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Tales ataques tanto a las mujeres religiosas como a las intelectuales condenan las virtudes

femeninas asociadas con el ideal social dominante de la cultura anterior. De esta manera, los
libros de conducta buscaron definir la práctica de la moralidad secular como el deber natural
de la mujer. […] En el proceso, sus deberes se redujeron a aquellos que parecían notablemente
frívolos, pero que eran –y hasta cierto punto todavía son- considerando, no obstante,
esenciales para la felicidad doméstica. (p.90)

Subsección: trabajo que no es trabajo

Los libros de conducta parecen ser tan sensibles a la diferencia entre trabajo y ocio como lo
son con respeto a la tensión entre ciudad y campo o a la línea que separa al rico del pobre.
Esta distinción estuvo siempre implícita en el número de horas de ocio que se suponía que una
mujer había de rellenar. Sin embargo, al idear una forma de convertir este tiempo en un
programa ideal de educación, los libros apartaron el trabajo y el ocio de sus planes
conceptuales separados y los colocaron en un todo continuo moral. Aquí se situaba a una
mujer de acuerdo con las virtudes específicamente femeninas que poseía más que por el valor
del nombre de su familia y delas conexiones sociales de la misma. Pero para crear este sistema
femenino de valores, los libros de conducta representaron, en primer lugar, a la mujer
doméstica en oposición a ciertas prácticas atribuidas a las mujeres de ambos extremos de la
escala social. Una mujer era deficiente en cualidades femeninas si, al igual que la mujer
aristócrata, pasaba su tiempo en entretenimientos ociosos. Tal como los libros de conducta las
representan, estas actividades siempre tenían como objetivo poner el cuerpo en exposición,
un remanente del despliegue renacentista del poder aristocrático. El hecho de que una mujer
se mostrara de semejante manera era igual que decir que supuestamente debía ser valorada
por su cuerpo y los adornos del mismo, no por las virtudes que podría poseer como mujer y
esposa. Por la misma regla de tres, los manuales de conducta encontraban a la mujer
trabajadora poco apropiada para los deberes domésticos porque ella, también localizaba el
valor en el cuerpo material. Los libros de conducta atacaban estos dos conceptos tradicionales
del cuerpo femenino para sugerir que la mujer tenía profundidades mucho más valiosas que su
superficie, la invención de profundidades en el yo tuvo como consecuencia que el cuerpo
material de la mujer pareciera superficial. La invención de la profundidad también ofreció la
razón de ser de un programa educativo destinado específicamente a las mujeres, puesto que
estos programas pugnaban por subordinar el cuerpo a una serie de procesos mentales que
garantizaban la domesticidad. (p.98)

Los libros de conducta siempre usan mujeres que persiguen el entretenimiento como ejemplos
para demostrar por qué las mujeres que carecen de las virtudes propugnadas por el manual de
conducta no son esposas deseables. Tales mujeres son vistas con regularidad en el salón de
baile o en la mesa de juego, en la ópera o en el teatro, entre los innumerables devotos de la
disipación de la moda. Ése es, en una palabra, su delito: estas mujeres quieren exponerse o
simplemente permiten que se las vea. (p.100)

El que realizara los deberes de la mujer doméstica por dinero borraba una distinción de la que
parecía depender la propia noción de género. Ella parecía poner en cuestión una distinción
absolutamente rígida entre el deber doméstico y el trabajo realizado por dinero, una distinción
grabada tan profundamente en la imaginación pública que la figura de la prostituta se podía
invocar libremente para describir a cualquier mujer que osara trabajar por dinero. (p.102)

Capítulo 3: El ascenso de la novela

Si los libros de conducta ingleses comenzaron insistiendo en que las mujeres tenían ciertas
cualidades positivas derivadas de su género, hicieron inevitablemente hincapié en que la
feminidad en su forma natural ofrecía como mucho una fuerza socializadora poco estable. […]

La viveza alegre y la rapidez de la imaginación, tan conspicuas entre las cualidades en


las que se reconoce la superioridad de las mujeres, tienen una tendencia a llevar a la
poca firmeza mental; al gusto por la novedad; a hábitos de frivolidad y ocupaciones sin
importancia; al rechazo a la aplicación sobria; a la falta de gusto por los estudios más
serios y una estima demasiado baja de su valor; a una consideración fuera de toda
razón por el ingenio y los logros a base de su esfuerzo; al anhelo de la admiración y el
aplauso; a la vanidad y la afectación. (Thomas Gisborne, 1789, Enquiry into the duties
of the female sex, p. 54) (p.125

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