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Proletarios Internacionalistas
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encarecidamente su difusión en todas las formas posibles.
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reproducción, es lo que determina la posibilidad de la revolución. Hace
de ella algo material, físico, ajeno a nuestras voluntades y conciencias
individuales. Es así como el proletariado anticipa en su combate otro
mundo distinto, al mismo tiempo que sigue arrastrando una parte de la
mierda de éste, que se constituirá en la base de su propia derrota si no
consigue superarla en el proceso.
Sea como fuere, esta contradicción no puede ser obviada por ningún
análisis militante que se plantee en serio las características del movi-
miento, sus avances, limitaciones y el rol que adquieren en él las minorías
revolucionarias. Hay dos enfoques, dos caras de la misma moneda, que
resurgen a menudo en los análisis que se realizan en torno a nuestra cla-
se y que nos incapacitan para comprender esta contradicción. El primero
es idealista y reduce el movimiento a lo que dice y piensa de sí mismo,
omite lo que hace para quedarse con la bandera que agita y lo desecha
a la menor demanda socialdemócrata que aparezca entre sus pancartas.
El segundo es objetivista y pretende comprender la naturaleza del mo-
vimiento a partir de su composición sociológica. Bisturí en mano, toma
individuo por individuo y lo coloca en una u otra columna en función de
su renta, su posición en el sistema productivo, el barrio en que vive o los
estudios que ha hecho. Una vez desmembrado, lo cose todo muy esta-
dísticamente y pretende ver en ello la totalidad: tenemos aquí, bajo este
prisma ideológico, un movimiento pequeñoburgués que ha conseguido
meterse en el bolsillo a un proletariado embrutecido para defender la
economía nacional. Voilà el movimiento de los chalecos amarillos. Para
qué más.
Junto con estos dos enfoques, que a menudo nos vienen combinados,
ha aparecido en estos meses otro de carácter antifascista, que retoma
la visión idealista y objetivista que acabamos de apuntar para llevarse
las manos a la cabeza con tanta bandera francesa y tanta Marsellesa.
Reduce el movimiento a los grupúsculos de extrema derecha que lo cor-
tejan y se acuerda con nostalgia de las buenas procesiones de antaño,
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claramente de izquierdas, en las que la CGT entregaba a los manifestan-
tes encapuchados a la policía y los “insumisos” mélenchonistas sacaban
―ahí sí― sus banderas francesas por una nueva república.
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a cambiar el coche por la bicicleta si tanto duele el aumento del precio
de la gasolina. Claro, que ir a trabajar en bicicleta a las seis de la mañana
a 40 km de distancia no es tan fácil. Tampoco es fácil hacer en bicicleta la
compra del mes para toda una familia en el comercio más próximo, que
es una gran superficie a 10 km de casa, pero poco importa.
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van a superar rápidamente la lucha contra el impuesto a la gasolina.
El movimiento comienza a generalizarse. Se empieza a hablar de una
vida demasiado cara, unos salarios demasiado bajos, una miseria y una
precariedad permanentes que no dejan respirar a nadie y ponen en
duda la posibilidad de sobrevivir en este mundo. Pero no sólo se habla.
Algunos cortes de carretera se convierten en piquetes a las grandes pla-
taformas de distribución de mercancías, a menudo en consonancia con
parte de los trabajadores. Las primeras manifestaciones se producen
en los barrios más ricos de las grandes ciudades y los convertirán en
escenarios ideales para el ataque directo a la propiedad privada. En la
isla La Réunion, «departamento de ultramar» francés, la lucha adquiere
una intensidad mayor, aunque más breve, por más reprimida. Durante
dos semanas los chalecos amarillos van a cerrar el puerto, generando
un desabastecimiento en la isla que viene acompañado de saqueos
organizados y disturbios, así como del cierre de comercios, escuelas y
universidades. La situación se vuelve tan incontrolable que el gobierno
tiene que imponer el toque de queda y mandar al ejército para aplastar
la movilización.
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llos triunfarán», «Macron dimisión», «Aumentar el RMI» o «Justicia para
Adama». Es todo un escándalo. Al mismo tiempo, las fuerzas policiales
se ensañan contra los manifestantes. Sólo ese día en París se lanzan más
pelotas de goma que en todo 2017. El saldo es de 250 heridos, con varios
ojos y manos arrancadas y un hombre en coma, y más de 300 detenidos,
una cifra que aumentará a casi 2.000 en el Acto IV. Después de esta ma-
nifestación, el movimiento se extiende a los institutos y varios de ellos
son bloqueados por los estudiantes, especialmente en la zona norte de
la banlieue parisina. A lo largo de las siguientes semanas varios cientos
de institutos serán bloqueados o al menos verán seriamente perturbada
su actividad.
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con manchas de falsa sangre, como forma de denuncia de la violencia
policial.
Al contrario de las muchas voces que anuncian el fin del movimiento con
la subida de las ayudas y la retirada del impuesto, así como por la dura
represión y los varios miles de detenidos, los chalecos amarillos no pier-
den su vitalidad. 2019 empezará con una manifestación el 5 de enero
en la que varios manifestantes utilizan maquinaria de construcción para
echar abajo la puerta del ministerio de la Secretaría de Estado, pudiendo
entrar al edificio y generar diversos daños. El Secretario de Estado tiene
que ser evacuado. Los sindicatos intentarán capitalizar el movimiento
convocando a la huelga el 5 de febrero, pero el seguimiento será mínimo
y la presencia de chalecos amarillos, más bien escasa. Días después, el
sábado 9 de febrero se convoca una manifestación que retoma la línea
de no ser comunicada ante las autoridades para contrarrestar la tenden-
cia a la democratización y pacificación de los actos anteriores, que había
correspondido a un desplazamiento fuera de los barrios ricos y una dis-
minución de los saqueos. Y funciona. Si algo se repite durante este acto
XIII es que, para ser escuchados, el enfrentamiento es necesario.
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El movimiento aprende. Las siguientes manifestaciones regresarán a los
barrios ricos del este parisino y tendrán su punto culmen en el acto XVIII
del 16 de marzo. Esta convocatoria se realiza durante el final del «Gran
Debate», un proceso de democracia participativa abierto por Macron
para intentar ―en vano― calmar el movimiento. Al principio el «Gran
Debate» es simplemente un motivo de mofa, pero a estas alturas ya co-
mienza a resultar irritante. El acto XVIII tiene como consigna «Ultimatum»,
lo cual toma un sentido bastante literal: París se volverá el escenario de
una batalla campal como no se había visto hasta entonces. Se intenta
volver a tomar el Arco del Triunfo, y cuando la policía consigue impedirlo
la rabia proletaria se dirige contra las tiendas y restaurantes de lujo en
los Campos Elíseos, que arderán durante toda la noche.
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Claro que toda esta revuelta no viene de nuevas, ni es una creación única
y absolutamente espontánea de los chalecos amarillos. En realidad, la
fuerte combatividad y la capacidad de resistencia y apoyo mutuo que
demuestra el movimiento provienen de un aprendizaje previo del prole-
tariado en Francia. Así, se mantiene vivo el recuerdo de la revuelta de las
banlieues de 2005 y las formas de organización que se desplegaron en
aquel momento5. Por otro lado, las luchas contra la Ley Trabajo en 2016
generaron una serie de experiencias y aprendizajes al interior de los
black block que no son menospreciables, al mismo tiempo que se abrían
a personas que no habían participado antes y se hacían llamamientos a
militantes de otros países como Alemania e Italia a sumarse a algunas
convocatorias, como fue el caso del 1º de mayo de 20186.
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mercy van a funcionar como motor de este proceso, haciendo varios
llamamientos a la creación de asambleas y la apropiación de espacios
de encuentro y asociación proletaria, fundamentales no sólo para la dis-
cusión y reflexión común, sino también para la construcción de lazos de
solidaridad con los detenidos y los heridos. Al mismo tiempo y ante la
necesidad de mecanismos de centralización del movimiento, se inicia un
proceso de coordinación entre distintas asambleas que dará lugar a una
«asamblea de asambleas» el fin de semana del 26 y 27 de enero, y una
segunda del 5 al 7 de abril.
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fundizar la radicalidad del propio movimiento contra el sistema. Por ello
es importante destacar oces como las del llamamiento de los chalecos
amarillos de París Este, donde se dice claramente que
Pero antes de eso, si hay algo que caracteriza a los chalecos amarillos
positivamente es su rechazo de toda forma de representación. Este es
de hecho uno de los factores que nutre su vitalidad como movimiento.
En primer lugar, el rechazo a los grandes medios de comunicación es to-
tal. Se denuncia su papel en la propaganda ideológica del gobierno y se
producen enfrentamientos e incluso expulsiones de los periodistas de
los grandes medios que se dejan ver en las manifestaciones.
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lizaciones, nunca se había visto tal deslegitimización, si bien la creación
de cortèges de tête en las luchas contra la Ley Trabajo en 2016 venía
anunciando una búsqueda de autonomía con respecto a ellos, aun de
forma minoritaria. Esto es cierto incluso si la declaración de huelga “ge-
neral” por parte de la CGT el 5 de febrero, como intento de canalización
sindical de la lucha, ha tenido apoyos por parte de las voces más visibles
del movimiento. La huelga de la CGT puso en una contradicción eviden-
te a quienes antes rechazaban la presencia de los sindicatos y ahora
se acogían a su convocatoria como si fuera un modo de extender la lu-
cha al espacio laboral. Sin embargo, como decíamos antes, la huelga fue
muy poco seguida y el número de chalecos amarillos en el paseo sindical
de esa tarde fue bastante escaso. En las manifestaciones los sindicatos,
a excepción del izquierdista SUD-Solidaires, y éste tímidamente, no se
atreven a aparecer con pancartas ni pegatinas. De hecho, pancartas
prefabricadas hay más bien pocas, y cumplen esa función las diferentes
reivindicaciones que cada chaleco amarillo decide escribirse en la espal-
da con un simple rotulador. La necesidad de defender la autonomía del
movimiento está muy presente entre los manifestantes y los intentos
de capitalizarlo políticamente han sido un verdadero fracaso, como la
inscripción de una «lista electoral de los chalecos amarillos» para las eu-
ropeas o la organización de los ayuntamientos para recoger «cuadernos
de quejas» ―un guiño a los cahiers de doléances de la Revolución Fran-
cesa― con el fin de organizar el «Gran Debate».
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manera de organizar ese conjunto de individuos aislados es con formas
de democracia directa, votaciones, procesos formales examinados al
detalle, reivindicaciones vacías para que ningún individuo quede fuera:
en definitiva, se expresa en el asamblearismo más castrante para la ac-
ción del movimiento. Por otro lado, este rechazo encuentra su expresión
ideológica en un discurso populista por el que el pueblo ha de hacer
valer su soberanía refundando una nueva forma de democracia. Es aquí
donde el Referéndum de Iniciativa Ciudadana se muestra como un ex-
celente instrumento de recuperación. «Adiós a la guerra de egos y a la
guerra de poder. Con el RIC ya nadie tiene el poder, es toda la población
quien lo tiene», dice Maxime Nicolle, uno de los que la prensa ha declara-
do “líder” del movimiento. Si la ideología democrática es de por sí una de
las fuerzas burguesas más arraigadas, una de las últimas barreras que
habremos de franquear en el proceso de constitución de clase, ésta co-
bra nuevos bríos en el contexto de debilidad en el que nos encontramos,
en la dificultad de reconocernos como proletarios y de sentirnos una
sola clase a nivel mundial. Así, la defensa democrática de la soberanía se
ve reforzada en la identificación de la catástrofe capitalista con el “fenó-
meno de la globalización” y el repliegue nacionalista que se le da como
respuesta por parte de la socialdemocracia, sea esta más de derechas o
más de izquierdas8.
Pese a la presencia mayoritaria del RIC, no por ello faltan voces que
adviertan del riesgo de recuperación que contiene. Así lo hacen por
ejemplo los chalecos amarillos de Toulouse al hablar de «RICuperación»
en su periódico Le Jaune [El Amarillo]:
El RIC ha aprovechado esta ilusión. Hay que decir que, a primera vista,
la propuesta era atractiva. Se nos decía que, con esto, finalmente po-
dríamos ser escuchados directamente, que podríamos recuperar el
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poder sobre nuestras vidas. Nosotros decidiríamos todo. ¡Y además
sin luchar, sin arriesgar la vida en las rotondas y en las manifestacio-
nes, con sólo votar, en los ordenadores de nuestros salones, usando
pantuflas cerca de una acogedora chimenea crepitante! Pero en el
comercio, cuando tienes un producto para vender, mientes: “Sí, una
vez que tengamos el RIC, podremos conseguirlo todo”. Eso es falso.
Para empezar, ¡pedirle a la burguesía su opinión para saber si están
de acuerdo en aumentar nuestros salarios!, ¡es el colmo! Un voto en
contra de los intereses de los capitalistas, por ejemplo, el aumento
del salario mínimo por hora sería simplemente rechazado. Recorde-
mos el referéndum de 2005 [sobre la Constitución Europea]. Y esto
sin mencionar la intensa propaganda que sufriríamos si votáramos
en contra, solos frente a nuestras pantallas9.
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o España los chalecos amarillos han sido usados por grupos de extrema
derecha ―y también por algunos grupos socialdemócratas― sin mucho
éxito de movilización. En este contexto, pese a la naturaleza interna-
cionalista del movimiento, que es reconocida por proletarios de otras
regiones del mundo, el movimiento francés parece reconcentrado en sí
mismo, en su plano nacional, y las referencias al proletariado de otros
países brillan por su ausencia, al contrario de lo que sucedió durante la
oleada internacional de luchas de 2011-2013.
10 Decimos esto no porque la pequeño burguesía no exista como “clase” sociológica, sino
porque ésta jamás ha cumplido el rol de clase en el sentido de movimiento histórico, de
fuerza social, de partido. Las únicas dos fuerzas sociales son burguesía y proletariado,
revolución y contrarrevolución, constantemente contrapuestas como los dos polos de la
contradicción capitalista.
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Pero de nuevo al interior del movimiento se da una lucha contra estas
tendencias nacionalistas, de tal forma que en el curso de los últimos
meses cada vez son más débiles, y cada vez se dejan oír más voces que
reivindican la naturaleza internacional del proletariado. Así, por ejemplo,
a finales de diciembre se celebró una asamblea de cientos de personas
en Caen, en un edificio ocupado por sin papeles durante la huelga de
los ferroviarios de 2018, en una clara identificación de la lucha de los
chalecos amarillos y el proletariado inmigrante contra el mismo Estado
y el mismo sistema capitalista. Por otro lado, Le Jaune advierte en su
segundo número contra los intentos de separar al proletariado:
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autoridades por los daños producidos en ella, por lo que los propios con-
vocantes tienen un vivo interés en pacificar y mantener el orden durante
la manifestación. Además, esto obliga a los chalecos amarillos a seguir el
trayecto previsto y conocido por la policía y a establecer un servicio de
orden. Como ya hemos adelantado, empujadas por el ala más democrá-
tica del movimiento las manifestaciones en París irán desplazándose de
los barrios ricos del oeste a los barrios del este, rescatando las tiendas de
lujo de la expropiación proletaria, pero también alejando a los manifes-
tantes de los símbolos del poder como el Eliseo o la sede de la patronal.
En estas manifestaciones, la ideología ciudadana comienza a pesar y los
propios manifestantes se revuelven contra los grupos que rompen los
escaparates o siquiera los pintan. Esta tendencia del movimiento a apa-
garse democráticamente, sin embargo, fue contestada poco después por
el Acto XIII (9 de febrero), que como ya hemos explicado fue convocado
con la voluntad explícita de romper con esta tendencia a la legalización,
es decir, de no declarar el trayecto a la policía ni tener convocantes lega-
les, ni servicio de orden, así como para volver de nuevo a los barrios ricos
en un nuevo repunte de combatividad. A partir de enero y en los meses
que siguen los chalecos amarillos vivirán flujos y reflujos que expresarán
con toda claridad tanto un carácter más combativo y de negación del or-
den establecido, como momentos de pacificación y democratización en
los que el ala mayoritaria que describíamos antes consigue imponerse.
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nivel nacional, pesa sobre este esfuerzo de centralización y puede te-
ner el efecto, finalmente, de detraer a los manifestantes de la calle para
introducirlos en habitaciones cerradas a discutir durante horas sobre
la manera de formular una frase para que represente a todo el mundo.
No hay que despreciar, en absoluto, el rol positivo que juega la organi-
zación consciente de debates y discusiones al interior del movimiento,
pero sí hay que reconocer que la separación entre la palabra y los actos,
la burocratización de las asambleas y los malabarismos verbales para
prestar una amplia representación, implican la defunción de esas asam-
bleas como expresiones organizativas del movimiento y su paso a la
contrarrevolución. De hecho, es la sensación con la que salieron muchos
chalecos amarillos de la segunda «asamblea de asambleas» (5-7 abril),
donde la unidad de acción que se expresa en las manifestaciones se
vio completamente diluida, y todo se convirtió en malabares para sacar
unas hojas de reivindicaciones concretas donde “todo el mundo cabe”.
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Este pequeño texto se inscribe en ese impulso como necesidad de
nuestra clase de hacer balance de esta lucha, de expresar su verdadero
accionar frente a las falsificaciones de todos los voceros del capital, de
señalar y contraponerse a todas las fuerzas de nuestro enemigo, de pro-
fundizar en las fuerzas y límites que tenemos.
Por otro lado, la burguesía, que hasta hace poco era capaz de encerrar
las luchas en sus Estados nacionales, ve cómo se le están rompiendo
esos muros de contención que le permitían enfrentarse a las luchas pa-
quete por paquete. Es cierto, como decíamos antes, que el proletariado
en Francia tiene muchas dificultades para asumir explícitamente el ca-
rácter internacionalista de su lucha, sin embargo en otras regiones del
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mundo la identificación con la lucha de los chalecos amarillos expresa
abiertamente ese carácter internacionalista. Esta realidad muestra cla-
ramente que las condiciones de vida del proletariado mundial tienden a
homogeneizarse a medida que avanza la catástrofe capitalista. Pero el
proceso recién ha comenzado.
Claro que, como decíamos en un texto de hace unos años, hoy cobra
una importancia capital que las minorías proletarias de aquí o allá avan-
cemos en este proceso indispensable de coordinación y centralización
internacional, que rompamos las divisiones país por país, o peor aún,
ciudad por ciudad. Por ello tenemos que reconocer que nunca fue tan
minúscula la fuerza de las minorías revolucionarias, que nunca el prole-
tariado tuvo tanta desorientación, que nunca hubo una contraposición
tan grande entre la necesidad de revolución y la incapacidad de asumir
esta necesidad. Es evidente que voltear esta situación es una necesidad
vital para la perspectiva revolucionaria.
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se devore a sí mismo para poder gestionar su desastre. Dejemos esas
profecías religiosas para todos los militantes devotos, para todas las
sagradas familias de la izquierda y extrema izquierda del capital. El pro-
letariado no descenderá del cielo, el capitalismo no se abolirá a sí mismo,
sino que, como siempre, una y otra vez, la alternativa revolucionaria
aparece y aparecerá en la lucha de nuestra clase, intoxicada por la no-
cividad capitalista, por todo el veneno que segrega esta sociedad. Es en
ese combate contra todo lo que nos impide vivir, contra todo lo que nos
imposibilita afirmarnos como ser humano, como comunidad humana,
donde los pulmones pueden tomar algo de oxígeno entre tanta polución
y donde la comunidad humana se prefigura como comunidad de lucha
frente a la comunidad del dinero. El proletariado está forzado a destruir
el capitalismo de raíz si no quiere que éste destruya todo nuestro mun-
do. Ese proletariado profano y corrompido no descenderá del cielo, pero
tomará el cielo por asalto.
Proletarios Internacionalistas
28 de mayo de 2019
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“Nuestros chalecos ya no son trajes de seguridad vial, sino que se han con-
vertido en una señal de unión para aquellos que desafían globalmente el
orden establecido. Si parpadean, no es para alertar a las autoridades sobre
alguna emergencia o malestar social. No los usamos para exigirle algo al
Poder. El amarillo de nuestros chalecos no es el amarillo que el movimiento
obrero suele atribuir a la traición. El color de esta prenda es el de la lava
de la ira que el volcán de la revolución social, inactivo durante demasiado
tiempo, está empezando a escupir de nuevo. Es amarillo sólo porque abraza
al rojo. Bajo este nombre de “chalecos amarillos”, un titán apenas se despier-
ta, todavía aturdido del coma en el que estuvo sumergido durante más de
cuarenta años. Este coloso ya no sabe su nombre, ya no recuerda su gloriosa
historia, y ya no conoce el mundo donde está abriendo sus ojos. Sin em-
bargo, a medida que se reactiva, descubre la magnitud de su propio poder.
Las palabras le susurran falsos amigos, carceleros de sus sueños. Las repite:
¡“francés”, “gente” y “ciudadano”! Pero al pronunciarlas, las imágenes que
regresan confusamente de las profundidades de su memoria siembran una
duda en su mente. Estas palabras se han utilizado en las alcantarillas de la
miseria, en las barricadas, en los campos de batalla, durante las huelgas, en
las cárceles. Porque están en el lenguaje de un adversario formidable, el ene-
migo de la humanidad que, desde hace dos siglos, maneja con maestría el
miedo, la fuerza y la propaganda. ¡Este parásito mortal, este vampiro social,
es el capitalismo! [...]