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4/0112 - Historiografía (Cattaruzza) -18 cop.

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LEOPOLD V O N R A N K E

PUEBLOS
Y
ESTADOS
en la historia moderna
Con un estudio de
C. P. G oocu
C, P. G ooch

FO N D O DE C U L T U R A ECO N Ó M IC A
M É X IC O
Primera edición» 1941
Primera reimpresión, 1979
Segunda reimpresión, 1986

D . R . © 1 9 4 1 , FO NDO D E C U L T U R A ECO NOM ICA


D* R . © 1 9 8 6 , FONDO DE C U L T U R A ECO N O M ICA, 3* A* de C .V ,
A v. de la Universidad 9 75 i 0 3 1 0 0 M éxico, D„F*

ISSN 9 6 8 -16-0 1 9 7 - 1 - ~ f ^ S.j, ¿ ^ ^


D-
I m p r e s o en M é x ic o ^ . ... ^
N O T A D E L E D IT O R

En el brillante capítulo sobre Ranke, de su obra Historia e His­


toriadores en el siglo x ix (ed. Pondo de Cultura Económ ica, M éxico,
I 942) , que sirve de prólogo al presente libro, expone G oocb la sig­
nificación universal de Ranke como historiador y la trayectoria de
su personalidad y su obra.
l.a selección de la obra de Ranke que aquí ofrecemos al lector
de habla española se propone dar una idea de conjunto del insigne
historiador, hasta hoy poco conocido directam ente, por sus libros
en nuestros países. C on ella nos proponemos, al mismo tiem po, ayu­
dar a los interesados en los estudios de Historia, o dedicados a ellos,
en el conocim iento de las concepciones, los principios y los métodos
de trabajo del granm aestro de la Historia moderna.
Sirven de temas centrales a esta selección de trabajos dos fu n ­
damentales problemas que preocuparon m ucho a Ranke y que in­
form an gran parte de sus estudios: el problema del equilibrio y la
unidad de las: naciones de O ccidente en la historia moderna y el pro­
blema de la edificación del orden y el poder del Estado, el antago­
nismo entre el principio del Estado monárquico absoluto, de una
parte, y de otra el principio del Estado representativo, el de la inter­
vención del pueblo y de las fuerzas populares en la estructura de
los Estados.
D e este m odo, creemos que la selección editada por nosotros
puede interesar, no sólo al especialista y al estudiante de Historia,
sino tam bién en general, al hombre culto, atento, por serlo, a los
problemas históricos.
E l capítulo de los Rapas ha sido tomado de la versión española
hecha por Eugenio Im az de la Historia de los Papas en la Epoca
Moderna (ed. Fondo de Cultura Económ ica, M éxico, 1943).
La bibliografía de Ranke que figura al final de este libro sirve,
al propio tiem po, de indicación de las ediciones originales de que
han sido tomadas las páginas que form an la presente selección.
.'3tü

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H IS T O R IA D E LO S

PU EBLO S L A T IN O S Y G E R M A N IC O S
de 149 4 A IJ3J

PRO LO GO

H e d e c o n f e s a r que este libro parecíame mucho más perfecto en su concep­


ción que ahora, al verlo terminado y ya impreso. PoHgo, sin embargo, mi con­
fianza en aquellos lectores más atentos a las posibles virtudes de la obra que a sus
defectos. Y , para no confiarla por entero a sus propios medios, permítaseme que
dé aquí una breve explicación acerca de su propósito, su materia y su forma.
El propósito de un historiador depende de su punto de vista. Dos cosas debemos
decir acerca del nuestro. En primer lugar, que concebimos las naciones latinas y
germánicas como formando una unidad. D e tres concentos análogo^ nos desen­
t endemos aquí: del concepto d¿ una~cristiandad general (el cual incluiría hasta los
armenios); del concepto dé l a unidad de Europa7~yTque, siendo los turcos asiá­
ticos y abarcando el Imperio ruso todo el norte del Asta, és evidente que la situa­
ción de Europa no podría comprenderse a fond o sin estudiar profundamente todas
las condiciones asiáticas; finalmente, el concepto más análogo de todos; eTde una"
cristiandad~latina, pues las ramas eslava y jetona y magiar, ¿uniform ando parte de
este tronco,"~Senen uña fisonomía propia y peculiar que nos impide incluirlas aqu í.
Aunque toque por encima las cosas extrañas, cuando no tenga más remedio que
hacerlo, como algo secundario y de pasada, el autor sólo estudiará de cerca las
naciones de ascendencia puramente g e rm á n icT T T ^ rm a É ^ -la tin a .afines p o r ls u l
o r i g e a x c u y a h is to n a ~ T o i^ n ^ la ..m é d u b i. J e j I h í s t ó r i a m m f c r m —
E T T T lñ tfo d ü cció n , Intentaremos po ner~d e relie ve, siguiendo principalmente
el hilo de las empresas de orden externo, hasta qué punto estos pueblos se han dw-
arrollado form ando una unidad y en una trayectoria uniforme. T al es uno de los
aspectos del punto de vista a que la presente obra obedece. Examinemos ahora el
otro, directamente expresado por el contenido mismo del libro. Nuestra obra
abarca solamente una pequeña parte de la historia de estas naciones, que podríamos
tal vez llamar el comienzo de la historia moderna. R elata simplemente un serie de
historias, y no la historia misma; incluye, de una parte, la fundación de la monar-
quía española y el ocaso de las libertades Italianas;YsFñdIarde ocra parte> Ja g énesjs ~
de un~doEle movñmeñto~ae~opos¡ción: en el terreno^ político, p o rT b ra {ie~Íos
fr anceses, en el campo eclesiástico por parte de la Reforma, o sea aquella escisión
de nuestras naciones en dos bandos enemigos sobre la que descansa toda la historia
moderna. “™ - —— — ■
Arranca del momento en que Italia, unificada, logra por lo menos la libertad
externaTy puede tal vez ser considerada incluso corno' una potencia dominante,

17
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS
3*
ya que tiene en su seno al papa; trata de exponer la división de este país, su
invasión por los franceses y los españoles, el colapso de toda libertad en alguno
de sus estados y en otros de toda soberanía, finalmente el triunfo de los españoles
y el comienzo de su dominación. Parte asimismo de la nulidad política de los
de los reinos de España y pasa luego a su unificación y a la_]uclni de las coronas
unificadas contra el infiel y en el seno de la cristiandad; esfuérzase por poner en
claro cómo de la primera surge el descubrimiento de Am erica y la conquista de
grandes reinos dentro de este continente y»_wbre_todo, cómo la. segunda crea^ la do­
minación espanoIa~sobre Italia, A lcm anurv. los PaisesJBaios. E n tercer lugar, toma
como punto inicial el momento en que Carlos V III se lanza a la guerra contra
los turcos como campeón de la cristiandad y expone ¡as variables vicisitudes de las
armas francesas hasta llegar al día en que Francisco I, cuarenta y un años más
tarde, recurre a la ayuda de estos mismos turcos en contra del emperador. Final­
mente, estudia las primeras manifestaciones de aquel antagonismo entre el partido
político que se form a en Alemania contra el emperador y el partido eclesiástico
que se crea en Europa contra el papa, y trata de allanar con ello el camino para
llegar a comprender de un modo completo la historia de la gran escisión abierta por
la Reforma. " Y áVpifk C a n a liz a r-,esta-escisión-mismar en-su primera trayectoria.----=
\xias cstTshístorias de las naciones latinas y germánicas y las demás que con
j , ellas se relacionan aspiran a ser comprendidas en su unidad por~eTpreieñíe libro.
Se ha dicho que ¡a historia tieñe”poFdmsÍoíT"eajHicÍár el pasado e instruir al pre-
sente en beneficio del futuro. Misión ambiciosa, en v crdad, qw este ensayo nuestro
no Se arroga. hjnestra pretensión, es más modesta: tratamos, simplemente, de
^exponer cómo ucurrieronj en realidad, das cosas.
Ahora bien, ¿por qué caminos ha sido posible explorar de nuevo todo esto?
lia base de esta obra, las fuentes de sus materiales, han sido toda una serie de
memorias, diarios, cartas, memoriales de embajadores y relatos directos de testigos
-KT^yñfqyiprdeTfwdTechos^ Sólo hemos recurridQ_3_fitra..clase_dtLescritos
I
los" casffí 'l?ir~que estos aparecían basados directamente en aquellos testimonios o
acreditaban, en una medida más o menos grande, un conocimiento original de los
mismos. A l pie de cada página se indica la obra de que se ha toraado algo, cuando
ésíTes” eÍ casó7~ É l métodorile iñvestígácTórT y los resultados críticos serán expuestos
en otro libro, t|u¿Iéncregarnós a las prensa.s a la pár que éste. ^
’~“Et"~propóritó y la materia determinan la fófrHz.-~Noes"'p6síblé exigir de uqa
historia ese desarrollo libre que la teoría, por lo menos, busca en una obra jaqptica,
y ni siquiera estamos seguros de que nadie pueda creer fundadamente haber descu­
bierto semejante libertad en las obras de los maestros griegos y romanos. jNo c abe
duda de qué para él'historiador es ley suprema la exposición rigufosárile los hechos,
por m uy condicionados y carenteSTde belleza que éstos sean. O tra ley a que hemos
creídc7~dT liuestro deber someternos ha sido el desarrollo de la unidad y de la
traVector~ia"3 e los ~acontecummt~g5r~~Por eso;- en vez—de arrancar, ~Como ~tal ~v~cz"
pudiera esperarse, de una exposición general de las condiciones püolicas existentes

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PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS Í9
en Europa, lo que, evidentemente, habría dispersado, si no trastornado, el punto
de vista de nuestro estudio, hemos preferido, poner de manifiesto minuciosamente
lo que fué cada pueblo, cada potencia, cada individuo en el momento en que ese
0uefaí5T~es3 potencia o ese individuo -aparece en escena de uñ modo activo o con
un papel dirigente, sin perjuicio de que ya en páginas anteriores dé
vez en cuando referencia a él, y a que sería de todo punto imposible, en muchos
casos, raantener~completamente en silencio su existencia. D e este modo, podíamos
com^rendef iim ch o mejor, por lo menos, la línea seguida en general por todos
ellos,"HñrErayecroria, el pensamiento q u e lo s mueve.
^Finalmente, ¿qué decir del tratamiento" en particular, de este fragpiento
tan esencial de todo trabajo histórico? ¿N o parecerá, a ratos, duro, incoherente,
incoloro, fatigoso? Existen nobles modelos sobre el modo de tratar los problemas
históricos, modelos antiguos y algunos — no lo ignoramos— nuevos. Pero es lo
cierto que no nos hemos atrevido a imitarlos, pues su mundo era otro. Todos
ellos se inspiran en un sublime ideal: el de los hechos mismos, en su comprensi­
bilidad humana, en su unidad y en su plenitud. Este ideal vale también para
nosptro^p£rtrxé~rHüy bien ctráfl~lejgs "estoy yo de él. Se esfuerza- uno por :dcan-
zarlo, aspira a ello; pero, a la postre, se da cuenta de que no lo ha conseguido.
Nadie debe, sin embargo, de desesperar. Lo ha dicho ...lacqbi: -la- humanidad, -que-
es, fundamentalmente, el tema sobre que versan nuestros estudios, la humanidad
tal y como es, es siempre explicable o inexplicable: esa.humanidad formada.por_la_
vícIa~de^os_mdiviUuosj de los linajes, de los pueblos, y cuyos derroteros traza
a veces~Ia- hiañó de DIosHqüe se~levanta sobresellos.

B O SQ U E JO P A R A U N E S T U D IO SOBRE L A U N ID A D D E L O S PU EBLOS
L A T IN O S Y G E R M A N IC O S Y SOBRE SU T R A Y E C T O R I A C O M U N

En los primeros momentos de su fortuna, poco después de la migración de


los pueblos, concibió el rey visigodo A taú lfo la idea de hacer de Romanía un
imperio godo, erigiéndose él en César; era su propósito mantener en pie las leyes
romanas.1 Perseguía, si no nos equivocamos, el designio de fundir en una nueva
unidad con los linajes germánicos aquellos romanos del occidente que, aun proce­
diendo de muchas y m uy diversas ramas, habían acabado formando a lo largo de
varios siglos de unión un solo reino, y iíjí solo pueblo. Y aunque A taú lfo deses-
perara más tarde de poder realizar esta idea, fué llevada a cabo a la postre y en un
sentido míTT71Sr:o"”poT''el^óAjim to de las naciones germánicas,! N o paso~mScEo
tiempo sin que la lia ba lugdunense se"ctm virtiese. no en,u n .rein o godo, pero sí
en una Germania lugdunense.123 A la vuelta de varios siglos, la dignidad cesárea

1 O r o s io , v i l , 34. En M a s c o -»®', G e s c b tc h fe der D e u ts c h e n bis xur fr a n k is c b e u M o n a r c h if*


p. 369*
3 Sidonio Apolinar, en MascoV, op. cit.7 p, 480,
40 PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS

recayó con Carlomagno sobre los hombros de un germano. Finalmente, las na­
ciones germánicas abrazaron también el Derecho romano. D e esta fusion surgieron
seis grandes naciones, en tres de las cuales: la francesa, la española y la italiana,
predomina el elemento románico, mientras que en las otras tres, la alemana, la
inglesa y la escandinava, prevalece el elemento germánico.
¿En qué se manifiesta y revela la unidad de estas seis nacionalidades, cada
una de las cuales se subdivide en diversas partes, qué jamás han formado üii estado
único y~que~Eañ gñcrrca3 o casi siempre lás- unas contra las otras? Las seis pmceden
del n i irnio tro iico o m u c stra il, por'To"menos, estrecha atinidad cle origen, profesan
costumbres a o alogas~y~sc rigen por instituciones en muchos aspectos^iguales. Sus
Tn^5íla5~iñteri6rés~Tiállanse"intimamente relacionadas y ~las~vemos compartir, lina
serie de grandes empresas históricas. El presente libro de historia, basado en esta
ideamsei4a--inconipfeixsíblé” 7 i no contribuyese a explicarlo una breve exposición
de estas empresas de orden externo que, habiendo nacido de la misma raíz espi-
ritual determinan la trayectoria común de la vida de los pueblos latinos y germá­*I.
nicos desde suis Vilboreslias t a nuestros días.
Estás grandes empresas históricas son, fundamentalmente, tres: la jTilgración
de los pueblos, las Cruzadas y la colonización~3 e continentes extranjeros.

I. L a m ig r a c ió n de los pueblo s

Es el movimiento de. la_nñgraoóit_de ..los pueblos el que sienta las bases de


esta unidad de que hablamos. El hecho, el movimiento, parte 3 e~Ios 'germanos;
P¿r7j~Tin™^ que los pa 1sos latinos sean un factor puramente
‘ pasivo en este capitulo de la historia. Los vencidos suministran a los vencedores,
a cambioTle las arinas y de Ta nueva vivía publica que eflos reciben, dos cosas muy
importantes:' su religión Y~sií f¿h^ aT ''E 7 7 iert'o q*d'¿‘ Recaredo‘ Eubo de~ convertirse~~
al catolicismo~antes de que”la ley autorizase en España los matrimonios mixtos entre
lás gentes visigóticas y~las rumánicas.j Pero, logrado esto, ncTfardafon en fundir-''
se Ia7 sangre7 y las leiiguas. Y en Italia, la separación inicial.de Ips„elj:mentds7d e
progenie lombarda y latina fué superada de un modo tan completo por lo que había
de común en ellos, que pronto fué m uy d ifícil y basta punto menos que imposible
distmgúir entre unos y otros.™ N adie podrá negar la gran influencia que los obispos
ejercierúrf éñ Ta fundación de Francia; pues bien, estas autoridades eclesiásticas eran,
al principio, exclusivamente románicas por su origen; basta el año no aparece
en París el primer obispo franco/*
A dífeFéricñade™lo ocurrido en estas naciones, en qne ambos elementos se

* “Lex Flavü Recaredi Regís, ut tam Romano", etc., en Lsges Visigathorum, m, i. Hispan.
Illu str. III, 88. También en M a s c o v , op. cii., y M o n t e s q u ie u , De l’Eiprií des lots, * x v m , 2 7 .
* P l a n s ., Gesellscbaftsverfmsttng der cbristlichesi Kircbe, t. n , p. 96 ,

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PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 41
mezclan y funden rápidamente, vemos que los anglosajones, enemigos mortales
de los britanos, no aceptan la religión ni la lengua de éstos, y otro tanto acontece
con ios demás pueblos germanos en su patria alemana y escandinava; pero tam­
poco éstos pudierorTTustraerse, a la pos trc,“ al“ c r lstxánismo latino ni a una gran
parte de la c u ltura romana.
Entre los dos grandes grupos de este complejo de pueblos acabó estable­
ciéndose una~estrecEaafinidad de sangre^ de religión, ü e instituciones, de costum-
bresj“ de mó3 o~ de pensar y de sentir. Supieron hacer frente en conjunto y con
fortuna nif!uenc 1.1 de Tos~püebios de una órbita cultural extraña a__la_suya.
De las naciones qué~cd5—3 íos~Eaf>Tan tomado parte en el movimiento de la mi-
gración de los pueblos, víéronse amenazados principalmente por los árabes, los
húngaros y~los eslavos^ algunos de_ÍÓ3 cuales .llegaron, incÍusGua...poner_en._peligro
su existencia. Pero los árabes fueron repelidos por el antagonismo absoluto de su
religión, a ios~Kún gatos ^fcs^uiecÓ~derTtrd'de~5US~frouteras Y los pueblos eslavos^
cottñdánfés acabaron siendo destruidos o sojuzgados.
¿Qué puede unir a ios individuos y a las naciones en estrecha afinidad, sino el
hecho de participar del mismo destino, de tener una historia común? Los sucesos
de esta primera época, tanto los interiores como los externos, revelan una umdad
casi completa. Las naciones germánicas^ dueñas desde el primer momento de vastos
territorios, pénense en marcha, conquistan el Imperio romano de occidente y afir­
man además sIT dominación éñ'él súéleTque ya poseían. Hacia el año $30 las vemos
en posesión de todos los países que se- extienden desde las cascadas del Danubio
hasta la desembocadura del Rin y, al otro lado del mar, hasta el Tweed, así como
de todas las tierras enclavadas entre Hallin Halogaland y la Bética, a la que dieron
su nombre posterior los vándalos y, cruzando el Estrecho, hasta el punto en que
las montañas del A tlas descienden al desierto.
Nadie habría sido capaz de arrebatarles estos dominios si hubiesen perma­
necido unidos. Pero su dispersión y él conflicto éntre la doctrina "reíigÍosá“'de~los——
arríanos y dé los ”catoTlcos^mpezarañ~T minar el Imperio vañdaíoi 17a “ perdida'
que poco a poco representó Iad estru cción del reino ostrogodo sólo en parte fué
reparada por los lombardos con su oeúpac ipn déTcatia, piiés“ lo~cicrto "es que'nunca- -
llegaron a posesionarse ~Mtalmentc de este p a í m u c h H ^ m c n ó s de Sicília y del
Ilírico,5 como los godos. Además, fueron precisamente los lombardos, al destruir
primero a los heridos y a los gépídas y ceder más tarde a un pueblo sármata sus
tierras heredadas y conquistadas * los que hicieron que se perdiese el Danubio hasta
cerca de sus fuentes. U na nueva pérdida fu é la del reino turingio, hecho con el
que probablemente se hallan relacionados de un modo bastante íntimo los avances
de los eslavos hasta el lado de acá del Elba.
El mayor peligro era, sin embargo, el que amenazaba por la parte de ios

* M a n s o , G esch ich te dar O sigot& cn in Italien, supl. t. V. p . J a l .


4 Paulo D i á c o n o , D e rebm gestfc LongobardoruiH, n , c . 7 .
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS
42
árabes. Estos ocuparon rápidamente España, irrumpieron en Francia y en Italia, y
es posible que, de haber ganado una fiarálir más hubiesen d a d o l f traste, por
lo m enñsrM H ^ ^ ' ¿Y"
esperarse, en aquella Europa en que luchaban a vida o^m uer^frM ro£j^OT^^rjOS>
francos y sajones, angíos xZ3ápe§esl_— ---- -
N o debe desconocerse que fué la fundación del papado y del imperio la que
'salvó a nuestra cultura en aquella bora de peligro. La fundación del papado,
digo, pues tengo, en efecto, y me atrevo a formularla, la firme convicción de que
la verdadera potencia del pontificado, la llamada a permanecer, no es anterior al
siglo vn. Fué entonces cuando los anglosajones reconocieron su verdadero pa-
triarca en el papa, quien~n5vo~a~cabo personalnaiVtcW l^ vcrsio ñ ^ á l crist^nismo^^
aceptando un primado nombrado por él y pagando su tributo a Roma. Y de. .
Inglaterra salió Bonifacio, el apóstol de los alemanes. Este, al ser elevado a la
sede de Maguncia, juró fidelidad, sincero acatamiento y a y u d r T ^ a ñ T e 3 ro7y.,a_sus,_
I” mismo hicieron los demás o b lsp b T lI^ S ém añ ia:.pm^staronjrerma^...
necer obedientes hasta fa muertiTa la iglesia romana_j cum plir todos, los. mandajos
H r ^ T í^ y m jia s e la silla" de Pedro. Pero Bonifacio no se limitó a esto. Cien anos
antes" de él no se encuentra una sola bula del papa de Roma dirigida al clero
franco, lo que indica la posición de celosa independencia en que esta iglesia se
mantenía; pues bien, Bonifacio supo someterla, a instancias de Pipino, y los metro­
politanos instaurados por él adoptaron el palio de Rom a.3
Eran éstas las tres naciones que, después de la desgracia de los españoles^
forrrKiharrcón'lci^lornNrrdúirla cristiaiidacl'dcl ¿cciJeñter~Pues C agqm agno..había..
prestado al papa el gran servicio de vencer J a ...« s is c g ^ .centra. é l.
sentíarT~los~?omt>afd5si Recurrió para ello al expediente de nombrar al pontífice
patricio franco — de aguí que sus bulas dejaran,, a partir de ahora, de fecharse
sig td S a ín S ^ ñ S irre in a d o de los emperadores griegosLL, y lo Itra jo por entero
a la órbita de aquel mundo de nueva form ación. Con lo cual vióse el- papa con­
vertido en cabeza eclesiástica de las naciones románico-germánicas. O currió esto
precisamente por los tiempos en que los árabes acrecentaron su poderío y pug­
naban por seguir avanzando; el nuevo prestigio dei pontificado suavizo los odios
entre los pueblos divididos y vino a establecer entre ellos una esencial unión.
A la par con ello, el poder de los pipínidas y el imperio de Carlomagno les
suministró la fuerza que ñeces itabañ p ip i cnf rcn c.irsc al c nentig o—c oni u n,— j£l
'm éf rtó'biitoH có''dé ’Cárlomágño "co nsistc en haber sabido unir a todas las naciones
Torfianico^germinicas del continente que habían afiraz ado~rb' abfazafo5 ~ e r c r istia-
insirió (aqueTÍEghetto que convirtió en monarquía la heplarqula- d i Tosanglos
era también hechura suya), en haberles dado una organización apta ¡o mismo para
la paz que para la guerra, en haberlos enseñado a a ',* ^ £ . . c3 S
largo del Danubio, el este del Saale^y' dei' E lba'V al otro lado de los „Pirineas.

* Schk OCKHj Kirchengescbicfcte, 3 ix , 3 35-


* N o ticias tom adas de P l a n k , op, cit,, t, n f pp- 6 8 o $,

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PUEBLOS LATINOS T GERMANICOS 43

Pero ei peligro no estaba todavía conjurado. Casi a un tiempo, aparecieron,_.


de una parte, en todas las fronteras, como una fuerza arrolladora, los húngaros
con su caballería y sus flechas, y de otra parte, a lo largo de todas las costas, tan
intrépidos por~mar como por tierra y~como~^)he3 ecíen3 o a una señal única^Tos
vikingos y los ascemanos, ios norm andos. C>curría esto precisamente en los mo-
mentcTs eir~qXTú cPimperio tfe~0 'rioma gn ose habla hundido arrastrado por las faltas
de sus sucesores, cuyos sobrenombres son casi todos ellos hechura de sus debili-
dades. E l peligro seguía, pues, en pie o se renovaba.
Puede decirse que el movimiento de la migración de los pueblos no terminó
hasta que fueron a!eiadas~estas^amehó¿asdT^os'iró7íg7 ros fucron rechazados y abraza-
ron ¿Tcristianismo. Otro'rajateTaconteció, por la misma época, con los vecinos pue-
blos~eslavos. "Unos y otros vacilaron durante algún tiempo entre las formas de la
iglesia romana y las de la iglesia griega antes de optar por la primera, movidos sin
duela alguna poFTaTnBuencia de los emperadores alemanes- Sería falso, sin embargo,
crcer'qúe estos pueblos form an parte~cle la~unidad de nuestras naciones. Desde en­
tonces, sus "costumbres y ~su organización no han hecho más que alejarse de ella. En
realidad, no llegaron a ejercer en aquella época «na influencia propia e independiente;
su p lp e llu d id i rnplomen te, el de factores secundarios o de resistencia, aunque a veces
parezcan discurrir a favoir~de ellos las”corrientes de los movimientos generales. En
cambio, los normandos, pueblo de sangre germánica, fueron incorporados ala"orbíta
de las"3emás naciones y estableciéronse en P rancia e Inglaterra. Como en compensa-
ciüñTEe elIóV trasplantáron érrel siglo x i la vida germúníETaTTápoIes y SicTinír T añ í—
biéiTsui~ccinnacióHaÍes de la patria de origen H abía abFázado~eñtré tanto eí cristia-
nismo, entrando salvo unos cuantos restos insignificantes dentro de este círculo
de cultura, al que pertenecían por naturaleza.
I irm in irrin con elfo, a mediados del siglo XI. los movimientos--de--la-m.igra-
ción de los pueblos. Quedaba cimentado así, en su unidad y en m variedad, _el
desarrollo de las le n ^ a s úuropelisT~friito de aquellos siglos turbulentos. Quien
póse la mirada sobre da arcaica fórm ula francesa del juramento d^JEstEasburgo
cree descubrir en ella, conjuntartieñtéTlos orígenes del italiano, del francés y del
español. Es un testimonio de la unidad de las lenguas latinas, como lo es también
y en mayor medida aún de la unidad de las lenguas germánicas el Jaechct.de que
hace poco se haya logrado agruparlas todas en una sola gramática. Quedaban
echados los cimientos de todos los reinos de la historia moderna y de $us_con.sti tli­
ciones respectivas. El”'m p e n 5 ~y~p¡Kft¡fica2 o habían salido de aquellos embates
com agH 3o'r^ómó'"dos''grandes 'potencias fuertes y prestigiosas. El primero repre­
sentaba, en cierto modo, el principio germánico, el segundo el principio románico
de la gran 'agrupación“de'“los' pueblos: el uno servía de apoyo y sostén jil otro.
44 PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS

II. L as C ruzad as

E l prim itivo impulso de la migración de los pueblos tomó nuevo rumbo al


identificarse con el cristianismo, cuando todos ellos hubieron abrazado esta reli­
gión: las Cruzadas pueden.ser .consideradas casicom.o.„.uií.a_.continuación del-movi­
miento de la migración de los pueblos.
“Uña prueba de elío la tenemos en™que el mismo pueblo que puso término
a este movimiento, el normando, fu á el que tomó una parte más jmtiya_ en la
primera C ruzada, no sólo en la persona de tres grandes príncipes salidos de su
seno —-Roberto de Normandia, a quien algunas crónicas antiguas9 colocan incluso
por encima de su primer caudillo, no sólo en cuanto a nobleza y riqueza, sino
también por sus virtudes espirituales, Boemundo de Taranto, cuyas hazañas en­
lazan con razón los contemporáneos a sus anteriores empresas contra los griegos,
y Tancredo— sino también por el gran número de individuos aportados a ella',10
hasta el punto de que este pueblo hubo de poner término, por falta de hombres
capaces de empuñar las armas, a una guerra en la que estaba empeñado. Es posible
que fuese un noruego, San O laf, el primero que en una guerra tomó la cru z como
emblema suyo y del ejército por él capitaneado.11 A l parecer, las primeras grandes
peregrinaciones armadas del siglo x i a Jerusalén fueron organizadas por los n o r~
mandos; por Xo menos! Roger Hoveden atribuyela estos, principalmente, ía íortunaT
de tales expediciones.12
Pero el entusiasmo de este nuevo movimiento hízose extensivo a todas las
naciones íatino-germámcas. Y a en la primera expedición, tomaron parte algunos
españoles, los condes de Cerdán y C an et;13 Lope de Vega escribió un gran poema
dedicado a ensalzar los méritos de los castellanos en el rescate de la Tierra Santa.
Y ya en 11 a i se gana Sigurdo de Noruega el nombre de Jorsalaf ar, que significa
peregrino de Jerusalén, dato que consta también de otros compatriotas suyos.
N inguna nación extranjera llegó a tomar parte en esta empresa; sólo sabemos
que Fe'sumase a ella un priñ cip e~ Strañ o a los pueblos román ¡co-germaríicósp
Andrés de H ungría, quien lo hizo por ser el jefe de un linaje de íajalta Alemania
y que era, además, hijo de madre francesa. A sí, pues, puede afirmarse sin lugar
a dudas que las Cruzadas fueron, en su.conjunto, úna.empresa de-las, paciones
latinas y germánicas.*
Veamos ah o racó m o las Cruzadas contribuyeron a una expansión de estas
naciones en™thdas~GVdirécciones jTeñT todos los sentidos. Aunque el movimiento

? Pasüje tornado de R a d u lfo Cam ondense, en W ü -r e h , K reu zzvg ey t . I, p. So,


*• Gaufredo M ò n a c o , D e a eq u h ition e Sicilia*, t, iv , p. *4.
™ G e b h a r d , G e sch ich te v o n N orw egen u n d D änem ark, t . 1, p, 380.
“ H ugo G r o c io , V toUgomena ad H istor. G o tb o ru m , p . 60,
** M a r i a h a , H ist, H h p . x , j . C a p m a k y , A n tig u a marina de C atalana, c. T, p . 104,
x-UEBLOS LATENOS Y GERMANICOS 45
se dirigió predominantemente hacia los Santos Lugares, extendióse también por las
costas del Mar Mediterráneo, pero sin limitarse tampoco a estos territorios, SÍ el
Imperio latino de Constantrnopla se hubiese sostenido*'d'ürmte~'1tnás t¡cmpó, todo
el mundo griego se habría visto obligado a transformarse en un mundo románico-
germánico. A no ser por el inesperado desastre de San Luis, el Egipto habría
acabado siendo colonia de Francia; y existe un inteligente libro, que es sin disputa
el más instructivo acerca de las relaciones entre el oriente y el occidente durante
este período, escrito con la expresa intención de atizar una nueva empresa de los
europeos contra el Egipto.11 E l rey Rugiero de Sicilia — a quien los compatriotas
de su tiempo llaman Rogier Jarl el Rico— ocupaba en r i j o las costas africanas
desde T ún ez hasta T ríp o li y la Media.15
Pero lo más saliente y lo más brillante que se hizo en el sur de Europa lo
hicieron^- sin duda- algorra; iSTe^Tñole?,' El__1Cíd" Campeador “vivió todaviá'los~
tiempos de las Cruzadas” Por los mismos años, los españoles^ después de defender
la ciudad deToíecfcTy el valle del Tajo, recién conquistados por el rey Alfonso,
contra los violentos embates de los almorávides, siguieron avanzando y ocuparon,
bajo el mando de Alonso Ramón, el valle del Guadiana (allí, en la verdadera linea
divisoria de sus conquistas, pues las demás volvieron a perderse, en el monte
Muratal, bajo una frondosa encina, murió A lfo n so ). Los castellanos, conducidos
por el rey A lfonso, ganaron la gran batalla de las Navas de ToIosiT y sentaron
el pie junto al Guadalquivir^11, Finalmente, poco antes de la primera Cruzada de
SarT Luis, Fernando el Santo tomó las ciudades de Jaeñj Córdoba y Sevilla y, si
tenemos en cuenta que la de Granada era tributaria suya, toda Andalucía, y en
vísperas ae iniciarse la segunda Cruzada entró Alfonso el Sabio en Murcia.
Por esta misma época t ué lundado y puesto en pie~Portugai; a ella corres-
ponden también la conquista de Valencia y las hazañas de Jaime el Conquistador.
E l "arzobispo Ricardo efe Toledo, que se presentó en Roma al frente de un puñado
de cruzados, fu é devuelto a su tierra por el papa, por considerar que sus servicios
eran más necesarios a su patria, y en vez de marchar contra Jerusalén marchó
sobre’AlcaíaT51 Sabemos que fueron principalmente gentes de la Baja Alem ania,.
ingléses~y" flamencos enrolados en una Cruzada quienes conquistaron la capital
de su reino para el primer príncipe que se llam ó Tey díT Porcu gir18 y que, setenta
años más ~c&rde Alfonso Í1 deEnT tambiéñ~~a esta ayuctá~Ia~más importante de sus
conquistas.19 E n general, podemos afirmar que la reconquista de la península
ibérica no habría llegado a realizarse sin la cooperación de los pueblos afínes,

1 Marino Sa n ut o , Uber Secretomm fiJdìum Crucis b. Boogars.


R a um er , Geschichte der Hohenstaufen, t, i, p. 1 1 7 .
T o rio lo an terior e r t i tornado de R o d rig o T o l e d a n o , De rebus Hispèniae,
R o d rig o T oledaso, t- v i , p . i ( .
Dodechini Appendix ad Marsanum Scotssm Pistor. 1, 6 76 .
G o d o fred o M ònaco , Armale!, 2 S4 .
46 PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS

TiT^rifK en la empresa de las Cruzadas. Alonso Ramón ofrendó a los genoveses una
hermosa joya en señal de gratitud por sus servicios y en la batalla de las Navas
de Tolosa pelearon en las filas del ejército de Alfonso el N oble muchos miles de.
hombres venidos del lado de allá de los Pirineos.20
Corrían parejas con estas empresas y estos progresos de nuestras naciones a lo
largo de las costas del Mediterráneo y en el sur de Europa en general otros que te­
nían por escenario las tierras del N orte y que estaban informados por el mismo espi-
ritu. Lo primero que hizo aquel Sigurd Jorsalafar de que hablábamos hace- poco,"af
regresar de su expedicióñ7*füé desembarcar en Kaímar y"ób1igar a-los paganos de
Esmalendia, uno por uno, a abrazar la fe cristiana. Movido de las mismas m cene io­
nes, partió Síñi Eríco con Torsuecos a guerrear llo­
rar ah vErXloE!®mH matarse,en J a ._hataUa,_perp..^
ver a los infieles bautizarse en la fuente de Lupisala.
D urante la segunda Cruzada y obedeciendo a lo que se les mandaba en una
bula del papa Eugenio, se unieron los daneses, los sajones y los westfalíanos en uiia
expedición común contra los vecinos eslavos, resueltos a convertiriow L eastianism o
o exterminarlos.21 Poco después, pasó de W isby a Estonia, acompañado de merca-
deres_y_ártésanos, en viaje de predicación, el obispo Meinardo. Las tres empresas
riéronse coronadas por el éxito más halagüeño, si no mrnedTatamente al cabo de al­
gún tiempo. Puede decirse que los eslavos desaparecieron casi totalmente del lado de
acá del Oder toda vTá~en l o s Y í é m ^ l l e
va~~poElación de Méclemburgo y liTPomeraníaT^e Brañdeburgo y la Silesia eran la
nobleza alemana, los "burgueses y los campesinos alemanes ;' desde cntonccs. vienen
desigñándoseTos pomeranios avanzados pura y simplemente con el"ñom bre de sajo-
nes.22 En 1248^ tras largas~íüchas, Finlandia pasó a ser un” país completamente
cristiano y sueco;23 fu é entonces cuando se establecieron los suecos a lo largo de sus
costas y en sus ciudades. Irradiando de la insignificante colonia de Y x k u ll, exten­
dióse la dominación de los alemanes por toda Estonia, Livoma y Curlandia, y los
Caballeros de la Espada, orden fundada allí mismo, después de haber hecho una
desesperada defensa de cierta fortaleza contra los prusianos24 y de haber dado bri­
llantes pruebas de su valentía, contribuyeron no poco a que fuesen llevados a aque­
llas tierras en socorro suyo los caballeros de la Orden teutónica, quienes germaniza­
ron por completo la Letonia. Los dominios de las dos órdenes, unidos, no tardaron
en abarcar desde D anzig hasta N arva. A q u í lindaban con los pomeranios, total o
parcialmente germanizados también por su sumisión al emperador y al imperio. En

50 “ Epístola Alfonsi VIH, ad Pontificem de bello", etc., en Continua!, belli saneti. Basilea,
i I 4 ? . P- * 4 « .
n A n selm o , Gemblaceitáis Abbatis Cbronicón. Pisior. i*
13 K a N z o v , Pomerartíit, i. I, p . 2.16 *
a ScHÓNING, en Nord, Gescb, de Serbtóxer, p. 4 7 4'
24 D usbukg , en Script. rer. Pruss, I, 3 J . (A . d. n. A .).

8/18
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 47

el golfo de Finlandia colindaban con los suecos: el nombre germánico resonaba en


toda la cuenca del Belt.
A este mismo ciclo de acontecimientos pertenecen las empresas de Enrique
Plantagenet en Irlanda. Gracias a él, vivieron de allí en adelante en Irlanda como
dos naciones juntas: la autóctona, la irlandesa, sometida, y la inglesa o germánica,
consolidada en aquella isla por él, aunque existiera con anterioridad, y fuese la
dominante.25 Fué también por aquel entonces cuando Venecia enseñó a los dálmatas
a hablar italiano. T odo forma una unidad: tráca.se_de _una_nueva expansión de nues­
tras naciones, y el mismo papa, a quien nadie quería prestar acatamiento en aque-
llas Iatitudes,"T:Íntióse tentado por la ambición de atacar a lrianda. Sin embargo,
para no desviarnos demasiado del principio.-debemos.fiiaraQS..preferentemente en
aquellas dos empresas, la del norte y la del sur, nacidas del mismo espíritu, reñidas
con las mismas armas y realizadas bajo el mismo signo v con el concurso, no pocas
veces, de los mismos hombres. Estas empresas revelan la unidad de nuestras nacio^._
nes comd~idea7~cómo hecho y como trayectoria.____
3m embargo” donde de un modo más perfecto se revela el principio es en las
Cruzadas del sur y del norte. Esta vida absolutamente activa, impulsada por un
móvil espiritual y rebosante en todas direcciones, encuentra adecuada expresión en
nobles instituciones y en productos propios de ellas y exclusivos suyos. Haremos
mención solamente de dos con referencia a las Cruzadas del norte y de otros dos en
lo tocante a las del sur.
Frente a la guerra, que da rienda suelta a todos los excesos de la pasión, de la
violencia y de la bestialidad, el espíritu caballeresco tiene por misión salvar^ lo_que
hay de verdaderamente humano en el hombre, m itigar la violencia por medio de
las buenas cosnnnbreFydcTHTmfluencia deTa mujer, transfigurar la fuerza bajó la
acción ¿le lo divino. Sus orígenes en este sentido coinciden con la creación de las
dos primeras órdenes de caballería de tipo religioso y su florecimiento, sin disputa,
con la fundación de la tercera. F.l espíritu caballeresco no desaparece después de
las Cruzadas, pero tonia rumbos distintos, que difieren, además, según los países.
Jamás llega a extenderse sobre otrasjnaciones; ni siquiera la orden de San Juan o la
de los Caballeros Templarios llegaron a tener provincias propias en países extraños,
aunque sí algunas posesiones; los caballeros de la Orden.J:e_utónica_jamás-se. sobre­
pusieron a su antagonismo con respecto a los letones y a los eslavos.
Una noble floración de la vida caballeresca es la poesía de aquellos tiempos.
Si, como parece, el famoso reíatonde Godofredo de Bouillón debe ser considerado
como la primera novela moderna26 y los ciclos de leyendas de Carlomagno y el rey
A rtu ro se hallan, como parece lo más probable, directamente enlazados a él, ten­
dremos que llegar a la conclusión de que las Cruzadas ejercieron una influencia ex­
traordinaria sobre la creación de la nueva poesía. Por lo demás, esta poesía constí-

*s o f Engtond, t. I, c , IX, p . 28
M Pasaje tom ado de G od ofred o DE V ig e o i S, en E ich h o rn , Gescbtcbte der Kultur und der
IJter*ivr der rteueren Europa, c* i f p . 82.
4« PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS

tuye n a nexo exclusivo de unión entre todas nuestras naciones. Los prólogos de la
W iltin a y de la saga de N iflun g confiesan que estas leyendas islandesas están calca-
das^EreTñnideiCis alemanes.27 N in fá n otro parido tuvo arte ni parte en ellas.
Pero no eran los caballeros solamente quienes guerreaban; tam bién la libertad
de las ciudades aparece revestida~de manto guerrero: su origen coincide en todos
nuestros pueblos con la misma, época, con esta de que es ramos tratando. Los pri-
merós^cónsuíes de los municipios italianos, elegidos por ellos mismos y cuya elección
es la base de todas sus libertades, aparecen en el año 11 oo, coincidiendo exactamente
con la primera Cruzada; y para que no haya lugar a dudas, los encontramos pri­
meramente en Genova con m otivo de una expedición a los Santos Lugares. A lo
largo de nuestro período, van arrogándose todos los poderes de los antiguos condes
palatinos.28 Y a en n í a nos encontramos en Francia con la misma institución, con
la existencia de municipios libres, gobernados por escabinos y regidores de su propia
elección. Y así como el rey hace marchar a sus tropas bajo la oriflama, bajo el es­
tandarte de San Dionisio — emblema que parece haber sido, en efecto, el origen de
esta bandera del reino— , los municipios despliegan en el campo de batalla sus pro­
pias enseñas, adornadas cada una de ellas con la efigie de su santo patrono. En
C astilla, las ciucjades-tmian ask.nto_cn jas Cortes ya e n _ iié jí_graci^^_su_£oder
guerrero, y en la batalla de las ÍNÍava3 tueron ellas uno de los factores _nfl-Jnenos
importantes de la victoria castellana. Tam bién, las ciudades. Alemajjas,._£e..desarrollan
por la misma época hasta fo rmar alianzas independientes, a medida que el alcalde
se convierte en autoridad libre, y a u tó n ogj¿I£ I^ ÍgjE ^ ^ u O lG on IlIaiiü d as-a-O C U f
par s n sitial en el par!emento las ciudades—inglesas-ji— Ln. GnLLmdi'.i, 'jobre suelo
sueco, florece la de W isby. E n una palabra, con las órdenes de caballería y las C ru ­
zadas ganan terreno de norte a sur, en todas las naciones latinogermanicas^ la liber­
tad y la~ímportanciá~de las~cmdades.
~~Y á s í corno nuestra poesía peculiar parece ser nn patrimonio del espíritu caba-
lleresco, asi nuestra arquitectura genuina parece ser un Truto de las ciudades.
D urante esta misma~época supera las formas de los tejados planos y déTsemicírculo
para alcin zarilq u el béllo 'cqmlibrio del estilo ojival que brilla cñ ét portal de li ca-
tedral deTistrasburgo, en^l~coro de la de Colonia, en la torre de la de Friburgo, en
toda la iglesia de Marburgo — construida en i * 3 í — y ea ^as catedrales de Siena,
Rouen y Burgos.
N inguna otra nación puso su mano en las instituciones caballerescas ni en el
desarro!fo~dc Ías~ciu5 ades.^Toda7 ía en i jo O v e m o sc o m o Icis rusos piden que se
les envíe a Moscú un caballero, lo que ellos llaman un hombre de hierro; y al verío,

“ Proemíum, reprod. en Eictshorn, op. cit. Erliatervmgen, p. n j .


a S a v i c n y , Gescbicbte des Kómhcben Rechts im Mittelalter, t. n i, pp. ido, m , S is m o n d i ,
tixsfaire des répitbliques italtennes, t . i , p . 3 7 3 , £d . C a ffa r o .
“ O rd c ric o V i t a l , en D u C in g e , i . v. ” C u m n iu n e". V e iii, Histoire de trance, t. n i, p . 9 3 -
" Documento de i i j , en Vogt, Rbetnischt Gescbicbte, t. I, p. 4 zh-
31 V n n M A N N , Englische Gecbicbte, t . u , p . m -

9/18
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 49
lo admiran como si estuviesen ante algo portentoso. Las puertas de la catedral de
Nóvgorod fueron obra de maestros raagdeburgueses.
Digamos dos palabras acerca de otro fenómeno. A sí como el movimiento de
la migración de los pueblos fué acompañado por la formación del pontificado y del
imperioTlas Cruzadas estimulan la lucha entre estos dos poderes. N o se trata ex-
clusivamente~de una contienda entre el emperador y el papa, sino que la lucha se
prQ^ctir^ÍsiB'lHñffite 7 sb'Bre'“cuantos profesarTTiTeTomana. Encontramos, además,
una completif'analogía con este conflicto, así en cuanto a los intereses de los con­
tendientes como en So tocante a! carácter de sus armas, en la disensión que estalla
entre Tomás Becket y el rey Enrique II de Inglaterra; ambos príncipes aparecen
abados, como lo están también ambos poderes eclesiásticos^ Y "eL conflicto aíétrta,
en mayor o menor medida, a todas nuestras "naciones. Federico~I~IIevaba "a suecos en
el ejército con que marchó sobre Italia en "TF5 8;:y¿ fueron principalmente íos~di­
neros ingleses los que permitieron a los papas íucharconrra NapoIes~y las historias
de Conradino se hallan íntimamente enlazadas con Has condiciones interiores" 3 e
C astilla;33 Carlos de Anjou que puso fin a estas guerras, era hermano del rey de Fran­
cia,_
Las luchas intestinales no podían por menos de trastornar las guerras libradas
en el exterior. Por algo Federico I, en medio de sus campañas italianas, sentía la
nostalgia del Asia y decía que las energías derrochadas en aquéllas habrían procu­
rado a sus armas, en aquel continente, mayor fama y mayor fortuna.31 También
salían desgarrados de ellas los poderes interiores; el papado equivocábase al creer que
había salido fortalecido con la caída de los Hohenstaufen; aún no habían transcu­
rrido cuarenta años desde la muerte de Conradino y caía prisionero de los reyes de
Fránciar'STtl que "al salir- ifcf’LTTuriverio volvieseis recobrar el poderío y el esplendor
del viejo poñtrficádó, Y~ñfa^imA~d'é~nu5sti:ás~niciones, ni una sola, quedó a salvo
de esas influencias.
~ Deis períodos cabe distinguir en estas empresas de orden externo; uno, en oue
se acometen con toda la lozanía de lo que alborea y en que su idea domina todos
los espíritus; el segundo es el período de la prosecución, de las repercusiones, de los
resultados. Ya en el movimientd" 3 e"Ta migra'Cfó'rrndc'_ttTS'''pTTt;h'Iós se destacan estas
dorjaseTXTitfiñera v istF lSaS~el^crj'crTVezudD7^pEnrTfriá?TdrüzatE5"casfie vc esto
con mayor claridad todavía.
ÁT sobrevenir la decadencia de los dos grandes poderes y a medida.-que en el
transcurso de los siglos x iv y xv7TL¡e~wifr¡añdose poco a poco el interés de las gen­
tes por lo que ocfírría~ 3 e"Tronteras afuera, escaljó_en el interior de nuestras nacio­
nes, por decirlo así, una guerra general de todos contra todos, Y hasta podemos
afirmar qui=Lét~flívofcio y la lucha adquirieron formas especiafmen're' viólentasheñtre-
los más afines. Provenzales y catalanes, gente de un mismo tronco, viéronse envuel-

ja Dalin, Schwedische Geschichte, t, n, p. 88.


^ R a u m e r , H o h e n s / t n if e r t , ;■ Jv, p. J 8 S .
^ R a u m e r , tom . de R íco b ald . n , j e i.
j0 PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS

tos en una hostilidad que habría de durar varios siglos por las pretensiones de sus
príncipes respectivos, de las casas de A njou y Barcelona, sobre el reing_de N á g oles.
Portugal había empezado siendo” un feudo de la coronad de Castilla f al extinguirse
esta reTaeioíi de vasaliaje, abrióse entre ambos pueblos un abismi^insoiidablg ^de
odios, alioñHádo por eF orgullo de castelianos^~portugueses. Y no sc B e s tq , sino
que las ¿Acciones deToTÑúñez y los Gamboas extendiéronse a toda E sga_ña_y B d jv i-
dieron~eñ dos bandos: sólo de v e t en cuando se daba tregua a i^ g u e r r a ^ iv iíe s
— por lo generaf"sucedía~a la inversa— para guerrear contra losm oros. La con­
tienda entre güeifos y gibelinos, cuyos nombres no es de creer que fuesen antcno-
réTTTñrprTmeros años del siglo ¿ i ? 5 sembró en Italia una discordia que mantenía
a lo ^ á ^ e ílilir a é r ú ñ iaoTThidad por ciudad y hasta podríamos decir que^casa^por
casa.
' Las desavenencias entre las casas reales, que no recaían ya, como antes, sobre
unos cuantos- feudos simplemente, sino sobre la misma corona, encendieron las mas
vÍ7it-p-?ií-a~irrit-- las rjnerras en Inglaterra V en Francia ; Francia~VÍ05é desgarrada por la
acción- de las armas inglesas y la existencia de un gran partido anglofilo dentro del
país; 'luegoríSeTngféterra B que se dividió en dos bandos bajo los signos de la rosa
roja~y la rosa blanca. N o menos violenta fue la lucha entablada en Alemania entre
unos y otros pueblos, unoT ^ otros’ linajes. La hostilidad entre suabös y suizos, ra­
mas ambas deí tronco ala-mán, llegó a ser mortal. Austríacos y bavaros son fam i-
Iias de la misma sangre, pero la batalla de M ühldorf rev3 aTiasta qué punto llega­
ron a olvidarse dtTeltó. La hrancoñía vTóse desgarrada por conflictos de carácter
caballeresco y religioso. Guerras de sucesión, contiendas armadas de hijos contra
padres, luchas fratricidas asolaron la Turingia y las tierras de Meissen. E n Bran-
deburgo y la Pomerania habíanse instalado los colonos sajones, pero las ambiciones
de los príncipes brandeburgueses sobre los territorios pomeranios sembraron la dis-
cordia eiitrc elte^ y^ n ~ las“crómcas"de^la^PoineráhÍa''veiííos como scdhabla siempre
con aversión deTEaBitari te~d^läs~ Maroäiu
Añádase a todo lo dicho la rebelión de los príncipes contra el poder real y ds
los habitantes del pais~coñtfá~el^“poder'de'l o s f e -
jurisdicción del ' impen'o''el caballero se lev a n ta contra Las ciudades y en las ciuda-
desiosgrem 'ios se rebelan "contra Tos linajesl N o pocas veces se pone en juego la
misma corona. Y vim os cómo pelean publicamente, no solo ios pueblos y las na­
ciones, los estados o los góEcrnOs," sino"también los linajes, las corporaciones y lo.;
individuos, cómo cada cual defiende y pretende afirmar sus intereses con las armas
en la mano y por los medios que tiene a su alcance.
Parece que, en estas condiciones, habría de ser poco menos que imposible m an­
tener en pie la unidad- de un fem óí’ ciiañfó más las cid conjunto de nuestras nació*
líes. Pciodos partidos jdlas- facciones no sólo separan; también unen. Las guerras
angio^francesas sobre todo repercuten saludablemente en las nemas condiciones de v i ­
da y las aglutinan. N o parece haber nada más alejado que el levantamiento de
“ M raA T O T !, D e Guelfis t i Gibelim , Antiquität. Ital., t. tv , pp- fio ?, fio*.

1 0 /1 8
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 5*
los escoceses oprimidos contra los ingleses y la lucha reñida entre Alberto y A dolfo
en tom o a la corona de Alemania. Y , sin embargo, existe una estrecha afinidad
entre la batalla de Cambus Kenneth, en que sucumbieron los ingleses, y la de Ha-
senbühel, en la que cayó A dolfo, libradas ambas en 1298: Alberto apoyábase en
una alianza con los franceses y, a través de ellos, con los escoceses; A dolfo era
aliado de los ingleses. En ambas batallas salió derrotado el partido anglofilo de Eu-
ropa. La contienda entre Luis de Baviera y Carlos de Luxemburgo en torno a la
misma coFoña alemana no se dirimió tanto en Alemania como en la batalla de
Crcssy^ E n vísperas de ella, Carlos fu é elevado al trono en medio de gran_espléiídóf '
por cuatro principes electores; después de dicha batalla — de la que salió derrotado
su pártidó. él fráncés™ , lo vemos ir corriendo a refugiarse en Bohemia, perdido
ya todo su prestigio y toda su fuerza,Ym entrás Luis recibe solemnemente a tos ^mi-
bajadores ingleses/8
E n interés de estas dos facciones y con su ayuda primordial guerrean Pedro el
Cruel y E nrique~de~'í"ráscimára^por la corona de Castilla. Y como la codicia de
Pedro obíigo"al principe negro que le ayudaba en la guerra a aceptar el foagio, que
sembró el descontento entre sus vasallos,37 trayendo consigo la decadencia del poder
de los ingleses en Francia, mientras Enrique vencía en España con ayuda de...los.
franceses, puede decirse que fué en Castilla donde la estrella inglesa declinó. Y es~
tos sucesos aparecen entrelazados por medio de otros hilos con acontecimientos que
tienen por escenario nolan da y Giieldres, Ajragón y la Cerdéná, Venecia y Genova.
Todo lo c u a lh a c e pensar qué n q h a y ra z o n e s para creer en ese aislamiento de los
pueblos en la lidad Media, de que tanto se habla._
Vemos también cómo cruzan por ellos los grandes movimientos espirituales,
que atestiguan su unidad interior. Hacia el año 1 1 3 o manifiéstase, casi como en
nuestros d ías, un anhelo general de nuevas constituciones. Recuérdese que fué por
entonces (en 1347) cuando Cola di Rienzi, el gran agitador italiano, puso en prác­
tica en Roma lo que él llamaba el buen gobierno de los tiempos antiguos, es decir,
una especie de régimen republicano, cuando (en 1336) los plebeyos y el dux de Ve-
necia se confabularon contra la nobleza para restaurar en una noche de San Bartolo­
mé sus antiguos derechos y cuando (en 1333) la primera asamblea por estamentos
reunida en Francia prometió vivir y morir con el rey, pero sin dejar por~ello de
restringir los derechos de la corona, cuando otra exigió que se implantasen reformas
y entregó al rey una lista de veintidós encumbrados personajes que debían ser des­
tituidos y una tercera inició uña com pletarevolucióa y obligó al delfín a colocarse
en la cabeza el gorro frigio rojo y verde.38 Estos movimientos fueron todos contra­
rios a la ley y transitorios.
Otros, producidos por la misma época, mantuviéronse dentro de límites rae-

** A lb e r t o A k g e n t i n e n s e , e n U r i í n í o , u , 1 3 9 .
aí Le premier volrtme de M estire jeban Froissart, i. 13 fi.
“ V íi.r.A R £ T , Hitioire de F r e n e ? , t . ce desde p . 1 4 7 .
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS

nos ambiciosos y alcanzaron resultados más duraderos. En Aragón alzóse {en 1548),
en vez del poder violento de la Unión, el prestigio legal del Justicia.39 Los repre­
sentantes del pueblo de Inglaterra pugnaron por vez primera (bajo Eduardo III)
porque se estableciera la responsabilidad de los consejeros del rey, y probablemente
fueron también los movimientos espirituales análogos a éstos los que movieron a
Carlos IV de Alemania a dictar (en 13 jó ) la que durante varios siglos habría de
ser ley fundamental del imperio, la Bula Dorada: por lo menos, en esta época sur­
gen en Braunschweig, en Sajonia (1350) y en otros territorios las primeras agru­
paciones de las comarcas para formar dietas regionales.40 ¿Quién puede pensar que
todas estas coincidencias fueron puramente casuales? N o, es indudable que el des-
arrollo común de nuestras naciones tenÍ3-qne_hacer-surgir„en_..elfas,..necesariamente,
las mismas ideas y análogas iratitttciones,.___
“ ErTmedio de estos movimientos seguía pensándose, del mismo modo que reper­
cutía aún de vez en cuando el viejo conflicto entre el papa y el emperador^en el
oriente y en una empresa general y común contra el infiel. Estos pensamientos
eran estimuIadoiTno pocas veces por el papa, a_la par que las novelas, los cuentos,
las leyendas y los libros de consejas populares alimentaban y expresaban la corriente
general del espíritu y su nostalgia de esa empresa. Los paztoreaux f r anceses e ingle­
ses del siglo x iv creían que ía conquista"efe~Ios Santos LugarelTdebía ser obra de
pastores y labriegos e incitaban a las gentes del campo a enrolarse^enja^nueva C ruza­
da;41 todavía aTmer~der~siglo x v, en 1480, lucían muchos vecinos de Parma una
cruz roja sobre un hombro, como signo de que se Habían juramentado para tomar
parte en la lucha contra los paganos.42 Y la idea de las Cruzadas mantúvose viva
sobre todo en España y Portugal, donde la guerra contra ios moros proseguía a in­
tervalos, hasta que por últim o se tradujo en un ataque contra las tribus africanas.

III. L a c o l o n iz a c ió n

De esta misma idea nació el movimiento de la colonización. E l libro siguiente


pondrá de manifiesto cómo los primeros descubrimientos y el establecimiento de
las primeras colonias se hallan enlazados con ía guerra contra los moros en dos sen­
tidos: en primer lugar, por las empresas concebidas contra el A frica , de donde par­
tió el plan que condujo a las Indias; en segundo lugar, por 3a idea de defender y
expandir el cristianismo. Los designios de los portugueses proyéctense directamente
sobre el centro mismo de la religión islámica; quieren vengar a Jerusaién con una
expedición contra ia Meca; sus victorias hállanse animadas todavía por el entusias­
mo de los cruzados de la Tierra Santa.42 En cambio, las empresas de los españoles,

Jí Hieronymi Blancas Rerum Aragón. CormnentaTti, p. 810.


E í c h h o N, D e u ts c h e S ta a is- u n d R e c b s g e s c h ic h te , c. m , § 4 24, not. d. f.
41 Libro citu, p. 4 3 .
42 “Diarium Parmen.se”, en M u i l a t o r í , Srr. Rer. I tal.» t. xxn , p. 349’

1 1 /1 8
PUEBLOS LATINOS Y GERMANICOS 5i
por ir dirigidas contra paganos y no contra mahometanos, renuevan más bien la
idea de las Cruzadas nórdicas; todo el estatuto 'jTTidicd 'd T la c'oñq'uiTa se reduce á
una donación del' papá y á TaTleclaracIón de que “ el enemigo jdebe ser convertido
al cristianismo o exterminado” .5*- Tam bién aquellos campesinos a quienes Bartolo­
mé dé las CasalTpretenciía llevar en expedición pacifica a Ctmianá.Jncían todos ellos
una cru z roja como emblema.4®
En reafidad, tanto en España como en Portñgal, la emigración de los pueblos,
las Cruz»dasy~Ia colonización són^oñro'u n gran" m ovim ientoTe trayectoria ciolio-
rerite. A q uelTTe st él arde ’' po b Iaclones que va desde“ las~montañas de Asturias hasta
las costas andaluzas y afncanas y que «KtiVía en i 507 ^ej^uñüjaíóitt en"Ahüería y
otro, en 1512, en Oran, es trasplantada ahora al mro lado del__océano.4a D e nada
se enorgullecen ta n to lo s" españoles como de haber poblado los territorios por_ellos
conquistados, no con pueblos bárbaros, pues así los llaman ellos, sino con los hijos
y descendientes de ilustres casas de Castilla.47 Los cinco millones de hombre; blan­
cos que viven en aquellas tierras sonverdaderos españoles. U n millón de portugue-
ses mora en el Brasil; y aún hoy puede distinguirse perfectamen te el contingente
no menos grande d e í n jo T d eT o r tugal asentados en las costas africanas y en las de
las Indias Orientales, T an copiosas colonizaciones constituyen verdaderas emigra-
ciones de pueEIos7~~
La otra idea que dió vida a la colonización y que ésta comparte con las Cruza­
das es la difusíün iie! cristianismo. La tercera es propia y peculiar de ella y cons­
tituye uno de sus rasgos distintivos: nos referimos a la idea del descubrimiento de
un nuevo mundo, quedes de por sí uno de los más grandes pensamientos que hayan
cruzado por la mente humana Jr que hayan surcado la tierral" Esta "idea fúé hiitnda
y estimulada por el hambre de especias de la India, por la codicia del oro de Am é­
rica, por la apetencia de perlas~3 e los mares ignotos y por el interes del comercíol
Huelga poner de manifiesto la participación general de nuestros pueblos en
todas estas empresas (la de los italianos, por lo menos, en el descubrimiento) ; como
huelga también dedicar muchas palabras a demostrar que fue atributo propio y ex­
clusivo de ellos. Otras naciones han tenido algún que otro contacto con esta clase
de afanes, no cabe duda, pero persiguiendo en realidad misiones diferentes.
Nada revela mejor la unidad de un pueblo que una empresa común. ¿Podría /
haber nada que demostrase mejor que esto la amid ad y "Ia c ohe 5i ón~"cíc varias" nacio-T
nes como lasnuestras ? Las empresas de que aquí hemos"~KaEÍ3do7~empresas que se
extienden a lo largo de muchos siglos, son coinmTes a codos- ellos.—Sirvcn de nexo---
de u n ió n d e ambos elementosTdedos pueETos yU T Ios tiémposT- Son, si vale la frase,
como tres grandes alentadas de estajm ión incomparable de naciones.

1! Ghromcon Monspeliiinsc, en Do C a n c e , î . v. "Pastorelii".


** E x p lic a tio n de H oieda en R o b e r t s o n , G e s c h ic h t e v o n A m e r ik a , i s p. y ifi,
45 ÖVEEDO, D e ll* h is to r ié d e li'ln d t e , lib. X ix.
441 O v ïe d o , H h to r ia de la c o n q u ista y p o b la c iô n d e V e n e z u e la . C£r. Sch affer, B r a silie n , p. j z .
4T S a n d o v a l , H h t o r ia d e l E m p e r a d o r C a r lo s I , p . 1E3.
LAS E P O C A S E N L A H IS T O R IA

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13/18
SOBRE LAS EPOCAS E N L A H ISTO RIA

C O N F E R E N C IA P R IM E R A

In tr o d u cc ió n

A n te s de e n t r a r en el fondo de esta serie de conferencias, conviene ponerse de


acuerdo acerca de dos cosas: la primera es el punto de partida de que hemos
de arrancar, la segunda los conceptos fundamentales a que vamos a atenernos-
Por lo que se refiere al punto de partida, nos llevaría demasiado lejos, para el
fin que aquí perseguimos, retrotraernos a tiempos m uy remotos, a situaciones com­
pletamente desplazadas, que aunque ejercen una influencia innegable sobre los tiem­
pos actuales, no influyen en ellos sino indirectamente- Por eso, para no perdernos
en problemas puramente históricos, arrancaremos de la época romana, en la que se
da ya una combinación de los más diversos factores que aquí nos interesan.
Dicho esto, pasamos a los conceptos fundamentales. Y , en este respecto, es
necesario que, antes de entrar en materia, procuremos esclarecer, en primer término,
el concepto del progreso en general y, en segundo lugar, lo que, en relación con
ello, debe entenderse por “ ideas directrices.”

I. CÓM O DEBE E N TE N D E R SE E L C O N C E PT O DE "P R O G R E S O ” EN LA H IS T O R IA

Quien esté dispuesto a aceptar, con ciertos filósofos, que la humanidad ha


ido desarrollándose desde su estado prim itivo hacia una meta positiva, puede con­
cebir esta evolución de uno de dós modos: o dandojjor supuesta la existencia de
una voluntad general que dirige y orienta la evolución del género humano desde
un 'pün to a otro, o entendiendo que la humanidad está dotada, por decirlo así,
de una naturaleza espifítuaLque hace que las cosas marchen necesariamente hacia
un determinado fin.
A nuestro juicio, ninguna de estas dos concepciones es filosóficamente sosteni-
bíe ni históricamente demostrable. En el terreno filosófico, no puede aceptarse nin­
guno de estos dos puntos de vista: el primero, porque equivaldría a suprimir en
absoluto la libertad humana y a convertir a los hombres en instrumentos carentes
de voluntad; él segundo, porque nos obligaría a admitir que los hombres son dioses
O no son nada,
Pero tampoco en el terreno histórico son susceptibles de demostración estos
dos criterios. Por dos razones. En primer lugar, la mayor parte de la humanidad
no ha salido todavía de su estado primitivo, es decir, del puntó despartida. En se­
gundo lugar, habría que preguntarse: ¿qué es el progreso? ¿En qué se conoce el
progreso de la humanidad?
H ay elementos de la gran evolución histórica que aparecen plasmados en la

57
JS LAS EPOCAS E N LA HISTORIA

nación romana y en la germánica; aquí, manifiéstase desde luego un poder espiri­


tual que va desarrollándose de etapa en etapa. Más aún, no puede negarse que a
través de toda la historia actúa una especie de poder histórico^ ejercido por el espí­
ritu humano; "es un movímí^ to que arranca ya <ie~loF tiempos primitivos y que
puede seguirse a lo largo de la historia con ciertas características de continuidad.
Sin embargo, nos encontramos con que sólo un sistema de pueblos de los que for­
man la humanidad participan en este movimiento histórico general, del que otros
quedan excluiddsT K incluso laTnacionalidades inscritas~déñtro de este m ovimiento
histórico general~distan mucho~3e~fecofref un camino de~lprogreso constante- Si
nos fijamos, por ejemplo, en~eTXsia, vemos qüi~estTcoñtÍñente, cuña de la cultura,
recorre varias épocas culturales. Pero, en él el movimiento es más bien regresivo
que progresivo. La época más antigua de la cultura asiática es, en efecto, la más
floreciente; la s e g im d re p o c a ^ ía^tercerT, efi la ^ u ^ predomm &íieS°
y el romano, presentan ya un nivel mucho m ás'bajo, y con la irrupción de los bár-
baros — dé ios mongoles— po_demos^ecíF^üe"'tcrmina por completo la cultura en'
el Asia. Se ha tratado de recurrir, para salir al paso de este hecho, a la hipótesis del
progreso geográfico; pero hemos de condenar de antemano como una conjetura va­
cía de todo sentido la tesis, que sostiene por ejemplo Pedro el Grande, de que la
cultura va d do la vuelta a la tierra, de que arranca del oriente para retornar a él.
En se0 -__„ lugar, conviene evitar, en este punto, otro error: el de pensar que
la evolución progresiva de los siglos abarque simultáneamente todas las ramas del
.... — saber humano. La historia nos demuestra, para destacar solamente un punto, que
en Tá~época moderna el arte alcanza su máximo florecimiento en el siglo _xv y en la
primera mitad del x vt y llega a su más profunda decadencia a fines d-el-X-YUV en
las primeras tres cuartas partes del xvm . Exactamente lo mismo ocurre con la poe­
sía :”h"a^tainbíén”momeñto este arte refulge; pero sin que ello quiera decir
que vaya elevándose gradualmente en el transcurso de ios siglos hasta convertirse
en una potencia de orden superior.
Dejando a un lado, como vemos que es necesario hacer, toda ley geográfica de
desarrollo y admitiendo por otra parte, ya que la historia nos lo enseña, que pueden
decaer y morir ciertos pueblos en que la linea iniciada de progreso no abarca conti­
nuamente todas las manifestaciones de vida, comprenderemos m ucho mejor en que
consiste realmente el m ovimiento progresivo del género humano. Consiste, senci­
llamente, en que las grandes tendencias espirituales que dominan la humanidad tan
pronto se superan las unas a las otras como se enlazan entre si. Ahora bien, en
estas"~tendencias se destaca siempre una~3 eter?mnada dirección particular, que pre­
domina y se impone, al paso que las demás pasan a segundo plano. A sí, por ejemplo,
en la segunda micad del~sTgÍo x v i predominaba de tal modo el elemento religioso,
que relegó a segundo término el elemento literario. Por el contrario, en el siglo
xvm gana mucho terreno el elemento utilitario y hace retroceder al arte y a las
demás actividades afines a éste.
En cada época de la humanidad se manifiesta, por tanto, una gran tendencia

1 4 /1 8
LAS EPOCAS £ K LA HISTORIA 59

dominante, y el progreso no consiste en otra cosa sino en que cobre cuerpo en cada
periodo histórico un cierto movimiento del..espíritu humano que destaca ora una
tendencia ora otra y se manifiesta en ella de un modo peculiar.
Quienes sostienen, en contradicción con el punto de vista aquí mantenido,
que este progreso consiste en que la vida de la humanidad vaya potenciándose a lo
largo de las épocas y en que* por tanto, cada generación sea superior en un todo a
la que la precede, lo que vale tanto como decir que la última de ellas sería la pri­
vilegiada y que las anteriores no harían otra cosa que prepararle el terreno y alla­
narle el camino, atribuyen una gran injusticia a la divinidad. Estas generaciones
mediatizadas, por decirlo así, carecerían de toda importancia sustantiva; sólo val­
drían, de ser eso cierto, lo que valiesen como puentes o escalones para la generación
siguiente; no mantendrían ningún contacto directo con la divinidad. Esto no pue-S
de admitirse. Toda época tiene un valor propio, sustantivo, un valor que debe
/
buscarse, no en lo que de ella brote, sino en su propia existencia, en su propio ser.
Es esto lo que da a la historia, y concretamente al estudio de la vida individual
dentro de ella, un encanto especial, lo que hace que cada época deba ser considerada /
como~ algo con validez propia y que encierra un interés sustantivo innegable par?
la myisLqJación.
Por consiguiente, el historiador deberá fijarse, fundamentalmente y por enci­
ma de todo, en el mqdo de v ivir y de pensar de los hombres de un determinado
período; si lo hace así, verá que, independientemente de las grandes ideas inmúta-
b!ci"_y eternas,~poF ejeinplo de la idea moral, cada ép ocrT ieñe~m~Téñdéncia~éspécl-
fica y su ideal propio.
Ahora bien, aunque cada época tenga de por sí su propia razón de ser y su
propio valor, esto no quiere decir que haya de perderse de vista lo que de ella brota,
lo que lega a la posteridad. Por eso, en segundo lugar, el historiador debe observar
también la diferencia existente entre las distintas épocas, para llegar a comprender
la necesidad Inferior de su entronque y sucesión. Desde este punto de vista, es in­
negable la existencia de cierto progresoj~pefo nó nos atreveríamos a afirmar que este
progreso se presente en línea recta; más exacto sería representárselo como un río
que va abriéndose paso a su modo por” entre los obstáculos que tratan de cerrarle
el camino. La divinidad — si se nos permite emplear esta expresión— , como no
conoce el concepto del tiempo, abarca con su mirada toda la humanidad histórica
en conjunto, sin establecer en ella diferencias dé valor! N o puede negarse que la
idea de la educación del género humano tiene 'cierta razón de ser; pero ante Dios,
todas las generaciones de la humanidad son iguales, tienen idéntico valor, y ese debe
ser también el punto de vista del historiador.
Sí cabe admitir un progreso incondicional, una curva ascendente clara y ma­
nifiesta, hasta donde nos es dado seguir el curso de la historia, en lo que toca a los
intereses materiales, entre otras razones porque todo retroceso operado en este terre­
no lleva aparejada una enorme conmoción. Claro está que también las ideas mora­
les pueden progresar en extensión; así, por ejemplo, puede afirmarse, refiriéndonos
6o LAS EPOCAS EN LA HISTORIA

a lo espiritual, que las grandes obras de la literatura y ei arte son conocidas y go-
zadas hoy por mucha más gente que en otro tiempo; pero sería ridículo tratar de
superar la personalidad de Homero en la epopeya o la de Sófocles en la tragedia.

2. Q u é d ebe pen sarse de l a s l l a m a d a s ideas directrices e n l a historia

Los filósofos, principalmente la escuela hegeliana, han expuesto acerca de esto


ciertas ideas según las cuales la historia de la humanidad va desarrollándose, en lo
positivo y en lo negativo, como un proceso lógico hecho de tesis, antítesis y sínte­
sis. Pero la escolástica devora la vida, y así, esta concepción de la historia, este pro­
ceso del espíritu que va desarrollando por sí mismo con arrégle a diferentes cate­
gorías lógicas, vendría a reducirse, en últim o término, al punto de vista que ya
hemos rechazado. D entro de esta concepción, sólo la idea tendría vida propia y
sustantiva y los hombres quedarían reducidos a simples sombras o esquemas, a
los que la idea infundiría vida. La teoría según la cual el espíritu universal crea las
cosas, en cierto modo, por medio del engaño y se vale de las pasiones humanas para
alcanzar sus fines entraña una idea altamente indigna de Dios y de la humanidad;
además, consecuentemente desarrollada, esta teoría sólo puede conducir al panteís­
mo; la humanidad, asi concebida, es como el Dios que se engendra a sí mismo por
medio de un proceso espiritual que va im plícito en su propia naturaleza.
Por eso, nosotros no podemos entender por ideas directrices otra cosa que las
ten 3encias''dominantes en cada siglo. "Ahora bien," estas tendencias sój5 _puedgn ser
descritas, pero no reducidas en última instancia a un concepto; de otro modo, rein-
cidiriamos de nuevo en lo que^ya hemos rechazado como falso.
La misión del historiador consiste en ir desentrañando las grandes tendencias
de Ios~síglos~~y en desenrollar la gran historia de IaHumanidad, que no es sino ei
complejo de estas diversas tendencias. Desde el punto de vista de la idea divina, só-
lo acertamos a representarnos esto de un modo: conciBiendoT~a humanidad- como un
tesoro infinito de evoluciones recónditas que, poco a poco, v an_saliendo a la luz,
con arreglo a leyes desconocida^ para nosotros, misteriosas y mucho mas grandes de
lo que generalmente se piensa.

D iá l o g o

El rey.— Ha hablado usted de progreso moral. ¿Ha querido referirse también,


con ello, al progreso interior del individuo?
Rtmke.— N o, solamente ai progreso de la humanidad en su conjunto. El in­
dividuo, por su parte, va elevándose necesariamente a un plano moral cada vez mas
alto.
El rey.— Pero, como la humanidad se halla compuesta por individuos, cabe

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1 5 /1 8
LAS EPOCAS EN LA HISTORIA 6I

preguntarse si al elevarse el individuo a un plano moral cada vez más alto, no abar-
cara también este progreso a toda la humanidad.
Ranke. El individuo muere, pues su existencia es finita; la humanidad, en
cambio, tiene una existencia infinita. En lo m aterial admito un progreso, pues aquí
lo u no engendra lo otro; no asi en lo moraf. A mi modo de ver, la verdadera gran­
deza moráF^Tcáda generación es igual a la de las otras, sin que en punto a la gran­
deza moral existe ninguna potencia superior; así, por ejemplo, no podríamos nos­
otros superar la grandeza moral del mundo antiguo.: Ocurre a veces, e incluso con
frecuencia, en el mundo del espíritu, que la grandeza intensiva se halle en razón
inversa a la extensiva; basta comparar nuestra literatura con la de los clásicos.
E l rey.— ¿Pero, no debemos suponer que la providencia, sin detrimento del li­
bre albedrío deí hombre, ha trazado a la humanidad en su conjunto cierta meta
hacia la que aquélla se encamina, aunque no sea por la violencia?
Ranke.— Es esa una hipótesis cosmopolita, no susceptible de demostración his­
tórica, Tenemos, por ejemplo, la profecía de la Sagrada Escritura según la cual
llegará el día en que sólo habrá un pastor y un rebaño; pero, hasta hoy, no ha re­
sultado ser éste el rumbo dominante en la historia universal. U n ejemplo de ello
nos lo ofrece en la historia de! Asía, que después de épocas de esplendoroso floreci­
miento, ha vuelto a caer en la barbarie.
El rey.— ¿Pero no es hoy, a pesar de rodo, mucho mayor que antes e¡ número
de individuos que han alcanzado un nivel moral superior?
R snke.— Lo concedo, pero no en el terreno de los principios, pues la historia
nos enseña que existen pueblos reacios a la cultura y que, no pocas vecesr las épocas
anteriores revelan una moral más alta que las posteriores. Por ejemplo, la Francia,
de mediados del siglo x vn era una .nación m ucho más moral y culta que la de fines
del xvin. C ab eaE ñ n ar, como queda “dicho, una mayor expansión deH aFIdeallno-
rales, pero sólo dentro de determinados círculos. Desde un punco de visca general
humano, admito como probable que la idea de la humanidad, que históricamente
sólo aparece representada en las grandes naciones, vaya incluyendo poco a poco a la
humanidad entera, y en ello habría que ver un gran progreso moral interior. La
historia no se opone a esta concepción, pero tampoco la revela. Debemos guardar­
nos, sobre todo, de erigir esta concepción en principios de la historia.
Nuestra misión consiste en atenernos a nuestro objeto.

C O N F E R E N C IA S E G U N D A

El concepto deí progreso, al que hemos dedicado nuestras consideraciones pre­


liminares, no es aplicable, como hemos visto, a todas las cosas. N o es aplicable,
entre otras, ai entronque de las épocas en general, por cuya razón no podríamos
decir que un siglo sólo sirvió, históricamente, para preparar otro. Tampoco es apli­
cable este concepto a las creaciones del genio en el arte y la poesía, la ciencia y el
LAS EPOCAS E N LA HISTORIA

« „ d o , actividades todas que guardan una relación directa con lo ^


que descansan sobre el tiempo, pero los verdaderos frutos de
dientes de la relación entre el antes y el después. En este sentado, podemos d eor
por ejemplo, que Tucídides, verdadero creador de la historiografía, sague saendo,
su modo, una figura insuperada e insuperable. , i
Tampoco podría admitirse un progreso en la existencaa m d r v i d u d u « d o re-
lirios., aue guarda también una r e k c i ó n j i r e c ^ ^
n o d r ía « « ¿ a S S r iT q S r ^ ^

,— 1 „ vr, .ladera -ttfTTrnmTTr'TTP^^ en ü ste ca m p q ._lambaen ,

el cristianismo; pero eso néTáütcre~3eciF^STo^eñcial^dd^crtstm m ^o^f^^pm pi.-

creaciones del genio pi.ese^tgj? ^ ^ —....... —


Tecle haber otro rlatón , y por m ucho que reconozcamos los méritos de Schel-
materia de filosofía no estamos dispuestos a admitar que haya superado al
ling en
filósofo griega. Este era y es insuperable por s u lenguaje y su dicción, por lo que
representa, en general, com o fenómeno poético, lo cual no quiere decir que, en
tocante al contenido, Scheiling no haya sabido elaborar una masa mayor de mate­
ria, recibida de sus predecesores. , , -
En cambio, sí debe admitirse un A co ,'
n,ú-n^ de la naturaleza se hallaos
en mantillas entre lo7"¡m iguos, quienes tampoco pueden compararse con nosotros,
ni de lejos, en lo tocante ai dominio del hombre sobre ella. Por lo demas esto
halla relacionado con lo que nosotros llamamos expansión. La expansión de las ideas
morales y religiosas, de las ideas todas de la humanidad se halla sujeta a un progreso
constante, y donde quiera que existe un foco de cultura, observamos en el la ten-
denc’a a irradiar en todas direcciones; pero sin que pueda afirmarse que el progreso
avance sin altos ni interrupciones en todos los puntos. Por tanto, en las relaciones
de orden más bien material, en el desarrollo y la aplicación de las ctencias exactas,
así como en la incorporación de las diferentes naciones y de los individuos a la idea
de la humanidad y de la cultura, el progreso es innegable. _ . . ,
En cambio, dentro del campo de las distintas ciencias del espíritu, p n n cp al-
mente de la filosofía y la política, cabe preguntarse si se observa en realidad un
progreso. Por lo que a la filosofía se refiere, he de confesar que no me doy por sa­
tisfecho con la filosofía más antigua, tal como aparece desarrollada en las obras de
Platón y Aristóteles, sin que necesite m is. En lo form al, jamás se ha pasado de ahí,
y en lo material vemos cómo los filósofos modernos están volviendo a Aristóteles.
O tro tanto acontece con ía política: los principios generales de esta c e r d a
aparecen registrados y a con la mayor seguridad apetecible por los antiguos, por n u -

1 6 /1 8
LAS EPOCAS E N LA HISTORIA 63
cho que los tiempos posteriores hayan podido enriquecer el acervo de las experien­
cias y los intentos políticos. La política dentro de la que hoy nos movemos se basa,
naturalmente, en situaciones históricamente dadas. Problemas como los de la mo­
narquía constitucional o la monarquía por estamentos, etc., tienen, desde nuestro
punto de vista, absoluta razón de ser, pero siempre en relación con las situaciones
dadas; a nadie se le ocurriría afirmar que la idea de la monarquía lleva ya ím plíci-
ta la de los estameriLos. Por tanto, lo único en que los tiempos pos refieras aventa­
jan a los muevieres es en que disponen tic u'n mayor acopio de experiencias, en ío
que a la vida'pulí tica se refiere. Tam poco podría resolverse por medio de la ciencia
un problema como el de la soberanía del pueblo o la soberanía del príncipe, que
sólo puede ser resuelto por la vía histórica, como resultado de las luchas entre los
partidos.
Pues bien, lo que dejamos dicho de la política es también aplicable a la histo­
riografía. Nadie podría, como queda dicho, tener la pretensión de superar la gran­
deza de T uc íd íd escom ohistoriad or; en cambio, sí puedo tener yo mismo la pre-
tensión~3 e~aportar a la' histofiogH fjTTlgd"que los antiguos no aportaron ni podían
aportar, pues no eñ v ario nuestra historia íluye" con mayor caudal que la ¿^aquellos-
tiempos: aparte de que hoy nos esforzamos cu-incorporar a' la'historia otras poten-
cias que abarcan la vida entera de los pueblos; procuramos, en una palabra, enfocar
lambistona corno- unidad.

C O N F E R E N C IA D E C IM O N O V E N A

L a r e v o lu c ió n n o r t e a m e r ic a n a

¿Cómo explicarse que surgiera dentro de este nuevo mundo una nueva po­
tencia, y dónde ocurrió esto por vez primera? O currió en el continente de Am éri­
ca, al emanciparse de Inglaterra sus provincias norteamericanas. Ahora bien, ¿cuál
fu é la idea que presidió esta emancipación? ¿ Y cuál la abstracción que de ella tras­
cendió a Europa?
Recordemos a este propósito que, después que hubo cobrado tan gran poder
en Inglaterra el principio germánico-marítimo y el parlamentario, este país esta­
bleció en Norteam érica colonias propias frente a las antiguas colonias españolas.
Pero la mayoría de éstas fueron fundadas en oposición a la antigua tendencia-in­
glesa, casi todas por elementos eclesiásticos, católicos y.-proresrint-T, sennradna dr
la iglesia anglicana imperante en el país. Esta inmigración fué creciendo sin cesar,
y con a y u d a re efla, en el siglo xvm , conquistaron los ingleses el Canadá, que había
sido hasta entonces una colonia francesa.
Gracias a todo esto el principio germánico-protestante se impuso también y
alcanzó inmensa importancia en Norteamérica. Era ésta, en realidad, una coloni­
zación anglo-protestante, que venía a representar, en cierto modo, una protesta
LAS EPOCAS EN LA HISTORIA
64
co n tri la metrópoli. Las cosas, en Norteamérica, marcharon bien mientras en In
glaterra imperaron los principios de los whigs; pero, al subir al trono Joige III, los
■ whigs fueron derrocados y ganó el poder un nuevo ministerio tory, el cual no en­
tendía tan bien los negocios como sus antecesores ni mantenía relaciones tan estre­
chas y cordiales con las supremas autoridades de las provincias norteamericanas.
A este nuevo ministerio, preocupado por restaurar las quebrantadas finanzas
de Inglaterra, no se le ocurrió recurso mejor para conseguir sus propósitos que im­
poner una serie de cargas fiscales a las provincias norteamericanas, cuya prosperidad
iba constantemente en aumento. Y aun habrían podido las colonias de Norteamé­
rica someterse a esta exigencia, si Jorge III no se hubiese encontrado, como rey, en
una situación completamente distinta de la de todos los otros principes de la época.
El monarca inglés' hallábase vinculado al parlamento, y todos los impuestos de­
bían ser previamente aprobados por esta institución. Los norteamericanos, en vista
de ello, proclamaron la siguiente tesis: el parlamento sólo puede autorizar impuestos
en nombre de quienes están representados en él; por tanto, las provincias de N orte­
américa, por no tener representación parlamentaria, no podían ser obligadas al
pago de impuestos.
Com o se ve, la oposición que los norteamericanos hacían al pago de impuestos
a la metrópoli no iba dirigida tanto contra la monarquía como contra el régimen
parlamentario vigente, ya que desde el punto de vista norteamericano el estatuto
parlamentario descansaba sobre el principio de que a nadie se le podía despojar de
su propiedad sin causa fundada. En torno a esto se suscitó una enconada polémica
sobre los fundamentos de la constitución política de la metrópoli y sobre si tenia
o no carácter representativo. Los norteamericanos mantuviéronse impertérritos y
el rey y su parlamento, exigieron que las provincias de Norteamérica pagasen, por
lo menos, los impuestos relacionados con el comercio exterior, sobre las importa­
ciones de té, vidrio, etc. N i siquiera esta exigencia fu e satisfecha por los norte­
americanos, quienes empezaban a sentirse ya conscientes de su fuerza. Cerrando
filas en defensa de sus intereses, disponíanse incluso a sacudirse las restrccioncs co­
merciales que les venían siendo impuestas por los ingleses.
Por aquel entonces, habían conquistado ya los ingleses gran parte de la India,
y la existencia de la Compañía inglesa de las Indias Orientales permitíales obtener té
a bajo precio. Impusieron a este género un impuesto de exportación y exigieron que
los norteamericanos lo pagasen con este recargo, el cual, sin embargo, no hacía
subir el precio de la mercancía a más de lo que antes se pagaba por el¡a. Pero los
ánimos, en las provincias de Norteamérica, estaban ya soliviantados y al desembar­
carse un cargamento de esta hierba aromática surgió en Boston la famosa revuelta
del té, que fue, en realidad, el primer acto de franca rebelión contra la metrópoli.
Las noticias de ella produjeron en Inglaterra gran disgusto e indignación; el rey
ordenó que el puerto de Boston fuese bloqueado y que se empleara la violencia para
hacer entrar en razón a los norteamericanos. En vista de que el monarca y el
parlamento se coaligaron estrechamente ante el peligro, el movimiento norceamen-

1 7 /1 8
LAS EPOCAS EN LA HISTORIA 6j

cano fué dirigido también, a partir de ahora, contra la corona e inclinándose cada
vez más a los principios populares de la constitución inglesa.
La guerra estalló en 177J. Pero jamás habría podido mantenerse si los norte­
americanos hubiesen permanecido bajo la dominación de Inglaterra. Sucedió en­
tonces algo verdaderamente memorable y que encierra una importancia extraordi­
naria para la historia del mundo: los norteamericanos abrazaron la tendencia
republicana. Pero no como lo hicieran en su día los holandeses, conservando una
forma de gobierno aristocrática. N o; los norteamericanos fueron mucho más allá:
declararon que no se hallaban ya obligados, individualmente, por las leyes vigentes
en Inglaterra. Apoyáronse en los aspectos de la constitución inglesa en que ésta da al
gobierno un carácter puramente representativo y cada cual se creyó autorizado a
resistir a un gobierno en que no se hallaba representado. D e esta idea de la repre­
sentación a la república no había más que un paso, el cual no tardó en darse. Sur­
gió asi una lucha entre estas dos corporaciones y la nación inglesa, que era, en el
fondo, la lucha entre las tendencias realista y democrática, im plícitas ambas en la
constitución de Inglaterra.
. . . El conflicto habría podido resolverse perfectamente por la vía pacífica si
ambas partes no se hubiesen aferrado apasionadamente a sus respectivos derechos.
Es dudoso que los norteamericanos, por sí solos, hubiesen estado en condiciones de
hacer valer sus pretensiones; pero encontraron apoyos en Europa, sobre todo el
de las potencias gobernadas por los Borbones, comenzando por Francia y España.
Estos países sentían, sobre todo en lo tocante a la política naval, una profunda
hostilidad contra Inglaterra, de la que habían sufrido muchísimo en la Guerra de
los Siete Años. Decididas a desembarazarse por todos los medios de la supremacía
inglesa por mar, aprovecharon la excelente coyuntura que les brindaba aquel con­
flicto planteado dentro de la nacionalidad anglo-sajona y tomaron abiertamente
partido por la rebelión norteamericana, sin pararse a meditar en medio de su pasión
que todos los gobiernos se basaban en el mismo principio de legitimidad contra
el que asestaban sus golpes las provincias de Norteamérica. E n los años 1 y j 6 , 1777 y
1:778 viéronse los norteamericanos casi al borde de la ruina. Hasta que, por fin,
gracias sobre todo a la ayuda que, por odio a Inglaterra, les prestó Francia por mar
y por tierra, lograron que su causa triunfara e impusieron en la paz de Versalles
el reconocimiento de su independencia como estado.
D e este modo, ál apartarse del principio constitucional vigente en Inglaterra
para instaurar una nueva república, basada en el derecho individual de cada hom­
bre, los norteamericanos dieron nacimiento a un nuevo poder; las ideas, como es
sabido, se abren paso con mayor rapidez cuando logran una determinada represen­
tación: la que a esas ideas corresponde. A sí surgió y fué ganando autoridad en el
mundo latino-germànico la tendencia republicana. La monarquía tiene que agrade­
cérselo a la estupidez de los ministros de Jorge III de Inglaterra. 1
Ahora bien, ¿en qué consistía esta república norteamericana? Consistía, en
primer lugar, en eliminar las influencias monárquicas que hasta entonces habían
(¡¿ LAS EPOCAS EN LA HISTORIA

existido. N o había lucha alguna que librar en el interior: toda la sociedad siguió
siendo lo que era, sin que se produjesen más cambios que la destitución de los go­
bernadores y subgobernadores nombrados por el rey y la designación de otros para
sustituirlos. E n segundo lugar, la implantación de la república vino a reunir en un
solo cuerpo estas provincias, ahora desvinculadas de la antigua metropo i. stos
acontecimientos, que no dejaron de rodear de cierta fama los nombres de los perso­
najes más destacados que en ellos intervinieron, la fundación de esta nueva comu­
nidad y su venturoso desarrollo, tuvieron una extraordinaria repercusión so re
Europa. . .
Muchas gentes del viejo continente empezaron a pensar que era aquella la nor­
ma de gobierno más barata y más apetecible que podía organizarse, pues mientras
en Europa los súbditos tenían que obedecer de un modo incondicional, en la nueva
república norteamericana no se reconocía más valor que el del hombre. Fue ahora,
después de haber dado nacimiento a un estado, cuando cobró su importancia plena
la teoría de la representación; todas las aspiraciones revolucionarias de los nuevos
tiempos se enderezaron hacia esa meta. La joven república cobró un auge genera
y rapidísimo, gracias a la propia capacidad de propagación de aquella generación y
a los continuos refuerzos que recibía de Europa, y ello hizo que Norteamérica
se convirtiera a la vuelta de poco tiempo en una de las mas importantes naciones
del mundo y que su influencia sobre Europa fuese incesante.
Era una revolución más profunda que ninguna de las que hasta entonces ha­
bía presenciado el mundo, una inversión total del principio que había venido ri­
giendo. Antes, todo el estado giraba en torno al rey, ungido por la gracia de Dios;
ahora, imperaba la idea de que el poder venía de abajo, del pueblo. En esto consis­
te la diferencia entre los antiguos estamentos y las actuales asambleas constitucio­
nales, representativas. Aquéllos eran análogos a la monarquía, puesto que descan­
saban, en mayor o menor medida, sobre títulos hereditarios; éstos, en cambio,
nacen de la elección popular.
Estos dos principios se enfrentan a la hora actual como dos mundos antagóni­
cos y toda la época moderna gira en torno al conflicto que entre ellos está plantea­
do. El antagonismo entre estos dos principios no se habia puesto aún de manifieste
en Europa, pero pronto habría de hacerlo estallar también en este continente la re­
volución francesa.

fvO
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LAS G R A N D E S PO TEN CIA S

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