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En cada módulo y cuando el equipo docente lo haya considerado oportuno, encontrará un

apartado "Material complementario" donde encontrará material de interés relacionado con


cada uno de los módulos del curso.

El objetivo de dicho material es, bien complementar algún aspecto tratado a lo largo del curso,
bien complementar alguna discusión aparecida al foro sobre un tema en concreto.

Ejemplo de material complementario:

Módulo 2. PAP en niños de hasta 12 años

¿Cómo explicar la muerte a los niños?


Desde hace décadas vivimos en una sociedad que ha dejado de contemplar la muerte
como parte de la vida: los avances médicos, el descenso de la mortalidad infantil y el
progreso de la biogenética están permitiendo vivir más y mejor, pero también nos han
llevado a desterrar la muerte de nuestro día a día y a apartarla de los niños con el fin de
evitarles dolor o, al menos, de intentarlo.
Sin embargo, deberíamos considerar justamente lo contrario: nuestros hijos se van a tener
que enfrentar antes o después a la muerte. Por tanto, ¿qué mejor que enseñarles cómo hacerlo
para que estén preparados cuando llegue el momento?

Es más fácil abordar el tema cuando ha fallecido algún animal doméstico o alguna
persona conocida, pero no cercana. Será más sencillo para el niño, pero también para el
adulto, que estará más sereno y podrá compartir mejor la visión que tiene de la muerte,
invitándole a expresar lo que piensa y lo que siente. 

Evidentemente, esto no disminuirá el sufrimiento del niño ante la muerte de una persona
significativa, pero sí lo puede ayudar a estar más preparado para afrontarla. El niño que ha
podido hablar y hacer preguntas a sus padres, que les ha podido expresar sus
sentimientos y sus miedos, se encontrará en un mejor clima comunicativo donde poder
compartir las emociones cuando se trate de una persona cercana.

Esta guía pretende ofrecer unas pautas sencillas pero eficaces para hablar de la muerte
con los niños de edades comprendidas entre los dos o tres años y la adolescencia.  

Pautas generales a la hora de hablar sobre la muerte


La comunicación de la muerte de un ser querido deben hacerla los padres. Si esto no fuera
posible porque precisamente les haya ocurrido algo a los progenitores o no pudiesen
estar por el motivo que fuere, debe encargarse de ello el adulto con mayor vinculación
afectiva con el niño. 
Se debe buscar un lugar tranquilo, conocido, acogedor y seguro para el niño, normalmente su
habitación, y sentarse con él, a su lado, de modo que los adultos que van a hablar con él
se sitúen a su misma altura. Si quieren, le pueden abrazar.
El lenguaje debe adecuarse a la edad del niño: los padres o comunicadores deben usar
palabras sencillas. El tono de voz debe ser suave, cariñoso, dulce y calmado. La actitud
debe ser cercana y respetuosa.
Los adultos no deben tener miedo de utilizar la palabra "muerto” o decir "ha muerto”. Con
pocas palabras, pero comprensibles, los padres deben explicar que ha pasado algo muy,
muy, muy triste, que la persona ha fallecido y cómo ha sido.
Los adultos deben dar espacio para que el niño pueda hacer todas las preguntas que
necesite y tiempo para que pueda expresar todo lo que siente. Deben dar respuestas
sinceras y honestas, aportando las aclaraciones necesarias, pero, al mismo tiempo, no dándole
más información de la que puede asimilar. 

Durante todo el tiempo, los padres o adultos estarán al lado del niño y le acompañarán, no
lo dejarán solo y aceptarán todas las reacciones sin reticencias o juicios acerca de si son
o no conformes al que se puede esperar como reacciones ante la muerte de una persona
cercana.

En general, suele diferenciarse entre:

 Muerte esperada: es aquella que ocurre en una persona (o una mascota) bastante
mayor, que ha completado su ciclo de vida. 
 Muerte inesperada: es aquella que ocurre en la infancia, la adolescencia o en la
edad adulta que todavía no ha llegado al fin del ciclo vital.

Ambos tipos de muerte pueden, a su vez, subdividirse en:

 Muerte anunciada: es aquella que, ocurra a la edad que ocurra, viene anunciada
por signos de que algo amenazador puede ocurrir: un diagnóstico terminal, el
ingreso en la UCI, etc.
 Muerte repentina: es aquella que, también con independencia de la edad, no avisa
y no nos da tiempo de despedirnos ni de prepararnos.

Esta categorización no sólo influye en la forma de dar la noticia de la muerte a los niños y,
en cierta forma a los adultos, sino que también determina el pronóstico de las personas
tras la pérdida. Una muerte esperada y anunciada, es decir, en un abuelo muy mayor, que
se ha ido apagando visiblemente, tiene el mejor pronóstico de aceptación y recuperación,
mientras que la muerte inesperada y repentina de un adolescente en un accidente de
coche será la más difícil de procesar. 

Cómo comunicar la muerte antes de los 6 años


A esta edad el niño tiene un pensamiento concreto y, por tanto, se toma las cosas en un
sentido muy real, literal. Así pues, las explicaciones que den los adultos deben ser en un
lenguaje directo y concreto, basadas en hechos reales para evitar confusiones que generen más
angustia y aumenten los miedos del niño. 
El niño  en edad pre-escolar aún confunde realidad y fantasía. Por ejemplo, ve dibujos
animados donde los personajes sobreviven a la muerte apareciendo ésta como reversible.
En este sentido, es importante explicar la muerte como el hecho de que el cuerpo deja de
caminar, de respirar, ya no come, ya no volverá a despertarse nunca más,.... poniendo
énfasis en las expresiones del todo o nunca más a fin de ayudar a eliminar cualquier idea falsa
sobre que quien se ha muerto va a volver. Una idea que puede ayudar a explicar lo que es
la muerte es la de que el cuerpo ya no podía funcionar más y por eso la persona (o
mascota) se ha muerto. 
Tomar conciencia de la muerte plantea a los niños de esta
edad dos retos cognitivos:
 Cuando un niño de esta edad descubre la realidad de la muerte, se inquieta
pensando que también les puede ocurrir a sus padres o cuidadores. Teme el
abandono y el desamparo. Es necesario que los adultos mencionen que la muerte
habitualmente ocurre cuando somos bastante mayores, pero, si no fuera así, le
cuidaría tal familiar.  
 Y si la muerte ha sido anunciada, es decir, ha ocurrido tras una enfermedad, el
reto consiste en hacer diferenciar claramente para el niño que hay dos tipos de
enfermedades: las comunes (constipados, dolor de barriga, otitis, etc.), para las
que los médicos siempre tienen una solución. Pero que hay otras enfermedades
mucho más infrecuentes y muy, muy graves, para las que los médicos a veces
tienen solución, pero otras no. Además de estos dos tipos, está la vejez, que no es
una enfermedad, sino que supone el momento en que el cuerpo ya está tan
gastado, que no puede seguir. Esta diferenciación conceptual es crucial para que
el niño no se asuste la siguiente vez que le duela la cabeza o que tenga un
catarro.
Finalmente, es importante tener en cuenta que podemos hallarnos ante dos situaciones
distintas: una muerte anunciada o una muerte repentina.

En el primer caso es importante ir preparando al niño explicándole la gravedad de la


situación, sin asegurar la ocurrencia de la muerte, pero avisando que la enfermedad es
muy grave, que los médicos tratan de hacer lo que pueden, pero que el tratamiento no
funciona, etc. Es bueno implicarles en el proceso en la medida de lo posible, haciendo un
dibujo para la persona que se está muriendo, visitándola mientras aún está consciente y
dándole al niño la sensación de que forma parte de los cuidados y de todo el proceso de
preocupación y preparación para el desenlace. 

En el segundo caso, cuando la muerte es inesperada, hay que tratar de ayudar al niño a
aceptar la noticia sin preparación alguna, cosa que cuesta tanto a los niños como a los
adultos. Verbalizar nuestra incredulidad y nuestro shock les ayuda a entender que todos,
niños y adultos, necesitan un tiempo para asimilar lo ocurrido. 

Cómo comunicar la muerte entre los 6 y los 9 años

Los niños de estas edades entienden ya que la muerte es permanente, pero no


comprenden las consecuencias que el deceso supone para su propia vida. Suelen hacer
preguntas como: 

 ¿La muerte es para siempre? 


 ¿Morir duele?
 ¿La persona que ha muerto puede oírnos? 
 ¿Dónde está ahora?
 ¿Vamos a cambiar de casa?
 ¿Van a seguir viniendo los Reyes Magos?
Los adultos deben intentar contestar a todas estas preguntas de manera clara y
procurando transmitir calma. Si no saben cómo responder a alguna de estas preguntas,
pueden posponer la respuesta, diciendo que la pregunta es muy importante y que quieren
responderla bien. Se deben ofrecer respuestas coherentes. 
Habrá que tener disposición y tiempo para hablar de los miedos y preocupaciones y, sobre
todo, habrá que escuchar al niño y dejar que hable, en un lugar seguro y sin interrupciones,
de todo lo que le pasa por la cabeza, de todos los sentimientos que está experimentando.
Poco a poco, los padres podrán observar como la angustia y la confusión iniciales
disminuyen de forma progresiva.

Cómo comunicar la muerte a niños mayores de 9 años

Los preadolescentes y adolescentes entienden racionalmente la muerte de forma casi


idéntica a los adultos. Sin embargo, perciben la muerte, especialmente la de uno o ambos
progenitores, como algo que los hace diferentes de los demás. 

Suelen sentir miedo, miedo por su propia mortalidad, de perder al otro progenitor, a ser
abandonados. Expresan este miedo enfermando, están de mal humor, tienen problemas
para comer o dormir y muy a menudo pierden el interés por ir a la escuela. Posiblemente
escondan, especialmente los chicos, sus sentimientos de tristeza y el llanto porque lo
entienden como una señal de vulnerabilidad y debilidad. 
Los adultos deben tener presente que necesitarán disponer de más espacio y tiempo. Deben
ofrecer al preadolescente la posibilidad de expresar sus sentimientos a ellos, pero
también deben entender (y potenciar) que quizá prefieran hablar con sus iguales, o con
otra persona de su confianza. Quizá también prefiera quedarse solo con fotografías,
vídeos, música, etc. El preadolescente debe sentir que, cuando él esté preparado, los
adultos estarán a su disposición para hablar o para compartir sus emociones. Y que no
hacerlo no tendrá ninguna consecuencia negativa.
A esta edad, es muy importante que los adultos le expliquen al joven que, aunque la
familia haya cambiado estructuralmente, estarán a su lado para cuidarlo. Es necesario que
le inviten a compartir sus angustias sobre el futuro y tratar de reasegurarlo y que contesten a
sus preguntas de manera abierta y sincera, dándole detalles específicos de cosas que ocurrirán
en el futuro.
Un último consejo importante: los pre-adolescentes y adolescentes tienen cierta dificultad
para expresar sus emociones. Les ayuda mucho que les expliquemos que no sólo las
lágrimas expresan tristeza. Hay personas que lloran, pero hay otras que estando igual de
tristes, no muestran ni una sola lágrima, sino que están callados o irascibles. Y que éstas
son formas de llorar sin lágrimas. 
 Para saber más:
 Red funeraria 
 Ser padres 
 Fundación Mario Losantos del Campo 
Artículo realizado por la UTCCB:
Ingeborg Porcar
Directora técnica de la Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de Barcelona (UTCCB), el
centro de prevención y gestión de situaciones críticas de la Universidad Autónoma de
Barcelona (UAB), que ofrece intervención psicológica especializada a individuos, grupos y
organizaciones en el antes, el durante y el después de un evento traumático.
¿Deben los niños ir a los funerales?
Recientemente, una encuesta que se realiza anualmente en Gran Bretaña y que recoge
las actitudes de su sociedad sobre diferentes aspectos de la vida cotidiana, publicó el dato
de que el 48% de los adultos cree que los niños menores de 12 años no deben asistir ni a los
tanatorios ni a los funerales. Posiblemente, en nuestro país las cifras serían muy similares.
Esta creencia social está en abierta contradicción con la opinión de los expertos en
psicología evolutiva y en procesos de duelo, que de forma unánime abogan por la
participación de los niños en los rituales de despedida de un ser querido de su familia e,
incluso, advierten que no hacerlo suele comportar consecuencias negativas para los
propios niños.
Pretendemos abordar aquí este debate, describiendo los principales argumentos a favor y
en contra de ambas opciones, ofreciendo nuestra opinión profesional basada en la
experiencia de años de trabajo con niños en contacto con la muerte y en situaciones de
trauma y crisis y proponiendo la mejor forma de implicarlos en los funerales para aquellas
familias que así decidan hacerlo. 
¿Por qué NO llevar a los niños a un funeral?

Los adultos que defienden que los niños no deberían asistir a los rituales funerarios de un
familiar o de una amigo, suelen argumentar básicamente tres argumentos

 Asistir a un funeral puede resultar una experiencia estresante y traumática. 

Quienes sostienen esta idea consideran que en el tanatorio y en el funeral de alguien


cercano, sobre todo si se trata de una muerte inesperada y/o en una persona joven, los
adultos suelen encontrarse en situación de shock y dar rienda suelta a sus emociones.
Por eso mismo, los niños deberían ser protegidos de la vivencia del dolor agudo.
Argumentan, además, que la visión de una persona fallecida les generará a los niños una
imagen muy dura, que difícilmente olvidarán y que con seguridad les llenará de miedos y
de ansiedad.

 Los niños menores de 8 ó 10 años no entienden el significado y la irreversibilidad


de la muerte. 

Por este motivo, quienes defienden esta visión argumentan que los niños no entienden el
significado de los rituales mortuorios y, por ende, tampoco necesitan participar en ellos.
Es mucho mejor, siguiendo esta idea, apartar a los menores del contacto con la muerte y
el duelo y abordarlos más tarde, cuando el niño sea capaz de entender el significado de lo
que ha ocurrido. 

 Para poder ayudar a los niños a enfrentarse con la muerte de un ser querido, sus
cuidadores principales deben estar tranquilos y serenos.

Dado que  tanto en el tanatorio como en los funerales los adultos suelen estar
sobrecogidos por su propio dolor y no están en buenas condiciones para ayudar a los
niños a afrontar la pérdida y el duelo. Quienes abogan por esta idea, no buscan proteger a
los menores del contacto con la muerte, sino que optan por gestionar primero el dolor de
los adultos y luego, en un segundo momento, atender y guiar el dolor de los niños. 
¿Por qué SÍ llevar a los niños a un funeral?
Otros adultos defienden la idea de que los niños no sólo pueden, sino que, en determinados
casos, deben participar en los funerales. Entre ellos se encuentran de forma casi unánime la
mayoría de profesionales de la psicología, de la psicoterapia y de la educación. Basan sus
recomendaciones en los siguientes postulados:
 Los niños están en contacto con la muerte mucho antes de lo que los adultos
queremos admitir.
La tendencia de apartarlos de los procesos que rodean la muerte de la vida diaria es
relativamente reciente. Antes las personas morían en casa y los niños participaban de los
velatorios sin restricciones. Pero, aun con la muerte desterrada a los hospitales y
tanatorios, los niños saben de ella a través de los cuentos, de la naturaleza y de la
televisión. Aunque sea de forma poco racional, han visto alguna vez un pájaro muerto o
se han entristecido por la muerte de la madre de Bambi en la película de Walt Disney. Por
tanto, la muerte comienza a formar parte de su imaginario mucho antes de perder a un
familiar. Y nos resultará relativamente fácil explicarles qué ha sucedido (ver guía “Cómo
comunicar la muerte a niños menores de 8 años”).  
 De la misma forma que los adultos, los niños necesitan los rituales para transitar
por los procesos de duelo.
La pérdida de un ser querido, ya sea anunciada o inesperada, nos confronta a todos con
la tristeza y pone en marcha un proceso de aceptación de lo ocurrido que se conoce como
duelo. Para los adultos, poder participar de los rituales de despedida es una parte
consustancial del inicio del afrontamiento y del duelo. En el caso de los niños ocurre
exactamente lo mismo, con la salvedad de que necesitan ser preparados para lo que van a
vivir en un tanatorio y/o funeral.
 Aunque la finalidad de no incluir a los niños en los rituales mortuorios sea otra, los
niños sienten que son apartados no ya de los actos de despedida de su ser
querido, sino del seno de la familia.

Incluso muchos años después de la muerte de un familiar, muchos niños y más tarde
muchos adultos recuerdan de forma dolorosa que no se les ofreció la posibilidad de
participar en la despedida de su progenitor, de su hermano/a o de su abuela. Sienten lo
que muchos expertos denominan la sensación de ser afectados de segundo grado o
dolientes olvidados, es decir, que su tristeza y dolor es menos importante o intenso que el
de los adultos. Y deducen que no son tan importantes como otros en la familia, por mucho
que el hecho de apartarles por nuestra parte sea una forma de protección y para nada
suponga no tenerles en cuenta. 

¿Cómo influye la edad del niño en la decisión?


La capacidad de un niño para comprender la muerte depende básicamente de dos variables:
su edad cronológica y las anteriores experiencias que el niño haya tenido con la muerte. 

De forma orientativa, la idea y comprensión del hecho de la muerte transita pos las
siguientes fases:

De 0 a 3 años: 
Los niños no comprenden ni el hecho de la muerte en sí ni mucho menos su
irreversibilidad. Pero sí se dan cuenta de que una persona cercana (o una mascota) que
habitualmente estaba con ellos, ya no está. Por este motivo es muy importante tratar de
explicarles con palabras sencillas que su ser querido ha muerto y ya no volverá más. 
A esta edad, los niños comprenden realmente poco de lo que ocurre en un funeral.
Además, su capacidad de atención es muy escasa todavía y lo más probable es que el
niño acabe llorando, asustado y cansado y generando estrés a sus cuidadores.

De 3 a 6 años:
Los niños entienden ya que la muerte significa algo grave. Pero, en parte por su
pensamiento concreto y en parte por la influencia de los cuentos, muchos creen que la
muerte es reversible. Además, rodean el hecho de pensamientos mágicos y creen que lo
imposible es posible. Registran cierto egocentrismo en el pensamiento, que hace que
pueden aparecer pensamientos de culpabilidad. Por esto , con frecuencia atribuyen el
hecho de la muerte a un enfado con la persona fallecida o a un castigo por su propio mal
comportamiento.
En esta etapa, si lo explicamos bien y con palabras sencillas, los niños pueden entender
que la muerte supone que el cuerpo de la persona fallecida ya no podía funcionar y que por
eso se ha muerto. Dado su dificultad en entender que la persona no va a volver, hay que
ser especialmente cuidadoso en la forma en que comunicamos la noticia de la muerte al
niño y evitar a toda costa expresiones ambiguas que pueda malinterpretar o entender de
forma literal como hemos perdido a la tía Luisa o la abuela se ha ido.
Aconsejamos permitirles a los niños escoger si quieren o no asistir junto a nosotros al
tanatorio para despedirse de su familiar o amigo y hacerlo en un entorno de calma y
cierta intimidad. Y pensamos que la forma más apropiada de hacer partícipe a un niño de
estas edades en los rituales mortuorios es acompañarlo al tanatorio, responder a sus
preguntas, permitirle ver lo que desee ver, pero todo ello en la intimidad de un grupo de
familiares reducido y no en el día de un funeral con muchas personas, bastantes de ellas
desconocidas para el niño.
De 6 a 9 años:
Se da una comprensión gradual y cada vez más exacta del carácter irreversible y
definitivo de la muerte. El nivel de razonamiento es ya lo suficientemente maduro como para
poder establecer una relación de causa y efecto entre la enfermedad y la muerte.
A esta edad, los niños suelen mostrar inquietud acerca de dos cuestiones fundamentales.
La primera es que al entender lo irreversible de la muerte, toman consciencia de que sus
padres y/o cuidadores principales también podrían fallecer y suelen formular preguntas muy
concretas acerca de quién y cómo les cuidaría en tal eventualidad. La segunda preocupación
gira entorno a la diferencia entre las enfermedades comunes, como un constipado, y
aquéllas que conducen a la muerte. Será muy importante poder hablar con los niños
sobre estos aspectos y ofrecerles respuestas honestas y tranquilizadoras a la vez.
Si se les ofrece la oportunidad, los niños de esta edad raramente rechazan asistir a un
tanatorio y/o funeral. Es importante informarles de qué se va a hacer allí y cuándo. Cada
niño suele encontrar la forma en que desea despedirse de la persona que ha muerto. Les
ayudará poder participar de alguna manera en los rituales: muchos niños eligen hacer un
dibujo o introducir un juguete en el féretro.
Más de 9 años:
La conceptualización de la muerte es la misma que la de los adultos. La forma de
informarles acerca de lo ocurrido también suele ser muy similar a la que usamos con otros
adultos. Sólo hay que estar especialmente atento al desconcierto que la muerte de un
familiar o de un amigo le produce a un niño de estas edades. Suele preguntarse qué es lo
correcto y que sería lo incorrecto. Carece de modelos acerca de cómo conducirse y cómo
expresar sus sentimientos. Por ello, es especialmente importante asegurar al niño y al
adolescente que no hay una forma correcta y otra incorrecta de comportarse ni de sentir
la pérdida. Es crucial explicarle que no importa si llora o no llora: muchas personas
lloramos con lágrimas, pero otras lloramos sin lágrimas, incluso, algunas, están de mal
humor. Y que la cantidad de lágrimas que se vierten no es una medida del cariño que
sentíamos por el difunto. 
Seguramente, querrá participar de todos los rituales como los adultos. Aunque la opción es
correcta, no debemos  olvidar que si es la primera vez que asiste a un tanatorio o funeral,
también necesita ser preparado. Necesita saber qué se hará, cuándo se hará y quiénes se
reunirán para estos rituales. 
¿Cuál es la mejor decisión?
La mejor decisión dependerá en cada caso de la edad del niño y de implicarle en tomar por sí
mismo esa decisión. Pero, para poder hacerlo, el niño deberá contar con la información
necesaria, explicada de forma clara, concreta y directa. 
Esto significa que debemos explicarle la muerte de su ser querido cuanto antes, siguiendo
las pautas para la comunicación de la muerte de un ser querido. Esto es especialmente
importante para dos motivos:
 Para que sienta que es incluido en el núcleo familiar desde el primer momento y
que alguien cercano a él se pone en su lugar y trata de hacerle comprensible los
cambios y la inquietud que nota a su alrededor. Esto es válido incluso para los
bebés y niños menores de 3 años, que no podrán acabar de entender el alcance
de lo que les estamos contando, pero percibirán nuestra tristeza y nuestro
acercamiento. 
 Para que pueda elegir cómo quiere despedirse y en qué momento desea estar con
los adultos o, por el contrario, necesita un respiro y prefiere retornar a sus
actividades rutinarias con otros niños. 
¿Cómo preparar a los niños para asistir al tanatorio y/o funeral?

La preparación de un niño para asistir al tanatorio o a un funeral debe componerse de


cinco pasos fundamentales:

1.Comunicación de la muerte
No espere demasiado en darle a su hijo/a la noticia del fallecimiento: en la actualidad la
información de un fallecimiento se difunde con una inmediatez asombrosa, debido al uso
de las redes sociales y  los teléfonos móviles. Por comprensible que sea que Usted
necesite unos momentos para asimilar la noticia y prepararse para transmitirla a sus hijos
con serenidad y en la debida forma, piense que con cada 5 minutos que pasan aumenta
la probabilidad de que el niño oiga de la muerte de su familiar por comentarios telefónicos
o por el bienintencionado pésame de una vecina, que llega a destiempo, antes de que
hayan hablado con él. 

Aquí puede consultar una guía de cómo comunicar la muerte de un ser querido a los
niños de distintas edades.
2.Procesamiento de la noticia
Reaccione como reaccione, el niño al que acaban de comunicar la muerte de alguien
cercano necesita un tiempo para asimilar y procesar lo que le acaban de decir. Puede ser
que quiera jugar, para olvidar lo que ha oído, puede que necesite dibujar, hablar,
preguntar o … llorar.

Es importante que como adultos que hacemos la comunicación dispongamos de cierto tiempo
y de un poco de tranquilidad para estar disponibles. 
3.Decisión sobre el tanatorio y/o funeral
Habitualmente, cuando en una familia ocurre una muerte, se produce una incertidumbre
inicial, más o menos aguda y dolorosa en función de si la muerte ha sido anunciada o
inesperada. 

Tras estos momentos de shock y de duda, hay que solventar una serie de trámites y se
comienzan a preparar los rituales funerarios. Los adultos de la familia suelen estar muy
atareados (llamadas, gestiones, visitas…)  Por ello, es importante que durante este periodo
de transición, entre el impacto de la noticia de la muerte y la despedida más social de nuestro
ser querido, también pensemos en los niños quienes necesitan cierta normalidad como
poder jugar, ir a ver a sus vecinos o cualquier otra actividad que les conecte con su vida
anterior a la pérdida. 

No obstante, a partir de los 4 ó 5 años los niños no querrán separarse de sus padres y
otros adultos importantes. Una forma muy buena de conciliar ambas realidades es dejar a
los niños en casa, aunque sea al cuidado de un familiar cercano, e informarles de qué
estamos haciendo y cuándo vamos a volver. Proceder así les da mucha seguridad: están
en su casa y la vida continua. Por poco que sea posible será importante que al menos uno
de los progenitores esté presente a la hora de los baños y la cena. Para los niños, que
temen poder perder a otro de sus cuidadores, romper lo menos posible con sus rutinas es
altamente tranquilizador.

Cuando ya se sepan los horarios del tanatorio y del funeral, y en la tranquilidad del hogar,
le explicaremos al niño todo lo que necesita saber para elegir si quiere asistir al tanatorio,
al funeral, a ambos o a ninguno de esos rituales. 

4.Asistencia a los rituales de despedida o actividad


sustitutoria
Tenemos tres posibles escenarios:

1) Nuestro hijo ha elegido ir:

Para los niños menores de 8 años es más comprensible despedirse en el tanatorio y llevar
un dibujo o un juguete como muestra de cariño y respeto. Algunos niños elegirán no ver a
la persona difunta. Otros  querrán verla, cosa que deberíamos permitir explicando bien lo
que van a ver: la abuela parece dormida, pero no está dormida. Su cuerpo ya no
funcionaba bien y ahora vamos a decirle adiós.

Elegiremos un momento de intimidad en el tanatorio: a los niños no les afecta ver a un


adulto llorar, pero sí les asustan las muestras muy expresivas de dolor como los gritos y
las estridencias.
Acompañaremos al niño en todo momento, responderemos a sus preguntas, estaremos atentos
a todo lo que expresa y captaremos cuándo ha llegado el momento de
marchar. Habitualmente los niños no desean permanecer mucho tiempo en el tanatorio,
porque ya hemos dicho adiós. 
Los niños mayores de 8 años suelen elegir asistir al tanatorio y al funeral. Les
advertiremos que en el funeral hay mucha gente, que son todos los que querían mucho a
la persona fallecida y todos sus amigos. 

También a esta edad acompañaremos al niño, responderemos a  sus preguntas y


captaremos las señales, dándole la oportunidad, si quiere,  de contactar con otros iguales
o con personas a las que le apetezca saludar. 

2) Nuestro hijo ha elegido no ir:

No sólo respetaremos su decisión, sino que pondremos especial cuidado en que ningún
familiar le haga sentir mal por no querer asistir al tanatorio o al funeral. 
Pasados unos días, por si su negativa tuviera un punto de negación de la realidad de la
pérdida, le acompañaremos al cementerio o al lugar dónde estén las cenizas de nuestro
familiar fallecido. Le explicaremos que podemos recordarlo en cualquier sitio,
acordándonos de cosas que hemos hecho con él/ella o viendo fotos. Pero que a veces
también vamos a su tumba a llevarle flores o un dibujo y recordarle mostrando nuestro
cariño en el sitio en el que su cuerpo que ya no funcionaba. 
3) Tenemos varios hijos: unos quieren ir, otros no:
Conceptualmente, la solución es simple: el niño que quiere ir, va; el que no, no. Esto a
veces presenta algunas dificultades de organización, pero es importante respetar la
voluntad de cada uno de ellos.

Pasados unos días, procederemos como en el caso anterior: iremos con todos al
cementerio o al lugar dónde se han esparcido las cenizas para presentar nuestros
respetos.

5.Retorno a la rutina cotidiana y tareas del duelo  


El funeral marca el final del periodo de excepción que comenzó con la noticia de la muerte
de nuestro familiar y el retorno a la vida cotidiana. Ese momento suele ser doloroso,
porque se vuelve a la normalidad, sí, pero sin la persona que ha fallecido. Muchas cosas,
muchos lugares, algunas fechas nos recuerdan su ausencia. A este proceso de aceptación
de la pérdida se le denominaba antes proceso de duelo, concepto que se ha ido sustituyendo
por el de tareas del duelo, indicando una serie de acciones concretas que hay que ir
resolviendo.
Describir esas tareas excede el marco de este artículo, pero es importante entender que los
niños necesitan hacer las mismas tareas de aceptación por la ausencia de su ser querido que
nosotros, los adultos, aunque a un ritmo más rápido. 
Para saber más:
 Red funeraria 
 Ser padres 
 Fundación Mario Losantos del Campo 

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