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El proyecto social de Rafael Altamira.

Un modelo para la cultura española


y la comprensión internacional
Rafael Asín Vergara
Universidad de Castilla-La Mancha

1. Introducción

Rafael Altamira (1866-1951)' nace en Alicante; ciudad en la que pasa sus


primeros años y en la que hace el Bachillerato. En julio de 1882 se traslada a
Valencia, donde cursará la carera de Derecho. Tras terminar sus estudios se tras­
lada a Madrid para realizar el Doctorado. Entra en contacto con la Institución
Libre de Enseñanza, que marcará para siempre sus ideas, sus preocupaciones
educativas y su actitud ética. Trabaja en el Museo de Instrucción Primaria, más
adelante Museo Pedagógico y escribe La enseñanza de la Historia, cuya prime-
1. Rafael Asín Vergara et alii, Rafael Altamira (1866-1951), Alicante, Instituto Juan Gil-Albert, 1987; Rafael Alta-
mira. Biografía de un intelectual, Madrid, Fundación Francisco Giner de los Ríos - Residencia de Estudiantes,
2002. Francisco Moreno Sáez, Rafael Altamira y Crevea (1866-1951), Valencia, Consell Valencia de Cultura,
1997. Vicente, Ramos, Rafael Altamira, Madrid, Alfaguara, 1968; Palabra y pensamiento de Rafael Altamira,
Alicante, Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, 1982; Silvio Zavalay Javier Malagón, Rafael Altamiray Cre­
vea. El historiador y el hombre, México, UNAM - Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1971

RAFAEL ALTAMIRA: IDEA Y ACCIÓN HISPANOAMERICANA 13


ra edición se publica en 1891. Dirige el periódico republicano La Justicia, y la
Revista Critica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispanoa­
mericanas.
Para Altamira y el colectivo de la Institución, la influencia sobre la comuni­
dad de la idea que tiene de sí misma, de su autoestima, repercute seriamente en
su estructura, y la posible rectificación resulta costosa y penosa a la vez. El saber
investigador necesita mucho tiempo para llegar al pueblo y ser aceptado por éste.
Aprenderlo e incorporarlo es también un proceso lento. Todo en realidad lo con­
duce de forma redundante a la misma idea. Los problemas no serían sólo de índo­
le científica, sino divulgativa, y, aunque se lograse un cierto nivel en el desarrollo
del marco de la investigación especializada, quedaría por resolver la transmisión,
el papel de la escuela. El esfuerzo debía extenderse de forma imprescindible a
la propia sociedad en sí, porque el ambiente y la actitud de los gobernantes y los
poderes fácticos, combinado con los conocimientos ancestrales, anclados en el
mito y la leyenda, siempre habrían de actuar como freno para la consecución de
la conciencia histórica colectiva.
Los hombres de la ILE entendían esa fuerza como la posibilidad del hombre
libre para construir un mundo capaz de albergar en el futuro la verdadera justicia
social y en el presente un camino plagado de esperanza, solidario y plural, un
viaje a ítaca preñado de ilusiones capaces de superar los invencibles obstáculos
del destino.
Se puede afirmar que el espíritu entusiasta y reformador de la Institución fue
una respuesta moderna sobre la que se articuló la parte fundamental del impre­
sionante desarrollo intelectual, artístico y moral de nuestra Edad de Plata. Aque­
lla alternativa de trabajo y optimismo, frente a la queja constante y al desánimo
de otros sectores, marcaron una de las más profundas y hermosas páginas de
nuestro quehacer en el camino hacia el entendimiento. En realidad, resulta toda­
vía un foco de luz aprovechable para seguir un viaje que aún no ha terminado.
En Oviedo coincide con un grupo enormemente comprometido. Esta pe­
queña universidad de provincias realizará durante una larga década una serie de
actividades que la convertirán en un referente en España. Clarín, Buylla, Posada,
Sela y Altamira convertirán su centro de trabajo en un lugar de encuentro que
pretende integrarse e influir en todos los sectores de la sociedad asturiana de prin­
cipios del siglo XX. El desastre del 98 ofrece la oportunidad de reflexionar y de
intentar la regeneración de nuestro país. En su discurso de apertura del curso de
ese año, Altamira traza las bases del programa en el que coinciden las voluntades
del grupo de Oviedo, dispuesto a poner en marcha los ideales de la Institución
Libre de Enseñanza. El resultado más visible será la Extensión Universitaria. En

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el programa que desarrollan no se encuentra sólo el intento de acercar la cultura
a los obreros mediante proyectos de lecturas, conferencias y coloquios, sino un
mayor y más profundo conocimiento mutuo. Se estudian su situación laboral y
sus derechos sociales. Se realizan todo tipo de actividades, excursiones y convi­
vencias. Se facilita el acceso a informaciones higiénicas y actividades culturales.
Campañas por los derechos civiles, por el derecho al descanso semanal, por la
dignidad del obrero. Defensa de la igualdad de la mujer y el sufragio femenino.
Protección y educación del niño. De ahí saldrán muchos de ellos para realizar
tareas sobre reformas sociales o para crear organismos internacionales de arbi­
traje y colaboración. Esta es la etapa en la que Altamira desarrolla su proyecto
nacional. Basado en la regeneración y en la educación.
Antes de llegar al desarrollo óptimo esa acción cultural debía articularse en
dos grupos con papeles provisionalmente diferentes. El grupo receptor (la masa)
necesitada de educación que debía ser conducida y educada hasta su mayoría
de edad y la élite consciente llamada a ejercer el papel de poner al alcance del
pueblo la ciencia más avanzada. El papel pedagógico de los intelectuales exigía
de éstos gran sentido de la responsabilidad porque debía hacer comprensibles de
forma clara y gradual los conocimientos humanos y, no sólo debían acertar en
el tono y en el sentido divulgador sino que, sin privarle conocimientos, debían
presentar éstos de forma que cumpliesen su importante papel informativo y for-
mativo. De manera que permitiesen aprender pero también comprender, superar
prejuicios, enterrar divergencias, abandonar los aprioris que lastraban el camino
hacia la igualdad y la comprensión, el mutuo aprecio y el reconocimiento entre
los pueblos.
Se hacía necesario proponer algún tipo de solución porque gran parte del
ambiente intelectual de la época conducía al pesimismo, al exabrupto y al enfren­
tamiento. Normalmente las soluciones que se fueron planteando por los grupos
preocupados por una salida hacia el futuro eran de tres tipos:
a) Un enfoque apoyado en la validez de nuestra cultura que desprecia cual­
quier tipo de cambio, modelo éste con distintas variantes políticas y estéticas
entre el pesar y el orgullo herido, que no aportó ninguna salida colectiva válida,
aunque sí obras personales de excepcional nivel.
b) Una reafirmación de la utopía revolucionaria con el objetivo de derribar
las bases que sustentaban el Estado opresor y sustituirlas por otro al servicio de
la mayoría, dominado y controlado por ésta, que tendría la tarea histórica de
alumbrar a una nueva sociedad.
c) Un sistema de reformas gradual basado en la educación, los valores demo­
cráticos y el bien general que hiciese posible un tipo de sociedad similar a los paí-

El proyecto soda! de Rafael Altamira 15


ses europeos más avanzados. Una sociedad que luego seguiría trabajando por la
igualdad de oportunidades e incorporaría a las masas a la tarea de diseñar y cons­
truir un porvenir. Una sociedad capaz de asimilar todo lo bueno de otras culturas
y otros ordenamientos jurídicos pero reivindicativa con su idiosincrasia y con sus
aportaciones, capaz de fundir lo más noble de sus tradiciones y de las ajenas para
seguir aportando, como siempre lo hizo, un foco de luz en el camino ascendente
de la humanidad. En esta opción se incluye el proyecto nacional de Altamira.
Altamira hace confluir algunas actitudes políticas, sociales regeneradoras y
educativas en un solo término: patriotismo. Ese concepto guía su interés cientí­
fico y su producción historiogràfica y su actividad pública. El patriotismo es de­
fensa de la identidad y amor a la patria y a lo que uno es de forma incondicional
y crítica a la vez. Y no se trata de retórica, eso es muy fácil, sino de actitud y de
constancia. El patriotismo como empresa común se va forjando lentamente, con
contradicciones pero subyace y se consolida en el imaginario colectivo como lo
demuestra la actitud de todo el pueblo en la Guerra de la Independencia. La crí­
tica a lo propio y el egoísmo se convierten en sus peores enemigos. Esto se debe
a nuestro acentuado individualismo si bien ésta no es siempre una característica
negativa porque garantiza la libertad espiritual. La dejadez, la ignorancia y el
menosprecio por lo nuestro son las señales inequívocas que muestran hasta qué
punto el valor del concepto patriotismo se ha devaluado entre nosotros. Como
consecuencia de estas reflexiones una tarea fundamental de Altamira consistió en
la vindicación de España y de su papel en la Historia. Convencido de la persisten­
cia de elementos positivos que superan la prueba del tiempo reflexiona sobre la
necesidad de aclarar los puntos oscuros sobre los que no era posible tener opinión
formada y menos aún formular juicios categóricos. Y sobre todo desea incorporar
la evolución positiva de los juicios sobre la obra de España en los más modernos
estudios de la época.
Durante la Primera Guerra Mundial Altamira desarrolla una intensa labor
propagandística a favor de los aliados. Un cierto desgarro se produce en sus afec­
tos porque esta actitud le conduce a matizar su posición pacifista. Sufre también
la contradicción, junto a parte de la opinión europea, de admirar profundamente
la cultura alemana y muchas de sus instituciones y la necesidad de posicionarse
frente a los países y a los sistemas políticos que la representan. En realidad su
actitud, que coincide aquí con las de muchos intelectuales progresistas españoles
-Azaña, Galdós y Cajal entre otros-, se enmarca dentro de la coherencia de sus
convicciones y la persistencia temporal de las mismas. Siempre trata de elegir
aquella opción que más se asemeja a su ideal de proyecto para España. En cada
conflicto su actitud es inequívoca. Aunque las dudas y la amargura le hagan va­

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cilar. Su reacción es siempre optimista y sus proyectos se reafirman en los anti­
guos ideales sobre los que ha articulado, desde sus años de formación, todas sus
actividades y sus ilusiones. Ocurre así en los momentos en los que la situación
española o la coyuntura internacional alcanzan una gravedad que los distingue de
cualquier circunstancia anterior. En esos momentos en los que hay que opinar y
tomar partido, Altamira apuesta por profundizar en la democracia, las libertades,
la justicia social y la educación. Así ocurrió en el 98. También en la Gran Guerra.
Esa será su actitud hasta el final de su vida. Pero Altamira no es sólo un hombre
de momentos importantes o de decisiones heroicas. Es sobre todo un hombre de
continuidad en el trabajo y de sus compromisos diarios. Sus ideas se aplican en
el discurrir de sus actividades cotidianas. Es sistemático y constante. No cree en
fórmulas mágicas. Unas horas para leer, otras para trabajar, otras para escribir.
Se cumple fielmente el programa y el milagro está hecho. En 1929 comienza la
preparación de sus Obras completas. La Guerra y el exilio le impedirán la reali­
zación del proyecto2.
Tras la Guerra Civil permanece en la Haya decidido a no colaborar con el
Gobierno instalado en España y se traslada a México, en cuya capital residen
sus hijos. Sus actividades son constantes, dicta cursos en el Colegio de México
y en la UNAM, participa en actividades del exilio republicano y es propuesto
candidato al Premio Nobel de la Paz. Durante esta etapa final recopila la mayor
cantidad posible de sus materiales. Algunas de sus obras y reflexiones de impor­
tancia ven la luz en este periodo.

2. La España de la Restauración y la crisis finisecular

La imagen que ha trascendido de la etapa en la que se sitúan las actividades


de los primeros regeneracionistas es la de un país dotado de cierta excepcionali-
dad porque variados fracasos en lo político, económico y social lo situaron fuera
de un modelo europeo de desarrollo. Las categorías políticas manejadas se han
mostrado imperfectas, o cuando menos insuficientes para intentar abarcar prime­
ro y explicar después el proceso que configuran la realidad de la España de la

2. Entre su abundante obra sobresale la dedicada a su preocupación por la Historia y su utilidad pública. Desta­
quemos La enseñanza de la Historia, Madrid, Museo Pedagógico de Instrucción Primaria, Fortanet, ed. 1981.
(con segunda edición de 1985 mucho más completa). Reeditada por Akal, en 1997, con estudio preliminar de
Rafael Asín Vergara. Y sobre todo su Historia de España y de la civilización española, un libro de la importan­
cia extraordinaria cuya primera edición en Barcelona, Ed. Juan Gili, comenzó en 1900. Tuvo cuatro ediciones.
Finalmente se ha reeditado en Barcelona por Crítica en 2001 con prólogo de José María Jover Zamora y estudio
preliminar de Rafael Asín Vergara.

El proyecto social de Rafael Altamira 17


época. Una España que aparece en recientes revisiones historiográficas bajo una
nueva luz. La economía se desarrolló de forma significativa y bastante coherente
hasta convertirse en motor de progreso y caldo de cultivo de una sociedad cuya
pujanza se demuestra en aspectos variados conformada con una base tal que
permitió el sustrato capaz de sustentar la mejor explosión cultural y científica
continuada de nuestra Historia3.
El periodo de auge económico abarcaría, en realidad toda la Restauración
hasta su crisis de identidad y preludio de conflictos que acabarían con el régimen
y que podríamos fijar en la crisis del 17. En él destacan el auge minero (1868-74)
y el relanzamiento de la construcción ferroviaria. El crecimiento español superó
los de Francia e Italia hasta 1890. A partir de aquí un relativo estancamiento
atribuido a las relaciones económicas con países que sufren en su economía una
depresión industrial como Inglaterra y Francia4.
Un proceso similar se está llevando a cabo en el mundo agrario. Los estudios
de las últimas épocas parecen incidir en los factores positivos de esa etapa y la
lenta pero segura evolución que se produce en el conjunto de Europa y también
en nuestro país sin desdeñar por ello la constatación de pervivencias y atrasos
bien conocidos pero, en todo caso, excesivamente resaltados en muchos de los
análisis clásicos. La política económica se fundamenta en una reforma económi­
ca liberal que se mueve alrededor del fallido ensayo democrático del sexenio y
que le sobrevive. Esa continuidad seguida por el régimen de la Restauración pa­
rece justificar parte de la bonanza de la que se nutre el desarrollo español durante
dos décadas y que culmina, alrededor del 90.
Esa política económica parece adaptarse bien a un nuevo sistema de relacio­
nes y de dominio político impuestas por Cánovas. A partir del inicio de la crisis
se impone una política proteccionista que las investigaciones recientes parecen
achacar a las circunstancias concretas del momento mucho más que una opción
ideológica. El régimen ha tenido mucho tiempo para cambiar y no lo ha hecho
antes porque se movía con comodidad en el marco que encontró establecido.

3. El concepto de Martínez Cuadrado de la burguesía conservadora se ha repetido con matices en todas las Histo­
rias de la etapa de los años setenta y ochenta. Hasta muy tardíamente el mito de retraso y la incapacidad cuando
no de la inexistencia de revolución burguesa. V. Para distintos puntos de vista. Manuel Jaume Vives, Manual
de historia económica de España, Barcelona, Vicens Vives, 1976, Jordi Nadal, Elfracaso de la revolución in­
dustrial en España, 1814-1913, Barcelona, Ariel, 1975. Juan Sisinio Pérez Garzón, «La revolución burguesa en
España: los inicios de un debate científico, 1966-1979», en Manuel Tuñón de Lara, ed., Historiografía española
contemporánea, Madrid, 1980, pp. 91-138; Bartolomé Clavero, Pedro Ruiz Torres y F.J. Hernández Montalbán,
Estudios sobre la revolución burguesa en España, Madrid, 1979, tb. Santos Julia, Anomalía, dolor y fracaso
de España, Ciudad Real, Universidad de Castilla - La Mancha, 1997. Publicado originalmente en Claves de
razón práctica n° 66 en 1996 en un artículo con el mismo título que reproducía una exposición desarrollada el
la Societyfor Spanish and Portuguese Historical Studies, en 1996.
4. A. Carreras, Industrialización española. Estudios de Historia cuantitativa, Madrid, Espasa, 1990. V. tb. Ma Tere­
sa Pérez Picazo, Historia de España del siglo XX, Barcelona, Critica, 1996.

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Resulta mucho más significativo y sorprendente la continuación de ese pro­
teccionismo en periodos posteriores del siglo XX hasta bien avanzada la época
franquista que la utilización específica en un momento donde parece poder justi­
ficarse de forma coyuntural5.
La percepción del bloque político dominante de la forma de actuación más
adecuada para sus intereses les hace virar y adaptarse sin que los cambios sean
tan profundos como pudiera suponerse un cierto hilo de continuidad en las ac­
tuaciones de este grupo6. Al final se trata de tutorizar el empuje económico y el
avance de la participación de amplios sectores mediante un pacto de mínimos
que garantice la estabilidad y el crecimiento mediante una democracia controlada
que minimice los riesgos7.
Y es que la profimdización democrática iniciada en el 68 no consiguió alterar
el equilibrio de fuerzas e intereses económicos y no puso en cuestión en manos
de quién estaban las iniciativas de la modernización pero fue percibido como
potencialmente desestabilizador por otorgar un serio protagonismo decisional a
unos sectores que era necesario controlar y a los que no se les había cedido pro­
tagonismo de buen ánimo sino muy forzados por la situación8. En estas circuns­
tancias y dado que la opción no era potenciar la articulación de una sociedad que
permitiera consolidar opciones populares el golpe de timón exigirá rapidez, cla­
ridad y decisión aunque administrado con habilidad y buenas dosis de prudencia.
Esta parece la explicación del viraje: el modelo económico es suficiente­
mente útil pero no sus secuelas sociales que exigen un cambio de modelo que
garantice el control9. El proyecto puede reputarse como inteligente porque sabe
fundir en un único sistema, aceptado por la mayoría porque demuestra su viabi­
lidad, distintas opciones y sensibilidades antaño enfrentadas y propiciadoras de
conflictos y crisis.
Habilidad pues, reconocimiento de mutuos intereses y una buena dosis de
consenso como sistema básico, no tan lejano como pudiera parecer, de estabili­
dad. El sistema a pesar de su indiscutible efectividad no conseguirá ahogar los
movimientos de resistencia. La oposición que planteará desde ese mismo instante
5. Leandro Prados de la Escosura, De Imperio a Nación. Crecimiento y atraso económico en España 1789-1930,
Madrid, Alianza Editorial, 1988; J-I. Jiménez Blanco, «Introducción» a Historia agraria de la España contem­
poránea, Vol III. El fin de la agricultura tradicional, Barcelona, Crítica, 1986.
6. J.L. García Delgado,«Prólogo» a J.M. Serrano Sanz, El viraje proteccionista en la Restauración. La política
comercial española 1875-1895, Madrid, Siglo XXI, 1997.
7. A. Costas Comesaña, Apogeo del liberalismo en «La Gloriosa». La reforma económica en el sexenio liberal
(1868-1874), Madrid, Siglo XXI, 1988
8. F. Garrido, Historia del último Borbón en España, Barcelona, Mañero Ed., 1868-69, Vol. III; Lluis Flaquer,
Salvador Giner, ed., España, Sociedad y Política, Madrid, 1990
9. Ibidem y tb. Eduardo Sevilla Guzmán, Manuel Pérez Hiruela y Salvador Giner, «Despotismo moderno y domi­
nio de clase. Para una sociología franquista», Papers, 8 (1978).

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un reto continuo de cambio con sus propuestas destinadas a abrirse un hueco
tarde o temprano aunque multiformes y condenadas a rupturas temporales ejer­
cidas por la más brutal de las violencias en momentos concretos que dan lugar a
significativos intervalos de muy larga duración.
Esta oposición ha insistido hasta convertir en mitología la peculiaridad es­
pañola de caciquismo, atraso, incultura, y corrupción que no se sostiene ante
cualquier estudio comparado de cierta seriedad donde sería fácil demostrar las
similitudes de los países situados en coordenadas cercanas, lo que no puede
justificar su lentitud evolutiva y sus muchas insuficiencias10. Un sistema que re­
conoce las libertades básicas, no esencialmente represivo pero sordo a la opinión
pública que tarda en desarrollarse en la contradicción entre una sociedad rural
con una clase dirigente urbana. Este modelo, puesto en cuestión por muchos
historiadores, no termina de explicar satisfactoriamente la fuerza de la actuación
popular y campesina ni su coherencia electoral que lejos de dejarse manipular
pasivamente desplaza su voto hacia las opciones que le sugieren más viabilidad
para la consecución de sus intereses. Ocurre, a la vez, que las reacciones no son
similares y estarían en función de la zona donde se produzcan lo que nos coloca
ante un horizonte de claro perfil localista11.
El entramado político de la Restauración se adapta a estas circunstancias,
bien es cierto, con envidiable agilidad y vitalidad y cumple así con su deseo de
intermediar por medio de élites locales la actuación y el acercamiento a la toma
de decisiones de las masas populares ante el papel del estado. Aunque es cierta
también la consolidación de la resistencia que pasa del conflicto puntual y local
a dotarse de modelos organizativos cada vez más eficaces entre los que destacan
por su fuerza de referente el republicanismo y el movimiento obrero con capaci­
dad para ofrecer una alternativa política y social viable y completa.
Como afirma Carlos Forcadell bajo la bandera de la Historia Social lo im­
portante es comprender «las relaciones sociales, predominantes en un tiempo»
en un análisis totalizador y jerarquizador de los distintos factores que indican
en cada etapa y situación12. En resumen el modelo español de este momento es
similar al desarrollado política, económica y culturalmente en los distintos países
de Europa. Aunque tenga peculiaridades específicas que le hacen evolucionar
demasiado lentamente13.
10. Santos Juliá, ob. cit., p. 77, «...la representación del pasado cambia a medida que se transforma la experiencia
del presente».
11. A. Duarte, «El republicanismo decimonónico (1868-1910)», HaSocial, 1 (1998).
12. Carlos Forcadell, «De la Revolución democrática a la Restauración», en Antonio Morales Moya y Mariano Es­
teban de Vega, eds., La Historia contemporánea en España, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 1996.
13. Santos Juliá, ob. cit. Véase el importante trabajo de José Álvarez Junco, Mater Dolorosa. La idea de España en
el siglo XIX, Madrid, Taurus, 2001.

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3. El 98 como catarsis. Las reformas desde dentro y la influencia rege
neracionista

Aunque algunas de las principales figuras incluidas en el pensamiento rege-


neracionista son anteriores al desastre del 9814, el punto de inflexión y debate se
encuentra alrededor de esta fecha. La profundidad de ese debate podría ser una
especie de obsesión intelectual pero también una clara demostración da las insu­
ficiencias del sistema que se ve analizado y puesto en entredicho por sectores que
representan ideas de poca influencia social y política pero de gran repercusión
intelectual15.
Se podría afirmar también que existe una correlación más profunda de lo que
se creía entre la élite dirigente y la intelectual crítica. De esta forma no resulta
casual ver, a la vez, una feroz desconfianza con una matizada influencia en la
acción del gobierno. Al observar de nuevo todos estos fenómenos parece conve­
niente detenerse en las actitudes del propio grupo dominante, descubrir su sistema
de reformas y caracterizar luego todo el abanico de propuestas regeneracionistas
haciendo hincapié especial en las más constructivas. Aquellas que, a pesar de sus
limitaciones, nos aparecen hoy más viables, incluso algunas, con cierta vigencia.
En el plano internacional podemos constatar el aislamiento de España ante el
conflicto con EE.UU. aunque dispone del apoyo sentimental de todos los monar­
cas europeos. Aún así la economía no marchaba mal y dependía sobre todo de las
coyunturas internacionales más que de la situación política concreta16. El desequi­
librio en el desarrollo justifica también el tipo de luchas sociales del periodo pero
todavía entonces el socialismo y el anarquismo no tienen verdadera fuerza.
La intelectualidad liberal o republicana se convierte así en la más firme alter­
nativa para el cambio y su mensaje comienza a llegar a sectores sociales pero su
proyecto se está gestando y aún no es muy coherente. Va a necesitar tiempo para
conformarse y para comprender la necesidad futura de aliarse con los representan­
tes de los trabajadores a los que en principio solo pensaba tutelar. Solo así podrá
abordarse un intento de alternativa que se fragua con la llegada de la República
tras una muy larga maduración17.

14. Unamuno, Lucas Mallada, Ganivet.


15. Estos dos puntos de vista fueron aceptados en la primera sesión del seminario La tradición Liberal en la España
Contemporánea. Continuidades y rupturas, que reunió a excelentes especialistas durante el afio 1999 en la
Residencia de Estudiantes
16. V. Rosario de la Torre del Río, «La situación internacional en los años 90 y la política exterior española», «Bai­
lando con cadáveres: respuestas populares a la Guerra y al Desastre», en Elfin del Imperio español (1898-1923),
ob. cit. y el trabajo de Carlos Forcadell, «De la Revolución democrática a la Restauración: el horizonte de una
historia social».
17. Esta idea subyace, aunque con fuertes matices diferenciadores en las intervenciones de V. Cacho Viu y de S.

El proyecto social de Rafael Altamira 21


Las plataformas de periódicos y obras propias que utilizan estos autores cho­
can con la realidad cultural y de lectura del país, lo que genera una influencia
realmente muy pequeña.
En cuanto a la educación sobresale el significativo gesto de crear el Mi­
nisterio de Instrucción Pública en 1900. Los avances hermanan el optimismo
de opciones tan dispares como las representadas por Romanones y Posada. La
escuela y despensa de Costa y la presión que desde el 98 realizan los hombres de
la ILE coinciden en parte con la creciente preocupación social y, por ende, de los
sectores dominantes de la Restauración18. Se convierte entonces en un problema
nacional y se da pie a que los profesionales implicados reivindiquen proyectos,
mejoras y futuro. La pedagogía se convierte en un tópico de moda que sirve igual
para distintas propuestas y problemas19. Las revistas dedicadas al tema superan
la cincuentena, entre las que podríamos destacar el BILE y La Escuela Moderna.
Los intelectuales plantean la construcción de escuelas y el pago a los maes­
tros como base fundamental para acabar con el analfabetismo y elevar el nivel
del país. Todo ello porque, a la falta de escuelas, se unen las condiciones la­
mentables de las mismas y, junto al bajo sueldo, la insuficiente preparación de
los maestros. En cuanto a los grados de enseñanza media y universitaria sufren
una alarmante crisis que no les deja cumplir su función con seriedad y tampoco
conectar con la sociedad. Por supuesto la mayor influencia en el sector sigue
correspondiendo a la iglesia.
El problema de los sueldos y de la reforma educativa intentó resolverse con
la promulgación del Reglamento Orgánico de Enseñanza Primaria el 6 de julio de
1900 que establecía la forma de acceso a la función docente. También se definen
los objetivos de la enseñanza secundaria desde los diez años y durante seis cur­
sos. Y por fin el 18 de julio de 1901 se crean becas para completar formación en
el extranjero que servirán de precedente de la Junta de Ampliación de Estudios e
Investigaciones científicas que llegará en 190720.
Pero el pesimismo se extiende. Unamuno cree que sólo unos pocos inte­
lectuales están comprometidos con el proyecto y que éste no cala en el pueblo.

Julia en la presentación el 20 de enero de 1997 de la obra de A. Jiménez-Landi, La Institución Libre de Ense­


ñanza y su ambiente, Madrid, MEC, UCM, UB, UCLM, 1996. V. tb. Manuel Suárez Cortina y su El Reformismo
español, Madrid, Siglo XXI, 1986.
18. V. las obras de Costa o de los hombres de la ILE. Tb. Francisco Villacorta Baños, «Pensamiento social y crisis
del sistema canovista 1890-1898», en Vísperas del 98, ob. cit. y «El Regeneracionismo: la rebelión de las clases
medias», en Elfin del Imperio Español (1898-1923). Juan Pablo Fusí y Antonio Niño (eds.), Vísperas del 98.
Orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997.
19. V. la obra de A. Jiménez-Landi y tb. Jean-Louis Guereña,«Las Instituciones culturales: políticas educativas», en
Serge Salaün y Carlos Serrano (eds.), 1900 en España. Madrid, Espasa-Calpe, 1991.
20. Rafael Altamira, Ideario Pedagógico, Madrid, Reus, 1923, y Memorias de la Dirección General de Primera
Enseñanza correspondientes al periodo 1911-1913.

22 Rafael Asín Vergara


Altamira participa con Costa, Pedro Dorado, Unamuno, Ramón y Cajal, etc., en
un fallido proyecto que se concreta en un Manifiesto que pide reflexión y una
serie de reuniones fijas y comprometidas en el Ateneo de Madrid. Se va adqui­
riendo conciencia de la responsabilidad que tiene la función del intelectual y la
creación de un espacio propio y no necesariamente relacionado con el poder21.
Los intelectuales buscan a su vez su propia identidad y tratan de superar la ad­
judicación de tal definición a los literatos casi en exclusiva. Se unen el rechazo
a pasados gloriosos a la valoración del papel social del nuevo científico social.
Los editores aportan su granito de arena publicando gran cantidad de títulos
con el compromiso de europeizar España. En fin, el papel de intermediario entre
clases dirigentes y trabajadoras comienza a caminar con todos sus problemas y
con toda la esperanza de que son capaces estos hombres22. Pero el proceso está
preñado de desconfianza, así lo demuestra Altamira en su carta a Costa a propó­
sito de la alianza propuesta por aquél entre productores e intelectuales, en la que
le dice que le parece muy difícil un verdadero entendimiento23.

La reforma desde dentro

Sin embargo a partir de aquí se produce un cambio de actitud de las clases do­
minantes en España ante la cuestión social: el intervencionismo del estado frente
al individualismo burgués en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX.
Uno de los elementos más llamativos en la copiosa literatura que sobre la
cuestión social surge en España a partir del último cuarto del siglo pasado, es el
de la conciencia generalizada de la despreocupación del Estado y de las clases
dominantes frente a los graves problemas sociales que la revolución burguesa y la
industrialización venían generando desde los años 30 del XIX. En realidad, hasta
comienzos del XX no se inicia propiamente en nuestro país lo que se dio en llamar
la «moderna legislación social»24.
21. V. Francisco Villacorta Baños, Burguesía y cultura. Los intelectuales españoles en la sociedad liberal,
1808-1931, Madrid, Siglo XXI, 1985, y tb. El Ateneo de Madrid, Madrid, CS1C, 1985, y tb. Carlos Serrano,
«Los intelectuales en 1900: ¿Ensayo general?», en 1900 en España, ob. cit.
22. Ibidem y Rafael Asín Vergara, «Introducción» a Psicología del pueblo español, de R. Altamira, Madrid, Biblio­
teca Nueva, 1997, en colección “98. Cien años después”, dirigida por Juan Pablo Fusí.
23. Véase G.J.G. Cheyne, El Renacimiento ideal: Epistolario de Joaquín Costa y Rafael Altamira (1888-1911),
Alicante, Instituto Juan Gil-Albert, 1992 y pp. 120. La carta es de marzo de 1900.
24. En contraste con la antigua legislación social medieval y moderna, recogida en el Fuero Juzgo, Fuero Viejo,
Fuero Real, Partidas, Novísima Recopilación...; por ejemplo, en la instrucción siguiente de la ley VI, capítulo
XIV, de fecha 20 de diciembre de 1593, dirigida por Felipe II al virrey de las Indias: «Todos los obreros de las
fortificaciones y de las fábricas trabajarán ocho horas al día: cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas
serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol
y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes».

El proyecto social de Rafael Altamira 23


Ciertamente, todos los Estados europeos que experimentaron su revolución
burguesa e industrial con anterioridad a la española (Inglaterra, Francia, Ale­
mania) se han desentendido durante un periodo más o menos largo de todas las
obligaciones sociales en virtud de la teoría liberal del individualismo económico.
Pero acaso en ninguno de ellos se produjera un distanciamiento temporal tan
prolongado entre las nuevas circunstancias económicas y sociales y el nacimien­
to de las primeras leyes sociales como en el nuestro25. Las causas de este retraso
legislativo respecto de los demás países europeos habría que buscarlas en las pe­
culiaridades de nuestra revolución burguesa, tan accidentada como llena de con­
tradicciones; en la precariedad y limitaciones geográficas de la industrialización,
que determinó la inexistencia de un movimiento obrero con la entidad suficiente
para arrancar del Estado las reformas sociales necesarias; en el conservaduris­
mo de la burguesía española, y en la persistencia de pensamientos y actitudes
seculares en la Iglesia ante las desigualdades sociales, es decir, en el recurso a
la caridad cristiana como única alternativa frente a las miserias y penalidades de
las clases más necesitadas. Señalemos, sin embargo, que en España, ya desde los
inicios de su industrialización, hubo quien llamó la atención sobre la necesidad y
obligación que el Estado tenía de intervenir en el proceso económico y librar a la
sociedad de los males acaecidos en otros países más aventajados. «No hay, pues,
que alarmarse, señores, contra la población ni contra la industria», afirma Ramón
de la Sagra en 1840, «pero conviene sí conocer los efectos de su excesivo incre­
mento y desarrollo, para sujetarlas a reglas sabias y prudentes, que eviten para lo
sucesivo, a la España, las desgracias que han acarreado y acarrean a otras nacio­
nes que nos han precedido en la marcha de la civilización y del progreso social».
La misma concurrencia libre, puede ser un principio de vida o muerte, según se
halle bien o mal dirigida; los mismos medios fáciles de producción, pueden ser
fuentes de miserias para las clases obreras, si no interviene un poder social para
asegurar una justicia distributiva en los contratos del fuerte con el débil...26
La idea de la convivencia de una legislación social que amparase los dere­
chos de la clase trabajadora se halla presente especialmente entre quienes hicie­
ron alarde de una ideología democrática y socialista con anterioridad a la revolu­
ción de 1868 y entre los primeros impulsores del asociacionismo obrero27.
25. Un resumen histórico de la política social europea y americana contemporánea desde sus orígenes hasta 1930,
en Ludwig Hiede, Compendio de Política Social, Barcelona, Labor, 1931. Nos permite conocer la visión del
momento.
26. Ramón de la Sagra, Lecciones de Economía Social, Madrid, Imprenta de Ferrer y Compañía, 1840,pp. 145y299
27. V. por ejemplo, Pedro F. Monlau, ¿Qué medidas higiénicas puede dictar el gobierno a favor de las clases obre­
ras?, Barcelona, 1856. Propone este la necesidad de una ley que sólo consienta el trabajo desde la edad de diez
años, previo reconocimiento facultativo que acredite la aptitud física suficiente.

24 Rafael Asín Vergara


Algunas tentativas oficiales orientadas a reglamentar asuntos concernientes
a la vida interna del trabajo industrial datan ya de octubre de 185528, poco des­
pués de la primera huelga general habida en España (Barcelona, julio del mismo
año). El Ministro de Fomento, Manuel Alonso Martínez, presentó a las Cortes un
proyecto de ley sobre policía, sociedades, jurisdicción e inspección manufacture­
ra (Gaceta de Madrid, 10-X-1855); proyecto que no pasó de tal, pues las Cortes
no llegaron a votarlo, ni siquiera a discutirlo.
Hasta los tiempos de la Revolución Gloriosa, las condiciones laborales no
merecen atención ninguna del Poder. De la escasa labor desplegada durante este
periodo (1868-1874) en el terreno de la legislación social, destaca la famosa y
modesta ley Moret de 24 de julio de 1873 sobre el trabajo de los niños y niñas
menores de diez años, aprobada sin discusión alguna29. Como complemento de
ésta, obtuvo el visto bueno de las Cámaras otra del 26 de julio de 1878, en­
caminada a proteger a los niños de los abusos de que eran víctimas en ciertos
espectáculos públicos (Gaceta de Madrid, 28 de julio). Pero hay que resaltar
el incumplimiento de las leyes sociales, hecho este que será un constante en
España durante las siguientes décadas: «Estas disposiciones, como tantas otras,
han merecido únicamente el olvido: vemos diariamente en los circos, en la plaza
pública, infelices niños de la más tierna edad exponer de continuo su vida prac­
ticando ejercicios peligrosísimos, ante un público que no sabe protestar contra
los responsables de tan salvajes atentados, ante los funcionarios o quienes la ley
confió la observancia y guardia de sus filantrópicos preceptos»30.
A partir de 1881, con el Partido Liberal al frente del Ejecutivo, se permite la
propaganda y asociación de las fuerzas obreras y progresistas, al tiempo que las
tendencias intervencionistas se van abriendo camino entre la clase política diri­
gente y los intelectuales. Fruto de esta apertura fue la creación de una Comisión,
por iniciativa de Moret (Real Decreto de 5 de diciembre de 1883), encargada de
estudiar«todas las cuestiones que directamente interesan a la mejora y bienestar
de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales, y que afectan a las rela­
ciones entre el capital y el trabajo», y que tuvo como presidente al antes citado y
como secretarios a Azcárate y Balaciart. Muchos han puesto ya de relieve la im­
portancia histórica de la Comisión de Reformas Sociales. Reorganizada aquella
en 13 de marzo de 1890, de su seno nació la Sección de Estadística del Trabajo
28. Con anterioridad se dieron algunas disposiciones en Cataluña. Sí fue objeto de especial consideración la cues­
tión del derecho, del asociacionismo obrero. Véase Manuel R. Alarcón Caracuel, El derecho de asociación
obrera en España (1839-1900), Madrid, Ed. de la Revista de Trabajo, 1975.
29. Una vez votada, un diputado indicó que hubiera deseado combatirla por su sentido restrictivo (Diario de Sesio­
nes de Cortes, julio, 1873).
30. José Balaguer y Oromi, El trabajo de los niños. Necesidad de limitarlo. Modificaciones más convenientes en la
legislación española, Barcelona, Tipografía de la Casa Provincial de Caridad, 1889, p. 21.

El proyecto social de Rafael Altamira 25


el 9 de agosto de 1894, y a partir de ella también se creó, por ley del 11 de abril
de 1902, desarrollada por el Real decreto de 23 de abril de 1903, el Instituto de
Reformas Sociales, que tuvo como fin primordial en los años siguientes del siglo,
hasta 1924, preparar la legislación del trabajo, cuidar de su ejecución y hacer de
intermediario en los conflictos surgidos entre el capital y el trabajo31.
No pretendo la enumeración de la legislación social que desde 1900 se origi­
na en España, sino intentar explicar el porqué de ese cambio de actitud en las cla­
ses dominantes ante la cuestión social y qué causas confluyeron a finales del XIX
y principios del XX en esa toma de posición intervencionista del Estado. El re-
formismo social de los partidos dinásticos, obedece exclusivamente a la presión
de las organizaciones obreras y progresistas o se trata más bien de una concesión
benévola de las clases en el Poder. Varias fueron, las causas que contribuyeron al
hecho del intervencionismo del Estado en las cuestiones sociales, difíciles todas
de sopesar el resultado final del mismo. Evidentemente, las protestas continuadas
de las asociaciones obreras y progresistas ejercieron una influencia notable en el
cambio de tendencia de las clases en el Poder: hay abundantes textos que relatan
un temor incuestionable de la burguesía a la subversión del orden establecido,
a la revolución social: «Quién sabe si algún día formarán (los trabajadores) un
torrente que arrollará en su impetuoso avance todo el edificio actual de nuestras
instituciones, esparciendo por todas partes la desolación, la muerte y la ruina»32.
Muy expresiva resulta al respecto la conocida frase de Antonio Maura referida
a la necesidad de la revolución desde arriba para evitar que otros hicieran desde
abajo: «Está en la convicción de todos», dice éste en una intervención parlamen­
taria de 1899, «que España tiene que pasar, para salvarse, por una revolución;
la revolución se hará aquí o se hará en la calle, pero es inevitable que se haga.
(Aprobación en las minorías y las tribunas)»33.
«Prevenir la miseria es prevenir un peligro social», afirma por su parte Agu-
tín Robert en 190434; y al marqués de Camarines, un industrial modélico y ex­
cepcional en la España de comienzos del siglo, y el primero en implantar en

31. Una exposición de sus principales actividades (informaciones y preparación de leyes se encuentra en Adolfo
Posada, «Datos para la historia de la legislación social en España», La España Moderna, Madrid, octubre, 1905.
Precedentes del IRS, en los Estados Unidos, (1869), en Gran Bretaña (1893), Francia (1891), Bélgica (1894),
Austria (1898), Canadá (1900), Italia (1902)...; ver «Revista de Revistas: Los Institutos de Trabajo», Nuestro
Tiempo, Madrid, núm. 67,15-1-1906, pp. 147-154. Para la evolución histórica del IRS, consúltese principalmente
el Boletín del Instituto de Reformas Sociales, que vio la luz desde mediados de 1904. Se informa en éste de la
legislación social española y extranjera y de la bibliografía más destacable referente a las cuestiones sociales.
32. Joaquín de las Cuevas y Villegas, «El drama Juan José y el problema social», El Atlántico, Santander, 12-1-1896.
33. Tomo la cita de La ciudad de Dios, Revista religiosa científica y literaria de los agustinos, núm. 632, segunda
quincena de julio, 1899, p. 476. Estas palabras fueron pronunciadas a raíz de la viva polémica suscitada por los
Presupuestos elaborados por Fernández Villaverde.
34. Agustín Robert y Suris, A las clases directoras de Barcelona, Barcelona, A. López Robert, impresor, 1904, p. 35.

26 Rafael Asín Vergara


su industria, la participación de beneficios entre los obreros, corresponden las
siguientes líneas:
...si se quiere evitar la conmoción que se avecina, es preciso cesar en la indi­
ferencia, aprestarse a arrastrar sereno el porvenir, laborando de continuo para
establecer la armonía indispensable a la solución del problema. En esta tarea, el
papel principal, el más importante, corresponde al patrono, quien con sólo depo­
ner algo de sus egoísmos, vence y vencerá siempre las pequeñas asperezas que
puedan presentarle sus operarios35.

La protesta social y el temor de las clases dominantes constituyen, en conse­


cuencia, los elementos complementarios que coadyuvaron al cambio de tenden­
cia. La experiencia de aquellos países europeos que nos precedieron en el desa­
rrollo económico y social también deber ser considerada como causa relevante del
intervencionismo estatal en España. «Después de este Reglamento (Reglamento
de policía minera de 15 de julio de 1897)», dice Buylla en 1902, «las fuerzas
de las circunstancias y el sugestivo ejemplo de las naciones extranjeras, obró en
España el milagro de que los gobiernos empezaran a preocuparse de la cuestión
social...»36.
En suma: la doctrina intervencionista, a pesar de ciertas resistencias37, en­
cuentra por esas fechas sólido acomodo en el pensamiento de los principales di­
rigentes políticos de los partidos monárquicos (Dato, Maura, Silvela, Fernández
Villaverde, Moret, Canalejas...):
Yo no soy socialista ni individualista -afirma Dato en 1904- yo soy intervencio­
nista. Siguiendo las orientaciones del insigne hombre público que dirigió desde
la Restauración el partido liberal conservador, del Sr. Cánovas del Castillo, he
mantenido constantemente [...] que el Estado tiene, no ya el derecho, sino el deber
de intervenir en las cuestiones obreras y el deber de intervenir en la dirección de
mejorar, en cuanto sus medios lo consientan, y más allá del límite de lo necesario
35. Marqués de Camarines, Algo sobre cuestión obrera. Diversas opiniones, con prólogo de D. Gumersindo de
Azcárate y con epílogo de D. Jacinto Octavio Picón, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1903, p. 54 (Textos de
Moret, Silvela, Dato, Gasset, Canalejas, Romanones, Dicenta, Vera, Paraíso, Morato...).
36. A. Álvarez Buylla, A. Posada, L. Morote, El Instituto del Trabajo. Datos para la historia de la reforma social
en España, Madrid, Ricardo Fe, 1902. La labor de estos y de otros muchos intelectuales tuvo una importancia
sustancial en el proceso intervencionista del Estado en las cuestiones sociales. De su altruismo humanitarista,
debido en buena medida a su formación krausista, dan fe no sólo sus escritos en libros y revistas como La Espa­
ña Moderna, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Revista de Derecho y Sociología, Revista General de
Legislación y Jurisprudencia, etc., sino también su práctica política (a través de los cauces abiertos por el Poder)
y pedagógica (Extensión Universitaria). No es ajena a este movimiento la fundación de la primera cátedra de
Sociología en España en 1899 (Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad madrileña).
37. Ver en el Diario de Sesiones de Cortes las discusiones parlamentarias de 1902 con motivo del proyecto de cons­
titución de un Instituto del Trabajo, y las respuestas de los Sres. Vicenti y el Barón de Sacro Lirio al discurso de
Eduardo Dato sobre «La intervención del Estado en las cuestiones obreras», pronunciado en octubre de 1904
(íntegro en Revista Social, Barcelona, diciembre, 1904, pp. 361-367).

El proyecto social de Rafael Altamira 27


y lo posible, la condición de las clases trabajadoras. Eso es lo mismo que, con
gran elocuencia, mantuvo en el Senado el Sr. Fernández Villaverde [...]; eso es
lo mismo que constantemente ha sostenido el Sr. Silvela, y eso es lo mismo, que
sostiene y defiende el actual Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Maura)™.
De otra parte, un cambio sustancial se estaba produciendo en el seno de la
Iglesia. Aunque ya a mediados del XIX, en 1848, el obispo de Maguncia; Ketteler,
a quién León XIII calificó como su ilustre predecesor, y algunos otros católicos
estudiaron el problema social derivado de la revolución industrial38
39, no sería hasta
los años setenta y ochenta de dicha centuria, cuando el movimiento católico-
social adquiriese un relieve de cierta importancia, principalmente en el norte de
Europa. El pontífice León XIII trazó las reglas de la acción popular cristiana en
sus Encíclicas Quod Apostolici muneris, del 15 de mayo de 1891, y en Graves
de Communi, del 18 de enero de 1901. Pío X no haría sino recoger la herencia
doctrinal de su predecesor y en esta dirección dio a luz La Acción Popular Cris­
tiana, el 18 de diciembre de 1903, y Sobre la Acción Católica, el 11 de junio de
1905. El pensamiento de ambos pontífices alcanza un alto valor histórico, pues
constituye la base doctrinal del catolicismo social español, de una importancia
trascendental a la hora de indagar los orígenes del intervencionismo del Estado
en las cuestiones obreras. Téngase en cuenta que personalidades muy influyen­
tes en la política de la Restauración, el marqués de Comillas, por ejemplo, par­
ticiparon de forma decisiva en la evolución del catolicismo social (Congresos,
Círculos, corporaciones diversas...); y esto al margen de la poderosa presión de
las instituciones eclesiásticas.
Los años noventa señalan definitivamente el lanzamiento de la Iglesia es­
pañola a la acción social. En el II Congreso Católico, celebrado en Zaragoza el
año 1890, se recomienda la constitución de Círculos y Patronatos, y se pide una
ley sobre el trabajo de las mujeres y de los niños, y otra del descanso en los días
festivos (ambas promulgadas en 1900 y 1904, respectivamente). El Congreso de
Tarragona, verificado en 1894, estudió la cuestión del trabajo y del salario y la
organización corporativa, y pidió el derecho de sufragio para las asociaciones
católicas y la publicación de una ley sobre indemnizaciones por accidentes de
trabajo. Comenzando el nuevo siglo publicada la encíclica Graves de Communi,
que vino a poner en claro la cuestión de la democracia cristiana, se reunió un nue­
vo Congreso en Santiago de Compostela (agosto de 1902), bajo la presidencia
del marqués de Comillas, en el que se «excitó a los católicos a unir íntimamente

38. Eduardo Dato. «La intervención del Estado...», ibid., p.362.


39. Entre ellos, el español Jaime Balmes, «Consideraciones generales sobre los efectos del desarrollo de la industria
en las sociedades modernas», La Sociedad, 7-9-1844.

28 Rafael Asín Vergara


las distintas clases sociales entre sí y a velar, con verdadera claridad, por los
legítimos derechos del pueblo...». Las conclusiones de los congresistas hacían
distinción entre la acción del Estado y la acción privada, ambas conducentes a un
mismo fin: la armonía social y el mejoramiento de las clases necesitadas40.
En resumen: los inicios de la legislación social en España obedecieron a la
presión de las organizaciones republicanas y obreras, a los resultados positivos
de los intervencionismos del Estado en otros países industriales, y a la acción
social de la Iglesia y de sus organizaciones; todo lo cual motivó un cambio
de pensamiento en los partidos dinásticos a finales del XIX y comienzos del
XX41. Interesa, no obstante, hacer alguna puntualización acerca del alcance real
de la legislación social aprobada en España desde 1900. En 1913, la inspección
realizada en 13.086 centros de trabajo atestiguó, sólo contra la ley de mujeres y
niños de 1900, la cifra significativa de 104.235 infracciones, hecho éste que ha
de atribuirse esencialmente al rígido conservadurismo ideológico de la burguesía
española, superior en estas cuestiones incluso al de las élites del poder político
dominantes42.

La alternativa regeneracionista

A lo largo de los últimos años varios aspectos han incidido en una valoración
negativa del fenómeno regeneracionista. Aunque parece evidente que algunas
de sus actitudes y propuestas eran exageradas, por no decir desequilibradas, es
cierto también que se hace imprescindible evaluar su capacidad para remover
conciencias y la variedad de tendencias que podrían agruparse bajo esta denomi­
nación genérica y que no son, en absoluto equiparables.
En primer lugar esta tendencia es hija de una tradición que arranca con Gra-
cián, Feijoo y Saavedra Fajardo aunque su estallido se produzca al calor del 98.
El núcleo más claramente radical estaba representado por Costa, Macias Picavea,
40. Tomo estos datos de las Actas de los Congresos Católicos desde 1889, de la Revista Católica de Cuestiones So­
ciales, publicada a partir de 1895, y de algunos números del Boletín del Consejo Nacional de las Corporaciones
Católico-Obreras (1899-1908).
41. La valoración dada por el movimiento obrero a las mejoras sociales e institucionales arrancadas al Poder era
muy diferente, ya se tratara de los socialistas o de los anarquistas, en virtud de la muy distinta concepción sobre
el estado de unos y otros y de sus contrastadas tácticas revolucionarias.
42. Buena parte de la burguesía española, durante los primeros decenios de este siglo, desconocía totalmente o hacía
caso omiso de la insuficiente legislación aprobada por los sucesivos gobiernos. He aquí el origen de no pocos
enfrentamientos entre trabajadores y patronos. La historia de la conflictividad laboral española del primer cuarto
de siglo está plagada de huelgas provocadas por la intransigente negativa de los segundos a reconocer la exis­
tencia legal de las sociedades obreras, aún cuando desde 1881 venían gozando, con más o menos limitaciones,
de la permisividad de los partidos en el poder.

El proyecto social de Rafael Altamira 29


Lucas Mallada, Morote, acompañados por una serie de intelectuales de menor
peso reflexivo e influencia como Marios o Jiménez Valdivieso. El fenómeno de
conexión con el regionalismo estaría representado por Almirall y Mañé y Fla-
quer, y el nacionalista por Prat de la Riba y Cambó. Otros actúan más por libre
pero sus opiniones coinciden con rasgos de esta corriente como Unamuno y Ga-
nivet y, finalmente, la variante institucionista de Giner, Sales y Farre y el grupo
de Oviedo que con Altamira, Posada, Buylla, Sela y Clarín suponen una alterna­
tiva más matizada e interesante.
Dedicaré algún espacio a tratar de exponer algunos de los objetivos y ac­
tividades de aquellos intelectuales más comprometidos con la democracia y el
progreso pero, en líneas generales me gustaría matizar que todos ellos, incluso
los más desafortunados, poseían un interés positivista, patriótico y una vocación
por el análisis que los hicieron impulsores de reformas educativas, sociales y ad­
ministrativas, agrícolas e incluso regionales. El peso de su crítica y, muchas ve­
ces, de sus alternativas era más sólida de lo que por lo común se acepta. Aunque
venga acompañada, a veces, de una desconfianza para la masa que incline sus
preferencias a una actuación gubernamental decididamente liberada del control
parlamentario (tendencia ésta inadmisible).
Es conveniente seguir reflexionando sobre la discusión, tan en boga hoy,
de si el problema de nuestra no culminación democrática radicaba en la falta de
modernización social o en una concentración del poder de arriba abajo con lo
que se producía, en opinión de Varela Ortega, «un mercado de empresarios de la
política» que conservaron el poder al «controlar el mercado, monopolizando o
pactando la oferta pública».
El efecto zarandeador del regeneracionismo puede adquirir alguna validez
coyuntural y la decidida apuesta por la libertad de los grupos institucionistas y de
los que se articulaban a su alrededor deben, sin duda, ser reivindicados43.

4. La Universidad de Oviedo y la regeneración nacional

Como se ha explicado antes, los problemas políticos del primer tercio del
siglo XX surgen como consecuencia de la profunda contradicción que se va pro­
fundizando poco a poco, entre el afán y el desarrollo de la sociedad y las limi­
taciones que le impone el régimen de la Restauración. Aunque parezcan existir
43. Santos Julia, «La aparición de los intelectuales en España», Claves, 86, Madrid (1988), pp. 2-10; José Varela
Ortega, «La España política de fin de siglo», Revista de Occidente, 202-203 (1998), pp. 43-77; Manuel Suárez
Cortina (ed.), La Restauración entre el liberalismo y la democracia, Madrid, Alianza, 1998, y Salvador Fomer
(coord.), Democracia, elecciones y modernización en Europa. Siglos XIXy XX, Madrid, Cátedra e Instituto de
Cultura Juan Gil-Albert, 1998.

30 Rafael Asín Vergara


momentos claves donde la inercia parece condenada al cambio esto al fin no se
produce y la Restauración incapaz de llenar las expectativas y necesidades del
pueblo español desaparece oficialmente en Abril del 31 aunque llevaba mucho
tiempo muerta44. Para los institucionistas regeneracionistas y liberales esa ruptu­
ra se ha producido de hecho en 1917. Esta es la fecha clave que funcionará como
bisagra y sobre la que se puede articular toda una teoría de salto de escenario.
Han realizado en este momento toda la producción importante en lo referente a
su proyecto social y a la vindicación patriótica45. En la primera guerra mundial
se hace consciente de la urgencia de desarrollar un proyecto internacional, que se
hace ahora imperiosamente urgente. Se trata, nada menos, que de salvar un mo­
delo de sociedad, de consolidarlo y extenderlo a todos los países y de garantizar
una pervivencia, desarrollo y profundización 46. Intervienen a favor de la ruptura
que plantean el Comité de huelga del 17, pero quieren una evolución moderada
y ordenada. A la vez toman partido por los aliados. Las razones son obvias. Es el
modelo a defender.
En cuanto a España entienden el concepto de crisis como una continuidad
en la evolución hacia un modelo más positivo. No se trata pues de una ruptura.
Todavía no pueden sospechar hacia dónde avanzará el régimen, pero esperan que
se integre, aprovechando su propia crisis, en el sistema triunfante en la esfera
internacional, en el modelo democrático47.
El sistema ha dominado la política marginando a los sectores capaces de
movilizar al país. La contradicción ha ido creciendo precisamente porque se ha
superado el atraso, al menos en gran parte, y se ha desarrollado un gran magma
crítico y cultural.
Los sectores más dinámicos, los que apuestan por el cambio, reclaman su
territorio. Sectores gradualistas, que incluso han colaborado puntualmente con
el régimen y le han ayudado a lavar la cara, creen llegado el momento de la in­
flexión. Más tarde, en 1923, no existirá otro camino que colaboración o ruptura,
pero aquí todavía parece existir la esperanza48.
Algunos elementos del sistema y sus actuaciones puntuales condujeron a un
44. Juan Pablo Fusi, «La adaptación a la modernidad: 1800-1992», en J.H. Elliot (ed.), La civilización hispánica,
Barcelona, Crítica, 1991
45. Es necesario insistir en la unidad y coherencia de sus ideas.
46. V. Rafael Altamira, «El Tribunal de la Haya», Información española, Madrid, 1 de febrero de 1928; «Una nueva
declaración de los derechos del hombre», Almanaque de El socialista, Madrid, 1930; «La relatividad del hecho
de la tolerancia», La Nación, Buenos Aires, 1931 y «Appel á toutes les bonnes voluntes», Bulletin de l’lnstitut
International de Coopération Intellectuelle, 1, París, 1933, entre otros.
47. V. Rafael Altamira, «La Escuela Nacional», Boletín Escolar, Madrid, 2 de junio de 1917; «Lo que hacen en
España los aliadófilos», Verdún, Madrid, 1918; «España y los Estados Unidos», Los Estados Unidos, Barcelo­
na, mayo de 1929, y «Llamamiento a las juventudes hispanoamericanas», La Escuela Moderna, suplemento,
Madrid, 22 de marzo de 1919
48. Es el caso, por ejemplo, del grupo de Melquíades Álvarez.

El proyecto social de Rafael Altamira 31


callejón sin salida. El carácter y el papel del rey, la intervención en Marruecos
constituyeron jalones de un sistema anticuado, cada vez más incapaz de afrontar
nuevos retos49.
Durante la Gran Guerra los aliadófilos, que representaban la esperanza de un
cambio en profundidad, terminaron de percibir esa incapacidad del sistema para
ese viraje. La crisis del 17 se convirtió así en la constatación de que sectores con
proyectos e intereses distintos podrán converger hasta agruparse, pero también
que en el otro lado se estaba produciendo el mismo fenómeno, y, como resultado,
se habían formado dos bloques casi irreconciliables49 50.
En cuanto a la Universidad de Oviedo fue foco de renovación y progresismo
intelectual, su espíritu liberal evolucionó hacia una actitud regeneracionista de
signo progresista que le llevó a colaborar con la clase obrera que era una de las
más numerosas y radicales del país. Existen precedentes interesantes de actua­
ciones en este sentido pero sin continuidad; la máxima explosión de las mismas
coincide con la llegada de Altamira. Coincide pero no depende, aunque su famo­
so discurso de apertura de curso fuera uno de los detonantes51. Formaban parte
del claustro, Clarín, y los también institucionistas Buylla, Posada, y Sela, así que
las responsabilidades del programa deben de ser compartidas.
Las opiniones de Altamira -que son representativas del espíritu ovetense-
sobre la situación nacional se conciben articuladas como un coherente plan de
regeneración.
Tengo la convicción firmísima de que, entre las condiciones esenciales para
nuestra regeneración nacional, figuran como ineludibles las dos siguientes: Io.
Restaurar el crédito de nuestra historia, con el fin de devolver al pueblo español
la fe en sus cualidades nativas y en su aptitud para la vida civilizada y de aprove­
char todos los elementos útiles que ofrecen nuestra ciencia y conducta de otros
tiempos. 2o. Evitar discretamente que esto pueda llevamos a una resurrección
de las formas pasadas, a un retroceso arqueológico, debiendo realizar nuestra
reforma en el sentido de la civilización moderna, a cuyo contacto se vivifique y
depure el genio nacional y se prosiga, conforme a la modalidad de la época, la
obra sustancial de nuestra raza52.

49. V. A. Elorza et allí, «Quo Vadis Hispania? (1917-1936). España entre dos revoluciones. Una visión exterior»,
Estudios de Historia social, 34-35 (1985).
50. Ignacio Olábarri, «La España invertebrada durante la crisis de la Restauración (1914-1931)», en Antonio Mo­
rales Moya y Mariano Esteban Vega (eds.), La Historia contemporánea en España, Salamanca, Ediciones de la
Universidad de Salamanca, 1996, pp. 125-144.
51. El tema se trata desde hace tiempo en el claustro de esa universidad, Santos Manuel Coronas González, Rafael
Altamira y el Grupo de Oviedo, Oviedo, Universidad de Oviedo, 2003.
52. Rafael Altamira, La Universidad y el patriotismo, Discurso de apertura del curso 1898-1899 en la Universidad
de Oviedo, Oviedo, Adolfo Embid, 1898.

32 Rafael Asín Vergara


La responsabilidad de los elementos intelectuales, con ser grande siempre,
era mucho mayor y más grave en una nación atrasada y víctima de la abulia
como la nuestra. La regeneración, si ha de venir ha de ser obra de una minoría
que impulse a la masa, la arrastre y la eduque. No hay que dejarse ilusionar por
la esperanza en lo que vagamente suele llamarse pueblo. En un país donde hay
cerca de doce millones de personas que carecen de toda instrucción, hay que
descontar en rigor más de la mitad de los restantes, por las deficiencias de nues­
tra enseñanza primaria, única que alcanza la mayoría, ¿qué esfuerzos se pueden
pedir razonablemente a esa masa social, en pro de cuestiones que ni comprende,
ni le interesan, ni puede resolver por sí, aunque nada de eso proceda de culpa
propia? «No confiemos más en lo que puede servir, en los elementos verdadera­
mente útiles, en la minoría que lee, estudia, piensa y se da la razón de los grandes
problemas nacionales»53.
Esta búsqueda de soluciones para mejorar el gobierno de la Nación se pone
de manifiesto en el Ateneo de Madrid en la contestación sobre Oligarquía y ca­
ciquismo. El grupo de Oviedo es el que mejor define, de todos los que contestan,
el perfil del sistema caciquil. Se necesita una estructura diferente del Estado,
que acabe con el cacique y sustituya su podredumbre moral por la honestidad y
el respeto al derecho. Su proyecto social tiene como ideal la Democracia. Estas
actitudes pueden aplicarse, desde 1868 a 1936 y con todo tipo de matices, a re­
presentantes de la intelectualidad española comprometida como Salmerón y Pi i
Margall en el 73, Costa y Giner en el 98 y Azaña en el 36. Es la idealización del
liberalismo formal encamado en las clases medias urbanas y la eliminación de la
política por la moral. Estos grupos interclasistas, amenazados sus ideales por el
dominio del gran capitalismo, se encuentran ante la alternativa de trabajar con el
proletariado para crear una verdadera vía de progreso y democracia reales, o de
colaborar con la gran burguesía intentando defender al mismo tiempo su super­
vivencia, solución ésta que lleva en muchos países, a participar en experiencias
de corte fascista.
En España ese radicalismo crítico regeneracionista es un fenómeno ideo­
lógico complejo. Las diferencias se hacen más palpables por la existencia de
la estructura oligárquica. De forma más emocional que científica se idealiza al
liberalismo como camino a seguir para una plena Democracia. La crítica será
pues, no contra el sistema liberal, sino contra la concreción que éste tiene en
España. Se buscan alternativas en claves socio-psicológicas que resultan muy
insuficientes y sólo enjuician las consecuencias, como la falta de educación de
las masas, o bien señalan las necesidades de grandes grupos de pequeños propie-
53. Ibidem.

El proyecto social de Rafael Altamira 33


tartos, o explican otros problemas relacionándolos con el mito de la psicología
nacional54. El camino elegido para intentar el proceso que lleve a una nueva
República en la que puedan desarrollarse completamente estas ideas será el re-
formismo. Pretenden superar la doble presión -por la izquierda y por la dere­
cha- a las que se verán sometidas estas ideas con un voluntarismo cuyo objetivo
es la integración de las masas en el estado liberal mediante las mejoras de sus
condiciones de vida. Cuando esas masas irrumpan verdaderamente en la escena
política, el sistema se mostrará incapaz de encauzar su actuación y de impedir la
reacción de la burguesía55. En el momento del desastre colonial las reacciones de
los intelectuales pertenecientes a la pequeña burguesía serán de un radicalismo
crítico, estético y exhibicionista, que derivará hacia una actitud de automargina-
ción desalentada representada por la llamada generación del 98 o hacia la acción
política, representada por los grupos más activos del krausismo. Estos grupos
preocupados por no romper el equilibrio de fuerzas, mantienen modelos econó­
micos anacrónicos para el siglo XX. Por ejemplo, ante el crucial problema de la
Reforma Agraria, y frente a la opción representada por la burguesía agraria, que
se acabará imponiendo, mantienen la vía de la pequeña propiedad, la nación de
pequeños propietarios preconizada por Costa. Se pretende pues la hegemonía
del productor mercantil, y, a la vez, la intervención del estado, en una postura.
Aunque tras fracasar la experiencia del sexenio revolucionario su idealismo su­
fre un fuerte golpe, mantiene, como vía para llegar a sus objetivos, el pactismo,
tratando de ser lo más científico posible en sus actuaciones políticas. Esta línea
de reformismo social trata de volverse más racional y moderna, sobre todo en la
etapa comprendida entre 1880 y 1914.
El grupo de Oviedo se une a estos posibilistas con buena voluntad, lucha por
hacer realidad sus objetivos dentro de la realidad española mientras otros se des­
alientan por la falta de resultados. Les preocupaba el complejo de inferioridad na­
cional y trataban de superarlo con el panhispanismo y el desarrollo de la herencia
cultural común. Al mismo tiempo pensaban que debían progresar sin abandonar
la propia idiosincrasia. En el caso concreto de Altamira se conjugan las dos ten­
dencias, valoración de los problemas en clave de la psicología nacional y acerca­
miento al mundo obrero procurando elevar su educación, mejorar sus medios de
vida. Cabría definir su ideología política con una serie de rasgos generales como
el afán modemizador, como la tendencia al compromiso y la vía evolutiva para
54. Rafael Altamira, Adolfo Buylla, Adolfo Posada y Aniceto Sela, «Contestación a la encuesta del Ateneo sobre
oligarquía y caciquismo», en Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo como laforma actual de gobierno en Es­
paña, urgencia y modo de cambiarla, T. II, Madrid, 1901. Cito por la edición con estudio introductor de Alfonso
Ortí, Madrid, Ediciones de la Revista del Trabajo, 1975, pp. 85-112.
55. Esta situación desalentó a los intelectuales que mantenían estas convicciones.

34 Rafael Asín Vergara


llegar a un Estado moderno y neutral. Reservaba al Derecho una suerte de función
revolucionaria como ordenador de las reformas. Pretende también la desperso­
nalización del poder, el Estado laico, la diferenciación de funciones y poderes y
racionalización de la administración. En cuanto a las actitudes sociales, aboga por
la tolerancia, el acceso a la cultura y el sufragio universal. Le preocupa el grado de
responsabilidad del gobierno, la clase directora debe existir, pero debe gobernar
para toda la nación, no solo para sí. Todas sus actuaciones se desenvuelven de
acuerdo a este credo, siempre contemplando el futuro con optimismo
Los jalones de esta evolución podrían ser los siguientes:
-1898. Reacción regeneradora y optimista, que se concreta en la Extensión
Universitaria, el patriotismo y la proyección americana.
-1914-1918. Idealización del futuro Orden Internacional, objetivo encar­
nado por la Sociedad de Naciones y el Tribunal Permanente de Justicia
Internacional.
-1936. Derrumbamiento de sus ideales, con posterior reacción para reivin­
dicar su modelo democrático.
La vindicación nacional será una de las actividades a las que dedica más
estudio y trabajo. Constituirá una de sus preocupaciones más constantes siempre
en tomo a la misma idea: la labor por la civilización española a lo largo de su
existencia es muy importante y debe ser reivindicada?6.
En este engranaje de acción social y educativo cada intelectual comprometi­
do estaba obligado a buscar un camino propio que de forma natural convergiese
en la tarea común. Altamira encontró su camino pronto y, aunque parezca, a la
vista de su obra, un poco disperso, todo él tiene una única orientación. La edu­
cación básica y los medios para desarrollarla, el papel de la historia científica
y la forma de divulgación que debe utilizarse para recuperar el optimismo y el
orgullo nacionales y el crédito internacional y su importancia para superar el odio
y fomentar el conocimiento de los pueblos y el entendimiento universal. Todo
ello apoyado en una técnica legislativa que desarrolle un sistema jurídico que
promueva esos proyectos y los legitime y consolide cuando se produzcan.
Así su pacifismo es consecuencia lógica de todo el proceso descrito, y los
distintos papeles que desempeña a lo largo de su vida se inscriben en fases de
este primitivo proyecto cuyo enfoque general no varía nunca. Situado frente a la
tarea de dar forma a sus ideas y de concretar su posible aplicación propone una
definición que suponen los siguientes pasos.

56. Rafael Altamira, Los elementos de la civilización y el carácter de los españoles, Buenos Aires, Losada, 1950, tb.
Epitome de Historia de España. Libro para profesores y maestros, Madrid, La Lectura, 1927

El proyecto social de Rafael Altamira 35


1. Analizar la realidad de España.
2. Encontrar en su obra civilizadora el hilo conductor de su fuerza y crea­
tividad.
3. Utilizar esas virtudes para regenerar el país.
4. Buscar los puntos de contacto y las aportaciones positivas de otras ci­
vilizaciones.
5. Utilizar esos conocimientos para ayudar a la educación de las masas
y contribuir así al entendimiento de los pueblos en el camino hacia la
dignidad, la razón y la justicia que toda la humanidad anhela.
Siempre creyó que su país sufría ciertas carencias. No eran éstas poca cosa
porque significaban la clave total por la que se justificaba el retraso en España
frente a las naciones modernas51. Quizá simplifiquemos en demasía pero, el me­
jor resumen de su diagnóstico podría ser éste: Los males de la Patria parten del
déficit democrático. Se desperdicia el potencial de un pueblo llamado a través
del tiempo a grandes tareas. El caciquismo y la insensibilidad de las élites gober­
nantes impiden florecer las fuerzas internas™. Esas fuerzas que han demostrado
durante siglos su potencial creador en la política y en la cultura57
59.
58
La falta de democracia tiene como consecuencias el atraso, la incultura y la
pobreza. Gran parte de culpa corresponde a las élites gobernantes y a la consolida­
ción de un sistema abominable de dominio político. Si permitiera la participación,
coordinada y encauzada, del talento interno de nuestra nación, no sólo podríamos
igualamos a los países más desarrollados, cultos y favorecidos, sino que, podría­
mos aportar lo singular de nuestra propia psicología, de nuestra idiosincrasia,
porque si algo caracteriza el papel histórico de España es esa singularidad cul­
tural. Cientos de millones de personas son copartícipes de esas características y
éstas se han desarrollado de forma personal y valiosa sin romper nunca el cordón
umbilical con las culturas europeas de las que forman parte y de las que nacen60.

57. Rafael Altamira, Ideario político, Valencia, Ed. Prometeo, 1921. Altamira era consciente de ese retraso aunque
lo veamos insistir más en la forma de superarlo. Esta característica positiva de proponer soluciones se justifica
por el convencimiento de la capacidad de regeneración del pueblo español. Una interesante reflexión sobre este
tema en su «La renaissance del ideal en Espagne», Bibliothéque Universelle et revue Suisse, noviembre, 1897,
que es una temprana exposición de sus soluciones para el país.
58. Posición perfectamente definida en la contestación ya citada a Oligarquía y caciquismo como la forma natural
de gobierno en España: Urgencia y modo de cambiarla. Memoria y resumen de la información por Joaquín
Costa. Información en el Ateneo de Madrid, 1901.
59. Toda su obra científica y política está encaminada a demostrar estas teorías.
60. Rafael Altamira, Psicología del pueblo español, ob. cit. Tb. «Espagne á l’heure présent. Sa recente évolution
Spirituelle et sociale», París, junio 1927, conferencia pronunciada en el Comité National d’Estudies Sociales et
Politiques. Se conserva el texto en francés. Se reproduce parcialmente en Temas de la Historia de España, dos
volúmenes, Madrid, CIAP, en Obras completas T. VIII-1X (por separado y en dos tomos, en un volumen, serie
Histórica, 1929).

36 Rafael Asín Vergara


Este análisis vindicativo del carácter nacional y su papel histórico como es­
pejo de orientación futura es la base, el objetivo de su afán regeneracionista. El
diagnóstico, aunque genérico, parece acertado, el problema básico de la España
del 98 es, en primer lugar, que no existe la Democracia. A partir de ahí se pueden
enumerar y abordar todos los demás asuntos61.
Así pues, España lo que necesita es una profunda Regeneración. Esta Rege­
neración tiene una primera parte fundamental, decisiva: la moral pública. Para
conseguirlo y conseguir después una larga serie de reformas generales y puntuales
deben combinarse varios objetivos. Es necesario devolver al país la confianza en
sus propias fuerzas y capacidades creativas. Es necesario potenciar y motivar a
la par su participación entusiasta y, sobre todo, consciente. Es necesario acabar
con el monopolio de la oligarquía y con el sistema caciquil, aislar la corrupción y
sanear la vida pública impidiendo que la participación en ella suponga egoísmo y
Toda su obra científica y política está encaminada a demostrar estas teorías, zlucro
propio y abandono de sus responsabilidades ante la colectividad62.
Cuando las masas aporten su trabajo, su fuerza creadora y su esperanza y es­
tén preparadas para participar como ciudadanos consecuentes con sus derechos y
sus deberes se superarán los complejos de inferioridad, el pesimismo y la pobreza.
Las consecuencias a medio y largo plazo de este proceso serían muy profun­
das63. Los ciudadanos llegarían a ser mucho más conscientes. Sus nuevas capaci­
dades contribuirían a elevar su nivel de vida o al menos su acceso a profesiones
capaces de mejorar su bienestar64. Con más medios económicos y más capacidad
crítica se propondrían exigir más participación en las decisiones que condicio­
naban su futuro y por tanto serían una fuerza imparable en el camino hacia la
Libertad y la Democracia65.

61. Rafael Altamira, «Doctrina de la Dictadura Tutelar en la Historia», curso en el Ateneo de Madrid, 1895, repro­
ducido incompleto en De Historia y Arte, Madrid, G. Juste Ed., 1898.
62. Vide respuesta a Oligarquía y Caciquismo, ob. cit., Discurso de Apertura, ob. cit., y Psicología del Pueblo
Español, ob. cit.
63. Los mejores representantes de este proyecto político son los miembros de la Institución Libre de Enseñanza.
Sobre su influencia y desarrollo existen numerosos trabajos. Sobre el planteamiento general de sus propuestas
culturales y políticas. V. Manuel Suárez Cortina, El Reformismo en España. Republicanos y Reformistas bajo
la monarquía de Alfonso XIII, Madrid, Siglo XXI y Universidad de Cantabria, 1986, y tb. Rafael Asín Vergara,
«Los ámbitos políticos e intelectuales del 98 y la Institución Libre de Enseñanza en España», en José Cayuela
(coord.), Un siglo de España: Centenario 1898-1998, Universidad de Castilla - La Mancha, Cuenca, 1998.
64. Hemos citado ya las aportaciones fundamentales de Altamira con respecto a este punto en otras partes de este
trabajo
65. Volvemos a destacar la importancia de la obra de Antonio Jiménez-Landi, Historia de la Institución Libre de En­
señanza, que editada por el MEC, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad Central de Barcelona
y la Universidad de Castilla La - Mancha, recoge en 4 tomos más de 3.000 páginas con una información muy
pormenorizada que será de gran ayuda para todos los interesados en el tema y que fue premiada con el Premio
Nacional de Historia de 1997.

El proyecto social de Rafael Altamira 37


Superados los problemas más básicos de la subsistencia pasarían a primer
plano otras necesidades66 en el ámbito profundo de una cultura espiritual que
forme al hombre y transformándolo en un ser de inteligencia y sensibilidad supe­
riores lo revierta a la sociedad para desarrollar un papel de intercambio creativo
entre iguales y de guía para los que recorren el camino de perfeccionarse como
ellos lo hicieron67.
Este tipo de sociedad culta y equilibrada se podría lograr cuando los ciu­
dadanos ocupasen el papel que les correspondía y lo ejerciesen. Conseguir este
tipo de ciudadano sería fácil si se les proporcionaba el alimento moral y cultural
necesario68: una educación apropiada, accesible e igualatoria69.

5. La Extensión Universitaria y la cuestión social

Este importante experimento educativo estaba a cargo de la Universidad de


Oviedo y entre los profesores estaban representadas todas las tendencias de los
sectores progresistas de la misma70.
Fuera del recinto universitario son múltiples las entidades asturianas que
ofrecen su colaboración. Destacan la Sociedad Obrera Industrial de Avilés, la de
Artes y Oficios de Oviedo, El Círculo de la Unión Mercantil e Industrial de Gijón
y otros de Trubia, Mieres, La Felguera y Sama de Langreo.
Comenzando el curso 1901-1902 las actividades se amplían hasta otras enti­
dades de fuera de Asturias. Sobresalen las celebradas en Santander, Salamanca,
Cáceres, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Bilbao y Madrid.
La puesta en marcha del proyecto se debe al Discurso de apertura del curso
1898-1899 a partir del cual comienza el siguiente funcionamiento:

66. Rafael Altamira, Ideario Pedagógico, Madrid, Ed. Reus, 1923; Discurso de apertura, ob.cit
67. «Es preciso pedirle al Estado que establezca todas las escuelas primarias que hagan falta; que modifique el
plan de ellas para que suministren la verdadera enseñanza integral», Rafael Altamira, Discurso de ingreso en la
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con el titulo de Cuestiones Urgentes de la Primera Enseñanza
en España, Madrid, T. IX de los discursos de la R.A.C.M.P., publicado como separata, Ed. Suc. de Hernando,
Madrid, 1912 (El ingreso en la Academia se produjo el 3 de marzo de 1912).
68. Rafael ALTAMIRA, Ideario Pedagógico, ob. cit. «La educación del obrero», Discurso leído en la apertura del
curso de la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, en enero de 1901, recogido en Cuestiones Obreras, Barcelona,
Ed. Prometeo, 1914.
69. «Sobre los niños y la educación», Anales, Buenos Aires, 1909 y «Justicia y Escuela», Idella, Elda, 5 de mayo
de 1928.
70. Santos Manuel, CORONAS GONZÁLEZ, ob. cit. «Frente al individualismo verdaderamente anárquico de la
burguesía que la hace, hoy por hoy, incapaz de todo esfuerzo político y social, la solidaridad orgánica de la clase
obrera es una esperanza consoladora. Su progreso y su triunfo no sólo darán la razón a los que confiamos en los
destinos futuros de la gente española, sino que evitarán que perezcamos como pueblo ...» Rafael ALTAMIRA
«Sobre la Organización Obrera», Cuestiones Obreras, ob. cit. Pp. 174-175.

38 Rafael Asín Vergara


La Extensión Universitaria fue una invención de algunos profesores de Oxford
cuya finalidad era atraer a las clases populares, y la clase media inferior, que no
podía gozar de la cultura por falta de medios (la enseñanza superior, empezan­
do por los llamados Colegios, fue siempre cara y aristocrática) hacia un ideal
docente y una participación de las enseñanzas de que hasta entonces les eran
desconocidas.
Mi colega ovetense, y en gran pare maestro de todos los catedráticos; Don Al­
fonso Buylla, se había interesado mucho por aquella.
Como era natural Buylla nos habló varias veces de la novedad de Oxford. Coin­
cidieron estas conversaciones con mi discurso de Io de octubre de 1898, ya ci­
tado en otro capítulo, y me hicieron pensar que la universidad ovetense podría
realizar, en beneficio de los asturianos, lo mismo que Oxford respecto de los
ingleses. Propuse esa realización en una de las reuniones oficiales de los pro­
fesores con el Rector, y me fue aprobada con entusiasmo y puesta en ejecución
bien pronto71.
La estructura que tomó la Extensión Universitaria asturiana requiere una
explicación que, como se verá, fue de gran importancia por sí misma y por la
amplitud de acción que superó, en mucho a la adoptada por los ingleses. Esa
estructura comprende dos diferentes centros educativos.
El primero de esos centros fue la misma Universidad y sus aulas, como era
lógico, puesto que el público que a él había de acudir era el ovetense. Ese públi­
co, desde el primer momento se formó con dos grupos de gentes: la clase media
de la capital y, con ella, una representación de la clase alta que alcanzó incluso a
parte de los aristócratas; y los obreros manuales residentes en la ciudad: albañi­
les, cajistas de imprenta, trabajadores de otros oficios e industrias (puede decirse
que no faltó ninguno), libreros comerciantes de varias especies, y las mujeres de
éstos en cantidad mayor de lo esperado. Como un elemento intermedio, en el que
el sexo femenino aportó buen número, las familias de los profesores formaron
un nuevo grupo, juntamente con la de los alumnos de las Facultades, y las de sus
amigos. Estos tres grupos se distribuyeron (casi podría decirse que automática­
mente), en las dos clases de Extensión Universitaria que el Rector organizó: una
para el público en general, en la sala de Conferencias, y otra especial para los
obreros en las varias aulas que exigieron, cada año, una cátedra especial. Ésta
actuaba cada semana dos o tres veces y a horas que permitían la asistencia de los
obreros, cuyas enseñanzas especiales comenzaban al caer de la tarde: es decir,
cuando terminaba su jomada laboral.
El programa de la clase primera lo redactaba el doctorado y abrazó todas las
materias de orden cultural, desde el Derecho, la Historia y las Ciencias Físicas y

71. Rafael Altamira, Ideario Pedagógico, ob. cit.

El proyecto social de Rafael Altamira 39


Naturales. El programa para los obreros se adaptaba cada año a las preferencias
de éstos. Nunca pidieron que se hablase de política actual, aunque había muchos
oyentes de los diversos partidos. Por su parte, la Universidad no quiso nunca
entrometerse en esos programas; entre otras razones de orden pedagógico, para
borrar toda posibilidad de que los obreros pudieran pensar que los profesores te­
nían intención alguna de mezclar el saber científico con las opiniones personales
de cada uno. El mismo respeto a las ideas de todos se mantuvo en las reuniones
de pura amistad72.
Las conferencias de esta primera etapa revelan la asistencia de un público
heterogéneo, no se cumplen los fines. Se impartían unas clases para obreros y
otras para familiares de profesores y se llegó a dividir el aula mediante una pared
para que no se mezclasen.
Desde 1901, después de una revisión crítica del proceso se vuelve a los orí­
genes. A partir de ahora los objetivos serán -exclusivamente- las clases sociales
discriminadas económicamente y los profesores tendrán horarios regulares.
Hay que tener en cuenta la estructura económica asturiana: auge de la indus­
tria hullera y, también, repatriación de capitales indianos desde 1895, que supone
la constitución de nuevas sociedades económicas, etc., en definitiva, relanza­
miento económico. Sin embargo existe un retaso cultural, desciende el número
de alfabetizados. Esto se explica en parte por la emigración a la ciudad y la con­
siguiente insuficiencia de escuelas. Es una situación compleja y contradictoria en
la que se apunta un intento interesante de creación de unas escuelas privadas fue­
ra de las influencias religiosas, en parte por la necesidad de puestos escolares, y
también porque capas progresistas de las clases medias quieren llevar a sus hijos
a centros no dogmáticos. Este era el contexto educativo de la Extensión. A partir
de 1904-1905 las actividades crecen tanto que genera el problema de ampliar el
número de centros y acercarse a los sectores demandantes.
Las tribunas que más se utilizaban eran los Círculos Mercantiles, los Ate­
neos Republicanos y las Sociedades Obreras, normalmente de inspiración socia­
lista y anarquista. Rafael Altamira es del grupo de los siete el que más trabajó
en la Extensión, el que más temas abarcó: Literatura, Música -introducida por
él-, Historia, Derecho, etc... Cuando el modelo empieza a fracasar en Inglaterra
y Francia se permiten el lujo se sentirse optimistas por su éxito y decir que han
aprendido de los errores de otros.
En Inglaterra -y caso aparte de los settlements del tipo de Tonybee-Hall- la in­
mensa mayoría de los cursos de University Extensión han sido, hasta hace poco,

72. Ibidem.

40 Rafael Asín Vergara


exclusivamente burgueses. La intención de los organizadores fue muy otra, sin
duda. Algunos de ellos declararon abiertamente que el propósito era, ante todo,
difundir la instrucción superior entre los obreros. El propósito fracasó. Los obre­
ros no acudían a las conferencias y cursos. El público de la Extensión compo­
níase, como dice Friedel, «de burgueses y burguesas más o menos snobs, de
maestros y maestras de instrucción primaria... de empleados y contables, hom­
bres y mujeres, sobre todo mujeres convencidas de que instruyéndose mejoraría
su posición».
Con respecto a ese público, la Extensión llenaba el papel de la Enseñanza
primaria superior, de la secundaria, y, con menos efectividad, de la universitaria,
patrimonio exclusivo, hasta ahora de las clases sociales ricas.
Ahora bien, los obreros que habían acudido a las Universidades Populares en
la creencia de que allí encontrarían «el secreto de su miseria y el medio de re­
mediarla» deseaban que se les explicasen «las bases económicas de la sociedad
moderna y las causas de su servidumbre social». En vez de esto, se les habló de
filosofía, de numismática, de literatura y de arqueología. En la sala Mouffetard,
el año pasado uno de los conferenciantes trató, en diez lecciones, de los «princi­
pios fundamentáis de la metafísica nueva». El resultado de tales programas no se
hizo esperar mucho. El pueblo juzgó que las mejores bromas son las más cortas,
y abandonó las Universidades populares73.
En el comienzo del curso 1909-1910 Sela apunta un descenso en la asis­
tencia obrera. Para ese momento se habían incorporado a la tarea profesores de
enseñanza media. Acaba así una brillante etapa que duró de 1905 a 1909 y a la
que se puso punto final en 1910 cuando sus promotores la habían abandonado ya
o estaban a punto de hacerlo74.
El grupo de Oviedo creía que la cultura debía llegar a los obreros para ha­
cerlos hombres libres. Para impartirla debían crearse grupos pequeños, fomentar
el aprendizaje activo, realizar excursiones y lecturas de las que le preocupa hasta
el precio de los volúmenes. Aunque Altamira afirma que su preocupación social
le viene dada intelectualmente no cabe duda de que la experiencia de estos años
pudo condicionar sus actividades futuras. En 1910, los antagonismos sociales
son más evidentes que en 1900; el movimiento obrero está más organizado y el
modelo tutelar ya no sirve. No obstante, Altamira sigue considerando válido el
proyecto sin atender a los cambios producidos como vemos en estas notas ma­
nuscritas.
Los que creen que la Extensión no es eficaz en el sentido liberal porque es neu­
tral y los conferenciantes no van a ella a hacer propaganda, desconocen que:
73. Rafael Altamira, «La crisis de la Extensión Universitaria», Nuestro Tiempo, Madrid, 1905.
74. Altamira, Buylla y Posada y otros se han marchado o están a punto de hacerlo.

El proyecto social de Rafael Altamira 41


1. El ser laica y no hablar de religión es ya un acto liberal. Compárese con
las conferencias de los Centros obreros católicos.
2. Que la cultura no vincula a un dogma por sí es un ya un disolvente.
3. Que el mejor medio de educar a los obreros es precisamente el de
no excitarles con propagandas y cenarles en una solución, sino darles
datos, abrirles el espíritu para que luego se dirija donde quiera. Nos
hace más falta hacer razonadores, tolerantes y espíritus abiertos que
sectarios.
4. Que las Universidades populares tendenciosas han fracasado todas. Se
convierten en propaganda y desnaturalizan.
5. Que la obra de libertad intelectual pide una política prudente que en vez
de asustar, atraiga y que parezca no hacer y haga. El que más chilla y
más perora no es el que labra más hondo. Harto asustada está la gente
contra la cultura75.
Republicanos por convicción, los integrantes del grupo de Oviedo no ex­
cluían un posibilismo utilitarista que le permitía utilizar los resortes a su alcance
para el avance de sus ideales de progreso. Pero de esta época ovetense son al­
gunos de sus trabajos más posicionados en los sectores progresistas ante proble­
mas concretos. El contacto con los trabajadores -con los que llegaron a intimar
gracias a las actividades extraescolares de la Extensión- los acercó a los múlti­
ples obstáculos surgidos en la lucha diaria de los sectores obreros. Se colocaron
muchas veces como defensores de sus reivindicaciones, como otros intelectuales
de la época, en diversos periódicos obreros, en especial socialistas, con artículos
sobre la relación entre la cultura y la clase obrera, publicados con ocasión del
Primero de Mayo o en números extraordinarios de EL Socialista, La Lucha de
Clases, etc.76
Su posición ante la cuestión social era institucionista, basada en el gradua-
lismo, la educación y la concordia. Utilizó las ideas de Patria y de superación
colectiva como medio de unificar objetivos y evitar el conflicto social. Esta posi­
ción era, básicamente, de una insuficiencia total. Sabía defender con fuerza a los
obreros en muchas de sus reivindicaciones como demuestra el siguiente texto:
Se equivocan ustedes completamente. Al obrero le importa la libertad en todos
sus órdenes, tanto como las ventajas puramente económicas, y se preocupa por
conseguirla. Al obrero le interesa mucho que se le pague justamente su trabajo,
que no se le explote; le interesa satisfacer cumplidamente sus necesidades cor­
porales, comer bien, vivir en casas humanas, no en pocilgas, aplicar las reglas

75. Rafael Altamira, «Notas manuscritas de temas varios y anécdotas». Son legajos que aparecen sin clara adscrip­
ción. Fondo Altamira en la Residencia de Estudiantes de Madrid
76. Se pueden seguir estas posiciones a través de varias cartas con personalidades españolas y europeas, Dorado
Montero, Prieto, Besteiro, etc. y la prensa citada.

42 Rafael Asín Vergara


de higiene; pero le interesa tanto eso como la libertad de asociarse, sin la que no
podría concertar sus grandes medios de defensa; la libertad de pensamiento, sin
la que no podría hacer propaganda de sus doctrinas; la libertad personal, sin la
que estaría a merced del último funcionario del Estado, que podría meterlo en la
cárcel o perseguirlo arbitrariamente; la libertad religiosa, para profesar las ideas
que crea verdaderas y prescindir en absoluto de las que considere erróneas; la
libertad de enseñanza; para sustraerse a la confesional e instruirse como entienda
que debe hacerlo...
Y la prueba de que todas estas libertades le interesan, es que pelea por ellas
y las practica, mucho más que los burgueses liberales. Díganme, si no, quiénes
son los que en España acuden a la enseñanza laica y fundan escuelas de esa
clase; quiénes se casan o entierran civilmente; quiénes pierden el pan o emigran
por mantener su derecho de asociación; quiénes van a la cárcel por combatir las
preocupaciones seudoreligiosas; quiénes practican con dureza el sufragio; quié­
nes sufren en primer término las suspensiones de garantías constitucionales o las
leyes de excepción y protestan enérgicamente contra ellas; quiénes procuran ser
ciudadanos más libres; y si hecha la estadística no resulta que el 95 por 100 de
los casos son obreros quienes hacen todo eso, digo yo que soy ciego y sordo y
que no veo más allá de mis narices77.
Este grupo que confiaba en la función social de la universidad quería que rom­
piera su aislamiento elitista para que contribuyese al diálogo social y al desarrollo
de las clases obreras78. La región asturiana había desarrollado una importante indus­
tria extractiva y siderúrgica y mejorando sus comunicaciones a partir de los años
treinta del siglo pasado. En la época la economía regional atravesaba por un breve
periodo de extensión uno de cuyos motores era, como hemos dicho, inyección de
capital de los indianos que contribuye al desarrollo urbano y al de servicios79.
Este crecimiento no llevó aparejado un avance de la instrucción pública80. La
universidad reacciona con prontitud a la respuesta que, además, era línea de conti­
nuidad de contactos anteriores aunque más completa esta vez81.
77. Rafael Altamira, «Los obreros y la libertad», en Cuestiones Obreras, Valencia, Ed. Prometeo, 1914, pp. 189-191.
78. Discurso de apertura del Curso Académico 1898-1899, en la Universidad de Oviedo. «Lecturas para obreros»,
Madrid, Imp. de Inocente Calleja, 1904, folleto de 21 pp.
79. Isaac González, «Inversiones e inversores en Asturias (1885-1900). Una contribución a la historia del Capita­
lismo regional», Studium Ovetense, III (1975). Jorge Uría, Una historia Social del ocio. Asturias 1898-1914,
Madrid, Publicaciones Unión y Centro de Estudios Históricos UGT, 1997.
80. Aída Terrón Bafiuelos, La enseñanza primaria en la zona industrial de Asturias 1898-1923, Oviedo, Servicio de
Publicaciones del Principado de Asturias
81. Memorias inéditas de Altamira (Residencia de Estudiantes) y los números correspondientes de Anales de la
Universidad de Oviedo. Véanse los números de La Aurora Social, de Oviedo, sobre todo el artículo de Juan
José Morató, «Todos funcionarios», en el n° 30 de 1900, o el n° 125 de 1902 y el análisis del mismo autor «La
Extensión Universitaria» en El Noroeste, Gijón, 28 de octubre de 1903. Santiago Melón, Un capítulo en historia
de la Universidad de Oviedo, La Extensión Universitaria, Oviedo, 1964, y «Universidad y cultura dominante
durante la Restauración (1875-1902)», en Historia General de Asturias, vol. 4, Gijón, 1987, pp. 252-254. tb.

El proyecto social de Rafael Altamira 43


Como resumen final cabe decir que el obrero va ocupando sus parcelas de
libertad entre las que sobresale el desarrollo del ocio. Que crea su propia cultura de
referencia como sustituto de la oferta de la burguesía e incluso participa en espec­
táculos destinados a ésta como el teatro, y se apropia del cuplé e incluso, en parte,
del cine.
Y que a la pérdida de influencia de la iglesia le sigue una preocupación ideoló­
gica por el papel de la instrucción, del teatro y las diversiones. El elemento primero
de articulación y reuniones es la taberna y luego los casinos obreros, las sociedades
recreativas y la irrupción del deporte.
En resumen Altamira concibió su proyecto nacional durante sus años de for­
mación en Valencia y Madrid, en contacto con la ILE y trató de llevarlo a cabo
el resto de su vida, en todas sus obras y en todas sus actividades. Ese proyecto
alcanzó toda su dimensión analítica y social, quedó definido y logró sus mejo­
res frutos investigadores en la Universidad de Oviedo en colaboración con su
claustro, con sus compañeros del Grupo. Rigor científico, compromiso, modelo
democrático, diálogo y colaboración internacionales serán, para siempre, la seña
de identidad de su actuación y el legado que su ejemplo nos aporta82.

6. El modelo para la cultura española y la comprensión internacional

El Proyecto Social de Altamira es el resultado de su formación, de sus


raíces culturales, ideológicas y éticas pero también de su asimilación reflexiva
de una experiencia internacional que le permite una comprensión más amplia
de los modelos capaces de construir sus ideales. Desde su juventud Altamira
cree trabajar por el bien de España, que tiene por ideal el Estado republicano,
que se plantea cambios profundos y trata de modificar la estructura del país con
una actuación teòrico-idealista que sale a la luz por medio de libros, folletos y
memorias. Las ideas fundamentales son la superación de los problemas y la re­
generación por medio de una educación dirigida por una elite consciente y con
fuerte sentido moral. Un proyecto regionalizador pero de gran sentido unitario.
El acceso al bienestar general y la participación del pueblo en la vida política
que saque a esta de su profunda degradación, uno de los principales proble­
mas del país. La educación debía ser el punto de partida de la reforma y por
L. Alonso y A. García Prendes, «La Extensión Universitaria de Oviedo (1898-1910)», Boletín del Instituto de
Estudios Asturiano, 81, Oviedo, 1974, y David Ruiz, «Rafael Altamira y la Extensión Universitaria de Oviedo
( 1898-1910)», en Armando Alberala (ed.), Estudios sobre Rafael Altamira, Alicante, Instituto de Estudios Juan
Gil-Albert, 1988.
82. Rafael Asín Vergara, Rafael Altamira. Biografía de un intelectual, ob. cit.

44 Rafael Asín Vergara


medio de ella la paulatina incorporación de las masas a la vida social. Giner le
ayuda a fusionar una cierta conciliación del positivismo y otras tendencias del
racionalismo. Costa, por su parte, proporciona a Altamira, influencia metodo­
lógica y temática -especialmente en Derecho consuetudinario-, el interés por
un proyecto de orden social, por la verdad social y la preocupación por su país.
Altamira posee un concepto evolucionista del acceso a la cultura y gran interés
en el desarrollo de la ciencia experimental. Define también su idea sobre la
educación y punto de partida de una Historia que contenga todos los elementos
y causas de la sociedad, ayudándose de otras ciencias como la Sociología y la
Psicología e integrando a la Economía, a las Instituciones, a la Cultura, y a todo
cuanto forma parte de esa idea de totalidad. La unidad de la vida en el orga­
nismo social conlleva una marcha ascendente del hombre, y aunque no acepta
las leyes históricas por considerarlas demasiado rígidas, el investigador del
pasado puede educar en el presente porque conoce los procesos de desarrollo y
esta experiencia sirve para prever, en ocasiones, el futuro. Se plantea el proble­
ma de cómo manejar la información que encontramos en los archivos, puesto
que casi siempre están organizados de forma sesgada, e incompleta, nace aquí
también, su preocupación porque lleguen a ser comprendidos estos procesos
históricos sin perder calidad científica. Busca la semejanza de modelos, afianza
la necesidad de ciencias auxiliares de la Historia, la utilización de la literatura,
el análisis de la psicología de los grupos, y concibe a la Humanidad como una
colectividad orgánica que los elementos morales y sociales son variables, im­
predecibles e incontrolables, pero que poseen, en perspectiva, un hilo de conti­
nuidad civilizador. Varias de las ideas que Altamira expuso en La Enseñanza de
la Historia y otros trabajos se desarrollan, muchas veces de forma intuitiva, en
obras de Galdós, Costa, en el concepto de intrahistoria de Unamuno e, incluso,
en Antonio Machado, pero nunca habían sido agrupadas en una explicación
metodológica coherente.
Por todo ello el valor social del conocimiento histórico -titulo del Discurso
con el que realizó su entrada en la Real Academia de la Historia- es imprescin­
dible en la formación de un espíritu público. Por tanto, su función principal es
educativa. Diferencia con claridad dos tipos de conocimientos el divulgativo y
el que pertenece al campo de la especialización, siendo ambas labores comple­
mentarias. Será necesario potenciar el primero mediante buenos manuales. El
contacto con historiadores como Pirenne, y con los representantes de la New
History con la Revue de Synthése Historique, de H. Berr, consiguió que la evo­
lución en sus concepciones tuviese criterios de modernidad, aunque siempre

El proyecto social de Rafael Altamira 45


manteniendo estas premisas fundamentales, que primaban la importancia de lo
psicológico en el análisis de la totalidad que integra la Historia.
El núcleo de sus intereses es la educación, paz y entendimiento entre los
pueblos y la vinculación dentro del mismo de la civilización española y sus
aportaciones a esos objetivos básicos de la humanidad. La forma de conseguir­
lo: una reforma y generalización de la enseñanza y un instrumento básico, que
derribe todas las barreras, la Historia y su indudable fuerza pedagógica y un
compromiso democratizador y participativo. Dar contenido a esas inquietudes
le obligó a diversificar sus objetos de atención. Este abanico de intereses, con
un solo fin básico, abarcaban la Historia de España, la obra colonizadora en
América, la Enseñanza de la Historia, el Derecho Indiano, las técnicas y la
metodología de investigación, el pacifismo y el derecho constitucional e In­
ternacional, la Pedagogía y su aplicación social, el regeneracionismo, como
tendencia moral de un compromiso colectivo de cada ciudadano con su país, y
el derecho consuetudinario, la crítica literaria y la narración, la obra divulgati-
va y el periodismo, el hispanoamericano como expresión patriótica de un mito
cultural y nacional y el problema de España.
Así se conforman definitivamente en dos los objetivos fundamentales en la
ideología de Altamira; la regeneración idealista basada en la educación, en la que
tienen cabida todas las actividades citadas de Extensión Universitaria, manuales
de divulgación, contacto con el mundo obrero, etc., y la preocupación por aportar
soluciones en el terreno del pragmatismo político.
Esta búsqueda de soluciones para mejorar el gobierno de la Nación se pone
de manifiesto en su contestación a la encuesta planteada por Costa en el Ateneo
de Madrid sobre Oligarquía y caciquismo con Buylla, Posada y Sela. Ya había
mostrado Altamira su pensamiento político en el Discurso de apertura del curso
académico de 1898-1899 en la Universidad de Oviedo. Ahora, ante el problema
de la forma de gobierno, se concretara mucho más. El grupo de Oviedo, bastante
homogéneo, aunque Altamira y Buylla -menos lastrados por el humanismo ins-
titucionista-, son los que mejor definen, de todos los que contestan, el perfil del
sistema caciquil.
Altamira mantuvo una actitud crítica contra ese sistema pero matizó mucho
sus planteamientos. Consideraba poco pragmático cerrarse a la colaboración con
la clase política y sabía bien que todas las fuerzas que pudieran sumarse a la con­
secución de los grandes objetivos eran necesarias.
En cuanto a la situación del país llegó a la conclusión de que a partir del 98,
los cambios comenzaron a ser perceptibles. Su análisis de la evolución histórica
-y así aparece en sus manuales que incluyen XIX y XX- es optimista y su imagen

46 Rafael Asín Vergara


del país, en lo económico y social, también lo es. El problema de nuestra coheren­
cia e identidad, imprescindibles para coadyuvar en la gran tarea de las naciones
es una preocupación básica la importancia de nuestra aportación civilizadora y su
operatividad para enriquecer un mundo de entendimiento y comprensión plurales
se convertirá en el eje de su tarea y de sus objetivos hacia un país y un mundo
democráticos y en paz.
La celebración del III Centenario de la Universidad de Oviedo le permite,
en calidad de delegado de esta universidad, conocer in situ la realidad de una
de sus preocupaciones fundamentales: el americanismo. Realiza una enorme la­
bor de acercamiento, de superación de malentendidos y recelos, de creación de
bases para posteriores cooperaciones intelectuales, sin excluir las económicas.
Los resultados no pueden ser mejores, cumple el programa propuesto y aumenta
enormemente su prestigio como intelectual. Aunque no consigue que todos los
estamentos oficiales sean conscientes de las oportunidades que se han abierto, no
dejará de luchar por ellas. Con este viaje se ha consolidado un campo de su acti­
vidad que desarrollara cada vez con más dedicación83.
A su vuelta se le ofrece la posibilidad de aplicar sus teorías, de forma practi­
ca, en el terreno de la educación, uno de los pilares de su edificio moral e ideoló­
gico. Giner lo empuja a asumir el reto y acepta ser Director General de Primera
Enseñanza; su labor progresista, dada la situación de la enseñanza nacional, con­
sigue sensibles mejoras, pero choca con los intereses e ideas de la reacción que
no quiere perder terreno en esta importante parcela de su poder. Reconocerá mas
tarde haberse equivocado al confiar en Moret. Aunque su papel era de técnico y
no militó en ningún partido político, la situación en que le colocaba posición tan
particular -también sugerida por Giner-, lejos de inmunizarle le colocó en medio
de las pugnas de todas las fuerzas políticas. Eso y el despiadado ataque de la de­
recha a los antiespañoles de la Institución, le hacen arrojar la toalla.
En 1914 se crea para él una cátedra de doctorado, común a las facultades
de Derecho y Filosofía, con el nombre de Historia de las instituciones políticas
y civiles de América. A esto se une un fuerte relanzamiento de sus actividades
internacionales. Se produce un cambio definitivo en su vida que no viene dado
por sus ideas, sino por la forma en que se concretan los trabajos sustentados por
ellas. Hasta este momento había intentado aplicarlas desde dentro, viviendo en di­
83. Estudios recientes amplían nuestro horizonte sobre esta importante etapa destacan, entre otros, los siguientes:
Hebe Carmen Pelosi, Rafael Altamira y la Argentina, Alicante, Universidad de Alicante, 2005; Gustavo H. Pra­
do, El Grupo de Oviedo y la Historiografía y la controvertida memoria del krausopositivismo asturiano, Ovie­
do, KRK.2008, Rafael Altamira en América (1909-1910). Historia e Histografia del proyecto americanista de
la Universidad de Oviedo, Madrid, CSIC, 2008, Las lecciones historiográficas de Rafael Altamira en Argentina
(1909). Apuntes sobre Ciencia, Universidad y Pedagogía Patriótica, Oviedo, Universidad de Oviedo, 2010.

El proyecto social de Rafael Altamira 47


recto la realidad social, tamizada por sus limitaciones ideológicas. Sin embargo,
a partir de ahora su contacto se reduce a la minoría de sus alumnos y, aunque su
información seguirá siendo muy completa, su función cambia, se convierte en un
divulgador con actividades de amplitud internacional en pro del derecho y de la
paz.
Su aliadofilia parece contradictoria con su declarado pacifismo, pero respon­
de a una actitud solidaria con el modelo de cultura y de Estado que considera más
de acuerdo con sus ideales democráticos y vuelve a ser coincidente con la actitud
de la intelectualidad progresista como la de Galdós, Cajal o Azaña. Participará en
el proyecto de creación de la Sociedad de Naciones y de un Tribunal Permanente
de Justicia Internacional, porque desea que exista la posibilidad de mantener y
ordenar la convivencia de los pueblos que adopten el orden ideal y poco a poco
ayuden a que otros pueblos en peor situación se incorporen al sistema democráti­
co. Estamos otra vez ante una situación idealista: mejorar las condiciones de vida,
acabar con la guerra, desarrollar la cultura. Por eso fomenta la creación de comi­
tés de acercamiento hispano-ffanceses, holandeses, daneses, belgas, etc., aunque
su vocación de solidaridad internacional no le hace olvidar su fuerte sentimiento
patriótico.
Altamira, desde su posición optimista y posibilista, iniciada su proyección
en asuntos internacionales y perdidos muchos de sus puntos de contacto con la
realidad inmediata del país, asume su condición de miembro de una elite com­
prometida, se siente obligado a trabajar para elevar el grado de progreso y de
convivencia, para ayudar a los desfavorecidos. Lo hace desde un cargo de técnico
de alto nivel pero eso no significa que abandone el compromiso concreto con su
país. En esa línea técnica -elitista, educacional, bienintencionada, institucionista
en suma- buscará ser elegido Senador por una entidad idónea y lo logra como
representante de la Universidad de Valencia. Un órgano cultural y de prestigio
para su papel de técnico no político. Una vez elegido se incluye en el grupo de
Romanones. Su colaboración con los monárquicos liberales es juzgada por él
mismo, años después, como una importante equivocación.
Desde 1919 se encuentra fuera de España la mayor parte del tiempo, primero
en el tribunal de Litigios Mineros en París, después participando en la creación de
la Sociedad de Naciones y en la del Tribunal Permanente de Justicia. Se entusias­
ma colaborando en estos proyectos. Es un momento de auge en su optimismo, en
sus ideales, es el momento de la esperanza. Es elegido juez del Tribunal y su pro­
yección internacional se agiganta. Luchará por el desarrollo y la integración por
países como Checoslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, por la concordancia en­
tre las naciones, sin abandonar, por ello sus clases, sus libros y sus conferencias.

48 Rafael Asín Vergara


Cuando en 1923 se produce en España, el golpe de Primo de Rivera lo rechaza
rotundamente aunque su labor en La Haya lo aleje físicamente de los hechos.
Es reelegido en el Tribunal en 1930. Al año siguiente llega la República,
Altamira la acoge con alegría, aunque no acepta ningún puesto oficial. Azaña
intenta convencerlo, incluso lo propone, en coincidencia con Prieto, como posi­
ble Presidente. La Academia Internacional de Derecho Comparado y el Comité
Internacional de Ciencias Históricas han comenzado a funcionar y ima sección
de éste, la Conferencia Internacional para la Enseñanza de la Historia -el tema
que tanto le preocupa-, lo elige Presidente. Sigue con su cátedra, es el momento
de su mayor prestigio mundial. No obstante, el seguimiento de cómo se desa­
rrollan los acontecimientos internacionales oscurece el horizonte. La Sociedad
de Naciones se muestra incapaz de garantizar la convivencia internacional, la
Conferencia Internacional para la Enseñanza de la Historia se sumerge en una
labor en pro de la paz por la que será propuesto por más de trescientos intelec­
tuales europeos de gran influencia para el Premio Nobel de la Paz de 1933. Se
jubila de su cátedra y el levantamiento en España inicia una guerra que hará
tambalear sus esperanzas. Y su creencia en el método gradualista que representa
el Estado democrático en el que él estaba configurando su proyecto de paz, que
fracasa otra vez. La guerra española y el posterior inicio de la mundial -como
ya preveía ante el deterioro de la situación- forman en su opinión un todo úni­
co, es la agresión de otro modelo -el fascista- a la democracia y a proyecto de
entendimiento que representan la República española, las potencias aliadas y la
Sociedad de Naciones. Altamira percibió con toda claridad las consecuencias
internacionales de la guerra española. Vemos en sus notas privadas -su posición
como juez le impedía hacer declaraciones- y en las entrevistas a periódicos
americanos cuando sale de Europa, que para él las guerras civil y mundial son
una misma en la que están en juego los valores supremos de la democracia, en
la que las naciones que representan estos valores se enfrentan al asalto de las
naciones dominadas por el terror y el absolutismo. No comprende en su totali­
dad lo complejo de la situación republicana, abomina de su desorganización y
de sus excesos, pero se desespera al mismo tiempo con la pretendida neutralidad
del Comité de No Intervención, que abandona en manos de sus enemigos al
gobierno de la República, por utilizar sus mismas palabras, a la España agre­
dida. A una frustración y desesperanza sigue otra, se exacerba su pesimismo y
llega a dudar, con sentido profètico, de que las potencias que están ganando la
guerra mundial intervengan para restaurar la democracia en España. Comprende
que sus ideales sobre entendimiento universal chocan con una evidente realidad
y, ante ello, su forma de salvarse es una actividad cada vez más intensa en el

El proyecto social de Rafael Altamira 49


estudio, un acendrado pacifismo, una vuelta a su fe juvenil en la educación de
la juventud. Su exilio es una postura ética porque nada es aceptable excepto la
vuelta a la democracia.
A pesar de sus problemas de edad y de salud intensifica su participación y
compromiso político en México, trata de mediar entre las divisiones de los gru­
pos de exiliados, dirige la Unión de Profesores Españoles en el Exilio y es pro­
puesto por Prieto para encabezar la Junta de Regencia que debía salir del Pacto
de San Juan de Luz, candidatura aceptada por republicanos y monárquicos. La
época de su exilio es, de nuevo, un momento de creación, se refugia en sus in­
vestigaciones con sorprendente fuerza. Tras la etapa de Oviedo ésta es la que
produce más aportaciones como investigador. Las condiciones de trabajo por
edad, falta de materiales e incluso angustia por su situación, no es la más idónea,
pero los resultados son en algunos casos muy interesantes. En 1951, el año de su
muerte, volverá a ser propuesto para el Nobel de la Paz y recibirá el apoyo, ade­
más de todo el mundo, de casi todos los intelectuales españoles: los exiliados y
muchos de los que han permanecido por distintas causas en España. Trabaja en
libros de memorias y reflexiones sobre la condición humana, en metodología del
derecho indiano y en ediciones definitivas de sus obras. Entre ellas de nuevo, su
preocupación fundamental. La Historia y la identidad de España. Pero estamos
ante otro Altamira. Sus opiniones sobre el hilo conductor de nuestra cultura y ci­
vilización perviven pero los matices son importantes. La construcción nacional
y nuestra personalidad es, a la par, muy definida y con entronques comunes con
otras civilizaciones. Ser español o formar parte de su cultura no es en esencia
muy diferente a ser europeo. La pluralidad de España ha sido conformada por
los distintos pueblos, culturas y sensibilidades que la componen, pero es más lo
que nos une en el camino compartido que lo que puede separamos.
En esa reflexión apunta serias novedades a su pensamiento anterior. En pri­
mer lugar explica que construir procesos de colaboración, desde la pluralidad,
exige comprender y aceptar la diferencia que, muchas, veces, es buena cuando
es la propia, pero deja de serlo cuando es la de otro. Más aún cuando ese otro,
en lugar de permanecer lejos para no molestar, se atreve a invadir lo nuestro.
Es triste tener que hablar de tolerancia, como lo es tener que hablar de justicia.
Pone de manifiesto que solo a regañadientes se acepta ese sagrado principio
que proclama la igualdad de todos los humanos. Con demasiada frecuencia deja
de ser reconocida y acepta la dignidad que merece cada ser humano. Sólo por
imperativo moral -o legal, cuando el moral es insuficiente y no funciona- se
acatan las normas mínimas de convivencia. Tolerancia e intolerancia no son
si no las dos caras de una misma moneda: la moneda del odio, el desprecio, el

50 Rafael Asín Vergara


desagrado que nos producen otros. En un caso reaccionamos sin esconder los
sentimientos de aversión, y aparecen la intolerancia y el rechazo. En el otro
reprimimos el rechazo y toleramos lo que nos incomoda. La intolerancia es una
expresión de la moral mínima exigióle a un ser humano: una moral que ponga
freno al egoísmo que impide ver al otro y comprenderlo.
Una sociedad bien ordenada ha de regirse por tres grandes principios de jus­
ticia: 1) libertad igual para todos; 2) igualdad de oportunidades, y 3) el llamado
principio de la diferencia, según el cual la distribución de los bienes básicos
debe hacerse de forma que se favorezca a quienes más lo necesitan y viven peor.
Los tres principios son, en realidad, complementarios. Pues si el primero en
importancia es la libertad -libertad de pensamientos, de expresión, de asocia­
ción-, esa libertad precisa, para ser de veras libertad igual para todos, la ayuda
del segundo principio: la igualdad de oportunidades. Ese segundo principio, a
su vez, exige una puesta en práctica que no es sino el principio de la diferencia:
distribución desigual para dar más a quien menos tiene. En esa sociedad el Es­
tado tiene, pues, derecho a intervenir en la redistribución de los bienes básicos:
tiene derecho, concretamente, a imponer una política tributaria que permita que
a todos tengan acceso a la educación, a la sanidad a subsidios de desempleo, a
pensiones. Es decir el Estado reconoce que todos merecen una parte de los bie­
nes básicos, que no son sólo bienes materiales -económicos-,sino espirituales
como la educación, la cultura o las bases de la autoestima.
El sujeto de la justicia lo construyen las instrucciones de la sociedad demo­
crática. La constitución y el poder legislativo que emana de ella por la vía del
parlamento, el gobierno y el poder judicial son las fuentes últimamente respon­
sables de que se haga o no justicia. Los individuos solos son importantes pero
no suficientes para resolver las injusticias. Tampoco podrían hacer gran cosa las
entidades civiles. La justicia ha de traducirse en política concreta, y es función
de los poderes públicos hacerla realidad, transformando nuestras sociedades in­
justas en sociedades más justas. Lo cual no significa que los individuos deban
desentenderse de los deberes de la justicia. Una sociedad no podrá ser justa si
sus individuos carecen de sentido de la justicia que, a su vez, hace a los indivi­
duos más solidarios. La solidaridad complementa a la justicia.
Todas las políticas, que deberían dedicarse a recomponer la frágil identidad
de una civilización avanzada precisan del soporte solidario del ciudadano, tan­
to para darles impulso como para proseguir por el camino emprendido. Sólo a
partir de la cooperación de todos será legítimo y justo fijar las necesidades fun­
damentales o los intereses básicos de la sociedad. El Estado necesita, ante todo,
el apoyo y el impulso de la política, pero también necesita que los ciudadanos
compartan un mismo sentido de la justicia. Sin un sentido del deber compartido

El proyecto social de Rafael Altamira 51


no habrá comunidad política ni seguridad, ni bienestar, y la vida de la humani­
dad sería, pobre, desagradable y mezquina sin ese sentido del deber compartido
sin el cual no hay democracia ni hay. Es cierto que el pluralismo es un valor
reconocido y que, en consecuencia, debemos aceptar las diferencias y la diver­
sidad de formas de vida. Pero, por encima de todas las diferencias, compartimos
la creencia en el valor de la democracia. Y la idea de democracia y defenderla
de sus peligros es una tarea paralela a la recuperación de la identidad ciudadana.
Rousseau pensaba que la función de una auténtica democracia era la conversión
del individuo en ciudadano, mediante la adhesión y, en cierto modo la sumisión
de todos los individuos a una única voluntad general. No se trata de renunciar
a ser individuo para convertirse en ciudadano, sino de hacer compatibles ambas
cosas, sin renunciar a su individualidad, a sus intereses privados, al derecho a su
intimidad, el individuo esta obligado a asumir los deberes del ciudadano.
Allí donde persisten tradiciones se pueden refundar una comunidad, porque
la tradición sustenta el universo simbólico del grupo. Sólo un grupo con historia
posee valores comunitarios porque éstos, en el fondo, están para proteger la
tradición. Sin tradiciones conservadas, inventadas o recreadas, la comunidad se
transforma en un micromundo. La idea comunitaria del nosotros es el crisol de
los valores de la costumbre, porque el sentimiento de pertenencia hace referen­
cia a un sistema de creencias, asegurado mediante una comunidad de memoria.
Pero la tradición es un bien escaso en nuestras complejas sociedades, por eso la
comunidad es casi monopolio de colectivo con raíces, de grupos con memoria
histórica. No podemos decir que la comunidad haya desaparecido, pero si po­
dríamos afirmar que la comunidad sin tradición no deja de ser un concepto, vacío
de contenido, porque el contenido es la estructura de comunicación que permite
fundar una lógica de la diferencia y gestar un centro simbólico, más allá de los
valores privados del momento.
Una vez más intenta encontrar las claves que definan la comprensión de
los procesos de acceso y estructuración social de una identidad colectiva en su
base territorial. Se tiene en cuenta cómo los individuos comprenden y elaboran
una imagen de su realidad y cómo se dotan de instrumentos que les permitan la
elaboración cultural y el cultivo del entorno; se suman aquí las estructuras y los
procesos históricos y la dinámica que abarca a los propios individuos y las insti­
tuciones de las que se dotan.
La intuición o comprensión de una identidad colectiva se adquiere mediante
una coincidencia de aceptación de elementos comunes distintos. Esta aceptación
de la identidad que es un paso intermedio hacia la diferencia se sustenta en nues­
tro autoreconocimiento.

52 Rafael Asín Vergara

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