Está en la página 1de 8

1

El Orientador - Figura Clave en el Proceso de Cambio Institucional ¿Realidad o

ficción?

Anca Szasz

Máster en Formación de Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato

Especialización Orientación Educativa, Facultad de Formación de Profesorado y Educación,

Universidad Autónoma de Madrid

33368: Procesos y Contextos Educativos

Maria Rosario Cerrillo Martín

16 de Enero 2021

1968 Palabras
2

Introducción

El cambio es una característica inherente a la sociedad, y su ritmo ha aumentado

exponencialmente desde mediados del siglo pasado. El entorno social, económico, y

tecnológico altamente cambiante plantea unos problemas al sistema educativo que se

traducen en la necesidad de continua adaptación, porque “no hay alternativas, en

Educación, si no se avanza, se retrocede” (Bolívar, 1996, p. 169). Pero ¿se pueden generar

actuaciones de adaptación al nuevo entorno que generen un círculo virtuoso de mejora

educativa?

La mejora en las escuelas es un proceso de transformación y aprendizaje personal e

institucional (Coronel, 2002) que no depende necesariamente de grandes reformas, sino

también de pequeños cambios que están relacionados con las necesidades de cada centro

y con la cultura escolar preexistente (Fullan, 2007; Viñao, 2003), idea expresada

anteriormente también por Bolívar (1996). Se plantea así una primera pregunta ¿quién es

responsable de este cambio?

Cualquier camino empieza siempre por un primer paso, aunque sea uno muy

pequeño. En un centro educativo, el camino del cambio hacia la mejora no representa una

excepción. Parece evidente que alguien tiene que dar ese primer paso. ¿Es aquí donde

entra en el escenario el orientador?

Martínez Garrido et al., (2010, p. 110) consideran al orientador como “agente

educativo en compromiso con la mejora del centro que colabora con los docentes para

mejorar el desarrollo del alumnado de manera integral, trabajando en estrecho vínculo con

el equipo directivo y promoviendo la innovación en la práctica diaria”. En este contexto,

surge otra pregunta: ¿esta teoría tiene aplicación real en la práctica o sigue siendo una

teoría más?

Para intentar dar una respuesta a estos interrogantes se presenta a continuación la

importancia de la orientación educativa en el marco legislativo actual, las áreas de

intervención, los roles y las funciones del orientador, las competencias, y algunas

características del entorno en el que se desarrolla su labor.


3

Desarrollo

Siguiendo las recomendaciones de la Unión Europea, la LOE (2006) - y

ulteriormente la LOMCE (2013) - impulsan la orientación en todas sus dimensiones,

incluyendo la orientación educativa y profesional como uno de los factores de calidad de la

enseñanza, y como uno de los principios de la educación. Cualquier cambio en el modelo

educativo de una comunidad (de cualquier tamaño, desde un centro educativo hasta niveles

supranacionales) cuenta con la participación activa de los docentes y evidentemente con la

de los orientadores educativos como las figuras que lo guían, apoyan y acompañan. La

evolución de los modelos de educación adoptados en las sucesivas leyes democráticas,

tanto en España, como a nivel internacional son una muestra significativa de ello. En estas

leyes se observa una evolución doctrinal que induce a pensar en la importancia creciente de

la participación de los orientadores en el sistema educativo, especialmente en los procesos

de cambios y mejora.

Álvarez y Romero (2007, p. 18) presentan al orientador - además de referente de

cambio - como la figura que “busca la transformación personal, organizacional y social”,

dinamiza los grupos, facilita el trabajo en equipo, planifica estrategias para resolver

problemas, genera buenas relaciones interpersonales, participa en la toma de decisiones y

establece vínculos con su entorno. En el desarrollo de la labor diaria de un orientador, entre

la multitud de tareas que debe asumir, cumplir con esos ideales a veces puede parecer

imposible. Sin embargo, se ha diseminado una cantidad significativa de ejemplos de buenas

prácticas, que demuestran que sí, se pueden encontrar maneras de conseguirlo.

Más allá del marco normativo que regula y define las direcciones de avance y las

prioridades de la educación en un centro, el orientador, junto al equipo directivo, es el

timonel que debe identificar las fortalezas para mantenerlas y aprovechar las oportunidades

para intervenir en la corrección de las debilidades, intentando prever y evitar las amenazas.

Este proceso tiene que ser cíclico y permanente, pero no se genera por sí solo, sino que es

necesario que sea construido. Requiere un punto de partida, una dirección hacia una meta,
4

organización, coordinación, la voluntad de mejorar y la disposición de esforzarse para

conseguirlo.

Séneca afirmaba que no hay viento favorable para quien no sabe hacia dónde ir. El

centro educativo se ve beneficiado por el “viento favorable” del potencial humano existente,

dado que cualquier claustro de profesores está formado por varias personalidades,

conocimientos, historias y experiencias. El orientador, desde su postura y su formación,

puede aprovechar todo este potencial y proponer direcciones de cambio y contribuir a

impulsar el centro entero hacia la mejora. Evidentemente, el orientador no puede iniciar

cambios él solo, pero puede y debe proponer soluciones alternativas constructivas.

En su conjunto, un centro es un pequeño microcosmos en que se encuentra un

conglomerado de personas interconectadas e interrelacionadas, lo que también representa

un gran potencial. La psicología de la Géstalt convenció que “el todo es más que la suma de

sus partes”; la clave que tiene que manejar el orientador es de saber coordinar y motivar a

las partes para que el todo se le una en el proceso del cambio. Puede ser complicado, pero

las evidencias demuestran que no es imposible. Cualquier pequeño cambio conseguido

servirá como nuevo punto de partida hacia un nuevo cambio. (Moyano, 2009). De esta

forma se consigue poner las bases de la construcción de una espiral ascendente en la se

implique a todos los agentes participantes en la educación y el desarrollo del alumnado.

El cambio educativo no es un evento puntual, un hecho aislado que, una vez cerrado

el proceso, se transforma en una realidad constante inmutable, sino un modelo de cultura

organizacional y - rescatando una idea anterior - un punto de partida para el camino a seguir

hacia una mejora continua. Si el objetivo fundamental de la educación es el desarrollo

integral del alumno, el orientador es la figura que aúna y cohesiona todos los factores que

tienen influencia directa o indirecta en este desarrollo: dirección, profesores, las vivencias

del alumnado, familias, centro educativo y, por extensión, la sociedad. Sus roles y múltiples

funciones le sitúan en un punto neurálgico del sistema educativo. Esta situación le permite

intervenir de manera directa en el proceso de cambio, implicar a toda la comunidad

educativa y convertir el cambio en una normalidad constante, como parte de la cultura de


5

centro. Por ese camino del cambio es su primer paso como pionero, guía, apoyo y

acompañante.

Parece obvio que no se trata de un camino fácil. Al orientador también se le requiere

saber ser, saber hacer y saber estar, por lo que se impone la necesidad de tener un cierto

perfil profesional y personal. En primer plano, además de la formación inicial, se sitúa la

preocupación por su propia formación e información continua. Es un requisito imprescindible

para estar permanentemente conectado con la realidad social a la que tiene que adaptarse

y contribuir a la adaptación del centro en su conjunto. Además de disponer de sólidos

conocimientos en el área de la psicopedagogía, el orientador es líder, se encarga de la

gestión de proyectos de orientación, la orientación vocacional, el desarrollo personal y el

acompañamiento pedagógico (Villarroel Montaner et al., 2019). Es co-investigador, amigo,

crítico, evaluador (Calvo Salvador et al., 2012); asesora y aporta nuevas perspectivas en la

resolución de problemas, además de ser un apoyo tanto para el profesorado, como para

los alumnos .(Balsalobre Aguilar y Herrada Valverde, 2018).

Lograr objetivos de este nivel requiere que evite las actitudes catastróficas, que se

encuentre motivado para que pueda motivar; que gestione de manera eficaz su estrés y

esté así en condiciones de apoyar a los demás profesores y a los alumnos; que sepa

priorizar y marcar objetivos claros, realistas. Necesita además ser sistemático, riguroso,

ordenado, tener habilidades sociales, capacidad de diálogo y capacidad para afrontar retos,

y ser consciente de que no hay una realidad única universalmente aceptada. Tiene también

que estar continuamente “entre el arte de la guerra y el arte de la prudencia”, siendo

consciente de que siempre existirá una actitud quintacolumnista opuesta al cambio. Reducir

esta rémora implica tener un modelo mental abierto, creativo, constructivo, camaleónico,

visionario; comunicarse de manera asertiva, saber argumentar de manera lógica y

convincente (Moyano, 2009).

Si el orientador es un agente de cambio, su actitud tiene que situarse en las

antípodas de la complacencia y de la inercia, en un espacio de iniciativa, actuación,

motivación, voluntad y perseverancia constante. Desde este punto de vista, ciertas


6

cualidades humanas pueden marcar importantes diferencias: tiene que ser respetable y

respetado, que confíe y que tenga convicciones; entusiasta, incansable, pero paciente;

empático y comprensivo, una vela que ilumine el camino de otros. Es lo que tendrían que

ser todos los profesores, independientemente del nivel educativo, como parte fundamental

de un sistema que pretende educar, formar y desarrollar capacidades del alumnado para su

futura integración en la sociedad.

Es necesario destacar finalmente que el orientador no limita su ámbito de actuación

sólo al entorno escolar y familiar sino que debe constituirse también como agente de cambio

en el entorno social mediante el ejercicio activo de la Pedagogía Crítica, la formación de

corrientes de opinión educativas, y la generación de propuestas concretas de mejora

aplicables a la generalidad de los centros, como un ejemplo más de buenas prácticas.

Conclusión

Vivimos en un mundo de globalización, movimientos migratorios, nuevas

tecnologías, cambios de roles sociales, nuevas estructuras familiares y nuevas

generaciones de alumnos. El cambio educativo ha de seguir el ritmo de avance de la

sociedad. Estas nuevas generaciones de alumnos, inmersas en modelos de educación

heredados de generaciones anteriores parecen a veces orquestas desafinadas a la espera

de sincronización, lo que representa uno de los grandes problemas de la educación actual

(Moyano, 2009)

El orientador ha de ser parte de la solución, no del problema, así que solo tiene que

dar el primer paso por el lento y sinuoso camino del cambio, en la dirección de la mejora.
7

Referencias

Álvarez, V. y Romero, S. (2007). Formación basada en competencias para los profesionales

de la orientación. Educación XXI, 10, 15-37.

Balsalobre Aguilar, L., y Herrada Valverde, R. (2018). Aprendizaje basado en proyectos en

educación secundaria: el orientador como agente de cambio. REOP - Revista

Española de Orientación y Psicopedagogía, 29(3), 45-60.

https://doi.org/10.5944/reop.vol.29.num.3.2018.23320

Bolívar, A. (1996). Cultura escolar y cambio curricular. Bordón, 48(2), 169-177.

Calvo Salvador, A., Haya Salmón, I. y Susinos Rada, T. (2012). El rol del orientador en la

mejora escolar. Una investigación centrada en la voz del alumnado como elemento

de cambio. Revista De Investigación En Educación, 10(2), 7-20.

http://reined.webs.uvigo.es/index.php/reined/article/view/147

Coronel, J. M. (2002). Estrategias de mejora de la escuela. En F. J. Murillo y M. Muñoz-

Repiso (Coords.). La mejora de la escuela. Un cambio de mirada (pp. 52-86).

Octaedro-CIDE

Villarroel Montaner, D., Gairí Sallàn, J. y José Garcés Bustamante, J. (2019). Competencias

del orientador de centros subvencionados vulnerables para la mejora de la

convivencia escolar. Revista De Orientación Educacional , 31(60), pp. 100-114.

http://www.roe.cl/index.php/roe/article/view/26

Fullan, M. (2007). Las fuerzas del cambio con creces. Akal.

Martínez Garrido, C. A., Krichesky, G. J. y García Barrera, A. (2010). El orientador escolar

como agente interno de cambio. Revista iberoamericana de educación, (54), 107-

122.

Hernández Rivero, V. y Mederos Santana, Y. (2018). Papel del orientador/a educativo como

asesor/a: funciones y estrategias de apoyo. REOP - Revista Española de

Orientación y Psicopedagogía, 29(1), 40-57.

https://doi.org/10.5944/reop.vol.29.num.1.2018.23293
8

Hervás Avilés, M. R. (2006). Orientación e intervención psicopedagógica y procesos de

cambio. Grupo Editorial Universitario

Moyano, M. (2009). Reflexiones de un orientador educativo novel: un ensayo. Revista de

Educación, (32), 283-302.

Viñao, A. (2003). Sistemas educativos, culturas escolares y reformas: continuidades y

cambios. Morata.

También podría gustarte