano a una fuerza natural o social que de
alguna forma nos amenaza y debe ser doblegada, ya sea la explotación capitalista, la
contaminación ambiental o el hambre en el Tercer Mundo. (…)”
Actividades

Actividades

1. A partir de las lecturas de Leach y Eco redacta un listado de características sobre las
que se construye la otredad según cada autor.

2. Redacta con tus palabras, luego de las lecturas propuestas, el concepto de otredad.

3. Crear un glosario con los términos subrayados en el texto de Edmund Leach. Luego,
proponer un sinónimo para cada palabra, teniendo en cuenta el cotexto en que
fueron usadas. (Cotexto: Conjunto de elementos lingüísticos que incluyen, preceden
o siguen a una palabra u oración y que pueden determinar su significado o su
correcta interpretación)

4. Redactar la información que formaría parte de las notas al pie de las palabras
resaltadas en negrita.

Criterios de Evaluación

 Utilice estrategias que le permitan interpretar y comprender


textos de forma autónoma
 Capte el sentido global de los textos. Localice información
concreta y realice inferencias. Establezca conclusiones a partir de
lo leído.
 Redacte o reescriba distintos tipos de textos aplicando
conocimientos de coherencia y cohesión y reglas ortográficas.
 Utilice el léxico adecuado a la situación comunicativa.

Observaciones.

Ante cualquier duda o consulta lo pueden hacer a aleborquezz@hotmail.com


Entregar el trabajo en formato Microsoft Word o PDF

Firma del Docente:


Notificación de la Familia:

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