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Los Sofistas.

A mediados del siglo V a. C., la atención de la filosofía


griega se apartó de los problemas relativos al origen de la
naturaleza para ocuparse de aquellos que afectaban a los
hombres en su convivencia social y en su relación con el
Estado. Las polis griegas demandaban la participación
consciente y activa de los ciudadanos. Así fue entonces
que los filósofos se convirtieron en educadores de
dirigentes políticos. Los encargados de llevar a cabo esta
actividad pedagógica eran, inicialmente los sofistas y
como alternativa a ellos, Sócrates. Los sofistas no
constituyeron una escuela filosófica determinada, sólo
eran maestros ambulantes del saber que hacían de él su
modo de vida. Mediante un sueldo, enseñan a sus alumnos las fórmulas que les permitirán persuadir y
convencer a sus oyentes. Platón y Aristóteles les reprocharán ser comerciantes que cobraban por
enseñar a mentir o a convencer su propia verdad. De hecho, enseñan no sólo la técnica del discurso que
persuade, sino también todo lo que puede servir para conseguir que los demás crean y estén de acuerdo
con su verdad. Por ejemplo, un mismo sofista podía enseñar a un político que estuviese con la
postura de aumentar los impuestos y a la vez podía enseñar a otro político que estuviese en la
postura de bajar los impuestos y ayudar a desarrollar la capacidad de convencer a ambos
políticos.
Mediante la correcta argumentación, cualquier opinión puede ser defendida o criticada, más allá de que
sea falsa o verdadera. Con los sofistas la verdad se volvió relativa, cambiante, ya que depende de
los argumentos que exponga cada persona.

“Los sofistas insistían en que sólo podemos conocer aspectos o fenómenos de las cosas, pues no existe
una verdad objetiva y universal (escepticismo), ni nada es en sí verdadero ni falso (relativismo). Estos
principios, según ellos, se justifican tanto desde los objetos como desde los sujetos, así, por una parte,
de las múltiples realidades existentes en el mundo sólo una mínima parte se encuentra próxima a
nosotros y de éstas únicamente se nos ofrecen algunos aspectos; por otra, todos nuestros conocimientos
dependen de las sensaciones; pero el estado de las facultades sensitivas varía de acuerdo con las
circunstancias, la situación y los propios sentimientos afectivos de cada persona. Así pues, cada individuo
posee una opinión particular de acuerdo con los aspectos de la realidad que se le brindan, la situación
en que se encuentra y las experiencias por él vividas. En este sentido, señalaba Protágoras, el sofista
más importante, que ‘el hombre es la medida de todas las cosas. Esta posición les llevaba a afirmar
la relatividad de las cosas, en consecuencia, aseguraban que los mismos objetos al mismo tiempo son y
no son, la misma cosa puede ser buena y mala, bella y fea, y, en último término, la realidad, la verdad y
la belleza dependen del gusto de cada persona. podríamos afirmar, entonces, que habría tantas
medidas para las cosas como hombres y mujeres existen en el mundo.
La afirmación de que ‘el hombre es la medida de todas las cosas’ supone situar a los seres humanos
como centro o referencia de todas las cuestiones filosóficas. Desde esta posición, los sofistas se
desentendieron, casi totalmente, de los temas del origen del universo y de los dioses, y se inclinaron
hacia los asuntos prácticos, esto es, hacia las cuestiones morales y políticas: las costumbres y las
creencias, la justicia y el Estado, las instituciones y las clases sociales.

Responder
• ¿De qué temáticas se ocupaban los sofistas?

• ¿Por qué concibieron a la verdad como relativa y cambiante?

• ¿De qué depende los conocimientos según los sofistas?

• ¿Por qué consideran que el hombre es la medida de todas las cosas?

• ¿En que se diferencian los sofistas de los pensadores presocráticos?

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