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ENSAYO CLÍNICO EN LA
ENFERMEDAD DE ALZHEIMER
1. INTRODUCCIÓN
La enfermedad de Alzheimer (EA) es la más común de las demencias(1-4). A nivel mundial
para la población mayor de 65 años tiene una prevalencia del 0,7 al 3%(5) y del 3 al 5% en los paí-
ses occidentales(2,5). En Cataluña, dos estudios realizados en Girona en una población rural, han
obtenido una prevalencia del 5,74% para la población de más de 64 años y del 6,64% para la de
más de 69 años(3). Cifras semejantes han sido observadas en otras poblaciones españolas(4) y euro-
peas, y suponen un reto para el clínico, que debe abordar los aspectos diagnósticos, etiológicos
y terapéuticos.
Los ensayos clínicos sobre demencias son difíciles y costosos debido, en gran parte, a la gran
incertidumbre que rodea al propio concepto de demencia y a la definición de sus subtipos. En
este sentido, las recomendaciones realizadas a los neurólogos por el subcomité de normas de
calidad de la Academia Americana de Neurología, han sido valoradas como excesivamente cos-
tosas y discutibles.
La investigación clínica en la EA actualmente se centra en el retraso de la evolución de la
enfermedad y en el control de las alteraciones psicopatológicas. La introducción de nuevos fár-
macos para el tratamiento de las demencias primarias, está produciendo un cambio en la per-
cepción de la EA. Los elevados costes económicos que suponen la realización de estudios, tanto
clínicos, como terapéuticos conlleva a que la investigación se focalice en aspectos muy concre-
tos con lo que se pierde la visión global del proceso. Un mejor diseño de los estudios clínicos
permitiría optimizar los recursos.
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B. Objetivos
1. Pregunta primaria y variable respuesta
2. Preguntas secundarias y variables respuestas
3. Hipótesis
D. Organización
1. Investigadores participantes
2. Datos administrativos
a. Comités y Subcomités
b. Comités de normas y monitorización de datos
2. Qué escalas son las más adecuadas para medir el deterioro global del proceso (cognitivo,
psicopatológico, calidad de vida, entorno social y repercusión económica, entre otros).
3. En qué fase debemos iniciar la aplicación del recurso evaluado (tratamiento farmacológico
entre otros).
Los criterios diagnósticos actuales para el síndrome demencial (DSM-IV(10), ICD-10(11), per-
miten al clínico el diagnóstico de demencia sin grandes diferencias, ya que coinciden en las líne-
as generales. Es en la clasificación de los subtipos de demencias donde aparecen las discre-
pancias, no sólo en los aspectos clínicos, sino también en las pruebas complementarias que deben
utilizarse para llegar al diagnóstico (psicométricas, neuroimagen, bioquímicas y anatomopato-
lógicas, entre otras).
Para el diagnóstico de la EA, los criterios DSM-IV (Tabla III) requieren que además de cum-
plir los criterios clínicos y de haber descartado otras causas de demencia, tenga un inicio gra-
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B. Los defectos cognitivos de los criterios A1 y A2 causan una alteración significativa en el funcionamiento
social o laboral, y representan una disminución significativa respecto al nivel previo de funcionamiento.
F. La alteración no es mejor explicada por otra alteración del eje (p.ej. alteración depresiva mayor,
esquizofrenia)
dual y un curso progresivo. Permite clasificar la EA, en EA de inicio precoz y EA de inicio tar-
dío.
Los criterios ICD-10 para la EA(11) requieren, además de la edad y de la evolución de la enfer-
medad (EA de inicio insidioso y EA de inicio lento), que no existan datos clínicos o resultados
de las exploraciones complementarias que sugieran otra enfermedad cerebral o sistémica capaz
de provocar demencia. La demencia no ha de debutar con un inicio súbito ni ha de tener sig-
nos focales.
Los criterios más utilizados son los del National Institute of Neurological and Communicative
Disorders and Stroke y la Alzheimer’s Disease and Related Association (NINCDS-ADRDA)(12).
Han sido diseñados exclusivamente para el diagnóstico de la EA y permiten tres grados de cer-
teza: posible, probable y definitiva (Tabla IV). Este último, el diagnóstico definitivo, no puede
aplicarse en los ensayos clínicos, ya que requiere evidencia histológica (biopsia cerebral o autop-
sia). El diagnóstico de EA probable es ambiguo, requiere que el diagnóstico sindrómico de
demencia esté establecido clínicamente, y que, asimismo esté documentado con un Mini-Mental
State Examination(13) y la escala de demencia de Blessed(14), y que todo ello sea confirmado a tra-
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vés de baterías neuropsicológicas. Las dos primeras pruebas no son diagnósticas, aunque sí úti-
les en el seguimiento del proceso y deja en manos del investigador las baterías neuropsicoló-
gicas con las que se ha de confirmar el diagnóstico. Todo ello permite una gran disparidad en
las pruebas a utilizar y conlleva la exclusión o inclusión de otros tipos de demencias. Tampoco
es útil utilizar como criterio diagnóstico la edad con un margen de variabilidad entre los 40 y
los 90 años, ni los trastornos de conciencia que puedan observarse en algunos casos en fases ini-
ciales y/o moderadas de la enfermedad. El diagnóstico posible de EA puede dar lugar a fal-
sos diagnósticos de la enfermedad por lo que excluye estos casos de los ensayos clínicos.
Aunque a nivel individual cada clasificación puede ser cuestionada en algún aspecto, valo-
rando su globalidad podemos considerarlas como instrumentos útiles en el estudio de la demen-
cia de la EA, aun cuando deben de ser utilizadas conjuntamente con otras escalas que permi-
tan hacer el diagnóstico diferencial con otras demencias.
Existen diferentes escalas diseñadas para medir el deterioro cognitivo. Las más ampliamente
difundidas a nivel internacional son la Global Deterioration Scale (GDS)(15) y la Clinical Dementia
Rating (CDR)(16,17) (Tabla V). La GDS gradúa el deterioro de la EA en siete niveles, desde la ausen-
cia de alteraciones cognitivas hasta los deterioros cognitivos graves, y la CDR que establece
cinco fases que van desde la asintomática hasta la final. Ambas escalas son de utilidad en la clí-
nica diaria, aunque poco útiles para evaluar la respuesta terapéutica. En los últimos años se
ha introducido la Alzheimer’s Disease Assessment Scale (ADAS)(18) que ha sido muy utilizada
para valorar la eficacia terapéutica en numerosos ensayos americanos. Estudios europeos han
utilizado, tanto la escala cognitiva del CAMDEX (CAMCOG)(19,20), como la ADAS. Ninguna
de las escalas es suficientemente adecuada para la obtención de información en fases muy ini-
ciales de la enfermedad, y tampoco son útiles en fases avanzadas, en la que estaría indicado uti-
lizar la Severe Impairment Battery (SIB)(21), entre otras.
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6. CRITERIOS DEONTOLÓGICOS
Los ensayos clínicos en EA deben realizarse siguiendo las normativas éticas de Helsinki y/o
de la OMS. Los investigadores no deben ser jueces de sus proyectos, y aunque hay estamen-
tos que definen las líneas generales a seguir, no existe una pauta detallada de cómo aplicar los
principios éticos individualmente para que la investigación resulte independiente.
El Comité Ético que autoriza el ensayo debe cuidar de que éste cumpla las normativas exis-
tentes facilitando la información adecuada, tanto al paciente, como a su cuidador.
Los pacientes, aunque participen de forma voluntaria, no deben ser considerados “volun-
tarios en ensayos terapéuticos”, dado que su situación de enfermos les condiciona a partici-
par en los estudios en busca de la esperanza de mejorar. Por otra parte, la propia enfermedad
condiciona que sean los familiares y no el enfermo quien tome la decisión de participar en el
ensayo. Así, y debido al desconocimiento que éstos tienen de la enfermedad y a la confianza
que depositan en el especialista, el investigador debe ser muy escrupuloso a la hora de facilitar
la información para llegar a un acuerdo. Los pacientes y sus responsables, en estos casos, han
de dar su consentimiento de modo verbal y por escrito.
La información que se da al paciente siempre debe estar sujeta a las normas establecidas por
el Comité Ético que aprobó el ensayo clínico. El investigador debe informar al paciente y al cui-
dador sobre la efectividad del tratamiento, indicando que puede ser nula, que podría empeo-
rar o en el mejor de los casos mejorar.
Por otra parte, debe tenerse en cuenta el riesgo que comporta para el paciente estar inclui-
do en un ensayo clínico y que puede ser mínimo, bajo o elevado. Se entiende por riesgo míni-
mo el que corresponde a la rutina diaria, p.e. viajar en autobús, realizar algún deporte, y se cal-
cula que la posibilidad a sufrir un daño serio es poco probable o remota y debe ser ignorado.
La posibilidad de muerte ha de ser inferior a un caso por millón.
Se considera riesgo bajo cuando la posibilidad de reacción adversa es de 10 a 1.000 casos por
millón, y/o de muerte de 100 casos por millón.
El beneficio del ensayo en EA ha de ser valorado de dos formas: un beneficio individual que
repercute directamente sobre el paciente que toma la medicación, y un beneficio general que se
supone ue repercutirá en toda la sociedad.
El hecho de participar en un ensayo clínico puede suponer, al paciente y/o al responsa-
ble, un gasto económico en algunas fases del estudio, que debería ser reembolsado o asumi-
do por el promotor del ensayo. Los Comités Éticos deben valorar qué tipo de gastos han de
asumirse en los ensayos (desplazamientos, horas de trabajo de los cuidadores, acompañan-
tes, entre otros).
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