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El guaraní y la modernidad literaria a principios del siglo XX

Tres episodios de intelectuales migrantes


Rodrigo Nicolás Villalba Rojas
INILSyT – UNAF, CONICET
carapeguante@gmail.com

Introducción

Sobre la literatura en guaraní del Paraguay se conoce muy poco fuera de ese país.
Mucho menos se conoce sobre las estrategias, intercambios y dinámicas que operaron algunos
miembros de la elite intelectual paraguaya entre fines del siglo XIX y principios del XX, para
introducir y jerarquizar el idioma y la cultura guaraní en el panorama de las letras modernas de
América.
Idioma estigmatizado y despreciado por habérselo juzgado barbarizante y regresivo, el
uso público del guaraní había sido prohibido y penado, después de la Guerra de la Triple
Alianza (1865-1870) por el gobierno liberal de los vencedores. Pero en las primeras décadas
del siglo XX, varios intelectuales migrantes volvieron la mirada sobre la lengua indígena, la
estudiaron y la incorporaron paulatinamente al discurso científico y literario.
En este trabajo analizaré tres episodios claves para comprender el trabajo de rescate y
modernización del guaraní en las letras: i) la conferencia del poeta y ensayista Eloy Fariña
Núñez sobre el arte en Paraguay, dada en la escuela Presidente Roca, de Buenos Aires (1920)
y la consecuente publicación de los ensayos “Conceptos estéticos. Mitos guaraníes” (Buenos
Aires, 1926); ii) la conferencia de Manuel Domínguez, académico y exvicepresidente del
Paraguay, sobre la lengua guaraní en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires (1924);
y iii) la incorporación del paraguayo Marcos A. Morínigo al Instituto de Filología de la
Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires que culminaría con la publicación del
minucioso estudio “Hispanismos en el guaraní” (Buenos Aires, 1931).
Estos episodios dan cuenta de ciertas dinámicas migratorias que contribuyeron a la
conformación de circuitos intelectuales transnacionales, en buena medida unidireccionales,
recibiendo Asunción los modelos estéticos y científicos modernos por mediación de otros
centros urbanos latinoamericanos (Escobar, 1998). No obstante, la operación de jerarquización
del idioma guaraní en las letras modernas se inscribirá, en última instancia, en los esfuerzos de
nacionalización que según Ángel Rama ([1974] 2006) marcaron los estudios literarios de fines
del siglo XIX en Latinoamérica.
Nuestro análisis se enfocará en los discursos emanados de estos episodios intelectuales,
las formaciones discursivas subyacentes, sus fuentes científicas y literarias, los soportes de
circulación y la presencia de elementos paratextuales y metatextuales que dan cuenta tanto de
los intercambios letrados como de los desafíos en la conformación de un circuito literario
incipiente.

La lengua guaraní en el Paraguay

Si intentásemos describir la trayectoria de la lengua guaraní en el Paraguay en los


últimos quinientos años hallaríamos, como es de esperar, incontables aristas relacionadas con
su contacto directo con el español, adaptaciones, convergencias, reinterpretaciones de
múltiples elementos. Pero podemos tomar como referencia los estudios de Bartomeu Melià (La
lengua guaraní del Paraguay. Historia, sociedad y literatura; La lengua guaraní en el
Paraguay colonial. La creación de un lenguaje cristiano en las Reducciones de los guaraníes
en el Paraguay.; “El guaraní y sus transformaciones: guaraní indígena, guaraní criollo y
guaraní jesuítico”), para arriesgar una síntesis extrema, señalando diferentes orientaciones o
desarrollos, que no son necesariamente etapas, y que responden a coyunturas histórico-sociales
específicas.
Melià diferencia la lengua guaraní propiamente indígena de la variedad criolla
desarrollada durante la colonia, como consecuencia del contacto entre el español de los
conquistadores y la lengua indígena, y del crecimiento de una población mestiza
(mayoritariamente de madres indígenas, mujeres sometidas por los españoles) que heredaba
ambas lenguas y progresivamente generaba mezclas lingüísticas novedosas.
A estas variedades se sumará el guaraní reduccional o jesuítico, que fue confeccionado
por los misioneros en sucesivas y deliberadas reinterpretaciones de la lengua indígena, con el
propósito de evangelizar mediante ella: este proceso de creación de una lengua guaraní cristiana
fue descrita por Rubén Bareiro como un “vaciamiento” y “alienación colonial”, y por el mismo
Melià como una “reducción” de la lengua al cristianismo por diferentes vías.
Este proceso de creación de una nueva lengua, no ligada a las transformaciones sociales,
sino planificada con fines específicos, supone un deliberado trabajo de modernización del
idioma (si asumimos que el propósito de los evangelizadores era sustituir por esta lengua
cristiana la lengua natural de los guaraníes), que supuso un profundo análisis lingüístico de las
estructuras y los componentes léxicos del idioma, y entregó a la historia americana las
gramáticas, vocabularios y tesoros, fundamentales para la comprensión de su desarrollo
histórico.
El guaraní del siglo XIX se encuentra poco documentado y conservado sólo gracias a
algunas cartas y fundamentalmente por la publicación de los periódicos de trinchera Cacique
Lambaré y Cabichuí, aparecidos durante la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Se trata
de un guaraní ya no indígena, sino perteneciente al habla de una población mayoritariamente
de ascendencia mestiza y que lo adquiría como primera lengua. 1
Tal es así que cuando se desata la guerra, ya primaba en la prensa de los países aliados
una opinión compartida sobre el Paraguay y su pueblo bárbaro, en tanto y en cuanto, el uso
mayoritario del guaraní daba indicios de su resistencia a la civilización y a la cultura europea
(Villagra-Batoux 242). La guerra, en ese sentido, resultaba un bálsamo del progreso, y el
exterminio ponía fin al lastre bárbaro. Quién sino Sarmiento para dar fe, cuando celebraba la
muerte del Mariscal López en una carta a Mrs. Mann: “No crea que soy cruel. Es providencial
que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda
esa excrecencia humana” (citado por Rosa).
Concluida la contienda e implantado en Asunción un gobierno “legionario” (en
referencia a ciudadanos paraguayos enrolados en el ejército argentino para combatir contra
López) que respondía a los intereses liberales de los aliados, entre los numerosos puntos de
reestructuración social impuestos sobre la sociedad dezmada –donde mayormente
sobrevivieron mujeres, niños y algunos ancianos–, un documento específico del Ministerio del
Interior prohibía el uso del guaraní en instituciones públicas (Romero 67), especialmente en
instituciones educativas.

Nuevos ensayos de modernización del guaraní

En el Paraguay de la posguerra de la Triple Alianza, con un idioma mayoritario


prohibido por adjudicársele atributos de bárbaro y ser visto como arma de conspiración, era
lógico que las generaciones posteriores, quienes a pesar de todo aprendieron el idioma en el
ámbito doméstico, intentasen demostrar la faceta noble, si se quiere, de la lengua, para eximirla
de toda culpa.
Silvano Mosqueira e Ignacio Pane, en un gesto que imitaba los ejercicios de traducción
de los jesuitas, defendieron las capacidades de la lengua de una manera que juzgaron la más
idónea para responder a las acusaciones de los hispanistas: “importando” textos clásicos del
castellano al guaraní. Ignacio Pane, vale decirlo, también escribió el poema “Francia pe.

1
Siguiendo el ejemplo de León Cadogan, denominaremos guaraní paraguayo a esta variedad coloquial no
indígena que fue consolidada en la oralidad y que paulatinamente desarrolló una escritura ligada a la prensa
escrita.
Purajei icôiba [A Francia. Canción]”, y lo tradujo al francés, generando el otro espacio, el de
la “exportación” del idioma con la mira puesta en uno de los semilleros culturales de Europa.
¿Qué propósitos escondía este gesto direccionado? ¿En qué se diferenciaba de las
escrituras jesuitas, que habían hallado la forma de traducir al guaraní textos bíblicos y
teológicos, superando las limitaciones léxicas? Si la nación ahora debía reconstruirse
prácticamente desde sus cimientos, y en ese proceso el idioma nacional aparecía condenado a
ser destituido del panteón de los símbolos patrios, sólo una operación intelectual podía
restituirlo como eje de la identidad paraguaya. No se trataba en este caso de generar un locus
enunciativo por el cual ser diferenciado de las otras sociedades americanas, sino demandar a
las naciones modernas el reconocimiento de la condición propia, ofrecer las posibilidades de
modernización incluso conservando el patrimonio lingüístico, y demostrando que aquella
lengua, antes indígena, había superado todos sus límites. 2
El proceso de modernización del guaraní consistiría en generar espacios de
significación de los que carecía, completarlos con elementos léxicos reinterpretados
deliberadamente para que constituyan los nuevos significantes, al igual que habían hecho los
jesuitas con expresiones como Tupâ (en la cosmogonía aborigen, un dios menor relacionado
con el trueno; los misioneros católicos emplearon el nombre para designar al Dios cristiano).
El ejemplo más claro de estos neologismos en el guaraní del siglo XIX lo da Ignacio Pane al
hablar de verso como ñe-êngüe, traducible como “lo que ha salido del habla-lengua” o “trozos
de habla-lengua”.
Continuará esta primera etapa de modernización del guaraní Narciso R. Colmán, que
se preocupará por escribir en un guaraní sofisticado (que él llama “guaraní castizo”), depurado
de hispanismos, e informado por el asesoramiento de especialistas de la talla del botánico suizo
Moisés Bertoni, estudioso positivista de la medicina natural indígena y cuanto más de su cultura
y su lengua. El mismo Colmán publicó dos volúmenes de poesía, Ocara potÿ (Flores silvestres)
en 1917, primera vez que aparecía en formato libro una literatura escrita en guaraní paraguayo.
Unos años después, los más de tres mil versos en guaraní de Ñande îpî cuéra. Poema
etnogenético y mitológico, génesis de la raza guaraní (1929), fueron un laboratorio de creación
literaria en ese idioma, y constituyen un hito que recién tendría su réplica más de cinco décadas

2
Este apego al idioma como representación de la identidad nacional puede verse claramente expresada en la
significativa introducción de Arsenio López Decoud al Álbum Gráfico del centenario paraguayo: “Existe entre
nosotros perfecta homogeneidad étnica: el pigmento negro no ensombrece nuestra piel. Amamos nuestra tradición
y nos es grato conservar nuestro dulce y poético idioma guaraní, y ella y él, a pesar de todo, nos mantendrán
unidos al través del tiempo y sus vicisitudes.” (s/p)
después, con la aparición de la primera novela escrita en guaraní paraguayo, Kalaíto pombéro
(1981) de Tadeo Zarratea.
De ninguna manera se trató de experiencias aisladas de escritura en guaraní, pues
también Colmán, en un Apéndice (85), daba cuenta de que existían numerosos poetas e
intelectuales que habían emprendido la tarea de componer en lengua vernácula (y publicado en
periódicos del Paraguay, Corrientes y Buenos Aires), y de dar a conocer los alcances y
posibilidades del guaraní como lengua de poesía, o dicho de otra manera, demostrar que podía
crearse una lengua guaraní con estatuto literario, afín a la estética occidental culta, y totalmente
apta para establecer diálogos con los códigos de la cultura europea.
El trabajo de modernización y de búsqueda de reconocimiento de la valía del guaraní
como lengua culta no habría estado completo si no hubiese involucrado la acción divulgativa
de algunos intelectuales paraguayos que tuvieron menos un rol de autores como de especialistas
del idioma y la cultura. El suizo Moisés Bertoni estudió en profundidad la civilización y la
medicina de los pueblos guaraníes y publicó, antes que Cadogan y Kurt Unkel, en el Paraguay,
extensos tratados sobre las sociedades indígenas. Narciso R. Colmán participaba activamente
en la Sociedad Científica del Paraguay, y en la década del veinte el Congreso Internacional de
Americanistas (celebrado en Río de Janeiro) le otorgó un premio por su labor literaria.
Pero además de estos, hubo tres episodios clave que allanaron el ingreso del idioma
guaraní a los estudios académicos fuera del Paraguay, y estuvieron ligados con trayectorias
dadas en espacios educativos de la Argentina.

Tres episodios de intelectuales migrantes

Eloy Fariña Núñez (1885-1929), nacido en Humaitá, extremo sur del Paraguay, cuya
familia migró siendo él niño, fue educado en diferentes instituciones de la Argentina, entre
Corrientes (donde realizó la primera escolarización), Paraná (donde realizó sus estudios
religiosos en el Seminario) y Buenos Aires (donde inició la carrera de Derecho, sin concluirla).
Toda la actividad intelectual de Fariña se desarrolla estando él radicado en la Argentina,
pero aun así él demuestra conocimientos esenciales del idioma y la cultura guaraní criolla. Vale
decir que sólo en contadas ocasiones regresó este intelectual a su país, pero como escritor y
poeta estableció un locus enunciativo situado no en el espacio metropolitano, sino en “la selva”,
pero apuntalado por conocimientos minuciosos de filosofía y cultura clásica, así como también
de la actividad misionera realizada en América durante la Colonia. Su obra puede ser analizada
en dos direcciones: la primera, como reflexión pormenorizada sobre el arte americano plausible
de retroalimentarse por las influencias de occidente y oriente; la segunda, como reconstrucción
(y Rubén Bareiro Saguier dirá “de alienación colonial”, 120) de los mitos guaraníes a partir de
la indagación crítica de los testimonios de franciscanos y jesuitas.
En 1911 publicó el extenso poema Canto secular. Allí el poeta manifestaba su
admiración por la naturaleza y las costumbres del Paraguay, pero llamaba también a la unidad
del pueblo que en sus cien años no había conocido la paz y la estabilidad política, signado por
las guerras civiles y las dictaduras. Este poema se publica por primera vez en Buenos Aires,
según Pastor Urbieta (1972), con motivo del centenario de la Independencia del Paraguay, y
aparece dedicado a Arsenio López Decoud, editor del primer Álbum Gráfico del Paraguay,
obra cumbre del novecentismo paraguayo. Si bien el poema, de buenas a primeras, no deja de
ser un catálogo de postales localistas, constituye la obra consagratoria de Fariña, quien antes
había participado de los círculos letrados de inmigrantes paraguayos en Argentina, pero aún no
había elaborado una obra reconocida fuera de ese circuito. Los intelectuales lo reconocen muy
pronto como autor clave de las letras nacionales y elogian la raigambre guaraní que trasuntan
sus textos.
Aunque no hemos podido profundizar en los datos, según sus biógrafos en los años
sucesivos comenzó a publicar colaboraciones en algunas revistas y periódicos como La Prensa,
Nosotros, Caras y Caretas, y obtuvo reconocimiento de los pares asuncenos, que le
dispensaron una velada honorífica en 1914.
En febrero de 1920, la revista Guarania, dirigida por Juan Natalicio González, –futuro
autor del Nuevo Ideario Colorado, a partir del cual se reformaría la doctrina republicana en el
Paraguay–, publica la versión taquigráfica de una conferencia brindada por Fariña en la escuela
Presidente Roca, de Buenos Aires. Aunque el título, “Arte propio”, no anticipa mucho acerca
del tema expuesto, y los preámbulos por los que Fariña elabora una definición de arte se
extienden algo excesivamente, vale notar que su preocupación central radica en discutir de qué
manera el arte americano puede devenir arte nuevo. Y en ese sentido, el escenario local, lejos
de constituir sólo una forma localista, puede ser materia artística. Fariña discute en dos
direcciones a propósito de esto: por un lado, descarta de plano la necesidad de pensar un arte
nacional, en tanto y en cuento todo arte es universal y humano; por otro lado, acusa a los poetas
que tematizan la debacle histórica de la Triple Alianza por clavar los talones en el pasado y la
derrota, en lugar de habitar el presente en pleno desarrollo.

Prueba de que he seguido paso a paso el movimiento nacional es esta disertación que
plantea la necesidad de un arte propio (…) Adelanto mi convicción adversa al arte
nacional. Yo no creo más que en un arte humano, valor de circulación universal. Lo que
se denomina arte nacional no suele ser más que un aspecto del arte propiamente dicho,
aspecto que concierne a elementos y materiales artísticos, tales como la decoración, el
paisaje, el color local y ciertos estados psicológicos propios de una categoría de tipos e
impresos por una época dada. (…) Frente a los mantenedores de un nacionalismo
absorbente y fatal en los dominios del arte, proclamo yo la soberanía absoluta del artista.
(Fariña Núñez, “Arte propio” 11)
Y más adelante ensaya una reflexión sobre la actitud del artista frente a la historia,
síntoma observado ya por Fariña en las primeras décadas del siglo XX (cuando escritores como
Juan E. O’Leary o Martín Goicochea Menéndez destinaban toda su literatura al relato épico de
las batallas del Paraguay), y que se extendió hasta la actualidad en un país cuya literatura no
ha logrado una forma completamente autónoma respecto del discurso historiográfico.

Paréceme que en nuestra tierra va asomando cierta idolatría del pasado, como en las
naciones yacentes, olvidándose de que si hubo un Curupayty, también hubo un Francia
y que las naciones fundan su esplendor, no en sus glorias históricas sino en su presente
y en sus conquistas sobre el porvenir. Plausible es sin disputa alguna cantar la cólera
del ejército paraguayo en la jornada aquella y corroborar la solidaridad de las
generaciones actuales con las pretéritas y la continuidad del espíritu nacional; pero
tenemos que escribir una nueva historia, y esta historia es a la par contemporánea y
futura. (“Arte propio” 19)
Paraguay, para Fariña, constituye también una geografía secreta, un paraíso virgen, un
espacio inexplorado incluso por los artistas (“Quizá cuando los talentos nacionales realicen el
descubrimiento artístico del país, venga ulteriormente el hallazgo continental del Paraguay”,
“Arte propio (cont.)” 12). La frase sintetiza algunos juicios que recorrían ya las antologías
americanas de principios del siglo veinte, y que por un lado aparecerán recogidos en el prefacio
de Michel De Vitis al Parnaso Paraguayo de 1913, y por otro lado serán consolidados por la
famosa y alarmante calificación que Luis Alberto Sánchez diera, en la Historia de la literatura
americana (Desde los orígenes hasta 1936) de 1937, al enumerar algunas obras literarias
nacionales bajo el título de “La incógnita del Paraguay”.

Aunque Fariña ha sido inscrito como uno de los mayores exponentes del modernismo
en Paraguay (con Goicochea Menéndez y Manuel Ortiz Guerrero), y algunos trabajos lo han
asociado a las figuras de Rubén Darío y Leopoldo Lugones, la orientación de su poética parece
decidida a no conceder tanto espacio al exotismo oriental ni a la antigüedad clásica, y sí a
radicar fuertemente su poesía en el espacio paradisíaco de la selva americana.

Desde el punto de vista encarado, todo el Paraguay es un vasto yacimiento virgen;


estéticamente hablando, no está descubierto todavía; nuestra maravillosa naturaleza
apenas si se conoce en un limitado círculo de naturalistas extranjeros. ¡Y qué creación
riquísima para los escritores y poetas que han de aparecer algún día! (“Arte propio
(cont.)” 8)
Entre 1925 y 1926 se publican los únicos dos volúmenes de ensayos reunidos. El
primero, El jardín del silencio (1925), publicado en Asunción por el Centro de Estudiantes de
Derecho, reúne ensayos filosóficos y estéticos; el segundo, Conceptos estéticos. Mitos
guaraníes (1926), publicado en Buenos Aires, reúne una serie de ensayos estéticos que
organizan no sólo la expresión de una poética americana, sino el estudio de los mitos guaraníes,
encarado críticamente por Fariña a partir de la lectura del material producido por los misioneros
de la colonia.
Ya en las primeras páginas Fariña funda un espacio de reconocimiento del quehacer
artístico en América a partir de un lugar simbólico, la selva, contraparte del símbolo de la
civilización moderna, Europa, en aquel entonces deteriorada por la debacle de la Gran Guerra.
(En efecto, Fariña aseguraba en uno de los ensayos anteriores que, si el progreso de la
modernidad no había impedido la destrucción y las matanzas, los pueblos americanos debían
cambiar el rumbo y buscar un modelo propio de civilización). La dicotomía ensayada por
Fariña no es, claro está, un ansia de europeización al modo de los liberales rioplatenses, sino
que plantea la necesidad de materializar un locus de enunciación artística, y ese locus es casi
un espacio vacío, donde todo puede ser dicho como en otros espacios no americanos, pero
también donde todo debe ser dicho antes de que lo conquiste la civilización.
Nuestra América es una inmensa selva virgen, donde duerme un arte no revelado.
Necios hay que desearían talar este bosque en nombre de la civilización, sin sospechar
que, al destruir la selva, podrían matar el germen de las divinidades ocultas en el seno
de la floresta. Los jóvenes van a Europa a perfeccionar sus estudios de arte para regresar
después al país a remedar el canto de otras aves y el rumor de otras selvas. Desearía que
esos jóvenes artistas no imitaran a ciertos compositores argentinos que han retornado a
su tierra para escribir música francesa y ópera en italiano. No está demás escuchar el
murmullo de la selva hindú, del bosque griego, de la floresta latina, con la condición de
no renegar de las voces de nuestras selvas. Por el contrario, hemos de preferirlas a las
otras. (Fariña Núñez, Conceptos Estéticos. Mitos Guaraníes 36)
Parsifal, Fausto, las deidades y literaturas grecolatinas, el hinduismo, la música
sinfónica europea, serán términos de comparación para el arte promisorio que duerme en
alguna parte de las selvas guaraníes. En un juego ambivalente de suspicacia –ya que no de
rechazo– de la civilización occidental, y a la vez de proyección de las tradiciones europeas en
el paisaje americano, Fariña bosqueja los principios de un arte autóctono emanado desde las
idealizadas selvas chaqueñas, y a partir de ello, la idea de una civilización nueva y superior a
la occidental: “No es imposible la creación de un arte nuevo y mejor que el contemporáneo,
como tampoco resulta imposible el advenimiento de una civilización superior a la occidental,
o de una sociedad más perfecta que la presente.” (Fariña Núñez, Conceptos Estéticos. Mitos
Guaraníes 145).
Los “Mitos guaraníes” que conforman una segunda parte de reflexiones, contienen más
especulaciones sobre la cultura y la sociedad guaraní primitiva, aunque inicia con una adhesión
convencida a las teorías del autodidacto Florentino Ameghino sobre América como cuna de la
humanidad (a lo que Fariña añadirá su idea de América como cuna de la Nueva civilización).
Además de su análisis histórico y culturalista sobre la cosmogonía guaraní, frecuentemente
comparada con los panteones europeo e hindú, el autor imita el ánimo de discusión de Manuel
Domínguez sobre las características del idioma, intentando polemizar con la Lingüística
indogermánica (1903) de Rudolf Meringer, quien

luego de afirmar que el lenguaje no tiene origen, impugna la teoría onomatopéyica en


los siguientes términos: “Se intenta, también, explicar el lenguaje humano por medio
de la onomatopeya, mas semejante explicación no es exacta, pues no se dice: guauguau,
muh, meeh, kikiriki, miau, sino perro, vaca, oveja, gallo, gato. Y además, aun dado por
supuesta la exactitud, de esta explicación, ¿de dónde provendrían, entonces los nombres
de las cosas inanimadas, las denominaciones de las actividades, de los fenómenos
psíquicos, etcétera?”
El razonamiento del erudito lingüista alemán es sorprendentemente deleznable, casi
infantil. En presencia de ello, uno se siente tentado a poner en tela de juicio la capacidad
de nuestros contemporáneos para el raciocinio. […] Repito que la argumentación de
Meringer es en extremo precaria y sobremanera errónea. En primer lugar, cuando se
pretende demostrar la inexactitud de la teoría onomatopéyica, repugna a la seriedad
científica comparar los gritos inarticulados de los animales con los nombres que éstos
llevan actualmente en los idiomas modernos, lenguas de flexión que han experimentado
innumerables trasformaciones, en un dilatado período histórico, que no es posible
determinar con exactitud, antes de haber llegado a ser lo que son. (Fariña Núñez,
Conceptos Estéticos. Mitos Guaraníes 302)
El autor, en un gesto de supremacía otorgada por la experiencia y la pertenencia al
Nuevo Mundo, increpa las ideas del especialista alemán, ensayando en él una conquista sobre
occidente. Conquista que ya hiciera el guaraní, lengua de un pueblo sometido, sobre sus
sometedores españoles. Fariña, el escritor modernista, ansiaba quizá, en ese agenciamiento del
saber americanista, imitar el movimiento de influencia cosmopolita que había logrado el
Modernismo de Rubén Darío al proyectarse sobre la literatura española.
El segundo episodio lo protagoniza Manuel Domínguez, abogado, periodista y
diplomático, de labor fundamental para la consolidación del nacionalismo novecentista. A
principios del siglo veinte expuso en el Instituto Paraguayo y diferentes periódicos, sus posturas
acerca de cómo la herencia guaranítica, constitutiva de la raza paraguaya –pero ya diluida hasta
ser imperceptible en la población–, había influido fuertemente en la actitud heroica de los
combatientes durante la Guerra de la Triple Alianza, y permitido posteriormente la
reconstrucción del pueblo desde las mismas cenizas. Entre 1902 y 1904 ejerció la
vicepresidencia del Paraguay y ocupó posteriormente numerosos cargos gubernamentales.
En 1924, en ocasión de una visita a Buenos Aires, el decano de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UBA, Ricardo Rojas, lo invitó a dictar una conferencia acerca del idioma guaraní.
Domínguez, abría categóricamente su exposición señalando que “la Filología Argentina debe
integrarse con la Filología Guaraní. La razón es muy sencilla: es de origen guaraní el 30% de
los vocablos rioplatenses.” (Domínguez, La traición a la patria y otros ensayos 181) Su actitud
frontal marcaba la ambición de que la materia obtuviera un espacio de abordaje concreto, en
una academia que parecía todavía exhibirla como un exotismo.
A lo largo de su conferencia, Domínguez desplegaba conocimientos sobre la historia,
la cultura y la lengua guaraní, pero también daba cuenta de su enciclopedismo: Alfred Russel
Wallace, Schopenhauer, Bergson, Edgar Allan Poe, Maurice Maeterlinck, Paul Verlaine
aparecen citados circunstancialmente como términos de comparación con la sensibilidad o las
percepciones del conferencista, que luego se detendrá –con ánimo de ofrendar una panacea
científica– a intentar responder los problemas filosóficos o filológicos irresolubles de Franz
Bopp, Ernest Renan, Julio Cejador, Max Müller mediante ejemplificaciones tomadas del
guaraní.
La más resonante será la refutación de la postura reduccionista de Müller que
negaba eficacia creadora a la onomatopeya y triunfa en sus ejemplos porque aplica su
análisis a voces que pasaron por todos los estragos de la alteración fonética. Si hubiera
aplicado su talento al guaraní… en un minuto hubiera visto, entre muchedumbre de
casos, lo siguiente: El ruido de las cosas planas al chocar con otras más o menos
sonoras, es pe, nota visible en todas las categorías gramaticales: (…) verbos: pereré,
alear; pepé, aletear; peyú, soplar; popeté, palmotear, y por la conmutación de p en b,
bebé, volar, etc. (Domínguez, La traición a la patria y otros ensayos 194)
El trabajo filológico de Domínguez permanecerá inédito salvo algunas publicaciones
breves en revistas y periódicos del Paraguay. La revista Guarania, publica en 1934 algunos
extractos de sus conferencias bajo el título “Raíces guaraníes”. Allí puede observarse que sus
explicaciones incurren con frecuencia en interpretaciones especulativas, que parten de las
gramáticas reduccionales o se justifican en su condición de hablante nativo (“El conocimiento
del guaraní y el Tesoro de Montoya me sirvieron para el examen de las raíces”, 16).
Pájaros hay en el Paraguay como el urutáu, que cantan háng-un, háng-un. El hombre
primitivo oyó este alarido, se impresionó, y con la preconcepción del alma o de que
somos dobles, creyó que en los pájaros se encarnaba el espíritu de los muertos. Quien
cantaba así en su creencia ingenua, era un alma del otro mundo, y siguiendo la regla de
nombrar las cosas por los sonidos que producen, llamó hang-un, pero este canto era a
la vez un presagio y así háng-un fue agüero (han-un bôn) y además voz ang, alma en
guaraní. (17)
Los ejercicios conjeturales de Domínguez, si bien no emanaban un rigor científico (en
una época en que el positivismo predominante exigía la materialidad de las pruebas), daban
cuenta de la tendencia creciente de los intelectuales a incursionar en reflexiones
metalingüísticas, y en ese sentido, de una vacancia que aguardaba respuestas. Probablemente
la conferencia de Domínguez en la UBA haya sido basal para justificar la intención de estudiar
las lenguas amerindias, que había manifestado Ricardo Rojas al fijar los propósitos iniciales
del Instituto de Filología de la UBA (Tuset Mayoral).
A diferencia de Domínguez, otro intelectual, Marcos Augusto Morínigo, un joven
asunceno que estudiaba Letras en la Universidad de Buenos Aires y fue integrado al Instituto
de Filología como indigenista, publicó en 1931 su tesis sobre Hispanismos en el guaraní.
La inclusión de este volumen en la colección del instituto se inscribió parcialmente los
planes de Ricardo Rojas, de apertura de la academia hacia el estudios de las lenguas amerindias,
pero tambien respondia al perfil eminentemente hispanista de Amado Alonso, y su proposito
de estudiar en primer plano la expansion e influencia de la lengua castellana en América. “Los
abundantes hispanismos denunciados en la nomenclatura zoologica y botanica del guarani
vienen a cambiar la idea general entre los linguistas... Ahora vemos hasta que punto se han
introducido hispanismos en el guarani -y es de suponer que tambien en otras lenguas
americanas- en capitulos de cultura material para cuya trasvasacion idiomatica se suponia hasta
ahora la direccion unica indigena-espanol.” {10}
Está claro que Morinigo responde, con su trabajo, a esta consigna, pero no se limita a
estudiar las huellas de la colonización europea en “una lengua inferior”, como senalaba Amado
Alonso. Realiza una descripcion historica de la lengua, analizando su distribucion geografica
y remarcando siempre los atributos diferenciales del guarani en el Paraguay, respecto de las
otras lenguas amerindias: por un lado, se trata de una lengua que fue conservada gracias a los
jesuitas “que trataron de hacer del guarani una lengua de cultura. Escribieron en guarani
numerosos libros, lo ensenaron en las escuelas y lo propagaron entre otros indios (27)”|| por
otro lado, aparece perfilado como el unico idioma aborigen prestigioso, pues “los indios no
guaranies lo aprenden para la facilidad de sus relaciones comerciales con pueblos de lenguas
diferentes. y asi, si pierde posiciones en las ciudades frente a la creciente aceptacion del
espanol, conquista nuevas plazas een los campos, , donde suplanta a otros idiomas indios o
alterna con ellos” (30)
Lengua indigena de cultura, de prestigio,lengua comercial, el guarani -parece insinuar
Morinigo (y esta tesis es compartida por Moises Bertoni)- es una lengua de civilizacion.
El exito del estudio de Morinigo basa en su adecuacion rigurosa al discurso y a los
metodos cientificos. Echa mano de los trabajos mas actualizados de filología, antropología e
historia de autores europeos y americanos, confecciona un mapa liinguistico de la dispersion
del guarani en sudamerica, corrigiendo las propuestas de Alfred Metraux y Paul Rivet y realiza
tambien una sintesis de las convenciones ortograficas que se fueron ofreciendo y discutiendo a
lo largo de los siglos.

Al igual que sucedió con Manuel Domínguez, es interesante que el mismo autor ,
hablante nativo, haya actuado como informante para el trabajo, y adopte una postura crítica
sobre las conclusiones de otros estudios o los aportes de la misma prensa paraguaya.

Los trabajos modernos se encuentran esparcidos en periódicos (Rojo y Azul, El enano,


Ocarapotï cue mí) de intención satírica que desfiguran el habla popular para lograr su
objeto. Por ello han sido poco aprovechados. No ocurre lo mismo con los libros
guaraníes del poeta y folklorista paraguayo Narciso R. Colmán que han sido puestos a
contribución a cada paso. Las demás voces han sido recogidas directamente de la boca
del pueblo en las ciudades y en el campo, en un viaje hecho ex profeso, y de nuestra
propia habla guaraní que es la media corriente en la ciudad de la Asunción (Morínigo
48).

Por ultimo, Morinigo describe elbilinguismo de la poblacion paraguaya pero al hacerlo


da cuenta en realidad de las actitudes linguisticas y del fenomeno generalizado de diglosia. “En
las ciudades, las personas de m’as elevada posicion social emplean siempre el espa;ol para el
trato corriente con los de su rango y el guarani para dirigirse a sus servidores. Las gentes de
pueblo, en cambio, prefieren el guarani para los menesteres corrientes, y usan el espa;ol para
hablar con personas de respeto por su investidura o su posicion social” (29).

El estudio de Morinigo es, entonces, el primer trabajo de orden cientifico sobre el


guarani, publicado por un paraguayo en el extranjero. del mismo modo, es un documento
invaluable para comprender los usos lexicos del idioma en su variedad no indigena, y los
cambios que operaron tanto en la oralidad como en la escritura, a traves de las diferentes
convenciones graficas.

COnclusion

Estos episodios en que los autores de origen Paraguayo intentan trascender las fronteras
nacionales hacia un reconocimiento internacional, aprovechando vías de comunicación
académicas que puedan servir como plataforma de proyección hacia un posible destino europeo
y por lo tanto mundial, revelan una actitud de construcción de un locus de enunciación
doblemente periférico, lejano de por sí respecto del Río de la Plata y a la vez situado en una
región prejuzgada por ser presuntamente atrasada, no moderna, aislada y barbarizante en
cuanto conservaba aún la lengua indígena como lengua de una mayoría.

son episodios que se inscriben ademas en los circuitos intelectuales transnacionales que
se conformaban unidireccionalmente,si tenemos en cuenta el caso paraguayo, donde los
modelos esteticos y cientificos modernos llegaban a Asuncion por mediacion de los centros
metropolitanos (en este caso Buenos Aires), y lograron sacar redito de la dinamica de
intercambio transnacional. la modernidad literaria del guarani fue configurandose en este
circuito de intercambios, acompañada tambien por el lento desarrollo de la prensa en el
Paraguay, y cobrara` un impulso sin precedentes durante la Guerra del Chaco (1932/1935)
cuando el guarani sea restituido nuevamente como lengua estrategica de combate, y se
consolide como lengua de poes`ia con las tiradas masivas de los cancioneros folkloricos, y la
aparicion del mas prolifico poeta popular en lengua guarani, Emiliano R. Fernandez.

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