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Palabra de Dios
Gloria a Ti, Señor Jesús
JUDÍOS Y SAMARITANOS
Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel- existía una antigua enemistad,
una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente
la ciudad de Samaría y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada
con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17).
Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaría,
dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias.
"Quien come pan con un samaritano es como quien come carne de cerdo
(animal prohibido en la dieta judía)“, dice la Misná (Shab 8.10).
La relación entre judíos y samaritanos
había experimentado en los días de Jesús
una especial dureza, después de que éstos,
bajo el procurador Coponio, hubiesen profanado
los pórticos del templo y el santuario esparciendo
durante la noche huesos humanos,
como refiere el historiador Flavio Josefo en su obra
Antigüedades Judías (18,29s).
Hacia el s. II a.C.,
el libro del Eclesiástico (50,25-26) dice:
“Dos naciones aborrezco y la tercera no es pueblo:
los habitantes de Seir y Filistea
y el pueblo necio que habita en Siquén (Samaría)”.
En Efrén, a donde se había retirado Jesús después de la resurrección de Lázaro, estuvo Jesús unos días,
tal vez unas semanas. No es improbable que desde la ciudad hiciese algunas excursiones a los lugares
limítrofes para predicar el Evangelio. Por las cercanías de Pascua, la última de su vida mortal,
resolvió Jesús subir a Jerusalén y pasa entre Samaría y Galilea.
Al entrar en una aldea le salen al encuentro diez leprosos.
Estos tenían que vivir alejados de las gentes, incluso en los poblados.
La desgracia los hacía juntarse, aquí incluso judíos y samaritanos, para hacer más llevadera su suerte.
También hasta ellos había llegado la fama de Cristo. La «lepra» está íntimamente relacionada con esta
'aldea' indeterminada en la que 'entra' Jesús (v. 12a) y de la que los invita a salir (v. 14a)
y, al volver el samaritano (v. 15), a irse de allí definitivamente (v. 19b).
LOS LEPROSOS
La lepra bíblica comprende una serie de enfermedades de la piel y no sólo la lepra en sentido propio.
Esta era llamada castigo o “azote de Dios” (Núm 12, 98; Dt 28, 35) y era considerada como “impureza”.
Los judíos consideran estas enfermedades como un castigo especial de Dios recibido por el pecado cometido
ya sea por el mismo leproso o por sus padres, de ahí que el leproso fuera tratado como un muerto
para la sociedad y se le obligara a vestir como se vestía a los muertos:
Ropas desgarradas, cabelleras sueltas, barba rapada, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando:
“¡Impuro, impuro!” todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro.
Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada»
(Lev 13, 45-46).
JESÚS, MAESTRO, TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS
Estos leprosos, al ver a Jesús, en vez de gritar el prescrito “impuro, impuro”, le suplican a grandes voces:
«¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».
Hasta ahora sólo los apóstoles, le habían es llamado Maestro a Jesús subyugados por su poder (5,5; 9,49),
llenos de asombro por su gloria (9,33), o cuando esperaban ayuda en su desamparo (8,24).
LES MANDA A CUMPLIR LA LEY
Como respuesta a su súplica el Señor les dice: «Vayan y preséntense a los sacerdotes».
Los sacerdotes, que tenían la función de examinar las enfermedades de la piel y declarar “impuro” al
leproso, también debían declararlo “puro” en caso de curarse y autorizar su reintegración a la comunidad.
DURANTE EL CAMINO QUEDARON CURADOS
La sencillez y los nobles sentimientos humanos son un camino hacia la salvación si van unidos a la fe
en la palabra de Jesús, en la que se encierran la ley y los profetas.
La palabra da fruto si se acoge en un «corazón noble y generoso
En el samaritano se diseña el camino del Evangelio hacia los paganos.
En el extranjero vuelve a Jesús con gratitud, alabanza, confesión de la propia pobreza delante de Dios.
La curación de los otros, ingratos, no significa, por tanto, su salvación, ya que sólo al extranjero
que ha vuelto le dice el Señor: "Levántate Y vete; tu fe te ha salvado".
«Tu fe te ha salvado»... Sólo cuando esta frase puede aplicarse a nuestra vida, cuando sentimos
que ya no somos los mismos de antes, cuando la fe cristiana produce un verdadero cambio en la persona
y en la sociedad, sólo entonces podemos comenzar a sentirnos cristianos.
Cristiano no es el que pide gracias, o recibe gracias. Es quien da gracias.
La Eucaristía dominical debería influir más en nuestra vida. Las lecturas nos iluminan,
nos ayudan a discernir, nos motivan, nos fortalecen en nuestras opciones de fe.
La eucaristía, que representa el acto más sublime del culto cristiano, significa, literalmente,
"acción de gracias".
Gracias, Señor, por la aurora;
gracias, por el nuevo día;
gracias, por la Eucaristía;
gracias, por nuestra Señora:
Y gracias, por cada hora
de nuestro andar peregrino.
Amén.
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