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56 • 23€
Miguel Hernández,
cien años
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CANELOBRE es una publicación del Instituto Alicantino
de Cultura Juan Gil-Albert, Organismo Autónomo
de la Diputación de Alicante
Número 56
Invierno 2009-2010
23 euros
Dirección
Rosalía Mayor Rodríguez
Subdirección
Elvira Rodríguez Fernández
Consejo Asesor
Rosa María Castells González
Santiago Linares Albert
Ricardo Matas Pita
Rosa María Monzó Seva
María Teresa del Olmo Ibáñez
Montserrat Planelles Iváñez
Rafael Poveda Bernabé
Ángel Luis Prieto de Paula
Magdalena Rigual Bonastre
Diseño
Espagrafic
Coordinado por:
Ángel L. Prieto de Paula y Rosa María Monzó Seva
Agradecimientos:
Canelobre quiere hacer constar su gratitud a las siguientes instituciones y personas: Herederos de Miguel Hernández,
Fundación Cultural Miguel Hernández, Museo de Pontevedra, Herederos de Francisco de Díe, Herederos de
Miguel Abad Miró, Herederos de Ramón Sijé, Museo del Louvre (París), Galleria Farnese (Roma), J. Paul Getty
Museum (Los Ángeles), Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), Fundazione Cassa di Risparmio
(Reggio Emilia), Museum Ludwig (Colonia), Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca), Diputación
de Alicante, Instituto Valenciano de Arte Moderno (Valencia), Archivo Municipal de Alicante, Museo Español de
Arte Contemporáneo (Madrid), Residencia de Estudiantes (Madrid), Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
(Madrid), Biblioteca Nacional de España (Madrid), Museo Lázaro Galdiano (Madrid), Kunsthistorisches Museum
(Viena), Casa de Lope de Vega (Real Academia Española, Madrid).
Esta gratitud debe extenderse a todos los autores de las fotografías y cuadros que ilustran el presente número
monográfico; y específicamente a José Aledo Sarabia, Enrique Barcala Bellod, Arcadio Blasco, Joan Brossa, Joan
Castejón, Federico Chico, José Díaz Azorín, Ramón Fernández Palmeral, Dionisio Gázquez, Artur Heras, Eduardo
Lastres, Àngels Marco, J. A. Muñoz Grau, Alfonso Ortuño, Elvira Pizano, Gregorio Prieto, Vicente Rodes, Salvador
Soria, o a sus herederos.
Quede reconocimiento de la ayuda prestada por Gaspar Peral y Aitor Larrabide, expertos hernandianos ambos, cuyo
asesoramiento ha resultado inestimable.
Presentación
P
ara los alicantinos, hablar de Miguel Hernández es hacerlo de nuestro poeta
más universal y admirado. El Centenario de su nacimiento en 2010 nos ofrece
una oportunidad impagable para recordar la figura del escritor oriolano, así como
su trayectoria personal, llena de avatares biográficos, pero, sobre todo y principalmente,
para recuperar, mostrar y difundir su producción literaria y reflexionar sobre su obra.
El monográfico de la Revista Canelobre dedicado a Miguel Hernández nos muestra,
en sus más de 200 páginas, la vida y obra de este insigne poeta que nació en Orihuela el
30 de octubre de 1910: desde la riqueza de su legado, el contexto histórico que le tocó
vivir, las generaciones de escritores que le influyeron, sus amores o su pasión por el teatro,
hasta su relación con la prensa alicantina o su afición por el mundo del toro. Todo ello sin
dejar de analizar obras tan esenciales como Perito en lunas, El rayo que no cesa o los versos
escritos en la guerra.
Miguel Hernández vivió 31 años, de los cuales dedicó poco más de diez a la creación
literaria. Teniendo en cuenta que seis de esos años los pasó en el frente y en la oscuridad
de las prisiones, su obra cobra mayor relevancia, dadas las adversidades que tuvo que
lidiar, con precariedades personales, materiales o culturales.
Este monográfico debe marcar un antes y un después en la recepción de la obra de
Miguel Hernández, quien exigía y sigue exigiendo la mirada limpia del lector y el labo-
rioso esfuerzo de quienes tratan de devolverle su dimensión artística y humana. El poeta
oriolano fue un ser inteligentemente apasionado que vivió y amó hasta el límite de sus
posibilidades y que dejó un rico testimonio íntimo y literario tras su paso por el mundo.
Nuestro principal objetivo como alicantinos debe ser salvaguardar el trabajo de nuestro
poeta, universalizando su obra y abordando aspectos como su actualización y vigencia, la
evolución de la crítica, la huella literaria del artista o la visión de su figura a través de la
didáctica y las nuevas tecnologías.
Miguel Hernández nos ha ayudado a comprender en su esencia la obra de un escritor
que dedicó su existencia a la literatura. Un siglo después de su nacimiento, es momento
de poner al poeta en el lugar que se merece y recalcar y hacer eternas sus palabras:
«dejadme la esperanza».
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo: más datos poéticos
sobre el proceso de creación............................................................................. 92
Carmen Alemany Bay
P
ara la imagen de un escritor, derón de los autos sacramentales–, vino
cumplir cien años –no importa reforzada por la celebración en 1935 del
los que lleve efectivamente muer- tricentenario de su muerte. Precisamen-
to– es ocasión propicia para buscarle un te el 27 de agosto, fecha de la muerte del
acomodo más o menos estable en el canon Fénix tres siglos atrás, pronunció Miguel
que conforman críticos, historiadores y Hernández una conferencia sobre la pre-
lectores. Y aunque a menudo los fastos de sencia de Lope en los poetas «de hoy» en
un centenario atienden más al ruido (pro- Cartagena, a cuya Universidad Popular
pagandístico) que a las nueces (literarias),
también pueden ayudar a repensar lo que
se da por sabido, a cuestionar tópicos, a
interrumpir inercias y a dotar de actualidad
a unas u otras estéticas de entre las que
componen su completa entidad artística.
Dado que las presentes consideraciones
tienen como origen el centenario del na-
cimiento de Miguel Hernández, bastaría
con acudir a su obra para apreciar la im-
portancia que en ella tuvieron los cente-
narios de otros autores: eso, acaso, ayudará
a vencer las reticencias de algunos acerca
del sentido de estas conmemoraciones.
Las poéticas del 27, que se encuentran en
el origen de la suya propia, están vincula-
das a un centenario: el tercero de la muer-
te de Góngora, que a la altura de 1927
ejemplificaba para los jóvenes renovado-
res la insurgencia frente al academicismo
y la apuesta por una literatura volcada a Miguel Hernández
la imagen y liberada del referencialismo hacia 1933
lo invitaron sus amigos Carmen Conde y Así las cosas, el centenario del naci-
Oliver Belmás, donde interpreta en clave miento de Miguel Hernández nos per-
revolucionaria y con notable anacronismo mite revisar la actualidad de su poética,
los dramas lopescos «de comendador», en del mismo modo que en su tiempo hizo
la base de El labrador de más aire. Y siga- él con Lope, con Bécquer, con Garcilaso
mos con los centenarios. En 1936, el río de la Vega, y poco antes habían hecho sus
Tajo es paisaje acuático común para la contemporáneos mayores con don Luis de
recreación que efectúa de Bécquer, de Góngora.
quien se conmemoraban los cien años de
su nacimiento, en «El ahogado del Tajo»;
y para la de Garcilaso de la Vega, con mo- Claves y cadenas biográficas de
tivo de los cuatrocientos de su muerte, en su obra
«Égloga». Al final, Garcilaso se impondría
sobre Bécquer en la implantación de una Si quisiera expresarlo en pocas palabras,
estética clasicista en la forma, que dio sus afirmaría que la valoración literaria de
frutos en importantes libros del propio Miguel Hernández ha dependido dema-
Hernández (en quien la métrica garcilasia- siado de las circunstancias de su biogra-
na no congela los hervores románticos) o fía: autodidactismo, búsqueda afanosa
de Germán Bleiberg, o incluso en el Lorca del triunfo literario, acelerada evolución
de los Sonetos del amor oscuro. No siem- ideológica, fiebre creativa en medio del
pre las razones de la prevalencia de unos bullebulle de preguerra y del ruido de
autores sobre otros son literarias: aunque obuses en la guerra, cárceles, enferme-
muy apreciados ambos poetas, la mitolo- dad, muerte temprana. En su psiquismo
gía de la España franquista propició un destacan la persecución contumaz del
mejor aprovechamiento simbólico de Gar- cumplimiento de su designio de escritor, y
cilaso (poeta-soldado, allegado a Carlos v una trayectoria poética lúcida en su atro-
y contino de los ejércitos imperiales) que pellamiento, que en un parpadeo pasó del
de Bécquer. costumbrismo decimonónico a la verbena
vanguardista, y de ahí, sucesivamente, a
la poesía neorromántica, surrealista y de
trincheras, para terminar en los poemas
de Cancionero y romancero de ausencias.
Sorprende mucho y conmueve más aún
el que este camino fuera recorrido por al-
guien que vivió treinta y un años, solo diez
de ellos de creación literaria –y seis de
esos diez pasados en la guerra y en la cár-
cel–, entre precariedades culturales y ma-
teriales, zozobras bélicas, enfermedades y
presidios. Todo ello afecta necesariamen-
te a la percepción que de él pueda tener
un lector. No deja de ser lógica, pues, la
gran relevancia de lo biográfico en Miguel
Hernández; pero que sea lógica no signi-
fica que resulte bueno para la suerte del
escritor mantener indefinidamente esta
situación, como trataré de explicar más
adelante.
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Ángel L. Prieto de Paula
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entremezclado con la admiración y quién A los tres años del conflicto correspon-
sabe si con los celos; y no porque la re- den dos obras hernandianas de distinto
nuencia de Lorca fuera mayor que la mos- signo, a pesar de que suela aludirse indis-
trada por algún otro, sino por el contraste criminadamente a ellas. Viento del pueblo
con la admiración que por el granadino (1937) es un libro de aluvión, poco con-
sentía el poeta-pastor, para quien Lor- gruente en su estructura, que obedece
ca era el dechado absoluto. El joven de más a los azares de una construcción yux-
Orihuela buscaba con indisimulada im- tapositiva que a una planificación para la
paciencia hacerse un sitio en Madrid, y que se hubiera requerido una calma de la
debió de parecer un moscardón a quienes, que no dispuso el poeta. El libro se inscri-
dada su situación social o preeminencia be dentro de una poesía de índole coral y
literaria, se sintieron atosigados por ese optimismo voluntarista, concebida como
muchacho que, con el atrevimiento que aliento épico para los combatientes. Her-
dan la seguridad en lo que se hace y la de- nández acude a la mitología del objeto-he-
terminación de triunfar, pedía, rogaba, in- rramienta, que había sido cultivada prin-
quiría y suplicaba: dinero, reseñas, favores cipalmente por los teóricos y creadores
literarios, atención. del futurismo parafascista o fascista. Ello
Tras la sustitución del influjo de sus explica que sus versos adopten un aire de
paisanos, singularmente de Ramón Sijé, exaltación de la violencia, dinamismo bé-
e incluso del compañero de los novísimos lico y destrucción apocalíptica. Cosa dis-
poetas José Bergamín, por el de los madri- tinta sucede en El hombre acecha (1939),
leños de adopción Aleixandre y Neruda, a horcajadas entre la condición de édito y
entre otros, Miguel Hernández se vio afec- de inédito, pues su impresión no fue se-
tado extraordinariamente por el turbión de guida de la distribución y la lectura, al ser
los años de la guerra, al punto de conver- sus ejemplares destruidos por las tropas Rafael Alberti,
tirse en uno de los más activos propagan- franquistas que entraron en Valencia al fi- Manuel Altolaguirre
y José Bergamín en
distas políticos tanto en el frente como en nal de la guerra. El pindarismo de su libro la guerra, 1936
la retaguardia. A esa tarea puso las armas y anterior no desaparece, pero adquiere una (Fundación Cultural
los bagajes con una intensidad y un acierto complejidad mayor, y en los intersticios Miguel Hernández)
que no encuentran parangón en la poesía
española, salvedad hecha, acaso, de Rafael
Alberti. Había pasado el tiempo en que la
asepsia purista y la gratuidad tropológica
constituían el ideal de los nuevos escrito-
res. Los mismos autores que hasta finales
de la tercera década del siglo encarnaban
un vanguardismo experimental y lúdico
estaban modificando sus planteamientos:
Lorca afirmaba en 1931 que el arte por el
arte era una cursilería arrumbada, y que
en un momento dramático como el que se
vivía entonces, el poeta debía unirse a las
aspiraciones populares. El cansancio del
purismo, la revolución estética surrealista
y el clima prebélico propiciaron en los au-
tores del 27, y desde luego en Miguel Her-
nández, una rehumanización temática, de
carácter político en ocasiones.
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Ángel L. Prieto de Paula
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Para concluir
batientes. Cuando compuso Cancionero y bre de las penosas ataduras que padeció
romancero de ausencias, la poesía española en su tiempo existencial, pero también
estaba en un estado de postración del que libre de cualquier bienintencionada mani-
solo pudo salir bastantes años más tarde. pulación simbólica.
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generaciones
Joaquín Juan Penalva
Doctor en Filología Hispánica
A
lo largo De la historia de la si no, la literatura se nos presenta como un
literatura española, no son dema- continuum que hay que asumir como tal,
siados los casos de «ascensión ge- aunque nosotros lo parcelemos de acuer-
neracional». Uno de los más importantes do con unos parámetros determinados. En
es el de Miguel Hernández, a quien se España, el concepto de generación litera-
suele estudiar como epígono o continua- ria arranca fundamentalmente de Ortega
dor de los poetas del 27. Miguel Hernán- y ha tenido un extraordinario desarrollo,
dez, quien, en muy pocos años, la década mucho mayor que en cualquier otro país
del treinta, recorrió todas las cuerdas es- europeo.
La segunda cripta del
téticas –neogongorismo, neorromanticis- Si bien las generaciones literarias por
Pombo –Gómez de
mo, compromiso social, compromiso in- excelencia del siglo xx español son la del la Serna, Bergamín,
dividual e interiorización–, ha logrado así 98 –fundamentalmente de prosistas– y la Falla, García
escapar de su propia promoción literaria, del 27 –principalmente de poetas–, duran- Lorca, Unamuno
la del 36, que actualmente se encuentra te un tiempo empezó a divulgarse el mar- y Marañón, entre
otros– por A.
perdida en un limbo taxonómico. Aunque bete de «generación del 36», sobre el que Palmero
este hecho ha contribuido al mejor cono- se ha ido articulando cierta bibliografía y (Museo de
cimiento de su obra, lo cierto es que ha que cuenta, con respecto a los anteriores, Pontevedra)
acabado por borrar de las letras españolas
a toda una promoción, de la que Miguel
Hernández era uno de sus representantes
más destacados.
El método de las generaciones literarias,
heredado directamente de la sociología, es
uno de los más polémicos dentro de los
estudios literarios. En el caso español, se
ha echado mano de él para explicar buena
parte de la literatura del siglo xx –gene-
ración del 98, del 14, del 27, del 36, del
50, del 68...–, y si ha tenido un desarrollo
tan amplio es por el hecho de que permi-
te asociar varios nombres y unas caracte-
rísticas específicas a un mismo concepto,
lo que resulta muy pedagógico. Tanto si
aceptamos el método generacional como
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Joaquín Juan Penalva
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Germán Bleiberg, José Luis Cano, Gabriel (tarea solo en parte realizada), y 3) para
Celaya, Carmen Conde, Guillermo Díaz- lo cual hubieron de reaccionar contra el
Plaja, Pedro García Cabrera, Ildefonso- esteticismo de la generación anterior. Se
Manuel Gil, Juan Gil-Albert, Fernando echa de ver enseguida que falta algo para
Gutiérrez, Miguel Hernández, Federico que la definición resulte del todo satisfac-
Muelas, José Antonio Muñoz Rojas, Juan toria: ese algo se halla en cierto modo im-
Panero, Leopoldo Panero, Francisco Pino, plícito en la segunda nota. Efectivamente
Dionisio Ridruejo, Carlos Rodríguez Spi- si se les adscribe como destino literario la
teri, Félix Ros, Luis Rosales, Juan Ruiz guerra, parece apuntarse al hecho de que
Peña, Rafael Santos Torroella, Arturo Se- eran jóvenes, de que su obra poética les
rrano Plaja y Luis Felipe Vivanco. aguardaba en un futuro que no por ser
Francisco Pérez Gutiérrez, en la segun- entonces más que improbable dejaba de
da tentativa de antologar la generación, constituir –paradójicamente– su único
reduce el número de antologados a once, patrimonio.
todos ellos también incluidos en el volu-
men editado por Jiménez Martos: Germán La generación se puede dividir en dos gru-
Bleiberg, Gabriel Celaya, Ildefonso-Ma- pos según el bando por que optaron du-
nuel Gil, Juan Gil-Albert, Miguel Her- rante la guerra: el de Hora de España y el
nández, Juan Panero, Leopoldo Panero, de Escorial –acaso sería mejor referirnos a
Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Arturo él como grupo de Jerarquía, pues Escorial
Serrano Plaja y Luis Felipe Vivanco. Pérez no se publicó hasta 1940– (Pérez Gutié-
Tertulia en la que Gutiérrez, valiéndose de unas declaracio- rrez: 1984, 11-12). Es, como ya hemos
aparecen muchos nes de Ildefonso-Manuel Gil, uno de los apuntado, una escisión irreparable entre
de los poetas seleccionados, llega a las siguientes con- los miembros de una promoción que había
considerados
clusiones (Pérez Gutiérrez: 1984, 9): nacido a las letras en los años de la Segun-
«arraigados». De
izquierda a derecha: da República. Aunque aquí nos referimos
Luis Felipe Vivanco, Así, pues, de acuerdo con I. M. Gil, ten- únicamente a los poetas, todo cuanto se
Luis Rosales, dríamos que la generación del 36 estuvo ha venido afirmando podría aplicarse a au-
Rodrigo Uría, constituida: 1) por españoles a los que la tores como Laín Entralgo, Aranguren, To-
Dionisio Ridruejo,
Pedro Laín, Torrente
guerra marcó, de un modo o de otro, dolo- rrente Ballester o Antonio Tovar, por citar
Ballester y Antonio rosamente; 2) cuyo destino como escrito- solo algunos de los nombres que señalaba
Tovar res consistió en expresar aquella realidad Gullón.
El más joven de los incluidos en la an-
tología de Pérez Gutiérrez es el madrile-
ño Germán Bleiberg, nacido en 1915; el
mayor, Juan Gil-Albert, nacido en Alcoy
en 1904 (aunque él se quitara años y se
dijera nacido en 1906). La inclusión de
Gil-Albert dentro de esta generación aca-
so pueda resultar un tanto sorprendente,
pero, a pesar de su valoración tardía y de
sus años de exilio, el escritor alcoyano pu-
blicó sus primeros libros al tiempo que el
resto de compañeros de generación. Todos
ellos procedían de una extracción social
común, la burguesía media o alta, y habían
cursado estudios universitarios: Filosofía y
Letras, Derecho o incluso Arquitectura.
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vuelve un símbolo abarcador de la fuerza pasaron por las cárceles del franquismo.
irresistible de los instintos naturales. Aunque como grupo cohesionado solo
permanecieran aquellos poetas que du-
Dentro de ese proceso de rehumanización rante la contienda apoyaron al bando de
al que asiste la poesía de Miguel Hernán- los sublevados, en todos ellos –vencedo-
dez –y la del resto de poetas del 36, antes res o vencidos– se produjo una intros-
o después–, el amor es uno de los temas pección, y su poesía se recluyó en lo co-
privilegiados, especialmente en algunos tidiano. Así lo señala Alicia M. Raffucci
de los sonetos que integran la muestra. La de Lockwood en un artículo sobre la poe-
poesía de Miguel Hernández alcanza en sía de Luis Rosales: «La nueva dirección
los sonetos de El rayo que no cesa una de humana que refleja la poesía de Rosales
sus cimas más altas. No en vano, fue Her- corresponde a la sufrida por la poesía de
nández quien inició de manera más deci- Miguel Hernández y Arturo Serrano Pla-
dida la evolución del clasicismo al roman- ja. Él mismo ha dicho recientemente que
ticismo –«rehumanización»– dentro de la esta evolución hacia lo humano es carac-
poesía del 36. Así lo ha visto, por ejemplo, terística común a todos sus congéneres»
Agustín Sánchez Vidal (1992: 55-56): (1971: 490). Regreso de Jorge
Uno de los casos más llamativos fue el Guillén a Madrid
en un paréntesis
Sin embargo, ya en sus sonetos, y sobre de Miguel Hernández, quien, al final de
de su exilio (1951).
todo en las composiciones más distendidas su vida, trabajó en su famoso Cancione- Sentados, Gerardo
como «Un carnívoro cuchillo», «Me lla- ro y romancero de ausencias, un auténtico Diego, Jorge
mo barro...» o la «Elegía a Ramón Sijé» modelo de la introspección que hemos se- Guillén, Vicente
(que son las que vertebran el libro), se ba- ñalado arriba. Germán Bleiberg, que pasó Aleixandre, Melchor
Fernández Almagro
rrunta con claridad el Miguel Hernández gran parte de la década del cuarenta entre
y Dámaso Alonso;
de la «poesía impura» y de un erotismo rejas, volvió, hacia el final de la misma, en pie, Germán
más desinhibido y coherente con una cos- a publicar algunos libros de poesía como Bleiberg, José María
movisión propia que se va perfilando lejos Más allá de las ruinas (1947), El poeta au- Valverde, Luis
de la tutela de Sijé y en la órbita de Pablo sente (1948) o La mutua primavera (1948). Rosales, Dionisio
Ridruejo, Carlos
Neruda y Vicente Aleixandre. Cambio En 1961, sin embargo, se marchó a Es- Bousoño y Luis
que se explica por la laboriosa gestación tados Unidos, donde trabajó como profe- Felipe Vivanco
de El rayo que no cesa, llevada a cabo en sor. Su experiencia personal la ha relatado (Foto de Nuño)
los años 1934 y 1935. Y si en el verano
de 1934 está escribiendo para El Gallo
Crisis y publica su auto sacramental, en
el de 1935 su producción va destinada a
Caballo Verde para la Poesía y escribe su
drama Los hijos de la piedra, que será
el arranque –aún dubitativo y contradic-
torio– de sus escritos de signo proletario.
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Miguel Hernández entre dos generaciones
Bibliografía
sis, 1996. Madrid, Espasa Calpe, 1992, pp. 27-
Osuna, Rafael, Las revistas españolas entre 111.
dos dictaduras (1931-1939), Valencia,
Pre-Textos, 1986.
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Trabajar la mirada
La poesía de las cosas en Miguel Hernández
Luis Bagué Quílez
Universidad de Alicante
L
a Poesía de Miguel Hernández mítica que Chevallier denomina la agri-
muestra un especial interés por cultura de la muerte (Chevallier, [1974]
los objetos de la vida cotidiana, 1978: 161). Por otra parte, la asimilación
que aparecen ligados a su desarrollo esté- acelerada de la modernidad favorece en el
tico e ideológico. En el autor, la voluntad poeta una rápida adaptación al horizonte
contemplativa no se atiene a los límites fí- de expectativas de la lírica contemporá- Arcadio Blasco,
Homenaje a Miguel
sicos de la observación, sino que pretende nea. En efecto, uno de los rasgos de esa Hernández
interiorizar la naturaleza diversa y plural modernidad recién instaurada es la asun- (Fundación Cultural
de lo contemplado. Así, cabe destacar la ción de un materialismo lingüístico que Miguel Hernández)
porosidad de una mirada que busca se-
mejanzas entre elementos dispares y que
aspira a apropiarse de sus cualidades aní-
micas. Esa avidez visual se orienta hacia el
descubrimiento de determinados paisajes
del alma en los que la realidad exterior se
completa con la vocación introspectiva.
Por lo que respecta a la relación del poeta
con la materia, conviven en su obra dos
fuerzas complementarias: el telurismo
campesino y la modernidad lírica.
Por una parte, la percepción sensorial
e instintiva del mundo rural desemboca
en una expresión orgánica caracterizada
por el hilozoísmo y el vitalismo. La doc-
trina animista de Miguel Hernández es
un auténtico sistema intelectual, vincula-
do a una concepción psicológica de base
empirista: «pensar que la materia se halla
espiritualizada y que, en última instancia,
materia y espíritu se confunden» (Care-
nas, 1992: 21). La tendencia a la fusión
panteísta y a la trascendencia telúrica se
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Trabajar la mirada
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Luis Bagué Quílez
Así sea la poesía que buscamos, gastada El siguiente hito en este recorrido con-
como por un ácido por los deberes de la duce a los poemas de guerra agrupados
mano, penetrada por el sudor y el humo, en Viento del pueblo (1937) y El hombre
oliente a orina y a azucena, salpicada acecha (1939), a los que se puede consi-
por las diversas profesiones que se ejer- derar como un solo núcleo de sentido o
cen dentro y fuera de la ley. Una poesía una única etapa de su ciclo literario. Si
impura como un traje, como un cuerpo, bien hay diferencias tonales entre ambos
con manchas de nutrición, y actitudes libros (entusiasmo heroico en el primero
vergonzosas, con arrugas, observaciones, y pesimismo retórico en el segundo), es-
sueños, vigilias, profecías, declaraciones tas variaciones deben atribuirse al entor-
de amor y de odio, bestias, sacudidas, no histórico en el que se inscriben más
idilios, creencias políticas, negaciones, que a la realidad poética que los explica
dudas, afirmaciones, impuestos (cf. Cano (cf. Salaün, 1978: 197-198). No en vano,
Ballesta, 1992: 333). los textos compuestos entre 1936 y 1939
nacen de una circunstancia externa al yo,
Influido por el magisterio cercano de pero en la cual el sujeto se reconoce: el
Neruda, Miguel Hernández contempla soporte físico del campo de batalla. En
los objetos como símbolos emotivos que Viento del pueblo, Miguel Hernández se
intentan conciliar las contradicciones ín- presenta como un poeta-soldado inmerso
timas y cordiales del ser humano (cf. Cer- en la contienda. El conjunto revela una
vera, 1993: 815-821). El sendero de la re- autenticidad cívica que se acoge a los mo-
humanización lleva al vitalismo trágico de dos de la poesía de urgencia, pero que no
El rayo que no cesa (1936), que propone renuncia a imprimir una huella personal
una recodificación de la tradición clásica en el discurso. Hernández cree que el
y de sus principales focos temáticos. Más poeta del pueblo –desde el pueblo antes
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Trabajar la mirada
que para el pueblo– no puede reducirse hacia la estética proletarizante del realis-
a la expresión de consignas políticas. Su mo socialista, significó uncir el mundo
lenguaje ha de tender hacia un propósito elemental y neutro de los objetos al carro
más elevado: las «cumbres más hermosas» de las creencias y las pretensiones ideoló-
a las que se refiere en su dedicatoria a Vi- gicas (Prieto de Paula, 1993: 565).
cente Aleixandre.
En este libro cobran especial relevancia La representación emblemática de la so-
los dos sustantivos vinculados en el títu- ciedad rural tiene un sentido sublimador
lo: viento y pueblo. El viento incorpora la parecido al que, desde distintas premisas
imagen de un júbilo exaltado en la unión ideológicas, había propugnado Ramón de
fraterna con la humanidad. Su silbido es Basterra en Las ubres luminosas (1923) y
la voz del escritor combatiente, que de- en las dos partes de Vírulo (1924-1927).
sea fundirse con los valores comunitarios Para Miguel Hernández, los objetos con-
y cantar su epopeya colectiva (cf. Cheva- tienen a sus dueños o se encarnan en
llier, [1974] 1978: 291-294). A su vez, el ellos, gracias a la aleación entre el cuerpo
pueblo no es sólo un concepto abstracto, humano y los utensilios que simbolizan
sino una entidad casi tangible, localizada su esfuerzo. La percepción visual y táctil
en una geografía concreta. Aunque se tra- de la batalla se vale habitualmente de la
ta de una construcción idealizada, en ella sinestesia, que sugiere la unión entre las
conviven matices opuestos. La noción de sensaciones y la materia inerte. En esta di-
pueblo, como esencia nacional, convoca rección apuntan los «yunques / torrencia-
una imprecisa nostalgia de connotaciones les de las lágrimas» («Vientos del pueblo»), Joan Castejón,
Homenaje a Miguel
fascistas. Sin embargo, Miguel Hernández la «carne de yugo» («El niño yuntero»), los Hernández
le añade algunas implicaciones de carácter «ojos de granito amenazante» y las «lá- (Fundación Cultural
liberal: la defensa de un realismo que pre- grimas de hierro» («Elegía segunda»), los Miguel Hernández)
tende profundizar en la organización del
sistema social (cf. Zavala, 1993: 147-154).
La toma de conciencia de Miguel Her-
nández permite abrir la puerta de la calle
en la que se encuentran algunos autores
del 27, como Rafael Alberti o Emilio Pra-
dos. El yo no es ahora una instancia inter-
subjetiva, ni un mero portavoz anónimo de
la comunidad, sino un sujeto con señas de
identidad individuales. La experiencia del
combate determina que la objetivación de
Viento del pueblo ya no remita al mundo
natural de Perito en lunas; al contrario, la
realidad campesina se enmarca en el con-
texto de una batalla simbólica protagoni-
zada por los objetos:
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Palmera, de J. A.
Muñoz Grau
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Trabajar la mirada
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Luis Bagué Quílez
los objetos adquieran una nueva vibra- sobre el trasfondo de la Historia colec-
ción cordial y se impregnen de los mati- tiva. Miguel Hernández logra una difícil
ces afectivos que experimenta quien los armonía entre la personalidad de su voz
contempla. El observador y lo observado y la vocación transferible de su experien-
coinciden en una misma aspiración: la cia. En ese precario equilibrio reside la
defensa de la libertad como realización autenticidad humana y poética a la que
suprema. En suma, el poeta-poeta y el se refería Antonio Gamoneda en «Ver-
poeta-soldado de su producción anterior dad» («Exentos, I», 1956-1960): «y se te
confluyen ahora en la figura de un poeta- representa la justicia de las cosas, / es de-
hombre que relata su historia particular cir, / la poesía de las cosas».
Notas
1. En opinión de Concha Zardoya, los objetos la vinculación entre los recursos retóricos de
sufren un proceso de transustanciación, pues Quevedo y los de Miguel Hernández (cf. Díez
cabe afirmar que «lo inerte se dinamifica, se de Revenga, 2003: 189-197).
animaliza o vegetaliza; que lo mismo ocurre
3. La anécdota del poema se explicita en la
con lo astral, y aun llega a casos de humaniza-
carta que acompañaba al texto original, y que
ción; que lo inasible se corporiza; que lo inerte
Miguel Hernández envió a Josefina Manresa
se licúa en ocasiones y que lo líquido se vuelve
el 12 de septiembre de 1939, en respuesta a
sólida materia» (Zardoya, 1975: 111).
otra carta de su mujer donde ella le decía que
2. Este simbolismo favorece una reelaboración sólo comía pan y cebolla: «Estos días me los
tópica en sintonía con los modelos elocutivos he pasado cavilando sobre tu situación, cada
del Siglo de Oro: la brevedad de la rosa en día más difícil. El olor de la cebolla que comes
«Si nosotros viviéramos / lo que la rosa, con me llega hasta aquí y mi niño se sentirá in-
su intensidad» o las referencias a las presen- dignado de mamar y sacar zumo de cebolla en
tes sucesiones de difunto en «Cadáveres vivos vez de leche. Para que te consueles, te mando
somos / en el horizonte, lejos» (Hernández, estas coplillas que le he hecho...» (Hernández,
1992: 693), de honda raigambre quevedesca. 1992: 1133).
Díez de Revenga ha estudiado recientemente
Bibliografía
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Trabajar la mirada
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so de simbolización en Cancionero y y perfección espiritual en el itinerario
romancero de ausencias», en Serge Sa- poético de Miguel Hernández», en Ser-
laün y Javier Pérez Bazo (eds.), cit. infra ge Salaün y Javier Pérez Bazo (eds.), cit.
[1996], pp. 243-258. supra [1996], pp. 123-131.
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Eros y Psique en El rayo que
no cesa
José Luis Ferris
Universidad Miguel Hernández
E
n febrero De 1935, Miguel Her- esos primeros meses en la capital, Miguel
nández traslada su residencia a ya había dado sobradas muestras de su
Madrid, tratando de reconciliarse incipiente anticlericalismo y de una con-
con la corte y con aquellos ambientes que ciencia ideológica bastante alejada de la
le fueron hostiles tiempo atrás. Su amistad actitud conservadora de su amigo de Ori-
con Pablo Neruda y, sobre todo, la recien- huela. Ni que decir tiene que Miguel lle-
te relación con José María de Cossío, de- vaba un tiempo experimentando una len-
bieron de ser decisivas para su progresiva ta transformación en la que participaban
integración en ciertos núcleos culturales. diversos factores; entre ellos, la influencia
La prueba es que fue este último, Cossío, de sus nuevas amistades, su contacto más
quien le ofreció un trabajo que se ajustaba directo con la suerte de esos deshereda-
en cierto modo a su perfil: el puesto de se- dos que pudo conocer mejor a través de
cretario particular para colaborar con él en las Misiones Pedagógicas y, sobre todo,
la elaboración del último tomo de la enci-
clopedia Los toros, obra que dirigía Ortega
y Gasset y de la que Cossío era director
literario.
Su nuevo trabajo le situaba asimismo
en el centro de la actividad intelectual y le
permitía reafirmar afectos y ampliar con-
tactos, además de proporcionarle –convie-
ne tenerlo en cuenta– una riqueza léxica,
iconográfica, que, junto a su reciente ex-
periencia con los artistas de Vallecas y lo
aprehendido de Bergamín y Gómez de la
Serna, fomentaría más aún su imaginería
taurina, tan presente en los sonetos de su
libro futuro El rayo que no cesa.
Quien no podía permanecer ajeno a
los nuevos rumbos que parecía tomar la
vida de Hernández era, sin duda, su ami-
Psique y Amor, de
go Ramón Sijé, siempre preocupado por el François Gerard
efecto de todas esas influencias. Y no le (Museo del Louvre,
faltaban razones para ello, pues durante París)
Toros ibéricos, de
Alberto Sánchez, y
Altea, de Benjamín
Palencia
(Escuela de
Vallecas)
ese germen que siempre estuvo latente en sufriendo Miguel conllevaba al mismo
él y que venía determinado por su humilde tiempo un replanteamiento de su relación
procedencia social, en nada comparable a con Josefina Manresa. El poeta no tardaría
la de su compañero Sijé. Lo cierto era que en reconocer que Josefina estaba muy le-
Miguel se comenzaba a sentir voz y parte jos de su mundo, y que su capacidad y su
de esa elite de escritores y artistas que ca- voluntad para aceptarlo como era, para en-
pitaneaba la cultura del momento, y que tender y compartir con él la aventura de la
ya no se veía a sí mismo como una presen- poesía, era un reto imposible. La tensión
cia extraña en medio de todos ellos. iba creciendo entre los enamorados gene-
Otro hecho sin duda decisivo fue su en- rando más y más desconfianza, de modo
cuentro con el poeta Vicente Aleixandre que, entrado el mes de julio y después de
durante la primavera de ese año de 1935. cinco meses sin pisar su pueblo, el poeta
Si clara parece la influencia de la Escue- le envía una carta cargada de elocuencia:
la de Vallecas como elemento catalizador
en ese tránsito de la poesía pura a la com- Mira, Josefina, creo que no podré ir a
prometida y revolucionaria, no menos im- Orihuela ni para agosto siquiera; no
portante habría de ser para Hernández el te quiero engañar. Si voy, será más que
descubrimiento de esa vía neorromántica milagro... No es que me haya engañado
que le proporcionó el surrealismo poético contigo, Josefina; la que tal vez se haya
de Neruda y Aleixandre. engañado eres tú; esto te lo digo no como
También esa primavera, la relación con reproche a ti, sino a mí mismo; me parece
Josefina Manresa, su novia oriolana, co- que no soy el hombre que tú necesitas...:
menzaría a experimentar un deterioro de yo tengo mi vida aquí en Madrid, me se-
consecuencias importantes en su obra líri- ría imposible vivir en Orihuela ya; tengo
ca. Conforme avanzaban las semanas, los amistades que me comprenden perfecta-
meses, la correspondencia entre ambos se mente, ahí ni me comprende nadie ni a
iba distanciando y las pocas letras que se nadie le importa nada lo que hago... Yo
dedicaban empezaban a adquirir un tono quisiera, Josefina, que no sufrieras por
claro de reproche y de frialdad. A comienzos mí, que te olvidaras un poquito de mí; no
de mayo ya se advierte un extraño juego de creo que te sea difícil.
afirmaciones y negaciones en las palabras
de Miguel, quien atribuye su tardanza en Su última misiva, del 27 de julio de 1935,
contestar al mucho trabajo que le ocupaba en la que parecía dar por concluido ese no-
su labor en la enciclopedia de Los toros. viazgo apenas consumado y esencialmente
Conviene tener presente que el proceso epistolar, mostraba a un Miguel contun-
de transformación ideológica que estaba dente en sus afirmaciones que atacaba
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
con firmeza la falsa moral provinciana que a tanta gente, que se me amontonan un
había provocado el desenlace entre ellos. poco en la memoria», confesaba a Carlos
No hubo ya más cartas. Atrás quedaban G. Santa Cecilia en entrevista en El País,
los poemas de amor inspirados en la joven el 23 de julio de 1989–, ni tampoco la vo-
costurera de pelo negro y ondulado: «Pri- luntad de Miguel hicieron nada por airear
mavera celosa», «Tus cartas son un vino», el idilio. Pero lo cierto es que aquella re-
«Todo me sobra», y un largo conjunto de lación caló y mucho en el ánimo de Her-
sonetos campesinos donde la voz del poe- nández y sí que llegó a trascender más de
ta es queja y pena siempre por ese exceso lo que el poeta hubiera deseado. El pintor
de puritanismo de la amada que le arranca Paco Díe, amigo de ambos, llevó la noti-
un ay constante y que le impide realizarse cia a los más íntimos amigos de Miguel
como amado y como hombre. en Orihuela, de la que darían posterior
Miguel había dejado bien saldada su cuenta Augusto Pescador y Efrén Fenoll
cuenta al inmortalizar para siempre en sus a requerimiento de algún biógrafo. Según
poemas esa relación que no parecía tener señala Sánchez Vidal, testigos de aquella
futuro alguno. Y la conciencia de este he- época sostienen que fue Maruja Mallo la
cho le lleva a publicar los tres sonetos que primera mujer que cató el poeta, y lo cier-
mejor resumen esa etapa vencida del poe- to es que la experiencia vivida entre ambos
ta –«Me tiraste un limón, y tan amargo», llegó a ser vox populi en aquel Madrid de
«Te me mueres de casta y de sencilla» y 1935, hasta el punto de quedar recogida
«Una querencia tengo por tu acento»–, en la memoria de testigos de excepción
únicas composiciones de El rayo que no como Camilo José Cela, compañero de
cesa atribuibles a la inspiración de Josefi- Miguel en las tertulias dominicales en
na, la segunda de ellas publicada con el casa de María Zambrano y amigo personal
título de «Pastora de mis besos» en la re- del escultor Cristino Mallo, hermano de
vista Rumbos de Víctor González Gil el 15 la pintora. De esta singular historia, nos
de junio de 1935, poco antes de la anun- proporciona Cela un valioso documento:
ciada ruptura.
Buena parte de los biógrafos de Her- Con algunos amigos literarios me iba a
nández coincide al atribuir la citada se- bañar los domingos a La Poveda, en el río
paración al cambio ideológico del poeta Henares…; al llegar a San Fernando el
y a factores muchas veces externos, pero tren cambiaba de máquina, le ponían una
datos suficientemente contrastados nos más pequeña y que pesaba menos porque
obligan a pensar que la razón más podero-
sa que llevó a Miguel a desencadenar ese
distanciamiento con Josefina fue la rela-
ción que el poeta comenzó a mantener en
ese tiempo con la pintora Maruja Mallo
(Ferris, 2004). Hay demasiadas evidencias
flotando sobre ese mar de olvido y desme-
moria como para obviar las consecuen-
cias literarias que llegó a generar el acer-
camiento entre la artista y el poeta. Sin
embargo, ni el posterior silencio de ella,
perfectamente razonable si aceptamos la
discreción y las evasivas con que Mallo
trató siempre ciertos aspectos de su vida
privada –«Yo he jodido tanto y he conocido Maruja Mallo
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José Luis Ferris
el puente no brindaba muchas garantías contraste que representa con la novia pue-
de seguridad. Miguel Hernández y Ma- blerina» (Ifach, 1982: 58).
ruja Mallo tenían amores e iban a meter- Lo cierto es que pintora y escritor se han
se mano y a hacer lo que podían debajo visto con relativa frecuencia desde que se
del puente, pero los poetas los breábamos encontraran, por primera vez, en casa de
con boñigas de vaca y entonces ellos te- Neruda. Miguel, que no descarta su re-
nían que irse a la otra orilla a terminar greso al teatro con un nuevo drama que
de amarse en la dehesa que allí había ya le ronda esos días, Los hijos de la piedra,
que, a lo que parece, los toros bravos eran inspirado en los sucesos de Casas Viejas,
más acogedores y menos agresivos que los ha recibido el apoyo de Maruja, quien le
poetas líricos» (2001: 178-179). garantiza encargarse de los decorados de
la obra y trabajar en común para ese nue-
Cela nos ha puesto en la pista de lo que vo proyecto. Fiel a los principios estéticos
pudo ser en esos días de comienzos de ve- de la Escuela de Vallecas, ella ha pensado
rano el marco para que Miguel y la pintora poblar el escenario de retamas, arcillas, es-
llevaran algo más lejos de lo común una partos, espigas y texturas que se ajusten a
amistad que se presta a diversas lecturas. la poética montesca de Miguel. Pero para
No cabe duda de que los dos habían su- entender de modo más profundo las afini-
frido, como señala María de Gracia Ifach, dades que unían a ambos, conviene repa-
una atracción mutua: «Ella es pintora, sar ciertos aspectos de la obra y la persona-
ilustra la Revista de Occidente, ha pintado lidad de la pintora, quien, en esas fechas
decoraciones del teatro de Rafael Alberti y de 1935, había dado un giro a su estética
presentado cuadros en una sala de París. y se encontraba ya muy próxima a un arte
Ha habido un recíproco deslumbramien- inspirado plenamente en la naturaleza, en
to, él por encontrarla encantadora dentro la investigación de nuevos materiales, en
de su arte y su simpatía, y ella por parecer- la fascinación por tres motivos figurativos
le digno de enamoramiento el muchacho esenciales en su plástica: el trigo, el olivo y
rústico que escribe buena, auténtica, poe- los viñedos, así como en el trabajo del hom-
sía». La misma biógrafa señala que Ma- bre en el medio rural. Pero en Mallo había
Maruja Mallo,
ruja Mallo «conquista al poeta atraída por un antecedente surrealista que la había lle-
Sorpresa del trigo, su ingenuidad y su pureza», seducción a vado, en 1932, a París, donde triunfa en la
1936 la que Miguel corresponde «quizá por el exposición individual que en la sala Pierre
Loeb llega a congregar a los artistas más
destacados del momento, desde Picasso a
André Breton, Paul Éluard, Jean Cassou
o Vicente Huidobro. Esta obra, conocida
como la serie Cloacas y campanarios, es la
que inicialmente contempló Miguel, pues
el cambio experimentado por la artista ga-
llega hacia las llamadas Arquitecturas rura-
les y su obra cumbre de ese nuevo periodo,
Sorpresa del trigo, se gesta en el tiempo
en que ambos tuvieron la relación más
intensa. Miguel Hernández halló en los
cuadros de la serie Cloacas y campanarios
elementos de suficiente interés como para
asumirlos en su obra lírica, siempre en
evolución, en pleno proceso, y fundir los
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
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José Luis Ferris
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
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José Luis Ferris
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
una mujer desinhibida, libre, alocada y Orihuela es tan claro que apenas le escri-
dispuesta a infringir cualquier ley que se be por no aumentar el disgusto de Sijé, por
interponga a sus deseos. Y para distinguir no hacer más mella en su delicada salud.
mejor a una de otra, el propio Hernández Este, pese a todo, continuaba aún con su
recurre al código secreto de esa iconogra- ofensiva para recuperar al poeta, y así lo
fía que ha hecho suya tras su contacto con llegó a manifestar en una carta del 12 de
la Escuela de Vallecas y que comparte en mayo de 1935: «Miguel: acuérdate de tu
su totalidad con la simbología plástica de nombre. Te debes, y no a nadie... Tú me
la pintora gallega. Los cuatro sonetos de dices que Orihuela ahoga, amarga, duele,
Imagen de tu huella, escritos en esa pri- hiere con sus sacristanes y sus tonterías de
mera fase de deslumbramiento y vitalis- siempre... Mas Orihuela es la Categoría...
mo –el poeta se muestra dichoso tras sus Yo, por el contrario, no podré vivir nunca
iniciáticos encuentros campestres con la en Madrid... Te convendría, Miguel, venir
artista– habla ya de tactos, de manos, de unos días...».
labios rojos que le llenan de dulces cam- Por una carta enviada al matrimonio
panarios, de noctámbulos ardores. Ella le Carmen Conde y Antonio Oliver, sabemos
ha dado la dimensión de varón que tanto que Miguel se trasladó a Cartagena a fina-
ansiaba, la condición masculina y plena les de agosto de 1935 para participar en
tras consumar el rito amoroso en medio de el homenaje a Lope de Vega organizado
los campos exultantes de cosechas. por la Universidad Popular, pero también
Un simple rastreo por estos cuatro so- a disfrutar de unos días de sosiego con los
netos nos proporciona, por último, un ma- amigos murcianos que tan buena acogi-
nantial de semejanzas con el mundo plás- da le habían dispensado dos años antes,
tico de Maruja Mallo y con los textos en cuando presentó en esa misma Universi-
los que narra sus bucólicas escapadas con dad su Perito en lunas y su «Elegía-media
Miguel. Desde el primer poema –en el que del toro».
curiosamente trata a la amada de usted–, Con Carmen Conde, Antonio Oliver,
los términos que aparecen corresponden a José Rodríguez Cánovas y otros amigos
esos paisajes y a ese léxico de reciente ad- cartageneros aprovecha esos días de es-
quisición que lleva el sello inconfundible tancia en la costa murciana para visitar el Miguel Hernández,
en Cabo de Palos,
del grupo vallecano y la materia elemental Cabo de Palos y recordar en aquel rincón, hacia 1935
de la iconografía empleada por la pintora: frente al mar, al escritor Gabriel Miró y al (Fundación Cultural
abismos, barrancas, vegetales, huesos, espi- poeta Andrés Cegarra, fallecido en 1928. Miguel Hernández)
nos, campanarios, cardos, hinojos, cumbre,
relámpago, siembra, esquilas, arboledas,
campos... Solo en el libro en que culminará
todo este proceso, El rayo que no cesa, el
poeta variará el tono de estas composicio-
nes para imponerles un signo tragicista al
sentirse burlado y seriamente herido por el
desprecio indolente de la amada. Pero esta
obra no verá la luz hasta enero de 1936 y
todavía nos hallamos en mitad de 1935.
Sabemos que la poesía de Hernández
es ahora un producto nuevo, libre de ad-
herencias religiosas y eminentemente
amoroso y encendido por las razones ya
expuestas. Su alejamiento del amigo de
57
José Luis Ferris
Entre ellos, por supuesto, está la hermana es que el poeta encuentra en el lugar más
de Andrés, María Cegarra Salcedo. Miguel insospechado a la criatura que puede re-
se ha encontrado de nuevo con esa vieja solver la crisis que le asiste, y el hecho que
amiga que conoció en la inauguración del desencadena tal supuesto es la visita que
busto a Miró en la Glorieta de Orihuela realiza esos días a La Unión, el pueblo de
y que volvería a ver en julio de 1933 en María Cegarra, con la que pasea y recorre
su primera visita a Cartagena. Pero ahora el paisaje de las minas bajo una puesta de
Hernández no es el mismo de entonces. sol que no se borrará de su memoria en
La crisis sentimental que le tiene herido mucho tiempo.
tras su ruptura con Josefina y su todavía A primeros de septiembre, ya en Ma-
encendido trauma amoroso con Maruja drid y por medio de una carta escrita nada
Mallo, le convierte en un hombre vulne- más pisar la capital a sus amigos mur-
rable, abierto a cualquier otra posibilidad cianos, manifiesta su interés por María
que le depare mejor futuro. Ni su novia Cegarra, con la que, sin duda, tiene es-
de Orihuela era mujer para él por demos- peranzadores planes: «Estoy aquí y ya no
tradas diferencias, ni la pintora le ha dado sé si he estado ahí, con vosotros, con los
otra opción que el desengaño y la frustra- molinos, con el mar y las islas y María...
ción. Sin embargo, María Cegarra se pre- Quiero escribir pronto a María: sé que le
senta en aquel momento como la síntesis haría un bien grandísimo salir de su am-
de lo mejor de ambas: la sencillez humana biente mineral y familiar. Comprendo su
de una muchacha sin sofisticación algu- drama, y sería triste verla envejecer sola en
na y el talento de una mujer inteligente La Unión». En las palabras de Hernández
y comprensiva que además admira a Mi- se percibe también cierta actitud reden-
guel. María ejerce su profesión de perito tora, como si en su mano estuviera la po-
químico en unos laboratorios de análisis sibilidad de salvar a la muchacha de una
minerales y, además, es poeta. Ese mis- amarga soltería. Y en parte no le faltaban
mo año ha publicado su primer libro en la razones, porque durante su estancia en las
colección «Sudeste», Cristales míos, y no tierras mineras de La Unión, Miguel tuvo
descarta dedicarse también a la docencia tiempo de conocer la difícil situación de
como profesora de Física y Química. Por la muchacha, marcada por la enfermedad
si fuera poco, es diez años mayor que Her- y la muerte prematura de su hermano An-
Homenaje a nández, lo que añade de nuevo ese com- drés y por el dolor que su ausencia dejaría
Hernando Viñes,
Madrid, 1935
ponente que tanto seduce a Miguel des- en la familia. Pero María estaba además
(Fundación Cultural de que Delia se convirtiera en la amada muy atada a los suyos, ya que debido a la
Miguel Hernández) y protectora de Pablo Neruda. Lo cierto crisis de la actividad minera y a los esca-
sos ingresos de su padre, era ella la que
tenía que contribuir al sostenimiento de
la economía familiar. De ahí la insistencia
de Hernández por rescatar a la muchacha
de ese sino trágico que amenazaba conver-
tirla en una nueva Yerma, en una criatura
condenada a la soledad. En efecto, apenas
una semana después de dejar a María en
su refugio murciano, Hernández le escribe
desde Madrid una carta lo suficientemen-
te expresiva como para deducir de ella, sin
error, el gran impacto que le había causado
la muchacha (Rubio Paredes, 1998: 85):
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
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José Luis Ferris
esas materias en las que se sigue apoyando platónico o el aire petrarquista que tanto
Hernández para construir sus versos y que se adecua al sentimiento que la muchacha
no entran en conflicto alguno con el to- le provoca (Rubio Paredes, 1998: 94):
rrente metafórico y la cosmovisión de la
audacia surrealista. Mi apreciada María: Agradezco tu man-
Por estas fechas, el poeta oriolano com- dado de libros y letras infinitamente. Re-
bina los sonetos con el versolibrismo de parto unos entre mis mejores amigos y me
esa nueva poesía. Ha empezado a verter quedo con las otras para siempre. Alegra
en el molde de los catorce versos los estí- los ojos ver tus verdes cartas que huelen
mulos que, desde la distancia, le sugiere tan bien, que trae el cartero oliendo en-
y le provoca la muchacha de La Unión. tre las demás. Me asombra recibirlas con
Pero también ha soltado toda su energía ese olor penetrante que no le quitan ni
creadora en su «Oda entre arena y piedra a el roce con las otras, ni la cartera de los
Vicente Aleixandre», «Vecino de la muer- mensajeros, ni la distancia que recorre de
te» y «Mi sangre es un camino», tres poe- mano en mano y de tren en tren. Bueno
mas que marcan claramente su decisión ¿sabes que he acabado ya mi nueva cosa?
ideológica, su enérgico abandono del ca- Estoy muy contento por ahora; no sé si
tolicismo y su adscripción estética al ritual mañana mismo estaré de otro semblante
caudaloso y neorromántico de Aleixandre y corazón. No creo, no creo, María que-
y Neruda. rida, que yo sea nunca un poderoso del
A primeros de octubre, Miguel ve difu- dinero como tú quieres. Me enfada que
minarse todos sus quebrantos porque ha pienses eso de mí. Yo no tendré dinero
recibido un lote de libros de María Cega- nunca, María. No me sirve para nada.
rra para que los distribuya a sus amistades Me basta con tener el pan justo del día,
de Madrid y una carta perfumada que le y no preocuparme de si mañana será otro
hace mantener vivas las esperanzas hacia día…Te recuerdo muchísimo y espero
ella. Por esas fechas ya tiene compuestos que un día me des la noticia gozosa de
varios sonetos dedicados a la muchacha que vienes por aquí.
de La Unión, perfectamente diferencia- Saluda mucho a tu padre, madre y
dos del resto de composiciones inspiradas hermana, de quien recuerdo su voz y su
en Josefina o en Maruja Mallo por el tono confitura y tú acéptame esta mano que
que en ellos emplea, por el componente te tiendo idealmente. Miguel, tu amigo.
¡Adiós, María! [sin data; últimos días
de septiembre / primeros días de octu-
bre de 1935]
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
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Eros y Psique en El rayo que no cesa
modo, convienen analizar las razones que dar coherencia al corpus final de poemas
llevaron a María a atribuirse la dedicatoria que formará el libro, responde sobre todo
de El rayo que no cesa y, particularmente, a su sentimiento actual, al estado afecti-
la de esos primeros versos a los que tam- vo en que se encuentra exactamente ese
bién alude. El secreto guardado por Ma- mes de noviembre o diciembre de 1935.
ría Cegarra respecto a la correspondencia Sobre la mesa ha dispuestos los borradores
que decía conservar de Miguel fue por fin y las cuartillas de más de treinta compo-
desvelado tras la muerte de la escritora siciones amorosas que corresponden a la
murciana: sus herederos ofrecieron en pú- inspiración de tres mujeres distintas. Una
blica subasta celebrada en Madrid en oto- de ellas sale indudablemente victoriosa,
ño de 1994 los documentos de su archivo, ya que veintidós de esos poemas han sido
entre ellos las cartas que le dirigió Miguel creados bajo su influencia. Se trata de Ma-
Hernández. El tan ansiado epistolario se ruja Mallo. Los versos restantes tienen la
reducía a solo tres cartas, de las cuales, respectiva huella de María Cegarra –ocho
la primera ya había sido publicada en la sonetos– y de Josefina Manresa –tres poe-
revista Tránsito, de Murcia, en 1979. Las mas de tono muy semejante («una mano
otras dos, desconocidas hasta ese momen- cálida, y tan pura»)–. La decisión posterior
to, junto con todo el archivo de la escrito- del poeta le viene dada al descubrir que
ra, fueron adquiridas por la Diputación de hay en la mayoría de las composiciones un
Alicante. sentido tragicista, fatalista, si por ello se
Miguel comentaba textualmente en su entiende la exaltación de la pena amorosa
carta a Carmen Conde y Antonio Oliver el y de la crisis de identidad que le ha provo-
18 de octubre de 1935: «me han prometido cado la dependencia de otro ser, sin cuya
los Altolaguirre publicarme inmediatamen- presencia no se ve realizado como hombre
te mi libro de sonetos» (Hernández, 1992: («y mi voz sin tu trato se afemina»). La voz
2362). Parece claro que cuando el poeta quejumbrosa de Miguel predomina abru-
escribe su tercera y última misiva a María madoramente en casi todos sus textos, por
Cegarra, El rayo que no cesa se encuentra lo que resulta aconsejable, en aras de una
en esa fase de selección y ordenación a la mayor coherencia, eliminar los poemas de
que cualquier autor somete una obra que signo positivo y vitalista. Hay, sobre todo,
va a ser inmediatamente editada. La situa- cuatro de ellos que son la pura exaltación
ción de Hernández no es difícil de recons- del descubrimiento del amor físico, la li-
truir. Sabe que el libro que va entregar a bertad de los sentidos y la celebración de
la imprenta es, ante todo, una obra amo- esa iniciación sexual que se ha visto por fin
rosa concebida sobre el molde del soneto. cumplida en los brazos de Maruja Mallo.
Este hecho le lleva a descartar de su pro- Hernández sabe que esos cuatro poemas
ducción los poemas que responden a esa son el testimonio de ese momento tan
nueva estética neorromántica y surrealista, especial en su vida y los aparta del con-
esas composiciones de tono existencial que junto bajo el título de Imagen de tu huella.
se distinguen claramente del resto por su Son, ciertamente, el recuerdo vivo de esa
técnica de verso libre y su trasfondo social. imagen que le inundó, en un principio, de
Al reunir los sonetos, también elimina entusiasmo. Y es en esos sonetos de sutil
del conjunto aquellos que pertenecen a su vocación sexual, de amor y gratitud tras
pasado aldeano, los que fueron concebidos el acceso carnal del poeta, donde Miguel
al amor de Josefina Manresa y que, en su deja ya un rastro de términos y fórmulas
mayoría, conservan un acento religioso y que va a desarrollar posteriormente, acaso
un sabor pastoril que cree ya superados. El como un código secreto entre él y la pinto-
esquema de que se sirve, no obstante, para ra gallega, en los poemas de signo trágico
63
José Luis Ferris
64
Eros y Psique en El rayo que no cesa
ciudad de un puerto», «sollozos de todos del poeta y la necesidad que tenía de salir
los metales»... cuanto antes de esa soledad que le atena-
Contando con el apoyo inexcusable de zaba desde su fracaso con Maruja Mallo,
los datos biográficos recabados hasta aho- además del carácter impetuoso e instinti-
ra, podríamos entonces atribuir a María vo de Miguel. De hecho, la frase en cues-
Cegarra los sonetos 10, 13, 14, 19, 22, 24, tión no trascendió al libro, y solo se que-
25 y 30 (Soneto final): «Tengo estos huesos dó en el poema manuscrito que conservó
hechos a las penas», «Mi corazón no pue- siempre María.
de con la carga», «Silencio de metal triste La enigmática frase de la dedicatoria
y sonoro», «Yo sé que ver y oír a un triste que encabeza El rayo que no cesa sí que ha
enfada», «Vierto la red, esparzo las semi- dado pie a múltiples especulaciones. Pero
llas», «Fatiga tanto andar sobre la arena», tampoco resulta difícil elaborar una hipó-
«Al derramar tu voz su mansedumbre» y tesis a tenor de todo lo expuesto. Bien es
«Por desplumar arcángeles glaciales». El verdad que el libro fue concebido durante
resto de composiciones, salvo la «Elegía» los meses de ruptura con Josefina, esto es,
y los tres sonetos a Josefina Manresa, sería entre julio de 1935 y enero de 1936. Cuan-
enteramente, y no por exclusión, inspirado do la obra entra en imprenta (noviembre o
en Maruja Mallo. Pero también conviene diciembre de 1935), Miguel no se ha plan-
aclarar que El rayo que no cesa, esta obra teado regresar con ella y María Cegarra es
quevedesca y romántica, no parece posi- ya un sueño perdido que no da señales de
ble que fuera dedicada, como ella misma vida. Es entonces oportuno pensar que la
se atribuye, a María Cegarra. La primera musa que había inspirado dieciocho de las
razón responde a la fecha en que ésta ates- treinta composiciones del libro mereciera
tigua haber recibido los versos de Miguel: tal honor, máxime cuando había una pro-
«Cuando hizo El rayo que no cesa, me traía mesa de por medio y seguían manteniendo
los primeros versos del que luego ha sido frecuentes contactos por deberes profesio-
un libro, y me los dedicó a mí...». La mu- nales. Maruja era la dueña de ese carácter
chacha no podía referirse a otro momento desinhibido y alocado, con ese punto de
que aquel 26 y 27 de agosto de 1935 en
que el poeta acudió a Cartagena y paseó
con ella por los campos de La Unión. No
hubo posteriormente otra ocasión para
ellos. Y fue allí cuando Hernández le mos-
tró algunas composiciones de su libro y le
autografió una de ellas, concretamente el
soneto «¿No cesará este rayo que me habi-
ta?», que traía ya escrito de Madrid y nada
tenía que ver con la poeta murciana. En
él, por deferencia a esta nueva amiga que
prometía convertirse –siempre en la ima-
ginación de Miguel– en la solución a sus
problemas afectivos, escribió la encendida
frase de: «A mi queridísima María Cega-
rra, con todo el fervor de su Miguel Her-
nández». No debe extrañar a estas alturas Miguel Hernández
en Cartagena, hacia
una reacción tan efusiva apenas un día 1935
después del reencuentro con la mucha- (Fundación Cultural
cha. Recordemos el estado de postración Miguel Hernández)
65
José Luis Ferris
66
Eros y Psique en El rayo que no cesa
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67
Reflexiones sobre los pilares de
El rayo que no cesa
Francisco Estévez Regidor
Universidad de Torino (Italia)
L
a luz CaDa vez más viva que al de los clásicos del Siglo de Oro, por cuyo
cabo de una centuria se empieza influjo será llamado «pastor gongorino y
a arrojar sobre ciertas obras, y el calderoniano» (Guillén, 1977: 38), a sus
gradual oscurecimiento de otras, permiten coetáneos, con especial detenimiento en
en este punto separar las joyas de la paco- Aleixandre y Neruda, como es sabido. En-
tilla. Tal discriminación sería insuficiente tonces, sin despreciar la raigambre biográ-
si no se intentara penetrar en la diferen- fica, debemos leer con la prevención ade-
cia de naturaleza que separa las unas de cuada y limitar a lo que tiene de justo aquel
las otras. Esta función de criba cultural aforismo suyo: «El limonero de mi huerto
confiere sentido al constante análisis que influye más en mi obra que todos los poetas
recibe lo que podría denominarse como el juntos» (Hernández, 1986: 90); donde ate-
«caso Miguel Hernández». Sin caer en mi- núa la importancia de la tradición y ensal-
tificaciones, siempre reductoras, podemos za con vanidad su originalidad1. Al fin y al
afirmar que su ejemplar trayectoria poéti- cabo, etiqueta reductora aquella de pastor-
ca, con una producción concentrada en poeta, aunque nuestro autor la enarbolará
poco más de una década, así lo requiere, siempre como raíz misma de su identidad,
pues resulta un modelo único en lo que
tiene de trágico y ejemplar en las partes
que su poesía tiene de excelsa.
Si aún gozara de prestigio el método
generacional, se tendería a encasillar pro-
blemáticamente al poeta oriolano en la des-
venturada generación del 36, mecida por
las tristes circunstancias a las que se vio so-
metido nuestro país. Sin embargo, Miguel
Hernández siempre ha resbalado en cual-
quier clasificación; es un caso singular de
extracción popular y formación autodidac-
ta, pero de acceso rápido a una poesía culta.
Debemos valorar el ascendente campesino
del autor, ya que escribe siempre desde un Dibujo de Miguel
Abad Miró para
Levante biográfico. Pero tampoco podemos El rayo que no cesa
olvidar cómo tamiza cada experiencia a tra- (Herederos de
vés de sus desordenadas lecturas, que van Miguel Abad Miró)
según observa Serge Salaün (1992: 12). de una mística de lo popular, mística de la
Buena cuenta de ello da la primera carta guerra (De Luis, 1998: 117-118). El punto
que escribiera a Vicente Aleixandre, en final con el que se cerraría su círculo poé-
cuyo final y bajo su firma escribe «Pastor tico implica una vuelta al esquema tradi-
de Orihuela». Además, la revista Estampa cional, con su poesía de la ausencia y de la
publica en 1932 un reportaje sobre Miguel, cárcel (Díez de Revenga, 1992: 31). En el
donde se le denomina «el cabrero poeta». bosquejo del Cancionero y romancero de au-
Leopoldo de Luis advierte que, si fue pas- sencias, podemos intuir la plenitud que ori-
tor, no fue pastor-poeta sino poeta-pastor, llaba su cosmogonía trágica. Las afinidades
«que en la prioridad de término va nada van desde Garcilaso y San Juan de la Cruz,
menos que una categoría» (1998: 27). Ha- pasando por Quevedo, hasta el surrealismo
brá que añadir, a los efectos de signo con- del Vicente Aleixandre de La destrucción o
trario de esta asociación, el desclasamiento el amor y al Pablo Neruda de Residencia en
que produce su ascenso a una esfera cultu- la tierra. En suma, humaniza, o por preci-
ral artística (Umbral, 1969). sar, naturaliza, de nuevo la poesía volviendo
La clasificación tradicional divide en cin- a los principios de conciencia histórica se-
co etapas la poesía de Miguel Hernández. guidos a comienzos de siglo por Machado
Sus primeros poemas, de fuerte halo este- y Unamuno: «Naturalizar la poesía, devol-
ticista, nacen al calor de la tradición, que verla a la Naturaleza y darle una expresión
dará paso a un fuerte periodo de experimen- más natural... de comunicación con la vida,
tación gongorina, reflejado en el malabaris- con la agricultura antes que con la cultu-
mo verbal de Perito en lunas. Tras conocer ra. A Miguel Hernández le correspondía,
a Josefina –y «conocerse es el relámpago», por casta, liberar a la poesía española de
cantaba Salinas– se abre su etapa amoro- un entendimiento burgués, esteticista, del
sa o de amor rechazado, cuyo epicentro lo lenguaje» (en Ifach, 1975: 87).
forma El rayo que no cesa, editado por Ma- El rayo que no cesa representa una ver-
nuel Altolaguirre y Concha Méndez en la dadera toma de conciencia del lenguaje
colección «Héroe», el 23 de enero de 1936, amoroso y erótico. Lo cual permite definir
en Madrid. Al poco de cosechar éxito su li- con precisión su cosmovisión definitiva.
brito por los cenáculos madrileños, estalló En una corta carrera poética donde la evo-
la guerra incivil, que cercena un desarrollo lución fue constante y rápida, este periodo
poético normal y modela caprichosamente resulta de intensa y veloz mutación. En
la trayectoria artística del poeta. La sacu- esta etapa se aleja de moldes expresivos
dida bélica escora su poesía hacia el com- gongorinos para dar cauce a una experien-
bate, poesía beligerante y de compromiso cia viva, directa, de amor no consumado,
aquella de Vientos del pueblo, la exaltación y volcarla a experiencia literaria. Prenda-
do en el recuerdo, en su segundo viaje a
Madrid lleva una muchacha que acucia su
más íntimo sentimiento. Esta muchacha
conocida a ratos en el taller de modista
donde ella trabajaba, se llama Josefina
Manresa. Su primer amor, y a la postre,
su único y verdadero amor. Compañera en
vida y versos, plasmación física del apasio-
nado querer hernandiano.
Otro condicionante externo conocido
Josefina Manresa en es la emancipación ideológica definitiva,
su juventud incluso el alejamiento afectivo, de Ramón
70
Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa
71
Francisco Estévez Regidor
72
Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa
amenaza de tragedia y la muerte, son los La segunda piedra angular de este rascacie-
contradictorios sentimientos que transmi- los poético la encontramos, precisamente,
te el símbolo del «cuchillo». en el centro exacto del libro. El poema que
Relacionada con la imagen anterior, ocupa dicho espacio es de nuevo, y no ar-
aparece en la segunda estrofa la metáfo- bitrariamente, distinto al soneto. Esta vez
ra del rayo, que ha sido interpretado como una silva. La voz lírica se describe en él:
símbolo de la pena, y si lo llevamos al ex- «Me llamo barro aunque Miguel me lla-
tremo, de la fatalidad: me». El poeta, brotado de la tierra misma,
define el difícil estado anímico que atra-
Rayo de metal crispado viesa. La imagen ha sido utilizada en otras
fulgentemente caído, ocasiones y en la misma clave; recordemos
picotea mi costado el aforismo en consonancia, sumamente
y hace en él un triste nido. revelador (Hernández, 1986: 121): «Iba yo
a modelarte y resultaste tú escultor, yo ba-
El picoteo onomatopeico aúna las imáge- rro». Y posteriormente, en la dedicatoria de
nes del cuchillo y el rayo, cuyos efectos Viento del pueblo, que escribiera a Vicente
devastadores serán desarrollados en los Aleixandre: «Nuestro cimiento será siem-
versos siguientes, «mi corazón con canas», pre el mismo: la tierra» (Hernández, 1992:
forzando al yo poemático a transitar a la 550). El poema proporciona, además, una
deriva de «la luna a la aldea». Entre los referencia para la interpretación de la serie
amantes se remata la imposibilidad de de metáforas que a lo largo de los sonetos
tiempos y de encuentro en la primera ad- se relacionan con la imagen primera de la
vocación a la amada, subrayada por la di- tierra (Chevallier, 1977: 96). Una vez más,
ferencia de itinerarios: «tu destino es de la vemos cómo la especial estructura del poe-
playa / y mi vocación del mar». mario, desde sus tres columnas poéticas,
Los tres únicos cambios de tiempo se convierte en clave de lectura.
verbal en el poema se dirigen al futuro y Por último, queremos señalar la céle-
ponen de relieve una contradicción más, bre «Elegía». La gran factura de la misma
la eternidad del sufrimiento y la inminen- arranca el elogio de Ortega y Gasset y de
cia de la muerte, liberadora en este caso: Juan Ramón Jiménez, aparte de certifi-
«Me hará a mi pesar eterno», «se pondrá car su madurez poética en los ambientes
el tiempo amarillo». Aunque, curiosamen-
te, es el propio tiempo el que languidece
y no la imagen del poeta fijada en la foto-
grafía. La referencia anafórica del cuchillo
perpetúa la violencia del desenlace final:
«Sigue, pues, sigue, cuchillo, / volando,
hiriendo. Algún día». A pesar de haberse
hendido «en mi vida», «mi costado», «mi
sien», «mis edades», «mi corazón», «mi ju-
ventud», «mis tristezas», «mi perdición»,
«mi vocación», «mi pesar», «mi fotogra-
fía»..., ese amor incesante y doloroso, vis-
to como tortura sin fin, puede ser vencido
siquiera con la muerte:
73
Francisco Estévez Regidor
Notas
1. Por señalar un ejemplo de la criba literaria 2. Marie Chevallier tiene diversa opinión acer-
a que somete su experiencia vivencial, en este ca de la estructura, al considerar que los tres
poemario, donde tanto se ha resaltado el fuer- poemas largos rompen la unidad formal inicial
te sustrato biográfico, el estudio del profesor del conjunto (Chevallier, 1992: 16).
Balcells revela la cantidad de intertextos, pe-
3. José María Balcells ha estudiado los casua-
trarquistas o contemporáneos, de los que se
les desplazamientos que origina la introduc-
alimenta la experiencia hernandiana antes de
ción in extremis de la «Elegía». Una nueva
ser volcada al poema (2004: 139-162).
simetría se origina con dos series de trece so-
netos separadas por el poema «Me llamo ba-
rro...» (2004: 141).
74
Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa
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[1976a].
75
El rayo como símbolo hernandiano
Una visión desde la etnografía
José Luis Puerto
Escritor
S
abiDo esque los símbolos consti- que vamos a abordar: el del rayo, que
tuyen una facultad humana vincu- aparece en el título de su obra poética
lada a dos importantes aspectos: más conocida (hoy no nos atreveríamos
el conocer y el significar. A través de ellos, a decir, sin embargo, que sea la mejor):
el ser humano establece vínculos y asocia- El rayo que no cesa (1936). El poeta, en
ciones entre elementos materiales e in- esta obra, se nos muestra sometido a un
materiales de la realidad, que le permiten cataclismo –vital y amoroso, sin duda–,
profundizar en vías más hondas de signifi- para la expresión del cual se sirve de imá-
cación y de conocimiento. Los símbolos, genes de tipo cósmico y meteorológico.
además, constituyen un recurso poético y Una de tales imágenes, sin duda de un
artístico de primer orden, ya que desarro-
llan una posibilidad humana (nacida indu-
dablemente de una facultad concedida a
nuestra especie) que podríamos llamar de
«poetización», esto es, de poner en prácti-
ca el arte de la sugerencia.
Los símbolos aparecen, dentro de las
creaciones del ser humano, tanto en el
imaginario verbal como en el iconográfi-
co. Y podemos encontrárnoslos no solo en
el ámbito culto, sino también en el de las
creaciones de tipo tradicional.
Por otra parte, los símbolos nunca fun-
cionan de modo aislado. Suelen mostrarse
en racimos de constelaciones, de modo
que las distintas ramificaciones simbóli-
cas establecen contactos entre sí, hasta
configurar una suerte de tupida red, cuyos
nódulos de significación se implican unos
con otros y van ampliando, disminuyendo
o modificando su carga significativa, se-
Júpiter, atribuido a
gún la configuración que tal red simbólica Jean Raon
alcance. (J. Paul Getty
Todo esto puede valernos para acer- Museum, Los
carnos al símbolo de Miguel Hernández Ángeles)
78
El rayo como símbolo hernandiano
79
José Luis Puerto
cordial, pues el rayo, como «carnívoro en torno a la cual el poeta articula otras,
cuchillo» procedente de lo alto –a modo como «duras cabelleras», «espadas» o «rí-
de flecha lanzada por una deidad que no gidas hogueras». Todo este arsenal puntia-
se identifica, algún tipo de Cupido– ha gudo y rígido apunta al corazón del poeta,
hecho que, en su interior cordial, anida- que reacciona frente a tal daño a través de
ra el amor. La acción del rayo-cuchillo no un nuevo oxímoron, que recalca de nuevo
ha terminado; de ahí que el poeta tenga la ambivalencia de toda esta constelación
que apostrofar al final del poema: «Sigue, simbólica: su corazón «muge y grita».
pues, sigue, cuchillo, / volando, hiriendo» Pero ahora el autor nos transmite una
(1976: 146). nueva información sobre tal rayo. Se nos
La constelación conceptual que el poe- dice que tiene su origen en el propio poe-
ma traza –rayo, cuchillo, ave, corazón– ta («de mí mismo tomó su procedencia»)
lleva adherida toda una carga semántica y que en él mismo ejerce «sus furores».
marcada por la negatividad: «cuchillo» En el poema aparecen, asociados con el
aparece marcado por el epíteto «carnívo- símbolo del rayo, dos elementos bien co-
ro», así como por una imagen que es al nocidos en la cultura tradicional –como
tiempo prosopopeya y casi oxímoron: «de veremos y analizaremos en sus respectivos
ala dulce y homicida». Tal cuchillo abre y apartados–, como son la fragua y la piedra.
cierra el poema. Su acción final, «volando, En el poema xii –un soneto, molde mé-
hiriendo», en gerundio, muestra la perma- trico absolutamente predominante, como
nencia del daño, una herida que no cesa, es bien sabido, en la obra; el que comienza
a la que el título del libro alude. «Una querencia tengo por tu acento»–, el
Como daño celeste, no es casual que se autor pide a la amada ausente, en el últi-
asocie con el concepto de vuelo, a través mo terceto, que acuda a serenar su pen-
de la insistencia en términos como «ala», samiento, «que desahoga en mí su eterno
«vuelo», «nido», «ave», «volando»... Ele- rayo». El continuo pensar en su amada es
mentos todos ellos que entretejen en el también como un rayo, que sume al poeta
poema una red conceptual que apunta a en la zozobra, impidiéndole todo estado de
una acción celeste, en este caso de natu- serenidad.
raleza dañina. Dañina, sí, pero contrapo- El soneto que lleva el número xiii no
siciones como las ya apuntadas –«amor alude expresamente al rayo, que sería uno
o infierno», «ala dulce y homicida»– nos de sus efectos, sino a la tormenta, como
indican ya desde el principio la ambivalen- cataclismo que al poeta sacude. En él nos
cia o naturaleza dual del símbolo. confiesa cómo «Mi corazón no puede con
El poema ii («¿No cesará este rayo la carga / de su amorosa y lóbrega tormen-
que me habita...?»), estructurado en sus ta» (1976: 158). Ahora ya lo comprende-
dos cuartetos por sendas interrogaciones mos: la tormenta que sacude su corazón es
retóricas, alude a cómo el rayo habita el de amor, es «amorosa y lóbrega». (El análi-
corazón del poeta, esto es, su parte cordial sis de los factores cromáticos y lumínicos
y afectiva. Y lo habita de dos modos que sombríos que recorren la obra también es
constituyen otras tantas imágenes –«de importante para entender el estado amo-
exasperadas fieras», «de fraguas coléricas y roso del poeta, expresado a través de ele-
herreras»–, una de tipo zoológico y de tipo mentos meteorológicos).
laboral la otra, para recalcar, a través de Al final de otro soneto (poema xx), des-
los epítetos «exasperadas» y «coléricas», el cubrimos una nueva analogía del rayo. El
estado turbulento en que se halla. La ana- propio poeta («un rayo soy sujeto a una re-
logía del rayo es la de un cuchillo mineral doma») aparece vinculado fatalmente a la
descendente –«terca estalactita»–, imagen redoma, que, acaso, al ser vasija de vidrio
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Significaciones antropológicas,
etnográficas, religiosas
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habla de las significaciones que tiene, que amorosa–, se nos muestra también, y ex-
también valen, claro, para El rayo que no presamente, como varón fecundador, si-
cesa (Eliade, 1986: 30): tuándonos dicho relato dentro de las mi-
tologías de la fecundidad. En uno de los
Quedémonos por el momento con esta sonetos más conocidos de la obra («Como
secuencia de imágenes míticas: los dio- el toro he nacido para el luto», poema
ses de la tormenta golpean la tierra con xxiii), Hernández establece una serie de
«piedras de rayo»; tienen por insignia el símiles, que estructuran las estrofas del
hacha doble y el martillo; la tormenta es soneto, entre el toro y él. Ya en el primer
el signo de la hierogamia cielo-tierra. Al cuarteto, se nos muestra marcado –al igual
batir su yunque los herreros imitan el ges- que el toro de su particular mitología– «por
to ejemplar del dios fuerte; son, en efecto, varón en la ingle con un fruto». Podemos
sus auxiliares. Toda esta mitología elabo- verlo, entonces, como Dios fuerte, como
rada en torno a la fecundidad agraria, a Varón fecundador. El telurismo de la obra
la metalurgia y al trabajo es [...] bastan- tendría entonces también un valor simbó-
te reciente. La metalurgia, posterior a la lico: la amada estaría vista como una con-
alfarería y la agricultura, se enmarca en creción del arquetipo femenino universal
un universo espiritual en el que el dios de la Gran Madre Tierra.
celeste, todavía presente en las fases et-
nológicas de la cosecha y la caza menor,
es definitivamente derrotado por el Dios La piedra: su presencia en
fuerte, el Varón fecundador, esposo de la El rayo que no cesa
Salvador Soria, Gran Madre terrestre.
Homenaje a Miguel
Hernández
Agustín Sánchez Vidal indica que «[l]a
(Fundación Cultural El poeta, en El rayo que no cesa –todo piedra es el símbolo básico de toda esta
Miguel Hernández) un relato de su tormenta o convulsión etapa de Miguel Hernández» (en Hernán-
dez, 1976: 103). En el ámbito simbólico
de El rayo que no cesa, aparece expresa-
mente vinculada por el poeta al rayo. Así
lo hace en el segundo de los poemas de la
obra, cuando indica expresamente: «Esta
obstinada piedra de mí brota / y sobre mí
dirige la insistencia / de sus lluviosos rayos
destructores» (147).
Aparecen aquí, además de la vincula-
ción piedra-rayo (ya veremos enseguida
las creencias tradicionales en las llamadas
«piedras del rayo»), dos epítetos aplicados
a estos últimos, configurando, de nuevo,
en una significación de la naturaleza del
oxímoron, un sentido ambivalente y dual:
los rayos son «lluviosos» (la lluvia como
símbolo de fecundidad, indica Eliade,
también es patrimonio de los dioses ce-
lestes y de la tormenta) y, por tanto, apa-
recerían marcados, en este caso, por lo
positivo, puesto que la lluvia hace posible
la fertilidad de la tierra; pero también son
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El rayo como símbolo hernandiano
Bibliografía
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Pérez Ledesma, Madrid, Alianza, 1986. Miguel Hernández, 1993.
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Entre El rayo que no cesa y Viento
del pueblo
Más datos poéticos sobre el proceso de creación
Carmen Alemany Bay
Universidad de Alicante
e
ntre Dos libros fundamenta- Hernández dedicó a algunos poetas. Re-
les de la trayectoria poética her- sultan especialmente sugerentes los esbo-
nandiana, El rayo que no cesa y zos que antecedieron a la versión definiti-
Viento del pueblo, Miguel Hernández es- va del poema «Oda entre arena y piedra a
cribió un conjunto de poemas –un total de Vicente Aleixandre»; la profundización en
17– que en su mayor parte fueron publi- ellos nos ayudará a llegar a nuevas conclu-
cados en revistas. Este corpus poético es siones sobre la presencia del poeta anda-
crucial porque supone un resumen de su luz en la poesía hernandiana.
poética inmediatamente anterior y un pri- Después de mucho tiempo de dedica-
mer atisbo de hacia dónde podría haberse ción intensa al soneto, Miguel Hernández
dirigido su creación. En este breve lapso se atreve con nuevas formas de creación a
de tiempo, que coincide con el segundo través de poemas cargados de libertad ver-
viaje del poeta a Madrid, el oriolano vivió sal que se acompañan de un renovado vo-
un profundo cambio estético e ideológico cabulario. Estas innovaciones tienen que
que tendría, obviamente, repercusiones
en sus escritos. La Guerra Civil española
rompió esas expectativas y sus versos deri-
varon hacia una poética de circunstancias
marcada por el acontecimiento bélico. En
cualquier caso, esas mutaciones no solo
son evidentes en las versiones definitivas
sino también en una nueva forma de en-
carar el proceso de creación.
El propósito de estas páginas es poner
en evidencia de qué manera esos cambios
llevaban implícita una nueva forma de ela-
borar su poesía y no tanto reiterar, como
ya ha destacado la crítica, su evolución
poética. Para ello estudiaremos aquellas
Casa de las Flores,
composiciones que tienen un elaborado Madrid, 1930-1931
proceso de creación y que en la mayoría (Fundación Cultural
de los casos coinciden con las que Miguel Miguel Hernández)
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y tierna en el fondo caliente de las fauces el motivo que aparece en la línea última
de un león infinito de hambre y de mele- es un juego con el título de la obra, con-
na– queda del que muere un rumor del duciéndonos a leer inmediatamente el
mar–», palabras que son un claro trasva- poema «Madre, madre» del libro citado
se del poema de Aleixandre «La selva y el (Espadas como labios):
mar» (1989:107; vv. 15-24):
La tristeza u hoyo en la tierra
Acariciar la fosca melena dulcemente cavado a fuerza de
mientras se siente la poderosa garra en la palabra,
tierra, [...]
mientras las raíces de los árboles, La tristeza como un pozo en el agua
temblorosas, pozo seco que ahonda el respiro de
sienten las uñas profundas arena,
como un amor que así invade. pozo. –Madre ¿me escuchas?
Mirar esos ojos que solo de noche fulgen, Parece clara la relación que se establece
donde todavía un cervatillo ya devorado entre el breve apunte de Hernández y los
luce su diminuta imagen de oro nocturno, motivos del poema de Aleixandre («hun-
un adiós que centellea de póstuma dirte en barro» = «hoyo en la tierra»,
ternura. «pozo seco»). Sería suficiente prueba
para concluir en la lectura temprana de
El tigre, el león cazador, el elefante que esta obra de 1932.
en sus colmillos lleva algún suave collar.
No cabe duda, por lo visto hasta estos
Este es solo un ejemplo de las continuas momentos, de que Miguel Hernández se
referencias que de la cosmovisión marina sintió profundamente atraído por la poéti-
aparecerán desarrolladas y ampliadas en ca de Vicente Aleixandre, y para enfatizar
el poema definitivo. Insistimos, no se trata aún más esa influencia, regresamos por un
como antaño de versos que se entrelazan momento a la «Oda». En ella el mar tiene
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Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo
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Carmen Alemany Bay
de Pablo Neruda, para ese número malo- sido un gran poeta se quedó en ciernes; de
grado de Caballo Verde para la Poesía en el ahí que Hernández se pregunte en el verso
que también estaba previsto incluir el poe- 29: «¿Sigue su polvo sonando?»
ma «Las barandas» de Vicente Aleixandre, La deducción a la que podemos llegar,
que finalmente pasó a formar parte de Na- tras el estudio del proceso de creación en
cimiento último. algunos poemas de PS, iii, es la capacidad
La versión definitiva del poema que de Miguel Hernández de acercarse de for-
Hernández dedica a Herrera y Reissig apa- ma sutil a otras poéticas para mutarlas y
rece articulada por tres endechas reales, convertirlas en propias; realizar probaturas
escritas en versos octosílabos mixtos y se- que seguramente tendrían como finalidad
paradas por un verso suelto, un endecasíla- la búsqueda de nuevos caminos poéticos.
bo, que hace la función de tema repetido: El corpus analizado, además, nos lleva a
«Quiso ser trueno y se quedó en sollozo», otras conclusiones. Entre 1935 y 1936, el
«Quiso ser trueno y se quedó en gemido» y poeta se debate entre su estética de an-
«Quiso ser trueno y se quedó en lamento» taño, aún visible en la forma de elabora-
(536). La palabra «trueno» no solo articu- ción de los bocetos (estos le sirven de guía
la el poema, sino también el boceto. Si en necesaria para acercarse a los versos), y la
las composiciones dedicadas a sus poetas creación de esbozos preparatorios que ya
amigos y referentes de su nueva poética, nos indican el advenimiento de poemas de
el vocabulario hernandiano se entrelazaba factura más libre en el contenido y en la
con el de los poetas homenajeados, es aho- forma.
ra el trueno hernandiano «como emblema Decíamos al comienzo de estas pági-
del paso entre el incesante rayo y el vien- nas que la Guerra Civil truncó la natural
to del pueblo» (Sánchez Vidal, 1992: 166) evolución de la poética de Miguel Her-
el que prevalece. Solo los versos endeca- nández. En cualquier caso, estos poemas
sílabos, y con algunas variantes, pasarán precedentes a Viento del pueblo nos ofre-
a la versión definitiva. A diferencia de los cen claras muestras de que sus versos se
esbozos dedicados a los poetas cercanos, habían orientado hacia una poesía impura
en este sí aparecerá el nombre el escritor; con la que se liberaba de antiguas atadu-
pero todas las sensaciones personales que ras. Una nueva forma de pensar la poesía
asoman en el boceto previo no serán volca- que no solo se hizo patente en los versos
das en los versos publicados, únicamente definitivos, sino también en la forma de
la impresión de que quien podría haber crearlos.
Notas
1. Una primera dificultad se presenta al estu- servan en el Archivo Municipal de San José
diar el proceso de creación de PS, iii. Al igual (Elche).
que en el ciclo anterior, el de El rayo que no
2. Sobre el proceso de creación de la poesía
cesa, es posible que algunos esbozos se per-
hernandiana, véase Alemany, 1992, 1993 y
diesen en Madrid; aunque ello no impide, sin
1995.
embargo, tener una visión casi exacta de la
escritura de estas composiciones desde su gé- 3. Tanto los esbozos como los poemas los cita-
nesis. En cualquier caso intuimos que podrían mos de la Obra completa (Hernández, 1992).
ser pocos, ya que Miguel Hernández tenía por En adelante, citaré por esta edición y anotaré
costumbre guardarlos, como lo demuestran los en el texto principal el número de página entre
cientos de manuscritos que del poeta se con- paréntesis.
104
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo
4. Entre otros Rafael Alberti con «Si Garcilaso 5. Para más detalles sobre el poema dedicado
volviera / yo sería su escudero», de Marinero a Pablo Neruda y el de Delia del Carril, véase
en tierra, y la «Elegía a Garcilaso», incluida en Alemany, 2004.
su libro Poesía; Luis Felipe de Vivanco con su
6. Para ampliar este asunto, véase Chevallier,
«Elegía a Garcilaso» de Cantos de primavera, y
1977: 276-283; Puccini, 1987; Debicki, 1990;
Luis Rosales con «Égloga de la soledad» perte-
Morelli, 1993; Sánchez Vidal, 1992: 161-164;
neciente al poemario Abril.
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y el surrealismo», Hispanic Review, 58 celona, Planeta, 1992.
(1990), pp. 487-501.
105
Del metal. La violencia en la
poesía de Miguel Hernández
Luis Martín Estudillo
Universidad de Iowa (EE.UU.)
c
ualquier ConsiDeraCión so- paralelos que Walter Benjamin captara ya
bre el papel o la representación en 1936: la estetización fascista de la po-
de la violencia en poesía nos lítica y la réplica comunista basada en la
ha de conducir a una reflexión paralela politización del arte (Benjamin, 1978). En
acerca de las relaciones entre sociedad y España, ambos son consecuencia de los
literatura en un contexto concreto. Estas imperativos ideológicos de movilización de
son particularmente relevantes en el caso las masas que surgen tras la Restauración.
de la obra de Miguel Hernández, dado el Para determinar con cierta precisión el
especialísimo momento histórico que le sentido de la violencia en la poesía de Her-
tocó vivir al oriolano. Más allá de las pre- nández ensayaré en primer lugar una breve
cisiones que se pudieran hacer sobre los reconstrucción de los antecedentes artísti-
elementos que singularizan esa época en cos de la misma, para a continuación ana-
España (partiendo de realidades como las lizar dos poemas que ejemplifican cómo
transiciones entre regímenes políticos de la aborda: uno, «Alba de hachas», previo
signo y hasta naturaleza opuestos, convul- a la Guerra Civil, y el otro, «Canción de
siones laborales, éxodo hacia las ciudades,
y, cómo no, Guerra Civil), hay un fenóme-
no subyacente cuya complejidad intrínse-
ca no debería llevarnos a dejarlo de lado.
Se trata de la agudización de la conflicti-
vidad que se dio en diversos ámbitos, los
cuales van desde la esfera política hasta la
cultural, y que a menudo acabaron siendo
escenario de distintas formas de violencia
tanto física como simbólica. Sus mani-
festaciones más explícitas son una parte
ineludible del cuadro que nos presenta la
década de los años treinta del siglo pasa-
do, protagonizada por el afianzamiento de
los movimientos antiliberales y antiparla-
mentarios a ambos extremos del espectro
político. Este proceso y la producción lite-
raria del momento han de ser entendidos,
asimismo, en relación con dos fenómenos
Reunión de amigos,
grupo surrealista
en el que aparecen,
entre otros, Paul
Éluard, Louis
Aragon y André
Breton, pintados por
Max Ernst en 1922
(Museo Ludwig,
Colonia).
la ametralladora», escrito durante el con- que tiene al arte como un bálsamo con-
flicto. Se apreciará que, a pesar de que la tra los horrores de la barbarie niega que
violencia es un motivo recurrente en sus los creadores puedan coadyuvar con su
textos, su elaboración desconoce la sofis- obra a la destrucción. Pero serían nece-
ticación doctrinal, algo en lo que coincide sarias enormes dosis de beata ingenuidad
con el resto de los intelectuales españo- y desinformación para mantener posturas
les que la abordaron en sus escritos. La así hoy día, cuando son bien conocidas las
beligerancia creciente de sus poemas se refinadas aficiones de algunos de los per-
manifiesta expresivamente mediante una sonajes más siniestros de la historia y las
serie de imágenes metálicas que llegan al múltiples conexiones entre proyectos ar-
paroxismo en su concepción de un «solda- tísticos y políticas ignominiosas.
do-máquina» de posible filiación futurista. Las manifestaciones de violencia en
Es, por otra parte, una violencia limitada literatura son enormemente variadas; ni
a la temática del poema, pues Hernández su descripción ni su exaltación escasean
no la traslada al nivel formal con ruptu- en el patrimonio verbal de la humanidad,
ras de sesgo vanguardista que sacudan las desde la Biblia y la Ilíada en adelante.
convenciones literarias. Ello entra en con- Pero a partir de ese idealismo biempen-
sonancia con la evolución poética del au- sante que nace con la Ilustración e intenta
tor, mas también ha de tenerse en cuenta purgar las bellas letras de elementos mo-
que Hernández quería una recepción ma- ralmente reprobables para centrarse en el
siva para estos versos suyos que excitan los desarrollo de equilibrios clásicos, encon-
instintos políticos más bajos, aun cuando tramos que la violencia queda postergada
no renunciara a complacer a un público a los márgenes de lo literario, pues sus ma-
con mayor capacidad de discriminación. nifestaciones más crudas chocan con los
ideales de serenidad, armonía, dignidad,
decoro, contención y belleza; a menudo
Violencia y arte: agónicas suponen precisamente lo opuesto a estos
vanguardias principios. Su aceptación queda entonces
limitada a manifestaciones codificadas e
Para la sensibilidad clasicista, las obras de instrumentales que tienen que ver, por
arte deben ser refractarias a las más crudas ejemplo, con la purga de las pasiones o la
formas de violencia. El tópico humanista resolución de lo trágico. El arte burgués,
108
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández
reconfortante y plácido, dejará la exposi- que quiere tanto exponer sus diferencias
ción y el cultivo estético de la violencia a con el estado de cosas prevalente como
creadores que pretendan alejarse de esas definir una estrategia para superarlo. Con
convenciones. frecuencia, estas proclamas invitan a for-
De ahí que no resulte sorprendente el mas de violencia que pueden ir más allá
grado en que las vanguardias históricas hi- de lo estrictamente retórico. Pasar de la
cieran suya una retórica violenta. Por un palabra a la acción, y llevar así la palabra
lado, el discurso antipasatista que preco- a la esfera pública –preferentemente con
nizaban conllevaba una postura radical de espectacularidad– es un objetivo implícito
renovación, la cual pasaba por la destruc- en las mismas. Esto se aprecia con espe-
ción de las formas de orden existentes. cial claridad en los manifiestos redacta-
Ello implicaba asimismo la recuperación dos por uno de los principales valedores
de elementos que atentaran contra el gus- e ideólogos de la vanguardia europea, Fili-
to burgués por lo sosegado. La propia de- ppo T. Marinetti.
nominación de «vanguardia» proviene del Desde el primero de sus manifiestos,
término que designa a la sección de los Marinetti ensalza la lucha y la agresividad
ejércitos que abre la confrontación direc- como puntales del proyecto estético que
ta, la más cercana al combate. Se trata de anuncia. La destrucción de los valores es-
un concepto que en cierto modo perdió su tablecidos es el requisito previo para po-
vigencia con la aparición de la guerra total, der fundar un nuevo mundo con la ayuda
la cual no distingue entre posiciones avan- de la tecnología, que supone, junto a la
zadas y retaguardia. Eduardo Subirats ha guerra purificadora, el tema predilecto de
señalado la deuda que los creadores van- los futuristas. «Non v’è più belleza, se non
guardistas contrajeron con doctrinas como nella lotta. Nessuna opera che non abbia
las del teórico de lo bélico Clausewitz y un carattere aggressivo può essere un ca-
con el ambiente que se respiraba en torno polavoro [...] Noi vogliamo glorificare la
a los años de la Gran Guerra. La conexión guerra –sola igene del mondo–, il milita-
entre vanguardia artística y militarismo va rismo, il patriottismo, il gesto distruttore»
más allá de la explotación de metáforas de (Marinetti, 1983: 10-11) («No hay belleza
avanzadilla y destrucción; según Subirats, más que en la lucha. Ninguna obra que no
«el contenido del nuevo arte y aun la defi- tenga un carácter agresivo puede ser una
nición del nuevo estilo se conciben explí-
citamente como un momento de la guerra
y en cierto modo como su culminación y
acabamiento» (Subirats, 1986: 23-24). La
guerra se convierte para los vanguardistas
en una vertiente más de la imprescindible
ruptura generalizada con la realidad here-
dada; buscan la pulverización del pasado
con el mismo ahínco que el militar pre-
tende la aniquilación del enemigo. Para
mover sus ánimos hacia la lucha nace una
particular forma de arenga, el manifiesto.
El manifiesto es uno de los tipos de tex-
to más característicamente vanguardistas,
y contiene en su misma naturaleza una
idea que lo hace antagonista en esencia.
Supone la verbalización de una voluntad
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avisar la venida del día» (DRAE). El canto la sociedad española. Los antagonistas de
de las aves diurnas suele ser la música de los obreros metonímicamente levantados
fondo de ese despertar. En los primeros en armas son el Ejército, la Iglesia, el fas-
versos del poema hernandiano las hachas cismo y el capital. El primero queda redu-
se asimilan a las grullas, aves de hábitos cido a un grupo de atemorizados «asesi-
con apariencia castrense; así, en el Tesoro nos» que con sus «cañones» guardan una
de la lengua castellana o española (1611) ventaja material (que no de espíritu) fren-
de Sebastián de Covarrubias, se lee que te al movimiento revolucionario. El clero,
las grullas «de noche, mientras duermen, también presa del miedo, huye despavori-
y de día, en tanto que pacen, tienen sus do escondiendo entre sus seglares ropajes
centinelas que las avisan si viene gente o telas (por paronomasia con «telaraña»)
[…] Cuando vuelan hacen cierta forma lo que atesora tras siglos de privilegios.
de escuadrón». (También es la «grulla» La quinta estrofa anticipa el próximo des-
una «antigua máquina militar para atacar encadenamiento de un agudo conflicto,
las plazas», según el DRAE). El canto de ineludible y total. Entre sus versos apo-
la grulla, por otro lado, es poco eufónico o calípticos se apunta a la participación de
melodioso: su crotorar es un sonido ronco, los falangistas, caricaturizados mediante
algo que resulta apropiado para el paisaje un elemento de su enseña fascista («ce-
sonoro de esta alba de destrucción. La ños como yugos peligrosos»). Los versos
analogía hacha-grulla se desarrolla en la 21 a 25 retratan a las fuerzas opuestas a
segunda y tercera estrofas enfatizando el las hachas voladoras como aves con «co-
carácter obrero, colectivo y violento que razones de rapiña» y «podrido vuelo»,
el símbolo del hacha sintetiza. Las tres es- y se presenta un nuevo colectivo al que
trofas siguientes nos hablan del vuelo de aquellas han de vencer, el del «oro»: los
estas hachas-grulla, que resulta un agüero capitalistas que palidecen al oír la llega-
ominoso para los cuatro grupos que repre- da de los revolucionarios. La estrofa que
sentan lo «podrido» y lo «carcomido» en sigue reincide en el tipo de justicia que
ha de traer su levantamiento. La canción
que entonan no es la de la fraternidad o la
desaparición de las desigualdades socia-
les, sino la de una destrucción iracunda
y absoluta del mundo considerado putre-
facto y estéril; en una palabra, viejo. Las
hachas acaban con carcomidos «bosques
y conventos», «troncos y palacios»; cerce-
nan «brazos», y, por último, en un movi-
miento de carácter inconfundiblemente
revolucionario, cortan «cabezas». Se trata
de una violencia purificadora que en el
verso 44 adquiere tintes propios del An-
tiguo Testamento: supone «un derrumba-
miento babilónico». El exaltado hablante
poético no desea sólo la victoria; busca la
aniquilación del enemigo.
Con el comienzo de la guerra desapa-
rece la posibilidad de retroceder en la
escalada de violencia retórica. Las nue-
vas circunstancias requieren, además,
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Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández
Acaricio su lomo,
de humeante crueldad. campeadora y audaz, Formas Únicas de
Su mirada de cráter, que acobarda al acecho Continuidad en el
Espacio, de Umberto
su pasión de volcán y al cañón más fatal.
Boccioni (1913)
atraviesa los cielos
cuando se echa a mirar, Con el alba en el pico,
con mis ojos de guerra delirante y voraz,
desplegados detrás. con rocío, mi arma
se dedica a cantar.
Entre todas las armas,
es la mano y será Donde empieza su canto
siempre el arma más pura el relámpago va;
y la más inmortal. donde acaba el disparo
Pero hay tiempos que exigen de su trino mortal,
malherir, disparar no es posible la vida,
y la mano precisa no es posible jamás.
esgrimir, además
de los puños de hierro, ¡Ay, cigüeña que picas
hierro más eficaz. en el viento del mal,
fieramente, anhelando
Frente a mí varias líneas su exterminio total!
de asesinos están, Canta, tórtola en celo,
acechando mi vida, que en mis manos estás
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Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández
Bibliografía
violencia política y la crisis de la Sorel_Reflexions_violence.pdf
Democracia republicana (1931- Subirats, Eduardo, La flor y el cristal. En-
1936)», Hispania Nova, 1 (1998-2000). sayos sobre arte y arquitectura modernos,
Barcelona, Anthropos, 1986.
119
¿«Más humillado que bello»?
La gramática urgente de Viento del pueblo
Araceli Iravedra
Universidad de Oviedo
E
l cUrrIcUlUM ideológico y esté- cuando estalla definitivamente la herida
tico de Miguel Hernández, desde solidaria de Miguel Hernández, y el pri-
una expresión cautiva de su es- mer y más genuino hito bibliográfico de
tricta formación católica y conservadora esta escritura renovada es sin duda Viento
hasta la conquista de un neorromanticis- del pueblo (1937). Este libro, subtitulado
mo de cuño nerudiano y el acceso al com- poesía en la guerra en estricto paralelo con
promiso político de izquierdas, término
de un proceso de aprendizaje liberador
que le conduce al pleno reconocimiento
de la propia identidad, ha sido ya cumpli-
damente glosado. Como también el co-
mienzo del prólogo al Teatro en la guerra
(1937), donde el mismo poeta nos hace
reparar en que no es hasta el estallido bé-
lico de 1936 cuando su escritura se poli-
tiza resueltamente: «No había sido hasta
ese día un poeta revolucionario en toda
la extensión de la palabra y su alma. Ha-
bía escrito versos y dramas de exaltación
del trabajo y de condenación del burgués,
pero el empujón definitivo que me arras-
tró a esgrimir mi poesía en forma de arma
combativa me lo dieron los traidores, con
su traición, aquel iluminado 18 de julio»
(Hernández, 1992: 1787)1. Otras decla-
raciones menos visitadas certifican la im-
portancia decisiva de este acontecimiento:
«En lo que a mí se refiere podría asegurar
que la guerra me ha orientado. La base de
mi poesía revolucionaria es la guerra» (en
Guillén, 1975: 60-61). En efecto, pese a
algunos ensayos que suelen mencionarse
como preludio inequívoco («Sonreídme»
y, antes aún, «Alba de hachas»), es enton-
ces, con el catalizador de la Guerra Civil,
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¿«Más humillado que bello»?
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¿«Más humillado que bello»?
artífices burgueses: «No tenían convenci- mismo tiempo: «Los poetas somos viento
miento de lo que decían. Eran señoritos, del pueblo: nacemos para pasar soplados
imitadores de guerrilleros, y paseaban sus a través de sus poros y conducir sus ojos
rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, y sus sentimientos hacia las cumbres más
vestidos con monos azules muy plancha- hermosas» (550). No importa ahora tanto
dos. El único poeta, joven entonces, que la nostalgia romántica que guarda sin duda
peleó y escribió en el campo y en la cárcel la aseveración, o incluso la proximidad a
fue Miguel Hernández» (Jiménez, 1961: los «propósitos de la pedagogía socialista»
174). Parece, así, que sólo su alma popular (Marco, 1993: 141) que se aprecia en la
y sus vivencias milicianas habrían salvado imagen de ese pasar y sobre todo en la ac-
su expresión revolucionaria del paternalis- ción de conducir al pueblo. Lo que resulta
mo que lastraba los conatos mal cuajados en verdad inusual, y ya se ha reparado en
de la burguesía ilustrada3. Pero argumentos ello, es esa conjunción de los dos concep-
convergentes con la observación juanramo- tos, pueblo y cumbres hermosas, que Her-
niana podemos rastrearlos hasta el mismo nández pone a convivir de modo natural y
presente. Llegándonos a tiempos más re- sin conflicto, ya que «toda su vida y tra-
cientes, Guillermo Carnero considera que yectoria habían consistido en hacer com-
Miguel Hernández, que no suele incurrir patibles ambas constelaciones» (Sánchez
en la «poesía retórica o inauténtica», es Vidal, 1992: 251). Por eso él, a diferencia
de otros, confía enteramente en la sabidu-
seguramente el poeta que mayor calidad ría del pueblo y no duda de su capacidad
aportó a la literatura guerrera de enton- para acceder a la poesía y apreciar la belle-
ces, por una rara conjunción entre maes- za más sofisticada, algo que él mismo, pue-
tría verbal y sentimiento e intuiciones de blo también, había conquistado a base de
clase. […] Por sentirse seguro ante un esfuerzo, pero lo había hecho con creces.
tipo de expresión que le salía, utilizando
una expresión suya, «de los cojones del
alma», no temió Miguel Hernández dar
rienda suelta, paralelamente, a las emo-
ciones e ideas indistintamente individua-
les y colectivas, seguro de que su subjeti-
vidad no iba a jugarle una mala pasada
(1992: 154).
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¿«Más humillado que bello»?
Es en esta invocación directa de la jus- confluencia social. Ya se ha visto que aquí Toma del Santuario
ticia social, alegato denunciador o canto «el plano colectivo, el de la pareja y el indi- de Nuestra Señora
de la Cabeza, 1 de
celebrativo del pueblo explotado, donde vidual están integrados en una cosmovisión
mayo de 1937
Hernández parece encontrar su dimensión coherente. En ella, Hernández expresa sus (Fundación Cultural
más propia y sentirse «más cerca de lo que personales sentimientos, pero asumien- Miguel Hernández)
quiere expresar», según él mismo revela a do lo colectivo de tal modo que cualquier
propósito de los poemas «Las manos» y «El soldado que estuviera en las trincheras,
sudor» (Luzuriaga, 1975: 55). La crítica lejos de su mujer, podría reconocerse sin
ha ponderado precisamente estas compo- dificultad» (Sánchez Vidal, 1992: 252).
siciones, u otras como «El niño yuntero» El sujeto amante, en efecto, no pierde de
o la «Canción del esposo soldado», como vista su ubicación pública, el espacio co-
algunas de las cumbres líricas que se ele- lectivo de donde emana el canto –«Sobre
van sobre el retoricismo de los momentos los ataúdes feroces en acecho, / sobre los
más épicos a resultas de «una visión del mismos muertos sin remedio y sin fosa /
mundo auténtica y sentida» (Cano Balles- te quiero» (602)–; y el hijo efectivamente
ta, 1989: 107-108). Todas ellas desbordan esperado por el yo lírico y defendido como
la inmediatez funcional del mensaje pro- quien defiende a toda una clase –«el eco
pagandístico para remansarse en la comu- de sangre a que respondo» (601)– se abre
nión emocionada con una clase social y sus a una dimensión simbólica encarnadora
condiciones de vida, soportadas en la pro- de ese futuro utópico incorporado por la
pia piel de la voz enunciadora; pues, como retórica poética social –«Nacerá nuestro
señala Chevallier, «la finalidad pragmática hijo con el puño cerrado, / envuelto en un
inmediata de la acción para ganar la gue- clamor de victoria y guitarras»... (602)–. La
rra se encuentra trascendida en la poesía ilusión íntima y el anhelo colectivo que-
hernandiana» (1978: 346). Es en algunas dan trabados en unidad indisociable. Y así,
de estas composiciones, y seguramente poemas como la «Canción del esposo sol-
en la «Canción del esposo soldado» como dado» obligan a matizar la extendida afir-
más alto exponente, donde Miguel Her- mación de que, por contraposición con El
nández realiza algo parecido a lo que Juan hombre acecha (1939), los versos de Viento
Carlos Rodríguez ha bautizado (refiriéndo- del pueblo estén construidos «en la retóri-
se a otras latitudes poéticas) como «épica ca del nosotros, del individuo que se borra
subjetiva» o una «poesía del yo objetivado» por integrarse en una comunidad unida por
(1999: 286), y que viene a nombrar la po- un concepto político», que no habla enton-
sibilidad de enunciar el poema desde una ces «desde una implicación personal, sino
subjetividad que funciona como espacio de desde la institución comunitaria que se
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Araceli Iravedra
define por un posicionamiento ideológico trae al poema ecos de la tradición lírica his-
y bélico» (Urrutia, 1993: 160-161). Por el pánica de Manrique a Neruda, desmienten
contrario, el poema resulta ilustrativo del también el sacrificio del arte en aras de la
humanitarismo de amplio alcance a que propaganda que denunciaba la ponencia.
obedece la poesía civil hernandiana, asumi- Ya apuntaba Agustín Sánchez Vidal que en
da como corolario inevitable de su entrega esta clase de poemas los clichés de la retó-
y espontánea voluntad de diálogo con todos rica épica dejan paso a «una poesía popular
los estímulos de su realidad, y ahora como en la que vibra toda la tradición del idioma
íntima respuesta a las convulsiones de una sin hurtar al mismo tiempo las aportaciones
existencia propia fatalmente penetrada por de la vanguardia» (1992: 251).
los avatares de su comunidad brutalmen- Son todos estos componentes e inci-
te agredida. Por lo demás, la «Canción del taciones conformadores del compromiso
esposo soldado» se hace eco de aquella hernandiano y su poesía revolucionaria los
observación que leíamos en la comentada que singularizan el lugar del poeta de Ori-
«Ponencia colectiva» del Congreso Inter- huela en el mapa literario del compromi-
nacional de Escritores, condenatoria de la so republicano durante los años treinta, y
simplicidad y el maniqueísmo a que era lo distinguen de otras posturas como, por
con frecuencia reducida la visión del mun- ejemplo, la de Rafael Alberti, por remitir-
do pergeñada en el arte de propaganda, pri- nos a un caso también emblemático. Se
vando por ejemplo al tipo del obrero de la sabe que Alberti desemboca en el com-
singularidad psicológica de un hombre de promiso revolucionario tras una honda
carne y hueso. Por último, el empleo del experiencia de crisis personal, a fines de
verso de amplia andadura, el virtuosismo los años veinte, que se resuelve en ruptura
métrico de los serventesios de pie quebra- con el origen burgués y se traduce poética-
do con su rima consonante, o el elemento mente en el tránsito de la vanguardia a un
visionario –«un océano de irremediables nuevo lugar estético marcado por la volun-
huesos» (604), «como una boca inmensa tad civil. Antes había practicado el neopo-
/ de hambrienta dentadura» (602)...– con- pularismo, el gongorismo, el surrealismo,
jugado con la elaboración intertextual que y después, la búsqueda incansable de su
poética nómada le conduce, entre otras so-
luciones, a la disciplina socialrealista de la
literatura de partido, al lenguaje rígido de
las consignas ensayado en un libro así titu-
lado, Consignas, al registro reflexivo de la
evocación autobiográfica en busca de las
raíces ideológicas del yo, y por fin en los
años de la guerra, al verso épico e hímnico,
la palabra de combate y el tono de arenga,
la propaganda y la denuncia. El vitalismo
poético de Alberti no conduce de entrada a
suponer que el compromiso sea un reque-
rimiento externo a su escritura. Pero unos
versos del célebre poema-prólogo a Entre
el clavel y la espada constituyen una invita-
ción a cuestionar si el poeta se sentía efec-
tivamente cómodo en los registros adopta-
dos en su poesía de guerra, obedientes al
dogma del realismo socialista:
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¿«Más humillado que bello»?
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Araceli Iravedra
Notas
1. En lo sucesivo, y salvo indicación expresa, 3. Otra cosa es que, según piensa Juan Ra-
todas las prosas y versos de Hernández se lo- món, en el caso de Hernández fuera el di-
calizarán en el texto señalando sin más el nú- dactismo procedente del «resabio escolás-
mero de página, que remite a la misma edición tico juvenil de los frailes de Orihuela», que
de la Obra completa, en dos volúmenes con impregnó para siempre sus versos, lo que le
paginación corrida. impidió elevar el romance a alta categoría
poética (ibid.).
2. Existe constancia de la favorable acogida
que los soldados dispensaban a la recitación 4. Piénsese en un título paradigmático como
hernandiana y en general a la contribución ar- «Juramento de la alegría», donde el optimismo
tística de los poetas, como así lo revelan, por que impregna el poema «no es sino un modo
ejemplo, Enrique Líster (1977: 127) o Navarro de obligarse por juramento a la victoria» (Che-
Tomás (en Hernández, 1992: 548). vallier, 1978: 271).
132
¿«Más humillado que bello»?
Bibliografía
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Hart, Stephen, «Miguel Hernández y Pa- cha», en aa. vv., cit. supra [1993], I, pp.
blo Neruda: dos modos de influir», en 155-162.
133
Más sobre Versos en la guerra
La única edición alicantina publicada en vida
de Miguel Hernández
Aitor Larrabide
Doctor en Filología Hispánica
Fundación Cultural Miguel Hernández
L
a eDiCión que comentamos, casi [...] porque le proporcionamos la noticia
desconocida, fue mencionada por de ser poseedores de un ejemplar» (1979:
primera vez en el documentado 217).
libro de Vicente Ramos y Manuel Molina
(1976). En dicho estudio se puede leer:
«en 1937, el doctor Schneider pide a di-
versos pintores alicantinos –Miguel Abad,
Melchor Aracil, Gastón Castelló, Manuel
González Santana...– dibujos propios para
ilustrar el libro Poesía de guerra [sic], pu-
blicado sin tardanza por el Socorro Rojo
Internacional. Abad ilustró el poema her-
nandiano ‘Las manos’, y nos consta que al
poeta le agradó muchísimo esta colabora-
ción» (1976: 61). Más adelante, Vicen-
te Ramos y Manuel Molina afirman que
Miguel Abad Miró establece amistad con
Miguel Hernández a finales de 1937.
Sin embargo, tenemos que aguardar
hasta 1979 para conocer más datos acer-
ca de este pequeño libro. Vicente Mojica
publica un artículo en donde ofrece cum-
plida descripción del mismo. Recuerda
que Ramos lo mencionó por primera vez
«hace un par de años en un trabajo suyo
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Más sobre Versos en la guerra
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Aitor Larrabide
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Más sobre Versos en la guerra
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Aitor Larrabide
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Más sobre Versos en la guerra
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Aitor Larrabide
En el editorial del primer número («Por miliciano!», «Me voy al frente», «Roman-
qué salimos», 13 de marzo de 1937) ase- ce del molino que no muele» (octubre de
guran que no harán política alguna y se 1937), «Romancillo de la canción rota» y
alejarán de sectarismos, pues tienen afilia- «Romance de Teruel libertada», y Leopol-
dos de todo tipo de ideología. do Urrutia con «Romance del niño y el
Se quejan de que no siempre son acogi- avión», «Socorro Rojo», «Le mataron al
das sus notas en los tres diarios de Alican- alba», «A Pasionaria y mis compañeros de
te, por problemas de espacio, y debido a Regimiento», «Navidad de sangre», «Vida
ello toman la determinación de crear el pe- de la muerte», «Soy un herido de guerra» y
riódico, porque «son muchas las simpatías «Romance del desertor». También Vicente
y los afiliados con que cuenta en nuestra Mojica escribirá en esta publicación «Bil-
provincia el Socorro Rojo Internacional». bao la mártir». De ahí que, con toda pro-
El periódico es fundamental para cono- babilidad, conociera a los implicados en
cer la labor del Socorro Rojo Internacional la publicación de la antología y se hiciera
en relación con los Hospitales de Sangre, con un ejemplar.
las Guarderías Infantiles, la ayuda a com- El feliz maridaje de tres poetas y cin-
batientes y víctimas de bombardeos. El co dibujantes confirma la realización de
tema predominante en sus páginas es la la perfecta simbiosis de arte y poesía, una
solidaridad. de las aspiraciones de las vanguardias
Carlos Schneider colabora, entre otros históricas, en este caso unidos con fines
trabajos, con los siguientes: «Los hospi- propagandísticos. Sirvan estas breves lí-
tales de sangre del Socorro Rojo Interna- neas para dar noticia, en Alicante, de la
cional» (núm. 1, 13 de marzo de 1937) existencia de este cuadernito, desconoci-
y «Los Hospitales de sangre del Socorro do hasta para los especialistas (no aparece
Rojo. Hospitales de Elche» (núm. 5, 8 de en la bibliografía de la Obra completa del
mayo de 1937). poeta oriolano, ni en la edición de 1992 ni
Gabriel Baldrich colaboró con los en la de 2006).
siguientes poemas: «¡Qué suerte ser
Apéndice
Miguel Hernández
142
Más sobre Versos en la guerra
143
Aitor Larrabide
144
Más sobre Versos en la guerra
De Abad Miró lo poco que vamos cono- obra íntegra de Aracil, el joven artista de
ciendo nos lo revela como un artista de los que en Alicante, y en la dilecta sección
inspiración pura: libre de influencias, des- de Altavoz del Frente, laboran, del que más
centradas, de los últimos movimientos es- producción conozco), el autor ha conden-
tilísticos y técnicos, en las artes plásticas sado la esencia de sus típicas caracterís-
en su dibujo, en este libro (en el poema ticas técnicas: fuerza concentrada servi-
«Las manos», de Miguel Hernández, p. da por una flexibilidad y soltura de línea
22) hay vigor expresivo y una matización irreprochable; euritmia transparente de la
de modulaciones varias que, no obstante arquitectura de la composición –remarca-
la diversidad de gesto aparecen unidas por ble, cabalmente, en la dimensión reducida
esta característica: su actitud contenida, de los trazos de una órbita pequeña–; hon-
sofrenada, de refinada concentración ínti- dura en la concepción del asunto.
ma en su caliente expresión. De Santana y Ferrándiz, he dicho en
Manuel Albert desarrolla sus motivos otros lugares, y en este libro al pie de sus
con una técnica sencilla, cuidada, lim- dibujos (en las páginas 2 y 55) de mi fe
pia. Una tónica de artista enamorado de en su porvenir de artistas, bien dotados de
la noble y perenne artesanía de su bello cualidades indudables.
oficio, da a los dibujos de Albert cifra de
atractivas simpatías, transparentemente ***
amable.
Debíamos a estos camaradas este –por ser
En las viñetas al fin de pp. 20, 33 y 54 mío– modesto pero cordial tributo de re-
(permítaseme consignarlo, en honor a la conocimiento de sus méritos.
consideración que merece la calidad de la (A.U.)
Bibliografía
de Estudios Alicantinos, 28 (1979), pp. Vega Gutiérrez, José Luis de la, Medio
217-220. siglo de medicina en Alicante (Historia
Moreno Sáez, Francisco, La prensa en la del Ilustre Colegio de Médicos), Alican-
provincia de Alicante durante la guerra te, capa, 1984.
145
Identidad social e intimidad
sentimental en las canciones de
El hombre acecha
Laura Scarano
Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina)
S
iemPre me ha atraíDo el tono para afirmar como corolario: «una verdad
intimista, aunque inequívoca- tan verdadera que no se ve, pero se sabe»
mente social, de las dos cancio- (1992: II, 2113). Las fértiles fronteras
nes que abren y cierran uno de los libros entre testimonio y ficción, documento y
más «combativos» de Miguel Hernández,
El hombre acecha (1937-1939). «Poema-
rio de guerra», «libro de dolor», discurso
«de la desesperación» de un sujeto «es-
cindido», no parece exagerada la afirma-
ción de Ángel L. Prieto de Paula: «Cuan-
do el poeta pasa de la exaltación de Viento
del pueblo a las zozobras, vacilaciones y
temores de El hombre acecha está, por su
parte, sentando las bases de la poesía de
posguerra» (Prieto de Paula, 1993: 565).
Pero este impacto en la serie posterior
se afinca además en su lúcida «poéti-
ca de autor», que supera los postulados
al uso del realismo socialista con pocas
pero contundentes afirmaciones, como
las vertidas en el breve texto en prosa de
1933 titulado «Mi concepto del poema»,
del que podemos extraer una fecunda se-
cuencia: «¿Qué es el poema? Una bella
mentira fingida», «una verdad insinuada»,
148
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha
a incluirlas aquí. Se supone que sus fechas la meditación central del libro (reforzando
de redacción fueron muy próximas a las de su tonalidad política y filosófica), aunque
gran parte de los poemas que conformarán el cauce retórico elegido, como veremos,
después su Cancionero y romancero de au- establecerá un enlace con la vertiente in-
sencias; pero la decisión autoral las apar- timista. Recordemos el poema:
tó y destinó a este poemario, quizás para
aminorar la carga circunstanciada de su Se ha retirado el campo
discurso añadiendo, en lugares tan decisi- al ver abalanzarse
vos, textos con una expresión tan conmo- crispadamente al hombre.
vedoramente emocional como la que ellas
introducen. Estas razones se justifican si ¡Qué abismo entre el olivo
atendemos a la constante que atravesará y el hombre se descubre!
toda su poesía, la que anuda el análisis de
su identidad social e histórica con la in- El animal que canta:
trospección en su intimidad sentimental: el animal que puede
su concepción del hombre, pero también llorar y echar raíces,
de la praxis poética, como un territorio de rememoró sus garras.
frontera, donde se cruzan la esfera priva-
da y la pública, las tensiones (armónica-
mente conflictivas) entre emociones in-
dividuales y aspiraciones políticas1. Para
De Luis y Urrutia, estos poemas entran
dentro del apartado que denominan «de
aflicción», «que es el que marca la tónica
del libro», pues estamos frente a «un libro
de dolor y, en cierto modo, de decepcio-
nes» (en Hernández, 1988: 33-34). Son
textos que «condensan el núcleo imagi-
nario» y «el más auténtico soporte lírico»
del poemario, ya que «se remontan sobre
la circunstancia para hablar con hondura
de situaciones y vivencias de cualquier ser
humano», principalmente la «escisión trá-
gica del sujeto» (Barroso Villar, 2008: 88,
97) que equipara hombre y animal.
La carga filosófica del título (sobre la
cual no abundaremos por haber sido pro-
fusamente analizada) retoma la imagen
del «homo homini lupus» de Plauto (en
Asinaria), que hizo suya Thomas Hobbes
(en Leviatán), explicado desde el contex-
to histórico de producción del libro, con
una clara ecuación simbólica –hombre/
animal, desgranada en la serie metoními-
ca «fiera-tigre-garra»–, dentro del proceso
de animalización violenta de la humani-
dad fratricida. En este sentido, la «Can-
ción primera» sirve de apertura prologal a
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Laura Scarano
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Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha
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Laura Scarano
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Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha
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Laura Scarano
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Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha
(1993). Leopoldo de Luis, Urrutia o Ro- rima asonante y metros cortos, hendida
vira han estudiado las huellas de los can- por una pulsión rítmica y oral. De carác-
cioneros tradicionales en su obra; incluso ter generalmente lírico-amoroso, y deriva-
destacan variantes de versos de cantares da de la balada medieval, los manuales y
populares reescritos casi literalmente. José diccionarios nos recuerdan que la canción
María Padilla Valencia estudia los aspectos tuvo inicialmente acompañamiento musi-
polimétricos de su obra y subraya el uso cal; y aún hoy la referimos inevitablemente
popular de versos de arte menor, especial- al ámbito de la música y sólo por extensión
mente el octosílabo y heptasílabo. Maria- al poético-libresco. En sentido amplio, se
pia Lamberti analiza su evolución métrica suele dividirla en dos grandes grupos: la
hasta decantar el verso alejandrino en los canción «culta» (con una vertiente italia-
heptasílabos de los textos abordados aquí, na petrarquista, cultivada y renovada en el
que confirman el repliegue a formas más contexto áureo español; y otra vertiente
breves en su poesía última. española de origen medieval –trovadores-
Sabemos, además, que este uso de mol- ca–, vinculada a la tradición aristocrática y
des y metros retóricos tradicionales no es a la «gaya ciencia»), y la canción «tradicio-
inocente ni espontáneo. Por el contrario, nal», ligada a la oralidad. Hablar de can-
no hay duda de que responde a un proyecto ción tradicional en el contexto español im-
de ideologización de las formas estéticas, plica para Margit Frenk hablar de «la lírica
pues no sólo las palabras tienen memoria que pertenece al pueblo y a su cultura»
de su historia, sino también los moldes y que desde la Edad Media se plasmaba
y metros que atraviesan la tradición y la en cantares «de carácter eminentemente
«acarrean». Ese pasado es activo y «está rural [cantados] durante sus labores dia-
engastado en el género del enunciado, en rias, en sus ratos de ocio y en sus fies-
particular los sonetos y las formas tradi- tas», «transmitidos de boca en boca, de
cionales», como bien lo señala Iris Zavala generación en generación, en un proceso
(siguiendo a Bajtín), pues «llevan inscrip- de variación dinámico» (12). Se trata de
tos en sus modelos de producción, formas un complejo itinerario por el cual «en la
ideológicas y sociales». La «selección» de civilización occidental la canción sigue
un género discursivo (y sus configuracio- un largo derrotero –que reconoce raíces
nes retóricas) supone ya de por sí una pos- grecolatinas y orientales más antiguas– a
tura (de apropiación y distancia, homenaje través fundamentalmente del canto llano
y réplica) en el interior mismo de la activa de la Edad Media, las representaciones
y siempre vivificada tradición literaria. No de teatro sacro y profano, las cantilenas,
es, pues, gratuito que Hernández elija la las canciones de parranda de los siglos ix y
canción para abrir y cerrar esta especu- x, los carmina goliardescos, las pastorales,
lación sobre «el hombre [que] acecha al las canciones trovadorescas (s. xi a xiv),
hombre». El uso directo del nomenclador
formal para ambos títulos (y después para
el manuscrito inacabado del Cancionero)
refuerza su posición discursiva frente a ese
venero del que abreva, pero además conso-
lida el diálogo intratextual señalado entre
ambos extremos del libro (y ratificado por
la diferente tipografía que los distingue).
Sabemos que la tradición de la canción
popular constituye una modalidad muy
dúctil de poesía condensada y breve, con
155
Laura Scarano
156
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha
alejandrino, con asonancias en los pares y acecha –último poemario «terminado» por
una estructura de dicción breve y fragmen- el autor–, que anuda la lucidez desgarrada
taria, prefiriendo oraciones unimembres y con la canción henchida de esperanza. No
sintagmas concisos a modo de sentencias. es casual esta «tornada» hacia lo más ín-
Pero más importante aún es su voluntad timo, que hace desembocar un itinerario
por titular con el nombre del molde re- histórico con resonancias políticas y civi-
tórico a estos dos poemas de apertura y les en el remanso introspectivo, la mirada
cierre. La tonalidad musical dirige, pues, interior, la intimidad atravesada por emo-
la expectativa del lector desde la instancia ciones y sentimientos a escala doméstica
paratextual. En «Canción primera», el tí- y privada. Sin duda, se produce aquí un
tulo permite aligerar la carga revulsiva del «recogimiento del poeta hacia un nuevo
contenido desplegado, y equilibrarlo con intimismo, replegando velas, tras el clí-
la memoria activa que el lector repone max de Viento del pueblo, a unas secuen-
sobre las connotaciones «líricas» y senti- cias claramente anticlimáticas, que irán
mentales de la tradición de este molde. deslizando al poeta hasta el Cancionero
«Se canta lo que se pierde», al decir ma- y los últimos poemas» (Sánchez Vidal; en
chadiano. Y aquí Hernández no se engaña Hernández, 1992: 88). Serán estas «piezas
sobre la hondura de la pérdida que evoca breves, intensas y monódicas», como las
su canto, tan trágica o quizás más que el dos canciones analizadas, las que lo libe-
corrosivo paso del tiempo al que aludía ran del torrente épico, para unir su inequí-
el poeta sevillano. Se ha perdido el hom- voca identidad social con su vibrante inti-
bre a sí mismo (devuelto al animal) y la midad sentimental en el «breve, íntimo y
canción se hace oportuna y necesaria. Es recogido poemilla que no suele expandirse
«primera» porque funciona como pórtico más allá del octosílabo» (104-105).
del libro, pero también porque designa la Pocos poetas lograrán fundir en una
etapa primaria de la especie, primigenia misma temperatura «pasional» y «sub-
y salvaje, que nos confunde con el reino jetiva» la calle y la casa, el pueblo como
animal y a él nos retrotrae, en el marco
de una guerra fratricida (como horizonte
histórico y como naturaleza ingobernable
del ser humano).
Pero si el rótulo de «canción» busca im-
primir un tono ligero e íntimo a ese pri-
mer texto, activando en el lector sus reso-
nancias genéricas más tradicionales, para
compensar el fortísimo efecto corrosivo de
la meditación existencial que lo preside,
la «Canción última» se desembaraza de
esa lógica filosófica pesimista. Nos exhibe
un abanico de imágenes de una intimidad
en clave simbólica, que construyen una
melodía esperanzada. Se canta ahora «lo
que se espera». Y lo que este hablante,
adelgazado a unos imprecisos deícticos,
elabora como anhelo no puede escindir
su faceta plural de su naturaleza indivi-
dual. Es esta voz «íntimamente social» la Federico García
que tiene la última palabra de El hombre Lorca
157
Laura Scarano
158
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha
estética», pues la suya es una poética de de El hombre acecha como el «poema úl-
un «materialismo militante», que anuda timo» de un proyecto estético; en rigor
«la sensación con la inteligencia dentro del de verdad, el texto final que cierra el úl-
acto verbal mismo», apuesta a la eficacia timo poemario que su voluntad autoral
comunicativa del signo y a su «rentabilidad concluyó. Acto final de una voluntad éti-
semántica». En su discurso épico «cabe el ca, que nos permite fijar en un presente
individuo y la comunidad entera, el yo ín- no teleológico la figura imposible de un
timo y el otro», al punto tal que no parece «esposo/soldado», que desde el cuerpo
exagerada su conclusión final: «Hernández prisionero eleva su canción: «No podrán
es uno de los creadores que mejor resolvie- atarme, no», «¿Quién amuralla una voz?»
ron el problema de la traducción de la rup- (Canción núm. 60: 485). Porque el tiem-
tura estética en ruptura social y política, po de la lírica es el de su lectura. Y esta
el que mejor materializó un humanismo imprevista libertad nos ayuda a coagular
superior», una «poética total» (1993: 113). la imagen del regreso de ese «hombre/
Sabemos que la postura crítica mayori- bestia» a una casa «pintada» y «no vacía»,
taria coincide en leer la poesía de Miguel conjurando el odio «detrás de la ventana»,
Hernández como un lento e ineluctable sosteniendo contra viento y marea el de-
progreso hacia la decepción. Sin duda su recho a una imprevisible «esperanza». No
último poema, «Casida del sediento» (es- es el autor biográfico –que muere en las
crito en Ocaña en mayo de 1941), abo- cárceles del franquismo– el que «canta»
na esta tesis de cierre desesperanzado: en nuestro presente estas canciones, sino
«Cuerpo: pozo cerrado / a quien la sed y el autor/poeta que construimos al leerlas,
el sol han calcinado» (515). Sin embargo, el que tallan sus poemas y que nosotros
el lector –como quiso Julio Cortázar– pue- creamos, aquel en el que nos proyectamos
de transgredir esa fatal cronología de la («un otro-yo mismo»). Esa figura que no
escritura. Puede leer la «Canción última» tiene final mientras tenga lectores.
Notas
1. Varios críticos han subrayado esta «amal- la pezuña» y al «colmillo», a pesar de sus es-
gama» como constitutiva de su escritura y, fuerzos «por acallar en mí la voz de los leones»
como señala Sánchez Vidal, si bien «Madrid y (393-394).
Orihuela eran dos morales e ideologías» diver- 4. En el poema «Eterna sombra», escrito para
sas (como lo fueron sus dos mentores, Pablo estas mismas fechas, se hace explícita la ana-
Neruda –a quien dedica El hombre acecha– y logía «casa-cuerpo», que reivindica la vida y la
Ramón Sijé), Hernández logra en sus últimos esperanza: «Soy una abierta ventana que escu-
poemarios una síntesis superior y personal (en cha, / por donde ver tenebrosa la vida. / Pero
Hernández, 1992: 59). hay un rayo de sol en la lucha / que siempre
2. Todas las citas pertenecen a la edición de deja la sombra vencida» (532).
sus poesías completas preparada por Leopoldo 5. Para la metáfora de la «casa» en el Cancio-
de Luis y Jorge Urrutia en 1982, citada en la nero, véase Rovira, 1976: 39. Javier Pérez Bazo
Bibliografía (este poema en pp. 376-377). estudia en detalle la simbología de la «fiera»
3. «El hambre», otro poema del mismo libro, en el Cancionero y este proceso de «animaliza-
reescribe con singular insistencia este proce- ción» (1996: 245). Cfr. también el artículo de
so: «Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser María Payeras y el meticuloso trabajo de Clau-
fiera». Como «tigre» o «chacal», el yo se de- de Le Bigot sobre el «valor axiológico» de las
fine como «animal familiar», que «se ejercita figuras del bestiario en su obra.
en la bestia»; «sólo sabe del mal», «regresa a
159
Laura Scarano
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160
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161
Miguel Hernández: el nombre
del amor
Antonio Gracia
Escritor
c
omo de una satanísima trinidad, muchos poetas y desemboca su decir en el
tuvo Miguel Hernández que li- decir de los mejores. Viento del pueblo es
brarse de tres esclavitudes: la la búsqueda del triunfo en otros espacios y
eclesiástica, la política, la literaria. Hasta multitudes. Los tres libros son coyuntura-
poco antes de su muerte, Hernández sólo les, aprendizajes, nemotecnias miméticas,
había ambicionado una cosa: salir de su caminos, pirotecnias unas veces y fuegos
terruño, ser alguien; ser un nuevo rico de reales otras, aldabonazos en la puerta del
la poesía. Para ello posó de genio poéti- triunfo –lo que no impide que sintiera lo
co surgido del analfabetismo; piropeó el que en ellos decía porque escritura y vida
eclesiastismo; y coqueteó con la política nunca van desparejas–. Se amarró a esas
cuando, habiendo huido del mundo cato- estéticas porque eran, con retraso, las que
licista, tropezó con el opuesto, que le abría le prometían el aplauso. Igual que escribió
más amplios horizontes literarios. Perito «me libré de los templos»..., pudo escribir
en lunas es la obra de un versificador con «me libré» de maestros y consignas. Igual
atributos poéticos que tiene mucha prisa que escribió que se mentía a sí mismo en
en que le reconozcan el talento que aún su etapa eclesiástica, pudo escribir que se
Ilustración de José
Aledo Sarabia
164
Miguel Hernández: el nombre del amor
Dante y Beatriz, de
Henry Holiday
que el «humano», porque son jánicos la- una punta de seno duro y largo» y la «pi-
tidos de un mismo corazón. La diferencia cuda y deslumbrante pena» (El rayo que
entre el amor «profano» y el «divino» es- no cesa, soneto 4) de su ausencia. La lava
triba en que el primero puede saciarse en sensual precisa derramarse: y Hernández
el ser amado, la otra persona semejante a proyecta la concupiscencia del acto sexual
quien ama, y en el segundo el amante se al hecho paternal, fructificando la energía
esquizofreniza en la proyección de sí mis- amorosa en la materia grávida de la espo-
mo sin identidad tangible. Esa creación sa y el hijo. El interiorismo hernandiano
del hombre utópico provoca la paranoia es una introspección amorosa, un «mis-
de un Tú supremo que alcanza su frenesí ticismo» sin divinización. El proceso es
en el misticismo y el trovadorismo. como la ascesis: el vacío interior de quien
Parece indudable que el interiorismo todo lo ha perdido («Ausencia en todo
lírico de los años de cárcel de Hernán- siento, / ausencia, ausencia, ausencia»;
dez está determinado, además de por la «A mi lecho de ausente me echo como a
nerudización del petrarquismo, por su una cruz»; Cancionero, 29 y «Orillas de tu
tangencia con la mística. Aherrojado en vientre») es semejante al de quien se ha
la ausencia, empujado hacia adentro de sí liberado de las pasiones: «Niega tus de-
mismo, Hernández otea los paisajes men- seos y hallarás lo que desea tu corazón»,
tales, diluye los objetos, disuelve en sen- afirma Juan de Yepes (Avisos, 15). Y el hue-
timientos la libertad que ansía el cuerpo, co abierto por esa renuncia se llena con
desmaterializa la materia carnal hasta una sueños, recuerdos, dioses, personas. La
esencia próxima a la mística para integrar cárcel, al impedirle andar por los caminos
de nuevo ese viaje interior en el cuerpo del cuerpo, hace volar a Hernández hacia
soñado, arrebatado. Enjaulado el animal adentro por los paisajes sin fronteras de
erótico que fue Miguel Hernández, senti- la esperanza. En el poderoso poema «An-
ría en aquella soledad la «mordedura / de tes del odio» se reúnen las conclusiones
165
Antonio Gracia
166
Miguel Hernández: el nombre del amor
167
Antonio Gracia
conciencia de la cultura occidental, y que ser libre porque la amada es libre: «en tus
aún persiste en El rayo...). brazos donde late / la libertad de los dos».
Contrariamente a ese fatalismo ances- Y por eso la risa del hijo, fruto del amor,
tral, me parece «Antes del odio» uno de los mantenedor y levitante de sus atributos,
textos más esperanzados –más vivos– de «hace libre» y «arranca cárcel» a Hernán-
cuantos se hayan escrito: un hombre en- dez, y el planto alegre de las «Nanas» ya
carcelado descree de la cárcel y afirma la no es una jaculatoria sonriente y desga-
libertad como su identidad. En esa cárcel rrada, sino una densa metafísica. Y por lo
física, y «roto casi el navío» de la vida, Her- mismo igualmente, quien dijera «Para qué
nández sentiría como propia la clara voz quiero la luz / si tropiezo con tinieblas»
luisiana: «Un día puro, alegre, libre quiero» («Guerra»), concluye que hay «un rayo de
parece respirar palimpsésticamente bajo el sol en la lucha / que siempre deja la som-
verso «alto, alegre, libre soy». La sustan- bra vencida» («Eterna sombra»). Sólo por
cia amorosa le hace sentirse parte esencial amor. Admirable victoria sobre sí mismo
del amor (la tesis de Quevedo; no en vano de quien se había asediado en el pozo de
Machado recuerda presocráticamente, en amargura que es el Cancionero.
«Rosa de fuego»: «Tejidos sois de prima- Así, el «polvo enamorado» vencedor de
vera, amantes, / de tierra y agua y viento la muerte engendra una «muerte reduci-
y sol tejidos»), concebido como un todo da a besos» («La boca»): la muerte es otro
del que la amada es la otra parte. De modo amor esperando ser resucitado en otras
que, al estar el todo en cada parte, en cada bocas de otros cuerpos de otros amantes
Vicente Rodes, parte (más allá de los sofismas eleáticos, de otros tiempos; y siempre: «Proyecta-
Homenaje a Miguel
Hernández
porque en la mente, tanto o más que en el mos los cuerpos más allá de la vida / y la
(Fundación Cultural universo expansivo, caben la materia y la muerte ha quedado, con los dos, fecun-
Miguel Hernández) antimateria) está el todo. Hernández es un dada» («Muerte nupcial»); «Te quiero en
tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre
descenderá mañana» («Hijo de la luz y de
la sombra»). En cada pareja coexiste y se
revive la humanidad. En cada beso resuci-
tan y se suman, además de las bocas –los
labios besadores– de los amantes, todos
los besos de cuantos han amado, como
una bola de nieve rodando por la historia
y engarzándola, como un ejército de sal-
vación por el amor, como una carta que el
hijo interminablemente reescribe y refun-
de con su vida heredada y legadora: la es-
peranza. El «Beso soy» con que comienza
«Antes del odio» ya es un gigantesco beso
cósmico. La abstracción independentista
del beso («Ayer te besé en los labios / [...]
Hoy estoy besando un beso», de La voz a
ti debida) de Salinas ha tejido su fruto. Por
ese beso, amor purificado en puro amor, el
mismo Salinas podrá decir: «Por ti creo /
en la resurrección, más que en la muerte»
(Largo lamento). Al fin y al cabo, la sabidu-
ría del pueblo ya lo había descubierto; en
168
Miguel Hernández: el nombre del amor
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Antonio Gracia
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Miguel Hernández: el nombre del amor
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Antonio Gracia
«Homo homini deus est» de la Antigüedad y en seguida «El niño yuntero», actualiza-
al «homo homini lupus est» de Hobbes ción de aquel, observamos el avance en el
(según la expresión de Plauto) hay todo retrato del niño inmerso en la indefensión
un viaje en busca de inmortalidad y toda –herencia de los infantes de Dickens– y la
una toma de conciencia del fracaso. Esa nueva perspectiva del autor ante el objeto
búsqueda de metafísica se encuentra en la de su escritura. Dice el amo en el texto de
Odisea, Gilgamesh y Popol Vuh tanto como Gabriel y Galán: «He dormido esta noche
en la Biblia. Hernández, en un proceso de en el monte / con el niño que cuida mis
reducción típico de un ser primario como vacas / [...] y en las horas de más honda
él, encuentra su talismán redentor en la calma / me habló la conciencia / muy du-
naturaleza inmediata: el hijo. El hijo her- ras palabras... / A tu madre, a la noche, le
nandiano es un símbolo de liberación y dices / [...] y te quiero aumentar la sol-
perpetuidad: irrefutable es que moriremos, dada». Como vemos, el poeta extremeño
puesto que todo muere. Y esa certeza car- siente piedad y acaba decidiéndose por la
tesiana nos conduce a otra: que es de ne- caridad en la servidumbre, fiel a la dife-
cios perder un solo instante pensando en rencia de clases. En cambio, Hernández
que hallaremos otra vida en la que exista lo toca la aldaba del corazón para llamar a la
que en esta no encontramos. Hernández, justicia y la solidaridad. En ambos poemas
encarcelado en un cuerpo hacia la muer- vibra la ternura para atrapar al lector y de-
te, ajeno a cualquier divinidad, encuentra jarlo indefenso ante una posible propues-
en el hijo la prolongación de su existencia. ta; pero frente al sentimiento inmóvil de
Esa es su única e inmediata metafísica. «Mi vaquerillo», destaca en «El niño yun-
tero» la emoción conmovedora para que la
justicia mueva el mundo: «Carne de yugo,
Digresión ha nacido / [...] con el cuello perseguido
/ por el yugo para el cuello. / [...] ¿Quién
Su preocupación por la niñez no se reduce salvará a este chiquillo / menor que un
a la del propio hijo. El mundo de la infancia grano de avena?» Hernández ha visto en
es un tema entrañable para Hernández: si el poema de Gabriel y Galán un viento
leemos «Mi vaquerillo», de Gabriel y Ga- inerte del pueblo que él quiere orientar
lán –poema en el que Hernández se sen- para liberarlo, dando un paso adelante en
tiría retratado como adolescente cabrero–, la creación poética: no le basta escribir un
documento lírico que constate un hecho
cotidiano, sino que aporte su solución sin
perder el lirismo por caer en lo panfletario.
Y aprovecha la mencionada indefensión
del lector ante la emoción lírica para pasar
de la poesía pasiva a la poesía activa, al
poema actante. De modo que el vaqueri-
llo hernandiano es hijo de un mundo que
puede y debe ser cambiado al presentar el
autor la enfermedad y su medicina. Así, el
poema es al mismo tiempo una elegía por
un niño y un himno por un mundo posi-
ble si lo hacemos entre todos. No parece
haber nacido ese sentimiento fraternal –y
paternal– de ninguna consigna partidista,
Gabriel y Galán sino de la bondad natural del hombre, que
172
Miguel Hernández: el nombre del amor
Trascendencia
tarlo como una vida que quisiera no tener razón y en su poema, de espaldas a la vida:
que inventar. «Oh carne, carne mía, mujer el amor ya no puede ser un paraíso o una
que amé y perdí, / a ti en esta hora hú- tortura autistas, porque «nada tiene / sen-
meda evoco y hago canto», había dictado tido en soledad» («La casa»).
173
Miguel Hernández: pasión
(de un poeta) por el teatro
Jesucristo Riquelme
Catedrático del IES Mare Nostrum (Torrevieja)
(VOZ EN OFF.– Señoras y señores, la función dará comienzo en tres minutos. Mientras tanto,
por favor, vayan pensando en lo que postuló Bertold Brecht: «El arte no es un espejo para
reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma». [Luego mencionaremos el martillo y la
hoz; ya no nos interesa Stendhal]. Y, por favor, sigan aguzando su ingenio con este otro aserto:
«El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida». ¡Ah,
perdón! Me comunican que la sesión ya ha comenzado... y que no se vislumbra el fin..., sino
su destino errante; al igual que los buenos escritores –al decir de León Felipe– que no tienen
biografía, sino destino.
CONTINÚA LA VOZ EN OFF, SUSURRANTE AHORA Y CÓMPLICE.– Vamos a tener la opor-
tunidad de ver y oír a Miguel Hernández, quizás el literato que mejor aúna vida y literatura
infinitamente –esto es, sin fin, sólo con destino–. [Muy al contrario de la aseveración del
primer Ortega y Gasset, quien en La deshumanización del arte, en 1925, había recogido un
postulado –vanguardista entonces– que pronto será una aberración: «Vida es una cosa; poesía,
otra... No las mezclemos». Toda mezcla es susceptible de producir un sino sangriento].
Y LA VOZ EN OFF, CONTUNDENTE Y ENTUSIASMADA, CONCLUYE.– Con todos ustedes la
Voz-de-la-Verdad y el Deseo).
VOZ DE LA VERDAD.– ¿Quién amurallará los sones
de mis voces?
DESEO.– Mis prisiones.
VOZ DE LA VERDAD.– No me callará tampoco
si a la prisión me condenas.
DESEO.– Te hará callar el tormento. Representación de
El labrador de más
VOZ DE LA VERDAD.– Sin lengua, sin sangre apenas, aire, en el Teatre
¿quién podrá poner cadenas Grec de Barcelona,
al alma y al pensamiento?1 1977
S
Í, SON VERSOS de la primera obra
teatral de Miguel Hernández. Aún
todavía hoy, cuando hablamos del
teatro de Miguel Hernández, notamos el
sobresalto de la perplejidad en nuestros
interlocutores. «¿Miguel Hernández escri-
bió teatro?», se atreve a preguntar alguien.
Pues, sí... Y, a pesar de que la dimen-
sión poética eclipsa su quehacer teatral,
Tabla 1
IV. Etapa
I. Etapa oriolana II. Transición III. La guerra
carcelaria
Iniciática Hacia la madurez Madurez Madurez
trascendente
Infancia Adolescencia Juventud Adultez
Primavera Verano Otoño Invierno
Naturaleza Amistades Propaganda Intimismo
Hermetismo y Amores Reivindicación Asunción de
pureza 1.ª reivindicación (Des)ilusión adversidad
Religiosidad social Esperanza
(1910)-1934/5 1935-1936 1936-1939 1939-1942
Perito en lunas El rayo que no cesa Viento del pueblo Cancionero y
[PL] [RQC] [VP] romancero de
El hombre acecha al ausencias
hombre [CRA]
[HA]
Auto sacramental Los hijos de la piedra Teatro en la guerra
[QV] [HP] [TG]
El torero más El labrador de más Pastor de la muerte
valiente aire [PM]
[TV] [LA]
Teatro de tendencia Teatro de tendencia Teatro de tendencia
poética social política (< de
guerra)
conocemos bien la tremenda vocación que vivió) con sus cambios de pensamiento
sintió por ser dramaturgo. En solo cuatro –imitaciones, adaptaciones, deslumbra-
años (de 1933 a 1937), y recién cumpli- mientos, concienciaciones, compromisos–
dos sus 27, había concluido cinco dramas que conducirían a categóricas plasmacio-
y cuatro piezas cortas, que constituyen los nes ideológicas (y también estéticas): del
seis títulos de su obra dramática completa. escritor solitario al solidario, del escritor
purista y (sectariamente) religioso al com-
promiso popular y (globalmente) social.
Corpus: evolución y constancia La etapa de producción teatral de M.
Hernández se prolonga algo más de cuatro
La lectura de la obra completa de M. Her- años (1933-1937). Si en Pastor de la muerte
nández permite, cronológicamente, seguir se mantienen temas (como el de la justicia),
su proceso de crecimiento como persona características de estilo (como las formas
(siempre jovial y entusiasta, siempre de- reiterativas y el lenguaje metafórico de insó-
batiéndose entre la ilusión y la frustra- lita fuerza sustentado en lo telúrico y en las
ción, entre la alegría y la tragedia de su imágenes vivísimas de la naturaleza agres-
sino sangriento): se trata de un paulatino y te), técnicas literario-dramáticas (como los
progresivo proceso de maduración desde personajes corales) e incluso personajes ya
la inocencia de la infancia y la adolescen- utilizados en otras obras (el pastor –inex-
cia (biológica y literaria) hasta su madurez cusable en M. Hernández– o el refugiado
más reflexiva (apenas con los 31 años que o el Eterno), tenemos que reconocer –por
176
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
177
Jesucristo Riquelme
178
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
todos los oriolanos» (OC, I: 215; vv. 87-90). huerta, La parranda, La del soto del parral,
Y aún es más: esta vocación por el teatro y el Gigantes y cabezudos, La tempranita, etc.)
cine se mantiene y se prolonga durante los hasta las recreaciones de textos anteriores
años de posguerra; inmerso en su turismo imitando argumentos y situaciones que re-
carcelario, le comentaba vehementemente tomarán con insistencia los dramas, las co-
a A. Buero Vallejo en la prisión de la plaza medias o los sainetes de la primera mitad
del Conde de Toreno, donde coincidieron de siglo xx. La trama de El perro del horte-
–después de Benicàssim– desde diciembre lano es adaptada en La rosa del azafrán, de
de 1939 hasta septiembre de 1940: «Ma- F. Romero y Fernández Shaw; Peribáñez,
ñana, tú y yo tendremos que hacer cine en La villana; Doña Francisquita, sobre
juntos» (en Ifach, 1975a: 266). La discreta enamorada (y también sobre El
El gusto por la espectacularidad del sí de las niñas)... Las historias de amores,
cine corre paralelo al descubrimiento ar- celos, engaños surgidos por las diferencias
tístico de las posibilidades que le sugiere sociales y económicas son una constante
la Biblia, por su grandiosidad, por sus mo- que familiarizaba los argumentos con ex-
vimientos incontrolados; de esta manera posiciones sentimentales, sensibleras y
muestra su impresión en la reseña que melodramáticas de las que no se sustrae el
hizo a Residencia en la tierra de Neruda en teatro de Miguel Hernández.
los folletones de El Sol (Madrid, 2 de ene-
ro de 1936): «Me emociona la confusión
desordenada y caótica de la Biblia donde
veo espectáculos grandes, cataclismos,
desventuras, mundos revueltos, y oigo ala-
ridos y derrumbamientos de sangre» (OC,
II: 2152-2159). Esta influencia es funda-
mental en la historia teológica de Quién te
ha visto y quién te ve, el auto hernandiano
escrito entre 1933 y 1934.
179
Jesucristo Riquelme
En todos sus dramas largos, Hernández Blas, el Meno, pastor amigo de Miguel (re-
incluye canciones y números corales, que cogidas en Riquelme, 1990: 24-25).
tienen valor lírico antológico. Ya por 1927 De todos, el drama hernandiano en el
aproximadamente, había confiado en la que mejor se detecta la influencia de la
partitura musical de famosos pasajes zar- zarzuela es El labrador de más aire (1936),
zueleros para versionar letras de euforia y en el que se vislumbran algunas relaciones
ánimo en relación con otra de sus aficiones con La parranda, de L. Fernández Ardavín
adolescentes: el fútbol; compone la letra (escenas melodramáticas y costumbristas
del «Himno de La Repartiora», equipo de de la vega murciana, en verso), estrenada
fútbol de la calle de Arriba (en Orihuela), en 1928.
donde él vivía con su familia desde los tres El cine también adaptó para la panta-
años, cantada con la misma música de Las lla zarzuelas ya prestigiosas, con lo que
Leandras: «Vencedora surgirá, / porque lo se popularizó todavía más el género y su
ha mandado el ‘Pa’2, / la terrible y colosal estética: La verbena de la paloma, de Pe-
Repartiora. / Por las calles marchará / y el rojo, en 1935; La reina mora, Carceleras,
buen vino beberá / porque siempre victo- Doloretes, Curro Vargas, etc. Y es que, en
riosa surgirá [...]». Sobre la misma fecha, sus orígenes, el cine mudo apenas sale
ironiza Miguel con otra coplilla contra los de la andaluzada, la baturrada, la madri-
equipos rivales (los Yankes, nacidos de bue- leñada..., la zarzuelada: es puro pueblo;
na cuna, y los Iberia, los procedentes de la con el sonido, el pueblo se irá haciendo
calle de la Acequia), entonada con la músi- pequeño-burgués. Ya La aldea perdida, la
ca de Pichi: «Nadie, / desde ahora en ade- primera película sonora, dirigida por Flo-
lante, / ni el Iberia ni los Yankes, / ni con su rián Rey en 1929, procura retratar el alma
línea de ataque / ha de poder combatiros / y el paisaje de Castilla, todavía muy en la
ni el Orihuela F. C. / ¡Hurra! / ¡Hurra los re- línea postnoventayochista que alcanza in-
partidores! / Los mayores jugadores, / ade- cluso a El labrador de más aire.
más de bebedores, / en Madrid como en Pero, además, ¿tenía algo de conoci-
Dolores, / en el campo ha visto usted [...]». mientos o experiencia teatral como afi-
Ambas letras son apuntadas por Filomeno cionado siquiera? Tuvo, sí, dotes de ac-
tor, con una portentosa memoria y una
expresiva gestualidad. Durante los años
de juventud, en Orihuela, Miguel Her-
nández organiza junto a otros amigos una
agrupación teatral de aficionados llamada
La Farsa (en homenaje a la revista teatral).
Se reúnen, en el céntrico Café Levante,
Miguel, Antonio Gilabert, los hermanos
Marín (Pepito y Justino), bajo la dirección
de El Tarugo. Representan, entre otros
dramas, Juan José (1895) de Joaquín Di-
centa, cuyo protagonista es encarnado por
Miguel; también participa Hernández en
Los Semidioses (1914) de Federico Oliver
(aparecido en El teatro moderno, núm. 299
[1931]). Apréciese el talante reivindicati-
Ramón Sijé niño
vo y progresista de las obras elegidas. Des-
(Archivo Herederos pués montarán, con Daniel Cases, El ver-
de Ramón Sijé) dugo de Sevilla, de Muñoz Seca, y Parada y
180
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
181
Jesucristo Riquelme
182
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
comer, cargue el diablo con él»). Su em- un docente de instrucción elemental ron-
peño por representar fue constante y cre- daría las 5000 pesetas anuales (Samanie-
yó tenerlo al alcance de su mano; pero la go, 1977; Townson, 2002).
realidad le fue esquiva una vez más: no lo Si, de modo orientador, calculamos
logró con el auto sacramental –25 persona- unas 7-11 pesetas diarias de salario (de
jes principales y 16 accidentales requerían hace 70 años) por 300 días, el total es de
demasiados actores– ni con El torero más unas 2100-3300 pesetas al año; es decir,
valiente, a pesar de los ruegos al mismo Fe- las 3000 pesetas de un accésit teatral
derico García Lorca en incontestadas mi- sería el equivalente (de existir) al salario
sivas, ni con Los hijos de la piedra, con un mínimo interprofesional de 1936-1938;
proyecto de decorados de Maruja Mallo, aproximadamente la mitad del sueldo de Cartel del Coro y
que terminó representándose en 1946 en un maestro (¡en la época en la que «se pa- Teatro del Pueblo
Buenos Aires a instancias de Raúl Gonzá- saba más hambre que un maestro de es- de Misiones
Pedagógicas, 1932
lez Muñón y Ricardo Molinari3. cuela»!). Extrapolando estos datos a la si- (Archivo Residencia
Ahora bien, ¿qué suponían aproxima- tuación actual –permítasenos la licencia–, Estudiantes,
damente 3000 pesetas entonces? ¿A qué obtenemos los siguientes cálculos: accésit Madrid)
equivalían? ¿Podía aspirar a ganar premios
y a mantenerse honrosamente? Respon-
damos aceptando el supuesto de que ob-
tuviera similares premios y de que –con-
secuentemente– ganara en prestigio para
editar en condiciones económicamente
ventajosas o para representar. Compare-
mos, a título orientador, con los estipen-
dios de asalariados por cuenta ajena en el
campo o por trabajadores públicos en el
aula. En 1930, el jornalero del agro venía
a cobrar las cantidades (en pesetas) por
peonada que refleja la Tabla 3.
La esperada Ley de la Reforma Agraria,
de 9 de septiembre de 1932, cifró el sala-
rio mínimo en 5,5 pesetas/jornada y en 11
al día en tiempo de siega. Por su parte, el
Decreto de las Colectivizaciones, del Go-
bierno catalán, de 24 de octubre de 1936,
fijó que el obrero sin cualificar se quedaba
en las 65 pesetas semanales, es decir, unas
11 pesetas diarias (para semanas laborales
de seis días).
Por su lado, los 36.000 maestros de la
España de 1930 –¡para unos 2,2 millones
de estudiantes!– tenían un sueldo anual
de 3084 pesetas. Entre 1933 y 1934, el
segundo bienio aprobó una subida hasta
las 4000 pesetas, pero más de la mitad de
los maestros se mantenía en las 3084 an-
teriores; en el Decreto de 22 de febrero de
1936 se estableció que el sueldo medio de
183
Jesucristo Riquelme
Tabla 2
Poemarios Teatro Edición Representación Premios
PL
QV 500 pesetas
TV*
RQC
HP*
LA Convocatoria interrumpida
VP
TG
HA*
PM 3000 pesetas (accésit)
CRA*
(Aparecen con asterisco los libros no editados en vida del escritor. En cuanto a las representaciones, antes de
1942, sólo se conocen algunas de su Teatro en guerra, en las trincheras del frente y en retaguardia, sin deven-
gos económicos por autoría)
Tabla 3
Zona Jornada de 12 h (en verano) Jornada de 8 h (resto del año)
Andalucía 5 3 - 3,5
Cataluña 8 4
Vascongadas >5 >5
Levante 7 3
de teatro igual al salario mínimo interpro- nuestros cálculos aproximativos son feha-
fesional o 50% del salario de un maestro cientes: hoy el accésit de las 3000 pesetas
(noviembre de 2007). Las cifras son éstas de 1938 equivaldría, proporcionalmente,
para el salario mínimo: 570,6€ x 12 me- por tanto, a 9000 euros). El resultado está
ses = 6847,2€ al año); y, si el contrato es calculado sobre la base de equivalencia
anual o indefinido, 7988,4€ al año (sin pa- de una peseta de 1938 con tres euros de
gas mensuales extraordinarias). Digamos, 2009, aproximadamente.
pues, redondeando, que los equivalentes
proporcionales serían éstos: un premio de
3000 pesetas en 1936-1938 equivaldría a Pero la fama llega por la poesía
6000-8000 euros de hoy, y el premio de
10.000 pesetas en 1936-1938, a 20.000- Otra de las causas inmediatas de la incli-
26.000 euros de hoy; es decir, unos 500 nación fervorosa por el teatro, simultánea
o unos 2000 euros brutos al mes, res- quizás a la necesidad constante de conse-
pectivamente, ¡durante ese año! (En la guir éxito económico, radica en las ansias
actualidad, la orden cul/733/2007, de 20 de fama, esto es, el deseo de reconoci-
de marzo, publicada en el BOE de 27 de miento social e intelectual exigido –en es-
marzo, por la que se convocan los Premios pecial para Hernández– por sus modestos
Nacionales del Ministerio de Cultura para orígenes, sus limitados años de escolari-
2007, eleva la dotación del Premio Na- dad y su autodidactismo. La fama, o el (re)
cional de Teatro a 30.000 euros. Es decir, conocimiento, era más fácil con el teatro
184
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
por ser una reacción inmediata debido a cabras, que concibe sus poemas exquisi-
su raigambre popular, de aprehensión so- tos cuidando cabras en la montaña. Andan
cial más directa; en la década de 1930, el todos locos con él. De ojos muy claros, de
teatro –en incipiente competencia con el traje humilde y alpargatas, me produce el
cine mudo– era arte de masas y de buenas efecto de un niño sonámbulo que viviera
retribuciones para el autor. El modelo era, en otro planeta» (Morla Lynch, 1958). Sin
entre otros, su admirado F. García Lorca embargo, también despertó Miguel fobias
(Riquelme, 1987). (Pero, ante todo, debía y envidias, probablemente porque nunca
estrenar). Estos anhelos de fama y dinero comprendieron el personaje que se fragua-
(para subsistir) se respiran en su epistola- ba. Elena Garro (1992), la primera esposa
rio, conjunto de misivas pedigüeñas, pero de Octavio Paz, recoge en sus memorias
nunca su ilusión se inunda de soberbia o de 1937 algunas revelaciones sobre la per-
arrogancia. cepción que suscitaba Miguel –«voz de
bajo profundo»–: «Recordé a los envidio-
sos que decían: ‘¿Miguel? Anda disfrazado
«Andan todos locos con él» de pastor y se creyó el cuento de que fue
pastorcillo’ [...] todavía ignoraba la envi-
Hernández nunca ocultó que era de pue- dia de los mediocres a los que sacaba de
blo (y, en parte por ello, terminaría siendo quicio que un chico tan joven fuera tan
‘poeta del pueblo’). Esto lo llevó a rajatabla gran latinista, tan gran poeta y tan guapo».
hasta en su aspecto: indumentaria, calza- Ahora bien, tal vez el caso más sorpren-
do, talante solícito, silencios, bromas… dente entre sus detractores fue el del gran
en el Madrid de hasta 1936. Una de las Federico, que lo trató con indiferencia:
mejores creaciones del Hernández de la en expresión muy certera de María Zam-
anteguerra fue la de su personaje como brano, García Lorca sentía una especie
poeta-pastor, especialmente por su atuen-
do rústico en la gran urbe. (Algo parecido
a los personajes creados, en sus esferas y
ambientes distintos, por Dalí, Arrabal o
Umbral). Todo formaba parte –en su com-
plejidad– de su personalidad generosa y
transparente, y de su doble registro psico-
lógico: extravertido, en situaciones amis-
tosas que dominaba, e introvertido cuando
el asunto le sobrepasaba. Risueño platica-
dor tanto como silencioso taciturno. Aun-
que sin el arrollador duende de Federico
García Lorca, Hernández también des-
pertaba pasiones por su peculiar poder
de atracción (espontaneidad huertana y
rural, tesón y simpatía natural, integridad,
fidelidad, bonhomía). Ya en el verano de
1935, Carlos Morla Lynch, el embajador
chileno en Madrid, muy amigo de García
Lorca, que solía ofrecer su residencia para
Federico García
tertulias y encuentros amistosos, declara- Lorca y Carlos
ba: «A la reunión de esta noche..., [Pablo Morla Lynch,
Neruda] ha traído a un poeta-pastor de Salamanca, 1932
185
Jesucristo Riquelme
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Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
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Jesucristo Riquelme
188
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
participar con sus propios medios especí- cada momento–). Él partía de su ideal de
ficos en el esfuerzo general y en el proceso arte total: teatro de la palabra y teatro de
de transformación de la realidad social, y, la acción; pero su alarde poético anegó
por tanto, en definitiva, del hombre, en la las pretensiones escénicas de dinamismo
perspectiva de una reconstrucción de la y aparatosidad o novedad en la década de
integridad y totalidad del hombre, que, en 1930. Ese es el talón de Aquiles del tea-
una sociedad dividida en clases y basada tro hernandiano: un teatro (poético) con
en la explotación, ha sido destruida». En exceso de palabra, una desproporción que
este sentido, todo el de Miguel Hernández termina siendo antiteatral. Esta lacra obe-
ha podido ser percibido como un teatro po- dece a una aplicación inadecuada de sus
lítico: ideológico (en su acepción de trans- modelos. Los modelos ahora eran las arias
mitir una visión del mundo y de la vida (musicales) y las relaciones (teatrales) de
reflexiva, presuntamente filosófica o me- la zarzuela (y la ópera). Pero, en los géne-
tafísica) y político (de una opción conser- ros musicales (como la zarzuela –que, por
vadora-reaccionaria en su etapa oriolana, cierto, no tienen cabida en la tradicional
hasta mediados de 1935 aproximadamen- historia de la literatura–), hay focaliza-
te, o de una opción progresista y reivindi- ciones –técnicamente, focos o haces de
cadora para todas las personas al margen luz– que aíslan las intervenciones de los
de su posición económica o heredada). solistas y, convencionalmente, detienen el
Por todo ello, el error que achacamos tiempo (y el movimiento) del resto de ac-
al Hernández dramaturgo es el de sus ex- tores en escena. Esta apreciación invalida
cesos poéticos (en extensión y en densi- al teatro poético de toda una amplia época
dad lírica o épica –lo que corresponda en y a ese intento renovador del teatro: los
Pinturas murales en
homenaje a Miguel
Hernández
(Orihuela, 1976)
189
Jesucristo Riquelme
Tabla 4
Prestidigitación: la belleza de Emoción e
Acción
la palabra identificación
POESÍA: Amor Propaganda
Naturaleza Amistad Arenga bélica
Hermetismo 1.ª reivindicación social Intimismo
Religiosidad
TEATRO: Tragedias de patrono Teatro de urgencia
Poético (pro-republicano)
Alegoría Tragedia Dramas rurales Teatro de guerra
QV 1933 TV 1934 HP 1935 LA 1936 TG 1937 PM 1937
190
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro
Notas
1. Quién te ha visto y quién te ve y sombra de y versión de José Luis Navarro, y se tradujo al
lo que eras, parte III, fase anterior, escena 3; italiano, en Tolentino (Macerata), Los hijos de
vv. 264-271 (Hernández, 1992: 1365-1366). la piedra, en 2005, por iniciativa de Rodolfo
Citamos siempre OC. Mettini, con nuestro asesoramiento, pero no
se llevó el proyecto a las tablas hasta ahora.
2. ‘Pa’ era el apodo de un inspector de la policía
municipal, que solía enviar a la prevención a
4. La escultura de Alberto Sánchez se alzaba
los que jugaban con una pelota en la placeta
casi doce metros en la entrada del stand de Es-
pública.
paña en la Exposición Internacional celebrada
3. Sobre las representaciones llevadas a cabo, en el París de 1937. En el interior, se exhibía
véase nuestra ponencia «Puestas en escena por primera vez el Guernica de Picasso, asi-
del teatro de Miguel Hernández» (Riquelme, mismo de monumentales dimensiones: 349 x
2004). Después de esta fecha, se representó 777 cm, que actualmente se muestra perma-
el auto sacramental en Granada, en 2004, por nentemente en el Museo Nacional Centro de
el grupo El Corral del Carbón, con dirección Arte Reina Sofía (CARS) de Madrid.
Bibliografía
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de febrero de 1973, pp. 17-18. pp. 6-7.
191
Miguel Hernández y el teatro áureo
Francisco Javier Díez de Revenga
Universidad de Murcia
M
iguel hernánDez era un mente del paisaje y de las costumbres y
lector entusiasta de los poe- usos cercanos.
tas del Siglo de Oro y así lo Lo que Miguel intentó, consiste, cla-
ha manifestado la crítica especializada. ramente, en un atrevido intento de acer-
Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, carse con fidelidad a los planteamientos
San Juan de la Cruz, Calderón, Góngora, clásicos de este género, cuyo modelo está,
pero sobre todo Lope de Vega y Queve- como tantas veces se ha señalado, en los
do fueron sus maestros durante muchos autos sacramentales de Calderón de la
años. En ellos aprendió formas, reflexio- Barca. Pero hay que señalar del mismo
nó contenidos y desarrolló independen- modo la evidente presencia de rasgos per-
cias que marcaron su temprana origina- sonales, que van desde la inmersión den-
lidad a pesar de la fuerza de los modelos. tro de su mundo vital poético-sacramen-
En lo que se refiere al teatro, parte, en tal, a la cumplida visión de la vida rural,
su actividad como dramaturgo, también permanente en su producción dramática.
de los clásicos y fundamentalmente de
Calderón de la Barca, cuando escribe
su auto sacramental Quién te ha visto y
quién te ve y sombra de lo que eras, que
le publicará José Bergamín en la revista
Cruz y Raya. La originalidad de esta idea
genial de escribir un auto sacramental
en pleno siglo xx, y además ceñirse es-
trictamente a la tradición calderonia-
na, se pone de relieve, por un lado, en
la bien asimilada presencia de la mejor
tradición literaria española, adquirida a
través de sus lecturas de nuestros dra-
maturgos clásicos, especialmente Cal-
derón y Lope, y, por otro, en ese aire de
autenticidad de quien, sin conocer los
secretos técnicos del teatro, es capaz
de integrar en su primera obra dramá- Garcilaso de la Vega,
tica un sentimiento de inspiración real grabado de D. B.
y directa de lo pastoril y lo campesino Vázquez, según
dibujo de J. A. Maea
que no ha sido imaginado desde un des- (Real Academia de
pacho sino captado del natural, directa- Bellas Artes de San
Fernando, Madrid)
194
Miguel Hernández y el teatro áureo
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Miguel Hernández y el teatro áureo
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Miguel Hernández y el teatro áureo
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Francisco Javier Díez de Revenga
200
Miguel Hernández y el teatro áureo
animado, y en la mayor adecuación del primero, con estribillo variable y canto al-
lenguaje poético. La polimetría de El la- ternado entre voces masculinas y femeni-
brador de más aire es de una gran senci- nas; en esta tradicional maya se manifiesta
llez: formas populares y cultas tradicio- una gran alegría que refleja la exaltación
nales, pero ni un endecasílabo, ni un solo de la primavera a través de bellas imáge-
soneto, y, en efecto, junto a las décimas, nes poéticas a las que se une el sentimien-
quintillas y cuartetas, aparecen romances to amoroso.
hexasílabos y octosílabos, seguidillas...; El conocimiento de la fiesta rural-popu-
se trata, por tanto, de una polimetría es- lar por parte de Miguel es, como en Lope
pecializada y cercana a lo popular y en- de Vega, consustancial a su manera de ha-
cajada sobre todo en el arte menor, parti- cer poemas e integrarlos en el drama. Jun-
cularmente en el octosílabo, que aparece to a las mayas antes citadas, género arque-
incluso en unas ya insólitas coplas de pie típico que Hernández como Lope de Vega
quebrado. introduce en su drama, hay en El labrador
Y sobresale, por encima de todo, el gran de más aire numerosos pasajes que, por la
poeta popular que Miguel Hernández contextura poética basada en estructuras
llevaba dentro. Como es sabido, pode- repetitivas y por su expresión del amor, po-
mos leer en El labrador de más aire muy demos relacionar con un sentimiento de
bellas canciones de tipo tradicional con lo popular y con la poesía de tipo tradicio-
predominio de la canción amorosa. Pero, nal; aspecto éste en el que obligadamente
a diferencia de lo que ocurre en las obras hemos de conectar a Miguel Hernández
precedentes, rara vez los intermedios lí- también con García Lorca, cuyas innova-
ricos están claramente exentos dentro ciones asimila.
de los parlamentos; tan solo hay algunos Son modélicos algunos ejemplos de
con relativa independencia, como ocurre esta actitud característica, como los mo-
con una típica canción de mayo que Mo- nólogos de enamorada de la protagonis-
zos y Mozas cantan en las fiestas del acto ta. Así el que figura en el acto i, cuadro
Danzas campesinas,
de Pieter Brueghel
(Kunsthistorisches
Museum, Viena)
201
Francisco Javier Díez de Revenga
202
Miguel Hernández y el teatro áureo
Bibliografía
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Miguel Hernández», Revista del Insti- nández, Madrid, El Grifón, 1955.
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J. Díez de Revenga y Mariano de Paco, da, Universidad de Granada, 1989, pp.
Murcia, Cajamurcia (en prensa). 497-514.
203
Miguel Hernández en la prensa
alicantina
Francisco Esteve Ramírez
Universidad Complutense de Madrid
Presidente de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández
A
l CumPlirse el centenario del periódico a los aspirantes a periodistas, así
nacimiento de Miguel Hernán- como los planes de estudio en su Escuela
dez, son muchos los estudios y de Periodismo. Recuerdo que a mi prime-
análisis que se vienen realizando en tor- ra, como la segunda, desdichada vuelta a
no a la vida y obra de esta figura singular Madrid me habló usted de la tal Escuela
de la literatura española, ya que, a pesar de Periodismo». Cuando el joven Miguel
de su corta trayectoria vital, nos dejó un Hernández –con 21 años de edad– escribe
importante legado de producción literaria esta carta a su paisano y vecino don Luis
a través de sus creaciones poéticas, dra- Almarcha, ya había tenido la oportunidad
máticas, epistolares, narrativas, etc. Sin de colaborar en varios periódicos locales.
embargo, hay una faceta menos conocida
en la obra hernandiana, como es su activi-
dad periodística a través de sus múltiples
colaboraciones en distintos medios de co-
municación social, no solo con sus aporta-
ciones poéticas sino también con sus cola-
boraciones como cronista, crítico literario,
reportero de guerra, editorialista, entrevis-
tador, etc. Incluso llegó a crear y dirigir al-
gunas publicaciones periódicas durante su
labor como dirigente del Altavoz del Frente
en las zonas de Andalucía y Extremadura.
En el presente artículo queremos hacer
solo referencia a la presencia de Miguel
Hernández en la prensa alicantina, tanto
de los medios oriolanos como de la ciudad
de Alicante.
Esta vocación periodística de Miguel
Hernández queda reflejada claramente en
una carta que dirige al canónigo de Ori-
huela, don Luis Almarcha, el 10 de octu- Luis Almarcha
bre de 1932: «He leído en El Debate del Hernández, obispo
sábado 8 la convocatoria que hace dicho de León
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Miguel Hernández en la prensa alicantina
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Francisco Esteve Ramírez
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Participación de Miguel
Hernández en Destellos
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Miguel Hernández en la prensa alicantina
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Miguel Hernández en la prensa alicantina
Como agradecimiento por todo el apoyo los años treinta es Diario de Alicante, auto-
que estaba recibiendo de su amigo y pai- denominado «Periódico republicano» y di-
sano Juan Sansano, le dedica Hernández rigido por el periodista Emilio Costa. Fue
el poema «A don Juan Sansano», que pu- fundado en el año 1919, y tenía sus talle-
blicó en la primera página de El Día el 24 res en la calle Mestre Martínez, 102. En el
de abril de 1931. Seis días más tarde, el número 6331, fechado el 9 de diciembre
30 del mismo mes, volverá a publicar tres de 1931, se publica un extenso artículo de
sonetos a su protector en la revista oriola- Ramón Sijé titulado «Miguel Hernández»,
na Destellos con el título «Juan Sansano». con motivo del viaje que realiza el poeta
La aparición de un nuevo poemario de a Madrid. Sijé –que en la firma del artí-
Juan Sansano motiva una reseña elogiosa culo periodístico aparece erróneamente
que, de forma versificada, publica Miguel como Gigé– aprovecha esa circunstancia
Hernández el 19 de junio de 1931 en El para realizar una elogiosa semblanza de su
Día, con el título «A Sansano, por su libro amigo poeta:
Canciones de amor».
El escritor Antonio Estevan Guevara Me duelo de marcharme «con sombras,
publica en el número 4848 del diario El estrellas y la luna un poco gastada», nos
Día, correspondiente al miércoles 11 de decía, al despedirse. Y llega un momen-
julio de 1931, una reseña sobre Miguel to en que se ahoga –porque no va a es-
Hernández dentro de la sección titulada tar siempre ordeñando cabras para sacar
«Hombres y Letras», en la que dice, con la leche que regodea a los ricos–, en que
un lenguaje barroco: «Limitémonos a di- sufre angina de pecho espiritual: deseo de
señar someramente. Esquematicemos una ser, de mostrarse un poco rasgando sus ves-
de las figuras más representativas del be- tiduras, de cantar cabe a Castilla con vo-
llo rincón levantino, que en beso perpetuo ces calientes de Mediterráneo. Ir un poco
con las plúmbeas del cercano Mare Nos- oloroso de naranjos mozos, de buen aceite,
trum es una de las glorias más preciadas de de perfumes secretos de mujeres levanti-
la métrica española. Tratemos de formular nas. Que se nos muere el poeta. ¡Que se
un análisis sobrio que se circunscriba es- ahoga!...Y con su cara de adolescente, de
cuetamente a apologar la expresión más aquellos que pintaba Cézanne, toma una
sublime del arte poético. Este poeta medi- determinación: irse, irse pronto... Ahora,
terráneo, nacido bajo los cielos de oro del venimos de darle abrazo de despedida, de
pensil oriental, es... Miguel Hernández». la estación triste, solitaria. [...] Un acto
Transcurrido el verano de 1931, el poeta histórico éste, en la vida de este poeta, que
oriolano vuelve a aparecer en las páginas lloraba, en las noches de luna, en el dolor
de El Día con el poema «Al acabar la tar- de una vieja calle de su barrio.
de», publicado el 8 de septiembre de 1931.
Encontrándose Miguel Hernández ya en Diario de Alicante volvería a recordar a
Madrid, sigue colaborando con el diario Miguel Hernández en sus ediciones de los
alicantino, para el que envía el poema «La días 27 y 28 de abril de 1933, anuncian-
palmera levantina», que saldría publicado do el acto literario que protagonizarían
el 24 de febrero de 1932. Su última cola-
boración con este medio se produciría el
sábado 12 de marzo de 1932 con el soneto
«Luz en la noche», en el que describe el
trágico incendio de una barraca levantina.
Otro de los periódicos alicantinos que
dan noticia sobre Miguel Hernández en
215
Francisco Esteve Ramírez
Francisco de Díe,
lámina para la Elegía
media del toro
Miguel Hernández y Ramón Sijé en el y Miguel Hernández Giner. Sijé hizo una
Ateneo alicantino el 29 de abril. Así, el 27 profesión de fe poética, que, por apremios
de abril aparece en este diario la siguien- de espacio, no nos es posible exponer ni
te noticia: «Dos jóvenes comprovincianos aun extractar. [...] El autor del bello libro
nuestros, los escritores orcelitanos Ramón que acabamos de citar [Perito en lunas],
Sijé y Miguel Hernández, ofrecerán el Miguel Hernández Giner, un muchacho
próximo sábado a las siete de la tarde una que, desde el medio rural –fue pastor–,
fiesta literaria a los socios del Ateneo». Al se ha lanzado al difícil campo de la poe-
día siguiente completa la información con sía conceptista, recitó sus versos inéditos
el programa del acto: «Ramón Sijé diserta- ‘Elegía media del toro’ [...] y ‘Elegía de la
rá sobre ‘El sentido de la danza. Desarrollo novia’. Terminó con unos versos de Juan
de un problema barroco en Perito en lu- Ramón Jiménez, Alberti y García Lorca».
nas’, de M. Hernández Giner. Miguel Her- Este diario volvería a referirse a Miguel
nández Giner explicará, con ayuda de un Hernández en una crónica publicada el 23
cartel de Díe, una ‘Elegía media del toro’». de agosto de 1937, haciendo también re-
Por su parte, el periódico alicantino El ferencia a otro acto protagonizado por Mi-
Luchador –fundado en 1912 y con sede guel Hernández en el Ateneo de Alicante
en la calle Sagasta, 55– publicó en su nú- el 21 de dicho mes.
mero 6890 del martes 2 de mayo de 1933
una amplia reseña sobre el acto literario
celebrado en el Ateneo alicantino el 29 de Nuestra Bandera
abril: «El sábado último ocuparon la tribu-
na de nuestro Ateneo dos jóvenes e inte- En este recorrido por la huella que ha ido
resantes escritores oriolanos: Ramón Sijé dejando la poesía y la prosa de Miguel
216
Miguel Hernández en la prensa alicantina
217
Francisco Esteve Ramírez
218
Miguel Hernández en la prensa alicantina
Bibliografía
siones, cárcel y muerte de un poeta, Ma- Ramos, Vicente, Literatura alicantina,
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Gómez y Patiño, María, Propaganda – y Manuel Molina, Miguel Hernández
poética en Miguel Hernández, Alicante, en Alicante, Alicante, col. Ifach, 1976.
219
Miguel Hernández: la forja
de un aficionado taurino
José María Balcells
Universidad de León
c
onstituye un lugar Común la historia e idiosincrasia oriolanas y las
consolidado entre los hernandis- obras con contenidos biográficos de Mi-
tas la aseveración de que Miguel guel Hernández, habría que concluir que
Hernández fue no solo un aficionado a la la fiesta de los toros nada absolutamente
llamada fiesta brava, sino un grandísimo tiene que ver con Orihuela, puesto que no
aficionado a ella. Al respecto, se suelen se refieren a ella en momento alguno, o
alegar como pruebas principales de dicho solo la nombran. Pero ese silencio no su-
aserto la temática taurina que se halla en pone que los espectáculos con toros, y en
su poesía y en su obra teatral, y también concreto las corridas, un circo para cele-
sus aportaciones a la enciclopedia Los to- brarlas, y un público que acudiera a ellas, Miguel Hernández
ros que dirigió admirablemente José María no existiesen en la ciudad, sino que signi- ante una vaquilla en
de Cossío. Admitiendo la certeza incues- fica que han orillado esta cuestión, tal vez el frente jiennense,
marzo de 1937
tionable de esos tozudos argumentos, me porque no fueron sensibles a ella, y no re- (Foto Sánchez,
permitiré añadir que en la bibliografía del sulta de recibo que se la excluya a la hora Archivo Municipal
poeta se echa en falta un trabajo sistemáti- de configurar las tradiciones oriolanas y su de Alicante)
co de acopio de datos que den más funda-
mento a la afición del oriolano por la tau-
romaquia, fundamentando asimismo su
presencia en su literatura. Sin pretender
llenar este vacío, sí vamos a reunir en estas
páginas unos cuantos materiales y consi-
deraciones que pudieran hacer al caso.
Y la primera de ellas estriba en pregun-
tarnos si Orihuela como tal propiciaba de
algún modo, en el primer tercio del siglo
XX, la existencia de aficionados taurinos.
No vamos a suscitar siquiera la sospecha
de alguna clase de determinismo del me-
dio sobre el hombre, y mucho menos so-
bre un escritor, sino que únicamente nos
planteamos si la ciudad podía ofrecer al-
guna motivación hacia la tauromaquia. A
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Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino
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José María Balcells
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José María Balcells
Camaradería taurina
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José María Balcells
multa que le aplicaban para ser puesto en arriba, para los profesionales, torear con la
libertad (Poveda, 1975: 69-70). provisión técnica de capotes y muletas. Y
conste que no estoy negando que echase
Una de las ocasiones en las que se ha in- mano de su chaqueta como espontáneo,
dicado que se arrojó al ruedo de Orihuela sino que no se me alcanza que lo hiciese
como espontáneo podría haber tenido lu- en un festejo mayor de la feria, y menos
gar durante la feria agosteña de 1931, el habitualmente.
año de la proclamación de la República. Si se me hubiera dicho que saltó del
Dice una fuente que «[s]altó de nuevo tendido a la arena en espectáculos meno-
al ruedo con su chaquetilla, dando unos res, no pondría la más mínima objeción,
cuantos pases y, de nuevo, fue conducido porque apuesto que eso fue lo que hizo, ti-
al retén municipal por la fuerza pública» rarse al ruedo en festivales, en becerradas,
(Gelardo, 2007-2008: 13-14). en sueltas de vaquillas, en capeas. Y es
A pies juntillas no suscribiría íntegra- que para demostrar la taurofilia fenolliana
mente el contenido de ambas citas, por- no hace falta urdir cándidamente hazañas
que hay un elemento que no me cuadra taurinas inverosímiles por hiperbólicas.
en ellas, el de la chaqueta. A buen se- Por eso me parece de recibo el párrafo que
guro le tentó a Carlos Fenoll la idea de copiaré a continuación, y que avala la mi-
ser torero. Seguro también que se tiraría litancia taurina del panadero (Ruiz Cases,
como espontáneo varias veces, y que lo 1995: s.p.):
llevaron al cuartelillo otras tantas. Hasta
ahí estoy dispuesto a llegar, porque lo de Varios son los testimonios alusivos a la
que se arrojaba al albero en el transcurso afición taurina de Carlos Fenoll. Yo los
de una novillada con picadores o de una he recogido de contemporáneos suyos, al-
corrida de toros ya parece más inasumi- gunos aún vivos o recientemente falleci-
ble si su único engaño era dicha prenda dos. El picador Rafael Tafalla, Remache,
de vestir, cuando ya resultaba bien cuesta recuerda las idas a Callosa a ‘tirarnos a
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Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino
la vaca. Carlos, el Delfín, era el primero taurino, aunque ahora querían ser poetas.
en lanzarse. A mí me dejaba montar el Esta pareja fue la formada por Carlos Fe-
borrico moruno, sabiendo de mi afición noll y Miguel Hernández. Recién dijimos
a picar’. El banderillero Manuel Vicente, que el panadero hasta se tiró al ruedo,
Pepiso, me comentaba lances en la vaca mejor dicho a los ruedos, repetidamente,
de Benferri, y aún hoy, entre otros, el prueba palpable de haber asumido una
empresario Manuel Valle me da fe de las decisión que es de suponer no tomaría de
capeas en las que con otros amigos parti- repente, en un arrebato, sino que estuvo
cipan los dos donde se anunciaban fiestas planificada. Pero en la época de la tertulia
patronales. ya habría amortiguado considerablemen-
te, si no dejado atrás de modo definitivo,
A tenor de lo cual, y volviendo al asunto el afán de ser torero, sustituyendo aquella
de la tertulia en la tahona, no hará falta ser ansia por otras, entre ellas la ilusión de ser
un lince para apostar que, entre los miem- poeta. Aun así, probablemente no dejó de
bros de la misma, había uno, José Marín arrimar el ascua a su sardina taurómaca en
Gutiérrez, cuya afición a los toros pudo ser ese cónclave en el que era el anfitrión y
discreta, pero la tendría, y otros dos que en el que tenía un cómplice taurino que
acaso vivieron más o menos consumidos, también quería ser poeta, y lo iba a ser, y
desde hacía algunos años, por el gusanillo muy grande.
Notas
1. La mayoría de los datos sobre el mundo de la la, trabajo debido a José Ruiz Cases, «Sesca»,
tauromaquia orcelitana se han tomado de dife- y con referencia en la bibliografía final.
rentes fascículos de la serie Los toros y Orihue-
Bibliografía
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Gelardo, José, «Miguel Hernández y el Poveda, Jesús, Vida, pasión y muerte del
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Manresa, Josefina, Recuerdos de la viuda – Los toros y Orihuela, fascículo 10, Ori-
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poeta con nombre de tango», La Lucer- Antología, New York, Hispanic Institute
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229
Mi primer encuentro con
Josefina Manresa
Entre realidad y memoria
Gabriele Morelli
Universidad de Bérgamo (Italia)
M
IGUEL HERNÁNDEZ queda en Como cualquier lector de la poesía de
mi mente ligado de manera Hernández sabe, se trata del poema nú-
indisoluble a mis años juveni- mero 50 del Cancionero y romancero de
les, cuando me matriculé de español en la ausencias (uno de los mejores libros de
Facultad de Lenguas y Literaturas Extran- nuestro autor). Desde el punto de vista
jeras en la Universidad Luigi Bocconi de formal, está basado en una copla popular
Milán. La elección del poeta oriolano para y presenta su conciso contenido dentro
comenzar una ruta investigadora (que des- de una simetría perfecta y mediante un
pués se mostraría larga) fue debida, entre claro y sencillo lenguaje. En la inicial lec-
varias razones que la perspectiva de los tura me impresionó el contraste profundo
años me confirma, a mi lectura primeriza entre la serie de los elementos repetitivos
de un breve poema que una compañera (rima, vocabulario, verbos de acción per- Casa familiar de
argentina, recién llegada de Buenos Ai- fectamente trabados en gradaciones) de la Miguel Hernández,
en la calle Arriba,
res, me enseñó copiado en su cuadernillo. primera y la segunda estrofas, y la diver- 1930
Aún recuerdo las hojas limpias y bien or- gencia de sus significados. En efecto, los (Fundación Cultural
denadas de este álbum con el nombre de versos iniciales afirman el valor positivo y Miguel Hernández)
Miguel Hernández rotulado en la primera
página en mayúsculas, y, abajo, con clara
grafía femenina, la catarata de versos que
aprendí de memoria y que todavía puedo
citar:
vital del hijo recién nacido, mientras que continuidad y duración infinitas. Es decir,
los últimos aluden a su muerte, implícita el poeta me estaba comunicando que el
en las imágenes macabras del cementerio dolor causado por la muerte de su niño
y los huesos. Este contraste cobra fuerza inocente le acompañaba en cada momen-
por el presente verbal que alinea el esta- to en la soledad de su jornada.
tuto de la casa, en que rebosa el amor y La lectura del poema, con el halo de
la vida del niño, y el del cementerio que sugerencias que desprendían sus breves
sepulta su cuerpo. En fin, se diseña un versos en aquel primer acercamiento, fue
breve espacio marcado por una estructura un enérgico impulso para mi decisión de
de carácter bimembre que, incluso en un estudiar la obra de Miguel Hernández
nivel formal, contiene una antítesis pro- cuando poco después –en aquella época
funda abierta ad infinitum. El poeta cierra era obligatorio elegir el tema de la tesis en
inmediatamente este contraste de fondo el segundo año de la carrera universitaria–
porque el motivo central –la angustia por mi profesor requirió el título de mi tesis
la muerte del niño– se ha transformado en doctoral. De pronto, tras firmar el tríptico
algo interior y privado, pero a su vez ha de la papeleta, fui a consultar el tomo iii
cobrado trascendencia universal y expresa de la Historia de la Literatura Española de
el dolor de todos. La fuerza lírica radica Valbuena Prat (Barcelona, Editorial Gus-
efectivamente en la capacidad de corte, tavo Gili, 1960), que brillaba en los estan-
en el sintético enunciado que se limita a tes de la pequeña biblioteca de nuestro
indicar los extremos de una bipolaridad Instituto de Español, para descubrir con
que, aunque de ámbito personal, se hun- desilusión que, en su monstruoso tamaño
de en la raíz del destino humano. De todos de casi mil páginas, el nombre del poeta
modos, yo advertía en la expresión adver- de Orihuela asomaba sólo cuatro veces y
bial «Cada vez» y en el término «aún», siempre con referencias indirectas. Nun-
ambos con valor temporal, un carácter de ca a Hernández se le reservaba un espacio
Josefina Manresa y
Miguel Hernández
en Jaén, marzo de
1937
232
Mi primer encuentro con Josefina Manresa
233
Gabriele Morelli
234
Mi primer encuentro con Josefina Manresa
235
Gabriele Morelli
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Mi primer encuentro con Josefina Manresa
viniese conmigo; pero fue inútil, pues a su casa: antes busque a esta vecina, bue-
ella se marchó, dejándome solo con el tu- na amiga suya, y pregúntele por Josefina».
multo en el corazón propio del que atis- La audacia inconsciente de la juventud
ba el culmen de la aspiración acariciada me impidió reflexionar en aquel momen-
desde tiempo atrás: penetrar en los muros to sobre estas palabras, ya que, al oírlas,
de la morada del poeta. pensé que el exquisito Aleixandre se pre-
ocupaba de que mi intrusión no pertur-
Hasta aquí la cita del primer encuentro bara la intimidad familiar de la mujer. Sin
con Josefina Manresa, cita que, dentro del embargo, una hora después fue ella quien
tema general de mi experiencia de hispa- se me acercó preguntando si era «el chico
nista, yo limitaba a las evocaciones esen- italiano enviado por Vicente». Debo con-
ciales, pero que ahora retomo sumando fesar que entendí sólo la palabra «italia-
otros detalles que entonces consideré irre- no», pero bastó para que de pronto dijera
levantes y que en cambio, al revivir aquel que sí, que era yo, que venía de parte de
lejano encuentro, quizás constituyan una Aleixandre y que había viajado durante
nueva luz para comprender mejor la rela- dos días desde Italia para conversar con
ción vivida entre Josefina y Miguel. Como ella. Al comienzo, al mirar su cara ancha y
aclara el título de este artículo, recupero grandota, pensé que no era Josefina, la es-
los datos reales de aquel diálogo, al lado posa del poeta, pues yo tenía en la mente
de cuestiones que no me atreví a plantear la imagen de una figura esbelta, desdibu-
a la esposa del poeta o, mejor dicho, que jada por el dolor y, naturalmente, de cejas
no podía indicar entonces por ignorancia espesas y pelo negro que llevaba alzado.
de aspectos de la vida y la obra hernandia- Estos rasgos no faltaban, pero, no sé por
nas a los que sólo he accedido con el paso qué, aunque ahora me lo explico con los
de los años. El empleo de la cursiva ayu- anteojos de la literatura, no me parecían
dará al lector a distinguir con facilidad lo convincentes, y además durante el viaje y
atribuible a la invención –aunque basada las horas pasadas en Elche yo había ob-
en hechos reales de la historia y biogra- servado a muchísimas mujeres de aspecto
fía del poeta– de lo realmente acaecido. semejante. Pero sí, era ella: «Soy Josefi-
Volvamos, pues, a la estación de Elche, na», me dijo, «pero vamos a otro lugar».
donde desembarqué la primera semana de Y, torciendo por un callejón, partió sin
agosto de 1964. demora, mientras yo la seguía procurando
Era un día húmedo y sofocante; yo te- no superarla, ya que su andar silencioso
nía apuntados en una notita el nombre y y determinado me inspiraba aprensión y
la dirección –creía entonces– de una pa- cierto miedo. Advertía la clandestinidad
riente o amiga de la esposa del poeta, a de la cita y, sobre todo, temía la impon-
la que, según las indicaciones de Aleixan- derabilidad de algún impedimento. Nada
dre, debía dirigirme preguntando por Jo- de eso: poco después, mientras yo andaba
sefina. En realidad, yo no vi su casa, en tras su caminar rápido, ella entró en una
aquel entonces ubicada en la avenida Rei- plazuela solitaria y se detuvo delante de
na Victoria, 12, ya que más de una hora un banco de piedra. Nos sentamos. Yo me
después la encontré delante de una pana- quito la mochila e intento hablar, pero la
dería desde donde fuimos a una especie voz no sale, el sudor me empapa la frente,
de placita; allí nos sentamos en un ban- me empaña los ojos y me seca la gargan-
co rudo de piedra a la sombra de algunos ta. En aquel momento, mientras Josefi-
árboles. A tantos años de distancia, solo na sacaba del bolsillo del traje la nota de
ahora resuena en mi cabeza la frase de Aleixandre que yo había entregado a su
Aleixandre: «No vaya usted directamente primer destinatario, le confesé mi deseo
237
Gabriele Morelli
de ver la casa de Miguel y ella en Orihue- problemas en los ojos: en 1962 tuve que
la. Y ella refunfuña: operarme en una clínica de Barcelona.
–¡Que no es mi casa y tampoco quiero Me interesé por los inéditos del poe-
volver a verla! ta que ella guardaba, pero me contestó
Y añadió: que se los había dado todos a Aleixandre
–Nuestra casa fue la de Cox, donde vi- y a otros para realizar una edición espa-
vían mi abuela y mis hermanos, y donde ñola de la obra de Miguel3. Poco a poco
nacieron nuestros hijos y Miguel pasó sus me di cuenta de que, siempre que aludía
mejores días; es esta la casa que yo recuer- a los manuscritos o a la correspondencia
do como nuestra, aunque en Cox viví tam- del poeta, Josefina cambiaba de tema, o
bién en otros lugares. sencillamente simulaba no entender mi
Rápidamente le dije si podía visitarla: castellano aún balbuciente. A veces, en
–No, ya no existe, ha cambiado lugar de responder a mis cuestiones, ella
totalmente. me preguntaba qué libros tenía yo del poe-
Intento reconstruir esta conversación, ta. Le contesté que el año anterior había
que duró casi media hora. Ella me pre- comprado en Madrid las Obras completas
guntó por mi viaje y por el profesor Dario de la editorial Losada.
Puccini quien, a comienzos de los años –En realidad –me dijo– casi todos los
sesenta, recordó Josefina, vino a visitar- libros que han salido sobre Miguel llevan
le con su esposa a Elche, y con el cual, errores y erratas, a pesar de que yo he en-
sucesivamente, había contactado a través viado materiales y he dado datos biográ-
de amigos comunes, cuando preparaba la ficos y retratos aún desconocidos de Mi-
primera antología italiana de la obra de guel, que a veces no me han devuelto o,
Miguel, publicada por Feltrinelli en 1962. peor, han perdido.
Sonriendo, me confió que le gustaban mu- Le comenté que en mi tomo de Losada
cho los poemas traducidos al italiano: no había percibido estos errores.
–Parecen más bonitos, ya que suavizan –Hay erratas y mala ordenación cro-
un poco toda la pena que Miguel ence- nológica de los poemas, aunque en este
Cox, lugar de
residencia de
rraba dentro. Pero –añadió– pude leer el caso los textos han sido cotejados con los
Josefina Manresa y libro sólo mucho tiempo después, ya que manuscritos originales que yo escondí en
su familia cuando lo recibí tenía, y sigo teniéndolos, casas de parientes. Además, no entiendo
bien lo que dice al final María de Gracia
Ifach cuando escribe que Miguel «fue en-
carcelado por última vez en el cementerio
de Alicante»; en realidad, su muerte fue
la liberación de una terrible enfermedad
que le había destrozado por completo
alma y cuerpo. Su cuerpo estaba lleno de
pus y llagas por todas partes; se liberó so-
bre todo del sufrimiento por el estado en
que se encontraba, separado de su hijo y
de nosotros. Yo no podía verlo sufrir así;
cuando por última vez me permitieron vi-
sitarlo en la cama de la cárcel, sabía que
se iba a morir pronto. Ya no tenía palabras
sino sólo ronquidos; pero, igualmente, su
desaparición fue un dolor tremendo para
mí y para su familia.
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él en Palencia. Eran años difíciles para posible, viviendo en familia, con la de Luis
todos». Rodríguez por ejemplo, para esperar la so-
Pero queda pendiente la pregunta que lución de mi situación, lo pasarás bastan-
no lancé a Josefina con la respuesta que te bien. Podremos vernos cada 15 días y
tampoco pudo ofrecerme. podré contarte muchas cosas». Josefina,
–Josefina, ¿por qué no se trasladó a Pa- ¿por qué tampoco aceptó esta solicitud de
lencia cuando Miguel se lo pedía duran- trasladarse a Madrid a casa de Luis Rodrí-
te el periodo duro de encarcelamiento en guez, hecho que significaría para el poeta
esta ciudad castellana? la posibilidad de un acercamiento a la cár-
–Ante todo –contesta agria la mujer, mi- cel y un alivio para su soledad?
rándome fijamente a los ojos–, Miguel no –Ya se lo dije: habría sido imprudente
me aseguró ningún domicilio concreto en abandonar Cox, donde yo contaba con el
Palencia, y aunque lo hubiera encontrado, único sustento para nosotros. No quiero
yo no habría podido aceptar porque Mano- repetírselo otra vez, como tantas veces se lo
lillo se encontraba débil y con problemas de dije a Miguel, pero él, nada, testarudo, vol-
salud. En esta situación era peligroso afron- vía siempre sobre el tema, a veces dudando
tar un viaje largo y difícil para una mujer de mi buena voluntad y de mis sentimientos.
sola, según eran los viajes en tren en aquella –Reitero que si, en efecto, podía ser
época. Pero de Cox, donde según he dicho para usted dificultoso alejarse de sus fami-
seguía viviendo al lado de mis familiares, liares para ir a vivir en Palencia, no lo era
envié muchos paquetes de alimentos y ropas trasladarse a Madrid, donde podía contar
a Miguel, e incluso le envié tabaco, ya que, con la ayuda de tantos amigos, como por
a pesar de su enfermedad, en particular su ejemplo la del generoso Aleixandre. En
bronquitis, había tomado el mal hábito de una carta del 18 de enero, Miguel le hacía
fumar y creo que por culpa de sus compa- la misma consideración, suplicando con
ñeros de la cárcel de Ocaña donde estuvo tono áspero: «Dime en seguida si estás
antes. dispuesta a venir, y el tiempo que tardes
–Pero Aleixandre le había prometido en decírmelo, tardo yo en arreglar esto,
ayuda...
–Es verdad, el buen Vicente me mandó
decir que estaba buscando una colocación
para mí y Manolillo en una casa de Madrid,
pero Miguel me requería con insistencia
en Palencia, donde estaba encerrado en la
prisión. Yo dependía completamente de los
míos y de algunos amigos, entre los cuales
quiero recordar a Vicente, que en ese mo-
mento y también después de vez en cuando
me enviaban algún dinerito para comer.
–Posteriormente, el 28 de noviembre
de 1940, Miguel fue trasladado al Refor-
matorio de Adultos de Ocaña, y tampoco
entonces usted intentó acercarse a él, que
la requería con denuedo. Y usted recuer- Miguel Hernández
da la carta que le envió Miguel el 10 de amortajado, dibujo
de Eusebio Oca
enero de 1941, en la que él le suplicaba (Foto Sánchez,
que se fuese a vivir a Madrid: «Con los Archivo Municipal
30 duros –le decía– y algunos más si es de Alicante)
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Notas
1. En realidad, en el citado artículo, yo acredi- sobre el deseo de la viuda de Hernández de
taba como mi primer viaje a España el realiza- editar «un libro con las poesías publicables
do a Elche para encontrar a Josefina Manresa. de su marido». En otra misiva anterior, del
9-3-1947, afrontaba con detalles y su habitual
2. El color de los ojos de Hernández varía se-
meticulosidad el asunto de los derechos de
gún las diferentes versiones de allegados al
autor informando de las condiciones pedidas
poeta: para Aleixandre son «azules»; Josefina
por Josefina, y pidiendo ayuda a Cossío para
los recuerda «verdes claros»; «oscuros», según
la realización de la publicación (véase Neira,
Octavio Paz; mientras que, según la hoja del
1998: 369). En efecto, Aleixandre, ya a partir
servicio militar y la ficha carcelaria, son «par-
de 1946, se ocupaba de la gestión de la edi-
dos». Sobre el asunto, véase la nota de E. Mar-
ción de la obra de Hernández, como revela su
tín (2005: 42-43).
carta enviada al poeta canario Juan Medros
3. Probablemente se trata del libro Obra es- en la que recuerda: «Si se encuentra editor,
cogida (1952). Sobre el interés de Aleixandre la viuda desea publicar una Antología de su
por la publicación de la obra de Hernández, obra, con los poemas inéditos incluidos. Claro
es suficiente leer la carta del 20-12-1956 que un editor no ha de faltar» (Cases Andreu,
enviada a José María Cossío, donde informa 2000: 88-89).
Bibliografía
Martín, Eutimio, «Luces y sombras so- blioteca de Menénez Pelayo, año 74
bre la biografía de Miguel Hernández», (1998), pp. 369-403.
en aa. vv., Presente y futuro de Miguel Neruda, Pablo, Confieso que he vivido,
Hernández, Actas del II Congreso Inter- Barcelona, Argos Vergara, 1979.
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Miguel Hernández,
cien años
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se acabó de imprimir en
los talleres de Quinta Impresión,
Alicante, enero de 2010
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