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LEOPOLD V O N R A N K E
PUEBLOS
Y
ESTADOS
en la historia moderna
Con un estudio de
C. P. G oocu
C, P. G ooch
FO N D O DE C U L T U R A ECO N Ó M IC A
M É X IC O
Primera edición» 1941
Primera reimpresión, 1979
Segunda reimpresión, 1986
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H IS T O R IA D E LO S
PU EBLO S L A T IN O S Y G E R M A N IC O S
de 149 4 A IJ3J
PRO LO GO
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PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS
3*
ya que tiene en su seno al papa; trata de exponer la división de este país, su
invasión por los franceses y los españoles, el colapso de toda libertad en alguno
de sus estados y en otros de toda soberanía, finalmente el triunfo de los españoles
y el comienzo de su dominación. Parte asimismo de la nulidad política de los
de los reinos de España y pasa luego a su unificación y a la_]uclni de las coronas
unificadas contra el infiel y en el seno de la cristiandad; esfuérzase por poner en
claro cómo de la primera surge el descubrimiento de Am erica y la conquista de
grandes reinos dentro de este continente y»_wbre_todo, cómo la. segunda crea^ la do
minación espanoIa~sobre Italia, A lcm anurv. los PaisesJBaios. E n tercer lugar, toma
como punto inicial el momento en que Carlos V III se lanza a la guerra contra
los turcos como campeón de la cristiandad y expone ¡as variables vicisitudes de las
armas francesas hasta llegar al día en que Francisco I, cuarenta y un años más
tarde, recurre a la ayuda de estos mismos turcos en contra del emperador. Final
mente, estudia las primeras manifestaciones de aquel antagonismo entre el partido
político que se form a en Alemania contra el emperador y el partido eclesiástico
que se crea en Europa contra el papa, y trata de allanar con ello el camino para
llegar a comprender de un modo completo la historia de la gran escisión abierta por
la Reforma. " Y áVpifk C a n a liz a r-,esta-escisión-mismar en-su primera trayectoria.----=
\xias cstTshístorias de las naciones latinas y germánicas y las demás que con
j , ellas se relacionan aspiran a ser comprendidas en su unidad por~eTpreieñíe libro.
Se ha dicho que ¡a historia tieñe”poFdmsÍoíT"eajHicÍár el pasado e instruir al pre-
sente en beneficio del futuro. Misión ambiciosa, en v crdad, qw este ensayo nuestro
no Se arroga. hjnestra pretensión, es más modesta: tratamos, simplemente, de
^exponer cómo ucurrieronj en realidad, das cosas.
Ahora bien, ¿por qué caminos ha sido posible explorar de nuevo todo esto?
lia base de esta obra, las fuentes de sus materiales, han sido toda una serie de
memorias, diarios, cartas, memoriales de embajadores y relatos directos de testigos
-KT^yñfqyiprdeTfwdTechos^ Sólo hemos recurridQ_3_fitra..clase_dtLescritos
I
los" casffí 'l?ir~que estos aparecían basados directamente en aquellos testimonios o
acreditaban, en una medida más o menos grande, un conocimiento original de los
mismos. A l pie de cada página se indica la obra de que se ha toraado algo, cuando
ésíTes” eÍ casó7~ É l métodorile iñvestígácTórT y los resultados críticos serán expuestos
en otro libro, t|u¿Iéncregarnós a las prensa.s a la pár que éste. ^
’~“Et"~propóritó y la materia determinan la fófrHz.-~Noes"'p6síblé exigir de uqa
historia ese desarrollo libre que la teoría, por lo menos, busca en una obra jaqptica,
y ni siquiera estamos seguros de que nadie pueda creer fundadamente haber descu
bierto semejante libertad en las obras de los maestros griegos y romanos. jNo c abe
duda de qué para él'historiador es ley suprema la exposición rigufosárile los hechos,
por m uy condicionados y carenteSTde belleza que éstos sean. O tra ley a que hemos
creídc7~dT liuestro deber someternos ha sido el desarrollo de la unidad y de la
traVector~ia"3 e los ~acontecummt~g5r~~Por eso;- en vez—de arrancar, ~Como ~tal ~v~cz"
pudiera esperarse, de una exposición general de las condiciones püolicas existentes
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PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS Í9
en Europa, lo que, evidentemente, habría dispersado, si no trastornado, el punto
de vista de nuestro estudio, hemos preferido, poner de manifiesto minuciosamente
lo que fué cada pueblo, cada potencia, cada individuo en el momento en que ese
0uefaí5T~es3 potencia o ese individuo -aparece en escena de uñ modo activo o con
un papel dirigente, sin perjuicio de que ya en páginas anteriores dé
vez en cuando referencia a él, y a que sería de todo punto imposible, en muchos
casos, raantener~completamente en silencio su existencia. D e este modo, podíamos
com^rendef iim ch o mejor, por lo menos, la línea seguida en general por todos
ellos,"HñrErayecroria, el pensamiento q u e lo s mueve.
^Finalmente, ¿qué decir del tratamiento" en particular, de este fragpiento
tan esencial de todo trabajo histórico? ¿N o parecerá, a ratos, duro, incoherente,
incoloro, fatigoso? Existen nobles modelos sobre el modo de tratar los problemas
históricos, modelos antiguos y algunos — no lo ignoramos— nuevos. Pero es lo
cierto que no nos hemos atrevido a imitarlos, pues su mundo era otro. Todos
ellos se inspiran en un sublime ideal: el de los hechos mismos, en su comprensi
bilidad humana, en su unidad y en su plenitud. Este ideal vale también para
nosptro^p£rtrxé~rHüy bien ctráfl~lejgs "estoy yo de él. Se esfuerza- uno por :dcan-
zarlo, aspira a ello; pero, a la postre, se da cuenta de que no lo ha conseguido.
Nadie debe, sin embargo, de desesperar. Lo ha dicho ...lacqbi: -la- humanidad, -que-
es, fundamentalmente, el tema sobre que versan nuestros estudios, la humanidad
tal y como es, es siempre explicable o inexplicable: esa.humanidad formada.por_la_
vícIa~de^os_mdiviUuosj de los linajes, de los pueblos, y cuyos derroteros traza
a veces~Ia- hiañó de DIosHqüe se~levanta sobresellos.
B O SQ U E JO P A R A U N E S T U D IO SOBRE L A U N ID A D D E L O S PU EBLOS
L A T IN O S Y G E R M A N IC O S Y SOBRE SU T R A Y E C T O R I A C O M U N
recayó con Carlomagno sobre los hombros de un germano. Finalmente, las na
ciones germánicas abrazaron también el Derecho romano. D e esta fusion surgieron
seis grandes naciones, en tres de las cuales: la francesa, la española y la italiana,
predomina el elemento románico, mientras que en las otras tres, la alemana, la
inglesa y la escandinava, prevalece el elemento germánico.
¿En qué se manifiesta y revela la unidad de estas seis nacionalidades, cada
una de las cuales se subdivide en diversas partes, qué jamás han formado üii estado
único y~que~Eañ gñcrrca3 o casi siempre lás- unas contra las otras? Las seis pmceden
del n i irnio tro iico o m u c stra il, por'To"menos, estrecha atinidad cle origen, profesan
costumbres a o alogas~y~sc rigen por instituciones en muchos aspectos^iguales. Sus
Tn^5íla5~iñteri6rés~Tiállanse"intimamente relacionadas y ~las~vemos compartir, lina
serie de grandes empresas históricas. El presente libro de historia, basado en esta
ideamsei4a--inconipfeixsíblé” 7 i no contribuyese a explicarlo una breve exposición
de estas empresas de orden externo que, habiendo nacido de la misma raíz espi-
ritual determinan la trayectoria común de la vida de los pueblos latinos y germá*I.
nicos desde suis Vilboreslias t a nuestros días.
Estás grandes empresas históricas son, fundamentalmente, tres: la jTilgración
de los pueblos, las Cruzadas y la colonización~3 e continentes extranjeros.
I. L a m ig r a c ió n de los pueblo s
* “Lex Flavü Recaredi Regís, ut tam Romano", etc., en Lsges Visigathorum, m, i. Hispan.
Illu str. III, 88. También en M a s c o v , op. cii., y M o n t e s q u ie u , De l’Eiprií des lots, * x v m , 2 7 .
* P l a n s ., Gesellscbaftsverfmsttng der cbristlichesi Kircbe, t. n , p. 96 ,
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mezclan y funden rápidamente, vemos que los anglosajones, enemigos mortales
de los britanos, no aceptan la religión ni la lengua de éstos, y otro tanto acontece
con ios demás pueblos germanos en su patria alemana y escandinava; pero tam
poco éstos pudierorTTustraerse, a la pos trc,“ al“ c r lstxánismo latino ni a una gran
parte de la c u ltura romana.
Entre los dos grandes grupos de este complejo de pueblos acabó estable
ciéndose una~estrecEaafinidad de sangre^ de religión, ü e instituciones, de costum-
bresj“ de mó3 o~ de pensar y de sentir. Supieron hacer frente en conjunto y con
fortuna nif!uenc 1.1 de Tos~püebios de una órbita cultural extraña a__la_suya.
De las naciones qué~cd5—3 íos~Eaf>Tan tomado parte en el movimiento de la mi-
gración de los pueblos, víéronse amenazados principalmente por los árabes, los
húngaros y~los eslavos^ algunos de_ÍÓ3 cuales .llegaron, incÍusGua...poner_en._peligro
su existencia. Pero los árabes fueron repelidos por el antagonismo absoluto de su
religión, a ios~Kún gatos ^fcs^uiecÓ~derTtrd'de~5US~frouteras Y los pueblos eslavos^
cottñdánfés acabaron siendo destruidos o sojuzgados.
¿Qué puede unir a ios individuos y a las naciones en estrecha afinidad, sino el
hecho de participar del mismo destino, de tener una historia común? Los sucesos
de esta primera época, tanto los interiores como los externos, revelan una umdad
casi completa. Las naciones germánicas^ dueñas desde el primer momento de vastos
territorios, pénense en marcha, conquistan el Imperio romano de occidente y afir
man además sIT dominación éñ'él súéleTque ya poseían. Hacia el año $30 las vemos
en posesión de todos los países que se- extienden desde las cascadas del Danubio
hasta la desembocadura del Rin y, al otro lado del mar, hasta el Tweed, así como
de todas las tierras enclavadas entre Hallin Halogaland y la Bética, a la que dieron
su nombre posterior los vándalos y, cruzando el Estrecho, hasta el punto en que
las montañas del A tlas descienden al desierto.
Nadie habría sido capaz de arrebatarles estos dominios si hubiesen perma
necido unidos. Pero su dispersión y él conflicto éntre la doctrina "reíigÍosá“'de~los——
arríanos y dé los ”catoTlcos^mpezarañ~T minar el Imperio vañdaíoi 17a “ perdida'
que poco a poco representó Iad estru cción del reino ostrogodo sólo en parte fué
reparada por los lombardos con su oeúpac ipn déTcatia, piiés“ lo~cicrto "es que'nunca- -
llegaron a posesionarse ~Mtalmentc de este p a í m u c h H ^ m c n ó s de Sicília y del
Ilírico,5 como los godos. Además, fueron precisamente los lombardos, al destruir
primero a los heridos y a los gépídas y ceder más tarde a un pueblo sármata sus
tierras heredadas y conquistadas * los que hicieron que se perdiese el Danubio hasta
cerca de sus fuentes. U na nueva pérdida fu é la del reino turingio, hecho con el
que probablemente se hallan relacionados de un modo bastante íntimo los avances
de los eslavos hasta el lado de acá del Elba.
El mayor peligro era, sin embargo, el que amenazaba por la parte de ios
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II. L as C ruzad as
TiT^rifK en la empresa de las Cruzadas. Alonso Ramón ofrendó a los genoveses una
hermosa joya en señal de gratitud por sus servicios y en la batalla de las Navas
de Tolosa pelearon en las filas del ejército de Alfonso el N oble muchos miles de.
hombres venidos del lado de allá de los Pirineos.20
Corrían parejas con estas empresas y estos progresos de nuestras naciones a lo
largo de las costas del Mediterráneo y en el sur de Europa en general otros que te
nían por escenario las tierras del N orte y que estaban informados por el mismo espi-
ritu. Lo primero que hizo aquel Sigurd Jorsalafar de que hablábamos hace- poco,"af
regresar de su expedicióñ7*füé desembarcar en Kaímar y"ób1igar a-los paganos de
Esmalendia, uno por uno, a abrazar la fe cristiana. Movido de las mismas m cene io
nes, partió Síñi Eríco con Torsuecos a guerrear llo
rar ah vErXloE!®mH matarse,en J a ._hataUa,_perp..^
ver a los infieles bautizarse en la fuente de Lupisala.
D urante la segunda Cruzada y obedeciendo a lo que se les mandaba en una
bula del papa Eugenio, se unieron los daneses, los sajones y los westfalíanos en uiia
expedición común contra los vecinos eslavos, resueltos a convertiriow L eastianism o
o exterminarlos.21 Poco después, pasó de W isby a Estonia, acompañado de merca-
deres_y_ártésanos, en viaje de predicación, el obispo Meinardo. Las tres empresas
riéronse coronadas por el éxito más halagüeño, si no mrnedTatamente al cabo de al
gún tiempo. Puede decirse que los eslavos desaparecieron casi totalmente del lado de
acá del Oder toda vTá~en l o s Y í é m ^ l l e
va~~poElación de Méclemburgo y liTPomeraníaT^e Brañdeburgo y la Silesia eran la
nobleza alemana, los "burgueses y los campesinos alemanes ;' desde cntonccs. vienen
desigñándoseTos pomeranios avanzados pura y simplemente con el"ñom bre de sajo-
nes.22 En 1248^ tras largas~íüchas, Finlandia pasó a ser un” país completamente
cristiano y sueco;23 fu é entonces cuando se establecieron los suecos a lo largo de sus
costas y en sus ciudades. Irradiando de la insignificante colonia de Y x k u ll, exten
dióse la dominación de los alemanes por toda Estonia, Livoma y Curlandia, y los
Caballeros de la Espada, orden fundada allí mismo, después de haber hecho una
desesperada defensa de cierta fortaleza contra los prusianos24 y de haber dado bri
llantes pruebas de su valentía, contribuyeron no poco a que fuesen llevados a aque
llas tierras en socorro suyo los caballeros de la Orden teutónica, quienes germaniza
ron por completo la Letonia. Los dominios de las dos órdenes, unidos, no tardaron
en abarcar desde D anzig hasta N arva. A q u í lindaban con los pomeranios, total o
parcialmente germanizados también por su sumisión al emperador y al imperio. En
50 “ Epístola Alfonsi VIH, ad Pontificem de bello", etc., en Continua!, belli saneti. Basilea,
i I 4 ? . P- * 4 « .
n A n selm o , Gemblaceitáis Abbatis Cbronicón. Pisior. i*
13 K a N z o v , Pomerartíit, i. I, p . 2.16 *
a ScHÓNING, en Nord, Gescb, de Serbtóxer, p. 4 7 4'
24 D usbukg , en Script. rer. Pruss, I, 3 J . (A . d. n. A .).
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*s o f Engtond, t. I, c , IX, p . 28
M Pasaje tom ado de G od ofred o DE V ig e o i S, en E ich h o rn , Gescbtcbte der Kultur und der
IJter*ivr der rteueren Europa, c* i f p . 82.
4« PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS
tuye n a nexo exclusivo de unión entre todas nuestras naciones. Los prólogos de la
W iltin a y de la saga de N iflun g confiesan que estas leyendas islandesas están calca-
das^EreTñnideiCis alemanes.27 N in fá n otro parido tuvo arte ni parte en ellas.
Pero no eran los caballeros solamente quienes guerreaban; tam bién la libertad
de las ciudades aparece revestida~de manto guerrero: su origen coincide en todos
nuestros pueblos con la misma, época, con esta de que es ramos tratando. Los pri-
merós^cónsuíes de los municipios italianos, elegidos por ellos mismos y cuya elección
es la base de todas sus libertades, aparecen en el año 11 oo, coincidiendo exactamente
con la primera Cruzada; y para que no haya lugar a dudas, los encontramos pri
meramente en Genova con m otivo de una expedición a los Santos Lugares. A lo
largo de nuestro período, van arrogándose todos los poderes de los antiguos condes
palatinos.28 Y a en n í a nos encontramos en Francia con la misma institución, con
la existencia de municipios libres, gobernados por escabinos y regidores de su propia
elección. Y así como el rey hace marchar a sus tropas bajo la oriflama, bajo el es
tandarte de San Dionisio — emblema que parece haber sido, en efecto, el origen de
esta bandera del reino— , los municipios despliegan en el campo de batalla sus pro
pias enseñas, adornadas cada una de ellas con la efigie de su santo patrono. En
C astilla, las ciucjades-tmian ask.nto_cn jas Cortes ya e n _ iié jí_graci^^_su_£oder
guerrero, y en la batalla de las ÍNÍava3 tueron ellas uno de los factores _nfl-Jnenos
importantes de la victoria castellana. Tam bién, las ciudades. Alemajjas,._£e..desarrollan
por la misma época hasta fo rmar alianzas independientes, a medida que el alcalde
se convierte en autoridad libre, y a u tó n ogj¿I£ I^ ÍgjE ^ ^ u O lG on IlIaiiü d as-a-O C U f
par s n sitial en el par!emento las ciudades—inglesas-ji— Ln. GnLLmdi'.i, 'jobre suelo
sueco, florece la de W isby. E n una palabra, con las órdenes de caballería y las C ru
zadas ganan terreno de norte a sur, en todas las naciones latinogermanicas^ la liber
tad y la~ímportanciá~de las~cmdades.
~~Y á s í corno nuestra poesía peculiar parece ser nn patrimonio del espíritu caba-
lleresco, asi nuestra arquitectura genuina parece ser un Truto de las ciudades.
D urante esta misma~época supera las formas de los tejados planos y déTsemicírculo
para alcin zarilq u el béllo 'cqmlibrio del estilo ojival que brilla cñ ét portal de li ca-
tedral deTistrasburgo, en^l~coro de la de Colonia, en la torre de la de Friburgo, en
toda la iglesia de Marburgo — construida en i * 3 í — y ea ^as catedrales de Siena,
Rouen y Burgos.
N inguna otra nación puso su mano en las instituciones caballerescas ni en el
desarro!fo~dc Ías~ciu5 ades.^Toda7 ía en i jo O v e m o sc o m o Icis rusos piden que se
les envíe a Moscú un caballero, lo que ellos llaman un hombre de hierro; y al verío,
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lo admiran como si estuviesen ante algo portentoso. Las puertas de la catedral de
Nóvgorod fueron obra de maestros raagdeburgueses.
Digamos dos palabras acerca de otro fenómeno. A sí como el movimiento de
la migración de los pueblos fué acompañado por la formación del pontificado y del
imperioTlas Cruzadas estimulan la lucha entre estos dos poderes. N o se trata ex-
clusivamente~de una contienda entre el emperador y el papa, sino que la lucha se
prQ^ctir^ÍsiB'lHñffite 7 sb'Bre'“cuantos profesarTTiTeTomana. Encontramos, además,
una completif'analogía con este conflicto, así en cuanto a los intereses de los con
tendientes como en So tocante a! carácter de sus armas, en la disensión que estalla
entre Tomás Becket y el rey Enrique II de Inglaterra; ambos príncipes aparecen
abados, como lo están también ambos poderes eclesiásticos^ Y "eL conflicto aíétrta,
en mayor o menor medida, a todas nuestras "naciones. Federico~I~IIevaba "a suecos en
el ejército con que marchó sobre Italia en "TF5 8;:y¿ fueron principalmente íos~di
neros ingleses los que permitieron a los papas íucharconrra NapoIes~y las historias
de Conradino se hallan íntimamente enlazadas con Has condiciones interiores" 3 e
C astilla;33 Carlos de Anjou que puso fin a estas guerras, era hermano del rey de Fran
cia,_
Las luchas intestinales no podían por menos de trastornar las guerras libradas
en el exterior. Por algo Federico I, en medio de sus campañas italianas, sentía la
nostalgia del Asia y decía que las energías derrochadas en aquéllas habrían procu
rado a sus armas, en aquel continente, mayor fama y mayor fortuna.31 También
salían desgarrados de ellas los poderes interiores; el papado equivocábase al creer que
había salido fortalecido con la caída de los Hohenstaufen; aún no habían transcu
rrido cuarenta años desde la muerte de Conradino y caía prisionero de los reyes de
Fránciar'STtl que "al salir- ifcf’LTTuriverio volvieseis recobrar el poderío y el esplendor
del viejo poñtrficádó, Y~ñfa^imA~d'é~nu5sti:ás~niciones, ni una sola, quedó a salvo
de esas influencias.
~ Deis períodos cabe distinguir en estas empresas de orden externo; uno, en oue
se acometen con toda la lozanía de lo que alborea y en que su idea domina todos
los espíritus; el segundo es el período de la prosecución, de las repercusiones, de los
resultados. Ya en el movimientd" 3 e"Ta migra'Cfó'rrndc'_ttTS'''pTTt;h'Iós se destacan estas
dorjaseTXTitfiñera v istF lSaS~el^crj'crTVezudD7^pEnrTfriá?TdrüzatE5"casfie vc esto
con mayor claridad todavía.
ÁT sobrevenir la decadencia de los dos grandes poderes y a medida.-que en el
transcurso de los siglos x iv y xv7TL¡e~wifr¡añdose poco a poco el interés de las gen
tes por lo que ocfírría~ 3 e"Tronteras afuera, escaljó_en el interior de nuestras nacio
nes, por decirlo así, una guerra general de todos contra todos, Y hasta podemos
afirmar qui=Lét~flívofcio y la lucha adquirieron formas especiafmen're' viólentasheñtre-
los más afines. Provenzales y catalanes, gente de un mismo tronco, viéronse envuel-
tos en una hostilidad que habría de durar varios siglos por las pretensiones de sus
príncipes respectivos, de las casas de A njou y Barcelona, sobre el reing_de N á g oles.
Portugal había empezado siendo” un feudo de la coronad de Castilla f al extinguirse
esta reTaeioíi de vasaliaje, abrióse entre ambos pueblos un abismi^insoiidablg ^de
odios, alioñHádo por eF orgullo de castelianos^~portugueses. Y no sc B e s tq , sino
que las ¿Acciones deToTÑúñez y los Gamboas extendiéronse a toda E sga_ña_y B d jv i-
dieron~eñ dos bandos: sólo de v e t en cuando se daba tregua a i^ g u e r r a ^ iv iíe s
— por lo generaf"sucedía~a la inversa— para guerrear contra losm oros. La con
tienda entre güeifos y gibelinos, cuyos nombres no es de creer que fuesen antcno-
réTTTñrprTmeros años del siglo ¿ i ? 5 sembró en Italia una discordia que mantenía
a lo ^ á ^ e ílilir a é r ú ñ iaoTThidad por ciudad y hasta podríamos decir que^casa^por
casa.
' Las desavenencias entre las casas reales, que no recaían ya, como antes, sobre
unos cuantos- feudos simplemente, sino sobre la misma corona, encendieron las mas
vÍ7it-p-?ií-a~irrit-- las rjnerras en Inglaterra V en Francia ; Francia~VÍ05é desgarrada por la
acción- de las armas inglesas y la existencia de un gran partido anglofilo dentro del
país; 'luegoríSeTngféterra B que se dividió en dos bandos bajo los signos de la rosa
roja~y la rosa blanca. N o menos violenta fue la lucha entablada en Alemania entre
unos y otros pueblos, unoT ^ otros’ linajes. La hostilidad entre suabös y suizos, ra
mas ambas deí tronco ala-mán, llegó a ser mortal. Austríacos y bavaros son fam i-
Iias de la misma sangre, pero la batalla de M ühldorf rev3 aTiasta qué punto llega
ron a olvidarse dtTeltó. La hrancoñía vTóse desgarrada por conflictos de carácter
caballeresco y religioso. Guerras de sucesión, contiendas armadas de hijos contra
padres, luchas fratricidas asolaron la Turingia y las tierras de Meissen. E n Bran-
deburgo y la Pomerania habíanse instalado los colonos sajones, pero las ambiciones
de los príncipes brandeburgueses sobre los territorios pomeranios sembraron la dis-
cordia eiitrc elte^ y^ n ~ las“crómcas"de^la^PoineráhÍa''veiííos como scdhabla siempre
con aversión deTEaBitari te~d^läs~ Maroäiu
Añádase a todo lo dicho la rebelión de los príncipes contra el poder real y ds
los habitantes del pais~coñtfá~el^“poder'de'l o s f e -
jurisdicción del ' impen'o''el caballero se lev a n ta contra Las ciudades y en las ciuda-
desiosgrem 'ios se rebelan "contra Tos linajesl N o pocas veces se pone en juego la
misma corona. Y vim os cómo pelean publicamente, no solo ios pueblos y las na
ciones, los estados o los góEcrnOs," sino"también los linajes, las corporaciones y lo.;
individuos, cómo cada cual defiende y pretende afirmar sus intereses con las armas
en la mano y por los medios que tiene a su alcance.
Parece que, en estas condiciones, habría de ser poco menos que imposible m an
tener en pie la unidad- de un fem óí’ ciiañfó más las cid conjunto de nuestras nació*
líes. Pciodos partidos jdlas- facciones no sólo separan; también unen. Las guerras
angio^francesas sobre todo repercuten saludablemente en las nemas condiciones de v i
da y las aglutinan. N o parece haber nada más alejado que el levantamiento de
“ M raA T O T !, D e Guelfis t i Gibelim , Antiquität. Ital., t. tv , pp- fio ?, fio*.
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PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 5*
los escoceses oprimidos contra los ingleses y la lucha reñida entre Alberto y A dolfo
en tom o a la corona de Alemania. Y , sin embargo, existe una estrecha afinidad
entre la batalla de Cambus Kenneth, en que sucumbieron los ingleses, y la de Ha-
senbühel, en la que cayó A dolfo, libradas ambas en 1298: Alberto apoyábase en
una alianza con los franceses y, a través de ellos, con los escoceses; A dolfo era
aliado de los ingleses. En ambas batallas salió derrotado el partido anglofilo de Eu-
ropa. La contienda entre Luis de Baviera y Carlos de Luxemburgo en torno a la
misma coFoña alemana no se dirimió tanto en Alemania como en la batalla de
Crcssy^ E n vísperas de ella, Carlos fu é elevado al trono en medio de gran_espléiídóf '
por cuatro principes electores; después de dicha batalla — de la que salió derrotado
su pártidó. él fráncés™ , lo vemos ir corriendo a refugiarse en Bohemia, perdido
ya todo su prestigio y toda su fuerza,Ym entrás Luis recibe solemnemente a tos ^mi-
bajadores ingleses/8
E n interés de estas dos facciones y con su ayuda primordial guerrean Pedro el
Cruel y E nrique~de~'í"ráscimára^por la corona de Castilla. Y como la codicia de
Pedro obíigo"al principe negro que le ayudaba en la guerra a aceptar el foagio, que
sembró el descontento entre sus vasallos,37 trayendo consigo la decadencia del poder
de los ingleses en Francia, mientras Enrique vencía en España con ayuda de...los.
franceses, puede decirse que fué en Castilla donde la estrella inglesa declinó. Y es~
tos sucesos aparecen entrelazados por medio de otros hilos con acontecimientos que
tienen por escenario nolan da y Giieldres, Ajragón y la Cerdéná, Venecia y Genova.
Todo lo c u a lh a c e pensar qué n q h a y ra z o n e s para creer en ese aislamiento de los
pueblos en la lidad Media, de que tanto se habla._
Vemos también cómo cruzan por ellos los grandes movimientos espirituales,
que atestiguan su unidad interior. Hacia el año 1 1 3 o manifiéstase, casi como en
nuestros d ías, un anhelo general de nuevas constituciones. Recuérdese que fué por
entonces (en 1347) cuando Cola di Rienzi, el gran agitador italiano, puso en prác
tica en Roma lo que él llamaba el buen gobierno de los tiempos antiguos, es decir,
una especie de régimen republicano, cuando (en 1336) los plebeyos y el dux de Ve-
necia se confabularon contra la nobleza para restaurar en una noche de San Bartolo
mé sus antiguos derechos y cuando (en 1333) la primera asamblea por estamentos
reunida en Francia prometió vivir y morir con el rey, pero sin dejar por~ello de
restringir los derechos de la corona, cuando otra exigió que se implantasen reformas
y entregó al rey una lista de veintidós encumbrados personajes que debían ser des
tituidos y una tercera inició uña com pletarevolucióa y obligó al delfín a colocarse
en la cabeza el gorro frigio rojo y verde.38 Estos movimientos fueron todos contra
rios a la ley y transitorios.
Otros, producidos por la misma época, mantuviéronse dentro de límites rae-
** A lb e r t o A k g e n t i n e n s e , e n U r i í n í o , u , 1 3 9 .
aí Le premier volrtme de M estire jeban Froissart, i. 13 fi.
“ V íi.r.A R £ T , Hitioire de F r e n e ? , t . ce desde p . 1 4 7 .
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS
nos ambiciosos y alcanzaron resultados más duraderos. En Aragón alzóse {en 1548),
en vez del poder violento de la Unión, el prestigio legal del Justicia.39 Los repre
sentantes del pueblo de Inglaterra pugnaron por vez primera (bajo Eduardo III)
porque se estableciera la responsabilidad de los consejeros del rey, y probablemente
fueron también los movimientos espirituales análogos a éstos los que movieron a
Carlos IV de Alemania a dictar (en 13 jó ) la que durante varios siglos habría de
ser ley fundamental del imperio, la Bula Dorada: por lo menos, en esta época sur
gen en Braunschweig, en Sajonia (1350) y en otros territorios las primeras agru
paciones de las comarcas para formar dietas regionales.40 ¿Quién puede pensar que
todas estas coincidencias fueron puramente casuales? N o, es indudable que el des-
arrollo común de nuestras naciones tenÍ3-qne_hacer-surgir„en_..elfas,..necesariamente,
las mismas ideas y análogas iratitttciones,.___
“ ErTmedio de estos movimientos seguía pensándose, del mismo modo que reper
cutía aún de vez en cuando el viejo conflicto entre el papa y el emperador^en el
oriente y en una empresa general y común contra el infiel. Estos pensamientos
eran estimuIadoiTno pocas veces por el papa, a_la par que las novelas, los cuentos,
las leyendas y los libros de consejas populares alimentaban y expresaban la corriente
general del espíritu y su nostalgia de esa empresa. Los paztoreaux f r anceses e ingle
ses del siglo x iv creían que ía conquista"efe~Ios Santos LugarelTdebía ser obra de
pastores y labriegos e incitaban a las gentes del campo a enrolarse^enja^nueva C ruza
da;41 todavía aTmer~der~siglo x v, en 1480, lucían muchos vecinos de Parma una
cruz roja sobre un hombro, como signo de que se Habían juramentado para tomar
parte en la lucha contra los paganos.42 Y la idea de las Cruzadas mantúvose viva
sobre todo en España y Portugal, donde la guerra contra ios moros proseguía a in
tervalos, hasta que por últim o se tradujo en un ataque contra las tribus africanas.
III. L a c o l o n iz a c ió n
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PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 5i
por ir dirigidas contra paganos y no contra mahometanos, renuevan más bien la
idea de las Cruzadas nórdicas; todo el estatuto 'jTTidicd 'd T la c'oñq'uiTa se reduce á
una donación del' papá y á TaTleclaracIón de que “ el enemigo jdebe ser convertido
al cristianismo o exterminado” .5*- Tam bién aquellos campesinos a quienes Bartolo
mé dé las CasalTpretenciía llevar en expedición pacifica a Ctmianá.Jncían todos ellos
una cru z roja como emblema.4®
En reafidad, tanto en España como en Portñgal, la emigración de los pueblos,
las Cruz»dasy~Ia colonización són^oñro'u n gran" m ovim ientoTe trayectoria ciolio-
rerite. A q uelTTe st él arde ’' po b Iaclones que va desde“ las~montañas de Asturias hasta
las costas andaluzas y afncanas y que «KtiVía en i 507 ^ej^uñüjaíóitt en"Ahüería y
otro, en 1512, en Oran, es trasplantada ahora al mro lado del__océano.4a D e nada
se enorgullecen ta n to lo s" españoles como de haber poblado los territorios por_ellos
conquistados, no con pueblos bárbaros, pues así los llaman ellos, sino con los hijos
y descendientes de ilustres casas de Castilla.47 Los cinco millones de hombre; blan
cos que viven en aquellas tierras sonverdaderos españoles. U n millón de portugue-
ses mora en el Brasil; y aún hoy puede distinguirse perfectamen te el contingente
no menos grande d e í n jo T d eT o r tugal asentados en las costas africanas y en las de
las Indias Orientales, T an copiosas colonizaciones constituyen verdaderas emigra-
ciones de pueEIos7~~
La otra idea que dió vida a la colonización y que ésta comparte con las Cruza
das es la difusíün iie! cristianismo. La tercera es propia y peculiar de ella y cons
tituye uno de sus rasgos distintivos: nos referimos a la idea del descubrimiento de
un nuevo mundo, quedes de por sí uno de los más grandes pensamientos que hayan
cruzado por la mente humana Jr que hayan surcado la tierral" Esta "idea fúé hiitnda
y estimulada por el hambre de especias de la India, por la codicia del oro de Am é
rica, por la apetencia de perlas~3 e los mares ignotos y por el interes del comercíol
Huelga poner de manifiesto la participación general de nuestros pueblos en
todas estas empresas (la de los italianos, por lo menos, en el descubrimiento) ; como
huelga también dedicar muchas palabras a demostrar que fue atributo propio y ex
clusivo de ellos. Otras naciones han tenido algún que otro contacto con esta clase
de afanes, no cabe duda, pero persiguiendo en realidad misiones diferentes.
Nada revela mejor la unidad de un pueblo que una empresa común. ¿Podría /
haber nada que demostrase mejor que esto la amid ad y "Ia c ohe 5i ón~"cíc varias" nacio-T
nes como lasnuestras ? Las empresas de que aquí hemos"~KaEÍ3do7~empresas que se
extienden a lo largo de muchos siglos, son coinmTes a codos- ellos.—Sirvcn de nexo---
de u n ió n d e ambos elementosTdedos pueETos yU T Ios tiémposT- Son, si vale la frase,
como tres grandes alentadas de estajm ión incomparable de naciones.
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SOBRE LAS EPOCAS E N L A H ISTO RIA
C O N F E R E N C IA P R IM E R A
In tr o d u cc ió n
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JS LAS EPOCAS E N LA HISTORIA
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LAS EPOCAS £ K LA HISTORIA 59
dominante, y el progreso no consiste en otra cosa sino en que cobre cuerpo en cada
periodo histórico un cierto movimiento del..espíritu humano que destaca ora una
tendencia ora otra y se manifiesta en ella de un modo peculiar.
Quienes sostienen, en contradicción con el punto de vista aquí mantenido,
que este progreso consiste en que la vida de la humanidad vaya potenciándose a lo
largo de las épocas y en que* por tanto, cada generación sea superior en un todo a
la que la precede, lo que vale tanto como decir que la última de ellas sería la pri
vilegiada y que las anteriores no harían otra cosa que prepararle el terreno y alla
narle el camino, atribuyen una gran injusticia a la divinidad. Estas generaciones
mediatizadas, por decirlo así, carecerían de toda importancia sustantiva; sólo val
drían, de ser eso cierto, lo que valiesen como puentes o escalones para la generación
siguiente; no mantendrían ningún contacto directo con la divinidad. Esto no pue-S
de admitirse. Toda época tiene un valor propio, sustantivo, un valor que debe
/
buscarse, no en lo que de ella brote, sino en su propia existencia, en su propio ser.
Es esto lo que da a la historia, y concretamente al estudio de la vida individual
dentro de ella, un encanto especial, lo que hace que cada época deba ser considerada /
como~ algo con validez propia y que encierra un interés sustantivo innegable par?
la myisLqJación.
Por consiguiente, el historiador deberá fijarse, fundamentalmente y por enci
ma de todo, en el mqdo de v ivir y de pensar de los hombres de un determinado
período; si lo hace así, verá que, independientemente de las grandes ideas inmúta-
b!ci"_y eternas,~poF ejeinplo de la idea moral, cada ép ocrT ieñe~m~Téñdéncia~éspécl-
fica y su ideal propio.
Ahora bien, aunque cada época tenga de por sí su propia razón de ser y su
propio valor, esto no quiere decir que haya de perderse de vista lo que de ella brota,
lo que lega a la posteridad. Por eso, en segundo lugar, el historiador debe observar
también la diferencia existente entre las distintas épocas, para llegar a comprender
la necesidad Inferior de su entronque y sucesión. Desde este punto de vista, es in
negable la existencia de cierto progresoj~pefo nó nos atreveríamos a afirmar que este
progreso se presente en línea recta; más exacto sería representárselo como un río
que va abriéndose paso a su modo por” entre los obstáculos que tratan de cerrarle
el camino. La divinidad — si se nos permite emplear esta expresión— , como no
conoce el concepto del tiempo, abarca con su mirada toda la humanidad histórica
en conjunto, sin establecer en ella diferencias dé valor! N o puede negarse que la
idea de la educación del género humano tiene 'cierta razón de ser; pero ante Dios,
todas las generaciones de la humanidad son iguales, tienen idéntico valor, y ese debe
ser también el punto de vista del historiador.
Sí cabe admitir un progreso incondicional, una curva ascendente clara y ma
nifiesta, hasta donde nos es dado seguir el curso de la historia, en lo que toca a los
intereses materiales, entre otras razones porque todo retroceso operado en este terre
no lleva aparejada una enorme conmoción. Claro está que también las ideas mora
les pueden progresar en extensión; así, por ejemplo, puede afirmarse, refiriéndonos
6o LAS EPOCAS EN LA HISTORIA
a lo espiritual, que las grandes obras de la literatura y ei arte son conocidas y go-
zadas hoy por mucha más gente que en otro tiempo; pero sería ridículo tratar de
superar la personalidad de Homero en la epopeya o la de Sófocles en la tragedia.
D iá l o g o
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LAS EPOCAS EN LA HISTORIA 6I
preguntarse si al elevarse el individuo a un plano moral cada vez más alto, no abar-
cara también este progreso a toda la humanidad.
Ranke. El individuo muere, pues su existencia es finita; la humanidad, en
cambio, tiene una existencia infinita. En lo m aterial admito un progreso, pues aquí
lo u no engendra lo otro; no asi en lo moraf. A mi modo de ver, la verdadera gran
deza moráF^Tcáda generación es igual a la de las otras, sin que en punto a la gran
deza moral existe ninguna potencia superior; así, por ejemplo, no podríamos nos
otros superar la grandeza moral del mundo antiguo.: Ocurre a veces, e incluso con
frecuencia, en el mundo del espíritu, que la grandeza intensiva se halle en razón
inversa a la extensiva; basta comparar nuestra literatura con la de los clásicos.
E l rey.— ¿Pero, no debemos suponer que la providencia, sin detrimento del li
bre albedrío deí hombre, ha trazado a la humanidad en su conjunto cierta meta
hacia la que aquélla se encamina, aunque no sea por la violencia?
Ranke.— Es esa una hipótesis cosmopolita, no susceptible de demostración his
tórica, Tenemos, por ejemplo, la profecía de la Sagrada Escritura según la cual
llegará el día en que sólo habrá un pastor y un rebaño; pero, hasta hoy, no ha re
sultado ser éste el rumbo dominante en la historia universal. U n ejemplo de ello
nos lo ofrece en la historia de! Asía, que después de épocas de esplendoroso floreci
miento, ha vuelto a caer en la barbarie.
El rey.— ¿Pero no es hoy, a pesar de rodo, mucho mayor que antes e¡ número
de individuos que han alcanzado un nivel moral superior?
R snke.— Lo concedo, pero no en el terreno de los principios, pues la historia
nos enseña que existen pueblos reacios a la cultura y que, no pocas vecesr las épocas
anteriores revelan una moral más alta que las posteriores. Por ejemplo, la Francia,
de mediados del siglo x vn era una .nación m ucho más moral y culta que la de fines
del xvin. C ab eaE ñ n ar, como queda “dicho, una mayor expansión deH aFIdeallno-
rales, pero sólo dentro de determinados círculos. Desde un punco de visca general
humano, admito como probable que la idea de la humanidad, que históricamente
sólo aparece representada en las grandes naciones, vaya incluyendo poco a poco a la
humanidad entera, y en ello habría que ver un gran progreso moral interior. La
historia no se opone a esta concepción, pero tampoco la revela. Debemos guardar
nos, sobre todo, de erigir esta concepción en principios de la historia.
Nuestra misión consiste en atenernos a nuestro objeto.
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LAS EPOCAS E N LA HISTORIA 63
cho que los tiempos posteriores hayan podido enriquecer el acervo de las experien
cias y los intentos políticos. La política dentro de la que hoy nos movemos se basa,
naturalmente, en situaciones históricamente dadas. Problemas como los de la mo
narquía constitucional o la monarquía por estamentos, etc., tienen, desde nuestro
punto de vista, absoluta razón de ser, pero siempre en relación con las situaciones
dadas; a nadie se le ocurriría afirmar que la idea de la monarquía lleva ya ím plíci-
ta la de los estameriLos. Por tanto, lo único en que los tiempos pos refieras aventa
jan a los muevieres es en que disponen tic u'n mayor acopio de experiencias, en ío
que a la vida'pulí tica se refiere. Tam poco podría resolverse por medio de la ciencia
un problema como el de la soberanía del pueblo o la soberanía del príncipe, que
sólo puede ser resuelto por la vía histórica, como resultado de las luchas entre los
partidos.
Pues bien, lo que dejamos dicho de la política es también aplicable a la histo
riografía. Nadie podría, como queda dicho, tener la pretensión de superar la gran
deza de T uc íd íd escom ohistoriad or; en cambio, sí puedo tener yo mismo la pre-
tensión~3 e~aportar a la' histofiogH fjTTlgd"que los antiguos no aportaron ni podían
aportar, pues no eñ v ario nuestra historia íluye" con mayor caudal que la ¿^aquellos-
tiempos: aparte de que hoy nos esforzamos cu-incorporar a' la'historia otras poten-
cias que abarcan la vida entera de los pueblos; procuramos, en una palabra, enfocar
lambistona corno- unidad.
C O N F E R E N C IA D E C IM O N O V E N A
L a r e v o lu c ió n n o r t e a m e r ic a n a
¿Cómo explicarse que surgiera dentro de este nuevo mundo una nueva po
tencia, y dónde ocurrió esto por vez primera? O currió en el continente de Am éri
ca, al emanciparse de Inglaterra sus provincias norteamericanas. Ahora bien, ¿cuál
fu é la idea que presidió esta emancipación? ¿ Y cuál la abstracción que de ella tras
cendió a Europa?
Recordemos a este propósito que, después que hubo cobrado tan gran poder
en Inglaterra el principio germánico-marítimo y el parlamentario, este país esta
bleció en Norteam érica colonias propias frente a las antiguas colonias españolas.
Pero la mayoría de éstas fueron fundadas en oposición a la antigua tendencia-in
glesa, casi todas por elementos eclesiásticos, católicos y.-proresrint-T, sennradna dr
la iglesia anglicana imperante en el país. Esta inmigración fué creciendo sin cesar,
y con a y u d a re efla, en el siglo xvm , conquistaron los ingleses el Canadá, que había
sido hasta entonces una colonia francesa.
Gracias a todo esto el principio germánico-protestante se impuso también y
alcanzó inmensa importancia en Norteamérica. Era ésta, en realidad, una coloni
zación anglo-protestante, que venía a representar, en cierto modo, una protesta
LAS EPOCAS EN LA HISTORIA
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co n tri la metrópoli. Las cosas, en Norteamérica, marcharon bien mientras en In
glaterra imperaron los principios de los whigs; pero, al subir al trono Joige III, los
■ whigs fueron derrocados y ganó el poder un nuevo ministerio tory, el cual no en
tendía tan bien los negocios como sus antecesores ni mantenía relaciones tan estre
chas y cordiales con las supremas autoridades de las provincias norteamericanas.
A este nuevo ministerio, preocupado por restaurar las quebrantadas finanzas
de Inglaterra, no se le ocurrió recurso mejor para conseguir sus propósitos que im
poner una serie de cargas fiscales a las provincias norteamericanas, cuya prosperidad
iba constantemente en aumento. Y aun habrían podido las colonias de Norteamé
rica someterse a esta exigencia, si Jorge III no se hubiese encontrado, como rey, en
una situación completamente distinta de la de todos los otros principes de la época.
El monarca inglés' hallábase vinculado al parlamento, y todos los impuestos de
bían ser previamente aprobados por esta institución. Los norteamericanos, en vista
de ello, proclamaron la siguiente tesis: el parlamento sólo puede autorizar impuestos
en nombre de quienes están representados en él; por tanto, las provincias de N orte
américa, por no tener representación parlamentaria, no podían ser obligadas al
pago de impuestos.
Com o se ve, la oposición que los norteamericanos hacían al pago de impuestos
a la metrópoli no iba dirigida tanto contra la monarquía como contra el régimen
parlamentario vigente, ya que desde el punto de vista norteamericano el estatuto
parlamentario descansaba sobre el principio de que a nadie se le podía despojar de
su propiedad sin causa fundada. En torno a esto se suscitó una enconada polémica
sobre los fundamentos de la constitución política de la metrópoli y sobre si tenia
o no carácter representativo. Los norteamericanos mantuviéronse impertérritos y
el rey y su parlamento, exigieron que las provincias de Norteamérica pagasen, por
lo menos, los impuestos relacionados con el comercio exterior, sobre las importa
ciones de té, vidrio, etc. N i siquiera esta exigencia fu e satisfecha por los norte
americanos, quienes empezaban a sentirse ya conscientes de su fuerza. Cerrando
filas en defensa de sus intereses, disponíanse incluso a sacudirse las restrccioncs co
merciales que les venían siendo impuestas por los ingleses.
Por aquel entonces, habían conquistado ya los ingleses gran parte de la India,
y la existencia de la Compañía inglesa de las Indias Orientales permitíales obtener té
a bajo precio. Impusieron a este género un impuesto de exportación y exigieron que
los norteamericanos lo pagasen con este recargo, el cual, sin embargo, no hacía
subir el precio de la mercancía a más de lo que antes se pagaba por el¡a. Pero los
ánimos, en las provincias de Norteamérica, estaban ya soliviantados y al desembar
carse un cargamento de esta hierba aromática surgió en Boston la famosa revuelta
del té, que fue, en realidad, el primer acto de franca rebelión contra la metrópoli.
Las noticias de ella produjeron en Inglaterra gran disgusto e indignación; el rey
ordenó que el puerto de Boston fuese bloqueado y que se empleara la violencia para
hacer entrar en razón a los norteamericanos. En vista de que el monarca y el
parlamento se coaligaron estrechamente ante el peligro, el movimiento norceamen-
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LAS EPOCAS EN LA HISTORIA 6j
cano fué dirigido también, a partir de ahora, contra la corona e inclinándose cada
vez más a los principios populares de la constitución inglesa.
La guerra estalló en 177J. Pero jamás habría podido mantenerse si los norte
americanos hubiesen permanecido bajo la dominación de Inglaterra. Sucedió en
tonces algo verdaderamente memorable y que encierra una importancia extraordi
naria para la historia del mundo: los norteamericanos abrazaron la tendencia
republicana. Pero no como lo hicieran en su día los holandeses, conservando una
forma de gobierno aristocrática. N o; los norteamericanos fueron mucho más allá:
declararon que no se hallaban ya obligados, individualmente, por las leyes vigentes
en Inglaterra. Apoyáronse en los aspectos de la constitución inglesa en que ésta da al
gobierno un carácter puramente representativo y cada cual se creyó autorizado a
resistir a un gobierno en que no se hallaba representado. D e esta idea de la repre
sentación a la república no había más que un paso, el cual no tardó en darse. Sur
gió asi una lucha entre estas dos corporaciones y la nación inglesa, que era, en el
fondo, la lucha entre las tendencias realista y democrática, im plícitas ambas en la
constitución de Inglaterra.
. . . El conflicto habría podido resolverse perfectamente por la vía pacífica si
ambas partes no se hubiesen aferrado apasionadamente a sus respectivos derechos.
Es dudoso que los norteamericanos, por sí solos, hubiesen estado en condiciones de
hacer valer sus pretensiones; pero encontraron apoyos en Europa, sobre todo el
de las potencias gobernadas por los Borbones, comenzando por Francia y España.
Estos países sentían, sobre todo en lo tocante a la política naval, una profunda
hostilidad contra Inglaterra, de la que habían sufrido muchísimo en la Guerra de
los Siete Años. Decididas a desembarazarse por todos los medios de la supremacía
inglesa por mar, aprovecharon la excelente coyuntura que les brindaba aquel con
flicto planteado dentro de la nacionalidad anglo-sajona y tomaron abiertamente
partido por la rebelión norteamericana, sin pararse a meditar en medio de su pasión
que todos los gobiernos se basaban en el mismo principio de legitimidad contra
el que asestaban sus golpes las provincias de Norteamérica. E n los años 1 y j 6 , 1777 y
1:778 viéronse los norteamericanos casi al borde de la ruina. Hasta que, por fin,
gracias sobre todo a la ayuda que, por odio a Inglaterra, les prestó Francia por mar
y por tierra, lograron que su causa triunfara e impusieron en la paz de Versalles
el reconocimiento de su independencia como estado.
D e este modo, ál apartarse del principio constitucional vigente en Inglaterra
para instaurar una nueva república, basada en el derecho individual de cada hom
bre, los norteamericanos dieron nacimiento a un nuevo poder; las ideas, como es
sabido, se abren paso con mayor rapidez cuando logran una determinada represen
tación: la que a esas ideas corresponde. A sí surgió y fué ganando autoridad en el
mundo latino-germànico la tendencia republicana. La monarquía tiene que agrade
cérselo a la estupidez de los ministros de Jorge III de Inglaterra. 1
Ahora bien, ¿en qué consistía esta república norteamericana? Consistía, en
primer lugar, en eliminar las influencias monárquicas que hasta entonces habían
(¡¿ LAS EPOCAS EN LA HISTORIA
existido. N o había lucha alguna que librar en el interior: toda la sociedad siguió
siendo lo que era, sin que se produjesen más cambios que la destitución de los go
bernadores y subgobernadores nombrados por el rey y la designación de otros para
sustituirlos. E n segundo lugar, la implantación de la república vino a reunir en un
solo cuerpo estas provincias, ahora desvinculadas de la antigua metropo i. stos
acontecimientos, que no dejaron de rodear de cierta fama los nombres de los perso
najes más destacados que en ellos intervinieron, la fundación de esta nueva comu
nidad y su venturoso desarrollo, tuvieron una extraordinaria repercusión so re
Europa. . .
Muchas gentes del viejo continente empezaron a pensar que era aquella la nor
ma de gobierno más barata y más apetecible que podía organizarse, pues mientras
en Europa los súbditos tenían que obedecer de un modo incondicional, en la nueva
república norteamericana no se reconocía más valor que el del hombre. Fue ahora,
después de haber dado nacimiento a un estado, cuando cobró su importancia plena
la teoría de la representación; todas las aspiraciones revolucionarias de los nuevos
tiempos se enderezaron hacia esa meta. La joven república cobró un auge genera
y rapidísimo, gracias a la propia capacidad de propagación de aquella generación y
a los continuos refuerzos que recibía de Europa, y ello hizo que Norteamérica
se convirtiera a la vuelta de poco tiempo en una de las mas importantes naciones
del mundo y que su influencia sobre Europa fuese incesante.
Era una revolución más profunda que ninguna de las que hasta entonces ha
bía presenciado el mundo, una inversión total del principio que había venido ri
giendo. Antes, todo el estado giraba en torno al rey, ungido por la gracia de Dios;
ahora, imperaba la idea de que el poder venía de abajo, del pueblo. En esto consis
te la diferencia entre los antiguos estamentos y las actuales asambleas constitucio
nales, representativas. Aquéllos eran análogos a la monarquía, puesto que descan
saban, en mayor o menor medida, sobre títulos hereditarios; éstos, en cambio,
nacen de la elección popular.
Estos dos principios se enfrentan a la hora actual como dos mundos antagóni
cos y toda la época moderna gira en torno al conflicto que entre ellos está plantea
do. El antagonismo entre estos dos principios no se habia puesto aún de manifieste
en Europa, pero pronto habría de hacerlo estallar también en este continente la re
volución francesa.
fvO
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LAS G R A N D E S PO TEN CIA S