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Nota del editor: La estación de Harvard queda abierta

Alejandro de la Fuente

Cuban Studies, Number 48, 2019, pp. 16-21 (Article)

Published by University of Pittsburgh Press


DOI: https://doi.org/10.1353/cub.2019.0029

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https://muse.jhu.edu/article/726350

[ Access provided at 1 Nov 2020 23:08 GMT from Stony Brook University (SUNY) ]
A L E JA N D RO D E L A F U E N T E

Nota del editor: La estación de Harvard


queda abierta
Este número está dedicado en su totalidad al vibrante movimiento afrocubano.
El número nació de la reunión, “El Movimiento Afrocubano: Activismo e In-
vestigación. Logros y Desafíos,” que se realizó en la Universidad de Harvard el
14 y 15 de abril del 2017. Patrocinada por el Instituto de Investigaciones Afro-
latinoamericanas de la Universidad de Harvard (ALARI, por sus siglas en in-
glés), esta reunión tomó forma y adquirió contenido en conversaciones e inter-
cambios con múltiples actores involucrados en la producción de conocimientos
en temas ligados a la justicia racial, desde el activismo y la academia. En ese
sentido, se trata de un número especial, que hemos pensado como una fuente
primaria de consulta futura, que intenta recoger las experiencias y preocupa-
ciones del movimiento afrodescendiente cubano. Los textos han sido editados,
pero hemos intentado respetar las voces individuales de los participantes.
Nuestra intención era ser incluyentes en la medida de lo posible y re-
flejar la variedad temática y metodológica del movimiento, que ha crecido
en muchas e interesantes direcciones en los últimos años, abriendo espacios,
proponiendo iniciativas, articulando nuevas redes e interlocuciones. Entre los
participantes había proyectos culturales y de empoderamiento local; iniciati-
vas comunitarias; organizaciones sensibles a la interseccionalidad a partir de
criterios de género, credo y sexualidad; organizaciones que brindan servicios
especializados; plataformas virtuales y de difusión; el movimiento hip hop,
pionero en las luchas contemporáneas contra la discriminación racial; así como
organizaciones dedicadas a luchar contra la discriminación y a reivindicacio-
nes ciudadanas desde la perspectiva racial. Invitamos también a un grupo de
empresarios afrocubanos que han logrado sortear las vallas racializadas del
emergente sector privado cubano, para que compartieran con nosotros sus ex-
periencias y saberes.
Fuimos menos exitosos en otros frentes. Aunque intentamos incorporar
iniciativas desde otras regiones del país, la inmensa mayoría de los participan-
tes reside en la capital y el evento giró, en lo fundamental, alrededor de los
esfuerzos de organizaciones y proyectos habaneros. Invitamos a la Comisión
Nacional José Antonio Aponte, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, a
participar, pero no lo hicieron. La comisión es lo más cercano a una estructura
estatal dedicada al tema del racismo y la igualdad, y en todas las consultas
previas su participación fue mencionada como necesaria, o al menos deseable,
dado que la misma representa una plataforma de interlocución con el estado,
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un camino para interactuar con autoridades e instituciones que de otra forma
preferirían no hablar del tema. Siguiendo la misma lógica, decidimos no invitar
a grupos opositores del gobierno, de la mal llamada disidencia —una etiqueta
que presupone que las posiciones oficiales reflejan opiniones consensuales, o
coincidencias, en el resto de la sociedad. El más conocido (pero no el único)
de estos grupos es el Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR), que
es frecuentemente caracterizado desde la oficialidad como un grupo al servicio
de intereses extranjeros y de cosas aún peores. Invitar al CIR implicaba excluir
a la Comisión Aponte algo que, en el enrarecido escenario ideológico cubano,
equivalía a adoptar una posición de clara oposición al gobierno cubano. Al
final, no participaron los unos ni los otros. Desde algunas plataformas virtua-
les, especialmente desde Diario de Cuba, fuimos criticados por ello. Debo
decir que es una crítica justa y productiva, que no me interesa desvirtuar. Una
invitación útil a meditar temas difíciles sobre los mecanismos de inclusión, ex-
clusión, pragmatismo y convocatoria que por definición implica la realización
de un evento como este. Pero más allá de cualquier consideración abstracta,
hay que admitir con toda claridad que el resultado final fue el peor posible. Ex-
cluimos al CIR y otras organizaciones de ese perfil para mantener abierta una
puerta de diálogo con las instituciones estatales, pero fracasamos. El estado
nos dio la espalda.
De hecho, las autoridades cubanas decidieron no apoyar la asistencia de ac-
tivistas y académicos a la reunión. La Unión de Escritores y Artistas de Cuba, a
la cual pertenecen muchos de los participantes, se negó a tramitar como de cos-
tumbre las solicitudes de visa de los mismos, lo cual obligó a hacer los trámites
de todos los participantes a título personal, un procedimiento engorroso y difí-
cil. Roberto Zurbano, que organizaba la reunión desde La Habana, movilizó a
los planilleros de la ciudad (expertos en llenar las formas de aplicación para las
visas y subirlas al sitio web apropiado) para apoyar a los participantes, muchos
de los cuales no habían viajado nunca a los Estados Unidos —o a cualquier
otro lugar en el exterior—. Fue gracias a la perseverancia de los implicados,
la imaginación de los organizadores y el compromiso de todas y todos, que la
reunión tuvo lugar, a pesar de los obstáculos burocráticos reseñados. Tres aca-
démicas afrodescendientes cubanas, sin embargo, no pudieron participar, pues
no recibieron la autorización necesaria por parte de las autoridades cubanas.
Es decir, las mismas fueron privadas de visitar y de compartir sus resultados de
investigación en una de los centros universitarios más prestigiosos del planeta.
Lamentamos la ausencia de estas colegas: Yulexis Almeida Junco, socióloga de
la Universidad de La Habana; Margarita Cruz Vilain, de la Facultad de Comu-
nicación de la misma institución y María del Carmen Zabala, FLACSO, Uni-
versidad de La Habana. Una cuarta persona, que prefiero no nombrar, dijo que
se había quebrado una pierna, en lugar de hablar claro. Cuento todo esto para
que los investigadores de mañana sepan de las dificultades y obstáculos que las

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personas que luchan contra el racismo han tenido que enfrentar, para romper el
silencio oficial que siempre rodea a estos esfuerzos. Para hacer memoria.
Para los burócratas que cuestionaron la presencia de los activistas anti-
rracistas cubanos en Harvard, una explicación. Los activistas fueron invitados
porque los mismos son productores de conocimientos y la nuestra es una casa
de altos estudios. Nos interesa inyectar esos saberes en nuestras aulas y en
nuestras agendas de investigación. Cuando los activistas plantean demandas,
lo hacen movilizando conocimientos en respaldo de las mismas. Cuando arti-
culan iniciativas, generan nuevas preguntas y propuestas que merecen ser pen-
sadas, estudiadas, investigadas. Este es uno de los estímulos fundamentales del
emergente campo de estudios afrolatinoamericanos, no algo singular al caso
cubano. Es por eso que el Instituto de Investigaciones Afrolatinoamericanas
de la Universidad de Harvard ha desarrollado reuniones similares de consulta
y de balance con activistas del movimiento afrodescendiente de toda América
Latina. La primera de esas reuniones tuvo lugar en diciembre del 2015, en Har-
vard. La segunda tuvo lugar, un año después, en la Universidad de Cartagena.
Y en el 2018 el ALARI dimos la bienvenida a un grupo nutrido de activistas del
movimiento afrobrasileño. No se puede desarrollar el campo de los estudios
afrolatinoamericanos, nuestra misión fundamental, sin aprender de los activis-
tas y sin incorporar sus saberes. Los invitamos a Harvard porque queríamos
aprender de ellas/os.
Cada una de estas reuniones ha estado animada, además, por la necesidad
de hacer balance de los logros y limitaciones que el movimiento afrodescen-
diente ha tenido en toda la región. No es posible articular nuevas agendas de
estudio y de acción sin hacer pausa, sin analizar los esfuerzos precedentes. En
el caso de Cuba, han pasado ya veinte años desde que Fidel Castro reconoció
que la discriminación racial es un problema no resuelto en el país. Han transcu-
rrido casi treinta años desde que, a principios de los 90, un grupo de músicos,
pintores, cineastas, escritores, intelectuales, promotores culturales y líderes co-
munitarios comenzó la difícil tarea de pensar este problema y de desarrollar un
lenguaje para hablar de algo que, para decirlo con mi colega Jorge Domínguez,
había sido un no-tema en la producción académica y el debate público cubanos
durante décadas.
Muchas cosas han cambiado desde entonces y esa es, precisamente, una
de las razones por las cuales queríamos hacer un alto en el camino, para pen-
sar la historia del movimiento, los retos actuales y las posibles agendas del
futuro. Nos animaban cuatro propósitos fundamentales, que fueron discutidos
con frecuencia en reuniones preliminares con todos los que contribuyeron a la
organización del evento.
Primero, el movimiento ha crecido y se ha diversificado. Lo que empezó
como un movimiento fundamentalmente cultural, ha sido enriquecido con
otras experiencias y otras formas de activismo. Esto incluye plataformas vir-

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tuales, organizaciones que empezaron a formular demandas utilizando el len-
guaje de los derechos ciudadanos, esfuerzos especializados en terrenos como
el jurídico, la creación de nuevas redes y organizaciones a partir de criterios
de género y, más recientemente, iniciativas, proyectos y organizaciones comu-
nitarias que realizan una labor importantísima en algunos de los barrios más
humildes del país.
El segundo también tiene que ver con el crecimiento del movimiento, y
está conectado con el primer objetivo del Decenio Internacional para las per-
sonas Afrodescendientes, decretado por las Naciones Unidos para el período
2015–2024. Ese objetivo es el reconocimiento. En esto tenemos mucho que
hacer. Por una parte, el reconocimiento implica gratitud por el beneficio y las
acciones de todos los que han contribuido al debate sobre el tema racial cu-
bano, desde el activismo, la academia, la creación cultural, las instituciones
estatales y la oposición. A veces nos cuesta mucho reconocer y celebrar los
aportes que cada una/o hace desde sus propios espacios y plataformas. La re-
unión fue también una ocasión de celebrar todo lo hecho, además de una opor-
tunidad de pensar lo que está por hacer. El racismo es uno de los problemas
más complejos y lacerantes de la civilización occidental y todos los esfuerzos
son importantes en ese empeño. Pero el reconocimiento es también una opor-
tunidad de re-conocer, es decir, una oportunidad de aprender y de enriquecer
nuestras propias agendas de activismo o investigación a través del diálogo con
otras iniciativas y saberes. De aprender de nuevo.
Creo que la tercera razón está vinculada al silencio. Durante muchos años
los estudiosos e interesados en el tema racial cubano nos quejamos del silen-
cio, oficial y social, que rodeaba a este problema central de la sociedad y cul-
tura cubanas. Durante años reclamamos la necesidad de investigar y debatir lo
que antes había sido silenciado. A través del trabajo y el esfuerzo de muchos, el
racismo se convirtió en tema de investigación y debate. Es algo que cualquier
cubano ha escuchado en programas radiales, leído en los medios de prensa, o
visto en algún programa de la televisión nacional. Del tema se ha hablado en
reuniones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Congreso del Par-
tido Comunista de Cuba, en un sinnúmero de eventos académicos y culturales
y también en las reuniones de los grupos de oposición. Ya no es necesario,
como antes, inyectar el tema racial en el debate público nacional. Eso está
hecho. Pero una vez reconocido el problema, ¿cómo resolverlo? ¿Qué pasos y
políticas están siendo objeto de discusión y debate? ¿Cómo puede contribuir el
movimiento afrocubano a la eliminación del racismo y la discriminación racial
en Cuba? ¿Cómo puede ayudar la academia a sistematizar los conocimientos
necesarios para avanzar esta agenda? ¿Quiénes son nuestros aliados potencia-
les desde la institucionalidad cubana?
Finalmente, algo que no por obvio debe ser obviado: el país atraviesa por
un período de cambios y reformas que tienen un impacto importante en la

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justicia racial, en la distribución de la riqueza, y en la creación o en algunos
casos recreación de distintos patrones de desigualdad. La pobreza crece y se
tiñe rápidamente de negro. Esto supone nuevos retos, nuevas preguntas, nuevas
tareas, especialmente en el área del diseño de las políticas públicas. Pero las
reformas también crean nuevas oportunidades económicas que es necesario
incorporar en nuestro pensar y en nuestras conceptualizaciones sobre el ra-
cismo y la desigualdad. Por eso dedicamos una sesión a las nuevas actividades
económicas, donde tuvimos la oportunidad de escuchar y de aprender de los
testimonios de varios emprendedores afrodescendientes que han logrado es-
tablecer negocios exitosos en La Habana. Durante muchos años los activistas
y académicos nos hemos quejado de la bajísima proporción de empresarios
afrodescendientes y de su baja representación en la nueva economía. Quería-
mos crear una oportunidad para aprender de aquellos que han logrado rom-
per barreras y abrir caminos en esta área. Agradecemos su participación y sus
contribuciones.
Dos eventos culturales importantes sirvieron de complemento a la reunión.
Los participantes tuvieron la oportunidad de visitar la exposición Diago: Los
pasados de este presente afrocubano, que estaba expuesta en la Galería Ethel-
bert Cooper de Arte Africano y Africano Americano de Harvard. Esta exposi-
ción, la primera retrospectiva de la obra del importante artista cubano, recorre
el camino de sus reflexiones sobre temas como la raza, la identidad, la pobreza
urbana y la cultura afrocubana. El segundo evento fue el concierto “Tradicio-
nes Culturales Afrocubanas: Concierto Lukumí Bàtá” concebido por el investi-
gador de la cultura afrocubana Ivor Miller, a la sazón investigador visitante del
ALARI y conducido bajo la dirección de Yosvany Terry, director de la Banda
de Jazz de Harvard.
Como mencioné antes, la agenda y la organización misma de la reunión
fueron el resultado de un trabajo colectivo y reflejan un consenso de los te-
mas más importantes a tratar. Ese trabajo de organización se benefició enor-
memente con las contribuciones y la dedicación de Roberto Zurbano, quien
coorganizó esta reunión desde el comienzo, Alberto Abreu, Tomás Fernández
Robaina, Gisela Arandia, de Magia López y Alexey Rodríguez (el tipo este) de
Obsesión, de las activistas y académicas vinculadas a la Red Barrial Afrodes-
cendiente —Maritza López McBean, Hildelisa Leal, Damayanti Matos y Rosa
Campoalegre— y de Katrin Hansing.
En diciembre del 2016, poco antes de su muerte prematura, mi amigo y
colaborador de muchos años, Fernando Martínez Heredia, me hizo un pedido
singular. Estábamos en la sede del Instituto Cubano de Investigación Cultural
Juan Marinello, donde habíamos organizado un taller metodológico sobre la
desigualdad racial con la participación de varios colegas de América Latina,
un taller que le costó innumerables dolores de cabeza a Fernando con sus su-

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periores en el Ministerio de Cultura. Reflexionando sobre los obstáculos e in-
comprensiones que habíamos enfrentado en la realización del taller, Fernando
me miró a los ojos, sus manos sobre mis hombros, y me dijo: “No te canses
nunca, por favor, no te canses.” Creo que no dije nada en aquel momento, que
no respondí. Por eso lo hago ahora: te prometo, Fernando, no cansarme.

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