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El documento resume un artículo académico que analiza la relación entre la nación e historia en los debates entre historiadores y científicos sociales entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. Identifica tres fases en esta relación: 1) 1860-1892, donde se buscaba una explicación histórica de qué es una nación; 2) 1890-1960, donde se enfatizó el carácter reciente y político de las naciones; 3) 1962-1989, donde las naciones pasaron a verse como invenciones o imaginaciones modernas.
Descripción original:
ACEVEDO PUELLO, R. E.: “Nación e historia. La justificación e interpretación histórica de las naciones a finales del s. XIX y en la primera mitad del XX”,
Segunda lectura de la materia Los debates sobre la construcción del Estado contemporáneo, Master Análisis Histórico del Mundo Actual, UNIA.
El documento resume un artículo académico que analiza la relación entre la nación e historia en los debates entre historiadores y científicos sociales entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. Identifica tres fases en esta relación: 1) 1860-1892, donde se buscaba una explicación histórica de qué es una nación; 2) 1890-1960, donde se enfatizó el carácter reciente y político de las naciones; 3) 1962-1989, donde las naciones pasaron a verse como invenciones o imaginaciones modernas.
El documento resume un artículo académico que analiza la relación entre la nación e historia en los debates entre historiadores y científicos sociales entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. Identifica tres fases en esta relación: 1) 1860-1892, donde se buscaba una explicación histórica de qué es una nación; 2) 1890-1960, donde se enfatizó el carácter reciente y político de las naciones; 3) 1962-1989, donde las naciones pasaron a verse como invenciones o imaginaciones modernas.
ACEVEDO PUELLO, R. E.: “Nación e historia. La justificación e interpretación histórica de las
naciones a finales del s. XIX y en la primera mitad del XX”, Revista Co-herencia, Vol. 11, Julio- Diciembre 2014, 191-227, Medellín, Colombia.
2. Apuntes biográficos del autor.
Rafael Enrique Acevedo Puello es Doctor en Historia por la Universidad de los Andes (Colombia), y profesor en la Universidad de Cartagena (Colombia). Dentro de sus líneas de investigación están la historia intelectual e historia conceptual y el análisis de la historiografía, ámbitos en los que se ubica esta lectura. Según una reseña consultada (Samacá, 2012), dentro de estos campos, el interés del autor es desentrañar el papel de la Historia para conformar las identidades, estudiando las relaciones entre historia y nación, e historia y construcción de ciudadanía. 3. Síntesis analítica del texto. En el resumen y la primera parte de la introducción, el autor fija como eje del análisis la relación entre nación e Historia que se fue construyendo en los debates de historiadores y científicos sociales entre finales del s. XIX y parte del XX, influidos por la evolución del contexto socio-histórico. Las naciones eran sometidas a un proceso de redefinición política para responder a las nuevas cuestiones que surgían, y se sucedieron debates y obras que reflexionaban sobre las relaciones que pretendían establecerse entre la nación y la historia como elemento que las justificaba. (Acevedo, 2014, 191-193). Al hilo de los textos y reflexiones, Acevedo explica cómo se articularon propuestas explicativas del nacionalismo (principalmente la modernista), que fueron asociando “la categoría de nación… con la política, la ideología, la invención, la religión, la memoria y los aspectos simbólicos… memorias, recuerdos, olvidos, etnicidades, ideologías, mitos, lenguajes, política y la misma idea de tradiciones inventadas” (Acevedo, 2014, 192). El autor acota la primera fase de esta dialéctica entre academia/historia y nación entre 1860 y 1892, una fase basada en el cuestionamiento de los criterios geográficos, raciales y lingüísticos para definir la singularidad de las naciones. Se buscaba una explicación histórica que respondiese a la pregunta ¿Qué es una nación?, en la que cupieran los cambios contemporáneos en el proceso de formación de las naciones y las luchas nacionales entonces en curso. Acevedo señala cómo el contexto de transformaciones estructurales demandó reflexiones acerca de la nación que proporcionasen certidumbre y legitimidad al nuevo statu quo que se imponía y evolucionaba a base de guerras, independencias, conquistas, anexiones…, al compás del fortalecimiento de los sentimientos nacionalistas y de una afirmación de identidades nacionales impuesta por los Estados. Lord Acton y Ernest Renan vivieron esta época de conflictos políticos y formación de nuevas naciones. Con sus reflexiones intentaron definir qué contenidos históricos, políticos y culturales diferenciaban una nación de colectividades que no lo eran. Acton defendía que la fundación de las naciones se producía por la conquista de derechos, era un acto político de conquista impulsado por el Estado. Integraba y legitimaba así mecanismos políticos de su tiempo, como el patriotismo y la acción del Estado, como herramientas de movilización para la conquista de independencia que legitimaría la existencia de las naciones. La nación era un “ser moral y político”, una fuente de derechos que se derivaba del desarrollo de la unidad de esa colectividad en la Historia por parte del Estado. Es decir, la acción del Estado manteniendo en el tiempo estos fundamentos políticos que justifican la nación (derechos, independencia) producía la nacionalidad (Acevedo, 2014, 197- 199). Para ofrecer una explicación histórica a las naciones, Renan empezó descartando “falsos principios” para definirlas (raza, lengua, religión, fronteras). La nación era para él un resultado histórico que se justificaba por la confluencia de vínculos históricos (comunidad de recuerdos) y la voluntad de los individuos que la integran de mantener esos vínculos (plebiscito diario) proyectando esta herencia histórica indivisa hacia el futuro (comunidad de destino) (Acevedo, 2014, 200-201). Renan postula una nación que mezcla elementos voluntaristas y esencialistas para que en su explicación, junto a la “razón de ser” histórica, cupieran los cambios (territoriales) que se estaban produciendo en el presente. El resultado de esta fase fue una reformulación de la nación moderna como producto de una conquista y producto de la voluntad de mantener en el tiempo las libertades y su sentido como comunidad, en diálogo permanente con los recuerdos, con el destino y con el olvido. Se usaba el pasado como justificación, creando una “razón de ser” de la nación manipulando la memoria por parte de la investigación histórica (Acevedo, 2014, 202). Acevedo fija una segunda fase en esta dialéctica Historia-nación entre 1890-1960, que se inicia en los debates en el seno del marxismo, entre Stalin y Otto Bauer, acerca del uso de la Historia y su asociación con la política y las ideologías. Era un análisis que ponía el foco en el carácter reciente de la nación, sus transformaciones en el tiempo y su explicación a partir de los usos políticos de la Historia. La eclosión de movimientos nacionalistas a comienzos del s. XX motivó un debate entre Stalin y Bauer sobre los fundamentos de la socialdemocracia y su relación con el nacionalismo. Bauer intentó integrar en el marxismo el derecho de autodeterminación y propuso una visión de nación cuyo fundamento político era una “comunidad de destino” que creaba una “comunidad de carácter” (Acevedo, 2014, 204). Las naciones eran un producto de la historia, y su singularidad residía en combinar comunidad natural y comunidad cultural históricamente construida. Esta propuesta conllevaba reconocer “minorías étnicas” como naciones, y Stalin, pensando en el efecto disgregador que esto pudiera tener en el socialismo ruso, argumentó que una nación “real”, aunque fundada en la historia, era además “una comunidad (histórica) estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada en la cultura”, y para que existiera debían cumplirse ciertas condiciones históricas concretas, la principal la existencia de un Estado, de un “territorio histórico” (Acevedo, 206-207). Así, las naciones se deslindaban de minorías étnicas y pueblos sin estado potencialmente disgregadores para la lucha socialista en Rusia. El aporte fundamental de este debate fue el planteamiento del carácter histórico de las naciones. Partiendo de él se abrió un nuevo ciclo de debates entre 1927 y 1960, protagonizado por las obras de H. Kohn, F. Chabod y J. H. Carlton. El contexto de proliferación de naciones y “problemas nacionales” derivados del fin de la Gran Guerra, junto a otros factores como el fortalecimiento del nacionalismo en las colonias, empujaron a estudiar las condiciones históricas que originaron el nacionalismo y las luchas nacionales, y a preguntarse por cómo se producía la formación de la conciencia nacional, lo cual ampliaba el ámbito de estudio a los mecanismos que articulan los procesos de nacionalización: partidos políticos, símbolos, educación, discurso nacionalista… Kohn concluyó que los sentimientos nacionales no existían más allá de 1750: eran construcciones modernas justificadas por la invención de una historia artificial construida en el s. XIX para legitimar conciencias nacionalistas artificiales sobre las cuales se fundó el nuevo orden liberal-burgués. F. Chabod defendió por su parte una idea de nación fundada en construcciones históricas (selectivas) del pasado que representaban modos de sentir y entender la nación, una nación basada en significados que se asignaban a ese pasado para “cargarlo políticamente” en clave nacionalista, concibiendo así un nacionalismo cultural y político justificado en la historia. Para Carlton este nacionalismo presentaba similitudes de funcionamiento con la religión, en la que estaban las claves para explicar la conciencia nacional, que sería una suerte de creencia estructurada por mitos, símbolos y rituales políticos que movilizaban a las masas y les infundían sentimientos, imaginaciones y emociones. Acevedo plantea un tercer momento historiográfico entre 1962-1989-91, el paradigma modernista, caracterizado por una redefinición crítica de la relación entre Historia y nación, ahora interpretada como una invención, ficción o imaginación. Se revisan los intentos previos de definir a las naciones como fenómenos recientes, vinculados a la modernidad y relacionados con las representaciones ideológicas. Autores como Kedouire, Gellner, Hobsbawm, Breully y Anderson señalan el carácter imaginario de los criterios que intentaban definir la composición política y social de las naciones, incorporando al análisis nuevos objetos de estudio: capitalismo impreso, lugares de la memoria, secularización de la religión, papel de las clases educadas en la construcción de las naciones. Intentaron explicar la composición social de los movimientos nacionalistas, analizando grupos, circulación de ideas, significados, conductas y expresiones que habían formado el discurso nacional, y esto los condujo al problema de la invención del nacionalismo y las naciones modernas. Kedourie, afirma que el nacionalismo es un fenómeno esencialmente europeo y deudor de la Ilustración, en concreto del concepto de autodeterminación de Kant (González, 2020, 10), que permitió pensar la creación de una conciencia nacional en el s. XIX, basada en la idea de nación como comunidad política libre y soberana. Las naciones eran definidas por la voluntad de pertenecer a un Estado soberano, que debía socializar “preventivamente” (nacionalizar) a sus ciudadanos en ese deseo de autodeterminación a través de sus instituciones. Gellner considera por su parte que las naciones son fenómenos sociales provocados por las condiciones impuestas por el capitalismo industrial. Son expresiones de la alta cultura que se transmite por la alfabetización, por la educación pública y por nuevas formas de comunicación políticas y culturales, con un peso fundamental de los mecanismos de penetración del Estado a nivel local. Todos ellos eran medios que diseminaban las bases del nacionalismo moderno (historia nacional, idioma, religión, tradiciones, lealtades políticas), y esta conformación de la cultura de arriba abajo por el Estado servía para ir inculcando la conciencia nacional en las masas. Hobsbawm, Breully y Anderson demostraron que las naciones no eran producto de condiciones sociológicas dadas, sino que eran comunidades imaginadas e inventadas legitimadas por tradiciones que se inventaban manipulando el pasado, de forma que justificasen una historia nacional o nacionalista. La creación de naciones modernas se hacía mediante la utilización, la supresión y la falsificación del pasado, creando símbolos y rituales que permitían la identificación, la congregación y la vinculación de las masas a la política nacional. Además, se ocultaban selectivamente las “heterogeneidades” dentro de las naciones: razas, etnias, lenguas… Las funciones simbólicas y rituales de la Historia fueron las condiciones que permitieron a las élites inventar naciones y construir una falsa continuidad histórica que actuaba en defensa de una tradición compartida y legitimada. Para B. Anderson, la relación entre nación y usos políticos del pasado podría resumirse en que la antigüedad (supuesta tradición), en ciertas coyunturas, responde a la novedad (la pretensión de legitimar y consolidar la nación) (Acevedo, 2014, 216- 218). Cierra el cuerpo del texto un bloque sobre la crítica a la idea europea de nación por los estudios poscoloniales. En primer lugar, autores que partiendo del libro de Said Orientalismo señalan el eurocentrismo desde el que se interpretaban las naciones y afirman que la legitimación de las naciones nacía de las narrativas construidas sobre la base de un pasado europeo. Esta corriente consideraba el nacionalismo como un producto de la historia política europea (Acevedo, 2014, 219-221). Sus autores compartían el cuestionamiento de las representaciones políticas europeas sobre el resto del mundo, concibiendo la historia como “acto de poder”, narrativa destinada a la invención de un pasado usado como arma de dominación política, ideológica y cultural. En base a ello, el análisis de los usos del pasado y su relación con el eurocentrismo permitió desvelar el papel protagonista de los sectores subalternos en el proceso de configuración de sus naciones, su papel de agentes y el papel de su cultura y pasado como ingredientes en la construcción de sus propias representaciones políticas y sociales del Estado-nación. Acevedo señala cómo Bhabba, Chakrabarty, o Chartterjee se inclinan así por destacar el papel de los grupos subalternos en la construcción de sus naciones (Acevedo, 2014, 221). 4. Valoración crítica y conclusiones personales. La aparición de las naciones modernas y su proceso de conformación motivó una reflexión académica cuyos resultados contribuyeron en parte a definir y conformar estas naciones. En este doble proceso, se empezó intentando elaborar explicaciones históricas a las naciones (Acton, Renan), para después buscarles en el pasado una justificación y dotarlas de un contenido ideológico (Bauer, Stalin), preocuparse tras las guerras mundiales por el ocaso y las transformaciones de las naciones en el tiempo (Kohn), llegando a la conclusión del carácter moderno de las naciones, lo que a su vez puso la base de su comprensión como creación, invención e imaginación (autores del paradigma modernista). De esta sucesión de planteamientos, y de cara a responder la cuestión de la relación entre nación e historia que el autor plantea al arrancar el texto, se deriva que la nación siempre tuvo contenidos definidos y justificados por la historia, en constante cambio en función de los cambios de coyuntura histórica (nuevas preguntas) y la evolución de la historiografía. Concluye el autor que las naciones eran móviles que se transformaban de la mano del avance de la investigación histórica, en relación dialéctica con un contexto en constante transformación (Acevedo, 2014, 223). Las interpretaciones de la nación proporcionadas por la Historia solo se comprenden de la mano de los contextos políticos en los que se produjeron, y respondían a la propia dinámica del tiempo presente de las naciones, que marcaba el camino al debate académico.