Está en la página 1de 24

No sólo arde París...

Anotaciones sobre los chalecos amarillos


Junio 2019

Proletarios Internacionalistas
Este texto se terminó de escribir el 28 de mayo de 2019. Se recomienta
encarecidamente su difusión en todas las formas posibles.

Proletarios Internacionalistas
www.proletariosinternacionalistas.org
info@proletariosinternacionalistas.org

Proletarios Internacionalistas es un proceso organizativo que estruc-


tura a diversos grupos y militantes revolucionarios de diferentes regiones
del mundo. Si algo nos caracteriza y delimita es, por un lado, nuestra
contraposición radical a la democracia, al parlamentarismo, al sindica-
lismo, al gestionismo, al nacionalismo, al oportunismo y a todo tipo de
fuerzas que neutrlizan y liquidan la potencia subversiva del proletariado;
por otro, intentar asumir la totalidad de tareas que consideramos im-
prescindibles en la lucha por la destrucción del capitalismo, las clases
sociales y el Estado.
Presentación
Si una imagen se repite habitualmente en el movimiento de los chale-
cos amarillos es la de manifestantes que rompen un cordón policial, o
expulsan a los antidisturbios a pedradas, o simplemente organizan una
barricada para cortar la calle y saquear las tiendas de lujo, mientras a
pulmón abierto, llenos de adrenalina, cantan con orgullo el himno de la
Marsellesa. Es una buena imagen para expresar la naturaleza confusa
y contradictoria del movimiento. En cualquier manifestación se podrán
encontrar reivindicaciones del Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC)
y de la salida de la Unión Europea para la defensa de la economía na-
cional, al mismo tiempo que algunas banderas francesas y regionales
ondean por aquí y por allá con cierta parsimonia. Todo esto convive en el
movimiento con agresiones constantes a la propiedad privada a través
de saqueos y piquetes, la creación de lazos de solidaridad, la apropia-
ción de espacios de encuentro y asociación proletaria: en definitiva, el
cuestionamiento práctico de la democracia. Entre tanto, se ve por todas
partes una fuerte reivindicación de la nación y sus símbolos, entre los
que la Revolución Francesa hace al mismo tiempo las veces de símbolo
del orgullo patrio y de la sublevación contra la tiranía y la miseria.

Los chalecos amarillos son ―por si alguien lo dudaba todavía― un


movimiento proletario. Como en todo movimiento proletario, en él se
expresa a la vez el proletariado realmente existente y el mundo que éste
anticipa. El primero parte de la confusión actual, de nuestra debilidad
como clase, de la falta de memoria que los vencedores nos expropiaron
a los vencidos. Pero parte también de la defensa instintiva, inevitable,
de unas necesidades que el capital debe negar para poder reproducirse.
Esta defensa de sus necesidades empuja al proletariado a negar a su vez
al capital y su dominio sobre nuestras vidas, y no sólo, porque en ese
proceso el proletariado también se niega, se reafirma como comunidad
de lucha en contra de su propia existencia aislada, ciudadana, demo-
crática. Esta contradicción esencial al capitalismo, inherente a su propia

3
reproducción, es lo que determina la posibilidad de la revolución. Hace
de ella algo material, físico, ajeno a nuestras voluntades y conciencias
individuales. Es así como el proletariado anticipa en su combate otro
mundo distinto, al mismo tiempo que sigue arrastrando una parte de la
mierda de éste, que se constituirá en la base de su propia derrota si no
consigue superarla en el proceso.

Sea como fuere, esta contradicción no puede ser obviada por ningún
análisis militante que se plantee en serio las características del movi-
miento, sus avances, limitaciones y el rol que adquieren en él las minorías
revolucionarias. Hay dos enfoques, dos caras de la misma moneda, que
resurgen a menudo en los análisis que se realizan en torno a nuestra cla-
se y que nos incapacitan para comprender esta contradicción. El primero
es idealista y reduce el movimiento a lo que dice y piensa de sí mismo,
omite lo que hace para quedarse con la bandera que agita y lo desecha
a la menor demanda socialdemócrata que aparezca entre sus pancartas.
El segundo es objetivista y pretende comprender la naturaleza del mo-
vimiento a partir de su composición sociológica. Bisturí en mano, toma
individuo por individuo y lo coloca en una u otra columna en función de
su renta, su posición en el sistema productivo, el barrio en que vive o los
estudios que ha hecho. Una vez desmembrado, lo cose todo muy esta-
dísticamente y pretende ver en ello la totalidad: tenemos aquí, bajo este
prisma ideológico, un movimiento pequeñoburgués que ha conseguido
meterse en el bolsillo a un proletariado embrutecido para defender la
economía nacional. Voilà el movimiento de los chalecos amarillos. Para
qué más.

Junto con estos dos enfoques, que a menudo nos vienen combinados,
ha aparecido en estos meses otro de carácter antifascista, que retoma
la visión idealista y objetivista que acabamos de apuntar para llevarse
las manos a la cabeza con tanta bandera francesa y tanta Marsellesa.
Reduce el movimiento a los grupúsculos de extrema derecha que lo cor-
tejan y se acuerda con nostalgia de las buenas procesiones de antaño,

4
claramente de izquierdas, en las que la CGT entregaba a los manifestan-
tes encapuchados a la policía y los “insumisos” mélenchonistas sacaban
―ahí sí― sus banderas francesas por una nueva república.

Por fortuna, el movimiento de los chalecos amarillos es otra cosa. Ahora


bien, que afirmemos el carácter proletario del movimiento, pese a todas
las ideologías y banderas que flotan entre sus protagonistas, no quiere
decir que las mismas no tengan importancia o no sean finalmente de-
terminantes. Al contrario, partiendo de la práctica real que determina el
movimiento y le confiere su carácter de clase, percibimos y criticamos
todas esas fuerzas del enemigo que actúan para atraparlo, neutralizarlo
y darle una dirección que se contrapone a las mismas necesidades e
intereses que determinan al propio movimiento. Sin esta comprensión
de la realidad no se hace otra cosa que proyectar imágenes distorsiona-
das del movimiento para reducirlo a un movimiento pequeño burgués,
de clase media, ciudadano, de defensa del “verdadero pueblo francés”,
dirigido por grupos de derecha, etc. Desde luego nosotros no vamos
a colaborar en esa proyección espectacular que se une a todos los es-
fuerzos de la burguesía por liquidar ese movimiento. Nuestra intención,
justamente, es contribuir a impulsar la potencia proletaria que la lucha
de los chalecos amarillos contiene y denunciar a todas las fuerzas que
obstaculizan el desarrollo de la misma.

Lo que el movimiento hace


A finales de octubre de 2018 comienza a sentirse un malestar general por
el anuncio del gobierno Macron de una subida de los impuestos sobre la
gasolina. Ante el intento de la burguesía de hacernos pagar la catástrofe
ecológica y social en que se basa su dominio, comienzan a producirse
cortes de carretera y piquetes organizados en torno a las rotondas. El
movimiento ecologista, corriente socialdemócrata donde las haya, llama

5
a cambiar el coche por la bicicleta si tanto duele el aumento del precio
de la gasolina. Claro, que ir a trabajar en bicicleta a las seis de la mañana
a 40 km de distancia no es tan fácil. Tampoco es fácil hacer en bicicleta la
compra del mes para toda una familia en el comercio más próximo, que
es una gran superficie a 10 km de casa, pero poco importa.

El inicio del movimiento, centralizado por primera vez en las movilizacio-


nes del 17 de noviembre, desconcierta a todo el mundo. La masividad
de las manifestaciones y de los cortes de carretera asusta a la burguesía.
Las rotondas se convierten en lugares de reunión y discusión. También
se producen las primeras tentativas de separar al proletariado. Se habla
de una revuelta del campo contra la ciudad, de la pequeño burguesía de
provincias ―poujadista1 por esencia― contra los bobos citadinos2, de
la reacción fan del petróleo contra los écolos progresistas de buena fe
y, con mayor intensidad que todo lo anterior, de los blancos contra los
negros y árabes, de la France blanche-d’en-bas3 contra la migración haci-
nada en los suburbios de las grandes ciudades. Al mismo tiempo, tanto
Le Pen como Mélenchon intentan capitalizar el movimiento y declaran
su apoyo ―cuando éste comience a desarrollarse y llegue a sus picos de
mayor combatividad, guardarán un silencio incómodo.

Pero los esfuerzos son en vano. Si algo caracteriza a este movimien-


to es su vitalidad, su capacidad de resistencia ante la represión física
e ideológica, al menos a la más directa. Las siguientes manifestaciones
o «actos», una cada sábado, serán verdaderas manifestaciones proleta-
rias –ni convocadas ni convocables por ningún aparato del Estado― que

1 Movimiento conservador y corporativista de pequeños comerciantes, liderado por Pierre


Poujade en los años 50, que protestaban contra la extensión de grandes superficies comer-
ciales. Jean-Marie Le Pen será un diputado poujadista antes de fundar el Front National.
2 Del francés bourgeois bohème, «burgués bohemio», que hace referencia a la burguesía
progresista y cultivada de las ciudades.
3 La «Francia blanca de abajo», la white trash francesa.

6
van a superar rápidamente la lucha contra el impuesto a la gasolina.
El movimiento comienza a generalizarse. Se empieza a hablar de una
vida demasiado cara, unos salarios demasiado bajos, una miseria y una
precariedad permanentes que no dejan respirar a nadie y ponen en
duda la posibilidad de sobrevivir en este mundo. Pero no sólo se habla.
Algunos cortes de carretera se convierten en piquetes a las grandes pla-
taformas de distribución de mercancías, a menudo en consonancia con
parte de los trabajadores. Las primeras manifestaciones se producen
en los barrios más ricos de las grandes ciudades y los convertirán en
escenarios ideales para el ataque directo a la propiedad privada. En la
isla La Réunion, «departamento de ultramar» francés, la lucha adquiere
una intensidad mayor, aunque más breve, por más reprimida. Durante
dos semanas los chalecos amarillos van a cerrar el puerto, generando
un desabastecimiento en la isla que viene acompañado de saqueos
organizados y disturbios, así como del cierre de comercios, escuelas y
universidades. La situación se vuelve tan incontrolable que el gobierno
tiene que imponer el toque de queda y mandar al ejército para aplastar
la movilización.

Frente a las expresiones racistas y antiinmigración que se desprenden


al principio de una parte del movimiento y a las que sirven de altavoz
los grupos de extrema derecha, las luchas en La Réunion van a dar un
ejemplo de unidad de clase por encima de las razas. Tras las primeras
manifestaciones el Comité Adama Traoré4 llamará a participar en el Acto
III, la manifestación del 1 de diciembre, que se convertirá en una bata-
lla campal contra la policía. Barricadas, saqueos, coches incendiados y
ataques a comercios y bancos asolan los barrios ricos de París. El Arco
del Triunfo, uno de los mayores símbolos nacionales de la República, es
saqueado en su interior y en su fachada se escribe «Los chalecos amari-

4 Se trata de un grupo organizado en contra de la violencia policial en las banlieues, con un


discurso próximo al racialismo. Tiene su nombre en memoria de Adama Traoré, un joven
de 24 años que en 2016 fue asesinado por la policía mientras estaba detenido.

7
llos triunfarán», «Macron dimisión», «Aumentar el RMI» o «Justicia para
Adama». Es todo un escándalo. Al mismo tiempo, las fuerzas policiales
se ensañan contra los manifestantes. Sólo ese día en París se lanzan más
pelotas de goma que en todo 2017. El saldo es de 250 heridos, con varios
ojos y manos arrancadas y un hombre en coma, y más de 300 detenidos,
una cifra que aumentará a casi 2.000 en el Acto IV. Después de esta ma-
nifestación, el movimiento se extiende a los institutos y varios de ellos
son bloqueados por los estudiantes, especialmente en la zona norte de
la banlieue parisina. A lo largo de las siguientes semanas varios cientos
de institutos serán bloqueados o al menos verán seriamente perturbada
su actividad.

Palo y zanahoria. El 5 de diciembre Macron retira la subida de impues-


tos a la gasolina y el 6 el ministro del Interior, Castaner, anuncia que
90.000 antidisturbios serán movilizados para el Acto IV, así como tanques
como los utilizados en el desalojo de la ZAD en Notre-Dame-des-Landes.
Al día siguiente se propaga un vídeo en el que la policía humilla a varias
decenas de estudiantes de instituto en Mantes-La-Jolie, poniéndolos de
rodillas con las manos en la cabeza. La represión de la manifestación del
8 de diciembre es tan brutal que cada vez resulta más insostenible la es-
trategia del gobierno de distinguir a los casseurs ―los violentos― de los
“buenos y pacíficos ciudadanos con chalecos amarillos”. El movimiento
comienza a organizarse contra la represión. Se extienden las redes de
apoyo legal a los detenidos y se crean grupos de street-medics, personas
con algún conocimiento de primeros auxilios que se distinguen en la ma-
nifestación para ayudar a los heridos. Y es que el movimiento cuenta hoy
en día, a tres meses de su comienzo, con más de 3.000 heridos, entre los
que se encuentran varias decenas de personas a las que una pelota de
goma les ha reventado el ojo o una granada aturdidora les ha arrancado
la mano. El nivel de la represión supera con creces los límites de lo que
se acostumbra en la región europea, y eso ha impulsado un desarrollo
masivo de la solidaridad con los heridos. En muchas manifestaciones,
un gran número de personas lleva vendas en los ojos o en la cabeza

8
con manchas de falsa sangre, como forma de denuncia de la violencia
policial.

El 10 de diciembre, Macron anuncia una subida del salario mínimo, que


termina por convertirse en una subida de las ayudas a algunos traba-
jos precarios. Al día siguiente se produce un atentado en Estrasburgo
reivindicado por el Estado Islámico que Macron intentará utilizar para
aplacar el movimiento, llamando sin éxito a no manifestarse ese sábado
e incrementando de paso la presencia de las fuerzas policiales en la ca-
lle. Sin embargo, siguen transcurriendo las movilizaciones y el gobierno
tiene que desembolsar 300 euros de prima a cada policía para que no
cejen en su empeño de reprimir a los manifestantes, que oscilan entre
enfrentamientos violentos con los antidisturbios y llamamientos a que
se solidaricen con el movimiento.

Al contrario de las muchas voces que anuncian el fin del movimiento con
la subida de las ayudas y la retirada del impuesto, así como por la dura
represión y los varios miles de detenidos, los chalecos amarillos no pier-
den su vitalidad. 2019 empezará con una manifestación el 5 de enero
en la que varios manifestantes utilizan maquinaria de construcción para
echar abajo la puerta del ministerio de la Secretaría de Estado, pudiendo
entrar al edificio y generar diversos daños. El Secretario de Estado tiene
que ser evacuado. Los sindicatos intentarán capitalizar el movimiento
convocando a la huelga el 5 de febrero, pero el seguimiento será mínimo
y la presencia de chalecos amarillos, más bien escasa. Días después, el
sábado 9 de febrero se convoca una manifestación que retoma la línea
de no ser comunicada ante las autoridades para contrarrestar la tenden-
cia a la democratización y pacificación de los actos anteriores, que había
correspondido a un desplazamiento fuera de los barrios ricos y una dis-
minución de los saqueos. Y funciona. Si algo se repite durante este acto
XIII es que, para ser escuchados, el enfrentamiento es necesario.

9
El movimiento aprende. Las siguientes manifestaciones regresarán a los
barrios ricos del este parisino y tendrán su punto culmen en el acto XVIII
del 16 de marzo. Esta convocatoria se realiza durante el final del «Gran
Debate», un proceso de democracia participativa abierto por Macron
para intentar ―en vano― calmar el movimiento. Al principio el «Gran
Debate» es simplemente un motivo de mofa, pero a estas alturas ya co-
mienza a resultar irritante. El acto XVIII tiene como consigna «Ultimatum»,
lo cual toma un sentido bastante literal: París se volverá el escenario de
una batalla campal como no se había visto hasta entonces. Se intenta
volver a tomar el Arco del Triunfo, y cuando la policía consigue impedirlo
la rabia proletaria se dirige contra las tiendas y restaurantes de lujo en
los Campos Elíseos, que arderán durante toda la noche.

También la burguesía aprende. La situación será tan incontrolable que


Macron destituye días después al prefecto de la policía de París y pone en
el cargo a Didier Lallement, bien conocido por sus habilidades represivas.
Al mismo tiempo, se refuerza los cuerpos de antidisturbios con militares
de la Operación Centinela, un cuerpo militar creado tras el atentado del
Charlie Hebdo en enero de 2015 y especializado en la lucha contra el
terrorismo. Desde entonces, toda manifestación que se produzca en las
inmediaciones de los Campos Elíseos es prohibida y duramente repri-
mida. Sin embargo, y aunque la presencia de la policía aumenta en las
calles y la represión se recrudece, en las semanas siguientes se llama a
un 1º de mayo «amarillo y negro», en referencia a la acción conjunta de
chalecos amarillos y del black block, y París volverá a arder. Actualmente
la cifra de detenidos se eleva a 8.700 personas ―según el Ministerio
del Interior― y casi 2.000 condenados, de los cuales un 40% con cum-
plimiento de un tiempo en prisión. A esto hay que sumar la puesta en
práctica de la ley anti-casseurs, que escandaliza incluso a algunas frac-
ciones de la propia burguesía al permitir detenciones preventivas de las
personas sospechosas de poder cometer un crimen ―un guiño trucu-
lento a la película Minority Report― durante la manifestación.

10
Claro que toda esta revuelta no viene de nuevas, ni es una creación única
y absolutamente espontánea de los chalecos amarillos. En realidad, la
fuerte combatividad y la capacidad de resistencia y apoyo mutuo que
demuestra el movimiento provienen de un aprendizaje previo del prole-
tariado en Francia. Así, se mantiene vivo el recuerdo de la revuelta de las
banlieues de 2005 y las formas de organización que se desplegaron en
aquel momento5. Por otro lado, las luchas contra la Ley Trabajo en 2016
generaron una serie de experiencias y aprendizajes al interior de los
black block que no son menospreciables, al mismo tiempo que se abrían
a personas que no habían participado antes y se hacían llamamientos a
militantes de otros países como Alemania e Italia a sumarse a algunas
convocatorias, como fue el caso del 1º de mayo de 20186.

Paralelamente, en el curso de estos meses se va más allá de las rotondas


y se forman asambleas a lo largo del país. Las de Saint-Nazaire y Com-

5 Véase nuestro libro La llama del suburbio en www.proletariosinternacionalistas.org.


6 Esto lo decimos sin obviar todas las limitaciones que tienen los black block, como una
práctica militante hiperespecializada que, al dar tanta importancia a la confrontación fí-
sica con la policía, cae fácilmente en el espectáculo de la violencia ―vacía de contenido
de clase y por tanto fácilmente recuperable―, como hemos podido ver en las sucesivas
contracumbres de las últimas dos décadas –ver al respecto el artículo “Contra las cumbres
y anticumbres” de la revista Comunismo nº46 en www.gci-icg.org/spanish/comunismo47.
htm#cumbres. Así lo advierte también una hoja distribuida durante el 1º de mayo de este
año: los saqueos, los ataques al mobiliario urbano, el enfrentamiento con la policía, «nada
más normal y lógico, nada más sano y saludable, e incluso sería desalentador si no ocurrie-
ra. Pero también sería desalentador (por otros motivos, ciertamente), así como dañino para
la continuación del movimiento de oposición al orden de cosas presente, que simplemente
ocurriera eso y que nos quedáramos ahí, que nos limitáramos a una violencia de clase que
podría transformarse en espectáculo de la violencia, que no fuéramos más lejos, que no
profundizáramos la brecha, el abismo que nos separa de ellos, nosotros, la humanidad
en lucha y ellos, los capitalistas y su mundo, hecho de miseria, de explotación, de guerra
y de sufrimiento» (Chalecos amarillos (o no). Por un 1º de mayo combativo. Acción directa
anticapitalista en https://lille.indymedia.org/IMG/pdf/gilets_jaunes_ou_pas_mayday.pdf).

11
mercy van a funcionar como motor de este proceso, haciendo varios
llamamientos a la creación de asambleas y la apropiación de espacios
de encuentro y asociación proletaria, fundamentales no sólo para la dis-
cusión y reflexión común, sino también para la construcción de lazos de
solidaridad con los detenidos y los heridos. Al mismo tiempo y ante la
necesidad de mecanismos de centralización del movimiento, se inicia un
proceso de coordinación entre distintas asambleas que dará lugar a una
«asamblea de asambleas» el fin de semana del 26 y 27 de enero, y una
segunda del 5 al 7 de abril.

Lo que el movimiento dice


Lo que el movimiento dice y piensa de sí mismo es heterogéneo y con-
fuso. Esto es natural y revela su carácter masivo y genuino, a la vez que
la situación de debilidad de la que parte nuestra clase en este período.
La ausencia de memoria proletaria y la fuerza actual del ciudadanismo,
hace que los chalecos amarillos se identifiquen más como el pueblo con-
tra «los de arriba» que como el proletariado contra la burguesía y sus
perros. Eso no les impide luchar como tal, como hemos visto, puesto que
su propio desarrollo les empuja al enfrentamiento con el Estado y la pro-
piedad privada, pero sin duda es una bandera que pesa sobre nuestras
cabezas y que abre las puertas a las distintas formas de recuperación
burguesa.

Al mismo tiempo, es importante no hacer un bloque homogéneo a partir


del ala mayoritaria del movimiento, olvidando toda lucha al interior del
mismo por clarificar e imponer nuestros intereses. Sin duda la ideología
dominante es la ideología de la clase dominante, incluso en un proce-
so de lucha contra esa misma clase. Sin embargo, la vitalidad de un
movimiento se mide también por las minorías que intentan señalar y
combatir las trampas de la (social)democracia, al mismo tiempo que pro-

12
fundizar la radicalidad del propio movimiento contra el sistema. Por ello
es importante destacar oces como las del llamamiento de los chalecos
amarillos de París Este, donde se dice claramente que

No somos la “comunidad de destino”, orgullosa de su “identidad”, lle-


na de mitos nacionales, que no ha podido resistir la historia social. No
somos franceses.

No somos esta masa de “gente humilde” dispuesta a cerrar filas con


sus amos mientras estén “bien gobernados”. No somos el pueblo.

No somos este conjunto de individuos que deben su existencia sólo


al reconocimiento del Estado y a su perpetuación. No somos ciuda-
danos.

Nosotros somos los que estamos obligados a vender nuestra mano


de obra para sobrevivir, aquellos de los que la burguesía obtiene la
mayor parte de sus beneficios dominándolos y explotándolos. Noso-
tros somos los pisoteados, sacrificados y condenados por el capital,
en su estrategia de supervivencia. Somos esta fuerza colectiva que
abolirá todas las clases sociales. Somos el proletariado7.

Pero antes de eso, si hay algo que caracteriza a los chalecos amarillos
positivamente es su rechazo de toda forma de representación. Este es
de hecho uno de los factores que nutre su vitalidad como movimiento.
En primer lugar, el rechazo a los grandes medios de comunicación es to-
tal. Se denuncia su papel en la propaganda ideológica del gobierno y se
producen enfrentamientos e incluso expulsiones de los periodistas de
los grandes medios que se dejan ver en las manifestaciones.

Al mismo tiempo, hay una profunda negativa a la representación política


y sindical. El rechazo a los sindicatos es tanto más notable cuanto que
tienen un gran peso en la política francesa. En los últimos años de movi-

7 Texto recogido en Guerra de clases nº9 invierno 2018-2019: https://www.autistici.org/


tridnivalka/category/other-languages/espanol/.

13
lizaciones, nunca se había visto tal deslegitimización, si bien la creación
de cortèges de tête en las luchas contra la Ley Trabajo en 2016 venía
anunciando una búsqueda de autonomía con respecto a ellos, aun de
forma minoritaria. Esto es cierto incluso si la declaración de huelga “ge-
neral” por parte de la CGT el 5 de febrero, como intento de canalización
sindical de la lucha, ha tenido apoyos por parte de las voces más visibles
del movimiento. La huelga de la CGT puso en una contradicción eviden-
te a quienes antes rechazaban la presencia de los sindicatos y ahora
se acogían a su convocatoria como si fuera un modo de extender la lu-
cha al espacio laboral. Sin embargo, como decíamos antes, la huelga fue
muy poco seguida y el número de chalecos amarillos en el paseo sindical
de esa tarde fue bastante escaso. En las manifestaciones los sindicatos,
a excepción del izquierdista SUD-Solidaires, y éste tímidamente, no se
atreven a aparecer con pancartas ni pegatinas. De hecho, pancartas
prefabricadas hay más bien pocas, y cumplen esa función las diferentes
reivindicaciones que cada chaleco amarillo decide escribirse en la espal-
da con un simple rotulador. La necesidad de defender la autonomía del
movimiento está muy presente entre los manifestantes y los intentos
de capitalizarlo políticamente han sido un verdadero fracaso, como la
inscripción de una «lista electoral de los chalecos amarillos» para las eu-
ropeas o la organización de los ayuntamientos para recoger «cuadernos
de quejas» ―un guiño a los cahiers de doléances de la Revolución Fran-
cesa― con el fin de organizar el «Gran Debate».

Sin embargo, este rechazo a la representación tiene su contraparte. Pese


a que contiene ese cordón sanitario frente al encuadramiento burgués
clásico, contiene al mismo tiempo una negación de la comunidad de lu-
cha, de nuestro ser colectivo proletario. Se parte no de la comunidad de
lucha, sino del individuo aislado que se representa a sí mismo y niega
por lo tanto la expresión colectiva y sus distintas formas de materializar-
se. Es el terreno que permite pasearse a la democracia, especialmente
la democracia directa. Esconde, por un lado, la idea de que sólo el indi-
viduo puede representarse a sí mismo y de que, en el fondo, la única

14
manera de organizar ese conjunto de individuos aislados es con formas
de democracia directa, votaciones, procesos formales examinados al
detalle, reivindicaciones vacías para que ningún individuo quede fuera:
en definitiva, se expresa en el asamblearismo más castrante para la ac-
ción del movimiento. Por otro lado, este rechazo encuentra su expresión
ideológica en un discurso populista por el que el pueblo ha de hacer
valer su soberanía refundando una nueva forma de democracia. Es aquí
donde el Referéndum de Iniciativa Ciudadana se muestra como un ex-
celente instrumento de recuperación. «Adiós a la guerra de egos y a la
guerra de poder. Con el RIC ya nadie tiene el poder, es toda la población
quien lo tiene», dice Maxime Nicolle, uno de los que la prensa ha declara-
do “líder” del movimiento. Si la ideología democrática es de por sí una de
las fuerzas burguesas más arraigadas, una de las últimas barreras que
habremos de franquear en el proceso de constitución de clase, ésta co-
bra nuevos bríos en el contexto de debilidad en el que nos encontramos,
en la dificultad de reconocernos como proletarios y de sentirnos una
sola clase a nivel mundial. Así, la defensa democrática de la soberanía se
ve reforzada en la identificación de la catástrofe capitalista con el “fenó-
meno de la globalización” y el repliegue nacionalista que se le da como
respuesta por parte de la socialdemocracia, sea esta más de derechas o
más de izquierdas8.

Pese a la presencia mayoritaria del RIC, no por ello faltan voces que
adviertan del riesgo de recuperación que contiene. Así lo hacen por
ejemplo los chalecos amarillos de Toulouse al hablar de «RICuperación»
en su periódico Le Jaune [El Amarillo]:

El RIC ha aprovechado esta ilusión. Hay que decir que, a primera vista,
la propuesta era atractiva. Se nos decía que, con esto, finalmente po-
dríamos ser escuchados directamente, que podríamos recuperar el

8 Véase el texto de Barbaria, «Más allá de la extrema derecha» en http://barbaria.


net/2018/12/20/mas-alla-de-la-extrema-derecha/.

15
poder sobre nuestras vidas. Nosotros decidiríamos todo. ¡Y además
sin luchar, sin arriesgar la vida en las rotondas y en las manifestacio-
nes, con sólo votar, en los ordenadores de nuestros salones, usando
pantuflas cerca de una acogedora chimenea crepitante! Pero en el
comercio, cuando tienes un producto para vender, mientes: “Sí, una
vez que tengamos el RIC, podremos conseguirlo todo”. Eso es falso.
Para empezar, ¡pedirle a la burguesía su opinión para saber si están
de acuerdo en aumentar nuestros salarios!, ¡es el colmo! Un voto en
contra de los intereses de los capitalistas, por ejemplo, el aumento
del salario mínimo por hora sería simplemente rechazado. Recorde-
mos el referéndum de 2005 [sobre la Constitución Europea]. Y esto
sin mencionar la intensa propaganda que sufriríamos si votáramos
en contra, solos frente a nuestras pantallas9.

El peso de lo nacional-popular en el movimiento, complemento necesa-


rio de un discurso democrático, se refleja en la ausencia de su conciencia
internacionalista. Es paradójico, puesto que los chalecos amarillos han
sido retomados por proletarios de otros países para expresar su pro-
pia lucha contra las condiciones de miseria existentes. Esto ha ocurrido
especialmente en Bélgica, donde la identificación es más inmediata por
la cercanía territorial y lingüística, pero también en Egipto, donde el go-
bierno, temeroso a una extensión del movimiento, tuvo que prohibir la
venta de chalecos amarillos ante el llamado realizado por distintos gru-
pos a celebrar el aniversario de la revuelta de 2011 vestidos de chalecos
amarillos para expresar que es la misma lucha. También aparecieron
chalecos amarillos durante las protestas en Bulgaria y Serbia ―igual-
mente contra la subida de la gasolina― y las de Irak, que se iniciaron
por la intoxicación de decenas de miles de personas debido a la mala
depuración del agua. Sin embargo, en lugares como Alemania, Holanda

9 El texto original puede encontrarse en https://jaune.noblogs.org/files/2019/01/Jaune1-


web.pdf y su traducción al castellano en el número mencionado más arriba de Guerra de
clases.

16
o España los chalecos amarillos han sido usados por grupos de extrema
derecha ―y también por algunos grupos socialdemócratas― sin mucho
éxito de movilización. En este contexto, pese a la naturaleza interna-
cionalista del movimiento, que es reconocida por proletarios de otras
regiones del mundo, el movimiento francés parece reconcentrado en sí
mismo, en su plano nacional, y las referencias al proletariado de otros
países brillan por su ausencia, al contrario de lo que sucedió durante la
oleada internacional de luchas de 2011-2013.

Esto permite contextualizar la convivencia ―que con el transcurso de la


movilización han ido disminuyendo― en el movimiento con grupos de
extrema derecha, al igual que las expresiones iniciales racistas y contra
la inmigración. Si bien, en la actualidad la presencia de estas fuerzas es
muy relativa, inflada por el bombo que le da la prensa, no lo tienen tanto
las llamadas a la defensa de la industria y el comercio nacional, simbo-
lizado por el pequeño comercio, y vehiculadas por la reivindicación del
Frexit. Allí donde muchos ven el peso de la clase media o la pequeño
burguesía, que estaría dirigiendo el movimiento o, al menos, consiguien-
do introducir sus propias reivindicaciones, nosotros no vemos sino a un
proletariado que apenas despierta y que demuestra al mismo tiempo
―signo de nuestra época― una clara capacidad de autoorganización y
de enfrentamiento con el Estado y la propiedad privada, y una enorme
dificultad para reconocerse a nivel mundial en una clase y contra un solo
enemigo: las relaciones sociales capitalistas encarnadas y defendidas
por la burguesía10.

10 Decimos esto no porque la pequeño burguesía no exista como “clase” sociológica, sino
porque ésta jamás ha cumplido el rol de clase en el sentido de movimiento histórico, de
fuerza social, de partido. Las únicas dos fuerzas sociales son burguesía y proletariado,
revolución y contrarrevolución, constantemente contrapuestas como los dos polos de la
contradicción capitalista.

17
Pero de nuevo al interior del movimiento se da una lucha contra estas
tendencias nacionalistas, de tal forma que en el curso de los últimos
meses cada vez son más débiles, y cada vez se dejan oír más voces que
reivindican la naturaleza internacional del proletariado. Así, por ejemplo,
a finales de diciembre se celebró una asamblea de cientos de personas
en Caen, en un edificio ocupado por sin papeles durante la huelga de
los ferroviarios de 2018, en una clara identificación de la lucha de los
chalecos amarillos y el proletariado inmigrante contra el mismo Estado
y el mismo sistema capitalista. Por otro lado, Le Jaune advierte en su
segundo número contra los intentos de separar al proletariado:

Después vienen otros a proponerte soluciones para gestionar la


crisis que acaban aplastando a los prolos que vienen de fuera para
continuar explotando a los y las de aquí: gestión dura de los flujos mi-
gratorios (hecho), caza a los sin papeles en el territorio (hecho), Frexit,
etc. Nos proponen encerrarnos con doble llave y bloquear la puerta,
como si el lobo capitalista no estuviera ya entre las ovejas francesas.
Cuando se propone una respuesta nacional a un problema mundial
es porque se está preparado para defenderse a costa del resto de ga-
leotes de esta Tierra, y eso es precisamente lo que los capitalistas de
todo el mundo esperan de nosotros en estos tiempos tumultuosos:
estar divididos y ser controlables11.

Pero si bien esto tiene un papel nada despreciable en las limitaciones


del movimiento, es la propia democracia la que, de manera inmedia-
ta, se presenta como el principal factor de recuperación. Puede verse
una muestra de eso con el efecto que generó en las manifestaciones
su legalización, que comenzó a hacerse a partir del Acto IX (12 enero),
ya que hasta entonces las convocatorias eran espontáneas y anónimas.
La legalización supone que ha de haber personas responsables ante las

11 El texto en francés puede encontrarse en https://jaune.noblogs.org/files/2019/02/Jau-


ne-2.pdf.

18
autoridades por los daños producidos en ella, por lo que los propios con-
vocantes tienen un vivo interés en pacificar y mantener el orden durante
la manifestación. Además, esto obliga a los chalecos amarillos a seguir el
trayecto previsto y conocido por la policía y a establecer un servicio de
orden. Como ya hemos adelantado, empujadas por el ala más democrá-
tica del movimiento las manifestaciones en París irán desplazándose de
los barrios ricos del oeste a los barrios del este, rescatando las tiendas de
lujo de la expropiación proletaria, pero también alejando a los manifes-
tantes de los símbolos del poder como el Eliseo o la sede de la patronal.
En estas manifestaciones, la ideología ciudadana comienza a pesar y los
propios manifestantes se revuelven contra los grupos que rompen los
escaparates o siquiera los pintan. Esta tendencia del movimiento a apa-
garse democráticamente, sin embargo, fue contestada poco después por
el Acto XIII (9 de febrero), que como ya hemos explicado fue convocado
con la voluntad explícita de romper con esta tendencia a la legalización,
es decir, de no declarar el trayecto a la policía ni tener convocantes lega-
les, ni servicio de orden, así como para volver de nuevo a los barrios ricos
en un nuevo repunte de combatividad. A partir de enero y en los meses
que siguen los chalecos amarillos vivirán flujos y reflujos que expresarán
con toda claridad tanto un carácter más combativo y de negación del or-
den establecido, como momentos de pacificación y democratización en
los que el ala mayoritaria que describíamos antes consigue imponerse.

En el mismo terreno de canalización democrática, otro de los riesgos del


movimiento es que se deje atrapar por una ideología asamblearista. El
proceso de creación de asambleas y sus intentos de coordinación son
muy positivos, puesto que responden a una necesidad del movimiento
de dotarse de estructuras de asociación más estables, defenderse de la
represión, pensar juntos y crear mecanismos de centralización a escala
nacional. A menudo esto conlleva, como en el caso de Saint-Nazaire, la
ocupación de espacios para reunirse y hacer las asambleas. Sin embar-
go, la presión por proporcionar reivindicaciones concretas, plasmadas
unánimemente en un papel que represente a los chalecos amarillos a

19
nivel nacional, pesa sobre este esfuerzo de centralización y puede te-
ner el efecto, finalmente, de detraer a los manifestantes de la calle para
introducirlos en habitaciones cerradas a discutir durante horas sobre
la manera de formular una frase para que represente a todo el mundo.
No hay que despreciar, en absoluto, el rol positivo que juega la organi-
zación consciente de debates y discusiones al interior del movimiento,
pero sí hay que reconocer que la separación entre la palabra y los actos,
la burocratización de las asambleas y los malabarismos verbales para
prestar una amplia representación, implican la defunción de esas asam-
bleas como expresiones organizativas del movimiento y su paso a la
contrarrevolución. De hecho, es la sensación con la que salieron muchos
chalecos amarillos de la segunda «asamblea de asambleas» (5-7 abril),
donde la unidad de acción que se expresa en las manifestaciones se
vio completamente diluida, y todo se convirtió en malabares para sacar
unas hojas de reivindicaciones concretas donde “todo el mundo cabe”.

Algunas perspectivas provisionales


Las tareas y actividades que asumimos los revolucionarios no se inscri-
ben ni se basan en posibilismos, sino que vienen determinadas por las
necesidades mismas ―inmediatas e históricas― de la lucha de nuestra
clase. Somos conscientes que lo más probable es que el movimiento de
los chalecos amarillos sea liquidado, ya sea porque todos los límites que
hemos ido criticando acaben apoderándose del movimiento, o por el
propio desgaste y repliegue de los protagonistas. Sin embargo, nuestro
accionar consciente y voluntario por la revolución social, por la abolición
del capitalismo, nos impulsa a asumir este movimiento como un peque-
ño episodio más en la lucha histórica contra el capital. Y en el seno de
todos esos episodios las minorías revolucionarias son las que tratan de
impulsar el movimiento hasta sus últimas consecuencias.

20
Este pequeño texto se inscribe en ese impulso como necesidad de
nuestra clase de hacer balance de esta lucha, de expresar su verdadero
accionar frente a las falsificaciones de todos los voceros del capital, de
señalar y contraponerse a todas las fuerzas de nuestro enemigo, de pro-
fundizar en las fuerzas y límites que tenemos.

Si algo tiene de peculiar este movimiento es que viene marcando cierto


cambio en las características de las luchas de los últimos años. Desde
Argentina a Grecia, desde el norte de África a la propia Francia, de Bra-
sil a los suburbios de EE.UU., etc., hemos vivido diversos momentos de
luchas importantes con la característica común que se presentaban
como fuertes estallidos que cesaban rápidamente. El proletariado salía
violentamente a la calle empujado por la agudización de la catástrofe
capitalista y se contraponía con furia a los enemigos más visibles del
capital, pero pasados los primeros momentos, los primeros días, las pri-
meras semanas, cuando ya no bastaba el instinto de clase, cuando no
se sabía muy bien cómo seguir, la burguesía presentaba todo tipo de
medidas ―alternancia política, gestionismo, repolarización entre frac-
ciones burguesas, represión, guerra imperialista...― que restablecían el
orden. Es cierto que cada vez estas medidas de apaciguamiento social
tenían mayor resistencia por parte del proletariado, pero no al nivel de
la resistencia y permanencia de las protestas de los chalecos amarillos
tras siete meses del inicio del movimiento. Con flujos y reflujos el movi-
miento ha resistido hasta ahora a la represión, los diversos intentos de
canalización y no se ha dejado seducir con las migajas que ha ido ofre-
ciendo el Estado francés.

Por otro lado, la burguesía, que hasta hace poco era capaz de encerrar
las luchas en sus Estados nacionales, ve cómo se le están rompiendo
esos muros de contención que le permitían enfrentarse a las luchas pa-
quete por paquete. Es cierto, como decíamos antes, que el proletariado
en Francia tiene muchas dificultades para asumir explícitamente el ca-
rácter internacionalista de su lucha, sin embargo en otras regiones del

21
mundo la identificación con la lucha de los chalecos amarillos expresa
abiertamente ese carácter internacionalista. Esta realidad muestra cla-
ramente que las condiciones de vida del proletariado mundial tienden a
homogeneizarse a medida que avanza la catástrofe capitalista. Pero el
proceso recién ha comenzado.

Claro que, como decíamos en un texto de hace unos años, hoy cobra
una importancia capital que las minorías proletarias de aquí o allá avan-
cemos en este proceso indispensable de coordinación y centralización
internacional, que rompamos las divisiones país por país, o peor aún,
ciudad por ciudad. Por ello tenemos que reconocer que nunca fue tan
minúscula la fuerza de las minorías revolucionarias, que nunca el prole-
tariado tuvo tanta desorientación, que nunca hubo una contraposición
tan grande entre la necesidad de revolución y la incapacidad de asumir
esta necesidad. Es evidente que voltear esta situación es una necesidad
vital para la perspectiva revolucionaria.

En cualquier caso, es indudable que el movimiento de los chalecos


amarillos hace parte de un proceso de despertar de nuestra clase a ni-
vel internacional, tras la derrota de la oleada de luchas de los años 70.
Ante la perspectiva factible de que este movimiento se apague tarde o
temprano, si no se produce una recuperación burguesa a la altura de
la intensidad que ha vivido y luchado, dejará tras de sí nuevos lazos
de solidaridad, quizá algunas estructuras, experiencias de lucha de las
que extraer lecciones, un nuevo número de personas que, tras su radi-
calización en el movimiento, se sumarán a la actividad de las minorías
revolucionarias pese a la vuelta a la normalidad. Nuestra clase aprende.
Construye su propia memoria. Se despierta.

No esperaremos sentados a que un supuesto proletariado metafísico,


liberado de todo pecado terrenal, puro en lo más profundo de su alma,
salga a la calle para anunciar el fin del capitalismo y la llegada de un
nuevo mundo. No esperaremos tampoco a que el propio capitalismo

22
se devore a sí mismo para poder gestionar su desastre. Dejemos esas
profecías religiosas para todos los militantes devotos, para todas las
sagradas familias de la izquierda y extrema izquierda del capital. El pro-
letariado no descenderá del cielo, el capitalismo no se abolirá a sí mismo,
sino que, como siempre, una y otra vez, la alternativa revolucionaria
aparece y aparecerá en la lucha de nuestra clase, intoxicada por la no-
cividad capitalista, por todo el veneno que segrega esta sociedad. Es en
ese combate contra todo lo que nos impide vivir, contra todo lo que nos
imposibilita afirmarnos como ser humano, como comunidad humana,
donde los pulmones pueden tomar algo de oxígeno entre tanta polución
y donde la comunidad humana se prefigura como comunidad de lucha
frente a la comunidad del dinero. El proletariado está forzado a destruir
el capitalismo de raíz si no quiere que éste destruya todo nuestro mun-
do. Ese proletariado profano y corrompido no descenderá del cielo, pero
tomará el cielo por asalto.

En consecuencia, actuamos e impulsamos a todos los compañeros y


grupos para defender nuestros intereses de clase y a combatir el encua-
dramiento burgués en estas protestas; a la estructuración y organización
contra todas las tentativas de canalización democráticas y nacionalistas;
a fortificar y extender los contactos entre nosotros, a crear redes organi-
zativas a todos los niveles; estructuras para defendernos de la represión
y a discutir sobre cómo asumir tal o cual tarea.

Proletarios Internacionalistas

28 de mayo de 2019

23
“Nuestros chalecos ya no son trajes de seguridad vial, sino que se han con-
vertido en una señal de unión para aquellos que desafían globalmente el
orden establecido. Si parpadean, no es para alertar a las autoridades sobre
alguna emergencia o malestar social. No los usamos para exigirle algo al
Poder. El amarillo de nuestros chalecos no es el amarillo que el movimiento
obrero suele atribuir a la traición. El color de esta prenda es el de la lava
de la ira que el volcán de la revolución social, inactivo durante demasiado
tiempo, está empezando a escupir de nuevo. Es amarillo sólo porque abraza
al rojo. Bajo este nombre de “chalecos amarillos”, un titán apenas se despier-
ta, todavía aturdido del coma en el que estuvo sumergido durante más de
cuarenta años. Este coloso ya no sabe su nombre, ya no recuerda su gloriosa
historia, y ya no conoce el mundo donde está abriendo sus ojos. Sin em-
bargo, a medida que se reactiva, descubre la magnitud de su propio poder.
Las palabras le susurran falsos amigos, carceleros de sus sueños. Las repite:
¡“francés”, “gente” y “ciudadano”! Pero al pronunciarlas, las imágenes que
regresan confusamente de las profundidades de su memoria siembran una
duda en su mente. Estas palabras se han utilizado en las alcantarillas de la
miseria, en las barricadas, en los campos de batalla, durante las huelgas, en
las cárceles. Porque están en el lenguaje de un adversario formidable, el ene-
migo de la humanidad que, desde hace dos siglos, maneja con maestría el
miedo, la fuerza y la propaganda. ¡Este parásito mortal, este vampiro social,
es el capitalismo! [...]

Nosotros somos los pisoteados, sacrificados y condenados por el capital, en


su estrategia de supervivencia. Somos la fuerza colectiva que abolirá todas
las clases sociales. Somos el proletariado.”

Llamamiento de los chalecos amarillos del Este de París

También podría gustarte