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La religión nos llena de ritos. La comunión con Dios nos llena de su presencia. (Salmos
25:14)
En esta ocasión nos centraremos en la comunión con Dios, con su Hijo y el resultado de
ello.
El apóstol Pablo les dice un punto muy importante. Ustedes tienen un altar y no conocen al
Dios de ese altar.
Ellos tenían muchos altares y por esa cuestión no podían conocer a Dios, porque esos otros
dioses les quitaban el enfoque del verdadero Dios. Y como el altar a Jehová no tenía
sacrificio, madera, ni piedras; Dios no mandaba fuego pues no había nada para consumir.
Solamente lo tenían como religiosos, pero ahí nunca pasaba nada.
Cuando nosotros tenemos comunión con Dios y decidimos hacer un altar a Él nosotros
somos las piedras vivas y el sacrificio; el fuego lo pone el Señor, a través de su Espíritu
Santo, y hace que todo se consuma, así es cuando hay un holocausto (Sacrificio en donde se
quema totalmente nuestra persona, somos consumidos por él y ahí hay transformación en
nuestro ser)
El término comunión es un término que surge de la alianza entre las palabras común y
unión. O sea, Dios y una persona que se unen entre sí y por eso tienen todo en común:
pensamientos, deseos, acciones, actitudes, etc. Esto hace referencia al intercambio íntimo.
La comunión con Dios hace que nuestro ser se vuelva más parecido a Él cada vez que hay
ese intercambio íntimo.
El Padre y el Hijo son uno mismo. (Juan 10:30) (...para que conozcas y creas que el Padre
está en mí y yo en el Padre, Juan 10:38)
Dios se permitió a sí mismo necesitar de un ambiente en el hogar para habitar con nosotros,
y eso es lo que provocan los altares. Nos llevan a la comunión en donde habitamos con
Dios. (Lev. 26:11-12)
La presencia de Dios es el lugar que todo ser humano necesita. (Sal. 68:5-6)
¡Levantemos un altar al Dios que sí conocemos y tengamos comunión con Él todos los
días!!