Hace unos veinte años, me vi en una situación de discriminación debido a mi
clase social por parte de los que a día de hoy son “mi familia”…Me presento, mi nombre es Paola y esta es una historia real que se remonta hace unos veinte años, en ese entonces yo tenía la edad de 18 años y estaba comenzando una relación amorosa, con el que a día de hoy es mi esposo y padre de mis hijos, Gustavo… Nuestra relación se encontraba en un punto de inicio, yo me encontraba en una situación delicada donde mi estado de ánimo se encontraba por los suelos, la depresión poco a poco se apoderaba de mí, debido a consecuencia de haber tomado ciertas decisiones, es en ese momento, donde Gustavo entra en mi vida y me ofrece su amor, dándome, convirtiéndose en un soporte emocional para mi estado psicológico actual, una vez la relación comenzó a avanzar, mi pareja me comenta que tomo la decisión de presentarme antes sus padres, ya que, quería que formalizar la relación, a lo que le respondí: “claro que encantaría conocer a tus papás”… primero él se presentó ante mi madre, la cual rápidamente acepto nuestra relación, lo cual me puso muy feliz; luego fue el momento de presentarme antes sus padres y en cuanto se enteraron de nosotros, lo primero que le dijeron a Gustavo fue: “¡cómo vas a tener de pareja a esa negra mosca muerta, una de las pobretonas de ese restaurante asqueroso!”… En cuanto me entere de que esa era su opinión sobre me sentí horrible, porque sin razón alguna, solo porque mi madre trabajaba en un restaurante, y éramos humildes, ellos sin conocerme me despreciaron, solo “por no ser de su clase”… lo irónico de esto, es que ha día de hoy ya después de que Gustavo me propusiera matrimonio sin importar la opinión de sus padres, he llegado a conocer a mis suegros mucho mejor, y para ser de “clase alta”, son personas horribles y vulgares que solo hablan mal de las personas… No creo una persona deba juzgarse por estatus económico, ni su manera de vestir, ni por su trabajo, por mas humilde o prestigioso que sea, cada persona se debe juzgar de acuerdo a su personalidad, a la manera que trata a los demás; Dios en su santa palabra nos deja un mandamiento que toda persona, sin excepción debería recordar: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”… bajos los ojos de Dios cada persona es igual, y creo firmemente que todos debemos pensar, todos somos iguales y debemos respetarnos siempre y ponernos en los zapatos de otros y empatizar si está en una situación difícil y en vez de criticar, si podemos, lo mejor sería intentar ayudar.