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INVIERNO 2009-2010 • R E V I S TA D E L I N S T I T U T O A L I CA N T I N O D E C U LT U R A J U A N G I L - A L B E R T • NÚM.

56 • 23€

Miguel Hernández,
cien años

56 56
CANELOBRE es una publicación del Instituto Alicantino
de Cultura Juan Gil-Albert, Organismo Autónomo
de la Diputación de Alicante

Número 56
Invierno 2009-2010
23 euros

Depósito Legal: A-227-1984


ISSN 0213-0467
Imprime: Quinta Impresión, S. L.
CANELOBRE

Dirección
Rosalía Mayor Rodríguez

Subdirección
Elvira Rodríguez Fernández

Consejo Asesor
Rosa María Castells González
Santiago Linares Albert
Ricardo Matas Pita
Rosa María Monzó Seva
María Teresa del Olmo Ibáñez
Montserrat Planelles Iváñez
Rafael Poveda Bernabé
Ángel Luis Prieto de Paula
Magdalena Rigual Bonastre

Diseño
Espagrafic

Número monográfico de CANELOBRE:


Miguel Hernández, cien años

Coordinado por:
Ángel L. Prieto de Paula y Rosa María Monzó Seva

Agradecimientos:

Canelobre quiere hacer constar su gratitud a las siguientes instituciones y personas: Herederos de Miguel Hernández,
Fundación Cultural Miguel Hernández, Museo de Pontevedra, Herederos de Francisco de Díe, Herederos de
Miguel Abad Miró, Herederos de Ramón Sijé, Museo del Louvre (París), Galleria Farnese (Roma), J. Paul Getty
Museum (Los Ángeles), Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), Fundazione Cassa di Risparmio
(Reggio Emilia), Museum Ludwig (Colonia), Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca), Diputación
de Alicante, Instituto Valenciano de Arte Moderno (Valencia), Archivo Municipal de Alicante, Museo Español de
Arte Contemporáneo (Madrid), Residencia de Estudiantes (Madrid), Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
(Madrid), Biblioteca Nacional de España (Madrid), Museo Lázaro Galdiano (Madrid), Kunsthistorisches Museum
(Viena), Casa de Lope de Vega (Real Academia Española, Madrid).

Esta gratitud debe extenderse a todos los autores de las fotografías y cuadros que ilustran el presente número
monográfico; y específicamente a José Aledo Sarabia, Enrique Barcala Bellod, Arcadio Blasco, Joan Brossa, Joan
Castejón, Federico Chico, José Díaz Azorín, Ramón Fernández Palmeral, Dionisio Gázquez, Artur Heras, Eduardo
Lastres, Àngels Marco, J. A. Muñoz Grau, Alfonso Ortuño, Elvira Pizano, Gregorio Prieto, Vicente Rodes, Salvador
Soria, o a sus herederos.

Quede reconocimiento de la ayuda prestada por Gaspar Peral y Aitor Larrabide, expertos hernandianos ambos, cuyo
asesoramiento ha resultado inestimable.
Presentación

P
ara los alicantinos, hablar de Miguel Hernández es hacerlo de nuestro poeta
más universal y admirado. El Centenario de su nacimiento en 2010 nos ofrece
una oportunidad impagable para recordar la figura del escritor oriolano, así como
su trayectoria personal, llena de avatares biográficos, pero, sobre todo y principalmente,
para recuperar, mostrar y difundir su producción literaria y reflexionar sobre su obra.
El monográfico de la Revista Canelobre dedicado a Miguel Hernández nos muestra,
en sus más de 200 páginas, la vida y obra de este insigne poeta que nació en Orihuela el
30 de octubre de 1910: desde la riqueza de su legado, el contexto histórico que le tocó
vivir, las generaciones de escritores que le influyeron, sus amores o su pasión por el teatro,
hasta su relación con la prensa alicantina o su afición por el mundo del toro. Todo ello sin
dejar de analizar obras tan esenciales como Perito en lunas, El rayo que no cesa o los versos
escritos en la guerra.
Miguel Hernández vivió 31 años, de los cuales dedicó poco más de diez a la creación
literaria. Teniendo en cuenta que seis de esos años los pasó en el frente y en la oscuridad
de las prisiones, su obra cobra mayor relevancia, dadas las adversidades que tuvo que
lidiar, con precariedades personales, materiales o culturales.
Este monográfico debe marcar un antes y un después en la recepción de la obra de
Miguel Hernández, quien exigía y sigue exigiendo la mirada limpia del lector y el labo-
rioso esfuerzo de quienes tratan de devolverle su dimensión artística y humana. El poeta
oriolano fue un ser inteligentemente apasionado que vivió y amó hasta el límite de sus
posibilidades y que dejó un rico testimonio íntimo y literario tras su paso por el mundo.
Nuestro principal objetivo como alicantinos debe ser salvaguardar el trabajo de nuestro
poeta, universalizando su obra y abordando aspectos como su actualización y vigencia, la
evolución de la crítica, la huella literaria del artista o la visión de su figura a través de la
didáctica y las nuevas tecnologías.
Miguel Hernández nos ha ayudado a comprender en su esencia la obra de un escritor
que dedicó su existencia a la literatura. Un siglo después de su nacimiento, es momento
de poner al poeta en el lugar que se merece y recalcar y hacer eternas sus palabras:
«dejadme la esperanza».

José Joaquín Ripoll Serrano


Presidente de la Diputación de Alicante
Índice
Miguel Hernández, una recapitulación........................................................... 9
Ángel L. Prieto de Paula

Miguel Hernández entre dos generaciones..................................................... 20


Joaquín Juan Penalva

Trabajar la mirada: la poesía de las cosas en Miguel Hernández............... 34


Luis Bagué Quílez

Eros y Psique en El rayo que no cesa............................................................... 48


José Luis Ferris

Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa..................................... 68


Francisco Estévez Regidor

El rayo como símbolo hernandiano: una visión desde la etnografía........... 76


José Luis Puerto

Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo: más datos poéticos
sobre el proceso de creación............................................................................. 92
Carmen Alemany Bay

Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández......................... 106


Luis Martín Estudillo

¿«Más humillado que bello»? La gramática urgente de Viento del


pueblo.................................................................................................................... 120
Araceli Iravedra

Más sobre Versos en la guerra: la única edición alicantina publicada


en vida de Miguel Hernández........................................................................... 134
Aitor Larrabide

Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de


El hombre acecha................................................................................................ 146
Laura Scarano
Miguel Hernández: el nombre del amor.......................................................... 162
Antonio Gracia

Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro................................. 174


Jesucristo Riquelme

Miguel Hernández y el teatro áureo................................................................ 192


Francisco Javier Díez de Revenga

Miguel Hernández en la prensa alicantina..................................................... 204


Francisco Esteve Ramírez

Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino................................... 220


José María Balcells

Mi primer encuentro con Josefina Manresa: entre realidad y memoria.... 230


Gabriele Morelli
Miguel Hernández, una
recapitulación
Ángel L. Prieto de Paula
Universidad de Alicante

El centenario (y los centenarios) inmediato. La figura de Lope, segundo


de Miguel Hernández modelo dramático en quien puso Miguel
Hernández los ojos –el primero fue el Cal-

P
ara la imagen de un escritor, derón de los autos sacramentales–, vino
cumplir cien años –no importa reforzada por la celebración en 1935 del
los que lleve efectivamente muer- tricentenario de su muerte. Precisamen-
to– es ocasión propicia para buscarle un te el 27 de agosto, fecha de la muerte del
acomodo más o menos estable en el canon Fénix tres siglos atrás, pronunció Miguel
que conforman críticos, historiadores y Hernández una conferencia sobre la pre-
lectores. Y aunque a menudo los fastos de sencia de Lope en los poetas «de hoy» en
un centenario atienden más al ruido (pro- Cartagena, a cuya Universidad Popular
pagandístico) que a las nueces (literarias),
también pueden ayudar a repensar lo que
se da por sabido, a cuestionar tópicos, a
interrumpir inercias y a dotar de actualidad
a unas u otras estéticas de entre las que
componen su completa entidad artística.
Dado que las presentes consideraciones
tienen como origen el centenario del na-
cimiento de Miguel Hernández, bastaría
con acudir a su obra para apreciar la im-
portancia que en ella tuvieron los cente-
narios de otros autores: eso, acaso, ayudará
a vencer las reticencias de algunos acerca
del sentido de estas conmemoraciones.
Las poéticas del 27, que se encuentran en
el origen de la suya propia, están vincula-
das a un centenario: el tercero de la muer-
te de Góngora, que a la altura de 1927
ejemplificaba para los jóvenes renovado-
res la insurgencia frente al academicismo
y la apuesta por una literatura volcada a Miguel Hernández
la imagen y liberada del referencialismo hacia 1933

Ángel L. Prieto de Paula   pp. 9-19


Ángel L. Prieto de Paula

lo invitaron sus amigos Carmen Conde y Así las cosas, el centenario del naci-
Oliver Belmás, donde interpreta en clave miento de Miguel Hernández nos per-
revolucionaria y con notable anacronismo mite revisar la actualidad de su poética,
los dramas lopescos «de comendador», en del mismo modo que en su tiempo hizo
la base de El labrador de más aire. Y siga- él con Lope, con Bécquer, con Garcilaso
mos con los centenarios. En 1936, el río de la Vega, y poco antes habían hecho sus
Tajo es paisaje acuático común para la contemporáneos mayores con don Luis de
recreación que efectúa de Bécquer, de Góngora.
quien se conmemoraban los cien años de
su nacimiento, en «El ahogado del Tajo»;
y para la de Garcilaso de la Vega, con mo- Claves y cadenas biográficas de
tivo de los cuatrocientos de su muerte, en su obra
«Égloga». Al final, Garcilaso se impondría
sobre Bécquer en la implantación de una Si quisiera expresarlo en pocas palabras,
estética clasicista en la forma, que dio sus afirmaría que la valoración literaria de
frutos en importantes libros del propio Miguel Hernández ha dependido dema-
Hernández (en quien la métrica garcilasia- siado de las circunstancias de su biogra-
na no congela los hervores románticos) o fía: autodidactismo, búsqueda afanosa
de Germán Bleiberg, o incluso en el Lorca del triunfo literario, acelerada evolución
de los Sonetos del amor oscuro. No siem- ideológica, fiebre creativa en medio del
pre las razones de la prevalencia de unos bullebulle de preguerra y del ruido de
autores sobre otros son literarias: aunque obuses en la guerra, cárceles, enferme-
muy apreciados ambos poetas, la mitolo- dad, muerte temprana. En su psiquismo
gía de la España franquista propició un destacan la persecución contumaz del
mejor aprovechamiento simbólico de Gar- cumplimiento de su designio de escritor, y
cilaso (poeta-soldado, allegado a Carlos v una trayectoria poética lúcida en su atro-
y contino de los ejércitos imperiales) que pellamiento, que en un parpadeo pasó del
de Bécquer. costumbrismo decimonónico a la verbena
vanguardista, y de ahí, sucesivamente, a
la poesía neorromántica, surrealista y de
trincheras, para terminar en los poemas
de Cancionero y romancero de ausencias.
Sorprende mucho y conmueve más aún
el que este camino fuera recorrido por al-
guien que vivió treinta y un años, solo diez
de ellos de creación literaria –y seis de
esos diez pasados en la guerra y en la cár-
cel–, entre precariedades culturales y ma-
teriales, zozobras bélicas, enfermedades y
presidios. Todo ello afecta necesariamen-
te a la percepción que de él pueda tener
un lector. No deja de ser lógica, pues, la
gran relevancia de lo biográfico en Miguel
Hernández; pero que sea lógica no signi-
fica que resulte bueno para la suerte del
escritor mantener indefinidamente esta
situación, como trataré de explicar más
adelante.

10
Miguel Hernández, una recapitulación

Un bosquejo recapitulativo como este


no puede recorrer con detalle aquellos
aconteceres biográficos que se imbrican
más estrechamente en la sustancia de
su obra. No puede, ni siquiera debe, re-
correrlos, pero sí distinguir la silueta de
su andadura existencial, sin perderse en
detalles no relevantes: modo de contem-
plación éste que exige entrecerrar los ojos
para no ver sino los grandes trazos de su
afirmación experiencial. En esa silueta
psicobiográfica destacan los trompicones
en la formación literaria del escritor, al
que por conveniencias económicas sacó
del colegio su padre, un tratante de ga-
nado acomodado (y no el paupérrimo ca- María Zambrano
brero que nos presenta el tópico). A los
consejos y libros prestados por el canóni- estética de la Escuela de Vallecas. Maruja
go Almarcha ha de sumarse el aprendiza- Mallo es la receptora de la mayor parte de
je proveniente de su contacto con varios los poemas de El rayo que no cesa, aunque
jóvenes cultivados que se juntaban en la al cabo, y frustraciones sentimentales al
tahona de los Fenoll, aunque es lo cierto margen, el autor retornara a la novia del
que se trató más de una reunión ocasio- pueblo, Josefina Manresa, como en una
nal que de una tertulia regular. Particular- regresión fetal a la seguridad de los oríge-
mente fructífera fue su relación con José nes, resultado de la necesidad de un re-
Marín («Ramón Sijé»), cuya gran cultura fugio ante los azacaneos madrileños. Las
casi no había podido ser metabolizada por circunstancias de la guerra, en uno de
razones de edad (era tres años más joven cuyos paréntesis se casó con Josefina, y a
que Miguel, y murió apenas cumplidos pesar de la presencia sostenida de esta en
los veintidós). Muy pronto, el provincia- la mente del poeta cuando ya había em-
no que llegaba a Madrid desde su ciudad prendido su periplo carcelario, explican el
levítica fue cegado por las luminarias que Miguel Hernández apenas viviera al-
intelectuales y artísticas de la capital, lo gunas semanas discontinuas con Josefina,
que provocaría su alejamiento del tortu- de cuya frecuente incomprensión se due-
rado y ultramontano catolicismo de Sijé, le. Sus cartas combinan las declaraciones
cuya tempranísima muerte, al alimón con sentimentales a la mujer –como amante y
el remordimiento, dictaron a Hernández luego como madre– con sus quejas, vela-
la «Elegía» al amigo «con quien tanto das o explícitas, por la cerrazón tradiciona-
quería». lista y el derrotismo de aquella. La dulzura
En un poeta nuclearmente amoroso y determinación de su novia y enseguida
como Miguel Hernández, es muy im- esposa supusieron un contrapunto prácti-
portante su relación con las mujeres que co a las ideaciones políticas del poeta, a
acompañaron el proceso de su madura- cuya ingenuidad suicida no pudo, empe-
ción sentimental. En un plano de afini- ro, imponerse el buen sentido de Josefi-
dades espirituales, destacan entre ellas na, cuando aquel se empeñó contra toda
María Cegarra e incluso María Zambrano, prudencia en regresar tras la guerra a Ori-
pero sobre todo la pintora Maruja Mallo, huela, donde lo detuvieron y comenzaría
en el contexto de la apertura del poeta a la su calvario.

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Ángel L. Prieto de Paula

ocurrió otro tanto, a pesar de que su vida,


más dilatada que la de Hernández, no ad-
mite una simplificación como la de este,
atenida a la Guerra Civil y a su entorno
sociopolítico; no obstante lo cual el Ma-
chado dominante durante mucho tiempo
fue el ajustado al arquetipo de poeta cívi-
co, por contraste con los artistas a los que
se presentaba encerrados en su torre de
marfil («turriebúrneos», Unamuno dixit)
al modo de Juan Ramón Jiménez. De for-
ma que no deberíamos desesperar por el
hecho de que la escritura y la biografía de
Miguel Hernández hayan aparecido ante
los lectores en un paquete único. A fin de
cuentas, los lectores de las décadas pasa-
das conocían de primera mano las pena-
Antonio Machado lidades en que dicha escritura hubo de
producirse, y no les resultaba fácil omitir
Tratándose de Miguel Hernández, re- en su interpretación del texto los aconte-
sulta casi inevitable entender su vida a la ceres históricos y personales que están en
luz de su muerte, como si los acontece- la base del mismo. Sin embargo, ha llega-
res sucesivos de su aventura existencial do el tiempo en que el proceso de relación
fueran eslabones de un destino al que la entre vida y poesía deberá ser el inverso,
muerte daría cumplimiento. «En suma, si es que Miguel Hernández es un autor
no poseo para expresar mi vida sino mi destinado a permanecer. Ante unos lec-
muerte», escribió César Vallejo, el indio tores nuevos, alejados de la experiencia
de Santiago de Chuco que podría ser su del hombre, habrá de ser la obra, en todo
hermano mayor. Hernández pareció sentir caso, la que conduzca a la vida del poeta,
a su espalda los pasos acelerados de una y no la vida la que permita mantener en-
muerte que le estaba ya dando alcance. Y cendida la llama de la obra.
por eso las prisas, el turbión de su existen- A partir de este momento, en que ya
cia, la evolución desasosegada e increíble. no cabrá contar con la complicidad o la
Aun cuando lo anterior sea el resultado contaminación patética de los receptores,
de una mistificación –poética; pero mis- el poeta deberá salvarse a cuerpo gentil:
tificación al cabo–, podría asumirse sin en su escritura. Si así no fuera, termina-
graves dificultades si no fuera porque, de ría por desactivarse estéticamente. Y no
este modo, toda la obra de Miguel Her- es que esté propugnando la desatención
nández termina reducida a la condición de a los difíciles avatares de su vida, sino la
trasunto de su biografía, al punto de que consideración de estos como un punto
hasta hace poco ha sido tarea imposible de arranque necesario para su literatura,
deslindar la una de la otra. Así sucedió du- pero finalmente subsidiario de esta. Otros
rante toda la posguerra, e incluso en los muchos coetáneos padecieron semejan-
primeros años del posfranquismo. No es tes penalidades a las del oriolano, y, sin
el único caso en que se ha producido esta embargo, no despiertan nuestra atención
confusión, que ha provocado la canoniza- en igual medida. Si esto es así, es porque
ción cívica del hombre a costa de su enti- en Miguel Hernández los materiales fun-
dad como creador. Con Antonio Machado gibles de la experiencia vital han cuajado

12
Miguel Hernández, una recapitulación

en un producto estético que requiere de


un entendimiento también estético. Solo
si liberamos al escritor de la cárcel de su
biografía podrá emerger su voz con todas
sus potencias expresivas. En la medida
que el centenario propicie esa lectura del
poeta en cuanto poeta, habrá resultado de
utilidad. De lo contrario, los espectáculos
y celebraciones a la mayor gloria del autor
quedarán amortizados en cuanto se apa-
guen las luces, reducidos a humo de pa-
jas, desechos de una arquitectura cultural
efímera.

Constitución estética del poeta

La poética hernandiana se apoya en tres César Vallejo


parejas de elementos que constituyen la
sustancia fundante de su escritura. La a la intención tanto como al tono, sería la
primera de estas parejas, de índole temá- formada, por una parte, por la inclinación
tica, está formada, de un lado, por el ele- hacia una poesía donde asoma el yo per-
mento pastoril de cierta tradición ruralista sonal, en sus diversas expresiones psíqui-
en la que había bebido –Gabriel y Galán, cas y sentimentales; y, por otra, hacia la
Vicente Medina–, y, de otro, por la subli- poética coral, hímnica en su enunciación
mación bucólica de ese mundo, hasta su y subversiva en sus propósitos, a que lo
desleimiento esteticista. Buena parte de abocarían los ejemplos de otros autores y
sus poemas anteriores a El rayo que no las circunstancias sociopolíticas vividas a
cesa vacilan entre ambas propensiones partir de 1935.
contrapuestas, aunque solo la primera lo Los miembros correlativos de estas tres
empuja hacia la visión conservadora que parejas tienen distinta presencia a lo lar-
entiende la vida campesina como decha- go de su evolución poética, y no pueden
do de virtudes frente a la colonia de los sin más asignarse a una sola de sus etapas.
vicios representada por la ciudad. Hubo Por no citar sino un ejemplo, la poética
el poeta de superar ese momento creativo de la intimidad, en la vertiente contraria
(el de los «sonetos pastores» y la alabanza a su escritura comprometida, corresponde
de aldea) y resolver los nudos de su ideo- a periodos distintos y no consecutivos de
logía primera para estar en disposición de su vida, de manera que la última colec-
avanzar, ya sin rémoras del pasado, hacia ción de poemas –Cancionero y romancero
el mundo del progreso. La segunda pareja de ausencias– supone un regreso a la inti-
de constituyentes, de índole estética, está midad después de los dos libros de guerra:
formada por dos tendencias enfrentadas: Viento del pueblo y El hombre acecha.
clasicista, que encontró en Garcilaso y en El difícil asentamiento literario de Mi-
sus herederos la pauta en que fijarse; y guel Hernández tuvo su momento princi-
vanguardista, en sus varias formas de ma- pal en torno a la publicación de El rayo
nifestarse en los años de su primera madu- que no cesa (1936), coincidente con los
rez (neobarroquismo, plétora nerudiana, preparativos e inicio de la Guerra Civil. El
irracionalismo). La tercera pareja, relativa contacto con autores del entorno del 27,

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Ángel L. Prieto de Paula

era un ejemplo de la atracción por el crip-


tograma conceptual tan presente en la fi-
guración cubista como en los emblemas
barrocos. Al brindis ya extemporáneo, por
tardío, a la poética seiscentista y a la litera-
tura de ciertas vanguardias, se unió el re-
conocimiento a la mitología generacional.
De dicha actitud es buena muestra el ho-
menaje poético al torero Ignacio Sánchez
Mejías, muerto en la plaza de Manzana-
res. Me refiero a «Citación fatal», poema
que Miguel Hernández envió al ABC para
su publicación sin que el periódico se dig-
nara darlo a la luz. La anécdota apunta a
la categoría: cuando murió el torero, una
tarde de agosto de 1934, se echaba una
losa simbólica sobre la homogeneidad de
un grupo literario a cuyos miembros, sie-
te años atrás, él mismo había llevado has-
Ignacio Sánchez ta su Sevilla para homenajear a Góngora
Mejías (cordobés, por cierto, y no sevillano) y les
había acogido, a cuerpo de rey, en su finca
sus copiosas y desordenadas lecturas, y, de Pino Montano. Que Lorca, amigo de
sobre todo, su inextinguible fiebre creativa Sánchez Mejías desde antiguo, o Alberti,
dentro ya de un ámbito en que la rehu- que tuvo pujos de torero y llegó a hacer
manización venía a ocupar el hueco del el paseíllo con él, compusieran sus res-
purismo de los años veinte, darían como pectivos plantos, entraba en lo razonable
resultado este libro, que debe entenderse y aun en lo esperable; que lo hiciera Mi-
como un producto de la tensión entre la guel Hernández es solo una muestra de su
proclividad hernandiana al patetismo y la empeño por ser acogido bajo el paraguas
condensación expresiva que caracteriza de aquellos poetas y dramaturgos a los que
sus mejores momentos. admiraba tanto, y a cuya zaga se empeñó
Para llegar hasta ahí, había hecho las en ir hasta darles alcance.
genuflexiones debidas al statu quo estéti- La poética de Miguel Hernández es
co, muestra de lo cual es Perito en lunas, como es, entre otras cosas, por sus relacio-
de 1933. Pero ya entonces, no obstante, el nes con los poetas del 27, por los que fue
gongorismo y el purismo a los que rendía recibido y aceptado de manera desigual.
pleitesía (con su fascinación cinematográ- En las Memorias de 1937, año de su ma-
fica por lo visual, la ligereza metafórica a trimonio con Octavio Paz y de su llegada
lo Gómez de la Serna, la nota aforística a a España, Elena Garro da a entender que
lo Bergamín, la atracción por la literatura algunos escritores de ese círculo conside-
jeroglífica de estirpe tanto barroca como raban a Hernández una suerte de arrima-
vanguardista) estaban en franco repliegue, do, que cultivaba una imagen de pastor
y comenzaban a ser una nota del pasado. menos idílica que rústica para hacerse un
El libro remitía, sí, a otros anteriores de hueco en el panteón de la nueva poesía.
Alberti (Cal y canto) y Gerardo Diego (Fá- Entre todos los que mostraron algún des-
bula de Equis y Zeda), el cual apuntaba, a vío a Hernández, destaca Lorca, en quien
su vez, a Gabriel Bocángel; pero también se adivina un paternalismo displicente

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Miguel Hernández, una recapitulación

entremezclado con la admiración y quién A los tres años del conflicto correspon-
sabe si con los celos; y no porque la re- den dos obras hernandianas de distinto
nuencia de Lorca fuera mayor que la mos- signo, a pesar de que suela aludirse indis-
trada por algún otro, sino por el contraste criminadamente a ellas. Viento del pueblo
con la admiración que por el granadino (1937) es un libro de aluvión, poco con-
sentía el poeta-pastor, para quien Lor- gruente en su estructura, que obedece
ca era el dechado absoluto. El joven de más a los azares de una construcción yux-
Orihuela buscaba con indisimulada im- tapositiva que a una planificación para la
paciencia hacerse un sitio en Madrid, y que se hubiera requerido una calma de la
debió de parecer un moscardón a quienes, que no dispuso el poeta. El libro se inscri-
dada su situación social o preeminencia be dentro de una poesía de índole coral y
literaria, se sintieron atosigados por ese optimismo voluntarista, concebida como
muchacho que, con el atrevimiento que aliento épico para los combatientes. Her-
dan la seguridad en lo que se hace y la de- nández acude a la mitología del objeto-he-
terminación de triunfar, pedía, rogaba, in- rramienta, que había sido cultivada prin-
quiría y suplicaba: dinero, reseñas, favores cipalmente por los teóricos y creadores
literarios, atención. del futurismo parafascista o fascista. Ello
Tras la sustitución del influjo de sus explica que sus versos adopten un aire de
paisanos, singularmente de Ramón Sijé, exaltación de la violencia, dinamismo bé-
e incluso del compañero de los novísimos lico y destrucción apocalíptica. Cosa dis-
poetas José Bergamín, por el de los madri- tinta sucede en El hombre acecha (1939),
leños de adopción Aleixandre y Neruda, a horcajadas entre la condición de édito y
entre otros, Miguel Hernández se vio afec- de inédito, pues su impresión no fue se-
tado extraordinariamente por el turbión de guida de la distribución y la lectura, al ser
los años de la guerra, al punto de conver- sus ejemplares destruidos por las tropas Rafael Alberti,
tirse en uno de los más activos propagan- franquistas que entraron en Valencia al fi- Manuel Altolaguirre
y José Bergamín en
distas políticos tanto en el frente como en nal de la guerra. El pindarismo de su libro la guerra, 1936
la retaguardia. A esa tarea puso las armas y anterior no desaparece, pero adquiere una (Fundación Cultural
los bagajes con una intensidad y un acierto complejidad mayor, y en los intersticios Miguel Hernández)
que no encuentran parangón en la poesía
española, salvedad hecha, acaso, de Rafael
Alberti. Había pasado el tiempo en que la
asepsia purista y la gratuidad tropológica
constituían el ideal de los nuevos escrito-
res. Los mismos autores que hasta finales
de la tercera década del siglo encarnaban
un vanguardismo experimental y lúdico
estaban modificando sus planteamientos:
Lorca afirmaba en 1931 que el arte por el
arte era una cursilería arrumbada, y que
en un momento dramático como el que se
vivía entonces, el poeta debía unirse a las
aspiraciones populares. El cansancio del
purismo, la revolución estética surrealista
y el clima prebélico propiciaron en los au-
tores del 27, y desde luego en Miguel Her-
nández, una rehumanización temática, de
carácter político en ocasiones.

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Ángel L. Prieto de Paula

de cuajar en sus trémulos, desazonantes,


densos en la expresión aunque livianos en
la forma, poemillas de Cancionero y ro-
mancero de ausencias.
Las composiciones de esta última colec-
ta fueron escribiéndose entre el final de la
guerra y el inicio de su exhaustivo viacru-
cis por los penales de la España franquis-
ta, cuando se encaminaba hacia su muerte
en la cárcel de Alicante en 1942, a causa
de una enfermedad pulmonar agravada
por la desidia y el chantaje moral de quie-
nes supeditaron su ayuda a la retractación
ideológica del cautivo. Poco importó que
la pena de muerte a que fue sentenciado
se le conmutara por la inmediatamente
inferior (Franco no quería otro escándalo
como el de Lorca); así que el condenado
Dámaso Alonso a muerte se convirtió en un condenado
a morirse, mientras escribía a hurtadillas
de su canto penetran las consideraciones sus lacerantes poemas terminales. Si este
relativas a la devastación, el dolor y el vis- ramillete poético se hubiera difundido
lumbre de una derrota que se adivinaba como libro a poco de su escritura, la lírica
inminente. española habría tenido un modelo distin-
Si Viento del pueblo respondía a un mo- to al del plastificado garcilasismo de los
delo de poesía revolucionaria, de muchos años cuarenta, al que dieron pábulo los
de cuyos poemas se había barrido la pal- autores del grupo Juventud creadora nu-
Pinturas murales en pitación lírica, El hombre acecha supuso cleado en torno a García Nieto; y, acaso
la cárcel de Alicante
en homenaje a
una inflexión hacia su intimidad desarbo- también, a la contestación a este de mano
Miguel Hernández, lada, al tiempo que un avance estético que de los poetas tremendistas, al hilo de Hijos
1976 nos permite entrever la poética que habría de la ira de Dámaso Alonso, a quienes el
último Hernández proponía un dechado
conmocionante, corto de voz y largo de
belleza, disonante de las exasperaciones
gesticulantes y los desgarrones expresio-
nistas que acabaron siendo, hacia 1950,
un modo codificado y casi funcionarial de
desesperación.
Pero las cosas, es sabido, no sucedieron
así. Al margen de la pérdida de una línea
poética que presentaba la síntesis entre
pureza –pero no asepsia– y compromiso
–pero no panfletarismo–, queda en pie
la cuestión de hacia qué alturas hubiera
escalado este poeta que, en Cancionero y
romancero de ausencias, se había despren-
dido del patetismo y del desafuero expresi-
vo a los que propendía naturalmente, pero

16
Miguel Hernández, una recapitulación

también de la aparatosidad procedente de


las vanguardias. Esos poemas terminales,
escritos en papeles robados a la basura,
entre las ratas de la cárcel y la tuberculosis
que lo iba dejando sin aire, calcinan nues-
tra sensibilidad. Con turbadora sencillez
e intenso dramatismo, el poeta se plantea
en ellos las interrogaciones recapitulativas
sobre la vida y la muerte, la inmediatez
biográfica, el tema del hijo y la vuelta al
amor como única esperanza. Es aquí don-
de el talento lírico de Hernández, dueño
discreto de todos los recursos técnicos
pero desprovisto de cualquier inflamación
retórica, alcanza el ápice de la emoción.

van muy lejos: pese a lo temprano de su Nuria Espert en una


¿Y el dramaturgo? muerte, Lorca vivió el tiempo suficiente representación de
La casa de Bernarda
como para escribir la trilogía trágica que
Alba
Cotejado con el poeta, el dramaturgo Mi- culmina y concluye en La casa de Bernarda
guel Hernández es un interesante ejemplo Alba, luego de haber purgado sus excesos
de acomodación a su tiempo de las alego- líricos. Miguel Hernández no dispuso del
rizaciones barrocas del auto sacramental, tiempo suficiente, y su teatro se resiente
y de transposición ideológica de los dra- de cierta inflación poética, en unos casos,
mas de comendador del teatro del Siglo de y de esquematismo ideológico, en otros.
Oro. Pero así como, en la poesía, las tur-
bulencias existenciales no le impidieron
acceder a una cima al alcance de muy po-
cos, y en algún punto elevada sobre todos,
no puede decirse otro tanto del teatro, que
requiere de más demorada planificación.
Miguel Hernández en cuanto drama-
turgo hubo de imponerse, más que a la
inercia de los gustos de un público ahor-
mado por la comedia burguesa y el géne-
ro chico (que ese sí podía ser el caso de
Valle, de Jacinto Grau o, más próximo a
él, del propio García Lorca), a su imagen
dominante de poeta, tronchado además,
como dijera Garcilaso de Elisa, «antes de
tiempo y casi en flor». Si en poesía hay
que afirmar, sin rebozo, que Hernández es
un poeta esencial del siglo xx, en teatro
no llegó a ese punto de maduración a que Ilustración de
Ramón Sijé para
señalaban sus excelentes condiciones. Sus
la revista El Gallo
contigüidades con Lorca, el faro que le Crisis
sirvió de guía en su aventura dramática y (Archivo de Ramón
en su persecución del triunfo literario, no Sijé)

17
Ángel L. Prieto de Paula

Su ingreso en la literatura dramática En 1935 escribió Hernández su «tra-


tuvo lugar con el auto sacramental Quién gedia minera y pastora» Los hijos de la
te ha visto y quién te ve y sombra de lo que piedra. Ese mismo año, en el ámbito del
eras, entregado a Bergamín para su publi- homenaje a Lope de Vega, inicia la com-
cación en la revista Cruz y Raya, donde posición de El labrador de más aire, su
apareció en 1934. Si en términos absolu- obra dramática más lograda, aunque re-
tos no puede afirmarse que es este el canto sulte en exceso dependiente de sus mo-
de cisne del dogmatismo católico depen- delos, que no son otros que Fuenteoveju-
diente de su joven mentor Ramón Sijé, la na, Peribáñez o El mejor alcalde, el rey. La
obra es, al menos, una de las últimas ma- obra se imprimió en 1937, en la editorial
nifestaciones de un pensamiento cerrado valenciana Nuestro Pueblo. En un denso
y conservador, que identifica la subversión clima de lucha social, esta tragedia rural
revolucionaria de los valores establecidos en verso presenta la rebelión del héroe
con los elementos alegóricos de la carna- individual, Juan, contra el poder caciquil
lidad y del mal. En el auto de Hernández de don Augusto, dueño de haciendas y
prevalece una visión contrarreformista voluntades, quien dispone finalmente la
del mundo, propia de quien había ido a muerte de aquel. El amor también enfren-
nutrirse en Calderón de la Barca. En ese ta a estos dos polos sociales, confiriéndole
mismo año escribió El torero más valiente, a la obra un sentido que va más allá del
que se publicó –en parte reconstruida por alcance casticista y de la valoración de
su editor, Agustín Sánchez Vidal– por vez la honra que domina en Lope. Tampoco
primera en 1987. El oriolano, que había hay en Hernández el sentido colectivista
Joan Brossa, instado infructuosamente a Lorca para su de las rebeliones populares en el teatro de
Homenaje a Miguel
Hernández
representación, publicó tan solo un par Lope. Por lo demás, y ahora sí dentro de
(Fundación Cultural de escenas en la revista oriolana El Gallo la línea lopesca, el desarrollo trágico está
Miguel Hernández) Crisis. contrapesado por emotivos remansos líri-
cos, como el «romancillo de mayo» o de-
terminados monólogos de Juan y de En-
carnación, cuya belleza no llega a asfixiar
el nervio dramático.
Que la orientación teatral de Miguel
Hernández no era un capricho de poeta lo
indica su dedicación intensa al teatro en
los años de la guerra, cuyo fragor propor-
cionó nuevas orientaciones a su escritura.
En agosto de 1937 viajó a la Unión Sovié-
tica para asistir al V Festival de Teatro So-
viético. En el tiempo en que publicó Viento
del pueblo, dio a la luz las piezas cortas ti-
tuladas Teatro en la guerra, para cuya pon-
deración artística ha de tenerse en cuenta
el carácter ideológicamente instrumental
de casi toda la literatura del periodo. El vi-
sible maniqueísmo es el tributo que hubo
de pagar Hernández a esa gramática de ur-
gencia, que pretendía antes que otra cosa
alentar el espíritu de los combatientes y
espantar las dudas ideológicas. Al mismo

18
Miguel Hernández, una recapitulación

espacio creativo corresponde otro drama


bélico, titulado Pastor de la muerte.
Pronto el periodo carcelario abocaría al
joven Hernández a una literatura de au-
sencias, sin dirección comunicativa. En
las cárceles franquistas se apagaría su ac-
tividad teatral, que se revela sin sentido
ante las nuevas y penosas circunstancias,
en las que solo puede manar esa voz de la
lírica que pronuncia el yo mientras se dice
a sí misma.

Para concluir

La influencia de un creador en la escritura


de los autores más jóvenes viene dada por
dos elementos: su importancia intrínseca,
si es que tal cosa puede acordarse con al-
gún grado de evidencia, y las condiciones
en que se produce su inserción en el con-
texto que le es propio. No siempre ambos
elementos van de la mano. Hay escritores
de valía incontestable que, sin embargo,
son barridos por otros que gozaron de unas
circunstancias favorables que los primeros
no tuvieron. Miguel Hernández es uno
de los autores que vivieron ese desajuste
entre su obra y la sociedad que hubiera
debido recibirla. Su llegada al escaparate
literario, con Perito en lunas, se producía Para entonces, sin embargo, Miguel Her- Toro, de Alfonso
con retraso respecto a las nuevas orienta- nández había pasado a ser un símbolo, si- Ortuño
ciones poéticas. Pero ello habría de subsa- lenciado por unos y reivindicado por otros.
narse pronto, pues con El rayo que no cesa La enjuta y hermosísima lección que pro-
se sitúa en línea con la poesía de su tiem- ponía ese conjunto de poemas ya no pudo
po. Los libros de la guerra adolecen, como encontrar el terreno donde fructificar.
no podía ser de otro modo, de las caren- Cien años después de su nacimiento, es
cias que tuvo en general la poesía puesta hora de releer al escritor para que emerja
al servicio de una de las facciones com- al cabo entero y, sobre todo, verdadero: li-


batientes. Cuando compuso Cancionero y bre de las penosas ataduras que padeció
romancero de ausencias, la poesía española en su tiempo existencial, pero también
estaba en un estado de postración del que libre de cualquier bienintencionada mani-
solo pudo salir bastantes años más tarde. pulación simbólica.

19
Miguel Hernández entre dos
generaciones
Joaquín Juan Penalva
Doctor en Filología Hispánica

A
lo largo De la historia de la si no, la literatura se nos presenta como un
literatura española, no son dema- continuum que hay que asumir como tal,
siados los casos de «ascensión ge- aunque nosotros lo parcelemos de acuer-
neracional». Uno de los más importantes do con unos parámetros determinados. En
es el de Miguel Hernández, a quien se España, el concepto de generación litera-
suele estudiar como epígono o continua- ria arranca fundamentalmente de Ortega
dor de los poetas del 27. Miguel Hernán- y ha tenido un extraordinario desarrollo,
dez, quien, en muy pocos años, la década mucho mayor que en cualquier otro país
del treinta, recorrió todas las cuerdas es- europeo.
La segunda cripta del
téticas –neogongorismo, neorromanticis- Si bien las generaciones literarias por
Pombo –Gómez de
mo, compromiso social, compromiso in- excelencia del siglo xx español son la del la Serna, Bergamín,
dividual e interiorización–, ha logrado así 98 –fundamentalmente de prosistas– y la Falla, García
escapar de su propia promoción literaria, del 27 –principalmente de poetas–, duran- Lorca, Unamuno
la del 36, que actualmente se encuentra te un tiempo empezó a divulgarse el mar- y Marañón, entre
otros– por A.
perdida en un limbo taxonómico. Aunque bete de «generación del 36», sobre el que Palmero
este hecho ha contribuido al mejor cono- se ha ido articulando cierta bibliografía y (Museo de
cimiento de su obra, lo cierto es que ha que cuenta, con respecto a los anteriores, Pontevedra)
acabado por borrar de las letras españolas
a toda una promoción, de la que Miguel
Hernández era uno de sus representantes
más destacados.
El método de las generaciones literarias,
heredado directamente de la sociología, es
uno de los más polémicos dentro de los
estudios literarios. En el caso español, se
ha echado mano de él para explicar buena
parte de la literatura del siglo xx –gene-
ración del 98, del 14, del 27, del 36, del
50, del 68...–, y si ha tenido un desarrollo
tan amplio es por el hecho de que permi-
te asociar varios nombres y unas caracte-
rísticas específicas a un mismo concepto,
lo que resulta muy pedagógico. Tanto si
aceptamos el método generacional como

Joaquín Juan Penalva pp. 20-33


Joaquín Juan Penalva

36 puede dejar de existir, ya que, tras la


guerra, sus miembros pasaron a formar
parte de otras realidades poéticas: grupo
de Escorial, poesía de posguerra, exilio...
En estas páginas, indicaremos las relacio-
nes personales y literarias existentes entre
los miembros de la generación antes de la
guerra, nos detendremos en los primeros
libros de poemas y, por último, daremos
cuenta de la situación a que se vieron abo-
cados algunos de ellos tras la contienda.
Uno de los ejes fundamentales para en-
tender la poesía del 36 es el de la rehuma-
nización. El concepto de rehumanización
se acuñó tempranamente y, desde enton-
Retrato de Gustavo
Adolfo Bécquer, de
ces, ha servido para caracterizar la creación
Valeriano Bécquer, poética de algunos autores que permane-
1861 cieron en España después de 1939. Junto
al de rehumanización también ha tenido
con una dificultad añadida: en ocasiones, éxito el término neorromanticismo, que se
algunos estudiosos y protagonistas del pe- lanzó sobre todo a partir de 1936, cuando
riodo se han referido a los jóvenes del 36 se celebró el centenario del nacimiento
no como generación de escritores, sino de Gustavo Adolfo Bécquer, efemérides
como generación sociológica. que quedó en parte eclipsada por el cuar-
Aunque la generación del 36 no nació to centenario de la muerte de Garcilaso.
escindida ideológicamente, sus miembros Frente al modelo del 27 –Góngora–, los
tuvieron que definirse políticamente a raíz del 36 optan por Garcilaso y Bécquer. Y
de la Guerra Civil, lo que los convirtió, a su si estos son los maestros del pasado, tam-
término, en vencedores y vencidos. 1936 bién hay maestros del presente: Machado,
no es, ni mucho menos, el año de la pleni- Neruda, Vallejo...
tud creativa de sus componentes, sino tan
solo la fecha inaugural. Todos alcanzaron
su voz poética en fechas posteriores a la «Generación del 36»: bosquejo de
contienda y publicaron sus libros de ma- una trayectoria crítica
durez durante las décadas siguientes. Si
cronológicamente los del 36 se insertan en El término «generación del 36» ha segui-
los sucesivos tramos de la poesía de pos- do una accidentada trayectoria crítica que
guerra, hay que precisar que muchos de recorreremos brevemente aquí. La exis-
ellos se exiliaron y continuaron su labor tencia o no de la generación del 36 es uno
creadora fuera de España. La mitad vence- de los temas más discutidos de la poesía
dora permaneció en el país, mientras que española de los años treinta. Aunque casi
el resto quedó perdido para siempre entre todos los críticos están de acuerdo en el
la vasta nómina de la «España peregrina». marbete empleado, algunos, como Gon-
La figura de Miguel Hernández no solo zalo Torrente Ballester, prefieren hablar
ha logrado trascender a su generación, de generación del 35 o de la República. Si
sino que también ha conseguido casi bo- se adelanta la fecha hasta 1935 es porque
rrarla, pues si situamos al poeta oriolano en ese año vieron la luz los primeros libros
entre los poetas del 27, la generación del poéticos de autores como Luis Rosales

22
Miguel Hernández entre dos generaciones

–Abril– o Germán Bleiberg –El cantar de


la noche–. Mucho más discutible es el de
generación de la República, que también
se intentó aplicar a los poetas del 27. Con
todo, parece que más determinante que lo
anterior fue la fecha de 1936. En primer
lugar, porque ese fue el auténtico año inau-
gural de la nueva estética, de la que Abril
había sido un claro anuncio y que tendría
su continuación en libros como El rayo
que no cesa, de Miguel Hernández, Cantos
del ofrecimiento, de Juan Panero, y Cantos
de primavera, de Luis Felipe Vivanco; en
segundo lugar, porque el acontecimiento
histórico que más influyó en sus miembros
fue la Guerra Civil, hasta el punto de divi-
dirlos en dos bandos irreconciliables prác- Gonzalo Torrente
ticamente hasta medio siglo después. Ballester
Hasta 1936, lo que encontramos es una
serie de intelectuales, sobre todo poetas, grupo y se prolongaría incluso después de
que, independientemente de sus ideas po- la contienda, cuando iniciaron un replie-
líticas, desarrollaron un tipo de escritura gue hacia lo íntimo y lo cotidiano, donde
basada en unos mismos presupuestos. En encontraron su voz poética.
principio, podemos hablar de generación En unos años de tanta agitación política,
de poetas, pero enseguida descubriremos la literatura pasó a segundo plano y, para
a novelistas, ensayistas y filólogos perte- algunos críticos, tras el 27 la poesía españo-
necientes a ese mismo grupo. La Guerra la entraría en una fase de decadencia de la
Civil, por un lado, acotó el hito temporal, que solo saldría en la década del cincuenta,
y, por otro, los marcó de por vida, actuando con el auge de la poesía social. Por eso hubo
como la placa fotográfica que fija un ins- un intento de legitimación de la generación
tante de tiempo, al retratar a la generación del 36 –cuyos miembros habían quedado
en un momento en que todavía era un gru- dispersos por la geografía mundial, si no ha-
po homogéneo, naciente. Aquel aconteci- bían muerto o estaban presos– los días 10
miento pronto encontraría justa traslación y 11 de noviembre de 1967 en la Univer-
en su poesía, en «la expresión de intimidad sidad de Syracuse. Muchos de los autores
amorosa de tono romántico, el intento de implicados en aquel grupo trataron de jus-
captar la experiencia cotidiana, un arraiga- tificar su causa y prácticamente se inventa-
do sentimiento religioso, la preocupación ron a sí mismos. En Syracuse no tuvieron
por el tema España, una aguda conciencia que sacarse del sombrero una generación,
temporalista y cierta tendencia al poema que ya había sido acuñada por Homero Se-
autobiográfico», como apunta Ruiz Soria- rís en 1945, sino consolidarla dedicándole
no (1997: 22) al referirse a la evolución un congreso: «Quizás el intento más serio
posterior que sufrieron los autores del 36, de configurar esta generación se debe a la
que, si bien empezaron cultivando estrofas revista universitaria norteamericana Sym-
clásicas y heredaron una tradición neocla- posium (1968). Ese número es el resultado
sicista y garcilasista, pronto iniciaron el ca- de un Congreso, homenaje a Homero Se-
mino hacia la rehumanización. Esa evolu- rís, con el presente tema como monográ-
ción sería común a todos los miembros del fico» (Mateo Gambarte, 1996: 181-182).

23
Joaquín Juan Penalva

aglutinaría a todos sería una determinada


forma de concebir la vida y un particular
talante frente a ella (Gullón, 1969: 166):

La generación de 1936 no puede ser con-


siderada «de derechas» ni «de izquier-
das», según las clasificaciones tanto tiem-
po predominantes. Es una generación
moderada, tolerante y comprensiva, ene-
miga de convencionalismos y banderías.
De ella no podría decirse con justicia que
haya contribuido a ensanchar la división
existente entre los españoles. Creyentes o
incrédulos propugnan, con raras excep-
ciones, la concordia y la tolerancia. No
serán ellos, creo, quienes enciendan ho-
Ricardo Gullón
Las actas de aquel congreso reunían las gueras donde quemar las obras del adver-
intervenciones más relevantes, empezando sario, y menos al adversario.
por una historia del término a cargo de los
editores del volumen. La etiqueta, que se Gullón se refiere, por un lado, a los años
consolidó en aquel encuentro, había tenido de la preguerra, cuando no había esci-
intentos serios de fijación, sobre todo por sión ideológica entre sus miembros, y, por
parte de Homero Serís (al parecer, Pedro de otro, a los años de la posguerra, cuando
Lorenzo la acuñó antes incluso que Serís, los intelectuales de dicha generación que
en su artículo «Una fecha para nuestra ge- permanecieron en España intentaron es-
neración: 1936», publicado en Juventud el trechar las distancias con los escritores en
8 de abril de 1943); la propuesta fue reba- el exilio. Otra cosa es que lo consiguieran
tida por Guillermo de Torre y corroborada o no, pero para Gullón no hay ninguna
por Ricardo Gullón. duda acerca del carácter aperturista de
Si hay un tópico referido a la generación sus compañeros. Muy interesante es la
del 36, ese es el de generación destruida. nómina de la generación del 36 proporcio-
La metáfora la empleó originalmente, en nada por este autor, sobre todo si tenemos
Memoria de una generación destruida, Gui- en cuenta que se trata de una información
llermo Díaz-Plaja, uno de los miembros de de primera mano sobre los protagonistas.
la misma, y con ella vino a señalar una de Los criterios generacionales que sigue no
las circunstancias determinantes para su son rígidos, al tener en cuenta demasia-
existencia. Junto a Homero Serís, el crí- das variables en la configuración del ver-
tico que más ha contribuido a la fijación dadero ambiente cultural en la preguerra.
conceptual de la generación del 36 ha sido Sin embargo, esta nómina puede servirnos
Ricardo Gullón, quien, además, es uno de para perfilar a la joven intelectualidad de
los prosistas y ensayistas de dicho grupo. la época, que, no lo olvidemos, en los años
Gullón dedicó parte de sus reflexiones a de la preguerra convivía con quienes eran
explicar la pertinencia o no de hablar de los grandes maestros de la literatura es-
generación al referirse al grupo de intelec- pañola –autores del 98, del 14 y del 27–
tuales en el que se incluía. En «La genera- (Gullón, 1969: 166-167):
ción de 1936» reflexiona sobre el fenóme-
no generacional desde dentro de sus filas, Llegado a este punto considero conve-
llegando a la conclusión de que lo que les niente señalar los nombres de quienes,

24
Miguel Hernández entre dos generaciones

a mi juicio, figuran en la generación de Ruiz Peña, Luis Monguió, Carlos Clave-


1936. No entro en materia sin antes haber ría y Antonio Rodríguez Huéscar.
reflexionado sobre el criterio más adecua-
do para redactar la nómina de quienes la En la década del setenta se emprendieron
constituyen, advirtiendo desde luego que dos proyectos editoriales que pretendían
queda abierta a eventuales rectificacio- antologar conjuntamente a los poetas del
nes; después de algunas vacilaciones he 36. La primera tentativa se tradujo en un
optado por aceptar una norma algo am- volumen editado por Plaza & Janés a car-
bigua, pero bastante clara, que tiene en go del poeta Luis Jiménez Martos, quien
cuenta simultáneamente la edad, la dedi- intenta ser demasiado abarcador al incluir
cación a la literatura en la fecha (1936) nombres que, aunque cronológicamente
señalada como definitoria de la genera- pertenecen a la misma, por todo lo demás
ción, la convivencia, la publicación en quedarían fuera del concepto de genera-
las mismas revistas, colecciones literarias, ción del 36 que intentamos perfilar aquí
diarios y otras publicaciones, y la parti- –es el caso de Gabriel Celaya, cuyo nom-
cipación en las experiencias de la época bre quedará ligado para siempre a la poe-
desde los mismos círculos de acción. sía social–. Entre las características fun-
Los poetas de la generación, según esta damentales que señala Jiménez Martos
norma, serían: Miguel Hernández, Luis podemos destacar el sentimiento religioso,
Rosales, Leopoldo y Juan Panero, Luis esencial para entender la poesía de alguno
Felipe Vivanco, Ildefonso-Manuel Gil, de los poetas de este grupo: «El impulso
Germán Bleiberg, José Antonio Muñoz de religiosidad estuvo al comienzo de la
Rojas, José María Luelmo, Pedro Pérez trayectoria de la generación de 1936. Y ese
Clotet, Rafael Duyos, Gabriel Celaya, impulso la sigue acompañando» (1987:
Arturo Serrano Plaja y Juan Gil-Albert. 39). La nómina de los incluidos en la an-
Manuel Altolaguirre,
En el grupo de prosistas figurarían: Enri- tología es un tanto extensa, pero no falta retratado en el exilio
que Azcoaga, José Antonio Maravall, An- en ella ninguno de los grandes nombres: por Moreno Villa en
tonio Sánchez Barbudo, Ramón Faraldo, Juan Alcaide Sánchez, Enrique Azcoaga, 1949
Eusebio García Luengo, María Zambra-
no, Antonio Rodríguez Moñino, José Fe-
rrater Mora y yo mismo.
A este núcleo central de la generación
es preciso añadir los nombres de quienes
se incorporan a ella durante la guerra
civil, o inmediatamente después de aca-
bar esta, y que desde antes puede decir-
se que figuraban idealmente junto a los
ya dichos: Dionisio Ridruejo, José Luis
Cano, Ramón de Garciasol, Pedro Laín
Entralgo, Juan López Morillas, José Luis
Aranguren, Francisco Yndurain, Julián
Marías, Segundo Serrano Poncela, José
Antonio Gaya Nuño, José Suárez Carre-
ño, Jorge Campos, Ernesto G. da Cal y
José Manuel Blecua. Hay escritores de
incorporación más tardía, pero a quienes
no sería abusivo incluir entre los recién
citados: ejemplos, Concha Zardoya, Juan

25
Joaquín Juan Penalva

Germán Bleiberg, José Luis Cano, Gabriel (tarea solo en parte realizada), y 3) para
Celaya, Carmen Conde, Guillermo Díaz- lo cual hubieron de reaccionar contra el
Plaja, Pedro García Cabrera, Ildefonso- esteticismo de la generación anterior. Se
Manuel Gil, Juan Gil-Albert, Fernando echa de ver enseguida que falta algo para
Gutiérrez, Miguel Hernández, Federico que la definición resulte del todo satisfac-
Muelas, José Antonio Muñoz Rojas, Juan toria: ese algo se halla en cierto modo im-
Panero, Leopoldo Panero, Francisco Pino, plícito en la segunda nota. Efectivamente
Dionisio Ridruejo, Carlos Rodríguez Spi- si se les adscribe como destino literario la
teri, Félix Ros, Luis Rosales, Juan Ruiz guerra, parece apuntarse al hecho de que
Peña, Rafael Santos Torroella, Arturo Se- eran jóvenes, de que su obra poética les
rrano Plaja y Luis Felipe Vivanco. aguardaba en un futuro que no por ser
Francisco Pérez Gutiérrez, en la segun- entonces más que improbable dejaba de
da tentativa de antologar la generación, constituir –paradójicamente– su único
reduce el número de antologados a once, patrimonio.
todos ellos también incluidos en el volu-
men editado por Jiménez Martos: Germán La generación se puede dividir en dos gru-
Bleiberg, Gabriel Celaya, Ildefonso-Ma- pos según el bando por que optaron du-
nuel Gil, Juan Gil-Albert, Miguel Her- rante la guerra: el de Hora de España y el
nández, Juan Panero, Leopoldo Panero, de Escorial –acaso sería mejor referirnos a
Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Arturo él como grupo de Jerarquía, pues Escorial
Serrano Plaja y Luis Felipe Vivanco. Pérez no se publicó hasta 1940– (Pérez Gutié-
Tertulia en la que Gutiérrez, valiéndose de unas declaracio- rrez: 1984, 11-12). Es, como ya hemos
aparecen muchos nes de Ildefonso-Manuel Gil, uno de los apuntado, una escisión irreparable entre
de los poetas seleccionados, llega a las siguientes con- los miembros de una promoción que había
considerados
clusiones (Pérez Gutiérrez: 1984, 9): nacido a las letras en los años de la Segun-
«arraigados». De
izquierda a derecha: da República. Aunque aquí nos referimos
Luis Felipe Vivanco, Así, pues, de acuerdo con I. M. Gil, ten- únicamente a los poetas, todo cuanto se
Luis Rosales, dríamos que la generación del 36 estuvo ha venido afirmando podría aplicarse a au-
Rodrigo Uría, constituida: 1) por españoles a los que la tores como Laín Entralgo, Aranguren, To-
Dionisio Ridruejo,
Pedro Laín, Torrente
guerra marcó, de un modo o de otro, dolo- rrente Ballester o Antonio Tovar, por citar
Ballester y Antonio rosamente; 2) cuyo destino como escrito- solo algunos de los nombres que señalaba
Tovar res consistió en expresar aquella realidad Gullón.
El más joven de los incluidos en la an-
tología de Pérez Gutiérrez es el madrile-
ño Germán Bleiberg, nacido en 1915; el
mayor, Juan Gil-Albert, nacido en Alcoy
en 1904 (aunque él se quitara años y se
dijera nacido en 1906). La inclusión de
Gil-Albert dentro de esta generación aca-
so pueda resultar un tanto sorprendente,
pero, a pesar de su valoración tardía y de
sus años de exilio, el escritor alcoyano pu-
blicó sus primeros libros al tiempo que el
resto de compañeros de generación. Todos
ellos procedían de una extracción social
común, la burguesía media o alta, y habían
cursado estudios universitarios: Filosofía y
Letras, Derecho o incluso Arquitectura.

26
Miguel Hernández entre dos generaciones

Solo hay una excepción sonada: Miguel


Hernández, el poeta oriolano nacido en
1910, que no pasó por la universidad y
cuyo origen campesino disonaba dentro
del conjunto.

La generación del 36 antes de la


guerra

Los años de formación de los jóvenes lite-


ratos del 36 coincidieron con los de la Se-
gunda República, cuando todavía estaban
en su plenitud creativa los dos grandes
grupos literarios del primer tercio del siglo
xx: los autores del 98 y, sobre todo, los poe-
tas del 27. Estos últimos fueron, por tanto, Julián Marías
sus maestros: colaboraban en las mismas
revistas, asistían a las mismas tertulias y para la Poesía, Miguel Hernández, Serra-
tenían lecturas comunes. La ciudad don- no Plaja y Leopoldo Panero; en El Tiempo
de se reunieron fue Madrid, adonde llega- Presente, Leopoldo Panero y Serrano Pla-
ron desde diferentes provincias españolas: ja; en Isla, Gullón, Azcoaga, Miguel Her-
Miguel Hernández y Juan Gil-Albert eran nández, Juan Panero, Maravall, Sánchez
de Alicante, los hermanos Panero, Ricardo Barbudo, Gil-Albert... Ello sin contar con
Gullón y Luis Alonso Luengo provenían que fundan sus propias revistas: Maravall
de León, Ridruejo era de Soria, Luis Rosa- y Leopoldo Panero, Nueva Revista (1929);
les de Granada... Muchos de ellos fueron Gullón e Ildefonso‑Manuel Gil, Brúju-
a Madrid para estudiar en la Universidad, la (1930) y Literatura (1934); Sánchez
concentrándose sobre todo en las faculta-
des de Derecho y de Filosofía y Letras.
Durante aquellos años, los poetas per-
tenecientes a la órbita del 36 se iniciaron a
las letras y entablaron relaciones entre sí.
Salvo alguna excepción, no publicaron sus
primeros libros hasta mediados de la dé-
cada. Esa iniciación literaria se tradujo en
diversas colaboraciones en revistas y pe-
riódicos, como muy bien ha señalado Ra-
ffucci de Lockwood: en El Sol, ensayos de
Leopoldo Panero, Serrano Plaja, Sánchez
Barbudo, Maravall; en Revista de Occiden-
te, ensayos y poemas de Marías, Miguel
Hernández, Germán Bleiberg, Rosales,
Gullón, Muñoz Rojas; en Cruz y Raya, Mi-
guel Hernández, Rosales, Vivanco, Muñoz
Rojas, Marías; en Los Cuatro Vientos, Vi-
vanco; en El Gallo Crisis, Miguel Hernán-
dez, Vivanco, Rosales; en Caballo Verde Juan Gil-Albert

27
Joaquín Juan Penalva

escribió en Tensor (1935). Juan Gil‑Albert


fue uno de los responsables de El Buque
Rojo, que salió en Valencia, de mano de la
Alianza de Intelectuales Antifascistas, el
3 de diciembre de 1936, pero es mucho
más conocido por sus escritos en Hora de
España (1937-1938). Miguel Hernández,
por ejemplo, publicó su Perito en lunas en
la colección poética de la revista Sudeste
y colaboró, entre otras publicaciones, en
El Gallo Crisis (1935-1936) y Caballo Ver-
de para la Poesía. Francisco Pino, a quien
por edad también se ha incluido en oca-
siones en la nómina de autores del 36, fue
responsable, junto a José María Luelmo,
de Meseta (1928), ddooss (1931) y A la
Nueva Ventura (1934), todas ellas de Va-
lladolid. Félix Ros también participó en
El Gallo oriolano y, por último, Arturo
Serrano Plaja lo hizo en Hora de España,
El Tiempo Presente (1935) –de la que fue
Barbudo, Serrano Plaja y Enrique Azcoa- director–, Hoja Literaria, Caballo Verde
ga, Hoja Literaria (1933) (Raffucci de para la Poesía y, tras la guerra, en la revista
Lockwood, 1974: 11-12). De Mar a Mar (1942-1943), publicada en
En un tiempo en que se nacía a la lite- Buenos Aires.
ratura en las revistas culturales o específi- Desde diversos puntos de España, estas
camente literarias y poéticas, su inclusión jóvenes promesas de la literatura española
dentro de ellas puede dar cuenta de la llegaron a Madrid en torno a 1930, donde
existencia de un grupo en ciernes que iba fueron estrechando sus lazos hasta que los
accediendo a los resortes de la cultura en miembros más destacados del grupo vie-
la década del treinta. Todos ellos colabo- ron publicados sus primeros libros de poe-
raron en publicaciones no exclusivamen- mas en 1935 y 1936. Junto a los poetas,
te madrileñas, sino también periféricas, también llegaron a Madrid algunos prosis-
como El Gallo Crisis, de Orihuela, o Isla, tas y ensayistas.
de Cádiz. Valiéndonos del panorama gene-
ral de las revistas del periodo trazado por
Rafael Osuna, podemos rastrear la pre- Los libros inaugurales: El rayo
sencia de algunos poetas de la generación. que no cesa
Así, Germán Bleiberg participó en Cua-
dernos de Madrid (1939) y José Luis Cano Los poetas de la órbita del 36, que habían
en Sur (1935‑1936). Carmen Conde, una venido publicando, con mayor o menor
de las pocas mujeres del grupo –al cual asiduidad, sus composiciones en la pren-
también pertenece Ángela Figuera Ay- sa de la época, pronto vieron cómo em-
merich, nacida en 1903–, colaboraba en pezaban a editarse sus primeros libros de
Sudeste (1930‑1931), de Murcia. Ildefon- poemas, fundamentalmente entre 1935 y
so-Manuel Gil, además de dirigir Brújula 1936, aunque, en algunos casos, esa fe-
(1932), Boletín Último (1932) y Literatura cha se adelantara algunos años. Miguel
(1934), esta última con Ricardo Gullón, Hernández fue uno de los más precoces,

28
Miguel Hernández entre dos generaciones

al publicar su Perito en lunas en 1933, en literaria en el Madrid de la Segunda Re-


la colección Sudeste, de Murcia –era una pública. Lo publicado en 1934 no fue más
edición limitada a 300 ejemplares–. Pre- que un tímido anuncio de lo que vendría
domina en Perito en lunas la construcción en 1935 y 1936. Del primer año son Ma-
neogongorina, muy lejos de la rehumani- rea de silencio, de Gabriel Celaya; Abril,
zación que se encuentra en su segundo de Luis Rosales; Plural, de Dionisio Ri-
poemario, El rayo que no cesa (El silbo druejo; y El cantar de la noche, de Germán
vulnerado, de 1934, se publicó en revistas, Bleiberg (aparecido en la colección La
nunca en forma de libro). Tentativa Poética, de Manuel Altolaguirre
La precocidad en la publicación de Mi- y Concha Méndez; en otra colección de
guel Hernández es tal vez la causa mayor Altolaguirre, Héroe, se publicaron El rayo
de su ascenso generacional, como epígono que no cesa, Sonetos amorosos, Cantos del
del grupo del 27, con cuyos miembros es- ofrecimiento y Cantos de primavera). De
trechó sus lazos de amistad más que con 1936 son El rayo que no cesa, de Miguel
los jóvenes del 36. A pesar de ello, y te- Hernández; Sonetos amorosos, de Germán
niendo en cuenta que fue el único autor Bleiberg; Misteriosa presencia y Candente
del 36 que no había pasado por la univer- horror, de Juan Gil-Albert; Destierro infi-
sidad, en todo lo demás el poeta oriolano nito, de Arturo Serrano Plaja; Cantos del
es perfectamente asimilable a sus compa- ofrecimiento, de Juan Panero; y Cantos de
ñeros de promoción. El 30 de noviembre primavera, de Luis Felipe Vivanco.
de 1931 emprendió su primer viaje a Ma- Tradicionalmente se ha considerado El
drid, de donde regresó el 15 de mayo de rayo que no cesa como el título inaugural
1932 sin haber conseguido un lugar den- de la generación del 36 junto con Abril,
tro del mundo literario de la capital. Volvió de Rosales, además de como la primera
en marzo de 1934, esta vez para quedarse, manifestación madura de la voz poética de
pues le dejaron paso franco en diversas Miguel Hernández. Lo traemos aquí a co-
publicaciones, y desde la primavera de lación en tan reducido espacio únicamen-
1935 trabajó como secretario de José Ma- te para hacernos eco de su influencia en la
ría de Cossío en su famosa enciclopedia
sobre los toros. El primer viaje de Hernán-
dez coincide en el tiempo con la primera
estancia en la capital española de poetas
como Rosales o los hermanos Panero. Por
el carácter fundacional de El rayo que
no cesa, libro inaugural del 36 junto con
Abril, le dedicamos atención especial más
adelante.
Lo que en 1933 habían sido ejemplos
aislados, en 1934 fue ya un fenómeno de
grupo, sin llegar todavía a la eclosión de
los dos años siguientes. En 1934 se puede
destacar la publicación de La voz cálida, de
Ildefonso-Manuel Gil; Júbilos, de Carmen
Conde; Sombra indecisa, de Arturo Serra-
no Plaja; y Primavera portátil, de Adriano
José María de
del Valle. Todos menos Adriano del Valle Cossío
habían nacido durante los primeros años (Fundación Cultural
del siglo y habían empezado su carrera Miguel Hernández)

29
Joaquín Juan Penalva

que dirigía el poeta e impresor Manuel


Altolaguirre (con el mismo nombre había
salido una revista en los años 1932-1933,
auspiciada por Altolaguirre y Concha
Méndez). Se publicó en enero de 1936, lo
que indica que se gestó, como tarde, du-
rante el año anterior. El rayo que no cesa es
una colección de sonetos amorosos entre
los cuales se intercalan tres poemas lar-
gos. El libro consta de un total de treinta
composiciones, de las que veintisiete son
sonetos. Fuera del esquema métrico del
soneto quedan «Un carnívoro cuchillo»,
José María Valverde rehumanización poética de aquellos años. escrito en cuartetas; «Me llamo barro aun-
y Leopoldo Panero Hernández pertenece a aquellos poetas que Miguel me llame», donde el autor em-
con Vicente
del 36 que vivieron directísimamente las plea diversas combinaciones de versos en-
Aleixandre en
Madrid consecuencias de la Guerra Civil; en su decasílabos; y la famosa «Elegía» a Ramón
(Foto de Dámaso caso, un auténtico peregrinaje por las cár- Sijé, compuesta en tercetos encadenados
Alonso) celes peninsulares, hasta su muerte de e incorporada como añadido a El rayo que
tuberculosis en la prisión de Alicante en no cesa tras la repentina muerte del direc-
1942. Curiosamente, todos los autores tor de El Gallo Crisis. Esta última compo-
del 36 tuvieron una evolución estética sición, por tanto, no pertenecía a ese ciclo
paralela, tanto aquellos que se quedaron de poemas amorosos que encontramos en
en España tras la contienda como los que el resto del volumen. La crítica ha seña-
continuaron su labor literaria en el exilio. lado en diversas ocasiones la importancia
El rayo que no cesa, al igual que los pri- de este libro a la hora de trazar la evolu-
meros libros de Juan Panero y Luis Felipe ción poética de Miguel Hernández. Así,
Vivanco, apareció en la colección Héroe, según el profesor Guillermo Carnero, El
rayo que no cesa inauguraba una segunda
etapa dentro de la obra del poeta oriolano,
caracterizada por la «humanización» de su
poesía (1922: 151):

Se puede definir un segundo periodo crea-


tivo en Miguel Hernández, en torno a El
rayo que no cesa (1936). De acuerdo con
el signo de los tiempos, y potenciando los
inicios que vimos en el apartado anterior,
el autor abraza de lleno los dogmas de la
«humanización» e «impureza» literarias.
Ahora vamos a encontrar al Miguel Her-
nández más personal y auténtico. Para él,
la «impureza» nerudiana no se queda en
postulado o fraseología; se vuelve viven-
cia y hermanamiento con el Cosmos y los
animales, y ningún poema lo expresa de
manera más gráfica que el tantas veces
citado «Me llamo barro...». La sangre se

30
Miguel Hernández entre dos generaciones

vuelve un símbolo abarcador de la fuerza pasaron por las cárceles del franquismo.
irresistible de los instintos naturales. Aunque como grupo cohesionado solo
permanecieran aquellos poetas que du-
Dentro de ese proceso de rehumanización rante la contienda apoyaron al bando de
al que asiste la poesía de Miguel Hernán- los sublevados, en todos ellos –vencedo-
dez –y la del resto de poetas del 36, antes res o vencidos– se produjo una intros-
o después–, el amor es uno de los temas pección, y su poesía se recluyó en lo co-
privilegiados, especialmente en algunos tidiano. Así lo señala Alicia M. Raffucci
de los sonetos que integran la muestra. La de Lockwood en un artículo sobre la poe-
poesía de Miguel Hernández alcanza en sía de Luis Rosales: «La nueva dirección
los sonetos de El rayo que no cesa una de humana que refleja la poesía de Rosales
sus cimas más altas. No en vano, fue Her- corresponde a la sufrida por la poesía de
nández quien inició de manera más deci- Miguel Hernández y Arturo Serrano Pla-
dida la evolución del clasicismo al roman- ja. Él mismo ha dicho recientemente que
ticismo –«rehumanización»– dentro de la esta evolución hacia lo humano es carac-
poesía del 36. Así lo ha visto, por ejemplo, terística común a todos sus congéneres»
Agustín Sánchez Vidal (1992: 55-56): (1971: 490). Regreso de Jorge
Uno de los casos más llamativos fue el Guillén a Madrid
en un paréntesis
Sin embargo, ya en sus sonetos, y sobre de Miguel Hernández, quien, al final de
de su exilio (1951).
todo en las composiciones más distendidas su vida, trabajó en su famoso Cancione- Sentados, Gerardo
como «Un carnívoro cuchillo», «Me lla- ro y romancero de ausencias, un auténtico Diego, Jorge
mo barro...» o la «Elegía a Ramón Sijé» modelo de la introspección que hemos se- Guillén, Vicente
(que son las que vertebran el libro), se ba- ñalado arriba. Germán Bleiberg, que pasó Aleixandre, Melchor
Fernández Almagro
rrunta con claridad el Miguel Hernández gran parte de la década del cuarenta entre
y Dámaso Alonso;
de la «poesía impura» y de un erotismo rejas, volvió, hacia el final de la misma, en pie, Germán
más desinhibido y coherente con una cos- a publicar algunos libros de poesía como Bleiberg, José María
movisión propia que se va perfilando lejos Más allá de las ruinas (1947), El poeta au- Valverde, Luis
de la tutela de Sijé y en la órbita de Pablo sente (1948) o La mutua primavera (1948). Rosales, Dionisio
Ridruejo, Carlos
Neruda y Vicente Aleixandre. Cambio En 1961, sin embargo, se marchó a Es- Bousoño y Luis
que se explica por la laboriosa gestación tados Unidos, donde trabajó como profe- Felipe Vivanco
de El rayo que no cesa, llevada a cabo en sor. Su experiencia personal la ha relatado (Foto de Nuño)
los años 1934 y 1935. Y si en el verano
de 1934 está escribiendo para El Gallo
Crisis y publica su auto sacramental, en
el de 1935 su producción va destinada a
Caballo Verde para la Poesía y escribe su
drama Los hijos de la piedra, que será
el arranque –aún dubitativo y contradic-
torio– de sus escritos de signo proletario.

La generación del 36 tras la


Guerra Civil

Con el final de la guerra, muchos de los


miembros de la generación del 36 aban-
donaron España y continuaron su labor
en tierras americanas; otros, en cambio,

31
Joaquín Juan Penalva

en el volumen de memorias Historias de (1957) y Luz sonreída, Goya, amarga luz


cautivos. (1972).
Gabriel Celaya, otro poeta de la nómi- Juan Gil-Albert, que también estuvo
na del 36, evolucionó claramente hacia la exiliado, volvió en 1947 a España, don-
poesía social, convirtiéndose en uno de los de era un auténtico desconocido para el
modelos de la misma. Durante la posgue- público, situación que, en cierto modo,
rra, publicó numerosos libros de poesía, cambió al aparecer una antología de su
como Movimientos elementales (1947), obra, Fuentes de la constancia (1972), lo
Tranquilamente hablando (1947), Objetos que permitió su recuperación a cargo de
poéticos (1948), El principio sin fin (1949), los pujantes novísimos.
Las cosas como son (1949), Las cartas boca Arturo Serrano Plaja se exilió tras la con-
arriba (1951), Cantos iberos (1955) o De tienda; vivió en Francia, Chile, Argentina,
claro en claro (1956). otra vez Francia y, por fin, Estados Unidos,
El caso de Ildefonso-Manuel Gil, que donde fue profesor en la Universidad de
se marchó a Estados Unidos para trabajar Santa Bárbara, en California. Siguió pu-
como profesor de literatura, es parecido blicando libros de poemas durante el resto
al de Germán Bleiberg. Allí siguió publi- de su vida, y también en su caso asistimos
cando libros de poesía: Versos del dolor a la interiorización del fenómeno poético:
antiguo (1945), Homenaje a Goya (1946), Versos de guerra y de paz (1945), Les mains
Miguel Hernández,
El corazón en los labios (1947), El tiempo fertiles (1947), Galope de la suerte (1958) y
por Eugenio recobrado (1950), Cancionerillo del re- La mano de Dios pasa por este perro (1965).
Chicano cuerdo y de la tierra (1951), El incurable En este último libro se produce el descu-
brimiento del tema religioso, que lo asimi-
la a aquellos poetas que permanecieron
en España tras la contienda y a los que se
conoce como «grupo Rosales» o de Esco-
rial –el propio Rosales, Leopoldo Panero,
Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo–.
José Antonio Muñoz Rojas y Carmen
Conde se reincorporaron al panorama cul-
tural de la España de la posguerra. Car-
men Conde publicó, entre otros libros,
Pasión del verbo (1944), Ansia de la gracia
(1945), Honda memoria de mí (1946), Sea
la luz (1947), Mi fin en el viento (1947) y
Mujer sin edén (1947). Algo parecido ocu-
rrió con Muñoz Rojas, quien durante la
posguerra publicó títulos como Sonetos de
amor por un autor indiferente (1942), Abril
del alma (1943), Cantos a Rosa (1955) o
Lugares del corazón (1962), y que en años
muy recientes ha conocido una notable re-
cuperación literaria como último testimo-
nio vivo de la generación del 36, hasta su
muerte en septiembre de 2009.
Tras la contienda asistimos, por tanto,
al renacer de las letras españolas, un pro-
ceso lento y, por las notorias diferencias

32
Miguel Hernández entre dos generaciones

en el ambiente cultural entre los años inmediata posguerra. En este sentido, la


treinta y cuarenta, considerablemente di- del 36 fue una generación sacrificada, tal
fícil. El panorama literario de la alta pos- como ha planteado Guillermo Díaz-Plaja
guerra contribuyó, eso sí, a que culmina- (1966: 179):
ra el proceso de rehumanización que los
poetas del 36 habían emprendido en sus A mi juicio, nuestra generación fue una
primeros libros. Esta idea la ha señalado promoción sacrificada. Demasiado joven
perfectamente Raffucci de Lockwood: en 1936, nos sentimos, de pronto, dema-
«En casi todos los poetas sobrevivientes siado viejos en 1939. Vimos caer derriba-
que habían comenzado a escribir antes dos muchos de nuestros ídolos y nos aga-
de la guerra, notamos el efecto de su ex- rramos desesperadamente al salvavidas de
periencia en una nueva actitud de sufri- la supervivencia, con un intento primario
miento que aparece en el rechazo de la y vegetativo de subsistir. Por otra parte,
realidad circundante y en un refugio en nuestros maestros –los de la decantada y
la intimidad personal. El poeta se aísla en esteticista generación de 1927– no solo
su experiencia y busca formas distintas y no se mantuvieron en su altiva aristocra-
variadas de expresar la crisis» (1974: 25). cia estética, sino que se nos derribaron en
Miguel Hernández, que estaba destinado los desafueros del existencialismo, cuan-
a ocupar uno de los lugares destacados do no del «pop-art». Nos quedamos, pues,
de esa promoción, sobrevivió apenas a la desfasados, sin brújula y sin maestros, na-
guerra y fue una de tantas víctimas de la vegando como Dios nos dio a entender.

Bibliografía

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Pre-Textos, 1986.

33
Trabajar la mirada
La poesía de las cosas en Miguel Hernández
Luis Bagué Quílez
Universidad de Alicante

Introducción: trabajos de la refleja en el verso «Me llamo barro aunque


mirada Miguel me llame», que propone una rein-
tegración en la tierra, según la estrategia

L
a Poesía de Miguel Hernández mítica que Chevallier denomina la agri-
muestra un especial interés por cultura de la muerte (Chevallier, [1974]
los objetos de la vida cotidiana, 1978: 161). Por otra parte, la asimilación
que aparecen ligados a su desarrollo esté- acelerada de la modernidad favorece en el
tico e ideológico. En el autor, la voluntad poeta una rápida adaptación al horizonte
contemplativa no se atiene a los límites fí- de expectativas de la lírica contemporá- Arcadio Blasco,
Homenaje a Miguel
sicos de la observación, sino que pretende nea. En efecto, uno de los rasgos de esa Hernández
interiorizar la naturaleza diversa y plural modernidad recién instaurada es la asun- (Fundación Cultural
de lo contemplado. Así, cabe destacar la ción de un materialismo lingüístico que Miguel Hernández)
porosidad de una mirada que busca se-
mejanzas entre elementos dispares y que
aspira a apropiarse de sus cualidades aní-
micas. Esa avidez visual se orienta hacia el
descubrimiento de determinados paisajes
del alma en los que la realidad exterior se
completa con la vocación introspectiva.
Por lo que respecta a la relación del poeta
con la materia, conviven en su obra dos
fuerzas complementarias: el telurismo
campesino y la modernidad lírica.
Por una parte, la percepción sensorial
e instintiva del mundo rural desemboca
en una expresión orgánica caracterizada
por el hilozoísmo y el vitalismo. La doc-
trina animista de Miguel Hernández es
un auténtico sistema intelectual, vincula-
do a una concepción psicológica de base
empirista: «pensar que la materia se halla
espiritualizada y que, en última instancia,
materia y espíritu se confunden» (Care-
nas, 1992: 21). La tendencia a la fusión
panteísta y a la trascendencia telúrica se

Luis Bagué Quílez pp. 34-47


Luis Bagué Quílez

proclama el carácter indisociable de lo Júbilos (1934) a cantar la emoción hacia


concreto y lo abstracto, la sensación y la los objetos que forman parte de la actua-
inteligencia, dentro del propio acto verbal lidad técnica. La locomotora, la máquina
(cf. Salaün, 1993: 108-111). de escribir o los aeroplanos se convierten
El triunfo de la materia le permite al en juguetes de papel cuyo mayor atractivo
autor entroncar con las facetas más inno- es su relieve plástico.
vadoras de la generación del 27. Desde Este tipo de visión combina la compleji-
temprano, los componentes de este grupo dad conceptual con la desfiguración de los
prestan una particular atención a los obje- objetos. En su poesía inicial, Miguel Her-
tos inanimados, a los que consideran de- nández realiza una peculiar síntesis entre
positarios de la esencia de lo real. Así, Ge- la estructura de pensamiento del Barroco
rardo Diego se plantea descomponer las y la imaginería de la modernidad lírica:
cosas en átomos de sentido autosuficien- «Hernández mezclará el sistema barroco
tes, con el propósito de producir una elabo- de alusiones y elusiones metonímicas con
rada impresión de totalidad: la «Guitarra» un léxico ultraísta en el que verá refleja-
cubista de Imagen (1922) o la «Ventana» dos y lexicalizados algunos de los signos
fovista de Manual de espumas (1924) son de la modernidad» (Siles, 2007: 72). Tras
ejemplos que suscriben lo apuntado. A su la escisión romántica entre el sujeto y la
vez, Jorge Guillén sugiere, en la primera cosa, el poeta se adentra en una natura-
versión de Cántico (1928), una aproxima- leza fragmentada en la que el todo y las
ción perifrástica hacia ciertas realidades o partes mantienen una relación conflictiva,
sucesos triviales para desvelar el misterio y en la que la representación suplanta con
que subyace en ellos. El «beato sillón», la frecuencia a la realidad.
«pérfida bicicleta» o los «ángulos furtivos»
de la ciudad adquieren ahora un nuevo
perfil, que los aparta del ámbito natural El cohete y la estrella: Perito en
para exponerlos a una mirada autónoma, lunas
como cuadros desgajados de un museo o
Dibujo original de
Miguel Hernández
estampas extraídas de un álbum fotográ- Este movimiento hacia los objetos se apre-
(Archivo de fico. Finalmente, Carmen Conde consa- cia en las adivinanzas de su primer libro
Francisco de Díe) gra una sección («Máquinas») de su libro publicado, Perito en lunas (1933). El título
resume una etapa de la formación de Mi-
guel Hernández marcada por la búsqueda
simbolista, el perspectivismo caleidoscó-
pico y la construcción cubista del texto.
La poética del hermetismo y la técnica
metafórica del volumen explican tanto
su minoritaria recepción en el momento
de aparición como su posterior revalori-
zación, a la luz de la vertiente neogongo-
rina de la generación del 27. Con todo,
su territorio no parece ser tanto el del
neogongorismo como el de una literatura
jeroglífica de larga tradición retórica (cf.
Prieto de Paula, 1993: 560-561). El libro
ofrece un continuo ejercicio sustitutivo en
el que la imagen termina por reemplazar a
la designación. El resultado revela cierta

36
Trabajar la mirada

impronta irracional, pues la conexión –no


siempre evidente– entre el plano real y el
figurado provoca un efecto similar al de las
asociaciones libres en la estética surrealis-
ta (cf. Debicki, 1990: 487-501).
Sin embargo, la principal aportación de
Miguel Hernández está relacionada con la
procedencia de su arsenal metafórico. Si
Góngora sublima e hiperboliza cuanto le
rodea, Hernández acude a su existencia
diaria guiado por la intuición, la potencia
descriptiva y la novedad de los objetos que
contempla. El poeta transforma la reali-
dad y fija aquellos rasgos que le impresio-
nan más vivamente. Perito en lunas eleva
lo inorgánico a categoría artística porque
«no sólo anima los cuerpos inertes, sino brillo verbal del humorismo. Algunas de Dibujo original de
que a la vez materializa la vida anímica» las octavas descartadas de la versión final Miguel Hernández
(Archivo de
(Carenas, 1992: 21). Por un lado, los ele- de Perito en lunas insisten en esta dimen-
Francisco de Díe)
mentos de la naturaleza se objetualizan, sión asociativa, a veces explicitada me-
como signos susceptibles de ser descifra- diante la composición léxica que preside
dos a partir de los matices que configu- los poemas: así ocurre en «Camisa-tendi-
ran su apariencia externa. La palmera, la da», donde la ropa expuesta al sol se iden-
sandía, la granada o los surcos de labranza tifica con el blanco velamen de un barco;
se definen a menudo por su sugerencia «Lámpara. Lechuzas», que se sustenta
cromática, su disposición geométrica o su en el contraste entre luz y oscuridad, o
extensión espacial. Por otro lado, la mate- «Campos + grillos», que superpone la ico-
ria inerte se animaliza o se humaniza. Este nografía lunar al canto de las cigarras. Las
afán de metamorfosis ordena un universo pinceladas coloristas y la animalización de
transfigurativo regido por la deformación lo inanimado se advierten igualmente en
sistemática, las estructuras correlativas y «Carteles», donde el cartel es un intem-
el metaforismo torrencial: los cohetes se pestivo «gallo de imprenta» que anuncia
equiparan con lagartos luminosos; el es- una corrida de toros ya pasada: «Si no fue-
pantapájaros parece un mendigo incorpó- ra por la flecha / que su anteayer asegura,
reo que ha renunciado a su condición de aquella corrida hecha / sería siempre futu-
estático maniquí; la mesa pobre convoca ra» (Hernández, 1992: 311).
la densidad de un paisaje triste, y las no- Esa sensación de ligero anacronismo es
rias y las veletas son extrañas danzarinas, a la que debieron de experimentar los lec-
tal punto que a estas últimas se les aplica tores de un libro que muestra a un poeta
el neologismo «bakeres», derivado de la atrapado en la red significativa que él mis-
bailarina Josephine Baker1. Este térmi- mo ha ido tejiendo, y que aún subordina
no de nuevo cuño señala los límites de la su imaginación a las recetas líricas de unos
inventiva hernandiana. Los motivos con- ismos que habían empezado a atomizarse
temporáneos suponen un juego de ingenio en el vasto panorama de la literatura de
y plantean un reto estético. No obstante, entreguerras. La autodisolución vanguar-
delatan al mismo tiempo su condición de dista daría paso a una rehumanización que
artificio, lindante con la evanescente fuga- en España se vio impulsada por el estalli-
cidad de la greguería o con el instantáneo do de la Guerra Civil. La dialéctica entre

37
Luis Bagué Quílez

relevante para este análisis es el giro hacia


una poesía profética, que entiende la pala-
bra como un arma de guerra (cf. Aullón de
Haro, 1993: 264-269). Para Miguel Her-
nández, la escritura poética y dramática
obedecen al impulso de convertir la viven-
cia inmediata en un ejercicio de solidari-
dad activa con su pueblo: «Con mi poesía
y mi teatro, las dos armas que más me co-
rresponden y que más uso, trato de aclarar
la cabeza y el corazón de mi pueblo» (Her-
nández, 1992: 1787). La asunción de la
Miguel Hernández pureza y revolución acabará inclinándose poesía como un arma cargada de presente
en el frente de hacia la segunda, ya que los imperativos desemboca en una voluntad creativa que
Extremadura, 1937
estéticos se encaminan hacia una poesía ya no aspira a decir el nombre exacto de
(Fundación Cultural
Miguel Hernández) sin pureza, como defiende Pablo Neruda las cosas, ni a hacer florecer la rosa en el
en su célebre manifiesto, publicado en poema, sino a trascender la experiencia
el primer número de Caballo Verde para privada a través del compromiso colectivo.
la Poesía (1935). En su texto-proclama,
Neruda relaciona la poesía impura con la
naturaleza material de los objetos que le El poeta en la calle: Viento del
sirven de inspiración: pueblo y El hombre acecha

Así sea la poesía que buscamos, gastada El siguiente hito en este recorrido con-
como por un ácido por los deberes de la duce a los poemas de guerra agrupados
mano, penetrada por el sudor y el humo, en Viento del pueblo (1937) y El hombre
oliente a orina y a azucena, salpicada acecha (1939), a los que se puede consi-
por las diversas profesiones que se ejer- derar como un solo núcleo de sentido o
cen dentro y fuera de la ley. Una poesía una única etapa de su ciclo literario. Si
impura como un traje, como un cuerpo, bien hay diferencias tonales entre ambos
con manchas de nutrición, y actitudes libros (entusiasmo heroico en el primero
vergonzosas, con arrugas, observaciones, y pesimismo retórico en el segundo), es-
sueños, vigilias, profecías, declaraciones tas variaciones deben atribuirse al entor-
de amor y de odio, bestias, sacudidas, no histórico en el que se inscriben más
idilios, creencias políticas, negaciones, que a la realidad poética que los explica
dudas, afirmaciones, impuestos (cf. Cano (cf. Salaün, 1978: 197-198). No en vano,
Ballesta, 1992: 333). los textos compuestos entre 1936 y 1939
nacen de una circunstancia externa al yo,
Influido por el magisterio cercano de pero en la cual el sujeto se reconoce: el
Neruda, Miguel Hernández contempla soporte físico del campo de batalla. En
los objetos como símbolos emotivos que Viento del pueblo, Miguel Hernández se
intentan conciliar las contradicciones ín- presenta como un poeta-soldado inmerso
timas y cordiales del ser humano (cf. Cer- en la contienda. El conjunto revela una
vera, 1993: 815-821). El sendero de la re- autenticidad cívica que se acoge a los mo-
humanización lleva al vitalismo trágico de dos de la poesía de urgencia, pero que no
El rayo que no cesa (1936), que propone renuncia a imprimir una huella personal
una recodificación de la tradición clásica en el discurso. Hernández cree que el
y de sus principales focos temáticos. Más poeta del pueblo –desde el pueblo antes

38
Trabajar la mirada

que para el pueblo– no puede reducirse hacia la estética proletarizante del realis-
a la expresión de consignas políticas. Su mo socialista, significó uncir el mundo
lenguaje ha de tender hacia un propósito elemental y neutro de los objetos al carro
más elevado: las «cumbres más hermosas» de las creencias y las pretensiones ideoló-
a las que se refiere en su dedicatoria a Vi- gicas (Prieto de Paula, 1993: 565).
cente Aleixandre.
En este libro cobran especial relevancia La representación emblemática de la so-
los dos sustantivos vinculados en el títu- ciedad rural tiene un sentido sublimador
lo: viento y pueblo. El viento incorpora la parecido al que, desde distintas premisas
imagen de un júbilo exaltado en la unión ideológicas, había propugnado Ramón de
fraterna con la humanidad. Su silbido es Basterra en Las ubres luminosas (1923) y
la voz del escritor combatiente, que de- en las dos partes de Vírulo (1924-1927).
sea fundirse con los valores comunitarios Para Miguel Hernández, los objetos con-
y cantar su epopeya colectiva (cf. Cheva- tienen a sus dueños o se encarnan en
llier, [1974] 1978: 291-294). A su vez, el ellos, gracias a la aleación entre el cuerpo
pueblo no es sólo un concepto abstracto, humano y los utensilios que simbolizan
sino una entidad casi tangible, localizada su esfuerzo. La percepción visual y táctil
en una geografía concreta. Aunque se tra- de la batalla se vale habitualmente de la
ta de una construcción idealizada, en ella sinestesia, que sugiere la unión entre las
conviven matices opuestos. La noción de sensaciones y la materia inerte. En esta di-
pueblo, como esencia nacional, convoca rección apuntan los «yunques / torrencia-
una imprecisa nostalgia de connotaciones les de las lágrimas» («Vientos del pueblo»), Joan Castejón,
Homenaje a Miguel
fascistas. Sin embargo, Miguel Hernández la «carne de yugo» («El niño yuntero»), los Hernández
le añade algunas implicaciones de carácter «ojos de granito amenazante» y las «lá- (Fundación Cultural
liberal: la defensa de un realismo que pre- grimas de hierro» («Elegía segunda»), los Miguel Hernández)
tende profundizar en la organización del
sistema social (cf. Zavala, 1993: 147-154).
La toma de conciencia de Miguel Her-
nández permite abrir la puerta de la calle
en la que se encuentran algunos autores
del 27, como Rafael Alberti o Emilio Pra-
dos. El yo no es ahora una instancia inter-
subjetiva, ni un mero portavoz anónimo de
la comunidad, sino un sujeto con señas de
identidad individuales. La experiencia del
combate determina que la objetivación de
Viento del pueblo ya no remita al mundo
natural de Perito en lunas; al contrario, la
realidad campesina se enmarca en el con-
texto de una batalla simbólica protagoni-
zada por los objetos:

Las cosas son, ahora, armas de lucha,


utensilios de labor, emblemas de la poesía
proletaria: carbones y herrerías, flechas y
espinas, martillos, cuchillas y dentaduras:
toda una simbología que, como ocurriera
en el tránsito de los cubofuturistas rusos

39
Luis Bagué Quílez

ahora «un árbol desbordante y salado», «un


voraz oleaje», «una blusa silenciosa y dora-
da», «una lluvia de axilas» o una «espada
de sabrosos cristales» (Hernández, 1992:
593-595). En ambos casos, la designación
metonímica opone dos modelos vitales:
el de los trabajadores, que, literalmente,
viven por sus manos, y el de la burguesía
ociosa, cuyas «manos de hueso lívido y
avariento» «empuñan crucifijos y acaparan
tesoros». Se trata, en suma, de textos que
ejemplifican la lucha de clases mediante
estructuras temáticas de dualidad antitéti-
ca (cf. Valverde, 1975: 218-219). Por últi-
Dolores Ibárruri, mo, «Canción de la ametralladora», poema
Pasionaria suelto perteneciente al ciclo de Viento del
pueblo, ofrece el punto de vista de un arma
«hombres vestidos de disparos» («Nues- animalizada y cargada de notas afectivas.
tra juventud no muere»), el «parto de la La ametralladora se transfigura en un ave
mina» («Recoged esta voz»), la «tormenta cuyo canto es un «trino mortal» que revela
/ de martillos y hoces» («Jornaleros»), las la crueldad de la contienda: «codorniz de
«espadas impotentes y borrachas» («Vi- metal», «cigüeña que picas / en el viento
sión de Sevilla»), la «gran tormenta / de del mal», «tórtola en celo» o «rapto ani-
aeroplanos y anhelos» («El incendio»), mal» (Hernández, 1992: 635-637). A esta
la «soledad de explosiones y brechas» «máquina de mi alma» se le otorga un con-
(«Canción del esposo soldado»), el «ejér- tenido ascensional (la altura celeste), que
cito férreo» («Campesino de España»), la contrasta con la gravidez telúrica atribuida
«cincelada fuerza» («Pasionaria») o «la voz a los obreros (las raíces de la tierra).
del bronce» («Fuerza del Manzanares»). El hombre acecha agrega un nuevo esla-
Este desplazamiento calificativo se ob- bón creativo a la obra del autor. En el libro
serva con nitidez en tres poemas: «Las ma- se advierte la evolución desde una poesía
nos», «El sudor» y «Canción de la ametra- propagandística, inspirada en la llamada a
lladora». Los dos primeros arrancan de una la movilización militar, hasta una poesía
sinécdoque basada en la instrumentaliza- bélica, inspirada en el descubrimiento de
ción del cuerpo. Los trabajadores son aquí la monstruosidad de la guerra. De acuerdo
segmentos de un organismo más amplio: la con este proceso, la idea del pueblo se re-
anatomía del pueblo. Las manos del obrero emplaza por la presencia del hombre. Este
se identifican, en el poema homónimo, con cambio no implica una abdicación de los
la fuerza motriz del progreso, pues «[c]on- lazos colectivos, sino una relectura más
ducen herrerías, azadas y telares, / muer- compleja del compromiso. El hombre de
den metales, montes, raptan hachas, enci- Miguel Hernández ilustra el valor general
nas, / y construyen, si quieren, hasta en los de la libertad, una vez suprimidos los ele-
mismos mares / fábricas, pueblos, minas» mentos particulares que restringían su mi-
(Hernández, 1992: 592). Mientras «Las rada inicial (cf. Chevallier, [1974] 1978:
manos» se describen como «herramienta 277-282). De este modo, El hombre ace-
del alma», «El sudor» exalta una realidad cha propone una estrategia reflexiva y ana-
prosaica a partir de una metaforización lítica frente a la inmediatez de las com-
idealista. El sudor de los campesinos es posiciones anteriores. El poeta avanza, en

40
Trabajar la mirada

su actitud política, hacia una maduración


de la conciencia revolucionaria, y, en su
actitud estética, hacia la asunción de una
voz personal e íntima. El núcleo del libro
son los poemas en los que el escritor com-
parte los sentimientos de piedad, tristeza
y angustia con los muertos y vencidos. Sin
embargo, aparecen otras preocupaciones
que trascienden la violencia de la lucha, la
denigración del enemigo o el abatimiento
de la derrota.
El autor perfecciona algunos mecanis-
mos conocidos, como la capacidad evo-
cativa de la sinestesia en «El soldado y la
nieve», una estampa cromática que tiñe el
campo de batalla de tonos sombríos. Tam-
bién cobran relevancia las metáforas vege-
tales («El herido») y el símbolo de la san-
gre («18 de julio 1936-18 de julio 1938»),
que plantean una continuidad significativa
entre sangre-savia-árbol. Al mismo tiempo,
Hernández ensaya un recurso que alcan- tinajas vacías» o «retretes de elegancia». José Díaz Azorín,
zará su mejor expresión en Cancionero y Estos aspectos grotescos se resumen en Homenaje a Miguel
Hernández
romancero de ausencias: la transferencia una enumeración caótica: «Trapos, calco-
(Fundación Cultural
emotiva entre las cosas y sus poseedores. manías, defunciones, objetos, / muladares Miguel Hernández)
Este correlato anímico se aprecia en «Car- de todo, tinajas, oquedades, / lápidas, ca-
ta», donde los útiles de escritura se perso- tafalcos, legajos, mamotretos, / inscripcio-
nifican y adquieren cualidades humanas: nes, sudarios, menudencias, ruindades»
«Cuando te voy a escribir / se emocionan (Hernández, 1992: 659).
los tinteros: / los negros tinteros fríos / se No obstante, la ampliación temática
ponen rojos y trémulos, / y un claro ca- de El hombre acecha se orienta en dos di-
lor humano / sube desde el fondo negro» recciones. En primer lugar, la simbología
(Hernández, 1992: 668). Lo mismo su- animal esbozada en Viento del pueblo se
cede en «Madre España», un canto a la despliega en las garras de las fieras («Can-
tierra natal en el que los accidentes geo- ción primera» y «Canción última»), el toro
gráficos se comparan con los objetos de la («Llamo al toro de España»), los tigres, leo-
vida diaria: «Una fotografía y un pedazo de nes y chacales («El hambre»), el pavo real y
tierra, / una carta y un monte son a veces la pantera («Llamo a los poetas»). Este vo-
iguales» (Hernández, 1992: 680). En otras cabulario zoológico favorece una interpre-
ocasiones, el autor tiende a la cosificación tación instintiva de la realidad. El peculiar
satírica. Prueba de ello es «Los hombres bestiario hernandiano se organiza en torno
viejos», una diatriba que oscila entre el a dos áreas semánticas contrarias, que pue-
verbalismo expansivo y el conceptismo den desplazarse al ámbito de los hombres:
quevedesco. A lo largo del poema, los la agresividad frente a la cobardía y el enco-
hombres mediocres del título se retratan mio frente al desprecio (cf. Payeras Grau,
como «candeleros infelices, escobas / des- 1993: 471-478; Le Bigot, 1993: 611-617).
plumadas, retiesas, con toga, con bonete», En segundo lugar, cabe mencionar la ico-
«enciclopedias ahumadas», «sentenciosas nografía técnica y mecánica. Esta mitología

41
Luis Bagué Quílez

en agosto de 1937, para asistir al v Festi-


val de Teatro Soviético (cf. Cano Ballesta,
1985: 199-210). El primero elogia el pro-
greso y la mecanización de la agricultura:
los trenes, los aeroplanos, los martillos y los
tractores. Más interesante es «La fábrica-
ciudad», redactado en la ciudad ucraniana
de Jarkov. El poema retoma los himnos al
trabajo de Rilke o de Whitman, pero los
integra en una exaltación maquinista más
cercana a los cánones del realismo socialis-
ta soviético que a la denuncia de la megaló-
polis deshumanizada que habían ensayado
Lorca en Poeta en Nueva York (1929-1930)
y Chaplin en Tiempos modernos (1935).
Aquí, la fecundidad industrial adopta ras-
gos animales: los «leones de azabache» (los
obreros) son los habitantes privilegiados de
una «selva civilizada» (la fundición). Las
imágenes fabulosas de metales, hornos y
chimeneas reproducen la metáfora de un
parto cósmico, «el fragor y el ritmo de una
Llamamiento obrera muestra ahora características dis- fábrica que se convierte en mítica fragua
a la resistencia tintivas, ya que se centra en la materia fría de Vulcano, de donde han de surgir, como
antifascista en
y metálica como reflejo de un mundo con de un gigantesco vientre, las máquinas que
Madrid
aristas. Según este esquema, los aeropla- participarán de la espléndida epopeya in-
nos se erigen en «astros motorizados», y dustrial» (Zimmermann, 1996: 129). «La
sus pilotos en modernos Prometeos, «sol- fábrica-ciudad» se hace eco de la doctrina
dados voladores» o «poseedores del fuego» socialista y anticipa el arte del futuro: la
(«El vuelo de los hombres»); el pueblo de estética del material aglutinada alrededor
Madrid es resistente como «un acero que de Bertolt Brecht y Hans Eisler, partidaria
no desmaya» («Madrid»), y los jóvenes se de la emancipación colectiva mediante la
consideran los «motores» de la sociedad educación artística e intelectual de la clase
(«Los hombres viejos»). Los metales se proletaria. El deslumbramiento de Miguel
funden con la carnalidad y los sentimien- Hernández ante el universo fabril no le exi-
tos en aquellas composiciones dedicadas a ge despojarse de su humanismo, aunque
las víctimas de la guerra. Así se advierte en rinda pleitesía al «compañero Stalin» y a la
«El tren de los heridos» y, sobre todo, en utopía comunista según la cual Rusia sim-
«Las cárceles», que traslada a las rejas de boliza un porvenir en el que «sólo se verán
la prisión los atributos de la ciudad-succio- tractores y manzanas, / panes y juventud
nadora del Futurismo: «la pena del metal», sobre la tierra» (Hernández, 1992: 653).
«el sollozo del hierro», «la fábrica del llan-
to», «el telar de la lágrima», las «cadenas de
sangre» y los «hierros venosos» (Hernán- Versos humanos: Cancionero y
dez, 1992: 669-671). romancero de ausencias
La otra cara de esta visión se encuentra
en «Rusia» y «La fábrica-ciudad», escritos Cancionero y romancero de ausen-
con motivo de un viaje del autor a la URSS, cias (1938-1939), de accidentada vida

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Trabajar la mirada

editorial, puede leerse como un diario paradójica materialidad de las pertenen-


íntimo (Puccini, 1987: 101-102) o como cias que lo evocan: las «ropas con su olor»,
una autobiografía fragmentaria (Bousoño, tan distintas a la camisa tendida del perio-
1992: 217) que responde a un momento do de Perito en lunas, o «una fotografía»,
de gran intensidad en la peripecia estética que revela el paso del tiempo y que sirve
y existencial del autor. Miguel Hernán- de consuelo frente al dolor y la soledad:
dez se inclina ahora hacia la confidencia «Un cartón me conmueve. / Un cartón me
desnuda y el despojamiento expresivo, a acompaña» (Hernández, 1992: 694).
partir de cuatro núcleos temáticos: el can- Mientras las cosas se personifican, la
to amoroso, el lamento por la muerte de imagen del hijo se vuelve cada vez más di-
su primer hijo, el examen de conciencia fusa. En primera instancia, el escritor se
y la esperanza de un futuro mejor, repre- rebela contra el olvido a través de la corpo-
sentada en el nacimiento del nuevo hijo. reización del personaje ausente. En esos
Si los dos momentos iniciales se caracte- poemas, Hernández aborda una descrip-
rizan por el desbordamiento emotivo, los ción metonímica que, como en un cuadro
dos últimos se definen por la comprensión cubista, ofrece una impresión dispersa de
trágica del mundo y el cuestionamiento de la totalidad: los «negros ojos negros», las
las propias convicciones (cf. Chevallier, «pestañas / de negras distancias», la «san-
[1974] 1978: 353-370; De Luis y Urrutia, gre remota» y «el remoto cuerpo» son el
1988: 89-90). La vuelta al recinto privado testimonio de que existió el «muerto mío»
debe entenderse como el resultado de la al que está dedicado «A mi hijo». Otros
disolución de la epopeya colectiva, pese a textos aluden a las fuerzas esenciales de
que en los versos del Cancionero también la naturaleza (el viento, la tierra, el mar, el
resuenan ecos históricos e ideológicos (cf. rayo, la luz, la savia o la lluvia), que recla-
Pérez Bazo, 1996: 243-258). Asimismo, la man la reintegración del niño en el cosmos
fluencia versicular que sostenía buena par- primordial2. Estas tensiones antagónicas
te de su obra de guerra se desmorona en se resuelven en «Hijo de la luz y de la som-
el romance y en las estrofas de arte menor, bra», con la asunción de la pérdida y la
de las que el poeta extrae una sorprenden- constatación de una fraternidad ancestral, Charles Chaplin en
te versatilidad compositiva. El autor desa- que se objetiva en la idea de la muerte: Tiempos modernos
rrolla nuevas constelaciones tropológicas
basadas en el espacio subjetivo de la casa.
El domicilio familiar se identifica o bien
con un organismo vivo («Todas las casas
son ojos»), o bien con un ataúd («Era un
hoyo muy hondo»), que une a sus habi-
tantes ante la experiencia de la muerte.
Las cosas que se han vaciado de sentido
con la desaparición del hijo convierten el
claustro doméstico en una cartografía de
recuerdos. Miguel Hernández canta las
ausencias cristalizadas en los objetos que
sobreviven a la pérdida y, en cierto modo,
la contienen. La habitación, centro de la
intimidad, es el lugar en el que el cuerpo
ausente se enfrenta a los objetos presentes
(cf. Cano Ballesta, 1971: 83-84). El poeta
contrapone la inmaterialidad del niño y la

43
Luis Bagué Quílez

Palmera, de J. A.
Muñoz Grau

«Besándonos tú y yo se besan nuestros alegre», «azucena que barre sobre la mis-


muertos, / se besan los primeros poblado- ma fosa», «esqueleto», «flauta muda, pero
res del mundo» (Hernández, 1992: 716). sonora» y «lengua sublime y acordada»
De esta forma, Miguel Hernández recorre (Hernández, 1992: 723-724). Si el último
las etapas de un duelo donde se cumple el verso del poema («Y asciende una palme-
eterno ciclo del amor, la vida y la muerte. ra, columna hacia la aurora») remite a la
La lectura de Cancionero y romancero «Palmera» del libro inicial del autor, el en-
de ausencias obliga a considerar de mane- torno en el que se inscribe el texto actual
ra específica dos poemas que manifiestan le proporciona mayor amplitud. Por un
una apertura hacia nuevas vetas temáti- lado, ha de interpretarse en consonancia
cas: «Ascensión de la escoba», que ensalza con los cantos a la belleza de lo inorgánico
el esfuerzo del trabajo cotidiano, y «Na- y a la hermosura de los desperdicios que
nas de la cebolla», motivado por las cir- aparecen en algunas composiciones de la
cunstancias que rodean el nacimiento del primera posguerra, como el «Cántico do-
segundo hijo del autor. El soneto «Ascen- loroso al cubo de basura» (Canción sobre
sión de la escoba» promueve la elevación el asfalto, 1954), de Rafael Morales. Por
poética de un objeto vulgar, que funciona otro, la ritualización del trabajo manual
como gozne entre la realidad exterior y el entronca con la comunión telúrica y con
mundo interior. Al convertirse en materia la dimensión social de «Alto jornal» (Con-
poetizada, la escoba se transforma en un juros, 1958), de Claudio Rodríguez, y, más
símbolo polisémico, divisa de la dignidad recientemente, de «Barriendo» (La tierra
humana e instrumento capaz de conciliar alta, 2006), de Antonio Moreno.
pulsiones antagónicas, como lo divino y En las «Nanas de la cebolla», una de
lo terrenal, lo femenino y lo masculino, sus composiciones más famosas, Miguel
lo puro y lo impuro. Para Geraldine C. Hernández propone la definitiva sustitu-
Nichols, la escoba representa «el trabajo ción de la épica combativa por una can-
manual, la poesía, la esperanza del porve- ción de centinela de hondo calado lírico.
nir y el consuelo del presente. Más aún: Esta seguidilla se aleja tanto de la ema-
siendo utensilio de limpieza, también es nación sentimental como de la afectación
la práctica de limpieza que hace falta para preciosista (cf. Vivanco, 1978: 136-141).
instaurar una patria sin mitos» (Nichols, Las aparentes paradojas que encierra el
1993: 280). La metamorfosis de la escoba poema –levantar una arquitectura trágica
permite que convivan en ella el purismo sobre una forma estrófica menor, y pro-
de Perito en lunas y la radical impureza rei- nunciar un himno voluntarista a la alegría
vindicada por Neruda. La escoba es, suce- en medio de la desolación– se superan me-
sivamente, «palma azul», «espada joven y diante la supresión de las circunstancias

44
Trabajar la mirada

externas, aunque éstas sean bien conoci-


das3. Además de la atenuación expresiva,
hay en las «Nanas de la cebolla» un ta-
mizado conceptismo que no sólo afirma la
validez estética del mundo representado,
sino que proyecta una mirada elíptica ha-
cia la propia vivencia. Al igual que sucedía
en «Ascensión de la escoba», un elemento
de connotaciones antipoéticas se tiñe de
lirismo gracias a la capacidad asociativa
del autor. La identificación entre la cebo-
lla y la escarcha, establecida desde el pri-
mer verso, activa dos marcos semánticos
paralelos y complementarios: un plano
descendente, relacionado con la cebolla,
el hambre y lo material (sangre, cárcel, car-
ne, dientes, arma) y un plano ascensional,
relacionado con la escarcha, el «cielo cer-
nido» y lo etéreo (luna, hielo, espada, jil-
guero, pluma). La rotundidad metafórica
de la cebolla se combina con otra imagen-
símbolo que enriquece la fuerza alegórica
del discurso: la figuración del hijo como el horizonte contemporáneo, aunque ello Àngels Marco,
pájaro, alondra o jilguero que alza su vue- suponga renunciar a la voluntad totali- Homenaje a Miguel
Hernández
lo sobre los imperativos de la realidad. La zadora de las vanguardias. El reverso de
(Fundación Cultural
aliteración ala-alondra convoca la libertad este planteamiento se encuentra en Vien- Miguel Hernández)
que el poeta sólo puede conseguir como to del pueblo y en El hombre acecha, don-
transferencia emotiva o transfusión cor- de la pretensión de autonomía artística se
dial: «Tu risa me hace libre, / me pone sustituye por la entonación conativa, de
alas. / Soledades me quita, / cárcel me acuerdo con los moldes de una poesía de
arranca» (Hernández, 1992: 732). trincheras en la que las cosas se valoran
por su servidumbre instrumental o por su
alcance materialista. La aleación entre el
Conclusión: la poesía de las cosas hombre y la máquina, la animalización
del oponente y la exaltación del progre-
El universo de los objetos en Miguel Her- so mecánico son los ejes en torno a los
nández está relacionado con la evolución que se articula la perspectiva del autor.
de su ideario estético. En Perito en lunas, La contienda dota de entidad anímica a
la potencia imaginativa y la germinación las herramientas (útiles de labranza o de
metafórica conducen a una tesis litera- escritura, armas, metales), que se erigen
ria sustentada en la reivindicación del en emblemas de la lucha revolucionaria
purismo como concepto clave de la mo- o en cuadros de naturaleza muerta. La
dernidad lírica. Lo inerte se personifica conciencia de la derrota deja paso a la
o se humaniza, lo natural se cosifica y lo síntesis ética y estética de Cancionero
humano se vegetaliza a través de una sim- y romancero de ausencias, que combina
bología más elusiva que alusiva. El poeta el compromiso artístico individual con
intenta sorprender a sus lectores median- el compromiso cívico social. La esfor-
te la riqueza perceptiva que converge en zada síntesis hernandiana permite que

45
Luis Bagué Quílez

los objetos adquieran una nueva vibra- sobre el trasfondo de la Historia colec-
ción cordial y se impregnen de los mati- tiva. Miguel Hernández logra una difícil
ces afectivos que experimenta quien los armonía entre la personalidad de su voz
contempla. El observador y lo observado y la vocación transferible de su experien-
coinciden en una misma aspiración: la cia. En ese precario equilibrio reside la
defensa de la libertad como realización autenticidad humana y poética a la que
suprema. En suma, el poeta-poeta y el se refería Antonio Gamoneda en «Ver-
poeta-soldado de su producción anterior dad» («Exentos, I», 1956-1960): «y se te
confluyen ahora en la figura de un poeta- representa la justicia de las cosas, / es de-
hombre que relata su historia particular cir, / la poesía de las cosas».

Notas
1. En opinión de Concha Zardoya, los objetos la vinculación entre los recursos retóricos de
sufren un proceso de transustanciación, pues Quevedo y los de Miguel Hernández (cf. Díez
cabe afirmar que «lo inerte se dinamifica, se de Revenga, 2003: 189-197).
animaliza o vegetaliza; que lo mismo ocurre
3. La anécdota del poema se explicita en la
con lo astral, y aun llega a casos de humaniza-
carta que acompañaba al texto original, y que
ción; que lo inasible se corporiza; que lo inerte
Miguel Hernández envió a Josefina Manresa
se licúa en ocasiones y que lo líquido se vuelve
el 12 de septiembre de 1939, en respuesta a
sólida materia» (Zardoya, 1975: 111).
otra carta de su mujer donde ella le decía que
2. Este simbolismo favorece una reelaboración sólo comía pan y cebolla: «Estos días me los
tópica en sintonía con los modelos elocutivos he pasado cavilando sobre tu situación, cada
del Siglo de Oro: la brevedad de la rosa en día más difícil. El olor de la cebolla que comes
«Si nosotros viviéramos / lo que la rosa, con me llega hasta aquí y mi niño se sentirá in-
su intensidad» o las referencias a las presen- dignado de mamar y sacar zumo de cebolla en
tes sucesiones de difunto en «Cadáveres vivos vez de leche. Para que te consueles, te mando
somos / en el horizonte, lejos» (Hernández, estas coplillas que le he hecho...» (Hernández,
1992: 693), de honda raigambre quevedesca. 1992: 1133).
Díez de Revenga ha estudiado recientemente

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pp. 9-110. Castalia, 1978, pp. 184-212.
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nández, toros y escobas», en aa. vv., cia Ifach (ed.), cit. supra [1975], pp.
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bestiario hernandiano», en aa. vv., cit. valencia en Miguel Hernández», en aa.
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so de simbolización en Cancionero y y perfección espiritual en el itinerario
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[1996], pp. 243-258. supra [1996], pp. 123-131.

47
Eros y Psique en El rayo que
no cesa
José Luis Ferris
Universidad Miguel Hernández

E
n febrero De 1935, Miguel Her- esos primeros meses en la capital, Miguel
nández traslada su residencia a ya había dado sobradas muestras de su
Madrid, tratando de reconciliarse incipiente anticlericalismo y de una con-
con la corte y con aquellos ambientes que ciencia ideológica bastante alejada de la
le fueron hostiles tiempo atrás. Su amistad actitud conservadora de su amigo de Ori-
con Pablo Neruda y, sobre todo, la recien- huela. Ni que decir tiene que Miguel lle-
te relación con José María de Cossío, de- vaba un tiempo experimentando una len-
bieron de ser decisivas para su progresiva ta transformación en la que participaban
integración en ciertos núcleos culturales. diversos factores; entre ellos, la influencia
La prueba es que fue este último, Cossío, de sus nuevas amistades, su contacto más
quien le ofreció un trabajo que se ajustaba directo con la suerte de esos deshereda-
en cierto modo a su perfil: el puesto de se- dos que pudo conocer mejor a través de
cretario particular para colaborar con él en las Misiones Pedagógicas y, sobre todo,
la elaboración del último tomo de la enci-
clopedia Los toros, obra que dirigía Ortega
y Gasset y de la que Cossío era director
literario.
Su nuevo trabajo le situaba asimismo
en el centro de la actividad intelectual y le
permitía reafirmar afectos y ampliar con-
tactos, además de proporcionarle –convie-
ne tenerlo en cuenta– una riqueza léxica,
iconográfica, que, junto a su reciente ex-
periencia con los artistas de Vallecas y lo
aprehendido de Bergamín y Gómez de la
Serna, fomentaría más aún su imaginería
taurina, tan presente en los sonetos de su
libro futuro El rayo que no cesa.
Quien no podía permanecer ajeno a
los nuevos rumbos que parecía tomar la
vida de Hernández era, sin duda, su ami-
Psique y Amor, de
go Ramón Sijé, siempre preocupado por el François Gerard
efecto de todas esas influencias. Y no le (Museo del Louvre,
faltaban razones para ello, pues durante París)

José Luis Ferris pp. 48-67


José Luis Ferris

Toros ibéricos, de
Alberto Sánchez, y
Altea, de Benjamín
Palencia
(Escuela de
Vallecas)

ese germen que siempre estuvo latente en sufriendo Miguel conllevaba al mismo
él y que venía determinado por su humilde tiempo un replanteamiento de su relación
procedencia social, en nada comparable a con Josefina Manresa. El poeta no tardaría
la de su compañero Sijé. Lo cierto era que en reconocer que Josefina estaba muy le-
Miguel se comenzaba a sentir voz y parte jos de su mundo, y que su capacidad y su
de esa elite de escritores y artistas que ca- voluntad para aceptarlo como era, para en-
pitaneaba la cultura del momento, y que tender y compartir con él la aventura de la
ya no se veía a sí mismo como una presen- poesía, era un reto imposible. La tensión
cia extraña en medio de todos ellos. iba creciendo entre los enamorados gene-
Otro hecho sin duda decisivo fue su en- rando más y más desconfianza, de modo
cuentro con el poeta Vicente Aleixandre que, entrado el mes de julio y después de
durante la primavera de ese año de 1935. cinco meses sin pisar su pueblo, el poeta
Si clara parece la influencia de la Escue- le envía una carta cargada de elocuencia:
la de Vallecas como elemento catalizador
en ese tránsito de la poesía pura a la com- Mira, Josefina, creo que no podré ir a
prometida y revolucionaria, no menos im- Orihuela ni para agosto siquiera; no
portante habría de ser para Hernández el te quiero engañar. Si voy, será más que
descubrimiento de esa vía neorromántica milagro... No es que me haya engañado
que le proporcionó el surrealismo poético contigo, Josefina; la que tal vez se haya
de Neruda y Aleixandre. engañado eres tú; esto te lo digo no como
También esa primavera, la relación con reproche a ti, sino a mí mismo; me parece
Josefina Manresa, su novia oriolana, co- que no soy el hombre que tú necesitas...:
menzaría a experimentar un deterioro de yo tengo mi vida aquí en Madrid, me se-
consecuencias importantes en su obra líri- ría imposible vivir en Orihuela ya; tengo
ca. Conforme avanzaban las semanas, los amistades que me comprenden perfecta-
meses, la correspondencia entre ambos se mente, ahí ni me comprende nadie ni a
iba distanciando y las pocas letras que se nadie le importa nada lo que hago... Yo
dedicaban empezaban a adquirir un tono quisiera, Josefina, que no sufrieras por
claro de reproche y de frialdad. A comienzos mí, que te olvidaras un poquito de mí; no
de mayo ya se advierte un extraño juego de creo que te sea difícil.
afirmaciones y negaciones en las palabras
de Miguel, quien atribuye su tardanza en Su última misiva, del 27 de julio de 1935,
contestar al mucho trabajo que le ocupaba en la que parecía dar por concluido ese no-
su labor en la enciclopedia de Los toros. viazgo apenas consumado y esencialmente
Conviene tener presente que el proceso epistolar, mostraba a un Miguel contun-
de transformación ideológica que estaba dente en sus afirmaciones que atacaba

50
Eros y Psique en El rayo que no cesa

con firmeza la falsa moral provinciana que a tanta gente, que se me amontonan un
había provocado el desenlace entre ellos. poco en la memoria», confesaba a Carlos
No hubo ya más cartas. Atrás quedaban G. Santa Cecilia en entrevista en El País,
los poemas de amor inspirados en la joven el 23 de julio de 1989–, ni tampoco la vo-
costurera de pelo negro y ondulado: «Pri- luntad de Miguel hicieron nada por airear
mavera celosa», «Tus cartas son un vino», el idilio. Pero lo cierto es que aquella re-
«Todo me sobra», y un largo conjunto de lación caló y mucho en el ánimo de Her-
sonetos campesinos donde la voz del poe- nández y sí que llegó a trascender más de
ta es queja y pena siempre por ese exceso lo que el poeta hubiera deseado. El pintor
de puritanismo de la amada que le arranca Paco Díe, amigo de ambos, llevó la noti-
un ay constante y que le impide realizarse cia a los más íntimos amigos de Miguel
como amado y como hombre. en Orihuela, de la que darían posterior
Miguel había dejado bien saldada su cuenta Augusto Pescador y Efrén Fenoll
cuenta al inmortalizar para siempre en sus a requerimiento de algún biógrafo. Según
poemas esa relación que no parecía tener señala Sánchez Vidal, testigos de aquella
futuro alguno. Y la conciencia de este he- época sostienen que fue Maruja Mallo la
cho le lleva a publicar los tres sonetos que primera mujer que cató el poeta, y lo cier-
mejor resumen esa etapa vencida del poe- to es que la experiencia vivida entre ambos
ta –«Me tiraste un limón, y tan amargo», llegó a ser vox populi en aquel Madrid de
«Te me mueres de casta y de sencilla» y 1935, hasta el punto de quedar recogida
«Una querencia tengo por tu acento»–, en la memoria de testigos de excepción
únicas composiciones de El rayo que no como Camilo José Cela, compañero de
cesa atribuibles a la inspiración de Josefi- Miguel en las tertulias dominicales en
na, la segunda de ellas publicada con el casa de María Zambrano y amigo personal
título de «Pastora de mis besos» en la re- del escultor Cristino Mallo, hermano de
vista Rumbos de Víctor González Gil el 15 la pintora. De esta singular historia, nos
de junio de 1935, poco antes de la anun- proporciona Cela un valioso documento:
ciada ruptura.
Buena parte de los biógrafos de Her- Con algunos amigos literarios me iba a
nández coincide al atribuir la citada se- bañar los domingos a La Poveda, en el río
paración al cambio ideológico del poeta Henares…; al llegar a San Fernando el
y a factores muchas veces externos, pero tren cambiaba de máquina, le ponían una
datos suficientemente contrastados nos más pequeña y que pesaba menos porque
obligan a pensar que la razón más podero-
sa que llevó a Miguel a desencadenar ese
distanciamiento con Josefina fue la rela-
ción que el poeta comenzó a mantener en
ese tiempo con la pintora Maruja Mallo
(Ferris, 2004). Hay demasiadas evidencias
flotando sobre ese mar de olvido y desme-
moria como para obviar las consecuen-
cias literarias que llegó a generar el acer-
camiento entre la artista y el poeta. Sin
embargo, ni el posterior silencio de ella,
perfectamente razonable si aceptamos la
discreción y las evasivas con que Mallo
trató siempre ciertos aspectos de su vida
privada –«Yo he jodido tanto y he conocido Maruja Mallo

51
José Luis Ferris

el puente no brindaba muchas garantías contraste que representa con la novia pue-
de seguridad. Miguel Hernández y Ma- blerina» (Ifach, 1982: 58).
ruja Mallo tenían amores e iban a meter- Lo cierto es que pintora y escritor se han
se mano y a hacer lo que podían debajo visto con relativa frecuencia desde que se
del puente, pero los poetas los breábamos encontraran, por primera vez, en casa de
con boñigas de vaca y entonces ellos te- Neruda. Miguel, que no descarta su re-
nían que irse a la otra orilla a terminar greso al teatro con un nuevo drama que
de amarse en la dehesa que allí había ya le ronda esos días, Los hijos de la piedra,
que, a lo que parece, los toros bravos eran inspirado en los sucesos de Casas Viejas,
más acogedores y menos agresivos que los ha recibido el apoyo de Maruja, quien le
poetas líricos» (2001: 178-179). garantiza encargarse de los decorados de
la obra y trabajar en común para ese nue-
Cela nos ha puesto en la pista de lo que vo proyecto. Fiel a los principios estéticos
pudo ser en esos días de comienzos de ve- de la Escuela de Vallecas, ella ha pensado
rano el marco para que Miguel y la pintora poblar el escenario de retamas, arcillas, es-
llevaran algo más lejos de lo común una partos, espigas y texturas que se ajusten a
amistad que se presta a diversas lecturas. la poética montesca de Miguel. Pero para
No cabe duda de que los dos habían su- entender de modo más profundo las afini-
frido, como señala María de Gracia Ifach, dades que unían a ambos, conviene repa-
una atracción mutua: «Ella es pintora, sar ciertos aspectos de la obra y la persona-
ilustra la Revista de Occidente, ha pintado lidad de la pintora, quien, en esas fechas
decoraciones del teatro de Rafael Alberti y de 1935, había dado un giro a su estética
presentado cuadros en una sala de París. y se encontraba ya muy próxima a un arte
Ha habido un recíproco deslumbramien- inspirado plenamente en la naturaleza, en
to, él por encontrarla encantadora dentro la investigación de nuevos materiales, en
de su arte y su simpatía, y ella por parecer- la fascinación por tres motivos figurativos
le digno de enamoramiento el muchacho esenciales en su plástica: el trigo, el olivo y
rústico que escribe buena, auténtica, poe- los viñedos, así como en el trabajo del hom-
sía». La misma biógrafa señala que Ma- bre en el medio rural. Pero en Mallo había
Maruja Mallo,
ruja Mallo «conquista al poeta atraída por un antecedente surrealista que la había lle-
Sorpresa del trigo, su ingenuidad y su pureza», seducción a vado, en 1932, a París, donde triunfa en la
1936 la que Miguel corresponde «quizá por el exposición individual que en la sala Pierre
Loeb llega a congregar a los artistas más
destacados del momento, desde Picasso a
André Breton, Paul Éluard, Jean Cassou
o Vicente Huidobro. Esta obra, conocida
como la serie Cloacas y campanarios, es la
que inicialmente contempló Miguel, pues
el cambio experimentado por la artista ga-
llega hacia las llamadas Arquitecturas rura-
les y su obra cumbre de ese nuevo periodo,
Sorpresa del trigo, se gesta en el tiempo
en que ambos tuvieron la relación más
intensa. Miguel Hernández halló en los
cuadros de la serie Cloacas y campanarios
elementos de suficiente interés como para
asumirlos en su obra lírica, siempre en
evolución, en pleno proceso, y fundir los

52
Eros y Psique en El rayo que no cesa

iconos representados por la pintora con las


composiciones que ella misma le hubo de
inspirar en el terreno afectivo. Obras como
la titulada «Huella y esqueleto», «Antro
de fósiles» o la repetida representación de
los campanarios, edificaciones tenebrosas
azotadas por el temporal y el rayo que en-
cierran un descarado anticlericalismo, tie-
nen su espacio en múltiples poemas de El
rayo que no cesa y en el conjunto anterior
Imagen de tu huella. Si esta etapa surrealis-
ta de Mallo fue la consecuencia de un des-
engaño y una crisis, también habría de ser,
en cierto modo, de cierta utilidad para un
Hernández herido y asimismo desengaña- no una costumbre, / besar, amar en medio Rafael Alberti y
do. Por otra parte, la inocencia del poeta se de esta lumbre / que el destino decide de María Teresa León
habría de encontrar con una mujer desin- la siembra».
hibida y trasgresora que, si bien comenzó a En una entrevista concedida a Radio
congeniar artísticamente con él, no llegaría Nacional de España en 1983 (reproduci-
a dar a la relación afectiva la trascendencia da en Documentos. Especial Maruja Mallo,
que tuvo para el muchacho de Orihuela. el 6 de febrero de 1995), la propia artista
Y el motivo que les animó a intimar, ade- confesaba cómo su relación con Miguel
más de esas reuniones de trabajo en casa Hernández propició un giro en su pintura
de amigos comunes, son los paseos y las tras su etapa de Cloacas y campanarios:
salidas por las afueras de Madrid. Maru-
ja Mallo, tan dada a restar importancia Yo hice una evolución hacia la vida, ha-
a estos hechos, sí que llegó a confesar la cia el campo. Fue entonces cuando me
experiencia vivida con el poeta, en unas brotó el trigo (la palabra «pan» es «páni-
declaraciones aparecidas en El País (30 co», es el todo), el trigo por los caminos de
de enero de 1977): «Nos fuimos Miguel Castilla... Miguel Hernández era el que
Hernández y yo a recorrer un camino de tenía más conocimiento de la astrología
la zona triguera entre Perales y Morata de con la tierra, porque, a fin de cuentas,
Tajuña. Era magnífico el rito pánico de las la tierra está dentro de los astros. Decía
eras en verano. Hoz, trigo, hombres su- que, cuando había luna menguante, tal
mergidos en oro y rojo». Hay constancia de producto brotaba, cuando había crecien-
que emprendieron juntos más de un viaje te, estallaba. Cuando íbamos haciendo el
y que pasaron hermosas noches al amparo paseo para hallar todo el oro que produ-
de la naturaleza, en una pequeña tienda de cía el trigo en las eras, vimos a unos hom-
campaña, estimulados incluso por la pre- bres avanzar con algo en los hombros, y yo
sencia cercana de labradores y jornaleros. dije «parecen estatuas de los pórticos de
Los ejemplos sobre este detalle abundan las catedrales». Al llegar vimos que eran
en los poemas que Hernández escribe en ristras de ajos, pero de ajos gigantescos.
esos meses, pero el que recoge con mayor
intensidad esta experiencia amorosa en No hay más intención en todo este cú-
mitad de la naturaleza es el tercer soneto mulo de citas y afirmaciones que condu-
de Imagen de tu huella («Ya se desemba- cir al lector hacia las consecuencias que
raza y se desmembra»): «Es el tiempo del la relación entre Miguel y Maruja Mallo
macho y de la hembra, / y una necesidad, alcanzaron en su obra poética. Y para ello

53
José Luis Ferris

amantes al escultor Emilio Aladrén, «fes-


tejeante suyo hasta que Lorca se lo quitó
con sus elogios, entre ellos el de que tenía
un temperamento ruso» (García-Posada,
1999: 138), y a Rafael Alberti, con quien
mantuvo un noviazgo de cinco años, hasta
que éste inició relaciones con María Tere-
sa León (Pérez Álvarez, 1995).
Si nos ajustamos a la opinión de algu-
nos estudiosos de Alberti que atribuye la
crisis y el estado depresivo que el poeta
gaditano sufrió en 1928 a su ruptura senti-
mental con Maruja Mallo (García-Posada,
1999: 133), estaremos hablando de una
Miguel Hernández se debe partir de dos hechos que nos re- experiencia muy semejante a la vivida
y Josefina Manresa, sultan bastante sólidos: que los versos de por Miguel siete años después. Alberti no
hacia 1935
Hernández, lejos de cualquier voluntad de ocultó en uno de los capítulos de La arbo-
ficción y de fábula, son el resultado de la leda perdida los efectos causados por tal
recreación poética de una experiencia vi- ruptura:
vida y real; y que la experiencia concreta
que compartió con la pintora gallega fue ¿Qué espadazo de sombra me separó casi
una verdadera aventura de riesgo en la que insensiblemente de la luz, de la forma
tuvo cabida no solo su iniciación sexual y marmórea de mis poemas inmediatos, del
el conocimiento práctico de un erotismo canto aún no lejano de las fuentes popu-
de alto voltaje, sino también, como ya lares... para arrojarme a aquel pozo de
hemos señalado, la cara amarga del en- tinieblas, aquel agujero de oscuridad, en
gaño amoroso que le administra al mismo el que bracearía casi en estado agónico...?
tiempo una amada que da por acabada la Yo no podía dormir, me dolían las raíces
relación a los pocos meses de comenzar. del pelo y de las uñas, derramándome en
Que a nadie extrañe, pues, que el mismo bilis amarilla, mordiendo de punzantes
Miguel llegara a calificar dicha relación dolores la almohada... El amor impo-
de experiencia muy grande, sabiendo per- sible, el golpeado y traicionado en las
fectamente a lo que se refería al emplear mejores horas de entrega y confianza; los
ese adverbio y ese adjetivo. Pero para en- celos más rabiosos, capaces de tramar en
tender mejor este último punto, debemos el desvelo de la noche el frío crimen cal-
regresar al perfil psicológico de una mujer culado... (1980: 245-246).
altamente admirable y admirada que tro-
pieza de pronto con la candidez y la inex- Nos parece suficientemente revelador el
periencia de un muchacho que, con toda testimonio del autor de Marinero en tierra,
probabilidad, no ha intimado físicamente pero nos estremece al mismo tiempo el em-
con hembra alguna. Maruja Mallo es una pleo de expresiones como punzantes dolores
criatura independiente, desinhibida e ico- o rayo crujiente para manifestar la desespe-
noclasta que no se presta a convenciona- ración que le asiste. No obstante, y llegados
lismos ni a atavismos morales. Su bagaje a este punto, lo que nos interesa analizar
humano, sexual, como se ha podido leer ahora, en atención a sus consecuencias,
en sus propias declaraciones, no es pre- es la actitud inicial de Miguel y su reac-
cisamente corto, y, a tenor de diversos ción posterior, cuando descubra y asuma
testimonios, parece lícito citar entre sus que ese idilio carnal, ciego y desbocado se

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Eros y Psique en El rayo que no cesa

reduce para la amada a una simple aventu-


ra sin voluntad de continuación, sin expec-
tativa de futuro. Hablamos, pues, de dos
fases de inmediata proyección en la obra
de Hernández: una primera de exaltación y
plenitud, vitalista, donde no oculta la dicha
que le ha generado su descubrimiento del
placer físico y el evidente enamoramiento
de la mujer que lo provoca; y un segundo
estadio en el que, una vez reconocido el es-
caso interés de esta por continuar una ex-
periencia que para él tiene todo el carácter
de un hecho inefable y sublime, el poeta
responde con el dolor del varón ultrajado y
herido –«golpeado y traicionado en las me-
jores horas de entrega y confianza», según
ha expresado Alberti en el texto citado–,
amparándose en enérgicas imágenes que
elevan a la categoría de símbolo la humilla-
ción que siente. Estamos hablando, por un
lado, del ciclo de sonetos inmediatamente identidad de mayores proporciones. Que-
anterior a El rayo que no cesa –las cuatro da claro, pues, que hacia el mes de junio de
composiciones de Imagen de tu huella–, y, 1935, tras un copioso epistolario dedicado
por otro, de dieciocho de los treinta poe- a Josefina Manresa y una serie de sonetos
mas incluidos por Hernández en el citado pastoriles inspirados en ella, el poeta co-
libro. En consecuencia, la lectura final de mienza a dar señales de un severo cambio
este largo párrafo puede provocar escalo- de actitud. El reproche se impone enton-
frío si aceptamos lo expuesto hasta ahora, ces a la melancolía provocada por la ausen-
toda vez que vendría a significar que Ma- cia de la novia, y las tribulaciones pueble-
ruja Mallo, la excéntrica pintora de aquel rinas que antes fueron juegos inocentes,
Madrid de irrepetible efervescencia cultu- manifestaciones de pudor femenino frente
ral, fue la razón y la causa de tres de los li- al deseo del amado, se convierten ahora en
bros más significados de la poesía española el gesto ridículo de una falsa moral que el
del siglo xx (ambos producto de una crisis poeta no está dispuesto a seguir alimen-
sentimental): Sobre los ángeles y Sermones y tando. En cualquiera de las composiciones
moradas de Rafael Alberti, y El rayo que no inspiradas por Josefina es perfectamente
cesa de Miguel Hernández. distinguible el sujeto al que van destina-
Hasta aquí, y tras este largo paréntesis das: la amada es siempre símbolo y prue-
que hemos creído necesario para marcar ba de castidad, ingenuidad, sencillez, pero
límites y otorgar a cada cual lo que le co- también la encarnación de un ser capaz de
rresponde, conviene recapitular lo afirma- trasformar el natural instinto masculino en
do hasta ahora con el fin de reconstruir el razón de pecado y perversión. Solo la hu-
laborioso proceso amoroso y literario de milde costurera será capaz de elevar a la
Hernández, que no es otra cosa que una categoría de drama el infructuoso intento
depuración del componente religioso de de Miguel por besarla inocentemente en
su poesía hacia metas más libres y, sobre la mejilla. Así lo manifiesta el soneto «Te
todo, el detallado testimonio de una crisis me mueres de casta y de sencilla»: «Y sin
sentimental que deriva en una crisis de dormir estás, celosamente, / vigilando mi

55
José Luis Ferris

crisis afectiva pasa ahora por una dolencia


de melancolía, por una última llamada a la
novia ausente, la única capaz de salvarle
del tormento en que se ha convertido el
deseo que le arrastra hacia otro vientre y
otra boca. Reclamar la urgente presencia
de Josefina es como agarrarse a una tabla
de salvación antes de dejarse vencer por la
tentación de la carne. En la segunda estrofa
del citado soneto recurre desesperadamen-
te al antídoto de esos besos que siempre
le negó Josefina para no caer rendido en
los brazos de la pintora: «tus sustanciales
besos, mi sustento, / me faltan y me muero
sobre mayo». El guiño no puede ser más
claro ni más locuaz: mayo/Mallo. Él sabe,
pese a su distanciamiento del catolicismo,
Carmen Conde que Josefina es la voz de lo sereno, lo puro,
lo ajustado a esa moral religiosa que aún
boca ¡con qué cuido! / para que no se vicie late en un lugar de su conciencia. Maruja
y se desmande». Ante el cerrado puritanis- Mallo es, por el contrario, lo dinámico, la
mo de Josefina, el beso toma la forma de tormenta que ahora ocupa su pensamien-
gesto delincuente. Y el deseo erótico vuelve to, el rayo que ha venido a desbaratar su
a estrellarse contra la barrera que impide tranquilo amor juvenil. La última estrofa
su realización. El amor del joven, su an- del soneto lo clama en toda su extensión:
siosa calentura, se convierte ante ella en «Quiero que vengas, flor, desde tu ausen-
prueba de voraz malicia, y acaba inhibién- cia, / a serenar la sien del pensamiento /
dose, apagando su fiebre, ante el rechazo que desahoga en mí su eterno rayo». Pero
intransigente de la amada que retrata en el resulta todavía más evidente si el primer
poema «Me tiraste un limón, y tan amar- verso lo cambiamos por el que Miguel es-
go»: «Se me durmió la sangre en la camisa, cribió en una versión corregida, «Que ven-
/ y se volvió el poroso y áureo pecho / una ga, Dios, que venga de su ausencia», don-
picuda y deslumbrante pena». Pero quizá de recurre, en términos más atormentados,
el soneto de mayor valor testimonial sea el a la ayuda divina, traicionado, al parecer,
que comienza con el verso «Una querencia por esa vieja dicción ascética que ya ha eli-
tengo por tu acento». El poeta se encuen- minado de su discurso poético (de ahí la
tra en los últimos días de noviazgo con corrección) y por lo que significa para él
Josefina, sumido en un estado vacilante, esa novia (compendio de virtudes morales)
dubitativo, porque ha aparecido otra mujer que lo ha dejado solo ante la tentación.
que le anima a consumar su impulso vital y Solo estos tres poemas provocados por
erótico. Es consciente de que esa otra cria- Josefina pasarán la criba para ocupar un
tura le está tentando poderosamente y de lugar en el Rayo que no cesa, la obra que
que su instinto masculino y su falta ya de consagraría a Hernández algunos meses
escrúpulos morales le empujan a cometer después. Por el contrario, la destinataria
una posible infidelidad. El poema da fe de de las nuevas composiciones que Miguel
esos últimos intentos por recuperar a la no- escribiría entre junio y agosto de 1935
via que se aleja, a la muchacha que encar- no podía ser otra que Maruja Mallo. La
na su pasado inocente y provinciano. Su amada responde ahora al perfil exacto de

56
Eros y Psique en El rayo que no cesa

una mujer desinhibida, libre, alocada y Orihuela es tan claro que apenas le escri-
dispuesta a infringir cualquier ley que se be por no aumentar el disgusto de Sijé, por
interponga a sus deseos. Y para distinguir no hacer más mella en su delicada salud.
mejor a una de otra, el propio Hernández Este, pese a todo, continuaba aún con su
recurre al código secreto de esa iconogra- ofensiva para recuperar al poeta, y así lo
fía que ha hecho suya tras su contacto con llegó a manifestar en una carta del 12 de
la Escuela de Vallecas y que comparte en mayo de 1935: «Miguel: acuérdate de tu
su totalidad con la simbología plástica de nombre. Te debes, y no a nadie... Tú me
la pintora gallega. Los cuatro sonetos de dices que Orihuela ahoga, amarga, duele,
Imagen de tu huella, escritos en esa pri- hiere con sus sacristanes y sus tonterías de
mera fase de deslumbramiento y vitalis- siempre... Mas Orihuela es la Categoría...
mo –el poeta se muestra dichoso tras sus Yo, por el contrario, no podré vivir nunca
iniciáticos encuentros campestres con la en Madrid... Te convendría, Miguel, venir
artista– habla ya de tactos, de manos, de unos días...».
labios rojos que le llenan de dulces cam- Por una carta enviada al matrimonio
panarios, de noctámbulos ardores. Ella le Carmen Conde y Antonio Oliver, sabemos
ha dado la dimensión de varón que tanto que Miguel se trasladó a Cartagena a fina-
ansiaba, la condición masculina y plena les de agosto de 1935 para participar en
tras consumar el rito amoroso en medio de el homenaje a Lope de Vega organizado
los campos exultantes de cosechas. por la Universidad Popular, pero también
Un simple rastreo por estos cuatro so- a disfrutar de unos días de sosiego con los
netos nos proporciona, por último, un ma- amigos murcianos que tan buena acogi-
nantial de semejanzas con el mundo plás- da le habían dispensado dos años antes,
tico de Maruja Mallo y con los textos en cuando presentó en esa misma Universi-
los que narra sus bucólicas escapadas con dad su Perito en lunas y su «Elegía-media
Miguel. Desde el primer poema –en el que del toro».
curiosamente trata a la amada de usted–, Con Carmen Conde, Antonio Oliver,
los términos que aparecen corresponden a José Rodríguez Cánovas y otros amigos
esos paisajes y a ese léxico de reciente ad- cartageneros aprovecha esos días de es-
quisición que lleva el sello inconfundible tancia en la costa murciana para visitar el Miguel Hernández,
en Cabo de Palos,
del grupo vallecano y la materia elemental Cabo de Palos y recordar en aquel rincón, hacia 1935
de la iconografía empleada por la pintora: frente al mar, al escritor Gabriel Miró y al (Fundación Cultural
abismos, barrancas, vegetales, huesos, espi- poeta Andrés Cegarra, fallecido en 1928. Miguel Hernández)
nos, campanarios, cardos, hinojos, cumbre,
relámpago, siembra, esquilas, arboledas,
campos... Solo en el libro en que culminará
todo este proceso, El rayo que no cesa, el
poeta variará el tono de estas composicio-
nes para imponerles un signo tragicista al
sentirse burlado y seriamente herido por el
desprecio indolente de la amada. Pero esta
obra no verá la luz hasta enero de 1936 y
todavía nos hallamos en mitad de 1935.
Sabemos que la poesía de Hernández
es ahora un producto nuevo, libre de ad-
herencias religiosas y eminentemente
amoroso y encendido por las razones ya
expuestas. Su alejamiento del amigo de

57
José Luis Ferris

Entre ellos, por supuesto, está la hermana es que el poeta encuentra en el lugar más
de Andrés, María Cegarra Salcedo. Miguel insospechado a la criatura que puede re-
se ha encontrado de nuevo con esa vieja solver la crisis que le asiste, y el hecho que
amiga que conoció en la inauguración del desencadena tal supuesto es la visita que
busto a Miró en la Glorieta de Orihuela realiza esos días a La Unión, el pueblo de
y que volvería a ver en julio de 1933 en María Cegarra, con la que pasea y recorre
su primera visita a Cartagena. Pero ahora el paisaje de las minas bajo una puesta de
Hernández no es el mismo de entonces. sol que no se borrará de su memoria en
La crisis sentimental que le tiene herido mucho tiempo.
tras su ruptura con Josefina y su todavía A primeros de septiembre, ya en Ma-
encendido trauma amoroso con Maruja drid y por medio de una carta escrita nada
Mallo, le convierte en un hombre vulne- más pisar la capital a sus amigos mur-
rable, abierto a cualquier otra posibilidad cianos, manifiesta su interés por María
que le depare mejor futuro. Ni su novia Cegarra, con la que, sin duda, tiene es-
de Orihuela era mujer para él por demos- peranzadores planes: «Estoy aquí y ya no
tradas diferencias, ni la pintora le ha dado sé si he estado ahí, con vosotros, con los
otra opción que el desengaño y la frustra- molinos, con el mar y las islas y María...
ción. Sin embargo, María Cegarra se pre- Quiero escribir pronto a María: sé que le
senta en aquel momento como la síntesis haría un bien grandísimo salir de su am-
de lo mejor de ambas: la sencillez humana biente mineral y familiar. Comprendo su
de una muchacha sin sofisticación algu- drama, y sería triste verla envejecer sola en
na y el talento de una mujer inteligente La Unión». En las palabras de Hernández
y comprensiva que además admira a Mi- se percibe también cierta actitud reden-
guel. María ejerce su profesión de perito tora, como si en su mano estuviera la po-
químico en unos laboratorios de análisis sibilidad de salvar a la muchacha de una
minerales y, además, es poeta. Ese mis- amarga soltería. Y en parte no le faltaban
mo año ha publicado su primer libro en la razones, porque durante su estancia en las
colección «Sudeste», Cristales míos, y no tierras mineras de La Unión, Miguel tuvo
descarta dedicarse también a la docencia tiempo de conocer la difícil situación de
como profesora de Física y Química. Por la muchacha, marcada por la enfermedad
si fuera poco, es diez años mayor que Her- y la muerte prematura de su hermano An-
Homenaje a nández, lo que añade de nuevo ese com- drés y por el dolor que su ausencia dejaría
Hernando Viñes,
Madrid, 1935
ponente que tanto seduce a Miguel des- en la familia. Pero María estaba además
(Fundación Cultural de que Delia se convirtiera en la amada muy atada a los suyos, ya que debido a la
Miguel Hernández) y protectora de Pablo Neruda. Lo cierto crisis de la actividad minera y a los esca-
sos ingresos de su padre, era ella la que
tenía que contribuir al sostenimiento de
la economía familiar. De ahí la insistencia
de Hernández por rescatar a la muchacha
de ese sino trágico que amenazaba conver-
tirla en una nueva Yerma, en una criatura
condenada a la soledad. En efecto, apenas
una semana después de dejar a María en
su refugio murciano, Hernández le escribe
desde Madrid una carta lo suficientemen-
te expresiva como para deducir de ella, sin
error, el gran impacto que le había causado
la muchacha (Rubio Paredes, 1998: 85):

58
Eros y Psique en El rayo que no cesa

Querida amiga María:


No puedes imaginarte cuánto he pen-
sado en tu persona desde nuestro encuen-
tro en tu pueblo. Qué poco nos hemos tra-
tado, ¿no te parece? Te conocí de pronto
en Orihuela, te hablé unos momentos; te
vi en Cartagena después otros instantes y,
por fin, este agosto pasado, inolvidables
para mí los días que estuve por esas tie-
rras, logré hablarte durante largas horas.
¿Por qué no nos veremos con más cons-
tancia? Solo me queda de tu compañía tu
libro y dos mendrugos de mineral. Nada
más, aunque no es poco... He leído tu li-
bro muy bien: ¡qué a la perfección reflejan
esos poemas femeninos, rociados de póle- María Cegarra
nes de las minas y el corazón, sumergidos
en melancolía, mar y soledades!... Te diré resultan de interés. Le habla, por ejemplo,
que me han conmovido muchos de tus de su proyecto teatral en colaboración con
poemas y que te agradezco eternamente el Maruja Mallo, lo que prueba, entre otras
mío. ¿Cuándo vendrás por Madrid? Quie- cosas, que Miguel ha sabido deslindar su
ro que te conozcan mis amigos mucho. He labor literaria y artística de su experiencia
hablado de ti a Neruda, hablaré a Vicen- íntima. De hecho, las relaciones profesio-
te Aleixandre y a quien a mí me interesa nales con la pintora gallega se manten-
más poéticamente. Pablo me ha pedido tu drían hasta el verano de 1936 sin que, en
descripción y se la he hecho de manera ningún momento, la honda herida causa-
que has salido favorecida. ¡Perdón!... Voy da por la artista trascendiera más allá de
dando fin a mi tragedia y pronto empeza- los poemas de Miguel.
remos Maruja Mallo y yo a preocuparnos Mientras tanto, el poeta ha vuelto a su
de su estreno. Me acuerdo mucho de ti y despacho de la calle Ríos Rosas 26, en la
de tu padre, hermana, madre, tan simpá- editorial Espasa-Calpe, y se ha metido de
ticos. ¡Ah!, también del jardín íntimo que lleno en las tareas de la enciclopedia. Ese
es tu casa. El otro día quité de la solapa mes de septiembre depararía varias e im-
de mi chaqueta aquel nardo que me re- portantes sorpresas a Miguel. Una de ellas
galaste, María: ha llegado conmigo hasta es la publicación de Residencia en la tie-
Madrid: no debió mustiarse nunca... de- rra, la tan esperada obra de Pablo Neru-
seándote en tu ambiente aldeano muchas da. El magisterio del chileno, como el de
cosas buenas y esperando verte pronto, te Vicente Aleixandre, parece ser ya decisivo
saludo con mucho cariño: Adiós. sobre la obra de Hernández, que descubre
las enormes posibilidades del surrealismo
Resulta indudable que el poeta rebosa a través de La destrucción o el amor y la
ilusión y esperanza. Ha vuelto a Madrid poesía torrencial de Pablo. A esta afirma-
resuelto a hacer por ella lo que solo un ción cabría añadir la fidelidad que man-
hombre deslumbrado por el amor sería tiene Miguel con la Escuela de Vallecas,
capaz de realizar. Ha puesto a su servicio cuya influencia se extiende a esas compo-
todos los dispositivos con que cuenta: su siciones de verso libre que ha empezado a
red de influencias, sus amigos. Pero hay escribir a su vuelta a la capital. Nos referi-
en la carta algunos datos que también mos a la iconografía y al léxico asociados a

59
José Luis Ferris

esas materias en las que se sigue apoyando platónico o el aire petrarquista que tanto
Hernández para construir sus versos y que se adecua al sentimiento que la muchacha
no entran en conflicto alguno con el to- le provoca (Rubio Paredes, 1998: 94):
rrente metafórico y la cosmovisión de la
audacia surrealista. Mi apreciada María: Agradezco tu man-
Por estas fechas, el poeta oriolano com- dado de libros y letras infinitamente. Re-
bina los sonetos con el versolibrismo de parto unos entre mis mejores amigos y me
esa nueva poesía. Ha empezado a verter quedo con las otras para siempre. Alegra
en el molde de los catorce versos los estí- los ojos ver tus verdes cartas que huelen
mulos que, desde la distancia, le sugiere tan bien, que trae el cartero oliendo en-
y le provoca la muchacha de La Unión. tre las demás. Me asombra recibirlas con
Pero también ha soltado toda su energía ese olor penetrante que no le quitan ni
creadora en su «Oda entre arena y piedra a el roce con las otras, ni la cartera de los
Vicente Aleixandre», «Vecino de la muer- mensajeros, ni la distancia que recorre de
te» y «Mi sangre es un camino», tres poe- mano en mano y de tren en tren. Bueno
mas que marcan claramente su decisión ¿sabes que he acabado ya mi nueva cosa?
ideológica, su enérgico abandono del ca- Estoy muy contento por ahora; no sé si
tolicismo y su adscripción estética al ritual mañana mismo estaré de otro semblante
caudaloso y neorromántico de Aleixandre y corazón. No creo, no creo, María que-
y Neruda. rida, que yo sea nunca un poderoso del
A primeros de octubre, Miguel ve difu- dinero como tú quieres. Me enfada que
minarse todos sus quebrantos porque ha pienses eso de mí. Yo no tendré dinero
recibido un lote de libros de María Cega- nunca, María. No me sirve para nada.
rra para que los distribuya a sus amistades Me basta con tener el pan justo del día,
de Madrid y una carta perfumada que le y no preocuparme de si mañana será otro
hace mantener vivas las esperanzas hacia día…Te recuerdo muchísimo y espero
ella. Por esas fechas ya tiene compuestos que un día me des la noticia gozosa de
varios sonetos dedicados a la muchacha que vienes por aquí.
de La Unión, perfectamente diferencia- Saluda mucho a tu padre, madre y
dos del resto de composiciones inspiradas hermana, de quien recuerdo su voz y su
en Josefina o en Maruja Mallo por el tono confitura y tú acéptame esta mano que
que en ellos emplea, por el componente te tiendo idealmente. Miguel, tu amigo.
¡Adiós, María! [sin data; últimos días
de septiembre / primeros días de octu-
bre de 1935]

Es mucha la información que nos aporta


esta carta de Miguel. La voz del poeta es
ahora más cálida que en su primera misi-
va y se atreve a pronunciar frases tan elo-
cuentes como «acéptame esta mano que
te tiendo idealmente». Si en su escrito an-
terior hablaba de un nardo en la solapa, lo
que ahora interioriza y hace suyo son esas
letras perfumadas y personales que ella le
envía. Insiste, además, en su deseo de que
abandone su rincón aldeano y se anime a
Vicente Aleixandre trasladarse a la corte, con él, donde está

60
Eros y Psique en El rayo que no cesa

ese ambiente que le conviene. Las fórmu-


las que emplea en esta carta tienen un ca-
rácter más íntimo –«mi apreciada María»,
«María querida», «María buena», «te re-
cuerdo muchísimo»– y desvelan el esfuer-
zo del poeta por atraerle hacia él.
Miguel está esperando con ansiedad
que «algo muy grave o muy dichoso» le
suceda, pero no se atreve a pronunciar
abiertamente el nombre de la mujer que
necesita a su lado. Lo hace con la sutileza
de su timidez, intentando provocar a sus
amigos de Cartagena para que intercedan
y se ocupen de hablar con María Cegarra:
«Le he escrito a María y no me contesta
hace mucho. Por lo visto, tampoco tiene
interés conmigo».
Pablo Neruda y
Entre finales de octubre y comienzos de Maruja Mallo en
noviembre, Hernández escribe una última Chile
carta a María Cegarra con el propósito de
solucionar su grave situación afectiva. En Yo estoy cansado de vivir aquí. Busco la
ella hace poderosos esfuerzos por conven- manera de escaparme a la tierra que sea.
cer a la joven, por trasmitirle la desespera- No quiero seguir haciendo biografías de
ción que le causa su silencio (Rubio Pare- toreros y vida de oficina. Paso muchos
des, 1998: 95-96): días tristes, y no me consuela nada en
absoluto... Presiento que la insatisfacción
Querida María: Ya hace mucho tiempo de ahora será de siempre... Se ven mu-
que no me escribes, que me dedico a es- chas cosas mezquinas en todas partes. No
cribirte yo a ti. No sé los motivos del si- saldremos de animales nunca. No vengas,
lencio tuyo. Supongo que serán muchas María, no vengas: sigue en tu casa con
tus ocupaciones... Pienso en ti y te veo tus cosas. Hazte novia, si ya no lo eres,
tan sola en ese pueblo tristísimo, que me del hombre más sencillo y más vulgar que
da angustia, María. Por eso me gustaría te quiera, ten hijos, y sigue escribiendo en
estar escribiéndote continuamente... ¿Me tu soledad…
equivoco al pensarte sola? Ya sé que tie- Dime muchas cosas, muchas cosas,
nes tu familia, pero hay necesidades y muchas cosas, las más sencillas y las más
congojas tan íntimas que no puede curar pequeñas de tu vida, sobre todo. Llena
más que un buen amigo de la misma es- tu soledad de mí un poco y dime cómo
pecie. Ya me dijiste ahí aquella tarde, que ruedan los días para ti. Quisiera que no
deseabas venir por aquí alguna vez. Me tardaras en escribirme. Necesito ahora
alegraría tanto que tu deseo, que yo he noticias de todos mis amigos lejanos más
experimentado hasta la exasperación, se que nunca. Estoy solo, a pesar de todo,
satisficiera cuanto antes... Yo te acompa- más solo que tú, aquí…
ñaría a donde quisieras por este laberinto Saluda mucho a tus padres y a tu sim-
peligroso de gentes. He hablado mucho pática hermana por mí. Tú, María, reci-
de ti a mis mejores amigos y amigas, y be, en cuanto quiera, todo el corazón que
ya quieren conocerte. ¿Cuándo vendrás puedo darte de mí, con un adiós.
por aquí María? Mira, que sea pronto. Miguel [sin data]

61
José Luis Ferris

fue una relación muy breve la que tuvi-


mos, allá por el año 1935. Miguel venía
por aquí algunas veces y simpatizamos.
Cuando hizo El rayo que no cesa, me
traía los primeros versos del que luego ha
sido un libro, y me los dedicó a mí... Se
fue a Madrid, se despidió de mí y yo le
puse un nardo en la solapa, la tarde de
aquel día que estábamos aquí. Y me es-
cribía desde Madrid diciendo: «todavía
me dura el nardo. Ojalá que no se seque
nunca». Cosas, ¿comprendes? (García
Martínez, 1978).

Ante la insistencia de García Martínez so-


bre si se podía desprender de esos escritos
que Miguel estaba enamorado de ella, Ma-
No hubo respuesta por parte de la mucha- ría respondería con estas palabras: «Pues,
cha. María no acudió nunca a la llamada sí, efectivamente, se puede desprender...
del poeta –aunque le profesara gran ad- Por eso no he querido nunca que se sepa.
miración–, y cortó con el filo de su silen- Y mucho menos, que en el caso de un
cio una relación en la que Miguel había hombre casado y con hijos, saliera yo con
puesto enormes ilusiones. Si nos ajusta- este romance antiguo para aprovecharme.
mos a los diversos testimonios aportados Me parece que no es serio, ni prudente, ni
por María Cegarra hasta poco antes de su bueno» (ibid.]. A Guerrero Zamora lo des-
fallecimiento en 1993, podremos llegar pachó con una respuesta igualmente razo-
a la conclusión de que la muchacha, de nable: «le tenía mucho cariño, eso sí, pero
haber sentido algo especial por Hernán- a mí no me gustaba como hombre, vaya»
dez, no fue lo suficientemente profundo (Guerrero Zamora, 1951: 12-13). Sin em-
como para vencer los obstáculos que su- bargo, fue la propia María Cegarra quien
ponían su responsabilidad familiar y su volvió a vincularse al poeta de Orihuela al
escaso amor al riesgo. Sin embargo, ello publicar en 1986 su libro Poesía completa.
no impidió que la musa de Miguel coque- En un apartado final del volumen, a modo
teara con la Historia y dejara suficientes de epílogo, la escritora confesaba: «Deseo
pistas a lo largo de su dilatada vida como que la lectura de este pequeño libro deje
para hacer creer a los biógrafos que hubo un grato recuerdo, terminándola con los
algo más que amistad en su relación con versos de El rayo que no cesa en su versión
el poeta. Disparar la imaginación de los original, a mí dedicada» (Cegarra, 1986:
admiradores de Hernández fue un juego 277).
de vanidad femenina que María Cegarra Parece claro que Miguel no tuvo tam-
practicó inconscientemente en varias en- poco suerte con esa muchacha en la que
trevistas y escritos. Lo hizo, por ejemplo, había depositado bastantes ilusiones, re-
en unas declaraciones concedidas a José duciéndose aquel proyecto amoroso al que
García Martínez para el diario La Verdad José María Balcells ha definido como «una
en 1978, posteriormente recogidas (1983) amistad que pudo alcanzar momentos de
en el libro Gente de Murcia de este mismo devaneo platonizante, pero que difícil-
periodista. En ellas dice la escritora, entre mente puede calificarse como ‘experien-
otras cosas: cia’» (Balcells, 1995: 169). De cualquier

62
Eros y Psique en El rayo que no cesa

modo, convienen analizar las razones que dar coherencia al corpus final de poemas
llevaron a María a atribuirse la dedicatoria que formará el libro, responde sobre todo
de El rayo que no cesa y, particularmente, a su sentimiento actual, al estado afecti-
la de esos primeros versos a los que tam- vo en que se encuentra exactamente ese
bién alude. El secreto guardado por Ma- mes de noviembre o diciembre de 1935.
ría Cegarra respecto a la correspondencia Sobre la mesa ha dispuestos los borradores
que decía conservar de Miguel fue por fin y las cuartillas de más de treinta compo-
desvelado tras la muerte de la escritora siciones amorosas que corresponden a la
murciana: sus herederos ofrecieron en pú- inspiración de tres mujeres distintas. Una
blica subasta celebrada en Madrid en oto- de ellas sale indudablemente victoriosa,
ño de 1994 los documentos de su archivo, ya que veintidós de esos poemas han sido
entre ellos las cartas que le dirigió Miguel creados bajo su influencia. Se trata de Ma-
Hernández. El tan ansiado epistolario se ruja Mallo. Los versos restantes tienen la
reducía a solo tres cartas, de las cuales, respectiva huella de María Cegarra –ocho
la primera ya había sido publicada en la sonetos– y de Josefina Manresa –tres poe-
revista Tránsito, de Murcia, en 1979. Las mas de tono muy semejante («una mano
otras dos, desconocidas hasta ese momen- cálida, y tan pura»)–. La decisión posterior
to, junto con todo el archivo de la escrito- del poeta le viene dada al descubrir que
ra, fueron adquiridas por la Diputación de hay en la mayoría de las composiciones un
Alicante. sentido tragicista, fatalista, si por ello se
Miguel comentaba textualmente en su entiende la exaltación de la pena amorosa
carta a Carmen Conde y Antonio Oliver el y de la crisis de identidad que le ha provo-
18 de octubre de 1935: «me han prometido cado la dependencia de otro ser, sin cuya
los Altolaguirre publicarme inmediatamen- presencia no se ve realizado como hombre
te mi libro de sonetos» (Hernández, 1992: («y mi voz sin tu trato se afemina»). La voz
2362). Parece claro que cuando el poeta quejumbrosa de Miguel predomina abru-
escribe su tercera y última misiva a María madoramente en casi todos sus textos, por
Cegarra, El rayo que no cesa se encuentra lo que resulta aconsejable, en aras de una
en esa fase de selección y ordenación a la mayor coherencia, eliminar los poemas de
que cualquier autor somete una obra que signo positivo y vitalista. Hay, sobre todo,
va a ser inmediatamente editada. La situa- cuatro de ellos que son la pura exaltación
ción de Hernández no es difícil de recons- del descubrimiento del amor físico, la li-
truir. Sabe que el libro que va entregar a bertad de los sentidos y la celebración de
la imprenta es, ante todo, una obra amo- esa iniciación sexual que se ha visto por fin
rosa concebida sobre el molde del soneto. cumplida en los brazos de Maruja Mallo.
Este hecho le lleva a descartar de su pro- Hernández sabe que esos cuatro poemas
ducción los poemas que responden a esa son el testimonio de ese momento tan
nueva estética neorromántica y surrealista, especial en su vida y los aparta del con-
esas composiciones de tono existencial que junto bajo el título de Imagen de tu huella.
se distinguen claramente del resto por su Son, ciertamente, el recuerdo vivo de esa
técnica de verso libre y su trasfondo social. imagen que le inundó, en un principio, de
Al reunir los sonetos, también elimina entusiasmo. Y es en esos sonetos de sutil
del conjunto aquellos que pertenecen a su vocación sexual, de amor y gratitud tras
pasado aldeano, los que fueron concebidos el acceso carnal del poeta, donde Miguel
al amor de Josefina Manresa y que, en su deja ya un rastro de términos y fórmulas
mayoría, conservan un acento religioso y que va a desarrollar posteriormente, acaso
un sabor pastoril que cree ya superados. El como un código secreto entre él y la pinto-
esquema de que se sirve, no obstante, para ra gallega, en los poemas de signo trágico

63
José Luis Ferris

Como el toro te sigo y te persigo


y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
.....................................................
Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora
olvidando que es toro y masculino.

El perro aparece asimismo para subrayar


el estado de sumisión y de desprecio que
sufre el poeta. Y esta es una imagen dura
y descarnada que se repite con frecuencia
Maruja Mallo, de El rayo que no cesa. Bastaría con recor- en los citados sonetos: la pena que arrastra
Canto de las espigas, dar el texto descriptivo de la artista sobre la define como «perro que ni me deja ni se
1939
el viaje a Morata de Tajuña, u observar calla». «Perro sembrado de jazmín calza-
una de sus piezas pictóricas de 1935, para ble» es aquel que se deja pisar sin queja
hallar una serie de semejanzas verdade- alguna. Pero hay algo mucho más con-
ramente asombrosas entre obra plástica tundente que contribuye a distinguir este
y poema. En este sentido, coincidiríamos amor amargo y tormentoso de las otras dos
con José-Carlos Mainer cuando sostiene amadas del libro. Si hablamos de la recep-
que «el cuadro El asombro de las espigas tora de esa queja de hombre enamorado,
de Maruja Mallo, quizá el más conocido cuesta mucho entender que expresiones
de cuantos pintó en esta nueva época, po- como amorosa fiera hambrienta, liebre libre
dría ser un soneto hernandiano» (Mainer, y loca, amoroso cataclismo, sensual movi-
1993: 32). miento memorable y otras fórmulas seme-
Miguel sabe que cuando su pensamien- jantes sean atribuibles a Josefina Manresa
to creativo lo ocupa la pintora, sus versos o a María Cegarra. La primera de ellas ha
se han de llenar de esa iconografía valle- de conformarse con los tres poemas que
cana que comparte con Maruja: retamas, Miguel decide incluir en su poemario
barrancos, campanarios, calvarios, hinojos, –«Me tiraste un limón, y tan amargo», «Te
sembrados, barbechos, piedra, cardos, gra- me mueres de casta y de sencilla» y «Una
ma, girasol, tormenta... Pero los poemas querencia tengo por tu acento»–. En los
a ella dedicados y que incluye definitiva- tres sonetos queda claro que la musa es
mente en el libro, tienen, además, la sim- esa mujer llena de pudores femeninos,
bología fatalista que provoca en él la rup- de marcado puritanismo de aldea. Por su
tura afectiva con la pintora. Miguel canta parte, María Cegarra es la receptora de
entonces, empleando las citadas palabras composiciones del más auténtico aire pe-
de Alberti, a ese amor «golpeado y trai- trarquista. Los quebrantos platonizantes
cionado en las mejores horas de entrega de Miguel alcanzan en los sonetos dedica-
y confianza». Y su modo de transmitir ese dos a ella un tono más sereno, poblándose
sufrimiento, ese sentimiento de criatura –como si emplearan un código distinto–
burlada y maltratada, es identificándose de una iconografía mediterránea y mine-
con dos seres de la naturaleza que nacen ral: «el mar de la playa a las arenas», «dul-
bajo el sino del ultraje y el destino trágico: ces granos de la arena amarga», «silencio
el toro y el perro vejado y servil. Si el pri- de metal», «región volcánica», «como un
mero es símbolo de nobleza y de bravura, mar meridiano a una bahía», «región es-
también lo es del animal marcado por un quiva y desolada», «desierto sin arena»,
hierro y humillado: «piedras como diamantes eclipsados», «la

64
Eros y Psique en El rayo que no cesa

ciudad de un puerto», «sollozos de todos del poeta y la necesidad que tenía de salir
los metales»... cuanto antes de esa soledad que le atena-
Contando con el apoyo inexcusable de zaba desde su fracaso con Maruja Mallo,
los datos biográficos recabados hasta aho- además del carácter impetuoso e instinti-
ra, podríamos entonces atribuir a María vo de Miguel. De hecho, la frase en cues-
Cegarra los sonetos 10, 13, 14, 19, 22, 24, tión no trascendió al libro, y solo se que-
25 y 30 (Soneto final): «Tengo estos huesos dó en el poema manuscrito que conservó
hechos a las penas», «Mi corazón no pue- siempre María.
de con la carga», «Silencio de metal triste La enigmática frase de la dedicatoria
y sonoro», «Yo sé que ver y oír a un triste que encabeza El rayo que no cesa sí que ha
enfada», «Vierto la red, esparzo las semi- dado pie a múltiples especulaciones. Pero
llas», «Fatiga tanto andar sobre la arena», tampoco resulta difícil elaborar una hipó-
«Al derramar tu voz su mansedumbre» y tesis a tenor de todo lo expuesto. Bien es
«Por desplumar arcángeles glaciales». El verdad que el libro fue concebido durante
resto de composiciones, salvo la «Elegía» los meses de ruptura con Josefina, esto es,
y los tres sonetos a Josefina Manresa, sería entre julio de 1935 y enero de 1936. Cuan-
enteramente, y no por exclusión, inspirado do la obra entra en imprenta (noviembre o
en Maruja Mallo. Pero también conviene diciembre de 1935), Miguel no se ha plan-
aclarar que El rayo que no cesa, esta obra teado regresar con ella y María Cegarra es
quevedesca y romántica, no parece posi- ya un sueño perdido que no da señales de
ble que fuera dedicada, como ella misma vida. Es entonces oportuno pensar que la
se atribuye, a María Cegarra. La primera musa que había inspirado dieciocho de las
razón responde a la fecha en que ésta ates- treinta composiciones del libro mereciera
tigua haber recibido los versos de Miguel: tal honor, máxime cuando había una pro-
«Cuando hizo El rayo que no cesa, me traía mesa de por medio y seguían manteniendo
los primeros versos del que luego ha sido frecuentes contactos por deberes profesio-
un libro, y me los dedicó a mí...». La mu- nales. Maruja era la dueña de ese carácter
chacha no podía referirse a otro momento desinhibido y alocado, con ese punto de
que aquel 26 y 27 de agosto de 1935 en
que el poeta acudió a Cartagena y paseó
con ella por los campos de La Unión. No
hubo posteriormente otra ocasión para
ellos. Y fue allí cuando Hernández le mos-
tró algunas composiciones de su libro y le
autografió una de ellas, concretamente el
soneto «¿No cesará este rayo que me habi-
ta?», que traía ya escrito de Madrid y nada
tenía que ver con la poeta murciana. En
él, por deferencia a esta nueva amiga que
prometía convertirse –siempre en la ima-
ginación de Miguel– en la solución a sus
problemas afectivos, escribió la encendida
frase de: «A mi queridísima María Cega-
rra, con todo el fervor de su Miguel Her-
nández». No debe extrañar a estas alturas Miguel Hernández
en Cartagena, hacia
una reacción tan efusiva apenas un día 1935
después del reencuentro con la mucha- (Fundación Cultural
cha. Recordemos el estado de postración Miguel Hernández)

65
José Luis Ferris

de esa mujer que representaba lo dinámi-


co, la tormenta que empezaba a ocupar su
pensamiento, el rayo que venía a desbaratar
su tranquilo amor juvenil. Maruja iba a ser,
desde aquel momento, el eterno rayo que
cobraría categoría de símbolo absoluto en
esa otra forma verbal –rayo que no cesa–
destinada a hacer estragos en su vida. Esa
Imagen de tu huella poblada de vitalismo
y exaltación se había trasformado en esta
obra en sádica pisada que aplasta y humilla
al confiado amante. Y el poeta, que sabe lo
que duele ese desdén, eleva su sentimiento
al máximo en uno de los poemas más pro-
fundos de su producción lírica: «Me llamo
barro aunque Miguel me llame». El testi-
monio amoroso que nos deja en esta pieza
merece la mirada atenta del lector. Miguel
lo ha colocado justamente en el centro de
su libro para concederle esa preponderan-
cia estructural que enfatice su importancia
y su valor. Ni siquiera es un soneto, sino
Dionisio Gázquez, inconsciencia que le llevaba a olvidar cual- una amplia composición de trece estrofas
Homenaje a Miguel quier compromiso o cualquier palabra dada irregulares y sesenta y un versos que ha de-
Hernández
en un momento de exaltación o de delirio. jado a propósito en ese lugar como el testa-
(Fundación Cultural
Miguel Hernández) Miguel la conocía hasta ese punto y era mento vivo de un amor que ha agitado con
lógico que pensara que sus promesas de fuerza su existencia. El grado de erotismo,
hombre (como el apretón de manos nota- de rabia sensual; el canto a la materia –car-
rial de su padre) nada tenían que ver con ne o barro–, alcanzan aquí toda la grande-
las de la pintora, tan frágiles y tan echa- za imaginativa y terrenal de un Hernández
das al azar sin conciencia alguna. De este verdaderamente herido por la vida, un poe-
modo, la compleja dedicatoria de El rayo ta cuyo discurso es toda una manifestación
que no cesa adquiriría su sentido y su razón: erótica que recurre a la fórmula metafórica
del pie sobre el cuerpo –labios, boca, len-
A ti sola, en cumplimiento de una pro- gua– para hacer más expresiva la sensación
mesa que habrás olvidado como si fuera de ultraje:
tuya.
Coloco relicarios de mi especie
Finalmente, otro dato que nos permite ca- a tu talón mordiente, a tu pisada,
librar la importancia que la relación con la y siempre a tu pisada me adelanto
artista gallega llegó a tener para Miguel, para que tu impasible pie desprecie
fue la distribución última de los poemas y todo el amor que hacia tu pie levanto.
el propio título del libro. En el soneto «Una
querencia tengo por tu acento», advertía- Más mojado que el rostro de mi llanto,
mos ya la presencia de Maruja en la vida cuando el vidrio lanar del hielo bala,
del poeta cuando este aún mantenía su no- cuando el invierno tu ventana cierra
viazgo con Josefina. En él reclamaba la ayu- bajo a tus pies en gavilán de ala,
da de la joven pueblerina ante la tentación de ala manchada y corazón de tierra.

66
Eros y Psique en El rayo que no cesa

Bajo a tus pies un ramo derretido la imagen de tu huella sobre encima,


de humilde miel pataleada y sola, se despedaza y rompe la armadura
un despreciado corazón caído de arrope bipartido que me ciñe la boca
en forma de alga y en figura de ola. en carne viva y pura,
.................................................... pidiéndote a pedazos que la oprima
Apenas si me pisas, si me pones siempre tu pie de liebre libre y loca.

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67
Reflexiones sobre los pilares de
El rayo que no cesa
Francisco Estévez Regidor
Universidad de Torino (Italia)

L
a luz CaDa vez más viva que al de los clásicos del Siglo de Oro, por cuyo
cabo de una centuria se empieza influjo será llamado «pastor gongorino y
a arrojar sobre ciertas obras, y el calderoniano» (Guillén, 1977: 38), a sus
gradual oscurecimiento de otras, permiten coetáneos, con especial detenimiento en
en este punto separar las joyas de la paco- Aleixandre y Neruda, como es sabido. En-
tilla. Tal discriminación sería insuficiente tonces, sin despreciar la raigambre biográ-
si no se intentara penetrar en la diferen- fica, debemos leer con la prevención ade-
cia de naturaleza que separa las unas de cuada y limitar a lo que tiene de justo aquel
las otras. Esta función de criba cultural aforismo suyo: «El limonero de mi huerto
confiere sentido al constante análisis que influye más en mi obra que todos los poetas
recibe lo que podría denominarse como el juntos» (Hernández, 1986: 90); donde ate-
«caso Miguel Hernández». Sin caer en mi- núa la importancia de la tradición y ensal-
tificaciones, siempre reductoras, podemos za con vanidad su originalidad1. Al fin y al
afirmar que su ejemplar trayectoria poéti- cabo, etiqueta reductora aquella de pastor-
ca, con una producción concentrada en poeta, aunque nuestro autor la enarbolará
poco más de una década, así lo requiere, siempre como raíz misma de su identidad,
pues resulta un modelo único en lo que
tiene de trágico y ejemplar en las partes
que su poesía tiene de excelsa.
Si aún gozara de prestigio el método
generacional, se tendería a encasillar pro-
blemáticamente al poeta oriolano en la des-
venturada generación del 36, mecida por
las tristes circunstancias a las que se vio so-
metido nuestro país. Sin embargo, Miguel
Hernández siempre ha resbalado en cual-
quier clasificación; es un caso singular de
extracción popular y formación autodidac-
ta, pero de acceso rápido a una poesía culta.
Debemos valorar el ascendente campesino
del autor, ya que escribe siempre desde un Dibujo de Miguel
Abad Miró para
Levante biográfico. Pero tampoco podemos El rayo que no cesa
olvidar cómo tamiza cada experiencia a tra- (Herederos de
vés de sus desordenadas lecturas, que van Miguel Abad Miró)

Francisco Estévez Regidor pp. 68-75


Francisco Estévez Regidor

según observa Serge Salaün (1992: 12). de una mística de lo popular, mística de la
Buena cuenta de ello da la primera carta guerra (De Luis, 1998: 117-118). El punto
que escribiera a Vicente Aleixandre, en final con el que se cerraría su círculo poé-
cuyo final y bajo su firma escribe «Pastor tico implica una vuelta al esquema tradi-
de Orihuela». Además, la revista Estampa cional, con su poesía de la ausencia y de la
publica en 1932 un reportaje sobre Miguel, cárcel (Díez de Revenga, 1992: 31). En el
donde se le denomina «el cabrero poeta». bosquejo del Cancionero y romancero de au-
Leopoldo de Luis advierte que, si fue pas- sencias, podemos intuir la plenitud que ori-
tor, no fue pastor-poeta sino poeta-pastor, llaba su cosmogonía trágica. Las afinidades
«que en la prioridad de término va nada van desde Garcilaso y San Juan de la Cruz,
menos que una categoría» (1998: 27). Ha- pasando por Quevedo, hasta el surrealismo
brá que añadir, a los efectos de signo con- del Vicente Aleixandre de La destrucción o
trario de esta asociación, el desclasamiento el amor y al Pablo Neruda de Residencia en
que produce su ascenso a una esfera cultu- la tierra. En suma, humaniza, o por preci-
ral artística (Umbral, 1969). sar, naturaliza, de nuevo la poesía volviendo
La clasificación tradicional divide en cin- a los principios de conciencia histórica se-
co etapas la poesía de Miguel Hernández. guidos a comienzos de siglo por Machado
Sus primeros poemas, de fuerte halo este- y Unamuno: «Naturalizar la poesía, devol-
ticista, nacen al calor de la tradición, que verla a la Naturaleza y darle una expresión
dará paso a un fuerte periodo de experimen- más natural... de comunicación con la vida,
tación gongorina, reflejado en el malabaris- con la agricultura antes que con la cultu-
mo verbal de Perito en lunas. Tras conocer ra. A Miguel Hernández le correspondía,
a Josefina –y «conocerse es el relámpago», por casta, liberar a la poesía española de
cantaba Salinas– se abre su etapa amoro- un entendimiento burgués, esteticista, del
sa o de amor rechazado, cuyo epicentro lo lenguaje» (en Ifach, 1975: 87).
forma El rayo que no cesa, editado por Ma- El rayo que no cesa representa una ver-
nuel Altolaguirre y Concha Méndez en la dadera toma de conciencia del lenguaje
colección «Héroe», el 23 de enero de 1936, amoroso y erótico. Lo cual permite definir
en Madrid. Al poco de cosechar éxito su li- con precisión su cosmovisión definitiva.
brito por los cenáculos madrileños, estalló En una corta carrera poética donde la evo-
la guerra incivil, que cercena un desarrollo lución fue constante y rápida, este periodo
poético normal y modela caprichosamente resulta de intensa y veloz mutación. En
la trayectoria artística del poeta. La sacu- esta etapa se aleja de moldes expresivos
dida bélica escora su poesía hacia el com- gongorinos para dar cauce a una experien-
bate, poesía beligerante y de compromiso cia viva, directa, de amor no consumado,
aquella de Vientos del pueblo, la exaltación y volcarla a experiencia literaria. Prenda-
do en el recuerdo, en su segundo viaje a
Madrid lleva una muchacha que acucia su
más íntimo sentimiento. Esta muchacha
conocida a ratos en el taller de modista
donde ella trabajaba, se llama Josefina
Manresa. Su primer amor, y a la postre,
su único y verdadero amor. Compañera en
vida y versos, plasmación física del apasio-
nado querer hernandiano.
Otro condicionante externo conocido
Josefina Manresa en es la emancipación ideológica definitiva,
su juventud incluso el alejamiento afectivo, de Ramón

70
Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa

Sijé y el consiguiente acercamiento a Pablo


Neruda y Vicente Aleixandre. Tras la publi-
cación en Revista de Occidente de algún so-
neto y su celebérrima «Elegía», con motivo
de la muerte del viejo amigo, el 23 de ene-
ro de 1936 se publica El rayo que no cesa,
desembocadura de dos esbozos muy elabo-
rados: Imagen de tu huella y El silbo vulne-
rado. El trasvase de los poemarios al libro
final y las variantes que origina, fueron es-
tudiados por Dario Puccini (1970) y Juan
Cano Ballesta (en Hernández, 1988). La
composición laboriosa del libro, durante el Miguel Hernández
periodo de separación de Josefina Manre- en el homenaje
sa, permite entrever los diferentes estadios a Ramón Sijé,
Orihuela, 14 de abril
de composición (siempre fue un poeta cui- de 1936
dadoso y consciente). Los esbozos y ma- (Fundación Cultural
nuscritos anteriores a El rayo que no cesa Miguel Hernández)
muestran a un poeta inquieto por aliviar la
posible dureza expresiva. El recorrido mé- fuente de liberación (1998: 160). Resulta
trico anterior de Miguel Hernández pasaba al menos un tanto excesivo considerar que
de la octava de estilo gongorino a la déci- el poeta se enclaustre en el soneto para
ma, que más tarde se desbordará en los domar sus sentimientos, si los tres poemas
poemas de verso corto, donde consolida su que estructuran el conjunto, y sobre los
arte. Sin embargo, en este poemario, cenit cuales pivota el sentido final del poemario,
de la producción hernandiana, los esbozos no corresponden a dicha medida. Sí pode-
son menores y remiten exclusivamente a la mos advertir, suavizando el planteamiento
búsqueda insistente del lenguaje propio. de la hipótesis de Sánchez Vidal, un yo
Tan sólo retoques «de un mismo verso o lírico escindido, acuciado por la dualidad
estrofa, cambiando en muy pocas oca- expresada en conflicto anímico. El fuego
siones la rima determinada en la primera interno del poeta se manifiesta con «la
versión del poema» (Alemany, 1992: 15). virtud de la contención» (Guillén dixit),
Puccini advierte la limpieza de preceden- el rigor formal que implica el soneto. El
tes en el poemario. «No tengo influencias, amor como suplicio, incesante como el
solo precedentes», afirma la sincera pre- rayo y, a la postre, agónico en su amenaza
sunción del autor –discúlpese el obligado de muerte. La no consumación del deseo
oxímoron– (en Puccini, 1970: 53). amoroso deviene en frustración exaspe-
Referente a la estructura, Sánchez Vi- rante que desemboca en el sufrimiento.
dal mantiene la tesis del soneto impuesto El amor es trágico al configurarse como
como castigo, equivalente a la moral pro- aporía; es a la vez imposible e irrenuncia-
vinciana que constriñe al poeta (en Her- ble. La voz poética no puede consumar su
nández, 1976b: 48-56). No obstante, la amor, pero tampoco podrá renunciar a él.
controversia acerca del valor simbólico del En didascálico aforismo aclara Hernán-
soneto en este poemario es larga: Cheva- dez: «El poeta crea en trance de ángel, en
llier habla de masoquismo (en Hernández, crisis de hombre» (Hernández, 1992: 89).
1992: 60-61); Leopoldo de Luis discrepa La imposibilidad de realización final del
de los planteamientos esclavistas del sone- amor, y la consecuente pena que se de-
to y del castigo provocado a sí mismo como riva de ello, impregnan todo el poemario,

71
Francisco Estévez Regidor

del yo al no tú, como quiere Urrutia (1993:


156), y conduce a un mejor conocimien-
to, siempre trágico, del yo: «A ti sola, en
cumplimiento de una promesa que habrás
olvidado como si fuera tuya».
El primer poema se erige como clave
lírica de comprensión de los posteriores
sonetos: la queja de amor y el subsiguien-
te sometimiento a la fatalidad del desdén
de la amada. Las imágenes negativas que
abundan en él son premonitorias de un
trágico destino: sangre, herida, dolor, ho-
micida, muerte, al igual que las imágenes
punzantes rayo, asta, estalactita. Muy cer-
canas a ese campo semántico estarán las
imágenes metálicas como cortante, hirien-
te, o los dos símbolos sobre los que asienta
el poema: rayo y cuchillo:
pues «Si analizas tu alegría, te entristeces»
(Hernández, 1986: 103). Un carnívoro cuchillo
Con la introducción in extremis de la de ala dulce y homicida
«Elegía», el poemario consta de treinta sostiene un vuelo y un brillo
poemas, de los cuales veintisiete son so- alrededor de mi vida.
netos, distribuidos en dos tandas de trece
más otro soneto como corolario del libro. Chevallier recordaba la relación de esas
La monotonía estrófica de los sonetos es imágenes con los versos aleixandrinos
alterada por el dinamismo de los tres poe- referidos a la torturas de la destrucción
mas «irregulares» en la estructura habitual (otro nombre del amor): «En los límites
del conjunto. El poema inicial, escrito en estrechos de dos octosílabos, Miguel Her-
octosílabos, consta de nueve cuartetos, nández condensa la más intensa sugestión
aconsonantados con rima abab. Ritmo in- de horror, de tortura sádica y de cómplice
sistente, apresurado, de tipificación épica, ambivalencia afectiva» (Chevallier, 1977:
apropiado para las quejas de amor. El poe- 87). El «cuchillo» como amenaza, que gra-
ma 15, «Mi nombre es barro», es un texto vita con inminencia, acentuada por el uso
largo, escrito en silva aconsonantada. Y la de un presente narrativo, sobre el yo líri-
célebre elegía en tercetos encadenados, co. El adjetivo, que califica al «cuchillo»,
añadida al libro sólo a posteriori, pero con nos da en la segunda palabra del poema la
íntimo lazo temático. Estos resultan los clave de interpretación, enfatizado a tra-
tres pilares sobre los que se asienta la es- vés de un hipérbaton. El amor sesgará una
tructura poética del libro2, y que configu- vida humana. La aliteración del sintagma
ran el sentido final del mismo. aporta el dramatismo necesario para ter-
La dedicatoria que abre el poemario in- minar de pintar la escena. El segundo ver-
dica la apertura sentimental poética que so nos presenta la fuerte contradicción se-
inaugurara a principios de siglo el epigra- mántica que implica la antítesis «ala dulce
ma machadiano (Tedesco, 1977: 37): «No y homicida». El amor como dolor placen-
es el yo fundamental / eso que busca el tero, la cosmovisión trágica hernandiana,
poeta / sino el tú esencial». Pues el eje lí- cuyo principal adalid metafórico lo encar-
rico aquí transcrito recorre del yo al tú, o na el «cuchillo» de modo ambivalente, la

72
Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa

amenaza de tragedia y la muerte, son los La segunda piedra angular de este rascacie-
contradictorios sentimientos que transmi- los poético la encontramos, precisamente,
te el símbolo del «cuchillo». en el centro exacto del libro. El poema que
Relacionada con la imagen anterior, ocupa dicho espacio es de nuevo, y no ar-
aparece en la segunda estrofa la metáfo- bitrariamente, distinto al soneto. Esta vez
ra del rayo, que ha sido interpretado como una silva. La voz lírica se describe en él:
símbolo de la pena, y si lo llevamos al ex- «Me llamo barro aunque Miguel me lla-
tremo, de la fatalidad: me». El poeta, brotado de la tierra misma,
define el difícil estado anímico que atra-
Rayo de metal crispado viesa. La imagen ha sido utilizada en otras
fulgentemente caído, ocasiones y en la misma clave; recordemos
picotea mi costado el aforismo en consonancia, sumamente
y hace en él un triste nido. revelador (Hernández, 1986: 121): «Iba yo
a modelarte y resultaste tú escultor, yo ba-
El picoteo onomatopeico aúna las imáge- rro». Y posteriormente, en la dedicatoria de
nes del cuchillo y el rayo, cuyos efectos Viento del pueblo, que escribiera a Vicente
devastadores serán desarrollados en los Aleixandre: «Nuestro cimiento será siem-
versos siguientes, «mi corazón con canas», pre el mismo: la tierra» (Hernández, 1992:
forzando al yo poemático a transitar a la 550). El poema proporciona, además, una
deriva de «la luna a la aldea». Entre los referencia para la interpretación de la serie
amantes se remata la imposibilidad de de metáforas que a lo largo de los sonetos
tiempos y de encuentro en la primera ad- se relacionan con la imagen primera de la
vocación a la amada, subrayada por la di- tierra (Chevallier, 1977: 96). Una vez más,
ferencia de itinerarios: «tu destino es de la vemos cómo la especial estructura del poe-
playa / y mi vocación del mar». mario, desde sus tres columnas poéticas,
Los tres únicos cambios de tiempo se convierte en clave de lectura.
verbal en el poema se dirigen al futuro y Por último, queremos señalar la céle-
ponen de relieve una contradicción más, bre «Elegía». La gran factura de la misma
la eternidad del sufrimiento y la inminen- arranca el elogio de Ortega y Gasset y de
cia de la muerte, liberadora en este caso: Juan Ramón Jiménez, aparte de certifi-
«Me hará a mi pesar eterno», «se pondrá car su madurez poética en los ambientes
el tiempo amarillo». Aunque, curiosamen-
te, es el propio tiempo el que languidece
y no la imagen del poeta fijada en la foto-
grafía. La referencia anafórica del cuchillo
perpetúa la violencia del desenlace final:
«Sigue, pues, sigue, cuchillo, / volando,
hiriendo. Algún día». A pesar de haberse
hendido «en mi vida», «mi costado», «mi
sien», «mis edades», «mi corazón», «mi ju-
ventud», «mis tristezas», «mi perdición»,
«mi vocación», «mi pesar», «mi fotogra-
fía»..., ese amor incesante y doloroso, vis-
to como tortura sin fin, puede ser vencido
siquiera con la muerte:

Pero al fin podré vencerte Juan Ramón Jiménez,


ave y rayo secular retrato de E. Sala

73
Francisco Estévez Regidor

madrileños. Resulta casualmente signi- La excepcionalidad formal de estos tres


ficativo que el poema que produce su poemas no nos resulta caprichosa; por
consagración madrileña lleve por tema la más que la inclusión de la «Elegía» fuese
despedida, en calidad de meditatio mortis, dictada por el trágico azar biográfico, exis-
de su íntimo mentor y amigo, y simbóli- te una íntima unión temática con la veta
camente con él, despedida también de su principal que recorre el libro, ese destino
pasado literario. Estos luctuosos tercetos fatal que cimbrea al poeta y que resumirá
encadenados han sido desmenuzados con con lucidez posteriormente:
tino por Marina Mayoral (1973).
Hemos de destacar el irónico saludo Con tres heridas yo:
que Juan Ramón Jiménez dedicó al poe- la de la vida,
mario en El Sol, el 23 de febrero de 1936. la de la muerte,
Allí reconocía la gran virtud del libro, su la del amor.
autenticidad y originalidad:
Además, el hecho de introducir la «Ele-
Verdad contra mentira, honradez contra gía» dentro del ciclo, antes del «Soneto
venganza. En el último número de la Re- final» y no después, enfatiza la comunión
vista de Occidente publica Miguel Her- entre el amor y la muerte y el aciago desti-
nández, el extraordinario «muchacho de no que los aúna en vida3.
Orihuela», una loca elegía a la muerte El rayo que no cesa es el punto cul-
de su Ramón Sijé, y seis sonetos descon- minante de este genial epígono del 27
certantes. Todos los amigos de la «poesía (Alonso, 1969: 161) que escapa a cual-
pura» deben buscar y leer estos poemas quier intento de acotación de fechas y
vivos. Tienen su empaque, quevedesco, generaciones. Un poemario herido de
es verdad, su herencia castiza. Pero la pena, de amor incumplido, en agonía
áspera belleza tremenda de su corazón por su ausencia, por su falta de reali-
arraigado rompe el paquete y se desbor- zación. Este libro traza con delicada ar-
da, como elemental naturaleza desnuda. quitectura el ecuador de la rapidísima
Esto es lo excepcional poético, y ¡quién evolución poética, en su vitalismo, fac-
pudiera exaltarlo con tanta claridad todos tura y originalidad, de Miguel Hernán-
los días! Que no se pierda en lo rolaco, lo dez. Hoy, y sin lugar a dudas, El rayo
«católico» y lo palúdico (las tres modas que no cesa se alza con prominencia y
más convenientes de la «hora de ahora», sin cesar como uno de los grandes hitos
¿no se dice así?), esta voz, este acento, de la lírica amorosa en español de todos
este aliento joven de España. los tiempos.

Notas
1. Por señalar un ejemplo de la criba literaria 2. Marie Chevallier tiene diversa opinión acer-
a que somete su experiencia vivencial, en este ca de la estructura, al considerar que los tres
poemario, donde tanto se ha resaltado el fuer- poemas largos rompen la unidad formal inicial
te sustrato biográfico, el estudio del profesor del conjunto (Chevallier, 1992: 16).
Balcells revela la cantidad de intertextos, pe-
3. José María Balcells ha estudiado los casua-
trarquistas o contemporáneos, de los que se
les desplazamientos que origina la introduc-
alimenta la experiencia hernandiana antes de
ción in extremis de la «Elegía». Una nueva
ser volcada al poema (2004: 139-162).
simetría se origina con dos series de trece so-
netos separadas por el poema «Me llamo ba-
rro...» (2004: 141).

74
Reflexiones sobre los pilares de El rayo que no cesa

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75
El rayo como símbolo hernandiano
Una visión desde la etnografía
José Luis Puerto
Escritor

S
abiDo esque los símbolos consti- que vamos a abordar: el del rayo, que
tuyen una facultad humana vincu- aparece en el título de su obra poética
lada a dos importantes aspectos: más conocida (hoy no nos atreveríamos
el conocer y el significar. A través de ellos, a decir, sin embargo, que sea la mejor):
el ser humano establece vínculos y asocia- El rayo que no cesa (1936). El poeta, en
ciones entre elementos materiales e in- esta obra, se nos muestra sometido a un
materiales de la realidad, que le permiten cataclismo –vital y amoroso, sin duda–,
profundizar en vías más hondas de signifi- para la expresión del cual se sirve de imá-
cación y de conocimiento. Los símbolos, genes de tipo cósmico y meteorológico.
además, constituyen un recurso poético y Una de tales imágenes, sin duda de un
artístico de primer orden, ya que desarro-
llan una posibilidad humana (nacida indu-
dablemente de una facultad concedida a
nuestra especie) que podríamos llamar de
«poetización», esto es, de poner en prácti-
ca el arte de la sugerencia.
Los símbolos aparecen, dentro de las
creaciones del ser humano, tanto en el
imaginario verbal como en el iconográfi-
co. Y podemos encontrárnoslos no solo en
el ámbito culto, sino también en el de las
creaciones de tipo tradicional.
Por otra parte, los símbolos nunca fun-
cionan de modo aislado. Suelen mostrarse
en racimos de constelaciones, de modo
que las distintas ramificaciones simbóli-
cas establecen contactos entre sí, hasta
configurar una suerte de tupida red, cuyos
nódulos de significación se implican unos
con otros y van ampliando, disminuyendo
o modificando su carga significativa, se-
Júpiter, atribuido a
gún la configuración que tal red simbólica Jean Raon
alcance. (J. Paul Getty
Todo esto puede valernos para acer- Museum, Los
carnos al símbolo de Miguel Hernández Ángeles)

José Luis Puerto pp. 76-91


José Luis Puerto

presagiado, de algún modo, en El rayo que


no cesa.

Tormenta o cataclismo amoroso

El poeta vive, pues, una suerte de cata-


clismo, una tormenta, provocados por el
amor. Sabemos –y no vamos a volver a uti-
lizar aquí más datos biográficos– que Mi-
guel Hernández formaliza su noviazgo con
Josefina Manresa el 27 de septiembre de
1934, aunque ya la conociera desde agos-
to de 1932. Aunque todo El rayo que no
cesa –obra en la que concretaremos estas
reflexiones simbólicas– constituye una ex-
La Casa de las
Flores, destruida por
presión artísticamente lograda del acceso
el fuego durante la del poeta al estado de amor, el cataclismo
guerra (1936) amoroso aparece de modo expreso y muy
significativamente plasmado en determi-
incontestable valor simbólico, es la del nados momentos de la obra, como pasa-
rayo, que funciona en la obra constelada mos a ver.
con otras (el toro, el hierro, la piedra...), El poeta se sabe azotado por una tem-
para expresar ese cataclismo existencial pestad existencial que se ha desatado en él
al que se halla sometido. al enamorarse; de ahí que hable «de las ru-
La creación de El rayo que no cesa se das tempestades / que hay en mi corazón
produce a lo largo de dos años: todo 1934 adolescente» (1976: 174). En el «Soneto
y todo 1935. ¿Qué tipos de convulsiones final» aparece otra confesión, en este caso
está sufriendo el poeta en esos momentos? muy rotunda, del motivo de la tempestad
Tales años están en una secuencia tempo- o tormenta: «y tanta ruina / no es por otra
ral y vital de nuestro autor no bien cono- desgracia ni otra cosa / que por quererte y
cida del todo. Agustín Sánchez Vidal nos sólo por quererte» (1976: 181).
dice de ella lo siguiente: «la transición del Pero, como ya habíamos indicado, los
catolicismo al comunismo, del anonima- cataclismos del poeta en estos años son
to a la consagración, el proceso básico de aún mayores; uno de ellos es el paso de un
Miguel Hernández, tiene lugar entre 1933 cierto tipo de catolicismo a una toma de
y 1936, etapa que, junto a la de adolescen- conciencia social, que terminará llevándo-
cia, es la más necesitada de clarificación, lo hacia una apuesta por los desheredados.
acotación y estudio riguroso» (1993: 102). En un momento de la obra, el autor
Se ha afirmado que el eje central en nos indica cómo la tormenta amorosa no
torno al que El rayo que no cesa gira es el se debe solo al amor hacia la amada, sino
del amor sentido y vivido como un destino que se proyecta hacia un territorio más
trágico. El poeta experimenta una suerte amplio. Y, así, en el poema 28 nos llega a
de convulsión y de catarsis, de la que va a decir: «Un amor hacia todo me atormen-
surgir un nuevo destino humano que en él ta» (1976: 175). Este cataclismo amoroso,
se cumplirá como sino sangriento, como esta tormenta provocada por el amor, apa-
destino trágico: la guerra, la derrota, la rece expresado, a lo largo de El rayo que
cárcel y la muerte. Y todo esto parece estar no cesa, a través de toda una constelación

78
El rayo como símbolo hernandiano

simbólica –como ya apuntábamos– en la


que, a partir de elementos cósmico-me-
teorológicos (tormenta, rayo, trueno...),
van a terminar implicándose otros elemen-
tos de tipo metalúrgico (cuchillo, hierro,
herrero, fragua...), de tipo zoológico (toro)
y también geológico (piedra), para expre-
sar siempre una significación ambivalen-
te y dualista, en la que entran en juego
elementos negativos (ruina, destrucción,
dolor, sufrimiento, pena, muerte), pero
también positivos: generación, fecundidad
(y aquí entraría, por ejemplo, la aparición
del elemento simbólico de la lluvia, o de la
semilla), que, en definitiva, no es otra cosa
que continuación de la vida.

El rayo: su presencia en El rayo


que no cesa

Las alusiones expresas al rayo en El rayo


que no cesa podemos encontrárnoslas a lo
largo de cinco poemas distintos. Convie-
ne descifrar sus significados, para percibir
cómo funciona el símbolo. En el poema
que abre el libro, el que con mayor ampli-
tud y desarrollo lo aborda, el rayo está vis-
to como metal celeste, que cae con su au-
reola de luz («fulgentemente»), que vuela 145). Aquí, a través de esta contraposi- Ilustración de
y brilla en torno a la vida del poeta, y que, ción –«amor o infierno»–, comenzamos a Ramón Fernández
Palmeral
picándolo (se trata de «Un carnívoro cu- percatarnos de la ambivalencia y el dua-
chillo», que es, en realidad, un «Rayo de lismo del símbolo rayo, con sus vertientes
metal crispado»), se adentra en su interior, positiva y negativa, como haz y envés que
para hacer en él «un triste nido» (1976: la herida o el daño del metal celeste le
145). provocan.
La acción de tal «carnívoro cuchillo» Frente a este daño celeste, metafísi-
(analogía de «Rayo de metal crispado») co, por el que se siente marcado, el poe-
provoca en el poeta efectos devastado- ta enuncia un desafío: «Pero al fin podré
res, pues lo lleva al envejecimiento y a la vencerte, / ave y rayo secular, / corazón»
pérdida de plenitud vital (su sien «negra (1976: 146). El poeta percibe, sí, que sal-
está», y su corazón, «con canas»). Lo cual drá vencedor de la tormenta amorosa que
hace percibir al poeta que irá a buscar su lo asedia. Estamos ahora ante una analo-
perdición a donde quiera que vaya. Porque gía significativa también para comprender
este se siente con una herida metafísica el símbolo, entre ave –rayo– y corazón. El
que hace eterno su pesar, su dolor; y nota vuelo descendente del rayo, desde las altu-
que es imposible descansar «de esta la- ras celestes, tiene como blanco el corazón
bor / de huracán, amor o infierno» (1976: del poeta. Y le ha producido una herida

79
José Luis Puerto

cordial, pues el rayo, como «carnívoro en torno a la cual el poeta articula otras,
cuchillo» procedente de lo alto –a modo como «duras cabelleras», «espadas» o «rí-
de flecha lanzada por una deidad que no gidas hogueras». Todo este arsenal puntia-
se identifica, algún tipo de Cupido– ha gudo y rígido apunta al corazón del poeta,
hecho que, en su interior cordial, anida- que reacciona frente a tal daño a través de
ra el amor. La acción del rayo-cuchillo no un nuevo oxímoron, que recalca de nuevo
ha terminado; de ahí que el poeta tenga la ambivalencia de toda esta constelación
que apostrofar al final del poema: «Sigue, simbólica: su corazón «muge y grita».
pues, sigue, cuchillo, / volando, hiriendo» Pero ahora el autor nos transmite una
(1976: 146). nueva información sobre tal rayo. Se nos
La constelación conceptual que el poe- dice que tiene su origen en el propio poe-
ma traza –rayo, cuchillo, ave, corazón– ta («de mí mismo tomó su procedencia»)
lleva adherida toda una carga semántica y que en él mismo ejerce «sus furores».
marcada por la negatividad: «cuchillo» En el poema aparecen, asociados con el
aparece marcado por el epíteto «carnívo- símbolo del rayo, dos elementos bien co-
ro», así como por una imagen que es al nocidos en la cultura tradicional –como
tiempo prosopopeya y casi oxímoron: «de veremos y analizaremos en sus respectivos
ala dulce y homicida». Tal cuchillo abre y apartados–, como son la fragua y la piedra.
cierra el poema. Su acción final, «volando, En el poema xii –un soneto, molde mé-
hiriendo», en gerundio, muestra la perma- trico absolutamente predominante, como
nencia del daño, una herida que no cesa, es bien sabido, en la obra; el que comienza
a la que el título del libro alude. «Una querencia tengo por tu acento»–, el
Como daño celeste, no es casual que se autor pide a la amada ausente, en el últi-
asocie con el concepto de vuelo, a través mo terceto, que acuda a serenar su pen-
de la insistencia en términos como «ala», samiento, «que desahoga en mí su eterno
«vuelo», «nido», «ave», «volando»... Ele- rayo». El continuo pensar en su amada es
mentos todos ellos que entretejen en el también como un rayo, que sume al poeta
poema una red conceptual que apunta a en la zozobra, impidiéndole todo estado de
una acción celeste, en este caso de natu- serenidad.
raleza dañina. Dañina, sí, pero contrapo- El soneto que lleva el número xiii no
siciones como las ya apuntadas –«amor alude expresamente al rayo, que sería uno
o infierno», «ala dulce y homicida»– nos de sus efectos, sino a la tormenta, como
indican ya desde el principio la ambivalen- cataclismo que al poeta sacude. En él nos
cia o naturaleza dual del símbolo. confiesa cómo «Mi corazón no puede con
El poema ii («¿No cesará este rayo la carga / de su amorosa y lóbrega tormen-
que me habita...?»), estructurado en sus ta» (1976: 158). Ahora ya lo comprende-
dos cuartetos por sendas interrogaciones mos: la tormenta que sacude su corazón es
retóricas, alude a cómo el rayo habita el de amor, es «amorosa y lóbrega». (El análi-
corazón del poeta, esto es, su parte cordial sis de los factores cromáticos y lumínicos
y afectiva. Y lo habita de dos modos que sombríos que recorren la obra también es
constituyen otras tantas imágenes –«de importante para entender el estado amo-
exasperadas fieras», «de fraguas coléricas y roso del poeta, expresado a través de ele-
herreras»–, una de tipo zoológico y de tipo mentos meteorológicos).
laboral la otra, para recalcar, a través de Al final de otro soneto (poema xx), des-
los epítetos «exasperadas» y «coléricas», el cubrimos una nueva analogía del rayo. El
estado turbulento en que se halla. La ana- propio poeta («un rayo soy sujeto a una re-
logía del rayo es la de un cuchillo mineral doma») aparece vinculado fatalmente a la
descendente –«terca estalactita»–, imagen redoma, que, acaso, al ser vasija de vidrio

80
El rayo como símbolo hernandiano

abombada y que se va estrechando hacia


la boca, pudiera ser una simbolización
de lo femenino (lo redondo, el vientre, la
fecundidad...).
No falta tampoco la alusión expresa al
rayo –asociado con otros elementos sig-
nificativos en su constelación simbólica,
que analizaremos después– en la «Elegía».
Ante la muerte del amigo, del que se había
ido dolorosamente distanciando, exclama:
«En mis manos levanto una tormenta /
de piedras, rayos y hachas estridentes /
sedienta de catástrofes y hambrienta».
En este caso, la turbulencia de su estado
psíquico ya no está motivada por el amor,
Júpiter y Juno, de
sino por la muerte del amigo. Tal tormenta Annibale Carracci
es una imagen de una perturbación, cau- (Galería Farnese,
sada por el dolor, de la estirpe de las furias Roma)
quevedianas.
lluvia» (1981: 103). Dentro del segundo
tipo, el de los dioses fecundadores, que
Significaciones antropológicas, son, al tiempo, dioses de la tormenta, nos
etnográficas, religiosas encontramos, entre otros –según la reli-
gión de que se trate–, con Zeus, Min, Par-
El rayo, como elemento cósmico y meteo- janya, Indra, Rudra, Haddad, Baal, Júpiter
rológico del que prácticamente todos los Dolichenus o Thôrr. Tales dioses poseen
seres humanos –pertenezcan al ámbito valencias comunes. Entre otras, podría-
histórico, geográfico, antropológico, cultu- mos destacar su fuerza genésica –de ahí
ral... que sea– tienen experiencia, es una que sean asociados con el toro–, así como
realidad marcada tanto por el hecho reli- su vinculación con el trueno y la lluvia. Se
gioso como por el mundo de las creencias. relacionan, de este modo, con lo que Elia-
Para una mejor profundización y com- de llama «las epifanías de la fuerza y de la
prensión del significado del rayo en esta violencia», como resortes imprescindibles
obra, podemos servirnos de lo que sobre él para que aparezcan las energías que ase-
dicen la historia de las religiones, la antro- guran la fertilidad biocósmica.
pología y la etnografía. ¿No es este sustrato –fuerza, violencia,
Tomemos como punto de partida el ám- fertilidad...– el que se respira justamente
bito de la historia de las religiones. Mircea en El rayo que no cesa? Observemos, ade-
Eliade distingue dos grandes tipos de divi- más, cómo, en el ámbito religioso de las
nidades celestes: un primer tipo sería el de divinidades celestes, aparece una clara
los dioses del cielo, vistos como soberanos asociación entre el rayo y el toro, fuerzas
absolutos, dueños del mundo y guardia- genésicas que aseguran dicha fertilidad.
nes de las leyes; mientras que un segundo Tal asociación también es poderosa e
tipo –el que nos interesa más aquí– esta- importante en esta obra hernandiana; de
ría constituido por el de los fecundadores: modo que los conceptos de rayo y toro per-
«dioses del cielo, creadores, principios tenecerían a una misma constelación sim-
masculinos por excelencia, esposos de bólica, marcada por significaciones ambi-
la gran diosa telúrica, dispensadores de valentes de daño, por un lado y, por otro,

81
José Luis Puerto

parte pertenecientes al ámbito indoeuro-


peo, funciona a la perfección el complejo
religioso cielo-rayo-fecundidad. En él apa-
rece la figura del toro, palpable a través
de elementos de distintos tipos que están
bien documentados: los sacrificios del toro
en el antiguo Irán; la representación, por
medio de un toro, del dios de la tormenta
en Ur, durante el tercer milenio antes de
Cristo. Y, en general, como Eliade indica,
«en todas las culturas paleoorientales el
‘poder’ estaba simbolizado sobre todo por
el toro» (1981: 108).
Y aún nos aparece otro elemento, en el
ámbito de las divinidades celestes, y espe-
cíficamente de los dioses de la tormenta,
Miguel Hernández que nos permite ampliar la constelación
en el Frente Sur, en
marzo de 1937
religioso-simbólica, que hasta el momen-
(Fundación Cultural to constaba de dos elementos (rayo-toro).
Miguel Hernández) Aunque no conocemos su nombre, la di-
vinidad celeste de los hititas «[e]ra dios
de fuerza que asegura la continuidad de del cielo y del huracán, de los vientos y
la vida. Como indica Eliade –y estas pala- del rayo. [...] su símbolo es el rayo, el ha-
bras iluminan esa presencia de ambos ele- cha o la maza» (Eliade, 1981: 108). Así,
mentos en El rayo que no cesa– sobre las pues, la constelación de que hablamos se
antiguas religiones euroasiáticas, «[e]l toro enriquece con el hacha y la maza de los
y el rayo fueron desde muy pronto (2400 forjadores metalúrgicos, de los fundido-
a. C.) los símbolos conjugados de las divi- res y herreros. Algo que también aparece
nidades atmosféricas [...]. El mugido del en El rayo que no cesa, donde nos vamos
toro se asimiló en las culturas arcaicas al a encontrar con todos estos elementos:
huracán y al trueno [...]; uno y otro eran rayo, toro, hierro –a veces, más genérica-
epifanías de la fuerza fecundante» (1981: mente, metal; el campo semántico de lo
107). La tormenta –de la que el rayo es relacionado con el trabajo de la herrería
una de sus más poderosas manifestacio- y de los metales es muy rico en la obra
nes– supone, para la mentalidad arcaica, hernandiana–, que funcionan como imá-
el desencadenante más eficaz de las fuer- genes de un indudable valor simbólico,
zas creadoras. Así, Indra, una de las divi- marcadas siempre por una ambivalencia
nidades celestes del segundo tipo al que significativa: la del daño (dolor y muerte)
aludíamos, posee atributos en el sentido y la de la convulsión genésica (amor, reno-
en que venimos hablando: derrama la llu- vación de la vida).
via, regula la humedad, al tiempo que es Podríamos añadir todavía otro elemento
el dios de la fertilidad y el arquetipo de las a esta constelación (simbólico-religiosa,
fuerzas genésicas; está visto como el «toro cuando alude a las divinidades celestes y
de la tierra», como el fecundador de los de la tormenta que hemos indicado; y, al
campos, y también de los animales y de las tiempo, simbólico-poética, cuando apare-
mujeres (Eliade, 1981: 104). ce en la obra de Miguel Hernández), ya
En este territorio de las divinida- que también se encuentra en ella y enri-
des celestes euro-asiáticas, la mayor quece su campo significativo: la piedra.

82
El rayo como símbolo hernandiano

Ahora tendremos que ir desentrañando es lo predominante, creemos que tam-


significaciones de toda esta constelación bién en la obra hernandiana. Marianne
simbólica relacionada con el rayo, desbro- Oesterreicher-Mollwo afirma lo siguien-
zando cada uno de sus elementos. Pero te: «Se le considera en muchas culturas
antes veamos qué puede aportar a la in- como el símbolo o expresión de la fuerza
terpretación de este símbolo hernandiano divina, que se manifiesta como efecto ate-
la perspectiva que adopta J. G. Frazer al morizador o creativo. [...] Especialmente
abordar el fenómeno del rayo. El antropó- en oriente, se acentúa la relación del rayo
logo inglés nos habla, por ejemplo, de la con la lluvia tormentosa, poniendo así de
divinización del rayo por parte de no pocos relieve su conexión con la fecundidad; en
pueblos primitivos, ya que, con la tormen- consecuencia, su claro significado fálico»
ta, es portador de la lluvia y, por tanto, de (1983: 187). Observemos cómo, en Mi-
la fertilidad. Nos indica también cómo los guel Hernández, también aparece el ele-
sitios fulminados por el rayo son sagrados; mento fecundador de la lluvia, vinculado
y nos dice en este sentido: «lo mismo grie- con las significaciones que al rayo otorga
gos que romanos identificaron a este gran la autora citada.
dios del cielo y del roble con la centella J. C. Cooper conecta el rayo a otros
que hiere al suelo y ellos cercaban con va- elementos de su constelación: «El rayo
lla este sitio fulgurado y lo consideraban también simboliza la unión sagrada del
consagrado desde entonces. No se hace dios celeste fecundador y la madre tierra
difícil suponer que los antepasados de cel- receptiva; es un atributo de todos los dio-
tas y germanos en las selvas de la Europa ses herreros como Hefesto, Vulcano y Tor.
central respetaban asimismo, y por razo- Son símbolos del trueno y atributos de
nes semejantes, al roble fulminado» (Fra- todos los dioses del cielo y las tormentas:
zer, 1986: 794). el martillo, el tambor, el hacha, el hacha
A partir de esta sacralización de los lu- de luz; el trompo; el roble» (2002: 152).
gares en los que el rayo había descargado, Al tiempo nos indica que, en la religión
podríamos entrar, ya en la obra de Her- sumerio-semita, «[e]l dios de la tormenta
nández, en un ámbito que solo dejamos Adad monta un toro y lleva rayos; Marduk
apuntado: la sacralización de los seres ful-
minados por el amor; en este caso, el poe-
ta y la amada, desde el momento en que
accede a corresponder.
Interesantes son también, en Fra-
zer, los apartados y párrafos que dedica
a hablar sobre los talismanes utilizados
contra los rayos en las culturas antiguas,
entre los que se encuentran los tizones
y leños quemados en las hogueras solsti-
ciales, tanto en las de verano como en las
de invierno.
Si recurrimos a lo que los diccionarios
de símbolos indican en torno a las signifi-
caciones otorgadas al rayo, nos encontra-
remos con sentidos ambivalentes y duales,
en los que aparece el aspecto del daño
que causa, pero asimismo con otros rela- Martillo de Tor,
cionados con la fecundidad, que quizás símbolo del trueno

83
José Luis Puerto

lleva un rayo; en el arte babilonio, el rayo conglomerado significativo en el que tam-


se asocia al toro» (153). bién se encuentran el rayo, el hierro y la
Desde esta perspectiva, nos aparece piedra, elementos todos ellos con los que
también ese conglomerado simbólico en aparece asociado en esta obra.
El rayo que no cesa, que vincula al hierro El toro tiene en ella un carácter genési-
(herrero, martillo, hacha...) y al toro no co, marcado por la virilidad. Es el animal
solo con el rayo, sino con los dioses de la de la generación. Pero también es un ani-
tormenta, que son –no lo olvidemos– dio- mal que, desde antiguo, aparece vincula-
ses fecundadores de la tierra. Sin excluir, do a ritos sacrificiales, precisamente para
claro está, el aspecto doloroso y trágico provocar la fertilidad y la fecundidad tanto
que el rayo también comporta. del mundo vegetal como del animal y del
La convulsión hernandiana, tal y como humano. Es verdad que también es en la
aparece expresada en esta obra suya, es obra una simbolización indudable del des-
una convulsión amorosa. En todas estas tino trágico del ser humano.
simbolizaciones predomina el elemento Pero, ya desde antiguo, como ocurre en
de fecundidad, de prolongación de la vida, religiones indoeuropeas y orientales, apa-
en esa unión de lo masculino y lo feme- rece asimismo asociado al elemento lunar
nino; por mucho que el poeta sienta a la (se ha hablado, en este sentido, de la for-
amada –son las vacilaciones por las que ma lunar de su cornamenta), con lo feme-
toda conquista amorosa pasa– como ene- nino, con la lluvia y con lo húmedo. Ele-
miga, según una tradición poética europea mentos que también, en definitiva, aluden
bien conocida por otra parte. a la fertilidad y fecundidad.
En Hispania, Diodoro habla de la exis-
tencia de un antiguo culto al toro, que se
El toro daba, sobre todo, en los estratos inferiores
de la sociedad, ya que «el animal era con-
La presencia simbólica del toro es de siderado como depósito de fecundidad
una gran importancia en El rayo que no y como objeto de virtudes apotropaicas»
cesa. Ya sabemos que el toro pertenece al (Blázquez, 1975: 69). Existen, además,
en la Península Ibérica, varios mitos que
aluden a la potencia genésica del toro y
a su relación con la mujer, como son la
narración del oricuerno, la leyenda del
obispo Ataúlfo, así como la historia del
toro de oro; mitos todos ellos que analiza
ese extraordinario y secreto historiador de
las religiones, desaparecido en plena ma-
durez, que fue Ángel Álvarez de Miranda
(1962).
También, hasta el siglo xviii en que fue
prohibido, existió, sobre todo en el ámbito
extremeño y en el sur salmantino, el llama-
do «toro de San Marcos», al que el Padre
Feijoo le dedica sendos textos en el Teatro
crítico universal y en las Cartas eruditas y
curiosas. Un toro que se volvía manso du-
Fray Benito rante la fiesta del santo y que era engala-
Jerónimo Feijoo nado y se dejaba acariciar por las mujeres;

84
El rayo como símbolo hernandiano

elemento indudablemente vinculado con


la fecundidad.
Todo este sustrato está también en El
rayo que no cesa. Y sería un tema –el del
toro en Miguel Hernández– que merece-
ría nuevos análisis, a la luz de todos estos
elementos; un análisis que nosotros no po-
demos abordar aquí, pese a que el toro for-
ma parte de ese conglomerado simbólico
al que estamos aludiendo y donde el rayo
ocupa una posición axial.

El hierro: su presencia en El rayo


que no cesa

El hierro –ya lo hemos indicado– pertene-


ce a la misma constelación simbólica que
el rayo. Ya lo veíamos funcionar, al princi-
pio de la obra, como metal celeste. For-
ma parte también de esa hierofanía de las
fuerzas celestes que descienden hasta el Guernica, de Pablo
Picasso (fragmento).
corazón del poeta, mientras dura su estado (Museo Nacional
de enamoramiento. Las alusiones al hierro Centro de Arte
y a todo el territorio significativo que confi- Reina Sofía, Madrid)
gura –herreros; fraguas, herrería, yunques;
metal, acero, hierro; herramientas, marti- de rima, en los versos interiores del primer
llo, cuchillo, guadañas, sartenes, espadas, cuarteto, son «amores / [...] destructores»,
puñales, hachazo, rejas (de los arados)...– algo que enseguida nos lleva al título de
aparecen desperdigadas a lo largo y ancho Aleixandre La destrucción o el amor, que
de El rayo que no cesa, formando, como aquí no aparece como disyuntiva, sino
vemos, delimitados campos léxicos. como asociación para expresar ese amor
Nos interesa analizarlo aquí, porque marcado por un sino trágico, como el poe-
–como ya hemos visto– constituye una ta lo siente.
analogía con el rayo, trazada por el propio La asociación del hierro con el toro con-
poeta. No podemos detenernos en cada tinúa, por ejemplo, en el poema xvii, don-
uno de los poemas en los que aparecen ta- de el poeta nos dice en el primer terceto:
les elementos relacionados con el territorio «Y como el toro tú, mi sangre astada, / que
significativo del hierro. Solo sugeriremos el cotidiano cáliz de la muerte, / edificado
rasgos que, en algunos de ellos, pueden con un turbio acero» (1976: 164). El autor
resultar reveladores de las significaciones ofrece a la amada, en un cáliz edificado
que alcanza tal constelación simbólica. con un metal marcado por el sufrimiento
En el poema i, ya veíamos establecida la («turbio», «muerte»), su sangre enamora-
analogía entre el «carnívoro cuchillo» y el da, sobre un implícito altar del amor que
«Rayo de metal crispado». nos llevaría a conceptos expresados en la
En el poema xiv, el efecto destructor de ideología del amor cortés.
los metales puntiagudos aparece relacio- Las vinculaciones entre el toro y el
nado con el toro. Las palabras en posición metal siguen apareciendo reiteradas

85
José Luis Puerto

cosecha-resurrección. Recordemos que


esta lógica agrícola funciona ya, en la an-
tigua Grecia, en los misterios de Eleusis,
cuyo principal emblema era, muy signifi-
cativamente, la espiga.
Y un tercer elemento de la perspectiva
del hierro o de los metales en la «Elegía»,
nos lo encontramos en la alusión a la mi-
nería; a la labor minera a la que el poeta
está dispuesto, para rescatar la vida del
amigo, como si de un mineral valioso se
tratara: «Quiero minar la tierra hasta en-
contrarte». Mircea Eliade habla, en este
sentido, de la sacralidad telúrica, de la
que participan las minas y los minerales
(1986: 24).
En el «Soneto final» (1976: 181), el
poeta expresa la desgracia a la que se ve
sometido «por quererte y sólo por querer-
te». Para expresar tal desgracia, se sirve,
en el segundo cuarteto, de imágenes re-
veces en la obra, como si el poeta qui- lacionadas con el hierro y con la labor de
siera, intuitivamente, recalcarlas. En el los herreros. Así, se refiere al «dolor de los
muy conocido poema xxiii, el poeta nos yunques inclementes» y de cómo se siente
indica que «como el toro estoy marcado arrastrado por «los herreros torrenciales».
/ por un hierro infernal en el costado» Los epítetos contribuyen a recalcar las sig-
(1976: 170). Es el mismo costado por el nificaciones de la tormenta o cataclismo
que el «carnívoro cuchillo» inicial se ha- amoroso que sufre.
bía introducido en el corazón del poeta, Los símbolos metalúrgicos –asociados
para en él entretejer el «triste nido» del y pertenecientes siempre a la constela-
amor. ción del rayo– son, así, en El rayo que no
En la «Elegía» (1976: 179-180), hay cesa altamente significativos. Es como si
una presencia del hierro que traza va- el corazón enamorado del poeta fuera una
rias líneas significativas. Por una parte, fragua en la que de continuo laboran esos
la muerte está vista como hachazo («un «herreros torrenciales», provocando en él
hachazo invisible y homicida»), a través un dolor permanente, al golpear con sus
de una herramienta de hierro, que nos martillos en los yunques instalados en
lleva al oficio de los leñadores; la muerte ella.
implícitamente vista como leñador, que Podríamos, en este ámbito, establecer
taja el árbol de la vida del amigo. Por otra, una oposición, de tipo bachelardiano, en-
la perspectiva esperanzada de otra labor, tre lo puntiagudo (y, por tanto, masculino,
la de los labradores, que nos llevaría al activo) y lo redondo (femenino y pasivo).
territorio de la agricultura («Volverás al Se trata de una oposición relacionada con
arrullo de las rejas / de los enamorados la fecundidad y, por ello, muy pertinente
labradores»), alude implícitamente a la en El rayo que no cesa. Agustín Sánchez
perspectiva de la resurrección, presen- Vidal ha ensayado y acometido tal tarea,
te en el tiempo cíclico que la lógica del que así nos la evita (en Hernández, 1976:
cereal supone: siembra-muerte, espiga, 47-48).

86
El rayo como símbolo hernandiano

Significaciones antropológicas,
etnográficas, religiosas

El hierro, en un periodo prehistórico in-


cipiente, en el origen de su edad, llegó a
considerarse como elemento caído del
cielo, de ahí también –como le ocurrirá a
la piedra– su asociación con el rayo y su
descarga. Como indica Eliade, el hierro,
«[y]a pase por caído de la bóveda celeste,
ya sea extraído de las entrañas de la tierra,
está cargado de potencia sagrada» (1986:
27). Estamos, pues, ante una materia car-
gada o investida de sacralidad. Como me-
tal celeste que es –según antiguas creen-
cias–, procede de «arriba» y se le otorga un
carácter trascendente. Se le atribuye, por
todo ello, una condición de materia mara-
villosa, capaz de obrar milagros. Todo esto
se debe, acaso –como Eliade supone–, a
un recuerdo, fuertemente mitologizado,
del tiempo en que los pueblos empleaban
solo el hierro meteórico.
Y, entre los objetos de hierro, al cuchillo
se le atribuían virtudes de alejar los demo-
nios y –en el nordeste de Europa, afirma
Eliade– «los objetos de hierro defienden como un verdadero héroe civilizador, pues Vulcano templa las
las cosechas tanto de las inclemencias del lleva y difunde las tecnologías del hierro a flechas a Amor, por
Andrea Tiarini
tiempo como de los sortilegios y del mal pueblos que las desconocen. Y tal carácter
(Fundación Cassa di
de ojo» (1986: 28). se otorga también al lugar de su trabajo: Risparmio di Reggio
Así, pues, vemos al hierro vinculado la fragua, la herrería, con esa vinculación Emilia)
a la protección de las cosechas o, lo que –simbólica y relacionada con la fecun-
es lo mismo, de la fertilidad. Algo que didad– de lo masculino y lo femenino, a
también nos remite al mundo poético de través de la función complementaria del
Hernández. El hierro adquiere, entonces, martillo y del yunque respectivamente.
las mismas significaciones que el rayo y El hierro, pues, con todo el campo con-
que la piedra celeste (que enseguida ve- ceptual que lo forma –herrero, fragua,
remos). De hecho, en El rayo que no cesa, yunque, martillo, cuchillo, aperos elabora-
aparecen también asociados. Recordemos dos con ese metal–, se halla dentro de esa
cómo el poeta veía el rayo como «carnívo- constelación simbólica a la que venimos
ro cuchillo», una metonimia a través de la aludiendo, tan importante para compren-
cual está vinculando rayo-hierro. der el sentido de la convulsión amorosa
La figura del herrero aparece, desde que expresa Miguel Hernández en El rayo
antiguo, también sacralizada. Es tenido que no cesa, ya que el poeta se sirve, para
como poseedor de grandes fuerzas y como significarla, de tales símbolos.
gigante, de la estirpe de los semidioses y Es una vez más Mircea Eliade el que
de los héroes –recordemos a Vulcano y pone en relación todos los componentes
su fragua–; al tiempo que es considerado de esta constelación simbólica y quien

87
José Luis Puerto

habla de las significaciones que tiene, que amorosa–, se nos muestra también, y ex-
también valen, claro, para El rayo que no presamente, como varón fecundador, si-
cesa (Eliade, 1986: 30): tuándonos dicho relato dentro de las mi-
tologías de la fecundidad. En uno de los
Quedémonos por el momento con esta sonetos más conocidos de la obra («Como
secuencia de imágenes míticas: los dio- el toro he nacido para el luto», poema
ses de la tormenta golpean la tierra con xxiii), Hernández establece una serie de
«piedras de rayo»; tienen por insignia el símiles, que estructuran las estrofas del
hacha doble y el martillo; la tormenta es soneto, entre el toro y él. Ya en el primer
el signo de la hierogamia cielo-tierra. Al cuarteto, se nos muestra marcado –al igual
batir su yunque los herreros imitan el ges- que el toro de su particular mitología– «por
to ejemplar del dios fuerte; son, en efecto, varón en la ingle con un fruto». Podemos
sus auxiliares. Toda esta mitología elabo- verlo, entonces, como Dios fuerte, como
rada en torno a la fecundidad agraria, a Varón fecundador. El telurismo de la obra
la metalurgia y al trabajo es [...] bastan- tendría entonces también un valor simbó-
te reciente. La metalurgia, posterior a la lico: la amada estaría vista como una con-
alfarería y la agricultura, se enmarca en creción del arquetipo femenino universal
un universo espiritual en el que el dios de la Gran Madre Tierra.
celeste, todavía presente en las fases et-
nológicas de la cosecha y la caza menor,
es definitivamente derrotado por el Dios La piedra: su presencia en
fuerte, el Varón fecundador, esposo de la El rayo que no cesa
Salvador Soria, Gran Madre terrestre.
Homenaje a Miguel
Hernández
Agustín Sánchez Vidal indica que «[l]a
(Fundación Cultural El poeta, en El rayo que no cesa –todo piedra es el símbolo básico de toda esta
Miguel Hernández) un relato de su tormenta o convulsión etapa de Miguel Hernández» (en Hernán-
dez, 1976: 103). En el ámbito simbólico
de El rayo que no cesa, aparece expresa-
mente vinculada por el poeta al rayo. Así
lo hace en el segundo de los poemas de la
obra, cuando indica expresamente: «Esta
obstinada piedra de mí brota / y sobre mí
dirige la insistencia / de sus lluviosos rayos
destructores» (147).
Aparecen aquí, además de la vincula-
ción piedra-rayo (ya veremos enseguida
las creencias tradicionales en las llamadas
«piedras del rayo»), dos epítetos aplicados
a estos últimos, configurando, de nuevo,
en una significación de la naturaleza del
oxímoron, un sentido ambivalente y dual:
los rayos son «lluviosos» (la lluvia como
símbolo de fecundidad, indica Eliade,
también es patrimonio de los dioses ce-
lestes y de la tormenta) y, por tanto, apa-
recerían marcados, en este caso, por lo
positivo, puesto que la lluvia hace posible
la fertilidad de la tierra; pero también son

88
El rayo como símbolo hernandiano

«destructores», epíteto con el que el poeta


alude a su connotación negativa.
En el poema xvii, de nuevo un soneto,
se establece ahora una analogía entre toro
y piedra, con lo que señala el autor una
nueva vinculación dentro de esta conste-
lación de símbolos marcada por el rayo.
Dice el poeta refiriéndose al toro: «y su
vasto poder de piedra y pino / cesa debili-
tado en la caída» (1976: 164). ¿Será esta,
aquí, la piedra celeste, la piedra del rayo?
El término «caída» alude, sin duda, a la
muerte del toro, fulminado por la espada,
por el hierro; pero, en una lectura de dis-
tinto tipo, podría aludir, también, a la caí-
da de la piedra celeste.
La piedra, en otro caso, se identifica con
la amada; como ocurre en el poema xxv,
donde, dirigiéndose a esta (en una contra-
posición entre voz y silencio), indica: «Por
piedra pura, indiferente, callas: / callar de
piedra» (1976: 172). Ese callar de piedra
de la amada, ese silencio enigmático, pue- la punta del rayo y, cuando este descarga, Eduardo Lastres,
de aludir a la imposibilidad de acceder al cae en tierra y se hunde siete estadios bajo Homenaje a Miguel
Hernández
centro de la amada, a conquistar su volun- el suelo. Luego, va emergiendo un estadio
(Fundación Cultural
tad y su amor, en definitiva; interpretación cada año, de modo que, al séptimo año Miguel Hernández)
que avalaría el término «murallas» del pri- tras la caída, se halla ya en la superficie.
mer terceto. Quien se encuentre con ella y la lleve
Y, en fin, en «Elegía», la piedra vuelve a consigo quedará protegido de cualquier ful-
aparecer en un conglomerado simbólico, minación celeste; de ahí que, hasta no hace
asociada con la tormenta (rayos) y con el mucho tiempo, fuera frecuente que los
hierro (hachas) –«En mis manos levanto pastores la llevaran con ellos. Y se le atribu-
una tormenta / de piedras, rayos y hachas yen determinadas propiedades, como, por
estridentes» (1976: 180)–, para expresar ejemplo, la de que es incombustible: pues
la convulsión que en el poeta provoca la se cree que, si se echa a la lumbre en la
muerte de su amigo, que no acepta. casa, sigue permaneciendo fría y, si es ro-
deada por un hilo, este tampoco arde ni se
quema en la lumbre. En la casa en que se
Significaciones antropológicas, halle una piedra del rayo, no caerá ninguna
etnográficas, religiosas descarga celeste. Estamos, por tanto, ante
una piedra tenida, en la estimación tradi-
En la cultura tradicional del occidente eu- cional campesina, como caída del cielo;
ropeo y específicamente de la Península esto es, como celeste, con una doble sig-
Ibérica, los campesinos conocen y hablan nificación, de herida y de muerte, por un
de la llamada «piedra del rayo». Según lado, y de protección por el otro.
las creencias populares, la piedra del rayo En determinadas culturas y religio-
–que es en realidad una ceraunia, o hacha nes antiguas, tanto de pueblos asiáticos
prehistórica de piedra pulimentada– va en como europeos, se produjo una valoración

89
José Luis Puerto

y, al tiempo que hiere, fertiliza. Ya hablá-


bamos más arriba de las creencias tradi-
cionales campesinas en torno a la piedra
del rayo. Veamos el carácter que Eliade les
atribuye: «La esencia uraniana, y masculi-
na por consiguiente, de los meteoritos no
es por ello menos indiscutible, pues cier-
tos sílex y herramientas neolíticas han re-
cibido de los hombres de épocas posterio-
res el nombre de ‘piedras de rayo’, ‘dientes
de rayo’ o ‘hachas de Dios’ [...]: los lugares
donde se hallaban creíase que habían sido
castigados por el rayo. El rayo es el arma
del Dios del cielo...» (1986: 20).
La piedra del rayo como piedra de Dios,
como piedra celeste, como piedra urania-
na que hiere y que fecunda. En Miguel
Hernández, todo este complejo simbólico
Mircea Eliade de rayo, toro, hierro y piedra (no olvide-
mos la lluvia, como efecto de la descarga
religiosa de los aerolitos como piedras ce- celeste) nos remite a un territorio siempre
lestes, según Eliade indica, pues «caen so- de sacralización, marcado por la herida,
bre la tierra cargados de sacralidad celeste; sí, pero, sobre todo, por significaciones de
por consiguiente representan al cielo. De fertilidad y fecundidad.
ahí procede muy probablemente el culto
profesado a tantos meteoritos o incluso su
identificación con una divinidad [...] sobre Coda
todo con diosas de la fertilidad» (1986:
20). Y es el propio Eliade quien sigue pro- El historiador de las religiones Ángel Ál-
fundizando en las significaciones de la varez de Miranda, en La metáfora y el mito
piedra celeste, tenga el carácter que ten- (escrito en el verano de 1953), donde afir-
ga (aerolito, meteorito, piedra del rayo...), ma que la poesía, toda poesía, es una gran
vinculada siempre –y esto nos vale para las cantera para el estudio de las religiones,
significaciones del símbolo de la piedra en propuso leer la de Federico García Lorca,
El rayo que no cesa– con la fertilidad. La y su obra toda, desde la perspectiva de
piedra hiere, si cae del cielo, pero también las religiones arcaicas de tipo naturalis-
fecunda, fertiliza la tierra. ta, basadas en sacralidades naturalísticas,
La obra de Miguel Hernández está toda fundadas muy especialmente sobre la de
ella atravesada por la convulsión amorosa la vida orgánica, a través de una serie de
y, por ello, por continuos sentimientos y mitos y ritos propios, que «evidencian la
presagios de herida –es verdad–, pero profunda sacralidad atribuida a los miste-
también de fecundidad, de prolongación rios y símbolos de la vida orgánica (genera-
de la vida, dentro de ese carácter ambiva- ción, fecundidad, muerte, etc.)» (Álvarez
lente que venimos atribuyendo a toda esa de Miranda, 1963: 11).
constelación de símbolos de que se sirve, Tal tipo de análisis –siguiendo la pauta
para expresar tal convulsión amorosa. trazada por Álvarez de Miranda– fue suge-
La piedra asociada con el rayo, como des- rido también como pertinente, para abordar
carga celeste, está investida de sacra­­lidad, la poesía de Miguel Hernández, por Juan

90
El rayo como símbolo hernandiano

Cano Ballesta, quien, además de indicar En nuestra exposición en torno al sím-


que toda la poesía del autor levantino gira bolo del rayo, y toda la constelación sim-
en torno a los misterios de la vida, la gene- bólica que arrastra, en El rayo que no cesa,
ración y la muerte, subraya que estos tres también aparece la antigua raigambre, tra-
motivos fundamentales –vivir, engendrar y dicional y religiosa, de tales símbolos, para
morir– son, también en el caso de Miguel expresar ese cataclismo amoroso que lleva
Hernández, «meras revelaciones o hierofa- al poeta a crear su obra, recalcando siem-
nías de la actuación de las deidades de esta pre la ambivalencia de los símbolos que
religión naturalística que son todas seres utiliza, y que hemos ido perfilando en cada
celestes: el cielo, el sol, el rayo, y sobre todo uno de los elementos simbólicos interrela-
la luna» (Cano Ballesta, 1978: 71). cionados que en la obra aparecen.

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Pérez Ledesma, Madrid, Alianza, 1986. Miguel Hernández, 1993.

91
Entre El rayo que no cesa y Viento
del pueblo
Más datos poéticos sobre el proceso de creación
Carmen Alemany Bay
Universidad de Alicante

e
ntre Dos libros fundamenta- Hernández dedicó a algunos poetas. Re-
les de la trayectoria poética her- sultan especialmente sugerentes los esbo-
nandiana, El rayo que no cesa y zos que antecedieron a la versión definiti-
Viento del pueblo, Miguel Hernández es- va del poema «Oda entre arena y piedra a
cribió un conjunto de poemas –un total de Vicente Aleixandre»; la profundización en
17– que en su mayor parte fueron publi- ellos nos ayudará a llegar a nuevas conclu-
cados en revistas. Este corpus poético es siones sobre la presencia del poeta anda-
crucial porque supone un resumen de su luz en la poesía hernandiana.
poética inmediatamente anterior y un pri- Después de mucho tiempo de dedica-
mer atisbo de hacia dónde podría haberse ción intensa al soneto, Miguel Hernández
dirigido su creación. En este breve lapso se atreve con nuevas formas de creación a
de tiempo, que coincide con el segundo través de poemas cargados de libertad ver-
viaje del poeta a Madrid, el oriolano vivió sal que se acompañan de un renovado vo-
un profundo cambio estético e ideológico cabulario. Estas innovaciones tienen que
que tendría, obviamente, repercusiones
en sus escritos. La Guerra Civil española
rompió esas expectativas y sus versos deri-
varon hacia una poética de circunstancias
marcada por el acontecimiento bélico. En
cualquier caso, esas mutaciones no solo
son evidentes en las versiones definitivas
sino también en una nueva forma de en-
carar el proceso de creación.
El propósito de estas páginas es poner
en evidencia de qué manera esos cambios
llevaban implícita una nueva forma de ela-
borar su poesía y no tanto reiterar, como
ya ha destacado la crítica, su evolución
poética. Para ello estudiaremos aquellas
Casa de las Flores,
composiciones que tienen un elaborado Madrid, 1930-1931
proceso de creación y que en la mayoría (Fundación Cultural
de los casos coinciden con las que Miguel Miguel Hernández)

Carmen Alemany Bay pp. 92-105


Carmen Alemany Bay

El Gallo Crisis, revista dirigida por su ami-


go oriolano Ramón Sijé, publica poemas
cargados de impureza en la revista Caballo
Verde para la Poesía abanderada por el poe-
ta chileno.
Miguel Hernández ha caído en la órbita
de Pablo Neruda y de Vicente Aleixandre
y empieza a abrirse una brecha respecto a
su poética anterior. A partir de esos mo-
mentos el escritor sufre una metamorfo-
sis poética, similar a la de los tiempos de
creación de Perito en lunas, que le lleva
a una profunda experimentación. El es-
critor, aún con estas presencias, por otra
parte apetecidas y deseadas, se va engran-
deciendo como poeta porque siente que
se desprende del mimetismo, tanto poé-
tico como vivencial, que ha venido arras-
trando durante años. El conocimiento del
verso libre hace que olvide el hermetismo
ver con razones literarias y personales muy de antaño; pero no solo el verso se libera,
concretas. El escritor lleva un tiempo vi- también la palabra. Un nuevo vocabulario,
viendo en Madrid y ha conocido a dos es- sugerente y con tintes surrealistas, cruza
critores que le han abierto las miras hacia su poética. Si bien lo dicho se evidencia
una nueva visión de la poesía: Pablo Neru- en los poemas más novedosos de PS, iii
da y Vicente Aleixandre. Al mismo tiempo (así ha clasificado la crítica a los poemas
que está escribiendo composiciones para escritos entre El rayo que no cesa y Viento
del pueblo), aún quedan reminiscencias
de su poética anterior; de ahí la diversidad
que contiene este corpus poético.
El sentimiento trágico, contenido en un
dramatismo forzado que se preludiaba en
El rayo..., queda patente en las siguientes
composiciones: «Mi sangre es un camino»,
«Sino sangriento», «Vecino de la muerte» y
«Me sobra corazón»; asimismo, un cierto
tono «existencial» (Sánchez Vidal, 1992:
165) se adivina en estos versos. Ligado al
ciclo de El rayo..., y sobre todo a la conoci-
da «Elegía» a Ramón Sijé, estaría el poema
con título homónimo y dedicado a la que
fue novia de su «compañero del alma» y
hermana de los Fenoll. A estos poemas, en
Josefina Fenoll, los que aún se entrevé cierta reminiscen-
hermana de Carlos cia espiritual en un sentido heterodoxo, le
Fenoll y novia de
Ramón Sijé
seguirían otros de marcado carácter civil
(Fundación Cultural como lo son «Alba de hachas» y «Sonreíd-
Miguel Hernández) me», composiciones que de alguna forma

94
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo

inician –aunque aquí aún de forma abs-


tracta– la poesía heroica y de reminiscen-
cias épicas de Viento del pueblo.
Entre este primer bloque, marcado por
lo existencial y por la conciencia cívica, y
el otro grupo en el que Hernández home-
najea a sus poetas de siempre y también a
los de ahora, incluiríamos algunos poemas
de carácter circunstancial como lo son «A
tus facciones de manzana y cera», la déci-
ma «A Álvaro Botella» y el soneto «Al que
se va».
Otro conjunto de poemas que formarían
una unidad aparente, y que se desbarata
si nos remitimos al proceso de creación
como ya veremos, son los dedicados a poe-
tas; algunos ya fallecidos y otros contem-
poráneos y amigos de Miguel Hernández. Pablo Neruda y
Entre los primeros estarían la «Égloga», Delia del Carril
dedicada a Garcilaso de la Vega, que com-
puso a raíz del iv centenario de su muerte argentino que Hernández conoció a fina-
y publicó en Revista de Occidente (junio les de 1935 y del que seguramente asimi-
de 1936); «El ahogado del Tajo», homena- laría el papel revolucionario de la poesía.
je a Gustavo Adolfo Bécquer y escrito con La elección de los poetas vivos es clara:
motivo del centenario del nacimiento del los tres, en mayor o menor medida, han
autor; y otro, «Epitafio desmesurado a un empezado a influir en su poesía; respecto
poeta», dedicado a Julio Herrera y Reissig.
Este último creemos que fue escrito para
un número monográfico que la revista Ca-
ballo Verde para la Poesía quiso dedicar al
poeta uruguayo y que nunca se llegó a pu-
blicar. Esta serie se completaría con otras
composiciones dedicadas a poetas vivos
gracias a los cuales Miguel Hernández
no solo comienza a desvincularse de las
ataduras que suponen las formas poéticas
cerradas, como lo fueron primero la crea-
ción de octavas y décimas y más tarde los
sonetos; sino también del corsé poético y
religioso de Ramón Sijé. Del nuevo magis-
terio nacerán la «Oda entre sangre y vino
a Pablo Neruda» y, ligado a esta, el poema
a Delia del Carril, compañera sentimen-
tal en aquellos años del poeta chileno; y
la ya mencionada oda a Vicente Aleixan-
dre, compuesta en el verano de 1935. Se
completaría el elenco con «A Raúl Gon- Raúl González
zález Tuñón», versos dedicados al poeta Tuñón

95
Carmen Alemany Bay

los de los ciclos anteriores; nos referimos


a la «Elegía» y a «Égloga». Sin embargo,
en aquellos en los que hay un manifies-
to cambio, por las influencias de Pablo
Neruda y Vicente Aleixandre fundamen-
talmente, en los esbozos previos a la ver-
sión definitiva Miguel Hernández anota
ideas genéricas cuyos centros temáticos
se reproducirán en versión definitiva; pero
no proyectos de versos que después res-
cribirá en las siguientes versiones hasta
la publicada, tal como había hecho en su
obra anterior2. Esta innovadora forma de
creación creemos que tiene que ver con
la forma del poema definitivo. Cuando
Hernández escribía en formas poéticas
cerradas como la octava, la décima, el
soneto o en estrofas rimadas, los esbozos
estaban repletos de endecasílabos u oc-
tosílabos que el poeta separaba mediante
Vicente Aleixandre y guiones; ahora es la imaginación, no sujeta
Luis Cernuda al cómputo silábico, la que predomina en
la elaboración de los materiales previos a
a los muertos, son poetas que se relamen la construcción del poema. Los esbozos se
en la pena amorosa compartida por Her- convierten en tanteos de escritura reple-
nández en buena medida. tos de sucesivas imágenes que no tienen
Cinco de los poemas de PS, iii con- precedente en el proceso de creación de
tienen esbozos y, en algunos casos, ma- la poesía hernandiana. En esta tesitura
nuscritos y copias mecanografiadas con estarían «Oda entre sangre y vino a Pablo
variantes: «Elegía» a la novia de Sijé, la Neruda», «Relación que dedico a mi ami-
«Égloga» a Garcilaso, «Oda entre sangre ga Delia» y la «Oda entre arena y piedra a
y vino a Pablo Neruda», «Relación que Vicente Aleixandre».
dedico a mi amiga Delia» y la «Oda entre Comencemos con el análisis de los
arena y piedra a Vicente Aleixandre». Del poemas. El corpus textual PS, iii aparece
poema «Epitafio desmesurado a un poeta» encabezado por un poema que Hernández
existe un boceto reproducido por Agustín publicó en Revista de Occidente en febrero
Sánchez Vidal en Miguel Hernández, des- de 1936: la «Elegía» a la novia de Ramón
amordazado y regresado (1992: 165) y que Sijé que fue escrita después de la muerte
no fue incluido en la Obra completa (Her- de este. La composición está construida,
nández, 1992). Del resto, algunos tienen al igual que la afamada elegía, en tercetos
variantes poco significativas y de otros no encadenados, e incluso podríamos con-
hay constancia del sistema creativo1. siderarla una continuación de aquella; si
Entre los poemas que obedecen a un bien no se alcanza la misma altura poética,
complejo proceso de creación, detecta- los centros temáticos son idénticos. Existe
mos diferencias en su elaboración: aque- un solo boceto en el que, sin título previo,
llos que temática y métricamente están Hernández elabora frases y también versos
más cercanos a su poética anterior han que se repiten casi íntegramente en el poe-
sido concebidos de manera muy similar a ma definitivo, lo que ratifica la hipótesis de

96
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo

que el poeta escribe la primera idea de la


composición y, con esta delante, va cons-
truyendo los versos; incluso en no pocas
ocasiones tacha las frases o versos del bo-
ceto porque serán recuperados en la ver-
sión definitiva. Citemos algunos ejemplos.
Dice el poeta en el esbozo: «él me ayudaba
a paginar mis flores, él te ayudaba a apa-
centar tus pasiones un corazón de relám-
pagos y afanes»3, frases que nos remiten a
los versos 43-45 de la versión definitiva:

Corazón de relámpagos y afanes,


paginaba los libros de tus rosas,
apacentaba el hato de tus panes (516).

Siguiendo con el esbozo, más adelante


apunta: «caen los ángeles cernidos por la Gabriel Sijé
escarcha», verso que con variantes aparece (Fundación Cultural
en el poema de esta manera: «caen ánge- Miguel Hernández)
les cernidos para el trigo» (515, v. 8). Otras
frases del boceto, aunque no tachadas, tie- Del poema se conservan dos esbozos.
nen su presencia en la versión definitiva: En el primero, más breve, Hernández em-
«levántate: te esperan tus zapatos– dormi- pieza a gestar motivos que recuperará am-
dos y vacíos bajo el lecho y tu llanto en sus pliamente en el siguiente proceso de ela-
retratos–» (996), que se convierten en: boración del poema, donde hallamos un
planteamiento más claro de relación con
Levántate: te esperan tus zapatos la versión definitiva. Comienza el primer
junto a los suyos muertos en tu cama, boceto con versos heptasílabos y endeca-
y la lluviosa pena en sus retratos sílabos: «mi rumoroso cuerpo– la suscep-
(517, vv. 64-66). tible flor que un cuerpo hiere– [...] me
quiero ahogar por tratar contigo– y solo
Todo un ejemplo de cómo, seguramente, me da lástima la vida» (1002), un adelan-
se compuso la más famosa de sus elegías, to del tipo de versificación que aparece en
la dedicada a Ramón Sijé. la versión definitiva, la silva. Asimismo,
De similar creación será el poema tacha algunas frases que de forma muy
«Égloga» que, como ya hemos anunciado, similar serán recuperadas en la versión
Miguel Hernández escribió con motivo definitiva: «me quiero ahogar para tratar
del iv centenario de la muerte del poeta contigo», que en la versión definitiva reza
toledano; no fue el único, otros contem- así: «y quiero ahogarme por tratar conti-
poráneos se adhirieron a este homenaje go» (v. 92, 542), verso con el que concluye
con alguna composición dedicada al poeta el poema; y «la granada con sus pequeños
del Siglo de Oro4. En el caso de nuestro truenos tronando entre mis dientes», que
poeta, pero seguro que también de otros, se convertirá en «y su cabeza rota / una
esos versos dedicados fueron una muestra granada de oro apedreado / con un dulce
de reconocimiento a aquel que fue funda- cerebro en cada gota» (541, vv. 26-28).
mental en su aprendizaje poético; al me- En el segundo boceto, titulado «Gar-
nos en el poeta de Orihuela así fue. cilaso», el poeta empieza, al igual que en

97
Carmen Alemany Bay

presente en los poemas del ciclo de El


rayo... se trasluce en estas composiciones.
Como ya hemos anunciado, muy di-
ferente será el proceso de creación en la
«Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda»
y, relacionada con esta, la dedicada a Delia
del Carril, así como en «Oda entre arena y
piedra a Vicente Aleixandre»; la forma de
composición será muy similar en los tres
casos. Los nombres de los poetas no apare-
cen en los esbozos, solo una identificación
de la que ya hablaremos cuando hagamos
referencia al poema «Relación que dedico
a mi amiga Delia»; únicamente el conteni-
do y la construcción de las imágenes nos
Pablo Neruda remiten a los poetas en cuestión. Un nue-
vo vocabulario, sin olvidar el ya creado en
el anterior, a escribir sistemáticamente en su poética anterior, emerge en estos boce-
versos endecasílabos separados por guio- tos y en los poemas. También en esta oca-
nes: «las horas del amor que no son pocas– sión Hernández intenta imitar, como en
tus manos como lirios fatigados-» (1003). las composiciones dedicadas a Garcilaso y
En ocasiones, el proceso metódico se inte- Bécquer, el estilo de los escritores home-
rrumpe para introducir versos más breves, najeados, y esa emulación nace desde la
siempre separados por guiones, o bien fra- primera creación del poema. Como apuntó
ses más extensas que remiten a la explica- Marie Chevallier, «con Vicente Aleixandre
ción de ideas que en su mayoría aparecerán como con los otros poetas amigos, vivos o
en la versión definitiva. Nuevamente, unas muertos, lo que Miguel Hernández persi-
cuantas frases tachadas, al final ya del ma- gue es una búsqueda de sí mismo, de un
nuscrito –«tu cuerpo una armadura de dia- eco, de una coincidencia perfecta donde
mante y tu corazón un noble pez parado y poder reconocer su propio destino [...]
tu cabeza una feliz granada con un cerebro Para cantar su propio dolor recurre a for-
de encantado llanto igual el río suena en mas de los poetas amigos, creando así un
la garganta dolorida y honda-» (1004)– nos canto al unísono» (1977: 283-284).
remiten a los vv. 23-28 del poema: Del poema dedicado a Pablo Neruda
existe un solo esbozo5. Si en la versión defi-
Dulce y varón, parece desarmado nitiva el poeta intenta hacer un retrato del
un dormido martillo de diamante, chileno a través del primer poema de El
su corazón un pez maravillado hondero entusiasta, «Hago girar mis brazos
y su cabeza rota como dos aspas locas», y del «Estatuto del
una granada de oro apedreado vino» de Residencia en la tierra; en el es-
con un dulce cerebro en cada gota (541). bozo aparece difuminada esta influencia y
comienza la descripción con frases que nos
La conclusión sobre el proceso de creación remiten al primer cuarteto del soneto 3 de
en los dos poemas que hemos analizado El rayo que no cesa. Veamos ambos textos.
es que Miguel Hernández continúa cons- El esbozo a la «Oda» reza lo siguiente:
truyendo los versos de la misma manera a
la que nos tenía acostumbrados en ciclos un sentimiento, un tiburón muy dul-
anteriores; asimismo el clasicismo poético ce– encima de los ojos tus dos velludas

98
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo

guadañas enfurecidas– repugnantes es- Sigue la descripción de Pablo Neruda en


pumas, aguas de maldición caen de mis el esbozo, pero ahora con un vocabulario
ojos– maldecidas espumas maldicientes aún más cercano al del poeta chileno que
[...] tu boca con sus cuatro guadañas de se entrecruza con el suyo: «unos dientes
hacer daño y besar el barro y su ternura cansados de comer saliva solamente– el
de pezuña que acaba de nacer y no ha corazón de un canario– la lengua de un
pisado el mundo todavía– (997). verderol» (997). La presencia del término
«corazón», tan frecuente en este boceto y
Y el soneto de El rayo... dice así: por otra parte tan nerudiano, penetra en
el esbozo donde se repite en varias ocasio-
Guiando un tribunal de tiburones, nes: «mi corazón, un sapo atribulado– la
como con dos guadañas eclipsadas, calavera una nuez, cárcel de mi corazón–
con dos cejas tiznadas y cortadas mi corazón enjaulado– [...] fuerte corazón»
de tiznar y cortar los corazones (495). (997). Creo que estamos ante un atisbo de
creación donde Hernández ha intentado
También en el soneto 24 de El rayo... en- hacer un retrato del poeta con un voca-
contramos las mismas resonancias: bulario forjado ya en su poética anterior,
que se entrelaza con el nerudiano y con
que un dulce tiburón, que una manada claras referencias a poemas del chileno. A
de inofensivos cuernos recentales, diferencia de lo que ocurría en el proceso
habitándome días, meses, años (507). de creación de etapas anteriores, en este
caso solo se recuperarán casi íntegramen-
Asimismo, el esbozo, al menos en las lí- te algunas palabras para la versión defini-
neas transcritas anteriormente, nos remite tiva: «tu boca con sus cuatro guadañas de
a algunos versos del primer poema de la hacer daño y besar el barro y su ternura de
segunda Residencia en la tierra, «Un día pezuña que acaba de nacer y no ha pisa-
sobresale» (Neruda, 1971: 73): do el mundo todavía» (997) aparecerá de
la siguiente forma en verso: «la bipartida
Peces en el sonido, lentos, agudos,
húmedos,
arqueadas masas de oro con gotas en la
cola,
tiburones de escama y espuma temblorosa,
salmones azulados de congelados ojos.

Y el comienzo del esbozo («Y pájaros de


todas las especies y guitarras de todas las
edades– y órganos de todos los tamaños–
cañaveral de flautas añadidas– pájaros con
las alas entornadas–») vuelve a remitirnos
a algunos versos de «Sabor», poema de la
primera Residencia (Neruda, 1971: 19):

En mi interior de guitarra hay un aire


viejo
[...]
un pájaro de rigor cuida mi cabeza:
un ángel invariable vive en mi espada.

99
Carmen Alemany Bay

producción, el poeta crea una primera idea


que se aleja del resultado definitivo:

tragársela quisiera, devorarla ambicio-


na– un planeta de amor y otro de guerra
chocan y se entrelazan, se rechazan, se
buscan y se abrazan el mar de sangre y
su mujer de arcilla– la muerte chocante
ante la [...] se mece, se detiene, se arro-
dilla como a veces el mar ante la tierra
(998).

Tras este primer esbozo redacta un segun-


do que comienza con un breve boceto y
a continuación desarrolla el poema con
variantes. Este proceso que acabamos de
describir fue un modo de concebir el poe-
ma muy habitual en el primer ciclo de su
poética, el correspondiente a Perito en lu-
nas, y con alguna presencia en el segundo,
huella de una boca, / la más dulce pezuña el que desembocará en El rayo que no cesa.
que ha pisado» (524, vv. 97-98). La peculiaridad en este caso es que en el
La sombra de Neruda no solo estuvo desarrollo del segundo esbozo y tras la pri-
presente en los sonetos de El rayo..., sino mera frase, «tienes las manos blancas de
que también lo estará en poemas perte- tratar con la luna y los ojos azules de penar
necientes a este corpus y que publicó en en el mar», palabras que indudablemen-
Caballo Verde para la Poesía: «Vecino de la te guardan relación con lo escrito en el
muerte» y «Mi sangre es un camino». Asi- primero, apunta que aquello que está es-
mismo, los versos nerudianos, desatados, cribiendo es «para el poema Delia». Esta
telúricos y crispados, tendrán su réplica frase creemos que actúa como un meca-
en poemas de este corpus como «Alba nismo de memoria que será utilizado, de
de hachas», «Me sobra corazón» y «Sino otra forma, en Cancionero y romancero de
sangriento». ausencias. Sigue el boceto: «tu cabeza de
La misma liberación del verso que apa- espiga cubierta de abundancia se atiene a
recía en el poema dedicado a Pablo Neru- sus lados con un desmayo de oro cansado
da, y otros de este ciclo, se repite en «Re- de brillar y se yergue emitiendo cereales
lación que dedico a mi amiga Delia». En relámpagos», lo que casi de forma idéntica
esta ocasión el poeta, mediante referentes aparecerá en los versos del 12 al 14:
surrealistas, nos describe la personalidad
de la compañera del chileno; y en este Tu cabeza de espiga se vence hacia los
caso el proceso de creación nos deparará lados
una curiosidad significativa. En la prime- con un desmayo de oro cansado de
ra concepción del poema, un esbozo muy abundar
breve, se hace una descripción de encuen- y se yergue relampagueando trigo por
tros y desencuentros de fuerzas cosmológi- todas partes (525).
cas que describen simbólicamente las re-
laciones entre Pablo y Delia. En el boceto, Nótese que palabras tan nerudianas como
como será habitual en este momento de su «cereales relámpagos» han sido sustituidas

100
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo

por «relampagueando trigo», intentando


mitigar la excesiva presencia de Neruda.
A continuación, el esbozo contiene frases
como «tu ternura de agua que pasa entre
unos márgenes de zarzas y de toros» (998),
que en la versión definitiva comprenderán
los versos del 9 al 11, lo que lleva implí-
cito un cambio de orden en la versión
definitiva:

tu ternura es capaz de abrazar a los cardos


y en ella veo un agua que pasa y no se
altera
entre orillas ariscas de zarza y tauroma-
quia (525).
tierra», reaparecerá al final del esbozo. Por Homenaje a
Es más que evidente que Hernández ha otra parte, este es una clara transposición Aleixandre por La
destrucción o el amor
encontrado en la poesía de Pablo Neruda de «Mar en la tierra», perteneciente a La
en Madrid, 1935
un nuevo camino, una referencia que le destrucción o el amor. (Fundación Cultural
servirá de ejemplo para encauzar su reno- En las dos muestras previas al poema, Miguel Hernández)
vada visión de lo poético. Si trascendental y al igual que ocurrió en los esbozos del
fue su amistad con Pablo Neruda, no me- poema dedicado a Pablo Neruda y el de
nos decisiva, para lo poético y lo humano, Delia del Carril, no encontramos referen-
será la que entable con el poeta sevillano cias explícitas al nombre de Aleixandre,
Vicente Aleixandre. No son pocos los crí- pero la influencia de su poética es mani-
ticos que con acierto han indagado sobre fiesta. Si en el poema Hernández expresa
la profunda relación que entre ellos existió la alegoría del hombre abandonado en la
y también, aunque quizá ha sido tratado tierra por castigo del mar, tópico presente
de forma más superficial, la influencia del en la poesía que Aleixandre escribió en la
uno sobre el otro6. Es incuestionable que década de los treinta; en el esbozo aparece
la de Aleixandre fue mayor, y así tratare- el deseo de fusión con el poeta, al igual
mos de analizarlo en el proceso de crea- que en la «Égloga» y en «El ahogado del
ción del poema dedicado al autor andaluz Tajo», y así lo expresa en el primer esbozo:
y también desde otros referentes. «tú, sumergido– en mí cuando te mueras,
Existen dos esbozos del poema «Oda cuando tú agonices será como si la tierra
entre arena y piedra a Vicente Aleixandre». se hundiera en naufragara se hundiera
En ambos Miguel Hernández despliega detrás de mis raíces en una eternidad de
un abanico de imágenes que inciden en nada clara–» (1000-1001).
la lucha entre el mar y la tierra, identifi- El universo plagado de metáforas mari-
cándolos con el hombre y la mujer, y así lo nas creado por Aleixandre en su libro La
resumirá al final del segundo esbozo: «La destrucción o el amor tiene también pre-
mujer es amor y el hombre guerra, como sencia continuada en los esbozos, sobre
el mar y la tierra» (1001). Es posible que todo en el segundo. En este último escri-
el primer título del poema fuese «El mar y be: «la tierra entre las garras, entre los col-
la tierra», ya que en su primera génesis, y millos del mar, tierra ensangrentada, cho-
tras la escritura de unas líneas, anota en el rreante, moribunda de amor, dolor, deseo,
siguiente renglón «Poesía», y abajo el títu- como una cierva cerbalo cervati enjuto si
lo indicado; ese mismo título, «El mar y la cierva aprisionada, proeza toda temblando

101
Carmen Alemany Bay

en los esbozos y se separan con guiones y


después son recuperados en versiones con
variantes hasta la definitiva; aquí lo que
prevalece es el desarrollo de la idea que
con mutaciones aparecerá publicada.
El poema, escrito tras la lectura ávida
de La destrucción o el amor y alimentado
por una amistad que comenzó a gestarse
en el verano del 35, es un reconocimiento
al magisterio del poeta andaluz. La sombra
de Aleixandre no solo estará presente en
estos esbozos; existe un breve boceto que
se conserva en la carpeta 237 (X/100) del
Archivo de San José que nos remite a al-
gunos versos de Espadas como labios: «ma-
dre, te siento hundirte en barro, tú que me
diste huesos como espadas y labios como».
Para José Carlos Rovira (1992: 409),

y tierna en el fondo caliente de las fauces el motivo que aparece en la línea última
de un león infinito de hambre y de mele- es un juego con el título de la obra, con-
na– queda del que muere un rumor del duciéndonos a leer inmediatamente el
mar–», palabras que son un claro trasva- poema «Madre, madre» del libro citado
se del poema de Aleixandre «La selva y el (Espadas como labios):
mar» (1989:107; vv. 15-24):
La tristeza u hoyo en la tierra
Acariciar la fosca melena dulcemente cavado a fuerza de
mientras se siente la poderosa garra en la palabra,
tierra, [...]
mientras las raíces de los árboles, La tristeza como un pozo en el agua
temblorosas, pozo seco que ahonda el respiro de
sienten las uñas profundas arena,
como un amor que así invade. pozo. –Madre ¿me escuchas?

Mirar esos ojos que solo de noche fulgen, Parece clara la relación que se establece
donde todavía un cervatillo ya devorado entre el breve apunte de Hernández y los
luce su diminuta imagen de oro nocturno, motivos del poema de Aleixandre («hun-
un adiós que centellea de póstuma dirte en barro» = «hoyo en la tierra»,
ternura. «pozo seco»). Sería suficiente prueba
para concluir en la lectura temprana de
El tigre, el león cazador, el elefante que esta obra de 1932.
en sus colmillos lleva algún suave collar.
No cabe duda, por lo visto hasta estos
Este es solo un ejemplo de las continuas momentos, de que Miguel Hernández se
referencias que de la cosmovisión marina sintió profundamente atraído por la poéti-
aparecerán desarrolladas y ampliadas en ca de Vicente Aleixandre, y para enfatizar
el poema definitivo. Insistimos, no se trata aún más esa influencia, regresamos por un
como antaño de versos que se entrelazan momento a la «Oda». En ella el mar tiene

102
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo

un principal protagonismo, como lo tie- desmesurado a un poeta». Como ya he-


nen algunos poemas de La destrucción o el mos anunciado, fue Agustín Sánchez Vi-
amor; pero este referente ya había tenido dal el que reprodujo en su biografía sobre
su presencia en la poesía hernandiana an- Hernández el siguiente esbozo referente a
terior: «(Mar y río)», octava xxi de Perito en la composición (1992: 165-166):
lunas; «Mar» y «Mar– profundo y super-
ficial», incluidos en «Varia poesía» de PS, Hay poetas que nacen con destino de
ii, y «Mar– y Dios», poema pertenecien- trueno loco y a la locura… La voz de
te al Primitivo silbo vulnerado (PS, ii). En Julio, este poeta, es de las que rozan,
estos poemas, pero específicamente en el aunque poco, el corazón. Se propuso ser
último, «Mar– y Dios», Miguel Hernández trueno y fue un trueno malogrado. Tuvo
parte de un misticismo cósmico-telúrico de trueno la locura. ¡Qué ganas de tronar
que proviene, en parte, de la influencia del tenía! Si hubiera sido lo que se propuso
poemario Diario de un poeta recién casado ser, tendría en él un lugar. Se propuso ser
de Juan Ramón Jiménez, y en el que nues- trueno y fue un trueno malogrado. Impi-
tro escritor elabora una relación de índole dieron que lo fuera.
panteísta entre el poeta, Dios y la naturale-
za (el mar). Si el mar le dio a Juan Ramón Antes de establecer relaciones entre este
la visión simbólica de lo permanente en lo boceto y la versión definitiva, queríamos
diverso, de lo eterno en lo cambiante, y le destacar que Julio y Herrera y Reissig,
incitó al verso libre con cadencias de olea- aunque tuvo cierta incidencia en los poe-
je; Hernández en «Mar– y Dios» busca, tas del 27, no fue muy apreciado ni por
mediante una visión simbólica y recreada Lorca, ni por Cernuda ni, como veremos,
a través de tercetos encadenados, la fusión tampoco por Miguel Hernández (Grana-
de lo natural (mar) = lo cambiante, con lo dos, 1985); a pesar de ello, accedió a es-
Absoluto (Dios) = lo eterno. Todo ello bajo cribir el poema, seguramente por presión
un misticismo panteísta que se evidencia a
partir de la tercera estrofa del poema. Sin
embargo, la finalidad de ambos poetas es
diferente, aunque el denominador común
es la búsqueda de lo Absoluto a través del
mar. Por otro lado, Miguel Hernández ya
alude en la prosa «Mi concepto de poe-
ma», escrita poco antes de «Mar– y Dios»,
a la identificación entre mar y poesía, entre
el poeta y Dios, claros referentes del Dia-
rio juanramoniano (Alemany, 1990). Estas
alusiones a composiciones previas tienen
como finalidad destacar el notable cam-
bio que ha sufrido la poética hernandiana:
desde los tercetos de «Mar– y Dios» se ha
pasado a la libertad versal en la «Oda»; de
la tríada mar-poema-Dios, enclavada en
un espíritu casi místico, accedemos a una
poética liberadora, de índole surrealista y
de dimensiones aleixandrianas.
Nos quedaría, para cerrar el elen- Juan Ramón
co, hacer referencia al poema «Epitafio Jiménez

103
Carmen Alemany Bay

de Pablo Neruda, para ese número malo- sido un gran poeta se quedó en ciernes; de
grado de Caballo Verde para la Poesía en el ahí que Hernández se pregunte en el verso
que también estaba previsto incluir el poe- 29: «¿Sigue su polvo sonando?»
ma «Las barandas» de Vicente Aleixandre, La deducción a la que podemos llegar,
que finalmente pasó a formar parte de Na- tras el estudio del proceso de creación en
cimiento último. algunos poemas de PS, iii, es la capacidad
La versión definitiva del poema que de Miguel Hernández de acercarse de for-
Hernández dedica a Herrera y Reissig apa- ma sutil a otras poéticas para mutarlas y
rece articulada por tres endechas reales, convertirlas en propias; realizar probaturas
escritas en versos octosílabos mixtos y se- que seguramente tendrían como finalidad
paradas por un verso suelto, un endecasíla- la búsqueda de nuevos caminos poéticos.
bo, que hace la función de tema repetido: El corpus analizado, además, nos lleva a
«Quiso ser trueno y se quedó en sollozo», otras conclusiones. Entre 1935 y 1936, el
«Quiso ser trueno y se quedó en gemido» y poeta se debate entre su estética de an-
«Quiso ser trueno y se quedó en lamento» taño, aún visible en la forma de elabora-
(536). La palabra «trueno» no solo articu- ción de los bocetos (estos le sirven de guía
la el poema, sino también el boceto. Si en necesaria para acercarse a los versos), y la
las composiciones dedicadas a sus poetas creación de esbozos preparatorios que ya
amigos y referentes de su nueva poética, nos indican el advenimiento de poemas de
el vocabulario hernandiano se entrelazaba factura más libre en el contenido y en la
con el de los poetas homenajeados, es aho- forma.
ra el trueno hernandiano «como emblema Decíamos al comienzo de estas pági-
del paso entre el incesante rayo y el vien- nas que la Guerra Civil truncó la natural
to del pueblo» (Sánchez Vidal, 1992: 166) evolución de la poética de Miguel Her-
el que prevalece. Solo los versos endeca- nández. En cualquier caso, estos poemas
sílabos, y con algunas variantes, pasarán precedentes a Viento del pueblo nos ofre-
a la versión definitiva. A diferencia de los cen claras muestras de que sus versos se
esbozos dedicados a los poetas cercanos, habían orientado hacia una poesía impura
en este sí aparecerá el nombre el escritor; con la que se liberaba de antiguas atadu-
pero todas las sensaciones personales que ras. Una nueva forma de pensar la poesía
asoman en el boceto previo no serán volca- que no solo se hizo patente en los versos
das en los versos publicados, únicamente definitivos, sino también en la forma de
la impresión de que quien podría haber crearlos.

Notas
1. Una primera dificultad se presenta al estu- servan en el Archivo Municipal de San José
diar el proceso de creación de PS, iii. Al igual (Elche).
que en el ciclo anterior, el de El rayo que no
2. Sobre el proceso de creación de la poesía
cesa, es posible que algunos esbozos se per-
hernandiana, véase Alemany, 1992, 1993 y
diesen en Madrid; aunque ello no impide, sin
1995.
embargo, tener una visión casi exacta de la
escritura de estas composiciones desde su gé- 3. Tanto los esbozos como los poemas los cita-
nesis. En cualquier caso intuimos que podrían mos de la Obra completa (Hernández, 1992).
ser pocos, ya que Miguel Hernández tenía por En adelante, citaré por esta edición y anotaré
costumbre guardarlos, como lo demuestran los en el texto principal el número de página entre
cientos de manuscritos que del poeta se con- paréntesis.

104
Entre El rayo que no cesa y Viento del pueblo

4. Entre otros Rafael Alberti con «Si Garcilaso 5. Para más detalles sobre el poema dedicado
volviera / yo sería su escudero», de Marinero a Pablo Neruda y el de Delia del Carril, véase
en tierra, y la «Elegía a Garcilaso», incluida en Alemany, 2004.
su libro Poesía; Luis Felipe de Vivanco con su
6. Para ampliar este asunto, véase Chevallier,
«Elegía a Garcilaso» de Cantos de primavera, y
1977: 276-283; Puccini, 1987; Debicki, 1990;
Luis Rosales con «Égloga de la soledad» perte-
Morelli, 1993; Sánchez Vidal, 1992: 161-164;
neciente al poemario Abril.
Ferris, 2004: 225-228.

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y el surrealismo», Hispanic Review, 58 celona, Planeta, 1992.
(1990), pp. 487-501.

105
Del metal. La violencia en la
poesía de Miguel Hernández
Luis Martín Estudillo
Universidad de Iowa (EE.UU.)

c
ualquier ConsiDeraCión so- paralelos que Walter Benjamin captara ya
bre el papel o la representación en 1936: la estetización fascista de la po-
de la violencia en poesía nos lítica y la réplica comunista basada en la
ha de conducir a una reflexión paralela politización del arte (Benjamin, 1978). En
acerca de las relaciones entre sociedad y España, ambos son consecuencia de los
literatura en un contexto concreto. Estas imperativos ideológicos de movilización de
son particularmente relevantes en el caso las masas que surgen tras la Restauración.
de la obra de Miguel Hernández, dado el Para determinar con cierta precisión el
especialísimo momento histórico que le sentido de la violencia en la poesía de Her-
tocó vivir al oriolano. Más allá de las pre- nández ensayaré en primer lugar una breve
cisiones que se pudieran hacer sobre los reconstrucción de los antecedentes artísti-
elementos que singularizan esa época en cos de la misma, para a continuación ana-
España (partiendo de realidades como las lizar dos poemas que ejemplifican cómo
transiciones entre regímenes políticos de la aborda: uno, «Alba de hachas», previo
signo y hasta naturaleza opuestos, convul- a la Guerra Civil, y el otro, «Canción de
siones laborales, éxodo hacia las ciudades,
y, cómo no, Guerra Civil), hay un fenóme-
no subyacente cuya complejidad intrínse-
ca no debería llevarnos a dejarlo de lado.
Se trata de la agudización de la conflicti-
vidad que se dio en diversos ámbitos, los
cuales van desde la esfera política hasta la
cultural, y que a menudo acabaron siendo
escenario de distintas formas de violencia
tanto física como simbólica. Sus mani-
festaciones más explícitas son una parte
ineludible del cuadro que nos presenta la
década de los años treinta del siglo pasa-
do, protagonizada por el afianzamiento de
los movimientos antiliberales y antiparla-
mentarios a ambos extremos del espectro
político. Este proceso y la producción lite-
raria del momento han de ser entendidos,
asimismo, en relación con dos fenómenos

Luis Martín Estudillo pp. 106-119


Luis Martín Estudillo

Reunión de amigos,
grupo surrealista
en el que aparecen,
entre otros, Paul
Éluard, Louis
Aragon y André
Breton, pintados por
Max Ernst en 1922
(Museo Ludwig,
Colonia).

la ametralladora», escrito durante el con- que tiene al arte como un bálsamo con-
flicto. Se apreciará que, a pesar de que la tra los horrores de la barbarie niega que
violencia es un motivo recurrente en sus los creadores puedan coadyuvar con su
textos, su elaboración desconoce la sofis- obra a la destrucción. Pero serían nece-
ticación doctrinal, algo en lo que coincide sarias enormes dosis de beata ingenuidad
con el resto de los intelectuales españo- y desinformación para mantener posturas
les que la abordaron en sus escritos. La así hoy día, cuando son bien conocidas las
beligerancia creciente de sus poemas se refinadas aficiones de algunos de los per-
manifiesta expresivamente mediante una sonajes más siniestros de la historia y las
serie de imágenes metálicas que llegan al múltiples conexiones entre proyectos ar-
paroxismo en su concepción de un «solda- tísticos y políticas ignominiosas.
do-máquina» de posible filiación futurista. Las manifestaciones de violencia en
Es, por otra parte, una violencia limitada literatura son enormemente variadas; ni
a la temática del poema, pues Hernández su descripción ni su exaltación escasean
no la traslada al nivel formal con ruptu- en el patrimonio verbal de la humanidad,
ras de sesgo vanguardista que sacudan las desde la Biblia y la Ilíada en adelante.
convenciones literarias. Ello entra en con- Pero a partir de ese idealismo biempen-
sonancia con la evolución poética del au- sante que nace con la Ilustración e intenta
tor, mas también ha de tenerse en cuenta purgar las bellas letras de elementos mo-
que Hernández quería una recepción ma- ralmente reprobables para centrarse en el
siva para estos versos suyos que excitan los desarrollo de equilibrios clásicos, encon-
instintos políticos más bajos, aun cuando tramos que la violencia queda postergada
no renunciara a complacer a un público a los márgenes de lo literario, pues sus ma-
con mayor capacidad de discriminación. nifestaciones más crudas chocan con los
ideales de serenidad, armonía, dignidad,
decoro, contención y belleza; a menudo
Violencia y arte: agónicas suponen precisamente lo opuesto a estos
vanguardias principios. Su aceptación queda entonces
limitada a manifestaciones codificadas e
Para la sensibilidad clasicista, las obras de instrumentales que tienen que ver, por
arte deben ser refractarias a las más crudas ejemplo, con la purga de las pasiones o la
formas de violencia. El tópico humanista resolución de lo trágico. El arte burgués,

108
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández

reconfortante y plácido, dejará la exposi- que quiere tanto exponer sus diferencias
ción y el cultivo estético de la violencia a con el estado de cosas prevalente como
creadores que pretendan alejarse de esas definir una estrategia para superarlo. Con
convenciones. frecuencia, estas proclamas invitan a for-
De ahí que no resulte sorprendente el mas de violencia que pueden ir más allá
grado en que las vanguardias históricas hi- de lo estrictamente retórico. Pasar de la
cieran suya una retórica violenta. Por un palabra a la acción, y llevar así la palabra
lado, el discurso antipasatista que preco- a la esfera pública –preferentemente con
nizaban conllevaba una postura radical de espectacularidad– es un objetivo implícito
renovación, la cual pasaba por la destruc- en las mismas. Esto se aprecia con espe-
ción de las formas de orden existentes. cial claridad en los manifiestos redacta-
Ello implicaba asimismo la recuperación dos por uno de los principales valedores
de elementos que atentaran contra el gus- e ideólogos de la vanguardia europea, Fili-
to burgués por lo sosegado. La propia de- ppo T. Marinetti.
nominación de «vanguardia» proviene del Desde el primero de sus manifiestos,
término que designa a la sección de los Marinetti ensalza la lucha y la agresividad
ejércitos que abre la confrontación direc- como puntales del proyecto estético que
ta, la más cercana al combate. Se trata de anuncia. La destrucción de los valores es-
un concepto que en cierto modo perdió su tablecidos es el requisito previo para po-
vigencia con la aparición de la guerra total, der fundar un nuevo mundo con la ayuda
la cual no distingue entre posiciones avan- de la tecnología, que supone, junto a la
zadas y retaguardia. Eduardo Subirats ha guerra purificadora, el tema predilecto de
señalado la deuda que los creadores van- los futuristas. «Non v’è più belleza, se non
guardistas contrajeron con doctrinas como nella lotta. Nessuna opera che non abbia
las del teórico de lo bélico Clausewitz y un carattere aggressivo può essere un ca-
con el ambiente que se respiraba en torno polavoro [...] Noi vogliamo glorificare la
a los años de la Gran Guerra. La conexión guerra –sola igene del mondo–, il milita-
entre vanguardia artística y militarismo va rismo, il patriottismo, il gesto distruttore»
más allá de la explotación de metáforas de (Marinetti, 1983: 10-11) («No hay belleza
avanzadilla y destrucción; según Subirats, más que en la lucha. Ninguna obra que no
«el contenido del nuevo arte y aun la defi- tenga un carácter agresivo puede ser una
nición del nuevo estilo se conciben explí-
citamente como un momento de la guerra
y en cierto modo como su culminación y
acabamiento» (Subirats, 1986: 23-24). La
guerra se convierte para los vanguardistas
en una vertiente más de la imprescindible
ruptura generalizada con la realidad here-
dada; buscan la pulverización del pasado
con el mismo ahínco que el militar pre-
tende la aniquilación del enemigo. Para
mover sus ánimos hacia la lucha nace una
particular forma de arenga, el manifiesto.
El manifiesto es uno de los tipos de tex-
to más característicamente vanguardistas,
y contiene en su misma naturaleza una
idea que lo hace antagonista en esencia.
Supone la verbalización de una voluntad

109
Luis Martín Estudillo

obra maestra [...] Queremos glorificar la escribió un nuevo manifiesto destinado


guerra –única higiene del mundo–, el mi- específicamente a los lectores españoles.
litarismo, el patriotismo, el gesto destruc- En sus líneas se exaltan el militarismo y el
tor»). Su ideal humano es el de un hombre belicismo como medios para la renovación
«metálico» que terminará por imponerse a del país (Lentzen, 1989: 310).
la naturaleza y en toda guerra e indepen- El futurismo no fue el único movimien-
dizarse totalmente de la esclavitud a la to de vanguardia que adoptó una retórica
que la «vulva» femenina lo tiene someti- de la violencia (y una retórica violenta).
do desde su nacimiento (Blum, 1996: 41 Pero tal estetización de la violencia no es
ss.) Paradójicamente, al tratar de movilizar exclusiva de una finalidad de signo políti-
a los candidatos a la destrucción de las co concreto. Si bien la conexión entre la
venerables ciudades europeas, el futuris- violencia glorificada por el futurismo y la
ta echa mano de unos instrumentos que propia del fascismo fue percibida por Be-
llaman la atención por su primitivismo en nedetto Croce ya en 1924 (Gentile, 1994:
un momento que ya conocía e imaginaba 25), lo que se presenta en sus textos como
formas mucho más sofisticadas y eficien- una necesidad de violencia purgante ter-
tes de devastación: «Impugnate i picconi, minará convirtiéndose en un motivo co-
le scuri, i martelli e demolite, demolite mún en las artes y en la política del primer
senza pietà le città venerate!» (Marinetti, tercio del siglo xx. Aunque desde nuestra
1983: 13). «Picos», «hachas», «martillos»: perspectiva pueda llamar la atención que
el linaje del metal se pone al servicio de el formidable conflicto de 1914-1918 no
la obra de destrucción, y canaliza buena generara una mayor sensibilidad ante esta
parte de la imaginería violenta de vanguar- retórica, habría de acontecer uno aún más
dia. Más adelante veremos cómo Miguel devastador para que culminara el paulati-
Hernández también encuentra un filón no desgaste de esta expresividad agónica.
en esta mina semántica barrenada por Es preciso enfatizar la idea de que el
Marinetti, cuyas ideas encontraron muy culto –y no sólo la práctica– de la violen-
pronto eco en España. En 1909, el mis- cia no es patrimonio de la extrema de-
mo año de su aparición, Ramón Gómez recha y los artistas a ella asociados. En
de la Serna tradujo y publicó «Fondazione 1908, tras una serie de bandazos ideológi-
e manifesto del Futurismo» en la revis- cos, Georges Sorel concluye el más influ-
ta Prometeo. Al año siguiente (que fue el yente de los ensayos novecentistas acerca
del nacimiento de Hernández), Marinetti del tema, Reflexiones sobre la violencia,
con estas palabras: «C’est à la violence
que le socialisme doit les hautes valeurs
morales par lesquelles il apporte le salut
au monde moderne» (173) («el socialismo
le debe a la violencia aquellos altos ideales
morales mediante los cuales trae la salva-
ción al mundo moderno»). La necesidad
de una violencia salvífica es una noción
compartida por los diversos movimientos
políticos y culturales que anhelaban una
refundición social radical. En realidad, en
la Europa de entreguerras es difícil hacer
André Breton y su
grupo surrealista en
distingos entre discursos violentos filofas-
una foto de Denise cistas y antifascistas. El Segundo mani-
Bellon, de 1960 fiesto del surrealismo de André Breton es

110
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández

buena prueba de ello; a pesar de su aso-


ciación con el comunismo, su retórica se
solapa con la del futurismo fascistizante
en lo que a nuestro tema respecta. En este
texto de 1930 se afirma que «l’acte surréa-
liste le plus simple consiste, revolvers aux
poings, à descendre dans le rue et à tirer
au hazard, tant qu’on peut, dans la foule»
(Breton, 1990: 74) («el más simple de los
actos surrealistas consiste en bajar a la ca-
lle, pistola en mano, y disparar contra la
masa indiscriminadamente, tanto como
se pueda»). Pero Breton no está libre de
contradicciones: poco después de publi-
car ese manifiesto, tilda a Georges Bataille
de sur-fasciste por las proclamas de éste a
favor de priorizar la agitación violenta de
las masas por encima de las maniobras
políticas tradicionales, que considera in-
capaces de movilizar al pueblo. «Nos di-
rigimos a los directos y violentos impulsos especial sensibilidad ante la injusticia so-
que, en las mentes de los que nos escu- cial debido a sus orígenes humildes, Her-
chan, pueden contribuir a la ola de poder nández se alinea con los que inicialmente
que liberará a los hombres de los absur- protestan y después toman las armas a fa-
dos timadores que los guían», proclama vor del proletariado. En su poesía puede
Bataille en noviembre de 1935 (Bataille, observarse un crescendo en los grados de
1985: 161-162), año de la «gran convul- intensidad y visibilidad de violencia retóri-
sión ideológica de Miguel Hernández» y ca. Si en un primer momento las imágenes
del cual data –según sus editores Sánchez violentas lo acercan a posturas estéticas
Vidal y Rovira– «Alba de hachas», el pri- de vanguardia, conforme la tensión social
mero de los poemas cuya interpretación en España va en aumento, y con ella la
propongo (Hernández 1993: 994). politización de Hernández, la apuesta de
éste por el metal se hace más explícita.
En El rayo que no cesa, el libro que ante-
Metálico Hernández cede al corpus hernandiano más beligeran-
te, Hernández recurre a enérgicas imáge-
La poesía de Miguel Hernández incide nes metálicas para acentuar la intensidad
puntualmente en el tenor exhortativo y física de los sentimientos que explora cada
violento de los textos vanguardistas men- poema. Todavía no hay impregnación po-
cionados. El poeta participa de la desafec- lítica. El «carnívoro cuchillo» del prime-
ción sentida hacia los parámetros raciona- ro de ellos, «rayo de metal crispado», es
listas de la herencia ilustrada y los corsés el deseo erótico no satisfecho. Al ámbito
propios de sus soluciones estéticas (dife- amoroso hay que asociar asimismo, dentro
rentes variantes de clasicismo) y políticas de ese volumen, «guadañas eclipsadas»,
(democracia burguesa o liberal). Su pro- «martillo», «espadas», «hierro infernal»,
clividad hacia la violencia no es, por tanto, «turbio acero», «yunques inclementes»
efecto exclusivo de las confrontaciones y otras variaciones del metal que intro-
directas en las que toma partido. Con una ducen una violencia fundamentalmente

111
Luis Martín Estudillo

metal, pero no recurre a los consabidos hoz


y martillo. La máquina, además, simboliza
una modernidad que ha de ser conquista-
da por el proletariado si este quiere supe-
rar la alienación y hacer de la culminación
de ese proceso histórico la emancipación
final. En el paroxismo de esta alianza por
la violencia liberadora encuentra Miguel
«la máquina de mi alma / y de mi liber-
tad»: la ametralladora, a la que volveremos
más adelante. Con todo, en un primer mo-
mento previo todavía a la Guerra Civil, la
violencia obrera se presenta como un fenó-
meno casi natural al que los trabajadores
se precipitan irremediablemente debido
a la insostenible presión de un medio so-
cioeconómico contrario a sus intereses. En
ese estadio primario las armas con que los
trabajadores cuentan son sus cuerpos y sus
instrumentos de trabajo. En el poema si-
guiente, el combate es una continuación
emocional. Pero muy pronto Hernández de la labor: ambos se realizan con esfuer-
habrá de hacer de este material un ele- zo, con herramientas, con canciones que
mento preferente de la retórica apelativa –como el propio texto hernandiano– agiten
de unos textos marcadamente más exhor- los espíritus y hagan más llevadera la tarea.
tativos que líricos. No debe olvidarse que, Una tarea que, si antes fue de producción,
como ha señalado Eduardo González Ca- se torna ahora destructiva, pero cuyo te-
lleja, «uno de los hechos más significativos rrible signo no impide el gozo de los que
que acompañó la existencia de la II Repú- la llevan a cabo con ansiedad y hasta fero-
blica Española fue la proliferación de len- cidad risueña. He aquí el poema «Alba de
guajes y simbologías violentos que apela- hachas» (Hernández, 1992: 518-519):
ban a la acción armada como mecanismo
válido de intervención en la vida pública» Amanecen las hachas en bandadas
(s. p.). Entre unos receptores de ánimo como ganaderías voladoras
predispuesto por diversas formas de pro- de laboriosas grullas combatientes.
paganda política, prejuicios y rumores, la Las alas son relámpagos cuajados,
emoción que estos poemas pudieran pro- las plumas puños, muertes las canciones,
vocar tendría como fin último transfigurar- el aire en que se apoyan para el vuelo
se en fuerza destinada a la confrontación. brazos que gesticulan como rayos.
La estetización de la violencia no debe
ocultarnos que implica un proceso como Amanecen las hachas destruyendo y
resultado del cual algo queda destruido. cantando.
La llamada a la violencia en la poesía
de Hernández pasa por la exaltación de Se cubren las cabezas de peligros
los instrumentos que sirven para ejercer- y amenazas mortales:
la. El poeta invoca con frecuencia la he- temen los asesinos que preservan
rramienta y la máquina, ambas creadas cañones.
por y para el trabajo del obrero a partir del Los órganos se callan a torrentes

112
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández

y Dios desaparece del sagrario ¡a las aladas hachas, compañeros,


envuelto en telarañas seculares. sobre los viejos troncos carcomidos!
Que nos teman, que se echen al cuello
Vuela un presentimiento de heridas las raíces
sobre todos, y se ahorquen, que vamos, que venimos,
llega una tempestad atronadora jornaleros del árbol, leñadores.
de ceños como yugos peligrosos,
se aproximan miradas catastróficas, La fundamental renovación social que
pies desbocados, manos encrespadas, la violencia de la revolución obrera des-
hachas amanecidas goteando relente. encadenaría en España queda expresada
en este poema cuyo simbolismo agonista
Vienen talando, golpeando, ansiando. va más allá del que destila el hacha. El
Asustan corazones de rapiña, alba es el momento en que los jornaleros
ahuyentan cuervos de podrido vuelo, empiezan a trabajar; aquí, también, el
y el ruido de sus bruscos aletazos comienzo de una nueva era en la cual el
hace palidecer al mismo oro. proletariado se hará con el poder median-
te la fuerza de las armas y la determina-
Donde posan su vuelo revientan sangre ción colectiva. La pieza dialoga, además,
y savia con la tradición de la «albada», «alba» o
como densas bebidas animales «alborada», poema de origen provenzal
donde canta su ira alza el espanto que canta la mañana y, particularmente,
su cabello de pronto encanecido, el lamento de dos amantes que han de
donde sus picotazos se encarnizan separarse al salir el sol. Nótese, empero,
se apagan corazones como brasas echadas que el término designa asimismo la «ac-
en un pozo. ción de guerra al amanecer» y el «toque
Donde su dentadura dura muerde o música militar al romper el alba, para
hay grandes cataclismos de todas las
especies.

Ferozmente risueñas, entre manos


igual que remos, hachas iracundas,
voces de un solo hachazo,
truenos de un seco y único bramido
y relámpagos de hojas repentinas,
talan las hachas bosques y conventos,
tumban las hachas troncos y palacios
que tienen por entrañas carcoma y yesca
estéril,
y caen brazos y ramas confundidos,
nidadas, sombras, pomas y cabezas
en un derrumbamiento babilónico.

Amanecen las hachas crispadas,


vengativas.
Sacuden las serpientes su látigo asustado
de su expresión mortal de rayo rudo.
Sebastián de
Con nuestra catadura de hachas nuevas, Covarrubias

113
Luis Martín Estudillo

avisar la venida del día» (DRAE). El canto la sociedad española. Los antagonistas de
de las aves diurnas suele ser la música de los obreros metonímicamente levantados
fondo de ese despertar. En los primeros en armas son el Ejército, la Iglesia, el fas-
versos del poema hernandiano las hachas cismo y el capital. El primero queda redu-
se asimilan a las grullas, aves de hábitos cido a un grupo de atemorizados «asesi-
con apariencia castrense; así, en el Tesoro nos» que con sus «cañones» guardan una
de la lengua castellana o española (1611) ventaja material (que no de espíritu) fren-
de Sebastián de Covarrubias, se lee que te al movimiento revolucionario. El clero,
las grullas «de noche, mientras duermen, también presa del miedo, huye despavori-
y de día, en tanto que pacen, tienen sus do escondiendo entre sus seglares ropajes
centinelas que las avisan si viene gente o telas (por paronomasia con «telaraña»)
[…] Cuando vuelan hacen cierta forma lo que atesora tras siglos de privilegios.
de escuadrón». (También es la «grulla» La quinta estrofa anticipa el próximo des-
una «antigua máquina militar para atacar encadenamiento de un agudo conflicto,
las plazas», según el DRAE). El canto de ineludible y total. Entre sus versos apo-
la grulla, por otro lado, es poco eufónico o calípticos se apunta a la participación de
melodioso: su crotorar es un sonido ronco, los falangistas, caricaturizados mediante
algo que resulta apropiado para el paisaje un elemento de su enseña fascista («ce-
sonoro de esta alba de destrucción. La ños como yugos peligrosos»). Los versos
analogía hacha-grulla se desarrolla en la 21 a 25 retratan a las fuerzas opuestas a
segunda y tercera estrofas enfatizando el las hachas voladoras como aves con «co-
carácter obrero, colectivo y violento que razones de rapiña» y «podrido vuelo»,
el símbolo del hacha sintetiza. Las tres es- y se presenta un nuevo colectivo al que
trofas siguientes nos hablan del vuelo de aquellas han de vencer, el del «oro»: los
estas hachas-grulla, que resulta un agüero capitalistas que palidecen al oír la llega-
ominoso para los cuatro grupos que repre- da de los revolucionarios. La estrofa que
sentan lo «podrido» y lo «carcomido» en sigue reincide en el tipo de justicia que
ha de traer su levantamiento. La canción
que entonan no es la de la fraternidad o la
desaparición de las desigualdades socia-
les, sino la de una destrucción iracunda
y absoluta del mundo considerado putre-
facto y estéril; en una palabra, viejo. Las
hachas acaban con carcomidos «bosques
y conventos», «troncos y palacios»; cerce-
nan «brazos», y, por último, en un movi-
miento de carácter inconfundiblemente
revolucionario, cortan «cabezas». Se trata
de una violencia purificadora que en el
verso 44 adquiere tintes propios del An-
tiguo Testamento: supone «un derrumba-
miento babilónico». El exaltado hablante
poético no desea sólo la victoria; busca la
aniquilación del enemigo.
Con el comienzo de la guerra desapa-
rece la posibilidad de retroceder en la
escalada de violencia retórica. Las nue-
vas circunstancias requieren, además,

114
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández

un mensaje aún más directo. El trabajo


de exterminio resulta más viable con la
distancia y precisión que permiten las ar-
mas de fuego: son ellas las que ahora han
de cantarse. Pero con el armamento no
basta; la guerra despierta en Hernández
la ensoñación de un hombre metálico ca-
paz de frenar y destruir al enemigo. Esta
imagen, perceptible en la última parte
del poema siguiente, bebe tanto de la
estética futurista antes comentada como
del simbolismo cultivado por las fuerzas
izquierdistas combatientes, en cuyos car-
teles abundan los soldados de aspecto
férreo. «Canción de la ametralladora» se
publicó por vez primera en Pasaremos el
12 de diciembre de 1937 y aparece, con
variantes, en el drama Pastor de la muerte
(1992: 1023):

De mis hombros desciende,


codorniz de metal,
y a su nido de arena
va la muerte a incubar.

Acaricio su lomo,
de humeante crueldad. campeadora y audaz, Formas Únicas de
Su mirada de cráter, que acobarda al acecho Continuidad en el
Espacio, de Umberto
su pasión de volcán y al cañón más fatal.
Boccioni (1913)
atraviesa los cielos
cuando se echa a mirar, Con el alba en el pico,
con mis ojos de guerra delirante y voraz,
desplegados detrás. con rocío, mi arma
se dedica a cantar.
Entre todas las armas,
es la mano y será Donde empieza su canto
siempre el arma más pura el relámpago va;
y la más inmortal. donde acaba el disparo
Pero hay tiempos que exigen de su trino mortal,
malherir, disparar no es posible la vida,
y la mano precisa no es posible jamás.
esgrimir, además
de los puños de hierro, ¡Ay, cigüeña que picas
hierro más eficaz. en el viento del mal,
fieramente, anhelando
Frente a mí varias líneas su exterminio total!
de asesinos están, Canta, tórtola en celo,
acechando mi vida, que en mis manos estás

115
Luis Martín Estudillo

encendida hasta el ascua, Hernández vuelve sobre la asociación


disparada hasta el mar. metafórica de arma y ave que aparecía en
«Alba de hachas». Nuevamente al amane-
Malas ansias se acercan, cer su canto –que aquí es «trino mortal»,
pero no pasarán. tiroteo– ha de mover a los compañeros al
Escuchadla en el centro combate contra un enemigo que, por estar
del combate, escuchad. ahora perfectamente definido al confor-
mar el bando opuesto, no requiere iden-
Hambre loca, insaciada tificación precisa; se trata simplemente
con la carne y el pan; de «asesinos», «el mal», «malas ansias»
sed que aumenta la fuente o «aquellos que vienen / a coger sin sem-
de mi sed fraternal; brar». La abstracción del enemigo facilita
fuego bien orientado, su reificación y, consiguientemente, «su
que ni el agua es capaz, exterminio total». La elección inicial de la
ni la nieve más larga, «codorniz» orienta al receptor del poema
de rendir, de aplacar. hacia el campo semántico de la caza, pero
aquí los papeles se invierten: será el ave-
Sobre cada colina arma quien dé muerte a los seres huma-
de la tierra que hay, nos. Colocada en el borde de la trinchera
sobre todas las cumbres, («su nido de arena»), su calor no incuba
en un rapto animal, nueva vida, sino destrucción. La segunda
abalánzate, ciérnete, estrofa amplifica la idea de un calor dañi-
canta y vuelve a cantar, no para el enemigo lejano, pero cómplice
máquina de mi alma y afectuoso como una fiel mascota para
y de mi libertad. el soldado que porta el arma. Esta exten-
sión metálica del cuerpo y de su capaci-
Sed, ametralladoras, dad para causar daño aparece justificada
desde aquí y desde allá, en los quince versos siguientes (13-28),
contra aquellos que vienen en los que se la contrasta con «los puños
a coger sin sembrar. de hierro», que son «el arma más pura / y
la más inmortal» y anticipan el motivo del
Vedme a mí desvelado, «soldado-máquina» al que volveremos más
sepultando maldad abajo. Las dramáticas circunstancias de la
con semilla de plomo guerra son el pretexto para que se prime
que jamás verdeará, la eficacia del otro hierro, el de la ame-
sobre España mi sombra, tralladora, sobre la nobleza de las manos,
sobre el sol mi verdad. del combate cuerpo a cuerpo. El arma de
fuego se presenta como una prótesis del
Sed la máquina pura propio cuerpo humano, un órgano suple-
que hago arder y girar; mentario y necesario para equilibrar la
la muralla de máquinas lucha, ya que, frente al guerrero de exis-
de la frágil ciudad tencia «campeadora y audaz», el cobarde
del sudor, del trabajo, enemigo hace uso de artillería pesada, el
defensor de la paz. «cañón más fatal». Los disparos de la ame-
Y al que intente invadirla tralladora son también fieros picotazos de
de vejez, enturbiad cigüeña y canto «de tórtola en celo». El
sus paredes con sangre, calor destructivo tiene entre los versos
¡disparad! (1993: 635-637) 43-46 un sentido paralelo de ardor sexual,

116
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández

de pulsión copulativa irresoluta, pues en


lugar de unir eróticamente es «disparada
hasta el mar»: hacia la lejanía improducti-
va de la bala perdida, o hacia la generación
de la distancia absoluta, la muerte. Sólo
con ella se pueden atajar las «malas an-
sias» que acechan.
En el combate se exasperan hasta la
enajenación las sensaciones más prima-
rias. La novena estrofa nos habla de un
«hambre loca, insaciada / con la carne y
el pan» que bien puede ser la del guerrero
en el fragor de la lucha, cuyo apetito de
muerte le resulta tan insaciable en esas
condiciones extremas como la opuesta y
al mismo tiempo complementaria «sed
fraternal». Para saciar esa sed ha de prote-
ger a sus camaradas liquidando al enemigo
mediante el ejercicio de su buena punte-
ría con la metralleta, el fulminante «fue-
go bien orientado». Se trata de una forma
de locura que deshumaniza, un verdadero
«rapto animal» en el que por fin se funden ha de defender el ámbito de los obreros Artur Heras,
y confunden la corporeidad del soldado («la frágil ciudad / del sudor, del trabajo») Homenaje a Miguel
Hernández
y la de su devastadora máquina-ave. La de la «vejez» con que amenazan las fuerzas
(Fundación Cultural
«sed» de antes resuena en las últimas es- reaccionarias es una entidad en la que má- Miguel Hernández)
trofas gobernadas por la forma imperativa quina y hombre resultan indistinguibles.
«Sed», dirigida a las ametralladoras en la «[E]nturbiad / sus paredes con sangre»,
versión que los editores han fijado del texto pide el hablante poético, «¡disparad!»:
escrito, pero que en un recitado adquiriría este imperativo con que el poema conclu-
un aspecto exhortativo propio de las aren- ye subrayaría el anhelo de Hernández de
gas del frente. La coma que en el verso 67 una suerte de «soldado-ametralladora», un
separa las dos palabras («Sed, ametrallado- invencible hombre metálico que estuviera
ras») condiciona, pues, una lectura privada en última instancia bajo el mando del hom-
en la que el hablante poético se dirige a bre de acero, sobrenombre que adoptó Ió-
las armas. El recitado de la pieza, fin para sif Vissarionovich Dzhugashvili, «Stalin»,
el que Hernández compuso gran parte de cuyo país Hernández visita con asombro
su poesía bélica, puede hacer del mismo en ese mismo año de 1937. No deja de ser
verso el principio de un discurso pronun- sorprendente comprobar hasta qué punto
ciado para enardecer a la tropa y animarla el poema del oriolano sigue la estela de
a que se conciba como una «muralla de Marinetti, quien, en un texto contempo-
máquinas», una simbiosis de hierro y car- ráneo al de Hernández y asimismo «facile
ne insuperable en el combate. La relación da capirsi e da declamare o cantare» (Ma-
metonímica entre arma y soldado recibe rinetti, 1937: 17) («fácil de comprender,
otra vuelta de tuerca, esta vez de raigam- declamar o cantar»), afirma que «la guerra
bre futurista. No es la ametralladora lo que ha una sua bellezza perchè incomincia la
alcanza el grado de nobleza que más arriba sognata metallizazione del corpo umano
se daba a los puños; la «máquina pura» que [...] la guerra ha una sua bellezza quando

117
Luis Martín Estudillo

señalar que el imaginario falangista se ma-


nifiesta abiertamente contra la máquina.
A diferencia de los fascismos italiano y
alemán, que exaltan la tecnología, los re-
accionarios españoles idealizan el mundo
preindustrial en consonancia con su miti-
ficación de la España «auténtica» y espiri-
tual de siglos atrás (Cano Ballesta, 1999:
297-312). Para el Conde de Foxá, Miguel
Hernández figuraría sin duda entre «esos
hombres malvados que cuando ven un pá-
jaro, / sueñan con una máquina pneumá-
tica» (cit. en Cano Ballesta, 1999: 301).
En 1904, Lenin demandaba el floreci-
miento de una literatura puesta al servicio
del proletariado y que, dejando a un lado
el tradicional individualismo de sus auto-
res, se convirtiera en «una tuerca» den-
tro del gran mecanismo de la revolución
(137). Haciéndose eco de esas consignas,
Miguel Hernández llegó a denunciar por
escrito a aquellos que «con ambiciones
creadoras, cierran los ojos y el corazón a
la latente realidad que los rodea y les aco-
sa, vestidos de un egoísmo de barro sucio»
Los vencedores, de completa un prato fiorito con le vampanti (Hernández, 1992: 2235), mientras los
K. Antonov orchidee delle mitragliatrici puntate l’una soldados –él mismo entre ellos– comba-
contro l’altra» (Marinetti, 1937: 28) («la tían con «nuestro fusil y nuestros dientes
guerra es bella porque inaugura el sueño rechinantes de trinchera en trinchera y
de la metalización del cuerpo humano de muerte en muerte, cuajando en hierro
[...] La guerra es bella cuando enriquece cada vez más firme» (Hernández, 1992:
las praderas florecidas de las orquídeas de 2181; la cursiva es mía). A pesar de ello su
fuego de las ametralladoras que se apuntan camaradería, forjada en el frente, no se in-
mutuamente»). Entre octubre de 1935 y terpuso en el camino de su individualiza-
mayo de 1936, Marinetti renueva sus votos ción como artista. El poeta supo hacer de
belicistas como voluntario en la guerra de su talento literario un valioso y energético
Etiopía. Su ideario político y estético sigue instrumento de diseminación del discurso
firme en lo esencial. Desde el bando ideo- de la izquierda en armas, mas sin renun-
lógico opuesto, Miguel Hernández llega a ciar a desarrollar de forma orgánica –que
propuestas poéticas que se solapan con las no mecánica– un lenguaje crecientemen-
del italiano, quizás porque en ciertos as- te propio, inevitablemente relacionado
pectos, como la actitud ante la violencia, la con los discursos políticos y estéticos de
distancia inicial no fuera tan notable. su tiempo y deudor de los mismos, mas
A propósito de las actitudes del ene- de imposible asimilación a los dogmas de
migo al que Hernández se enfrenta, cabe movimiento alguno.

118
Del metal. La violencia en la poesía de Miguel Hernández

Bibliografía

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119
¿«Más humillado que bello»?
La gramática urgente de Viento del pueblo
Araceli Iravedra
Universidad de Oviedo

E
l cUrrIcUlUM ideológico y esté- cuando estalla definitivamente la herida
tico de Miguel Hernández, desde solidaria de Miguel Hernández, y el pri-
una expresión cautiva de su es- mer y más genuino hito bibliográfico de
tricta formación católica y conservadora esta escritura renovada es sin duda Viento
hasta la conquista de un neorromanticis- del pueblo (1937). Este libro, subtitulado
mo de cuño nerudiano y el acceso al com- poesía en la guerra en estricto paralelo con
promiso político de izquierdas, término
de un proceso de aprendizaje liberador
que le conduce al pleno reconocimiento
de la propia identidad, ha sido ya cumpli-
damente glosado. Como también el co-
mienzo del prólogo al Teatro en la guerra
(1937), donde el mismo poeta nos hace
reparar en que no es hasta el estallido bé-
lico de 1936 cuando su escritura se poli-
tiza resueltamente: «No había sido hasta
ese día un poeta revolucionario en toda
la extensión de la palabra y su alma. Ha-
bía escrito versos y dramas de exaltación
del trabajo y de condenación del burgués,
pero el empujón definitivo que me arras-
tró a esgrimir mi poesía en forma de arma
combativa me lo dieron los traidores, con
su traición, aquel iluminado 18 de julio»
(Hernández, 1992: 1787)1. Otras decla-
raciones menos visitadas certifican la im-
portancia decisiva de este acontecimiento:
«En lo que a mí se refiere podría asegurar
que la guerra me ha orientado. La base de
mi poesía revolucionaria es la guerra» (en
Guillén, 1975: 60-61). En efecto, pese a
algunos ensayos que suelen mencionarse
como preludio inequívoco («Sonreídme»
y, antes aún, «Alba de hachas»), es enton-
ces, con el catalizador de la Guerra Civil,

Araceli Iravedra pp. 120-133


Araceli Iravedra

1993: 266). En este sentido, son las vi-


vencias asociadas a sus humildes orígenes
sociales las que han promovido, antes que
cualquier especulación ideológica, la forja
de su conciencia social, tan honda y since-
ra como intuitiva. Siendo Miguel Hernán-
dez, según se ha dicho, «el poeta más hon-
damente ‘comprometido’ en la Causa y el
menos dogmático o doctrinario» (Salaün,
1993: 112), es obligado conceder que ese
compromiso no se funda en un análisis
político profundo y riguroso, sino más bien
en la adhesión apasionada a algunos gene-
rosos principios generales inspirados en
una visión sumaria de la sociedad (Cheva-
Ficha de su conjunto teatral, aparece según escribe llier, 1978: 346). De hecho, cuando en el
alistamiento Cano Ballesta como «la obra más vibrante emblemático «Sonreídme» el yo lírico ce-
(Centro Documental
de quien mereció ser llamado ‘gran poeta lebra su emancipación del catolicismo re-
de la Memoria
Histórica, del pueblo’ y ‘el primer poeta de nuestra accionario que atenazaba su voz anterior, a
Salamanca) guerra’», por cuanto «recoge los poemas la vez que comunica su nueva disposición
que reflejan el momento cenital de la de compromiso, parece sugerirnos que es
combatividad y euforia épica» (1989: 11 y esa experiencia de explotación padecida
16), antes de que se produzca la inflexión en carne propia y compartida con su cla-
de la producción bélica hernandiana hacia se («Agrupo mi hambre, mis penas y estas
un progresivo abatimiento intimista que cicatrices / que llevo de tratar piedras y
interioriza el espanto y el dolor. hachas / a vuestras hambres, vuestras pe-
A esta clase de registro poético llega nas y vuestra herrada carne») y no ninguna
Hernández, así pues, a través de la expe- suerte de doctrina aprendida la que acaba
riencia de una guerra, además, verdadera- por instalarle en la solidaridad (520-521):
mente combatida –«la experiencia de la
lucha» que remueve «grandes fuerzas an- sintiendo el martillazo del hambre en el
tes dormidas por la lentitud cotidiana» (en ombligo,
Guillén, 1975: 61)– y no a través de una viendo a mi hermana helarse mientras
consigna de partido, un detalle no irrele- lava la ropa,
vante a la hora de apreciar la textura de viendo a mi madre siempre en ayuno
su poesía política. Habrá que hablar, por forzoso,
lo pronto, y frente a la base marxista de viéndoos en ese estado capaz de
otros compromisos, de la raíz netamente impacientar
humanista de la fraternidad revoluciona- a los mismos corderos que jamás se
ria hernandiana. Pese a la adhesión del impacientan.
poeta al Partido Comunista en 1936, son
esa sensibilidad y esos presupuestos hu- Pero decía que no es sino en Viento del
manistas los que alientan su poesía de pueblo cuando Hernández nos da el primer
combate, dado que, en efecto, «en ningún fruto maduro de su recién estrenada de-
momento se inmiscuye en cuestiones de terminación revolucionaria. Concebido al
consignas de partido y mucho menos en dictado de las incitaciones inmediatas del
la tópica estética de los escolasticismos acontecer histórico, Miguel Hernández es-
marxista-comunistas» (Aullón de Haro, cribe desde luego conmovido por un drama

122
¿«Más humillado que bello»?

al que asiste en primera persona; no obs- heroica como la exaltación de la juventud


tante los poemas obedecen a su vez a un o la glorificación de la muerte, el lastre
inequívoco requerimiento instrumental. El ocasional del didactismo y la consigna, la
poeta, que se alista como voluntario en el brocha gorda de los planteamientos mani-
Quinto Regimiento y muy pronto se incor- queos (traducidos en la representación bu-
pora a los frentes, no tarda en ser rescatado cólica de un pueblo de perfiles míticos que
de los trabajos más rudos para las tareas se eleva sobre la animalización degradatoria
culturales. Primero desde el departamento de sus explotadores), y en lo formal, el uso
de cultura de una de las brigadas del frente frecuente del romance, concebido como el
de Madrid y después, y sobre todo, desde el medio más idóneo de comunicación con
servicio del Altavoz del Frente, Hernández las milicias, los acentos grandilocuentes o
se entrega con la mayor dedicación a las el énfasis retórico, la versificación ripiosa a
tareas de propaganda, y sus composiciones la que conduce algunas veces el apresura-
escritas para ser difundidas a través de los miento creador, el despojamiento expresivo
altavoces en la retaguardia y las trincheras, o la atenuación del anterior metaforismo
en las emisoras de radio o bien en las pu- barroquizante en aras de la eficacia comu-
blicaciones periódicas del frente, servían nicativa, etc.
directa y literalmente (y al parecer, no sin Con todo, y pese a que la propaganda
éxito2) como artefacto político y bélico que comporte sin duda servidumbres ya harto
buscaba concienciar a las tropas sobre el denunciadas al menos por un sector crí-
sentido de la lucha, enardecer los ánimos tico, Miguel Hernández no parece apar-
de los camaradas combatientes sembran- car su conciencia estética a la hora de la
do la confianza en la victoria, desalentar composición y articulación de su libro. Es
al campo enemigo e incluso incitar a sus cierto, como se ha escrito, que antes que
hombres al cambio de bando. No obedece un libro unitario salvo por razón de inten-
a otro objeto, como se sabe, el mensaje del ción y registro, Viento del pueblo es «una
poema hernandiano «Campesino de Espa- miscelánea heterogénea, una recopilación
ña», destinado a inculcar la conciencia de de material disperso publicado o leído
clase en el campesino alistado en el ejérci- aquí o allá» (Sánchez Vidal, 1992: 258), al
to rebelde. La composición, según informa que se suman unas pocas piezas inéditas.
una nota que la acompaña en Frente Ex- Pero, por un lado, el poeta no recoge todos Altavoz del Frente
tremeño. Periódico del Altavoz del Frente de los poemas del llamado ciclo de Viento del (Madrid)
Extremadura (núm. 2, 24 de junio de 1937,
p. 3), había sido «propagada por Altavoz
del Frente de Extremadura, en el frente y
retaguardia del campo faccioso de nuestra
región». En fin, urdidos los poemas con tan
clara vocación propagandística, se com-
prende que en el libro prevalezca una tona-
lidad épica, una inflexión entusiasta y opti-
mista, y que hilvane un sostenido mensaje
de esperanza –ya se sabe que la afirmación
de la esperanza, que incorpora en esta clase
de poesía una propuesta de acción redento-
ra, opera como motor de la lucha revolucio-
naria y es asumida como un deber moral del
artista. La misma intencionalidad expresiva
justifica el recurso a tópicos de la poesía

123
Araceli Iravedra

pueblo compuestos hasta la fecha de pu- ascendencia barroca o vanguardista que


blicación del libro con arreglo a idéntica Hernández no duda en integrar a su retóri-
tonalidad y espíritu, y se adivina un cri- ca de guerra (Salaün, 1993: 108), y de las
terio estrictamente estético en el descarte que sin embargo decidían prescindir otros
de algunas composiciones demasiado cir- poetas militantes menos convencidos de
cunstanciales o excesivamente lastradas la sensibilidad de su destinatario. C. M.
de retoricismo o con un mero valor reci- Bowra sintetizó con notable precisión, no
tativo; por otro lado, quienes han contras- sin alguna generosidad, la postura hernan-
tado las versiones definitivas de Ediciones diana y sus razones: «Aunque Hernández
Socorro Rojo con redacciones anteriores abandonó sus primeras maneras, como
de los textos han advertido en algunas va- habría hecho de todos modos, no hace
riantes indicios plausibles de una volun- concesiones a su público. Como hombre
tad de dignificación artística, en busca de del pueblo conocía a sus compatriotas por
un tono de mayor serenidad que salvase dentro y veía cuál era su verdadero gusto y
la expresión de los riesgos de la inme- cuán fácilmente responderían a una poe-
diatez y de los excesos a que conducía la sía auténtica, aunque les impusiera ciertas
exaltación sentimental de la atmósfera de exigencias» (1969: 166).
trincheras. Y la exigencia artística también Quienes han sostenido que la idea de
funcionaba en otros sentidos: la voluntad la poesía como arma de guerra no conduce
comunicativa que ahora guiaba la poética en el autor alicantino a una caída conse-
hernandiana, concordante con su propó- cuente de la intensidad lírica, han expli-
sito de «evitación del virtuosismo profe- cado a menudo esta conquista como el
sional en todas las actividades y principal- corolario lógico de la tan traída y llevada
mente en la poética» (2245), ni suponía autenticidad hernandiana, tópico que el
subordinación de los requerimientos de mismo poeta contribuye a alimentar des-
la estética ni coartaba sustancialmente la de los propios enunciados metadiscursi-
libertad estilística. Miguel Hernández se vos –«porque yo empuño el alma cuando
debía por igual a su poesía y a su pueblo, canto» (576), etc.–; y esa autenticidad de
sin considerar a una y a otro como esferas su voz populista, esgrimida como modelo
inconciliables, y a este convencimiento y frente al timbre de impostación de otros
lealtad compartida obedece por ejemplo contemporáneos, ha sido relacionada con
la alternancia, en Viento del pueblo, de la su experiencia biográfica y la referida ex-
estructura romancística con la técnica del tracción social del poeta. Podemos remon-
verso largo, el más adecuado a la impetuo- tarnos al análisis de Juan Ramón Jiménez,
sa dicción hernandiana, y las combinacio- quien al evaluar la producción romancísti-
nes rítmicas o estróficas más propias de ca de la Guerra Civil, atribuía la oportuni-
un rigor formal de signo culto; o, también, dad desaprovechada de revivir el Romance-
el despliegue de imágenes audaces de ro a la falta de autenticidad de sus propios

124
¿«Más humillado que bello»?

artífices burgueses: «No tenían convenci- mismo tiempo: «Los poetas somos viento
miento de lo que decían. Eran señoritos, del pueblo: nacemos para pasar soplados
imitadores de guerrilleros, y paseaban sus a través de sus poros y conducir sus ojos
rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, y sus sentimientos hacia las cumbres más
vestidos con monos azules muy plancha- hermosas» (550). No importa ahora tanto
dos. El único poeta, joven entonces, que la nostalgia romántica que guarda sin duda
peleó y escribió en el campo y en la cárcel la aseveración, o incluso la proximidad a
fue Miguel Hernández» (Jiménez, 1961: los «propósitos de la pedagogía socialista»
174). Parece, así, que sólo su alma popular (Marco, 1993: 141) que se aprecia en la
y sus vivencias milicianas habrían salvado imagen de ese pasar y sobre todo en la ac-
su expresión revolucionaria del paternalis- ción de conducir al pueblo. Lo que resulta
mo que lastraba los conatos mal cuajados en verdad inusual, y ya se ha reparado en
de la burguesía ilustrada3. Pero argumentos ello, es esa conjunción de los dos concep-
convergentes con la observación juanramo- tos, pueblo y cumbres hermosas, que Her-
niana podemos rastrearlos hasta el mismo nández pone a convivir de modo natural y
presente. Llegándonos a tiempos más re- sin conflicto, ya que «toda su vida y tra-
cientes, Guillermo Carnero considera que yectoria habían consistido en hacer com-
Miguel Hernández, que no suele incurrir patibles ambas constelaciones» (Sánchez
en la «poesía retórica o inauténtica», es Vidal, 1992: 251). Por eso él, a diferencia
de otros, confía enteramente en la sabidu-
seguramente el poeta que mayor calidad ría del pueblo y no duda de su capacidad
aportó a la literatura guerrera de enton- para acceder a la poesía y apreciar la belle-
ces, por una rara conjunción entre maes- za más sofisticada, algo que él mismo, pue-
tría verbal y sentimiento e intuiciones de blo también, había conquistado a base de
clase. […] Por sentirse seguro ante un esfuerzo, pero lo había hecho con creces.
tipo de expresión que le salía, utilizando
una expresión suya, «de los cojones del
alma», no temió Miguel Hernández dar
rienda suelta, paralelamente, a las emo-
ciones e ideas indistintamente individua-
les y colectivas, seguro de que su subjeti-
vidad no iba a jugarle una mala pasada
(1992: 154).

Ante todo, lo que esa singular circunstan-


cia biográfica, que convierte al poeta en
una rara avis entre sus colegas coetáneos,
propició en Miguel Hernández fueron una
serie de actitudes y convicciones estéticas
que nos devuelven al apunte de Bowra
más arriba transcrito. No hace falta ale-
jarse de Viento del pueblo, y en concreto
de la archicitada dedicatoria que Hernán-
dez pone al frente del libro, para reparar
en lo llamativo del designio enunciado por
el sujeto profético de estirpe romántica
que se declara pueblo, se confunde con
él y se proclama mensajero y redentor al

125
Araceli Iravedra

El espíritu de la célebre «Ponencia co- llamada a la imaginación, un desafío a la


lectiva» presentada en el II Congreso In- pereza y una apelación a un esfuerzo su-
ternacional de Escritores para la Defensa plementario de los artistas para divulgar
de la Cultura (Valencia, 1937), y firmada sus hallazgos sin empobrecerlos». Así re-
entre otros por Miguel Hernández, sintoni- capitula Sánchez Vidal (1992: 230), pero
zaba plenamente con estos presupuestos, vale la pena atender directamente algunas
y en realidad las ideas allí formuladas su- consideraciones sin desperdicio de los
ponían una suerte de clarificación teórica propios firmantes:
de aquello que intuitiva y sintéticamente
sugería Hernández en el prólogo a Viento Una serie de contradicciones nos ator-
del pueblo. Impugnando la mera eficacia mentaban. Lo puro, por antihumano, no
propagandística elevada a valor absoluto podía satisfacernos en el fondo; lo revo-
de creación por los sectores más radicales lucionario, en la forma, nos ofrecía tan
en la encendida polémica sobre la función sólo débiles signos de una propaganda
del arte ante las urgencias de la historia, cuya necesidad social no comprendíamos
la postura de los firmantes aparece como y cuya simpleza de contenido no podía
extraordinariamente mesurada y serena bastarnos […] La Revolución, al menos
en el clima de agitación que imponían las lo que nosotros teníamos por tal, no po-
circunstancias. El arte proletario no de- día estar comprendida ideológicamente
bía ser un arte pobre, una limosna bien- en la sola expresión de una consigna po-
intencionada que supeditase los hallazgos lítica o en un cambio de tema puramente
estéticos a un adoctrinamiento ramplón formal. El arte abstracto de los últimos
y que poco decía de la estima del obrero años nos parecía falso. Pero no podíamos
por un intelectual paternalista dispuesto a admitir como revolucionaria, como ver-
fabricar productos de segunda para débi- dadera, una pintura, por ejemplo, por el
les mentales. El mensaje de la «Ponencia solo hecho de que su concreción estuviese
colectiva» se convertía, entonces, en «una referida a pintar un obrero con el puño
levantado o con una bandera roja, o con
cualquier otro símbolo, dejando la rea-
lidad más esencial sin expresar […] No
queremos […] una pintura, una literatu-
ra, en las que […] se crea que todo consis-
te en pintar o describir, etc., a los obreros
buenos, a los trabajadores sonrientes, etc.,
haciendo de la clase trabajadora, la rea-
lidad más potente hoy por hoy, un débil
símbolo decorativo. No. Los obreros son
algo más que buenos, fuertes, etc. Son
hombres con pasiones, con sufrimientos,
con alegrías mucho más complejas que
las que esas fáciles interpretaciones me-
cánicas desearían […] De ahí nuestra
Cartel del actitud ante el arte de propaganda. No
II Congreso lo negamos, pero nos parece, por sí solo,
Internacional de insuficiente (aa. vv., 1937: 87-91).
Escritores para
la Defensa de la
Cultura, de Ramón La ponencia se hacía eco, en fin, de la
Gaya insatisfacción de sus suscriptores ante

126
¿«Más humillado que bello»?

las vanguardias, pero estos tampoco po-


dían asentir al simplismo formal y temá-
tico de la poética al uso de la revolución:
se trataba, por el contrario, de «expresar
fundamentalmente esa […] realidad que
hoy, por las extraordinarias dimensiones
dramáticas con que se inicia, por el total
contenido humano que ese dramatismo
implica, es la coincidencia absoluta con
el sentimiento, con el mundo interior de
cada uno de nosotros» (ibid.: 89). Si la
«Ponencia colectiva» refleja la posición
hernandiana ante la actividad literaria en
aquella coyuntura de urgencia, no creo
que el poeta oriolano abogara en aquel
momento por un arte próximo al llama-
do «realismo socialista» (Cano Ballesta,
1993: 135), que proponía por ejemplo
que la literatura debe ser una literatura
de partido, postulaba la anulación de la
subjetividad en nombre de la sacraliza- «No –ataja–. Tú sabes que no. Comprendo
ción de lo colectivo y aspiraba dogmá- que en un momento de delirio escribamos
ticamente a controlar con decretos la cosas por el estilo. El potro, el aire, el trimo-
ideología social. Por el contrario, como tor, el trigo: la locura. Pero tú sabes como
bien ve Aullón de Haro (1993: 268), aquí yo que eso no es poesía de guerra, ni poesía
(y desde la revista Hora de España, que revolucionaria, ni siquiera versificación de
respaldaba la ponencia publicándola) propaganda» (1937: 317). La referida au-
«no se defiende una concreta y dirigista tenticidad hernandiana, término que ven-
postura política doctrinaria, a diferencia dría a designar la profunda corresponden-
de la perspectiva adoptada por Rafael Al- cia entre los pensamientos y las emociones
berti –que no firmó el texto– y la revista del sujeto de la enunciación y el sujeto del
Octubre». enunciado, o del yo empírico y el yo lírico (o
Cosa distinta es que la sincera suscrip- incluso la textura autobiográfica del sujeto
ción de las ideas comentadas no signifi- que escribe), de nada servirá al poeta si no
cara, pese a todo, que Miguel Hernández logra transformar esas emociones verdade-
como tantos otros no incurriera algunas ras en emociones verosímiles, esto es, sus-
veces en la facilidad propagandística que ceptibles de ser compartidas por el sujeto
la propia ponencia denunciaba. Conta- que lee. O sea, que por mucho que las vi-
mos, de hecho, con la cariñosa pero signi- vencias que nutren los versos toquen su fi-
ficativa reprimenda que al poeta le valie- bra más íntima, a Hernández no le asiste el
ron estos versos de «Llamo a la juventud», supuesto valor de la autenticidad (categoría
y que su censor, Manuel Altolaguirre, no de dudosa pertinencia en materia poética)
dudó en calificar de desdichados: si no logra fabricar con aquellas una emo-
ción estética, o esa «bella mentira fingida»
subiera en su airado potro que, según una fórmula propia, es al fin el
y en su cólera celeste poema (2113). Esto ocurre cuando «se es-
a derribar trimotores fuerza por cantar realidades que se avienen
como quien derriba mieses. mal con los registros de su voz» (Sánchez

127
Araceli Iravedra

a veces me dan anhelos


de dormirme bajo el agua
y de despertar jamás
y no saber más de mí
mañana por la mañana.
¡Qué honduras más hondas veo!
[…] España jamás te salvas.

Naturalmente, esta clase de enunciados


no podían ser los más idóneos para alentar
a las milicias, y la pulsión o la herida de
la muerte que recorre la poesía de Miguel
Hernández tenía que ser sofocada en la fe
voluntarista por el sujeto combatiente que
se debe a los designios de la propaganda
y al auxilio de su pueblo. Sin embargo,
por versos como los citados, aun con su
provisionalidad, la redacción inconclusa
recuperada por Chevallier alcanza a ratos
más verdad lírica que la versión definitiva,
aunque en esta, la vigorosa potencia ex-
presiva que es marca específica de la voz
hernandiana mantiene el poema a salvo
del tropiezo previsible, en un poeta menos
dotado, con una retórica estereotipada.
En cualquier caso, tales riesgos amena-
zan a los poemas más directamente béli-
cos y no perturban tanto a otras composi-
ciones donde el alegato y la instigación al
Vidal, 1992: 255) o que, en otros términos, combate se ensanchan hacia contenidos
caen fuera del ámbito de su cosmovisión. que se inscriben en la órbita de una poe-
Por ejemplo, cuando la pena consustan- sía más canónicamente social. Aunque no
cial al mundo poético hernandiano ha de hay que decir que es la misma la sustancia
ser desalojada para cumplir con convenci- ideológica que alimenta a unos y a otras,
miento pero no sin voluntarismo el deber de pues el adoctrinamiento acerca de la jus-
alegría (por emplear un título de Eugenio ticia y las motivaciones de la lucha pasaba
de Nora) que exige el programa de la lucha forzosamente por la denuncia de las ini-
revolucionaria4, los versos aparecen menos quidades sociales y la llamada a la eman-
convincentes, más retóricos, que cuando el cipación frente al opresivo orden burgués.
poeta da rienda suelta al desaliento. Bas- Una prosa publicada por Hernández sólo
taría contrastar el borrador del poema que unos días antes que el poema «Aceitune-
da título a Viento del pueblo, conocido gra- ros», en el que se incita a la lucha (y a la li-
cias al trabajo de Marie Chevallier, con la beración) a los campesinos andaluces, no
versión finalmente publicada, uno de los puede ser más elocuente a este respecto:
ejemplos más canónicos del romance épi-
co que por razones evidentes prescinde de Pero al campesino andaluz le ha llegado
fragmentos tan «inoportunos» como el que su risueña hora. Desde la alta ciudad de
sigue (1007): Jaén contemplo Andalucía, esta tierra

128
¿«Más humillado que bello»?

generosa, ágil, graciosa y valiente como


sus criaturas. La guerra zumba en ella.
En ella lucha el campesino frente al te-
rrateniente, el despojado de todo frente al
que todo lo tiene […] Hoy, el aceitunero,
el minero, el mulero, que han trabajado
estérilmente jornadas de catorce y dieci-
séis horas, se juegan en esta guerra mucho
más: no se trata sólo de la independencia
de España. El trabajador español se juega
hoy, por todos los trabajadores del mundo,
su porvenir y el de sus hijos (2188).

Es en esta invocación directa de la jus- confluencia social. Ya se ha visto que aquí Toma del Santuario
ticia social, alegato denunciador o canto «el plano colectivo, el de la pareja y el indi- de Nuestra Señora
de la Cabeza, 1 de
celebrativo del pueblo explotado, donde vidual están integrados en una cosmovisión
mayo de 1937
Hernández parece encontrar su dimensión coherente. En ella, Hernández expresa sus (Fundación Cultural
más propia y sentirse «más cerca de lo que personales sentimientos, pero asumien- Miguel Hernández)
quiere expresar», según él mismo revela a do lo colectivo de tal modo que cualquier
propósito de los poemas «Las manos» y «El soldado que estuviera en las trincheras,
sudor» (Luzuriaga, 1975: 55). La crítica lejos de su mujer, podría reconocerse sin
ha ponderado precisamente estas compo- dificultad» (Sánchez Vidal, 1992: 252).
siciones, u otras como «El niño yuntero» El sujeto amante, en efecto, no pierde de
o la «Canción del esposo soldado», como vista su ubicación pública, el espacio co-
algunas de las cumbres líricas que se ele- lectivo de donde emana el canto –«Sobre
van sobre el retoricismo de los momentos los ataúdes feroces en acecho, / sobre los
más épicos a resultas de «una visión del mismos muertos sin remedio y sin fosa /
mundo auténtica y sentida» (Cano Balles- te quiero» (602)–; y el hijo efectivamente
ta, 1989: 107-108). Todas ellas desbordan esperado por el yo lírico y defendido como
la inmediatez funcional del mensaje pro- quien defiende a toda una clase –«el eco
pagandístico para remansarse en la comu- de sangre a que respondo» (601)– se abre
nión emocionada con una clase social y sus a una dimensión simbólica encarnadora
condiciones de vida, soportadas en la pro- de ese futuro utópico incorporado por la
pia piel de la voz enunciadora; pues, como retórica poética social –«Nacerá nuestro
señala Chevallier, «la finalidad pragmática hijo con el puño cerrado, / envuelto en un
inmediata de la acción para ganar la gue- clamor de victoria y guitarras»... (602)–. La
rra se encuentra trascendida en la poesía ilusión íntima y el anhelo colectivo que-
hernandiana» (1978: 346). Es en algunas dan trabados en unidad indisociable. Y así,
de estas composiciones, y seguramente poemas como la «Canción del esposo sol-
en la «Canción del esposo soldado» como dado» obligan a matizar la extendida afir-
más alto exponente, donde Miguel Her- mación de que, por contraposición con El
nández realiza algo parecido a lo que Juan hombre acecha (1939), los versos de Viento
Carlos Rodríguez ha bautizado (refiriéndo- del pueblo estén construidos «en la retóri-
se a otras latitudes poéticas) como «épica ca del nosotros, del individuo que se borra
subjetiva» o una «poesía del yo objetivado» por integrarse en una comunidad unida por
(1999: 286), y que viene a nombrar la po- un concepto político», que no habla enton-
sibilidad de enunciar el poema desde una ces «desde una implicación personal, sino
subjetividad que funciona como espacio de desde la institución comunitaria que se

129
Araceli Iravedra

define por un posicionamiento ideológico trae al poema ecos de la tradición lírica his-
y bélico» (Urrutia, 1993: 160-161). Por el pánica de Manrique a Neruda, desmienten
contrario, el poema resulta ilustrativo del también el sacrificio del arte en aras de la
humanitarismo de amplio alcance a que propaganda que denunciaba la ponencia.
obedece la poesía civil hernandiana, asumi- Ya apuntaba Agustín Sánchez Vidal que en
da como corolario inevitable de su entrega esta clase de poemas los clichés de la retó-
y espontánea voluntad de diálogo con todos rica épica dejan paso a «una poesía popular
los estímulos de su realidad, y ahora como en la que vibra toda la tradición del idioma
íntima respuesta a las convulsiones de una sin hurtar al mismo tiempo las aportaciones
existencia propia fatalmente penetrada por de la vanguardia» (1992: 251).
los avatares de su comunidad brutalmen- Son todos estos componentes e inci-
te agredida. Por lo demás, la «Canción del taciones conformadores del compromiso
esposo soldado» se hace eco de aquella hernandiano y su poesía revolucionaria los
observación que leíamos en la comentada que singularizan el lugar del poeta de Ori-
«Ponencia colectiva» del Congreso Inter- huela en el mapa literario del compromi-
nacional de Escritores, condenatoria de la so republicano durante los años treinta, y
simplicidad y el maniqueísmo a que era lo distinguen de otras posturas como, por
con frecuencia reducida la visión del mun- ejemplo, la de Rafael Alberti, por remitir-
do pergeñada en el arte de propaganda, pri- nos a un caso también emblemático. Se
vando por ejemplo al tipo del obrero de la sabe que Alberti desemboca en el com-
singularidad psicológica de un hombre de promiso revolucionario tras una honda
carne y hueso. Por último, el empleo del experiencia de crisis personal, a fines de
verso de amplia andadura, el virtuosismo los años veinte, que se resuelve en ruptura
métrico de los serventesios de pie quebra- con el origen burgués y se traduce poética-
do con su rima consonante, o el elemento mente en el tránsito de la vanguardia a un
visionario –«un océano de irremediables nuevo lugar estético marcado por la volun-
huesos» (604), «como una boca inmensa tad civil. Antes había practicado el neopo-
/ de hambrienta dentadura» (602)...– con- pularismo, el gongorismo, el surrealismo,
jugado con la elaboración intertextual que y después, la búsqueda incansable de su
poética nómada le conduce, entre otras so-
luciones, a la disciplina socialrealista de la
literatura de partido, al lenguaje rígido de
las consignas ensayado en un libro así titu-
lado, Consignas, al registro reflexivo de la
evocación autobiográfica en busca de las
raíces ideológicas del yo, y por fin en los
años de la guerra, al verso épico e hímnico,
la palabra de combate y el tono de arenga,
la propaganda y la denuncia. El vitalismo
poético de Alberti no conduce de entrada a
suponer que el compromiso sea un reque-
rimiento externo a su escritura. Pero unos
versos del célebre poema-prólogo a Entre
el clavel y la espada constituyen una invita-
ción a cuestionar si el poeta se sentía efec-
tivamente cómodo en los registros adopta-
dos en su poesía de guerra, obedientes al
dogma del realismo socialista:

130
¿«Más humillado que bello»?

Después de este desorden impuesto, de


esta prisa,
de esta urgente gramática necesaria en
que vivo,
vuelva a mí toda virgen la palabra
precisa,
virgen el verbo exacto con el justo
adjetivo.

Pareciera que Alberti justificase su gramáti-


ca urgente de los años de la contienda por
una necesidad histórica coyuntural, que
habría conducido al Artista a descender de
su lugar propio y que, una vez superada, lo
dejaría libre para retornar a la forma pura
o virgen de la que siente nostalgia. No pa-
rece, sin embargo, que sea ésta la ideolo-
gía literaria que subyace, ni consciente ni
inconscientemente, en la práctica poética
de Miguel Hernández, en quien no encon-
tramos indicios de conflicto –para decirlo
en términos albertianos– entre el clavel y y deslumbramientos de sangre» (ibid.).
la espada (el compromiso y la pureza, la Desde ahí llega al compromiso político y
poesía y la historia, la estética y la ética), no vive como forzosa renuncia estética su
concebidos en cambio por Alberti como poesía de urgencia, o esa palabra manchada
instancias antagónicas, según de nuevo por los contenidos supuestamente espurios
traslucen otras formulaciones metadiscur- de la historia. Ahí está su poema «El su-
sivas del exilio que reproducen esa misma dor», ese himno político al trabajo manual
tensión entre belleza incontaminada y pa- donde, según ya celebró la crítica, la explo-
labra instrumental: «Si no hubiera tantos tación temática de una de esas sustancias
males, / yo de mis coplas haría / torres de poco sublimes invocadas por Neruda ni
pavos reales». Miguel Hernández, como Al- resta un ápice de lirismo a la composición
berti y tantos otros en los convulsos años ni coarta el vuelo imaginativo de una ex-
treinta, había condenado la frivolidad de presión propensa a la metáfora gongorina
los juegos vanguardistas y rechazado el arte y nutrida por el más variopinto de los aca-
por el arte, pero no únicamente en nombre rreos (Hart, 1987: 83-84). No estaba en-
de una razón ética; como nos revela en su tonces Hernández «mintiendo a su voz», ni
comentario a Residencia en la tierra, don- «traicionándose y suicidándose tristemen-
de se despacha a gusto contra «la cosita, el te», según él mismo advertía a propósito de
poemilla relamido y breve», el «arte menor la escritura de su etapa católica (2345); al
y puro» y la «confitura rimada» (2157), el menos no porque sintiera nostalgia de la
poeta descubría el registro más ajustado a «experiencia creativa pura» (Alonso, 1993:
su voz en la torrencialidad lírica de la im- 310). Y por eso no se planteó su compromi-
pureza nerudiana o el neorromanticismo so como una entrega coyuntural; de hecho,
aleixandrino: «Me emociona la confusión cuando en algunos momentos se atreva a
desordenada y caótica de la Biblia, donde soñar su tarea futura en un tiempo de paz
veo espectáculos grandes, cataclismos, des- que nunca llegó para él, expresará sus an-
venturas, mundos revueltos, y oigo alaridos helos de seguir empuñando su teatro y su

131
Araceli Iravedra

poético más secreto a las exigencias de la


conciencia colectiva» (Alonso, 1993: 310).
No será, por descontado, en la gramática
urgente de Viento del pueblo donde halle-
mos al Hernández más sostenidamente
personal, más leal a su voz o a su talante
íntimo: las imposiciones de la propaganda
no se lo consintieron siempre, y por ellas
se obligó a poner a la canción alguna cla-
se de trabas, de índole aún más ideológica
que formal, si ambas pudieran fácilmen-
te disociarse. Pero el sentirse sin retórica
«viento del pueblo», el saberse fatalmente
«encarcelado en sus raíces», le allanaron la
Con José Herrera interiorización de los conflictos y le procu-
Petere, mayo de
1937
raron un «enfoque emocional del compro-
(Fundación Cultural miso político» (Carnero, 1992: 155), que,
Miguel Hernández) no hay que olvidarlo, no estaba dirigido
por disciplina alguna de partido, sino por
poesía como un «arma reposada» (2227) esas «manifestaciones de la sangre y no de
que continúe cantando al pueblo y a la his- la razón» que Hernández prefería como
toria: «Cuando descansemos de la guerra, y fuente de la poesía (2156). Ello, añadido
la paz aparte los cañones de las plazas y los a su instinto y su genialidad poéticos, y a
corrales de las aldeas españolas, me veréis un respeto poco al uso de su destinatario
por ellos celebrar representaciones de un popular, asistió al poeta de Orihuela en la
teatro que será la vida misma de España, empresa de acortar, cuando no liquidar, la
sacada limpiamente de sus trincheras, sus distancia entre su luna y su barro; y sal-
calles, sus campos y sus paredes» (1788). vando los consabidos desaciertos, sólo por
«Miguel Hernández –se ha dicho– no milagro evitables, el desorden de la guerra
fue seguramente el poeta que hubie- no impuso a la voluntad artística su acos-
ra querido ser porque rindió su impulso tumbrado yugo de humillación.

Notas
1. En lo sucesivo, y salvo indicación expresa, 3. Otra cosa es que, según piensa Juan Ra-
todas las prosas y versos de Hernández se lo- món, en el caso de Hernández fuera el di-
calizarán en el texto señalando sin más el nú- dactismo procedente del «resabio escolás-
mero de página, que remite a la misma edición tico juvenil de los frailes de Orihuela», que
de la Obra completa, en dos volúmenes con impregnó para siempre sus versos, lo que le
paginación corrida. impidió elevar el romance a alta categoría
poética (ibid.).
2. Existe constancia de la favorable acogida
que los soldados dispensaban a la recitación 4. Piénsese en un título paradigmático como
hernandiana y en general a la contribución ar- «Juramento de la alegría», donde el optimismo
tística de los poetas, como así lo revelan, por que impregna el poema «no es sino un modo
ejemplo, Enrique Líster (1977: 127) o Navarro de obligarse por juramento a la victoria» (Che-
Tomás (en Hernández, 1992: 548). vallier, 1978: 271).

132
¿«Más humillado que bello»?

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blo Neruda: dos modos de influir», en 155-162.

133
Más sobre Versos en la guerra
La única edición alicantina publicada en vida
de Miguel Hernández
Aitor Larrabide
Doctor en Filología Hispánica
Fundación Cultural Miguel Hernández

Versos en la guerra. Miguel Hernández, Gabriel Baldrich, Leopoldo Urrutia


Prólogo de C.[arlos] Schneider
Ilustraciones de M.[anuel] González Santana, Manuel Albert, [Miguel] Abad Miró,
Melchor Aracil, Tomás Ferrándiz
Alicante, C.[omité] P.[rovincial] de Socorro Rojo Internacional, 1938, 64 páginas

L
a eDiCión que comentamos, casi [...] porque le proporcionamos la noticia
desconocida, fue mencionada por de ser poseedores de un ejemplar» (1979:
primera vez en el documentado 217).
libro de Vicente Ramos y Manuel Molina
(1976). En dicho estudio se puede leer:
«en 1937, el doctor Schneider pide a di-
versos pintores alicantinos –Miguel Abad,
Melchor Aracil, Gastón Castelló, Manuel
González Santana...– dibujos propios para
ilustrar el libro Poesía de guerra [sic], pu-
blicado sin tardanza por el Socorro Rojo
Internacional. Abad ilustró el poema her-
nandiano ‘Las manos’, y nos consta que al
poeta le agradó muchísimo esta colabora-
ción» (1976: 61). Más adelante, Vicen-
te Ramos y Manuel Molina afirman que
Miguel Abad Miró establece amistad con
Miguel Hernández a finales de 1937.
Sin embargo, tenemos que aguardar
hasta 1979 para conocer más datos acer-
ca de este pequeño libro. Vicente Mojica
publica un artículo en donde ofrece cum-
plida descripción del mismo. Recuerda
que Ramos lo mencionó por primera vez
«hace un par de años en un trabajo suyo

Aitor Larrabide pp. 134-145


Aitor Larrabide

en España y en su cultura. Presenta a los


tres poetas y destaca que la mayoría de las
composiciones reunidas en este libro son
romances, pues esta forma estrófica recoge
los ideales y aspiraciones del pueblo: «se
adentra en su alma y en ella queda pren-
dido eternamente para que al correr de los
tiempos quede constancia de la grandeza
de nuestra actual contienda». También in-
forma de que «Miguel Hernández, poeta
consagrado desde hace muchos años, no
necesita presentación. En este libro trae
de la mano a sus dos compañeros de ar-
mas y de plumas: Leopoldo Urrutia y Ga-
briel Baldrich. El mero hecho de que tan
gran poeta nos los presente, dice bastan-
te acerca de la valía de estos dos noveles
autores». También se indica que «El libro
lo dedican sus autores al c.p. del s.r.i. de
Alicante, cediendo sus derechos a la orga-
Ya tenemos el particular «dramatis per- nización con objeto de que el importe de
sonae» de esta historia, tejida con sangre, la venta sea aplicado en beneficio de los
pasión y, al fin, derrota, con Alicante como luchadores y de las víctimas del fascismo
escenario. invasor». El prólogo lleva fecha: «Alicante,
Junio de 1938».
La edición fue cuidada por Alejandro
La edición Urrutia (A.U.), tanto en la parte literaria
como en la de las ilustraciones, como se in-
Se trata de un cuaderno de sesenta y cua- dica en la página 56: «Cuidó la edición de
tro páginas numeradas, 15,5 cm x 10,5 este libro, así de la parte literaria como de
cm, impreso en papel blanco, en rústica y las ilustraciones, y atendió los pormenores
con cubiertas en papel de color beige os- de la edición A.U. en Alicante, Noviembre
curo. En la contraportada se consigna el
precio, una peseta. Los autores donaron
sus derechos al Comité Provincial del So-
corro Rojo Internacional.
En la primera página aparece la cita en-
tresacada de Antígona, de Sófocles: «En
tu pecho llevas la estrella de tu destino».
El colofón tiene la siguiente leyenda:
«Acabose de imprimir esta colección de
versos de nuestra guerra en Alicante a
1 de Diciembre de 1938, en los talleres
‘Modernas Gráficas Gutenberg’».
En el prólogo (pp. 3-4), Carlos
Schneider, presidente del Comité Provin-
cial del Socorro Rojo Internacional de Ali-
cante, apela al compromiso de los artistas

136
Más sobre Versos en la guerra

1938». Mojica nos desvela que Alejandro


Urrutia era el padre de uno de los poetas
incluidos en la antología (Leopoldo Urru-
tia) y ejercía sus labores de catedrático en
la localidad de Alcoy (1979: 219).
La primera ilustración, en la segunda
página, frente al prólogo, es un dibujo de
Manuel González Santana: un soldado de
España en el preciso momento de caer
mortalmente herido. El resto de las ilus-
traciones se deben a Manuel Rodríguez
Albert, Miguel Abad Miró, Melchor Ara-
cil y Tomás Ferrándiz. Las preciosas letras
capitales (que nos recuerdan la particular
herencia clásica) de los poemas son obra
de Manuel González Santana. Las viñetas,
situadas al final de cada sección, pertene-
cen a Melchor Aracil.
El índice, como apunta Mojica, es cu-
rioso, pues en primer lugar figura Miguel
Hernández, cuando por orden de nume-
ración de las páginas es Gabriel Baldrich
quien inicia el poemario con la composi-
ción «Romance del molino que no muele»
(dedicado a Elena Romo), en las páginas
7 y 8. A este poema le siguen: «Romance
de la tragedia feliz» (pp. 9-11), «Roman-
ce negro a la luna blanca» (pp. 12-14),
«Romance de la Unidad Proletaria» (pp. libro Viento del pueblo, publicado un año
15-17) y «¡Qué suerte ser miliciano!» (de- antes en Valencia precisamente también
dicado «A todos los voluntarios que de- por Socorro Rojo.
fienden las libertades de España», pp. 18- El tercer poeta, andaluz por nacimiento,
20). Por cierto, si cotejamos estos poemas es Leopoldo Urrutia, que acababa de pu-
de Baldrich con sus versiones publicadas blicar Romances de un combatiente, con los
en 1992, veremos las numerosas variantes siguientes poemas: «Barcelona bombar-
que presentan. Este no es lugar para su deada» (abría el poema la siguiente expre-
descripción, pero vale la pena que se reali- sión: «Clara, limpia y perfecta Barcelona»,
ce porque resulta curioso. pp. 37-39), «Fragmento de la carta de una
A estos poemas del andaluz Gabriel madre a su hijo, combatiente» (pp. 40-42),
Baldrich le siguen los de Miguel Hernán- «A un voluntario» (pp. 43-45), «¡Durruti!»
dez, también con numerosas variantes (pp. 46-48) y «Romances en la muerte de
que sería valioso consignar. Los poemas Federico García Lorca» (pp. 49-54).
hernandianos, publicados anteriormente Es una poesía que llega a las trincheras,
en diversas publicaciones periódicas, son: incluso algunos poemas son fechados en
«Las manos» (fechado en Madrid, 15 de los frentes, como por ejemplo es el caso
febrero de 1937, pp. 23-25), «Aceitune- de Gabriel Baldrich («Romance de la Uni-
ros» (pp. 26-28) y «Llamo a la juventud» dad Proletaria», Frente de Órgiva, julio
(pp. 29-33), todos ellos integrados en el de 1937, p. 17), Miguel Hernández («Las

137
Aitor Larrabide

aventura humana y artística de cada uno


de los colaboradores del libro. Casi siem-
pre coincidiríamos en metas de prestigio
poético y pictórico» (1979: 220). En cuan-
to a los ilustradores, estos son los, forzosa-
mente, breves perfiles de los mismos.
Manuel González Santana (Alicante,
1904-1994). Socio del Ateneo de Alican-
te. Realizó su primera muestra individual
en 1934. Durante la guerra se decía de él
que era «fino sentidor de los matices de la
magia». Se incluye un dibujo suyo en la
página 2, así como las letras capitales de
las composiciones (pp. 7, 9, 12, 15, 18,
23, 26, 29, 37, 40, 43, 46 y 49).
Manuel Rodríguez Albert (Aranjuez,
1907-Alicante, 1994). Conocido como
Manuel Albert. Cartelista y constructor
de hogueras. Se incluye un dibujo suyo en
la página 6.
Miguel Abad Miró (Alcoy, 1912-1994).
Amigo de los anteriores (González Santa-
na, Rodríguez Albert) y de Aracil. Ilustró el
poema hernandiano «Las manos» (p. 22).
Melchor Aracil Gallego (Alicante,
1906-1966). Premio del Ateneo de Alican-
te en 1933. El sentido colectivo de su arte
durante la guerra es una de sus caracte-
rísticas principales. Tiene dos dibujos en
manos», Madrid, 15 de febrero de 1937, páginas 34 y 36, así como las viñetas que
p. 25) y Leopoldo Urrutia («Barcelona figuran al final de cada sección (pp. 20,
bombardeada», Frente de Extremadura, 33 y 54).
marzo de 1938, p. 39; y «A un voluntario», Tomás Ferrándiz Llopis (Alcoy, 1915-
Extremadura, abril de 1938, p. 45). ¿?). En 1937 se da a conocer en Alicante
Entre la página 57 y la página 61 figu- en una exposición de esculturas y bocetos.
ran unas notas sobre los poetas y artistas De su obra la crítica destaca la luminosi-
que han colaborado en la preparación del dad del paisaje alicantino. Un dibujo suyo
librito, firmadas por Alejandro Urrutia y aparece en la página 55.
por el contestano Francisco Ferrándiz Al- Detrás de las «Notas acerca de...» (pp.
borz, que consignamos en apéndice al fi- 57-61), se referencian las ilustraciones y
nal del presente trabajo. los nombres de sus autores, en la página
62. En esa misma página se expresa el
siguiente agradecimiento: «A todos estos
Los ilustradores buenos artistas y camaradas ofrecen aquí
testimonio de agradecimiento y admira-
Resulta clarividente la afirmación de Mo- ción, el s.r.i. y los autores».
jica con respecto a los artistas que ilustra- Ya hemos descrito la edición; ahora
ron el cuaderno: «sería curioso seguir la la contextualizaremos para una mayor

138
Más sobre Versos en la guerra

comprensión de los personajes y circuns-


tancias que trabajaron e influyeron para
que saliera a la calle esta antología.

Aquella agitada primavera de


1937

Leopoldo de Luis, en la «Introducción» de


su libro (1994: 11-16), rememora aquellos
cruentos días de la guerra. Fue herido
en el frente de Madrid y trasladado a un
hospital de retaguardia alicantino, donde
conoció a Vicente Ramos, Manuel Mo-
lina, Ramón Clemente, Melchor Aracil,
Miguel Abad Miró, Gastón Castelló, etc.
A Miguel Hernández le conoció una llu-
viosa tarde de mayo de 1936 en Madrid.
Por cierto, en la página 13 de dicho libro
aparece reproducida la portada del volu-
men que comentamos. Según narra De
Luis en su citado libro, el sábado 21 de
agosto de 1937 se celebró en el Ateneo
alicantino el primer homenaje público a
Miguel Hernández. Estaban presentes
Baldrich (que en 1938 tenía el rango de
teniente), Ramos y Molina. Baldrich era
compañero suyo en el hospital. Tras el ho-
menaje se acordó la idea de un cuaderno
conjunto. Después de ese día Leopoldo de el 14 de abril de 1937 el romance esce-
Luis y Hernández coincidieron un par de nificado «La madre espera su vuelta (Ro-
veces, antes de la derrota (abril de 1939). mance de ciego)», original de Leopoldo
De Luis recuerda que, cuando trasladaron Urrutia y Gabriel Baldrich (es citado pos-
al poeta oriolano a la prisión de Ocaña teriormente en el libro, ya mencionado,
(otoño de 1940), él fue excarcelado. escrito conjuntamente con Manuel Moli-
En la introducción («Baldrich, junto al na, 1976: 41). El 7 de mayo de ese mismo
molino abandonado») al libro de su cama- año, y en homenaje a México, los actores
rada Gabriel Baldrich (1992: 5-9), Leopol- del «Altavoz del Frente» pusieron en es-
do de Luis recuerda aquel tiempo oscuro cena España al día, de Leopoldo Urrutia y
y luminoso a la vez de la guerra, en que Gabriel Baldrich, y el 13 de diciembre, la
estaba en juego la libertad y tenían como obra del primero Voces de sangre.
únicas armas el entusiasmo y la ilusión. Vicente Ramos y Manuel Molina
Vicente Ramos, en su libro sobre la (1976: 41) nos narran cómo transcurrió
Guerra Civil en Alicante (1973: 119), nos aquella primavera convulsa en Alicante.
cuenta la presencia en la capital alicantina El 21 de abril de 1937 los estudiantes de
de Leopoldo Urrutia y de Gabriel Baldrich. la fue, por medio de su grupo Farándula,
Así, el grupo dramático de «Altavoz del estrenaron la obra de Alejandro Casona
Frente» representó en el Teatro Principal Otra vez el diablo. En el mismo acto se dio

139
Aitor Larrabide

25 de abril de 1937 en el Teatro Princi-


pal, organizada por «Altavoz del Frente»
y en acto de ayuda a Madrid. En la pre-
sidencia, entre otras personalidades, se
encontraban Antonio Blanca, José María
Sánchez Bohórquez, Gabriel Baldrich y
Leopoldo Urrutia, que recitaron poemas.
También se encontraban Manuel Altola-
guirre, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, etc.
Vicente Ramos y Manuel Molina nos in-
forman de que, en mayo de 1937, Gabriel
Baldrich permanecía herido en el Hospital
instalado en el Grupo Escolar de Benalúa,
y pertenecía, como Leopoldo de Luis, a
la fue madrileña. Emilio Chipont (1974:
126) afirma que el 23 de abril de 1938
llegan a Alicante Pedro Garfias, Pascual
Pla y Beltrán, y Gabriel Baldrich. Según
Chipont, este último, oficial del Estado
Pedro Garfias Mayor del Ejército Revolucionario, fue el
autor de Tres tiros en Sierra Nevada (publi-
a conocer una escena de Federico García cado en los números 136-138 de Nuestra
Lorca representada por Gabriel Baldrich y, Bandera).
al final, se cantó el himno de la fue.
En un libro posterior de Vicente Ra-
mos sobre el Ateneo alicantino (1992: Carlos Schneider
63), rememora aquellos meses intensos
de 1937 en los que la Alianza de Intelec- José Luis de la Vega Gutiérrez nos da noti-
tuales Antifascistas para la Defensa de la cia de Carlos Schneider (1984: 121). Así,
Cultura (que formaban parte de la direc- el 27 y 28 de septiembre de 1930 tuvieron
tiva del Ateneo de Alicante) se hizo cargo lugar las elecciones a la Junta Directiva
de la institución cultural. La presentación del Colegio de Médicos. El 4 de octubre
pública del Ateneo-Alianza tuvo lugar el tomaron posesión sus miembros, entre
ellos Carlos Schneider, vocal de la mis-
ma, aunque presentó su dimisión el 29 de
noviembre de ese año, a la que siguieron
las de otras personas. Sus contrincantes
afirmaron que se trataba de una «confabu-
lación». Carlos Schneider San Román de
Weber era bacteriólogo. El 15 de julio de
1932 integra la Junta del Colegio de Far-
macéuticos. Es miembro de los Amigos
de la Unión Soviética, con Gastón Cas-
telló, Melchor Aracil y Rafael Rodríguez
Albert en 1933. El 10 de abril de 1938,
en el Teatro Principal de Alicante, se ce-
Margarita Nelken, lebró el Congreso Popular de Solidaridad
en el centro del Socorro Rojo Internacional. El doctor

140
Más sobre Versos en la guerra

Schneider fue el organizador, y Manuel


González Santana, vocal de finanzas.

Socorro Rojo Internacional

Este cuaderno fue publicado por el Comi-


té Provincial del Socorro Rojo Internacio-
nal. Puede ser interesante dar noticia de
esta organización y de sus publicaciones.
Francisco Moreno Sáez, en su útil his-
toria de la prensa alicantina, nos ofrece la
ficha de Socorro Rojo, que puede resultar
de interés para enmarcar esta curiosa an-
tología (1994:173-176).
El subtítulo de Socorro Rojo era «Ór-
gano de la Solidaridad editado por el
C.[omité] P.[rovincial] del S.[ocorro]
R.[ojo] I.[Internacional] de Alicante». La
viñeta que ilustraba la portada era una
mano que protege a dos niños, bajo el
lema «Amparo y ayuda». Desde el número de difusión nacional, e incluso internacio-
18 (noviembre 1937) la viñeta pasa a ser nal (sobre todo en América Latina).
una mano con un pañuelo que pide soco- El predominio ideológico del Partido
rro detrás de unas rejas. Comunista de España y de las Juventudes
El primer número salió a la calle el 13 Socialistas Unificadas era aplastante. El
de marzo de 1937. Era de aparición quin- Socorro Rojo Internacional era un orga-
cenal, y tenía 4 páginas, aunque sufrió va- nismo soviético, creado en España por el
riaciones: desde el número 18 (noviembre pce para paliar la represión gubernamen-
de 1937) tendrá 12 páginas, y desde el nú- tal tras la revolución asturiana de octubre
mero 20 (diciembre de 1937), 16 páginas de 1934. Defiende siempre la unidad y la
a cuatro columnas. disciplina, así como «la solidaridad frater-
La sede la tenía en la Secretaría de nal entre todos los pueblos oprimidos».
Agit-Prop, calle de García Hernández,
número 46, de Alicante, y la imprenta era
Lucentum, en el número 28 de la misma
calle.
Entre los dibujantes contaban con Ma-
roto, Juana Francisca, «Yes», Gastón Cas-
telló, González Santana, Melchor Aracil y
Abad Miró. También publicaron textos en
sus páginas, entre otros, Carlos Contreras
(el famoso «Comandante Carlos»), Antonio
Machado, Margarita Nelken, Pasionaria,
Ramón J. Sender, Federico García Lorca, Vittorio Vidali,
«Comandante
el doctor Juan Negrín, José Herrera Petere, Carlos J. Contreras»
Pedro Garfias y, naturalmente, Miguel Her- (Fundación Cultural
nández. No fue una publicación local sino Miguel Hernández)

141
Aitor Larrabide

En el editorial del primer número («Por miliciano!», «Me voy al frente», «Roman-
qué salimos», 13 de marzo de 1937) ase- ce del molino que no muele» (octubre de
guran que no harán política alguna y se 1937), «Romancillo de la canción rota» y
alejarán de sectarismos, pues tienen afilia- «Romance de Teruel libertada», y Leopol-
dos de todo tipo de ideología. do Urrutia con «Romance del niño y el
Se quejan de que no siempre son acogi- avión», «Socorro Rojo», «Le mataron al
das sus notas en los tres diarios de Alican- alba», «A Pasionaria y mis compañeros de
te, por problemas de espacio, y debido a Regimiento», «Navidad de sangre», «Vida
ello toman la determinación de crear el pe- de la muerte», «Soy un herido de guerra» y
riódico, porque «son muchas las simpatías «Romance del desertor». También Vicente
y los afiliados con que cuenta en nuestra Mojica escribirá en esta publicación «Bil-
provincia el Socorro Rojo Internacional». bao la mártir». De ahí que, con toda pro-
El periódico es fundamental para cono- babilidad, conociera a los implicados en
cer la labor del Socorro Rojo Internacional la publicación de la antología y se hiciera
en relación con los Hospitales de Sangre, con un ejemplar.
las Guarderías Infantiles, la ayuda a com- El feliz maridaje de tres poetas y cin-
batientes y víctimas de bombardeos. El co dibujantes confirma la realización de
tema predominante en sus páginas es la la perfecta simbiosis de arte y poesía, una
solidaridad. de las aspiraciones de las vanguardias
Carlos Schneider colabora, entre otros históricas, en este caso unidos con fines
trabajos, con los siguientes: «Los hospi- propagandísticos. Sirvan estas breves lí-
tales de sangre del Socorro Rojo Interna- neas para dar noticia, en Alicante, de la
cional» (núm. 1, 13 de marzo de 1937) existencia de este cuadernito, desconoci-
y «Los Hospitales de sangre del Socorro do hasta para los especialistas (no aparece
Rojo. Hospitales de Elche» (núm. 5, 8 de en la bibliografía de la Obra completa del
mayo de 1937). poeta oriolano, ni en la edición de 1992 ni
Gabriel Baldrich colaboró con los en la de 2006).
siguientes poemas: «¡Qué suerte ser

Apéndice

Presentamos a continuación, por su indu-


dable interés histórico, las «Notas» acerca
de Miguel Hernández (pp. 57-58), de Ga-
briel Baldrich (p. 58) y de Leopoldo Urru-
tia (pp. 58-60), así como «Respecto de los
dibujantes...» (Aracil, Santana, Ferrándiz,
Abad Miró y Albert), en las páginas 60-61.

Miguel Hernández

No necesita presentación. De la genera-


Miguel Hernández ción nueva –la que sigue a la del mágico
en el frente, prodigioso: García Lorca, y, sobre todo, la
arengando a las
tropas
que en estas horas recias de nuestra gue-
(Fundación Cultural rra (la guerra absurda y abyecta que nos ha-
Miguel Hernández) cen) representa el pulso fuerte y admirable

142
Más sobre Versos en la guerra

de mocedad que ofrece sangre y alma por


un Ideal–, él, M. Hernández, es –creo que
a no dudar– el más claro exponente. De él
he escrito en otro lugar, entre otras opinio-
nes mías, éstas:

«Este poeta me parece el poeta a quien


bien define Navarro Tomás cuando nos
dice de él que la ‘dignidad del tono, del rit-
mo y del concepto, hace revivir en sus ver-
sos las resonancias épicas del romancero’;
juicio acertado, más que el de otro crítico
que únicamente afirma, con precipitación
innegable, que M. Hernández se caracte-
riza por su exuberancia y que su romanti-
cismo se queda en adjetival. Las composi- Autorretrato de
Miguel Abad Miró
ciones ‘Pasionaria’, ‘Recoged esta voz’, ‘Las en 1938
manos’, ‘Fuerza del Manzanares’, son com- (Herederos de
posiciones en que resulta alcanzado por Miguel Abad Miró)
el poeta el tono sobrio, exacto, que puede
calificarse de ‘estilización’ magistral». expresividad siempre, llega bien en todo
caso a los auditorios, con eco resonante de
En cuanto a su condición de poeta creador intenso patetismo en las composiciones
que toma su aliento de los ámbitos vitales –muchas de las suyas– que desarrollan
de las gentes de su pueblo y de su raza, en temas dramáticos. Poeta –a lo menos en
el libro que reseñamos están como pruebas las más de las producciones que de él co-
las composiciones ‘Jornaleros’, ‘Aceitune- nocemos–, más convincente aún oído que
ros’, ‘Campesino de España’, ‘Viento [sic] leído, ha divulgado su nombre y crédito de
del pueblo me lleva’; que, sobre todo las buen luchador entusiasta y de fervoroso
tres primeras, con su acento invocativo y amante y cultivador del verso puesto al
como alocución vibrante de emoción recia, servicio de su ideal.
definen, en mi concepto, de manera indu- (A.U.)
dable, esa condición a que me refiero. Por
otra parte, el íntimo latido de todos sus ver-
sos es palpitación de sangre de sentires y de Leopoldo Urrutia
emoción de la entraña profunda popular.
(A.U.) Por estar muy reciente la publicación de
su colección de Romances de un comba-
tiente, vamos a transcribir lo que escribe
Gabriel Baldrich un crítico, a propósito de varias de sus
composiciones:
La inspiración popular, entrañablemente
revolucionaria, de este joven poeta, se mo- «La tradición popular del romance español
dela y enformula en versos de una vibran- tiene en Leopoldo Urrutia, joven poeta de
te sonoridad. Su palabra emocionada, su veinte años, un continuador bien logrado.
verso (como el de Urrutia, aún descuida- La guerra ha despertado en él una comu-
do a veces; falto, a momentos –en ambos– nión de paisaje, de hombres y cosas. A su pu-
de pulimento y lima) de gran expresión y reza de emoción, une una completa pureza

143
Aitor Larrabide

Como ha escrito Luis Caballero, en el dia-


rio Avance, de Alicante, Urrutia es audaz
en sus metáforas, rico de originalidad en
su imaginística poética. En los más logra-
dos de sus romances –agregamos noso-
tros– hay claridad de concepto, gracia de
expresión, frescura de imaginación (que es
por lo que aludimos a esa estirpe de liris-
mo a que antes nos hemos referido, como
a fuente en que, a buen seguro, nuestro
poeta ha bebido).
En cuanto a la que habría que conside-
de ritmo romancero. Va directamente a la rar, asimismo, «virtud épica» de sus «cantos
emoción, esa emoción épica que vive tan en la guerra» –que no es igual a «cantos»
trágicamente el pueblo de España y que «de» «guerra»–, con la manifestación de la
el poeta hace estremecer con una belleza índole que nosotros adjudicamos al «modo
rica en plasticidad y en tono dramático. El poético de Urrutia» («modo», decimos, no
octosílabo adquiere en este poeta un eco de estilo, del que ya hemos hablado), con esa
lamento profundo y de evocación íntima. manifestación habríamos de ligar la refe-
Es un castizo por la presentación de moti- rente con aquella. Decimos, no más, que
vos, y un clásico por la belleza formal con en bastantes composiciones transparecen
que los desarrolla. Humaniza el paisaje y la expresión ingenua, el corte popular, en
da a los hombres un tono de perspectiva y otros [sic], el tono predominante nos fuer-
lejanía, como si el dolor de la tragedia de za a clasificar los romances en la categoría
su España, más que de su propia entraña de «cultos», más bien que el de populares.
de poeta, brotara de la entraña de nuestra El poeta, novicio aún, no ha hallado to-
historia. Las emociones no son en Leopol- davía la línea estable de una indiscutible
do Urrutia un valor sentimental, sino una clase de fórmula poética (¡Complejo tema:
sublimación de lo real hacia objetivos pa- poesía popular, poesía culta!).
sionales que se traducen en indignación
unas veces, en lamento otras, y siempre en
exaltación de lo eterno y popular español» Sobre los dibujantes
(F. Ferrándiz Alborz).
Respecto de los dibujantes dice el, en otro
Y el suramericano E. Zaldumbide O’Neill, lugar, aludido trabajo de E. Zaldumbide
dice: O’Neill, con motivo de las ilustraciones
del libro Romances de un combatiente, de
«Para nosotros, Leopoldo Urrutia realiza, Urrutia:
‘verifica’ la interpretación artística de los
temas de sus versos en la acepción de li- «Aracil parece, a juzgar por ellas, un ar-
rismo que el arte de la lírica egregia de tista intenso, aunque, a veces, un algo
un Shelley mágicamente sublimara. De monótono de concepción; siempre hondo
esa vena lírica, de esa formulación de lo y de seguro trazo. Santana, fino de línea,
lírico en un sentido cual lo definiera, de inseguro –quizá, todavía, pero cuidadoso
forma impar, Nietzsche, y no nos es dable del trazo sobrio, en todo caso–. Ferrándiz,
explayar aquí; a esa modulación o especie muy delicado de inspiración, no alcanza
lírica, adscribiríamos la idiosincrasia de del todo, aún, el nivel de fuerza de línea
la inspiración de este nuevo poeta». intensa».

144
Más sobre Versos en la guerra

De Abad Miró lo poco que vamos cono- obra íntegra de Aracil, el joven artista de
ciendo nos lo revela como un artista de los que en Alicante, y en la dilecta sección
inspiración pura: libre de influencias, des- de Altavoz del Frente, laboran, del que más
centradas, de los últimos movimientos es- producción conozco), el autor ha conden-
tilísticos y técnicos, en las artes plásticas sado la esencia de sus típicas caracterís-
en su dibujo, en este libro (en el poema ticas técnicas: fuerza concentrada servi-
«Las manos», de Miguel Hernández, p. da por una flexibilidad y soltura de línea
22) hay vigor expresivo y una matización irreprochable; euritmia transparente de la
de modulaciones varias que, no obstante arquitectura de la composición –remarca-
la diversidad de gesto aparecen unidas por ble, cabalmente, en la dimensión reducida
esta característica: su actitud contenida, de los trazos de una órbita pequeña–; hon-
sofrenada, de refinada concentración ínti- dura en la concepción del asunto.
ma en su caliente expresión. De Santana y Ferrándiz, he dicho en
Manuel Albert desarrolla sus motivos otros lugares, y en este libro al pie de sus
con una técnica sencilla, cuidada, lim- dibujos (en las páginas 2 y 55) de mi fe
pia. Una tónica de artista enamorado de en su porvenir de artistas, bien dotados de
la noble y perenne artesanía de su bello cualidades indudables.
oficio, da a los dibujos de Albert cifra de
atractivas simpatías, transparentemente ***
amable.
Debíamos a estos camaradas este –por ser
En las viñetas al fin de pp. 20, 33 y 54 mío– modesto pero cordial tributo de re-
(permítaseme consignarlo, en honor a la conocimiento de sus méritos.
consideración que merece la calidad de la (A.U.)

Bibliografía

Baldrich, Gabriel, Cartas sin respuesta civil (1936-1939), Alicante, Instituto


posible a Miguel Hernández Gilabert, de Cultura Juan Gil-Albert, 1994.
intr. Leopoldo de Luis y Serge Salaün, Ramos, Vicente, La guerra civil 1936-
Sevilla, Ediciones Alfar, 1992. 1939 en la provincia de Alicante, tomo
Chipont, Emilio, Alicante 1936-1939, II, Alicante, Ediciones Biblioteca Ali-
pról. María Dolores Climent-Redondo cantina, 1973.
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1974. de Alicante, Alicante, Ateneo Cientí-
De Luis, Leopoldo, Aproximaciones a la fico, Literario y Artístico de Alicante,
obra de Miguel Hernández, Madrid, Li- 1992.
bertarias / Prodhufi, 1994. Ramos, Vicente y Manuel Molina, Mi-
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libro casi ignorado», Revista del Instituto col. Ifach, 1976.


de Estudios Alicantinos, 28 (1979), pp. Vega Gutiérrez, José Luis de la, Medio
217-220. siglo de medicina en Alicante (Historia
Moreno Sáez, Francisco, La prensa en la del Ilustre Colegio de Médicos), Alican-
provincia de Alicante durante la guerra te, capa, 1984.

145
Identidad social e intimidad
sentimental en las canciones de
El hombre acecha
Laura Scarano
Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina)

Te escribo con la imborrable


tinta de mi sentimiento…
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos.
(«Carta»)

S
iemPre me ha atraíDo el tono para afirmar como corolario: «una verdad
intimista, aunque inequívoca- tan verdadera que no se ve, pero se sabe»
mente social, de las dos cancio- (1992: II, 2113). Las fértiles fronteras
nes que abren y cierran uno de los libros entre testimonio y ficción, documento y
más «combativos» de Miguel Hernández,
El hombre acecha (1937-1939). «Poema-
rio de guerra», «libro de dolor», discurso
«de la desesperación» de un sujeto «es-
cindido», no parece exagerada la afirma-
ción de Ángel L. Prieto de Paula: «Cuan-
do el poeta pasa de la exaltación de Viento
del pueblo a las zozobras, vacilaciones y
temores de El hombre acecha está, por su
parte, sentando las bases de la poesía de
posguerra» (Prieto de Paula, 1993: 565).
Pero este impacto en la serie posterior
se afinca además en su lúcida «poéti-
ca de autor», que supera los postulados
al uso del realismo socialista con pocas
pero contundentes afirmaciones, como
las vertidas en el breve texto en prosa de
1933 titulado «Mi concepto del poema»,
del que podemos extraer una fecunda se-
cuencia: «¿Qué es el poema? Una bella
mentira fingida», «una verdad insinuada»,

Laura Scarano pp. 146-161


Laura Scarano

de la imprenta de Valencia se salvaron dos


copias sin encuadernar, una de las cuales
servirá de base para la edición de los crí-
ticos ya citados (recién en 1981 se ofrece
la edición facsímil) y para la anotada por
Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Ro-
vira en 1992, quienes suministran además
otras variantes para las dos canciones ana-
lizadas, como veremos más adelante.
La función «paratextual» de estos dos
poemas (como prólogo y epílogo, con la
rúbrica ordinal de los adjetivos «Canción
primera» y «Canción última») y el eviden-
te lazo de continuidad que los une habi-
litan una lectura secuencial, que arroja
nuevas luces sobre un libro de tono fuer-
temente testimonial referido a los estragos
de la guerra y las esperanzas militantes.
Leopoldo de Luis Ambos poemas aparecen destacados con
tipografía diferente de los demás textos
artificio, experiencia vital y elaboración en los manuscritos hernandianos, aunque
estética son coordenadas clave para en- no todos los editores, a juicio de Sánchez
tender también la armónica convivencia Vidal, «parecen haber reparado en este
entre identidad social e intimidad sen- importante extremo (las cursivas)», y los
timental, en un poeta inequívocamente editan en letra redonda. Es indudable ade-
«político» e incuestionablemente «ínti- más la sólida estructuración del libro (a di-
mo». El hombre acecha y sus dos pórticos ferencia de Viento del pueblo), que se abre
son prueba de este laborioso enhebrado «con una ‘Canción primera’ de arte menor,
que le proporciona un perfil distintivo, de continúa con ocho poemas de arte mayor;
cara a los desarrollos de la praxis poética interpola otro mayoritariamente en octosí-
de posguerra, más allá de su periplo vital. labos (‘Carta’); siguen ocho composiciones
En la edición clásica de Leopoldo de de largo aliento, y se cierra con la ‘Canción
Luis y Jorge Urrutia, se señala de entrada última’», de modo tal que «las cursivas [de
el «contenido poco unitario» del poema- las dos canciones] enmarcan los poemas
rio, la evidente correspondencia con Vien- de circunstancia y subrayan la estructura
to del pueblo, pero también «su enlace, por del libro, encomendada a unos versos que,
medio de las dos canciones que lo abren a juzgar por los manuscritos, fueron los es-
y cierran, con la poesía posterior» (373). critos en último lugar». Por eso, concluye
El libro estaba preparado a principios de Sánchez Vidal, «no es casual que allí se
1939 para ser entregado a la Imprenta perciba ya el tono del Cancionero y roman-
Moderna de Valencia y lo editaría la De- cero de ausencias y que no quepa hablar
legación de la Secretaría de Propaganda. en puridad de ‘últimos poemas’ como algo
Pero los acontecimientos de la Guerra aparte, sino de un ciclo único que arran-
Civil malogran su publicación y «las ad- ca de esas cursivas de El hombre acecha»
versidades de posguerra lo secuestran y (1993: 104).
hunden, si no en el olvido, sí en el silencio Su deliberada ubicación a ambos extre-
y la persecución» (373). Destruidos los mos del poemario nos obliga a preguntar-
flamantes ejemplares por el franquismo, nos sobre las razones que guiaron al poeta

148
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

a incluirlas aquí. Se supone que sus fechas la meditación central del libro (reforzando
de redacción fueron muy próximas a las de su tonalidad política y filosófica), aunque
gran parte de los poemas que conformarán el cauce retórico elegido, como veremos,
después su Cancionero y romancero de au- establecerá un enlace con la vertiente in-
sencias; pero la decisión autoral las apar- timista. Recordemos el poema:
tó y destinó a este poemario, quizás para
aminorar la carga circunstanciada de su Se ha retirado el campo
discurso añadiendo, en lugares tan decisi- al ver abalanzarse
vos, textos con una expresión tan conmo- crispadamente al hombre.
vedoramente emocional como la que ellas
introducen. Estas razones se justifican si ¡Qué abismo entre el olivo
atendemos a la constante que atravesará y el hombre se descubre!
toda su poesía, la que anuda el análisis de
su identidad social e histórica con la in- El animal que canta:
trospección en su intimidad sentimental: el animal que puede
su concepción del hombre, pero también llorar y echar raíces,
de la praxis poética, como un territorio de rememoró sus garras.
frontera, donde se cruzan la esfera priva-
da y la pública, las tensiones (armónica-
mente conflictivas) entre emociones in-
dividuales y aspiraciones políticas1. Para
De Luis y Urrutia, estos poemas entran
dentro del apartado que denominan «de
aflicción», «que es el que marca la tónica
del libro», pues estamos frente a «un libro
de dolor y, en cierto modo, de decepcio-
nes» (en Hernández, 1988: 33-34). Son
textos que «condensan el núcleo imagi-
nario» y «el más auténtico soporte lírico»
del poemario, ya que «se remontan sobre
la circunstancia para hablar con hondura
de situaciones y vivencias de cualquier ser
humano», principalmente la «escisión trá-
gica del sujeto» (Barroso Villar, 2008: 88,
97) que equipara hombre y animal.
La carga filosófica del título (sobre la
cual no abundaremos por haber sido pro-
fusamente analizada) retoma la imagen
del «homo homini lupus» de Plauto (en
Asinaria), que hizo suya Thomas Hobbes
(en Leviatán), explicado desde el contex-
to histórico de producción del libro, con
una clara ecuación simbólica –hombre/
animal, desgranada en la serie metoními-
ca «fiera-tigre-garra»–, dentro del proceso
de animalización violenta de la humani-
dad fratricida. En este sentido, la «Can-
ción primera» sirve de apertura prologal a

149
Laura Scarano

Garras que revestía otrora cubiertas de «flores», ahora «dis-


de suavidad y flores, puesto a hundirlas» en la carne humana.
pero que, al fin, desnuda Pero dicha evolución es regresión a un
en toda su crueldad. estadio de elemental violencia originaria
(«He regresado al tigre»), que justifica la
Crepitan en mis manos. doble valencia del título («primera» alude
Aparta de ellas, hijo. también a esta fase antihumana primige-
Estoy dispuesto a hundirlas, nia, primaria). La disyuntiva («Aparta o te
dispuesto a proyectarlas destrozo») desemboca en el vocablo clave
sobre tu carne leve. de su elaboración ideológica, que equipa-
ra los términos de la disyunción: «Hoy el
He regresado al tigre. amor es muerte». Y hace plausible el cie-
Aparta, o te destrozo. rre argumentativo, que recupera a modo
de conclusión la dimensión filosófica del
Hoy el amor es muerte, título del poemario: «y el hombre acecha
y el hombre acecha al hombre2. al hombre». La analogía «hombre-lobo» de
Plauto es resuelta por Hernández en iden-
La tensión aludida se expresa en este poe- tidad. Señala M.ª Elena Barroso Villar que
ma a través de los dos campos semánticos los «Caprichos» de Goya en su serie Los
que entran en colisión: la (creciente) ani- desastres de la guerra «pudieron ser moti-
malización del hombre y la (ineficaz) resis- vos inspiradores sobre la brutalidad huma-
tencia de su humanidad. El primer proceso na»: «estamos ante una representación del
hace retroceder a este genérico personaje hombre como monstruo», por lo cual «la
(«el hombre») a sus instintos más violen- iconografía de Goya sobre la bestia huma-
tos, y encuentra en la imagen feroz del «ti- na es hilo de la red textual y discursiva, en
gre» y sus «garras» el modelo de comporta- donde se enmadeja el libro» (2008: 91).
miento. No se trata de un dibujo estático, Por otro lado, la humanidad amenazada
sino en dramático movimiento que evolu- recurre a sus precarios pero persistentes
Los desastres de la
ciona: se «abalanza» sobre la naturaleza signos de identidad emocional. Casi aco-
guerra, de Francisco indemne («el campo», «el olivo»), «des- rraladas por el torrente semántico de esta
de Goya nuda / en toda su crueldad» las «garras», ferocidad desatada, el poema despliega
imágenes de una naturaleza y temperatura
cordial: el «campo» y el «olivo» están allí
para compensar «el abismo». La memoria
del «animal / que canta» y «puede llorar
y echar raíces» nos recuerda un estadio
donde las «garras» eran territorio «de sua-
vidad y flores». Pero la máxima antítesis
se logra con el tono íntimo de la interlo-
cución de este sujeto al «hijo», la preven-
ción del peligro inevitable y su lúcida con-
ciencia de la implacable metamorfosis:
«Aparta de ellas, hijo». No es ya el «amor»
(cifrado en ese integrador vocativo) re-
medio para el desborde o la «muerte». La
lucha es inminente y las garras «crepitan
en mis manos». La voluntad es presa de
esta fatalidad que corroe hasta el propio

150
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

sentimiento de la paternidad humana:


«Estoy dispuesto a hundirlas / […] sobre
tu carne leve». No hay salida posible (hu-
manizada) a esta disyuntiva, porque es el
animal (no ya «el hombre») el que «acecha
al hombre», vaciando el primer término de
su acepción original3.
Sánchez Vidal y Rovira reproducen una
variante más larga de la «Canción prime-
ra» (de la que existen dos versiones ma-
nuscritas), que subraya esta imagen de
las «garras» en nuevos versos (finalmente
desechados en la versión definitiva): «En-
tre tigres y hienas / el hombre abre sus
garras», «Yo no olvido mis garras», «Ojos
con garras rápidas, / con pezuñas velo-
ces». Pero al mismo tiempo esta variante Ilustración de Elvira
textual, mucho más explícita que la defini- Pizano
tiva, enuncia un posible remedio a la «bes-
tialización», con una adjetivación que re- elevará la sábana
tomará en la «Canción última»: «las garras su intensa enredadera
[aparecen] revestidas de suavidad...», «el nocturna, perfumada.
amor quiere hacerme / una bestia suave»
(1029). Frente a la polaridad hombre/ani- El odio se amortigua
mal, amor/muerte, en ambos textos apa- detrás de la ventana.
recerá una imagen de síntesis: la «garra»
/ «bestia suave». Es evidente, pues, que la Será la garra suave.
imagen central que habilita la continuidad
interpretativa de ambas canciones es la de Dejadme la esperanza.
las «garras» de este hombre animalizado
por la violencia. Así, la «Canción última» Se abre ante nuestros ojos un escenario
adquiere renovado valor, al leerla en con- opuesto al de la primera canción: de la
tinuidad con la primera. He aquí el texto salvaje «selva», donde reinaba el «hom-
definitivo (409-410): bre-tigre», nos vemos trasladados a la ca-
lidez de una «casa» que, de entrada, se
Pintada, no vacía: predica colmada y «pintada», no «vacía».
pintada está mi casa Como metáfora del amparo y refugio de
del color de las grandes la identidad, esta «casa» sirve como co-
pasiones y desgracias. rrelato objetivo del hombre «nuevo» que
la habita. Es un pequeño universo domés-
Regresará del llanto tico que repone las señas de identidad
adonde fue llevada del «hombre-tigre», que ha regresado al
con su desierta mesa, «hombre-casa». Se establece un diálogo
con su ruidosa cama. implícito con aquella canción de apertu-
ra, y esta última se convierte en un se-
Florecerán los besos gundo acto de la pequeña pieza dramáti-
sobre las almohadas. ca iniciada al principio del poemario. Así
Y en torno de los cuerpos comienza el moroso (y amoroso) recuento

151
Laura Scarano

de sus prendas recuperadas: las paredes «hijo», ahora se «amortigua detrás de la


pintadas, la mesa dispuesta, la cama con ventana»; se vuelve «suave» (como apare-
su almohada, la sábana perfumada... Se ce en la variante anotada de la «Canción
trata de otro «regreso» inverso al del poe- primera», donde «el amor» lo transforma
ma inicial (que consignaba a modo de en «una bestia suave»).
sentencia irremediable: «He regresado al La existencia de otra versión de «Can-
tigre»). Aquí es la «casa pintada» –meto- ción última», que Sánchez Vidal y Rovi-
nimia y alegoría del hombre «nuevo»– la ra presentan en su edición, contribuye a
que «regresará del llanto / adonde fue consolidar esta lectura secuencial. Nue-
llevada». Los colores que la identifican vas estrofas exhiben su apuesta afirmativa,
(«pasiones y desgracias») le confieren una sin dejar de señalar el horizonte de muer-
naturaleza emocional mixta. Aquella fero- te: «Dos brazos bajo tierra / sustentan
cidad animal del inicio podrá ser conju- mi esperanza, / verdecerá el espejo, ante
rada, como anuncia en tono de sentencia el espejo, / retírame la sábana» (en obvia
la voz («será la garra suave»), porque la alusión autobiográfica a la reciente muer-
casa actúa como amparo eficaz («el odio te de su hijo [1067]). En esta versión lee-
se amortigua detrás de la ventana»). El mos un final diferente, que nos retrotrae
presente de este personaje conserva ras- más explícitamente a la animalización de
tros de su pasado, pero se identifica con la «Canción primera»; de hecho los edito-
su futuro, y su súplica final es a la vez res señalan que esta «aparece escrita en
ruego y mandato, convicción y profecía: su reverso», lo cual consolida la hipótesis
«Dejadme la esperanza». de «que pudieran haber sido concebidas al
El único indicador textual que nos per- mismo tiempo» (1068; subrayo los versos
mite una lectura secuencial de ambas eliminados del texto definitivo):
canciones (además del molde indicado en
el paratexto) es esta metáfora central de El odio se amortigua
la «garra», como arriba señaláramos. Pero detrás de la ventana.
si en el contexto de la primera canción,
esta imagen era una seña de identidad La bestia será suave.
que expresaba el regreso del hombre al
animal y la actitud de acechanza con su Se atenuarán las penas.
semejante, en el último texto es metáfo- Se olvidarán las garras.
ra de la amenaza conjurada. El imposible Dejadme.
oxímoron («será la garra suave»), su car- Dejadme.
ga antitética y semánticamente improba- Dejadme la esperanza.
ble, se convierte en un nuevo horizonte
(humano y político) para este sujeto que Asimismo, el molde cancioneril es sin
apuesta a la «esperanza» del último ver- duda uno de los índices que refuerzan la
so. Su tránsito desde el «llanto» social (del hipótesis de la cercanía de escritura entre
que «regresa») a los «besos» y «perfumes» estas dos canciones de El hombre acecha
de los «cuerpos» que «florecen», sella un con los manuscritos inacabados que con-
itinerario que anuda la instancia colectiva formarán el póstumo Cancionero y roman-
desgarrada con el compromiso desde lo cero de ausencias (además de la simulta-
menor e íntimo (la «casa/cuerpo»)4. La es- neidad de fechas de composición, entre
fera doméstica, domesticada por el amor, 1937 y 1939). De hecho encontramos
es como una «intensa enredadera» que lo canciones de este último libro, que reco-
circunda, y entrelaza sus sucesivas iden- gen imágenes fuertemente asociadas a las
tidades: la «garra» («odio») hundida en el desplegadas en los dos poemas analizados.

152
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

Por ejemplo, la casa y su inventario de ma- No resulta caprichoso, pues, imagi-


teriales cordiales (cama, mesa, sábana) nar un proceso mental (y de génesis es-
como refugio y frontera a la vez del mundo crituraria), por el cual leemos estas tres
hostil: «¿Quién en esta casa entró / y la canciones en secuencia lineal: «Canción
apartó del desierto?» (núm. 107: 513). O primera», Canción núm. 71 y «Canción
su parentesco con la «selva»: «De todas las última», como actos de una misma pieza,
casas salen / soplos de sombra y de selva» afines al talante teatral tan caro al poeta/
(núm. 39: 471); y «cuando llueve» «rever- dramaturgo de Orihuela. Los personajes
decen los muebles» de esta «casa-hoyo», alegorizados (de la bestia al hombre) se
«rememorando las hojas» (núm. 50: 478). corresponden con escenarios afines (de la
Otro ejemplo nodal es el de la bestia, con selva a la casa) y una operación metoní-
numerosas alusiones similares: «Dormi- mica los congela en imágenes de síntesis
mos y despertamos / con un tigre entre los (de los colmillos a los besos, de la male-
ojos» (núm. 66: 489) Ya han expuesto Sán- za a la sábana perfumada), con índices
chez Vidal, Rovira y Alemany los procesos de emociones contrapuestas (del odio al
de escritura hernandianos que derivan amor, de la muerte a la vida). El citado
desde lo que ellos llaman los «ante-textos» poema «El hambre» (cuyo último verso
a las versiones definitivas. En esta travesía
de génesis textual afloran determinadas
«configuraciones imaginativas» recurren-
tes, en palabras de Rovira, que funcionan
como complejas constelaciones metafó-
ricas y generan sistemas desplegados en
múltiples direcciones (como la de «casa»,
«fiera», «selva», etc.) 5.
Pero quiero recuperar para esta travesía
textual una canción distintiva del Can-
cionero..., pues se constituye en etapa in-
termedia de clara transición entre las dos
canciones analizadas de El hombre acecha.
Se trata de la numerada como 71, donde
explícitamente se exhibe este contradicto-
rio –y errático– proceso de humanización
del hombre «bestia», en virtud del amor
(493; 76 en la edición de 1992). El esce-
nario «selvático», la narración argumental
(en pretérito verbal) de las acciones que
permiten el «cambio» («Vino. Dejó las ar-
mas, / las garras, la maleza»), la reiteración
del vocablo que opera la transmutación («la
suavidad [...] arrebató su cuerpo»), desem-
bocarán en una enfática sentencia: «Se
consumó la fiera», en el marco de la no-
che cósmica. Pero la «memoria de la fiera»
persiste agazapada y con la llegada del alba
«recobró las armas, / las garras, la maleza»:
«Se reanimó la fiera. // Y espera desde en-
tonces / hasta que el hombre vuelva» (494).

153
Laura Scarano

define explícitamente su estatuto de «can- sangre a sangre»–, que escriben como el


ción») en El hombre acecha aportaría par- hablante: «cuando te voy a escribir, / te
cialmente una nota más al primer núcleo van a escribir mis huesos: / te escribo con
escénico, representado por la «Canción la imborrable / tinta de mi sentimiento»
primera». Y aún podríamos añadir en di- (397). Si las cartas «perecen» olvidadas y
cha travesía otra interesante relación en el no llegan a destino, «el papel se agujerea
interior mismo de El hombre acecha. / como un breve cementerio» (396), pero
El poema titulado «Carta» (de donde la muerte no las anula y persisten: «cartas
citamos los versos que encabezan este ar- que se quedan vivas / hablando para los
tículo a modo de epígrafe) es para Sánchez muertos» (397). En el molde de un poema
Vidal «uno de los pocos textos cuyo tono amoroso, cuyo estribillo insiste en la so-
y forma conecta con las dos canciones»; brevida del cuerpo enamorado («Aunque
y los tres textos son sin duda el eslabón bajo la tierra / mi amante cuerpo esté, /
entre El hombre acecha y Cancionero y ro- escríbeme a la tierra / que yo te escribi-
mancero de ausencias (1072). Además del ré»), el poema revierte la fatal sentencia
parentesco retórico (cancioneril), en un de la «Canción primera», que proclamaba
primer esbozo de este texto, encontramos «Hoy el amor es muerte». Aquí, en sinto-
versos de directa relación con la «Can- nía con la «Canción última», las «heridas»
ción primera»: «fieras peores que fieras, serán «derramados tinteros» y las «bocas
/ también fieras nos han hecho», «mien- estremecidas» rememorarán los «besos»:
tras los colmillos crecen, / a clavarse pre- «y con su inaudita voz / han de repetir: te
dispuestos, / y se abalanzan los odios…» quiero» (398).
(1056-1057). La inequívoca síntesis pre- Es evidente el parentesco retórico que
sente en ambas canciones –la que enlaza anuda todos estos textos; el metro corto
muerte y amor, denuncia e intimismo– se y popular hunde sus raíces en las formas
reproduce en este extenso poema, que poéticas tradicionales. Como bien ha se-
conjuga versos octosílabos y heptasílabos, ñalado la crítica, la «poesía en la guerra»
hace uso directo del estribillo y evoca el hernandiana no sólo retoma el romance,
tono lírico de la canción popular. La ver- «forma espontánea de la comunicación
sión definitiva cifra en el emblema de la republicana, del yo y del grupo», poten-
«carta» las manos de anónimas mujeres y ciando su carácter oral y recitativo, como
hombres –«malheridos por la ausencia, / instrumento de combate, sino también la
desgastados por el tiempo», «lanzados de canción lírica más depurada, que –en pa-
labras de Agustín Sánchez Vidal– «tiene
precedentes muy remotos en unas coplas
flamencas que compone en su adolescen-
cia y alcanza sus momentos culminantes
en las canciones neopopularistas», des-
de Quién te ha visto y quién te ve hasta el
Cancionero (en Hernández, 1992: 87). Ya
ha señalado Juan Cano Ballesta el «uso
exclusivamente lírico de estrofas de carác-
ter tradicional», entre la copla y la canción
(2004: 121). Aullón de Haro también ha
insistido en el peso de la categoría «can-
ción/cantar» en sus «ideas teórico-litera-
rias» y en las formas presentes en su obra,
desde Perito en lunas hasta el Cancionero

154
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

(1993). Leopoldo de Luis, Urrutia o Ro- rima asonante y metros cortos, hendida
vira han estudiado las huellas de los can- por una pulsión rítmica y oral. De carác-
cioneros tradicionales en su obra; incluso ter generalmente lírico-amoroso, y deriva-
destacan variantes de versos de cantares da de la balada medieval, los manuales y
populares reescritos casi literalmente. José diccionarios nos recuerdan que la canción
María Padilla Valencia estudia los aspectos tuvo inicialmente acompañamiento musi-
polimétricos de su obra y subraya el uso cal; y aún hoy la referimos inevitablemente
popular de versos de arte menor, especial- al ámbito de la música y sólo por extensión
mente el octosílabo y heptasílabo. Maria- al poético-libresco. En sentido amplio, se
pia Lamberti analiza su evolución métrica suele dividirla en dos grandes grupos: la
hasta decantar el verso alejandrino en los canción «culta» (con una vertiente italia-
heptasílabos de los textos abordados aquí, na petrarquista, cultivada y renovada en el
que confirman el repliegue a formas más contexto áureo español; y otra vertiente
breves en su poesía última. española de origen medieval –trovadores-
Sabemos, además, que este uso de mol- ca–, vinculada a la tradición aristocrática y
des y metros retóricos tradicionales no es a la «gaya ciencia»), y la canción «tradicio-
inocente ni espontáneo. Por el contrario, nal», ligada a la oralidad. Hablar de can-
no hay duda de que responde a un proyecto ción tradicional en el contexto español im-
de ideologización de las formas estéticas, plica para Margit Frenk hablar de «la lírica
pues no sólo las palabras tienen memoria que pertenece al pueblo y a su cultura»
de su historia, sino también los moldes y que desde la Edad Media se plasmaba
y metros que atraviesan la tradición y la en cantares «de carácter eminentemente
«acarrean». Ese pasado es activo y «está rural [cantados] durante sus labores dia-
engastado en el género del enunciado, en rias, en sus ratos de ocio y en sus fies-
particular los sonetos y las formas tradi- tas», «transmitidos de boca en boca, de
cionales», como bien lo señala Iris Zavala generación en generación, en un proceso
(siguiendo a Bajtín), pues «llevan inscrip- de variación dinámico» (12). Se trata de
tos en sus modelos de producción, formas un complejo itinerario por el cual «en la
ideológicas y sociales». La «selección» de civilización occidental la canción sigue
un género discursivo (y sus configuracio- un largo derrotero –que reconoce raíces
nes retóricas) supone ya de por sí una pos- grecolatinas y orientales más antiguas– a
tura (de apropiación y distancia, homenaje través fundamentalmente del canto llano
y réplica) en el interior mismo de la activa de la Edad Media, las representaciones
y siempre vivificada tradición literaria. No de teatro sacro y profano, las cantilenas,
es, pues, gratuito que Hernández elija la las canciones de parranda de los siglos ix y
canción para abrir y cerrar esta especu- x, los carmina goliardescos, las pastorales,
lación sobre «el hombre [que] acecha al las canciones trovadorescas (s. xi a xiv),
hombre». El uso directo del nomenclador
formal para ambos títulos (y después para
el manuscrito inacabado del Cancionero)
refuerza su posición discursiva frente a ese
venero del que abreva, pero además conso-
lida el diálogo intratextual señalado entre
ambos extremos del libro (y ratificado por
la diferente tipografía que los distingue).
Sabemos que la tradición de la canción
popular constituye una modalidad muy
dúctil de poesía condensada y breve, con

155
Laura Scarano

enlaces de ritmo y narración en el Lorca


de Canciones. En todas ellas se captan im-
presiones, sugiriendo y evocando con pin-
celadas e imágenes fragmentarias, diver-
sos estados de ánimo. Como aconsejaba
Antonio Machado, «se cuenta la melodía»
a través de pequeños desarrollos líricos,
donde no hay estricta sujeción a metros
ni moldes fijos; apenas una asonancia que
se apoya en muchas ocasiones exclusiva-
mente en el estribillo y las repeticiones de
versos o imágenes. Anáforas y paralelis-
mos, aliteraciones musicales y un torrente
de imágenes sensoriales, que eluden casi
siempre el cauce lógico de la narratividad,
estas canciones de los poetas contemporá-
neos suelen diluir en sintagmas nominales
la expresión, dentro de un discurrir que
alterna el hermetismo del fragmento, las
Rubén Darío técnicas de elisión y la oscuridad de las
asociaciones imprevistas.
las canzoni, liedlein y frottole de los siglos La canción tradicional de versátiles con-
xv y xvi, etc.» (Rivera y Ford: 73). tornos y variaciones métricas, que anuda
Los «clásicos» del Siglo de Oro usaron legados múltiples, es la corriente que más
la canción libre o silva con rima consonan- inspirará al poeta de Orihuela. Para Mer-
te y versos endecasílabos y heptasílabos. cedes Serna Arnaiz, la diferencia de estas
Atravesando la versátil lírica aurisecular, canciones con las tradicionales radica en
llegará con renovada vitalidad al romanti- el contenido, pues «frente al carácter más
cismo (Bécquer, Espronceda); los moder- divulgativo y desenfadado de la poesía tra-
nistas harán innovaciones fundamentales dicional española, se alza el tono íntimo,
con el uso de la rima asonante y la mezcla confidencial e interiorizado de la poesía
de versos (el endecasílabo y el heptasílabo hernandiana, su desnudez emotiva y esen-
se alternan con versos de tres, cinco, nue- cialidad». Y Dario Puccini afirma que la tra-
ve y catorce sílabas). La silva arromanzada dición cancioneril es «una tonalidad y una
es una variante por la que mostrará espe- forma poética original en el tratamiento
cial predilección el Machado de Campos que le da Hernández, porque se configu-
de Castilla y veremos desplegarse un rico ra como una manera entre festiva y seria,
abanico de tonos en poetas como Rubén entre musical e iterativa, entre un tipo de
Darío, Juan Ramón Jiménez, Federico brevedad seguramente clásica y un frag-
García Lorca y Rafael Alberti, basando su mentarismo vanguardista» (1993: 120). Y
efecto poético en la impresión y sugeren- ya Carlos Bousoño notó en 1960 que «Her-
cia. Desde los «dezires y layes» del nicara- nández supo escribir un libro de canciones
güense a los ligeros acordes neopopularis- sin parecerse nada a Lorca ni a Alberti»,
tas del poeta de Moguer y los cantares y especialmente por decantarlo y «hacerlo
proverbios de Machado, pasará a los tonos sentir como manifestación autobiográfica»
festivos de Marinero en tierra o los ribe- (en De Luis y Urrutia, 1982: 452).
tes angustiosos de Sobre los ángeles de Al- En las dos canciones abordadas, los
berti, hasta desembocar en los dinámicos versos heptasílabos son escisiones del

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Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

alejandrino, con asonancias en los pares y acecha –último poemario «terminado» por
una estructura de dicción breve y fragmen- el autor–, que anuda la lucidez desgarrada
taria, prefiriendo oraciones unimembres y con la canción henchida de esperanza. No
sintagmas concisos a modo de sentencias. es casual esta «tornada» hacia lo más ín-
Pero más importante aún es su voluntad timo, que hace desembocar un itinerario
por titular con el nombre del molde re- histórico con resonancias políticas y civi-
tórico a estos dos poemas de apertura y les en el remanso introspectivo, la mirada
cierre. La tonalidad musical dirige, pues, interior, la intimidad atravesada por emo-
la expectativa del lector desde la instancia ciones y sentimientos a escala doméstica
paratextual. En «Canción primera», el tí- y privada. Sin duda, se produce aquí un
tulo permite aligerar la carga revulsiva del «recogimiento del poeta hacia un nuevo
contenido desplegado, y equilibrarlo con intimismo, replegando velas, tras el clí-
la memoria activa que el lector repone max de Viento del pueblo, a unas secuen-
sobre las connotaciones «líricas» y senti- cias claramente anticlimáticas, que irán
mentales de la tradición de este molde. deslizando al poeta hasta el Cancionero
«Se canta lo que se pierde», al decir ma- y los últimos poemas» (Sánchez Vidal; en
chadiano. Y aquí Hernández no se engaña Hernández, 1992: 88). Serán estas «piezas
sobre la hondura de la pérdida que evoca breves, intensas y monódicas», como las
su canto, tan trágica o quizás más que el dos canciones analizadas, las que lo libe-
corrosivo paso del tiempo al que aludía ran del torrente épico, para unir su inequí-
el poeta sevillano. Se ha perdido el hom- voca identidad social con su vibrante inti-
bre a sí mismo (devuelto al animal) y la midad sentimental en el «breve, íntimo y
canción se hace oportuna y necesaria. Es recogido poemilla que no suele expandirse
«primera» porque funciona como pórtico más allá del octosílabo» (104-105).
del libro, pero también porque designa la Pocos poetas lograrán fundir en una
etapa primaria de la especie, primigenia misma temperatura «pasional» y «sub-
y salvaje, que nos confunde con el reino jetiva» la calle y la casa, el pueblo como
animal y a él nos retrotrae, en el marco
de una guerra fratricida (como horizonte
histórico y como naturaleza ingobernable
del ser humano).
Pero si el rótulo de «canción» busca im-
primir un tono ligero e íntimo a ese pri-
mer texto, activando en el lector sus reso-
nancias genéricas más tradicionales, para
compensar el fortísimo efecto corrosivo de
la meditación existencial que lo preside,
la «Canción última» se desembaraza de
esa lógica filosófica pesimista. Nos exhibe
un abanico de imágenes de una intimidad
en clave simbólica, que construyen una
melodía esperanzada. Se canta ahora «lo
que se espera». Y lo que este hablante,
adelgazado a unos imprecisos deícticos,
elabora como anhelo no puede escindir
su faceta plural de su naturaleza indivi-
dual. Es esta voz «íntimamente social» la Federico García
que tiene la última palabra de El hombre Lorca

157
Laura Scarano

Casida del sediento,


de Enrique Barcala
Bellod

colectivo y la familia como núcleo ínti- y dormiré en la sábana de almidón y de


mo. No en vano una de sus más distin- estruendo
tivas figuraciones de sujeto es la que se- cosida por tu mano.
lla aquella otra «canción» paradigmática, ………………..........................……….
cuyo torrente retórico (entre el expresio- Para el hijo será la paz que estoy forjando.
nismo aleixandrino y el neorromanticis- Y al fin en un océano de irremediables
mo nerudiano) se aleja de estas versiones huesos
«mínimas». Aquella «Canción del esposo tu corazón y el mío naufragarán, quedando
soldado» de Viento del pueblo resulta ser una mujer y un hombre gastados por los
un antecedente ideológico (aunque no besos.
retórico) decisivo de estas últimas (¿un
acto previo de la misma pieza?). En la tra- ¿Identidad social o intimidad sentimen-
vesía conceptual propuesta, encontramos tal? ¿Introspección en la esfera privada o
en este extenso poema unos inequívocos compromiso en la arena pública? ¿Opti-
versos que anticipan la resolución final mismo o pesimismo político? ¿Derrota o
con el uso explícito de imágenes empa- triunfo del militante? ¿Individuo o pueblo?
rentadas: «Y dejaré a tu puerta mi vida de ¿Amor u odio? ¿Vida o muerte? Todas es-
soldado / sin colmillos ni garras» (360). tas preguntas valen también si reempla-
«Matar»/«vivir», el «hijo» y la «sábana», la zamos la disyunción por la coordinación.
lucha «desde la brecha» y el «camino de Y apenas estaremos rozando con la punta
besos implacables» son motivos que enhe- de los dedos una pared muda, imposible
bra esta canción y prefiguran/concluyen el de penetrar por estas vías hermenéuticas,
itinerario de una semiosis poética liberada lastradas de binarismos. Con acierto afir-
de su cronología empírica: ma Serge Salaün que esta conciencia de la
eficacia de una «poesía-mensaje» en Her-
Es preciso matar para seguir viviendo. nández «justifica a la vez una lectura afec-
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, tiva, una lectura ideológica y una lectura

158
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

estética», pues la suya es una poética de de El hombre acecha como el «poema úl-
un «materialismo militante», que anuda timo» de un proyecto estético; en rigor
«la sensación con la inteligencia dentro del de verdad, el texto final que cierra el úl-
acto verbal mismo», apuesta a la eficacia timo poemario que su voluntad autoral
comunicativa del signo y a su «rentabilidad concluyó. Acto final de una voluntad éti-
semántica». En su discurso épico «cabe el ca, que nos permite fijar en un presente
individuo y la comunidad entera, el yo ín- no teleológico la figura imposible de un
timo y el otro», al punto tal que no parece «esposo/soldado», que desde el cuerpo
exagerada su conclusión final: «Hernández prisionero eleva su canción: «No podrán
es uno de los creadores que mejor resolvie- atarme, no», «¿Quién amuralla una voz?»
ron el problema de la traducción de la rup- (Canción núm. 60: 485). Porque el tiem-
tura estética en ruptura social y política, po de la lírica es el de su lectura. Y esta
el que mejor materializó un humanismo imprevista libertad nos ayuda a coagular
superior», una «poética total» (1993: 113). la imagen del regreso de ese «hombre/
Sabemos que la postura crítica mayori- bestia» a una casa «pintada» y «no vacía»,
taria coincide en leer la poesía de Miguel conjurando el odio «detrás de la ventana»,
Hernández como un lento e ineluctable sosteniendo contra viento y marea el de-
progreso hacia la decepción. Sin duda su recho a una imprevisible «esperanza». No
último poema, «Casida del sediento» (es- es el autor biográfico –que muere en las
crito en Ocaña en mayo de 1941), abo- cárceles del franquismo– el que «canta»
na esta tesis de cierre desesperanzado: en nuestro presente estas canciones, sino
«Cuerpo: pozo cerrado / a quien la sed y el autor/poeta que construimos al leerlas,
el sol han calcinado» (515). Sin embargo, el que tallan sus poemas y que nosotros
el lector –como quiso Julio Cortázar– pue- creamos, aquel en el que nos proyectamos
de transgredir esa fatal cronología de la («un otro-yo mismo»). Esa figura que no
escritura. Puede leer la «Canción última» tiene final mientras tenga lectores.

Notas
1. Varios críticos han subrayado esta «amal- la pezuña» y al «colmillo», a pesar de sus es-
gama» como constitutiva de su escritura y, fuerzos «por acallar en mí la voz de los leones»
como señala Sánchez Vidal, si bien «Madrid y (393-394).
Orihuela eran dos morales e ideologías» diver- 4. En el poema «Eterna sombra», escrito para
sas (como lo fueron sus dos mentores, Pablo estas mismas fechas, se hace explícita la ana-
Neruda –a quien dedica El hombre acecha– y logía «casa-cuerpo», que reivindica la vida y la
Ramón Sijé), Hernández logra en sus últimos esperanza: «Soy una abierta ventana que escu-
poemarios una síntesis superior y personal (en cha, / por donde ver tenebrosa la vida. / Pero
Hernández, 1992: 59). hay un rayo de sol en la lucha / que siempre
2. Todas las citas pertenecen a la edición de deja la sombra vencida» (532).
sus poesías completas preparada por Leopoldo 5. Para la metáfora de la «casa» en el Cancio-
de Luis y Jorge Urrutia en 1982, citada en la nero, véase Rovira, 1976: 39. Javier Pérez Bazo
Bibliografía (este poema en pp. 376-377). estudia en detalle la simbología de la «fiera»
3. «El hambre», otro poema del mismo libro, en el Cancionero y este proceso de «animaliza-
reescribe con singular insistencia este proce- ción» (1996: 245). Cfr. también el artículo de
so: «Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser María Payeras y el meticuloso trabajo de Clau-
fiera». Como «tigre» o «chacal», el yo se de- de Le Bigot sobre el «valor axiológico» de las
fine como «animal familiar», que «se ejercita figuras del bestiario en su obra.
en la bestia»; «sólo sabe del mal», «regresa a

159
Laura Scarano

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Teorías sobre la lírica, Madrid, Arco, guel Hernández. Actas I Jornadas Her-
1999. nandianas en Cuba, Orihuela, Funda-

160
Identidad social e intimidad sentimental en las canciones de El hombre acecha

ción Cultural Miguel Hernández, 2008, Rovira, José Carlos, «Cancionero y ro-
pp. 69-80. mancero de ausencias» de Miguel Her-
Le Bigot, Claude, «Valor axiológico del nández: Aproximación crítica, Alicante,
bestiario y pragmática del lenguaje en Instituto de Estudios Alicantinos, 1976.
los poemas de la guerra de Miguel Her- – «Configuraciones imaginativas y su evo-
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Leuci, Verónica, «La canción y sus múl- Salaün, Serge (ed.), «Miguel Hernández,
tiples rostros genéricos», Espéculo hacia una poética total», en aa. vv., cit.
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López Castro, Armando, «Lo popular en – y Javier Pérez Bazo (eds.), Miguel
Miguel Hernández», en aa. vv., cit. su- Hernández: Tradiciones y vanguardias,
pra [1993], I, pp. 431-442. Alicante, Instituto de Cultura Juan
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palabra en la escritura última de Mi- sión de Miguel Hernández», en aa. vv.,
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Padilla Palencia, José María, La poe- Mar del Plata, Melusina, 2000.
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Payeras Grau, María, «Apuntes sobre el Nacional de Mar del Plata, 2001, pp.
bestiario hernandiano», en aa. vv., cit. 297-306.
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mancero de ausencias», en Serge Salaün dicionales en la poesía de Miguel Her-
(1996), cit. infra, pp. 245-247. nández: el romance y la copla», en aa.
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fuentes poéticas hernandianas», en aa. aa. vv., cit. supra [1993], II, pp. 635-
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Puccini, Dario, «Miguel Hernández, la Urrutia, Jorge, «El modelo comunicativo
formación del poeta civil», en aa. vv., en Viento del pueblo y El hombre ace-
cit. supra [1993], I, pp. 115-121. cha», en aa. vv., cit. supra [1993], II,


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popular», en Capítulo universal. La his- Zavala, Iris, «Poética y profética: Ambi-
toria de la literatura mundial, 38, Bue- valencia en Miguel Hernández», en aa.
nos Aires, ceal, 1971. vv., cit. supra [1993], I, pp. 147-154.

161
Miguel Hernández: el nombre
del amor
Antonio Gracia
Escritor

Itinerario no ha demostrado. El rayo que no cesa es


el libro de un poeta que ha aprendido de

c
omo de una satanísima trinidad, muchos poetas y desemboca su decir en el
tuvo Miguel Hernández que li- decir de los mejores. Viento del pueblo es
brarse de tres esclavitudes: la la búsqueda del triunfo en otros espacios y
eclesiástica, la política, la literaria. Hasta multitudes. Los tres libros son coyuntura-
poco antes de su muerte, Hernández sólo les, aprendizajes, nemotecnias miméticas,
había ambicionado una cosa: salir de su caminos, pirotecnias unas veces y fuegos
terruño, ser alguien; ser un nuevo rico de reales otras, aldabonazos en la puerta del
la poesía. Para ello posó de genio poéti- triunfo –lo que no impide que sintiera lo
co surgido del analfabetismo; piropeó el que en ellos decía porque escritura y vida
eclesiastismo; y coqueteó con la política nunca van desparejas–. Se amarró a esas
cuando, habiendo huido del mundo cato- estéticas porque eran, con retraso, las que
licista, tropezó con el opuesto, que le abría le prometían el aplauso. Igual que escribió
más amplios horizontes literarios. Perito «me libré de los templos»..., pudo escribir
en lunas es la obra de un versificador con «me libré» de maestros y consignas. Igual
atributos poéticos que tiene mucha prisa que escribió que se mentía a sí mismo en
en que le reconozcan el talento que aún su etapa eclesiástica, pudo escribir que se

Ilustración de José
Aledo Sarabia

Antonio Gracia pp. 162-173


Antonio Gracia

mentía en su etapa política. Finalmente del hombre sufriente en primera persona


debió de asumir a Antonio Machado: «Lí- que universaliza su dolor hasta la segunda
brate mejor del verso / cuando te escla- y la tercera: el hombre universal.
vice». Me parece innegable que solo fue Por aquellos años, Curzio Malaparte
verdaderamente él cuando –en la cárcel había publicado sus Evasiones en la cár-
del cuerpo y los barrotes, sitiado por las cel. El Cancionero constituye la evasión
ausencias, desnudo ante la vida y encara- hacia adentro, el hallazgo de la libertad
do a la muerte– el hecho de ser hombre interior: igual que un pájaro que engulle
se impuso al de poeta, como la sustancia su prisión para ser libre, Hernández fue
ante la cualidad, y todo lo demás era ad- dejando atrás los religiosismos litúrgicos y
venticio. Entonces renegó, voluntaria o el ideologismo militar para diluirse en una
inconscientemente, de sus servilismos y espiritualidad sin burocracias. Y la materia
sintió y escribió en libertad, guiado por el fue transfigurándose en su mente y en su
corazón vital más que por el de la pluma verso. Basta comparar la cruenta sacristía
–aunque esta, tantas veces anacrónica, de cristos románicos del primitivo poema
ya era sabia en biendecires–. Llega así al «El nazareno», trasunto de «La pedrada»
esencialismo universal del Cancionero y de Gabriel y Galán, con la ausencia de
sus aledaños, que constituyen su verdade- cristología posterior, y su despreocupación
ro testamento humano y poético. Superó, final por el mundanal bullicio, para cons-
Santa Teresa de Jesús, en fin, el literaturismo: el Cancionero es el tatar una total fuga del mundo, su disolu-
por José de Ribera fruto de una agónica toma de conciencia ción en trascendencia.

El amor como perpetuación

Consustancial es al hombre la búsqueda


y hallazgo del rincón de la mente donde
levita la paz que el mito del edén ha des-
pertado en la conciencia universal. Ese
íntimo lugar lo llaman unos dios y otros
lo llaman diosa, todos amor, ausencia de
dolor. En esa zona erótica caben tanto la
sublimación del trovador como la divini-
zación del asceta. Iguales desasosiegos
del júbilo gozoso encarnan los éxtasis del
corazón, presuntos en el «muero porque
no muero» (Teresa de Cepeda, Juan de
Yepes), la «muerte que das vida» (Luis de
León) o la «blanda muerte» de Celesti-
na: todos son túneles que desembocan o
trasiegan el «Amor dulce» melibeico: más
lejos, pero igualmente cerca en el con-
cepto, Shakespeare, por boca de Romeo,
afirma la esencial contradicción del amor:
«hiel que endulza y almíbar que amar-
ga» (Acto I, 1.ª), como harán Quevedo o
Lope. Nada sorprende que el amor «di-
vino» sea sentido con la misma desazón

164
Miguel Hernández: el nombre del amor

Dante y Beatriz, de
Henry Holiday

que el «humano», porque son jánicos la- una punta de seno duro y largo» y la «pi-
tidos de un mismo corazón. La diferencia cuda y deslumbrante pena» (El rayo que
entre el amor «profano» y el «divino» es- no cesa, soneto 4) de su ausencia. La lava
triba en que el primero puede saciarse en sensual precisa derramarse: y Hernández
el ser amado, la otra persona semejante a proyecta la concupiscencia del acto sexual
quien ama, y en el segundo el amante se al hecho paternal, fructificando la energía
esquizofreniza en la proyección de sí mis- amorosa en la materia grávida de la espo-
mo sin identidad tangible. Esa creación sa y el hijo. El interiorismo hernandiano
del hombre utópico provoca la paranoia es una introspección amorosa, un «mis-
de un Tú supremo que alcanza su frenesí ticismo» sin divinización. El proceso es
en el misticismo y el trovadorismo. como la ascesis: el vacío interior de quien
Parece indudable que el interiorismo todo lo ha perdido («Ausencia en todo
lírico de los años de cárcel de Hernán- siento, / ausencia, ausencia, ausencia»;
dez está determinado, además de por la «A mi lecho de ausente me echo como a
nerudización del petrarquismo, por su una cruz»; Cancionero, 29 y «Orillas de tu
tangencia con la mística. Aherrojado en vientre») es semejante al de quien se ha
la ausencia, empujado hacia adentro de sí liberado de las pasiones: «Niega tus de-
mismo, Hernández otea los paisajes men- seos y hallarás lo que desea tu corazón»,
tales, diluye los objetos, disuelve en sen- afirma Juan de Yepes (Avisos, 15). Y el hue-
timientos la libertad que ansía el cuerpo, co abierto por esa renuncia se llena con
desmaterializa la materia carnal hasta una sueños, recuerdos, dioses, personas. La
esencia próxima a la mística para integrar cárcel, al impedirle andar por los caminos
de nuevo ese viaje interior en el cuerpo del cuerpo, hace volar a Hernández hacia
soñado, arrebatado. Enjaulado el animal adentro por los paisajes sin fronteras de
erótico que fue Miguel Hernández, senti- la esperanza. En el poderoso poema «An-
ría en aquella soledad la «mordedura / de tes del odio» se reúnen las conclusiones

165
Antonio Gracia

algunas expresiones del gran misógino a


su pesar (porque, enamorado del amor,
odia el ser –la mujer– que no entraña la
estatura erótica que ansía): «La llama de
mi amor [...] / ni mengua en sombras ni
se ve eclipsada», «Llama que a la inmortal
vida trasciende, / ni teme con el cuerpo
sepultura, / ni el tiempo la marchita ni la
ofende», «Señas me da mi ardor de fuego
eterno», «Y siempre en el sepulcro estaré
ardiendo»... Afirmaciones que tienen ilus-
tres valedores: en Lope, porque «Amor que
todo es alma será eterno» (La Dorotea, V),
y en Carrillo y Sotomayor, pues los efectos
del amor, como «hijos del alma son, son
inmortales» («Hambriento desear...»). Ya
Venus con Amor y de las recurrencias de tantos autores que Garcilaso había anhelosamente escrito
Marte, de Lambert han creído en la salvación por el amor y que iría hasta Isabel, puesto que «muerte,
Sustris
en el amor como redención. Desde que prisión no pueden, ni embarazos, / quitar-
(Museo del Louvre,
París) Dante se sobrevivió en Beatriz, Petrarca me de ir a veros, como quiera, / desnudo
en Laura, Rojas en Melibea, Cervantes espirtu o hombre en carne y hueso» (so-
inventando a Dulcinea, Lope garcilasean- neto IV).
do a tanta Dorotea, Quevedo en Lisi y be- La ceniza sintiente –el «polvo enamo-
sos convertido, Goethe acosando a Mar- rado»– engendra el «polvo liviano» de «los
garita, Beethoven soñando con la Amada enamorados y unidos hasta siempre» que
Lejana, Hölderlin ensimismándose en «aventados se vieron, / pero siempre abra-
Suzette, Schumann reciclándose en Cla- zados» («Vals»); como en la «Balada» de
ra, Wagner trascendiéndose en Isolda, in- Gil-Albert será «polvo amoroso». «Hasta
cluso Leonardo transfigurándose en Gio- siempre», porque la boca amante ya es una
conda... Esas mujeres, hechas de sueño boca inmensa y succionante (como «La
y arte, fueron la panacea mental de sus dulce boca que a gustar convida / un hu-
creadores. Y Miguel Hernández se ins- mor entre perlas destilado», del otro corte-
cribe, superándola al carnalizarla, en esa sano nemoroso que fue Góngora), y ya su
tradición. No otra cosa respiran –a través amor es un «beso que viene rodando / des-
del Quevedo de «Amor más poderoso que de el primer cementerio / hasta los últimos
la muerte»–, devolviendo la temática a su astros» («La boca»). Pues si un hombre
origen, muchos de sus últimos poemas. es todos los hombres, como en un punto
De Quevedo procede la eternificación del universo se concentra todo el universo
del amor como esencial y pura biología: (así lo quieren Galileo, Blake y Borges, por
si en este el amor ha ardido en las «me- ejemplo), una boca es todas las bocas y un
dulas», en Hernández hay «una revolu- beso todos los besos. El amor es, de este
ción dentro de un hueso» (El rayo que modo, una energía renovándose, indestruc-
no cesa, 20), y si aquel sigue enamorado tibilizándose, reviviéndose en cada pareja,
en su muerte, es decir, si Quevedo siente como un ejército de amantes que avanza
que será una ceniza sintiente, una muerte desde la prehistoria hasta el futuro. Por eso,
enamorada, Hernández no perdona «a la cuando «He poblado tu vientre de amor y
muerte enamorada», esto es, al amor que sementera, / he prolongado el eco de sangre
perdura en la muerte o tras ella. He aquí a que respondo» («Canción del esposo...»).

166
Miguel Hernández: el nombre del amor

Reconstrucción del amor de mis entrañas, viva muerte» («El poeta


pide a su amor que le escriba»). También
Arraigadamente perdura entre los coetá- Cernuda, por los distintos caminos de Los
neos hernandianos la negatividad amoro- placeres prohibidos, llega al mismo punto
sa, consecuencia de una prevaricación del de tragedia: «Qué ruido tan triste el que
erotismo: la Belleza provoca una invasión hacen dos cuerpos cuando se aman...». Y
de los sentidos que sumerge al sentidor en Salinas: «Amor, amor, catástrofe. / Vamos,
ansias de inacababilidad del sentimiento / a fuerza de besar, / inventando las ruinas
sensitivizado. Tal detenimiento y apropia- / del mundo, / por entre el gran fracaso...»
miento del instante y tal dulce agresión («La voz a ti debida»). La personalidad
rememoran el locus amœnus más entre- regeneradora de Hernández y su diferen-
verado en el inconsciente individual y co- te resolución del tema erótico se consta-
lectivo: el paraíso edénico, el gozo de la tan al contrastarlo con Aleixandre, quien
paz ilimitada e indesaparecible. Adquiere en «Unidad en ella» permanece, inserto
–y lo ambiciona– el rostro de la intempo- entre los topoi conceptuales, en la claus-
ralidad y la divinidad. No es extraño que trofobia trovadórica del amor como auto-
Juan Ramón Jiménez sinonimizase la Be- destrucción: «Muero porque me arrojo,
lleza con un dios deseado y deseante, en in- porque quiero morir / [...] quiero amor o
tercambio mutuo de jubilosa identidad y la muerte [...] / quiero ser tú». Ese «tú»
posesión. La belleza física es sinestésica aleixandrino es aún muerte, no vida, no
de la emoción síquica, y ambas despier- es la renovación, sino la contumacia del
tan la voluptuosidad de cuerpo y alma, del dolor del desamor entendido como amor
juglar y del místico. Así, Dámaso Alonso (entendimiento que tanto ha maculado la
sonetiza una «Oración por la belleza de
una muchacha» y plantea la dicotomía –el
dilema– mortalidad, inmortalidad (car-
nalidad, espiritualidad): «Mortal belleza
eternidad reclama. / ¡Dale la eternidad
que le has negado!». Es la misma peren-
toria necesidad trascendentalizadora, y de
la estirpe quevedesca arriba recordada, de
Antonio Machado cuando pregunta en
sus «Soledades»: «¿Y ha de morir contigo
el mundo mago / [...] ¿Los yunques y cri-
soles de tu alma / trabajan para el polvo
y para el viento?» La contemplación de
la hermosura inspira a Alonso un pálpito
que desea inacabable. Y quizá por la do-
lorosa decepción ante la imposibilidad de
tal deseo es por lo que su concepción del
erotismo carnal (precisamente porque lo
siente como antagonista del erotismo mís-
tico) se estanca en una Oscura noticia del
amor, puesto que lo continúa entendien-
do como «Monstruo fugaz, espanto de
mi vida, / rayo sin luz [...] / Amor, amor,
principio de la muerte» («Amor»). Simi- Luis Cernuda, de
lar expresión hay en García Lorca: «Amor Gregorio Prieto

167
Antonio Gracia

conciencia de la cultura occidental, y que ser libre porque la amada es libre: «en tus
aún persiste en El rayo...). brazos donde late / la libertad de los dos».
Contrariamente a ese fatalismo ances- Y por eso la risa del hijo, fruto del amor,
tral, me parece «Antes del odio» uno de los mantenedor y levitante de sus atributos,
textos más esperanzados –más vivos– de «hace libre» y «arranca cárcel» a Hernán-
cuantos se hayan escrito: un hombre en- dez, y el planto alegre de las «Nanas» ya
carcelado descree de la cárcel y afirma la no es una jaculatoria sonriente y desga-
libertad como su identidad. En esa cárcel rrada, sino una densa metafísica. Y por lo
física, y «roto casi el navío» de la vida, Her- mismo igualmente, quien dijera «Para qué
nández sentiría como propia la clara voz quiero la luz / si tropiezo con tinieblas»
luisiana: «Un día puro, alegre, libre quiero» («Guerra»), concluye que hay «un rayo de
parece respirar palimpsésticamente bajo el sol en la lucha / que siempre deja la som-
verso «alto, alegre, libre soy». La sustan- bra vencida» («Eterna sombra»). Sólo por
cia amorosa le hace sentirse parte esencial amor. Admirable victoria sobre sí mismo
del amor (la tesis de Quevedo; no en vano de quien se había asediado en el pozo de
Machado recuerda presocráticamente, en amargura que es el Cancionero.
«Rosa de fuego»: «Tejidos sois de prima- Así, el «polvo enamorado» vencedor de
vera, amantes, / de tierra y agua y viento la muerte engendra una «muerte reduci-
y sol tejidos»), concebido como un todo da a besos» («La boca»): la muerte es otro
del que la amada es la otra parte. De modo amor esperando ser resucitado en otras
que, al estar el todo en cada parte, en cada bocas de otros cuerpos de otros amantes
Vicente Rodes, parte (más allá de los sofismas eleáticos, de otros tiempos; y siempre: «Proyecta-
Homenaje a Miguel
Hernández
porque en la mente, tanto o más que en el mos los cuerpos más allá de la vida / y la
(Fundación Cultural universo expansivo, caben la materia y la muerte ha quedado, con los dos, fecun-
Miguel Hernández) antimateria) está el todo. Hernández es un dada» («Muerte nupcial»); «Te quiero en
tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre
descenderá mañana» («Hijo de la luz y de
la sombra»). En cada pareja coexiste y se
revive la humanidad. En cada beso resuci-
tan y se suman, además de las bocas –los
labios besadores– de los amantes, todos
los besos de cuantos han amado, como
una bola de nieve rodando por la historia
y engarzándola, como un ejército de sal-
vación por el amor, como una carta que el
hijo interminablemente reescribe y refun-
de con su vida heredada y legadora: la es-
peranza. El «Beso soy» con que comienza
«Antes del odio» ya es un gigantesco beso
cósmico. La abstracción independentista
del beso («Ayer te besé en los labios / [...]
Hoy estoy besando un beso», de La voz a
ti debida) de Salinas ha tejido su fruto. Por
ese beso, amor purificado en puro amor, el
mismo Salinas podrá decir: «Por ti creo /
en la resurrección, más que en la muerte»
(Largo lamento). Al fin y al cabo, la sabidu-
ría del pueblo ya lo había descubierto; en

168
Miguel Hernández: el nombre del amor

el anónimo romance de «El enamorado y


la muerte», aquel, queriendo mitigar esta,
busca a su amada y le dice: «la Muerte me
está buscando, / junto a ti vida sería». Es
decir: que la amada, porque es la concre-
ción del Amor (y este es más poderoso que
la muerte), puede convertir la muerte en
vida.
La inextinguibilidad del amor forma
parte de la conciencia universal. Tolstoi es-
cribe en Infancia, adolescencia, juventud:
«Sé que mi alma existirá siempre porque
este amor tan intenso no habría nacido si
hubiera de cesar alguna vez». Y Unamuno:
«Tú no puedes morir aunque me muera;
/ tú eres, Teresa, mi parte inmortal. / [...]
Es que viviste en mí [...] / y así entraste
en la edad del corazón» (Teresa, 48). Sobre
la identificación de los enamorados baste
recordar el Tristán wagneriano (tal vez el
mayor hito amoroso, porque la música es
la única poesía capaz de verbalizar la ine­
fabilidad), en el que los amantes se defi-
nen con el nombre –la sustancia– del otro,
transustanciándose las identidades: Dice
Tristán: «Yo soy Isolda, ya nunca más Tris-
tán». Isolda dice: «Yo soy Tristán, nunca ya
más Isolda» (II, 3). Incluso el misántropo
Beethoven, en una carta «A la Amada In-
mortal», escribe ejemplificando esa dua-
lidad unificatoria universal: «Amor mío, la realidad cotidiana a pesar del desenga- Tristán e Isolda,
mi yo». Y antes, Juan de Yepes: «Amada ño quevedesco. Se libera del paradisiaco de John William
Waterhouse
en el amado transformada» (Noche oscu- infierno artificial en el que se amamantó.
ra). Y después, Aleixandre: «Quiero ser tú» Se sobrepone, con su humanización, a
(«Unidad en ella»). (Qué lejos el Rimbaud toda una legislación literaria sobre el amor
de Yo es otro, que implica la muerte de la promulgado como dolor, lamento, automo-
propia identidad, no la asunción de la del ribundia, que en su propio verso se verba-
otro por amor y absoluta cohabitación). lizaba como «pena». Se sobrepone a la ca-
Pero ese universalismo del amor inmor- dena existencial que cosmogonizó el amor
tal y solidario no menoscaba la originalidad como un planto, ya que nacer era empezar
hernandiana: es Hernández (con el ma- a morir, porque la vida tenía su cuna en
gisterio inmediato del genesiaco Neruda) la sepultura. Se sobrepone a la concepción
quien se evade del trovadorismo para in- del amor como una parafernalia luctuo-
crustar en él la vida, quien concreta en una sa, premisa necesaria para constituirse en
mujer hecha de carne y hueso la abstrac- energía poética. Se libera de la «pena» tra-
ción de la amada, quien confía en el hijo bajada y recreada con tanto ingenio y ma-
la permanencia del amor. Ama a la mujer, soquismo –y contumacia– por Manrique
no solo su intelección sublimatoria. Ama («el placer en que hay dolor»), Melibea

169
Antonio Gracia

El hijo como reencarnación

Para Hernández, cada hombre es una


gota en el manar continuo, y es inmortal
porque siempre habrá un hombre vivo en
el flujo de la vida. La madre es un útero
que reintegra la existencia desde el útero
cósmico, como la esposa es, sobre todo,
la mujer dispuesta para la maternidad; y
el hijo es la prolongación y constatación
del devenir del río vivífico. La vida –el
amor– es un «Beso que viene rodando /
desde el principio del mundo [...] / Beso
que va al porvenir» («El último rincón»).
Por eso –porque el beso es el cónclave de
la humanidad–, «Besándonos tú y yo se
besan nuestros muertos, / se besan los
primeros pobladores del mundo»; y, por
lo mismo, «seguiremos besándonos en el
hijo profundo»: el hijo es engendrado, por
lo tanto, también por todos los hombres
agrupados en un hombre, todas las mu-
La bella durmiente, («agradable llaga»), Herrera («la dulce per- jeres resurrectas en una mujer. Semejan-
de Edward Coley dición»), Yepes («regalada llaga»), Lope tes palabras utiliza Borges hablando «Al
(«divino basilisco»), Góngora («Ángel fie- hijo»: «No soy yo quien te engendra. Son
ramente humano» que destila «dulcísimo los muertos. / [...] Siento su multitud. So-
veneno»), Quevedo («herida que duele mos nosotros / y, entre nosotros, tú y los
y no se siente»), Villamediana («lisonjera venideros / hijos que has de engendrar /
pena», «alivio que castiga»), Gerardo Lobo [...] Soy esos otros, / también». De esta
(«mezclar fúnebre queja y dulce canto»)... manera, la vida nunca muere, y lo emble-
hasta categorizarse –la pena amorosa– mático de la existencia, lo que potencia
como existencialismo en Meléndez Valdés su creación, su recreación constante, que
(«Doquiera vuelvo los nublados ojos / nada es el amor, es imperecedero. La intuición
miro, nada hallo que me cause / sino agudo hernandiana consiste en que, si en un ins-
dolor y tedio amargo / y este fastidio uni- tante se concentra la totalidad del tiempo
versal que encuentra / en todo el corazón y en un solo lugar se hace ubicuo el espa-
perenne causa») y que aún recoge Pérez de cio, toda la humanidad corporal y tempo-
Ayala cuando, ante una «Amada muerta», ral se da cita, a través de los cuerpos de
se dice a sí mismo: «¿A qué buscar senti- los amantes y en el momento de la fecun-
do al universo / y perseguir vereda si ando dación, en «el rincón de tu vientre, / el ca-
a oscuras?». Premonición, refundición y llejón de tu carne» («El último rincón»),
deformación esos ejemplos del «dolorido para regenerarse todo ello en el hijo: tiem-
sentir» de Garcilaso. A todos se sobrepone po, espacio, hombre, mujer, vida, amor,
Hernández cuando siente a la mujer como energía fluyente. El éxtasis de la carne en-
un arco desde el que lanzar como una fle- gendra la contemplación y advenimiento
cha al hijo y con él el «beso soy», el anagra- del hijo. La cópula es la vía unitiva entre
ma del amor (más poderoso que la muerte) pasado, presente y futuro, la comunión y
en que se ha convertido. solidaridad de todos los hombres. El acto

170
Miguel Hernández: el nombre del amor

amoroso-sexual (Neruda: «Mi cuerpo de «Homo est clausura mirabilium Dei»


labriego salvaje te socava / y hace brotar al (El hombre es la puerta de las maravillas
hijo del fondo de la tierra»; Veinte poemas de Dios), escribió una de las mujeres más
de amor..., 1) se convierte en un acto crea- admirables de la historia de la música, Hil-
dor semejante al de Dios, puesto que crea degard von Bigen. Si desprendemos esa
desde la nada el hombre al fundirse con la afirmación de su eclesiastidad y miramos
mujer; y así, el amor es lo más divino de alrededor, hallamos que todas las culturas
los hombres, lo más humano de los dioses sostienen como esencia humana su afán
en que se convierten el hombre y la mujer de trascendencia. El alma –la mente– es
en el instante de la fecundación: «Pero no un error –no un milagro– de la materia
moriremos [...] Somos plena simiente. / Y desde el instante en que el hombre es el Maternité, de Julio
González
la muerte ha quedado con los dos fecun- único animal quaerens, puesto que la ma- (Instituto Valenciano
dada» («Muerte nupcial»). Espiritualidad teria no pregunta, solo es. Eso lo convierte de Arte Moderno,
y carnalidad son interdependientes. ¿No en homo rationalis, homo sapiens. Desde el Valencia)
viene a ser una transcripción del «Amada
en el amado transformada» la afirmación
«Cuanto más se miraban más se hallaban:
más hondos / se veían, más en uno fun-
didos»? («Muerte nupcial»). Si es así, la
cópula es el éxtasis («¡Qué absoluto por-
tento! / ¡Qué total fue la dicha de mirar-
se abrazados!») que proporciona la visión
contemplativa de la fe en el hombre: el
hijo, la vida que renace y perpetúa, el
único amor más poderoso que la muerte
(«Porvenir de mis huesos / y de mi amor»,
dicen las «Nanas»). Lejos de la tradición
inculpatoria de la sexualidad, el sexo
alumbrador viene a ser la culminación
de la redención por el amor, la auténtica
transustanciación: la contemplación del
hijo, síntesis sinóptica de la existencia, es
para Hernández como la visión de Dios
para el místico. En «Vida solar», al hijo,
«fruto del cegador acoplamiento», exhor-
ta como un ruego imperativo y redentor:
«Ilumina el abismo donde lloro. / Fúndete
con la sombra que atesoro / hasta que en
transparencias te consumas»: no es sólo
el espíritu, sino la carne unitiva la que
origina la continuidad de la existencia, la
salvación de la individualidad en la pe-
rennidad filial: el hijo es como un adve-
nimiento, la total palingenesia; y por eso
duele más su muerte, porque no muere
sólo el hijo, sino de nuevo el padre en él:
«Se hundió en la noche el niño que quise
ser dos veces» («El niño de la noche»).

171
Antonio Gracia

«Homo homini deus est» de la Antigüedad y en seguida «El niño yuntero», actualiza-
al «homo homini lupus est» de Hobbes ción de aquel, observamos el avance en el
(según la expresión de Plauto) hay todo retrato del niño inmerso en la indefensión
un viaje en busca de inmortalidad y toda –herencia de los infantes de Dickens– y la
una toma de conciencia del fracaso. Esa nueva perspectiva del autor ante el objeto
búsqueda de metafísica se encuentra en la de su escritura. Dice el amo en el texto de
Odisea, Gilgamesh y Popol Vuh tanto como Gabriel y Galán: «He dormido esta noche
en la Biblia. Hernández, en un proceso de en el monte / con el niño que cuida mis
reducción típico de un ser primario como vacas / [...] y en las horas de más honda
él, encuentra su talismán redentor en la calma / me habló la conciencia / muy du-
naturaleza inmediata: el hijo. El hijo her- ras palabras... / A tu madre, a la noche, le
nandiano es un símbolo de liberación y dices / [...] y te quiero aumentar la sol-
perpetuidad: irrefutable es que moriremos, dada». Como vemos, el poeta extremeño
puesto que todo muere. Y esa certeza car- siente piedad y acaba decidiéndose por la
tesiana nos conduce a otra: que es de ne- caridad en la servidumbre, fiel a la dife-
cios perder un solo instante pensando en rencia de clases. En cambio, Hernández
que hallaremos otra vida en la que exista lo toca la aldaba del corazón para llamar a la
que en esta no encontramos. Hernández, justicia y la solidaridad. En ambos poemas
encarcelado en un cuerpo hacia la muer- vibra la ternura para atrapar al lector y de-
te, ajeno a cualquier divinidad, encuentra jarlo indefenso ante una posible propues-
en el hijo la prolongación de su existencia. ta; pero frente al sentimiento inmóvil de
Esa es su única e inmediata metafísica. «Mi vaquerillo», destaca en «El niño yun-
tero» la emoción conmovedora para que la
justicia mueva el mundo: «Carne de yugo,
Digresión ha nacido / [...] con el cuello perseguido
/ por el yugo para el cuello. / [...] ¿Quién
Su preocupación por la niñez no se reduce salvará a este chiquillo / menor que un
a la del propio hijo. El mundo de la infancia grano de avena?» Hernández ha visto en
es un tema entrañable para Hernández: si el poema de Gabriel y Galán un viento
leemos «Mi vaquerillo», de Gabriel y Ga- inerte del pueblo que él quiere orientar
lán –poema en el que Hernández se sen- para liberarlo, dando un paso adelante en
tiría retratado como adolescente cabrero–, la creación poética: no le basta escribir un
documento lírico que constate un hecho
cotidiano, sino que aporte su solución sin
perder el lirismo por caer en lo panfletario.
Y aprovecha la mencionada indefensión
del lector ante la emoción lírica para pasar
de la poesía pasiva a la poesía activa, al
poema actante. De modo que el vaqueri-
llo hernandiano es hijo de un mundo que
puede y debe ser cambiado al presentar el
autor la enfermedad y su medicina. Así, el
poema es al mismo tiempo una elegía por
un niño y un himno por un mundo posi-
ble si lo hacemos entre todos. No parece
haber nacido ese sentimiento fraternal –y
paternal– de ninguna consigna partidista,
Gabriel y Galán sino de la bondad natural del hombre, que

172
Miguel Hernández: el nombre del amor

siempre acaba por surgir. Es decir: que el


tema no está puesto al servicio de la con-
signa, sino ésta al servicio del tema. ¿Y por
qué no querer para la propia carne lo que
quiere para los demás infantes? ¿No irra-
dia de este poema el germen de la con-
ciencia de cuanto he dicho sobre el hijo?

Trascendencia

Construye Hernández otra historia de


amor: la natural, después de atravesar los
laberintos de los trovadores y los místicos.
Abre una mirada a otros autores que se ins- Venus Venticordia,
criben en ese nuevo flujo conceptual en el de Dante Gabriel
que una mujer y un hombre son dos seres Rosetti
humanos y las palabras tienen menos tinta
de verso que sangre cotidiana, sin aban- Neruda en la «Canción desesperada». Y
donar por eso la poesía. Ángel González es en esa corporalización del sueño inma-
ya no quiere ser el sufriente propietario de terial, en esa hernandización del nerudis-
una dama inefable ni el feudal hacedor de mo, en donde Carlos Sahagún encuentra
la amada sublime, sino el compartidor de la compañera de carne y no solo de verso,
la realidad más próxima a la piel: «Si yo explícita en «Dedicatoria»: «Mi corazón
fuese Dios / y tuviese el secreto, / haría / te debe / haber hallado juntos la verdad
un ser exacto a ti. / [...] existes. / Creo en más humana...»). Pues la amada, definiti-
ti. / Eres. / Me basta.» («Me basta así»). vamente, es «Tú, mi esperanza cuando no
Lejana queda la Guiomar machadiana, to- hay consuelo» («Tiempo de amar»). Y el
davía semblanza de la midons provenzal. Si hijo es «este niño que llega de mí mismo,
es cierto que «no prueba nada, / contra el / vencedor de mi tiempo» («El hijo»). Los
amor, que la amada / no haya existido ja- hombres apoyados en lo humano y no en
más», sí prueba sobre la verdadera sustan- la divinal cosmogonía del «eterno femeni-
cia amorosa que la amada existe y da amor no» sin mujer. Y es que ya pasó el tiempo
sin que el hombre poeta haya de inven- del hombre y el juglar inmersos en su co-


tarlo como una vida que quisiera no tener razón y en su poema, de espaldas a la vida:
que inventar. «Oh carne, carne mía, mujer el amor ya no puede ser un paraíso o una
que amé y perdí, / a ti en esta hora hú- tortura autistas, porque «nada tiene / sen-
meda evoco y hago canto», había dictado tido en soledad» («La casa»).

173
Miguel Hernández: pasión
(de un poeta) por el teatro
Jesucristo Riquelme
Catedrático del IES Mare Nostrum (Torrevieja)

(VOZ EN OFF.– Señoras y señores, la función dará comienzo en tres minutos. Mientras tanto,
por favor, vayan pensando en lo que postuló Bertold Brecht: «El arte no es un espejo para
reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma». [Luego mencionaremos el martillo y la
hoz; ya no nos interesa Stendhal]. Y, por favor, sigan aguzando su ingenio con este otro aserto:
«El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida». ¡Ah,
perdón! Me comunican que la sesión ya ha comenzado... y que no se vislumbra el fin..., sino
su destino errante; al igual que los buenos escritores –al decir de León Felipe– que no tienen
biografía, sino destino.
CONTINÚA LA VOZ EN OFF, SUSURRANTE AHORA Y CÓMPLICE.– Vamos a tener la opor-
tunidad de ver y oír a Miguel Hernández, quizás el literato que mejor aúna vida y literatura
infinitamente –esto es, sin fin, sólo con destino–. [Muy al contrario de la aseveración del
primer Ortega y Gasset, quien en La deshumanización del arte, en 1925, había recogido un
postulado –vanguardista entonces– que pronto será una aberración: «Vida es una cosa; poesía,
otra... No las mezclemos». Toda mezcla es susceptible de producir un sino sangriento].
Y LA VOZ EN OFF, CONTUNDENTE Y ENTUSIASMADA, CONCLUYE.– Con todos ustedes la
Voz-de-la-Verdad y el Deseo).
VOZ DE LA VERDAD.– ¿Quién amurallará los sones
de mis voces?
DESEO.– Mis prisiones.
VOZ DE LA VERDAD.– No me callará tampoco
si a la prisión me condenas.
DESEO.– Te hará callar el tormento. Representación de
El labrador de más
VOZ DE LA VERDAD.– Sin lengua, sin sangre apenas, aire, en el Teatre
¿quién podrá poner cadenas Grec de Barcelona,
al alma y al pensamiento?1 1977

S
Í, SON VERSOS de la primera obra
teatral de Miguel Hernández. Aún
todavía hoy, cuando hablamos del
teatro de Miguel Hernández, notamos el
sobresalto de la perplejidad en nuestros
interlocutores. «¿Miguel Hernández escri-
bió teatro?», se atreve a preguntar alguien.
Pues, sí... Y, a pesar de que la dimen-
sión poética eclipsa su quehacer teatral,

Jesucristo Riquelme pp. 174-191


Jesucristo Riquelme

Tabla 1
IV. Etapa
I. Etapa oriolana II. Transición III. La guerra
carcelaria
Iniciática Hacia la madurez Madurez Madurez
trascendente
Infancia Adolescencia Juventud Adultez
Primavera Verano Otoño Invierno
Naturaleza Amistades Propaganda Intimismo
Hermetismo y Amores Reivindicación Asunción de
pureza 1.ª reivindicación (Des)ilusión adversidad
Religiosidad social Esperanza
(1910)-1934/5 1935-1936 1936-1939 1939-1942
Perito en lunas El rayo que no cesa Viento del pueblo Cancionero y
[PL] [RQC] [VP] romancero de
El hombre acecha al ausencias
hombre [CRA]
[HA]
Auto sacramental Los hijos de la piedra Teatro en la guerra
[QV] [HP] [TG]
El torero más El labrador de más Pastor de la muerte
valiente aire [PM]
[TV] [LA]
Teatro de tendencia Teatro de tendencia Teatro de tendencia
poética social política (< de
guerra)

conocemos bien la tremenda vocación que vivió) con sus cambios de pensamiento
sintió por ser dramaturgo. En solo cuatro –imitaciones, adaptaciones, deslumbra-
años (de 1933 a 1937), y recién cumpli- mientos, concienciaciones, compromisos–
dos sus 27, había concluido cinco dramas que conducirían a categóricas plasmacio-
y cuatro piezas cortas, que constituyen los nes ideológicas (y también estéticas): del
seis títulos de su obra dramática completa. escritor solitario al solidario, del escritor
purista y (sectariamente) religioso al com-
promiso popular y (globalmente) social.
Corpus: evolución y constancia La etapa de producción teatral de M.
Hernández se prolonga algo más de cuatro
La lectura de la obra completa de M. Her- años (1933-1937). Si en Pastor de la muerte
nández permite, cronológicamente, seguir se mantienen temas (como el de la justicia),
su proceso de crecimiento como persona características de estilo (como las formas
(siempre jovial y entusiasta, siempre de- reiterativas y el lenguaje metafórico de insó-
batiéndose entre la ilusión y la frustra- lita fuerza sustentado en lo telúrico y en las
ción, entre la alegría y la tragedia de su imágenes vivísimas de la naturaleza agres-
sino sangriento): se trata de un paulatino y te), técnicas literario-dramáticas (como los
progresivo proceso de maduración desde personajes corales) e incluso personajes ya
la inocencia de la infancia y la adolescen- utilizados en otras obras (el pastor –inex-
cia (biológica y literaria) hasta su madurez cusable en M. Hernández– o el refugiado
más reflexiva (apenas con los 31 años que o el Eterno), tenemos que reconocer –por

176
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

encima de cambios en el contenido y en el El drama de los dramas


sentido contextual histórico de sus dramas
o en algunas innovaciones escenográficas– Ahora bien, aunque Hernández nació para
que el teatro de Hernández constituye una ser poeta, como sentenció –a toro pasado–
continuidad que revela una clara unidad María Zambrano, son conocidas la ilusión
–paralela– entre su producción teatral y su y la esperanza que depositó en el teatro. De
producción poética. hecho, fue elegido para formar parte de la
De modo esquemático, podemos distin- comitiva de cinco artistas e intelectuales
guir cuatro etapas en la vida y en la pro- republicanos al V Festival de Teatro Sovié-
ducción creativa de Hernández. Veamos la tico (verano-otoño de 1937) en su calidad
correspondencia entre sus libros de poesía de dramaturgo; desde la URSS confesaba
y su teatro en un lapso de un decenio –tan a su esposa el interés que le producía el
sólo diez años–, la década de los 30 del teatro soviético y declaraba una intención:
siglo xx (Tabla 1). «es posible que cuando vuelva a España
Nótese cómo no hay ya producción tea- no me dedique más que a mi trabajo de
tral posible en la cuarta etapa: al estallar la teatro, y no vaya más o vaya poco por los
paz e imponerse la victoria, con M. Her- frentes» (Leningrado, 14 de septiembre de
nández en prisión. 1937; OC, II: 2521). Y en la Nota previa a
su Teatro en la guerra había dejado escrito:
voz de la verdad.– «Cuando descansemos de la guerra, y la
¿Quién amurallará los sones paz aparte los cañones de las plazas y los
de mis voces? corrales de las aldeas españolas, me veréis
deseo.– Mis prisiones. por ellos celebrar representaciones de un
teatro que será la vida misma de España,
Apreciemos también cómo permanece la sacada limpiamente de sus trincheras, sus
captación de la realidad más inmediata y calles, sus campos y sus paredes» (OC,
cómo avanza progresistamente en los ho- II: 1788). Pero jamás representó en vida Miguel Hernández,
menajes (cada vez menos culturalistas): de comercialmente ninguna de sus obras: ese Enrique Casal
Góngora y Calderón, en la primera etapa, a fue el drama de sus dramas. Chapí y, a la
Quevedo y Lope, en la segunda, y en el ca- ¿Por qué esa inclinación al género tea- derecha, Rivas
Cherif en Moscú,
mino, entre uno y otro, San Juan de la Cruz; tral? Cuatro potísimas razones parecían 1937
en la tercera etapa, la bélica, la adhesión se motivar e interesar a un siempre joven (Fundación Cultural
circunscribe al agit-prop, mucho más con- Hernández a escribir teatro: Miguel Hernández)
temporáneo, con la incorporación de técni-
cas eléctricas (decorados, focos y cañones
luminotécnicos) para la escenografía.
Del camino iniciático de la trascen-
dencia por el más allá de su etapa oriola-
na –muerte y amor–, envuelto en el Mito,
pasa Hernández –en su segunda etapa– a
aferrarse a la Historia con la que tropieza:
abandona lo mítico y construye una tras-
cendencia social que va de la categoría a
la cotidianidad. En la tercera etapa, se im-
pone la Historia destruida: la contingen-
cia de la realidad bélica realza la anécdota
porque ahora –en tiempos de guerra– lo
cotidiano se erige en categoría.

177
Jesucristo Riquelme

los siglos xix y xx); y, finalmente, el cine –el


novedoso séptimo arte (del siglo xx).
«Hubo una época en que, como a Mi-
guel le gustaba tanto el teatro, íbamos a
la Casa del Pueblo», contaba su amigo R.
Núñez (1973), y añadía: «no mostraba nin-
guna preferencia. Si acaso por el cine: le
gustaban con locura aquellas primitivas pe-
lículas del Oeste». Se refiere al periodo de
1927 a 1931. También absorbe el nonato
dramaturgo algunos rasgos de las superpro-
ducciones cinematográficas para su ideal
de puesta en escena total: «El cine me atrae
irresistible. Yo siempre atormentado por mi
imaginación», confiesa a Pérez Clotet (en
la citada carta de noviembre de 1934. OC,
II: 2317). Por aquel entonces se proyectaba
Rey de reyes, El signo de la Cruz, Los diez
a) causas psicológicas íntimas (o inheren- mandamientos... M.ª de G. Ifach recogía
tes) y artísticas: gusto, dotes y vocación un borrador manuscrito de Hernández en
teatrales; el que se leía: «El cine es una visión lunar
b) causas económicas: intento de profesio- de la vida; el teatro, una realización solar.
nalización o medio de vida; El cine es a la hora de los sueños cuando
c) causas psicológicas socializantes: ad- mejor se da; el teatro debe ser representado
quisición de fama y reconocimiento; a la luz del día, a pleno sol» (1975a: 205).
d) causas ideológicas o cosmovisionarias: Ya durante el periodo prebélico en Madrid,
influencia en un público generalizado y sobremanera en su teatro de guerra, una
para cultivarlo, despertarlo, concien- vez realizado su viaje a la URSS, en 1937,
ciarlo y (con)moverlo. se aprecia el impacto definitivo del cine
La atracción del género teatral en Her- y del teatro soviético de vanguardia en su
nández se explica, en primer lugar, por configuración dramatúrgica (en especial en
una motivación intrínsecamente artística: El labrador de más aire –por las resonancias
la búsqueda del arte total, en el sentido de la producción española– y en Pastor de
wagneriano: poesía, música y mucho apa- la muerte –a resultas de lo contemplado en
rato escénico –tramoya, atrezzo, vestuario, la URSS durante el mes de septiembre de
iluminación…–, es decir, el teatro en su 1937–): luces, focalizaciones en primerísi-
plenitud como integración de las artes. mos primeros planos, números musicales,
Por ello no sorprende que reciba influjos, detenciones de la acción, etc., exponentes
desde su opera prima, de tres manifesta- del «nuevo orden audiovisual» para su tea-
ciones artísticas (de mayoritaria recepción tro, en aquel continuo anhelo de aportar y
popular) que suponen el espectáculo más renovar en el teatro español, aunque –al
completo de los movimientos culturales principio– sólo rastreemos homenajes a
recientes occidentales: el primero, el tea- nuestros clásicos del Siglo de Oro, influ-
tro barroco de la magia y la imaginación de jos excesivamente nítidos, «en los que hay
los autos sacramentales (de los siglos xvii imitaciones / harto serviles y bajas, / re-
y xviii); el segundo, la zarzuela como gé- miniscencias y plagios / y hasta estrofitas
nero dramático-musical español con raíces copiadas», como exageraba en 1931, en
asimismo en la nueva comedia barroca (de su poema «Carta completamente abierta a

178
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

todos los oriolanos» (OC, I: 215; vv. 87-90). huerta, La parranda, La del soto del parral,
Y aún es más: esta vocación por el teatro y el Gigantes y cabezudos, La tempranita, etc.)
cine se mantiene y se prolonga durante los hasta las recreaciones de textos anteriores
años de posguerra; inmerso en su turismo imitando argumentos y situaciones que re-
carcelario, le comentaba vehementemente tomarán con insistencia los dramas, las co-
a A. Buero Vallejo en la prisión de la plaza medias o los sainetes de la primera mitad
del Conde de Toreno, donde coincidieron de siglo xx. La trama de El perro del horte-
–después de Benicàssim– desde diciembre lano es adaptada en La rosa del azafrán, de
de 1939 hasta septiembre de 1940: «Ma- F. Romero y Fernández Shaw; Peribáñez,
ñana, tú y yo tendremos que hacer cine en La villana; Doña Francisquita, sobre
juntos» (en Ifach, 1975a: 266). La discreta enamorada (y también sobre El
El gusto por la espectacularidad del sí de las niñas)... Las historias de amores,
cine corre paralelo al descubrimiento ar- celos, engaños surgidos por las diferencias
tístico de las posibilidades que le sugiere sociales y económicas son una constante
la Biblia, por su grandiosidad, por sus mo- que familiarizaba los argumentos con ex-
vimientos incontrolados; de esta manera posiciones sentimentales, sensibleras y
muestra su impresión en la reseña que melodramáticas de las que no se sustrae el
hizo a Residencia en la tierra de Neruda en teatro de Miguel Hernández.
los folletones de El Sol (Madrid, 2 de ene-
ro de 1936): «Me emociona la confusión
desordenada y caótica de la Biblia donde
veo espectáculos grandes, cataclismos,
desventuras, mundos revueltos, y oigo ala-
ridos y derrumbamientos de sangre» (OC,
II: 2152-2159). Esta influencia es funda-
mental en la historia teológica de Quién te
ha visto y quién te ve, el auto hernandiano
escrito entre 1933 y 1934.

La zarzuela: afición e influjo

Sin duda, ayudará a comprender mejor los


dramas de Hernández la comparación con
las zarzuelas, popularísimo género acep-
tado social y artísticamente en su época:
estructura, personajes corales, canciones,
monólogos, lirismo, etc.
Al margen de la revitalización directa
de los textos clásicos, ya existía desde fi-
nes del siglo xix una floreciente tradición
naturalista que junto al costumbrismo re-
gionalista había dado pie al surgimiento
del drama rural en España. No es ajeno a
este proceso el auge que adquirió el géne-
ro literario-musical de la zarzuela: desde
las creaciones motivadas por un apego a
la tierra en que se vive (La alegría de la

179
Jesucristo Riquelme

En todos sus dramas largos, Hernández Blas, el Meno, pastor amigo de Miguel (re-
incluye canciones y números corales, que cogidas en Riquelme, 1990: 24-25).
tienen valor lírico antológico. Ya por 1927 De todos, el drama hernandiano en el
aproximadamente, había confiado en la que mejor se detecta la influencia de la
partitura musical de famosos pasajes zar- zarzuela es El labrador de más aire (1936),
zueleros para versionar letras de euforia y en el que se vislumbran algunas relaciones
ánimo en relación con otra de sus aficiones con La parranda, de L. Fernández Ardavín
adolescentes: el fútbol; compone la letra (escenas melodramáticas y costumbristas
del «Himno de La Repartiora», equipo de de la vega murciana, en verso), estrenada
fútbol de la calle de Arriba (en Orihuela), en 1928.
donde él vivía con su familia desde los tres El cine también adaptó para la panta-
años, cantada con la misma música de Las lla zarzuelas ya prestigiosas, con lo que
Leandras: «Vencedora surgirá, / porque lo se popularizó todavía más el género y su
ha mandado el ‘Pa’2, / la terrible y colosal estética: La verbena de la paloma, de Pe-
Repartiora. / Por las calles marchará / y el rojo, en 1935; La reina mora, Carceleras,
buen vino beberá / porque siempre victo- Doloretes, Curro Vargas, etc. Y es que, en
riosa surgirá [...]». Sobre la misma fecha, sus orígenes, el cine mudo apenas sale
ironiza Miguel con otra coplilla contra los de la andaluzada, la baturrada, la madri-
equipos rivales (los Yankes, nacidos de bue- leñada..., la zarzuelada: es puro pueblo;
na cuna, y los Iberia, los procedentes de la con el sonido, el pueblo se irá haciendo
calle de la Acequia), entonada con la músi- pequeño-burgués. Ya La aldea perdida, la
ca de Pichi: «Nadie, / desde ahora en ade- primera película sonora, dirigida por Flo-
lante, / ni el Iberia ni los Yankes, / ni con su rián Rey en 1929, procura retratar el alma
línea de ataque / ha de poder combatiros / y el paisaje de Castilla, todavía muy en la
ni el Orihuela F. C. / ¡Hurra! / ¡Hurra los re- línea postnoventayochista que alcanza in-
partidores! / Los mayores jugadores, / ade- cluso a El labrador de más aire.
más de bebedores, / en Madrid como en Pero, además, ¿tenía algo de conoci-
Dolores, / en el campo ha visto usted [...]». mientos o experiencia teatral como afi-
Ambas letras son apuntadas por Filomeno cionado siquiera? Tuvo, sí, dotes de ac-
tor, con una portentosa memoria y una
expresiva gestualidad. Durante los años
de juventud, en Orihuela, Miguel Her-
nández organiza junto a otros amigos una
agrupación teatral de aficionados llamada
La Farsa (en homenaje a la revista teatral).
Se reúnen, en el céntrico Café Levante,
Miguel, Antonio Gilabert, los hermanos
Marín (Pepito y Justino), bajo la dirección
de El Tarugo. Representan, entre otros
dramas, Juan José (1895) de Joaquín Di-
centa, cuyo protagonista es encarnado por
Miguel; también participa Hernández en
Los Semidioses (1914) de Federico Oliver
(aparecido en El teatro moderno, núm. 299
[1931]). Apréciese el talante reivindicati-
Ramón Sijé niño
vo y progresista de las obras elegidas. Des-
(Archivo Herederos pués montarán, con Daniel Cases, El ver-
de Ramón Sijé) dugo de Sevilla, de Muñoz Seca, y Parada y

180
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

fonda, de Vital Aza, actuando Miguel como


padre y como catalán, respectivamente.
Las actitudes de recitador de Hernán-
dez, ya desde los años de la escuela del Ave
María (1921-1923), es decir, entre sus once
y sus trece años, son premonitorias. Su me-
moria y su fácil poder versificador hicieron
en una ocasión callar a un dubitativo rapso-
da (o inexperto trovero) que acudió invitado
a la hora de clase: Miguel recitó poemas de
Juan Ramón Jiménez despertando la ova-
ción unánime de sus compañeros. Algunos
de ellos recuerdan las inflexiones de voz en
su sentida interpretación de «La carbone-
rilla quemada» del poeta de Moguer. En
otoño de 1930 lee (o interpreta) su propia
«Elegía –media del toro» en un acto casi
solemne en el Casino Orcelitano; M.ª de
Gracia Ifach (1975: 53) lo rescata del olvi-
do: «El joven recitaba a la vez que dibujaba
en una pizarra trazos aclaratorios de cuanto olvidemos que tan sólo Los hijos de la pie-
decía. [...] las ilustraciones serían tan elo- dra, de las cinco obras de larga duración
cuentes como sus gestos y ademanes para de Hernández, se escribe en prosa.
hacerse comprender, pues tenía facilidad
para el dibujo y para la expresión teatral».
Al año siguiente, en la primavera de 1931, El teatro, un frustrado medio de
con motivo de un premio en Elche con- vida
cedido a su «Canto a Valencia», el poeta
Carlos Fenoll cuenta a la citada biógrafa Miguel Hernández anduvo toda su cor-
en carta de 27 de septiembre de 1971: «te- ta vida en busca de una profesión que lo
nías que haber visto a Miguel parodiando sacara de su precariedad económica (y
al señor gusano. Algo fantástico, pues era le permitiera escribir). En sus principios,
un genial actor, tan bueno como poeta» (en llegó a soñar con que la escritura misma
Ifach, 1975: 63). podía constituirse en una profesión. La po-
Todo este esfuerzo aglutinador de las sibilidad de vivir del teatro era un objetivo
artes, con música, canto, danza, recita- viable y más adecuado entonces que inten-
ción y efectos especiales, mostraba una tarlo con la poesía o la novela. La poesía
concepción de lo teatral no sólo como tex- podía darle prestigio y autoestima, pero no
to literario, sino también (y sobremanera) parecía poder concederle dinero para sub-
como espectáculo, es decir, como arte to- sistir. La novela obligaba a una elaboración
tal y no como un reflejo o un espejo ante más lenta y a unas ventas que en una so-
la vida: «un martillo», decía Brecht; «un ciedad excesivamente analfabeta no augu-
martillo de protesta y una hoz de rebel- raba gran negocio; Hernández, con todo,
día», diría pronto Miguel Hernández (en hizo sus pinitos: se conocen unos fragmen-
El labrador de más aire). La literatura no tos que se han tomado como el conato de
era la realidad, y el hecho de la preferencia una posible novela: La tragedia de Calix-
por el verso para el teatro evidenciaba una to, en la que narra con descarnado humor
convención asentida por el público: no quevedesco, valleinclanesco y ramoniano

181
Jesucristo Riquelme

más bien desde el ámbito universitario;


el modelo, ahora, lo podían constituir las
Misiones Pedagógicas, en las que colaboró
Hernández entre 1934 y 1935 con Enri-
que Azcoaga; consistía en una ardua tarea
de divulgación de, sobre todo, nuestro tea-
tro áureo de pueblo en pueblo. Hasta tal
punto pareció llegar el reconocimiento de
la valía y del entusiasmo de Miguel Her-
nández por el teatro, que José Domingo
confiesa haberle ofrecido la dirección de
La Barraca, en una conversación junto a
Miguel Hernández (del Ramón de las greguerías) sus peri- su primo Muñoz Suay, en Valencia, duran-
es el segundo de pecias en el colegio de jesuitas de Santo te la primavera de 1937 (Ifach, 1975b: 46
la izquierda en la
Domingo, donde estudió como «alumno y 48). Mas nada sabemos de la reacción
segunda fila, en
el Colegio Santo de bolsillo pobre» un año y medio, hasta del oriolano, salvo que jamás capitaneó tan
Domingo, Orihuela los catorce… El caso es que su supervi- relevante proyecto.
(Fundación Cultural vencia e integración en el grupo cultural Además de los derechos de autor direc-
Miguel Hernández) de amigos del Madrid republicano fue, tos –exiguos, si los había–, otra cándida
cierto es, por la escritura: primero, como ilusión por profesionalizarse podía basarse
redactor y recopilador de datos para la en- en la recompensa de los concursos tea-
ciclopedia Los toros de José M.ª de Cossío, trales a los que concurrió. Sabemos que
quien le pagaba un pequeño salario de su se postuló en dos ocasiones a los premios
propio bolsillo (200 pesetas al mes) y no Nacionales de Teatro –los premios Lope
de la editorial Espasa Calpe como siempre de Vega–, que se habían instituido el 26
creyó Hernández; después, en tiempo de de octubre de 1932, con una dotación de
bombas, como corresponsal –periodista di- 10.000 pesetas para el ganador de obras
ríamos tal vez hoy–, en virtud de su cargo teatrales en tres o más actos, escritas en
como comisario de Cultura del batallón de verso; no se recogía, empero, la obligación
El campesino. Esta vertiente periodística de editar el texto. Hernández se presen-
pudo haberle solucionado su futuro si su ta en 1936, con El labrador de más aire,
«sino sangriento» no hubiera hecho que lo y en 1938, con Pastor de la muerte. La
murieran a los 31 años en presidio. convocatoria de 1936 no continuó su de-
La fama literaria y el dinero eran la for- sarrollo más allá de agosto, abortada por
ma de salir de su estado de miseria econó- el comienzo de la Guerra Civil española;
mica y, especialmente, de miseria afectiva. aquel año, amén del premio en metálico,
Y depositó su esperanza (y su abnegación se incluía en las bases la representación
creativa) en la inmediatez y el posible lucro en el Teatro Español, de Madrid, duran-
del teatro. En vida, en efecto, se decantó te la temporada 1936-1937. La segunda
por el teatro como intento de modus vivendi ofrecía un premio de 10.000 pesetas para
suficiente como para crear y mantener una el ganador y de 3000 pesetas para el accé-
familia, aunque la realidad le fue de nuevo sit; Hernández logró el accésit.
adversa. Desde la creación de la ILE –la Algo de dinero, en efecto, cosechó con
Institución Libre de Enseñanza–, de Fran- sus obras, pero, tal como refleja la Tabla 2,
cisco Giner de los Ríos, en 1876, se habían muy escaso como para pretender subsistir
propiciado varias iniciativas de gestión tea- con la profesión de literato. (Al decir del
tral popular y algunas habían prosperado. refranero recogido por la sabiduría popular
La Barraca, de García Lorca, había surgido de Sancho Panza: «Trabajo que no da de

182
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

comer, cargue el diablo con él»). Su em- un docente de instrucción elemental ron-
peño por representar fue constante y cre- daría las 5000 pesetas anuales (Samanie-
yó tenerlo al alcance de su mano; pero la go, 1977; Townson, 2002).
realidad le fue esquiva una vez más: no lo Si, de modo orientador, calculamos
logró con el auto sacramental –25 persona- unas 7-11 pesetas diarias de salario (de
jes principales y 16 accidentales requerían hace 70 años) por 300 días, el total es de
demasiados actores– ni con El torero más unas 2100-3300 pesetas al año; es decir,
valiente, a pesar de los ruegos al mismo Fe- las 3000 pesetas de un accésit teatral
derico García Lorca en incontestadas mi- sería el equivalente (de existir) al salario
sivas, ni con Los hijos de la piedra, con un mínimo interprofesional de 1936-1938;
proyecto de decorados de Maruja Mallo, aproximadamente la mitad del sueldo de Cartel del Coro y
que terminó representándose en 1946 en un maestro (¡en la época en la que «se pa- Teatro del Pueblo
Buenos Aires a instancias de Raúl Gonzá- saba más hambre que un maestro de es- de Misiones
Pedagógicas, 1932
lez Muñón y Ricardo Molinari3. cuela»!). Extrapolando estos datos a la si- (Archivo Residencia
Ahora bien, ¿qué suponían aproxima- tuación actual –permítasenos la licencia–, Estudiantes,
damente 3000 pesetas entonces? ¿A qué obtenemos los siguientes cálculos: accésit Madrid)
equivalían? ¿Podía aspirar a ganar premios
y a mantenerse honrosamente? Respon-
damos aceptando el supuesto de que ob-
tuviera similares premios y de que –con-
secuentemente– ganara en prestigio para
editar en condiciones económicamente
ventajosas o para representar. Compare-
mos, a título orientador, con los estipen-
dios de asalariados por cuenta ajena en el
campo o por trabajadores públicos en el
aula. En 1930, el jornalero del agro venía
a cobrar las cantidades (en pesetas) por
peonada que refleja la Tabla 3.
La esperada Ley de la Reforma Agraria,
de 9 de septiembre de 1932, cifró el sala-
rio mínimo en 5,5 pesetas/jornada y en 11
al día en tiempo de siega. Por su parte, el
Decreto de las Colectivizaciones, del Go-
bierno catalán, de 24 de octubre de 1936,
fijó que el obrero sin cualificar se quedaba
en las 65 pesetas semanales, es decir, unas
11 pesetas diarias (para semanas laborales
de seis días).
Por su lado, los 36.000 maestros de la
España de 1930 –¡para unos 2,2 millones
de estudiantes!– tenían un sueldo anual
de 3084 pesetas. Entre 1933 y 1934, el
segundo bienio aprobó una subida hasta
las 4000 pesetas, pero más de la mitad de
los maestros se mantenía en las 3084 an-
teriores; en el Decreto de 22 de febrero de
1936 se estableció que el sueldo medio de

183
Jesucristo Riquelme

Tabla 2
Poemarios Teatro Edición Representación Premios
PL
QV 500 pesetas
TV*
RQC
HP*
LA Convocatoria interrumpida
VP
TG
HA*
PM 3000 pesetas (accésit)
CRA*

(Aparecen con asterisco los libros no editados en vida del escritor. En cuanto a las representaciones, antes de
1942, sólo se conocen algunas de su Teatro en guerra, en las trincheras del frente y en retaguardia, sin deven-
gos económicos por autoría)

Tabla 3
Zona Jornada de 12 h (en verano) Jornada de 8 h (resto del año)
Andalucía 5 3 - 3,5
Cataluña 8 4
Vascongadas >5 >5
Levante 7 3

de teatro igual al salario mínimo interpro- nuestros cálculos aproximativos son feha-
fesional o 50% del salario de un maestro cientes: hoy el accésit de las 3000 pesetas
(noviembre de 2007). Las cifras son éstas de 1938 equivaldría, proporcionalmente,
para el salario mínimo: 570,6€ x 12 me- por tanto, a 9000 euros). El resultado está
ses = 6847,2€ al año); y, si el contrato es calculado sobre la base de equivalencia
anual o indefinido, 7988,4€ al año (sin pa- de una peseta de 1938 con tres euros de
gas mensuales extraordinarias). Digamos, 2009, aproximadamente.
pues, redondeando, que los equivalentes
proporcionales serían éstos: un premio de
3000 pesetas en 1936-1938 equivaldría a Pero la fama llega por la poesía
6000-8000 euros de hoy, y el premio de
10.000 pesetas en 1936-1938, a 20.000- Otra de las causas inmediatas de la incli-
26.000 euros de hoy; es decir, unos 500 nación fervorosa por el teatro, simultánea
o unos 2000 euros brutos al mes, res- quizás a la necesidad constante de conse-
pectivamente, ¡durante ese año! (En la guir éxito económico, radica en las ansias
actualidad, la orden cul/733/2007, de 20 de fama, esto es, el deseo de reconoci-
de marzo, publicada en el BOE de 27 de miento social e intelectual exigido –en es-
marzo, por la que se convocan los Premios pecial para Hernández– por sus modestos
Nacionales del Ministerio de Cultura para orígenes, sus limitados años de escolari-
2007, eleva la dotación del Premio Na- dad y su autodidactismo. La fama, o el (re)
cional de Teatro a 30.000 euros. Es decir, conocimiento, era más fácil con el teatro

184
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

por ser una reacción inmediata debido a cabras, que concibe sus poemas exquisi-
su raigambre popular, de aprehensión so- tos cuidando cabras en la montaña. Andan
cial más directa; en la década de 1930, el todos locos con él. De ojos muy claros, de
teatro –en incipiente competencia con el traje humilde y alpargatas, me produce el
cine mudo– era arte de masas y de buenas efecto de un niño sonámbulo que viviera
retribuciones para el autor. El modelo era, en otro planeta» (Morla Lynch, 1958). Sin
entre otros, su admirado F. García Lorca embargo, también despertó Miguel fobias
(Riquelme, 1987). (Pero, ante todo, debía y envidias, probablemente porque nunca
estrenar). Estos anhelos de fama y dinero comprendieron el personaje que se fragua-
(para subsistir) se respiran en su epistola- ba. Elena Garro (1992), la primera esposa
rio, conjunto de misivas pedigüeñas, pero de Octavio Paz, recoge en sus memorias
nunca su ilusión se inunda de soberbia o de 1937 algunas revelaciones sobre la per-
arrogancia. cepción que suscitaba Miguel –«voz de
bajo profundo»–: «Recordé a los envidio-
sos que decían: ‘¿Miguel? Anda disfrazado
«Andan todos locos con él» de pastor y se creyó el cuento de que fue
pastorcillo’ [...] todavía ignoraba la envi-
Hernández nunca ocultó que era de pue- dia de los mediocres a los que sacaba de
blo (y, en parte por ello, terminaría siendo quicio que un chico tan joven fuera tan
‘poeta del pueblo’). Esto lo llevó a rajatabla gran latinista, tan gran poeta y tan guapo».
hasta en su aspecto: indumentaria, calza- Ahora bien, tal vez el caso más sorpren-
do, talante solícito, silencios, bromas… dente entre sus detractores fue el del gran
en el Madrid de hasta 1936. Una de las Federico, que lo trató con indiferencia:
mejores creaciones del Hernández de la en expresión muy certera de María Zam-
anteguerra fue la de su personaje como brano, García Lorca sentía una especie
poeta-pastor, especialmente por su atuen-
do rústico en la gran urbe. (Algo parecido
a los personajes creados, en sus esferas y
ambientes distintos, por Dalí, Arrabal o
Umbral). Todo formaba parte –en su com-
plejidad– de su personalidad generosa y
transparente, y de su doble registro psico-
lógico: extravertido, en situaciones amis-
tosas que dominaba, e introvertido cuando
el asunto le sobrepasaba. Risueño platica-
dor tanto como silencioso taciturno. Aun-
que sin el arrollador duende de Federico
García Lorca, Hernández también des-
pertaba pasiones por su peculiar poder
de atracción (espontaneidad huertana y
rural, tesón y simpatía natural, integridad,
fidelidad, bonhomía). Ya en el verano de
1935, Carlos Morla Lynch, el embajador
chileno en Madrid, muy amigo de García
Lorca, que solía ofrecer su residencia para
Federico García
tertulias y encuentros amistosos, declara- Lorca y Carlos
ba: «A la reunión de esta noche..., [Pablo Morla Lynch,
Neruda] ha traído a un poeta-pastor de Salamanca, 1932

185
Jesucristo Riquelme

de «alergia» a la sola presencia de Miguel las intervenciones presenciales de Miguel


(Zambrano, 1978). Hernández en los frentes o en los retenes,
No obstante, como no pudo estrenar o las alocuciones radiofónicas declaman-
comercialmente en vida ninguno de sus do sus poemas, alentando a los abnegados
dramas, en 1937, con la publicación de combatientes republicanos, se esperaban
Viento del pueblo –después del espaldara- como maná vivificador. En muchas ocasio-
zo de El rayo que no cesa, pocos meses an- nes pudo escuchar Hernández lo que el
tes del conflicto bélico–, Miguel Hernán- teniente polaco Sobinsky dice en la pelí-
dez se erige en uno de los prohombres de cula de Ernst Lubitsch Ser o no ser (1942)
la cultura republicana progresista: gozará al profesor Siletsky –un espía de la Ges-
de una popularidad impensable dieciocho tapo hasta ese instante infiltrado en la re-
meses antes, en tiempos del anonimato sistencia polaca entre Londres y Varsovia,
más absoluto a principios de 1936. Hasta cuando la invasión nazi de Polonia en la II
tal punto su comportamiento se convierte Guerra Mundial–: «Una intervención suya
en paradigma de una época convulsa so- por radio vale más que diez batallones».
cial y culturalmente que hablar de Miguel
Hernández empieza a identificarse con
lo que significó la II República española; El espíritu hernandiano: la
en 1937, los tres nombres representativos oportunidad del teatro como
de aquel espíritu reivindicador y rehuma- progreso cultural
nizante del arte serán un poeta –Miguel
Hernández, con Viento del pueblo–, un ¿A qué nos referimos al afirmar que el espí-
pintor –Picasso, con el Guernica– y un ritu hernandiano sostiene un símbolo que
escultor –Alberto Sánchez el Vehemente, no cesa? En una época emergente (la de
con El pueblo español tiene un camino que los turbulentos años 30 del siglo pasado)
conduce a una estrella4–. Desde entonces, en la que, por primera vez en España, la
clase popular puede acceder a la cultura,
esta representará además para el pueblo
llano la única oportunidad de cambiar de
estatus social, la única manera de aban-
donar (o eliminar) los sectores inferiores
de una sociedad estamentada y, hasta en-
tonces, inmovilista. Frente a una situación
de precariedad económica, de salarios
mínimos, de incultura generalizada, de
marginación y decadencia del imperio es-
pañol, de rancia confesionalidad religiosa
del Estado, surge con la II República –en
1931– una esperanza de progreso y de re-
formas. La República, en efecto –antes
de sucumbir a la sublevación militar de
1936–, priorizó su política educativa y cul-
Miguel Hernández tural, convencida de que el aumento del
en la radio del 5.º nivel formativo de la población mejoraría
Regimiento, Madrid, la calidad de vida y provocaría cambios be-
4 de diciembre de
1936
neficiosos en la sociedad. Miguel Hernán-
(Archivo de dez, aun con su dosis de autodidactismo,
Jesucristo Riquelme) personaliza los efectos posibles de estas

186
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

reformas republicanas: un ciudadano de


humilde extracción con un deseo intuitivo
e irrefrenable de ser escritor. La sublima-
ción de la literatura, en Miguel Hernán-
dez, se explica por una intencionalidad
latente: con sus escritos posibilitaba su
desclasamiento; se trataba de la única for-
ma de redención o abandono de un estrato
social precario. Ahora bien, el espíritu her-
nandiano culminó el diseño liberador de la
República: alcanzada la nueva situación,
el escritor –con su labor creativa– contri-
buye al intento de superación colectiva
de un pueblo analfabeto, entonces. Una
función e-ducativa –de guía– y de concien-
ciación. De ahí su concepto de poema:
por una parte, el poema, para Hernández,
ostenta una función de redención (en este
caso, redención para él mismo: redimido
y salvado por sus escritos), y, por otra, el
poema resalta su valor profético (el valor
profético de la palabra para todos); poesía
profética en su sentido más trascenden-
tal: religioso –en su primera etapa– pero
también como doctrina social progresista
–posteriormente–. Ello explica a las claras
su adhesión a la poesía pura y su abrazo
a la poesía impura. Ahora bien, por enci-
ma de ello, Hernández marca el hito de la Una literatura harto novedosa: la del poe- El pueblo español
re-humanización en la poesía, después de ma impuro o manchado –manchado por to- tiene un camino
que conduce a una
la prestidigitación mágica de la palabra en mar partido hasta mancharse, como pedía
estrella, de Alberto
sus primeros escarceos. Leer a Hernán- Gabriel Celaya–. Una literatura ya no en- Sánchez
dez es llenarse de emoción y sentimiento, tendida como meta sino como instrumento (Museo Nacional
tanto desde la perspectiva de lo amoroso o medio: un medio de transformación de Centro de Arte
como de lo social, siempre tan humano y la sociedad. El artista (y Miguel es un ex- Reina Sofía, Madrid)
tan auténtico en lo lírico como en lo épi- ponente preclaro) abandona su atalaya de
co: desde la melancolía del solitario hasta elite y se con-funde con el pueblo –«viento
la exhortación y el ánimo del solidario. Por del pueblo», «pueblo de mi misma leche»–.
todo ello, ningún lector se siente extraño o Y es que si hay un escritor que representa
ajeno a lo que nos dice Hernández una vez –rehumaniza– este compromiso de fusión
librado de su etapa mimética y descriptiva. entre vida y poesía, ese es Miguel Hernán-
El espíritu hernandiano vigente hoy, dez: «Yo, animal familiar, con esta sangre
en conclusión, consiste en la lucha por la obrera / os doy la humanidad que mi can-
vida, auxiliado por la cultura, con la espe- ción presiente», «la lengua en corazón ten-
ranza de un mundo mejor para todos; la go bañada», «porque yo empuño el alma
lucha de un desheredado que sale del pue- cuando canto». Y es que Miguel Hernán-
blo –por la poesía– y regresa al pueblo con dez siempre dio un sentido social (e ideo-
«su» poesía, con una poesía para el pueblo. lógico) a todo lo que escribió. Concibió,

187
Jesucristo Riquelme

poéticas del pueblo –«agricultura viva»,


sobre todo– y dirigida al pueblo. Dado que
la figura de M. Hernández se erige en pa-
radigma de actitud solidaria ante la adver-
sidad, interesa conocer sus piezas teatrales
precisamente porque suponen profundizar
en la evolución del pensamiento y la ac-
ción del escritor, nos permiten conocer su
visión del mundo y sus variaciones (al mar-
gen de que nos permite profundizar, por
supuesto, en la historia del teatro español
de aquel periodo).
Insistamos. Hernández fue un hombre
de pueblo y del pueblo, tanto por sus hu-
mildes orígenes como por su inclinación.
Ahora bien, si su raigambre y su vocación
nacieron populares (apegado siempre –no
lo olvidemos– a la tierra fecundante y fe-
cundada, a la naturaleza libre, de donde
brotan todos sus símbolos y toda su refe-
rencia retórica), no es menos auténtica su
intención: el intento de desclasamiento
por medio de la sublimación de la literatu-
ra, esto es, la superación de su clase social
y cultural a través del éxito de su obra poé-
tica y teatral: y la desaparición de la ínfima
clase social inculta (y alienada o sometida
sin paliativos).
Sin embargo, dos grandes etiquetas se
han colgado al M. Hernández dramaturgo
y ambas pesadas como losas: teatro poético
y teatro político; y es que –es cierto– es-
tas dos denominaciones recogen sus dos
Miguel Hernández,
facetas más populares: la de poeta (poe-
óleo de Miguel ta metido a dramaturgo) y la de hombre
Prieto, 1948 comprometido y solidario que arenga sin
paliativos. Y, en ocasiones, con frecuencia,
como hemos apuntado, su producción li- aparecen ambas incluso al unísono en un
teraria con la trascendencia del acicate y teatro ideológico, que huye de lo enajenan-
del estímulo socio-cultural para el progre- te y del escapismo. Durante los años 30,
so y la igualdad de oportunidades; aquello las tendencias culturales y expresivas su-
que terminó cumpliendo con su literatura fren un vuelco tal que se hace pertinente
(especialmente con su poesía): elevar el ni- la aseveración general de Anne Ubersfeld
vel de una sociedad analfabeta por medio para quien «el teatro es una práctica ideo-
de la cultura y de la educación, del arte; lógica, e, incluso, más frecuentemente,
concienciar al español de su tiempo con muy concretamente política» (Ubersfeld,
su escritura comprometida y desalienante, 1977: 79). Massimo Castri (1978) llama
nacida del pueblo, con las herramientas teatro político a «aquel teatro que quiere

188
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

participar con sus propios medios especí- cada momento–). Él partía de su ideal de
ficos en el esfuerzo general y en el proceso arte total: teatro de la palabra y teatro de
de transformación de la realidad social, y, la acción; pero su alarde poético anegó
por tanto, en definitiva, del hombre, en la las pretensiones escénicas de dinamismo
perspectiva de una reconstrucción de la y aparatosidad o novedad en la década de
integridad y totalidad del hombre, que, en 1930. Ese es el talón de Aquiles del tea-
una sociedad dividida en clases y basada tro hernandiano: un teatro (poético) con
en la explotación, ha sido destruida». En exceso de palabra, una desproporción que
este sentido, todo el de Miguel Hernández termina siendo antiteatral. Esta lacra obe-
ha podido ser percibido como un teatro po- dece a una aplicación inadecuada de sus
lítico: ideológico (en su acepción de trans- modelos. Los modelos ahora eran las arias
mitir una visión del mundo y de la vida (musicales) y las relaciones (teatrales) de
reflexiva, presuntamente filosófica o me- la zarzuela (y la ópera). Pero, en los géne-
tafísica) y político (de una opción conser- ros musicales (como la zarzuela –que, por
vadora-reaccionaria en su etapa oriolana, cierto, no tienen cabida en la tradicional
hasta mediados de 1935 aproximadamen- historia de la literatura–), hay focaliza-
te, o de una opción progresista y reivindi- ciones –técnicamente, focos o haces de
cadora para todas las personas al margen luz– que aíslan las intervenciones de los
de su posición económica o heredada). solistas y, convencionalmente, detienen el
Por todo ello, el error que achacamos tiempo (y el movimiento) del resto de ac-
al Hernández dramaturgo es el de sus ex- tores en escena. Esta apreciación invalida
cesos poéticos (en extensión y en densi- al teatro poético de toda una amplia época
dad lírica o épica –lo que corresponda en y a ese intento renovador del teatro: los

Pinturas murales en
homenaje a Miguel
Hernández
(Orihuela, 1976)

189
Jesucristo Riquelme

Tabla 4
Prestidigitación: la belleza de Emoción e
Acción
la palabra identificación
POESÍA: Amor Propaganda
Naturaleza Amistad Arenga bélica
Hermetismo 1.ª reivindicación social Intimismo
Religiosidad
TEATRO: Tragedias de patrono Teatro de urgencia
Poético (pro-republicano)
Alegoría Tragedia Dramas rurales Teatro de guerra
QV 1933 TV 1934 HP 1935 LA 1936 TG 1937 PM 1937

gustos del espectador tienden al rechazo prestidigitación idiomática: nos deleita-


de lo poético y al abuso en la longitud de mos por el culto a la imaginación y a la be-
las réplicas, y se potencia todo lo relacio- lleza de la palabra; utiliza el lenguaje para
nado con la acción directa, variada y di- sublimar la realidad; b) en segundo lugar,
námica. (Esta tendencia de la percepción la identificación: nos emocionamos por la
del público que premia el dinamismo de constante cohesión de ese lenguaje, que
la acción y lo superficial o la inmediatez recurre a instintos y evocaciones humanos
de acciones y reacciones es semejante a lo muy elementales; se trata ya de una ad-
experimentado por el arte cinematográfi- hesión existencial a la realidad; c) y, por
co, invadido por la estética hollywoodiana último, la acción: nos sentimos aludidos a
–a base de dosis de efectos especiales y de causa de la extensión del conflicto indivi-
acción trepidante, intriga, violencia y sexo, dual al ámbito colectivo; es decir, Hernán-
con demasiada frecuencia ramplones, al dez emplea el lenguaje como acción sobre
margen de usos vulgares del humor y las la realidad. (El ello, el yo y el nosotros, en
comedias musicales– que impide la exhi- evolución y en mezcolanza constante).
bición en las pantallas de filmes poéticos La vida de Miguel Hernández, una
como In the mood for love [Deseando amar] vida truncada, incompleta e inacabada,
(2000) y 2046 (2004), del cineasta chino nos recuerda la extrema expresividad, la
Wong Kar-Wai, por ejemplo, de exquisita emoción y la identificación de sentimien-
narrativa sensual). tos que se transmiten al contemplar las
esculturas voluntariamente inconclusas
de Michelangelo Buonarroti («Capti-
Asentimiento del lector-espectador vi»), los esclavos –sustantivo de género
gramatical neutro en latín: deshumani-
¿Por qué llega, por qué se canta la poesía zado–. Más allá de guerras y partidos, la
de Miguel Hernández? El éxito popular obra de Miguel Hernández permanecerá
de la poesía del escritor oriolano radica en en el futuro deleitando con la pasión de
tres aspectos, sucesivos pero acumulati- sus palabras y sus evocaciones. Al decir de
vos a la vez; estos motivos son aplicables, Bertolt Brecht, «el arte, cuando es bueno,
mutatis mutandis, a su obra teatral en esas es siempre entretenimiento». Entreteni-
tres fases señaladas: a) en primer lugar, la miento y conciencia. Martillo y ejemplo.

190
Miguel Hernández: pasión (de un poeta) por el teatro

Notas
1. Quién te ha visto y quién te ve y sombra de y versión de José Luis Navarro, y se tradujo al
lo que eras, parte III, fase anterior, escena 3; italiano, en Tolentino (Macerata), Los hijos de
vv. 264-271 (Hernández, 1992: 1365-1366). la piedra, en 2005, por iniciativa de Rodolfo
Citamos siempre OC. Mettini, con nuestro asesoramiento, pero no
se llevó el proyecto a las tablas hasta ahora.
2. ‘Pa’ era el apodo de un inspector de la policía
municipal, que solía enviar a la prevención a
4. La escultura de Alberto Sánchez se alzaba
los que jugaban con una pelota en la placeta
casi doce metros en la entrada del stand de Es-
pública.
paña en la Exposición Internacional celebrada
3. Sobre las representaciones llevadas a cabo, en el París de 1937. En el interior, se exhibía
véase nuestra ponencia «Puestas en escena por primera vez el Guernica de Picasso, asi-
del teatro de Miguel Hernández» (Riquelme, mismo de monumentales dimensiones: 349 x
2004). Después de esta fecha, se representó 777 cm, que actualmente se muestra perma-
el auto sacramental en Granada, en 2004, por nentemente en el Museo Nacional Centro de
el grupo El Corral del Carbón, con dirección Arte Reina Sofía (CARS) de Madrid.

Bibliografía

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de febrero de 1973, pp. 17-18. pp. 6-7.

191
Miguel Hernández y el teatro áureo
Francisco Javier Díez de Revenga
Universidad de Murcia

M
iguel hernánDez era un mente del paisaje y de las costumbres y
lector entusiasta de los poe- usos cercanos.
tas del Siglo de Oro y así lo Lo que Miguel intentó, consiste, cla-
ha manifestado la crítica especializada. ramente, en un atrevido intento de acer-
Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, carse con fidelidad a los planteamientos
San Juan de la Cruz, Calderón, Góngora, clásicos de este género, cuyo modelo está,
pero sobre todo Lope de Vega y Queve- como tantas veces se ha señalado, en los
do fueron sus maestros durante muchos autos sacramentales de Calderón de la
años. En ellos aprendió formas, reflexio- Barca. Pero hay que señalar del mismo
nó contenidos y desarrolló independen- modo la evidente presencia de rasgos per-
cias que marcaron su temprana origina- sonales, que van desde la inmersión den-
lidad a pesar de la fuerza de los modelos. tro de su mundo vital poético-sacramen-
En lo que se refiere al teatro, parte, en tal, a la cumplida visión de la vida rural,
su actividad como dramaturgo, también permanente en su producción dramática.
de los clásicos y fundamentalmente de
Calderón de la Barca, cuando escribe
su auto sacramental Quién te ha visto y
quién te ve y sombra de lo que eras, que
le publicará José Bergamín en la revista
Cruz y Raya. La originalidad de esta idea
genial de escribir un auto sacramental
en pleno siglo xx, y además ceñirse es-
trictamente a la tradición calderonia-
na, se pone de relieve, por un lado, en
la bien asimilada presencia de la mejor
tradición literaria española, adquirida a
través de sus lecturas de nuestros dra-
maturgos clásicos, especialmente Cal-
derón y Lope, y, por otro, en ese aire de
autenticidad de quien, sin conocer los
secretos técnicos del teatro, es capaz
de integrar en su primera obra dramá- Garcilaso de la Vega,
tica un sentimiento de inspiración real grabado de D. B.
y directa de lo pastoril y lo campesino Vázquez, según
dibujo de J. A. Maea
que no ha sido imaginado desde un des- (Real Academia de
pacho sino captado del natural, directa- Bellas Artes de San
Fernando, Madrid)

Francisco Javier Díez de Revenga pp. 192-203


Francisco Javier Díez de Revenga

posee Miguel Hernández. Dentro de la


clasificación que Valbuena hace de los au-
tos calderonianos, el de Miguel formaría
parte de los llamados autos filosóficos y
teológicos, porque en ellos «lo central es
el desenvolvimiento de una idea filosófi-
ca o la visión de la historia teológica de la
humanidad». Entre estos están La vida es
sueño y El veneno y la triaca, de Calderón
de la Barca, que dramatizan la creación,
caída y redención del hombre. Pero tam-
bién guarda relación con Los encantos de
la culpa, clasificado entre los de tema mi-
tológico porque en él «se da un carácter
trascendental y simbólico a la leyenda de
Ulises, detenido en una isla por la hechi-
cera Circe (el Hombre, Ulises; la Culpa,
Circe). Los personajes que acompañan
al Hombre son el Entendimiento y los
Cinco Sentidos». Los Cinco Sentidos son
igualmente personajes principales en otro
auto sacramental de nuestro siglo, El hom-
bre deshabitado, de Rafael Alberti, que se
centra también en el tema de la creación
y caída del hombre. Pero el desenlace y,
por tanto, el sentido de ambos autos son
notoriamente distintos. Mientras en el de
Hernández se produce la redención del
hombre, Alberti enfrenta la criatura con
La definición del auto sacramental que su Creador (simbólicamente representado
Valbuena Prat propone («una composi- por un Vigilante Nocturno). El Hombre
ción dramática (en una jornada), alegórica se rebela cuando, a pesar de su arrepen-
y relativa, generalmente, a la Comunión») timiento, no le es concedido el perdón. El
sirve perfectamente para caracterizar final blasfemo singulariza el auto de Alber-
Quién te ha visto y quién te ve y sombra de ti, en la línea de lo que el poeta deseaba
lo que eras, aunque uno de sus elementos cuando lo denominó «un auto sacramen-
se adapta sólo de manera externa. Miguel tal sin sacramento».
Hernández no se resuelve a romper con la Toda la obra dramática de Miguel Her-
tradición del acto o jornada únicos y habla nández evidencia siempre la condición de
de tres partes que, en realidad, por su lon- poeta de su autor, algo de lo que Miguel
gitud y sentido, son tres actos completos. no logra desposeerse ni desprenderse.
Sin duda, la aportación mayor del mo- Pero es que de todo el teatro de Hernán-
delo reside en la alegoría y en el simbo- dez, el auto sacramental es la obra más
lismo, que el joven poeta y dramaturgo patentemente poética, aspecto que se des-
ejercita impenitentemente. Por todo ello, cubre ya en el enigmático título que reci-
el carácter alegórico sí es muy notable en bió por fin: Quién te ha visto y quién te ve y
el auto y evidencia el gran dominio del sombra de lo que eras. Cuando escribe esta
lenguaje simbólico que en este momento pieza dramática, el poeta había finalizado

194
Miguel Hernández y el teatro áureo

su fase de aprendizaje, había asimilado su comedias y los autos, provocando multi-


primera aproximación gongorina a la poe- tud de variedades y modalidades en la pre-
sía –Perito en lunas– y se hallaba inmerso sencia de la lírica popular en el teatro y
en la lectura de sus tan admirados clási- en su forma de utilizarla y distribuirla en
cos españoles de los Siglos de Oro, como el espacio de la comedida o del auto. Por
se ha señalado por los estudiosos de Mi- ello, otro de los rasgos más decisivamente
guel Hernández. Junto a estas influencias, definitorios, y que más lo sitúan en rela-
que forjaron un peculiar lenguaje poético, ción con el teatro áureo, en lo que al ca-
Miguel aporta su propia experiencia de la rácter poético se refiere, lo constituye en
naturaleza: el paisaje rural, las labores del la obra la presencia de lírica tradicional,
campo o sus vivencias de pastor. bien a través de modos, tonos y formas,
Era característica definitoria de la co- bien con canciones en la línea de lo que
media del Siglo de Oro la variedad de el teatro de Lope de Vega tanto supuso y
versificación, proclamada a bombo y pla- que entronca a esta obra una vez más con
tillo por Lope de Vega en su Arte nuevo el más selecto teatro áureo. En el auto en-
de hacer comedias en este tiempo, en el contramos tres canciones de tipo tradicio-
que atribuía a cada forma versificatoria nal muy artísticamente construidas; dos
una determinada función y un concreto de ellas responden al prototipo de canción
contenido. Por ello, uno de los primeros y de trabajo y la tercera es una canción de
más apreciables aspectos, en relación con amor puesta en boca de la Pastora. Las
la variedad de versos de la comedia áurea, de trabajo –de siega y de trilla, respectiva- Pedro Calderón de
que percibe el lector del auto es su maes- mente– están en la línea más genuina de la Barca
tría y variedad métrica. Hernández maneja
con donaire toda clase de formas y metros,
especialmente los de arte menor, a través
de redondillas, quintillas e incluso déci-
mas de claro sabor calderoniano y, más
en concreto, émulas de las conocidísimas
de La vida es sueño. Pero también el en-
decasílabo, a través de poderosas octavas
reales, y el recurso de versos partidos, del
más característico sabor del teatro áureo,
dan la medida de esta facilidad hernan-
diana que culmina en su manejo de los
romances para las «relaciones», tal como
disponía Lope de Vega en su tan incumpli-
do patrón. Son destacables, entre los com-
plementos rítmicos del verso, los paralelis-
mos y correlaciones, tan abundantes en el
auto, así como metáforas que intensifican
poderosamente la sensación de ritmo en
la obra, la estructura envolvente y artísti-
camente cuidada.
Lope de Vega, siguiendo una tradición
ya iniciada por Gil Vicente y por otros dra-
maturgos en el siglo anterior, instituye la
utilización o empleo de la canción de tipo
tradicional como parte integrante de las

195
Francisco Javier Díez de Revenga

que adquieren especial importancia en la


obra cuando se trata de manifestar la pre-
sencia de los Ecos, que tanta fuerza tiene
en el auto como representación directa de
la naturaleza. Son pasajes en los que los
cuatro Ecos repiten el final de lo que el
Deseo va diciendo. Tal manera de recoger
la expresión de los Ecos resulta evidente-
mente rítmica y productora de apreciables
efectos acústicos, que llegan a adquirir en
algún momento, con sus repeticiones há-
bilmente modificadas, un papel sugeridor
fundamental para el desarrollo de la obra.
Todo ello se relaciona íntimamente con
Fray Luis de León
los clásicos del teatro áureo.
representado en un A esa elegancia formal, al donaire ca-
medallón en piedra racterístico de la comedia clásica contri-
buyen otros aspectos que Miguel hereda
este tipo de poemas, que tan bien maneja- igualmente del teatro y de la poesía áureos.
ba Miguel Hernández. La riqueza del lenguaje poético hernan-
Se suelen recordar algunos ejemplos diano en el auto sacramental se advierte
espléndidos como la canción de siega, re- también en la amplitud y variedad léxica
citada por la Voz del Deseo, que contiene hábilmente combinada en asociaciones
un bíblico aire de maldición. La canción inéditas, aunque siempre vinculadas al
de trilla, «¡Aire, Santelmo, aire! / para la lenguaje del teatro y de la poesía del Siglo
avienta...», parece tomada de la realidad, y de Oro. El empleo de sustantivos de gran
no deja de ser significativo que el autor la expresividad o los adjetivos acumulados
coloque en cursiva. Recogida del natural, con acierto revelan la intensidad artística
respira toda la lozanía de lo espontáneo y de unos textos trabajados con cuidado. La
la riqueza de un ambiente vivido, captado adjetivación, aprendida a veces en auto-
de su tierra, como puede advertirse en la res renacentistas, nos puede recordar por
forma de denominar a los animales o en su belleza a Fray Luis y a San Juan de la
la referencia geográfica del aire que viene Cruz.
de La Mancha. La de amor, con un moti- Miguel es un poeta formado en los
vo repetido –«que estoy enamorada»–, se libros, pero también en su propia repre-
destaca por la rica expresión de los senti- sentación de la naturaleza como espacio
mientos de la protagonista, en actitud de vital y estético en el que desarrolla su exis-
velar el sueño del Esposo, así como por la tencia y que es transmitido a su poesía.
presencia de la naturaleza en el diálogo de Tales aspectos también son advertibles en
la Pastora con el Viento. su teatro temprano. En lo que a los temas
Por supuesto Miguel también es herede- poéticos se refiere, en lógica relación con
ro de la elegancia formal que le transmite la poesía de Hernández en este momen-
la comedia o el auto áureos a través de los to, hay que hacer nuevamente referencia
ejemplos que conocía bien. La habilidad al poderoso sentimiento de la naturaleza,
poética de Hernández y su experiencia y que el poeta asimila tanto en sus lecturas
sentido nato de la musicalidad le inclinan como en la propia observación. El viento,
a usar complementos rítmicos fónicos del el agua, los montes, las fuentes, los gana-
orden de aliteraciones muy perceptibles dos y los pastores; la pobladísima, rica y

196
Miguel Hernández y el teatro áureo

artística ornamentación floral (azucenas, presencia es muy visible en los sonetos


lirios, claveles, rosas, flor de almendro); de 1935-1936, como lo es también la de
la exuberancia de árboles de fruta dulce y Quevedo, aspecto que Sánchez Vidal, en-
sensual, captada directamente del paisaje tre otros, ha estudiado.
de la Vega Baja del río Segura (manzanos, Y en ese contexto histórico hay que si-
naranjos, granados, moreras, higueras, pal- tuar otro asunto de gran interés como lo
meras); el detallismo en las labores agrí- es la influencia que Lope de Vega ejerce
colas y ganaderas; las abejas o el gusano sobre el joven Miguel Hernández en tanto
de la seda; todo, en definitiva, manifiesta que dramaturgo, y justamente a partir de
ese impulso vital del poeta, perceptible en 1935, cuando el poeta oriolano pronun-
las numerosas imágenes, metáforas y sím- cia una conferencia sobre Lope de Vega
bolos. Lo que, evidentemente, entronca en Cartagena, adonde acude, invitado por
a Hernández de manera decidida con la Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás,
literatura barroca, la poesía y el teatro en para hablar en la Universidad Popular de
especial. Cartagena, el día 27 de agosto. No se con- Edición de obras de
Quevedo , Bruselas,
Sin duda el auto sacramental es la obra serva, desafortunadamente, el texto de 1660
de un poeta, y Quién te ha visto y quién te la conferencia, pero sí el del guión que (Biblioteca
ve y sombra de lo que eras es, en definitiva, utilizó Miguel para pronunciarla y que Nacional, Madrid)
un texto poético concebido como tal, aun-
que su destino sea la escena. Tal y como
ocurría con el auto sacramental en el tea-
tro áureo, su autor se manifiesta ante todo
como un poeta que comienza a madurar,
si bien un fuerte influjo de la mejor dra-
maturgia sacra barroca (Calderón y Lope)
frena todavía su propia personalidad. En
las obras siguientes, construidas también
con importante dosis de ingredientes poé-
ticos, Hernández continuará la evolución
iniciada en este auto, en el que la muta-
ción espiritual del hombre, que el poeta
experimenta en el terreno literario, queda
condensada en su título.
En 1935 Miguel Hernández, que debió
de leer las poesías de Lope de Vega en la
edición de Montesinos, de 1926-1927, de
Clásicos Castellanos, comienza a cultivar
el soneto, una vez que ha abandonado las
octavas y las décimas de los años de Perito
en lunas, y se ha ido alejando de la influen-
cia de Góngora, tan destacable y notoria
en su primer libro, de 1933. Al iniciar los
sonetos de Imagen de tu huella, que culmi-
na en los de El rayo que no cesa, de 1936,
Lope de Vega se convierte en maestro de
estructuras, de ritmos, de tonos, y tam-
bién de temas, de estructuras rítmicas y
construcción literaria, en definitiva, y su

197
Francisco Javier Díez de Revenga

(profundamente anacrónico) de la re-


belión popular contra los poderosos. La
suerte de esta interpretación es la que se
plasma en la génesis de la imitación que
el poeta realiza».
Miguel Hernández está experimentan-
do un evidente cambio ideológico en ese
1935. Como recuerda Juan Cano Ballesta,
el simple recuerdo del auto sacramental,
del cual ya se siente muy alejado, le arran-
ca una tremenda confesión cuando en ju-
nio de 1935 escribe a Juan Guerrero Ruiz:
«Ha pasado algún tiempo desde la publi-
cación de esta obra, y ni pienso ni siento
muchas cosas de las que digo allí [en el
Juan Guerrero Ruiz
auto], ni tengo nada que ver con la política
con Federico García católica y dañina de Cruz y Raya, ni mucho
Lorca menos con la exacerbada y triste revista de
nuestro amigo Sijé». Las modificaciones
publicaron José Carlos Rovira y Carmen de su forma de pensar que se van, poco a
Alemany, en 1990, en el que advertimos poco, generando en el poeta, sus nuevas
su personal interpretación del autor de ideas sociales, la evolución de su ideolo-
Fuenteovejuna como dramaturgo revolu- gía, se advierten con toda claridad en su
cionario. Florit Durán ha encuadrado la teatro, en el paso del auto sacramental al
actitud revolucionaria de Hernández en el teatro social y, sobre todo, en El labrador
terreno del enfrentamiento que se produjo de más aire, que significa un gran avance
en España entre conservadores y progre- en la nueva manera de concebir los pro-
sistas a la hora de conmemorar el cente- blemas sociales y agrarios. La concepción
nario lopesco, en un año política y social- de la tierra como madre del trabajador y, al
mente tan convulso como lo fue 1935. mismo tiempo, como propiedad suya, es
Como muy bien señala Rovira, en la elemento básico de su nueva percepción
conferencia de Cartagena y a la luz del de la realidad. La progresiva conciencia
esquema conservado, «la interpretación social de Hernández, favorecida por sus
de Lope, ingenua y desordenada, nos re- nuevas amistades, agudiza el sentimien-
sulta muy interesante pues es previa a la to de identificación y posesión esencial
escritura de El labrador... e indica al fin del campo y de la tierra que ya tenía el
de ella que está escribiendo ‘una trage- poeta-pastor, y fortalece sus ideas sobre la
dia minera y pastora’, es decir, Los hijos justicia.
de la piedra. La escritura de El labrador... La relación con el teatro de Lope de
es la que mejor remite, en cualquier caso, Vega se genera sobre la marcha y se mati-
a las claves del guión de la conferencia, za a través de la nueva ideología. Lope es
no tanto por la reinterpretación románti- reinterpretado por Hernández como rein-
ca de la biografía, sino por la dimensión terpretado por otros muchos. La crítica
popular que Hernández quiere conferirle, más exigente ha advertido que El labra-
y también, es evidente, por la referencia dor de más aire guarda una clara relación
aislada a Fuenteovejuna y Peribáñez, ver- con los dramas de honor popular del Si-
daderos modelos de El labrador..., rein- glo de Oro, en los que, gracias sobre todo
terpretados aquí como paradigma social a Lope de Vega, se presenta al villano

198
Miguel Hernández y el teatro áureo

como un ser capaz de sentir y defender


su honra, frente a la tradicional concep-
ción de la Edad Media, en la que el señor
era el único capaz de tener sentimientos
humanos. En esa misma línea han de si-
tuarse los dramas sociales y rurales, cu-
yas primeras muestras aparecen a finales
del siglo xix, y en los que los personajes
del pueblo se ven desde una perspectiva
dignificante. Miguel Hernández conocía
bien unos y otros, como es fácilmente
perceptible; y en sus dramas consigue
una medida dosificación de motivos rura-
les, sociales y de honor, hasta el punto de
que ese equilibrio es uno de sus mayores
aciertos.
Pero Lope en Miguel no es solo el fru-
to de una interpretación ideológica. Los
parentescos entre ambos poetas y drama-
turgos van mucho más allá, y se centran
en aspectos puramente dramáticos, de
tradición poética y literaria. La relación
directa de El labrador de más aire con de- modo particular de desarrollar la acción Escena de
terminados textos de Lope de Vega ha sido dramática, aunque se advierten semejan- Fuenteovejuna,
representada en
señalada por la crítica repetidas veces. La zas de ambiente y coinciden distintos as-
Madrid en 2009
celebración del tricentenario de la muerte pectos concretos. Son patentes las relacio-
de Lope en 1935 pudo favorecer, según nes con Peribáñez: la villana cortejada por
apuntamos, su influencia también tanto
en la génesis de la obra como en su len-
guaje poético, si bien siempre en un grado
menor que la de Calderón sobre el auto.
Son claras, sin embargo, las diferencias
ideológicas que hay entre Fuenteovejuna y
Peribáñez y el Comendador de Ocaña y los
dramas sociales de Hernández, ya que hay
factores comunes junto a una gran distan-
cia en el final: mientras en las obras de
Lope el orden queda restablecido, en la
de Hernández se concluye con el lamento
trágico de Encarnación, que recuerda el
de Melibea, «ante un universo desordena-
do e indiferente».
Pero en Miguel Hernández se lleva a
cabo una decidida interpretación en una
determinada dirección. Evidentemente, Escena de Peribáñez
y el Comendador de
son muy distintas e incluso distantes las in- Ocaña, representada
tenciones de los dramas de Lope y Miguel, en la Plaza Mayor de
como lo son los supuestos ideológicos y el Ocaña en 1980

199
Francisco Javier Díez de Revenga

y atrayendo sobre sí sus iras, aunque en


Fuenteovejuna el asedio, con más graves
consecuencias, continúa después. La
arenga de Laurencia (acto iii, escena iii)
pudo servir de modelo a Miguel ya en la
que lanza el Deseo en la tercera parte del
auto sacramental.
Quizá Miguel se ofrece mucho más
original, más personal, y más influido
por las circunstancias del tiempo pre-
sente que por los modelos áureos, sobre
todo si tenemos en cuenta otros aspec-
tos, que también tienen que ver con el
Luis de Góngora y drama rural que se había desarrollado y
Argote, de Diego
Velázquez
cultivado con éxito en la escena españo-
(Museo Lázaro la desde finales del siglo xix hasta esos
Galdiano, Madrid) mismos años treinta, con García Lorca
en la escena. En El labrador de más aire
el señor; el labrador que hace violencia a el antagonismo social está orgánicamen-
este; el habitante de la aldea orgulloso de te trabado con una serie de motivos de
su situación; o el episodio del toro suelto, considerable valor dramático: la búsque-
en ambas muy importante. En Lope da da del amor (en una múltiple relación de
ocasión a que el Comendador conozca a diversos personajes), la oposición Juan-
Casilda y se prende de ella (acto i, esce- Alonso y el marco campesino concebido
na vi); en El labrador de más aire, Juan se sin concesiones, aunque la situación en
enamora en ese momento de Isabel (acto un ambiente rural no es infrecuente en
i, cuadro ii, escena vi), como él mismo re- los dramas sociales.
conoce después. Nos hallamos entonces ante una inno-
Cuando penetramos aún más en las vadora concepción de los motivos básicos
obras advertimos lo considerable de las del teatro clásico del Siglo de Oro. Indu-
distancias, y valoramos entonces la inde- dablemente, la presencia en El labrador de
pendencia de Miguel Hernández, y es que más aire del tema del honor campesino se
desde luego las diferencias son también combina con un potente lirismo, basado
muy advertibles: el aborrecimiento inicial en la poetización vital y festiva de las fae-
hacia don Augusto (frente a la actitud de nas y quehaceres agrarios, alegría que se
Casilda ante el Comendador); la consi- verá truncada cuando se desencadene la
deración del amor como tema central; el tragedia. El ambiente rural escogido para
trágico final con la muerte del ofendido y el desarrollo del argumento de esta obra
un distinto concepto del honor caracteri- cuenta con muy perceptibles notas de
zan netamente la obra de Hernández. La autenticidad.
más llamativa semejanza del El labrador de Ya hemos señalado que Lope de Vega
más aire con Fuenteovejuna es, quizá, la sucede a Góngora en las preferencias
de las escenas vii y viii (cuadro iii, acto hernandianas. En El labrador de más aire,
ii) de la obra de Miguel con las escenas Miguel Hernández continúa el proceso
xi-xiii (acto i) de la obra de Lope. En ellas de desposesión del hermetismo gongori-
el señor encuentra a la campesina e inten- no y del gusto por el simbolismo y la ale-
ta seducirla, y en ambas un villano (Juan- goría; este aspecto se advierte incluso en
Frondoso) le ataca, salvando la situación el terreno del verso, mucho más ligero y

200
Miguel Hernández y el teatro áureo

animado, y en la mayor adecuación del primero, con estribillo variable y canto al-
lenguaje poético. La polimetría de El la- ternado entre voces masculinas y femeni-
brador de más aire es de una gran senci- nas; en esta tradicional maya se manifiesta
llez: formas populares y cultas tradicio- una gran alegría que refleja la exaltación
nales, pero ni un endecasílabo, ni un solo de la primavera a través de bellas imáge-
soneto, y, en efecto, junto a las décimas, nes poéticas a las que se une el sentimien-
quintillas y cuartetas, aparecen romances to amoroso.
hexasílabos y octosílabos, seguidillas...; El conocimiento de la fiesta rural-popu-
se trata, por tanto, de una polimetría es- lar por parte de Miguel es, como en Lope
pecializada y cercana a lo popular y en- de Vega, consustancial a su manera de ha-
cajada sobre todo en el arte menor, parti- cer poemas e integrarlos en el drama. Jun-
cularmente en el octosílabo, que aparece to a las mayas antes citadas, género arque-
incluso en unas ya insólitas coplas de pie típico que Hernández como Lope de Vega
quebrado. introduce en su drama, hay en El labrador
Y sobresale, por encima de todo, el gran de más aire numerosos pasajes que, por la
poeta popular que Miguel Hernández contextura poética basada en estructuras
llevaba dentro. Como es sabido, pode- repetitivas y por su expresión del amor, po-
mos leer en El labrador de más aire muy demos relacionar con un sentimiento de
bellas canciones de tipo tradicional con lo popular y con la poesía de tipo tradicio-
predominio de la canción amorosa. Pero, nal; aspecto éste en el que obligadamente
a diferencia de lo que ocurre en las obras hemos de conectar a Miguel Hernández
precedentes, rara vez los intermedios lí- también con García Lorca, cuyas innova-
ricos están claramente exentos dentro ciones asimila.
de los parlamentos; tan solo hay algunos Son modélicos algunos ejemplos de
con relativa independencia, como ocurre esta actitud característica, como los mo-
con una típica canción de mayo que Mo- nólogos de enamorada de la protagonis-
zos y Mozas cantan en las fiestas del acto ta. Así el que figura en el acto i, cuadro

Danzas campesinas,
de Pieter Brueghel
(Kunsthistorisches
Museum, Viena)

201
Francisco Javier Díez de Revenga

estructuradas dentro de la línea argu-


mental de la obra, tienen un tono popu-
larista, ya que reúnen las inconfundibles
condiciones del género: están puestas
en boca de una mujer; poseen un fuerte
sentimiento de la naturaleza, confidente
de la desdicha de la joven; cuentan con
una estructura paralelística interpretada
libremente por el poeta y recogen una in-
quietud amorosa. Paralelismo que, como
en otras obras de Miguel, se extenderá a
otros versos del drama al tiempo que asis-
timos a la decadencia de la metáfora en el
teatro hernandiano, y a la suavización de
los recursos poéticos, tendentes ahora a la
naturalidad y a la sencillez.
Sin duda, la trayectoria de Miguel Her-
nández dramaturgo tiene en los modelos
áureos escalas de distinto calibre e im-
portancia. De Calderón-Góngora a Lope-
Quevedo hay un camino muy complejo,
aunque, como todo en Miguel Hernández,
se desarrolle en apenas unos años, casi en
unos meses. El poeta buscaba otras metas
y sus proyectos se enfocaron por vías nue-
vas que le fueron alejando de la comedia
Lope de Vega, retrato i,escena iii («Pocas flores, mayo, diste a clásica. Confiaba Miguel, como sabemos,
anónimo mi vergel»), en el que se ofrece un cua- mucho en su teatro y acariciaba un futu-
(Casa de Lope de
dro de la naturaleza de indudable valor es- ro prometedor como dramaturgo que no
Vega, Madrid)
tético; o en el acto ii, cuadro ii, escena i pudo llegar a ser. Nunca sabremos adón-
(«Malaventurada soy»), de sabor amargo y de podría haber llegado, porque el destino
dolorido por el desdén y la ignorancia del nos lo arrebató inesperada e injustamente,
amado. Ambas canciones, perfectamente tan temprano.

202
Miguel Hernández y el teatro áureo

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203
Miguel Hernández en la prensa
alicantina
Francisco Esteve Ramírez
Universidad Complutense de Madrid
Presidente de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández

A
l CumPlirse el centenario del periódico a los aspirantes a periodistas, así
nacimiento de Miguel Hernán- como los planes de estudio en su Escuela
dez, son muchos los estudios y de Periodismo. Recuerdo que a mi prime-
análisis que se vienen realizando en tor- ra, como la segunda, desdichada vuelta a
no a la vida y obra de esta figura singular Madrid me habló usted de la tal Escuela
de la literatura española, ya que, a pesar de Periodismo». Cuando el joven Miguel
de su corta trayectoria vital, nos dejó un Hernández –con 21 años de edad– escribe
importante legado de producción literaria esta carta a su paisano y vecino don Luis
a través de sus creaciones poéticas, dra- Almarcha, ya había tenido la oportunidad
máticas, epistolares, narrativas, etc. Sin de colaborar en varios periódicos locales.
embargo, hay una faceta menos conocida
en la obra hernandiana, como es su activi-
dad periodística a través de sus múltiples
colaboraciones en distintos medios de co-
municación social, no solo con sus aporta-
ciones poéticas sino también con sus cola-
boraciones como cronista, crítico literario,
reportero de guerra, editorialista, entrevis-
tador, etc. Incluso llegó a crear y dirigir al-
gunas publicaciones periódicas durante su
labor como dirigente del Altavoz del Frente
en las zonas de Andalucía y Extremadura.
En el presente artículo queremos hacer
solo referencia a la presencia de Miguel
Hernández en la prensa alicantina, tanto
de los medios oriolanos como de la ciudad
de Alicante.
Esta vocación periodística de Miguel
Hernández queda reflejada claramente en
una carta que dirige al canónigo de Ori-
huela, don Luis Almarcha, el 10 de octu- Luis Almarcha
bre de 1932: «He leído en El Debate del Hernández, obispo
sábado 8 la convocatoria que hace dicho de León

Francisco Esteve Ramírez pp. 204-219


Francisco Esteve Ramírez

silencio de la hermosa y fecunda huerta


oriolana, canta las estrofas que le inspira
su propio corazón».
El escritor José María Balcells (1975:
22) recrea así la escena en que los amigos
Miguel Hernández y Carlos Fenoll cele-
bran la aparición de este primer poema en
El Pueblo de Orihuela:

Miguel torna un día inquieto de la huer-


ta. Viene pensativo, como distante, qui-
zás reflexionando una corona de futuros
poemas. Carlos, desde lejos, alza una
mano y agita el semanario. El poeta se
detiene, parece ingrávido unos segundos,
pero enseguida inquiere con sus gestos
si aquellos papeles le deparan su mejor
sorpresa. Que así es, le grita la llamada
Miguel Hernández, febril del compañero. Hernández se dis-
cabrero, junto a una
barraca, en Orihuela
para como del rayo y arrebata con impa-
(Fundación Cultural ciencia la publicación de las manos de
Miguel Hernández). Carlos. Pero antes de abrirlo, pregunta si
su nombre va también... No lee, mira y
Inicios poéticos en la prensa remira sin sosiego, contempla su nombre
oriolana y apellido al pie de la composición, y con
gran seriedad, sin ironía alguna, palmea
La primera presencia pública de Miguel a Fenoll para exclamar: ¡Somos grandes!
Hernández a través de un medio de co- ¡Llegaremos lejos...
municación fue el lunes 13 de enero de
1930, cuando contaba el poeta 19 años de Este periódico oriolano que acogió la pri-
edad. Ese día aparece publicado su poema mera colaboración del joven Miguel Her-
«Pastoril» dentro de la sección «Colabo- nández era el órgano del Círculo Católico
ración espontánea», en las columnas 3 y Obrero de Orihuela. Este hebdomadario,
4 de la segunda página del número 99 del que se editaba los lunes, inició su anda-
semanario oriolano El Pueblo de Orihuela. dura con el título de El Pueblo pero, a
Al final de los trece cuartetos de los que partir de su segunda etapa, iniciada el 6
consta este poema aparece la firma de Mi- de febrero de 1928, amplió su denomi-
guel Hernández y la fecha y lugar donde lo nación como El Pueblo de Orihuela. En
escribió: «En la huerta, 30 de diciembre esta segunda etapa, contó con la impor-
de 1929», como si el joven escritor quisie- tante aportación ideológica y, sobre todo,
ra dejar constancia, firmada y datada, de económica del canónigo de la catedral de
su entrada pública en el mundo poético. Orihuela y vicario general de la diócesis
Unos días antes, concretamente el 30 de don Luis Almarcha. La vecindad de este
diciembre de 1929, su amigo y compañero canónigo con la casa familiar de Miguel
de la tertulia de la tahona Carlos Fenoll, Hernández –ya que ambos vivían en la
publica en el mismo semanario el poema misma calle– propició una estrecha rela-
«La sonata pastoril», dedicado a Miguel ción entre ambos que fructificaría en una
Hernández, «el pastor que en la paz y el amistad de gran utilidad para los inicios

206
Miguel Hernández en la prensa alicantina

literarios del joven escritor. El propio ca-


nónigo Almarcha recuerda estos primeros
apoyos: «Le animé a escribir poesías para
El Pueblo, semanario oriolano en el que
yo colaboraba. Allí publicó sus primeras
poesías. Conservo las tres primeras, fir-
madas ‘En la huerta’: ‘Pastoril’, en 30 de
diciembre de 1929; ‘En mi barraquica’,
15 de enero de 1930, y ‘Marzo viene’, en
25 de enero de 1930. Siguió publicando
en Pueblo diversas poesías» (en Martínez
Arenas, 1953: 165).
Tal como señala don Luis Almarcha,
Miguel Hernández siguió colaborando con
El Pueblo de Orihuela en distintas ocasio-
nes. Así, el lunes 27 de enero de 1930 pu-
blica en el número 101 de este periódico
su segundo poema con el título «¡En mi
barraquica!». Al igual que en su anterior
poema publicado en este periódico, Mi-
guel Hernández fecha esta composición Colegio de Santo
«En la huerta, 15 de enero de 1930». Este Domingo (Orihuela)
poema tiene una especial relevancia en el
estudio del desarrollo creativo en Miguel Pueblo de Orihuela es que, por vez prime-
Hernández, ya que intenta por primera vez ra, aparece publicada una prosa poética.
utilizar la forma dialectal murciana del pa- Se trata de «Escenas», en el número 112
nocho, como advierte Juan Cano Ballesta de El Pueblo de Orihuela, el 15 de abril
(1977: 10): «Miguel, dispuesto a enrique- de 1930. Esta prosa hernandiana no fue
cer el mundo de su creación poética con incorporada en las antologías hasta que
nuevas formas, temas y –en este caso– fue recuperada por Agustín Sánchez Vidal
con un nuevo lenguaje, pone a prueba con (en Hernández, 1986: 185). En ella se re-
éxito su capacidad y extraordinario talento cogen los mismos referentes pastoriles y
en asimilarse la tónica, atmósfera y el len- rurales utilizados por Miguel Hernández
guaje de la poesía panocha». en la poesía de esta primera etapa de su
Dos semanas más tarde, concretamente trabajo creativo.
el 10 de febrero de 1930, vuelve a publicar El resto de poemas publicados en El
Miguel Hernández en El Pueblo de Ori- Pueblo de Orihuela durante esta eta-
huela su segunda composición panocha pa son: «Nocturna», el 17 de febrero de
bajo el título «Al verla muerta...», fechada 1930; «¡Marzo viene...!», el 10 de mar-
«En la huerta, 6 de febrero de 1930». Pre- zo de 1930; «Amorosa», el 30 de abril
viamente, el lunes 3 de febrero de 1930 de 1930; «Oriental», el 14 de mayo de
aparece en El Pueblo de Orihuela el poe- 1930; «Sueños dorados», el 28 de mayo
ma «Soneto», considerado como la prime- de 1930; «Interrogante», el 1 de julio de
ra composición del joven oriolano redacta- 1930; «Postrer sueño», el 29 de julio de
da en esta modalidad de la poética clásica. 1930; «Plegaria», el 7 de septiembre de
Otra de las aportaciones importantes 1930; «Balada de la juventud», el 23 de
que hay que destacar en esta etapa de septiembre de 1930; «El árabe vencido»,
colaboración de Miguel Hernández en El el 28 de octubre de 1930; «El palmero»,

207
Francisco Esteve Ramírez

el 20 de enero de 1931; y «Carta comple- Fabregat. Gracias a este periódico se ini-


tamente abierta a todos los oriolanos», el ció una fructuosa relación entre Miguel
2 de febrero de 1931. Dos meses más tar- Hernández y Ramón Sijé, tal como narra
de, concretamente el 9 de abril de 1931, y Jesús Poveda: «Ocurrió lo siguiente: para
cinco días antes de la proclamación de la nuestro tercer número de Voluntad nos
II República, finalizaría su publicación El llegó a la imprenta, bajo sobre cerrado, un
Pueblo de Orihuela, con la edición de su precioso soneto en alejandrinos titulado
número 162. ‘El Nazareno’. Nos deslumbró. ¡Esto sí era
un poeta! Lo firmaba Miguel Hernández-
Giner... ¿Quién sería este poeta?... Fenoll,
Colaboraciones en la revista el panadero, nos sacó de esta incógnita.
Voluntad Este poeta era su vecino, de la misma ca-
lle de Arriba y cabrero de profesión. Pero
Miguel Hernández siguió sus colaboracio- no se le conocía así, sino por su apodo de
nes periodísticas en otros medios de Ori- ‘El Vicenterre’. ¡Vaya sorpresa la nuestra»
huela. Tras su experiencia en El Pueblo de (1975: 35).
Orihuela, participó en la revista literaria En efecto, el poema «El Nazareno», pu-
Voluntad, fundada por Ramón Sijé y varios blicado en la página 8 del número 3 de Vo-
antiguos compañeros suyos de estudios luntad, correspondiente al 15 de abril de
en el Colegio de Santo Domingo, que se 1930, supuso el inicio de las diversas cola-
presentaban en el primer número como boraciones poéticas de Miguel Hernández
«un grupo de muchachos sin experiencia a lo largo de los doce números de vida de
apenas, pero con un exagerado amor a la esta revista. En el número siguiente pu-
madre cultura, amor que pretenden incul- blica Miguel Hernández su poema «Flor
car en la medida de sus escasas fuerzas». de arroyo». El 30 de mayo de 1930 apare-
El título de este nuevo medio se decidió ce en la página 10 el poema hernandiano
de una forma imprevista, tal como explica «Amores que se van», en el que vuelve a
Jesús Poveda (1975: 34), uno de los pro- utilizar modismos del panocho, como ha-
motores de esta nueva revista y redactor- bía hecho antes en El Pueblo de Orihuela.
jefe de la misma: «El nombre de la revista El 15 de junio de 1930, junto con su
Voluntad surgió porque llevaba yo el libro poema «Motivos de leyenda», apareció
de Azorín La voluntad y, viéndolo Marín en el número 7 de la revista Voluntad la
[Ramón Sijé], pensó rápido: ¡Ya está! ¡Se primera reseña periodística sobre Miguel
llamará Voluntad! Azorín nos ha dado el Hernández bajo el título «Pastores poe-
título y a él le pediremos un trabajo suyo tas», escrita por el médico de Orihuela
para la presentación del primer número». y cronista honorario de esa ciudad José
El primer número de Voluntad apareció María Ballesteros, en la que presenta al
el sábado 15 de marzo de 1930; tenía ca- joven escritor como un poeta romántico
rácter quincenal y una extensión en torno que escribe en la huerta y sus versos salen
a las dieciséis páginas. A partir del número como la leche, sin artificios, naturalmen-
3 accedió a la dirección Manuel Martínez te. La última colaboración de Miguel Her-
nández en esta revista es del 15 de julio
de 1930 con el poema «La Reconquista»,
dedicado a ensalzar la independencia de
Orihuela, lograda en julio de 1242 frente a
la dominación árabe. En el mismo número
9 aparece también el artículo de Ramón
Sijé «En los momentos felices de nuestra

208
Miguel Hernández en la prensa alicantina

historia», sobre el mismo tema, siendo


ésta la primera ocasión en la que aparecen
juntos Sijé y Hernández como colabora-
dores de un medio de comunicación. Tres
números más duraría esta revista, que pu-
blicó su última entrega el 30 de agosto de
1930.

Presencia de Miguel Hernández


en Actualidad

El 25 de febrero de 1928 nace en Orihuela


el semanario Actualidad, con publicación
periódica cada jueves. La tendencia de
esta revista, creada por un grupo de jóve- José María
Ballesteros y su
nes oriolanos, es más política y social que esposa
literaria, ya que uno de sus objetivos es (Fundación Cultural
enfrentarse a los viejos caciquismos políti- Miguel Hernández)
cos y clericales, tal como manifiestan en el
número 2: «Somos jóvenes y, por tanto, sin poema está dedicado a ensalzar la obra
prejuicios. La vida que, en su aspecto so- Oriolanas, recientemente publicada por
cial, ha de desfilar por las páginas de nues- José María Ballesteros. En el número 122
tro periódico la juzgaremos según nuestro de Actualidad, de 3 de julio de 1930, apa-
punto de vista, pero exclusivamente según rece el poema hernandiano «El alma de
el nuestro, sin recibir inspiraciones de de- la huerta», donde vuelve a expresar sus
rechas ni de izquierdas [...]». El director sentimientos pastoriles y rurales. El esti-
de Actualidad fue Alejandro Roca de Togo- lo romántico, con cierta influencia de la
res, ostentando la función de redactor-jefe poesía de Gustavo Adolfo Bécquer, lo po-
Tomás López Galindo. Según varios ana- demos encontrar en los poemas de Miguel
listas, este grupo fundador de Actualidad, Hernández «A la señorita», publicado en
que luego creó la «Agrupación Oriolanis- Actualidad el 24 de julio de 1930; el so-
ta», sería el que sentaría las bases de la neto «Es tu boca...», publicado el 21 de
denominada «Generación de 1930». agosto de 1930, y «Poesía», editado el 2 de
El primer poema de Miguel Hernández octubre de 1930.
en esta revista fue «Horizontes de mayo», En el número 137, correspondien-
en el número 117 de Actualidad, pertene- te al 23 de octubre de 1930, aparece un
ciente al 22 de mayo de 1930, treinta y
ocho días después de haber publicado su
última colaboración en Voluntad. El 5 de
junio de 1930 publica esta revista la pri-
mera crítica literaria realizada por Miguel
Hernández que, en esta ocasión, adopta
la modalidad de poema bajo el título de
«Ofrenda», con la siguiente dedicatoria:
«A don José María Ballesteros, con toda
la admiración y el respeto que siente ha-
cia él este inculto pastor». En efecto, este

209
Francisco Esteve Ramírez

Participación de Miguel
Hernández en Destellos

Así como en los periódicos oriolanos El


Pueblo de Orihuela, Voluntad y Actuali-
dad la participación de Miguel Hernán-
dez se limitaba a simples colaboraciones
poéticas, su implicación en el nacimiento
y desarrollo de la nueva revista oriolana
Destellos fue completa. El impulsor de la
misma, Ramón Sijé, contó desde sus ini-
cios con la ayuda y el entusiasmo de Mi-
guel Hernández en la puesta en marcha
de este proyecto periodístico, tal como
manifestaba en un artículo publicado por
Sijé en El Pueblo de Orihuela el 28 de oc-
tubre de 1930: «Miguel Hernández –alto
y de ojos avispados–, poeta, muy poeta y
pastor... –así fue Giotto el de los sueños
juveniles convertidos en piedra–; Carlos
Fenoll, poeta, también poeta; un chico de
Elche, cuyo nombre no conocemos, poe-
ta... Esos redactarán Destellos, si logra pa-
sar su periodo embrionario».
El primer número de Destellos apare-
ció en los kioscos oriolanos el 15 de no-
viembre de 1930, con el siguiente sub-
título: «Periódico literario quincenal»,
que posteriormente sería sustituido en
el número 4 por el de «Revista literaria
quincenal». Y es que, efectivamente, el
interés de los promotores de esta pu-
blicación era, sobre todo, potenciar «la
literatura oriolana y regional», tal como
elogioso artículo de Abelardo L. Teruel so- manifestaban en su primer número. La
bre las colaboraciones de Miguel Hernán- primera colaboración de Miguel Her-
dez en la prensa oriolana: «El verdadero nández en este nuevo medio fue con el
descubrimiento de esta potencia produc- poema «Contemplad...», aparecido en la
tora lo ha hecho la juventud estudiosa de segunda página del primer número. En
Orihuela –Sijé, Voluntad, El Pueblo–, que este poema realiza el poeta una amplia
ha abierto las columnas de sus órganos a descripción de su ciudad natal con un
esa gran inteligencia del mozo versifica- gran colorido y plasticidad. En el se-
dor, porque ha estimado justicieramente gundo número, de 30 de noviembre de
las facultades que en él se dan». 1930, aparece su poema «Insomnio», al
Su última colaboración poética en Ac- que seguirían «Tarde de domingo» (15
tualidad, antes de su cierre definitivo el 26 de diciembre de 1930), «Lluvia» (31
de febrero de 1931, es del 22 de enero de de diciembre de 1930) y «La procesión
1931, bajo el título «Ancianidad». huertana» (15 de enero de 1931).

210
Miguel Hernández en la prensa alicantina

Tras unos meses de ausencia en sus co-


laboraciones periodísticas a causa de su
actividad política, como miembro de las
Juventudes Socialistas, en los preparativos
de las elecciones que se celebrarían en
abril de 1931, Miguel Hernández volvió
a las páginas de Destellos el 15 de abril,
precisamente al día siguiente de la procla-
mación de la II República, con el poema
«Canto a Valencia», que había obtenido
un premio otorgado por el Orfeón Ilicita- grupo de fundadores de la revista, entre
no. El 30 de abril de 1931 Miguel Her- los que se encontraban, aparte de Ramón
nández publica en Destellos, bajo el título Sijé, el capuchino Fray Buenaventura de
«Juan Sansano», tres sonetos dedicados Puzol, Juan Colom, Tomás López Galin-
a ensalzar la figura de este escritor y pe- do, Jesús Alda Tesán, el notario José Ma-
riodista al que compara con don Quijote. ría Quílez y Juan Bellod Salmerón como
Finalmente, en el último número de Des-
tellos, publicado el 15 de mayo de 1931,
aparece su poema «Siesta», que posterior-
mente sería incluido en las antologías con
el título de «(Placidez)», y que ya había
sido publicado en el diario alicantino El
Día el 14 de abril de 1931.
Cabe mencionar también la participa-
ción entusiasta de Miguel Hernández en
la creación de la revista literaria El Cla-
mor de la Verdad, publicada el 2 de octu-
bre de 1932 por iniciativa de Ramón Sijé,
con motivo del homenaje organizado en
Orihuela a Gabriel Miró. En esta revista
–de la que solo se editó el primer núme-
ro– publica el poeta oriolano su poema
de juventud «Limón» y su prosa poética
«Yo-la madre mía», donde utiliza recursos
estilísticos de Gabriel Miró.

El Gallo Crisis y Silbo

Las colaboraciones de Miguel Hernández


en la prensa oriolana culminan con su es-
trecha vinculación con la creación de la
revista cultural El Gallo Crisis, fundada
por un grupo de jóvenes oriolanos lide-
rados por Ramón Sijé, quien pretendió
emular a la revista madrileña Cruz y Raya
dirigida por José Bergamín. Aunque Mi-
guel Hernández no pertenecía al reducido

211
Francisco Esteve Ramírez

número 2 de esta revista publica en su


primera página el poema de Miguel Her-
nández «A María Santísima», incluyen-
do también, en la página 21, «La mora-­
da –ama­rilla», dedicado a María Zambra-
no. Se inicia el volumen correspondiente
a los números 3-4 con el soneto de Miguel
Hernández «El trino –por la vanidad», así
como se ofrecen las escenas iv y v de su
obra teatral El torero más valiente. Final-
mente, en la última entrega, números 5-6
de la revista, se incluye en página 25 el
poema de Miguel Hernández «El silbo de
afirmación en la aldea».
Ramón Sijé La colaboración de Miguel Hernández
fotografiado por en El Gallo Crisis no se limitaba a la pu-
Jesús Alda Tesán, en
Orihuela
blicación de varios poemas suyos, sino que
(Fundación Cultural también, aprovechando sus relaciones en
Miguel Hernández) Madrid, se dedicaba a recabar colabora-
ciones de sus amigos y escritores como
secretario, este grupo quiso contar desde Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, etc. Sin
sus inicios con la valiosa colaboración del embargo, no pudo conseguir las aportacio-
pastor poeta. Según José Muñoz Garrigós nes de sus amigos Pablo Neruda y José
(1973: 6), «la incorporación de la voz poé- Bergamín, quienes no estaban de acuer-
tica de Miguel a las páginas de la revista do con los contenidos excesivamente re-
supone una decidida voluntad, por parte ligiosos de dicha publicación oriolana. El
de quienes la regían, de manifestar todo propio Miguel Hernández se siente cada
aquello que fuese humano y trascendente, vez menos integrado en los planteamien-
bien a través de la reflexión de altos vuelos tos ideológicos que se defendían en las
intelectuales, bien a través de una poesía páginas de El Gallo Crisis. Así lo reconoce
que, como la hernandiana, alcanza su más en una carta dirigida a Juan Guerrero Ruiz
alta cota en la vibración de lo telúrico». en junio de 1935: «En el último número
La revista El Gallo Crisis, subtitulada aparecido recientemente de El Gallo Cri-
«Libertad y tiranía», se inicia en junio de sis sale un poema mío escrito hace seis
1934 y finaliza en la primavera de 1935. o siete meses: todo él me suena extraño.
Exceptuando los números 1 (Corpus de Estoy harto y arrepentido de haber hecho
1934) y 2 (Virgen de Agosto de 1934), los cosas al servicio de Dios y de la tontería
dos restantes son dobles: los números 3-4 católica».
(San Juan de Otoño de 1934) y los núme- Tras el cierre de El Gallo Crisis en la
ros 5-6 (Pascua de Pentecostés de 1935). primavera de 1935 y el fallecimiento de
El número 1 abre sus páginas con el poe- Ramón Sijé el 24 de diciembre del mismo
ma de Miguel Hernández «Eclipse –ce- año, un grupo de escritores e intelectuales
lestial», que aparece firmado por Miguel oriolanos deciden lanzar un nuevo medio
Hernández Giner, con el segundo apellido literario que continúe la labor emprendida
(Giner) de su madre en lugar del prime- por Sijé. Este grupo, formado por antiguos
ro (Gilabert). En el mismo número 1 se redactores de El Gallo Crisis y por parti-
incluye, en página 14, su poema «Profe- cipantes en las tertulias poéticas de la ta-
cía –sobre el campesino». Asimismo, el hona, estaba integrado, inicialmente, por

212
Miguel Hernández en la prensa alicantina

Miguel Hernández, Carlos Fenoll, Alfredo


Serna, Justino Marín (hermano de Ramón
Sijé), Jesús Poveda y Ramón Pérez Álva-
rez (1992: 69), según testimonio de este
último. El pintor Paco Díe fue el encarga-
do del diseño de la cabecera de la revista,
mientras que la pintora Maruja Mallo ilus-
tró algunos poemas.
Miguel Hernández participó de forma
activa en el nacimiento y edición de esta
revista, consiguiendo, gracias a sus gestio-
nes, las colaboraciones de Juan Ramón Ji-
ménez, Pablo Neruda y Enrique Azcoaga.
Además, se encarga de la difusión y venta
de Silbo en Madrid, tal como describe en
una carta enviada a Carlos Fenoll desde la
capital de España en mayo de 1936: «Ya traspasar las fronteras de su ciudad natal Juan Sansano Benisa
tengo en mi poder un número de Silbo, para llegar hasta la capital de la provincia, (imagen procedente
de la Antología de
pues aunque recibí hace dos días el aviso Alicante. El oriolano Juan Sansano Beni-
escritores oriolanos,
de certificado, que supongo es el paquete sa, director y propietario del periódico ali- 1975)
con los 50 ejemplares, no de podido pasar cantino El Día, aprovecha la ocasión de
a recogerlos hasta hoy, que lo haré». El 12 un homenaje al poeta Salvador Sellés, ce-
de junio de 1936 vuelve a escribir a Carlos lebrado el 13 de julio de 1930 en Alican-
Fenoll: «Se habla mucho, Carlos, del mo- te, para presentar públicamente a Miguel
vimiento de Silbo. [...] No te precipites, Hernández en un discurso que se repro-
Carlos, espera que vaya yo y sacaremos duciría al día siguiente en dicho periódi-
juntos el tercer número de Silbo». co: «Todas las mañanas cruza las calles de
En el primer número de Silbo, de mayo Orihuela un humilde cabrero con su zu-
de 1936, firma Miguel Hernández su so- rrón y su cayado. Va a la huerta para que
neto «Al que se va». Solo daría lugar a pasture el ganado. [...] ¿Sabéis quién es el
editar un segundo número de esta revista, cabrero? ¡Un nuevo poeta! [...] Se llama
en junio de 1936, ya que el inicio de la Miguel, tiene el nombre de arcángel. Sa-
Guerra Civil impidió la edición del tercer ludémosle con alborozo: tú, con tu presti-
número, cuyo contenido estaba ya pre- gio de cantor inmortal; yo, con la humilde
parado, tal como confiesa Ramón Pérez ofrenda de mi cariño».
Álvarez: «Para el tercer número, cuya pu- A partir de esta presentación pública
blicación se demoró a petición de Miguel, del poeta oriolano en la ciudad alicantina
teníamos casi cubierta la capacidad del se inicia una extensa presencia de Miguel
mismo. Poseíamos poemas enviados, tan- Hernández en el periódico El Día. La pri-
to por Miguel como por Aleixandre, eterno mera colaboración poética se produce en
protector de los poetas» (1992: 68). este medio el miércoles 15 de octubre de
1930 con el poema «La bendita tierra»,
que dedica a su protector: «A don Juan
El Día, de Alicante, Diario de Sansano, eminentísimo poeta de Orihue-
Alicante y El Luchador la. Para que aspire, aunque levemente, los
enervantes aromas de la maravillosa huer-
La noticia sobre la actividad poética de ta oriolana». Acompañando a este primer
Miguel Hernández pronto empieza a poema, publicado en la primera página

213
Francisco Esteve Ramírez

siguiente comentario: «Sansano ha pre-


sentado desde su periódico, estos días
pasados, al pastor-poeta de Orihuela, Mi-
guel Hernández, firma humildosa, que va
apareciendo al pie de composiciones muy
estimables, que han tenido la virtud de lla-
mar a meditación a quienes consideran el
movimiento literario como elemento inte-
grante del curso de la vida, por el influjo
evidente que el arte ejerce sobre ella».
El 26 de noviembre de 1930 vuelve a
aparecer un nuevo poema de Miguel Her-
nández en El Día. Se trata de la compo-
sición «Atardecer». Para tal ocasión se
inaugura una nueva sección en la prime-
ra página de este periódico con el título:
«Versos del pastor poeta», donde se irán
Miguel Hernández, insertando las colaboraciones poéticas
en la sierra de
Orihuela
que Miguel Hernández seguiría enviando
(Fundación Cultural regularmente a este medio. Así, en esta
Miguel Hernández) misma sección aparece el 10 de enero
de 1931 su poema «La procesión huerta-
del número 4639 de El Día, aparece un na», que volverá a publicarse en el perió-
comentario anónimo –aunque se supone dico oriolano Destellos el 15 de enero del
que el autor fuera el propio director del mismo año. El poema «Sed...» se publi-
medio, Juan Sansano–, con el siguien- caría en El Día el martes 13 de enero de
te titular a tres columnas: «Por las rutas 1931. Asimismo, el 5 de febrero de 1931
humildes. Miguel Hernández, el pastor se publica en este diario la composición
poeta orcelitano». Y en esta presentación «El palmero», que ya había aparecido en
se puede leer: «Miguel Hernández ha de El Pueblo de Orihuela el 20 de enero de
llegar a ser una gran figura de la literatura 1931.
alicantina para honra nuestra. [...] Nos lle- El mismo día de la proclamación de la
na de satisfacción la irrupción en el cam- II República Española, el martes 14 de
po de la literatura alicantina de este bra- abril de 1931, aparece en la primera pá-
vo mozo orcelitano, hijo de modestísima, gina del número 4781 el poema de Her-
pero honorable y digna familia». nández «Siesta», que posteriormente se
A raíz de esta primera colaboración de volverá a publicar en el periódico oriolano
Miguel Hernández en un medio de la ca- Destellos, el 15 de mayo del mismo año.
pital de la provincia, el escritor Abelardo Unos días más tarde, concretamente el
L. Teruel escribe en el periódico oriolano 18 de abril de 1931, se publica una nota
Actualidad, de 23 de octubre de 1930, el en El Día donde, bajo el título de «Poeta
laureado», se informa acerca del premio
concedido a Miguel Hernández en Elche
por su poema «Canto a Valencia». En esta
nota de El Día aparece el «Popular Coro
Clavé» como organizador y convocante del
premio, cuando todos los biógrafos atribu-
yen tal convocatoria al «Orfeón Ilicitano».

214
Miguel Hernández en la prensa alicantina

Como agradecimiento por todo el apoyo los años treinta es Diario de Alicante, auto-
que estaba recibiendo de su amigo y pai- denominado «Periódico republicano» y di-
sano Juan Sansano, le dedica Hernández rigido por el periodista Emilio Costa. Fue
el poema «A don Juan Sansano», que pu- fundado en el año 1919, y tenía sus talle-
blicó en la primera página de El Día el 24 res en la calle Mestre Martínez, 102. En el
de abril de 1931. Seis días más tarde, el número 6331, fechado el 9 de diciembre
30 del mismo mes, volverá a publicar tres de 1931, se publica un extenso artículo de
sonetos a su protector en la revista oriola- Ramón Sijé titulado «Miguel Hernández»,
na Destellos con el título «Juan Sansano». con motivo del viaje que realiza el poeta
La aparición de un nuevo poemario de a Madrid. Sijé –que en la firma del artí-
Juan Sansano motiva una reseña elogiosa culo periodístico aparece erróneamente
que, de forma versificada, publica Miguel como Gigé– aprovecha esa circunstancia
Hernández el 19 de junio de 1931 en El para realizar una elogiosa semblanza de su
Día, con el título «A Sansano, por su libro amigo poeta:
Canciones de amor».
El escritor Antonio Estevan Guevara Me duelo de marcharme «con sombras,
publica en el número 4848 del diario El estrellas y la luna un poco gastada», nos
Día, correspondiente al miércoles 11 de decía, al despedirse. Y llega un momen-
julio de 1931, una reseña sobre Miguel to en que se ahoga –porque no va a es-
Hernández dentro de la sección titulada tar siempre ordeñando cabras para sacar
«Hombres y Letras», en la que dice, con la leche que regodea a los ricos–, en que
un lenguaje barroco: «Limitémonos a di- sufre angina de pecho espiritual: deseo de
señar someramente. Esquematicemos una ser, de mostrarse un poco rasgando sus ves-
de las figuras más representativas del be- tiduras, de cantar cabe a Castilla con vo-
llo rincón levantino, que en beso perpetuo ces calientes de Mediterráneo. Ir un poco
con las plúmbeas del cercano Mare Nos- oloroso de naranjos mozos, de buen aceite,
trum es una de las glorias más preciadas de de perfumes secretos de mujeres levanti-
la métrica española. Tratemos de formular nas. Que se nos muere el poeta. ¡Que se
un análisis sobrio que se circunscriba es- ahoga!...Y con su cara de adolescente, de
cuetamente a apologar la expresión más aquellos que pintaba Cézanne, toma una
sublime del arte poético. Este poeta medi- determinación: irse, irse pronto... Ahora,
terráneo, nacido bajo los cielos de oro del venimos de darle abrazo de despedida, de
pensil oriental, es... Miguel Hernández». la estación triste, solitaria. [...] Un acto
Transcurrido el verano de 1931, el poeta histórico éste, en la vida de este poeta, que
oriolano vuelve a aparecer en las páginas lloraba, en las noches de luna, en el dolor
de El Día con el poema «Al acabar la tar- de una vieja calle de su barrio.
de», publicado el 8 de septiembre de 1931.
Encontrándose Miguel Hernández ya en Diario de Alicante volvería a recordar a
Madrid, sigue colaborando con el diario Miguel Hernández en sus ediciones de los
alicantino, para el que envía el poema «La días 27 y 28 de abril de 1933, anuncian-
palmera levantina», que saldría publicado do el acto literario que protagonizarían
el 24 de febrero de 1932. Su última cola-
boración con este medio se produciría el
sábado 12 de marzo de 1932 con el soneto
«Luz en la noche», en el que describe el
trágico incendio de una barraca levantina.
Otro de los periódicos alicantinos que
dan noticia sobre Miguel Hernández en

215
Francisco Esteve Ramírez

Francisco de Díe,
lámina para la Elegía
media del toro

Miguel Hernández y Ramón Sijé en el y Miguel Hernández Giner. Sijé hizo una
Ateneo alicantino el 29 de abril. Así, el 27 profesión de fe poética, que, por apremios
de abril aparece en este diario la siguien- de espacio, no nos es posible exponer ni
te noticia: «Dos jóvenes comprovincianos aun extractar. [...] El autor del bello libro
nuestros, los escritores orcelitanos Ramón que acabamos de citar [Perito en lunas],
Sijé y Miguel Hernández, ofrecerán el Miguel Hernández Giner, un muchacho
próximo sábado a las siete de la tarde una que, desde el medio rural –fue pastor–,
fiesta literaria a los socios del Ateneo». Al se ha lanzado al difícil campo de la poe-
día siguiente completa la información con sía conceptista, recitó sus versos inéditos
el programa del acto: «Ramón Sijé diserta- ‘Elegía media del toro’ [...] y ‘Elegía de la
rá sobre ‘El sentido de la danza. Desarrollo novia’. Terminó con unos versos de Juan
de un problema barroco en Perito en lu- Ramón Jiménez, Alberti y García Lorca».
nas’, de M. Hernández Giner. Miguel Her- Este diario volvería a referirse a Miguel
nández Giner explicará, con ayuda de un Hernández en una crónica publicada el 23
cartel de Díe, una ‘Elegía media del toro’». de agosto de 1937, haciendo también re-
Por su parte, el periódico alicantino El ferencia a otro acto protagonizado por Mi-
Luchador –fundado en 1912 y con sede guel Hernández en el Ateneo de Alicante
en la calle Sagasta, 55– publicó en su nú- el 21 de dicho mes.
mero 6890 del martes 2 de mayo de 1933
una amplia reseña sobre el acto literario
celebrado en el Ateneo alicantino el 29 de Nuestra Bandera
abril: «El sábado último ocuparon la tribu-
na de nuestro Ateneo dos jóvenes e inte- En este recorrido por la huella que ha ido
resantes escritores oriolanos: Ramón Sijé dejando la poesía y la prosa de Miguel

216
Miguel Hernández en la prensa alicantina

Hernández en la prensa alicantina, me-


rece una atención especial su presencia
en el periódico alicantino Nuestra Ban-
dera, ya que es el único medio alicantino
en el que colabora Miguel Hernández en
su etapa de mayor consolidación creativa.
Este diario, órgano del Partido Comunista
alicantino, tenía su sede en la calle Quin-
tana, 42 de Alicante, siendo su director
Emilio Delgado.
Las primeras reseñas sobre Miguel
Hernández en este medio aparecen en el
número 40 del mismo, fechado el 22 de
agosto de 1937. En ese número se publi-
ca, por vez primera, el poema hernandiano
«Fuerza del Manzanares», en el que ensal-
za la heroica resistencia de los madrileños
frente a los ataques de las tropas franquis-
tas: «El alma de Madrid inunda las nacio-
nes, / el Manzanares llega triunfante al
infinito, / pasa como la historia sonando Valentín González
sus renglones, / y en el sabor del tiempo «El Campesino»
queda escrito». Posteriormente, este poe-
ma pasaría a formar parte de Viento del Alianza de Intelectuales, el día anterior.
pueblo, siendo el que cierra dicho poema- Este amplio artículo lleva el siguiente titu-
rio. Acompañando a esta composición, se lar: «Miguel Hernández en el Ateneo. Un
publica en este mismo número una breve gran poeta del pueblo en la guerra». Está
autobiografía del poeta, en la que empieza dividido el artículo en cuatro apartados.
presentándose: «Nací en Orihuela hace En el primero, titulado «El poeta en la gue-
veintiséis años. He tenido una experien- rra», recuerda Hernández sus inicios en el
cia del campo y sus trabajos, penosa, dura, frente: «Siempre será guerra en la vida de
como la que necesita cada hombre, cui- todo poeta; para mí siempre ha sido y me
dando cabras y cortando a golpes de ha- vi iluminado de repente el 18 de julio por
cha olmos y chopos, me he defendido del el resplandor de los fusiles en Madrid...».
hambre, de los amos, de las lluvias y de En el segundo capítulo, «Con ‘El Campe-
estos veranos levantinos, inhumanos, de sino’», relata el poeta sus experiencias con
ardientes. La poesía es en mí una nece- Valentín González «El Campesino», res-
sidad y escribo porque no encuentro re- ponsable de la Primera Brigada Móvil de
medio para no escribir». Y al final de esta Choque, a la que pertenecía Hernández.
presentación expone brevemente sus idea- El tercer apartado, titulado «No dejar solo
les: «Vivo para exaltar los valores puros del a ningún hombre», recoge sus vivencias en
pueblo, y a su lado estoy tan dispuesto a el frente madrileño. Y en el cuarto apar-
vivir como a morir». tado, «Compañeros de la guerra», expone
Asimismo, en el diario Nuestra Ban- la toma del Santuario de la Cabeza y sus
dera del 22 de agosto de 1937 se recoge recuerdos de convivencia con compañeros
textualmente la totalidad del extenso dis- suyos en el frente. Cierra Miguel Hernán-
curso pronunciado por Miguel Hernández dez su larga exposición con estas palabras:
en el Ateneo de Alicante, Sección de la «El poeta es el soldado más herido en esta

217
Francisco Esteve Ramírez

artículos: «La URSS y España, fuerzas


hermanas», publicado el 10 de noviembre
de 1937, en el que describe sus vivencias
en el viaje realizado a la Unión Soviética
formando parte de la delegación española
para asistir al V Festival de Teatro Soviéti-
co; «No dejar solo a ningún hombre», pu-
blicado el 14 de noviembre de 1937, que
recoge parte de su discurso pronunciado
en el Ateneo alicantino el 21 de agosto de
1937; «Hay que ascender las artes hacia
donde ordena la guerra», el 21 de noviem-
bre de 1937, en el que reflexiona sobre
cuál debe ser el papel de los artistas en
tiempo de guerra. También reproduce este
periódico, el 21 de noviembre, una entre-
Miguel Hernández guerra de España. Mi sangre no ha caído vista con Miguel Hernández titulada «Un
en la URSS todavía en las trincheras, pero cae a diario poeta de España en la URSS», en torno
(Fundación Cultural
hacia dentro, se está derramando desde a sus experiencias en la Unión Soviética.
Miguel Hernández)
hace más de un año hacia donde nadie la A través de este estudio se puede cons-
ve ni la escucha, si no gritara en medio de tatar el importante papel que tuvieron los
ella». medios de comunicación de Orihuela y
El mayor número de colaboraciones Alicante en la difusión de la obra hernan-
de Miguel Hernández en Nuestra Bande- diana desde sus inicios. Miguel Hernán-
ra se corresponde con artículos en prosa dez no pudo realizar su vocación juvenil de
en los que reflexiona sobre la Guerra Ci- ser periodista, tal como había manifestado
vil partiendo de sus propias experiencias. a su mentor don Luis Almarcha cuando
En esta línea podemos leer los siguientes tenía 21 años de edad. Sin embargo, ejer-
ció como tal a lo largo de toda su vida, a
través de múltiples colaboraciones en di-
versos medios en calidad de poeta, edito-
rialista, ensayista, cronista, entrevistador,
reportero, etc. Aunque el presente trabajo
se ha centrado en la presencia de Miguel
Hernández en los periódicos y revistas ali-
cantinos, su actividad periodística se ex-
tendió, a lo largo de su vida, en otras loca-
lidades españolas como Madrid, Murcia,
Valencia, Sevilla, Jaén, Extremadura, etc.
Mediante esta actividad como perio-
dista, Miguel Hernández tiene el mismo
objetivo que como poeta: ser viento del
pueblo y ruiseñor de las desdichas para
«cantar y repetir / a quien escucharme
debe / cuanto a penas, cuanto a pobres,
/ cuanto a tierra se refiere», según canta
en su poema «Sentado sobre los muertos».

218
Miguel Hernández en la prensa alicantina

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219
Miguel Hernández: la forja
de un aficionado taurino
José María Balcells
Universidad de León

Orihuela y los toros vueltas de ese interrogante, indicaré que


hojeando determinados libros acerca de

c
onstituye un lugar Común la historia e idiosincrasia oriolanas y las
consolidado entre los hernandis- obras con contenidos biográficos de Mi-
tas la aseveración de que Miguel guel Hernández, habría que concluir que
Hernández fue no solo un aficionado a la la fiesta de los toros nada absolutamente
llamada fiesta brava, sino un grandísimo tiene que ver con Orihuela, puesto que no
aficionado a ella. Al respecto, se suelen se refieren a ella en momento alguno, o
alegar como pruebas principales de dicho solo la nombran. Pero ese silencio no su-
aserto la temática taurina que se halla en pone que los espectáculos con toros, y en
su poesía y en su obra teatral, y también concreto las corridas, un circo para cele-
sus aportaciones a la enciclopedia Los to- brarlas, y un público que acudiera a ellas, Miguel Hernández
ros que dirigió admirablemente José María no existiesen en la ciudad, sino que signi- ante una vaquilla en
de Cossío. Admitiendo la certeza incues- fica que han orillado esta cuestión, tal vez el frente jiennense,
marzo de 1937
tionable de esos tozudos argumentos, me porque no fueron sensibles a ella, y no re- (Foto Sánchez,
permitiré añadir que en la bibliografía del sulta de recibo que se la excluya a la hora Archivo Municipal
poeta se echa en falta un trabajo sistemáti- de configurar las tradiciones oriolanas y su de Alicante)
co de acopio de datos que den más funda-
mento a la afición del oriolano por la tau-
romaquia, fundamentando asimismo su
presencia en su literatura. Sin pretender
llenar este vacío, sí vamos a reunir en estas
páginas unos cuantos materiales y consi-
deraciones que pudieran hacer al caso.
Y la primera de ellas estriba en pregun-
tarnos si Orihuela como tal propiciaba de
algún modo, en el primer tercio del siglo
XX, la existencia de aficionados taurinos.
No vamos a suscitar siquiera la sospecha
de alguna clase de determinismo del me-
dio sobre el hombre, y mucho menos so-
bre un escritor, sino que únicamente nos
planteamos si la ciudad podía ofrecer al-
guna motivación hacia la tauromaquia. A

José María Balcells pp. 220-229


José María Balcells

pervivencia en el contexto en que nació y Romero, que lo hizo en 1797, y su gran


creció el poeta. rival, el sevillano José Delgado, Pepe-
Y ciertamente no puede ni debe orillarse, Hillo, que lo haría en 17991. Fieles a tan
y muchísimo menos excluirse, la vertiente extraordinarios precedentes, los taurófilos
taurina de Orihuela, que se remonta al úl- oriolanos pudieron seguir asistiendo al es-
timo tercio del xiv, y que no se interrumpió pectáculo en el xix, y hasta sentirse perju-
nunca a lo largo de los siglos, ni siquiera dicados a causa de los altibajos y avatares
con ocasión del motu proprio del papa San de varia índole que en dicha centuria se
Pío v amonestando y amenazando contra repitieron con su plaza de toros.
la celebración de corridas de toros, con la Y es que, inaugurado el nuevo coso de
pena de excomunión, una pena que hay San Agustín en 1845 por José Redondo, El
que suponer muy grave en un contexto tan Chiclanero, a la sazón el no va más del to-
eclesiástico como el orcelitano, pero que reo, en él se irían lidiando reses hasta 1884,
no arredró a la población a seguir cele- en que se dio allí la última corrida, en la
brándolas. En su virtud, a quienes echaron que toreó José Sánchez del Campo, Cara-
en saco roto el aval histórico oriolano en Ancha. La reanudación de los festejos tuvo
materia taurina, les hubiese venido bien la lugar en 1891, cuando abre sus puertas el
lectura de las afirmaciones que reproduci- recinto de madera que estrenaron los dies-
mos (Ruiz Cases, 1994: s.p.): tros sevillanos Francisco González, Faíco,
y Enrique Vargas, Minuto. Este circo iba a
Pocos vestigios socioculturales locales cerrarse en 1903. De 1907 data la puesta
pueden hoy igualmente invocar rigurosa- en marcha del ruedo que sustituyó al ante-
mente una ascendencia tan ininterrum- rior, apareciendo también por entonces la
pida y directa con sus orígenes como el publicación local titulada El Oriol Taurino,
fenómeno taurino, presente hasta nues- lo que consignamos para dejar constancia
tros días en limpia sucesión genealógica de que los festejos taurinos se programa-
de épocas, costumbres y sangre oriolana. ban habitualmente cuando Miguel Her-
nández fue niño, adolescente y adulto.
De acuerdo con esta cita, habrá que con- En el año recién citado, en concreto el
cluir sin resquicio de duda que Hernández día 31 de agosto, y en el marco de las fe-
nació en una ciudad de prosapia taurina rias y fiestas locales, tuvo lugar la corrida
donde las haya, y en cuya plaza, a ma- de inauguración del nuevo edificio tauró-
yor abundamiento, a fines del siglo xviii maco, matando las seis reses de Arribas
Plaza de Toros
de Orihuela a
habían toreado nada más y nada menos los espadas Minuto, José Moreno, Lagarti-
comienzos del siglo que dos de los toreros más importantes jillo Chico, y Manuel Mejías Bienvenida.
XX de la historia del toreo, el rondeño Pedro Luego, el día siguiente, primero de sep-
tiembre, y para estoquear una corrida de
la Marquesa de los Castellones, repitieron
Lagartijillo Chico y Bienvenida, encabe-
zando la terna el veterano espada cordo-
bés Antonio de Dios, Conejito.
Desde luego que los días 31 de agosto
y 1 de septiembre no eran los acostum-
brados en la ciudad para llevar a cabo
los festejos taurinos principales del ciclo
estival, pues se celebraban anualmente
a mediados de agosto, programándose al
menos uno de los carteles para el 15 de

222
Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino

dicho mes, pero la casualidad había dis-


puesto que este albero arrancase el último
día de agosto, como había acaecido al in-
augurarse el de 1845.
En cualquier supuesto, las fechas referi-
das constituían una excepción en el calen-
dario taurino oriolano, excepción debida,
en 1907, a la demora en el acabado del edi-
ficio de la nueva Plaza de Toros, una plaza
que solía programar festejos incluso en in-
vierno, como lo prueba el tradicional navi-
deño del 25 de diciembre. En el nuevo coso
oriolano se irían sucediendo temporadas
taurinas con atractivos carteles, y ya des-
de 1908, en el que dos Bombitas, Ricardo
y Manuel, se enfrentaron en julio en mano
a mano, programándose para agosto otro José Moreno,
duelo, esta vez a cargo de Minuto y Vicente Lagartijillo Chico
Pastor. La fórmula, por el aliciente compe-
titivo que comportaba, debía ser rentable en la inapreciable memoria histórica de
en taquilla, pues en agosto de 1910 harán quien sería esposa de Miguel Hernández,
el paseíllo, dos tardes seguidas, las del 14 y Josefina Manresa, la cual evocaba los tau-
15 de agosto, Lagartijillo y el mejicano Ro- rinos años treinta de Orihuela con pala-
dolfo Gaona. Otros hitos anteriores al esta- bras en las que se capta la importancia
llido de la Guerra Civil fueron la despedida social que tuvo la fiesta en la ciudad, así
como novillero de Juan Belmonte, el 10 de como su singular pintoresquismo (Manre-
octubre de 1913; el triunfo de Julián Sainz sa, 1980: 11):
Martínez, Saleri ii, como único espada en
la corrida de Navidad de 1915, el año del Desde los quince años a los veinte iba al-
despegue taurino del diestro de Guadalaja- gunos domingos a los toros. La empresa
ra; la reaparición de Belmonte en 1928; y el regalaba un par de entradas a cada guar-
mano a mano entre los hermanos Bienveni- dia, y como las corridas de toros eran la
da, Manolo y Pepe, en 1935. diversión más importante en Orihuela,
Pero no quisiera dejar de referirme, al y además para mí gratis, pues allí iba yo
término de este epígrafe, al hecho de que sin entender de toros (ni los entiendo). La
en la plaza de toros orcelitana se dieron animación de la gente, la música y los pa-
otros numerosos festejos, distintos de los sacalles de los toreros, me animaban un
mayores, durante la segunda y la tercera poco, y cuando mataban al toro, o este
décadas del siglo xx. Me refiero a los be- destripaba al caballo, no me daba cuenta.
néficos en los que participaban, lidiando [...] Los que no podían ir a los toros iban
novillos, diversos toreros de renombre, y paseándose a ver a la gente que salía de
me refiero igualmente a las nada ocasiona- la corrida. Al último toro, dejaban entrar
les becerradas que daban la oportunidad a la gente que se amotinaba a la puerta
de jugar al toro a los más decididos aficio- de la plaza. Cuando salíamos de ver el
nados jóvenes de Orihuela. espectáculo, ya estaban los carniceros con
Todo lo cual avala con creces la faceta sus mesas en la puerta, descuartizando a
taurina oriolana, dejada de lado inexplica- los burlados. Y la gente compraba carne
blemente en tantos libros, pero guardada más barata que la otra de la carnicería.

223
José María Balcells

El ascendiente paterno sido el encargado de abastecer de caba-


llería a los gestores de la plaza de toros y
Atestiguada, por consiguiente, la tradición con destino a las corridas, un aserto que
taurómaca de la Oleza de Gabriel Miró, y parecen ignorar los biógrafos hernandia-
atestiguada igualmente la continuidad de nos, sea porque desestimasen el dato, sea
la misma hasta el contexto societario en el porque les pasara inadvertido. Sin embar-
que vino al mundo Miguel Hernández, uno go, entiendo que resulta más que verosí-
podría preguntarse ahora acerca de si en su mil, habida cuenta de que nos estamos
hogar infantil, tan influyente en el futuro refiriendo a una persona que fue tratante
personal de cualquiera, se dejó sentir la de ganado, de ganado en general, y que,
presencia directa o indirecta de lo taurino. cuando su hijo era pequeño, era cabrero,
Desconozco datos que justifiquen una res- procediendo sus ingresos de la recría de
puesta positiva, como no sea el de que, y no cabras y ovejas. Es más: el dato lo corrobo-
es baladí, según una fuente biográfica, el raría una afirmación en el mismo sentido
padre del futuro autor de El rayo que no cesa realizada por otro biógrafo hernandiano, el
«contrataba los caballos que hacían falta en cual, aludiendo al padre del autor de El
una corrida de toros, siendo de su cuenta rayo que no cesa, asegura que los Hernán-
los que morían en la plaza. Como enton- dez «eran proveedores de los caballos de
ces eran frecuentes las corridas, pronto se los picadores», cita en la que la expresión
arruinó. Quizá por este antecedente o por «los Hernández» se referiría a la familia
su color atezado y su fisonomía agitanada, del padre del poeta, y en concreto a un
las gentes le atribuían ascendencia gitana. hermano suyo, pero tampoco cabe excluir
Más tarde, el poeta llamaría a su madre y a a la de la madre, Concepción Gilabert,
su hermana Elvira las gitanas oscuras y que- porque era «hija de un tratante de caballos
ridas» (Ifach, 1975: 12). y mulas» (Zardoya, 1955: 8).
No se me alcanza la veracidad del con- Que este menester lo había hecho, o
tenido de esta cita en lo que concierne al que lo seguía haciendo a partir de 1910,
aserto de que el progenitor del poeta había en que nace Miguel Hernández, resul-
ta mucho más problemático exponerse a
asegurarlo. Con todo, el que fuese prin-
cipalmente cabrero tampoco excluiría
que, como actividad ocasional y comple-
mentaria, pudiese surtir de equinos a los
piqueros. El negocio, en cualquier caso,
acabaría dejándolo porque no era un buen
negocio, sino muy malo, habida cuenta de
que en el acuerdo con la empresa corrían
de parte del proveedor las pérdidas deri-
vadas de la muerte de los montados, a los
que en la mayor parte de ocasiones las as-
tas de los toros destripaban. Y la contabili-
dad negativa del supuesto negocio caía en
barrena, claro está, cuantos más festejos
se anunciasen, y hubo periodos en los que
Miguel Hernández se programaron muchos desde fines de la
con sus padres y su
hermana Elvira
primavera hasta principios del otoño.
(Fundación Cultural Si se acepta el hecho de que el cabe-
Miguel Hernández) za de familia de los Hernández estuvo al

224
Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino

cargo del aprovisionamiento de los caba-


llos para los festejos taurinos, habría que
preguntarse si este menester lo realizaba
en tiempos en los que, por edad, su hijo
pudiese contagiarse con la afición a los
toros, o si a la sazón ya no lo ejercía. En
el supuesto de que no se ocupase por en-
tonces de dicha tarea, habría que admitir,
al menos, su vinculación con el planeta
de los toros, y dentro de él con una suerte
tan básica de la lidia como lo era, y es, la
de varas, a vueltas de la cual pudo haber
tenido trato y aun amistad con diversos va-
rilargueros, máxime siendo oriolanos algu-
nos de ellos, pues la ciudad proporcionó,
y seguiría proporcionando a la fiesta, una
nutrida nómina de picadores, lo que pudo
hacer que ese trance de la corrida tal vez
fuese menos impopular ahí, y causase más
expectación, que en otras localidades. Miguel Hernández,
Si en cambio se mantiene la hipótesis padre del poeta
de que don Miguel Hernández Sánchez
aún surtía de caballos a la plaza cuando su qué el poeta dio tanto relieve en su obra
hijo era niño, aun sin pruebas explícitas y literaria al universo taurino y táurico: su
con el solo argumento de la lógica, podría padre habría sido quien le inculcó, que-
uno aventurarse a deducir que el poeta riéndolo o sin quererlo, su afición a los to-
pudo tener acceso franco a las corridas ros llevándolo a verlos de vez en vez en las
de toros en gracia a que su padre prestaba tardes orcelitanas de las corridas, y desde
servicios indispensables para la celebra- niño, y acaso en fechas muy señaladas. Y
ción del espectáculo. Y tirando del hilo del si su progenitor dejó un día el negocio por-
argumento, me parece que cabe agregar que era un mal negocio para él, la llama
que la afición taurina le pudo venir, como de la afición ya habría prendido en Miguel
tantas veces sucede, por vía paterna, pues- Hernández, con independencia de que,
to que su progenitor era muy aficionado después, y por causas diversas, ya no fuese
a la fiesta brava y encima se ocupaba, o asiduo a los festejos o, en el supuesto más
se había ocupado, de los cuadrúpedos extremo, ya no asistiese casi nunca.
con destino a la suerte de varas. Y ahora En corolario, de capital importancia
un interrogante que, a la luz de cuanto se sería el dato de que pudo ver y vio corri-
ha expuesto, se diría que es una pregunta das de toros, aún adolescente, sin necesi-
retórica: ¿puede negarse que Hernández dad de moverse de su Orihuela nativa, lo
pudo ver en sus años jóvenes corridas y que a uno se le antoja probable tanto si
novilladas de la mano de su padre, tanto si el padre tuvo que pasar por taquilla como
este suministraba, como si no, las cabalga- si no. Esta consideración bastaría para
duras de las funciones taurinas? mostrarse muy reticentes ante la hipótesis
Para mí, al menos, resulta muy verosí- de que el poeta pudiese no haber acudi-
mil que lo hiciese, y además opino que es do a festejos taurinos en su patria chica,
muy decisivo retener este dato, porque se- hipótesis formulada en unas líneas en las
ría clave para una cabal explicación de por que se pone en duda que «tuviera muchas

225
José María Balcells

las discrepancias que pudiese mantener


en su juventud con su progenitor, y que
se cuentan, a veces exageradamente, en
algunas biografías, todo apunta a que en la
temática taurina y táurica de la escritura
hernandiana algo tuvo que ver, y aun más
que algo, el padre del escritor.

Camaradería taurina

Si el ámbito familiar fue propicio para que


la afición a los toros naciese, acaso la ali-
mentase también alguna que otra motiva-
ción añadida y al calor de diversos contex-
Carlos Fenoll en tos oriolanos. Podría aducir, por ejemplo,
1947. el círculo de sus amigos más próximos,
Foto de Antonio los que se reunieron, a partir de 1932, en
García-Molina
Martínez
la tertulia del horno de los Fenoll, y en la
(Fundación Cultural que participaban José Marín Gutiérrez,
Miguel Hernández) que solía firmar como Ramón Sijé, Mi-
guel Hernández y el anfitrión en la taho-
ocasiones de presenciar corridas. Primero, na, Carlos Fenoll, al que, gracias en parte
porque su vida fue más bien breve y, se- a que vivían en la misma calle de Arriba,
gundo, porque en los años en que podía el poeta trataba desde al menos 1926. Es
haber asistido a este espectáculo le faltó obvio que, en sus reuniones, los contertu-
el tiempo y el dinero necesarios para ha- lios hablarían principalmente de asuntos
cerlo. / Cuando residía en Orihuela en sus literarios, aunque no se limitarían a ellos,
años de muchacho, las corridas debían ser como cabe sospechar.
para él algo remoto y hasta imposible, da- Ahora bien: importa que señalemos,
das las estrecheces que su familia se veía como gran probabilidad, que los reunidos
obligada a capear» (Corbalán, 1970: 1-2). hablasen de toros. No siempre, claro está,
En fin, que la cita no se ajustaría a la pero sí de vez en cuando, bien sea porque
realidad si la enfocamos a la luz de lo que algún acontecimiento del orbe taurino pu-
venimos argumentando: en Orihuela se siera el tema sobre la mesa, bien porque
programaban bastantes festejos cada año, lo trajese a colación Miguel Hernández,
y la fiesta no era, en el hogar de los Her- con la mecha taurina inextinguida desde
nández, algo remoto, sino muy próximo, y que se la prendiese su padre, bien porque
aun por momentos cotidiano, además de Carlos Fenoll lo forzase cada dos por tres,
que, en la mejor de las hipótesis, acaso dado que era un aficionado acérrimo a
tampoco debía costarle al padre un cén- la fiesta brava, una fiesta que no consta
timo que el futuro poeta le acompañase que Sijé detestara ni que estuviese en su
al circo taurino. De ahí, de ese tiempo en contra, no habiendo pruebas en ese sen-
que irían juntos los dos a la plaza de to- tido, las cuales dudo que puedan allegar-
ros oriolana arrancaría no solo la afición se relativas a quien se entusiasmaba con
de Miguel Hernández al toro y a su mun- la lectura de uno de los máximos y más
do, sino que también se derivaría de ahí originales filósofos taurinos que han exis-
su reflejo en su obra literaria. Más allá de tido en España, José Bergamín, además de

226
Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino

saber manejarse con sobrada competencia


en terminología taurina. Lo acreditan pá-
ginas de su revista El Gallo Crisis como las
dedicadas, en el número 1, al comentario
del libro de José María Pemán Señorita del
mar, donde juega con ligámenes concep-
tuales entre jesuitismo y torería. Del poeta
gaditano dice que «su poesía es poesía de
‘toreros y jesuitas’. Creo que debería úni-
camente ser: negra poesía jesuita, que es
la sola poesía verdadera: negra, de apurar-
se poéticamente; de salvarse por la fe con
obras del poema. El torero ensotanado,
fantasma y jesuita: esa puede ser la per-
fecta e ideal realización poética de Pemán.
¡Qué de quites daría el jesuita con la negra
capa de su sotana: de su poesía!...» (Mu-
ñoz Garrigós, 1987: 612).
Y en el número 2 de la publicación, la limpia, en pleno ruedo de Orihuela y en
cogida y muerte de Ignacio Sánchez Me- diferentes oportunidades, un osadísimo
jías le merecerá el apunte «La salvación reto para el que se deben tener, junto a
del alma por el arte de torear», en el que una afición desmedida y hasta algún en-
de nuevo vincula catolicismo y tauroma- sueño de acuciante torería profesional, no
quia, el cual le interesó a José Marín Gu- pocos arrestos y demasiadas temeridades
tiérrez lo suficiente como para justificar la (repárese en que para sortear al toro usaba
dedicatoria puesta por Miguel Hernández una frágil prenda de vestir).
en el margen izquierdo de uno de los ma- Estamos aludiendo a sucedidos como el
nuscritos de «Elegía media del toro», en de que aquel muchacho, que pudo soñar
el que, si no hay error, porque se lee muy con vestirse de luces, llegó «un día a tirar-
mal, se dice: «A Pepico, un torerillo con se en plena corrida como aficionado, por
pies de ángel para vadear aguas y desem- lo que fue metido en el retén, pasando allí
bocar en los furgones de cola, en busca de alguna noche, siendo liberado por su pa-
campos de cuernos...» (en Zardoya, 1955: dre, previo pago de una multa» (Martínez
56). Marín, 1995: 16). ¿Un día? Más de uno y
En la tertulia de la panadería se pudo puede que más de dos entre 1926 y 1927,
hablar de toros a instancia de cualquiera a no ser que el contenido de la siguiente
de los congregados, pero también aquí nos cita, refiriéndose a él, sea incierto:
valdremos de la lógica para decir que si en
un grupo hay alguien especialmente mo- Cuando apenas tendría catorce o quince
tivado hacia una cuestión, es muy presu- años, quiso ser torero, y acudía a las co-
mible que sea él quien tienda a sacarla a rridas de toros que se daban por las Ferias
relucir, viniendo a cuento o incluso no, y de Orihuela (y que por aquel entonces se
solo porque a él le satisface hablar y que desarrollaban estas con toros y toreros de
se hable de ello. En la tahona pudo suce- mucho postín), y no faltaba un espon-
der eso más de una vez, máxime teniendo táneo; este era Carlos, que se arrojaba a
en cuenta que Carlos Fenoll fue tan tau- aquel ruedo chaqueta en mano... y aca-
rófilo que hasta había querido medirse con baba siendo detenido por las autoridades,
diversos morlacos, sin muleta, a chaqueta como era lógico, y pagando su padre la

227
José María Balcells

Plaza de las Ventas,


de José Gutiérrez
Solana
(Museo
Español de Arte
Contemporáneo,
Madrid)

multa que le aplicaban para ser puesto en arriba, para los profesionales, torear con la
libertad (Poveda, 1975: 69-70). provisión técnica de capotes y muletas. Y
conste que no estoy negando que echase
Una de las ocasiones en las que se ha in- mano de su chaqueta como espontáneo,
dicado que se arrojó al ruedo de Orihuela sino que no se me alcanza que lo hiciese
como espontáneo podría haber tenido lu- en un festejo mayor de la feria, y menos
gar durante la feria agosteña de 1931, el habitualmente.
año de la proclamación de la República. Si se me hubiera dicho que saltó del
Dice una fuente que «[s]altó de nuevo tendido a la arena en espectáculos meno-
al ruedo con su chaquetilla, dando unos res, no pondría la más mínima objeción,
cuantos pases y, de nuevo, fue conducido porque apuesto que eso fue lo que hizo, ti-
al retén municipal por la fuerza pública» rarse al ruedo en festivales, en becerradas,
(Gelardo, 2007-2008: 13-14). en sueltas de vaquillas, en capeas. Y es
A pies juntillas no suscribiría íntegra- que para demostrar la taurofilia fenolliana
mente el contenido de ambas citas, por- no hace falta urdir cándidamente hazañas
que hay un elemento que no me cuadra taurinas inverosímiles por hiperbólicas.
en ellas, el de la chaqueta. A buen se- Por eso me parece de recibo el párrafo que
guro le tentó a Carlos Fenoll la idea de copiaré a continuación, y que avala la mi-
ser torero. Seguro también que se tiraría litancia taurina del panadero (Ruiz Cases,
como espontáneo varias veces, y que lo 1995: s.p.):
llevaron al cuartelillo otras tantas. Hasta
ahí estoy dispuesto a llegar, porque lo de Varios son los testimonios alusivos a la
que se arrojaba al albero en el transcurso afición taurina de Carlos Fenoll. Yo los
de una novillada con picadores o de una he recogido de contemporáneos suyos, al-
corrida de toros ya parece más inasumi- gunos aún vivos o recientemente falleci-
ble si su único engaño era dicha prenda dos. El picador Rafael Tafalla, Remache,
de vestir, cuando ya resultaba bien cuesta recuerda las idas a Callosa a ‘tirarnos a

228
Miguel Hernández: la forja de un aficionado taurino

la vaca. Carlos, el Delfín, era el primero taurino, aunque ahora querían ser poetas.
en lanzarse. A mí me dejaba montar el Esta pareja fue la formada por Carlos Fe-
borrico moruno, sabiendo de mi afición noll y Miguel Hernández. Recién dijimos
a picar’. El banderillero Manuel Vicente, que el panadero hasta se tiró al ruedo,
Pepiso, me comentaba lances en la vaca mejor dicho a los ruedos, repetidamente,
de Benferri, y aún hoy, entre otros, el prueba palpable de haber asumido una
empresario Manuel Valle me da fe de las decisión que es de suponer no tomaría de
capeas en las que con otros amigos parti- repente, en un arrebato, sino que estuvo
cipan los dos donde se anunciaban fiestas planificada. Pero en la época de la tertulia
patronales. ya habría amortiguado considerablemen-
te, si no dejado atrás de modo definitivo,
A tenor de lo cual, y volviendo al asunto el afán de ser torero, sustituyendo aquella
de la tertulia en la tahona, no hará falta ser ansia por otras, entre ellas la ilusión de ser
un lince para apostar que, entre los miem- poeta. Aun así, probablemente no dejó de
bros de la misma, había uno, José Marín arrimar el ascua a su sardina taurómaca en
Gutiérrez, cuya afición a los toros pudo ser ese cónclave en el que era el anfitrión y
discreta, pero la tendría, y otros dos que en el que tenía un cómplice taurino que
acaso vivieron más o menos consumidos, también quería ser poeta, y lo iba a ser, y
desde hacía algunos años, por el gusanillo muy grande.

Notas
1. La mayoría de los datos sobre el mundo de la la, trabajo debido a José Ruiz Cases, «Sesca»,
tauromaquia orcelitana se han tomado de dife- y con referencia en la bibliografía final.
rentes fascículos de la serie Los toros y Orihue-

Bibliografía

Corbalán, Pablo, «Los toros de Miguel Muñoz Garrigós, José, Vida y obra de
Hernández», Informaciones, supl. «In- Ramón Sijé, Murcia, Universidad de
formaciones de las Artes y las Letras», Murcia / Caja Rural Central de Orihue-
14 de mayo de 1970. la, 1987.
Gelardo, José, «Miguel Hernández y el Poveda, Jesús, Vida, pasión y muerte del
flamenco», Ágora, 13 (otoño, 2007-in- poeta Miguel Hernández (Memoria-testi-
vierno, 2008). monio), México, Oasis, 1975.
Ifach, María de Gracia, Miguel Hernán- Ruiz Cases, José («Sesca»), Los toros y
dez, rayo que no cesa, Barcelona, Plaza y Orihuela, fascículo 5, Orihuela, Club
Janés, 1975. Taurino de Orihuela, 1994.
Manresa, Josefina, Recuerdos de la viuda – Los toros y Orihuela, fascículo 10, Ori-
de Miguel Hernández, Madrid, Edicio- huela, Club Taurino de Orihuela, 1995.


nes de la Torre, 1980. Zardoya, Concha, Miguel Hernández
Martínez Marín, Francisco, «Carlos el (1910-1942). Vida y obra. Bibliografía.
poeta con nombre de tango», La Lucer- Antología, New York, Hispanic Institute
na, 41 (1995). in the United States, 1955.

229
Mi primer encuentro con
Josefina Manresa
Entre realidad y memoria
Gabriele Morelli
Universidad de Bérgamo (Italia)

M
IGUEL HERNÁNDEZ queda en Como cualquier lector de la poesía de
mi mente ligado de manera Hernández sabe, se trata del poema nú-
indisoluble a mis años juveni- mero 50 del Cancionero y romancero de
les, cuando me matriculé de español en la ausencias (uno de los mejores libros de
Facultad de Lenguas y Literaturas Extran- nuestro autor). Desde el punto de vista
jeras en la Universidad Luigi Bocconi de formal, está basado en una copla popular
Milán. La elección del poeta oriolano para y presenta su conciso contenido dentro
comenzar una ruta investigadora (que des- de una simetría perfecta y mediante un
pués se mostraría larga) fue debida, entre claro y sencillo lenguaje. En la inicial lec-
varias razones que la perspectiva de los tura me impresionó el contraste profundo
años me confirma, a mi lectura primeriza entre la serie de los elementos repetitivos
de un breve poema que una compañera (rima, vocabulario, verbos de acción per- Casa familiar de
argentina, recién llegada de Buenos Ai- fectamente trabados en gradaciones) de la Miguel Hernández,
en la calle Arriba,
res, me enseñó copiado en su cuadernillo. primera y la segunda estrofas, y la diver- 1930
Aún recuerdo las hojas limpias y bien or- gencia de sus significados. En efecto, los (Fundación Cultural
denadas de este álbum con el nombre de versos iniciales afirman el valor positivo y Miguel Hernández)
Miguel Hernández rotulado en la primera
página en mayúsculas, y, abajo, con clara
grafía femenina, la catarata de versos que
aprendí de memoria y que todavía puedo
citar:

Cada vez que paso


bajo tu ventana,
me azota el aroma
que aún flota en tu casa.

Cada vez que paso


junto al cementerio
me arrastra la fuerza
que aún sopla en tus huesos.

Gabriele Morelli pp. 230-243


Gabriele Morelli

vital del hijo recién nacido, mientras que continuidad y duración infinitas. Es decir,
los últimos aluden a su muerte, implícita el poeta me estaba comunicando que el
en las imágenes macabras del cementerio dolor causado por la muerte de su niño
y los huesos. Este contraste cobra fuerza inocente le acompañaba en cada momen-
por el presente verbal que alinea el esta- to en la soledad de su jornada.
tuto de la casa, en que rebosa el amor y La lectura del poema, con el halo de
la vida del niño, y el del cementerio que sugerencias que desprendían sus breves
sepulta su cuerpo. En fin, se diseña un versos en aquel primer acercamiento, fue
breve espacio marcado por una estructura un enérgico impulso para mi decisión de
de carácter bimembre que, incluso en un estudiar la obra de Miguel Hernández
nivel formal, contiene una antítesis pro- cuando poco después –en aquella época
funda abierta ad infinitum. El poeta cierra era obligatorio elegir el tema de la tesis en
inmediatamente este contraste de fondo el segundo año de la carrera universitaria–
porque el motivo central –la angustia por mi profesor requirió el título de mi tesis
la muerte del niño– se ha transformado en doctoral. De pronto, tras firmar el tríptico
algo interior y privado, pero a su vez ha de la papeleta, fui a consultar el tomo iii
cobrado trascendencia universal y expresa de la Historia de la Literatura Española de
el dolor de todos. La fuerza lírica radica Valbuena Prat (Barcelona, Editorial Gus-
efectivamente en la capacidad de corte, tavo Gili, 1960), que brillaba en los estan-
en el sintético enunciado que se limita a tes de la pequeña biblioteca de nuestro
indicar los extremos de una bipolaridad Instituto de Español, para descubrir con
que, aunque de ámbito personal, se hun- desilusión que, en su monstruoso tamaño
de en la raíz del destino humano. De todos de casi mil páginas, el nombre del poeta
modos, yo advertía en la expresión adver- de Orihuela asomaba sólo cuatro veces y
bial «Cada vez» y en el término «aún», siempre con referencias indirectas. Nun-
ambos con valor temporal, un carácter de ca a Hernández se le reservaba un espacio

Josefina Manresa y
Miguel Hernández
en Jaén, marzo de
1937

232
Mi primer encuentro con Josefina Manresa

propio, nada decía el eminente historiador contradicciones, era indispensable una


de la literatura sobre su vida y su obra. adecuada preparación turística, que habi-
Aún hoy puedo sentir el desaliento que de tualmente privilegiaba a Madrid, de donde
súbito se apoderó de mí por esta elección salía la mayoría de las tarjetas con una va-
desastrosa desde el punto de vista de la riante que podía ser Toledo, por su cerca-
rentabilidad escolar, bien consciente de nía a la capital. Pero un año, un compañero
las dificultades con que toparía a la vista bastante listo descubrió que una tienda de
de tan paupérrima documentación. Termi- Madrid vendía postales de las principales
nadas las clases del primer año del curso ciudades de España, con preponderancia
universitario, e inducido por la penuria de las andaluzas. A partir de este momen-
bibliográfica, me decidí a abandonar Mi- to, a doña Juana Granados, enamorada del
lán para trasladarme a España. En el ve- Sur, empezaron a lloverle postales de Má-
rano caluroso y agobiante de 1963, partí laga, Sevilla, Córdoba, Granada y hasta de
en busca de las huellas de un poeta del Antequera. A veces, por una distracción
que conocía sólo escasos datos, pero con del remitente, algunas llevaban la misma
la brújula en mi memoria de aquel poemi- fecha, lo que nos obligaba después a jus-
ta que hablaba de la vida y de la muerte. tificar los medios de comunicación con
Como he señalado, mi primera expedi- que tan rápidamente –en un día– había-
ción en pos del rastro de la obra de Miguel mos recorrido el trayecto, por ejemplo, de
Hernández empieza a comienzos de agos- Málaga a Granada, tan difícil de realizar
to de 1963 y, como era usual en aquella ya en aquella época. Estoy seguro de que a
lejana década, tuve que coger el tren. El nuestra pobre profesora le surgirían algu-
larguísimo viaje tenía Madrid como meta, nas dudas al escuchar los giros fantásticos
pues allí yo pensaba encontrar un copioso de tan increíbles explicaciones.
material para mi tesis. Naturalmente, al En fin, como ya conté en otra ocasión
lado de este interés primario existía otro, (Morelli, 2007: 28)1, con vistas al viaje a
impuesto por nuestra profesora de espa- España preparé los documentos preci-
ñol, Juana Bagnasco de Granados, que sos en aquellos años, sin olvidar un cer-
pretendía que sus estudiantes –literal- tificado de la parroquia de Milán donde
mente apodados «los cuatro gatos»– viaja- constaba que no era comunista, para no
ran cada año a España. Para comprobarlo correr el riesgo –según me había adver-
exigía que le enviáramos una tarjeta con tido un amigo– de dar con los huesos en
saludos desde la ciudad española transita- chirona durante mi estancia en el país.
da. Intentando salvar el escollo, hacíamos En realidad, debo confesar que nunca
una colecta cuya recaudación se llevaba utilicé este certificado: nadie me lo exigió
la persona que iba a España, y desde allí jamás. Tampoco tuve que presentarlo en
remitía a la profesora una tarjeta de cada la aduana española de Port-Bou, adonde
uno. Para facilitar la falsificación, dejába- llegué en tren desde Milán en plena no-
mos como modelo nuestro nombre bien che, y donde esperé largamente mientras
caligrafiado en un papel blanco. Además los números de la guardia civil me abrían
precisábamos un estudio detallado de la con diligencia maleta y mochila. Volcaron
ciudad supuestamente visitada, ya que a toda la ropa y los objetos sobre una larga
la profesora, a comienzos de los exámenes, mesa de madera, mientras me pregunta-
siempre se le antojaba interrogarnos sobre ban por qué iba a España, cuánto tiempo
nuestra gira en España y deseaba saber me quedaría y a quién pensaba encon-
cuál era la ciudad elegida, cuáles sus mu- trar. Recuerdo aquella alba lívida de lu-
seos importantes, cuáles su monumentos ces inciertas mientras, cansado, subía a
y librerías. Por lo tanto, para no caer en un viejo y destartalado tren español que

233
Gabriele Morelli

parecía abandonado en un andén cercano en la parte central de Madrid, aunque


y que me conduciría a Barcelona. Una vez ahora no recuerdo exactamente su direc-
dentro del departamento, caí en un sue- ción. Las brumas del tiempo tal vez me
ño profundo, pero me despertaron poco lleven a confundirla con la calle Covarru-
después los bruscos saltos que daba el bias, donde se emplazaba la casa de José
vagón, causados por el distinto empalme Luis Cano que poco después empecé a
ferroviario de los raíles españoles, medida frecuentar con cierta asiduidad. Pero, en
adoptada por Franco ante el temor a una fin, era un establecimiento importante y
posible invasión de Europa. Tardé tres bien abastecido de libros sobre todo de
días en llegar a Madrid; y reservo para otra literatura española y de los grandes clá-
ocasión los detalles y las anécdotas de mi sicos europeos. Pregunté de nuevo al li-
estancia en Barcelona y el posterior viaje brero si tenía la obra completa del poeta
a la capital, primo hermano de escenas Miguel Hernández. Él me escrutó, pero,
de las películas del neorrealismo italiano. hablando a otro cliente que había llega-
Llegué a Madrid a primeras horas de la do tras de mí pidiendo libros de Mariano
mañana. Ahorro al lector la descripción José de Larra, repetía en voz alta: «Vuel-
de la pobreza de la pensión en que me va usted mañana, vuelva usted mañana».
alojé. Sólo contaré mi primer encuentro Yo le sonreí, creyendo que era su manera
con un librero de la capital, a cuya tienda de prestarme atención mientras atendía a
me acerqué para comprar las Obras com- las necesidades del cliente a quien dirigía
pletas de Miguel Hernández. Para ser más sus palabras. Éste, un señor gordo y baji-
exacto, dije en voz alta que estaba bus- to, poco después sacó del estante un libro
cando algo sobre el poeta Miguel de Ori- y, mirando la cubierta, dijo: «No quiero
huela. Añado que la librería en que entré Vuelva usted mañana, sino todo el libro
era grande y espaciosa, y que se situaba Los artículos de costumbres. Aquí está la
edición que buscaba; me la llevo». Levan-
tó el ejemplar acercándose al librero, pagó
y se marchó.
Me quedé solo en la tienda y, de pronto,
el dueño se dirigió hacia mí y me apostro-
fó, gritando:
–Usted, caballero, debe saber que su
poeta aquí no puede nombrarse. Por eso
le estaba diciendo que volviera mañana.
Debe aprender a vivir en España.
Me quedé asustado y un poco
preocupado.
–En fin –me dijo el librero–, vuelva este
miércoles –era lunes–, que se lo procuro.
El miércoles, muy de mañana, yo ya
estaba delante de la librería, pero, con la
lección aprendida, me quedé fuera dan-
do vueltas frente al escaparate. De vez en
cuando levantaba los ojos hacia el mostra-
dor del librero quien, al final, tras advertir
mi presencia, salió y, con un ademán de
la mano, me invitó a entrar. En silencio,
extrajo del fondo de una caja algo forrado

234
Mi primer encuentro con Josefina Manresa

con un papel rudo de color amarillo y me


lo colocó en la mano diciéndome su pre-
cio, y luego susurró:
–Caballero, ábralo en su casa.
No respeté el mandato y, una vez en la
calle, no resistí la tentación de quitar el
espeso papel. De súbito, en mis manos
brilló la cubierta roja de la editorial Lo-
sada con la indicación: «La dorada de la
colección Cumbre». Al abrir la primera
página, me chocó la cara intensa y mo-
rena del poeta –«esa cara de terrón o de
papa que se saca de entre las raíces y que
conserva frescura subterránea», dirá Neru-
da (1979: 134)– que me miraba desde el
mismo retrato que portaba la edición de
Viento del pueblo de 1937. «Estatua de
Miguel Hernández
bronce o arcilla, más que fotografía, barro en la foto que
cocido, amasado y abrasado y capaz de con- aparece en Viento
tener, y rebosar, el agua más fresca», escri- del pueblo, 1937
birá Aleixandre (1998: 187). Sus grandes
ojos negros2 parecían atentos a una visión Como el navegante, partí desde Génova
interior, en fuerte contraste con la plas- en tren hasta Barcelona y seguí hacia el
ticidad material y compacta de su cara. Sur con dirección a la pequeña ciudad de
Sí, aún hoy recuerdo perfectamente el Elche, donde vivía, apartada y retirada,
color llamativo del libro, y al mismo tiem- la musa de Miguel Hernández. No sin di-
po siento igual que aquella primera vez ficultad, me dirigí a ella para entregarle
el fuerte olor tipográfico de sus páginas la nota de Aleixandre y al mismo tiempo
aún vírgenes. Así pues, mi primer con- para rogarle que me acompañara a ver
tacto con la poesía de Hernández fue de la casa de su esposo. Mostró resistencia,
carácter físico e implicó la llamada de los mucha resistencia, pues, aunque estaba
sentidos. dispuesta a contestar a mis preguntas y
Después, el libro me acompañó como aclarar el río de dudas que le plantea-
el breviarium de un sacerdote durante ba, de ninguna manera deseaba regresar
muchos días y semanas: fui con él a Sala- a Orihuela, enclave de tanto odio y do-
manca y, al regreso, gracias a la mediación lor personal. Insistí y volví a insistir con
de José Luis Cano, conocí a Aleixandre, osadía juvenil. Tras su cara morena, en
quien, conmovido por la rara circunstan- perfecta armonía con su persona y con su
cia de que un joven italiano se interesase traje negro, asomaba la determinación de
por la obra de su entrañable amigo Mi- su mirada cortante: no, no quería volver
guel, me ofreció una carta para Josefina nunca a ver a sus paisanos de Orihuela.
Manresa, la esposa del poeta, confiando Pero al final tal vez la ablandó mi acti-
en su ayuda para mi tesis. tud desconsolada, que diluía el inicial
Aquel año no pude emprender el viaje entusiasmo por encontrarme frente a la
deseado, pero sí durante las vacaciones de musa de ojos y pestañas negrísimas que
verano del año siguiente, viaje que en par- fue amada y cantada por el poeta. Cuan-
te y someramente he contado y que ahora do ya estaba abandonando la empresa,
intentaré reproducir: de repente ella me dijo que sí, que me

235
Gabriele Morelli

voz imperceptible y un sutil movimiento


de sus labios finos. Revelaba una manera
particular de agrupar las palabras que me
sorprendió por su acento suave, largo, que
superaba la ruptura del verso y se abría a
un ritmo lento, sin pausa alguna. Al final
me confió que Miguel le había manda-
do estas «coplillas» en una carta donde
explicaba la razón de su génesis. Como
es sabido, había compuesto esta canción
de cuna en la cárcel de Torrijos. La co-
pió un amigo, Luis Rodríguez Issern, con
quien el poeta coincidió en esta prisión
en 1939. Muchos años después conocí
a Luis Rodríguez y le pregunté sobre el
episodio que me había contado Josefina.
Me enseñó una nota suya sobre el asun-
to, aparecida en el ABC (28 de marzo de
1983), que reza:
«Una mañana, en el patio de la cárcel
nos leyó unas ‘coplas’ o ‘coplillas’, como
él las llamaba, que se las había inspira-
do una carta de Josefina, su mujer, en la
que le contaba que sólo comía pan y ce-
bolla. No es que comiera cebolla cruda,
como algunos creen, sino un guiso pobre
de patata y cebolla. Yo hice una trans-
cripción de aquellas ‘coplillas’ y de otros
Nanas de la cebolla, acompañaría por respeto a Aleixandre, poemas. Después, cuando le internaron
de Federico Chico pero que jamás cruzaría los umbrales de en Conde de Toreno y yo había salido
aquella casa. libre, iba de vez en cuando a comuni-
Así fue. Viajamos en autobús: esos len- car con él, y luego visitaba a Vicente
tos, ruidosos, asfixiantes autobuses de los Aleixandre para darle noticias del amigo
años sesenta que renqueaban con hedor preso. Un día le llevé algunos poemas,
a nafta y polvo. Durante el trayecto, Jo- entre los que estaban aquellas ‘coplillas’
sefina Manresa se quedó muda, ensimis- que no tenían título. Les puse ‘Nanas de
mada y con actitud distante. Yo intentaba la cebolla’ y añadí esa nota que sale en
sonsacarle sobre su relación con Miguel, todas las ediciones y que explica por qué
sobre todo en su último periodo de pri- Miguel las había compuesto. Parece que
sionero, pero ella permanecía silenciosa a Vicente Aleixandre uno y otra le pare-
y como ausente. Su cara sólo se animaba cieron bien».
cuando le contaba la estupenda acogida Al llegar a Orihuela, Josefina me
de la poesía de Hernández en Italia, sobre acompañó hasta cierto tramo de una ca-
todo entre los estudiantes universitarios. lle ancha, que de improviso torcía hacia
Sus ojos sonreían y se iluminaban al escu- un callejón a la derecha. Me indicó que
char que el poema preferido era las «Na- más adelante encontraría la antigua casa
nas de la cebolla». Recité de memoria las familiar de Miguel y después me salu-
dos primeras estrofas y ella las repetía con dó con la mano. Insistí rogándole que

236
Mi primer encuentro con Josefina Manresa

viniese conmigo; pero fue inútil, pues a su casa: antes busque a esta vecina, bue-
ella se marchó, dejándome solo con el tu- na amiga suya, y pregúntele por Josefina».
multo en el corazón propio del que atis- La audacia inconsciente de la juventud
ba el culmen de la aspiración acariciada me impidió reflexionar en aquel momen-
desde tiempo atrás: penetrar en los muros to sobre estas palabras, ya que, al oírlas,
de la morada del poeta. pensé que el exquisito Aleixandre se pre-
ocupaba de que mi intrusión no pertur-
Hasta aquí la cita del primer encuentro bara la intimidad familiar de la mujer. Sin
con Josefina Manresa, cita que, dentro del embargo, una hora después fue ella quien
tema general de mi experiencia de hispa- se me acercó preguntando si era «el chico
nista, yo limitaba a las evocaciones esen- italiano enviado por Vicente». Debo con-
ciales, pero que ahora retomo sumando fesar que entendí sólo la palabra «italia-
otros detalles que entonces consideré irre- no», pero bastó para que de pronto dijera
levantes y que en cambio, al revivir aquel que sí, que era yo, que venía de parte de
lejano encuentro, quizás constituyan una Aleixandre y que había viajado durante
nueva luz para comprender mejor la rela- dos días desde Italia para conversar con
ción vivida entre Josefina y Miguel. Como ella. Al comienzo, al mirar su cara ancha y
aclara el título de este artículo, recupero grandota, pensé que no era Josefina, la es-
los datos reales de aquel diálogo, al lado posa del poeta, pues yo tenía en la mente
de cuestiones que no me atreví a plantear la imagen de una figura esbelta, desdibu-
a la esposa del poeta o, mejor dicho, que jada por el dolor y, naturalmente, de cejas
no podía indicar entonces por ignorancia espesas y pelo negro que llevaba alzado.
de aspectos de la vida y la obra hernandia- Estos rasgos no faltaban, pero, no sé por
nas a los que sólo he accedido con el paso qué, aunque ahora me lo explico con los
de los años. El empleo de la cursiva ayu- anteojos de la literatura, no me parecían
dará al lector a distinguir con facilidad lo convincentes, y además durante el viaje y
atribuible a la invención –aunque basada las horas pasadas en Elche yo había ob-
en hechos reales de la historia y biogra- servado a muchísimas mujeres de aspecto
fía del poeta– de lo realmente acaecido. semejante. Pero sí, era ella: «Soy Josefi-
Volvamos, pues, a la estación de Elche, na», me dijo, «pero vamos a otro lugar».
donde desembarqué la primera semana de Y, torciendo por un callejón, partió sin
agosto de 1964. demora, mientras yo la seguía procurando
Era un día húmedo y sofocante; yo te- no superarla, ya que su andar silencioso
nía apuntados en una notita el nombre y y determinado me inspiraba aprensión y
la dirección –creía entonces– de una pa- cierto miedo. Advertía la clandestinidad
riente o amiga de la esposa del poeta, a de la cita y, sobre todo, temía la impon-
la que, según las indicaciones de Aleixan- derabilidad de algún impedimento. Nada
dre, debía dirigirme preguntando por Jo- de eso: poco después, mientras yo andaba
sefina. En realidad, yo no vi su casa, en tras su caminar rápido, ella entró en una
aquel entonces ubicada en la avenida Rei- plazuela solitaria y se detuvo delante de
na Victoria, 12, ya que más de una hora un banco de piedra. Nos sentamos. Yo me
después la encontré delante de una pana- quito la mochila e intento hablar, pero la
dería desde donde fuimos a una especie voz no sale, el sudor me empapa la frente,
de placita; allí nos sentamos en un ban- me empaña los ojos y me seca la gargan-
co rudo de piedra a la sombra de algunos ta. En aquel momento, mientras Josefi-
árboles. A tantos años de distancia, solo na sacaba del bolsillo del traje la nota de
ahora resuena en mi cabeza la frase de Aleixandre que yo había entregado a su
Aleixandre: «No vaya usted directamente primer destinatario, le confesé mi deseo

237
Gabriele Morelli

de ver la casa de Miguel y ella en Orihue- problemas en los ojos: en 1962 tuve que
la. Y ella refunfuña: operarme en una clínica de Barcelona.
–¡Que no es mi casa y tampoco quiero Me interesé por los inéditos del poe-
volver a verla! ta que ella guardaba, pero me contestó
Y añadió: que se los había dado todos a Aleixandre
–Nuestra casa fue la de Cox, donde vi- y a otros para realizar una edición espa-
vían mi abuela y mis hermanos, y donde ñola de la obra de Miguel3. Poco a poco
nacieron nuestros hijos y Miguel pasó sus me di cuenta de que, siempre que aludía
mejores días; es esta la casa que yo recuer- a los manuscritos o a la correspondencia
do como nuestra, aunque en Cox viví tam- del poeta, Josefina cambiaba de tema, o
bién en otros lugares. sencillamente simulaba no entender mi
Rápidamente le dije si podía visitarla: castellano aún balbuciente. A veces, en
–No, ya no existe, ha cambiado lugar de responder a mis cuestiones, ella
totalmente. me preguntaba qué libros tenía yo del poe-
Intento reconstruir esta conversación, ta. Le contesté que el año anterior había
que duró casi media hora. Ella me pre- comprado en Madrid las Obras completas
guntó por mi viaje y por el profesor Dario de la editorial Losada.
Puccini quien, a comienzos de los años –En realidad –me dijo– casi todos los
sesenta, recordó Josefina, vino a visitar- libros que han salido sobre Miguel llevan
le con su esposa a Elche, y con el cual, errores y erratas, a pesar de que yo he en-
sucesivamente, había contactado a través viado materiales y he dado datos biográ-
de amigos comunes, cuando preparaba la ficos y retratos aún desconocidos de Mi-
primera antología italiana de la obra de guel, que a veces no me han devuelto o,
Miguel, publicada por Feltrinelli en 1962. peor, han perdido.
Sonriendo, me confió que le gustaban mu- Le comenté que en mi tomo de Losada
cho los poemas traducidos al italiano: no había percibido estos errores.
–Parecen más bonitos, ya que suavizan –Hay erratas y mala ordenación cro-
un poco toda la pena que Miguel ence- nológica de los poemas, aunque en este
Cox, lugar de
residencia de
rraba dentro. Pero –añadió– pude leer el caso los textos han sido cotejados con los
Josefina Manresa y libro sólo mucho tiempo después, ya que manuscritos originales que yo escondí en
su familia cuando lo recibí tenía, y sigo teniéndolos, casas de parientes. Además, no entiendo
bien lo que dice al final María de Gracia
Ifach cuando escribe que Miguel «fue en-
carcelado por última vez en el cementerio
de Alicante»; en realidad, su muerte fue
la liberación de una terrible enfermedad
que le había destrozado por completo
alma y cuerpo. Su cuerpo estaba lleno de
pus y llagas por todas partes; se liberó so-
bre todo del sufrimiento por el estado en
que se encontraba, separado de su hijo y
de nosotros. Yo no podía verlo sufrir así;
cuando por última vez me permitieron vi-
sitarlo en la cama de la cárcel, sabía que
se iba a morir pronto. Ya no tenía palabras
sino sólo ronquidos; pero, igualmente, su
desaparición fue un dolor tremendo para
mí y para su familia.

238
Mi primer encuentro con Josefina Manresa

Le pregunté si estaba presente en el


momento de la muerte y me contestó que
no, pero fue como si estuviera.
–Yo estuve muriendo poco a poco con
él –dijo en voz baja.
A continuación me interesé por los
poemas del libro El rayo que no cesa que
Hernández le había dedicado, aunque el
propio Aleixandre me había señalado que
Josefina no era la musa inspiradora de to-
dos los textos. A continuación recreo el as-
pecto que no me atreví a indagar en aque-
lla ocasión y que sólo ahora registro, así
como la hipotética respuesta. La cuestión,
naturalmente, resulta más lógica gracias
a los datos posteriores que el estudio y el esta relación a través de los amigos de Mi- Josefina Manresa y
mejor conocimiento de la obra y biografía guel que vivían en Orihuela, entre los cua- Miguel Hernández
en Jaén, marzo de
del poeta han aportado. les se contaba Efrén Fenoll, bien informado
1937
de los hechos madrileños, aunque yo algo
había imaginado. En este periodo el noviaz-
*** go con Miguel se enfrió. Él ya era distinto,
el ambiente madrileño lo había cambiado
–Señora Manresa, ¿se acuerda usted de totalmente. En su última carta, que me en-
cuándo escribió Hernández los poemas de vió el 27 de julio de 1935, contestaba a mis
El rayo que no cesa? ¿Ya los conocía antes reproches de una manera incomprensible
de su publicación? en su persona, que yo notaba distinta y que
–No me gusta hablar de este libro, dema- ahora criticaba mi sana moral cristiana y re-
siado íntimo, y en el que además la figura husaba mis costumbres pueblerinas que has-
a la que Miguel se dirige no se corresponde ta entonces habían sido las suyas. Escribía:
con mi persona. Yo prefiero los poemas de El «Tú eres muy vergonzosa, no te gusta que te
silbo vulnerado. vean quererme y a mí se me importa un pito,
–Pero los poemas «Me tiraste un limón» por no decir otra palabra más expresiva que
y «Te me mueres de casta y de sencilla» pito, casi igual, solo que en vez de t lleva j.
(éste aparecido con el título «Pastora de ¿Si nos han hecho para eso, por qué vamos
mis besos») sin duda son atribuibles a su a ocultarnos cuando nos tenemos que hacer
influencia personal. una caricia? La gente de los pueblos es tonta
–Sí, es verdad, estos dos poemas me perte- perdida, Josefina mía: por eso me gustaría
necen, aunque en este periodo Miguel sufre tenerte aquí en Madrid, porque aquí no se
un distanciamiento ideológico y humano esconde nadie para darse un beso, ni a nadie
causado por las malas compañías que fre- le escandaliza cuando ve a una pareja tum-
cuentó en el bullicio de la vida madrileña bada en el campo, uno encima de otro». Y la
de la época. Entre las malas compañías es- carta continuaba: «Me gustaría que fueras
taba una mala mujer, bien experimentada más sincera para estas cosas, que no te ca-
en el amor. lles nada de lo que sientes y piensas. ¿O es
–¿Se refiere a la pintora gallega Maruja que tú, cuando piensas en mí, piensas sola-
Mallo? mente para rezar? Me supongo que no. Por
–Yo nunca conocí a esta mujer, pero me lo tanto, es una tontería de las más grandes
llegó de una manera indirecta la noticia de el pasarse la vida martirizándose de tanto

239
Gabriele Morelli

Isern, compañero del poeta en la prisión


de Torrijos. Él fue a saludar a Miguel an-
tes de su traslado a la terrible cárcel de
Palencia, donde Hernández sufrió tal
hambre, humedad y frío que aumentaron
su antiguas afecciones cerebrales y que
incluso le causaron una terrible hemorra-
gia, como revela el propio Hernández en
su carta enviada a Carlos Rodríguez Spi-
teri: «Que no me pase lo que me pasó en
Palencia, de donde hube de salir enfermo
y con una hemorragia muy grande» (24 de
abril de 1941). Luis Rodríguez me con-
firmó lo que igualmente me había dicho
Aleixandre: el poeta anhelaba que Josefi-
na y su hijo se trasladasen a vivir a Pa-
lencia, o a Madrid, para estar cerca de él,
según revelan numerosas cartas y tarjetas
del poeta enviadas a su esposa durante
esta fase. «Si consigo encontrar entre las
familias de mis compañeros de fatigas que
residen en Palencia, alguna con quien pu-
dieras estar, me gustaría que vinieras», su-
plica Miguel en la carta del 2 de octubre
de 1940. Pero según la confesión que me
hizo un día Aleixandre al hablarme de su
desafortunado joven amigo, resulta que
también Hernández intentó buscar un
Lista de objetos desear una cosa y no satisfacer ese deseo pu- domicilio para su familia en Madrid y se
personales de diendo...». En fin, Miguel, el Miguel que yo había dirigido al maestro sevillano. Me
Miguel Hernández
conocía había cambiado; de otra manera no confirmó este dato el mismo Rodríguez
en el momento de
su muerte se explican las palabras de otra carta ante- Isern cuando se lo pedí. La tentativa per-
rior, de comienzos de marzo, que me dirigió sonal de Aleixandre chocó, según me in-
ofendiendo a mi persona, y que decían: «Pa- formó, con la resistencia de Josefina, que
rece, Josefina, que tú tienes novio para no se negaba a abandonar su casa de Cox.
desentonar de tus amigas que tienen y dar Con la distancia de décadas, ahora evoco
envidia a las que no lo tienen. Yo no quiero la cara morena de Josefina y la imagino
ser tu novio para esas cosas, ni quiero que atenta a la pregunta. Escucho de nuevo
me quieras porque no te ha querido otro que la voz pausada de Aleixandre que me con-
a ti te hubiera gustado por los dos lados de fiaba: «¿Sabes?, escribí un par de veces
la cara, o porque no te ha de querer otro». diciendo a la pobre Josefina que mi her-
De veras, quien escribía así era otro Miguel, mana Conchita le había encontrado algo
muy lejano y distinto del que yo frecuentaba para se quedara en Madrid, pero ella me
antes. La vida de Madrid lo había trasfor- dijo que, con un hijo pequeño y enfermi-
mado y ya no era el mismo. zo, no podía en absoluto separarse de sus
No pude lanzar a Josefina otra pregun- parientes, ya que necesitaba su sostén y
ta, que años más tarde me sugirió el co- ayuda. Y mandé decírselo al pobre Mi-
nocimiento personal de Luis Rodríguez guel, aunque no era fácil comunicar con

240
Mi primer encuentro con Josefina Manresa

él en Palencia. Eran años difíciles para posible, viviendo en familia, con la de Luis
todos». Rodríguez por ejemplo, para esperar la so-
Pero queda pendiente la pregunta que lución de mi situación, lo pasarás bastan-
no lancé a Josefina con la respuesta que te bien. Podremos vernos cada 15 días y
tampoco pudo ofrecerme. podré contarte muchas cosas». Josefina,
–Josefina, ¿por qué no se trasladó a Pa- ¿por qué tampoco aceptó esta solicitud de
lencia cuando Miguel se lo pedía duran- trasladarse a Madrid a casa de Luis Rodrí-
te el periodo duro de encarcelamiento en guez, hecho que significaría para el poeta
esta ciudad castellana? la posibilidad de un acercamiento a la cár-
–Ante todo –contesta agria la mujer, mi- cel y un alivio para su soledad?
rándome fijamente a los ojos–, Miguel no –Ya se lo dije: habría sido imprudente
me aseguró ningún domicilio concreto en abandonar Cox, donde yo contaba con el
Palencia, y aunque lo hubiera encontrado, único sustento para nosotros. No quiero
yo no habría podido aceptar porque Mano- repetírselo otra vez, como tantas veces se lo
lillo se encontraba débil y con problemas de dije a Miguel, pero él, nada, testarudo, vol-
salud. En esta situación era peligroso afron- vía siempre sobre el tema, a veces dudando
tar un viaje largo y difícil para una mujer de mi buena voluntad y de mis sentimientos.
sola, según eran los viajes en tren en aquella –Reitero que si, en efecto, podía ser
época. Pero de Cox, donde según he dicho para usted dificultoso alejarse de sus fami-
seguía viviendo al lado de mis familiares, liares para ir a vivir en Palencia, no lo era
envié muchos paquetes de alimentos y ropas trasladarse a Madrid, donde podía contar
a Miguel, e incluso le envié tabaco, ya que, con la ayuda de tantos amigos, como por
a pesar de su enfermedad, en particular su ejemplo la del generoso Aleixandre. En
bronquitis, había tomado el mal hábito de una carta del 18 de enero, Miguel le hacía
fumar y creo que por culpa de sus compa- la misma consideración, suplicando con
ñeros de la cárcel de Ocaña donde estuvo tono áspero: «Dime en seguida si estás
antes. dispuesta a venir, y el tiempo que tardes
–Pero Aleixandre le había prometido en decírmelo, tardo yo en arreglar esto,
ayuda...
–Es verdad, el buen Vicente me mandó
decir que estaba buscando una colocación
para mí y Manolillo en una casa de Madrid,
pero Miguel me requería con insistencia
en Palencia, donde estaba encerrado en la
prisión. Yo dependía completamente de los
míos y de algunos amigos, entre los cuales
quiero recordar a Vicente, que en ese mo-
mento y también después de vez en cuando
me enviaban algún dinerito para comer.
–Posteriormente, el 28 de noviembre
de 1940, Miguel fue trasladado al Refor-
matorio de Adultos de Ocaña, y tampoco
entonces usted intentó acercarse a él, que
la requería con denuedo. Y usted recuer- Miguel Hernández
da la carta que le envió Miguel el 10 de amortajado, dibujo
de Eusebio Oca
enero de 1941, en la que él le suplicaba (Foto Sánchez,
que se fuese a vivir a Madrid: «Con los Archivo Municipal
30 duros –le decía– y algunos más si es de Alicante)

241
Gabriele Morelli

pero no fue el mismo día de mi visita a El-


che, sino al siguiente. El proyecto estuvo
en duda hasta el último instante, ya que
Josefina me repitió tajante que no quería
volver a pisar el polvo de ese pueblo. Pero
al final quizás le conmovió el hecho de
que, cuando volví a verla al día siguiente,
me presenté con tres billetes del autocar
para Orihuela. Le aseguré, enseñándolos,
que el que sobraba era para Miguel, por-
que sin duda él estaría con nosotros y nos
acompañaría durante el viaje. De pronto
Josefina se me acercó (siempre hablába-
mos a cierta distancia) y me miró inten-
Presos durmiendo Josefina». Y añadía con reproche: «Si no samente; su cara se había suavizado y en
la siesta, de Gastón te decides me darás un gran disgusto y no sus ojos brillaba una sombra oscura. No
Castelló
volveré a insistir nunca… Piénsalo deteni- dijo nada. Se encaminó rápida hacia la
(Colección
Diputación de damente y deja esta cobardía para andar estación de autocares; y, yo, detrás, con
Alicante) por el mundo que siempre has tenido. En las tres entradas pegaditas en la mano su-
Palencia, todavía podías excusarte, pero dada. A mi lado iba con su paso elástico
en Madrid no estarás sola nunca, pasara lo y veloz también Miguel. Volví a mirarle y
que pasara, porque además de Vergara, es- le vi como le recuerda Aleixandre cuando
tán Aleixandre y una infinidad de amigos». iba a visitarle en su casa madrileña (1998:
–Es que Miguel tenía sus ideales y no se 182):
daba cuenta de nuestra realidad, la mía y
de su hijo. Calzaba entonces alpargatas, no sólo por
su limpia pobreza, sino porque era el cal-
zado natural a que su pie se acostumbró
*** de chiquillo... Llegaba en mangas de
camisa, sin corbata ni cuello, casi moja-
Torna el recuerdo de aquel lejano en- do aún por el chapuzón de la corriente.
cuentro –tuve un segundo que narraré en Unos ojos azules, como dos piedras límpi-
otra ocasión–, en el que siempre habla- das sobre las que el agua hubiese pasado
ba yo y preguntaba algo sobre la vida del durante años, brillaban en la faz térrea,
poeta o sus poemas, mientras que Jose- arcilla pura donde la dentadura blanca,
fina se limitaba a asentir o, más bien, a blanquísima, contrastaba con violencia
negar rotundamente lo que yo opinaba. como, efectivamente, una irrupción de
El viaje con ella a Orihuela ya se conoce, espuma sobre una tierra ocre.

242
Mi primer encuentro con Josefina Manresa

Notas
1. En realidad, en el citado artículo, yo acredi- sobre el deseo de la viuda de Hernández de
taba como mi primer viaje a España el realiza- editar «un libro con las poesías publicables
do a Elche para encontrar a Josefina Manresa. de su marido». En otra misiva anterior, del
9-3-1947, afrontaba con detalles y su habitual
2. El color de los ojos de Hernández varía se-
meticulosidad el asunto de los derechos de
gún las diferentes versiones de allegados al
autor informando de las condiciones pedidas
poeta: para Aleixandre son «azules»; Josefina
por Josefina, y pidiendo ayuda a Cossío para
los recuerda «verdes claros»; «oscuros», según
la realización de la publicación (véase Neira,
Octavio Paz; mientras que, según la hoja del
1998: 369). En efecto, Aleixandre, ya a partir
servicio militar y la ficha carcelaria, son «par-
de 1946, se ocupaba de la gestión de la edi-
dos». Sobre el asunto, véase la nota de E. Mar-
ción de la obra de Hernández, como revela su
tín (2005: 42-43).
carta enviada al poeta canario Juan Medros
3. Probablemente se trata del libro Obra es- en la que recuerda: «Si se encuentra editor,
cogida (1952). Sobre el interés de Aleixandre la viuda desea publicar una Antología de su
por la publicación de la obra de Hernández, obra, con los poemas inéditos incluidos. Claro
es suficiente leer la carta del 20-12-1956 que un editor no ha de faltar» (Cases Andreu,
enviada a José María Cossío, donde informa 2000: 88-89).

Bibliografía

Aleixandre, Vicente, Los encuentros, ed. nacional, Orihuela (Alicante), Funda-


Alejandro Duque Amusco, Madrid, Es- ción Cultural Miguel Hernández, 2005.
pasa Calpe (Austral), 1998. Morelli, Gabriele, «Un joven hispanista
Cases Andreu, Ildefonso, «Una carta de en busca de su vocación», en G. Mo-
Vicente Aleixandre», Oleza (2000), pp. relli (ed.), La Generación del 27 y su
88-89. modernidad, Málaga, Centro Cultural
Hernández, Miguel, Obra escogida (Poe- Generación del 27, 2007, pp. 25-36.
sía-Teatro), pról. Antonio del Hoyo, Neira, Julio, «De Aleixandre a Cossío:
Madrid, Aguilar, 1952. cartas de posguerra», Boletín de la Bi-


Martín, Eutimio, «Luces y sombras so- blioteca de Menénez Pelayo, año 74
bre la biografía de Miguel Hernández», (1998), pp. 369-403.
en aa. vv., Presente y futuro de Miguel Neruda, Pablo, Confieso que he vivido,
Hernández, Actas del II Congreso Inter- Barcelona, Argos Vergara, 1979.

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INVIERNO 2009-2010 • R E V I S TA D E L I N S T I T U T O A L I CA N T I N O D E C U LT U R A J U A N G I L - A L B E R T • NÚM. 56 • 23€

Miguel Hernández,
cien años

56

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Miguel Hernández, cien años

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Alicante, enero de 2010
INVIERNO 2009-2010 • R E V I S TA D E L I N S T I T U T O A L I CA N T I N O D E C U LT U R A J U A N G I L - A L B E R T • NÚM. 56 • 23€

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cien años

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