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DESCUBRIMIENTO DEL NEUTRINO

Ralph A. Llewellyn University of Central Florida

Ralph A. LIeweIlyn ha sido Profesor de Física de la universidad de Florida Central desde 1980.
Después de obtener el título de Ph. D. en física nuclear experimental en la Universidad de Purdue
en 1962, impartió docencia y dirigió los departamentos de física del Instituto de Tecnología Rose-
Hulman y de la Universidad del estado de Indiana. Él también ha sido miembro del equipo científico
de la National Academy of Sciences/Nacional Reséarch Council, en donde realizó estudios sobre
fuentes de energía alternativas, conservación de la energía y recursos energéticos mundiales.

Entre sus aficiones no científicas se incluyen la fotografía y el ciclismo.

El concepto de conservación de la energía fue establecido por vez primera por el gran biólogo y
físico Hermann von Helmholtz en 1847 al generalizar los resultados de una serie de cuidadosos
experimentos realizados algunos años antes por James Joule. Éste había demostrado que cuando
la energía se transforma de una forma en otra, ni se crea ni se destruye. Joule demostró por
ejemplo, que la energía cinética de una rueda de paletas girando en agua se convertía en energía
térmica del agua. Del mismo modo, la energía mecánica de un pistón se convierte en energía
potencial de un gas, cuando éste es comprimido por el pistón. Que la cantidad total de energía de
un sistema cerrado permanece invariable fue ensayado y confirmado por innumerables
experimentos en los años siguientes. Incluso el descubrimiento de Albert Einstein sobre la
equivalencia de la masa y la energía, implícita en la famosa ecuación no supone una
violación de la ley de conservación de la energía. Simplemente añade un nuevo tipo de conversión
entre la masa y la energía (o viceversa) a las ya conocidas.

La ley de conservación de la energía se basó enteramente en la observación experimental. No


existía una teoría física fundamental capaz de predecir la conservación de la energía total. Ni
tampoco existe ahora tal teoría o ecuación. Fue en este contexto cuando Henri Becquerel, en 1896,
descubrió la radiactividad. Lo que Becquerel observó fue la emisión de unos «rayos» previamente
desconocidos a partir de ciertos materiales (inicialmente, sales que contenían uranio). Esta extraña
radiación resultó -gracias a los trabajos de Becquerel, Ernest Rutherford y otros- estar formada por
tres tipos distintos de rayos llamados, alfa, beta y gamma que diferían en su capacidad de
atravesar la materia. Tenían otras diferencias significativas, pero compartían una característica
común: la energía de cada rayo individual era muy grande.

De acuerdo con el descubrimiento del núcleo atómico de Rutherford y el uso del modelo nuclear de
Niels Bohr en su explicación de la estructura de los átomos (ambos en 1913), las grandes energías
de los rayos radiactivos significaban que estaban asociados a sucesos que ocurrían dentro del
propio núcleo.

Por tanto, el estudio de la radiactividad ofreció a los científicos la excitante oportunidad de estudiar
la estructura interna del núcleo. Las medidas precisas de los balances energéticos en los sucesos
nucleares que originaban rayos alfa, beta y gamma1 constituyeron experimentos de especial
prioridad, ya que los datos obtenidos a partir de otros experimentos sobre la energía de la radiación
electromagnética (la luz) emitida por los átomos fueron los fundamentos de la fructífera teoría de
Bohr sobre la estructura atómica.

En cualquier desintegración nuclear que implique sólo la emisión de un rayo gamma, se observó
que todos los rayos gamma tenían la misma energía (es decir, eran «monoenergéticos»). En
particular, la energía del rayo gamma era exactamente igual a la energía del núcleo radiactivo
antes de la emisión , menos la energía del núcleo después de la emisión :

Así pues, en la emisión de los rayos gamma por los núcleos se conservaba la energía.

El mismo resultado se cumplía también en toda desintegración nuclear que implicaba sólo la
emisión de un rayo alfa. Para una determinada desintegración nuclear, los rayos alfa son
monoenergéticos con una energía dada por:

Esto indicaba de nuevo que la energía se conservaba en la desintegración nuclear.

Sin embargo, los sucesos nucleares que dan lugar a la emisión de un rayo beta son
aparentemente distintos. Cuando un núcleo se desintegra desde un estado inicial específico de
energía a otro estado final específico de energía los rayos beta no eran monoenergéticos,
sino que eran emitidos en un espectro continuo de energías desde O a .
(Posteriormente se descubrió que los rayos beta eran electrones.) La ecuación de balance
energético de los rayos beta era, por tanto,

En general, la diferencia entre los estados inicial y final del núcleo no era generalmente la
energía presente en el rayo beta , sino algo distinto. Esto parecía indicar que la energía no se
conservaba en la desintegración beta.

Esto planteaba a la física un problema monumental, capaz de deteriorar severamente las bases
teóricas de esta ciencia. Al cabo de los años resulta difícil valorar la trascendencia de este hecho.
Muchos físicos estaban dispuestos a abandonar la ley de conservación de la energía, al menos
para los sucesos nucleares, con el fundamento lógico de que una ley general basada en resultados
experimentales debe rechazarse si otros hechos experimentales confirman su no validez. Entre
estos físicos se encontraba el propio Niels Bohr. Se llegó a hacer la propuesta de que el principio
de la energía se escribiera así:
De este modo se preservaba la conservación de la energía en todos los experimentos, incluyendo
la desaparición de energía en la desintegración beta (con el signo «menor que» de la desigualdad)
y se rechazaba la creación de energía.

Para Wolfgang Pauli esta no era una buena solución del problema. En una carta a Use Meitner y
Hans Geiger en Diciembre de 1930, Pauli observaba que la desintegración beta no representaba
sólo un fallo de la conservación de la energía, sino también un fallo de la conservación del
momento lineal (ecuación 7-15) y del momento angular (que se discutirá en el capítulo 8). Estos
fallos no eran menos importantes; además, incluyendo el signo de desigualdad en la ley de
conservación de la energía no se salvaban los otros fallos.

En la misma carta Pauli sugería un modo de salir airoso del dilema. Proponía la existencia de una
nueva partícula fundamental y que una (o más) de estas nuevas partículas se emitía junto con el
electrón en la desintegración beta. Respecto a la nueva partícula hizo diversas predicciones. No
tenía carga eléctrica, ya que la carga eléctrica se conservaba en la desintegración beta, sin
necesidad de otra hipótesis. Tenía una extremada habilidad para penetrar la materia, ya que nadie
la había detectado. (Esta alta penetrabilidad implicaba una interacción débil con la materia, lo cual a
su vez implicaba la dificultad de su detección.) Su masa debía ser cero o prácticamente cero, ya
que ocasionalmente se detectaban rayos beta con energía casi igual al valor máximo posible
.

La nueva partícula propuesta debía transportar una energía igual a la diferencia en cada
desintegración beta individual, salvando así la ley de conservación de la energía. Su
comportamiento físico sería también compatible con la conservación del momento lineal y del
momento angular.

Para estimar lo que suponía la propuesta innovadora de Pauli recordemos que en el momento en
que él la planteó, sólo eran conocidas dos partículas fundamentales, el electrón y el protón. La
existencia de estas partículas había sido deducida por su apariencia y comportamiento en
muchísimos experimentos. Nadie había inventado con anterioridad una nueva partícula. Pauli
reconocía que su solución podía parecer poco probable, pero seguía diciendo, «quien no se
arriesga, no pasa la mar» y pedía con urgencia a «sus queridos amigos radiactivos que ensayaran
y juzgaran su propuesta».

Pauli hizo pública su propuesta de esta extraña y nueva partícula en una Reunión de la American
Physical Society en Junio de 1931. A pesar de su gran reputación como físico teórico, la respuesta
fue resueltamente negativa. La mayor parte de los físicos recibieron con escepticismo la propuesta
de una partícula aparentemente indetectable. Se creó un consenso en favor de la hipótesis de
Bohr. Por alguna razón, la energía no se conservaba en los procesos nucleares.

En 1933, Pauli se animó ante el descubrimiento realizado unos meses antes por James Chadwick
del neutrón (partícula nueva sin carga y con una masa próxima a la del protón). Pauli entonces
arguyó con fuerza contra aquellos que aceptaban una ruptura de las leyes de conservación en la
emisión beta:

La carga eléctrica se conserva en el proceso y yo no veo por qué la conservación de la carga debe
ser más fundamental que la conservación de la energía y la cantidad de movimiento. Si las leyes de
conservación no fueran válidas, llegaríamos a la conclusión a partir de estas relaciones que una
desintegración beta ocurre siempre con pérdida de energía y nunca con ganancia; esta conclusión
implica una irreversibilidad de estos procesos respecto al tiempo, que no me parecen en absoluto
aceptables.2

Enrico Fermi fue muy atraído por la nueva partícula propuesta por Pauli y la llamó neutrino «<el
pequeño neutro» en italiano) para distinguirle del neutrón masivo de Chadwick. Fermi desarrolló
una teoría completamente nueva de la desintegración beta a la que incorporó el neutrino. La teoría
de Fermi fue extraordinariamente fructífera al explicar exactamente las observaciones
experimentales relacionadas con la desintegración beta.

Esta teoría garantizaba la existencia del neutrino con todas las propiedades que Pauli había
sugerido, a pesar de que -como se exclamaba en aquellos días- era completamente imposible
observar el neutrino en ningún experimento.

El tiempo pasó. Nuestro conocimiento de las partículas fundamentales que constituyen el átomo,
las fuerzas que entre ellas actúan y las leyes de conservación que gobiernan sus interacciones, se
desarrolló ampliamente. Los físicos comenzaron a comprobar que el neutrino representaba un
papel mucho más fundamental en la física de partículas que el sospechado por Pauli en un
principio. Como consecuencia fue una materia de alta prioridad la comprobación de la existencia
del neutrino y de sus propiedades, de acuerdo con la hipótesis que habían sido rápidamente
incorporadas en las teorías del núcleo y las partículas. En 1949 Chalmers Sherwin midió
simultáneamente el momento lineal de los rayos beta y el momento lineal del núcleo de retroceso.
Él demostró que una simple partícula sin masa, correspondiente al neutrino de Pauli, emitida junto
con los rayos beta, podía satisfacer precisamente tanto la conservación del momento lineal como
la conservación de la energía.

El hecho de que los neutrinos ejerzan una interacción extraordinariamente débil con la materia
significa, por ejemplo, que la distancia media recorrida por un neutrino desde el punto donde se
creó hasta su primera interacción con la materia es del orden de 1000 años luz. Esto hace que los
neutrinos resulten muy difíciles de detectar en cualquier experimento. Para tener una probabilidad
razonable de detectar unos pocos neutrinos, hay que hacer pasar un enorme número de ellos a
través del aparato experimental adecuado para su detección.

Hubo que esperar 25 años después de la propuesta del neutrino por Pauli, para que la construcción
de grandes reactores nucleares permitiera disponer de fuentes de neutrinos en cantidad suficiente
para que los experimentos de detección ofrecieran la esperanza de un resultado favorable.
Finalmente, en 1956, CIyde Cowan y Frederick Reines, utilizando el intenso flujo de neutrinos
(aproximadamente 1015 neutrinos por centímetro cuadrado y por segundo) de un reactor en
Savannah River, pudieron detectar la presencia inconfundible de un suceso nuclear que sólo podía
haberse iniciado por un neutrino (realmente por un antineutrino, pero ¡esta es otra historia!). Con
ello el último elemento de duda que pudiera quedar sobre la propuesta de Pauli fue eliminado.

Desde entonces las propiedades fundamentales y complejas del neutrino han continuado siendo el
foco de un estudio activo, tanto teórico como experimental. Hoy se admite que los neutrinos (de los
que se admiten por lo menos seis tipos diferentes) forman parte del número muy escaso de
partículas realmente fundamentales. Aquí «fundamental» significa que el neutrino no se desintegra
él mismo. Los experimentos de neutrinos, una vez considerados imposibles, se verifican ahora en
todos los principales aceleradores de partículas del mundo y están ofreciendo importantes avances
en la búsqueda de un más profundo conocimiento del universo físico. La astronomía de neutrinos
es un área de activa investigación, ya que estas partículas, por causa de la debilidad de su
interacción con la materia, son las únicas partículas que pueden escapar fácilmente de las
estrellas más densas. Los neutrinos transportan información respecto a la génesis de las estrellas
y los primeros instantes del universo.Y todo ello comenzó con una carta escrita por Wolfgang Pauli.
«Quien no se arriesga, no pasa la mar.»

Esta fotografía muestra las trazas de un complicado conjunto de partículas emitidas cuando un
neutrino (que entra por el fondo) choca con un protón en la cámara de Burbujas Europea del
CERN.

1 Actualmente se sabe que los rayos alfa son núcleos de helio, los rayos beta son electrones o positrones (antielectrones) y los
rayos gamma son radiaciones electromagnéticas de alta energía.
2 Wolfgang Pauli, 5tructures et Propiétés des Noyaux Atomiques,» Proceedings of the So/vay Congress 1933, Paris, Gauthier-VilIars,
1934, pág. 324.
Descubrimiento del neutrino. LLEWELLYN R. Física. Tipler P. 1Editorial Reverté. Barcela. 1992. Pag.218 a 220.

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