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I N M EMORIAM

Nunca tuve seis años, nací así,

las manos de carbón, la mirada hendida

y sin saber bailar, las piernas sin gracia,

aguardo a que alguien dé órdenes, sin más,

sentado ante la lluvia que, incesante,

moja las piedras blandas, los oteros,

los calcetines viejos y los peros

que toda boca lanza a mi pasar,

a mi pesar, goteras en la cruz,

esa que todo el mundo porta siempre,

que duda del futuro y del recuerdo,

oyendo los murmullos en la niebla,

como rayo de sol suben del río,

luz de luna se clava en la mirada,

procesión de murmullos boreales,

luminiscencias leves en un cielo,

que gritan sosegadas la locura,

susurran convencidas la fortuna,

y su voz como el viento me convence

de que nací así, muerto como todos,


murmullo del murmullo que como red

se extiende como un río y se expande,

es una onda explosiva de calor

en esta noche terca de furor

en su caligrafía cancerosa

como un deseo abierto a mi albur.

El sol peina mi vida acariciada,

el viento agrieta simple voz vaciada,

el agua liquidó la mar avezada,

la piedra, a patadas conversada.

Todo queda grabado en nuestra lápida

– nuestra carne – sol, viento, agua, piedra –

nuestra sangre – el haber de derroche

bebible, comestible, moldeable.

Así me nació lenta la literatura,

de la mitad del medio del ombligo,

como a quien le nació un carúncula

o una guerra civil o una aventura.

Como una procesión de versos dichos

de boca de los poetas en compaña,


poetas de Castilla seca y recia,

poetas de un lugar indefinible,

poetas en una santa compaña,

poetas al sol, poetas nocturnos,

poetas de un vaso de güisqui,

poetas de las manos de alcanfor,

poetas arrulladores que mienten,

poetas conspiradores que imitan,

todos crucificados en la ausencia.

Voy a decir los versos más desesperados esta noche

donde habite el sentido,

en la orilla de un río sin nombre,

guiado de una mujer y su culpa,

hendido de un puñal siempre escondido

bajo el chal de la aurora,

en los vastos dominios de lo escindido,

donde los niños claman

por los pechos de la noche,

es de noche a media tarde,

nado en un mar de dudas

y tú me escudas,

titilas en el cielo como estrella,

amamantas la noche como un pecho,

crucificas mi alma como un Cristo,


me devuelves la vida como a un monstruo,

me revuelves la vista y me ciegas,

pero no sé qué hacer con tus besos,

aunque no sé qué hacer con tus retos,

mas me dirás qué hacer con los rezos,

sin embargo, qué hacer con los trazos.

Desnuda, así te quieren mis manos

que te acarician leve,

que repasarán toda tu piel,

y horadarán tu ombligo,

y taparán tu herida,

se beberán tu sangre,

complaciente amatoria poesía

que supura del grano adolescente.

Versos que son murmullos en el sol

que se desprende en carne de la santa

Compaña, son murmullos que amplifico

de la piedra de un pueblo olvidado,

murmullo del murmullo de mi vida

este río de olvido en que me ahogo,

este pozo de horror que es mi castigo.


Nunca tuve seis años, nací así,

estela de vapor que cruza el cielo:

justo cuando el mundo dobladillo.

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