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LA ELUSIVIDAD
COMO TELÓN DE FONDO PARA UNA HISTORIA DE LO EXTRAORDINARIO

Por
Fernando Jorge Soto Roland*

La recurrente pregunta de por qué un historiador ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo al estudio de
temas que, generalmente, no se relacionan a la Historia como disciplina propia de la Academia, es la que me
ha llevado a escribir estas cortas líneas. Sin dudas, un modo interesante de reflexionar sobre el oficio y los
gustos personales que han guiado ―desde hace más de veinticinco años― un proceder siempre anclado en la
honestidad intelectual. Un camino que encuentra en la historia de la cultura y de las mentalidades el sendero
más pertinente; en el que se entrecruzan muchos otros tipos de historias, guiadas por preguntas y alimentadas
por fuentes poco convencionales y mal conocidas por los legos en la materia. No pretendo justificar
historiográficamente lo que hago. Simplemente busco responder la cuestión inicial y dejar en claro ―incluso
para mí mismo― qué tipo de telón de fondo es el que ha servido de decorado a los muchos artículos escritos.

***
HACE MÁS DE UN CUARTO DE SIGLO que persigo imposibles; temas que tienen como
centro a protagonistas esquivos, poco afectos al contacto y, aún así, presentes en el imaginario
*
Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la UNMdP (Argentina).
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colectivo de millones de seres humanos. Personajes que arrastran tras de sí dilatas historias, cuyos
orígenes se remontan a lejanas edades pretéritas, en las que incluso las percepciones eran muy
diferentes a las de hoy día. En muchas de ellas, la perspectiva racionalista no prevalecía y lo que
llamamos pensamiento crítico brillaba por su ausencia o se esforzaba a duras penas por imponerse.
Cabe preguntarse cuánto de ello se mantiene en la actualidad. Mi respuesta es sencilla y directa:
muchísimo.
Es que las voces y creencias que nos llegan del pasado conservan una fuerza inaudita,
imposible de vencer con argumentos. Las permanencias se fortalecen con el paso del tiempo, cual
inconquistables bastiones del conservadurismo, especialmente en épocas de crisis; asentando sus
reales y enalteciendo la prosapia que las erige, autoriza y legitima ante lo nuevo.
Es que el prestigio que da el mero paso del tiempo enaltece a estas “historias extraordinarias”
que siempre oímos, pero de las cuales nunca alcanzamos a tener evidencias materiales confiables y
concretas. Ni las tendremos. Aún así, siguen estando. Se densifican de generación en generación,
adaptándose a los discursos emergentes y aprovechando las grietas del modelo epistemológico
dominante para socavarlo desde adentro, como las malas hierbas resquebrajan el pavimento cuando
no se las mantiene a raya.
Nacidas de las dudas, del miedo y la angustia, estas historias y personajes imposibles crecen
sin pausa por influencia de la repetición y la omnipresencia de los medios de comunicación,
siempre dispuestos a menospreciar el camino (el método) que permite alcanzar conocimientos al
menos honestos.
Aliados de la posverdad, la credulidad y la ignorancia, los seres extraordinarios a los nos
referimos (y sus historias maravillosas) condimentan la vida. Sin ellos, ésta sería una torta insulsa,
pastosa y aburrida al paladar. Un carnaval sin pasiones.
Desde las ciudades perdidas (sobre y por debajo de la superficie terrestre) pasando por los
fantasmas, los vampiros y la Bestia de Gevaudan, los extraterrestres y decenas de monstruos salidos
del folclore o la literatura, la elusividad, esa propiedad constante en todos ellos, encuentra en lo
misterioso el ámbito ideal para crecer y hacernos soñar despiertos; permitiendo alimentar el deseo
de un mundo ilimitado ―inconcluso― con espacios vírgenes e inexplorados a donde transferir
nuestros sueños y ansiedades, prejuicios y deseos de trascendencia, fama y admiración. Un capítulo
importante en la historia de occidente.
Tal vez sea ése el motivo del éxito de tantísimos programas de televisión y radio, de revistas y
libros, que exaltan lo elusivo, como tema principal; centrándose en aquello de lo que no se puede
dar cuenta, afirmar o refutar nada. Un campo abierto especulaciones infinitas. Pero ese limbo
gnoseológico subyuga, vende y atrae a millones. Coloca a un costado la tediosa rutina en la que
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estamos sumergidos. Sin ellos ―sin los monstruos terrestres o alienígenas, sin los sitios mágicos
repletos de riquezas (hoy por demás sobrespiritualizados)― sólo nos quedaría el azar, la soledad y
el pago obligado de impuestos. Una existencia reducida; acotada al insulso universo de un
empleado bancario. Por eso la mediocridad busca maquillarse. Mostrarse atractiva, interesante.
Muchas veces lo hace sin ser conciente de ello. Ante la insignificancia, sólo el discurso, el relato
florido, el “verso” que nace de las charlas, actúan como antídotos. No hay otro camino posible. Sin
esos condimentos la magia se desvanecería de un plumazo. Como ocurre con los viajes, a los que
solemos ―ya de regreso en casa― aderezarlos con el fin de mantener en alto las expectativas que
teníamos antes de partir (muchas veces incumplidas).
La elusividad, el exotismo y la distancia están hermanados. Cada una de estas propiedades no
se concibe sin las otras. Se necesitan y potencian; y la combinación en un relato las vuelve
explosivas, por más que la fría realidad sea un tanto diferente. “Cuanto más lejos, más raro”. Sabia
sentencia que me acompaña desde mis días de circunstancial explorador de la amazonía peruana, en
tanto buscaba datos del mítico Paititi y el real emplazamiento de Vilcabamba La Vieja, el último
refugio de los incas.
Con relatos y testimonios construimos realidades alternativas en las que el imaginario es el
principal protagonista, dentro de un universo onírico siempre elusivo, discreto, enemigo de lo
concreto y fiel aliado de los archipiélagos de otredades en los que, civilizaciones y mundos
perdidos son posibles. Así pues, sitios que jamás existieron se mantienen incólumes en el recuerdo e
imaginación de muchos; manifestando una permanencia más larga y concreta que la conseguida por
lugares reales. Ejemplos como Shangri-La, Paititi, El Dorado, Erks, Shambalá, la Atlántida, Mu y
Lemuria, entre tanto otros, son pruebas cabales de lo que decimos. Mantienen su vigencia,
arrastrando a decenas de sabios y eruditos investigadores (diplomados y esotéricos muchos de
ellos) en pos de sus emplazamientos; combinando ―en ese acto― interesantes delirios en los que
mística y materialismo se entrelazan en partes iguales.

El Dorado, La Atlántida, Shangri-La y El Paititi

Salgamos o nos quedemos en casa, nos expandamos o encapsulemos, las fantasías estarán
presentes; y en cada uno de los casos que se analicen, los iniciados de turno ―únicos privilegiados
de tener acceso a esas “otras realidades”― serán los responsables de instalar y difundir a los cuatro
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vientos esas falacias estimulantes y movilizadoras. Para ello disponen hoy de un variadísimo
abanico de canales de televisión poco confiables, revistas de misterios y miles de blogs por Internet;
amén de un periodismo kolchakizado, amante de las noticias bizarras, ésas que tanto tiempo le
demandaron recopilar a Charles Fort.

Carl Kolchak (periodista y cazador de monstruos de la ficción) y


Charles Fort (periodista dedicado a recopilar noticias extraordinarias)

Pero los lugares extraordinarios no están vacíos. Vienen poblados, como es de esperar, por
seres extraordinarios. Personajes insólitos que han salido de la literatura para instalarse en la
realidad de muchos, cerrando así un círculo imaginario perfecto. De este modo, nos encontramos
con verdaderas legiones de monstruos, extra e intraterrestres, entidades de otras dimensiones, seres
feéricos y elusivos maestros espirituales de energía pura que, de manera nunca llana, vienen a
nosotros a advertir, enseñar o simplemente mostrar lo cortos de miras que somos y los peligros que
tenemos por delante. Son, en alguna forma, fábulas moralizantes. Las mismas, pero con otro
formato, que nos contaban nuestros padres antes de irnos a la cama, cuando éramos niños.
Pero la elusividad tiene también una faceta contaminante: a veces se devora a quien la combate
o persigue. Lo asimila, lo incorpora, lo hace propio, como ocurrió con el explorador inglés Percy
Harrison Fawcett, fagocitado por la exótica amazonía brasileña mientras buscaba una elusiva ciudad
llamada Z, que él adjudicaba a constructores atlantes (tal y como lo había sugerido la Teosofía). Su
caso es emblemático. Nunca más se supo de él. El misterio empapó sus últimos momentos de vida y
su cuerpo, desde 1925 tan elusivo como la ciudad que buscaba, lo convirtieron en leyenda. Y no ha
sido el único. Muchas otras desapariciones misteriosas tapizan el camino que nos lleva al mundo del
realismo mágico.
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Percy H. Fawcett, Michael Rockefeller y Amelia Earhart


Famosos exploradores y aventureros desaparecidos de los que se escribieron historias fantásticas

Como bien dijo Jean Bruno Renard, la elusividad consiste en la combinación de dos
comportamientos concatenados: la ostentación y la huída. Casi un acto histérico que pone en
guardia a quienes pretenden resolverla capturando aquello que se escabulle, llámese Yeti, Pie
Grande, Nessie o Witaikon (ser de energía intraterreno propio de la mitología uritorqueana de
Capilla del Monte, Córdoba). Todos ellos seres escurridizos de los que sólo se puede dar cuenta de
forma indirecta. Sin importar lo que se diga ―lo mucho o poco que se crea conocerlos― el
resultado siempre es el mismo. Ningún perseguidor queda bien parado. El fracaso es inevitable.
Pero nadie baja los brazos. La búsqueda continúa. Nadie se reconoce definitivamente vencido.
Siempre hay argumentos para que la fe se renueve. Porque de eso se trata: sólo una cuestión fe.
Claro que siempre están a mano las teorías conspirativas.

El Yeti, Pie Grande, Nessie, Mothman y extraterrestres


Seres elusivos “por naturaleza”

En los últimos 70 años dos han sido las disciplinas no oficializadas que dedican su tiempo
completo a buscar entidades elusivas: la ufología (comisionada del estudio de los presuntos
extraterrestres que visitan la Tierra) y la criptozoología (encargada de ubicar ―siempre sin suerte―
a animales que tiene la costumbre de esconderse de la mirada ajena, muchos de ellos sobrevivientes
de tiempos antediluvianos o mencionados en libros sagrados y mitos antiguos). Entre ambas se han
gestado combinaciones de lo más entretenidas, llegándose a decir, por ejemplo, que el famoso
Sasquatch de los bosques canadienses no es otra cosa que una mascota manipulada genéticamente
por alienígenas, o que el archiconocido Mothman (u Hombre-Polilla) de Point Pleasant no es sólo
una bestia sin catalogar, sino un ser interdimensional capaz de vaticinar tragedias.
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Como es de prever, en nuestros días las explicaciones evitan el vocabulario de los cuentos de
hadas. Adoptan cierto matiz cientificista y aplicando teorías pseudo-racionalistas buscan alcanzar
niveles de seriedad que, de otro modo, serían difíciles de aceptar. Pero el sustrato mitológico se
mantiene y las fantasías sólo se empaquetan de un modo distinto. Desde el siglo XVIII la razón
mostró un mecanismo secreto no tenido siempre en cuenta: se devoró los mitos, los adaptó y
transfiguró. Transportó los viejos fantasmas a un nuevo discurso y los acomodó a la novel
cosmovisión ilustrada, guiada por buenas intensiones más que por logros concretos. En algunos
sentidos ufólogos, cripzoólogos y amantes de lo elusivo mantienen ese camino aún hoy en día.
Claro que también están aquellos que derrapan y se dejan llevar por afiebradas elucubraciones
espiritualistas típicas de la New Age, omitiendo de lleno el legado iluminista, negándolo
abiertamente y conduciendo a millones hacia una concepción premoderna y mágica de la realidad
en la que cualquier afirmación de conocimiento deja de exigir pruebas pertinentes para ser
aceptado.

Serie de TV “En busca de…” (1977-1982)1


Producida por Alan Landsburg y presentada por Leonard Nimoy

Hacia fines de la década de 1970 y a lo largo de los ’80, cuando todavía no existía la televisión
por cable en Argentina, una serie de emisión semanal, presentada por el célebre Leonard Nimoy (el
Señor Spock de Viaje a las Estrellas) vino a instalar, mejor que ninguna otra producción
documental, el tema de la elusividad. Se llamaba En busca de… (In Search of…) y en cada uno de
sus 152 capítulos de media hora de duración que filmaron, el hábil productor Alan Lansdburg nos
sumergía dentro de temáticas en las que lo elusivo era la regla. Desfilaron por ella desde el poco
sociable y tímido Yeti del Himalaya, pasando por el Sasquatch, el monstruo del Pantano de Florida,
los alienígenas consabidos, la Atlántida, los exploradores perdidos más famosos y el no menos

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Véase datos sobre esta serie de televisión: “En busca de…”. Disponible en Web:
https://en.wikipedia.org/wiki/In_Search_of..._(TV_series)
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elusivo Adolfo Hitler, a quien la leyenda urbana ―y ciertas operaciones de espionaje― lo hicieron
vagar por medio mundo tras la derrota nazi en 1945.2
En busca de… era una bocanada estimulante de dudas. Un catalizador de preguntas que,
inevitablemente, conducían a los jóvenes curiosos hacia libros y artículos con los cuales ampliar los
contenidos visto por la tele (por entonces muy moda). Era un camino que llevaba con frecuencia a
la credulidad, en la que me mantuve sumergido durante gran parte de la adolescencia; y si bien las
opiniones críticas seguramente circulaban en ciertos ambientes académicos, todavía me faltaban
varios años para acceder a ellos y convertirme en un apóstata. Aún así, desde el escepticismo del
que hoy parto, debo confesar lo mucho que disfrutaba de aquel viejo programa y no niego las
influencias que tuvo en mis gustos y derivaciones hoy profesionales. Mi inclinación por los temas
elusivos, mi predilección por lo perdido, lo no hallado ―común, también, en millones de otras
personas―, tiene una deuda de honor con Landsburg, Nimoy y esa serie fantástica.

Lo elusivo

Otra experiencia directamente relacionada con la elusividad es la aventura.


La primera inspira a la segunda. Resulta imposible imaginar una aventura sin una búsqueda;
sin algo que se esconda; escape o se niegue a revelarse sin vueltas. Por eso, las decenas de series de
televisión que le siguieron a En Busca de… nunca dejaron de remarcar el aspecto aventurero de la
pesquisa. Los peligros de la selva, las amenazadas de los animales salvajes, las inclemencias del
clima, incluso el constante acechar de las comunidades aisladas, “primitivas”, cuando no caníbales,
se convierten el telón de fondo de una búsqueda que, desde el vamos, nunca terminará con éxito.
Pero, sin esa dosis de aventura y riesgos, el espectador/lector perdería el interés rápidamente. En el
fondo es lo único concreto que exhiben. El esfuerzo por terminar con aquello que nos elude

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Véase del autor: Criptonazilogía. La delirante búsqueda de nazis ocultos en Argentina. Disponible en Web:
http://www.monografias.com/trabajos107/a-cripto-nazi-logiaa-delirante-busqueda-nazis-ocultos-argentina/a-cripto-
nazi-logiaa-delirante-busqueda-nazis-ocultos-argentina.shtml
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permanentemente es el guión de fondo, sin importar cuán real o falso pueda resultar lo que se
persigue.
La elusividad seguirá presente. No interesa si nuestro planeta esté poco o muy explorado, si
queden o no lugares vírgenes. En tanto el imaginario siga ofreciendo lugares en donde esconderse,
sean éstos reales o fantásticos (selvas, cordones montañosos, bosques, desiertos, el interior de la
Tierra, el insondable fondo del mar, lagunas aisladas, otras dimensiones, planetas lejanos o escapes
por el infinito laberinto del tiempo), los seres elusivos seguirán entre nosotros denunciando miedos,
exacerbando sueños, marcando diferencias, exaltando o denigrando al “Otro”, definiendo
identidades y manteniendo vigente el deseo de un mundo ilimitado, abierto a todas las
posibilidades. Incluso la de tener muy cerca a serpientes marinas, monstruos peludos o
extraterrestres.

FJSR
BUENOS AIRES
ABRIL 2018

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