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Análisis de “NO OYES LADRAR A LOS PERROS”

¿Qué se dice y cómo lo dice?

ASUNTO

¿Qué nos dice el título? El ladrido de los perros es una esperanza y también el
rechazo, al no poder escuchar a los ladrillos el hijo por lo cansado que esta y el
padre por traer al hijo en la cabeza de modo que no lo deja escuchar por que
se los está tapando y batalla para escuchar. “Tú que vas allá arriba, Ignacio,
dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.”

“Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de
fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que
Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el
monte. Acuérdate, Ignacio.

-Sí, pero no veo rastro de nada.

-Me estoy cansando.”

AUTOR

 Juan Rulfo fue un escritor mexicano nacido en Sayula (1918) cuyas, aunque
pocas, grandes obras; tales como El Llano en llamas, Pedro páramo, o en este
caso, No oyes ladrar los perros; le dieron el reconocimiento ante la narrativa
hispanoamericana del siglo XX. Falleció en la ciudad de México a la edad de 68
años (1986). Su familia creo una fundación en su honor tras su muerte.

La cosmovisión nos presenta el gran pensamiento de Juan Rulfo en el que se


demuestra la sensibilidad del autor por la tristeza, soledad, abandono,
devastación etc. Todo esto lo podemos observar en como el padre desprecia a
su hijo aun cuando este se encuentre en muy mal estado.

TEMAS

• El crimen rampante. Ignacio ha cometido varios homicidios.

• El conflicto de los padres por los hijos. La lucha interna de sentimientos


encontrados entre el amor y el repudio.

Género cuento

Decripción de género

Los temas comunes son la degradada vida de los indígenas


el poder y el abuso desmedido de las oligarquías, la represión y el miedo
interpuesto por la sociedad
Movimiento Literario: Realismo Mágico

Definición y características del movimiento Literario: Elementos tanto


fantásticos como mágicos o incluso sobrenaturales 
se perciben como circunstancias normales. La realidad se distorsiona
con episodios exuberantes o incluso exagerados. El paisaje y la
naturaleza son fundamentales.

Fonológico:(sonidos y símbolos) Podemos observar que se lee en un


tono suave por las palabras tan suaves, utilizadas al momento de hablar
con el joven Ignacio, muchos de los verbos del cuento que se utilizan son
en pasado por lo tanto son agudas.

El cuento señala como símbolos:

La luna: femenino, representa la fría luz y las sombras en el camino de la


muerte. Contrario al sol que es potente, la luna (colorada o azul) es
impotente.

“La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda”; “Era
una sola sombra, tambaleante.”

La carga sobre las espaldas: Demuestra lo que tienen que soportar los
padres por causa de sus hijos.

“Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.”

El camino lleno de piedras: Las dificultades a lo largo de la vida.

“No hay más que piedras. Aguántate”

Los perros: símbolo de esperanza “no oyes ladrar a los perros”

El agua: su ausencia y su exceso siempre llevan a la tragedia.

“Tengo sed”; “Dame agua”; “Aquí no hay agua. No hay más que piedras.
Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría
a subirte otra vez y yo solo no puedo.-Tengo mucha sed y mucho sueño.”

Léxico Semántico: En el cuento lo que trata el autor de contar es una


conversación entre él y su hijo que está herido es muy verosímil y relata
los detalles, las sensaciones y algunos sentimientos como el miedo a
que el padre tiene por su hijo por miedo a perderlo durante el transcurso
del viaje, el cansancio. Rulfo hizo una maravilla ya que al escribir el
cuento es bastante fácil de comprender por sus palabras bastantes
frecuentes en la vida rural.
“La luna venia saliendo de la tierra”; “Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo
bien amarrado”;” Porqué yo me siento sordo”; “y le pareció que la cabeza
allá arriba, se sacudía como si sollozará”

Figuras Retoricas: Se puede encontrar uno de los más fáciles que es la


noche, que significa como la vida de su hijo se va consumiendo conforme
la noche y el tiempo que avanzan con el cansancio. También cuando el
padre le solicita a su hijo que pare bien las orejas; porque se refiere a que
busque civilización con el “ladrido de los perros”

Sintáctico: Es de una estructura lineal, fácil de leer y con vistazos al


pasado como cuando le empieza a recordar a su mama y el llora por la
culpa de que no fue un buen hijo.

Estructura muy bien las oraciones con una lógica en los diálogos de una
forma muy explícita, poniendo muchos detalles de lo que está pasando
alrededor.

Personajes

Primarios: Padre e Hijo

Hijo Ignacio

Físico: alto, delgado pero más grueso que su padre

“La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo”

Psicológico: cansado, débil de la mente, sin ganas de vivir. Terco

"Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en


cuanto me reponga un poco." “Se lo había dicho como cincuenta veces.”

Padre

Físico: flaco, viejo, débil, encorvado

“Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba


para volver a Tropezar de nuevo.”

Psicológico: con voluntad, esperanzado y furioso de que su hijo no lo ayuda,


preocupado por su hijo, persistente.

“Te llevaré a Tonaya a como dé lugar.”; “Porque para mí usted ya no es mi hijo.


He maldecido la sangre que usted tiene de mí.”
“El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí”;
“Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no
hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo”; “Lo dije desde que supe que
usted andaba trajinando por los caminos viviendo del robo y matando gente...”

Secundarios: La mamá y difunta esposa que pide al padre cuidar a su hijo y si


no fuera por eso el hijo no estaría en camino a Tonaya para que lo curen.
Físico: chaparrita, con rasgos muy marcados de una mamá mexicana, cabello
negro

Psicológico: optimista, que para ella él es su bebé y cariñosa

Los enemigos de Ignacio.

Otro hijo

LUGAR FISICO: La obra se desarrolla en un ambiente rural, el campo. Una


zona despoblada. En México. En una zona árida y desolada, y la única luz es
la luna. El autor describe que es un monte en medio de dos montañas Época
Siglo XX. Contexto histórico la revolución mexicana

Tiempo (época y duración) dura una noche

Índices:

Informantes:

Campos semánticos:

Atmósfera (lo emocional) exhaustivo, emocional

Contexto

Este cuento por Juan Rulfo habla sobre la dureza de vivir y trabajar en el
campo, el amor incondicional de un padre por su hijo y su esposa y el crimen.
El padre de Ignacio, narrador de la historia, narra el relato en primera persona,
intentando hacer al lector darse cuenta de lo dura que puede ser la vida como
campesino y demostrando lo que es el amor por su familia. De una forma, el
autor escribe el libro inspirándose en la vida diaria de padres con sus hijos. En
esta historia, el ejemplo dado es cómo a pesar que Ignacio ha cometido
muchos homicidios y ha matado a mucha gente, su padre da todo lo que tiene
en él para llevar a su hijo a algún lugar en el que lo podrán curar y ayudar, a
pesar de todos los pecados y lo malo que ha hecho.

Durante la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera, Juan Rulfo, el autor,


publicó un libro con varias historias, incluyendo “Diles Que No Me Maten”. Ese
fue el motivo por el cual Juan Rulfo escribió la historia basada en la vida difícil
campesina, ya que en ese momento estaba en guerra.

La narracion es en primera persona cuando los protagonistas hablan entre


ellos y en tercera persona cuando hay un narrador desde afuera narrando los
sucesos.

Argumento

El padre carga sobre sus espaldas a Ignacio, su hijo, en el largo camino de la


noche solitaria entre dos montes, su destino es el pueblo de Tonaya. Ignacio
es un asesino, por el cual, lo han herido sus enemigos. El padre se ve obligado
a buscar ayuda porque le ha hecho la promesa a su difunta esposa que cuidará
de Ignacio. Él está entre la vida o la muerte mientras caminan hacia el pueblo
de Tonaya, para que lo curen. Mientras que los dos tenían mucha sed y ganas
de llegar al pueblo. Estaban muy desesperados, Ignacio se sentía muy mal, él
quería descansar. Pero después de un largo camino, llegan a Tonaya, todo el
pueblo se veía con luces porque era de noche. Al bajar, Ignacio ya había
muerto por las malas condiciones en las que estaba. Murió en las manos de su
papá.

IDCD

Inicio: El padre está cargando a su hijo después de ser atacado por unos
enemigos y termino herido.

Desarrollo: Ignacio le pide a su padre que lo deje ahí para descansar porque se
sentía muy mal.

Clímax: Después de un largo camino, Ignacio y su papá, llegan a Tonaya.

Desenlace: Ignacio muere en las manos de su padre.

Análisis 2

Comentario Literario
Juan Rulfo tuvo una infancia complicada ya que al ser huérfano solía mudarse
de residencia en residencia, como en el libro lo expresa el personaje principal
era huérfano de madre y estaba trasladándose a otro pueblo a ser curado.

Es un cuento muy profundo y fuerte al igual que la vida del autor, los
escenarios reflejan realidad y fantasía, al igual que tipismo en los personajes
de sus cuentos.

No oyes ladrara los perros está incluido en el libro “Llano en llamas” del autor
Juan Rulfo. No yes ladrara los perros es un cuento muy sentimental ya que
trata de un padre y su hijo que están en una larga caminata por salvar la vida
de su hijo después de ser lastimado.

Está escrito en un ambiente físico, real y determinado; se encuentran en el


monte entre dos pueblos y quiere llegar a Tonaya, ahí es cuando el padre le
pregunta a su hijo: “No oyes ladrar a los perros”, para saber si ya están cerca.
La relación entre Ignacio y su padre es complicada ya que Ignacio es un
asesino y el padre nada más lo cuida por deseos de su esposa.

Es un cuento muy profundo y fuerte al igual que la vida del autor, los
escenarios reflejan realidad y fantasía, al igual que tipismo en los personajes
de sus cuentos.

¿No oyes ladrar a los perros? Juan Rulfo

-Bájame, padre.

-¿Te sientes mal?

-Sí

-Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que
allí hay

Un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te


dejaré tirado

aquí para que acaben contigo quienes sean.

Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.

-Te llevaré a Tonaya.

-Bájame.

Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:

-Quiero acostarme un rato.


-Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.

La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada
en sudor,

se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía
agachar la cabeza

agarrotada entre las manos de su hijo.

-Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre.
Porque usted

fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado
allí, donde lo

encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy


haciéndolo. Es ella

la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más


que puras

dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.

Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el


sudor seco,

volvía a sudar.

-Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas
heridas que le

han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a
sus malos pasos.

Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber
de usted. Con tal

de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que


usted tiene de mí.

La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en


los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba
trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena.
Y si no, allí está mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le
dio su nombre. A él también le tocó la mala

suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi
hijo.”
-Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá
arriba, porque

yo me siento sordo.

-No veo nada.

-Peor para ti, Ignacio.

-Tengo sed.

-¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y


han de haber

apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros.
Haz por oír.

-Dame agua.

-Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera,
no te bajaría

a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.

-Tengo mucha sed y mucho sueño.

-Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.

-Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba


agua,

porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy


rabioso. Nunca

pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así
fue. Tu madre,

que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú
crecieras irías a ser su

sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la
hubieras matado

otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.

Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las
rodillas y

comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que
la cabeza; allá
arriba, se sacudía como si sollozara.

Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.

-¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad?


Pero nunca

hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño,
le hubiéramos

retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con
sus amigos? Los

mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir:
“No tenemos

a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?

Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la
impresión de

que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el


último

esfuerzo. Al llegar al primer tejabán, se recostó sobre el pretil de la acera y


soltó el cuerpo,

flojo, como si lo hubieran descoyuntado.

Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de
su cuello y,

al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.

-¿Y tú no los oías, Ignacio? -dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta


esperanza.

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