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1. Segunda obra reseñada.

ACEVEDO PUELLO, R. E.: “Nación e historia. La justificación e interpretación histórica de las


naciones a finales del s. XIX y en la primera mitad del XX”, Revista Co-herencia, Vol. 11, Julio-
Diciembre 2014, 191-227, Medellín, Colombia.

2. Apuntes biográficos del autor.


Rafael Enrique Acevedo Puello es Doctor en Historia por la Universidad de los Andes
(Colombia), y profesor en la Universidad de Cartagena (Colombia). Dentro de sus líneas de
investigación están la historia intelectual e historia conceptual y el análisis de la historiografía,
ámbitos en los que se ubica esta lectura. Según una reseña consultada (Samacá, 2012), dentro
de estos campos, el interés del autor es desentrañar el papel de la Historia para conformar las
identidades, estudiando las relaciones entre historia y nación, e historia y construcción de
ciudadanía.
3. Síntesis analítica del texto.
En el resumen y la primera parte de la introducción, el autor fija como eje del análisis la
relación entre nación e Historia que se fue construyendo en los debates de historiadores y
científicos sociales entre finales del s. XIX y parte del XX, influidos por la evolución del contexto
socio-histórico. Las naciones eran sometidas a un proceso de redefinición política para
responder a las nuevas cuestiones que surgían, y se sucedieron debates y obras que
reflexionaban sobre las relaciones que pretendían establecerse entre la nación y la historia
como elemento que las justificaba. (Acevedo, 2014, 191-193). Al hilo de los textos y
reflexiones, Acevedo explica cómo se articularon propuestas explicativas del nacionalismo
(principalmente la modernista), que fueron asociando “la categoría de nación… con la política,
la ideología, la invención, la religión, la memoria y los aspectos simbólicos… memorias,
recuerdos, olvidos, etnicidades, ideologías, mitos, lenguajes, política y la misma idea de
tradiciones inventadas” (Acevedo, 2014, 192).
El autor acota la primera fase de esta dialéctica entre academia/historia y nación entre 1860
y 1892, una fase basada en el cuestionamiento de los criterios geográficos, raciales y
lingüísticos para definir la singularidad de las naciones. Se buscaba una explicación histórica
que respondiese a la pregunta ¿Qué es una nación?, en la que cupieran los cambios
contemporáneos en el proceso de formación de las naciones y las luchas nacionales entonces
en curso. Acevedo señala cómo el contexto de transformaciones estructurales demandó
reflexiones acerca de la nación que proporcionasen certidumbre y legitimidad al nuevo statu
quo que se imponía y evolucionaba a base de guerras, independencias, conquistas,
anexiones…, al compás del fortalecimiento de los sentimientos nacionalistas y de una
afirmación de identidades nacionales impuesta por los Estados. Lord Acton y Ernest Renan
vivieron esta época de conflictos políticos y formación de nuevas naciones. Con sus reflexiones
intentaron definir qué contenidos históricos, políticos y culturales diferenciaban una nación de
colectividades que no lo eran. Acton defendía que la fundación de las naciones se producía por
la conquista de derechos, era un acto político de conquista impulsado por el Estado. Integraba
y legitimaba así mecanismos políticos de su tiempo, como el patriotismo y la acción del Estado,
como herramientas de movilización para la conquista de independencia que legitimaría la
existencia de las naciones. La nación era un “ser moral y político”, una fuente de derechos que
se derivaba del desarrollo de la unidad de esa colectividad en la Historia por parte del Estado.
Es decir, la acción del Estado manteniendo en el tiempo estos fundamentos políticos que
justifican la nación (derechos, independencia) producía la nacionalidad (Acevedo, 2014, 197-
199). Para ofrecer una explicación histórica a las naciones, Renan empezó descartando “falsos
principios” para definirlas (raza, lengua, religión, fronteras). La nación era para él un resultado
histórico que se justificaba por la confluencia de vínculos históricos (comunidad de recuerdos)
y la voluntad de los individuos que la integran de mantener esos vínculos (plebiscito diario)
proyectando esta herencia histórica indivisa hacia el futuro (comunidad de destino) (Acevedo,
2014, 200-201). Renan postula una nación que mezcla elementos voluntaristas y esencialistas
para que en su explicación, junto a la “razón de ser” histórica, cupieran los cambios
(territoriales) que se estaban produciendo en el presente. El resultado de esta fase fue una
reformulación de la nación moderna como producto de una conquista y producto de la
voluntad de mantener en el tiempo las libertades y su sentido como comunidad, en diálogo
permanente con los recuerdos, con el destino y con el olvido. Se usaba el pasado como
justificación, creando una “razón de ser” de la nación manipulando la memoria por parte de la
investigación histórica (Acevedo, 2014, 202).
Acevedo fija una segunda fase en esta dialéctica Historia-nación entre 1890-1960, que se
inicia en los debates en el seno del marxismo, entre Stalin y Otto Bauer, acerca del uso de la
Historia y su asociación con la política y las ideologías. Era un análisis que ponía el foco en el
carácter reciente de la nación, sus transformaciones en el tiempo y su explicación a partir de
los usos políticos de la Historia. La eclosión de movimientos nacionalistas a comienzos del s. XX
motivó un debate entre Stalin y Bauer sobre los fundamentos de la socialdemocracia y su
relación con el nacionalismo. Bauer intentó integrar en el marxismo el derecho de
autodeterminación y propuso una visión de nación cuyo fundamento político era una
“comunidad de destino” que creaba una “comunidad de carácter” (Acevedo, 2014, 204). Las
naciones eran un producto de la historia, y su singularidad residía en combinar comunidad
natural y comunidad cultural históricamente construida. Esta propuesta conllevaba reconocer
“minorías étnicas” como naciones, y Stalin, pensando en el efecto disgregador que esto
pudiera tener en el socialismo ruso, argumentó que una nación “real”, aunque fundada en la
historia, era además “una comunidad (histórica) estable, históricamente formada, de idioma,
de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada en la cultura”, y para que
existiera debían cumplirse ciertas condiciones históricas concretas, la principal la existencia de
un Estado, de un “territorio histórico” (Acevedo, 206-207). Así, las naciones se deslindaban de
minorías étnicas y pueblos sin estado potencialmente disgregadores para la lucha socialista en
Rusia.
El aporte fundamental de este debate fue el planteamiento del carácter histórico de las
naciones. Partiendo de él se abrió un nuevo ciclo de debates entre 1927 y 1960, protagonizado
por las obras de H. Kohn, F. Chabod y J. H. Carlton. El contexto de proliferación de naciones y
“problemas nacionales” derivados del fin de la Gran Guerra, junto a otros factores como el
fortalecimiento del nacionalismo en las colonias, empujaron a estudiar las condiciones
históricas que originaron el nacionalismo y las luchas nacionales, y a preguntarse por cómo se
producía la formación de la conciencia nacional, lo cual ampliaba el ámbito de estudio a los
mecanismos que articulan los procesos de nacionalización: partidos políticos, símbolos,
educación, discurso nacionalista… Kohn concluyó que los sentimientos nacionales no existían
más allá de 1750: eran construcciones modernas justificadas por la invención de una historia
artificial construida en el s. XIX para legitimar conciencias nacionalistas artificiales sobre las
cuales se fundó el nuevo orden liberal-burgués. F. Chabod defendió por su parte una idea de
nación fundada en construcciones históricas (selectivas) del pasado que representaban modos
de sentir y entender la nación, una nación basada en significados que se asignaban a ese
pasado para “cargarlo políticamente” en clave nacionalista, concibiendo así un nacionalismo
cultural y político justificado en la historia. Para Carlton este nacionalismo presentaba
similitudes de funcionamiento con la religión, en la que estaban las claves para explicar la
conciencia nacional, que sería una suerte de creencia estructurada por mitos, símbolos y
rituales políticos que movilizaban a las masas y les infundían sentimientos, imaginaciones y
emociones.
Acevedo plantea un tercer momento historiográfico entre 1962-1989-91, el paradigma
modernista, caracterizado por una redefinición crítica de la relación entre Historia y nación,
ahora interpretada como una invención, ficción o imaginación. Se revisan los intentos previos
de definir a las naciones como fenómenos recientes, vinculados a la modernidad y relacionados
con las representaciones ideológicas. Autores como Kedouire, Gellner, Hobsbawm, Breully y
Anderson señalan el carácter imaginario de los criterios que intentaban definir la composición
política y social de las naciones, incorporando al análisis nuevos objetos de estudio: capitalismo
impreso, lugares de la memoria, secularización de la religión, papel de las clases educadas en
la construcción de las naciones. Intentaron explicar la composición social de los movimientos
nacionalistas, analizando grupos, circulación de ideas, significados, conductas y expresiones
que habían formado el discurso nacional, y esto los condujo al problema de la invención del
nacionalismo y las naciones modernas. Kedourie, afirma que el nacionalismo es un fenómeno
esencialmente europeo y deudor de la Ilustración, en concreto del concepto de
autodeterminación de Kant (González, 2020, 10), que permitió pensar la creación de una
conciencia nacional en el s. XIX, basada en la idea de nación como comunidad política libre y
soberana. Las naciones eran definidas por la voluntad de pertenecer a un Estado soberano,
que debía socializar “preventivamente” (nacionalizar) a sus ciudadanos en ese deseo de
autodeterminación a través de sus instituciones. Gellner considera por su parte que las
naciones son fenómenos sociales provocados por las condiciones impuestas por el capitalismo
industrial. Son expresiones de la alta cultura que se transmite por la alfabetización, por la
educación pública y por nuevas formas de comunicación políticas y culturales, con un peso
fundamental de los mecanismos de penetración del Estado a nivel local. Todos ellos eran
medios que diseminaban las bases del nacionalismo moderno (historia nacional, idioma,
religión, tradiciones, lealtades políticas), y esta conformación de la cultura de arriba abajo por
el Estado servía para ir inculcando la conciencia nacional en las masas. Hobsbawm, Breully y
Anderson demostraron que las naciones no eran producto de condiciones sociológicas dadas,
sino que eran comunidades imaginadas e inventadas legitimadas por tradiciones que se
inventaban manipulando el pasado, de forma que justificasen una historia nacional o
nacionalista. La creación de naciones modernas se hacía mediante la utilización, la supresión y
la falsificación del pasado, creando símbolos y rituales que permitían la identificación, la
congregación y la vinculación de las masas a la política nacional. Además, se ocultaban
selectivamente las “heterogeneidades” dentro de las naciones: razas, etnias, lenguas… Las
funciones simbólicas y rituales de la Historia fueron las condiciones que permitieron a las élites
inventar naciones y construir una falsa continuidad histórica que actuaba en defensa de una
tradición compartida y legitimada. Para B. Anderson, la relación entre nación y usos políticos
del pasado podría resumirse en que la antigüedad (supuesta tradición), en ciertas coyunturas,
responde a la novedad (la pretensión de legitimar y consolidar la nación) (Acevedo, 2014, 216-
218).
Cierra el cuerpo del texto un bloque sobre la crítica a la idea europea de nación por los
estudios poscoloniales. En primer lugar, autores que partiendo del libro de Said Orientalismo
señalan el eurocentrismo desde el que se interpretaban las naciones y afirman que la
legitimación de las naciones nacía de las narrativas construidas sobre la base de un pasado
europeo. Esta corriente consideraba el nacionalismo como un producto de la historia política
europea (Acevedo, 2014, 219-221). Sus autores compartían el cuestionamiento de las
representaciones políticas europeas sobre el resto del mundo, concibiendo la historia como
“acto de poder”, narrativa destinada a la invención de un pasado usado como arma de
dominación política, ideológica y cultural. En base a ello, el análisis de los usos del pasado y su
relación con el eurocentrismo permitió desvelar el papel protagonista de los sectores
subalternos en el proceso de configuración de sus naciones, su papel de agentes y el papel de
su cultura y pasado como ingredientes en la construcción de sus propias representaciones
políticas y sociales del Estado-nación. Acevedo señala cómo Bhabba, Chakrabarty, o
Chartterjee se inclinan así por destacar el papel de los grupos subalternos en la construcción de
sus naciones (Acevedo, 2014, 221).
4. Valoración crítica y conclusiones personales.
La aparición de las naciones modernas y su proceso de conformación motivó una reflexión
académica cuyos resultados contribuyeron en parte a definir y conformar estas naciones. En
este doble proceso, se empezó intentando elaborar explicaciones históricas a las naciones
(Acton, Renan), para después buscarles en el pasado una justificación y dotarlas de un
contenido ideológico (Bauer, Stalin), preocuparse tras las guerras mundiales por el ocaso y las
transformaciones de las naciones en el tiempo (Kohn), llegando a la conclusión del carácter
moderno de las naciones, lo que a su vez puso la base de su comprensión como creación,
invención e imaginación (autores del paradigma modernista). De esta sucesión de
planteamientos, y de cara a responder la cuestión de la relación entre nación e historia que el
autor plantea al arrancar el texto, se deriva que la nación siempre tuvo contenidos definidos y
justificados por la historia, en constante cambio en función de los cambios de coyuntura
histórica (nuevas preguntas) y la evolución de la historiografía. Concluye el autor que las
naciones eran móviles que se transformaban de la mano del avance de la investigación
histórica, en relación dialéctica con un contexto en constante transformación (Acevedo, 2014,
223). Las interpretaciones de la nación proporcionadas por la Historia solo se comprenden de
la mano de los contextos políticos en los que se produjeron, y respondían a la propia dinámica
del tiempo presente de las naciones, que marcaba el camino al debate académico.

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