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Ignacio Fernández Sarasola (Universidad de Oviedo)

La Historia constitucional: Método e Historiografía a la luz de un bicentenario Hispánico

Sumario:
1.- La Historia Constitucional: una disciplina huérfana de reflexiones metodológicas
2.- El objeto de la Historia Constitucional
      2.1.- El constitucionalismo “moderno” como objeto de la Historia Constitucional
      2.2.- El concepto de Constitución
      2.3.- Las normas de relevancia constitucional como objeto de la Historia
Constitucional
      2.4.- Historia Constitucional, Historia del Constitucionalismo e Historia de las
Constituciones
3.- Una metodología autónoma
      3.1.- El enfoque pluridisciplinar
      3.2.- El análisis conceptual y comparado
4.- La utilidad mediata de la Historia Constitucional

“A fuerza de horas de exposición, una placa fotográfica situada en el


foco de un anteojo dirigido al firmamento llega a revelar astros tan
lejanos, que el telescopio más potente es incapaz de mostrarlos; a
fuerza de tiempo y de atención, el intelecto llega a percibir un rayo de
luz en las tinieblas del más abstruso problema”
Santiago Ramón y Cajal, Reglas y consejos sobre investigación
científica (1897)

1.- La Historia Constitucional: una disciplina huérfana de reflexiones metodológicas


En ambas orillas del Atlántico la Historia Constitucional ha despertado por igual 1
el interés de constitucionalistas, historiadores, politólogos, historiadores del
Derecho y filósofos del Derecho 1. Desde su particular atalaya, cada una de estas
disciplinas ha aportado su manera de percibir la Historia Constitucional, aunque
sin hacer explícitas sus propuestas metodológicas. La razón resulta sencilla de
explicar: todas las ramas del saber referidas se ocupan de la Historia
Constitucional como una parte más de su objeto de estudio y, por ende, no
consideran necesario reflexionar sobre una metodología particular para la
Historia Constitucional, ya que ésta se entiende común con la disciplina que la
comprende. Sólo de forma excepcional la Historia Constitucional adquiere el
reconocimiento de disciplina autónoma, y en consecuencia dotada de su propia
metodología, tal y como han planteado Michel Troper en Francia 2 y Joaquín
Varela Suanzes-Carpegna en España3.
A pesar de estas carencias, en los últimos años se está realizando una importante 2
tarea de impulso para la Historia Constitucional, con logros tangibles, aunque
con una proyección dispar. Los países anglosajones se siguen centrando en su
propio contexto histórico, y de resultas es harto difícil hallar estudios
norteamericanos o británicos que aborden perspectivas comparadas o se ocupen
de países distintos a los suyos propios 4. Muy al contrario, en el ámbito europeo
países como España e Italia están liderando diversos proyectos Historia
Constitucional comparada. Así, Italia fue pionera en la formación de un
prestigioso centro dedicado exclusivamente a esta disciplina. Me refiero, claro
está, al “Laboratorio di Storia Costituzionale Antoine Barnave” de la
Universidad de Macerata, que se sumaría a otras importantes instituciones
italianas que, aunque no centradas exclusivamente en la Historia Constitucional,
cuentan con reputados especialistas en esta disciplina, como es el caso del
“Centro di Studi per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno”, de Florencia, o
el “Centro per gli studi storici italo-germanici”, de Trento. Hace apenas dos
años, se creaba en España el “Seminario de Historia Constitucional Martínez
Marina” (Universidad de Oviedo) con idénticos propósitos 5. También en
Iberoanoamérica se han realizado esfuerzos por buscar análisis de Historia
Constitucional supranacionales, como muestran los Congresos organizados por
instituciones como el Colegio de México, el Instituto de Investigaciones Dr.
José María Luis Mora6 o diversas Universidades latinoamericanas7
En esta misma línea de estudio de la Historia Constitucional comparada, 3
aparecía en España en el año 2000, bajo la dirección de Joaquín Varela Suanzes-
Carpegna, la primera revista dedicada monográficamente a la Historia
Constitucional8, con la novedad de presentar un formato electrónico, y, poco
después, el ya referido Laboratorio “Antoine Barnave” de Macerata creaba otra
revista con el mismo objeto, esta vez en formato impreso 9. Otra iniciativa
reseñable ha sido la creación de una Biblioteca Virtual de Historia
Constitucional por vez primera en Europa10, siguiendo una línea ya existente en
Estados Unidos de Norteamérica, pioneros en este tipo de recursos electrónicos.
En el mundo hispánico, además, la Biblioteca Virtual “Miguel de Cervantes” ha
creado un portal web que pretende recoger todas las Constituciones
hispanoamericanas aprobadas, e incluso algunos relevantes proyectos
constitucionales11.
En las fechas actuales, en la que este mismo mundo hispánico se halla inmerso 4
en los fastos que conmemoran sus orígenes constitucionales, el interés que está
despertando la Historia Constitucional en ambas orillas del Atlántico brinda la
oportunidad de introducir en el debate reflexiones metodológicas. La atención a
este tipo de reflexiones parece común en Hispanoamérica y Europa, como
evidencian los Congresos en los que dichas propuestas tienen acogida 12. Es de
esperar que el impulso que recibirá la Historia Constitucional en estas relevantes
efemérides permita no sólo debatir sobre el bicentenario, sino, más allá, hacerlo
también sobre el objeto, método y fuentes de la propia Historia Constitucional,
paliando esa orfandad ya referida13.
Bien es cierto que algunas propuestas muy minoritarias consideran vacua 5
cualquier tentativa de hallar un método neutro para la Historia Constitucional, al
entender que todo enfoque metodológico adolece de una contaminación
académica o sirve a un propósito estratégico 14. Más allá de esta pesimista
postura, lo cierto es que en los ámbitos académicos comienza a plantearse la
necesidad de definir una metodología para la Historia Constitucional. Por poner
apenas un par de ejemplos, el ya mencionado Seminario “Martínez Marina”
declara entre sus objetivos institucionales “Impulsar la metodología de la
Historia Constitucional, aplicada tanto al ámbito científico como al docente.
Debido a la diversidad de disciplinas implicadas en el estudio de la Historia
Constitucional –aclara el documento fundacional–, existe una pluralidad de
enfoques científicos. El Seminario Martínez Marina incentivará la formación de
estudios, análisis y prospecciones dedicadas a aclarar y unificar en la medida de
lo posible la metodología de la Historia Constitucional, ofreciendo los resultados
a la comunidad científica”. Otro tanto se ha planteado el británico Institute of
Historical Research15, y en Estados Unidos las propuestas docentes de Historia
Constitucional comparada –excepcionales, como se ha dicho previamente–
instan a reflexionar sobre un adecuado planteamiento metodológico 16. Lo que
sigue pretende ser apenas un bosquejo de una particular propuesta metodológica.
Un mero aporte a la luz de ese bicentenario hispánico ya mencionado.

2.- El objeto de la Historia Constitucional


Las diversas disciplinas históricas, políticas y jurídicas que se ocupan de la 6
Historia Constitucional lo hacen adoptando como común objeto de análisis las
Constituciones históricas: cómo se han gestado y aplicado, cuál ha sido su
evolución, y cuál su contenido normativo. Ahora bien, desde mi punto de vista,
la Historia Constitucional posee un objeto más amplio, ya que se ocupa por igual
–y de forma integrada– de la Historia de las Constituciones y de la Historia del
Constitucionalismo. Aun así, conviene apuntar varias matizaciones.
El estudio de las Constituciones históricas entraña, principalmente, un análisis 7
normativo, institucional y político. Es decir, ocuparse del contenido jurídico de
los textos constitucionales (análisis normativo); de su desarrollo y aplicación
efectiva (análisis institucional) y de los avatares sociopolíticos que rodearon su
vida (análisis político). Por su parte, el estudio del constitucionalismo requiere
atender a la perspectiva ideológica del contexto (o contextos) en que surge la
idea de limitar el poder del Estado a través de una Constitución (análisis
doctrinal). Constitución y constitucionalismo son, por tanto, los objetos que
comprende la Historia Constitucional. Unos objetos cuya definición no resulta
pacífica, como veremos enseguida.

2.1.- El constitucionalismo “moderno” como objeto de la Historia Constitucional


La Historia Constitucional no sólo debería ocuparse de las normas 8
constitucionales y su desarrollo (normativo o práctico) sino también de las
doctrinas jurídico-políticas que se hallan en su base (aspecto doctrinal). De ahí
que también comprenda el análisis del constitucionalismo, entendido como
movimiento dirigido a limitar el poder del Estado 17. La primera duda que puede
surgir entonces es la de saber si aquello que ha venido a denominarse como
“constitucionalismo antiguo”18 –es decir, los movimientos dirigidos a limitar el
poder político en el mundo antiguo y medieval– podría considerarse también
como parte integrante de la Historia Constitucional.
Desde el planteamiento metodológico que aquí propongo la respuesta habría de 9
ser negativa. El llamado “constitucionalismo antiguo” no parte de una idea de
limitación del Estado19, porque en sentido estricto éste ni tan siquiera existe en la
conciencia jurídico-política. De ahí que a la Historia Constitucional le pueda
interesar apenas como precedente, pero no como objeto central de estudio. El
campo adecuado para ese constitucionalismo antiguo sería, fundamentalmente,
la historia del pensamiento político.
En el ámbito de los estudios latinoamericanos el problema de cómo situar a 10
dicho constitucionalismo antiguo no preocupa en exceso. La Historia
Constitucional que se desarrolla en el continente americano se ha centrado en el
análisis de la historia contemporánea y, por consiguiente, del constitucionalismo
que emerge a partir del siglo XVIII, aunque, obviamente, sin descuidar lo que
éste mantenga de épocas anteriores. Una nueva tendencia ha empezado, sin
embargo, a ocuparse en América del llamado “constitucionalismo indígena”,
tratando de incorporar tal concepto a la Historia Constitucional. Se trata, en
realidad, de una postura con escasos cultivadores, descontextualizadora, inmersa
en anacronismos y que antepone cuestiones axiológicas a auténticos enfoques
históricos20.
Aclarado que el objeto de la Historia Constitucional es el “constitucionalismo 11
moderno”, es preciso añadir, no obstante, que debería evitarse la tendencia a
identificar sin más “constitucionalismo” y “liberalismo político” 21. Si bien es
cierto que el constitucionalismo fue una de las principales, sino la principal,
banderas políticas del movimiento liberal, más tarde se desarrollaría también un
constitucionalismo de sesgo democrático y social que la Historia Constitucional
no puede desconocer. Algunos de los elementos que comportan el paradigma del
constitucionalismo liberal (básicamente separación de poderes y reconocimiento
de derechos individuales) no tienen por qué contemplarse con el mismo alcance
en el constitucionalismo democrático y social, pero ello no impide que éstos se
consideren también como “constitucionalismo” siempre que entrañen una idea
de limitación del poder Estatal. En este sentido, no podemos dejar al margen de
dicha categoría a movimientos políticos como el jacobino, poco partidario de la
separación de poderes, ni tampoco a las Constituciones socialistas, por más que
éstas privilegien a los derechos sociales y colectivos frente a las clásicas
libertades reaccionales del constitucionalismo liberal 22.

2.2.- El concepto de Constitución


Obviamente no se trata aquí de reflexionar qué se entiende por Constitución sino 12
lo que, desde mi modesto punto de vista, podría entenderse para el objeto de la
Historia Constitucional. Quizás el planteamiento ya genere alguna suspicacia:
¿Es lícito definir dicho término en función de la disciplina que lo aborde
(Historia Constitucional o Derecho Constitucional positivo)? Desde mi punto de
vista la respuesta ha de ser afirmativa.
Aunque el concepto de “Constitución”, como objeto de análisis para el Derecho 13
positivo, es controvertido, hay una nota que se ha impuesto: su carácter de
supremacía jurídico-formal23. Bien es cierto que ésta se combina, en muchos
autores, con aspectos de contenido y, por tanto, sigue concluyéndose que una
Constitución no sólo ha de ser suprema, sino que, además, debe contener
determinadas regulaciones. Unas regulaciones que, por lo general, se identifican
con las genuinas del Estado liberal (derechos subjetivos y división de poderes,
tal cual establecía el artículo 16 de la Déclaration des Droits de l’homme et du
citoyen de 1789). Ahora bien, en tanto el contenido que debería asumir una
Constitución es controvertido en términos jurídicos 24, su posición de supremacía
formal representa un aspecto aséptico, que apenas implica lo que ya declaró en
1803 la famosa sentencia Marbury vs. Madison, a saber: que cualquier
contrariedad con el contenido constitucional debe resolverse por la vía de la
nulidad o de la derogación, al ocupar la Constitución la cúspide del
ordenamiento jurídico.
Si este es el objeto del Derecho Constitucional (desde una postura formalista, 14
claro está), no creo que deba ser, necesariamente, el de la Historia
Constitucional25, ya que ambas disciplinas pueden tratarse de forma disociada.
Para esta última la Constitución será un producto histórico y, como tal, definido
por su contexto y no necesariamente por las características que tiene hoy en día.
Bajo esta dimensión histórica, la Constitución es fruto del constitucionalismo
como movimiento político y nace, como éste, con el objeto de limitar el Estado,
de donde se pueden ya derivar algunas respuestas respecto de su definición:
 Presupone la existencia de un Estado que monopolice la
coacción física. De ahí que, en sentido propio, no quepa hablar de
Constitución en los ordenamientos preestatales.
 La Constitución posee un carácter prescriptivo,
introduciendo una regulación del Estado y de la sociedad. De este modo,
quedaría excluido el concepto aristotélico de Constitución –entendida
como régimen sociopolítico– porque no prescribe, sino simplemente
describe el entramado social, económico y político de un territorio.
 Como producto histórico, deberían estudiarse aquellas
normas que, cumpliendo los requisitos ya mencionados, se considerasen
como Constitución en la conciencia jurídico-política de cada época. En
este sentido, en términos históricos, el nomen iuris que se le haya
concedido a un texto normativo no puede ser determinante de su
condición constitucional o no.
 Aunque las Constituciones hayan nacido históricamente
como productos de la soberanía colectiva, también deben tenerse en
cuenta modelos constitucionales, cuya fuente de legitimidad se halle en
otros sujetos políticos distintos. De resultas, han de considerarse
Constituciones tanto las Cartas Otorgadas –sin las cuales no podría
explicarse la Historia Constitucional germana ni aun algunas fases de la
francesa– como las Pactadas entre el Rey y la colectividad –relevantes
por ejemplo en la España isabelina–.
Pero, como ya he señalado, los dos objetos de la Historia Constitucional – 15
constitucionalismo y Constitución– se hallan en relación indisoluble. Por ese
motivo, ambos conceptos se condicionan recíprocamente. De ahí que la Historia
Constitucional deba ocuparse de los distintos tipos de Constituciones en las que
se han plasmado el constitucionalismo como movimiento político: liberales,
democráticas o sociales.
La amplitud que la Historia Constitucional debe otorgar, necesariamente, a su 16
objeto de estudio, entraña el que muchos investigadores opten incluso por un
concepto material de Constitución, algo especialmente perceptible en Italia 26,
donde la idea de Costituzione in senso materiale mortatiana sigue teniendo gran
predicamento incluso entre los cultivadores del Derecho Constitucional positivo.
Como entramado de normas formales, relaciones políticas y funcionamiento
efectivo de las fuerzas sociopolíticas, la aplicación del concepto de Constitución
material a la Historia Constitucional permite rehuir el formalismo e integrar el
estudio de normas, hechos y doctrinas políticas.
Es evidente que lo que excluye la Historia Constitucional es el estudio de los 17
textos normativos de las dictaduras, toda vez que las Leyes Políticas de estos
regímenes no pretenden actuar como un límite efectivo al poder personal del
Dictador. Un aspecto que resulta especialmente importante no sólo en España –
que conoció la larga dictadura franquista– sino también en muchos países
latinoamericanos, que también padecieron regímenes dictatoriales. La exclusión
de estas etapas históricas –en muchos casos muy prolongadas– se halla
perfectamente justificada para la Historia Constitucional, aunque no sería
admisible en la Historia Política, cuyo objeto de análisis ha de ser, por
necesidad, más amplio que el de aquélla.

2.3.- Las normas de relevancia constitucional como objeto de la Historia Constitucional


Aparte de las propias Constituciones –entendidas en el sentido lato ya referido– 18
también las normas de “relevancia constitucional” o “materialmente
constitucionales” (como en ocasiones se definen) son objeto de estudio por la
Historia Constitucional. Si la Constitución y el constitucionalismo tratan de
limitar al Estado, es preciso tener igualmente presente a aquellas normas que
regulan tanto la organización y funcionamiento de los órganos superiores de
dicho Estado, como los derechos y libertades fundamentales 27.
No puede abordarse la Historia Constitucional con solvencia obviando, por 19
ejemplo, la normativa electoral, los Reglamentos parlamentarios, las leyes
reguladoras del Gobierno y del Poder Judicial, o las leyes sobre suspensión y
garantías de los derechos constitucionales. Desde luego que existen varios
riesgos que es preciso conjurar. En primer lugar, parece necesario poner coto a
la legislación que encaja dentro del ámbito de estudio de la Historia
Constitucional. Así, un Reglamento Parlamentario posee mayor importancia
intrínseca para dicha disciplina que el Código de Comercio. No debe
confundirse aquello que sea de interés para la Historia del Derecho, ni aun para
los propios juristas y políticos de cada época, con aquello que ha de preocupar
más en concreto a la Historia Constitucional. Contra esta idea podría argüirse
que se asienta en un anacronismo, al considerar como normas de relevancia
constitucional aquellas que tendrían tal condición en la actualidad. Sin embargo,
ya desde finales del XVIII y comienzos del XIX la diferencia entre los distintos
tipos de codificaciones –política, civil, mercantil o penal– empezó a
deslindarse28 y es la primera de éstas –la política– la que ha de interesar a la
Historia Constitucional. Así, el Código Civil concernirá a dicha disciplina sólo
en la medida que afecte a la esencia (titulares, objeto, límites y contenido
subjetivo) del derecho de propiedad (materia política) sin que haya necesidad de
prestar atención a los concretos modos de transmitir el dominio que contemple.
Tampoco debe pasarse por alto que las mencionadas leyes no se identifican con 20
la Constitución misma, sino que la desarrollan. Por ese motivo, no debe
interpretarse, sin más, la Constitución a la luz de dicha legislación de desarrollo,
ya que ésta explicita sólo las opciones políticas en un momento determinado que
no tiene por qué coincidir con el momento constituyente, sobre todo en las
Constituciones longevas29.
Al margen de las leyes que desarrollan y complementan el entramado 21
constitucional, también tiene interés examinar los proyectos constitucionales. El
estudio de estos carece de un valor normativo e institucional, pero es muy
relevante desde una perspectiva doctrinal. Los proyectos constitucionales –ya
sean oficiales o privados– expresan un determinado constitucionalismo, una
forma de entender las relaciones Estado-sociedad que en ocasiones no logró
plasmarse en un texto constitucional efectivo o que fue modificada debido a las
negociaciones constituyentes30.

2.4.- Historia Constitucional, Historia del Constitucionalismo e Historia de las Constituciones


De cuanto se ha dicho hasta el momento puede colegirse con facilidad que la 22
Historia Constitucional no es sólo historia de las Constituciones, ni tampoco del
constitucionalismo, sino una mezcla de ambas. Por mejor decir, una
mezcla integradora.
Ocuparse sólo de la historia de las Constituciones puede entrañar ciertos riesgos. 23
Es habitual que esta perspectiva se reduzca al frío análisis del articulado
constitucional, utilizando, además, métodos hermenéuticos actuales (en especial
la interpretación sistemática y literal). Los riesgos, a los que más tarde me
referiré, son evidentes, porque sin conocer las ideas políticas subyacentes, y el
contexto sociopolítico, se incurre en constantes anacronismos. Sensu contrario,
la historia del constitucionalismo atiende a la ideología política y, por tanto, es
sustancialmente una historia del pensamiento político que no deja suficiente
espacio para el análisis normativo, político e institucional.
Estas precisiones guardan una relación directa con las fuentes que utilizan 24
ambas disciplinas. La historia de las Constituciones se centra en los textos
normativos, en tanto que la historia del constitucionalismo se detendrá en
analizar los debates, discursos, prensa, opúsculos y, en general, cualquier medio
que exprese las ideas políticas. Incluso las Constituciones podrán ser cauce de
estudio, pero no ya como objeto autónomo, sino como fuente que proporciona
datos sobre las doctrinas políticas.
Sin embargo, la Historia Constitucional debería integrar las fuentes de las que se 25
ocupan tanto la historia de las Constituciones como la historia del
constitucionalismo. Las disposiciones constitucionales deberían analizarse a la
luz del contexto político, cuyas fuentes han de conocerse. Ese contexto político
está conformado, desde luego, por la doctrina político-constitucional imperante,
que se obtiene a partir de la lectura de los Diarios de Sesiones –fuente
imprescindible31, aunque es cierto que con ciertas limitaciones históricas 32–, de
los opúsculos y libros de la época, así como de la prensa, fuente que, por su
mayor difusión y espontaneidad, refleja en ocasiones mejor que los propios
libros el pensamiento político comúnmente aceptado y más extendido en la
opinión pública. Por otra parte, este análisis doctrinal debe abordarse con
cautelas que eviten otra suerte de descontextualizaciones. Por ejemplo, es
menester leer a los autores más difundidos en la época estudiada, y no aquéllos
que hoy resultan más conocidos, o cuyo pensamiento se ha hecho más universal.
Del mismo modo, es preciso tener presentes las corrientes de transferencia de
información, viendo en qué medida los autores y actores políticos conocían
determinadas obras, tanto nacionales como extranjeras, merced a un intercambio
cultural y al acceso a textos.
En todo caso, conviene tener presente que el contexto o “cultura política” no se 26
agota con la doctrina. También es preciso conocer las prácticas políticas y el
desarrollo institucional, a veces tanto o más importante que la propia
doctrina. Puede que Inglaterra sea el ejemplo más claro. Si nos detuviésemos en
el statute law, en el common law o en lo que se desprendía de la doctrina
dominante a finales del XVIII estaríamos obteniendo una versión del gobierno
británico basada en la teoría del equilibrio constitucional (balanced constitution)
que ya había ido evolucionando, en la práctica, hacia un sistema de gabinete.
Ese modus operandi de las instituciones políticas que se había ido introduciendo
sobre todo con la dinastía Hannover, no llegaría a formularse en términos
doctrinales hasta el primer tercio del siglo XIX, y muy en especial a través la
obra de John James Park en 183233.
Toda esta combinación de fuentes, y el análisis integrado de doctrina, textos y 27
desarrollo institucional, evita ciertos desajustes interpretativos. En primer lugar,
permite que se tome conciencia de que las Constituciones son, en mayor o
menor medida, fruto de una negociación o transacción política, de modo que no
suelen corresponderse de forma exacta con una teoría política concreta. Por otra
parte, las Constituciones suelen recoger ciertos elementos del régimen político o
de la cultura jurídica precedentes. Hacer tabula rasa con todo el ordenamiento
jurídico precedente resulta imposible y, por tanto, las Constituciones garantizan
implícita o explícitamente la supervivencia de instituciones anteriores, aun
cuando en ocasiones las adapten a la nueva realidad normativa.
En este sentido, creo que es preciso mantener un equilibrio entre los intentos de 28
reconstruir la “cultura política” de un determinado momento histórico, y la
necesidad de atender a las especificidades que encierran las Constituciones
como normas jurídicas. La recuperación del contexto político, obtenido a través
del análisis del lenguaje, de las reflexiones políticas vertidas en los textos y de la
práctica, es, como he adelantado, absolutamente imprescindible para la Historia
Constitucional, porque sólo así pueden evitarse deformaciones históricas. Ahora
bien, esa misma “cultura política”, aplicada a un texto constitucional, puede
resultar igualmente distorsionadora, si entraña prescindir de un aspecto
sustancial en los procesos normativos ya mencionado, cual es la negociación
entre posturas políticas dispares. Es más, la idea misma de una “cultura” puede
conducir a una simplificación excesiva de la que se desprenden no pocos
interrogantes: ¿Cultura o culturas? ¿Existe una cultura constitucional
homogénea? ¿Excluye ésta posiciones políticas dispares? ¿Esta cultura se
compone de ideas, de prácticas o de ambas? Y, caso de componerse por ambas
¿cómo se capta la cultura cuando ideas y prácticas políticas discurren por
derroteros distintos? Salvo excepciones significativas y modelos concretos
(como las Cartas Otorgadas), las Constituciones nacen como resultado de
procesos constituyentes en los que la transacción entre fuerzas políticas es
sustancial. De ahí que no suelan reflejar un ideario político, ni una “cultura”
constitucional concretos. Tomar esa cultura de forma exógena a la Constitución,
y aplicarla a su articulado, puede entrañar que éste se someta a una
interpretación dogmática que guarde escasa relación con su verdadero contenido
y significado34.

3.- Una metodología autónoma


Ya he señalado previamente que la escasez de reflexiones metodológicas sobre 29
la Historia Constitucional deriva del hecho de no reconocerla como disciplina
autónoma, sino como parte integrante de otras ramas del saber. La interacción
metodológica y las diversas formas de abordar la Historia Constitucional sólo
pueden tener un influjo positivo y enriquecedor, que apenas ignora la
perspectiva excluyente que podría definirse de “acantonamiento metodológico”,
enfrascado en el pensamiento único y en posturas dogmáticas basadas más en
argumentos de autoridad que en reflexiones científicas 35.
Ahora bien, si se considera la Historia Constitucional como una rama del saber 30
independiente, parece adecuado formular una metodología propia para ella. A
ello dedicaré las siguientes páginas.

3.1.- El enfoque pluridisciplinar


Cuatro son los enfoques que habitualmente se han empleado para estudiar la 31
Historia Constitucional: normativo, doctrinal, político e institucional 36. El
primero atiende sustancialmente a las normas jurídicas, muy en especial al
articulado constitucional aunque también a aquellas otras disposiciones que he
denominado de “relevancia constitucional”. Esta perspectiva ha sido
frecuentemente utilizada por constitucionalistas y administrativistas, quienes,
familiarizados sobre todo con el Derecho Positivo, tienden a exportar a la
Historia Constitucional esta particular metodología. En consonancia, interpretan
los enunciados de las Constituciones históricas con las mismas herramientas
hermenéuticas empleadas para el Derecho actual. Ello ya encierra en sí mismo
un problema: los métodos hermenéuticos que se emplean para interpretar las
Constituciones modernas no tienen la misma validez para los textos históricos.
El científico no es un órgano jurisdiccional, dedicado a interpretar y aplicar una
norma vigente, sino que ha de conocer el contexto en el que se ha producido y
aplicado en concreto la norma histórica. Por otra parte, los métodos
hermenéuticos se hallan condicionados por las características de las
Constituciones que, obviamente, no son las mismas hoy que antaño. Así, la
supremacía de las Constituciones actuales impone la interpretación sistemática y
literal, como consecuencia de los principios de unidad y concordancia práctica.
Pero, no siendo las Constituciones históricas necesariamente supremas en sus
respectivos ordenamientos, ¿cómo extrapolar estos mismos criterios
interpretativos?
El enfoque político, por su parte, supone atender a los condicionantes históricos 32
que han dado lugar a las Constituciones y el modo en que éstas se aplicaron de
forma efectiva. El núcleo ya no es la norma, sino el entorno sociopolítico y
económico, de donde se desprende que este enfoque se centra más en el contexto
que en el texto normativo. Este modo de estudiar la Historia Constitucional es
empleado muy en particular por historiadores y autores de ciencia política.
También se centra en el contexto la perspectiva doctrinal, que atiende a las 33
teorías políticas subyacentes a las Constituciones. Si las concepciones normativa
y política (con sus diferencias de tratamiento) realizan ante todo “historia de las
Constituciones”, el enfoque doctrinal aborda sustancialmente la historia del
constitucionalismo. La diferencia con la perspectiva política reside en que para
la doctrinal el contexto no está integrado por hechos, sino por doctrinas y teorías
políticas. Un enfoque, huelga decirlo, que emplean los historiadores del
pensamiento político, aunque también ha sido habitual entre los filósofos del
Derecho y los constitucionalistas más próximos al antiguo Derecho Político.
La perspectiva institucional –particularmente adoptada por los historiadores del 34
Derecho– se centra por su parte en el desarrollo normativo y la aplicación
efectiva del texto constitucional. Las teorías políticas subyacentes se arrinconan
a favor de desentrañar cómo se ha realizado de forma efectiva del articulado
constitucional. Algo que permite tener presente el carácter evolutivo y dinámico
de los textos constitucionales, frente a la visión estática a la que, sobre todo,
conduce la perspectiva normativa.
Estos cuatro enfoques referidos suelen encontrarse aislados entre sí o, todo lo 35
más, reunidos en binomios. Es difícil, sin embargo, encontrarse con estudios que
aborden más de dos enfoques. Sin embargo, cuantas más perspectivas se
empleen, más poliédrico resultará el análisis histórico-constitucional,
permitiendo ver sus múltiples dimensiones. Pero, a fin de que este análisis pueda
resultar más completo, conviene que las múltiples perspectivas –normativa,
política, institucional y doctrinal– se estudien de forma integrada, determinando
su interacción37. Algo distinto a lo que hiciera en su día Jerónimo Bécker quien,
a pesar de ser un precursor del análisis de la Historia Constitucional desde tres
perspectivas distintas (política, doctrinal y normativa) las abordaba de forma
separada38.

3.2.- El análisis conceptual y comparado


Este enfoque pluridisciplinar de la Historia Constitucional que acabo de referir 36
debería complementarse con un análisis conceptual y comparado. Sólo así
podrán entenderse en su plenitud tanto el contexto (institucional, político y
doctrinal), como el texto normativo objeto de estudio.
Desde una perspectiva conceptual estimo que las categorías analíticas empleadas 37
por la Historia Constitucional han de proceder sustancialmente del Derecho 39 y
de la ciencia política40. Ello no quiere decir –y pretendo aquí eludir la habitual
crítica de “corporativismo”– que sólo juristas o autores de ciencia política estén
en condiciones de estudiar la Historia Constitucional, sino, simplemente, que
son los principales responsables de extender las categorías conceptuales, para
que pueda emplearlas con solvencia quienquiera que estudie la Historia
Constitucional, sea cual sea su ámbito científico de procedencia. Sin un lenguaje
especializado común es imposible la comunicación científica, y la Historia
Constitucional no es ninguna excepción. En este sentido, el mundo anglosajón
parece hallarse un paso por delante respecto a España e Iberoamérica: en
Inglaterra y Estados Unidos, términos como “constitutional conventions”, “rule
of law”, “due process of law”, “stare decisis”, “judicial review” o “cabinet
system” se emplean por igual entre historiadores, juristas y autores de ciencia
política.
Esta propuesta de buscar un lenguaje científico común no se halla exenta de 38
críticas. La más evidente procede de autores dedicados a la historia de los
conceptos, quienes consideran que no es posible aplicar categorías actuales a
contextos pasados, bajo el riesgo de incurrir en extrapolaciones 41. Lo cierto es
que la historia de los conceptos es una herramienta indispensable para los
estudios de Historia Constitucional a la hora de abordar la interpretación de los
textos normativos y doctrinales 42. La lectura de dichos textos es vacua si no se
conoce el verdadero significado que tenían los términos empleados en la cultura
jurídico-política en que fueron vertidos. Las aportaciones realizadas por la
historia conceptual a la Historia Constitucional del mundo hispánico son
extremadamente relevantes, y representan uno de los mejores y más fructíferos
ejemplos de colaboración entre España e Iberoamérica. Los nombres de Javier
Fernández Sebastián, Juan Francisco Fuentes, Elías Palti o José Carlos
Chiaramonte se han convertido en auténticos referentes de esta disciplina, a
cuyas espaldas resulta difícil cultivar una Historia Constitucional con visos de
plenitud. Merece la pena destacar la espléndida iniciativa de formar la red de
Iberconceptos, nombre por el que se conoce al Proyecto Iberoamericano de
Historia Conceptual43, dedicado a la celebración de congresos, y a la muy útil
discusión “online”44.
Ahora bien, siendo incontestable la necesidad de contar con la historia de los 39
conceptos, en realidad se trata de una disciplina distinta a la Historia
Constitucional y que esta última emplea para sus análisis, del mismo modo que
también hace uso de la historia contemporánea, la ciencia política o el Derecho.
Por tanto, ni el método ni el objeto de la historia de los conceptos son
coincidentes con los de la Historia Constitucional.
Tomando las cautelas pertinentes –es decir, dejando claro el significado de cada 40
concepto jurídico-político en su contexto– la Historia Constitucional debe ir más
allá, y no puede renunciar a describir (que no prescribir) situaciones pasadas
aplicando categorías actuales 45 o, lo que Otto Brunner denominó como
“metodología dogmática”, que evita que el discurso científico se convierta en
“una colección de datos de anticuario”46. De hecho, ninguna ciencia, incluidas
las sociales, puede dejar de aplicar a la historia categorías analíticas. Es difícil
hacer historia económica si no se emplean términos como inflación, deflación o
balanza comercial, y obviamente no se incurre en ningún tipo de
descontextualización por decir que en una época pretérita concreta se produjo un
fenómeno inflacionista, aunque en aquel entonces tal concepto ni se emplease.
Otro tanto sucede con la Historia Constitucional. No se debe renunciar a utilizar
categorías como forma de gobierno, sistema presidencial, responsabilidad
política o Constitución racional-normativa sólo porque los actores de las épocas
analizadas los desconociesen.
Aparte del empleo de categorías conceptuales adecuadas y contextualizadas, el 41
segundo aspecto analítico que creo interesante incorporar a la Historia
Constitucional es el comparado. Es importante tener en cuenta, en términos
geográficos y temporales, los trasvases de información político-constitucional
existentes entre países en cada momento constitucional. El análisis comparado
actúa, así, de forma transversal sobre el cuádruple enfoque normativo-político-
institucional-doctrinal47, cotejando cómo se ha desarrollado éste en relación a, o
bajo la influencia de, otras experiencias foráneas. Bien entendido que
“comparar” supone “poner en relación”, y no estudiar de forma aislada. Desde
esta premisa, la “comparación” debería estar integrada en el propio análisis, en
vez de limitarse a describir, en un cuerpo aparte, lo que estaba sucediendo en
otras latitudes. Dicho en otros términos, no se trata de hacer un mero estudio al
uso habitual del “Derecho Constitucional Comparado”, en el que de forma
separada y desconectada se analizan sistemas constitucionales de diferentes
Estados, sino de integrar las experiencias extranjeras en el estudio de la historia
constitucional de un país concreto.
También el análisis comparado es asumido en ocasiones con ciertas reticencias, 42
sobre todo porque se considera que implica generalizaciones y pérdida de
matices. Ahora bien, en este caso las críticas resultan muy poco fundadas y
responden, en la mayoría de los casos, a un resurgir de particularismos
nacionalistas. De hecho, en España ese aislamiento analítico se potenció durante
el franquismo, en el que se intentaba reforzar un espíritu identitario nacional. En
la actualidad, muchos de estos movimientos pronacionales son fruto de posturas
postmodernas, que conciben como valor añadido lo distintivo y, por tanto, se
esfuerzan por buscar notas originales y por tratar de desvincular las experiencias
constitucionales de cada país de modelos supranacionales: todo es distinto, todo
es propio, todo es castizo. Pero quien conozca el trasvase cultural que se ha
producido entre los distintos países en cualquiera de las etapas constituyentes,
no dejará de reconocer influencias recíprocas.
Este análisis conceptual y comparado que he descrito evoca a una característica 43
que me parece importante para la Historia Constitucional: el esfuerzo por buscar
modelos y llevar a cabo una tarea de abstracción inductiva. En efecto, creo que
la abstracción de la historia es una herramienta muy útil que en ocasiones tiende
a despreciarse considerando que produce “generalizaciones” inadmisibles.
Obviamente, en toda abstracción existe ese riesgo, que puede conjurarse
poniendo de evidencia matices y peculiaridades. Pero el apego excesivo a los
detalles entraña tanto o más peligro: el ver en cada Constitución, en cada época,
en cada fase y en cada texto (ya sea normativo o doctrinal) un modelo propio, no
una especie sino un género en sí mismo, único e irrepetible. Ahora bien, ningún
saber puede forjarse si los árboles impiden constantemente ver el bosque. Cada
pintor tendrá sus características propias, pero nada impide catalogarlos como
impresionistas, expresionistas o hiperrealistas por sus características comunes.
El problema es ver la botella siempre medio vacía, buscar siempre lo que
diferencia en vez de lo que aproxima, y en aquella búsqueda hay tanta distorsión
como en las generalizaciones que se pretenden evitar.
En este sentido, creo que resultan muy enriquecedoras las aportaciones que 44
muestran modelos comunes. Por poner algunos ejemplos, destacaría la
interesante y constructiva periodización que ha realizado Joaquín Varela
Suanzes-Carpegna de la Historia Constitucional comparada 48 y de los modelos
constitucionales49, la tipología constitucional50 y la clasificación de los modelos
de derechos fundamentales51 elaborada por Maurizio Fioravanti, o la tipología
histórica de la ciudadanía y de la representación establecida por Pietro Costa 52.
Autores, todos ellos, que conocen a la perfección los detalles de la Historia
Constitucional, pero son capaces de construir, abstraer y categorizar sin perderse
en ellos.

4.- La utilidad mediata de la Historia Constitucional


Entre las disciplinas históricas, las dudas sobre la mayor o menor utilidad de 45
dedicarse al análisis de la Historia Constitucional carecen de relieve porque
aquéllas no atienden a criterios utilitaristas: la Historia Constitucional no sería
para ellas más que una parte del proceso histórico y, por tanto, debe ser siempre
objeto de análisis. Empero, los interrogantes sí se han planteado en el ámbito
jurídico, cada vez más caracterizado por buscar un rendimiento inmediato,
alejándose de los conocimientos meramente formativos o que proporcionan un
acervo cultural. De este modo, se ha llegado a señalar que las investigaciones
jurídicas están abocadas a un “positivismo del Tribunal Constitucional” 53, es
decir, a convertirse en una mera exégesis de la jurisprudencia constitucional, con
la consiguiente sequía de reflexiones doctrinales e históricas.
Es cierto que el desprecio por la Historia Constitucional se ha debido, en muy 46
buena medida, al positivismo kelseniano, 54 tan extendido por Europa e
Iberoamérica, pero también debe achacarse a una tendencia más moderna y de
sesgo académico. Me refiero a la extrapolación a las ciencias sociales de muchos
de los paradigmas de procedentes de las ciencias experimentales y, entre ellos,
los principios de especialización y pragmatismo. La formación del jurista –
incluido el académico– se equipara a la de un abogado, un funcionario o un juez,
es decir, a los aplicadores del Derecho y, por tanto, se pretende reducir al
conocimiento de normas y de reglas hermenéuticas para interpretarlas. Pero los
grandes juristas de finales del XIX y principios del XX, que todavía son
referentes insuperables, albergaban extensos conocimientos histórico-
constitucionales y tenían una sólida formación en la filosofía política: Schmitt,
Carré de Malberg, Hauriou, Esmein, Jellinek, e incluso Kelsen, autor en su
juventud, no se olvide, de un interesante estudio sobre la teoría del Estado en el
pensamiento político de Dante Alighieri55.
Medida en términos pragmáticos (algo que no comparto), parece que la Historia 47
Constitucional serviría al menos al jurista desde dos perspectivas: por una parte,
para formular propuestas futuras de lege ferenda, por otra, para servir de criterio
interpretativo. En efecto, la primera utilidad podría ser la de servir como
instrumento para, a partir de experiencias pasadas, poder afrontar retos futuros.
Del mismo modo que el constitucionalista ha de tener una sólida formación en
Teoría del Estado y de la Constitución, también deberían valorarse sus
conocimientos en Historia Constitucional, ya que no es un mero aplicador de
Derecho. El constitucionalista ha de afrontar el reto de exponer propuestas,
reformas, o incluso de aportar sus conocimientos a nuevos procesos
constituyentes y, en todos estos puntos la Historia Constitucional, sobre todo
comparada, puede resultar de extrema utilidad56.
En otro orden, también se ha considerado que la Historia Constitucional puede 48
servir de criterio interpretativo para aclarar el alcance y significado de los
enunciados de las Constituciones vigentes. En este sentido, es preciso
diferenciar entre aquellas Constituciones que, como la norteamericana, se
remontan en el tiempo, de aquellas otras que se han forjado en épocas recientes.
Entre las primeras, la interpretación histórica u originalista sigue teniendo un
peso importante57. Incluso las concepciones opuestas, que optan por considerar a
la Constitución como un producto “vivo”, que evoluciona y al que no le son
aplicables las categorías o intenciones de los framers, suelen orientarse hacia
aproximaciones interdisciplinarias en las que el enfoque histórico no puede
faltar58. Caso aparte es el de aquellos sistemas que, como Gran Bretaña, carecen
incluso de Constitución escrita, en cuyo caso la referencia a la historia es
inexcusable, puesto que las convenciones constitucionales –forjadas a partir de
un proceso histórico– se consideran parte integrante del Derecho Constitucional.
Por lo que se refiere a las Constituciones más recientes, fraguadas tras el 49
constitucionalismo de entreguerras, el recurso a la Historia Constitucional como
canon interpretativo puede resultar más cuestionable. Concebidas las
Constituciones modernas como normas supremas de ordenamientos jurídicos
independientes, parece que han de imponerse criterios hermenéuticos derivados
de los principios de unidad y concordancia práctica. Aun así, algunas
resoluciones judiciales han tratado de paliar el grado de abstracción de los
enunciados constitucionales acudiendo a precedentes históricos 59. Parte de las
teorías interpretativas realistas siguen esta misma pauta. De este modo, se ha
sugerido una “aproximación tridimensional” a las Constituciones actuales,
leyéndolas bajo el prisma de la Filosofía, el Derecho y la Historia, para dotar a
los enunciados constitucionales de un sentido integral que agrupe,
respectivamente, lo axiológico, lo jurídico y lo fáctico 60. También se ha
reclamado atención a la historia por parte de los aplicadores del Derecho, a fin
de que tomen conciencia de la labilidad de los conceptos constitucionales,
sujetos a los avatares históricos 61. Ahora bien, la dificultad de vincular los jueces
a planteamientos históricos –habida cuenta de la positivización y autonomía
adquirida por los ordenamientos modernos– permite al menos plantearse la
importancia que la Historia Constitucional puede representar para los creadores
jurídicos y los actores políticos (en especial los partidos) que los respaldan 62.
En relación con esta búsqueda del pasado para entender el presente cabe mencionar la
tendencia historiográfica de considerar como objeto preferente de estudio histórico
aquellos temas que más preocupan en la actualidad 63. Pasado y presente se dan de nuevo
la mano, aunque en este caso en el proceso de selección de los temas que la Historia
Constitucional debería abordar de forma preferente. Ahora bien, este enfoque plantea
riesgos que es preciso tener en cuenta, ya que puede conducir fácilmente a
planteamientos continuistas, que rechacen cualquier enfoque sobre fases o
discontinuidades históricas, y que amenacen con convertir la historia en una mera
narración de acontecimientos concatenados. Si el continuismo tiene a su favor la idea de
que el pasado condiciona los procesos sociopolíticos futuros, la opción contraria parte de
una mayor abstracción, muy útil para las ciencias sociales. Como ha señalado Javier
Fernández Sebastián: “no son pequeños, sin embargo, los riesgos de someter nuestra
mirada sobre el pasado a las estrictas necesidades y exigencias de una actualidad casi
siempre corta de vista. Si se sucumbe a esa tentación, los abusos de la memoria suelen
correr parejos con los abusos de la identidad” 64. El problema puede acentuarse al
considerar que un problema actual tenía el mismo enfoque, o al menos la misma
relevancia, en el pasado, produciendo una descontextualización axiológica evidente.
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-52002009000200011

https://www.bcn.cl/formacioncivica/detalle_guia?h=10221.3/45675

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-00122011000100006

DERECHO CONSTITUCIONAL: MOMENTOS PARA UNA PERIODIZACIÓN. ALGUNOS


RETOS Y DEBATES ACTUALES*

Constitutional law: historical moments. some challenges and current discussions

Carlos Bruzón Viltres**


Resumen

El presente artículo pretende analizar la evolución del Derecho Constitucional, a partir de algunos
de los momentos históricos trascendentales que sirven de escenario a esta disciplina, insertando
los principales retos y las discusiones actuales en torno a su valor ordenador para los distintos
sistemas políticos y sociales.

Palabras clave

Derecho Constitucional, Historia Constitucional, Constitucionalismo

Abstract

The following paper shall be analyze the evolution of the Constitutional Law from some of the
significant historical moments that serves as the setting for this discipline, inserting the main
challenges and current discussions about its value for different political and social systems.

Key words

Constitutional Law, Constitutional History, Constitutionalism

I. Parte introductoria

El orden constitucional, con todo mérito, ha sido una de las más elevadas conquistas del ser
humano, en el tracto de sus relaciones sociales. Desde la aparición misma del Estado se hizo
necesario dotar a la sociedad de ciertas normas para su organización, y que posteriormente servirían
como freno y contención ante las posibilidades del monopolio normativo por parte del ente que
gozaba de aquel poder político público de una manera que superara el necesario respeto de
determinadas libertades de los individuos.

Así, con el advenimiento del Estado constitucional, después de un largo y complejo tránsito, a la par
de que los movimientos liberales irrumpían en la escena política con sus revolucionarias ideas, se
gestaba una disciplina capaz, con su independencia y autonomía, de estudiar y valorar muchos de
los fenómenos que afectaban la vida sociopolítica de los Estados, ofreciendo normas dotadas de
supremacía tanto política como jurídica, capaces de establecer un orden y equilibrio sobre la base de
la subordinación y el respeto a sus preceptos.

Esta disciplina, con carácter ordenador, sería el Derecho Constitucional. Impondría a la vez que
toda transformación operada en el plano de la sociedad no sólo llevaría consigo un agudo estudio
político, sino que a su vez debía someterse a un riguroso examen desde la óptica constitucional. De
esta manera, los fenómenos más frecuentes en cualquier régimen estatal pueden explicarse a través
del Derecho Constitucional.

Sin embargo, nos enfrentamos hoy a un conjunto de situaciones que sientan las bases de una
tendencia a admitir una franca crisis de esta disciplina y sus principales institutos, a tenor de
manifestaciones que abiertamente atentan contra el orden y la seguridad jurídicas y se traducen en
constantes mutaciones constitucionales y violaciones de elementales principios propios de la
organización social y de la relación poder-individuo.

Cuestiones todas que obligan a un reexamen del Derecho Constitucional como rama del Derecho,
partiendo de un enfoque histórico y actual. En tal sentido, el presente trabajo se propone realizar un
breve estudio histórico del Derecho Constitucional desde el tratamiento primigenio de algunas de
sus instituciones, hasta acontecimientos más recientes que guardan relación con su desarrollo,
tratando de establecer una periodización que enmarque algunos de los momentos más
trascendentales en su evolución. Por otra parte, analizar la situación actual por la que atraviesa esta
disciplina, a partir de las transformaciones operadas en el marco de las relaciones sociopolíticas y
económicas, determinando algunos desafíos por vencer para el presente siglo.

II. Derecho Constitucional: algunos momentos históricos trascendentales en su evolución

El estudio del Derecho, y particularmente una de sus ramas más importantes, el Derecho
Constitucional, debe ir, por razones de oportunidad y comprensión, precedido al menos de una
breve referencia histórica que facilite deslindar los momentos más importantes por los que han
atravesado sus postulados e instituciones.

La cuestión de la aparición formal del Derecho Constitucional ha sido arduamente debatida por
sectores de la doctrina. Una cierta inclinación parece dominante y se corresponde con la idea de
surgimiento de esta rama a partir de las revoluciones liberales, tanto en Norteamérica 1 como en
Europa continental, al momento en que se asestaba un golpe mortal al absolutismo feudal y se daba
paso a una moderna concepción de Estado Constitucional.

De esta manera, un conjunto notable de autores marca el hito de la aparición del Derecho
Constitucional durante aquellos trascendentales procesos 2, adjudicando así este mérito a la pujante
burguesía3.

Con independencia de esta tendencia generalizada, otras manifestaciones relacionadas con el


surgimiento del Derecho Constitucional o al menos algunas de sus instituciones centrales, se
remontan incluso a épocas antiguas, por lo que a estos efectos parece factible establecer una
periodización que incluiría los siguientes momentos o etapas:

Una etapa primigenia, que trata uno de los conceptos básicos del Derecho Constitucional: la
Constitución. Esta se remonta a las antiguas sociedades esclavistas de Grecia y Roma. De aquí se
derivan algunos términos, que si bien pueden no coincidir en su espíritu con los postulados
modernos, sí sirven como un antecedente de la labor "constitucional", entre ellos:

• El término politeia como aproximación más antigua a la expresión "constitución".

• La organización de las ciudades-Estado griegas, especialmente en lo relativo a la democracia


ateniense donde Aristóteles habla de 282 "constituciones", y en sus Constituciones griegas logra
reunir un número de 1584.
• En Roma, durante el Imperio, se desarrolla el término "constitución" bajo la denominación
técnica de los actos imperiales, incluyendo dentro del Derecho Público, un disciplina cuyo único
fin sería el estudio del orden jurídico en tanto este afectaba directamente al Estado.

De esta primera etapa debe concluirse, además, que aquel concepto de "constitucionalismo", cuyo
objeto se concentraba en el estudio de aquellas "constituciones", no puede equipararse, con toda
lógica, a las formulaciones modernas. Pero sí debe atenderse al hecho de que aun cuando no
expresara el carácter superior de aquellas normas, sí abordaba cuestiones que todavía constituyen
una permanente preocupación para la teoría política, respecto a las formas de gobierno, ya fuesen
aquellas monárquicas, aristocráticas o democráticas.

Una segunda etapa correspondería al tránsito de la sociedad esclavista hacia una nueva formación
económico-social: el feudalismo. Algunas de las manifestaciones más notorias fueron:

• La concepción de "constitución" tomada del Imperio Romano por la Iglesia y traducida al orden
feudal como "pacto o acuerdo" entre la clase en el poder y sus súbditos 5.

• La aparición de un nuevo significado de "constitucionalismo", al relacionarlo con ciertas


prácticas y disposiciones administrativas del reino6.

• El inicio de una doble tradición a partir de la obra de GLANVILL y BRACTON en los siglos XII y
XIII: la tradición constitucional y la absolutista.

A partir de este momento, y con una agudización en los siglos XV y XVI, se produce una etapa
crítica para el "constitucionalismo". Sin embargo, aún subsistían debates que pretendían lograr la
supervivencia de algunos principios constitucionales7. Estos momentos, entre otros, fueron:

• Las manifestaciones contra el régimen absolutista para afianzar el principio de que determinadas
normas públicas no podían ser cambiadas a su libre voluntad, con la pretensión por esta causa de
dotar a Francia de una "constitución" que preservase aquel principio (DE TERRE ROUGE, 1418).

• Los primeros pronunciamientos en cuanto a la existencia de determinados "frenos" al poder


supremo8.

Los siglos XVII y XVIII fueron esenciales en la formación de un sólido constitucionalismo, sobre
todo a partir de una serie de acontecimientos que se produjeron desde los mismos inicios del siglo
XVII y que desembocan en el triunfo del movimiento liberal, que armado de la Teoría del Derecho
Natural, el Contrato Social y la Razón Universal, destronó a la monarquía absolutista, hechos
dentro de los que deben destacarse:

• El auge del pensamiento y los estudios constitucionales en Inglaterra 9.

• La absorción francesa del concepto de "leyes fundamentales" y la posterior irrupción del
iusnaturalismo racionalista en este plano10.

• La materialización de los principios constitucionales en el plano jurídico y académico europeo 11.

El triunfo de las revoluciones liberales burguesas en Estados Unidos y Francia.


Este último acontecimiento marca el mencionado hito para el Derecho Constitucional, dado que,
con la Declaración de Independencia de las Trece Colonias de 4 de julio de 1776, la Constitución
Federal de 1787, y las primeras enmiendas de derechos de 1791, en Estados Unidos, y las
Constituciones de 1791 y 1793 en Francia, se abre una nueva etapa en el desarrollo del pensamiento
y la práctica constitucionalistas, sobre todo por el significado que tuvo el triunfo del movimiento
revolucionario permeado de sus ideas liberales sobre el absolutismo feudal, que cedería espacio a
las modernas concepciones de equilibrio de poderes, soberanía nacional, derechos del "hombre y el
ciudadano", supremacía política de las nuevas constituciones y su carácter escrito, como si se
estuviesen elevando definitivamente los sagrados principios de libertad, igualdad y justicia.

Sin embargo, a pesar de que se inauguraba una nueva era para el constitucionalismo no podía
hablarse aún del Derecho Constitucional como rama del Derecho propiamente dicha, sino hasta
finales del siglo XVIII, en que se inicia un período más en su desarrollo.

Esta etapa, a diferencia de la otras, está caracterizada por el legítimo disfrute del derecho de ver
nacer esta disciplina, precisamente con la creación de las primeras cátedras que se dedicaron a
estudiar directa y profundamente el Derecho Constitucional, y entre las que se encuentran:

• Cátedra de Ferrara, creada por el Real Decreto de 31 de marzo de 1797, consagrada al estudio
del Diritto Constituzionale Cispadano e Giuspublico Universale, y a la que se debe, junto con la
sabia conducción del profesor COMPAGNONI DI LUZZO, la publicación de las primeras obras de
Derecho Constitucional.

• Cátedra de la Universidad de Padua, en Italia, seguidora del magisterio de DI LUZZO.

• Cátedras de Pavia y de Bolonia, fundadas en noviembre de 1797 y abril de 1798,


respectivamente; recibieron la influencia de las ideas revolucionarias francesas, pero tuvieron que
cerrar sus puertas frente a la invasión napoleónica a Italia dos años después.

• "Cátedra de Constitución", creada en los Reales Estudios de San Isidro, en 1814, en España,
seguida por otra abierta en la Universidad de Granada 12.

• Cátedra de la Universidad de la Sorbona, en Francia, creada el 22 de agosto de 1834, por


iniciativa de GUIZOT, y encargada al eximio jurista italiano ROSSI, quien tras el golpe de Estado
de Fortoul, en 1851, cede sus aulas al estudio del Droit Public, cátedra donde se enseñaba
Derecho Administrativo y Constitucional, no siendo hasta 1878, con la III República Francesa, que
se retoma la denominación de Derecho Constitucional que sigue hasta nuestros días.

• Cátedra de Ateneo, España. Aquí los catedráticos CORTES, ALCALÁ GALIANO y PACHECO
impartieron trascendentales lecciones de Derecho Político.

• Cátedra de Turin, creada en esta ciudad italiana hacia 1848 y confiada primero a ALFIERI y
luego a AMADEO MELEGARI, cuya influencia fue sumamente importante en el desarrollo de las
modernas concepciones constitucionalistas13

Además de este proceso creador de las primeras cátedras dedicadas al estudio del Derecho
Constitucional como disciplina, debe apuntarse que a finales del siglo XIX se produce un
"florecimiento" de esta rama que se va elevando ya como "fórmula definitiva de la convivencia
política" y como una de "las grandes y definitivas invenciones de la humanidad, efectiva y
radicalmente vinculada al progreso y a la prosperidad de los pueblos" 14. No ha de resultar extraño,
entonces, que "todo Estado que pretendiese civilizarse debía implantar el régimen constitucional" 15,
tampoco sería absurda la idea de atribuirle al Derecho Constitucional un sistema propio con
argumentos de disciplina autónoma e independiente, regulador en esencia de las relaciones Estado-
individuo desde la perspectiva de la organización del aparato estatal y de gobierno, sus limitaciones
y la posición del individuos en el tracto de sus relaciones, así como el reconocimiento de sus
derechos fundamentales como freno al ejercicio del poder 16.

Ante este "florecimiento" se impone el estudio, no obstante, de un hecho subsecuente, caracterizado


en gran medida por el reforzamiento de la idea del Estado liberal, propiciado esencialmente por:

• El influjo de las doctrinas económicas liberales en la esfera de las potestades estatales, y la
búsqueda por parte del Derecho Constitucional del modo de garantizar la separación ideal entre el
"Estado" y la "Sociedad", presupuestos del liberalismo.

Mas, la concepción liberal sufriría una pronta quiebra, atendiendo a la falta de idoneidad de algunos
de los principios que desde la óptica constitucional constituyeron su fundamentación, abriendo paso
entonces a una nueva etapa donde crisis y reformulaciones se convierten en el complemento del
desarrollo de esta disciplina y la aplicabilidad y la funcionalidad de sus institutos, motivada entre
otros aspectos por:

• La crisis del modelo liberal17.

• El ascenso de los postulados del Estado de Derecho en sus distintas manifestaciones, como
garante de una efectiva organización constitucional conforme a los compromisos de igualdad y
seguridad en el orden de las relaciones sociales y como legitimación democrática del poder del
Estado.

• Aparición de una nueva formación económico-social: el socialismo, con una orientación


diferente respecto al fundamento constitucional del Estado y el papel emergente de la democracia
surgida al calor de la Revolución Socialista.

• La instauración de Estados "totalitarios"18.

• La consolidación del bloque socialista esteuropeo, a partir de finalizada la Segunda Guerra
Mundial, el reforzamiento de las instituciones democráticas y el papel organizador del Derecho
Constitucional.

• El Estado de Bienestar Social como nueva formulación del Estado burgués 19.

Después de la década de 1970 aparece un nuevo ciclo, donde el Derecho Constitucional se halla
entre constantes contrapunteos. Por un lado, el declive de las formulaciones e instituciones
burguesas competidoras en algunos aspectos con las posiciones socialistas; un momentáneo realce
del constitucionalismo socialista, y finalmente, el derrumbe de sus esenciales postulados en la
mayor parte de los Estados europeos que formaron aquel inmenso bloque, situaciones que pueden
resumirse en tres grandes expresiones, que incluyen las últimas tendencias en los marcos del
Derecho Constitucional:

• Crisis del Estado de Bienestar Social y aparición de las nuevas tendencias liberales bajo las
doctrinas del neoliberalismo.
• Derrumbe del campo socialista en Europa del Este y quiebra de algunas de las formulaciones del
Derecho Constitucional y del sistema de las "democracias socialistas", asociadas a aquellos
países.

• Aparición de nuevas estructuras que rompen con la idea de un Estado-nación, proponen la


desaparición de las fronteras nacionales y propugnan la creación de Estados supranacionales, a
partir del surgimiento y consolidación de grandes bloques económicos como la Unión Europea.

A partir de entonces emerge un período que alcanza hasta nuestros días, y en el cual el Derecho
Constitucional intenta conservar a toda costa su validez, tanto desde el punto de vista teórico como
práctico, y esencialmente alrededor de su eficacia, no sólo como disciplina desde la perspectiva
metodológica, sino como ciencia ordenadora, como columna vertebral de la organización político-
jurídica y social del Estado, instrumentando el ejercicio de las instituciones adecuadas para la
realización de sus funciones en armonía y equilibrio con los intereses ciudadanos y reservándole a
estos últimos todo cuanto requieran para hacer de esta relación un marco de respeto y de derechos y
obligaciones recíprocos.

De alguna manera, en esta parte previa se ha intentado periodizar momentos fundamentales en el


tránsito del Derecho Constitucional desde sus formas primigenias y casi inobservables hasta
instantes cruciales en su desarrollo, incluyendo los actuales, amén de las contrariedades propias de
todo proceso histórico, porque como señala Howard Mcilwain : "la historia constitucional consiste,
de ordinario, en el relato de continuas oscilaciones" 20.

Es bueno precisar, no obstante, que estos momentos destacados en esta periodización podrían, a
priori, resumirse en tres grandes etapas:

• Primera etapa: que incluye desde las primitivas formulaciones de algunas instituciones del
Derecho Constitucional en las antiguas sociedades esclavistas hasta el triunfo de las revoluciones
liberales que sentaron las bases para un posterior y completo desarrollo de esta disciplina.

• Segunda etapa: que coincide con el surgimiento del Derecho Constitucional como disciplina
independiente y autónoma con la creación de las primeras cátedras dedicadas a su estudio hasta la
decadencia de los presupuestos del Estado liberal.

• Tercera etapa: desde la consolidación del nuevo constitucionalismo socialista, la implantación


del Estado de Bienestar hasta su crisis, el posterior derrumbe del campo esteuropeo, el auge del
neoliberalismo y la formación de los Estados su-pranacionales21.

Todo parece indicar entonces que asistimos a una nueva etapa para el Derecho Constitucional y sus
instituciones. Ante las circunstancias que aparecen en el contexto actual surgen importantes
interrogantes: ¿Crisis del Derecho Constitucional? ¿Decadencia metodológica e insuficiencia
práctica de esta disciplina? ¿Insostenibilidad de sus preceptos?

Preguntas que hoy se revierten en amplios espectros de debate, los que se precisa, al menos, señalar.

III. Retos y debates en torno a esta disciplina y los fenómenos políticos y sociales que sobre
ella inciden

Acerca de las cuestiones actuales relacionadas con el Derecho Constitucional es difícil establecer a
plenitud un consenso en cuanto a los puntos esenciales en los que se concentran estos debates.
Coexisten numerosas tendencias respecto a los derroteros de esta rama de Derecho de cara al
presente siglo, si bien se hacen latentes las transformaciones a las que asiste la humanidad toda,
presididas fundamentalmente por posiciones críticas en torno a la funcionalidad de esta disciplina y
su posibilidad de contribuir al necesario equilibrio de las relaciones norma-poder.

Aunque pueda parecer un poco fuera de contexto por la distancia en el tiempo, en un acercamiento a
mediados de la centuria pasada, ya muchos estudiosos de la Ciencia Política describían con idéntica
suerte a su formulación actual algunas tendencias estrechamente relacionadas con el Estado, que
involucraban con suficiente razón al Derecho Constitucional o Político. Así, al entender que las
instituciones estatales se enfrentaban a un momento de cambio partían de tres presupuestos básicos:

1. "La disminución de las posibilidades de autodeterminación del Estado, que implica el lento
desaparecer de la soberanía en sentido clásico.

2. Aparecen nuevas estructuras regionales superiores al Estado.

3. Hay una bancarrota general de las creencias políticas". 22

Quien no tuviese en sus manos la referencia bibliográfica que data de 1958, pensaría que se
enfrentaba a un texto de absoluta actualidad.

La visión de Lucas Verdú se traspola en cierta medida a nuestros tiempos. Si el Derecho


Constitucional ha sido entendido históricamente como disciplina que estudia el conjunto de normas
y principios de la organización estatal, la competencia de los órganos que la conforman, sus
relaciones y la posición del individuo frente al Estado, es lícito reconocer que ante el panorama
actual las vicisitudes por las que atraviesan las instituciones encargadas de hacer valer ese sentido
organizador son realmente numerosas y complejas.

Es válido analizar, entonces, algunos puntos donde se quiebra de alguna manera el carácter
funcional y práctico de este Derecho, y especialmente muchos de sus institutos.

La crisis del Estado de Bienestar Social y la entrada en un nuevo marco de relaciones a escala
global que ha supuesto la implantación de la doctrina neoliberal, por una parte, y la desintegración
del bloque socialista europeo, por otra, ha conducido a la obsolescencia de determinados
instrumentos analíticos y planteamientos estratégicos de la Teoría del Estado y del Derecho
Constitucional y, a su vez, se ha producido un cambio de enfoques que en ocasiones tienden a
desconocer el necesario redimensionamiento de todas las concepciones y de la arquitectura formal
del Derecho Constitucional.

Los problemas a los que se enfrenta esta rama del Derecho hoy, son en la medida que transcurre el
tiempo, más complejos.

No debe olvidarse que la humanidad asiste a un proceso que con toda razón se ha denominado
"globalización", que ha conllevado a una creciente interconexión gracias a las revoluciones
tecnológicas de la comunicación y el transporte, lo que influye extraordinariamente en los nuevos
intereses de la comunidad internacional. Se ha manifestado también en el desarrollo, al menos
formal, de las garantías jurídicas, los derechos humanos y los órganos jurisdiccionales de ámbito
general o regional, junto con la extensión de la esfera de influencia de organizaciones
internacionales, todo lo cual supone una transformación en las perspectivas del Derecho
Constitucional.
Sofocado por constantes "mutaciones", el orden constitucional establecido en la mayoría de las
naciones responde a una "crisis" de la que se han hecho eco -en contadas ocasiones, sin el mejor
fundamento- varios sectores del constitucionalismo actual, que comparten además la existencia de
un estado de quiebra conceptual e institucional del Derecho Constitucional, cuestión que
obviamente no puede llevarse hasta los límites , pero que sí se convierte en una seria preocupación
actual.

Por eso, todo análisis dirigido a evaluar el estado en que se encuentra el Derecho Constitucional se
hace cada vez más necesario.

Uno de los temas más frecuentes sometidos a debate en la actualidad es el relacionado con la
cuestión de la supremacía constitucional.

Las referencias históricas respecto a la supremacía se concentran en la idea de su surgimiento


atribuido al constitucionalismo inglés, quien la emplea como resultado de su creencia en unos
derechos y libertades inherentes al ser humano y a la desconfianza mostrada hacia los políticos, que
devinieron en la necesidad de limitar el poder de los gobernantes mediante un instrumento que
estuviese fuera de su arbitrio, que pudiera servir como efectivo freno: la Constitución.

Nótese que, aun cuando esta idea de supremacía no estuviese escrita en ninguna parte, la tradición
histórica y el afianzado "sentido de libertad" del pueblo inglés hacen que se otorgue a sus normas de
más alto rango un extraordinario respeto.

Por su parte, Kelsen aporta el sentido normativo de esta supremacía que, en resumen, postulaba que
la Constitución era la norma que fundamentaba la validez del ordenamiento jurídico, lo que
comportaba que aquel significado atribuido al texto constitucional como freno al poder, fuera
sustituido por esta concepción normativista.

Interpretando el significado del principio de supremacía constitucional muchos países lo han


incorporado a su Carta Magna. Sin embargo, a pesar de que se han constitucionalizado ciertas
cláusulas de supremacía, sobre todo en naciones con escasa tradición constitucionalista, no ha
logrado crearse la convicción de que la Constitución no sólo debe elevarse sobre el resto de la
normativa jurídica, sino que debe primar ante cualquier abuso de los gobernantes. No basta con un
documento que sea expresión de un programa político, sino que además se necesita una verdadera
Constitución que imponga el respeto en todos los órdenes, del poder hacia los ciudadanos y la
normativa suprema, y de los ciudadanos frente a todas las normas que rigen su vida en sociedad.

A pesar de la importancia que requiere la unanimidad en cuanto a la necesaria prevalencia de la


supremacía constitucional, se da la realidad de que, como afirma Fernández Bulté, "todos los
juristas y politólogos contemporáneos advierten con dolor el creciente desmonte práctico de esa
supremacía constitucional. El viejo dogma va quedando reducido, dramáticamente, a los predios
académicos y a la desvalida letra de las Cartas Magnas y sus legislaciones subsecuentes, pero la Ley
Suprema cada vez es menos suprema, cada vez es más flanqueada o burlada directamente".

De esta manera puede decirse que las Constituciones, y en correspondencia, su supremacía, son
desconocidas cada vez de forma más sutil y mediante procedimientos más grotescos que pueden,
aunque seguramente no agote la gran gama de modos con que se intente o efectivamente logre
burlarse la normativa suprema, resumirse atendiendo a algunas de sus manifestaciones más
relevantes, de la siguiente manera:
• Las arbitrarias interpretaciones judiciales.

• Las interpretaciones "mutativas" de la Constitución o del uso alternativo del Derecho, lo que
provoca que los preceptos constitucionales adquieran, ante una realidad determinada, significados
distintos de aquel que inicialmente se les confirió.

• El "alzamiento" de los "poderes constituidos" cada vez más abiertamente contra el constituyente
y su creación jurídica superior, ya sea por el "olvido candoroso" del texto supremo, o el ejercicio
de medidas extremas, como las frecuentes situaciones de excepción o de emergencia decretadas en
numerosos Estados.

• La "desnaturalización" o supresión de los mecanismos de control.

De estos aspectos debe significarse que como mecanismos de defensa destinados a proteger el texto
constitucional considero que son los procedimientos rígido de reforma y el control de la
constitucionalidad de las leyes, dos de los baluartes más importantes en la preservación de la idea
de supremacía normativa; y aun cuando de la sentencia Marshall hasta nuestros días hayan
transcurrido más de dos siglos, no puede dudarse que son imprescindibles para lograr la efectividad
de las Constituciones.

Por tanto, en la garantía de que aquellos procedimientos de reforma como señalaba Wheare no sean
"tan complejos que impidan modificar una constitución, ni tan simples que faciliten una reforma
diaria", y por su parte, trate de alejarse de toda politización la cuestión del control constitucional,
haciéndose más efectivo y menos manipulado, logrará conservarse el espíritu de supremacía que se
le ha designado a los textos constitucionales.

Especial atención merecen ciertas situaciones relacionadas con algunos fenómenos que afectan
directamente la efectividad de las Constituciones como elementos centrales de estudio de esta
disciplina. Me refiero particularmente al viejo dilema entre la denominada "Constitución formal" y
la "Constitución material", polémica que ya es visible desde el pensamiento de Von Stein , quien en
su Estudio de los movimientos sociales en Francia desde 1879 distingue meridianamente la
organización jurídico-formal de una sociedad y su estructura material o real. Estas doctrinas
tuvieron en Guizot y Lasalle, a unos de sus más cercanos seguidores. Concretamente, aquel deslinde
se concentraba en definir como "Constitución formal" a la que se consideraba exclusivamente como
conjunto de normas -añadiríamos disposiciones, principios, etc.-, y "Constitución material" la que
expresaba una especie de síntesis entre las realidades políticas y sociales y las normas que las
regulan (línea de pensamiento seguida por Romano, Schmitt, entre otros) 23.

En el siglo XX estas formulaciones continuaron mostrando su validez. Sánchez Agesta, por


ejemplo, concebía la "Constitución formal" como una "superley escrita", como garantía de una
organización determinada que tendía a limitar el poder; y desde su ámbito material, como el
conjunto de decisiones fundamentales sobre la forma y especie de la unidad política, entendiendo
por tal, el máximo acercamiento a las condiciones reales de la sociedad, único medio para lograr la
armonía entre los "poderes" de la Nación y el resto de los destinatarios de esta norma fundamental.

Sin embargo, y es lo que urge establecer, todavía puede verificarse la distancia presente entre el
espíritu de la Carta Magna y las lamentables realidades sociales, materiales. Si la Constitución
resulta de una pretendida voluntad general y expresa la aspiración unánime de la comunidad, no
puede quedar relegado su papel de garante, al quedar sus normas situadas en un plano de ineficacia,
y sin recurso alguno de ser invocadas por reputarse inaplicable o desligada de una realidad social
que supera en muchos casos este sentido y propósito mismo de la norma.

Por otra parte, hasta el propio Derecho Constitucional se ha expuesto al debate de si es en realidad
un Derecho positivo, aplicable y eficaz, o si sencillamente, como apuntan algunos escépticos, se
trata de un simple conjunto de "moralidades positivas". En esta polémica se introduce el
pensamiento de Austin o Maitland, aunque rescatan el valor de esta disciplina otros como Dicey,
quien defiende el carácter ordenador de esta rama de Derecho y justifica su sentido práctico a partir
de la posibilidad de invocación directa de sus normas y principios ante los órganos jurisdiccionales,
junto al innegable papel de estructuración del aparato de poder del Estado.

El alcance del Derecho Constitucional sufrió un duro golpe con el ascenso de los Estados fascistas.
En el período de entreguerras llegó a decirse que el texto constitucional no era más que un
"documento vacío y gratuito"24, sobre la base de que ni siquiera era necesario cambiar la
Constitución para establecer, en lugar de un orden democrático por ella legitimado, verdaderos
regímenes totalitarios, desconocedores de las libertades y derechos contenidos en aquella Carta.

Ante estas experiencias, algunos sectores doctrinales fueron fabricando un discurso que pretendía
demostrar la necesidad acercar lo más posible la Constitución a las realidades sociales, a la vez que
demostraban que este elemento central en el estudio del Derecho Constitucional, como esta rama
propia, no podrían concebirse con carácter inmutable, perenne ni muchos menos desde una óptica
afianzada en dogmas. Kagi, por ejemplo, en representación de la

Escuela de Zurich, acentuaba en la Constitución como orden jurídico fundamental del Estado:

• Que las constituciones concretas no podían ser concebidas como ordenamientos eternos e
inmutables, sino que con carácter perentorio aparecía la necesidad de su ajuste continuo a la
realidad y actualidad social, otorgando así verdadero sentido y posibilidad a la ley fundamental
del Estado, debiendo por ende el Derecho Constitucional asumir un rol "dinámico".

• Que estas constituciones concretas tampoco son ordenamientos completos respecto a que posean
una "normatividad total", capaz de determinar la vida futura del Estado y los cambios que en el
orden social atenten contra su vigencia y validez25.

Estos elementos constituyen, en buena medida, objeto de debate frente a la efectividad de las
constituciones y del Derecho Constitucional respecto a los fenómenos políticos, jurídicos y sociales
actuales. Mas, debe puntualizarse el hecho de que la alternativa a seguir no puede reducirse a
constantes cambios, continuas reformas de los textos constitucionales, porque esto rompería con el
principio universalmente establecido de que las constituciones no deberán ser sustituidas o
modificadas, salvo cuando se presentasen razones extraordinarias, pues éstas han sido elevadas con
cierto carácter de permanencia en el tiempo. Entender que podrían reducirse las distancias entre las
"Constituciones formales" y las verdaderamente "materiales" a través de constantes cambios en sus
normas, atentaría contra el orden y la estabilidad mismos de la sociedad, dados por esta propia ley
suprema -y en esto nos acercamos a la exposición teórica de los límites de la interpretación
constitucional y la reforma, o el llamado paralelismo de la formas-.

Junto a este punto de análisis, que alcanza a los momentos actuales, también aparece una tendencia,
poco fértil, de incluir un inmenso catálogo de derechos en las constituciones contemporáneas,
cuando realmente no existen condiciones materiales para realizarlos. Se rompe entonces con la
concepción de supremacía material de estas normas, poniéndose en entredicho el valor y eficacia de
aquellos textos y la labor de los órganos de poder establecidos y el resto de los garantes de estos
derechos, cualesquiera que fuera su naturaleza. Obviamente, existen, se plasman estos derechos,
pero faltan entonces sus garantías, sin las cuales carecerían de vitalidad absoluta, tanto de tipo
material para desarrollarlos y en muchos casos hasta las propias garantías normativas y los
mecanismos de tutela jurisdiccionales ordinarios o extraordinarios.

Hakkanson ha señalado que, pese al conjunto de normas declarativas de la supremacía y directa


aplicabilidad de la Constitución, se encuentran en estos propios textos importantes obstáculos,
particularmente en Iberoamérica, ya que el contenido normativo de origen distinto al
constitucionalismo26, así como distintos principios jurídicos y programas políticos, se convierten en
un "catálogo de pretensiones de difícil cumplimiento".

Este fenómeno se complementa con una tendencia que intenta acercar esta "Constitución formal" a
las realidades sociales a través de un mero deseo de "actualizarlas" en torno a "novedades", la
mayoría de las veces sin el consenso de la voluntad popular. Esta es otra de las influencias directas
de un fenómeno que en ocasiones se ha interpretado erróneamente como un paso para adecuar la
Constitución a los disímiles y cambiantes eventos de la vida social y política, y que no constituye
más que un exagerado reglamentismo27.

En tanto, "la vigencia efectiva de la Constitución y del orden jurídico que debe acompañarla se ve
afectada por una profusión de disposiciones programáticas, puesto que mientras no existen las
condiciones económicas, institucionales o políticas para actualizar las disposiciones programáticas,
se posponen temporal o indefinidamente las decisiones y acciones requeridas para hacer efectivos
los principios que las mismas contienen. Se profundiza la brecha entre la Constitución escrita o
formal y la Constitución efectiva o real".28

De esta manera, arribamos a la convicción de que este debatido tema posee un valor apreciable
sobre la base de la posibilidad del Derecho Constitucional y sus principales institutos de ofrecer
respuestas a un grupo de fenómenos que se expresan en el contexto social y que se agudizan, en la
medida en que estas normas sean incapaces de sintetizar y regular adecuadamente estas situaciones.
De tal modo que, en ocasiones, mientras se redactan, por un lado, textos avanzados, con una técnica
revolucionaria y completa, no se llega a prever la importancia del estudio de la realidad social, y por
otra parte, falta la voluntad política para realizarlos. Retos a los que esta importante rama de
Derecho enfrenta y deberá continuar asumiendo.

Recordemos en este sentido, las palabras de Lasalle: "El arte y la sabiduría constitucionales


consisten en la adecuación de la Constitución escrita (formal) a la Constitución real (material), ya
que donde ambas no se corresponden estalla un conflicto que termina con la imposición de la
Constitución material sobre la formal".

El complejo número de fenómenos que inciden de alguna manera en el campo de estudio del
Derecho Constitucional y por ende, en las críticas que actualmente se concentran en torno a la
eficacia de sus presupuestos y su sis-tematicidad, vuelve a su vez difícil su total tratamiento. No
obstante, propongo revisar algunas consideraciones que afectan en la actualidad los sustentos
mismos de esta disciplina, y sobre los que deberán volcarse los principales esfuerzos en aras de su
solución:

• Crisis de gobernabilidad y alcance de las potestades estatales. De esta realidad se derivan


efectos directos como la incapacidad del Estado para imponer la legalidad y darse un
ordenamiento eficaz y legítimo29, lo que golpea directamente la función metodológica del Derecho
Constitucional, "incapaz" de brindar propuestas sólidas para atenuar las consecuencias de este
fenómeno, por lo que no es difícil apreciar cómo "se suceden las constituciones y sus reformas,
pero el constitucionalismo como técnica operativa no pasa, en gran medida, de ser un fraude.
Resulta que el constitucionalismo es, en un sentido normativo, un 'fruto exótico' que sólo florece en
condiciones de 'normalidad constitucional', que al menos permitan imponer sus pretensiones de
certeza y seguridad a la relación entre las personas y los poderes públicos y privados" 30.

• Pérdida de la noción del equilibrio de poderes, que parte de la debilitación del concepto de
Estado de Derecho y como tendencia la excesiva preponderancia del Ejecutivo sobre los demás
poderes públicos, de tal manera que la labor legislativa o se ve directamente viciada por la
voluntad política del gobierno o se traslada en gran medida a éste, llegando incluso a un perpetuo
"estado excepcional", donde el Ejecutivo "legisla a placer y sin autorización, dicta estados de sitio,
perpetúa fraudes electorales o desmantela organismos de fiscalización" (Del Cabo y Pisarello).

• Extensión de una fiscalización deficitaria de la Administración, que comporta esencialmente una


especie de "institucionalización de la corrupción", al valerse de las propias normas, incluidas las
constitucionales, para facilitar y encubrir sus actividades.

• Violación constante de fundamentales derechos que constituyen el plexo axiológico del Derecho
Constitucional y representan manifiestamente las conquistas sociales expresadas en los textos
constitucionales. A la par que crece la marginalidad social, se produce la exclusión de los
ciudadanos a la posibilidad de acceder a un empleo, prolifera la inseguridad jurídica y la
inexistencia del imperio de la ley que los proteja efectivamente; aumenta la discriminación en la
aplicación de la ley y la imposibilidad de asegurar niveles decentes de libertad y justicia para
todos, entre otros fenómenos.

• La creación de los "Estados supranacionales", con el consabido impacto en la jurisdicción


estatal y por ende, en la validez y eficacia de algunas de sus normas, es lo que constituye sin dudas
un nuevo reto para el Derecho Constitucional, en medio de este escenario multiforme.

De manera paralela se suscitan otros acontecimientos a lo que el Derecho Constitucional debe


prestar atención, ente ellos, como afirma Asensi , las relaciones entre el mercado y la política,
específicamente respecto al monopolio del poder que ejercen las grandes empresas, capaces de
invertir los postulados de la democracia política; las cuestiones relativas a la representación política
y las relaciones entre el poder mediático y la democracia, con las tendencias hacia la primacía del
control de la comunicación y la información y su poder decisionista sobre la voluntad popular, entre
otros.

Todas estas realidades se conjugan con la idea de que lejos de apostar por una crisis irreversible del
Derecho Constitucional y sus institutos, ha llegado el momento de recabar de sus postulados los
elementos que contribuyan a la solución paulatina de estos y otros tantos problemas que
caracterizan las relaciones sociopolíticas en la actualidad.

Un ejemplo visible y que sería el pretexto para otro tipo de análisis, es el de la acogida y aplicación
de las doctrinas constitucionales en los procesos de refundación democrática de los Estados, paso de
avance ya experimentado por Venezuela, con su invocación a un legítimo proceso constituyente y
sus pasos sobre las reformas constitucionales -a pesar del negativo resultado obtenido en este
proceso en el año 2007-, que entre otros objetivos trata de que se acerque cada vez más la letra de la
Constitución a las complejas realidades sociales de esta nación, y que además siguen, con sus
peculiaridades, Bolivia y Ecuador, pero que en general demuestran la aplicabilidad de los principios
de esta disciplina y ofrecen una salida en el proceso de solución de los problemas sociopolíticos y
jurídicos, y de la garantía de seguridad y estabilidad jurídicas a lo interno de los Estados.

Por tanto, no puede pensarse en la quiebra de esta rama del Derecho. Por el contrario, estos nuevos
retos completan un amplio espectro de perspectivas del Derecho Constitucional en su afán de
encontrar las explicaciones y soluciones deseadas a estas situaciones debatidas.

IV. Notas finales

Como puede advertirse, y sirven de conclusiones en este breve análisis, que no pretende agotarse en
estas cuartillas, el Derecho Constitucional ha transitado por un complejo proceso de formación
hasta convertirse en una disciplina autónoma, proceso que se remonta a períodos antiguos donde se
trataban de alguna manera sus instituciones básicas, aun sin el carácter que modernamente se les
atribuye, y que se establece formalmente como fruto del liberalismo y se consolida a partir del siglo
XX, hasta la aparición de un momento de crisis que se hace más visible con los fenómenos ya
tratados que irrumpen en el escenario mundial a partir de la década de 1990.

A su vez, grandes retos y desafíos tiene esta rama de Derecho para el presente siglo, a la luz de
importantes fenómenos políticos y sociales puestos en la escena mundial y la tendencia existente de
considerar inoperantes e ineficaces sus postulados, situación que comienza a revertirse con la gran
muestra de avance y recate de los presupuestos constitucionales que se están dando,
fundamentalmente en nuestra área geográfica. Aspectos todos que nos mueven a reflexionar y a
reafirmar la confianza en la utilidad del Derecho para conservar el orden y la seguridad ya no sólo a
escala nacional, sino del mundo en general.

Notas

*
 Trabajo recibido el 1 de octubre y aprobado el 25 de noviembre de 2010.

**
 Profesor Asistente del Departamento de Derecho, Universidad de Granma (Cuba); Profesor
Principal de Teoría General del Estado, Disciplina Fundamentos históricos, teóricos y
constitucionales del Estado y del Derecho; Vicedecano de Ciencias, Investigaciones y Educación de
Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas, Universidad de Granma (Cuba);
Miembro de la Sociedad de Derecho Constitucional y Administrativo de la Unión Nacional de
Juristas de Cuba, Cuba. Correo electrónico: cbruzonv@udg.co.cu

1
 Aquellas revoluciones marcaron un trascendental giro en la historia de la humanidad, y
especialmente en las concepciones políticas de la época. Tal ha sido su importancia que acerca de la
Constitución norteamericana de 1787 ha dicho Jellinek: "Sin América, sin las constituciones de los
Estados tendríamos, tal vez, una filosofía de la libertad, pero jamás una legislación que
garantizara la libertad".

2
 Entre los autores que sostienen esta idea se encuentran Lucas Verdú , quien señala que el Derecho
Constitucional nace con la Revolución Francesa como "fruto maduro de la burguesía"; Duverger,
que considera que su nombre "proviene de la práctica inaugurada en los Estados Unidos en 1787";
Asensi, que ubica su nacimiento con el "constitucionalismo liberal" que emergía de aquellos
procesos; entre otros como Burdeau y Pérez Royo, quienes coinciden en afirmar que esta disciplina
nace al calor de aquellas revoluciones.
3
 Fernández Bulté, al respecto, advierte que aquellas "conquistas" no deben ser observadas con
cierto conformismo histórico. Debe tenerse en cuenta que si bien la burguesía se alza con el mérito
histórico de haberle dado vida al Derecho Constitucional, al arrogarse su condición de representante
de la "humanidad oprimida", bajo la consigna de libertad, igualdad y fraternidad, y como
protagonista de la implantación de un nuevo régimen que contendría las arbitrariedades y abusos de
poder típicos del régimen absolutista, en realidad lo que estaba haciendo no era otra cosa sino
"encubriendo con fraseología jurídica su interés por resguardar sus intereses de clase, ocultando que
la Constitución es ante todo un problema de deber y derivadamente un problema de derecho", por lo
que el surgimiento de esta rama debía entenderse al mismo tiempo que nacía el Estado, y no como
exclusiva invención del movimiento liberal.

4
 En la obra de Aristóteles intitulada Politeia Ateniense se tratan, entre otras, las constituciones de
Esparta, atribuida a Licurgo, en el año 875 a.n.e, la de Dracón en Atenas hacia el 621 a.n.e, y la de
Solón hacia el 584 a.n.e. Asimismo, Dekkers señala que en Constituciones griegas pueden
encontrarse constituciones elaboradas por Sócrates, Platón, Faleas de Calcedonia, Fidón de Corinto,
entre otros.

5
 Pueden mencionarse ejemplos sobresalientes que refuerzan esta idea. Las constituciones de
Clarendon durante el reinado de Enrique I de Inglaterra, reconociendo las relaciones que pretendían
establecer la Iglesia y el Estado, y la Carta Magna inglesa de 1215 otorgada por Juan Sin Tierra
como concesión a la nobleza, en una especie de contrato donde se declaran ciertos derechos que le
atribuye un carácter de "fundamental", a pesar de que erróneamente se interpretó aquello como
pacto entre el Rey y el pueblo. Esta Carta contenía limitaciones a la supremacía del Monarca en el
ámbito judicial y económico, así como reconocía la libertad de resistencia de los barones del reino
ante cualquier incumplimiento por parte del regente. Estas ideas, junto con el embrión del
parlamentarismo que se iría desarrollando a partir de esta Carta, marcaron una importante pauta en
el espíritu "constitucionalista" de entonces.

6
 El Estatuto deMerton y las obras de Bracton en Inglaterra y Beaumoir en Francia abordan esta
traslación de significado, motivada fundamentalmente por las respuestas que diera la Corona ante
determinadas reclamaciones presentadas contra ésta por desposesiones ilegales.

7
 Estas luchas en el seno del antiguo régimen fueron luego desconocidas por el iconoclasmo de la
Revolución Francesa, tal vez con la intención de reforzar aquel mérito histórico de haberse
adjudicado la paternidad del surgimiento del Derecho Constitucional. A este movimiento se
sumaron "constitu-cionalistas" de la época como Du Moulin, Joly, Toman, Bodin, Brisson, entre
otros, hasta perderse en las sombras, a partir de 1571 bajo la Monarquía.

8
 Seysell fue el promotor de esta tesis. Consideraba la existencia de "tres frenos que contienen el
supremo poder de los reyes de Francia", a su entender la religión, la jurisdicción como idea más
cercana al parlamentarismo y la police, un término que reconocía una especie de leyes
"fundamentales", con carácter público que debían ser observadas por el poder monárquico. Seysell
fue visto en su tiempo como un sujeto anacrónico, que creía incluso en unos principios válidos y
equivalentes a los de una Constitución "definida por el Derecho, inalterable por el gobierno e
interpretada por unos jueces independientes".

9
 Hacia 1607, Jacobo I de Inglaterra precisa una distinción entre "leyes fundamentales" y el resto de
las leyes por tratarse las primeras de normas que por su naturaleza eran superiores a otras, dado que
las primeras estaban relacionadas con el órgano supremo de gobierno del Estado, contenidas en
el ius regis, considerando por ende que no todo el Derecho consuetudinario era igualmente
fundamental. En 1610 aparecen algunas memorias del obispo Hall, quien introduce, y así lo
reconoce el Oxford Dictionary, la primera referencia del empleo del término "constitucionalismo"
en el sentido del estudio de la estructura jurídica del Estado.

Desde entonces existió cierta inclinación por reconocer el término "ley fundamental", ya fuese
como sustento del poder absoluto (Enrique VIII), como medio de acusación contra sus detractores
(como el caso del conde Strafford y los miembros del Parlamento, opositores del partido absolutista,
acusados de traidores por haber "intentado subvertir las leyes fundamentales y el gobierno de
Inglaterra", o como fundamento propio de los derechos del Rey (en su restablecimiento tras la
Declaración de Breda).

10
 Aquellas primeras "leyes fundamentales" fueron equiparadas a las leges imperii que con su
carácter inmutable no podían ser abolidas o abrogadas por decisión real, sin que esto comportara,
como señala Bodino, la propia anulación de tal poder. No obstante, fueron entendidas luego como
"principio unitario de la comunidad política", hasta entenderse por el iusnaturalismo racionalista
como aquellas "a las que el Estado debe su existencia, y cuya destrucción sería la del Estado misma,
es decir, aquellas que expresan el pacto social en virtud del cual surge el Estado".

11
 Prácticamente, fueron Inglaterra y Francia los iniciadores de este proceso. Sobre todo en
Inglaterra, donde la Petición de Derechos arrancada en 1628 a Carlos I, el Bill of Rights, impuesto
en 1689 a Guillermo y María, el Instrument of Government nacido al calor de la Revolución
Gloriosa, el ascenso de la dinastía de Orange y el Acta de Establecimiento puesta en vigor durante
los Hannover en 1701, sentaron un fuerte precedente en la llamada "monarquía constitucional", que
con la influencia de la Cámara de los Comunes, donde la burguesía tomaba partido frente al poder
feudal, y la llegada al trono de los Hannover abriría pronto el camino a la instauración de la
monarquía parlamentaria. Junto a esto, Locke en Inglaterra y Montesquieu, en Francia, irrumpen en
el escenario político-filosófico y extienden la doctrina de Hobbes y otros pensadores que
acompañaban sus propias formulaciones en el ámbito constitucional marcando una impronta en el
pensamiento constitucionalista, sobre todo en la teoría de los poderes.

12
 Numerosos estudios aparecieron junto a los esfuerzos realizados por estas cátedras. Martínez
Sampere, Jovellanos y Salas, en España, dedicaron importantes obras al tratamiento del "Derecho
Público Constitucional". La aparición de textos como la Constitución de Cádiz y la de Nápoles, en
1820, reforzaron el interés por esta disciplina, hasta el punto de que en el artículo 368 de la primera
Constitución citada se institucionalizara la enseñanza de la Constitución Política, cuestión retomada
en el texto italiano. La Carta otorgada en 1814 por Luis XVIII y el Estatuto Real de España de
1834, también expresarían la manera en que aún los rezagos absolutistas tenían que ceder ante estos
nuevos principios constitucionales que limitaban la acción del gobierno.

13
 Sobre todo por la influencia de dos acontecimientos políticos constitucionales de gran
envergadura: el Estatuto Albertino de 1848 y la proclamación de la II República Francesa, esta
última elevando las esenciales reivindicaciones políticas: sufragio universal y la consagración de los
derechos sociales.

14
 García Pelayo, M., Derecho Constitucional Comparado, 5a Edición, Manuales de la Revista de
Occidente, Madrid, 1959, p. 29.

15
 García, Derecho, cit. nota n. 14, p. 29.
16
 Esta autonomía se advierte con las conceptualizaciones que fueron realizando autores como
Casanova y Palma, quienes entienden el Derecho Constitucional como el que "estudia las
Constituciones de los países libres"; Arcoleo y Brunialti, "las Constituciones de los Estados
representativos"; Barthelemy-Duez, "los principios que sirven de base a la mayoría de las
constituciones políticas", entre otros.

17
 En el orden constitucional, esta crisis se concentra en la falta de idoneidad de la supremacía
parlamentaria como principio del orden liberal, que quebrara ante las crecientes necesidades de
limitar el poder del Ejecutivo tras las continuas parálisis políticas que se derivan de estas
circunstancias; la imposibilidad del modelo de conjugar las garantías propias de un Estado de
Derecho con una política social de carácter igualitario y la incapacidad del Estado de garantizar
unas relaciones internacionales pacíficas, entre otras.

18
 Sin que llegase a entenderse como subtipo de Estado capitalista, los Estados fascistas o
totalitarios -este último que no debe confundirse con el calificativo que a menudo brinda el
pensamiento occidental a los Estados socialistas, probado su carácter refutable e incierto-
aparecieron en un momento en que podría determinarse la crisis de instituciones básicas del
Derecho Constitucional. Con ello se suprimen las libertades individuales propias de la sociedad
civil, con absoluto rechazo a las garantías de los derechos fundamentales, y a elementos propios de
los regímenes democráticos: sistemas electorales, partidos políticos y otras formas de
representación democráticas; elevándose el Fuhrerprinzip, o principio de caudillaje, basado en la
implantación de una dictadura y la relativización o anulación del "imperio de la ley", sobre el
reforzamiento de la "legitimidad carismática de un dirigente".

19
 Aquel Estado de Bienestar Social se dice fue una invención europea que se remonta a los tiempos
de Bismarck, como señala Berrío Sardá. Este Estado Benefactor conserva algunos institutos
heredados del Estado liberal (división de poderes, imperio de la ley, garantías de derechos
democráticos), e incorpora y consolida los derechos económicos y sociales y la participación estatal
por medio de un Ejecutivo situado al frente de una poderosa Administración, que asumiría el
compromiso de no asistir pasivamente a los conflictos generados en el terreno económico-social.

20
Howard Mcilwain, Ch., Constitucionalismo antiguo y moderno, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1991.

21
 Resultaría sumamente práctico establecer ya una cuarta etapa que considero pudiere denominarse
de rescate de los preceptos del Derecho Constitucional, y que a mi juicio tienen el campo de
práctica en los actuales procesos constituyentes en Latinoamérica. Pero este análisis requeriría un
estudio posterior y profundo, que logre situar realmente en el plano merecido nuestra práctica
constitucional en el continente, capaz de jugar hoy un nuevo papel, como en su momento lo hiciese
Europa, y con todas las condiciones para calificarla de novedosa y con suficientes méritos para
aportar, mucho más que para "copiar" fórmulas y recetas preestablecidas.

22
 Lucas Verdú, P., Introducción al Derecho Político. Las transformaciones sociales del Derecho
Político actual, n. II, Publicaciones del Real Colegio de España en Bolonia, Editorial J. Ma. Bosch,
Barcelona, 1958.

23
 Antes Rousseau había manifestado: "lo que hace verdaderamente sólida y duradera la
constitución de un Estado es que se observe la conveniencia de tal forma en que coincidan siempre
en los mismos puntos las circunstancias naturales y las leyes, y que éstas no hagan, por así decirlo,
más que asegurar, acompañar y rectificar a aquellas. Pero si el legislador, equivocándose en su
objeto, adopta un principio diferente del que nace de la naturaleza de las cosas, si uno tiende a la
servidumbre y el otro a la libertad, uno a las riquezas y el otro a la población, uno a la paz y el
otro a las conquistas, se comprobará que las leyes se debilitan insensiblemente, que la constitución
se altera y el Estado no dejará de verse agitado hasta quedar destruido o cambiado, y hasta que la
invencible naturaleza haya recobrado su imperio".

24
 Cfr: García Cotarelo, R.; De Blas, A., Teoría del Estado y Sistemas Políticos, Tomo I,
Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid, 1998.

25
 Ollero apunta que el Derecho Constitucional de posguerra arriba a la conclusión de que no
solamente era preciso que las constituciones regularan los órganos del Estado, sino además que
fueran eficaces, o sea, que tales normas resultaran aplicables en la práctica. Esto lleva a la
formulación actual del carácter normativo y positivo de la Constitución y a la aplicabilidad directa y
eficacia inmediata de la misma.

26
 El propio Hakkanson, al analizar las características de las Constituciones iberoamericanas,
plantea que, derivado del reglamentismo adquirido por la influencia francesa, típico en estos textos,
aparece una tendencia a la regulación de materias que en realidad no son de naturaleza
constitucional, como los deberes de los ciudadanos y diversos preceptos de "escasa aplicación
práctica y escasa relevancia constitucional", como algunos títulos dedicados a la regulación
económica, por ejemplo, en constituciones como la de Brasil, Colombia y Perú. Otros sectores
doctrinales se inclinan de manera distinta y a favor de la inclusión de la llamada "Constitución
económica", como ha manifestado, por sólo citar un ejemplo, el catedrático español Viciano Pastor.

27
 Este reglamentismo se entiende como estilo de redactar las constituciones al detalle. El excesivo
reglamentismo de una Constitución, dispersa su finalidad de freno al poder para convertirla en un
programa político, o mero mandato al legislador, lo que trae como consecuencia que al tratar tantas
materias y al no verificarse en la práctica, los ciudadanos podrían cuestionar la importancia material
de aquellos textos. Esto incluye la regulación de materias que podrían perfectamente desarrollarse
en otras normas de inferior jerarquía.

28
 Kornblith, M., Una Constitución para el Ciudadano, cit, por Hakkanson Nieto, C., La forma de
gobierno de la Constitución peruana, Universidad de Piura, Perú, 2000.

29
 Paralelamente a esto se observa, a decir de Del Cabo y Pisarello, una proliferación de poderes
privados paralelos al Estado, incontrolados, y a menudo "mafiosos", de tal manera que la toma de
decisiones y disputas de poder lleguen incluso a espacios como la policía, el ejército y grupos
paramilitares, lo que implica que la idea del imperio de la ley y de la Constitución se haga también
bajo fórmulas abiertamente devaluadas.

30
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