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“RETIRO CON LOS SALMOS”

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Retiro con los Salmos, Talleres de Oración y Vida

TERCER DÍA
Audio 3.1

Las misericordias del Señor: Salmo 51 (50)

No existe en todo el Salterio, Salmo más liberador que el Salmo 51 (50).

El análisis de este Salmo hecho en el libro “Salmos para la vida” es un


verdadero oasis de perdón y de misericordia divina en el desierto de
nuestras angustias y autocensuras.

Inclusive en este libro “Salmos para la vida”, el análisis de este Salmo tiene
por título: “Las misericordias del Señor”.

Por la misericordia de Dios llegamos a la liberación interior.

Entre los 150 Salmos no vamos a encontrar otro con tanta profundidad,
belleza y consolación.

De la primera a la última palabra, un binomio maravillosamente evangélico


recorre sus entrañas: confianza–humildad.

A pesar de aparecer tantas veces el concepto y la palabra pecado (o su


equivalente: culpa, iniquidad) sobre todo en los primeros versículos,
simultánea y paralelamente, se levanta la misericordia de Dios como una
realidad mucho más sólida y visible.

Si los pecados fueran tan altos como montañas, la misericordia del Señor es
más alta que la Cordillera.

A pesar de que sentimos palpitar a lo largo del Salmo la presencia obsesiva


del pecado, jamás, sin embargo, nos llega ni el más lejano eco de los
complejos de culpabilidad.

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Jamás vemos al salmista caer en el remolino de la autopunición, la


autocensura, y sus sentimientos no expresan humillación. Una cosa es la
humildad, y otra la humillación.

La humildad es hija de Dios, la humillación es hija del orgullo. La humildad


es una actitud positiva, la humillación autodestructiva.

En el fondo de los complejos de culpabilidad se levanta un binomio de


muerte: vergüenza–tristeza. Los complejos de culpa se reducen a estos dos
sentimientos combinados.

Y, más aún, en el fondo de estos complejos existe un sentimiento de


venganza en contra de sí mismo: la persona se irrita consigo misma porque
se siente tan poca cosa, se indigna y siente rabia por ser así.

Se humilla, se atormenta porque no acepta ser como es, se siente


avergonzado y triste por no ser lo que desearía ser...

Y lo peor es que esos sentimientos se han cultivado deliberadamente entre


nosotros, como si se nos dijera: ¡usted pecó! ¿Usted no tiene vergüenza?
Usted se tiene que arrepentir... Usted va a ver, Dios lo va a castigar... Usted
no merece otra cosa que un castigo... Un rebelde no merece misericordia...
Mira que Dios te castiga...

Como pecador merecía castigo y antes de ser castigado por Dios, era
preferible que se castigase a sí mismo, psicológicamente.

Cuando la persona se castigaba (a través de los sentimientos de culpa),


tenía la impresión de que estaba satisfaciendo la justicia de Dios y
aplacando su ira.

Había que hacer penitencia para merecer la misericordia divina,


olvidándose de que, aunque se haga penitencia hasta el fin del mundo, la
misericordia no se merece, se recibe, porque el amor del Padre es pura

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gratuidad. Y, siendo así, esas autopuniciones psicológicas no eran, ni son,


cosa agradable a Dios.

Por el contrario, se trata del lado más negativo del corazón humano, los
instintos autodestructivos emparentados con el instinto de muerte.

En el fondo de todos estos complejos de culpa, deliberadamente inculcados


y cultivados, en la base de esta actitud autodestructiva, está una teología
profundamente desenfocada, y esto es lo más grave.

¿Satisfacer la justicia divina y calmar los impulsos vengativos de Dios? ¿Cuál


Dios? ¿Un Dios vengativo, sanguinario y cruel? ¿De donde salió ese Dios?
¿Un Dios a quien hay que aplacar con penitencias y con castigos mentales
en contra de sí mismo? ¿Este Dios salió del Sinaí?

El verdadero Dios nunca fue vengativo. Fueron los hombres los que
proyectaron en Dios sus bajos impulsos.

De todas formas, ni Moisés ni ningún profeta tienen la última palabra para


decirnos quién y cómo es Dios.

A veces pienso que hemos traicionado al Señor Jesús, que no fue otra cosa
en este mundo sino el Misionero de la Misericordia, y que hemos dejado
de lado su mensaje central del Abbá y nos hemos quedado con el Dios del
Sinaí.

Pienso también que continuamos en nuestras fragilidades porque estamos


encerrados y atrapados en un círculo vicioso: con estos complejos de culpa
bloqueamos el amor de Dios, no nos dejamos amar; y, al no dejarnos amar,
al no experimentar su amor, continuamos en nuestras fragilidades porque,
después de todo, la única fuerza transformante del mundo es el amor.

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3.2 y 3.2.1
Canto Penitencial.

SIN TI NO SÉ ANDAR.
SIN TI NO SÉ VIVIR.
SEÑOR, YO QUIERO ESTAR
UNIDO SIEMPRE A TI (bis).

3.3

¿Cuál es la esencia, el “alma” del Salmo 51 (50)?

Frente al binomio de muerte (vergüenza-tristeza), el Salmo 51 levanta en


alto el binomio de vida: humildad–confianza. ¡Aquí está la salvación y la
vida!

Veamos:

El versículo 3 dice: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa


compasión borra mi culpa”. Esta es la música de fondo que acompaña este
Salmo.

El salmista no apela a sus penitencias, lágrimas o torturas mentales, sino a


la inmensa compasión divina. La fuente de la confianza está en “tu bondad”.

Versículo 4: “Lava del todo mi delito, lava completamente mi pecado”.


Es la confianza poderosa y estimulante, y que jamás se ausenta; un
sentimiento invariablemente acompañado de humildad que se hace
presente a lo largo de todo este Salmo.

Versículos 5, 6 y 8:
“Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”.
“Contra ti, contra ti solo pequé”.
“Te gusta un corazón sincero y en mi interior me inculcas sabiduría”.

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Aquí el salmista realiza una serena y severa autocrítica (no confundir


autocrítica con autocensura).

El salmista avanza sin masoquismo, hacia una autocrítica sincera:

Yo reconozco mi culpa, Señor.


No tengo porque avergonzarme, pero el pecado está patente y
evidente delante de mis ojos.
No voy a justificar lo que hice, pues lo que hice fue contra este
hermano.
Pero este hermano es también tu hijo, y si Tú a mí me quieres tanto, a
él lo quieres otro tanto.
Entonces, lo que hice contra este hermano fue muy doloroso para Ti.
Por eso, lo que hice contra el hermano en realidad lo hice contra Ti, y
solo contra Ti.
Pero, a pesar de todo, en mi interior me inculcas la sabiduría, sabiduría
que me dice que, si mi pecado es tan grande como una montaña,
también la certeza de que Tu misericordia es mucho mayor que la más
alta cordillera de la tierra.
Solo de mirarte a Ti, mi Señor, me siento libre de la angustia y el horror,
y puedo respirar tranquilo.

Versículo 9: “Lávame una y otra vez, y verás cómo mi alma queda más
blanca que la nieve de las montañas”.

Y el salmista insiste:
No te canses, Dios mío, vuelve a sumergirme otra vez en las aguas
purificadoras de tu misericordia.

Versículo 10: “Hazme oír una palabra de alegría para que exulten mis
huesos humillados”.

Mi alma fue abatida por la tristeza y la vergüenza, ahora, al ser visitada


por Tu misericordia, puedo beber el agua fresca de la alegría.

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Versículo 11: “De mis pecados desvía tus ojos y borra todas mis culpas”.

Aparta tu mirada de estas llagas, o mejor, míralas con ternura, con tu


ternura sanadora. Barre y borra las marcas de las cicatrices que me
dejaron los sufrimientos y las culpas.

Versículo 12: “Oh Dios, crea en mi un corazón puro y renuévame con


espíritu de firmeza”.

Dios mío, toca la sustancia más profunda de mi ser, y realiza en mí una


nueva creación. Pon en mí una naturaleza nueva, recién salida de tus
manos. Deposita en mí un corazón amasado de bondad,
mansedumbre, paciencia y humildad. Revístelo de una firmeza
inquebrantable.

Versículos 13 y 14: “No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo


Espíritu”. “Devuélveme la alegría de tu salvación y afiánzame con espíritu
generoso”.

Por favor, Señor, no retires de mí la luz de tu mirada. ¡La alegría huyó


de mi alma! Que ella regrese feliz para que mi vida sea música para tus
oídos. No te olvides de poner en mis cimientos un material noble y
generoso.

Versículo 16: “Dios, oh Dios mi Salvador, líbrame de la pena de la sangre


derramada y tu misericordia mi lengua cantará”.

Líbrame de la sangre, Dios mío, de sus tiranías. Líbrame de estas leyes


que, inexorablemente, me llevan hacia dentro y hacia el centro, donde
se levanta la estatua de mí mismo. Líbrame de las ataduras, cadenas y
reclamos de mi egoísmo, Tú que eres el único liberador, y verás como
mi lengua suelta a los cuatro vientos el himno de liberación.

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Versículo 19: “Un corazón contrito, pobre y humilde, Dios mío, tú no lo


desprecias”.

Sé muy bien, Señor, que no desprecias un corazón arrepentido, pobre y


humilde. La única cosa que puedo ofrecerte, el mayor homenaje que
puedo hacerte es creer por encima de todo en tu ternura, lanzarme en
tus brazos reconocido y confiado.

Y así, finalmente, llegó la hora de creer en el amor, de superar las


fragilidades, no por medio de la culpa represiva, sino por la dinámica
transformadora del Amor y en nombre de aquella revelación central de
Jesús, sobre el amor eterno y gratuito de Dios Padre para con cada uno de
nosotros.

¿Nos vamos a entristecer? ¡De nada!


¿Avergonzar? ¡De nada!
¿Humillar? ¡Por nada!
Entonces, ¿qué vamos a hacer?

Como nos dice admirablemente el Salmo 51 (50), debemos reconocer con


humildad y confianza nuestra radical impotencia, no fijándonos
obsesivamente en nuestra condición de pecadores, sino en la condición
misericordiosa y comprensiva de Dios, en su amor y ternura nunca
desmentidos.

Y de esta manera, envueltos en el amor misericordioso del Padre,


avanzaremos por los caminos de la vida con serenidad y paz.

3.4
Oración: Tómame.

Tómame, Señor Jesús, con todo lo que soy;


con todo lo que tengo y lo que hago,
lo que pienso y lo que vivo.

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Tómame en mi espíritu,
para que se adhiera a Ti;
en lo más íntimo de mi corazón,
para que solo te ame a Ti.

Tómame, Dios mío, en mis deseos secretos,


para que sean mi sueño y mi fin único,
mi total adhesión y mi perfecta felicidad.
Tómame con tu bondad, atrayéndome a Ti.
Tómame con tu dulzura, acogiéndome en Ti.
Tómame con tu amor, uniéndome a Ti.
Tómame mi Salvador, en tu dolor,
tu alegría,
tu vida, tu muerte, en la noche de la cruz,
en el día inmortal de tu Resurrección.

Tómame con tu poder, elevándome hasta Ti;


tómame con tu ardor, inflamándome de Ti,
tómame con tu grandeza, perdiéndome en Ti.
Tómame para la tarea de tu gran misión,
para una entrega total
a la salvación del prójimo
y para cualquier sacrificio
al servicio de tus hermanos.

Tómame, oh Cristo, mi Dios,


sin límites y sin fin.
Toma lo que puedo ofrecerte;
no me devuelvas jamás lo que tomaste,
de manera que un día
pueda poseerte a Ti en el abrazo del cielo,
tenerte y conservarte para siempre. Amén.

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3.5
Tiempo Fuerte

a) Rezar la oración: “Espíritu Santo”.

Espíritu Santo

Tú que llenas de fuego


el corazón de los que buscan a Jesús.

Tú que iluminas
la mente de los pobres
que escuchan la Palabra,
buscando la voluntad del Padre.

Tú que reúnes en tu amor


a quienes se esfuerzan por amar,
siguiendo el ejemplo de Jesús.
Nosotros no sabemos cómo orar,
ni que pedir.
Pero Tú conoces nuestros deseos,
y suples nuestra pobreza.
Reafirma en nuestros corazones
la certeza del amor del Padre,
la seguridad de ser hijos suyos.
Confírmanos en tu luz y tu amor,
infunde en nosotros tu aliento.

Tú que sin cesar


creas y haces germinar
un mundo nuevo,
renueva nuestras mentes y corazones.

Tú nos invitas

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a avanzar sin descanso,


impulsados por tu aliento,
haciendo brotar de tu amor
la vida y la belleza.
Nuestras miradas se vuelven
hacia la mañana.
Lo mismo que la aurora
triunfa de la noche
con su luz naciente,
danos la esperanza
que disipa los temores
y hace nacer la alegría.

Que rebosen nuestros corazones


de la Buena Nueva
para que nuestros labios
la hagan resonar
hasta los confines de la tierra.

b) Lectura Meditada

¿En qué consiste la Lectura meditada? Comienza a leer despacio, muy


despacio. En cuanto leas, trata de entender lo leído: el significado directo de
la frase, su contexto, y la intención del autor sagrado. Si aparece una idea que
te llama fuertemente la atención, para ahí mismo; deja el texto; da muchas
vueltas en tu mente a esa idea, ponderándola; aplícala a tu vida; saca
conclusiones. Si aparece un párrafo que no entiendes, vuelve atrás; haz una
amplia relectura para colocarte en el contexto; y trata de entenderlo en éste.
Si en un momento dado se conmueve tu corazón y sientes ganas de alabar,
agradecer, suplicar… hazlo libremente. Es normal y conveniente que la
lectura meditada acabe en oración. Procura, también tú, hacerlo así. Es de
desear que la lectura meditada se concretice en criterios prácticos de vida,
para ser aplicados en el programa del día.

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Hacer una Lectura meditada de los textos bíblicos: Romanos 8, 28-30; Juan
14, 15-17. 25-26 escribiendo en su cuaderno las palabras que el Espíritu de
Dios le inspire.

Romanos 8, 28-30

28
"También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que
lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.
29
A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser como su
Hijo y semejantes a él, a fin de que sea el primogénito en medio de
numerosos hermanos.
30
Así, pues, a los que él eligió, los llamó; a los que llamó, los hizo justos y
santos; a los que hizo justos y santos, les da la Gloria".

Juan 14, 15-17. 25-26

15
"Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos,
16
y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre
con ustedes,
17
el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve
ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y
permanecerá en ustedes.
25
Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes.
26
En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en
mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les
he dicho".

3.6
c) Lectura

Leer del libro “Salmos para la vida” del capítulo VII. Las misericordias del
Señor, los ítems: “Líneas teológicas”, “Humildad-confianza”, y “Autocrítica,
liberación y testimonio”. Anotar en el cuaderno las frases que más le
llegaron, haciendo su reflexión escrita sobre lo que leyó.

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Líneas teológicas

Por otra parte, las grandes líneas teológicas de la Biblia, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento, atraviesan las entrañas del Salmo 51 con los
ítems siguientes:

1. “He sido constituido en pecado desde el seno de mi madre” (v.7). El


hombre, ¡esa pura contingencia!, en cuanto comienza a descender en
espiral hacia sus latitudes últimas, se encuentra, casi de entrada, con esa
sombra que cubre sus horizontes: el pecado. Ya al iniciar sus primeros pasos
por las sendas de la historia, los pies del hombre son atrapados por un cepo,
y queda paralizada su marcha hacia la libertad.

¡El pecado!; la incapacidad del hombre para actuar según los principios de
la razón y de la voluntad de Dios: hace lo que no quiere, y deja de hacer lo
que le gustaría hacer. Se oye decir: llevo treinta años tratando de ser
humilde y ¡no puedo! Quisiera perdonar, pero ¡no puedo! He combatido
durante cuarenta años para suavizar tal rasgo negativo de mi personalidad
mediante la oración y los sacramentos, y hoy, después de tantos años, ese
defecto está vivo como siempre y, al menor descuido, me doblega sin
remedio. Es la ley del pecado que mueve desde abajo los resortes y
mecanismos, quedando la libertad, maniatada y sin autonomía.

Esta ley del pecado, en el lenguaje de hoy, es equivalente a los rasgos


negativos de la personalidad, gravados bioquímicamente en la frontera final
del ser, en los componentes últimos de la célula, llamados genes. Ahí están
“escritos” los rasgos fundamentales, tanto positivos como negativos, que
conforman esa realidad inalienable y única que llamamos persona,
individuo.

Esos rasgos negativos (como el rencor, irascibilidad, hipersensualidad,


timidez, obsesión, reacciones primarias, compulsibidad…) dominan la
conducta del hombre, haciendo lo que no quiere y comportándose de
manera contraria a lo que desea y se esfuerza. Ahora bien, si el hombre

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hace lo que no quiere, ¿dónde está la libertad? La libertad existe,


naturalmente, pero en ciertas zonas de la personalidad puede estar
condicionada, en otras maniatada y, hasta en alguna zona, casi anulada. Por
eso dice Pablo: “Hago lo que no quiero”.

¡El pecado! No es una persona, tampoco un ser. Simplemente es la


incapacidad para caminar por las sendas del amor, porque la libertad ha
sido atrapada entre los anillos del egoísmo, y porque todos los hilos
conductores encaminan al hombre hacia el centro de sí mismo: “He sido
constituido en pecado desde el seno de mi madre”.

2. Son, pues, las raíces las que están heridas de muerte. Ahora bien; hasta
esas latitudes no puede bajar ninguna mano libertadora. Las sicoterapias,
por ejemplo, actúan y funcionan tan solo a flor de piel.

A profundidades tan definitivas solo puede llegar Aquel que desciende


hasta la última soledad del ser: Dios. Solo Dios puede hacerse presente en
las raíces. Solo Aquél que me estructuró, puede reestructurarme. Solo Dios
puede ser mi salvador.

3. El tercer ítem teológico, a partir de los dos principios anteriores, es: si


solo Dios puede ser mi salvador; si yo soy impotencia, y Él omnipotencia; si
yo soy fragilidad, y Él misericordia, la salvación consiste en salir de mí mismo
en alas de la confianza, transformarme en un poquito de barro y ponerme,
humilde y sumiso, en sus manos y repetir incesantemente: “lávame” (v.9),
“purifícame” (v.4), “límpiame” (v.3), crea en mí un corazón nuevo” (v.12). Y
a esto se reduce el salmo 51: no quedarme mirando absorto mis negras
vertientes sino los espacios infinitos de la misericordia.

3.7
Humildad – Confianza

He aquí el alma del salmo 51. Frente a aquel binomio de muerte


(vergüenza-tristeza), el salmo 51 levanta en alto el binomio de vida:

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humildad-confianza. Aquí está la salvación y la vida, y se abren ante


nuestros ojos cielos azules y noches estrelladas: la salvación está a las
puertas.

El salmista irrumpe en el escenario, casi precipitadamente, llevando en alto


la bandera de la humildad-confianza, implorando y apelando a la
misericordia eterna. En una actitud de éxodo, el salmista, en lugar de
detenerse en sí mismo lamentando sus miserias, sale y se remonta hasta la
cumbre misma de la esencia divina, su “bondad”, su “inmensa compasión”,
en una concentración interior hecha de intimidad, confianza, ternura y
humildad: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa
compasión borra mi culpa” (v.3). Este es el acorde que da el tono (y tono
mayor) a toda la sinfonía del salmo. El salmista no apela a sus penitencias,
lágrimas o torturas mentales sino a la “inmensa compasión” divina. La
fuente de la confianza está, pues, en tu “bondad”.
Un sentimiento poderoso y estimulante, y que jamás se ausenta,
sentimiento tejido invariablemente de confianza-humildad, se hace
presente monótonamente, persistentemente, a lo largo del Salmo: “Lava
del todo mi delito; limpia completamente mi pecado” (v.4).

Y, después de abrir un paréntesis en los versículos 5-8, en que el salmista


realiza una serena y severa autocrítica, retorna el escritor sagrado, a partir
del versículo 9, a la carga: con apoyo de metáforas, variadas y coloridas, en
que el salmista toma siempre una actitud “pasiva”, Tú en mí, implora la
acción salvadora de su omnipotencia sobre mi impotencia.

Derrama sobre mí, Dios mío, las aguas de todas las fuentes sagradas para
que yo quede puro como una criatura recién nacida. Insisto, no te canses:
vuelve a sumergirme en las aguas purificadoras de tu misericordia, lávame
una y otra vez, y verás cómo mi alma queda más blanca que la nieve de las
montañas (v.9).

Despierta en mí, Dios mío, todas las arpas de la alegría; pulsa las cuerdas
del gozo en mis entrañas más íntimas; los huesos humillados levanten la

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cabeza para entonar el himno de la alegría; mi alma que fue abatida por la
tristeza y la vergüenza, ahora, al ser visitada por la Misericordia, pueda
beber el agua fresca de la alegría (v.10).

Retira tu mirada de estas llagas coaguladas, o mejor, míralas con ternura,


tu ternura sanadora. De nuevo te pido: barre y borra las señales, las
cicatrices que dejaron en mí los quebrantos y las culpas (v.11).

Dios mío, toca la sustancia más lejana de mi ser, y realiza en mí una nueva
creación; Tú que todo lo puedes, repite en mí el prodigio de la primera
mañana del mundo: pon en mí una naturaleza nueva, recién salida de tus
manos; deposita en el nido de mi intimidad un corazón distinto, amasado
de bondad, mansedumbre, paciencia y humildad; y revístelo de una firmeza
de acero (v.12).
Por favor, no me expulses de tu patria, de la luz de tu mirada; no retires de
mí, por favor, tu mano consoladora y la asistencia de tu espíritu (v. 13). Un
día, mi Señor, la alegría, asustada como una paloma, huyó de mi casa;
devuélvemela, Señor; que ella regrese feliz a mis aleros para que mi vida
sea música a tus oídos; y no te olvides de poner en mis cimientos un
material noble y generoso (v.13).

Líbrame de la sangre, Dios mío, y de sus tiranías; líbrame de estas leyes que,
inexorablemente, me llevan hacia dentro y hacia el centro, donde está
erigida la estatua de mí mismo. Líbrame de las ataduras, cadenas y reclamos
de mi egoísmo, Tú que eres mi único libertador, y verás cómo mi lengua
suelta a los cuatro vientos el himno de la liberación (v.16).

Sé muy bien que un corazón arrepentido, pobre y humilde, Tú nunca


desprecias, Dios mío (v.19). Y lo único que puedo ofrecerte, el mayor
homenaje que puedo hacerte es creer por encima de todo en tu ternura, y
echarme en tus brazos reconocido y confiado.

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3.8
Autocrítica, liberación y testimonio

Notable. Una vez que el salmista, en los dos primeros versículos, implora,
con acentos conmovedores, la misericordia y, una vez que se siente seguro
de ella, lo primero que hace es una auténtica autocrítica.

Y por eso se salvó, porque la autocrítica es, tanto a nivel evangélico, como
psiquiátrico, el pórtico de toda salvación, así como, al contrario, la
racionalización es, también a todos los niveles, el pórtico de toda perdición.
Es, en efecto, la racionalización, verdaderamente, el pecado contra el
Espíritu Santo: no significa precisamente que no se perdona, ya que Dios
perdona todo (y perdonar es una fiesta para el Padre), sino que se da una
situación tal (en ese juego entre la gracia y la libertad) que Dios no tiene
nada que hacer.
***
Y, en los versículos 5-8 el salmista avanza, inexorablemente pero sin
masoquismos, hacia la profundidad total de una autocrítica descarnada.

Yo reconozco mi culpa, Señor. No tengo por qué avergonzarme, pero el


pecado está patente y evidente ante mis ojos como la luz del mediodía (v.5).
No racionalizaré, mi Señor, ni me disculparé. No hablaré del pecado contra
la comunidad. ¿Qué es la comunidad? Un ente abstracto. No hice nada
contra la comunidad. Lo que hice fue contra este hermano, y un juego sucio
y maquiavélico para que él nunca se diera cuenta de quién lo traicionó. Pero
este hermano es tu hijo; y si a mí me quieres tanto, a él lo quieres otro
tanto. Por eso, lo que hice contra este hermano, a Ti te dolió mucho. Por
eso, lo que hice contra el hermano, en realidad lo hice contra Ti, y solo
contra Ti. (v.6).

Yo sé que, si Tú y yo somos convocados a un tribunal para un careo, sé que


yo seré declarado reo, y Tú resultarás inocente (v.6).

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Peor todavía: mis raíces están podridas. Cuando inicié mi peregrinación en


el seno de mi madre, cuando todavía no había claridad en mi mente ni luz
en mis ojos, la culpa me envolvió como una noche oscura, y todavía estoy
en la noche (v. 8). La fragilidad me cubrió con un manto desde el primer
momento, y hago lo que no quiero, y no puedo caminar por las rutas de la
luz, y ni siquiera puedo moverme. Estoy maniatado e inmóvil, amarrado a
las cadenas de la impotencia. Infeliz de mí, ¿Quién me librará de esas
cadenas? Así nací, y así vine desde el seno de mi madre (v. 7).

Pero, a pesar de todo, en mi interior me inculcas la sabiduría (v. 8), sabiduría


que es una visión objetiva y proporcional de la realidad, sabiduría que me
dice que, si el volumen de mi pecado es como una montaña de granito, la
misericordia del Señor sobresale por encima de las cordilleras. Solo, pues,
con mirarte a Ti, mi Señor, me siento libre de la angustia y el horror, y puedo
respirar. Gracias.
***

Interesante. Desde el versículo 10 comienza a desaparecer el concepto y la


palabra pecado y, en su sustitución, aparece y resplandece la alegría.

Y no podía ser de otra manera. Los complejos de culpa pueblan de tristeza


el alma, una tristeza salada y amarga. Pero al despuntar la Misericordia
sobre el alma, al enterarse el hombre de que, a pesar de sus excesos y
demasías, no obstante, está cercado por los brazos de la predilección, y de
que la ternura, una ternura enteramente gratuita, inunda de perfume su
casa, eran previsibles las consecuencias: la tristeza desaparece igual que
desaparecen las aves nocturnas a la aclarada, y todo, los muros y los
recintos interiores, se visten de un aire primaveral, perfumado de gozo y
alegría.

Dios mío, mi alma se muere de nostalgia por aquella alegría que huyó de mi
casa; te ruego que me la devuelvas, Señor, para que yo pueda entonar el
himno de la salvación (v.14).

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En los versículos 15-17 el salmista sube a la azotea más alta para gritar a los
cuatro vientos la noticia de su salvación y las maravillas del Señor. No podía
ser de otra manera: allí donde hubo un acontecimiento, aquel que
experimentó algo, no podrá callar: hablará con la boca, con los gestos, con
un no sé qué, pero los alejados de los brazos de Dios serán informados y
retornarán al hogar del Padre (v. 15).

El salmista se transforma, pues, en un testigo, y su boca en una trompeta


para soltar a los cuatro vientos los prodigios de amor (v. 16). Tu amor,
Señor, romperá mis cadenas y cerrojos, me abrirás los labios, y mi boca se
transformará en un clarín de plata que resonará por encima de las colinas
para informar al mundo sobre quién es el Gran Libertador (v. 17).
***
Esta gesta de salvación, este magnífico drama del Salmo 51 acaba, como era
de esperar, en un desenlace de gloria.

Cuando los espacios interiores estaban habitados por la tristeza-vergüenza,


todas las tareas divinas como la plegaria, los ritos y las ofrendas, todo
aparecía a nuestros ojos cubierto de sombra. Pero ahora que hemos sido
visitados por la Misericordia y nuestras moradas se han inundado de luz,
desde este momento una nueva primavera resplandece por doquier, y el
mundo entero se cubre de un manto de gloria.

Ahora todo tiene sentido. La Eucaristía es un banquete; el rezo del Oficio


Divino, un festín; la vida consagrada, una fiesta de libertad; las dificultades
se asumen con facilidad; la existencia misma es un privilegio; la vida, un
himno de alegría; todo se ve diferente porque todo aparece revestido del
manto de Misericordia.

El largo y lúgubre lamento por el pecado se ha trocado en una danza de


júbilo por obra y gracia del amor nunca desmentido de nuestro Dios Padre.

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Retiro con los Salmos, Talleres de Oración y Vida

3.9
d) Lectura Rezada

Hacer una Lectura Rezada con el Salmo 51 (50), sintiendo con toda el alma el
significado de cada expresión, identificando su atención y emoción con el
contenido de las frases leídas. Después, deténgase en los versículos que más
le conmovieron y ore al Padre con palabras que broten espontáneamente de
su corazón.

Salmo 51 (50)

3
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
4
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
5
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
6
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
7
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
8
Te gusta un corazón sincero
y en mi interior me inculcas sabiduría.
9
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
10
hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
11
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
12
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13
no me arrojes lejos de tu Rostro,

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no me quites tu santo espíritu;


14
devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
15
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
16
¡Líbrame de la sangre, Oh Dios,
Dios, Salvador mío!
Y cantará mi lengua tu justicia.
17
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
18
Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
19
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
20
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
21
entones aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

3.10
e) Terminar orando el Padre Nuestro.

Hasta mañana, el Señor te bendiga y te guarde.

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