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Introducción
Sobre la literatura en guaraní del Paraguay se conoce muy poco fuera de ese país.
Mucho menos se conoce sobre las estrategias, intercambios y dinámicas que operaron algunos
miembros de la elite intelectual paraguaya entre fines del siglo XIX y principios del XX, para
introducir y jerarquizar el idioma y la cultura guaraní en el panorama de las letras modernas de
América.
Idioma estigmatizado y despreciado por habérselo juzgado barbarizante y regresivo, el
uso público del guaraní había sido prohibido y penado, después de la Guerra de la Triple
Alianza (1865-1870) por el gobierno liberal de los vencedores. Pero en las primeras décadas
del siglo XX, varios intelectuales migrantes volvieron la mirada sobre la lengua indígena, la
estudiaron y la incorporaron paulatinamente al discurso científico y literario.
En este trabajo analizaré tres episodios claves para comprender el trabajo de rescate y
modernización del guaraní en las letras: i) la conferencia del poeta y ensayista Eloy Fariña
Núñez sobre el arte en Paraguay, dada en la escuela Presidente Roca, de Buenos Aires (1920)
y la consecuente publicación de los ensayos “Conceptos estéticos. Mitos guaraníes” (Buenos
Aires, 1926); ii) la conferencia de Manuel Domínguez, académico y exvicepresidente del
Paraguay, sobre la lengua guaraní en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires (1924);
y iii) la incorporación del paraguayo Marcos A. Morínigo al Instituto de Filología de la
Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires que culminaría con la publicación del
minucioso estudio “Hispanismos en el guaraní” (Buenos Aires, 1931).
Estos episodios dan cuenta de ciertas dinámicas migratorias que contribuyeron a la
conformación de circuitos intelectuales transnacionales, en buena medida unidireccionales,
recibiendo Asunción los modelos estéticos y científicos modernos por mediación de otros
centros urbanos latinoamericanos (Escobar, 1998). No obstante, la operación de jerarquización
del idioma guaraní en las letras modernas se inscribirá, en última instancia, en los esfuerzos de
nacionalización que según Ángel Rama ([1974] 2006) marcaron los estudios literarios de fines
del siglo XIX en Latinoamérica.
Nuestro análisis se enfocará en los discursos emanados de estos episodios intelectuales,
las formaciones discursivas subyacentes, sus fuentes científicas y literarias, los soportes de
circulación y la presencia de elementos paratextuales y metatextuales que dan cuenta tanto de
los intercambios letrados como de los desafíos en la conformación de un circuito literario
incipiente.
1
Siguiendo el ejemplo de León Cadogan, denominaremos guaraní paraguayo a esta variedad coloquial no
indígena que fue consolidada en la oralidad y que paulatinamente desarrolló una escritura ligada a la prensa
escrita.
Purajei icôiba [A Francia. Canción]”, y lo tradujo al francés, generando el otro espacio, el de
la “exportación” del idioma con la mira puesta en uno de los semilleros culturales de Europa.
¿Qué propósitos escondía este gesto direccionado? ¿En qué se diferenciaba de las
escrituras jesuitas, que habían hallado la forma de traducir al guaraní textos bíblicos y
teológicos, superando las limitaciones léxicas? Si la nación ahora debía reconstruirse
prácticamente desde sus cimientos, y en ese proceso el idioma nacional aparecía condenado a
ser destituido del panteón de los símbolos patrios, sólo una operación intelectual podía
restituirlo como eje de la identidad paraguaya. No se trataba en este caso de generar un locus
enunciativo por el cual ser diferenciado de las otras sociedades americanas, sino demandar a
las naciones modernas el reconocimiento de la condición propia, ofrecer las posibilidades de
modernización incluso conservando el patrimonio lingüístico, y demostrando que aquella
lengua, antes indígena, había superado todos sus límites. 2
El proceso de modernización del guaraní consistiría en generar espacios de
significación de los que carecía, completarlos con elementos léxicos reinterpretados
deliberadamente para que constituyan los nuevos significantes, al igual que habían hecho los
jesuitas con expresiones como Tupâ (en la cosmogonía aborigen, un dios menor relacionado
con el trueno; los misioneros católicos emplearon el nombre para designar al Dios cristiano).
El ejemplo más claro de estos neologismos en el guaraní del siglo XIX lo da Ignacio Pane al
hablar de verso como ñe-êngüe, traducible como “lo que ha salido del habla-lengua” o “trozos
de habla-lengua”.
Continuará esta primera etapa de modernización del guaraní Narciso R. Colmán, que
se preocupará por escribir en un guaraní sofisticado (que él llama “guaraní castizo”), depurado
de hispanismos, e informado por el asesoramiento de especialistas de la talla del botánico suizo
Moisés Bertoni, estudioso positivista de la medicina natural indígena y cuanto más de su cultura
y su lengua. El mismo Colmán publicó dos volúmenes de poesía, Ocara potÿ (Flores silvestres)
en 1917, primera vez que aparecía en formato libro una literatura escrita en guaraní paraguayo.
Unos años después, los más de tres mil versos en guaraní de Ñande îpî cuéra. Poema
etnogenético y mitológico, génesis de la raza guaraní (1929), fueron un laboratorio de creación
literaria en ese idioma, y constituyen un hito que recién tendría su réplica más de cinco décadas
2
Este apego al idioma como representación de la identidad nacional puede verse claramente expresada en la
significativa introducción de Arsenio López Decoud al Álbum Gráfico del centenario paraguayo: “Existe entre
nosotros perfecta homogeneidad étnica: el pigmento negro no ensombrece nuestra piel. Amamos nuestra tradición
y nos es grato conservar nuestro dulce y poético idioma guaraní, y ella y él, a pesar de todo, nos mantendrán
unidos al través del tiempo y sus vicisitudes.” (s/p)
después, con la aparición de la primera novela escrita en guaraní paraguayo, Kalaíto pombéro
(1981) de Tadeo Zarratea.
De ninguna manera se trató de experiencias aisladas de escritura en guaraní, pues
también Colmán, en un Apéndice (85), daba cuenta de que existían numerosos poetas e
intelectuales que habían emprendido la tarea de componer en lengua vernácula (y publicado en
periódicos del Paraguay, Corrientes y Buenos Aires), y de dar a conocer los alcances y
posibilidades del guaraní como lengua de poesía, o dicho de otra manera, demostrar que podía
crearse una lengua guaraní con estatuto literario, afín a la estética occidental culta, y totalmente
apta para establecer diálogos con los códigos de la cultura europea.
El trabajo de modernización y de búsqueda de reconocimiento de la valía del guaraní
como lengua culta no habría estado completo si no hubiese involucrado la acción divulgativa
de algunos intelectuales paraguayos que tuvieron menos un rol de autores como de especialistas
del idioma y la cultura. El suizo Moisés Bertoni estudió en profundidad la civilización y la
medicina de los pueblos guaraníes y publicó, antes que Cadogan y Kurt Unkel, en el Paraguay,
extensos tratados sobre las sociedades indígenas. Narciso R. Colmán participaba activamente
en la Sociedad Científica del Paraguay, y en la década del veinte el Congreso Internacional de
Americanistas (celebrado en Río de Janeiro) le otorgó un premio por su labor literaria.
Pero además de estos, hubo tres episodios clave que allanaron el ingreso del idioma
guaraní a los estudios académicos fuera del Paraguay, y estuvieron ligados con trayectorias
dadas en espacios educativos de la Argentina.
Eloy Fariña Núñez (1885-1929), nacido en Humaitá, extremo sur del Paraguay, cuya
familia migró siendo él niño, fue educado en diferentes instituciones de la Argentina, entre
Corrientes (donde realizó la primera escolarización), Paraná (donde realizó sus estudios
religiosos en el Seminario) y Buenos Aires (donde inició la carrera de Derecho, sin concluirla).
Toda la actividad intelectual de Fariña se desarrolla estando él radicado en la Argentina,
pero aun así él demuestra conocimientos esenciales del idioma y la cultura guaraní criolla. Vale
decir que sólo en contadas ocasiones regresó este intelectual a su país, pero como escritor y
poeta estableció un locus enunciativo situado no en el espacio metropolitano, sino en “la selva”,
pero apuntalado por conocimientos minuciosos de filosofía y cultura clásica, así como también
de la actividad misionera realizada en América durante la Colonia. Su obra puede ser analizada
en dos direcciones: la primera, como reflexión pormenorizada sobre el arte americano plausible
de retroalimentarse por las influencias de occidente y oriente; la segunda, como reconstrucción
(y Rubén Bareiro Saguier dirá “de alienación colonial”, 120) de los mitos guaraníes a partir de
la indagación crítica de los testimonios de franciscanos y jesuitas.
En 1911 publicó el extenso poema Canto secular. Allí el poeta manifestaba su
admiración por la naturaleza y las costumbres del Paraguay, pero llamaba también a la unidad
del pueblo que en sus cien años no había conocido la paz y la estabilidad política, signado por
las guerras civiles y las dictaduras. Este poema se publica por primera vez en Buenos Aires,
según Pastor Urbieta (1972), con motivo del centenario de la Independencia del Paraguay, y
aparece dedicado a Arsenio López Decoud, editor del primer Álbum Gráfico del Paraguay,
obra cumbre del novecentismo paraguayo. Si bien el poema, de buenas a primeras, no deja de
ser un catálogo de postales localistas, constituye la obra consagratoria de Fariña, quien antes
había participado de los círculos letrados de inmigrantes paraguayos en Argentina, pero aún no
había elaborado una obra reconocida fuera de ese circuito. Los intelectuales lo reconocen muy
pronto como autor clave de las letras nacionales y elogian la raigambre guaraní que trasuntan
sus textos.
Aunque no hemos podido profundizar en los datos, según sus biógrafos en los años
sucesivos comenzó a publicar colaboraciones en algunas revistas y periódicos como La Prensa,
Nosotros, Caras y Caretas, y obtuvo reconocimiento de los pares asuncenos, que le
dispensaron una velada honorífica en 1914.
En febrero de 1920, la revista Guarania, dirigida por Juan Natalicio González, –futuro
autor del Nuevo Ideario Colorado, a partir del cual se reformaría la doctrina republicana en el
Paraguay–, publica la versión taquigráfica de una conferencia brindada por Fariña en la escuela
Presidente Roca, de Buenos Aires. Aunque el título, “Arte propio”, no anticipa mucho acerca
del tema expuesto, y los preámbulos por los que Fariña elabora una definición de arte se
extienden algo excesivamente, vale notar que su preocupación central radica en discutir de qué
manera el arte americano puede devenir arte nuevo. Y en ese sentido, el escenario local, lejos
de constituir sólo una forma localista, puede ser materia artística. Fariña discute en dos
direcciones a propósito de esto: por un lado, descarta de plano la necesidad de pensar un arte
nacional, en tanto y en cuento todo arte es universal y humano; por otro lado, acusa a los poetas
que tematizan la debacle histórica de la Triple Alianza por clavar los talones en el pasado y la
derrota, en lugar de habitar el presente en pleno desarrollo.
Prueba de que he seguido paso a paso el movimiento nacional es esta disertación que
plantea la necesidad de un arte propio (…) Adelanto mi convicción adversa al arte
nacional. Yo no creo más que en un arte humano, valor de circulación universal. Lo que
se denomina arte nacional no suele ser más que un aspecto del arte propiamente dicho,
aspecto que concierne a elementos y materiales artísticos, tales como la decoración, el
paisaje, el color local y ciertos estados psicológicos propios de una categoría de tipos e
impresos por una época dada. (…) Frente a los mantenedores de un nacionalismo
absorbente y fatal en los dominios del arte, proclamo yo la soberanía absoluta del artista.
(Fariña Núñez, “Arte propio” 11)
Y más adelante ensaya una reflexión sobre la actitud del artista frente a la historia,
síntoma observado ya por Fariña en las primeras décadas del siglo XX (cuando escritores como
Juan E. O’Leary o Martín Goicochea Menéndez destinaban toda su literatura al relato épico de
las batallas del Paraguay), y que se extendió hasta la actualidad en un país cuya literatura no
ha logrado una forma completamente autónoma respecto del discurso historiográfico.
Paréceme que en nuestra tierra va asomando cierta idolatría del pasado, como en las
naciones yacentes, olvidándose de que si hubo un Curupayty, también hubo un Francia
y que las naciones fundan su esplendor, no en sus glorias históricas sino en su presente
y en sus conquistas sobre el porvenir. Plausible es sin disputa alguna cantar la cólera
del ejército paraguayo en la jornada aquella y corroborar la solidaridad de las
generaciones actuales con las pretéritas y la continuidad del espíritu nacional; pero
tenemos que escribir una nueva historia, y esta historia es a la par contemporánea y
futura. (“Arte propio” 19)
Paraguay, para Fariña, constituye también una geografía secreta, un paraíso virgen, un
espacio inexplorado incluso por los artistas (“Quizá cuando los talentos nacionales realicen el
descubrimiento artístico del país, venga ulteriormente el hallazgo continental del Paraguay”,
“Arte propio (cont.)” 12). La frase sintetiza algunos juicios que recorrían ya las antologías
americanas de principios del siglo veinte, y que por un lado aparecerán recogidos en el prefacio
de Michel De Vitis al Parnaso Paraguayo de 1913, y por otro lado serán consolidados por la
famosa y alarmante calificación que Luis Alberto Sánchez diera, en la Historia de la literatura
americana (Desde los orígenes hasta 1936) de 1937, al enumerar algunas obras literarias
nacionales bajo el título de “La incógnita del Paraguay”.
Aunque Fariña ha sido inscrito como uno de los mayores exponentes del modernismo
en Paraguay (con Goicochea Menéndez y Manuel Ortiz Guerrero), y algunos trabajos lo han
asociado a las figuras de Rubén Darío y Leopoldo Lugones, la orientación de su poética parece
decidida a no conceder tanto espacio al exotismo oriental ni a la antigüedad clásica, y sí a
radicar fuertemente su poesía en el espacio paradisíaco de la selva americana.
Al igual que sucedió con Manuel Domínguez, es interesante que el mismo autor ,
hablante nativo, haya actuado como informante para el trabajo, y adopte una postura crítica
sobre las conclusiones de otros estudios o los aportes de la misma prensa paraguaya.
COnclusion
Estos episodios en que los autores de origen Paraguayo intentan trascender las fronteras
nacionales hacia un reconocimiento internacional, aprovechando vías de comunicación
académicas que puedan servir como plataforma de proyección hacia un posible destino europeo
y por lo tanto mundial, revelan una actitud de construcción de un locus de enunciación
doblemente periférico, lejano de por sí respecto del Río de la Plata y a la vez situado en una
región prejuzgada por ser presuntamente atrasada, no moderna, aislada y barbarizante en
cuanto conservaba aún la lengua indígena como lengua de una mayoría.
son episodios que se inscriben ademas en los circuitos intelectuales transnacionales que
se conformaban unidireccionalmente,si tenemos en cuenta el caso paraguayo, donde los
modelos esteticos y cientificos modernos llegaban a Asuncion por mediacion de los centros
metropolitanos (en este caso Buenos Aires), y lograron sacar redito de la dinamica de
intercambio transnacional. la modernidad literaria del guarani fue configurandose en este
circuito de intercambios, acompañada tambien por el lento desarrollo de la prensa en el
Paraguay, y cobrara` un impulso sin precedentes durante la Guerra del Chaco (1932/1935)
cuando el guarani sea restituido nuevamente como lengua estrategica de combate, y se
consolide como lengua de poes`ia con las tiradas masivas de los cancioneros folkloricos, y la
aparicion del mas prolifico poeta popular en lengua guarani, Emiliano R. Fernandez.
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